No éramos bandidos… tan sólo cristianos Ma. Alicia Puente Lutteroth
Transcripción
No éramos bandidos… tan sólo cristianos Ma. Alicia Puente Lutteroth
No éramos bandidos… tan sólo cristianos Ma. Alicia Puente Lutteroth ¿Qué perfil de laico, laica, se deduce del escrito de d. Refugio, de la percepción de la doctora Puente Lutteroth, y de la introducción que hace el doctor Butler? ¿Con qué ética y militancia cristiana respondieron los laicos a la situación que, como trasfondo, se perfila en el libro del escritor de la memoria y de sus comentaristas? ¿Cómo establecer puentes hermenéuticos y paradigmáticos entre la situación de nuestro país en aquella época y la respuesta de laicos creyentes y la situación de nuestro país en esta etapa y la respuesta de los laicos y laicas de esta época? ¿Qué tipo de ciudadanos, ciudadanas, se va gestando en nuestro país, con y en medio de esta historia tan peculiar de nosotros pueblo mexicano y del Estado mexicano? Estas son las preguntas que me guiaron en la lectura interesante de esta memoria testimonial. Es un libro que sabe plasmar la realidad como parábola a ser desentrañada y que, para ser comprendida, requiere mirada contemplativa que cuestione y provoque a quien ande inquieto, inquieta, por otra iglesia, por otra sociedad y por otro mundo de más corazón, entusiasmo y conciencia, frutos, ni más pero no menos, de ética fundamental, gestora de la humanidad latente, preñada de lo nuevo. Como inicio de un elenco de elementos aportados por el libro para ciudadanos y ciudadanas de nuevo cuño, resalto apenas uno entre muchos más. Un elemento de éstos otros más, a ser desarrollado, sería el entusiasmo, el celo, la entereza, suscitada en gente de nuestro pueblo, por una causa noble, con caminos equivocados o no, con ambigüedades, como todo acontecimiento histórico, pero que hizo tener un fuego dentro del pecho para poder vivir y luchar por un México diferente. Ese fuego interior nació en el pueblo, no por teorías, sino por la pedagogía de los conflictos históricos en los que se vio envuelto y confrontado. La historia, vivida y pensada con sabiduría es la gran partera de un pueblo nuevo. Bien decía Galileo Galilei: “No se le puede enseñar nada a un ser humano; sólo se le puede ayudar a descubrirlo dentro de sí mismo”. En este libro, sobresale, por un lado, la entereza de este laico, maestro, del pueblo citadino sencillo y, al mismo tiempo, su entusiasmo por un sueño de verdadera revolución mexicana. Vienen a mi mente unos versos de Fernando Pessoa y se los aplico a don Refugio: No soy nada; no puedo más que ser nada; no quiero poder ser más que nada; y, aparte de eso, tengo todos los sueños del mundo. Otro elemento humano de esta historia que habría que reflexionar bien es a la madre Conchita, a quien don Refugio no baja de ejemplar y santa. Yo conocí el lugar donde tenía su pequeña casita. De tanta admiración por la mujer, don Refugio no dice nada de sus sufrimientos y penalidades. Me impresionó saber allá, pues su historia es viva y 1 todavía circula, que tuvo que dejar su celibato de mujer consagrada a la castidad, por el acoso machista de los demás presos. La protección de un varón, en esa manera machista de convivencia, garantizaba, para la mujer seguridad y respeto. Se casó por esa inseguridad. Paso, entonces, a comentar un elemento fascinante de este libro. Mente meditativa En esa iglesia de laicos que se suscitó en esa época por la ausencia de clérigos, como dice el doctor Butler, quiero resaltar, no tanto la lectura bíblica, de la que los católicos no eran sino repetidores de devociones más o menos fundamentadas en los sermones con cierto origen bíblico, puesto que no se promovía la lectura directa de las Escrituras ni la formación religiosa a partir directamente de la Biblia, sino mediante las obras de catecismos, quiero resaltar, digo, la capacidad de reflexión y meditación que se refleja en el escrito del maestro Refugio. Diría, además, que no sólo se desarrolló en él una mente meditativa, sino una mente contemplativa. Los paisajes de las Islas no son para menos. Recuerdo que en un retiro, en uno de los campamentos, al terminar los días de reflexión con una ceremonia de reconciliación y eucaristía, al estar dando la comunión, fui percibiendo que la comunidad de casi 100 participantes, se me iba disminuyendo. Me preguntaba si, al recibir la comunión, los mal educados en liturgia se retiraban pensando que la misa había terminado. Terminé el servicio y me quedé admirado de cómo todo el grupo estaba, en dirección al mar, postrado con la frente en la arena. La acción de gracias la estaban haciendo en contemplación hacia aquello que significaba, por todos los lados que se viera, la libertad y la comunicación con el misterio más infinito de la realidad que vivían en las Islas. La cárcel, en el esquema de “readaptación”, realmente lo constato a diario en mi trabajo de pastoral penitenciaria, no sirve para nada. Sólo es buena, si se propician las condiciones pedagógicas adecuadas con los internos e internas, para tener una visión meditativa de la sociedad que se refleja, en pequeño y concentradamente, en las cárceles. La mirada de conciencia reflexiva, dentro de las cárceles, lleva a entender la sociedad que necesita “chivos expiatorios” (René Girard) para prolongarse y justificarse en sus escalada, en espiral, de violencia mimética. Y lleva, además, a soñar en otro modelo alternativo de sociedad, acariciado desde los sótanos, desde el fondo del sepulcro social. La cárcel proporciona la oportunidad de ver la sociedad como en un espejo y, también de ser como una matriz donde se gesten nuevos ciudadanos. Pero esto sólo si se propicia la reflexión. Por eso aprecio tanto el escrito del profesor Refugio, desde su caligrafía decente, esmerada, hasta su capacidad de ver en profundo, desde su condición de laico, al parecer no envuelto en acciones militares, y sí en acciones políticas católicas por su relación con la Liga, la realidad compleja, aún no resulta hasta hoy, de las relaciones de la iglesia mexicana con el Estado mexicano. Su escrito, pulcro en caligrafía, insisto porque parece ahora más envidiable por tiempos que vivimos de escritos sin pulcritud interna ni externa, revela cómo su mente 2 meditativa le despertaba a él y sus compañeros y compañeras fuerzas de tipo corporal y de tipo espiritual. En la escasez de alimentos y en la incomodidad, las fuerzas anidadas en el ser humano, que están como atadas dentro de su interior, es posible desatarlas y liberarlas. Su reflexión escrita deja ver que el dolor y la penuria de la cárcel de muros de agua, el ostracismo, fueron la oportunidad de adquirir una serenidad y equilibrio espirituales que hacen que el ser humano se haga dueño de sus propios sentimientos, se tranquilice, se libere interiormente y se haga asequible y solidario a sus prójimos. No había otro recurso que hacerse solidario con los demás: el prójimo empieza a significar más y el mismo ser humano se hace significativo para los demás. Todo como fruto de lo meditativo. La naturaleza, con esa vista contemplativa, empezaba a significar más, hasta en sus pequeños detalles: los presos tenían casi obsesión por recoger conchitas de la playa. El acercamiento a la naturaleza es algo inevitable en las Islas: los atardeceres, la cantidad de pájaros refugiados en la isla, los peces gigantes que son visibles a todas horas y que él no menciona ni una vez… La contemplación meditativa relativiza ese desarrollo unilateral de la dimensión racional, objetiva, cerrada en categorías, que nos está aprisionando en esta época pragmática. Es interesante la cantidad de veces que, para celebrar detalles de la existencia en la prisión, se recurría al canto religioso. La mente meditativa hace adquirir una mayor sensibilidad para el arte: la música se oye más inmediatamente o como más hondamente. No es casual que las sociedades modernas, que tuvieron un pasado de meditación y contemplación, aun con la tecnología avanzada que han alcanzado, no pierden su capacidad de encontrar accesos profundos a su ser a través de la música y de la caligrafía. Esto lo relaciono, primero, con el trabajo de pastoral penitenciario: es necesario creer que de la “escoria de la sociedad” puede salir una sabiduría distinta de la oficial de la sociedad dominada por los prejuicios de exclusión que proponga un modelo más libre y más humano. La doctora Puente relaciona muy certeramente a don Refugio, escritor popular de memorias, con Dietrich Bonhoeffer, y yo lo relaciono con Maximiiano Kolbe, Michel Foucauld, Oscar Wilde y el mismo Pablo de Tarso, reiteradamente apresado y padre de la espiritualidad cristiana, mística, precisamente desde la reflexión contemplativa desde la cárcel y el exilio. (Remito también a uno de los libros menos conocidos, por haberlo escrito en 1977, de José Saramago, titulado Manual de pintura e caligrafia.) (Remito también a un librito de discursos del premio nobel turco Orhan Pamuk, que me señaló nuestro obispo actual d. Alfonso Cortés, librito titulado La maleta de mi padre, discurso de recepción del premio, para apreciar el gran significado de la palabra expresada cuidadosamente y con esmero. Y para el caso, me remito a otro libro reciente de Saramago, Las pequeñas memorias. Todas estas referencias para hacer ver la trascendencia del escrito que nos ocupa el día de hoy.) No en balde don Refugio terminaba dando gracias a Dios por los dones de haber sufrido el exilio y la cárcel. La crisis, meditada a conciencia, es oportunidad de crecimiento (Leonardo Boff). Lo relaciono, también, con la urgencia de repensar, a conciencia, con memoria histórica, nuestra sociedad, que ha devenido sociedad inmisericordemente violenta. Hay que repensarla a partir de la memoria de las víctimas. La manipulación de la sociedad, por 3 medio de los rumores, clama por una reflexión más detenida, concienzuda, esmerada, formadora de conciencia del pueblo pobre, sencillo. El pueblo de Morelos, en su contacto con una religión más de sabiduría bíblica y menos devocional ha mostrado su capacidad de crecimiento en su conciencia como pueblo responsable. En lo religioso, se necesita quitar el énfasis en devociones y dirigir la reflexión hacia la cultura de la sabiduría popular que propicie esfuerzos eficaces para hacernos un pueblo, no sólo solidario “con los taquitos al paso del tren”, ni sólo valiente a la mexicana, sino un pueblo siempre en creciente sabiduría. La doctora Teresa de Ávila decía que “donde entra la Biblia, ahí se acaban las devocioncillas”. El clero puede contribuir, con humildad, sin poder, a propiciar esa sabiduría del pueblo que llevaría, ciertamente a una sociedad democrática desde abajo. Resalto el caso de la amistad ejemplar del padre hidrocálido Juan Manuel Martínez, el padre trampitas, con un temido homicida que murió asesinado en las Islas y cuya muerte antecedió, por un día, a la de su amigo, el padre. Los dos están enterrados uno al lado del otro, allá mismo. En tiempos cristeros la unión, cómplice, del pueblo y del clero clandestino, fue un paradigma que puede desarrollarse, de otros modos, hoy. En particular, haciendo que los actos litúrgicos dejen de ser meros actos de culto repetitivo y recuperen su carácter mistagógico, su carácter de desentrañamiento de símbolos que lleve a la conciencia de encontrar su fe y su valentía. Felicidades a la doctora Puente Lutteroth; me congratulo con ella por las afinidades. Con Jesús de Nazareth, que era amigo de pecadores, prostitutas y publicanos, yo sueño con que los y las más despreciados de este mundo, los y las más excluídos, y si no ellos y ellas, nadie, harán el mundo digno. Creo que, de la misma manera, la doctora Puente Lutteroth sueña que, trabajando sabiamente la memoria de nuestro país, a partir de la memoria del pueblo, las pequeñas historias irán conformando la historia. José Luis Calvillo Esparza. Sacerdote de la diócesis de Cuernavaca con ministerio en la parroquia de Delicias y en el Cereso de Atlacholoaya. Estudios doctorales en la Universidad de Sao Paulo, Brasil, becado por el Estado de Sao Paulo (Fondo para las Artes y la Pesquisa del Estado de Sao Paulo) y por el gobierno de Brasil (Ministerio de Educación y Cultura), con especialidad en Ciencias de la Religión, área Biblia. Profesor de Biblia en el Seminario San José de Cuernavaca. José Luis Calvillo Esparza. 26 de abril de 2010. [email protected] 4