DISCURSO DEL SENADOR RAFAEL GALVÁN MALDONADO

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DISCURSO DEL SENADOR RAFAEL GALVÁN MALDONADO
DISCURSO DEL SENADOR RAFAEL GALVÁN MALDONADO Entrega de la Medalla Belisario Domínguez al Gral. Francisco L. Urquizo 1967 Señor Presidente; señores senadores; distinguidos invitados de honor; señoras, señores: Es un héroe quien sacrifica su vida por la grandeza. Recordamos hoy con emocionada gratitud al ciudadano ejemplar, al hombre limpio y justo, para exaltar la entrega de su vida como prenda de vocación republicana y de amor a la patria. Entre las grandes figuras de la historia nacional destaca la de don Belisario Domínguez como la de un héroe civil por excelencia, defensor de los derechos fundamentales del hombre y de la más reconocida dignidad humana, ilustre paladín de las más nobles causas del pueblo y uno de los mexicanos más apasionadamente devotos de la libertad y la democracia. Don Belisario Domínguez nace el 25 de abril de 1863 en la ciudad de los Nuevos Luceros, la antigua Balún Canán, Comitán de las Flores, hoy Comitán de Domínguez. Hijo de un glorioso mutilado de la causa republicana, don Cleofas Domínguez, y de su esposa doña María Pilar Palencia y Espinoza de Domínguez. Eran los días terribles en que las huestes invasoras del General Forey pretendían destruir nuestra nacionalidad acosando por segunda vez la heroica ciudad de Puebla, y en cuya ocasión un tío paterno de don Belisario, el Coronel José Pantaleón Domínguez, al frente de un aguerrido grupo de chiapanecos acudía a la defensa de la patria después de una travesía difícil, accidentada, venciendo la fatiga con el vigoroso palpitar de sus corazones mexicanos. Los biógrafos de don Belisario Domínguez coinciden en narrar los pormenores sorprendentes de su niñez, de su adolescencia y de su juventud, cuando humildemente concurría a su pequeña escuela de Comitán y cuando años más tarde ingresa al Instituto de Ciencias y Artes de San Cristóbal las Casas, la antigua Ciudad Real o ciudad de los Españoles. En las fuentes originales de la vieja familia liberal y republicana, satura su espíritu con el amor a México, alienta su inmensa devolución por una entrañable patria tan lejana en la distancia y en las dificultades de las comunicaciones, como tan dolorida por sus inmensas tragedias fratricidas. Su profunda inquietud espiritual y su decisión de adquirir conocimientos que lo capaciten para servir mejor a sus semejantes, lo llevan a Europa para realizar estudios en París, en la Sorbona, donde obtiene los títulos de médico cirujano, partero y oculista. Pero no es sólo la ciencia médica lo que le interesa, porque hay otros incentivos para su admirable imaginación. Cuando se recorren letra a letra sus cartas, artículos y narraciones, ahí encontramos la huella que imprimió en su espíritu aquella Francia inmortal que dió al mundo la "Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano", y podemos advertir también su inclinación por el ideario rebelde de Víctor Hugo, cuando se lanza en contra de aquel Napoleón al que llamó "el pequeño", el mismo que alentó los sueños imperiales de los conservadores mexicanos y que cayó vencido a las plantas de aquél indio de bronce, que ganó la batalla más espectacular de la patria nuestra consolidando para siempre nuestra nacionalidad. El Dr. Domínguez modela su espíritu exaltado y justiciero dentro de los cuadros seculares de la cultura occidental. En las cartas que dirige a sus padres y a sus hermanos, un pensamiento lo domina regresar a su pueblo para llevar un hálito de bienestar a sus coterráneos y derramarles el acervo científico adquirido. Una idea constituía su obsesión: de nada serviría atesorar la ciencia si ella no se pusiera al servicio del pueblo. Y es sabido, en efecto, que al regresar al país, habría de traducir en buenos hechos sus pensamientos. Recuerdan sus paisanos que lo que ganaba entre los ricos lo repartía entre los pobres, haciendo el bien a todos, principalmente a los indios con los que compartió sus angustias y sufrimientos, sus dolores y grandes incomprensiones. Cuando más pobre y humilde era su paciente, mayor era su entrega y su cuidado. Al comenzar el siglo XX, el porfirismo estaba en su apogeo; la represión y la violencia eran el signo de la época; la dictadura perseguía y asesinaba a obreros y campesinos, sobre todo cuando exigían sus justas reivindicaciones. Eran tiempos en que los revolucionarios comenzaban a pagar con el ostracismo la expresión de sus ideas, cuando no llenaban las cárceles. En el año de 1903 llega el doctor Domínguez a la capital de la República acompañado de su esposa, la que muere en esta ciudad. En medio de sus tribulaciones, el prócer desarrolla una intensa labor intelectual y crítica los procedimientos del Gobierno opresor y el lamentable abandono de sus deberes de los Gobiernos locales. Escribe entonces las siguientes palabras: "Vigilad de cerca todos los actos públicos de vuestros gobernantes, elogiadlos cuando hagan bien, criticadlos, cuando obren mal. Sed imparciales en vuestras apreciaciones. Decid siempre la verdad y sostenedla con vuestra firmeza, entera y muy clara. Nada de anónimos ni de seudónimos". De regreso a su ciudad natal en 1904, con la complacencia y el júbilo de todos, vuelve a su apostolado hasta convertirse en un verdadero patriarca del pueblo, la que sirve con singular devoción poniendo todas sus fuerzas para dar alivio a los desamparados, que encuentran siempre la generosidad de su corazón. El 1°. de enero de 1911, toma posesión como Presidente Municipal de su ciudad natal y realiza en unos cuantos meses una diligente labor constructiva, impulsando los servicios públicos. Dijo entonces a sus conciudadanos: "Nuestros pueblos tendrán un progreso efectivo cuando los Ayuntamientos sean integrados por ciudadanos conscientes y de buena voluntad; cuando los Municipios, libres, manumitidos de tan odiosa tutela, manejen sus propios fondos, invirtiéndolos en el impulso de la instrucción pública, implantando verdaderas escuelas en donde se ilustre al ciudadano educándolo en sus deberes cívicos; cuando cada Ayuntamiento se preocupe por tener expeditas sus vías de comunicación y proteja la agricultura y procure valerse por sí mismo, no necesitará esperar como limosna el apoyo de los Gobiernos del Estado ni mucho menos de la Federación". Un año después, en 1912, el doctor Belisario Domínguez, es elegido Senador suplente y por muerte del Senador propietario, señor Leopoldo Gout, entra al Senado de la República a desempeñar su cargo, durante el mes de marzo de 1913. Este año de 1913, es un año trágico para la nación mexicana. Victoriano Huerta, después de asesinar al Presidente Madero y al Vicepresidente Pino Suárez, asume el Poder Ejecutivo Federal. Horas sombrías aquellas en las que se hacían pedazos, las esperanzas democráticas del pueblo, se burlaban las leyes impúdicamente y en las que los mercenarios a sueldo del dictador, mostraban a plenitud su instinto sanguinario. En el Senado, desde el principio, don Belisario Domínguez daría buenas pruebas de su decisión de defender el decoro de la representación nacional. Se opone a la ratificación de grados militares otorgados por el ensoberbecido dictador para premiar la traición a las instituciones legítimas; y habría de tener ocasión de decir en un debate suscitado a propósito de un problema internacional, lo siguiente: "Señores Senadores: yo votaré en contra de la autorización que se nos pide, porque ello es un voto de confianza a un Gobierno de asesinos, que asesinó al Presidente Madero y al Vicepresidente Pino Suárez; porque es un gobierno ilegítimo y porque es un gobierno que ha restaurado la era nefasta de la defección y el cuartelazo" En un nuevo discurso que redacta el ilustre Senador por Chiapas, reitera las razones para oponerse al gobierno espurio y pide al Senado que se le comisione para pedir la renuncia del general Huerta. Este soldadón no era, ciertamente, de la estirpe de Morelos, que resigna su espada al poder civil; todo lo contrario, era la representación de un militarismo ambicioso y desleal. Pero si Huerta no era un soldado de honor, don Belisario Domínguez era, en cambio, un ciudadano completo. El contenido de su discurso y la comisión que solicita así lo demuestra. No se trata de un arrebato oratorio sino de un acto sereno, cuidadosamente meditado; todo demuestra que había previsto inclusive las consecuencias de su actitud. Sabía, pues, que ponía en peligro su vida. ¡Y entrega en efecto la vida como prenda de su valor en grado heroico!. Se ha querido ver en la actitud del gran inmolado solamente la prueba de una decisión valerosa, desprovista de reflexión y producto de un espíritu agitado por terribles circunstancias que definían agudos contrastes entre los irritantes hechos del despotismo huertista y la actitud conformista y cobarde. No puede negarse la influencia de esos factores que, por lo demás, no sólo permite imaginar aquellos tiempos dramáticos, sino precisamente constituyen el escenario en donde vemos erguirse al hombre sobre voluntades dominadas por el miedo y voces acalladas por el pánico. Don Belisario Domínguez entendía que la investidura que ostentaba, proveniente del sufragio popular, lo obligaba a defender a las instituciones republicanas como el pueblo las quería, instituidas para servirlo y servirlo bien, y no para engañarlo, menos para humillarlo y jamás para asesinarlo. En la dramática disyuntiva que se ofreció a su decisión, entre vivir para ver humillada la representación del pueblo o morir para salvar el decoro de la representación nacional resolvió sacrificar su vida. El fino y cultivado espíritu liberal de don Belisario Domínguez no podía avenirse con la usurpación y el dominio de la fuerza bruta. Sus ideales democráticos lo hacían repudiar todo aquello que significaba la dictadura surgida del crimen nefando. Su arraigado idealismo, impregnado de principios humanistas lo hacia firme partidario de las instituciones democráticas y resuelto defensor de la libertad. Entendía que la democracia es una forma de organización política de la sociedad que se ajusta a la voluntad popular expresada en la Constitución, que expresa las aspiraciones generales y responde a un latido del corazón de la nación; entendía que el poder público se instituye en beneficio del pueblo y por decisión soberana del pueblo, expresada mediante sufragio, porque el voto es la voz del pueblo y por tanto la esencia de la ley. Y bien sabía que la democracia y la dictadura se excluyen radicalmente. El carácter de su investidura obligaba a don Belisario Domínguez a defender las instituciones democráticas y en primer lugar las que son atributo y función de la representación popular. Permanecer callado cuando el pueblo necesitaba que hablara en su nombre, era cobardía; y hablar como lo hizo era temeridad. Así se explican las palabras del senador Belisario Domínguez. Era necesario defender los fueros y el decoro de la representación nacional, y los defendió; era necesario defender las instituciones democráticas abatidas a golpes de sable, y lo hizo. Que estos golpes lo alcanzarían, no lo ignoraba. Acudió a la cita del destino serenamente; comprendía que su sacrificio era tan inevitable como necesario para servir a su pueblo. Por eso los mexicanos tenemos en don Belisario Domínguez a un héroe civil, cuya grandeza la veía Cabrera en la diferencia que hay entre morir matando y morir muriendo. El pueblo mexicano ha visto interferido muchas veces el camino de su progreso y de su libertad. En las circunstancias que rodean el sacrificio de don Belisario Domínguez, advertimos el asalto a las instituciones legítimas para evitar que se cumplieran los designios de la revolución popular. El nuevo régimen que sucedió a la dictadura porfirista no logró resistir las presiones internas y externas y sus representativos más altos fueron asesinados. Una nueva dictadura surgió para mantener al pueblo en la opresión y arrebatar su victoria democrática. En estas circunstancias criticas se produce el crimen que sacudiría la conciencia de la nación. El artero asesinato precipita la caída de la dictadura huertista. La insurgencia popular es incontenible. Pero el pueblo sabe ahora que es preciso destruir las bases de la dictadura y que es necesario establecer un nuevo orden sobre las ruinas de las instituciones caducas y los intereses creados. Derrotar a la reacción interna, resistir a la presión extranjera y consagrar los anhelos del pueblo en la Carta Fundamental: he aquí los objetivos fundamentales. No se trata ya de meras teorías y de hermosas palabras. La Revolución se propone crear una democracia verdadera en todos los aspectos de la vida social y hacer progresar al país para lograr el bienestar de los mexicanos; se propone forjar una patria respetada y respetable en la paz interna y la amistad de todos los pueblos. Don Belisario Domínguez quería que la patria "floreciera más grande, más unida y más hermosa que nunca". Su sangre fecunda la grandeza de México. 

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