La sopa de piedras

Transcripción

La sopa de piedras
La sopa de piedras
En un país en guerra, un soldado herido iba buscando un lugar dónde poderse recuperar.
Llegó a un pueblecito; este parecía desierto, y todas las casas se alzaban alrededor de una
plaza redonda. He aquí que el soldado llamó a la puerta de la casa que parecía más nueva. Al
cabo de un rato, le medio abrió una mujer que llevaba un niño en brazos.
- ¿Podríais atender un pobre soldado, herido de guerra?
- ¡Los de aquí! -dijo la mujer-. ¿Que no sabéis que en este pueblo pasamos hambre y mily-una necesidades? ¡Lo poco que tenemos es necesario que lo demos a nuestros hijos!
El pobre soldado lo fue intentando de casa en casa. Pero la respuesta siempre era la
misma: ¡NO!
Ya desanimado, y a punto de marchar del pueblo, sintió las voces de unas chicas jóvenes.
Las voces provenían del río. El soldado tuvo una buena idea.
- ¡Hola chicas! ¿Qué hacéis?
- Lavamos la ropa de nuestras familias. Lo hacemos con arena y agua porque no tenemos
detergentes. Tenemos un hambre...
- ¡Eh!, pues yo os puedo hacer una sopa buenísima. Sí, ¡una sopa de piedras!
- ¿Una sopa de piedras? (Las chicas se pusieron a reír. Se pensaban que el soldado
estaba loco) ¿Y como harás esta sopa?
- ¿Que lo queréis ver? Pues ir a la plaza, que os enseñaré a hacerla.
Las chicas seguían al soldado dispuestas a tomarle un rato el pelo. Cuando llegaron a la
plaza ...
- ¡Primero necesito una olla grande y vieja!
- ¡En casa tengo una! -dijo la chica más risueña-.
El soldado llenó la olla con agua y empezó a poner piedras, muchas y variadas piedras.
Cuando hacía un rato que removía el soldado probó el agua caliente y dijo:
- ¡Buena, muy buena! Pero quizás falta un punto de sal...
- Yo te traeré -dijo una de las chicasAl cabo de un rato:
- Ahora le falta... un poco de tomate
Y así les iba pidiendo:
- Un poco de cebolla... un poco de patata... un poco de pollo... un poco de zanahoria... un
poco de...
El rato pasaba. Y el olor que salía de la grande y vieja olla llegaba a cada una de las
casas del pueblo. La gente, muerta de hambre, salía de sus casas y se dirigían al centro de la
plaza. Todo el mundo llevaba un plato vacío y reseco. El buen soldado se compadeció de
aquella gente y empezó a poner caldo y más caldo en los platos vacíos que traían. Todo el
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mundo comió tanto como quiso. Al fin, todas las familias del pueblo habían aprendido que
compartiendo lo poco que tenían podían tirar adelante.
- Quédate con nosotros, por favor -suplicaba la gente del pueblo unánimemente al
soldado-.
- ¡Te curaremos y te mantendremos tanto de tiempo como quieras!
- Gracias de todo corazón, pero he de ir a otros pueblos a hacer el mismo. Supongo que
hay mucha gente que todavía no ha aprendido a compartir.
¡Ojala el buen soldado llegue a todos los rincones de la tierra!
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