FAMILIA ASÍ, FAMILIA ASÁ

Transcripción

FAMILIA ASÍ, FAMILIA ASÁ
FAMILIA ASÍ,
FAMILIA ASÁ
Abriendo la ventana
P
edro tiene quince hermanos. Que
él sepa. Con siete de ellos comparte la misma madre pero no el
mismo padre; con los otros ocho el mismo padre pero no la misma madre. Del
mismo padre y la misma madre no tiene
ningún hermano. De ellos es hijo único,
pero esa no es su familia porque nunca
han convivido juntos los tres. Los dieciséis hermanos están distribuidos en tres
grupos familiares que el padre común ha
creado pero a ninguno de los cuales propiamente ha pertenecido. Hoy ese padre
vive, sin hijos, con una mujer que, por
Alejandro Moreno
C O N C I E N C I A C T I VA 2 1 , número 2, octubre 2003
supuesto, no es ninguna de las anteriores. ¿Será la última? Ya es bastante viejo para andar inventando, pero
nunca se sabe.
Pedro es el pseudónimo de un venezolano de pueblo cuya historia-de-vida he publicado en diciembre
del año 2002.1
“Joseph Ignacio Infante, casado con Ursula Bárbara de Nieves, vive mal con María de la O, india soltera, la cual tiene hijos de diferentes padres”.
La cita es del libro personal de la visita pastoral
del Obispo Martí 2 a la diócesis de Caracas y reseña uno
de los numerosísimos casos similares que se le presentaron en su recorrido a lo largo y ancho de la mayor
parte de lo que hoy constituye el territorio criollo venezolano.
Entre uno y otro caso han transcurrido dos siglos
y medio de historia. ¿La historia se repite? No; la historia continúa.
¿Cuál de los cuatro núcleos familiares que el papá
de Pedro ha contribuido a formar es su familia? ¿Todos
y ninguno? Seamos serios: ninguno. ¿No tiene familia,
entonces? Sí, tiene una, la de su mamá.
De Joseph Ignacio Infante sólo conocemos dos
núcleos familiares. Difícilmente serían los únicos, dados sus rasgos y los de María de la O, pero el obispo se
fue del pueblo y no pudo contarnos la historia comple84
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ta. De los dos conocidos, ¿cuál pudo ser la familia de
Joseph Ignacio? Seguramente, ninguno también.
¿Se tratará de una costumbre mantenida a lo largo de la historia, de un hábito inveterado, de una forma de malvivir, –¡Cuántos malvivientes tendríamos!–
como indica el obispo?
Cuestión de ojos que miran
Si alguien tuviera algún día la buena idea de elaborar y relatar la historia de la percepción que han tenido los sectores “cultos” y las instituciones, en Venezuela, sobre la familia popular, tendría que acumular,
ordenar, hilvanar, organizar, un abundante y largo cúmulo de lamentos, condenas y negaciones.
“La familia nuestra no existe”, declaró a un popular diario en 1999 3 el entonces ministro de educación.
Negación simple y llana; y no sólo de la familia popular, sino de la “nuestra”. “Si tengo que sintetizar en una
breve fórmula la realidad de la familia venezolana me
veo en la obligación de formular dos terribles palabras:
pobreza y desintegración”, afirmó, nada menos que
ante la ONU en su discurso, el día internacional de la
familia, nuestra primera dama 4 el mismo año de 1999.
Tampoco aquí se trata sólo de la familia popular. Negación y lamento oficiales. ¿Y terribles? Quizás lo terrible
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sean las consecuencias que uno y otra sacan: “mientras
nosotros reconstruimos la familia, pasarán generaciones y el Estado necesariamente será el papá”, añade el
ministro a su negación. El papá-estado necesario. “Estamos en la obligación de redimensionar la familia”, es
la conclusión de la discursante. Redimensión obligada.
Obligación de unos indeterminados sujetos –¿será el
mismo pero en plural?– hacia un objeto, la familia, inestructurado aunque sí existente.
Ni el ministro ni la dama hablan por sí mismos ni
de su propia cosecha. Reproducen simplemente la idea
que una larga tradición ha venido construyendo, manteniendo y afirmando: o nuestra familia no existe o, si
existe, no tiene estructura.
¿Cómo están hechos los ojos que miran?
Si no tenemos familia, ¿qué será lo que tenemos?
Porque de que hay madres, padres, hijos, hermanos, abuelos, bisabuelos, tíos, primos… los hay. Y de que algunos
de ellos viven juntos como en eso que se llama familia
en otros lugares, no hay ninguna duda. Por otra parte,
¿cómo puede existir una cosa sin tener estructura?
Ahora bien, ¿sobre qué bases científicas, filosóficas o éticas se han formado semejantes percepciones,
conceptos y opiniones de las cuales se han deducido
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juicios y sobre las cuales se han elaborado políticas educativas, jurídicas, sociales y operativas?
No han faltado las investigaciones sobre la familia en Venezuela. Han sido, más bien, muy abundantes.
En general, sin embargo, –hay excepciones, claro está–
las unas se han apoyado sobre las otras, las posteriores sobre las anteriores de las cuales han ilustrado algún aspecto o confirmado y ampliado otros. No se han
cuestionado los supuestos de partida, los modelos y los
valores consciente o inconscientemente asumidos como fuera de discusión.
El trasfondo filosófico, no necesariamente explícito ni confesado, ha girado en la órbita de conceptos
tales como: naturaleza humana, normalidad-anormalidad, adelanto-primitivismo, armonía-desequilibrio y
otros de semejante tenor, sobre los cuales se define como natural, normal, desarrollado, armónico, etc., el
modelo de familia que históricamente se ha constituido, después de un largo proceso evolutivo, en la “norma” de la cultura occidental: el triángulo padre-madrehijo. Este modelo, así conceptualmente sustentado, se
convierte, por esas mismas características, en el tipo
de familia por excelencia y, por lo tanto, en valor y paradigma de valores.
Definida ya a priori la perspectiva, hechos de esta
manera los ojos y diseñada así la ventana desde la cual
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contemplar el panorama, la mirada, por muy acuciosa,
detenida y analítica que sea, buscará el triángulo-tipo
–ningún otro “tipo” posible– y no lo encontrará sino
como excepción en el paisaje venezolano. Si ya de partida el triángulo no es un modelo sino el modelo de familia, con razón podrá decir el observador que “la familia nuestra no existe”, no porque no existan sus componentes sino porque no están “triangulizados”, porque no existe el triángulo. Además, si el triángulo es la
estructura, también con razón se podrá decir que la familia venezolana es “inestructurada” sin reparar en
que, si existe, alguna estructura debe tener. Cuando se
repara en ello y se le acepta alguna clase de estructura, ésta será de todos modos, in-natural, anormal, deficiente, débil, primitiva, premoderna, etc.
Nuestra familia, pues, ha sido abordada, de una
vez, desde lo que toda una tradición y una cultura han
supuesto que debería ser y no desde lo que ella misma
es, desde códigos y sistemas de significados ajenos y
externos y no desde códigos y significados propios e
internos.
Precomprendida, para usar un concepto heideggeriano, de esa manera, su interpretación estaba ya determinada y decidida. No podía salirse de los marcos
que ese horizonte hermenéutico le había fijado.
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Rehaciendo ojos y ventana
Para acercarse a una realidad cualquiera, pero sobre todo si es antropológica y social, en su propia determinación, en el marco de sus claves de interpretación, para acceder a “la cosa misma”, como diría Husserl, hay que partir precisamente de la deconstrucción
de su horizonte de precomprensión, hay que implicarse en un proceso de epojé radical, esto es, de conciencia, crítica y salida o despojo de ese horizonte para poder conocer la realidad y no su ficción o lo ficcionado
como tal por esa precomprensión ya dada.
Uno de los marcos que en este proceso era necesario romper y del que había que desprenderse, estaba constituido por el concepto de conocimiento científico y los métodos asumidos como válidos para llegar
a él. La ciencia misma, concepción y praxis, con sus
exigencias de objetividad, distancia y no implicación,
ha determinado el lugar de la familia, en el ámbito del
conocimiento, como objeto y obligado al investigador
a una aproximación desde fuera y desde posturas teóricas ya establecidas por suponerlas científicamente
validadas.
Ha sido necesaria toda la crítica epistemológica
de la segunda mitad del siglo veinte –la epojé no es un
proceso solamente personal que cada investigador ais89
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lado pueda llevar a término– para que nuestra familia
haya podido ser abordada desde sí misma y comprendida en su propio ser fuera –sin pretensiones de pureza total– de juicios previamente fijados.
Quien de primero, guiado por su profunda capacidad de comprensión, su honestidad científica y profesional y su fina intuición, abordó el tema de nuestra
familia popular desde dentro de ella misma, aunque
no con la deseable independencia de los modelos establecidos, fue José Luis Vethencourt.
Esta postura la expresó clara y convincentemente Vethencourt5 en un artículo corto y denso –“lo bueno, si breve, dos veces bueno”, dijo Gracián– que con
toda justicia ha marcado historia porque produjo un
cambio cualitativo en la manera de estudiar la familia
virando de lo descriptivo a lo comprensivo, de lo explicativo a lo interpretativo, de la objetividad positivista
a la hermenéutica.
La vida rehace y reconstruye
Lo verdaderamente decisivo para este cambio fue
que nuestro autor no partió de reflexiones teóricas o de
la crítica epistemológica sino de su contacto directo, de
su cercana implicación con sujetos populares, de su inmersión en la experiencia vivida de las cárceles vene90
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zolanas. Comprueba allí que un condenado popular
puede haber perdido valores, autoestima, afectos, dignidad y vínculos, pero siempre se puede encontrar en
él un vínculo, un valor y un afecto vivo, inextinguido e
incontaminado: la madre. El esfuerzo por comprender
desde el sujeto mismo –es el sujeto el campo de trabajo propio de un psicoanalista– ese vínculo en su totalidad, le conduce a la experiencia de familia en cuyo ámbito se constituye. Llega, así, a comprender que la familia real que todos esos sujetos han experimentado es
una familia constituida fundamentalmente por la madre sin presencia significativa de padre. De ahí, el nombre de “matricentrada” que le asigna.
Dada su formación psicoanalítica –el psicoanálisis se sostiene sobre la familia-triángulo– la califica
luego como “atípica” e “inestructurada”, calificación
que se apoya, claro está, sobre la comparación con el
tipo y la estructura del indiscutido “triángulo” y con la
que rinde tributo a la percepción tradicional.
El nombre –matricentrada– y los dos atributos –atípica e inestructurada– han hecho fortuna y se repiten
sin referencia a su autor, sin análisis crítico y, lo más
lamentable, sin la actitud comprensiva que estuvo en
su origen.
Con esas mismas ideas y actitudes llegué un día
a vivir en un barrio de Petare, que en mis publicacio91
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nes recibe el nombre falso y encubridor de “Las Zanjas”, hace ya más de venticinco años. En él y en el seno
de una familia popular con la que comparto vida y habitación, se han originado y desarrollado mis investigaciones ampliadas y profundizadas luego en el Centro de Investigaciones Populares surgido a su impulso.
Mi investigación tampoco partió de una preocupación académica ni solamente científica, sino de la
vida, de la necesidad de comprender a fondo la vida
que estaba viviendo en mi comunidad y la de esa misma comunidad. Mi formación me condujo, se diría que
inexorablemente, a buscar esa comprensión en la ciencia social y sus métodos. En este camino, me topé con
la familia. El verbo es adecuado. Me di de bruces con
ella, en efecto, porque no la andaba buscando y no sabía que todo me conducía a ella. Tuve que entender
desde entonces que, si quería conocer comprensivamente la vida de mi comunidad popular, tendría que
penetrar profundamente en la constitución de la familia.
La familia se abre, así, como espacio de manifestación de todo un mundo, el mundo de vida del pueblo venezolano, y de todo un ánthropos, el lugar en el
que se revela de manera eminente el hombre venezolano en su eidos, su propia manera de existir en el
mundo.
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La primera aproximación al intento de conocer
desde dentro la familia popular, me reveló la insuficiencia de mis precomprensiones, mis posturas teóricas y de los métodos clásicos. El paso de la descripción
y la explicación a la comprensión-interpretación, a la
hermenéutica, exigía la reformulación de aperturas
epistemológicas y la recreación de métodos y procesos.
Más que mirada, contacto vivo
¿Dónde encontrar con un mínimo de precisión la
familia real, no la ficción convencional, para comprenderla interpretativamente y así elaborar de ella un conocimiento al mismo tiempo experiencial y conceptual?
La familia real se encuentra por una parte en cada una de las familias concretas pero no en su concepto ni en su representación sino ante todo en el discurrir cotidiano de su existencia, en la corriente de su vida que sólo puede ser aferrada viviéndola y procesándola al mismo tiempo en el conocimiento. Vida y proceso cognoscitivo se juntan para constituir lo que he
llamado el “registro sistemático del vivimiento”, entendiendo por “vivimiento” ese discurrir cotidiano de la
vida y por “registro sistemático” el procesamiento continuo, siempre revisado y siempre en producción y en
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crítica compartida en grupo, de la elaboración cognoscitiva.
En segundo lugar, la familia real está en las personas que la viven y en toda su vida, esto es, en toda la
historia de su vida. La historia de vida de los sujetos se
abre así como el otro espacio de presencia dinámica de
la familia en la forma subjetiva en la que cada uno la
vive.
En el registro sistemático del vivimiento y en las
historias-de-vida 6 se encuentra, en su dinámica y en su
concreción, la familia que se ha de conocer. Por eso
más que métodos o instrumentos metodológicos, vienen a ser el qué del conocimiento. Sobre todo, las historias-de-vida, pues en la historia de cada sujeto están
en síntesis todos los grupos que éste vive y ha vivido y
toda la sociedad a la que pertenece. 7 Cada sujeto está
en la sociedad y la sociedad está en cada sujeto. De esta
manera, basta conocer a un sujeto para conocer toda
una sociedad, si en vez de detenernos positivísticamente en los datos, nos centramos en los significados
que constituyen el sentido, esto es, el sustrato que da
razón del ser, y del ser así, de esa sociedad.
Sobre los datos de la propia vida, el sujeto puede
tener control consciente y sobre ellos puede entonces
decidir tanto mostrarlos como ocultarlos o puede también no tenerlo por deficiencias o imprecisiones de la
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memoria, cosa que los falsea, confunde o distorsiona,
pero nunca lo tiene sobre los significados. Éstos, en
efecto, no son suyos sino de su sociedad y no son conscientes en cuanto tales sino inscritos en la estructura
misma de su subjetividad. El sujeto no los posee propiamente sino que más bien es poseído por ellos. Están presentes en su historia y se manifiestan al análisis hermenéutico.
La familia desde el vivo contacto
Tanto en el “registro sistemático del vivimiento”
como en las “historias-de-vida” aterrizo necesariamente en la familia y en ella no encuentro sino dos componentes: madres e hijos. No hay triángulo sino binomio pero no binomio en cuanto suma sino binomio en
cuanto nudo relacional que se sostiene sobre sí mismo
y se compensa en sí mismo. No necesita nada más para
vivir y subsistir en cuanto tal. Esto es una estructura
completa y sin fisuras. Una estructura binomial, no
triangular. La estructura no está ni en el ser de la madre ni en el ser del hijo ni en la suma de ambos sino en
ese vínculo que constituye a la madre en madre y al hijo en hijo y que es uno y el mismo para los dos. Ahora
bien, el vínculo emana de la madre y a ella regresa cerrando, así, el nudo. En este sentido y con toda razón,
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esta familia es matricentrada pues la madre es el centro del vínculo y de los vínculos cuando los binomios
se multiplican y unifican a la vez en ella como vértice
de una pirámide.
En ese vértice confluyen, se unen y forman comunidad familiar Pedro y sus siete hermanos, los hijos de
María de la O, aunque vengan de distintos padres o los
nueve hijos de Felicia* también de distintos orígenes
paternos.
Con la madre y los hijos, la familia está completa. Por lo tanto, en este nudo-familia no hay puesto
para la tercera figura del triángulo, el padre. Si para
representarnos la estructura de la familia matricentrada, recurrimos a la metáfora del círculo y la circunferencia, el padre vendría a ser una tangente. La tangente
toca en un punto a la circunferencia, ese punto en el
que su acción es indispensable para que la mujer sea
madre, haya hijo y por ende familia, pero el círculo en
su estructura es independiente de ella. Puede estar
presente con presencia física y representación en un
triángulo formal pero siempre como tangente. En la familia real propiamente dicha, no tiene significado.
La “insignificancia” del padre está presente en todos los aspectos del vivimiento de la comunidad popular y patente en el habla en la que se expresan los significados culturales. Así, la casa será siempre “la casa de
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mi mamá”, aunque la haya construido o adquirido el
padre o el matrimonio, si lo hay, y en ella vivan el padre
y la madre; el cuarto, “el cuarto de mi mamá” aunque
en él viva también el padre; la cama, “la cama de mi
mamá” aunque en ella duerman padre y madre. “De mi
papá”, será, si acaso, un rincón de herramientas en el
garaje o un escritorio si se pertenece a la clase media,
un espacio de trabajo externo y tangencial a lo propiamente familiar.
Hay otro aspecto del habla en el que normalmente no se repara pero que indica muy a las claras esa falta de significación en la cultura: la ausencia del insulto
al padre. En Venezuela se puede insultar a la madre de
otro de mil maneras consagradas en la lengua, al padre
es imposible hacerlo porque no existe fórmula establecida. El insulto, para que sea verdaderamente insulto,
debe referirse a la persona misma o a algo que a ella le
pueda doler, a algo que, por eso mismo, signifique.
“Mi papá para mí significa algo –dice Pedro8– porque él en algunos momentos (tangente) me ayudó,
aunque después me la hizo mal”.
Cuando se le pregunta por el cariño que le pueda tener, responde:
“Sí lo quiero, claro, no como a mi mamá. Nunca;
la diferencia de los cariños es grande.
–¿Como cuánto?
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–Bastante larga, porque mi mamá para mí... de mi
esposa y mis hijos, mi mamá; ya, bueno, papá... pero
no, no, no,... nunca los podré querer a los dos por igual,
mi papá pasaría a un tercer plano”.
Esto es lo que dice, lo que tiene consciente. El
análisis de su historia, muestra muy a las claras que la
significación de su padre para él es mucho menor de
lo que él mismo cree.
El significado central, el que fundamenta y el que
impregna el todo en la familia, es la madre. Esta centralidad e impregnación –su presencia significante en
todos los ángulos de la estructura– excluye cualquier
otro significado rival o que simplemente acompañe.
Por esto, la presencia física, incluso permanente,
que no es lo más frecuente, y formal –en matrimonio
de cualquier tipo o concubinato estable– del padre no
debe inducir a error sobre la estructura de la familia
popular. Algunos investigadores, sobre estudios de archivos como libros parroquiales y otros, han llegado a
sostener que durante algunos períodos históricos predominó en Venezuela la familia triangular y desvalorizan, en consecuencia, los testimonios literarios como
el libro de visitas del obispo Martí. 9 Lo formal, especialmente cuando su no cumplimiento puede traer consecuencias graves para quien lo transgrede, encubre lo
real y funcionante.
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Los testimonios históricos hacen pensar más
bien que esta ha sido nuestra familia desde la conquista española. Vethencourt atribuye su aparición a la eliminación de las culturas indígenas y al fracaso de los
españoles en el intento de implantar sus propias formas culturales de familia. Habría así surgido esta familia anormal –fuera de toda norma– tanto para indígenas como para españoles, externa a cualquiera de los
tipos –y por eso “atípica”– y ajena a su estructura, por
tanto inestructurada.
Es cierto que la familia matricentrada no se parece ni a las familias prehispánicas, ni a la familia predominante ya en la España del siglo XVI, ni a la que habían vivido en su África de origen los esclavos negros
que muy pronto fueron traídos a nuestras tierras.
La familia indígena prehispánica no era uniforme
en todo el territorio de la actual Venezuela dada la diversidad de culturas, pero nada hace suponer que predominara entre ellas una familia parecida a la nuestra
matricentrada aunque hubiera modelos matriarcales
–los actuales wuayú– pues no hay que confundir matricentrada con matriarcal. Son muy distintas una de
otra, pero sobre esto no me puedo detener.
Es bueno señalar que la familia “triangular” en la
España de la que provienen los colonizadores es la predominante, pero existen también por entonces nume99
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rosos núcleos de familias constituidas por madres e hijos, sin presencia de padre, fruto de uniones extramaritales notablemente frecuentes en el sector de la nobleza alta y baja y de parte del clero.
La familia negra africana, por otra parte, era más
bien patriarcal aunque se presentara en una gran diversidad de modelos según la cultura de origen de las
distintas remesas de esclavos.
Hay que concluir, por tanto, que, a partir de la conquista y colonización españolas, se constituyó este modelo propio y original, de su propio tipo y con su propia estructura.
La familia matricentrada es, por ende, un tipo original de familia fuertemente estructurado e integrado
en una totalidad orgánica, en una gestalt, con su sentido y su manera de producir vida, mundo y hombre.
Es claro que se aleja del tipo y la estructura de
otros modelos de familia especialmente del “triangular” con el que siempre se la ha comparado y en relación al cual se la ha definido como “atípica” e “inestructurada”. Este es el resultado de la ficción que produce el conocimiento cuando se aproxima a una realidad desde otra y no desde ella misma. Resultado no sólo cognoscitivo sino también valorativo. En efecto, los
términos “atípica” e “inestructurada” además de definir a la familia popular de una determinada manera,
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también emiten un juicio negativo de valor sobre ella.
A partir de este conocimiento ficcional y de esta valoración negativa, se deducen conclusiones que pueden
tener graves consecuencias sociales, humanas y éticas,
como ya he señalado.
La familia matricentrada en su historia
Si no es indígena, ni español, ni africano, ¿cuál
puede ser el origen de nuestra familia popular?
Nada hay sistemáticamente elaborado al respecto aunque pueden encontrarse opiniones dispersas,
hipótesis más o menos probables –como la de José Luis
Vethencourt– e investigaciones parciales.
Una hipótesis con suficiente poder explicativo
nos llevaría al momento histórico de la conquista española. En Venezuela la conquista se extendió por más
de un siglo de modo que hasta ya entrado el siglo XVII
no estuvo españolizado lo que hoy constituye el espacio criollo venezolano. Tan larga duración se explica
por la dispersión de los numerosos y más bien pequeños grupos indígenas esparcidos por todo el territorio.
Los españoles no pudieron dar un golpe certero a un
centro de poder como en México o Perú porque no lo
había. Esto hizo que los hombres estuvieran por más
de cien años ejerciendo de soldados en la frontera,10
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una frontera que avanzaba y retrocedía a partir de los
centros ya estabilizados en el norte, sobre todo en la
costa: Cumaná, Coro, El Tocuyo, Caracas. La inestabilidad local de los hombres y su trasiego dejaba dispersos numerosos núcleos familiares constituidos por una
madre y unos hijos que procedían, con mucha frecuencia, de los distintos hombres que habían ocupado por
un tiempo un determinado puesto en la frontera. Al
alejarse la frontera, estos núcleos quedaban aislados e
incomunicados ya dispersos, ya agrupados en pequeñas aldeas surgidas al paso de la tropa.
Tenemos por ende, después de un siglo, pequeños grupos humanos dejados a sí mismos ocupando
toda la zona españolizada del territorio. Un grupo tal,
o se estructura fuertemente cohesionado en un sistema de relaciones personales directas, de tú a tú, o no
sobrevive. Todo el sistema se centrará necesariamente en torno al miembro más dotado que lo una y le provea de lo necesario para subsistir. Si el grupo está constituido por una madre y sus hijos, tenemos ya instalada
la familia matricentrada como forma general y predominante de ser familia en el pueblo venezolano. Existirán también familias, entre las clases altas, constituidas según el modelo de los conquistadores y colonizadores los cuales, además, formarán en el campo y en los
márgenes de las ciudades, núcleos matricentrados aban102
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donados a sí mismos. La familia matricentrada se convierte, de este modo, en el modelo predominante y en
un componente cultural de primer orden. La familia
matricentrada será nuestro modelo cultural de familia.
En la familia matricentrada nacen vida,
hombre y mundo
La familia, y esta familia en particular, es, ante todo, una praxis, una forma de practicar la vida, entendiendo la vida como ejercicio humano, y por lo tanto
integral, no sólo biológico, del vivir. Es en la praxis concreta de una determinada familia en la que se forma un
modo de ser hombre, un homo. El adulto llega a ella ya
formado, es el hijo el que se forma en ella. En la familia triangular, lo constitutivo es la pareja de adultos.
Aun cuando no haya hijos, si hay pareja estructurada,
hay familia. Cuando vienen los hijos, la estructura se
abre y los integra. Los vínculos, en ella, están repartidos pero no separados y el hijo establece una triple
vinculación: con la madre, el padre y la pareja. Ninguno de los tres sujetos de la familia, necesita el vínculo
durante toda la vida para subsistir. El vínculo entre los
adultos es decidido libremente. El del hijo con los padres, es necesario sólo durante la infancia. La triplicidad del vínculo lo debilita como exigencia, pues no es
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monopolizado por nadie, y permite la emergencia del
individuo vinculado en primer lugar consigo mismo y
a partir de sí con los demás. En la familia triangular se
practica la individualidad, no el individualismo de por
sí, y se ponen los vínculos a su servicio.
En la familia matricentrada, el hijo practica un
solo vínculo, con la madre, pues no hay otro que con
él compita, y la madre, así mismo, también el solo vínculo con el hijo pues no hay pareja ni en la realidad ni
en el horizonte. Este vínculo madre-hijo es la única garantía de sobrevivencia para el grupo. Se diría condición
de vida o muerte. Es, por eso mismo, constitutivo de la estructura del grupo. No puede fallar. Está hecho para ser
permanente. En la familia matricentrada la praxis constitutiva es el vínculo o la relación madre-hijo, relaciónen-madre, relación centrada-en-madre. Se practica
relación y no individualidad. “Relacionar” es la manera de vivir que no es propiamente vivir, sino con-vivir.
Relacionar o practicar relación –matricentrada–
es también la manera de constituirse en homo, de hacerse vida humana, en el seno de la familia popular. En
esto consiste, por tanto, la práctica primera y fundamental de la vida, una práctica en la que coinciden
todos los que se han producido en familias matricentradas; ella es la forma de ejercerse como seres vivos en
el seno del pueblo venezolano. La práctica primera,
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así, constituye todo un mundo organizado por ella, por
ella estructurado, que de ella recibe su sentido de fondo. Puesto que es una práctica de vida, el mundo que
ella constituye es, en este sentido, un mundo-de-vida,
el mundo-de-vida popular venezolano.
Puesto que este mundo está constituido, entonces,
por una práctica de relación convivial, hay que decir que
el homo venezolano no es un homo oeconomicus, ni un
homo faber, ni propiamente, en primer lugar, un homo
sapiens sino, sobre todo y ante todo, un homo convivialis.
Sobre este mundo-de-vida se apoya, sostiene y soporta toda una cultura que de él, de su estructura convivial, recibe sentido.
En este marco referencial he podido decir más arriba que la familia matricentrada tiene su propio sentido
y su propia manera de producir vida, mundo y hombre.
Se abre aquí un tema muy interesante que no
puedo desarrollar: en la Venezuela real coexisten dos
mundos-de-vida y dos distintas culturas, el mundo-devida moderno, propio de algunos sectores más o menos modernizados del país, muy minoritarios, cuya
praxis fundamental es la práctica de la individualidad,
y el mundo-de-vida popular, mayoritario, cuya práctica primera es la relación convivial. El hombre moderno es un yo individual, el popular un yo relacional. El
yo individual moderno establece relaciones, el yo po105
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pular surge en la relación, que lo precede y que lo construye. Uno y otro mundo hasta ahora no se han encontrado aunque de por sí no sean contradictorios. La historia de Venezuela puede verse como la historia de un
fundamental desencuentro. Tengo que dejarlo aquí.
Cierre con ventanas
Para cerrar, breve y apresuradamente, el panorama de la familia matricentrada, es necesario decir que
en este espacio social y humano no hay lugar sino para
las madres y los hijos. Con esto quiero significar que en
Venezuela no hay mujeres sino madres y no hay hombres sino hijos. La “madredad” –el término maternidad
me parece demasiado distante y abstracto para algo
tan raigal y de entraña– constituye a la mujer en viviente humano. Ella se practica en cuanto vida-de-madre.
La madredad la constituye en su género y en su sexo.
Su cuerpo no es cuerpo femenino sino cuerpo materno. La “hijidad” –al término filiación le sucede lo mismo que al de maternidad– constituye, así mismo, al
hombre en su raíz de sentido.
En esto se distinguen la hija y el hijo. En relación
a la madre, la hija no está destinada a ser hija perpetua sino a pasar por la hijidad para acceder a la madredad. Cuando se realiza como madre, esa es su iden106
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tidad. El hijo, en cambio, está destinado a ser hijo para
siempre. También por esto, no puede ser sino tangente de la familia que de él provenga. El hijo no está destinado a ser padre y, por tanto, a tener familia. Sólo la
mujer tendrá familia propia, el hombre ya tiene familia para siempre, la de su mamá.
Por los mismos motivos, tanto al hombre como a
la mujer les está cerrado el horizonte de la pareja propiamente dicha. La pareja introduciría un agente extraño en el interior de la familia matricentrada lo cual,
entonces sí, la desestructuraría y dispersaría su sistema de vínculos. Una reestructuración en pareja es posible pero difícil. La pareja es, de todos modos, una posibilidad abierta, como logro personal, no por ahora
como logro cultural, para quienes por educación posterior, por formación religiosa o por otros procesos,
siempre particulares, se independizan de los condicionamientos culturales del mundo-de-vida.
Ningún mundo-de-vida es inmutable como tampoco lo es ninguna cultura. Las circunstancias externas, económicas, industriales, sociales, están presionando sobre los sectores populares e induciendo cambios que todavía no inciden en su práctica fundamental ni en la estructura del matricentrismo pero que indican reacomodos posibles. Por ahí comienza a aparecer algún signo de padre independientemente de la pa107
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reja, esto es, de la familia triangular. La familia matricentrada, de todos modos, no parece estar en crisis como tanto se dice.
¿Ha empezado a cambiar también la percepción
de los sectores dirigentes sobre la familia matricentrada así como sus juicios de valor al respecto? Si los cambios en la Iglesia pueden ser un signo y un ejemplo, es
probable que algo así esté sucediendo. El documento,
en efecto, del Concilio Plenario de la Iglesia Católica
venezolana sobre la familia, da un giro radical al respecto. Pasa de la tradicional condena a la aceptación,
sin juicio, como realidad de partida, a la comprensión,
al reconocimiento de méritos y valores.
Mucho queda por decir y mucho por profundizar.
La familia matricentrada es nuestra familia popular. Ella
ha formado a nuestro pueblo y nuestras raigales características nacionales. Tiene sus fallas y defectos, como cualquier tipo de familia tiene los suyos, pero también sus méritos y valores positivos, entre los cuales hay
que contar nuestra capacidad de convivencia, de relación alegre y familiar, nuestro rechazo a la violencia y
nuestra apertura al acuerdo y al entendimiento, rasgos
que nos han constituido, a lo largo de nuestra historia,
en un pueblo fundamentalmente pacífico excepto cuando algunos caudillos seducidos por modelos externos
han arrastrado a grupos minoritarios en pos de ellos.
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NOTAS
1. Moreno Olmedo, A. et al. (2002), Buscando Padre, Universidad de
Carabobo-CIP, Valencia.
2. Martí M, (1988), Documentos Relativos a su Visita Pastoral; Libro
Personal, Academia de la Historia, Caracas, p. 27.
3. Navarro, H. (1999), “Entrevista”, en Últimas Noticias, 23 de mayo, p. 11.
4. Chávez (de), Marisabel (1999), “Entrevista”, en Últimas Noticias,14
de mayo, p. 4.
5. Vethencourt, J. L., (1974), “La Estructura Familiar Atípica y el Fracaso Cultural de Venezuela“, SIC, n. 362, febrero.
6. Véase la discusión terminológica sobre este tema en: Moreno, A.,
(2002), “Historias-de-vida e Investigación”, CIP, Caracas.
7. Este aspecto lo ha desarrollado ampliamente Franco Ferrarotti en
sus escritos posteriores a 1983, a partir de su experiencia con los habitantes de los ranchos –baracche— en la periferia de Roma. Su obra
básica al respecto es: Ferrarotti, F., (1983), Storia e Storie di Vita, Laterza,
Roma. No hay versión castellana.
8. Op. cit., p. 332.
9. Véanse, por ejemplo: Almécija, Juan (1992) La Familia en la Provincia de Venezuela, 1745 – 1798, Editorial Mapfre, Madrid.
También del mismo autor: “La Literatura como Fuente Histórica”, en:
“Suplemento Cultural” de Últimas Noticias, 18 febrero 1996.
Así mismo: “La Literatura, fuente par el estudio histórico de la familia”, en: “Suplemento Cultural” de Últimas Noticias, 6 enero 1997.
109
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10
Dice Esteva Fabregat (1987, El Mestizaje en Iberoamérica, Alambra,
Madrid, p. 114) que para los españoles de los primeros tiempos de la
conquista y colonización –se refiere a toda América y no sólo a Venezuela– las indias permitían a los españoles una movilidad y unos
márgenes de maniobra que no les daba el matrimonio con españolas
por sus exigencias propias y concluye: “Ésta era la situación, no ya
dominante sino prácticamente única, en las zonas de frontera”.
*Felicia es el pseudónimo de una mujer de pueblo cuya historia de
vida, acompañada de un completo estudio hermenéutico, ha sido publicada en 1998 por el entonces llamado CONICIT.
MORENO, A. et al. (1998) Historia-de-Vida de Felicia Valera, CONICIT,
Caracas.
110
E
n el 2002 se editó,
la que puede considerarse la segunda
parte de la obra Historia-de-vida de Fe-
licia Valera que responde, en este caso,
al título de Buscando padre: Historia-de-
vida de Pedro Luis Luna. Ambas obras
fueron editadas por el equipo de investigadores del Centro de Investigaciones
Populares (Cip).
Tanto en una obra como en la otra,
una persona cuenta con el estilo desgarrado con que la gente de las barriadas
caraqueñas se refiere a su propia historia, e incluso a la prehistoria merced a
la cual se puede apreciar cuáles fueron
las razones que les condujeron hasta la
ciudad de Caracas.
Lo que llama la atención es el aparato hermenéutico puesto en marcha para
llegar a los resultados, y al éxito, por tanto, de ambas obras. Porque el historiador
es, al mismo tiempo, co-historiador. Y en
el caso del Director de la investigación,
Alejandro Moreno, sucede que ha convivido, antes de publicar el estudio, veinte
años con Pedro Luis Luna, el protagonista de la historia. Hay pues dos lenguajes en uso: uno, el del protagonista de la
historia, y otro, el lenguaje hermenéutico
del investigador.
En razón de la singularidad investigativa, de Buscando Padre: Historia-de-vida
de Pedro Luis Luna , hemos solicitado a
uno de los colaboradores de la obra,
William Rodríguez, una exposición sobre este singular aparato metodológico.
Si el artículo La familia así, la familia
asá, de Alejandro Moreno, que ofrecemos en este número, resume con brillantez el resultado de las investigaciones
del Centro, como podrá apreciar el lector, es importante saber cómo llegaron, tanto Moreno como sus colaboradores, a las
conclusiones expuestas en el trabajo.

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