por Hanna Lyons, viuda de 29 años de edad, quien cree que el
Transcripción
por Hanna Lyons, viuda de 29 años de edad, quien cree que el
D urante el mes de noviembre, la Iglesia tradicionalmente recuerda a las almas de quienes partieron antes que nosotros. Esta serie de meditaciones consta de cuatro partes para ser insertadas en los boletines y tiene como objetivo ofrecer reflexiones acerca de las enseñanzas de la Iglesia sobre el cuidado de los enfermos y moribundos y también facilitar las continuas conversaciones para prepararse mejor para una muerte esperanzadora y sagrada. C e onocer a Dan era amarla. Estar en presencia de él era sentirse amado. El 17 de mayo, mi mundo se detuvo cuando Dan exhaló su último suspiro, el que terminó con sus 33 años de vida, sus cinco años de lucha contra la leucemia y nuestros cuatro años de matrimonio. Mis esperanzas (nuestras esperanzas), mis sueños (nuestros sueños), mis votos hacia él (nuestros sagrados votos matrimoniales), se hicieron añicos de manera abrupta durante las horas más tranquilas del día. Esa mañana, quedé viuda a los 29 años. No compartiré los detalles íntimos de nuestros últimos días y nuestras últimas horas con Dan, pero sí contaré que fueron momentos muy valiosos, hermosos y pacíficos. Créanme cuando digo que me siento feliz de que Dan ya no sufra. Confíen en que he encontrado consuelo al saber que él está en el cielo. El temor ha desaparecido. Los incontables especialistas, las noches sin dormir, los interminables viajes a la farmacia y los mensajes de texto al médico, los incesantes procedimientos y tratamientos, los efectos secundarios, las reacciones e infecciones que nunca terminaban, todo ello se detuvo de repente el 17 de mayo a primeras horas de la mañana. Pero extraño a Dan. Extraño nuestra vida, si bien es cierto que era “alocada”, “difícil”, llena de gastos médicos en lugar de gastos a causa de nuestra vida social, llena de hitos respecto del cáncer en lugar de los hitos de nuestros hijos. Extraño sus abrazos. Extraño su risa. Extraño su hermosa sonrisa. Extraño su consejo, su amistad, su compañía. Extraño nuestro ritual nocturno de abrazarnos y nuestra convicción de que “todo estará bien porque nos amamos”. Extraño a Dan. por Hanna Lyons, viuda de 29 años de edad, quien cree que el amor sana El 17 de mayo, en las horas más oscuras de la mañana, perdí a mi esposo. Durante apenas un poco más de cuatro años fui la orgullosa esposa de Dan. Desde el primer día, nada en nuestro matrimonio fue común. Dan tomaba píldoras de quimioterapia, y tuvimos que posponer nuestra luna de miel hasta que él estuviera más fuerte y saludable. Nunca tuvimos un período de más de cuatro semanas sin una cita médica, y más de diez días seguidos sin médicos en los últimos dos años. Dan contrajo cáncer y se curó de cáncer tres veces en los últimos dos años. Desafió las estadísticas durante todo nuestro matrimonio. El cáncer determinaba qué podíamos y qué no podíamos hacer. El cáncer nos hizo perder bodas, fiestas, reuniones, vacaciones, juegos de béisbol, etc. Hablábamos mucho sobre cáncer. Prometimos que el cáncer no afectaría nuestra felicidad, nuestro amor y nuestra fe. No dejaríamos que el estrés nos irritara. No permitiríamos que el temor nos mantuviera prisioneros. No dejaríamos que las hospitalizaciones, la enfermedad o la carga financiera del tratamiento nos hicieran discutir sobre cosas insignificantes. Dan y yo éramos el matrimonio más feliz que conozco. El cáncer, y todo lo que traía consigo, era todo lo que conocíamos como pareja. No nos definía, pero realmente le dio forma a nuestro matrimonio, nuestro compromiso, nuestra fe y nuestro amor. Nuestro matrimonio fue extraordinario desde el primer día. Dan se fue, quedé viuda. El 17 de mayo todo cambió. La “alfombra proverbial” que tenía debajo de mí fue sacada y quedé yo para organizar el desorden. Quedé sola, asustada, triste, abrumada, derrotada e incluso enojada. Sé que cuento con las herramientas para volver a encontrar la felicidad. Dan y yo, como pareja, hicimos frente a más adversidades, pruebas y tribulaciones de las que muchas personas han soportan en toda su vida. Pero también éramos felices. Encontramos la alegría. Reconocíamos las cosas horribles que teníamos frente a nosotros, pero nos enfocábamos en las cosas buenas que había a nuestro alrededor, y vivíamos entre ellas. Siempre me preguntan cómo lo hacíamos, cómo es que siempre “parecíamos tan felices” a pesar de todo lo que “pasaba”. Nos #TransformFear comprometimos a vivir la vida al máximo. Aprendimos juntos que hay bien y alegría a nuestro alrededor. No era algo frívolo, no era fingido y, ciertamente, no era para aparentar. Era una alegría genuina, real, verdadera. Derribando los mitos acerca del suicidio asistido: Mito No. 1: El suicidio asistido debería estar disponible “No permitiríamos que el temor nos mantuviera prisioneros. No dejaríamos que las hospitalizaciones, la enfermedad o la carga financiera del tratamiento nos hicieran discutir sobre cosas insignificantes. Dan y yo éramos el matrimonio más feliz que conozco”. Planeo encarar este proceso de duelo de la misma manera en que encaré el proceso del cáncer. Leí e investigué mucho, aprendí mucho, tendí mi mano para ayudar y amé mucho. Por supuesto que puedo quedar atrapada en que esto no es justo, en cuánta vida desperdiciamos juntos, en cuánto lamento que Dan haya muerto, que haya sufrido, que yo esté sufriendo, que los dos estemos sufriendo (sí, algunas veces pienso en esto). Pero sé que esa no es la manera en que Dan lo haría. No es la manera en que los dos lo haríamos. Nos permitiríamos llorar, nos abrazaríamos fuerte, diríamos “te amo” y luego miraríamos a nuestro alrededor. Encontraríamos algo bueno. Comeríamos algo, veríamos un espectáculo, nos abrazaríamos o daríamos un paseo en automóvil. No debo buscar muy lejos para encontrar el bien en este mundo. Estoy rodeada de amigos y familiares cariñosos. Personas de todo el mundo se han comunicado conmigo para expresar sus condolencias y compartir sus recuerdos junto a Dan. Me siento honrada. Me siento inspirada. Extraño a Dan. Me enorgullece tanto haber sido la esposa de Dan Lyons. A pesar de TODO, fueron los mejores cuatro años, un mes y siete días de mi vida. Nunca olvidaré lo que Dan me enseñó, lo que aprendimos juntos. Siempre recordaré su amor, su sonrisa, su risa, su fe. Lo llevaré conmigo hasta el último día de mi vida. Encontraré la felicidad y continuaré observando las alegrías que me rodean. Recordaré que TODO va a estar bien. para las personas con enfermedades terminales que experimentan un dolor insoportable. Verdad No. 1: Según reveló la Autoridad de Salud Pública de Oregon en su informe anual sobre muerte digna, los siguientes son los tres motivos principales por los cuales las personas solicitan el suicidio asistido: • pérdida de la autonomía (93.0%), • menor capacidad de participar en actividades que hagan la vida placentera (88.7%), y • pérdida de la dignidad (73.2%), Éstos son dolores psicológicos, no la “agonía física” de la enfermedad. Estos motivos se originan a partir de la pérdida del sentido de lo que uno vale y del significado de la vida, dolores que se pueden aliviar en gran medida a través de respaldo afectuoso y atención pastoral. Mito No. 2: ¿Quién soy yo para juzgar? Si esa es su de- cisión, entonces se les debería permitir morir en sus propios términos. Verdad No. 2: La protección absoluta de la elección personal y la autonomía individual sin tener en cuenta la bondad del acto en sí mismo es una falacia. Si tomáramos en consideración un caso de racismo, de abuso infantil o de violación, no desestimaríamos el delito cometido, y no afirmaríamos que la persona simplemente estaba ejerciendo su derecho a elegir. La libertad individual radica en la capacidad de elegir el bien, y una política sobre el bien dirige a la sociedad hacia las condiciones bajo las cuales las personas y las familias pueden desarrollarse mejor. Al reconocer los pensamientos suicidas y los intentos de suicidio como una incapacidad de desarrollarse, nosotros, como nación, siempre hemos intervenido en estos casos para atender a la persona que atraviesa una crisis. Determinar que un grupo de personas en particular (los ancianos, los enfermos terminales o las personas que padecen discapacidades graves) no es digno de nuestra intervención, constituye una profunda discriminación. Para obtener más información acerca de los principios éticos para guiar su planificación y sus conversaciones sobre el final de la vida, por favor visite transformfear.org.