La huida
Transcripción
La huida
Lahuida I Concurso 2SonMäs de relato corto Pseudönimo: Castellio Yo no iba en aquel coche por voluntad propia. No es que hubiera sido obligado, no es eso lo que intento decir, es simplemente que si hubiera visto otra salida no me hubiera quedado alli sentado, ni siquiera me hubiera metido en el coche. Me entrö el pänico, qu6 otra cosa puedo decir en mi defensa. Actuö por instinto o por inercia, llamarlo como queräis. No soy digno de compasiön, o si, pues que ser vivo sobre este maldito planeta no lo es. Pero no lo soy en el sentido de haber sido un heroe o un verdugo o una victima. No soy ninguna de esas tres cosas, soy una figura mäs de un teatro en el que los personajes olvidaron su papel, lo confundieron, o simplemente improvisaron demasiado. El hecho es que yo iba en ese coche por una autopista recta que iba agujereando el cielo que tenfamos delante. Et conducia, completamente superado extasiado, por la situaciön, aunque no quisiera admitirlo, fingiendo una tranquilidad tan falsa como lo era todo en su vida, porque todo era falso, desde el reloj hasta sus historias y sus afirmaciones, sus promesas, sus caras, su estilo de vida, hasta sus recuerdos eran falsos, pues los habia disfrazado de una epica que jamäs tuvieron. Todo era falso, sus ojos mentfan, todo va a salir bien, decia, todo saldrä bien, pero ambos sabiamos, entonces, que aquella carretera interminable tenia un fin, ya y que, fuera cual fuera, 6ste no seria benigno. Yo miraba a traves de la ventana, permanecla mudo, solo trataba de resignarme a lo venidero, de aceptar que aquel paisaje era lo ültimo que veria, que aquel viaje era el ültimo, que todo lo demäs era absurdo, que no podria cargar con todo eso, que no iba a volver como lo que no era, tal vez otros tengan el valor, puede que incluso Se merezcan Ser admirados por ello, pero a rni nun"" me importö ser admirado. Lo que yo no era, lo que no he sido ni ser6 nunca, digan lo que digan estas lineas, escondan lo que escondan, lo que vosotros queräis inventar o de lo que me queräis acusar, es un asesino. Yo no hice nada, eso que quede bien claro. Yo iba en aquel coche, iba a su lado, incluso no le despreciaba, sabfa que no era un mal tipo a fin de cuentas, pero ya no le comprendia, habia perdido completamente la cabeza. Aquello necesitaba un fin. No soy un asesino, no lo fui, no inventen, por favor. No creen en su cabeza historias sobre mi, no traten de hacer sus vidas mäs emocionantes a mi costa, no intenten aliviar su moral o su mala conciencia a travös de lo que yo hice o no hice, de lo que cuento aqui y de lo que dejo de contar y ustedes imaginan. No juzguen. Ustedes no saben nada de mi. Y yo no lo voy a contar todo, eso desde luego, no hay tiempo para ello. Vayamos al principio, supongo. Es un buen lugar por donde empezar. Pero no se asusten, el principio no estä tan lejos. No es mi fin aburrirles. Todo comenzö en la tarde de ayer. Cuando el dia ya declinaba y el sol era debil y se precipitaba a desaparecer, David vino a recogerme. Tenfamos un plan, räpido y eficaz, nada podia salir mal, lo habfamos hecho montones de veces. (Por ciefto, no crean que soy un mentiroso, dije que no iba en ese coche por voluntad propia y es verdad, pero no me referia a este momento, todo eso viene despuös. Ya lo comprenderän). ibamos cantando, escuchando la radio, con las ventanillas bajadas, el aire me daba en la cara y era una sensaciön pläcida, de libertad, como cuando te tumbas en la hierba y dejas que Östa, fresca y hümeda, te acaricie la espalda. Tardamos unos veinte minutos en llegar a nuestro destino. Era un Asador situado a las afueras de la ciudad. Un sitio pijo y familiar. Los papäs gastaban su fortuna en filetones enormes que sus hijos no podian acabar, eÄ filetitos minüsculos para sus mujeres, que siempre terminaban diciendo que habian comido demasiado, y en unos solomillos sangrantes para ellos, que se sentian como reyes, como verdaderos jefes de familia, cuando se lo zampaban entero y dejaban su barriga asomar por encima del pantalön. Se lo desabrochaban, como si estuvieran en el jodido salön de su casa, y sonreian estüpidamente hacia todos lados, esperando la de un camarero flacucho, perdedor condenado, que les diria Io alabanza increfble que era que fueran capaces de comer esa cantidad de carne, El jamäs serfa capaz, diria. El hombre orgulloso, el camarero humi]lado, odiando la altivez del caballero tanto como su trabajo. Yo no seria capaz de servir a esos engreidos que creen saberlo todo. Estäbamos llegando. Yo le dije, lo hacemos como siempre, räpido y limpio, no quiero conflictos, yo me quedo apuntando mientras tü coges el dinero de la caja fuerte. Sin tonterias, 6te enteras? ft afirmaba con la cabeza, no queria oir mi sermön, lo sö. Pero, no Io voy a negar, yo conocia su temperamento algo impetuoso, no pensaba antes de actuar, era tozudo, muy tozudo, si algo se le metia en la cabeza, aunque fuera la cosa mäs estüpida del mundo, la llevaba hasta el final. Siempre habia sido asi. Por lo tanto, no puedo declararme inocente de no saber quiön me acompahaba, lo sabia muy bien, pero esperaba que esa faceta irracional no saliera a relucir jamäs en un momento totalmente inoportuno. Lo hizo, ya lo deben saber. Debf alejarme de el. Jamäs debi haberle conocido, lque diferente seria todo hoy si no me hubiese tropezado nunca con öl! Pero qui6n puede saber esas cosas. Nadie. Nadie pudo decirmelo entonces, nadie me dijo que me alejara de el. Decirlo ahora es fäcil. Pero ya de nada sirve. Aparcamos el coche en e[ aparcamiento situado en la parte posterior del restaurante. Este tenia gran cantidad de plazas, y la mayorfa estaban ocupadas. Aquello estaba a reventar de coches, de buenas marcas, de carrocerias relucientes, tapicerias de cuero, todoterrenos poderosos, enormes, cuya presencia hacia que te sintieras pequefro e insignificante conduciendo un coche como el nuestro. Un honda viejo, con araöazos por doquier y las llantas feas y oxidadas, como si fueran las de un tractor. El coche parecia sacado de una serie de los ochenta, de esas en las que los policias conducian tras su objetivo en persecuciones que se alargaban durante interminables minutos, en los cuales recorrian las calles mäs estrechas y tambiön las mäs transitadas de la ciudad, se saltaban semäforos, conducian por el carril contrario y chocaban una y alra vez con coches de desconocidos, explotaran, frente resultado era el haciendo que algunos de ellos a las caras incredulas de los propietarios. Finalmente, automövil destrozado el y el ladrön detenido. Ya no hay persecuciones asi, ni siquiera en la tele. Aquf tampoco las habrä. Como he dicho, se trataba de entrar y salir. Coger el dinero y marcharnos, sin mäs. Nos pusimos unos pasamontafras en la cabeza y salimos del coche. Sölo se veian nuestros ojos" Las ojeras que los envolvian. Mirar a traves de aquellos ojos era como mirar una ciudad desde una ventana. Avanzamos decididos por el aparcamiento desierto, sin mirarnos, cada uno con una pistola automätica metida en el pantalön. La pistola se me clavaba en el muslo, como un punzön en la madera. Estaba nervioso, algo mäs que normalmente, tenia la leve sensaciön de que algo iba a salir mal, mis manos temblaban mäs que de costumbre y la derecha se mantenia cerca del arma, como si creyera que me fuera a faltar tiempo, como si en vez de encaminarnos hacia un restaurante lteno de clientes desarmados que comian en paz y charlaban distraidos, nos dirigieramos a un duelo de vida o muerte con otros dos pistoleros o a enfrentarnos a un ejörcito de contrabandistas rusos. No lo sö, todo era muy extrafro. Era una intuiciön inconsciente, una imagen sin rostro, una aguja invisible que se inyectaba dolorosamente en mi cabeza y hacia que se me agarrotaran los müsculos. Sin embargo, el dia era luminoso y tranquilo, silencioso como una noche de invierno. Pero no, nada en mi interior estaba calmo, el tiempo se espesaba a cada paso, que resonaban en el asfalto como si fuera el ünico sonido vivo, como si me hubiera quedado sordo y sölo me quedara oir mis pasos una y olra vez, yendo hacia ningün lado, sin moverse del sitio, cayendo a un vacio negruzco. Llegamos a la pueda, mi compafrero puso la mano sobre el pomo, me mirö, le devolvi la mirada, y entramos. Entonces todo se acelerö, el tiempo empezö a correr y en pocos minutos, o segundos, la nociön temporal se pierde en la red de mi frägil memoria, mis peores presentimientos se cumplieron. Entramos con aire autoritario. Gritando no recuerdo bien el qu6, amenazas y ördenes, lo de siempre, solo para amedrentar, para que vieran que ibamos en serio. Y vaya si lo ibamos. Yo me qued6 apuntando a los clientes, los cuales yacian en el suelo o escondidos tras las mesas. Se oian respiraciones profundas y entrecortadas, como cercanas al llanto. Yo me mantenia sereno, soltando alaridos que transmitfan ordenes absurdas, dando vueltas sobre mi mismo para no perder a nadie en mi limitado campo visual. Pero todos estaban demasiado asustados para intervenir, eso estaba claro. Nadie es tan valiente, en estas situaciones no hay heroes. El miedo lo bafra iodo. Mi compafrero se saltö la barra y apuntö al camarero. La pistola frente a la cara. La boca exclamando ördenes a una distancia minima. Los esputos caian sobre el apresado. Yo seguia dando vueltas. Todo parecia dar vueltas. Me empezaba a desagradar la situaciön. Una arcada me subiö a la boca, dejando un espeso sabor a desprecio. Por mi, por ellos. El camarero y mi socio se fueron hacia dentro. Allitenia que haber una caja fuerte, o asi estäbamos informados. Yo no estaba presente, asi que no vi nada, tan solo seguf apuntando y tratando de desoir los llantos, ya evidentes, y las respiraciones aceleradas. No se que pasö, el camarero no acertaba con la combinaciön de la caja, debfa temblar como un ärbol en un dia de tormenta, las manos debian sudarle y le resbalaban, no atinaban con los nümeros. Talvez no sabfa la combinaciön, lo desconozco. No quiero saber mäs. De repente sonö un disparo. Sölo uno. En la cabeza, a bocajarro. Me acerqu6 al quicio de la puerta, sin dejar de apuntar hacia el salön, y vi la escena: mi amigo empufrando la pistola, el camarero muerto al lado de la caja fuerte, con la cabeza reventada. La escena me impresionö, lo prometo, jamäs habia visto a un muerto por disparo de bala. Habia empufrado muchas veces un arma pero no habia matado a nadie. Como mucho un disparo en la pierna. Algo asi. Pero jamäs habla visto matar. Mi amigo farfullö algo: no queria abrir la puta caja. Una mujer estallö, se levantö y se puso a gritar, enloquecida, con los nervios deshechos, superada por todo aquello. Y quien no lo estaba. Mi compafrero saliö corriendo de la habitaciön. Disparö. Una, dos, tres veces. Su marido se levantö y la sostuvo entre sus brazos. Lloraba. Mi compafrero volviö a disparar, esta vez al hombre, que cayö con su mujer aün entre los brazos. ;Estäs loco?, le grite. Sin respuesta. Miraba a su alrededor y el cuerpo le temblaba. Se quitö el pasamontafras y se girö hacia mi. No sti por que lo hizo, supongo que ya le daba todo igual. Yo no podfa creer lo que estaba viendo. La sangre de la pareja se confundia entre sus cuerpos. Los presentes mantenlan un silencio inquietante. Yo seguia apuntando, pero ya ni siquiera pensaba en ello. No habia heroes. El se acercö ala caja y cogiö el dinero. No era mucho, pero era lo ünico que quedaba, Yo me quit6 el pasamontaöas, no s6 por qu6, supongo que pens6 que tapar mi rostro ya no tenia sentido. Quizäs fue estüpido, pero puede que solo fuera una manera de justificar lo que luego haria, de obligarme heridas a hacerlo. La fuerza del subconsciente, que siente las de inmediato, cuando tistas aün no han agujereado la piel. Nos marchamos del Asador, con una bolsa de dinero y apuntando a los rehenes, nuestros rehenes, los que no eran höroes, las victimas, los testigos. Al cruzar la puerta nos pusimos a correr en direcciön al coche. El cielo segufa abierto, tan abierto e inmenso como jamäs lo habia visto. Subi al coche, qu6 otra cosa podria haber hecho. Era el cömplice de todo aquello, era parte de lo que acababa de ocurrir y mi sitio era aquel. Cualquier otra cosa hubiera sido ilögica. Ocup6 eJ asiento del copiloto y guard6 silencio mientras las ruedas chirriaban al arrancar. Al poco rato se hizo de noche, pero era una noche luminosa, de luna llena, y yo aün era capaz de discernir el paisaje que atravesäbamos. Veia la naturaleza escasa formada por arbustos aislados y montes lejanos. Y tierra, arena seca, suelo duro y desnudo. No le pregunt6 por quö lo hizo, ni le gritö ni le reprochö nada. Me quede en silencio, mientras el conducia con los ojos enfermizos puestos sobre la carretera; se movia en ademanes nerviosos, no parecla encontrar su lugar. lTenia lugar en el mundo? Lo dudo. Tras conducir varias horas, sin cruzar una sola palabra, paramos en un bar de carretera. Estaba amaneciendo pälidamente, me di cuenta de que habiamos conducido toda la noche. öQuö pensaba öl que estäbamos haciendo? iAdönde nos dirigiamos? Ni siquiera le habfa preguntado adönde marchäbamos. Pero no era necesario que me lo dijera, no me interesaba lo mäs minimo. Bajamos del coche y entramos en el bar. Dejamos el dinero en el mafetero. Pedimos cafe y tostadas. La camarera era una rubia muy simpätica, bromee con ella, pues necesitaba volver a sentirme vivo, aunque fuera por ültima vez, hacer reir a alguien, ver una risa fresca y femenina. El no dijo nada, tenia un aspecto horrible. Grandes ojeras y el pelo revuelto. Sentados alli no tuve la impresiön de que se arrepintiera de nada. Solo tuve la cetleza, repentina, de que estaba cansado, como si supiera que tenfa que huir, pero no comprendiera muy bien el porqu6. Asimilö por primera vez que el no tenfa concepto del bien y del mal. Creo que jamäs comprendiÖ sus actos' No supo verlos tal y como eran. Estaba fuera del mundo, se hallaba tan lejos de Öl que su ünico recurso posible parecfa ser el de destruirlo. Sabotear la realidad, para tal vez comprender o sentir algo. Pero no sentia nada y seguia sin entender. Yo crei volverme loco, crei estar, por un momento, lejos de todo juicio, lejos de todo acto, crei estar en un sueho y poder despertar, borrar la cafeteria, el coche, el restaurante, las victimas, los disparos, el verdugo e incluso la realidad y el cielo claro que iluminö la escena de huida. Pero no era asi, la cordura regresö, el remordimiento tambiön, y volvi a ver la cara inexpresiva de mi compaöero de mesa. pagamos y nos pusimos en marcha. Me despedi con tristeza de la camarera. Durante las siguientes dos horas que condujimos pensÖ en ella. Lleväbamos toda la noche viajando y la mafrana ya habia nacido por completo. Lo extrafro era que yo no tenfa subfro, como si ya dormir no fuera importante' De pronto tomamos un desvfo hacia una carretera de arena y nos adentramos en un bosque. Cuando llegamos a un pequefro claro el frenö y apagö el motor. Descansaremos aqui durante un rato, me dijo. Por fin hablö. Saliö del coche, para estirar las piernas supongo, y yo sall tras Ö1. Se quedö mirando los ärboles que nos cercaban, dändome la espalda. Creo que 6l comprendia como yo que al final serfamos atrapados, que no podiamos huir indefinidamente. Nuestros rostros estarian ya en la televisiön. La sangre que el derramö estaria ya en cada emisora. Mi nombre se mancharia pronto con esa Sangre. Ya estarä manchado. Seriamos juzgados, condenados, odiados. Lo seremos o lo somos ya. Quö mäs da, vosotros no sab6is nada de mf. A todos os faltan demasiados datos paraiuzgar. Me acerquö a ö1, por deträs, y le apuntÖ con mi pistola a la cabeza- El aün miraba los ärboles, no se movfa, sölo observaba el cimbrear de las hojas, parecia esperar a que algo ocurriera, que se desprendieran aquellas hojas en un baile calculado para despedirle. Dispare y el disparo muriÖ solitario en aquel bosque despoblado que me rodeaba. Que me rodea. Dejo este escriio aqui para que la historia no tenga solo una cara. Pues, cuando se oiga otro disparo, de mi sölo quedarän estas palabras. Quö mäs puedo decir, hay caminos que son solo de ida.