El Docente Franciscano, un Agente Pastoral

Transcripción

El Docente Franciscano, un Agente Pastoral
EL DOCENTE FRANCISCANO
COMO UN AGENTE PASTORAL EN LA IGLESIA
INTRODUCCIÓN
La misión primaria de la Iglesia es anunciar el Evangelio de manera tal que garantice la relación
entre fe y vida tanto en la persona individual como en el contexto socio-cultural en que las
personas viven, actúan y se relacionan entre sí. Así procura “transformar mediante la fuerza del
Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de
pensamiento, las fuentes inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad que están en
contraste con la Palabra de Dios y el designio de salvación”[1].
Cuando hablamos de una educación cristiana, por tanto, entendemos que el maestro educa hacia
un proyecto de ser humano en el que habite Jesucristo con el poder transformador de su vida
nueva. Hay muchos aspectos en los que se educa y de los que consta el proyecto educativo, pero
siempre desde el modelo y la enseñanza de Jesús de Nazaret.
En estos años, y así lo afirma el documento que nos está sirviendo de orientación Id y enseñad,
hemos repetido muchas veces que nuestros Centros educativos están al servicio de la
evangelización. La misión de la Iglesia, como nos ha recordado repetidas veces en los últimos
años el Magisterio, es el anuncio y la trasmisión del Evangelio, “potencia de Dios para la
salvación de los que creen” (Rm 1, 16) y que, en última instancia, se identifica con Jesucristo (cf.
1Cor 1, 24. Y nada de cuanto ella realiza puede pensarse ni realizarse al margen de dicha misión.
La educación en nuestras escuelas, colegios está dentro de esa misión y, por lo mismo, está
encaminada a la evangelización. Educación y evangelización van de la mano. Lo entendieron
muy bien desde el inicio los hermanos que vinieron a este Continente quienes ofrecieron una
presencia significativa en el mundo de la educación, fundando, desde su llegada, escuelas en las
que se educaba y evangelizaba al mismo tiempo. Esta tarea educativa y evangelizadora es
continuada hoy por las numerosas escuelas, colegios y universidades que la Orden tiene en este
Continente. Y es que no se puede evangelizar sin educar al mismo tiempo al hombre a ser él
mismo. Pero por otra parte, como ya afirmaba el Concilio (cf. GS 22), es encontrando a Cristo
como encuentra su verdadera luz el misterio del hombre. La evangelización no se sobrepone a la
educación. En nuestro caso han de ir de la mano y es que el contacto con Cristo abre la mirada y
el corazón a lo que realmente es humano1.
La Escuela católica está llamada a una profunda renovación. Debemos rescatar la identidad
católica de nuestros centros educativos por medio de un impulso misionero valiente y audaz, de
modo que llegue a ser una opción profética plasmada en una pastoral de la educación
participativa. Dichos proyectos deben promover la formación integral de la persona teniendo su
fundamento en Cristo, con identidad eclesial y cultural, y con excelencia académica. Además
han de generar solidaridad y caridad con los más pobres. El acompañamiento de los procesos
educativos, la participación en ellos de los padres de familia, y la formación de docentes, son
tareas prioritarias de la pastoral educativa.
1
Eucaristía de conclusión del V Congreso Internacional de Educadores Franciscanos – Quito – 2012.
II. RETOS QUE SE DEBEN AFRONTAR
La escuela católica, al igual que toda institución educativa se ve hoy afectada por las situaciones
y problemas de la misma sociedad a la que sirve. No es la escuela un ámbito aislado. En ella
confluyen los problemas culturales y sociales, la rápida trasformación de la misma sociedad, los
problemas de la familia, especialmente reflejados en los alumnos, además de los frecuentes
cambios del sistema educativo.
La estructura de esta sociedad en continua transformación obliga a la escuela católica a centrar
su atención sobre su naturaleza y sus características propias desde las cuales afrontar una
adecuada renovación y revisión de sus propuestas educativas en orden a mejorar la calidad de la
enseñanza. A su vez, en la educación confluyen tantos agentes, instituciones, ámbitos de
influencia, corrientes de pensamiento… que propician y demandan una acción conjunta de la
Entidad titular, padres, profesores, personal no docente y alumnos uniendo sus fuerzas, cada cual
según sus responsabilidades, a favor de una auténtica educación, expresión de los valores del
Evangelio.
Partimos de una constatación fundamental: “La escuela católica encuentra su verdadera
justificación en la misión misma de la Iglesia; se basa en un proyecto educativo en el que se
funden armónicamente fe, cultura y vida. Por su medio la Iglesia local evangeliza, educa y
colabora en la formación de un ambiente moralmente sano y firme en el pueblo”2. “En el
proyecto educativo de la escuela católica Cristo es el fundamento: Él revela y promueve el
sentido nuevo de la existencia y la transforma, capacitando al hombre a vivir de manera divina,
es decir, a pensar, querer y actuar según el Evangelio, haciendo de las bienaventuranzas la norma
de su vida”3.
El Evangelio con su fuerza y vitalidad responde a los problemas fundamentales del hombre y
contribuye a la articulación de la personalidad en su proceso de maduración.
Con su acción evangelizadora la escuela católica está contribuyendo a la formación del alumno
desde sus raíces hasta sus más altas aspiraciones: “Realmente el misterio del hombre sólo se
esclarece en el misterio del Verbo encarnado… Cristo, el nuevo Adán, en la misma revelación
del misterio del Padre y de su amor manifiesta plenamente el hombre al propio hombre y le
descubre la grandeza de su vocación”.[4] Es en la verdad de Jesucristo donde se proporciona al
alumno la posibilidad del crecimiento hacia la verdad plena. Para el logro de este objetivo hay
que responder a una serie de retos que están determinando, de alguna manera, nuestro
compromiso de servir a la educación de los hijos que hoy se nos encomienda.
a) Una sociedad en cambio
La escuela está inserta en una sociedad en continua evolución en la que desaparecen algunos
elementos básicos de nuestra cultura y emergen otros nuevos que la van conformando. La labor
educativa se desarrolla hoy en un contexto cultural que no la facilita para nada.
La globalización, el secularismo, la indiferencia, que caracterizan nuestra cultura, son aspectos
que dificultan esa labor. Esta conciencia es la que llevó a Benedicto XVI a hablar de “urgencia
educativa”, queriendo aludir a la necesidad de trasmitir a las nuevas generaciones los valores
básicos de la existencia y de un recto comportamiento. Crece por tanto la necesidad de una
educación auténtica y de educadores que sean realmente tales y convencidos de que también en
estos contextos el Evangelio es portador de luz y capaz de sanar la debilidad del hombre.
Favoreciendo una educación a la fe que se basa en el encuentro personal con Cristo (a eso mira
el Año de la fe que estamos celebrando), al seguimiento de la persona de Jesús y al testimonio
del Evangelio, los educadores cristianos y franciscanos ofreceréis una gran aportación para hacer
salir a la sociedad de la crisis educativa que la aflige.
2
CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Dimensión religiosa de la educación en la escuela
católica (7.4.1988) 34.
3
CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, La escuela católica (19.3.1977) 34
Otra de las manifestaciones de la cultura nuestra, que también está presente en la educación, es la
crisis moral con raíces claramente culturales; se caracteriza, entre otras cosas, por la exaltación
de la libertad y de la conciencia individual como fuente de valores, independientemente de la
verdad del hombre y de Dios. “La fuerza salvífica de la verdad es contestada y se confía sólo a la
libertad, desarraigada de toda objetividad, la tarea de decidir autónomamente lo que es bueno y
lo que es malo. Este relativismo se traduce, en el campo teológico, en desconfianza en la
sabiduría de Dios, que guía al hombre con la ley moral.”4 Con ello se pierden los puntos básicos
de referencia ética e incluso el sentido de responsabilidad.
En la raíz de todo ello “está el intento de hacer prevalecer una antropología sin Dios y sin Cristo.
Esta forma de pensar ha llegado a considerar al hombre como el centro absoluto de la realidad
haciéndolo ocupar así falsamente el lugar de Dios y olvidando que no es el hombre el que hace a
Dios, sino que es Dios quien hace al hombre”.5
Todo ello está interpelando a la Iglesia y, sobre todo, está condicionando la forma en que la
escuela católica puede llevar a cabo sus propios fines y objetivos. Las Entidades titulares de
escuelas católicas han realizado a lo largo de los años un encomiable esfuerzo de reflexión a fin
de responder a los cambios de la sociedad; fruto del mismo es la actualización de sus propuestas
educativas en orden a mejorar y hacer más eficaz su acción evangelizadora.
b) Unas familias cuyos comportamientos, no siempre, están en sintonía con la educación
que se imparte
La situación de la familia hoy presenta aspectos positivos y aspectos negativos con influencia en
la educación. Por una parte existe, entre otras, “una mayor atención a la calidad de las relaciones
interpersonales en el matrimonio... a la educación de los hijos... a la necesidad de desarrollar
relaciones entre las familias... al conocimiento de la misión eclesial propia de la familia”.[10] Es
necesario constatar que la familia cristiana está siendo cada vez más consciente de su identidad y
de su responsabilidad educativa para con sus hijos. Los movimientos asociativos en defensa de la
familia son cada vez más demandados y secundados.
Por otra parte, las nuevas tecnologías y su influencia mediática en la educación de niños y
jóvenes ha creado en una gran parte de las familias la convicción de incapacidad o impotencia
para educar adecuadamente a sus hijos y dotarles de aquellos principios, valores y actitudes que
posibiliten su normal desarrollo. Los padres se sienten desasistidos ante el poder de las
influencias extraescolares que inculcan principios y actitudes contrarias a sus propias
convicciones. A ello hay que unir el grave fenómeno de las crisis familiares y el deterioro del
concepto mismo de la familia6. Las rupturas matrimoniales y la consiguiente desestructuración
familiar inutilizan las posibilidades reales de educar a los hijos, cuando no la misma capacidad
educativa de los padres. La absorción exhaustiva de la vida del padre y de la madre por el
ejercicio de la profesión con la secuela inevitable de su alejamiento no sólo físico, sino también
psíquico, afectivo y espiritual de los hijos, les impide ejercer todo compromiso educativo serio.
En todo caso, creemos muy necesaria una acción coordinada de la comunidad educativa con la
familia y la parroquia. De lo contrario, la educación cristiana quedaría fragmentada e incluso con
serias dificultades para llevar a cabo su propio proyecto educativo.
c) Cierto desencanto de la comunidad educativa
Pese a la entrega y continua donación de los educadores por trasmitir una educación de calidad a
sus alumnos, cierto desencanto está aflorando al no ver realizados los proyectos formativos que
con tanto esfuerzo pusieron en práctica. Los profesores encuentran importantes dificultades para
ayudar a los alumnos conflictivos o con deficiencias académicas o disciplinarias. El maestro
tiene que limitar precisamente su rol a facilitar el acceso a la información, en muchos casos, y,
en consecuencia, queda debilitada la dimensión formativa de su acción.
4
5
JUAN PABLO II, Carta encíclica Veritatis splendor (6.8.1993) 84.
JUAN PABLO II, Exhortación apostólica Ecclesia in Europa (28.6.2003) 9.
Factores culturales, sociales y de estructura académica están influyendo negativamente en
aquellos alumnos desmotivados para el trabajo y el esfuerzo, a sabiendas de que al final de curso
pasarán fácilmente al siguiente, sin mucho sacrificio. Ello contribuye al deterioro disciplinar de
la escuela, al fracaso escolar y a la infravaloración de la autoridad académica y moral del
profesor. Los reclamos que la cultura predominante propone a los alumnos sobre el sentido de la
vida conformado por la diversión y el ocio suponen un continuo reto a la escuela en su propuesta
educativa.
En medio de esta situación muchas comunidades educativas han logrado generar un ambiente de
trabajo positivo, donde toda la comunidad se implica en su propio proyecto educativo, no exento
de dificultades. Son comunidades educativas que han asumido su propio proyecto educativo a la
luz de su ideario y lo han llevado a la práctica en la vida diaria de su colegio. Ala vez, nuevas
experiencias educativas se están plasmando en la creación de colegios, de inspiración cristiana y
proyecto educativo católico, que están generando expectativas positivas para la educación
católica. Son realidades y signos de responsabilidad y de esperanza.
d) El descenso progresivo del número de religiosos y sacerdotes en los colegios
A todo ello hay que añadir algunos retos propios de la educación. La escuela católica es
mayoritariamente una escuela de Institutos o familias religiosas. La disminución del número de
religiosos es un hecho que obliga a renovar las iniciativas de las Entidades titulares para asegurar
la continuidad de las escuelas católicas como una plataforma fundamental de evangelización.
Esta y otras dificultades demandan de todos quienes tienen responsabilidades educativas, poner
en común aquellos medios que puedan dar estabilidad a los colegios en crisis.
La progresiva extensión de la corresponsabilidad en la misión, ha tenido como efecto que
actualmente la responsabilidad de dirección de las escuelas católicas y de la educación directa de
los alumnos la tengan los profesores laicos en la mayoría de los colegios. Es esperanzador y ya
una realidad verificada la eficacia con que están asumiendo los profesores laicos el proyecto
pastoral educativo. Se han hecho muchos esfuerzos por formar, proporcionando medios para que
el profesorado laico asuma el carisma o el ideario de la institución religiosa, como agentes
responsables de su proyecto educativo.
e) El reto básico de la Pastoral Educativa
14. El reto más importante es de educar y formar a nuestros alumnos conforme al proyecto
educativo franciscano. Es muy difícil sustraerse a las influencias que van determinando el tipo de
educación en la escuela. Por ello, también la escuela católica, inmersa en este mundo, ha de
contrarrestar aquellos condicionantes que dificultan el auténtico desarrollo de la formación
integral conforme la concibe el humanismo cristiano.
Entre otros, tiene especial influencia el cúmulo de información que proporcionan las nuevas
tecnologías. La facilidad de acceso a los datos por estos medios contrasta con la dificultad para
aprender lo que se recibe, pues el verdadero aprendizaje, la aprehensión, asimilación y posesión
del saber exige esfuerzo, ordenación y sentido. En general, la información como elemento básico
del saber está propiciando, en cierto modo, el aprender a conocer y hacer, soslayando el aprender
a ser que demandan las instituciones educativas de rango internacional.[15]
Por otra parte, es determinante para la educación el hecho de que los alumnos progresivamente
no reconozcan la autoridad del profesor para corregir o motivar el ejercicio de los valores más
básicos en la construcción de la convivencia y en el progreso armónico de la personalidad.
En este contexto, la formación integral que propicia la escuela católica sufre graves dificultades
para su desarrollo. En efecto, Dios mismo puede dejar de ser la instancia última que ilumine y dé
sentido a toda superación y humanización y, con ello, puede mutilarse un elemento fundamental
para la dicha formación integral como horizonte último de la educación.[16] Construir la propia
identidad, descubrir lo que la persona es y lleva dentro, orientar su más profundo deseo de bien,
de verdad y de belleza, fundamentar su raíz y su sentido último, recrear su ansia de infinito,
fundamentar su ser filial en el Padre Dios, es la tarea de educar, de formar y de aprender a ser.
La fe escruta lo más profundo del ser humano proyectándolo a su más alta vocación a la que ha
sido llamado.
Ante estos y otros desafíos, pretendemos favorecer e impulsar una sana renovación de la acción
educativa de la escuela católica que dé respuestas y horizontes ilusionantes de calidad educativa
cristiana. El reto educativo nos invita a utilizar todos los medios a nuestro alcance para que este
gran objetivo de educar se lleve a cabo con entrega, desinterés y esperanza. Está en juego la
misma libertad de enseñanza, pues ésta no existiría sin la concurrencia de distintos proyectos
educativos que posibiliten el derecho de los padres a la formación religiosa y moral de los hijos
según sus convicciones.
Teniendo como referencia la persona de Jesucristo, quiero, ante todo, presentaros los rasgos
mayores de la identidad del educador cristiano desde el Evangelio. Es decir, las notas que
definen e identifican a un educador como cristiano, que no son otros que ser una persona que
cree, ama y espera. Tres valores fundamentados en el Evangelio.
Las peculiaridades son las siguientes:
1.- El educador cristiano es una persona creyente: “Hija, tu fe te ha salvado” (Mateo 5, 34).
Un educador es creyente no por saber intelectualmente mucho acerca del objeto de su fe, sino
primordialmente por vivir una experiencia relacional y comunicativa con la persona de quien se
fía: con la persona de Jesús, con el Dios personal de Jesús, con la persona del Espíritu de
Dios y de Jesús; lo vive y lo transmite en su quehacer educativo. La fe del creyente, pues,
tiene que ver más con la vida que con la ciencia. Así, el educador es cristiano no sólo por
conocer las verdades del cristianismo, sino fundamentalmente por su vida de relación con Jesús,
que se transparenta en su tarea educativa.
En definitiva, todo educador es creyente, al estilo de la mujer de los flujos de sangre, cuando se
reconoce como es y experimenta que acercarse y relacionarse abiertamente con Jesús y
anunciarlo es una liberación gozosa y no una pesada carga de prácticas que hay que soportar y
cumplir.
2.- El educador cristiano es una persona amante: “En eso conocerán todos que sois mis
discípulos, en que os amáis unos a otros” (Juan 13, 35).
Sé que para ninguno de vosotros, para ningún educador cristiano y franciscano, es una novedad
decir que el amor es, con seguridad, el rasgo más distintivo de la identidad de un cristiano y
seguidor de Jesucristo. Pero, como decía al principio, las pequeñas palabras y gestos, su
predilección por los más pequeños, los más débiles, los que en nuestra labor necesitan más
de nuestra atención, son los que deben perfilar el rostro de este amor. Lo abordaremos.
En consecuencia, el educador está diciendo con su vida que es cristiano siempre que se hace
servidor de los pequeños en la “cena”, donde Jesús proclamó el mandamiento del amor, de la
cultura y de la educación. Este educador, cuando se despoja de su rango, se pone a la altura de
los más desfavorecidos para acompañar en su proceso humanizador a sus educandos. Entonces,
esta tarea educativa será un signo de amor que nos identificará con Jesús y nos convertirá en un
educador cristiano.
3.- El educador cristiano es una persona esperanzada: “Si alguien os pide explicaciones de
vuestra esperanza, estad dispuestos a defenderla” (1Pedro 3,15).
La trilogía de aptitudes que definen la identidad cristiana de un educador se completa con la
esperanza: “Se puede pensar con toda razón que el porvenir de la humanidad está en manos
de quienes sepan dar a las generaciones venideras razones para vivir y razones para la
esperanza” (Gaudiem et Spes, 31).
Esperar para un creyente es vivir con transparencia el bien, la práctica de la justicia, el respeto, la
dulzura, la no-violencia... y abrir a sus alumnos a la trascendencia, nuestra primera y última
esperanza.
c) "La Escuela Católica" (Congregación para la Educación Católica, Roma 1977). En la
misma línea, el Documento de la Congregación desarrolla algunos aspectos sobre este
ministerio.
En primer lugar, nos habla de la importancia de los maestros católicos:
“Los maestros, con la acción y el testimonio, están entre los protagonistas más importantes,
que han de mantener el carácter específico de la escuela católica. Es indispensable, pues,
garantizar y promover su puesta al día con una adecuada acción pastoral” (n. 78).
Entre las funciones que atribuye al maestro, señala:
1."Enriquecer e iluminar el saber humano con los datos de la fe" (n. 40).
2. Hacer de la escuela, con su enseñanza, una escuela de fe, que transmite el mensaje cristiano.
3. Buscar la armonía entre fe y cultura: "La síntesis entre cultura y fe se realiza gracias a la
armonía orgánica de fe y vida en la persona de los educadores "(n. 43).
4. Esforzarse por ser "imitadores del Maestro no sólo con la palabra, sino también con sus
mismas actitudes y comportamiento" (n. 43).
5. Ayudar al alumno a realizar una síntesis entre fe y vida (n.44).
6. Capacitar a los alumnos para hacer "opciones libres y conscientes frente a los mensajes
que les presentan los medios de comunicación social' (n. 48).
En una palabra, el "educador cristiano" tiene por función hacer que se cumplan los objetivos de
la enseñanza religiosa, que son:
"Transmitir de modo sistemático y crítico la cultura a la luz de la fe, y educar el dinamismo de
las virtudes cristianas, promoviendo así la doble síntesis entre cultura y fe, y fe y vida... Ese es
pues el elemento fundamental de la acción educadora, dirigido a orientar al alumno hacia una
opción consciente, vivida con empeño y coherencia" (n. 49). 6
d) “El laico católico, testigo de la fe en la escuela" (Congregación para la Educación católica,
Roma 1982). Es otro documento importante que se refiere de forma especial al "ministerio del
educador cristiano". Recogemos, en síntesis, los aspectos que más directamente afectan al tema.
Resalta, en primer lugar, la importancia del ministerio del educador en la Iglesia:
“Es necesario... tratar de perfilar la identidad del laico católico en la escuela, pues su manera
de ser testigo de la fe en ella depende de su peculiar identidad en la Iglesia y en su campo de
trabajo... (Es necesario) tener una verdadera imagen de este laico, que forma parte del pueblo
de Dios, y realiza con su trabajo una tarea trascendente para toda la Iglesia " (n. 5).
En segundo lugar, recuerda que el educador, como todo cristiano laico, participa de una común
dignidad por el bautismo y la confirmación, y, por tanto, es también responsable de la misión de
la Iglesia.
"Como todo cristiano, también el laico es partícipe del oficio sacerdotal, profético y real de
Cristo, y su apostolado es la participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado
al cual todos están llamados por el mismo Señor" (n. 6).
En tercer lugar, indica cómo los rasgos propios de toda vocación laical se realizan también en
aquellos que desarrollan su vocación en la escuela:
"Los rasgos propios de la vocación de los laicos en la Iglesia, corresponden evidentemente
también a aquellos que viven esa vocación en la escuela... (Pero) esta vocación común
adquiere características peculiares según las diversas situaciones " (n. 1l).
Sobre los sujetos que pueden ser educadores cristianos, dice que son idóneos tanto los laicos
como aquellos que asumen otras formas de vida en la Iglesia (laicos o clérigos). Pero el
verdadero educador es aquel que "contribuye a la educación integral del hombre":
"Siendo educador aquel que contribuye a la formación integral del hombre, merecen
especialmente tal consideración en la escuela, por su número y por la finalidad misma de la
institución escolar, los profesores que han hecho de semejante tarea su propia profesión. A ellos
hay que asociar... los que participan con cargos directivos, como consejeros, tutores o
coordinadores... o en puestos administrativos " (n. 15).
Según esto, ¿cuál es la identidad del educador cristiano? El documento nos da algunos rasgos
importantes que debemos tener en cuenta, que extraemos. Las notas esenciales serían:
* El ser formador integral, formador de hombres.
* El ser comunicador de la verdad (n. 16). 7
* El buscar el desarrollo de todas las facultades humanas del educando: formación
profesional, ético-social, apertura a lo trascendente y religiosa.
* El apostar por la defensa de los "derechos humanos'' y, por tanto, de la dignidad de los
hijos de Dios (n. 19).
• El preparar al hombre para que se inserte en la sociedad: civilización del amor.
• El relacionar la vida cristiana y eclesial con la cultura, de modo valorativo crítico.
• El enseñar a vivir la dimensión comunitaria de la fe, viviendo la comunidad educativa.
En síntesis la identidad del educador se descubre desde sus mismas funciones, tal como se
resume: en el n. 24:
"Como resumen puede decirse que el educador laico católico es aquel que ejercita su
ministerio en la Iglesia, viviendo desde la fe su vocación secular en la estructura comunitaria
de la escuela, con la mayor calidad profesional posible, y con una proyección apostólica de esa
fe en la formación integral del hombre, en la comunicación de la cultura, en la práctica de
una pedagogía de contacto directo personal con el alumno, y en la animación espiritual de la
comunidad educativa a la que pertenece, y de aquellos estamentos y personas con los que la
comunidad educativa se relaciona... El educador laico debe estar profundamente convencido
de que entra a participar en la misión santificadora y educadora de la Iglesia y, por lo mismo,
no puede considerarse al margen del conjunto eclesial" (n. 24).
El ejercicio de la función de "educador laico católico” supone una verdadera vocación, que
especifica la vocación bautismal, orientándola hacia una realización particular:
“El educador laico realiza una tarea que encierra una insoslayable profesionalidad, pero no
puede reducirse a ésta. Está enmarcada y asumida en su sobrenatural vocación cristiana.
Debe, pues, vivirla eficazmente como una vocación en la que, por su misma naturaleza laical,
tendrá que conjugar el desinterés y la generosidad con la legítima defensa de sus propios
derechos, pero vocación al fin, con toda plenitud de vida y de compromiso personal que dicha
palabra encierra, y que abre amplísimas perspectivas para ser vivida con alegre entusiasmo.
Es pues altamente deseable que todo educador laico católico cobre la máxima conciencia de la
importancia, riqueza y responsabilidad de semejante vocación y se esfuerce por responder a lo
que ella exige, con la seguridad de que esa respuesta es capital para la construcción y
constante renovación de la ciudad terrena y para la evangelización del mundo" (n. 37).
Según esto, la vocación del educador cristiano implica las características de verdadero
ministerio, a saber:
* Es algo sobrenatural.
* Supone una participación en la misión de la Iglesia.
* Supone una encomienda de la Iglesia. ( cf. n. 73) y de la Orden Franciscana.
* Exige una formación y preparación esmerada, lo mismo profana que religiosa (nº 60).
* Implica generosidad y desinterés.
* Pero, al mismo tiempo, responsabilidad y compromiso personal permanente.
* En orden al objetivo de la construcción de la ciudad terrena y la evangelización.
En cuanto al tema de la relación y referencia del educador laico católico con la comunidad,
nuestro documento lo explicita en los siguientes términos:
"La naturaleza de la vocación del educador laico católico debería ser dada a conocer con más
frecuencia y profundidad a todo el pueblo de Dios, por quienes están más capacitados para ello
en la Iglesia... El tema de la educación (...) es uno de los grandes campos de acción de la
misión salvífica de la Iglesia" (n. 73) En los educadores laicos católicos confía, en general, la
Iglesia, para la progresiva configuración de las realidades temporales con el evangelio..." (n.
8 1) Y también confía en ellos este Ministro y la Orden.
Ahora bien, entre todos los educadores católicos, el "profesor de Religión" tiene una función
especial, que destaca sobre las demás.
"La función del profesor de Religión resulta... incomparable por el hecho de que se transmite,
no la propia doctrina o la de otro maestro, sino la enseñanza de Jesucristo... Los profesores de
Religión, lo mismo que los catequistas, deben seguir las enseñanzas de la Iglesia... "(n. 59).
En síntesis, podemos afirmar que los documentos analizados resumen la doctrina actual de la
Iglesia sobre la participación de los laicos en la misión educadora de la Iglesia, proponiendo
al educador con los rasgos que definen a un verdadero ministerio.
3. El educador laico católico:
El docente en pastoral, un ministerio eclesial
Por todo lo expuesto, puede deducirse que el docente, sobre todo en la pastoral educativa,
constituye un verdadero "ministerio laical", dentro de la ministerialidad de la Iglesia.
La conciencia ministerial impone al educador una serie de exigencias, que son al mismo tiempo
condiciones para alcanzar los objetivos de su misión.
Tales exigencias son:
* Conocer la realidad de los niños y de los jóvenes.
* Actuar coordinada y solidariamente con otros educadores.
* Asumir responsablemente el diálogo fe-cultura.
* Asumir el papel de "mediador" entre el mensaje -la Palabra de Dios- y el educando...
De lo dicho, recogiendo las afirmaciones de los documentos sobre la materia, puede deducirse
que se trata de un verdadero ministerio, que cumpliría los requisitos ya previstos por Pablo VI
en la ''Ministerio Quaedam". Incluso por el Código de Derecho Canónico. A saber:
1.- Carisma y vocación.
2.- Preparación o capacitación.
3. Tarea relacionada con un aspecto importante de la misión de la Iglesia: La Palabra...
4. Relación referente y de acogida por parte de la Comunidad Educativa y la Comunidad
Cristiana.
5. Conciencia del propio ministerio, con un compromiso permanente y duradero.
6. Encomienda pública por parte de los responsables de la Iglesia.
VALORES FRANCISCANOS QUE TIENE QUE TRANSMITIR EL EDUCADOR, EN
LA ESCUELA CATÓLICA FRANCISCANA.
1.- Misión compartida.
“Al fin, en este momento de la historia, este importante proyecto de evangelización que se lleva
a cabo en la Escuela Católica, es ya una “misión compartida”. Es decir, es un proyecto fruto de
la “mucha colaboración y la común responsabilidad de religiosos, sacerdotes y seglares” (“La
Pastoral de la Escuela Católica”, 5; FERE, febrero 1994).
No hace muchos años, la presencia de los seglares en las instituciones educativas dirigidas por
los religiosos/as se veía como un “mal menor”. Yo prefiero decir, con una visión más positiva:
el que los religiosos/as hayan estado tanto tiempo solos en la misión educativa ha sido “un bien
menor”. Y si de esto nos hemos dado cuenta por la disminución de religiosos, bendito sea Dios.
Pero los factores que han hecho posible y ha favorecido la llegada de los seglares a nuestras
escuelas y a los cargos directivos son:
Por una parte, la fuerte disminución de los religiosos.
1. Por otra, la realidad eclesial en la que nos ha introducido el Concilio Vaticano II, con la
progresiva revalorización del puesto seglar en la evangelización.
2. Finalmente, por las reformas educativas que requieren que el Proyecto Educativo que
promovemos en nuestras escuelas sea impulsado por todos los que trabajamos en ella.
3. Lo que es cierto, es que la “Misión compartida” no es “una forma de compensar la
disminución numérica de los religiosos”. Quien lo entienda así está totalmente equivocado y
no refleja la realidad ni el sentir de la Iglesia ni de la Orden, porque:
1. No estáis “de prestado” en la evangelización ni en nuestras Escuelas, sino que sois
“protagonistas” y, por tanto, responsables de que la misión cumpla sus objetivos.
2. Que en esa misión no estáis “supliendo” o reemplazando a nadie, sino que cada uno
participa desde su propia identidad.
3. Que en esta misión no debemos estar cada uno por su lado, sino en mutua
complementariedad, solidarios unos con otros, desde su propia vocación como
cristiano. No como algo híbrido de los religiosos, haciéndose más seglares y los seglares
haciéndose más religiosos.
En síntesis, “compartir la misión” no lleva consigo una confusión de identidades, sino una
complementariedad.
2.- El papel de la Comunidad religiosa en la Comunidad Educativa.
A la Comunidad Religiosa le incumbe una triple responsabilidad:
La de contribuir a crear el entramado de la Comunidad Cristiana, entre aquellos -profesores,
padres, alumnos- que quieren participar en su misión desde la espiritualidad y el Carisma de
Francisco y la rica tradición de nuestra Orden.
La de situarse en ese entramado como “corazón y memoria” de nuestro Fundador, con su propia
identidad de comunidad consagrada a evangelizar desde los diferentes carismas.
La de garantizar en la labor educativa del Centro, de todos los que participáis en misión
compartida, la vivencia del Carisma y el estilo de Francisco de Asís.
Hombres de nuestro tiempo y consagrados a Dios, los franciscanos nos sentimos interpelados, en
nuestro caso, por toda la comunidad Educativa, sobre el sentido de nuestra vida, de nuestras
opciones, y sobre todo del carácter específico de nuestro carisma.
Por ello, nosotros los Franciscanos proclamamos en primer lugar nuestra confianza en el carisma
concedido en otro tiempo a Francisco de Asís y reconocido por la Iglesia, carisma que sigue
siendo actual y vivo.
Reconocemos la distancia que existe entre la figura de Francisco y nosotros, pero, ante todo,
reafirmamos nuestra voluntad de ser fieles al Evangelio, que nos obliga a un nuevo comienzo y
nos exige una renovación en la fe, el coraje, aceptación de riesgos, y, a pesar de nuestra
fragilidad, queremos comprometernos en este camino e indicar aquellos valores que inspiran
nuestra vida y nuestra labor educativa. Y a ello colaboráis, compartiendo el Carisma y Misión,
los cristianos laicos que educáis en nuestros Centros educativos.
3.- Valores franciscanos a transmitir por la Escuela Franciscana.
Los franciscanos y aquellos laicos que en misión compartida hacen de su acción educativa un
servicio de evangelización, siguiendo las huellas de San Francisco de Asís, hacen de su vida una
entrega generosa al Evangelio, viven los valores del carisma de su fundador y lo transmiten en su
labor de educadores en las Escuelas Franciscanas. Estos valores son:
a.- “Dios Padre, y su visión trinitaria”.
El franciscano, siguiendo la experiencia espiritual de San Francisco, descubre que la visión de
Dios es trinitaria, que es Padre, con su Hijo único y el Espíritu Santo, y siente que Dios es
cercanía amorosa, el Altísimo y Sumo Bien, y le descubre a los educandos y a toda la
Comunidad Educativa, que es un compañero de viaje y presencia providente que se preocupa de
modo constante del hombre, su criatura.
b.- “Seguimiento de Cristo pobre”.
El franciscano, conducido por el Espíritu, se hace discípulo del Señor, a quien acoge como único
maestro de su vida, y así lo transmite en su labor educativa, haciendo una opción preferente por
el hermano pobre y necesitado.
c.- “El Evangelio como norma de vida”.
“La regla y vida de los Franciscanos es observar el santo Evangelio” (Rb 1,1), “siguiendo a
Cristo pobre y humilde” (Rnb 9,1). Desde esta opción, vive y educa en la Escuela Franciscana,
haciendo que toda la Comunidad Educativa, en especial sus alumnos, hagan opción por el
Evangelio y la adoptan como norma de su vida.
d.- “Entrega total a Dios”.
Para seguir más de cerca las huellas de Jesucristo y observar fielmente el santo Evangelio, los
franciscanos en su labor educativa, viven la alianza con Dios, consagrándose totalmente a Él en
la Iglesia, y así lo transmiten en su tarea a los educandos, para que estos se entreguen a Dios
dentro de la comunidad de fe que es la Iglesia.
e.- “Espíritu de oración y devoción”.
El franciscano, consciente de que su vida de seguimiento está apoyada por una experiencia de fe,
alimentado por la Palabra de Dios y el encuentro personal con Jesucristo, e iluminado por el
Espíritu, hace de su trabajo educativo una entrega generosa a Dios y trabaja para que sus
educandos alaben al Señor por todo lo creado y hagan del rezo un modo de acercarse a Dios y de
conocimiento de los designios sobre su persona.
f.- “Fraternidad”.
El franciscano, siguiendo las huellas de Cristo y de Francisco, vive en fraternidad, cultivando el
espíritu de familiaridad, de modo que ésta se convierta en el lugar privilegiado del encuentro con
Dios. En su acción educativa transmiten la fraternidad como un valor para el hombre de hoy,
construye la Comunidad Educativa como una familia y hace que sus alumnos vivan el valor de la
familiaridad en relación con el resto de la Comunidad Educativa y, en especial, con sus
compañeros.
g.- “Minoridad”.
Los franciscanos consideran la minoridad como un modo de existencia sin poder ni privilegios,
acogedor de todos y súbdito de toda criatura. Por eso imprimen una actitud de servicio a la
Comunidad Educativa y así se lo transmiten a sus educandos, para que estén en el mundo con esa
misma disposición.
h.- “Evangelizar en la Paz y el Bien”.
El Franciscano, consciente de que tiene la misión de llevar “a todos cuantos encuentra a su paso
la Paz y el Bien del Señor” (CCGG 85), cultiva la actitud de benevolencia y de diálogo en su
relación con sus hermanos los hombres y así se lo transmite a sus alumnos, y al resto de la
Comunidad Educativa, para que diluciden sus conflictos en el diálogo y el respeto, dentro y fuera
del ámbito escolar.
i.- “Hombres del mundo y de la Iglesia”.
El franciscano cultiva la fe en Dios, en la Iglesia (CCGG 4.1) Universal y en la Iglesia particular,
como lugar donde vive y contribuye al crecimiento eclesial, animado por la fidelidad a la Iglesia
de nuestro fundador. Por eso, la Comunidad Educativa realiza la labor educativa como servicio
de Iglesia y en la Iglesia, celebrando la presencia de Cristo y haciendo oír su voz entre los
hombres con el testimonio de su vida, sometida a todos y confesando que es cristiano (Rnb
16.6);CCGG 89.1) y así educan en la Escuela.
j.- “Solidaridad”.
El franciscano vive la solidaridad como una forma de “restitución”, y en el trabajo educativo
hace una opción real por los pobres de nuestro tiempo, acogiendo, de un modo especial, a los
alumnos y a las familias en situación de indigencia. Identificándose con ellos, hace una apuesta
por los pobres, convirtiéndose en voz de los sin voz en el ámbito escolar, y haciendo que la
Escuela Franciscana haga idéntica opción.
k.- “Ecología y salvaguarda de la Creación”.
San Francisco vivió su relación con toda criatura y la naturaleza como lugar de encuentro con
Dios y signo de su presencia. Por eso, el franciscano cultiva personalmente el amor a toda
criatura, la cuida y conserva, y hace que toda la Comunidad Educativa contemple, viva y cuide
toda la creación.
l.- “Cristo, modelo de persona”.
El franciscano, sabedor de que San Francisco leía toda la realidad personal, comunitaria y social
desde la persona de Jesucristo, con el que se identificó del todo, lo hace el centro de su vida y su
tarea en la escuela, y construye su vida personal y la del resto de la Comunidad Educativa
situando a la persona como piedra angular.
j.- “La persona, criatura de Dios”.
San Francisco amó apasionadamente a todas las criaturas salidas de la mano de Dios; pero, en
especial, a aquel que fue creado a su “imagen y semejanza”. Por eso, el franciscano ama al ser
humano de un modo especial, imagen de Dios, al que en su acción educativa educa con los
valores evangélicos, que dignifican plenamente a la persona.
14.- “La sencillez y la humildad”.
El franciscano, sabedor de que San Francisco, desde la luz del Evangelio, acompañaba su
pobreza con la humildad y sencillez, vive desde ella su trabajo educativo y hace que toda la
Comunidad Educativa, y en especial los alumnos, vivan desde estos valores evangélicos.
k.- “Amor a la Virgen María”.
El franciscano, conocedor de que San Francisco es el santo de la Virgen María, y a los pies de
Ella, en Santa María de los Ángeles de la Porciúncula, fundó su Orden, su proyecto de vida, y
bajo cuya protección la puso, transmite su labor de educador, el amor a la Virgen, en especial a
la Inmaculada, patrona de la Orden.
Si el Señor nos ha llamado a los franciscanos a vivir según el Evangelio, no en solitario, sino en
una comunidad de hermanos, también nos envía a realizar nuestra vocación de educadores
compartiendo la labor educativa, orientados hacia la misma meta y ayudándonos a alcanzarla,
amándonos mutuamente según el mandamiento que el Señor nos dejó. En la labor educativa,
todos los miembros de la Comunidad debe considerarse hermanos, reverenciarse, manifestando
con sinceridad sus necesidades, prestándose los humildes servicios con simplicidad. De este
modo, contribuiremos a que resplandezca el rostro del Señor “quien no vino a ser servido sino a
servir” (Mateo 20,28).
CONCLUSION
La escuela católica posee todos los elementos que le permiten ser reconocida no sólo como
medio privilegiado para hacer presente a la Iglesia en la sociedad, sino también como verdadero
y particular sujeto eclesial, puesto que “evangelizar no es para nadie un acto individual y aislado,
sino profundamente eclesial”, pues quien evangeliza hace presente a Cristo y a la Iglesia, su
cuerpo visible y “esto supone que lo haga no por una misión que ella se atribuye o por
inspiración personal, sino en unión con la misión de la Iglesia y en su nombre”.7
Responsabilidades eclesiales de la comunidad educativa
Esta comunión con la Iglesia tiene una concreción en la misma comunidad educativa. Los
educadores unidos entre sí se constituyen en comunidad eclesial que anuncia la presencia de su
Señor entre ellos. Esta comunidad posee un proyecto común y concreto de servicio, el proyecto
educativo católico.
7
PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii nuntiandi (8.12.1975) 60
“Los laicos que trabajan en nuestros colegios son enviados a colaborar más estrechamente con
la pastoral educativa, ya sea por medio de la enseñanza de la religión o franciscanismo que
tratan de promover ayudando a los alumnos a lograr una síntesis personal entre fe y cultura, entre
fe y vida. La escuela franciscana, en cuanto institución apostólica, recibe aquí un mandato de la
jerarquía”.8
Tanto los religiosos como los profesores laicos dentro de la comunidad educativa ejercen un
ministerio eclesial al servicio de la comunidad en comunión con la Orden franciscana. La común
misión educativa confiada por la Iglesia exige también una total colaboración y sintonía entre las
distintas acciones, planes pastorales y comunidades educativas.9
En los momentos difíciles, de renovación y de trabajo, la unidad es garantía de esperanza. Es
elemento esencial la pastoral educativa. La espiritualidad de la comunión da un alma a la
estructura institucional, con una llamada a la confianza y apertura que responde plenamente a la
dignidad y responsabilidad de cada miembro del Pueblo de Dios”10.
Concluyo haciendo nuestra la invitación del Papa Benedicto XVI a todos los educadores
cristianos: ser testigos de la esperanza, alimentar el testimonio con la oración y vivir la
verdad que se propone a los estudiantes. Compete, entonces, a cada uno de vosotros,
educadores y educadoras, ayudar a los educandos “a conocer y a amar a Aquel que habéis
encontrado y a amar la verdad y la bondad que habéis experimentado con alegría".
Fr. Luis Enrique Segovia Marin, OFM
Ministro provincial
8
CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, La escuela católica (19.3.1977) 71.
CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Las personas consagradas y su misión en la escuela
(28.10.2002) 42.
10
JUAN PABLO II, Carta apostólica Novo millennio ineunte (6.1.2001) 45.
9

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