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Quinoa,
Yungas,
Puna
y
un
tren a
la s nubes
Texto y fotos de Santiago Gómez
la iglesia de iruya,
en salta.
É s t e e s u n pa s e o
distinto. Un recorrido
por el norte de
Argentina que también
tiene mucho que ver
con el sur de Bolivia. En
S a l t a y J uju y h a y t r a m p as
d e t u r i s t as , p a i saj e s
e s p e c t acu l a r e s y u n l a d o
muy poco conocido del
interior argentino.
—Es la momia de la Doncella —me dice la guía.
Estamos en el Museo de Arqueología de Alta Montaña (maam)
de la ciudad de Salta, una provincia del noroeste argentino (noa).
La Doncella tenía aproximadamente 15 años cuando fue ofrendada en la cima del volcán Llullaillaco, a 6 739 metros de altura. Ella,
la Niña del Rayo y el Niño formaron parte de la cultura inca y fueron
descubiertos en 1999 por un equipo de arqueólogos, junto a una gran
cantidad de objetos en un estado de preservación asombroso. Estuvieron en la montaña durante 500 años y gracias a la baja presión atmosférica, baja humedad, bajas temperaturas y estabilidad térmica del medio, hoy están entre las momias mejor conservadas del mundo. En el maam, las tres momias se exponen en forma rotativa durante tres meses cada una, para optimizar su preservación. El museo
queda sobre la Plaza 9 de Julio, en diagonal al Cabildo, se puede ver
en una hora y bien vale la visita a Salta. Después hay que recorrer el
centro histórico (poca arquitectura colonial, pero mucha con un estilo italianizante del siglo xix). Alrededor de la Plaza 9 de Julio, además del Cabildo, el más completo y mejor conservado de Argentina,
están la Catedral Basílica, con uno de los altares más interesantes del
país; el Centro Cultural América, en un hermoso edificio de arquitectura francesa; y un poco más allá, el Convento San Bernardo, con
un portal de 1762 tallado a mano por los indígenas, y el de San Francisco. Otro buen paseo es subir el Cerro San Bernardo con el teleférico para ver desde lo alto todo el valle y la ciudad que tiene un poco
más de 500 000 habitantes. O bien subirlo a pie: son apenas 1 021
escalones. La vida nocturna está en la calle Balcarce. Me dicen que el
nombre de Salta proviene de sacta, que en aymara quiere decir valle
hermoso o lugar fértil. Tren a las Nubes
Para recorrer el noa se puede empezar por el Tren a las Nubes, una
de las tres vías ferroviarias más altas del mundo. Pero hay que tener
en cuenta que es un viaje de 16 horas que no lleva a ninguna parte: su destino final es su punto de partida. Uno sale a las siete de
la mañana de la estación de la ciudad y por ocho horas atraviesa
inmensos paisajes de la Puna en la altura, hasta llegar al viaducto que está en todas las fotos: una obra del ingeniero estadounidense Richard Maury, realizada en los años veinte, que prácticamente desafía la lógica. Y el tren la recorre hacia un lado y luego
hacia el otro, y después vuelve a Salta exactamente por las mismas vías por las que llegó hasta ahí. Un regreso un poco frustrante, si además se tiene en cuenta que gran parte del recorrido va a
ser de noche. Sin embargo, existen otras opciones para ver el viaducto: se
puede hacer un trayecto muy parecido al del tren, pero en camioneta en mucho menos tiempo, por lo que se llega a San Antonio
de los Cobres y así ver el viaducto. O bien, hacer sólo el viaje de
ida, bajarse en San Antonio de Los Cobres y seguir en camioneta
a Purmamarca, pasando por las Salinas Grandes. Es el itinerario
Travesías • 119
los típicos ponchos
norteños en una tienda
informal en purmamarca.
anterior: el hotel la
comarca, en purmamarca.
que elijo. El guía que me espera en San Antonio de los Cobres se
llama Alexis y tiene una tonada salteña inconfundible. Una pareja de brasileños de unos 70 años, que estaban al lado mío en el
tren y que al principio confundí con alemanes, son mis compañeros de viaje. Después me dicen que es muy raro ver brasileños en
el noa, a excepción de algunos paulistas que lo recorren en moto.
Alexis nos lleva por un camino de Puna que, él dice, va a ser
aburrido. Sin embargo podemos ver llamas y vicuñas en manadas al
costado de la ruta, sobre pequeños montes o en aguadas.
Paramos en un pueblo sin nombre, con unas pocas casas y una
iglesia minúscula, sin cura. A veces vale la pena salirse del itinerario y dejarse llevar por un paisaje, un nombre, un camino. Alexis dice que los curas hacen giras por la zona y van de pueblo en pueblo,
de iglesia en iglesia, y que los descendientes de los incas son católicos
fervientes, como corrobora una calcomanía que veo más tarde en la
puerta de una casa de Iruya: Aquí somos católicos y no vamos a cambiar de religión. Por favor no insista. Gracias. Católicos fueron nuestros padres. Católicos seremos para siempre. Gracias por respetarnos.
Una lugareña de traje típico nos ve llegar, en el único auto del
pueblo. Tiene la piel oscura y curtida por el sol, que brilla prácticamente todo el año. Está vestida con falda gris, larga y con estampado
escocés, por arriba de unos jeans, suéter rosa y turquesa, y sombrero. Suena “atípico”, pero lleva su ropa como si fuera un traje típico; y
contrariamente a lo que se pudiera creer se ve muy elegante. La mujer entra a su casa y vuelve a salir con una bolsa llena de artesanías
que quiere vendernos. Le compro un muñequito en forma de llama,
seguramente hecho con lana de una llama auténtica.
Las Salinas Grandes no tardan mucho en aparecer como una línea blanca en el horizonte, al pie de los cerros. Tienen más de cinco
millones de años, la cuenca del salar se cubrió de agua con sales de
origen volcánico y la evaporación paulatina de esas aguas dio origen
a estas salinas que tienen un espesor promedio de 30 centímetros.
Se puede caminar y hasta circulan camiones por allí. Travesías • 121
Paramos en un pueblo sin nombre, con unas
pocas casas y una iglesia minúscula, sin cura. A
veces vale la pena salirse del itinerario y dejarse
llevar por un paisaje, un nombre, un camino.
Alexis prepara una picadita argentina con una botella de
buen vino salteño (Domingo Hermanos), galletas y queso de cabra
con cerezas, que parecen ser algo
tradicional del noroeste argentino,
ya que también me convidaron con
vino, queso y cerezas en el hotel Legado Mítico de Salta la noche que
llegué. Tal vez esta costumbre tiene relación con el quesillo norteño
—queso hilado— que siempre se come de postre con dulce de cayote
y nueces o cuaresmillos (unos duraznos muy chiquitos en conserva),
o bien, miel de caña, mi postre favorito en este viaje. Disfrutamos del
picnic en un ambiente blanco, absolutamente exótico y cuando vamos saliendo de las Salinas vemos una luna casi llena contra el cielo
más que celeste, en pleno día, mientras dejamos la provincia de Salta
y entramos en la de Jujuy.
Jujuy
Los argentinos sabemos que la provincia de Jujuy tiene forma de zapato. Alexis nos explica que en ese zapato entran cuatro regiones: la Puna, que acabamos de dejar; los Valles Centrales, donde está la capital,
San Salvador de Jujuy; la Quebrada, que es hacia donde vamos, y Las
Yungas, selva de montaña del otro lado de los cerros de la Quebrada. El camino hacia la Quebrada de Humahuaca es por la Cuesta del
Lipán. Acá el paisaje es variado, menos monótono y de pronto espectacular. Llegamos a los 4 200 metros de altura. Cerros, montañas, precipicios, iluminados por la luz del atardecer. Ya empiezan a aparecer los
cardones. Ahora se entiende lo que Alexis quiso decir con camino aburrido cuando se refería al trecho anterior.
La camioneta me deja en el Hotel La Comarca, a la entrada del
pueblo de Purmamarca, adonde sólo voy a dormir esa noche para reponer fuerzas antes de salir al día siguiente para Iruya.
La ubicación del hotel es espectacular, parece haberse hecho lugar
entre los cerros. Después del tren y las salinas estoy agotado. Ceno en el
restaurante del hotel, en el que mezclan tradiciones de la cocina andina con otras más contemporáneas. Primero me traen una ensalada de
granos en un vasito, y después lo que pedí: dos empanadas de queso y
trucha ahumada en pan de quinoa. Tengo una teoría: por lo general las
entradas son mejores que los platos principales, así que suelo pedir dos
y después un postre. Acompaño todo con un vino jujeño de una bodega de la zona, Punta de Corral, que para mí es una novedad. En el noroeste, Salta es la estrella de la enología. Pero el mozo me dice que un
señor de Cafayate se instaló en Maimará y está elaborando buenos vinos, robustos, fuertes. La gente en Jujuy parece tener una amabilidad un poco diferente de la de Salta. En Salta, el turismo es casi una religión. Desde hace
años se convirtió en una política de Estado: imprimen catálogos y folletos constantemente, tienen campañas de prensa en el país y en el extranjero, las escuelas llevan a los chicos a recorrer los museos y los lugares de interés para que conozcan el patrimonio. Pero en Jujuy hay
llamas en la puna, un
clásico. arriba: cabañas
los colorados, en
purmamarca. anterior:
una calle en iruya.
Travesías • 123
una amabilidad más natural, no aprendida en las escuelas de turismo,
los mozos y el servicio en los hoteles son siempre eficientes, de buenos
modales, pero nunca complaciente: cuando hago un chiste apenas se
ríen, nunca exageran.
Al día siguiente, Facundo, el hijo de los dueños del hotel, me lleva a Iruya en camioneta. Apenas me subo al coche veo que tengo otras
dos compañeras de viaje: la novia de Facundo, muy joven y salteña como él, y Marion, una francesa que inmediatamente me reconoce porque ella también iba en el Tren a las Nubes.
Iruya, el camino a San Isidro
El viaje a Iruya valdría la pena sólo por el camino, desde Purmamarca
son dos horas y media de ruta de montaña con cerros de colores y más
colores; toda la región está teñida de tonos extraordinarios. Llegamos al pueblo que es pobre, empinado, pintoresco, colgado
de la montaña, como dicen los folletos turísticos. Una mujer del lugar se
apura para que no le saque una foto, aunque mis intenciones no eran
ésas. “Y yo con el sombrero”, se queja.
Iruya queda alejada de todo y es mejor no ir y volver en el día. Vale la pena darse un tiempo para vivir el pueblo y sus alrededores.
El cuarto que me dan en la Hostería Iruya se encuentra en la esquina y tiene una vista impresionante;
el hotel está arriba de todo, mira al
pueblo y enfrenta a la montaña. Si
el pueblo está colgado de la montaña, el hotel está colgado del pueblo.
En el restaurante de la hostería
también usan ingredientes de la región, como prueba la muy buena
ensalada de papas andinas, queso de cabra y quinoa que pido en la cena. El pan del desayuno es casero y muy bueno, aunque el café es otra
historia. Es difícil encontrar uno decente en esta región de Argentina
(y en muchas otras del país y de América Latina y, pensándolo mejor,
del mundo, sobre todo si uno se aleja de las grandes ciudades). Si uno
es sensible al café, una buena idea es viajar con sobrecitos de Via de
Starbucks y pedir agua caliente; es una solución que sirve también para los aviones. O bien, hacer como algunos italianos que van a todas partes con su maquinita y su propio café. Y también conozco españoles que nunca viajan sin su botellita de aceite de oliva... Pero si a
uno el mal café lo ataca de sorpresa en el noroeste argentino, lo que hay
que hacer una vez en Salta o en San Salvador de Jujuy es correr hasta
Havanna (Salta: Alto noa en Virrey Toledo 702; Jujuy: Belgrano 977)
y pedirse un espresso. Al día siguiente, por la mañana hago el camino a San Isidro con
Marion, la turista francesa. Marion está furiosa con el Tren a las Nubes. Dice que es un attrape-couillon, una trampa para turistas tontos.
Me cuenta que hizo las 16 horas, de ida y vuelta, y que de regreso subió
un mago, después músicos que tocaron sus canciones y quisieron vender sus cd y al final, antes de llegar a la estación de Salta, se repartieron
diplomas a los pasajeros agradeciendo por micrófono y con aplausos,
como cuando se cruza el Ecuador en un crucero.
El camino a San Isidro es un trayecto de siete kilómetros por el lecho de un río que hay que cruzar muchas veces saltando o pisando
piedras. A veces es difícil ver cuáles son las que conviene usar. Vemos
cómo ancianas lugareñas, niños, inclusive una mujer que lleva un bebé en la espalda, cruzan el río veloces sin mirar, automáticamente. Por
suerte, durante el viaje nos siguen dos perritos iruyenses, uno de ellos
es un suiveur (seguidor); el otro, un meneur (cabecilla), así los califica
la francesa. Así que dejamos que el perro meneur nos guíe, vemos por
dónde cruza y lo seguimos. Es una caminata que hay que hacer temprano por la mañana, porque el sol se pone fuerte hacia el mediodía,
inclusive en invierno. Llegamos al fin a San Isidro, un pueblito en la montaña perdido en el tiempo y el espacio al que se sube por la ladera por un camino de piedra zigzagueante. Arriba, en el pueblo, se vive casi como se vivía hace cien años, o más. Los únicos caminos que llegan a San Isidro
son senderos de montaña, los viajes se hacen a pie o a caballo. Se puede pasar la noche en hospedajes más que modestos y a partir de ahí
hacer excursiones de montaña y birdwatching. Al pie del cerro, donde
se encuentra el pueblo, también se puede llegar en camioneta, pero el
camino es tan rústico que se tarda prácticamente lo mismo que a pie. Para reponer fuerzas tomamos un café en el restaurante de un
hospedaje (qué útiles nos habrían sido los sobrecitos de Starbucks
Via). Pregunto cuánto cuesta dormir ahí. —Veinte o treinta pesos —me
responde la dueña (5 o 7 dólares). —¿Y de qué depende?
—La cama de 20 es de una plaza, la de 30 de plaza y media.
Después de unos minutos de
descanso emprendemos la vuelta a Iruya. Los dos perritos que venían con nosotros nos esperan y
nos acompañan, aunque pronto
aparece una familia y sus dos perros espantan a nuestro guía. Queda sólo el perrito seguidor que viene
con nosotros, pero no marca el camino. De todos modos resulta mucho
más fácil desandarlo, ya aprendimos por qué piedras hay que cruzar el río y los atajos.
la paleta del pintor,
quebrada de humahuaca.
El viaje a Iruya valdría la
pena sólo por el camino,
desde Purmamarca son
dos horas y media de ruta
de montaña con cerros de
colores y más colores; toda
la región está teñida de
tonos extraordinarios. 124 • Travesías
Quebrada de Humahuaca
La Quebrada de Humahuaca es el lugar que no hay que perderse si
uno viaja al noroeste argentino; la región alcanzó mayor impulso turístico cuando en 2003 fue declarada Patrimonio de la Humanidad
por la unesco.
Hay varias opciones para recorrerla. Yo voy a hacer base en el Hotel Huacalera, en el pueblo del mismo nombre, que queda en el centro de la Quebrada. Es un establecimiento de los cuarenta que durante muchos años se llamó Hotel Monterrey; su arquitectura
con reminiscencias del mission style californiano, le da cierto aire hollywoodense.
Facundo me deja en la plaza de la ciudad de Humahuaca, donde me espera Adrián, un guía jujeño de origen vasco que estudió turismo en Jujuy. Humahuaca tiene callecitas angostas y empedradas
y su arquitectura tiene edificios de distintas épocas. Imposible no ver
el Monumento a los Héroes de la Independencia, de 1950, en lo alto de las escalinatas.
Adrián me lleva a un café un poco hippie, y tomamos té de coca,
ideal para contrarrestar los efectos de la altura. A la salida, en la calle,
un turista neoyorquino me reconoce, porque también viajó conmigo en el Tren a las Nubes. Aprovecho para preguntarle qué le pareció
la experiencia. “Overpriced”, me contesta. Está molesto porque al día
siguiente el Museo de Tilcara y el Pucará van a estar cerrados porque
hay elecciones. Es como si hubiera elegido vivir la experiencia del viaje haciendo hincapié en los problemas, la receta perfecta para el fracaso. Me parece estar frente a uno de esos autores casi anónimos que
en los foros de internet dejan comentarios sobre hoteles con una fu-
ria y salvajismo devastadores. “Por fin le veo la cara a uno", pienso.
"La experiencia del viaje nunca es perfecta, se completa con el estado de ánimo del viajero”, me dice Adrián cuando me deja en el hotel
Huacalera. Ya se hace de noche.
El hotel fue totalmente renovado y rebautizado hace apenas
dos años, sin perder su espíritu de época y con muy buen gusto,
por un estudio de diseño de San Salvador de Jujuy. La decoración
es muy moderna y autóctona a la vez y tiene todas las comodidades: un spa y un restaurante en el que sirven, por ejemplo, ravioles de maíz (usan el relleno de la tradicional humita, choclo molido, queso y ají) y flan de quinoa. La idea de los nuevos dueños
es que el hotel sea una especie de hub, centro de conexión, para los pueblos y atractivos turísticos de la región. También queda
cerquísima del Trópico de Capricornio, señalado por un monolito y un reloj de sol, donde es habitual que los visitantes se saquen fotos.
Tilcara es otra buena opción para instalarse en la Quebrada, y a
partir
descenic
ahí recorrerla,
si lo que se busca es más movimiento y un
el
parque
caves
poco de
Aunque dicen que en temporada alta hay
ofrece
unavida
de lasnocturna.
mejores
vistas
del bosque nevado
. se consigue lugar para estacionarse, hay que
embotellamientos
y no
anterior
pistas de
dejar el:coche
enesquí
el cerro. Dos buenos hoteles: El Refugio del Pintor,
en
blue
mountain
. sido hecho por un artesano con sus propias manos,
que
parece
haber
y el hotel boutique Las Terrazas, un oasis verde aterrazado en el me-
dio del pueblo gris adobe. Son apenas seis habitaciones con precios
entre 100 y 140 dólares. Hay que visitar el Museo Arqueológico y, sin
duda, las ruinas (reconstruidas) del Pucará que nos dan una idea de
cómo se vivía en esta fortaleza levantada por los tilcaras sobre un morro, apenas a un kilómetro de lo que hoy es el pueblo de unos 10 000
habitantes. Muchos europeos que visitaron Tilcara se quedaron a vivir y son dueños de varios hoteles, cabañas, bares y restaurantes dándole al lugar un cierto aire cosmo-hippie.
Uquía tiene una iglesia imperdible con sus antiguas pinturas cuzqueñas de ángeles arcabuceros. En la plaza, como en todos los pueblos, hay un mercado artesanal con textiles y cerámicas, y en las afueras, un increíble cerro de colores bautizado por los lugareños como
“La pollera de la coya”.
En Maimará, otro pueblito, se puede observar otra formación impresionante en la montaña, “La paleta del pintor”. Muy cerca está la
bodega Dupont, a 2 500 metros de altura. De ahí viene el vino Punta
Corral que tomé en mi cena de la otra noche.
Purmamarca
Al final del recorrido Adrián me deja nuevamente en el Hotel La Comarca de Purmamarca. Afuera, en la entrada de coches, me recibe el
conserje, quien me despidió hace dos días, con la llave de mi cuarto en
la mano. Continúa en la página 154
Travesías • 125
las salinas
grandes, en salta.
Guía práctica
{ Argentina }
En Salta
DÓNDE COMER
Posada Serafina
Catamarca 84 (a unos metros
del Convento San Bernardo)
12 dólares por persona.
Guisos, empanadas fritas,
humitas, guaschalocro. Lindo
patio y buenos precios.
El Buen Gusto
O’Higgins 575
T. +54 (387) 421 4861
Comida regional —de las mejores
empanadas de Salta—. Hay que
llamar antes de las nueve de la
noche para reservar y hacer
el pedido.
El Solar del Convento
Caseros 444
T. +54 (387) 4215 124 Parrilla, empanadas y pescados
de río.
Empanadera La Úrsula
Pasaje Baldomero Castro, entre
Coronel Moldes y Ayacucho
Empanadas típicas salteñas,
locro, estofados, humitas,
tamales, quesillos.
Restaurante José Balcarce
Necochea 590
T. +54 (387) 421 1628
Cocina andina más refinada.
Buena cava.
DÓNDE DORMIR
Kkala hotel
Las Higueras 104, Salta
T. +54 (387) 439 6590
www.hotelkkala.com.ar
Habitaciones entre 165
y 300 dólares.
Sólo seis habitaciones y
seguramente el mejor desayuno
de Salta, con recetas y
pastelería de Rachel, una
chef australiana. Apenas alejado
del centro y con vista sobre
toda la ciudad, se respira
un aire diferente.
126 • Travesías
Legado Mítico
Mitre 647
T. +54 (387) 422 8786
www.legadomitico.com
Entre 200 y 250 dólares
en temporada alta.
Habitaciones temáticas (El
Gaucho, La Pintora, etc.), muy
espaciosas y bien puestas. Varios
livings y bibliotecas y un patio
rodeado de álamos, a unos metros
del centro histórico.
Hostería Iruya
Av. San Martín s/n
Habitación doble 102 dólares.
Arriba del caserío de Iruya, a
72 kilómetros de Humahuaca,
enclavada en la montaña se ubica
la hostería. Desde la terraza,
además del sorprendente paisaje,
se pueden avistar cóndores.
En Purmamarca
Hotel La Comarca
Ruta Nacional 52 km 3.8
T. +54 (388) 490 8001
www.lacomarcahotel.com.ar
Habitación doble 120 dólares.
Manantial del Silencio
Ruta Nacional 52 km 3.5
T. +54 (388) 490 8080
www.hotelmanantialdel
silencio.com
Habitación doble 150 dólares.
Cuenta con 18 habitaciones,
spa, piscina, restaurante.
En Quebrada
de Humahuaca
Los Colorados
Domicilio conocido, al pie
del Cerro de los Siete Colores
T. +54 (388) 490 8182
www.loscoloradosjujuy.com.ar
Habitación sencilla 75 dólares y
165 dólares por una cabaña de dos
dormitorios. DÓNDE COMER
En Tilcara
El Patio
Lavalle 352, Tilcara
T. +54 (388) 495 5044
El mejor restaurante de la
Quebrada. Regionales simples
y sofisticados. Budín de kiwicha,
bife de llama y muchos platos
vegetarianos.
Hotel Las Terrazas
Calle de la Sorpresa esq.
San Martín
T. +54 (388) 495 5589
www.lasterrazastilcara.com.ar
Entre 90 y 130 dólares.
Son nueve habitaciones.
Los Puestos
Belgrano y Padilla, Tilcara
T. +54 (388) 495 5100
Más informal, desde pastas hasta
platos regionales.
Hotel El Refugio del Pintor
Alverro esq. Jujuy
T. +54 (388) 427 1432
www.elrefugiodelpintor.com
Habitación doble 90 dólares.
DÓNDE DORMIR
En San Salvador
de Jujuy
En Huacalera DÓNDE COMER
Hotel Huacalera Ruta 9 km 1790
T. +54 (388) 1558 13417
www.hotelhuacalera.com
Habitación entre 103 y 186 dólares.
Restaurante Viracocha
Independencia 994, esq. Lamadrid
Se come muy bien por 12 dólares.
DÓNDE DORMIR
Hotel Termas de Reyes Spa
Ruta Provincial 4 km 19,
Termas de Reyes
T. +54 (388) 424 9700
www.termasdereyes.com
Habitaciones entre 70 y 200
dólares. Spa, aguas termales.
De Humahuaca a Salta
Viene de la página 125
Quinoa,
Yungas,
Puna
y
un
t re n a
las nubes
—Buenas, don Martín —me dice con una sonrisa. Parece realmente contento de verme.
—De nuevo en casa —le contesto. Dejo mi equipaje y voy a la pileta. El agua está climatizada a 26º y el sol del norte en invierno es fuerte, el cielo está despejado, en esta parte del planeta llueve muy poco y
sólo durante el verano. Cae la tarde, la punta de los cerros parece brasa. Los atardeceres de la Quebrada de Humahuaca son los más espectaculares que conozco.
Por la noche, en el restaurante del hotel, me vuelvo a encontrar
con Marion, la francesa de Iruya y del Tren a las Nubes. Los viajes son
así, destinos que se cruzan en todas las postas y todas las rutas.
A la mañana siguiente me dispongo a recorrer el pueblo. Purmamarca es la joya de la corona de la Quebrada de Humahuaca, y no
sólo porque Máxima Zorreguieta, princesa de Holanda, la eligió dos
años seguidos para pasar sus vacaciones. De las opciones para instalarse y recorrer la zona es seguramente la más tranquila. La Comarca, el
Manantial del Silencio o las cabañas boutique Los Colorados son tres
de los mejores lugares donde alojarse. Es el pueblo más retirado de la
Quebrada, el mejor preservado de la invasión de los turistas y el más
pintoresco. Está rodeado de cerros con vistas increíbles hacia cualquier
lugar que uno mire. Tiene unas pocas calles angostas, la plaza central
con un minicabildo y su mercado de artesanías y su iglesia blanca, de
1648. Pero seguramente lo más importante es que Purmamarca está
al pie del Cerro de los Siete Colores, una de las formaciones montañosas más espectaculares de la región. Su increíble gama de colores (salmón, blanquecino, pardo, marrón, morado, rojo, verde, pardo terroso
y mostaza amarillenta) incluye sedimentos marinos, lacustres y fluviales elevados por los movimientos tectónicos y deja ver en su estructura las diferentes eras geológicas. Pero cualquier descripción técnica palidece ante la presencia del cerro y las otras montañas que custodian
Purmamarca, con colores que uno jamás imaginó que pudieran existir
fuera de la pintura. Para apreciarlos mejor no hay que dejar de hacer el
Paseo de Los Colorados, son 50 minutos a pie para rodear el pueblo.
De Purmamarca se puede tomar un taxi a las Salinas Grandes,
compartido (15 dólares por pasajero), o individual (60 dólares), ida
y vuelta. El taxista espera el tiempo de la visita y vuelve a Purmamarca; la ida es por la cuesta de Lipán, la vuelta por un camino diferente.
154 • Travesías
Mi avión de regreso a Buenos Aires parte desde Salta. Walter, el guía
que me pasa a buscar por el hotel, es de Buenos Aires y se instaló a
vivir en Jujuy después de la crisis económica que atravesó el país en
2001. “Vine con mi mujer de visita por unas semanas y antes del viaje
de vuelta a Buenos Aires ya habíamos decidido que nos íbamos a mudar a Jujuy; me enamoré del paisaje”, dice.
Salimos de la Quebrada hacia el Valle donde está la ciudad de Jujuy.
Por el camino se puede comprar queso de cabra fresco y también quesillo. La idea de Walter es hacerme recorrer el casco histórico de San Salvador de Jujuy y después volver a Salta por el viejo camino de cornisa,
una ruta que ya nadie hace desde que hay autopista.
Muy pronto, el paisaje cambia, salimos de la aridez de la Quebrada para entrar en una zona de mayor vegetación. Pasamos por un cartel que dice Lagunas de Yala y le pregunto a Walter de qué se trata. Me
dice que es un parque provincial.
—Es un poco de Yunga que se cuela entre la Quebrada y los Valles. Tierra de gauchos —me explica Walter—. La Puna y la Quebrada están pobladas por los coyas, que son los descendientes de los diaguitas, atacameños, omaguacas y chibchas; el Valle y sus cercanías por
los gauchos.
—¿Podemos entrar? —le pregunto.
Y otra vez la sorpresa: subimos por un camino serpenteante muy
verde, con arroyos de agua transparente que bajan de la montaña.
Duraznos y cerezos manchan la ladera con flores rosas y blancas. Hay
un criadero de truchas, unas lagunas, un hotel en la cima de la montaña. Viniendo de la Quebrada es como zambullirse en un oasis. Dos
mundos casi opuestos a 15 minutos de distancia. Un desvío más en el camino: el Hotel Termas de Reyes, casi por
llegar a Jujuy. Uno puede elegir entre las instalaciones del hotel (50
dólares por día) o la pileta con aguas termales que hay a sus pies, en
una opción más popular (cuatro dólares).
Hacemos un breve recorrido por la ciudad de Jujuy, que está en
medio del valle, rodeada de montañas. Se ve que la están poniendo a
punto. Muchos edificios antiguos están reacondicionados, y en esta época del año se llena de lapachos en flor. Almorzamos en el restaurante Viracocha. El menú de cocina regional es muy variado y la
comida es excelente. Pido picante de quinoa y de postre quesillo con
dulce de cayote y nueces. Ahí mismo se pueden comprar productos
artesanales: una mermelada de mango mejor que la que compré en
Londres a cuatro dólares, y artesanía de cerámica mucho más refinada que la que se consigue en los mercados de los pueblos. Y finalmente, la ruta de cornisa a Salta que es angosta, pero tiene un pavimento impecable y mucha vegetación. Estamos de nuevo en la Yunga. Hay varios diques en el camino y más adelante fincas tabacaleras con secaderos de tabaco hechos de ladrillos de adobe.
Casi llegando a Salta, nos cruzamos con un grupo grande de bolivianos que festeja la celebración de la Virgen de Urkupiña. Salta y Jujuy
son provincias limítrofes con Bolivia y reciben una gran cantidad de
inmigrantes.
Para llegar al aeropuerto tenemos que cruzar la ciudad de Salta y el trayecto se convierte en un pequeño flashback de mi viaje. Pasamos por la estación donde se toma el Tren a las Nubes, por el hotel
Legado Mítico, donde dormí la primera noche y bordeamos el centro histórico. No mucho más tarde, el taxista me deja en el aeropuerto. Mientras espero para abordar recorro los negocios. Venden quesillos y
empanadas salteñas congeladas. Me siento en el bar. Todavía falta una hora para que salga mi avión. Conecto la cámara a mi computadora para bajar las últimas fotos que saqué. Mientras espero
la llamada para abordar, me detengo a mirar las fotos una por una
desde el principio, y, por un momento, tengo la sensación de que el
viaje empieza de nuevo.

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