Los superiores mayores ante los desafíos originados por las

Transcripción

Los superiores mayores ante los desafíos originados por las
La reestructuración, una buena noticia. La animación de los superiores
Juan M. Lasso de la Vega, CSSR
Los superiores tienen la misión de crear signos nuevos de esperanza en nuestras comunidades. La vida
consagrada está recibiendo muchos dardos contra la esperanza; nuestra reducción numérica, las consecuencias de una sociedad laica, consumista e individualista, nuestras dificultades para encontrar un modelo de vida consagrada provocativo para nuestra Iglesia, los nuevos areópagos del mundo, que necesitan ser evangelizados. Hoy no basta hablar sobre la esperanza, hay que crear signos claros de esperanza,
que consigan traernos a los religiosos un entusiasmo nuevo.
La esperanza implica asumir riesgos. Sin esperanza, difícilmente nos arriesgamos. La esperanza nos da un
espíritu creativo y combativo, capacitándonos para romper con nuestro conformismo y dándonos valor para
cambiar.
Hay que programar y presentar la reestructuración como una “buena noticia” para la congregación.
Habitualmente cuando se comienza a hablar de este proceso, se suscitan reacciones negativas; hay una
predisposición a pensar que es un signo de decadencia y de derrota; surgen muchas inseguridades, sobre
las cuales los superiores deben actuar. Sólo cuando se ven frutos, se piensa que valió la pena.
La reestructuración no va a ser una solución mágica para todas nuestras dificultades y desafíos actuales.
Nuestras dificultades no dependen principalmente de las estructuras actuales de la vida religiosa. La
reestructuración, sin embargo, sí puede ser una oportunidad para hacer despegar el ser y la misión de
nuestra vida con un nuevo ardor y como contribución eficaz a la nueva evangelización.
Existen muchos modelos de reestructuración; cada congregación está realizando el que ha encontrado
como más propio para su situación concreta. Mis reflexiones nacen, naturalmente, del modelo que está
programando mi congregación redentorista.
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La reestructuración, un proceso global
La reestructuración y la misión
La reconversión institucional
La reestructuración y la transformación espiritual
La formación permanente
El proceso de reestructuración en la congregación redentorista
1. LA REESTRUCTURACIÓN, UN PROCESO GLOBAL
La reestructuración debería ser un proceso global, que abarque todas las dimensiones vida consagrada y
al mismo tiempo; un proceso pausado, pero no eterno, estimulado constantemente por los superiores,
implicando a todos los miembros de las comunidades por medio del diálogo corresponsable y de la
espiritualidad compartida.
No basta hacer un proceso de reestructuración con una finalidad meramente administrativa, por ejemplo, facilitar la gestión de las obras que actualmente tenemos o atender mejor a nuestros ancianos. La
reestructuración debería ser una expresión concreta de nuestra conversión comunitaria a nuestros ideales fundacionales. Tiene como meta que nuestra identidad carismática se pueda realizar con nuevos
compromisos históricos. La renovación se irá haciendo a pequeños pasos y comprometerá sobre todo a
las fuerzas más vivas de nuestras provincias. Si nos quedamos en simples fusiones de provincias, prolongamos la situación actual.
Se afirma frecuentemente que nuestra crisis de reducción tiene que ser el comienzo de algo nuevo en la
historia de nuestras Congregaciones. La era “del pequeño resto” tiene que provocar una experiencia de
relanzamiento. El pequeño número es el comienzo de algo nuevo en la historia de la salvación. Podemos hacer de la reducción un momento de desesperación o un momento de esperanza. La minoría
numérica tiene que ser minoría profética y significativa. La esperanza exige aceptar nuestra debilidad y
nuestra fragilidad, pero sin renunciar a nuestro profetismo.
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La reestructuración se inserta dentro de un proceso de revisión global de la vida consagrada, que frecuentemente lo hemos llamado “la inculturación”. Carisma y cultura son los dos ejes fundantes de la
identidad de una familia religiosa y deben guiar nuestros procesos de reestructuración. Estos dos ejes se
integran en vistas a crear unas instituciones y no otras, un estilo de seguimiento de Cristo y no otro, una
misión y no otra distinta, un modelo de vida consagrada y no otro. Si no aceleramos el proceso de inculturación, nuestra vida quedaría desfasada y se convertiría en una pieza de museo.
2. LA REESTRUCTURACIÓN Y LA MISIÓN
La misión es el eje sobre el cual gira nuestra vida consagrada y la realidad que da unidad a todas sus
dimensiones. La misión es el principio unificador y la principal fuente de armonía personal y comunitaria. La vida consagrada tiene una misión específica y ella, en sí misma, es misión. La misión es el centro sobre el que hay que hacer girar todo el proceso de reorganización. La fidelidad a nuestra misión
tiene que ser la razón y la meta de una reestructuración auténtica.
La meta de la reestructuración es modernizar la misión específica de nuestra familia religiosa. La reestructuración debería estar siempre y en todo a servicio de la misión de la propia congregación. Si la
reestructuración no tiene como meta la misión, servirá para poco. La reestructuración se orienta a revisar
la misión de la propia Congregación y la responsabilidad de cada religioso en esta misión.
Reestructurar es abrir nuevos horizontes a nuestra misión, unir nuestros esfuerzos superando las fronteras provinciales y dar una mejor respuesta a las urgencias pastorales de nuestra época. No se puede
aceptar como expresión válida de nuestro carisma misionero cualquier esfuerzo apostólico, aunque en sí
mismo sea loable. En una sociedad culturalmente diferente, nuestra oferta pastoral debe ser también
diferente para que pueda entrar en el mercado. La primera finalidad de la reestructuración es consolidar
nuestro carisma misionero en las nuevas situaciones eclesiales y sociales.
La reestructuración no genera revitalización por sí misma. Debe existir la determinación firme de crear
una vida nueva y nuevos compromisos apostólicos. Reestructurar para revitalizar.
Pienso que el punto de partida para la animación de los superiores es siempre la misión. Las debilidades
actuales de la vida religiosa no se van a resolver cerrándonos en nosotros mismos para poner nuestra
casa en orden. Esto no mejoraría nuestra calidad de vida y nos traería mayores insatisfacciones. Los
superiores están llamados a confrontarnos constantemente con nuestro carisma inicial. Las propuestas de
reestructuración en vistas a una misión eficaz van a exigir decisiones difíciles.
Sería equivocado esperar situaciones más favorables para analizar a fondo nuestra misión. Estas circunstancias puede ser que no lleguen a tiempo; no debemos dejar que el tiempo tome las decisiones,
que debemos tomar nosotros.
El análisis sobre nuestra misión deberíamos hacerlo evitando que surjan sentimientos de culpabilidad. En
el pasado ha habido mucha generosidad por parte de los religiosos en su tarea misionera: la reestructuración tiene que reconocerlo y tiene que animarnos a que esa misma generosidad nos ayude a afrontar un
nuevo viraje en nuestra misión.
3. LA RECONVERSIÓN INSTITUCIONAL
La palabra “reconversión” se usa mucho en el lenguaje industrial y significa trasformación y modernización de una empresa para conseguir una eficacia mayor.
No basta definir bien la misión. La misión existe en la medida en que se realiza con instituciones y estructuras adecuadas. Las instituciones son una expresión temporal de una vida organizada para la propia
misión y nacida de la experiencia fundante de Dios y de su Espíritu, que estuvo al origen de nuestra
congregación.
Nuestra experiencia entre los redentoristas es que las estructuras actuales de provincias, si se viven en
sentido estrictamente jurídico y cerrado, son un impedimento decisivo para el crecimiento y la madura-
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ción de la Congregación y frenan el intercambio de culturas y el intercambio de vida y de bienes
económicos de una parte de la Congregación hacia la otra. Nosotros echamos de menos una mayor agilidad y flexibilidad, que nos facilite, por ejemplo, crear comunidades internacionales, cuando lo exige la
misión. Pensamos que reestructurar la congregación tiene como objetivo permitir un mayor flujo de
vida de una parte de la congregación hacia la otra para revitalizar la misión común del Instituto. En
ocasiones hay que sacrificar algunas actividades a nivel de provincias en vistas a realizar nuevas actividades a nivel congregacional, que corresponden a nuevas situaciones dramáticas en el mundo. Los consejos generales tienen que animar y programar estas presencias nuevas de la congregación.
La revisión de las estructuras no es algo accesorio o algo que se hace de una vez para siempre, sino que
es parte integrante del desarrollo del carisma fundacional. Actualizar las estructuras es un acto de gobierno constante; esto es lo que nos proponen las constituciones a los redentoristas. El proceso actual,
sin embargo, tiene carácter de extraordinario; pero estamos seguros de que nos va a llevar tiempo, de
que el ritmo del proceso será diversos en las diversas partes de la congregación y de que no será el único proceso extraordinario que hagamos.
Para ser fieles a nuestra vocación necesitamos examinar las estructuras externas de la Congregación y
sus estructuras internas: cómo vivimos nuestras vidas. Una evaluación crítica de nuestras instituciones
nos ayuda a comprobar, por ejemplo, si nuestro estilo de vida comunitaria es significativo para el mundo, si nuestras actividades están en la misma línea que las actividades de nuestros fundadores y si somos capaces de responder a las muchas preguntas que nos vienen de parte de los jóvenes que quieren
conocer seriamente nuestra congregación.
“Fidelidad y creatividad” son actitudes imprescindibles para nuestra reconversión institucional. Una de
las peores cosas que podría pasar a la vida religiosa sería la pérdida de la pasión, del coraje y de la audacia, de la osadía y del dinamismo. Consagrarse a Dios no es huir ni escapar del mundo, sino situarse
en el lugar más estratégico del mundo para poder impactarle con nuestras decisiones nuevas.
4. REESTRUCTURACIÓN Y TRANSFORMACIÓN ESPIRITUAL
Un Obispo de Canadá tuvo una intervención interesante durante el sínodo sobre la “vida consagrada y
su misión en el mundo”. El título era: la experiencia espiritual de la Pascua en la vida consagrada de los
países occidentales:
“En las comunidades religiosas, decía, hay algo que está para morir y algo que está para
nacer. Está para morir una imagen de vida comunitaria que ya no es una contribución para
la humanización y civilización de nuestro mundo. Está para nacer una relación diferente de
la vida consagrada en relación al mundo, a la creación, una presencia comunitaria cualificada en el mundo, experiencias de inserción, de solidaridad con los más pequeños, marginados y excluidos y está naciendo también una relación diferente con Dios”.
Pascua es un misterio de muerte y de resurrección. Cristo resucita en la muerte y permanece eternizado
en este instante de muerte y resurrección. El momento de su muerte coincide con el momento de su
nacimiento pascual. Nuestro nacimiento pascual se realizará también en el instante en que sepamos
morir a nuestras seguridades actuales para colocarnos en una actitud de fidelidad creativa y en una espiritualidad permanente pascual y profética.
El discernimiento sobre nuestras estructuras se hace a la luz del Espíritu, alma y dinamismo de la Iglesia y de nuestras comunidades. El momento presente de la vida consagrada no es el mejor de su historia; tampoco el peor. Es el nuestro; el que nos toca vivir y afrontar con una fe que actúa por la caridad y
hace posible la esperanza. Reconocemos nuestras reales deficiencias, infidelidades y bloqueos; pero
éstos no son lo suficientemente fuertes para apagar la esperanza. Tenemos recursos para dejarnos reconstruir y restaurar. Pero no queremos reconstruir algo que se nos vuelva a caer al poco tiempo. La
vida consagrada está llamada a tomar decisiones grandes; no bastan los pequeños retoques.
En este proceso es importante reafirmar la centralidad de Cristo Redentor para que nuestro discurso sobre
las estructuras y la reforma de las instituciones no se conviertan solamente en una preocupación externa.
Hay que volver a Jesucristo, al centro. A partir de nuestra espiritualidad podremos también redimir nuestras estructuras, liberándolas de la rutina que las hace ineficaces y dándoles una vida nueva. La redención
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es un proceso costoso; supone cambios radicales en nuestro modo de pensar y en nuestra vida diaria.
En la vida van apareciendo continuamente deseos nuevos; no existen instituciones ni personas que puedan vivir sin deseos. El deseo manifiesta algo que nos falta, deseamos lo que no tenemos, y, al mismo
tiempo, el deseo es una afirmación de lo que ya tenemos. Vivir es desear vivir. Vivir nuestro carisma es
desear vivirlo. No basta la pregunta: qué es lo que yo deseo. Hay que ponerse preguntas como éstas:
qué es lo que el mundo quiere de mí y de mi congregación, qué quiere Dios de nosotros?
La reestructuración debería ser una dinámica “espiritual” que facilite la responsabilidad compartida de
todos en la misión de la Congregación. La misión es la meta en la que convergen y cobran sentido nuestra consagración a Dios y a su Reino, el contenido de los consejos evangélicos, la fraternidad, el testimonio, la actividad apostólica, el estilo de vida, etc.
La reestructuración fortalece la revitalización de la misión cuando se logra implicar realmente a las
personas. Personas y estructuras estamos a servicio de la misión. La renovación de las personas tiene
que ser cultivada durante todo el proceso. Las personas son más importantes que las estructuras.
5. LA FORMACIÓN PERMANENTE
Para proyectarnos hacia el futuro hay que dar la primera prioridad a los procesos de transformación
personal, no a las formas externas; darnos la prioridad a nosotros mismos, tratando de entrar en una
transformación interior. Normalmente en la renovación postconciliar se han hecho procesos de trasformación de formas externas, más que procesos personales de conversión. Pero tampoco debemos crear
dualismos entre los procesos personales y la trasformación de las estructuras. Los dos procesos deben
caminar juntos. Tan necesario es el cambio de estructuras como el cambio de las personas; insistir en un
cambio más que en el otro sería crear nuevos dualismos. El futuro no lo va a crear Dios, lo creamos
nosotros con Dios. Debemos usar los medios humanos como si no existieran los medios divinos.
Hay que reafirmar el primado de las personas y favorecer la pedagogía del compromiso personal y de la
corresponsabilidad. Crear un clima humano de diálogo comunitario será siempre una condición esencial
para poder llegar a una reconversión institucional. La reconversión es obra de las personas y de las comunidades, que tienen no solamente ideas, sino también sentimientos.
Durante este proceso de revitalización, que es crucial para nuestro futuro, se nos exige una formación
permanente que abarque todas las dimensiones de nuestra identidad carismática. La formación no es
información, sino confrontación real de la comunidad con sus orígenes carismáticos, que definen la
razón de ser y de existir de nuestra familia religiosa. La formación no es solamente un estudio histórico;
es una confrontación con la historia. Esta confrontación es espiritual, porque el mismo Espíritu que
motivó una historia de salvación nueva al nacer nuestro instituto, continúa vivificando nuestra historia
actual de salvación. El carisma no se define a partir de textos sino de realidades, que renueven nuestro
sentido de pertenencia a la propia congregación.
6. EL PROCESO DE REESTRUCTURACIÓN EN LA CONGREGACIÓN REDENTORISTA
Nuestro último capítulo general, hace casi seis años, decidió que el gobierno general formara una comisión para hacer propuestas concretas de reestructuración al próximo capítulo, que comenzará en octubre
de este año. Durante estos seis años, y ya antes, se han realizado diversos modelos de reestructuración.
Nuestro proceso de reestructuración se apoya en seis principios guías, que queremos aceptar como criterios fundamentales y como razón de ser de todo el proyecto.
Primer principio: “La reestructuración es para la misión”: La fidelidad a nuestra misión tiene que ser la
razón y la meta de una reestructuración auténtica. Esto exigirá discernimiento y decisión.
Segundo: “La reestructuración para la misión debe estimular un despertar de nuestra identidad y una
conversión de nuestras mentalidades al ideal de nuestra vocación. Debe incentivarnos a una nueva disponibilidad para la misión; de lo contrario no servirá para nada”.
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Tercero: “La reestructuración para la misión debe tener como objetivo nuestra presencia pastoral entre
los más abandonados, especialmente los pobres”. La reestructuración debe tener esta finalidad. Se
propone una reestructuración interna, dentro de cada provincia, una reestructuración entre las provincias
de cada continente y una reestructuración entre provincias de diversos continentes.
Cuarto: La solidaridad en la misión nos exige encauzar nuestros recursos en vistas a la misión. Por
recursos entendemos los medios económicos y, sobre todo, los recursos humanos, contando con los
laicos que viven nuestra espiritualidad y carisma misionero.
Quinto: El principio de asociación: cada provincia debe establecer sus prioridades apostólicas y trabajar
en asociación con otras. Ninguna provincia puede realizar su misión aislada de otras provincias. Hay
que organizar nuevas asociaciones entre unidades. La asociación, por su naturaleza, tiene variedad de
formas, por ejemplo: la fusión de provincias, federación de provincias, siguiendo el modelo de las federaciones de monasterios, establecimiento de una red de colaboración, a manera de alianzas entre provincias con objetivos precisos, etc. El funcionamiento de estas nuevas estructuras se regula en estatutos,
que pueden ser diferentes en unas regiones y en otras. Estos modelos de nuevas asociaciones ya están
funcionando en algunas partes de la congregación.
Nos gustaría encontrar un camino nuevo que favorezca la colaboración interprovincial e internacional
como un hecho normal, y no solamente como una estrategia de excepción en situaciones difíciles, manteniendo siempre la unidad y la solidaridad en la misión como la estrella polar, que debe guiar la Congregación. No queremos restringir nuestra sensibilidad misionera a las necesidades de nuestra iglesia o
de nuestra congregación local.
Sexto: “La reflexión teológica arraigada en la experiencia pastoral”. El nuevo despliegue de nuestros
recursos teológicos es crucial al desafío de la reestructuración para la misión hoy. Para hacer frente a la
misión de la Congregación en nuestro tiempo necesitamos estimular la formación continuada a nivel de
especialización, especialmente en teología moral y pastoral.
La Congregación actualmente está dividida en seis regiones: una región por cada continente, excepto
Europa, que tiene dos regiones. En estas regiones no existe ningún tipo de autoridad jurídica; las decisiones se toman por consenso. Esperamos que en el futuro exista una cierta autoridad, en coordinación
con el Consejo General, que garantice más la puesta en práctica de las decisiones de cada región.
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