Larga distancia Concurso Cuentos

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Larga distancia Concurso Cuentos
Larga distancia
Tiago Llorente
Larga distancia – Tiago Llorente
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Yo no sé si a ustedes les pasa - a veces me digo que son macanas, historias que me invento
para pasar el tiempo - pero hay una horita indecisa de la tarde en que la humanidad
parece cambiarse el turno. En Milàn por lo menos es asì. La tropa empieza a dar muestras
de nerviosismo ya a eso de las tres y media, cuatro. A las cinco se muove en circulos,
nerviosa, como esperando un señal. Cinco y media, todos a sus marcas. A las seis hay
como un momento de suspensiòn, en el que se quedan quietitos, inmobiles, cada uno en
su propia porciòn de espacio, boqueando como idiotas en el aire improvisamente tibio del
anochecer, hasta que un balazo descomunal dà inicio a la estampida. Patapùm!
Nadie dà bola a nadie, ni siquiera a si mismo -sobre todo a sì mismo- a èse punto del
juego.
Es ahì que de los ultimos recovecos del dia empiezan a asomarse ellos. Los del turno de la
noche. Desconfiados. La cola entre las patas. Como tiznados de oscuridad.
No sé si a ustedes les pasa…
No por hacer filosofia de boliche pero a veces me quedo pensando cuando los veo. No sé
porquè. Pienso en lo tanto que fuimos y blablablà… en como se nos fuè dehilachando
todo, en como....
Boludeces asì.
En la esquina de Piazza XXIV Maggio con Corso San Gottardo hay dos bancos, uno de
frente al otro. Desde la puerta de cada uno de ellos se extiende un porticado que ocupa
màs o menos toda la cuadra. En el de la izquierda hay una cabina telefonica (tendrìa que
decir habìa, porque ahora las han hecho desaparecer, pero èse cambio de tiempo me
llevarìa a tener que admitir un derroche de buenos propositos con los cuales no supe
nunca cumplir… blablabla…).
Hay que aclarar que en aquèl entonces (ven como se me embarulla de nuevo, el tiempo)
llamar por telefono costaba un ojo de la cara. Las internacionales, quiero decir. Por eso
pasàbamos los dias a intentar pinchar uno de èsos aparatos.
Las probabamos todas. Algunas funcionaban por un tiempito, hasta que la compañia se
avivava y cambiaba el modelo. Entonces empezàbamos del principio. Borròn y cuenta
nueva.
La ultima me la habìa pasado un marroquì que era una luz. A mì me costaba un poco,
cuestiòn de practica, con el tiempo le agarraràs la mano.
Un pedazo de pan el negro.
El asunto era conseguirse un alambrecito fino (en aquèl entonces todos llevabamos un
alambrecito fino en el bolsillo), y dàrle. No funcava en todos, eso sì, por èso habìa que
probar y reprobar.
La de Piazza XXIV Maggio era perfecta. Un roble descomunal, plantado en el medio de la
calle, proyecta una sombra que cubre perfectamente la cabina a los ojos de los meteretes.
Lo demàs es fàcil. Bueno, si uno le agarra la mano, claro. Basta apretar el botòn del 1 tres
veces, te llega entonces una señal intermitente, de “ocupado”, y ahì dàle, metès el
alambrecito en el agujero central del tubo y con la otra punta hacès contacto con algo
metalico, el flexible del cable por ejemplo, sentìs entonces un sonido embarullado del otro
lado de la linea, como de huevos fritos, como si estuvieras tratando de violar todos los
codigos habidos y por haber, y de repente, si la noche te es propicia, te regala un tuuut
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tuuuut…. tuuuut tuuuuut… que te despalanca las puertas dell’empireo. Linea libre, pibe
… Puahhh! El ruidito màs lindo del mundo, a ciertas horas de la tarde.
Sobre todo si es domingo.
Si vivìs en Milàn.
Y si en Milàn acaba de llegar el invierno.
Ese dia estuve un buen rato antes de poder comunicarme. Caìa una lloviznita fina y
cargosa, de èsas que mojan pero no parecen lluvia. Cuando al final enganchè la linea
empecè a manotear a ciegas. Mi hermana non estaba en casa, el Pocho no respondìa, ¿que
carajo hacìan todos un domingo por la tarde, en pleno verano austral?
Es ahì, en ocasiones como èsas, que me agarraba a veces una luna que me duraba dias. El
asunto es que non tenìa ningùn motivo para llamar a nadie. Esperaba, claro, que alguien
me respondiera, asì, con una de èsas preguntas que preguntas no son, Oh, ¿pero que
hacès? Nada ¿Y que contàs? Y que te vià contar, ¿Ustedes como andan? Bien, con
calorcito, Ah sì, aquì un tornillo que no te digo.
Cosas asì, un poco al pedo, no sé, para charlar un poco, y matar el tiempo.
Estuve un buen rato antes de poter comunicarme, no sé si ya lo dije. Despuès empecè a
recorrer la libretita, para arriba y para abajo. Terminè por llamar al Lucho Vidal, que hace
un montòn de años que no veo, ¿Pero què hacès, valor? Aquì andamos, ¿y vos? Bien, per
ver el partido, ¿El partido?, entonces te dejo, ¿y quièn juega, chè?
Nunca me importò un pito del futbol, el Lucho no se acuerda (hace un montòn de años
que no nos vemos). Terminamos por hablar de la selecciòn, que se està preparando
mucho, con pibes que pintan bien, Vamo arriba la celeste!, gritamos los dos – se grita
siempre cuando se habla a larga distancia, èsa y otras pavadas por el estilo, a quièn le
importa, quièn sabe cuando serà la pròxima vez, ¿De donde me estàs llamando? ¿De
Milàn? Pero cortà, chè, que te va a salir un disparate…
Fuè ahì que los vì.
Formaban una extraña figura, monolitica, casi me asustè. El paraguas dibujaba un cìrculo
de sombra sobre la sombra del piso. Debajo estaban ellos, y me miraban. Limpiè el vidrio
con la manga y alcancè a ver que eran tres. Tre pares de pies parados delante de la cabina,
tres pares de ojos (esto me lo inventè yo, porquè desde adentro no se divisaban las caras)
que me miraban fijo. ¿Que pasa, chè? ¿Que quieren? Me quedè en el molde, mandè un
abrazo al Lucho y salì. Ni siquiera los mirè. Mostrè la puerta y murmurè un Prego, sin
pensar. Uno de ellos (creo que fuè Jenny, no estoy seguro) me puso una mano sobre el
brazo y dijo algo, no sé, tipo ¿Usted es uruguayo? Otra voz agregò Perdone la molestia,
algo asì (era la voz de Fulvio, de esto me acuerdo).
Entre los dos se divisaba apenas.
No dijo nada. Se quedò ahì, agarrada con las manitos a las otras manos, las medias
empapadas, mirando el suelo. Jenny me pidiò de nuevo disculpas, Perdònenos,
tendrìamos necesidad de hablar con usted. En èse momento moviò la cabeza, indicando la
niña. Se llama Margarita. ¿Podrìamos ofrecerle un cafè, uno de èstos dias?
Me la contaron despacito, el martes por la noche. Margarita dormìa en su pieza llena de
muñecos de peluche. Jenny de vez en cuando se levantaba e iba a controlar. Fulvio volviò
con la cafetera llena y una botella de grapa.
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Eran propietarios de un barcito, cerca del subte Piola. Un dìa entrò una mujer, pidiò un
capuchino. Tenìa los ojos tristes, hablaba poco y mal el italiano. Jenny se le acercò y
empezò a charlar con ella. Siempre le habìa gustado la gente que venìa de otros lados.
Supo que se llamaba Marìa Isabel, que tenìa una hija de cinco años, que acababa de llegar
de Montevideo.
Se volviò como de la familia. Fulvio la llamaba Isabel, a mì me gustaba màs Marìa, ella se
divertìa con èste asunto de los nombres. La chiquita la trajo un dìa, nos dijo que la señora
que la cuidaba se le habìa ido, asì, de un momento para otro, y no tenìa con quièn dejarla.
Desde entonces todas la tardes se quedaba con nosotros. Siempre le comprabamos algo,
chucherias, cosas sin importancia, y le arreglamos èsa piecita en la que ahora duerme, para
que se sintiera en su casa. Està bien con nosotros, pero no habla.
Un dìa Marìa Isabel no volviò. Se las dejò por una horas y no volviò a buscarla. Margarita
no dijo nada. Nunca màs dijo nada. A veces se queda horas mirando el piso, sòlo eso.
La asistente social sentenciò que se trataba de una cuestiòn seria. Hablò de trafico
internacional de menores y pasò los papeles al tribunal. El juez, que la niña se podìa
quedar con ellos momentaneamente, mientras se buscaba la madre.
La mujer, dijeron, habìa entrado en el paìs con una visa turistica. Tres meses despuès era
clandestina. Se sospechava que trabajase como prostituta en Viale Padova, donde
imperava el racket de los sudamericanos.
Muchas de èsas desaparecen de un dìa para otro. Es la ley de la calle. Gente que no vale
nada. El funcionario lo dijo como con asco. Despuès mirò la hora e indicò la puerta.
Asì por màs de un año. Lo hablamos entre nosotros y decidimos pedir la adopciòn.
Margarita seguìa sin hablar. El abogado nos dijo que la cosa no era fàcil. No somos
casados, y Fulvio tiene ya un divorcio en su haber, sabès como son estas cosas en Italia. Lo
peor es que el tiempo pasa y nos advertieron que si no se presenta un familiar a
reclamarla, la niña serà internada en un instituto, esperando el momento en que una
pareja “normal” pida de adoptarla. Nos ofrecimos entonces para ponernos a la bùsqueda
de la madre, o de algùn pariente, pero el tribunal nos prohibiò todo. Dijeron que podìa ser
muy peligroso, que el ambiente de proveniencia era de los peores, que nadia sabìa como
podìa ser el resto de la familia, y un montòn de otras cosas que nos ataron las manos.
Un dìa pasò por el bar uno que estaba seguro de haber visto Maria Isabel en una esquina.
Dijo que era irreconocible, que parecìa una vagabunda. Que dormìa con otros linyeras,
arriba de unos cartones, cerca de Piazza XXIV Maggio.
Por eso empezamos a darnos una vuelta, de tardecita, a ver si la encontramos. Algunas
veces nos llevamos a Margarita con nosotros, aunque haga frìo, porque pensamos que si la
ve le van a venir ganas de abrazarla, de volver a ocuparse de ella.
Asì fuè que el otro dìa te escuchamos, sin querer. Vos gritabas y dijiste algo que le llamò la
atenciòn. Se parò de golpe y levantò la cabecita. Hacìa tiempo que no lo hacìa. Por eso nos
quedamos ahì, como idiotas, los tres. Por eso es que te pedimos de hablar contigo.
Encontrar aquella direcciòn de Montevideo no fuè difìcil. Mi hermana se preocupò cuando
se lo pedì, pero le inventè no sé que. Murmurò algo, tipo En què andaràs vos?, largò la
carcajada y me pidiò los datos. Dijo que le iba a preguntar a la vecina, que trabaja en el
ministerio, donde se sacan las cèdulas, y por ahì podìa darme alguna informaciòn. Hacème
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èse favorcito que despuès te cuento - Jenny estaba parada en una esquina, con Margarita, y
Fulvio en la otra, al primer movimiento sospechoso me pegaban un chiflido. Habìa dias en
que el aparatito se ponìa caprichoso, otros funcionaba que era una maravilla.
El problema son las llamadas, me habìan dicho, sabemos que cuestan caras y nosotros
estamos medio apretados. Cuando les contè lo del alambre me miraron incredulos. Desde
entonces todas las noches estamos ahì. Mi hermana dice que la vecina le consiguìo hasta
las partidas de nacimiento Cuando vuelvas traèle algo, por la gauchada, dice que los viejos
fallecieron, que eran dos hermanas, que de una ellas no se sabe nada desde hace tiempo.
La que queda hizo varias denuncias, pero nadie le ha sabido decir nada. Resulta que hay
una menor de por medio, tambièn, ya te dirè… Ah, te doy el numero, escribì…
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El domingo decidimos llamar. La estratagema era que yo me hiciera pasar por un
funcionario del tribunal y que tratara de sacarle informaciones. Tenìamos que estar
seguros de què tipo de gente se trataba – Parece que buena onda, de trabajo, viven por la Uniòn
– si tenìan idea de lo que estaba pasando.
Cuando me presentè, del otro lado se hizo un silencio largo. Yo hablaba y miraba la lista
de las preguntas. De a poquito empecè a explicarle la situaciòn, paso a paso. A un cierto
punto parè, porquè sentìa un ruido extrano. ¿Me està escuchando?, le dije. Me llegò como
una especie de rugido, un grito sordo que le estaba desgarrando la garganta. Me dì cuenta
que la mujer lloraba desde hacìa ratos. Mirè hacia afuera y vì un linyera que preparaba los
cartones para la noche. Del otro lado de la calle los tres me miraban, agarraditos de la
mano.
Ahora la llamo por nombre, Estela, ella sigue pensando que soy un funcionario del
tribunal – ni siquiera se diò cuenta que era domingo, la primera vez – le hago una lista
siempre nueva del papelerìo que tiene que presentar, Traducido y legalizado, no se olvide,
¿estamos?, de los que tiene que volver a hacer porquè se vencieron, de los que faltan o
demoran en llegar. Ella insiste, ¿Como està la niña? Y yo, Tiene que apurarse, ¿me
entiende? Aqui la ley no espera a nadie. Dìgame algo! ¿Y porquè no ha mandado èso? ¿Y
està segura que le interesa?, mire, pienselò, porque si no buscamos otra soluciòn.
Yo sentìa que me estaba odiando, de a poquito – un dìa me lo confesò – mientras yo
interpretaba mi papel y trataba de imaginarmela. Mientras afuera llovìa y los tres me
miraban bajo el paraguas y el linyera preparaba la cucha y la noche caìa sobre Milàn y yo
me seguìa preguntando porquè carajo estabamos aquì, hacìendo lo que estàbamos
haciendo.
Todas las noches me iba hasta allà. Comìamos algo, compartìamos novedades, nos
dabamos coraje. El tiempo pasaba y no llegaban noticias. Cuando me despedìa,
generalmente no tenìa ganas de dormir (hace tiempo que no tengo ganas de dormir),
entonces me tomaba el subte y me iba hasta Piazza XXIV Maggio.
El linyera estaba estaba siempre ahì. Habìan otros, claro. Pero èl estaba siempre solo, y no
hablaba con nadie. Yo caminaba y canturreaba despacito alguna canciòn de aquellas que
andaban de moda entonces. Por todos lados, bultos sin cara. Alguna vez probè a decir
Isabel, mientras caminaba, Marìa Isabel… nada, algunos rezongaban desde abajo de las
cobijas, otros me miraban feo. Despuès me metìa en la cabina y llamaba a alguien. A veces
alguno me respondìa. ¿Que hacès, che? ¿Que hora es por ahì? ¿Y, como andàs? ¿El laburo?
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Un dìa Jenny me mandò a buscar. Fulvio llegò en una Vespa que hacìa un ruido
descomunal y me hizo seña de subir. Margarita habìa empezado a hablar. Estaba jugando
en su cuarto cuando improvisamente sintieron su voz. Parecìa come si estuviera contando
historias a sus muñecos. Si alguien entraba paraba de golpe.
Yo me quedè en la puerta. Me sentè en el piso y me quedè ahì, mirandome los pies.
Despues de un rato empezò de nuevo. Mezclaba una historia de un cachorro de coatì
donde reconocì a Quiroga. Seguro que su madre se la habìa leìdo. Hablaba del agua, y de
como se portaba mal. De un agujerito por donde el coatì miraba el mar. De un viaje largo,
que no terminaba nunca. De gente que hablaba en voz alta y decìa palabras que èl no
entendìa. La madre del coaticito lloraba cuando se fuè. Pero le dijo que no tenìa que llorar.
La vida de los coaticitos es asì. Que no tuviera miedo. Que ella iba a pasar a ver como
estaba, todas las noches.
Los papeles llegaron de ahì a unos dias. El juez llamò y comunicò la novedad. Habìa
aparecido una tìa en el paìs de origen de la menor, que la reclamaba, y que habìa hecho
todos los tramites necesarios para su regreso. Que prepararan la valija. Apenas llegaba el
pasaje habìa que embarcarla.
Aquella fuè la ultima vez que llamè. Le dije como estaban las cosas, quièn era yo, y como
nos habìamos inventado todo. Ella primero me puteò, me dijo que hacìa meses que se
ponìa a temblar cada vez que llamaba el telefono, que odiaba mi voz y el modo en que la
trataba. Despuès me dijo gracias, algo sì, se sentìa poco. Agregò otras cosas, dijo que
hubiera querido abrazarme, algo asì, no sè, me parece…
Fuè la ultima vez que llamè, no sé si ya lo dije. A veces me vienen ganas, no digo que no.
La botija se fuè caminando despacito, al lado de la azafata. No mirò para atràs, y pienso
que fuè mejor asì. Jenny y Fulvio la vieron desaparecer, agarrados de la mano.
Una vez fuì a visitarlos, despuès nunca màs. La piecita seguì ahì, con todos los muñecos
que no pudieron embarcar. Exceso de equipaje, parece. Èsa noche les terminè de contar la
historia de los coatìes. Cuando terminè no dijeron nada.
Yo me volvì caminando a Piazza XXIV Maggio. Era una noche como èsta, de èso me
acuerdo bien. Caìa una lloviznita cargosa, como ahora, de las que mojan pero no parecen
lluvia. Anduve recorriendo un poco, para arriba y para abajo, canturreando entre dientes.
Por un momento estuve por entrar en la cabina y llamar a alguien. No sé a quièn. Despuès
mirè hacia adentro y vì que estaba ocupada. Habìa uno que gritaba. Larga distancia. Seguro
que le habìa funcionado el alambrecito.
Arreglè los cartones y me tirè a dormir.
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