5(1929)
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Orgaoo be su Veoerable Orko Cercera y (ofraöías Lt 15 crab DE MAYO DE 1929 Dirección y Administración: PP. MERCEDÄRIOS Silva, 39.—Madrid (12) <c>. NÚM. 5 El Infante D. Jaime, archicofrade de la Merced S. A. R. el Infante D. Jaime de Borbón, hijo segundo de los Reyes de España, recibió solemnemente el escapulario de la Merced en la Iglesia de Don Juan de Alarcón, el 26 de abril. Su Alteza lleva el nombre del gran Rey fundador de la Merced, por haber nacido en el año en que se celebraba el centenario del Conquistador, y haciendo honor a su nombre y a su gloriosa ascendencia, quiso dar esta prueba de singular amor a la Santísima Virgen de la Merced y de afecto a la Orden y a su ilustre y primitiva Archicofradía, establecida en la Iglesia de nuestras monjas. Sabido es que los Reyes de España son hermanos mayores y protectores de la Archicofradía, y la Reina Doña Isabel!! concedió a los archicofrades el uso del manto blanco con las armas de la Orden. MADRID.—El Infante Don Jaime después de vestir el escapulario de la Merced en la Iglesia de Alarcón. — 162 — Su Alteza llegó a la Iglesia a las once y media acompañado de su Profesor Sr. Antelo, y en el cancel le esperaban el Sr. Obispo de Madrid, Dr. Eijo y Garay; el Vicehermano mayor, Sr. Rodríguez Sirvent; el Secretario, D. Enrique Vargas; Mayordomo, D. Emilio Acero; el Arcediano de la Catedral, Sr. Rodríguez del Valle; el Provincial de la Merced, Padre Manuel Cereijo, con otros varios Padres y muchos archicofrades; las niñas del Colegio y muchas señoras. Hizo la imposición del Escapulario el Sr. Obispo de Madrid, y terminada la ceremonia, Su Alteza visitó el sepulcro de la Beata Mariana de Jesús, abandonando luego el templo a los acordes de la Marcha de Infantes. Los asistentes quedaron prendados de la devoción y simpatía de Su Alteza, que estrechó la mano a todos los caballeros después de besar la del Sr. Obispo. El Maná y la Eucaristía Hace unos meses leímos en los periódicos que una comisión científica se dirigía al Sinaí para recoger muestras del maná y estudiar su naturaleza. Algunos se habrán reído tal vez del intento, y los incrédulos quizá hayan visto en él un argumento en favor de sus negaciones. No hay motivo para lo uno ni para lo otro. El maná, en efecto, era conocido antes que los israelitas salieran de Egipto, donde se vendía como otras mercancías llevadas por los asiáticos. El Sinaí, como la Palestina, había estado largo tiempo sometido a los faraones. El maná es una especie de goma o resina producida por un árbol llamado tamaris, de cinco a seis metros de alto, abundante en aquellos parajes. Los egipcios antiguos llamaban a ese producto mennu y los árabes actuales man. La picadura de un insecto llamado coccus manniparus hace que la resina corra por el suelo, perdiéndose entre las hojas secas; pero practicando incisiones en la corteza y recogiendo la exudación, se obtiene un producto semejante por su aspecto, gusto y aroma a la miel, que los árabes extienden sobre el pan, a guisa de manteca. Los monjes del Monasterio de Santa Catalina, en el Sinaí, suelen regalarlo a los peregrinos. Hay otras explicaciones del maná, como la de un liquen o musgo de que los kurdos se aprovechan y que suele ser arrastrado por el viento, pero la primera es la más probable y mejor razonada (1). Los israelitas que habían visto muchas veces el maná en Egipto, cuando observaron la escarcha blancuzca, formada alrededor de su campamento, se dijeron: Man-hu, o sea: ¿Maná esto? (es esto maná?), pues en el sabor y otras condiciones se le parecía. (1) Véase a Vigouroux, Dictionnaire de la Bible, palabra Manne. — 163 — Pero es claro que su aparición en cuando por la noche bajaba el rocío el suelo todas las mañanas, excepto sobre los campamentos caía tamlos sábados, fué milagrosa, como lo bién el maná (Num. XI, 5). fué la multiplicación del pan en las En el salmo 77 se describe así el manos de Jesús. Para sostener unos alimento milagroso: dos millones de personas que forY mandó (Dios) a las nubes desde maban la inmensa caravana, era [arriba insuficiente el producto de todos los y abrió las puertas del cielo árboles del desierto, que sólo dan la resina en algunos meses. Cada is- y llovió sobre ellos maná para que co[miesen, raelita podía recoger cada día un y les dió trigo del cielo; gomor, equivalente a 3,88 litros. pan de ángeles comió el hombre, Este fue el principal alimento de alimento les proveyó en abundancia. los emigrantes durante cuarenta años, hasta que, pasado el Jordán, Este milagro fue uno de los que tomaron posesión de la tierra pro- más se grabaron en la imaginación metida. Aunque menos nutritivo de los hebreos, y son innumerables que las ollas de carne de Egipto, las alusiones que a él hacen los liera agradable y suficiente para la bros santos. poca actividad y proporcionado Los judíos del tiempo de Jesús tedesgaste de los hebreos. Los encar- nían por cierto que el Mesías había celados no suelen quejarse de ham- de darles pan del cielo, como su pribre, aunque su alimento sea pobre. mer legislador Moisés, y cuando al No faltaron, sin embargo, protes- comenzar el tercer ario de su preditas, y alguna 'muy violenta contra cación, nuestro Redentor alimentó aquella comida ligerísima, cuyo uso a cinco mil hombres con cinco pacontinuado llegaba a causar repug- nes en el desierto de Betsaida, se nancia: ¿Quién nos dará carnes renovó la esperanza del milagro Para comer? Nos recordamos de los anunciado por los rabinos. Peces que comíamos en Egipto por Al volver Jesús a Cafarnaum le nada; nos vienen a la memoria los rodearon los judíos y le dijeron: c ohombres, los melones, los puerros ¿Qué señal haces Tú para que la y los ajos. Nuestra alma está seca veamos y creamos? ¿Cuál es tu obra? y nada ven nuestros ojos más que Nuestros padres comieron el maná el maná. Y era el maná como la se- • en el desierto, según está escrito: milla del coriandro, del color del Didles a comer el pan del cielo. bdelio. Y el pueblo andaba alrede- (Joan. VI, 30). dor del campamento y juntando los Jesús les contestó con la promesa granos, molíanlos con muela, tritu- de la Eucaristía, que es verdadero rábanlos en un mortero, cociéndolos pan del cielo, infinitamente superior en la olla, haciendo tortas de sabor al maná. , Continúa el evangelista se mejante al del pan con aceite. Y San Juan: Respondidles Jesús; No iésä — 164 — fué Moisés quien os dió pan del cielo, sino que mi Padre os da pan del cielo verdadero. Pues pan de Dios es el que descendió del cielo y da vida al mundo (Joan. VI, 32). Murmuraban, pues, los judíos de él porque había dicho: Yo soy el pan vivo que descendió del cielo, y decían: ¿Acaso éste no es Jesús hijo de José, cuyo padre y madre conocemos? ¿Cómo, pues, dice éste, que bajé del cielo? (Ibid. 41). Respondió Jesús: No murmureis entre vosotros... Yo soy el pan de vida. Vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron. Pero éste es el pan que bajó del cielo, para que si alguno come de él no muera. Yo soy el pan vivo que bajé del cielo! Si alguno comiere de esle pan vivirá eternamente, y el pan que yo he de dar es mi carne por la vida del mundo. (41-51). ¡Admirable enseñanza e imponderable generosidad de nuestro Sal vador! Al lado de ese pan admira ble, ¿qué es el maná, aun revestido de las más extraordinarias condiciones por la fecunda imaginación de los rabinos? El maná dado por Moisés era pan del cielo, sólo en cuanto bajado de las nubes, como el rocío, quizá por ministerio de los ángeles (que por eso se llama también pan de ángeles). Pero el manjar con que Jesús había de sustentar a los que creen en El era verdaderamente del cielo, el mismo Hijo del Padre, esplendor de su gloria y figura de su sustancia, el que sostiene todas las cosas con el poder de su palabra. (Hebr. I, 3). Los que comieron el maná llevaron una vida de trabajos y enfermedades y acabaron por morir, pero los que coman este verdadero pan de vida, vivirán felices y contentos y no morirán eternamente. Todos sabemos la gran contienda que se armó entre los judíos sobre la forma en que Jesús podía dar su carne en manjar. Hasta algunos de sus discípulos se apartaron de El, capitaneados por Judas, el primer hereje sacramentado, diciendo: Dura es esta palabra, y ¿quién puede escucharla? Nosotros repetiremos con San Pedro y sus sucesores en el Papado: Señor, ¿a quién iremos? Tú tienes palabras de vida eterna y nosotros creemos y conocemos que Tú eres el Cristo, Hijo de Dios. (Joan. VI, 69 70). Y no sólo creemos, sino que esta fe es todo nuestro gozo y alegría, y comiendo su carne bajo los velos eucarísticos, encontramos dicha cumplida y el comienzo de nuestra felicidad eterna. FR. G. V. NUÑEZ ei problema de la delincuencia infantil (i) En ninguna época de la vida se encuentran mayor número de causas y facilidades para el delito que en la niñez, lo que obligó a decir a Lanessan: «que la criminalidad juvenil es la más natural de todas las criminalidades». Y la razón es porque operan en el niño ese conjunto de factores externos a los que se unen las influencias internas que marean y perturban, desarrollando las fuertes pasiones que lo arrastran al delito prematuro. La personalidad del niño—dice Etienne—está constituida por factores de decisiva influencia en la delincuencia infantil: la herencia, la constitución y temperamento, la educación y el medio social en que el menor se desarrolló. Son factores éstos que no se deben de perder de vista, cuando se estudian estos problemas, porque determinan, en muchos casos, las causas de los hechos criminosos perpetrados por menores. No vamos a estudiar aquí la psicología del menor delincuente en orden al Derecho penal y cuáles son las infracciones que caen bajo la acción del mismo; tampoco vamos a examinar los diversos grupos en que los antropólogos y los psicólogos clasifican a los menores anormales. Tan sólo afirmamos, que el menor delincuente no es un ser anormal por naturaleza, no pertenece a esa subraza, que quieren al(1) Véase el número de febrero. gunos psicólogos positivistas; tam- poco es ese ser aparte, esa variedad antropológica, de que nos habla falsamente Maudsley. «El término predisposición no implica la constitución de un tipo aparte—escribe Paul Garnier—, el joven criminal no está caracterizado por signos verdaderamente distintivos que le hagan aisräble clínicamente antes de haberse revelado por actos significativos de naturaleza antisocial>. Y más claramente lo dice, basado en la larga experiencia de una fecunda labor, como médico de la infancia y juez del Tribu nal de niños, Borobio Díaz. «No hay nada en él, en el menor delincuente, que revele o descubra a priori la condición de delincuente; es un niño como otros, ni más guapo, ni más feo, ni más alto ni más bajo, ni más listo, ni más tonto. Se sabe que es delincuente a posteriori, porque ha delinquido; para nosotros, el tipo único de niño predestinado fatalmente a delinquir, lo que pudiéramos llamar el niño delincuente nato, no existe. Ni en lo físico, ni en lo psíquico, hay una estructura, o construcción, un modo de ser, o agruparse los elementos materiales y espirituales que caractericen al niño delincuente. O lo que es lo mismo: el delito no coincide siempre con la anormalidad física o mental». Lo que sí se dan casos de anormalidad, que más bien pueden clasi- — i66 — ficarse de inconsciencia, fatalismo, abúlicos, idiotismo, deficiencias del desenvolvimiento, debilidad moral, que inclinan hacia el delito y arras t' an a la vagancia, a la mendicidad, al vicio, etc. Herencia.—E1 heredero de la carga triste del delito—escribe Ferriani—tiene el 92 por 100 de probabilidades de delinquir. Por eso no puede excluirse el influjo que ejerce en la etiología del delito del menor. La herencia no sólo arrastra al delito de los ascendientes, sino que también a su alcoholismo, sífilis, anemia y a toda esa gama de enfermedades físicas y morales. — 167 — añadir las que H. Thulié trae en su obra Le Dressage des jeunes de'generés ou Orthophrénopédie, las enfermedades contagiosas, la fatiga intelectual o bien física, las emociones morales, las anulaciones, el aburrimiento, los traumatismos, factores todos que ejercen eficaz influjo en el hecho criminoso del menor. Todas estas causas del delito son en orden al individuo. Veamos ahora algunas externas. La familia. La familia, la escuela y la sociedad constituyen los tres círculos que Exaltación de las pasiones.—No integran la vida educativa del mepuede negarse que la exaltación de nor, escribid el insigne Pestalozzi. las pasiones influye poderosamente Estudiemos cada uno de estos tres en la perpetración del delito, la ira, factores. el egoísmo, la libertad, el erotismo, ¡La familia! ¡Ah, qué consoladolos hábitos sensuales, etc., son facres recuerdos, qué dulces añoran • tores de la delincuencia infantil. Frecuentes debilitaciones.—Estas zas evoca en nosotros, en medio de anulaciones vienen a constituir ver- las borrascas de la existencia, este daderas anormalidades que se re- santo y bendito nombre! Mucho se ha escrito sobre lo que flejan en las partes más nobles, coes y lo que debería ser la familia, a mo la inteligencia y la voluntad, fin de que su intensa función religioque, muchas veces, determinan una so-social sea fecunda al individuo y demencia precoz, que Esquirol llama idiotismo, y que Kahlbamn , a la sociedad. Principium urbis, et Cristian, Haecker han estudiado quasi seminarium reipublicae, es el profundamente, como Ribot ha al- principio de la sociedad, la semilla canzado fama mundial con el estu- de la república, como la llamó el dio de las enfermedades de la vo- orador romano. Es la célula del orluntad. El histerismo—afirma Cam- ganismo social. La crisis de la familia moderna bay—vuelve al niño mentiroso, capreocupa hondamente a la Religión, prichoso, astuto, sagaz y agria fueral Estado y a la sociedad, porque el temente su carácter. A estas causas de anormalidad mal de la familia—escribe I. Gornácon miras hacia el delito, hay que es el mal de la sociedad; la muerte de la familia es la muerte de la sociedad: como el mal y la muerte de las células vivas del cuerpo humano es la enfermedad y la muerte del mismo cuerpo. La familia es el sagrado yunque donde se forja— que diría Moitaine—el espíritu de la raza y se templa el alma de los pueblos; el cofre de oro donde se guardan las venerandas tradiciones; el maravilloso troquel en que se acuñan, como en fecunda resurrección, el cuerpo y el alma de los hijos, que determinan una civilización y una raza; inagotable fuente de positiva prosperidad y progreso de la ciudad y de la patria. Por eso a los «sin familia» los calificamos también los «sin patria»; y son, por consiguiente, elementos de desorden y de destrucción, que los pueblos expulsan de sí como indeseables, como, perjudiciales a la Vida social. Es el baluarte más inexp ugnable de la religión y de la patria. La familia sería lo que debe ser y c umpliría su intensa función relig ioso-social si observase lo que tan be llamente escribió Federico Le Play en su importante obra L'Ecole de la Paix Social e, en uno de sus Más estupendos capítulos que titula: Las familias viven en paz cuando e stán sometidas a los mandamientos del decálogo. De sorganización de la familia. Las conquistas de la democracia Moderna han sido un importante factor de la desorganización de la vida de familia. Las relaciones entre padres e hijos son cada día más íntimas, más de igual a igual, la autoridad y la regla aparecen menos en las relaciones familiares a medida que las costumbres y las leyes se hacen más democráticas. Una fría y glacial indiferencia hacia la obra educativa es lo que se observa, cuando precisamente no debiera perderse un momento, por sencillo y accesorio que parezca, en esta labor educacional. Los miembros que la integran no llegan a comprenderse, lo que es un gran obstáculo para el aprovechamiento común de las facultades y fuerzas coordinadas al desarrollo del noble fin educativo. Y este fenómeno que se nota en la clase obrera y media, se observa también en la elevada y aristocrática. Las vacaciones que debieran servir para estrechar más y más los lazos de familia, para la más intensa comprensión de la función social y para intensificar la labor educacional, no sirven más que para disgregarla, como acertadamente escribe Sidney: «Veo yo a los niños hacer construcciones de arena y lanzar al viento sus cometas, a los jóvenes jugar al tennis o al golf, a los padres leer y bordar; jamás he cesado de deplorar esa categorización, esa separación de edades, en circunstancias precisamente en que se sacaría tanto provecho y causaría tanto encanto verlos confundidos compartir sus ocios y sus impresiones». Pero no es esto solo; — 168 — la fábrica y en el taller, lo que ha disgregado la familia con todas sus dolorosas y desmoralizadoras consecuencias para el individuo y la sociedad. Las necesidades económicas de la vida moderna obligan a la madre a pasar del hogar al taller, quedando solo, abandonado el hogar, sin esos dulces atractivos, sin esa embriagadora poesía, sin esa luz que alumbra y fortifica, porque falta allí la que solamente puede comunicarlo, la madre; el padre ve transcurrir las horas del día y parte de la noche entre la fábrica, la cantina, el club, cuando no la taberna, la casa de juego..., y, mientras tanto, el niño, el pobre niño, a quien se le debe un sumo respeto, en frase de juvenal, después de las horas dedicadas a la escuela, eso si va a ella o consigue ser admitido, pasa las restantes en la calle, en el arroyo con los correspondientes peligros y las consabidas corrupciones. La falta de vigilancia. Allí están mezclados niños y niLas tristes circunstancias de la ñas... ¡Qué de escenas se ven y que familia moderna de lanzar a la calle debo de callar aquí! Arrastrados a padres e hijos, al extremo que por el ejemplo de los mayores, emconvierten el hogar en un hotel o piezan a cometer las primeras falcasa de huéspedes, adonde sólo se tas, aventuras y travesuras de la va a comer y a dormir, ¡cuando se infancia; impulsados por el amor va!, hace olvidar aquello, a lo que propio tratan de sobrepujar a sus más preferente atención debieran compañeros de hazañas, y vienen prestar: la vigilancia tan necesaria las faltas a la escuela, los pequeños para la obra educativa. hurtos, las pedreas con sus corresPero viene a agravar el ya difícil pondientes lesiones, y después el problema de la vida de familia el delito, el crimen... ¡Pobres niños! Criados en el arrorégimen amplio de trabajo, que hizo desaparecer el viejo taller a domi- yo y en la calle, en la indigencia y cilio, dando entrada a la mujer en en la miseria, en la ignorancia y en hay otras muchas costumbres y modas que lamentar. Desnaturalizada así su función religioso-social, su influjo, y la comprensión de sus deberes; observando el niño los malos ejemplos de irreligión y de inmoralidad, cuando no la excitación a la mendicidad y al delito, es natural que se desarrolle la criminalidad infantil, pues tales ejemplos constituyen una verdadera «criminicultura familiar», que diría Paul Garnier. Si a esto agregamos las familias que viven en el vicio y del vicio, la indigencia, la miseria, las uniones ilegítimas, sustituidas muchas veces rápidamente unas por otras, las doctrinas disolventes, entonces el cuadro que presentan esas familias es verdaderamente triste, demoledor, desgarrante, que arrancó sus más emocionantes páginas a los sociólogos y economistas. — 169 — el abandono, venís a ser los «microbios del mundo criminal», como os llamó Ferri; venís a ser los « huérfanos de padres que aún viven», como gráficamente dijo Jules Simón. La miseria. Las exigencias de la vida moderna a la vez que agravan y multiplican las necesidades y dificultades de ésta, complica enormemente la acción y la obra educativa familiar. «Hay pobres, y son los más—dice la ilustre pensadora gallega—que no descuidan la educación de sus hijos deliberadamente, sino por- ignorancia, por desidia y porque sus circunstancias hacen muy difícil que los atiendan más que en la parte material, y aun esto con trabajo. Donde se puede ver a qué extremos conduce a los menores delincuentes es en las grandeš urbes mo dernas, porque es donde también se ven las más grandes miserias. Los que dan mayor número de menores delincuentes a los Tribunales de Justicia de París—ha observado Lanessan—son las familias numerosas y míseras. En Inglaterra— es cribe Julián Juderías—el 60 por 100 de los padres que tienen hijos en los Reformatorios, no pueden satisfacer la cuota señalada por los reglamentos; en Francia, el 79 por 100 de los niños recluidos en correccionales, son hijos de obreros; en Italia, el 87 por 100 de estos jóvenes Proceden de familias pobres. Y así, más o menos, en los otros países. Mackenzie ha tomado como base de experimentación los niños de las escuelas de Glasgow y estudió la influencia que en el desarrollo físico ejerce la vivienda higiénica, y las diferencias son bien marcadas en el peso y talla de los niños. Pero no para aquí el mal. El problema del influjo moral es más hondo. La promiscuidad en los dormitorios, trae como consecuencia la iniciación prematura del menor al vicio. «Figúrese el lector—escribe Hirchen las estrechas habitaciones en que se aglomera una familia, cuán difícil es una separación de sexos», lo que hace que los menores, desde los primeros arios, pierdan todo sentimiento de pudor. FR. R. DELGADO CAPEÄNS En el aniversario de mi venida al convento Hictstenos, Señor, para tí— Temí del fiero lobo los dientes carniceros, temí los hechiceros lazos del loco amor. No quise adormecerme con sueños de alegría, temiendo la falsía que rasga el corazón. He visto sus traiciones, he visto sus bajezas, conozco las torpezas del mundo engañador. Cuando más me ilusione ¿qué puede valer todo, si es inmundicia y lodo cuanto el mundo me da? 170 — No quiero confiarme de carcomido leño, no quiero tener dueño que se me pueda morir. A Tí amaré solo, Jesús, dulzura mia; Tú llenas de alegría mi pobre corazón. Pensando que me amas, sabiendo que me quieres, disfrutare placeres, que el mundo no soñó. Tú solo no envejeces, Tú solo no me engañas, Tú llenas mis entrañas de dulzura y amor. Tú enjugas de mi frente los molestos sudores; Tú calmas los ardores de abrasadora sed. Como busca las aguas sediento cervatillo — 171 — cual huye el pajarillo del fiero gavilán. Yo quise de la piedra meterme en las rendijas, yo vine de tus hijas al dulce palomar. Han pasado los años veloces como el viento; reboso de contento al lado de tu altar. No ya el ciento por uno a todos prometido; yo más he recibido que podía esperar. Disteme hijas mil, dísteme hermanas buenas, me diste a manos llenas consuelos y favor. Yo haré, mi dulce Dueño, a fuer de agradecida, que te amen sin medida, las hijas de tu amor. Sor. J. Mercedaria. EN MI ELEMENTO Cuentan las crónicas brasileras que equivocándose de puerta un ratón, en vez de entrar en su casa se metió en un salón. El fidalgo que lo vio:S cerró la puerta, tiró lejos de sí la chaqueta, agarró un fierro y la emprendió contra el roedor. A la gresca acudió la sirvienta de la casa, y cuando vió al pobre animalito boqueando sobre la alfombra ; preguntó; quién ha muerto a este ratón? El fidalgo casi se la comió. Tras la sirvienta llegó la fidalga, y comprendiendo lo que sucedía, preguntó corno aterrorizada: quién ha muerto esta fiera? Satisfecho el fidalgo contestó so lemnemente, dándose un golpe en el pecho: —Yo; con este fierro. Desde que estoy en Río, varios amigos me han escrito preguntan do cómo estoy. A todos les he con testado lo mismo: En mi elemento Porque en cuanto uno llega a la ca pital de Brasil, lo primero que se presenta a su vista es un anuncio tan gráfico como significativo: Un tigre entre la espesura acechando al que pasa por el camino, y un mosquito de grandes proporciones y aspecto terrible con una leyenda al pie, que más o menos dice: (Más terrible que el tigre en el bosque, espera esta fiera junto a su cabecera que usted se duerma, para inocularle la fiebre amarilla y mandarlo en tres días a la eternidad.» ¡La cosa no es broma! En cuanto yo leí esto, tomé mi red de pillar insectos y me dediqué a cazar fieras por el cuarto. Ya cayó una; ya van dos; media docena; ya hay dentro de la red un enjambre... ¡Decididamente que yo erré la vocación!; ¡me debí dedicar a cazar fieras! Y en esas condiciones se ve llegar la noche con cierto temor. Se prepara convenientemente la mosquitera, se da una escrutadora mirada por los contornos, se encomienda uno a Dios y a dormir. En cuanto se apaga la luz, comienzan a surgir las fieras a dos palmos de distancia. Será dentro de la mosquitera?; será fuera? Con hacerse el dormido, se sale de dudas. Si está dentro, en cuanto uno cierra los ojos la fiera se para en la cara. Es entonces cuando uno salta de la cama más pronto que la vista, toma la jeringa de Flit y dispara en todas direcciones hasta agotar la munición. Las fieras dejan de rugir. Sudando la gota gorda a causa del combate y del calor, se arregla de nuevo la mosquitera; se acuesta uno de nuevo; en el transcurso del sueño cree a veces oir nuevos rugidos, que también pueden ser las bocinas de los autos que pasan por la calle, y al día siguiente amanece con la cara hinchada a causa de las picaduras. La prensa anuncia que algunos enfermos han muerto en el hospital de fiebre amarilla; señala algunos puntos de la ciudad donde hay enfermos sospechosos; en la parroquia vecina también los hay; cada mañana que leo eso, me quedo suspenso; no sé si tomarlo a broma o prepararme para morir, pidiendo inclusive la extremaunción. Hace pocas mañanas tuve una sorpresa original. De día claro, desde la cama y a través de la mosquitera, ví en el techo del cuarto una sabandija. Me quedé observándola sin respirar. Sería víbora?; ¿sería culebra? A poco comenzó a moverse; tenía gafas, y por consiguiente se trataba de una lagartija. ¡Infeliz! —dije entre mí—; cómo has ido a dar ahí? ¡No va a ser menudo el porrazo que te vas a dar! Como a medio metro de distancia, había un punto negro que debía ser una mosca; la lagartija se fué deslizando hacia ella con toda cautela, y cuando llegó a unos cuatro dedos de distancia se encogió, dió un salto, la pilló, y sin más trámites se la comió. Me quedé como viendo visiones. Más adelante se divisaba otro puntito negro; debía ser un cínife, un — 172 — mosquito zancudo; es decir, una fiera; ví deslizarse a la lagartija con toda precaución, y cuando llegó cerca dió el salto, lo pilló, se lo comió y dirigió su visual hacia otra parte. No había lugar a dudas: ¡Era una fiera que cazaba y se comía vi--ns a las otras fieras! Lo que yo no comprendía era cómo andaba, corría saltaba por el techo estucado del iarto con la misma seguridad y rapidez que si anduviera por el pavimento. Seguí observando. En uno de tantos saltos perdió el equilibrio o tomó mal las medidas y se vino abajo con la mosca en la boca. Levanté la cabeza y miré hacia el suelo; la vi caer de pies y comerse la mosca; pero notando mi presencia, corrió hacia un rincón y se metió entre la ropa de una maleta que ahí tenía yo abierta. Ahí tendrá el nido, dije dándome media vuelta y dando gracias a Dios, que así cría unas fieras para que se coman a las otras en el mundo. En cuanto me levanté, me acerqué con cautela a la maleta, comencé a dar unos silbiditos a modo de reclamo, y luego se asomó la lagartija por la bocamanga de una camisa. Cacé una mosca, le arranqué una ala y la tiré cerca de la lagartija. En cuanto la vió en el suelo, se abalanzó sobre ella, se la tragó sin tomarse la molestia de masticarla, — y me hizo después dos o tres inclinaciones de cabeza, como dándome las gracias. Desde ese día fuimos amigos, y todas las marianas se desayunaba la lagartija con las moscas que yo le tenía preparadas sobre mi mesa de trabajo. Repito: creo que erré la vocación; me debí dedicar a domesticar fieras. Narrando esto al hermano lego del convento Salvatoriano, donde me alojo, como que hace veinte arios que el vive en el Brasil, no le llamó la atención. —Oh, sí—me dijo—y esas lagartijas son muy buenas; aquí se las comen. —¿Qué es lo que dices, hermano? —Sí, padre, sil; se las comen con patatas... —¡Pero, hermano! Con acento de suizo-francés me siguió diciendo: —Aquí la gente come de todo; en las casas no verá gatos; tenemos aquí una escuela y todas las tardes los niños para su merienda traen piezas de gato, yacaré, culebra, lagartijas, etc. Y cuanto más vivo, más me convenzo de que en este mundo la peor de las fieras es el hombre: Mata a las demás y aun se las come. Por eso dije al principio que estoy en mi elemento. FR. POLICARPO GAZULLA Mercedario. '175 — PAGINA MISIONAL PIAUHY Nuevo administrador apostólico. y Japón envía la Reverenda Madre Comendadora, Sor Margarita María Maturana. Como su Diario ha sido ya reproducido y leído muchas veces, copiamos del número de Abril la siguiente impresión: El Padre Ramón Bolados Cárter, que después de largos arios de misiones en diferentes países se halla descansando en Chile, su patria, Auras del País del Sol nos da la importante noticia de que Naciente. el Señor Nuncio en Rio de Janeiro ha nombrado Administrädor AposFrescas soplaban el día 2 de ditólico interino de la Prelatura del ciembre, cuando a las nueve de la Buen Jesús, al Reverendo Padre mañana atravesábamos uno de los Pedro Sánchez, peruano, que lleva puentes de Tokyo con el objeto de ya en Piauhy varios arios. tomar el tranvía que había de conUltimamente estaba en el pueblo ducirnos hasta Edogawa, y de allí, de Corrente, donde a instancias del por un camino retirado y cuesta Diputado Federal y de otras signi- arriba, dirigirnos a la Catedral para ficadas personas, abrió el « Patrona- asistir a la Misa mayor, como acosto Agrícola das Merces», con cua- tumbramos todos los domingos. renta alumnos. Llamónos la atención la multi«En diversos pueblos (añade el tud de policías que ocupaban el Padre Bolados), me pedían que tra- puente y sus inmediaciones, como bajara yo para que se lo mandaran también las limpiezas extraordinade párroco. Le querían muchísimo, rias en que se ocupaban los barrenprincipalmente por su modo suave deros; por todo lo cual dedujimos de tratar a la gente y por su buen que algún acontecimiento extratino para dirigir colegios.» ordinario se esperaba. Nuestra enhorabuena más sinceLa Catedral de Tokyo es pequera al Padre Sánchez, y que el Señor ña, y pobre para el nombre que bendiga sus esfuerzos en favor de la lleva; sin embargo, su aspecto es grey que le ha sido encomendada. agradable, y el interior de estilo gótico. Su titular es la Inmaculada Extremo Oriente. Concepción, cuya imagen, bajo el « Angeles de las Misiones», la sim- aspecto con que se manifestó en pática revista de nuestras Madres Lourdes a la sencilla Bernardeta, de Bérriz, viene estos meses rebo- aparece en la vidriera que cae sosante de alegría y optimismo con bre el altar mayor. El suelo de la las buenas noticias que desde China nave central está formado de tata- — 174 — mis o esterillas, sobre las cuales se arrodillan o se sientan japonesas, con sus largos y honestísimos kimonos de variados colores, y su velo blanco de tul bordeado de encaje. jamás entran los japoneses en habitación tapizada de tatamis, con el calzado de la calle, el cual dejan a la puerta, sustituyéndolo por otro. Es cosa curiosa ver el número de zapatillas, zapatos, etc., que hay a la entrada de las iglesias durante la Misa. En las naves laterales hay bancos al estilo europeo. Una bellísima reproducción de la gruta de Masabielle, en los jardines que rodean la Catedral, nos hace creer por un momento cerca de nuestra querida patria. ¿Por qué esta palabra, Patria, llena de lágrimas nuestros ojos, y el corazón se regocija al pensar que sólo por Dios la dejamos, y por enseriar a muchos hermanos nuestros el camino que conduce a nuestra común patria, el Cielo? Es nutrido el concurso de fieles que acude todos los domingos a la Misa mayor, y muchos los que en ella comulgan, a pesar de que empezando ésta a las nueve y media, tengan que permanecer en ayunas hasta cerca de las once. Aunque la Misa sea rezada, canta el pueblo después del Evangelio, el Credo, que llena de emoción nuestras almas al pensar que muchos de los que lo entonan son acaso hijos de aquellos valientes confesores de nuestra santa fe, los que con el rosario al cuello y coronados de flores se dirigían gozosos a padecer - .175 — los más crueles tormentos por Cristo. Después del alzar canta también el pueblo algún motete en latín, con mucha afinación y marcada pronunciación francesa. Los Padres de las Misiones Extranjeras de París, a cuyo cargo está confiada la mayor parte de la obra misionera de Tokyo, realizan una labor inmensa atendiendo no sólo a la cura de almas, sino también a los seminarios mayor, menor y a otras obras diversas. Bien necesitaban que su número se multiplicase; bien es verdad que el Señor duplica las energías de los que con fuerzas físicas, no demasiadas, llevan a cabo empresas gigantes. nos miraba con extrañeza, pero con seriales de respeto; nadie nos dijo una palabra, aunque luego supimos que habían detenido a otros. En una plazoleta inmediata, un grupo como de doscientas personas, hombres, mujeres y niños, sentados sobre esterillas extendidas en el sue- ¿A qué aquel bajar de ventanas y` cortinas en todas las casas? Luego lo supimos: aquella multitud esperaba el paso de su Emperador para una revista militar; y nadie podía mirarlodesde sitio elevado por creer un desacato al monarca el mirarlo de arriba abajo. *** Cuando acabada la Misa regresamos a nuestra provisional morada, nos fue" preciso descender del tranvía antes de lo acostumbrado y hacer una buena caminata a pie. Algo dijo el interventor al hacer salir a la gente del vehículo, pero nosotras no entendimos una palabra. Avanzando vimos que el movimiento policíaco de la mañana continuaba; una gran muchedumbre, formando apiñado conjunto, aguardaba algo que para nosotras era un enigma, por no saber preguntarlo a nadie. Dos largas filas de policías, espada al cinto, ocupaban, distanciados uno de otro no más 'de dos metros, el puente que debíamos pasar. Eramos en aquel momento las únicas que lo atravesábamos, haciéndonos no poca gracia el tener que pasarlo entre la doble fila que TOKYO.—La nueva fundación de Mercedarias. Sentados de izquierda a derecha: MM. Mercedarias, Ministro de España, Ilmo. Sr. Arzobispo, Mme. Guescuec (de la embajada francesa), Almirante Yamamoto , Consejero de la Delegación de España . — De pie: Hermanas, Adoratrices españolas, PP. de las misiones extranjeras de París, Damas de Saint Maur, PP. Jesuítas, Señoritas Japonesas. Director de los Marianistas, Coronel Herrera, Secretario del Delegado Apostólico. lo, guardaban religioso silencio. Dos policías custodiaban la puerta del magnífico colegio de las Damas de San Mauro; les hicimos la acostumbrada reverencia, y pasamos adelante. El enigma continuaba: las ventanas todas, cerradas, y bajadas todas las cortinas. ¿Qué ocurría? ¿Qué esperaba aquella multitud silenciosa y recogida como en una ceremonia sagrada? No es extraño que los japoneses tan reverentes para con su soberano temporal, cuando llegan a conocer al que es Rey y Señor de todos los pueblos, llamen la atención por su recogimiento en el templo. ¡Cuán edificante es el verlos en las iglesias, especialmente después de recibir el Santísimo Sacramento! Parecen ángeles adoradores. Quiera el Señor multiplicar el — 176 — número de los que en el País del Sol Naciente son iluminados por la esplendorosa luz del Sol divino. Pocos son, según la última estadística, los católicos de la diócesis de Tokyo, cuya población es de 15.611.200. ¡Cuántas ovejas fuera del redil! ¡Pastor divino, atraedlas a Vos! SOR M. BEGOÑA DOCHAO O. de M. Tokyo, 12-1-1929. SANTORAL MERCEDARIO El Hermano Converso Fray José Molineros -I- 1794 Fray José Molineros, hijo legítimo de los consortes Sr. Juan Molineros y Sra. Mariana Sandoval, nació en la ciudad de Ambato (Ecuador). Sus padres, fervorosos cristianos y estimadores del subido precio de la virtud, le educaron desde niño en el santo temor de Dios, que es el principio de la sabiduría. Nacido para el bien, educado en la escuela de la virtud y aleccionado con santos ejemplos, no es de admirar que el niño José abandonara el mundo y sus halagos en los mejores días de su existencia. Esta valiosísima joya (así podemos llamarle sin hipérbole ninguna al joven José), estaba reservada por Dios para enriquecer y hermosear con el esplendor de sus virtudes y buen ejemplo el claustro de la Merced en la Recolección de San José, llamada vulgarmente El Tejar, en Quito. Desempeñaba entonces (ario 1784) el cargo de Superior de dicha Recolección el V. Siervo de Dios, Re ve rendo Padre Fray Francisco de Jesús y Bolarios, natural de Pasto. A este Siervo de Dios se presenta, pues, el joven Molineros, y llorando, hincado de rodillas, le pide ser admitido en el número de los hijos de la Merced para llevar su cándida librea en calidad de religioso converso. El R. P. Fr. Francisco de Jesús y Bolarios, mira al postulante con esa apacible y escrutadora mirada que Dios concede a los santos: penetra en el interior de su corazón; conoce las buenas disposiciones de que está animado el joven; y acogiéndole cariñosamente, le admite en el número de los escogidos por Dios para que le sirvan en el claustro. Cumplidos los requisitos mandados por nuestras Constituciones y el Derecho Canónico se le admitió también por unánime consentimiento de la Comunidad a nuestro santo hábito como religioso converso. Vestido ya del cándido sayal de la Merced, fue entregado a la dirección espiritual del R. P. Fr. Mariano Ontaneda, de quien el mismo P. Bolahos había hecho un religioso observante y perfecto. Bajo tan sabia y prudente dirección, de esperar era que el joven novicio diese pasos agigantados en el camino de la perfección religiosa y — 177 — de la santidad, pudiendo decirse de él las palabras del santo Rey David en el salmo XVIII: «Salta como gigante para correr su carrera». Y así sucedió, en efecto, ayudado por la gracia divina. II El Año de Noviciado es, como si dijéramos, el gimnasio de las virtudes cristianas donde los jóvenes aprenden a renunciarse a sí mismos para cargar la cruz del sacrificio y seguir a Cristo; concluido, pues, este año de prueba, hizo el hermano Molineros la profesión de los vo tos religiosos, el día 31 de agosto de 1785; el R. P. Fr. Ramón de Santa Teresa, recibió en nombre del cielo los santos y perpetuos juramentos del novicio, sirviéndole de padrino en tan solemne acto el V. Siervo de Dios Fr. Francisco de Jesús y Bolaños. Ligado ya a Dios Nuestro Señor con los sagrados votos de la vida religiosa, no pensó en otra cosa sino que en cumplirlos fielmente. El hermano José practicaba todas las virtudes, pero escogió para sobresalir en ella la santa y hermosa virtud de la Obediencia, haciendo de ésta la norma estricta de su conducta religiosa y dando tan saludables ejemplos de obediencia que fué la edificación de sus hermanos de hábito. Dios Nuestro Señor preparaba, sin duda, de este modo a su siervo para la grande obra a que le tenía destinado en sus inescrutables designios. Conociendo los Prelados el buen espíritu de que estaba animado, resolvieron asociarle a la obra de las misiones, que es una obra de sacrificio. Por entonces estaban a cargo de los Mercedarios las misiones de Putumayo y fué enviado a éstas para que ayudara a los misioneros en la instrucción de los indios. Entonces manifestó el hermano José cuán grande era su celo por la gloria de Dios y cómo estaba animado de un espíritu verdaderamente apostólico por la salvación de los hombres, pues emprendió la misión que le confiaba la Obediencia con el entusiasmo santo y la abnegación evangélica de quien conoce el precio infinito de las almas redimidas con la sangre divina d Nuestro Señor Jesucristo. Por esto no encuentra el hermano José dificultad ninguna en su camino que no la allane con su fervor y celo. El camino de los misioneros como el de los apóstoles, está sembrado de espinas y abrojos, pero el amor a Jesucristo cambia estas espinas y abrojos en hermosas flores, que los ángeles recogen sin duda para la corona de gloria y de inmortalidad que Dios Nuestro Señor promete a sus imitadores. Encendido en estos afectos de caridad y de celo el corazón de nuestro humilde misionero, no le detienen en su camino ni lo insalubre del clima, ni las enfermedanes, ni la carestía de alimentos; no le intimidan los peligros de que está amenazada su vida entre los salvajes, ni le arredra la muerte misma repitiendo con — 178 — el Apóstol de las gentes: ni la muerte ni la vida.., podrá separarnos del amor de Dios. Fortalecido por el es- píritu de Dios, iluminado por su luz celestial, ve en todo la mano de la Providencia divina que le ha elevado a tan alto ministerio; toda dificultad, toda privación, todo pesar, acepta de buen grado como un medio para dar gloria a Dios y conquistarle almas para el cielo; se reconocía como siervo inútil, y refiriéndolo todo a Dios, decía con San Pablo: Todo lo puedo en el que me conforta». Así que nuestro hermano José se consagró al cumplimiento de sus deberes y al desempeño de su misión con celo infatigable; su caridad crecía con el ejercicio constante de ella; y, en cierta manera, se multiplicaba Fr. fosé para atender a sus infelices indios, cuya catequización le había sido confiada. Conforme al consejo del Apóstol, hacerse todo para todos, a fin de ganarles para Cristo. Cada día buscaba nuevos y mayores estímulos para su celo y caridad; y los hallé en los apostólicos ejemplos que le dejaron, en las mismas misiones del Putumayo, sus hermanos de hábito, el abnegado y santo sacerdote P. Fr. Manuel Arias y el no menos virtuoso y ejemplar hermano Fr. Jacinto Márquez. Y como la luz y el fuego se avivan y crecen al recibir nuevas corrientes de su misma naturaleza, así la caridad y el celo del hermano José se avivan y aumentan al calor del recuerdo de la santa vida y ejemplar muerte de dichos religiosos; v siente abrasársele el alma en el vivo deseo de imitarles, muriendo también, como buen soldado de Cristo, por la gloria de Dios y la salvación de las almas. Apóstol del Señor, va siempre adelante en su obra evangélica: su ardiente e inagotable caridad le suministra constantemente cuantos medios son más apropósitos para arrancar de las manos de Satanás las almas de sus infelices indios, sujetas a él con las cadenas de hierro de los más degradantes vicios. El hermano José está en todas partes: aquí, instruye a unos en la doctrina cristiana; allá, socorre a otros en sus necesidades; y derrama por doquiera el alivio y el consuelo que, para los que lloran y padecen, tiene siempre la religión cristiana, en sus promesas celestiales y eternas. Pero llegaba ya el momento en que el apóstol debía convertirse en mártir de su celo y caridad; llegaba ya el momento en que debía concluir su carrera, para recibir la recompensa de su abnegación y sacrificios. Viéndose el demonio abandonado de aquellos a quienes tenía por suyos para siempre, se irrita contra el humilde religioso; juzgando completamente perdida su causa, si continuaba el misionero en su obra redentora, resuelve conspirar contra su vida eficazmente, sabiendo que el celo mismo del hermano José le dará motivo para llevar a cabo su siniestro intento. En efecto; conforme al consejo 17 del Apóstol, reprendía en cierta tremo, asesinando también al sol- ocasión a los indios del pueblo de San Ramón, afeándoles los pecados de lascivia en que aún vivían encenagados muchos de ellos; algunos oyeron humildemente las severas reprensiones del celoso misionero; pero los más, encendidos en furor satánico, rebeláronse contra él, sirviendo de instrumentos para consumar la obra de Satanás contra el Apóstol del Señor. Y no se dieron por satisfechas con esto la furia y la venganza de los indios, sino que las llevaron al ex- dado que le asistía y a la familia de éste, y al golpe formidable de la macana (especie de dardo salvaje) destruyeron, por fin, el pueblo de San Ramón. Era el ario de 1794 cuando este santo religioso volaba al cielo, donde sin duda interpondría sus ruegos y valimientos ante Dios para alcanzar el perdón de sus verdugos, no menos que la vuelta de éstos al camino del bien y de la salvación eterna. FR. JOäL LE. .deitIlleir La Mer . 43i2. Quito. —0 o IDEA SALVADORA ;Y perdóneseme la inmodestia! Hace tiempo que se me habla ocurrido, pero ciertos acontecimientos me la representaron ahora con viveza. ' Ante el hambre de sueldos oficiales, de subvenciones y ayudas del Presupuesto, ¿qué remedio podríamos adoptar? ¿Cómo apartar a los niños de la empleomanía, carcoma y peste de las naciones modernas? Al hablar de ciertas cosas yo he podido decir con orgullo: Peino canas y no he recibido todavía un solo céntimo del presupuesto. Mis trabajillos, buenos o malos, se han hecho con mis pobres recursos, a costa de muchas privaciones y sacrificios, pero sin ayuda del Estado, de la Provincia ni del Municipio, como ahora se dice con precisión curialesca. ¡Al contrario! He contribuido con muchos el' miles de pesetas a I rfas de eso» respetables entidades. ' '033k134 Reflexionando sobre es advertido que el caso no es raro, por dicha nuestra y del Estado, de la Provincia y del Municipio. Somos legión los que nada les hemos pedido, bien convencidos de su pobreza. Sepamos estimamos y hagamos ostentación de nuestra conducta, que es un verdadero timbre de honor. Digámoslo muy alto y pongámoslo como titulo honroso donde haya ocasión para ello. Harto más honroso que muchos de los setenta que escribe en la portada de su libro de texto un catedrático chiflado. Yo aconsejaría que en las esquelas de defunción y en las notas de sociedad no se olvidara tampoco ese dato: No cobró un céntimo del presupuesto. De ese modo iremos formando la — 180 — Conciencia de los niños e inspirándoPero ya que eso no pueda hacerse, les desprecio de los sueldos oficiales he de procurar que mis conciudadaque hoy constituyen para ellos una nos estimen esa gloria y sepan disobsesión. tinguir de colores. El vivir del Presu¿Que con esto corremos peligro de puesto es en muchos casos una nota levantar ampollas a algunos ciudada- bochornosa, un verdadero timo, y nos presupuesilvoros? Cuando se siempre es menos decoroso que el trata de la salud de todo el cuerpo vivir y trabajar con sus propios menadie repara en ampolla de más o de dios. menos. Son muchos los vecinos que Cuando el público se convenza de ante el amago de un simple catarro esta verdad habremos dado un gran se desuellan con tintura de yodo. paso en el saneamiento de la HaHay ciudadanos que hacen cosas cienda. estimables, que publican libros y reY a los que viviendo del Presuvistas que nos honran. A veces nos puesto se me presentan con aires de sentimos avergonzados ante ellos; gran señor, les recordaré su humilde quisiéramos hacer también cosas condición de servidores del contribuatildadas y llamativas. yente, al cual muchas veces explotan Pero cuando nos enteremos que y no sirven. esos lujos se hicieron a costa del EsEl traje y los humos no hacen que tado, nuestra confusión se trueca en .el criado deje de ser criado, ni que el orgullo, y preferimos nuestra ropa amo, aunque mal servido, deje de ser modesta a los trajes rozagantes que amo. Por haber perdido la conciencia de no se pagarán nunca. Yo conozco algunos vecinos que esta verdad elemental, suceden mutodos los años estudian cuidadosa- chos desaguisados en todas partes. mente el Presupuesto, buscando algo Cierto día estaba yo formando cola de qué asir, alguna subvención, algu- ante una ventanilla del viejo caserón na comisión... Y alguna vez han ve- de Correos (ya derribado felizmente). nido a mi indicándome la convenienA una ventanilla próxima se acercia de pedir, de no perder la ocasión. caron dos jóvenes, con la soltura que Procuré siempre excusarme, sin es general en las madrileñas. No era saber a punto fijo por qué esas cosas la hora señalada para el servicio que no me atraían, sino que instintiva- pedían y el empleado se lo advirtió mente me repugnaban. Ahora ya sé con malos modos. ¿No saben ustedes por qué era y doy mil gracias a Dios leer?—añadió señalando la tablilla por haberme dado ese instinto. que había encima. Y estoy tan orgulloso de ello, que —Y usted, ¿no sabe un poco de si no temiera ir contra la sencillez tan educación? -le contestaron las chide moda, escribiría en mis tarjetas de cas. Ya que le pagamos a usted, ¿no visita: Juan Pérez. No debe nada al tenemos derecho a un poco más de Presupuesto. cortesía? Callóse el empleado, comprendiendo que era lo mejor que podía hacer, y supongo que no olvidaría la lección recibida. GUILLAUME Grandes invenciones Estúpidas de puro estupendas. Los famosos descubrimientos de Glozel han traído de cabeza a muchos sabios durante e . tos años. La pequeña aldea del Boutbon nais (departamento del Allier) venía a resultar con los monumentos en ella descubiertos el centro de una civilización antiquísima y muy avanzada, que desde allí había irradiado por todo el mundo. La civilización no hubiera venido del Oriente como la luz, sino que hubiera avanzado del Occidente. ¡Con decir que los caracteres hebreos resultarían usados en Francia mucho antes que en Palestina, está apuntado lo menos gracioso de tales descubrimientos! Pero a todo hay quien gane y los falsarios franceses no merecen descalzar a sus rivales germanos, que han descubierto lo que verá el curioso lector. Dejando a un lado a los grandes doctores pangermanistas anteriores a la gran guerra, y por tanto, muy atrasados de noticias, uno de los más célebres de nuestros días es el profesor Franz von Wendrin. A consecuencia de graves investig-aciones hechas por él en Suecia, asegura haber descubierto y desci- frado en Bohuslau inscripciones rupestres, donde se dice que Alemania fue el teatro verdadero de la historia bíblica y en general de toda la historia antigua. Leyendo tales inscripciones herr Wendrin « quedó poseído de un religioso respeto al ver la s p ntidad y grandeza de nuestra raza . (son sus palabras). El dió con la prueba de que Hornero no vivió nunca en Grecia; que Roma no fue tampoco fundada por Rómulo y que el rapto de las sabinas no se verificó en Roma, sino en un pueblecillo de Mecklemburgo. Lo que Schliemann descubrió en el Asia Menor no eran las ruinas de Troya. Los restos de la verdadera Troya están en Alemania, aunque el autor se reserva el lugar por ahora. Todo lo que la Historia enserió hasta ahora sobre estas cuestiones es falso. « Todas las leyendas griegas, dice, las ciencias que nos vienen de la India y en general del Oriente, no son más que falsificaciones criminales, cometidas en daño del germanismo. El trabajo de los falsarios ha sido favorecido por el tiempo; los sucesos referidos por ellos se realizaron mucho antes de las fechas admitidas por nosotros. Así, por ejemplo, el sitio de Troya es diez veces más antiguo de lo que se cree». Con profunda estupefacción suya el autor no pudo menos de reconocer « que la Biblia no es otra cosa que la historia antiquísima de Germania». 18 La expulsión de Adán y Eva del Paraíso no es más que una simple figura; el hecho real, que cuenta ya sesenta mil arios, según lo demuestran los cálculos astronómicos, es que unas bandas de salteadores, pertenecientes a razas inferiores, fueron vencidas por los germanos en una batalla cerca del Paradies (en la región de Posen) y ahogadas en las marismas del Obra, afluyente del Vartha por la izquierda. ¡El dueño del Paradies o Paraíso no era otro que Jesús el Dios, Rey de los germanos, que tenía por segundo a San Miguel! Hace exactamente 165.000 arios que los germanos penetraron en el Océano Pacífico, en China, Japón, en Oceanía, y por Alaska y California en América. A ellos se debe el origen de todas las civilizaciones, aunque éstas perecieron más tarde — 183 — porque la noble raza se bastardeó Y envenenó con los cruzamientos. Ahora, el primero, el más noble, el único pueblo culto del planeta debe recobrar progresivamente su poder y cultura primitiva. Tal es el extracto que de las ideas de von Wendrin ofrece la Docuraen/colon Calholique en su número de 9 de febrero último. Y después de esto se me ocurre preguntar: ¿Quedan todavía melancólicos en el mundo? ¿Hay quien ose afirmar que la vida es triste? El que no se divierte es porque no quiere. Guardémonos, sin embargo, de confundir a todos los alemanes con los pangermanistas. Estos mismos distinguen con sus odios y sus insultos a los católicos alemanes y a cuantos conservan el sentido común. —¡Oh, señor don José! Está muy malito...; y no es eso lo peor, sino que, como dice el doctor que teme sea un mal contagioso, los criados no quieren estar a su lado, se han marchado todos..., y está solo, solito... Una asistenta viene de día; pero por la noche tampoco quiere quedarse, y yo... ya ve usted..., mi marido tiene miedo a que el mal se así, como a un perro? Eso no puede ser. Yo quiero verle. si le arroja a usted? —No importa; además, que no me arrojará. ¿Hay alguien en la casa? —Nadie; tengo yo la llave, porque la asistenta no ha venido aún. --Pues si no quiere subir conmigo, démela. FR:fogg R.-ORJALES FERROL.—Niños del Colegio de PP. Mercedarios que hicieron la primera comunión en el mes de Abril. LA ABSOLUCIÓN Todas las marianas, cuando apenas clareaba el día, se encontraban aquellos dos hombres en la escalera de su casa; el joven sacerdote se dirigía a celebrar el Santo Sacrificio de la Misa en un convento de religiosas pobres, tan pobres, que ni aun casa podían ofrecer a su capellán; el viejo vividor volvía de sus torpes placeres. Este último habitaba con sus criados en el piso principal, un elegante cuarto de soltero; el primero, una modesta habitación que en el tercero le cedía una buena señora viuda, en compañía de otra media docena de huéspedes. Pero llegó un día en que el sacerdote no encontró a su trasnochador vecino; y como esto se repitiese en días consecutivos, uno de ellos preguntó a la portera: —¿Está enfermo el señor del principal? me pegue, y además tiene una que estar a su obligación... se queda solo de noche? ¿No podían avisar a una Hermana de la Caridad o a un Padre Camilo? La portera movió la cabeza. —Mire usted, señor cura—dijo con un tono confidencial—. Don Pepito es tan poco amigo de Padres ni Hermanas, que no me atrevería yo a traer ninguno; y lo peor es que el doctor dice que se muere. —¿Y le van ustedes a dejar morir Y sin hacer caso de las observaciones de la portera, el sacerdote se dirigió a casa del enfermo. II En una gran alcoba, que servía a la vez de gabinete, acostado en un lujoso lecho, cuyas ropas estaban en el mayor desorden, un hombre yacía presa de ardiente fiebre. El joven sacerdote se acercó a él y le examinó con profunda compasión. — 184 — Era un lastimoso espectáculo el que presentaba aquel hombre, con los ojos hundidos, las mejillas cárdenas; la barba, crecida de algunos días, contrastaba por su blancura con el bigote y cabellos, teñidos de un negro demasiado brillante. El aspecto de la habitación produjo en el espíritu de don José el mismo efecto penoso que le produjera la vista del enfermo; los muebles eran lujoso ;, pero exóticos; las pinturas, extremadamente libres; ni una imagen piadosa, ni un libro serio; sobre la mesa se veían revistas y novelas poco edifi .antes, postales y retratos de bellezas célebre; el tocador, lleno de pomos y frascos, parecía el de una mujer coqueta. El sacerdote, conteniendo aquel sentimiento de repulsión instintiva, por un poderoso esfuerzo de caridad, se acercó mis al lecho, e in.clinánclose sobre aquel desventurado, le preguntó dulcemente: —¿Cómo se encuentra usted? El enfermo abrió pesadamente los ojos, y al ver al ministro de Dios tuvo un estremecimiento. —¿Es que voy a morir ya?—preguntó con voz ronca en que se traslucía un vivo terror. —¿Qué le hace pensar en eso? ¿Mi presencia?—dijo el sacerdote tomando su mano, que ardía—. ¿Es que sólo en el último extremo cree usted que un ministro de Dios puede acudir a su lado? Estaba usted solo y he acudido, cumpliendo un deber de caridad; eso es todo. —¡Solo, sí, muy solo! —gimió el enfermo, volviendo a cerrar los ojos —. Pero abriéndolos de nuevo, y tratando de incorporarse, gritó con repentina cólera: ¡Yo no le he llamado a usted, yo no le conozco! Y rechinando los dientes: —1Creen que soy rico; por eso acuden..., como las aves de rapiña al olor de la carne muerta! Una profunda conmiseración se pintó en el rostro de don fosé. — ¡Infeliz!—murmuró—. Deje usted esos pensamientos. ¿Qué me imp3rtan a mí sus riquezas, si el mayor tesoro que usted tiene está a punto de perderlo tal vez para siempre? El enfermo le miró estúpidamente. —Yo no tengo tesoro ninguno— exclamó agotado por aquel esfuerzo y dejando caer la cabeza sobre la almohada. El sacerdote se sentó a su cabecera, y enjugando con un pañuelo el sudor helado que cubría la frente de aquel infeliz: —Tiene usted un alma—dijo casi a su oído—, una sola alma... ¿Comprende usted? Y una sola eternidad ante sus ojos. —Entonces, ¡voy a morir? —repitió el enfermo con creciente terror. —Sólo Dios puede responder a esto. El tiene en su mano omnipotente la vida de usted. El le ha de juzgar; póngase a bien con su juez, tenga usted piedad de sí mismo. Don Pepito gimió; era evidente que sostenía una sorda y terrible lu- — — cha consigo mismo. El sudor corría en gruesas gotas por su frente; una r espiración angustiosa alzaba su pecho, y sus manos crispadas arañaban el embozo de la sábana, que suadcaritativo aritativo visitante había ordeLa llegada del médico interrumpió aquella escena. Reconoció al enfermo, y viendo al sacerdote, le llamó aparte, preguntando: —¿Es usted de la familia? —No; soy vecino. —Es preciso averiguar si este señor tiene familia, y si usted puede conseguirlo, que prepare su alma. —¿Tan mal está? —No llegará a mañana; es un organismo completamente destruido... Ya que ha venido usted, señor cura, no le abandone. Y estrechando la mano del sacerdote, el médico salió. III Han pasado algunas horas; el sacerdote, instalado a la cabecera del moribundo, espiaba sus menores movimientos, esperando que despertara. Una completa transformación se había operado en aquella estancia; las pinturas obscenas, los malos libros y retratos habían desaparecido; sobre la mesilla de noche, una pequeña imagen del Sagrado Corazón, propiedad de don José, abría sus brazos misericordiosos, esperando el arrepentimiento del pecador. Al fin, el enfermo abrió los ojos, mirando a su alrededor de un modo vago, y murmuró: Iba tal vez a decir « Señor cura»; pero se detuvo con repugnancia visible. — Aquíestoy; ¿desea usted algo?— dijo éste dulcemente. El enfermo tendió su mano, que él cogió. —¿Le ha dicho a usted el médico que voy a morir?—preguntó con voz ahogada. El sacerdote dudó; pero comprendiendo que a todo trance era preciso salvar aquel alma: --"Y si fuera así?—dijo con creciente dulzura. Un terror horrible, desesperado, se pintó en aquel rostro. —Y... ¿usted cree.., que hay otra vida? - tartamudeó. —Sin duda - dijo firmemente el ministro de Dios ; por eso le repito: aún es tiempo, prepárese usted. El enfermo volvió a dejarse caer sobre la almohada, lanzando un gemido. El sacerdote se arrodilló ante él, e inclinando su frente hasta casi tocar aquel rostro, que se veía ya cubierto c in el velo de la muerte: —Hermano mío—dijo con tono suplicante--, Dios le espera ansioso de perdonarle... Confiese sus faltas, por grandes que sean; si se arrepiente, Dios le perdona; mire su Sagi ado Corazón, fuente inagotable de misericordia y perdón... ¡Por amor suyo, hermano mío, tenga piedad de su alma! Y siguió hablándole en voz baja, - 186 suplicante, en que la caridad del mismo Cristo que invocaba palpitaba llena de santa elocuencia; y ésta fué tal, que poco a poco, penetrando aquel pecho endurecido, llegó hasta esa fibra dormida que existe en todo corazón, que recibiera en su niñez una educación cristiana. Y por fin, callando el sacerdote, empezó a hablar el penitente, y el murmullo contenido de aquel diálogo resonó de un modo solemne en la habitación, bajo la mirada amorosa del Salvador, que abría sus brazos, esperando aquel alma redimida con su sangre. a medida que el moribundo avanzaba en su confesión el rostro del sacerdote palidecía, hasta asemejarse al de aquel; y varias veces tuvo que sacar el pañuelo para enjugarse el copioso sudor que corría por su frente. Al fin terminó la confesión. El enfermo, libre del brazo que sostenía su cabeza, cayó sin fuerzas sobre la almohada; el sacerdote ocultó su frente entre las manos y un sollozo desgarrador se escapó de su pecho, hiriendo los oídos del moribundo. —¿. Ve usted, señor cura—gimió-----, cómo no hay perdón para mí? ¿Ve usted cómo no me absuelve? El ministro de Dios se enderezó, y pronunciando las palabras sacramentales, trazó la señal de la cruz sobre aquella frente pecadora. Después se dejó caer de nuevo sobre la silla, apoyando la frente sobre su mano. —Yo creería en el perdón de Dios si aquellos a quienes hice tanto mai pudieran perdonarme — murmuró el enfermo en el tono del que delira. Esta voz pareció volver en sí al confesor. —Si no necesita usted más que eso para morir tranquilo—dijo con voz grave, que adquirió de pronto irresistible majestad—. Tranquilícese; su esposa murió perdonándole, y como enserió a su hijo a pedir siempre por su padre, éste le perdonó en la cuna. El moribundo lanzó un grito indescriptible. —¿Usted los ha conocido? —exclamó —. ¡Ella.., ha muerto! ¡Pero... mi hijo!... El sacerdote se deslizó de la silla al suelo, en que cayó de rodillas, y tomando la mano del desgraciado la colocó sobre su cabeza. —Su hijo está aquí...; le perdona y le bendice—sollozó —. ¡Padre mío! Dé usted gracias a Dios y prepárese a recibirle, pues en breve vendrá lleno de amor y misericordia a demostrarle cómo sabe perdonar. El moribundo se inclinó con un esfuerzo supremo, estrechó aquella cabeza consagrada, y poniendo sus labios abrasadores en su frente: —¡Hijo mío!—exclamó con un grito salido del alma—. Ahora sí que estoy seguro del perdón de Dios. IV Pocos días después era conducido a su última morada el cadáver de aquel hombre, al que la heterogénea sociedad que frecuentara conocía con el nombre de «Don Pepito». 1A2 Un sacerdote de rostro dulce y severo, como los santos de Zurbarán, presidía el duelo, con gran asombro de los pocos amigos que acudieron a acompañarle por última vez en su fúnebre camino. Pero su asombro creció de punto cuando, al despedirse de él, uno, más fino que los demás, le entregó su tarjeta, recibiendo en cambio la del sacerdote, en la cual leyó: «José María Bueno, Presbítero». Sin esta última palabra hubiera podido creer que era una tarjeta del difunto la que recibía en justa reciprocidad de la suya. JULIA GARCÍA HERREROS ANeCDOTAS Cuando Pío VII fué a París a consagrar a Napoleón, mandó el Emperador que fueran a saludarle todas las corporaciones. Entre ellas fué el Consistorio protestante, cuyo presidente Mr. Marrón, después de las frases de rúbrica, dijo que esperaba que un Papa tan cariñoso no le condenaría al infierno. --Pero tampoco sacaré las castañas del fuego—replicó el Papa un tanto serio. (Marrón significa castaña). Unos mozalbetes se burlaban de un pobre cojo, y llevando la risa hasta el escarnio le preguntaron si sabía en qué se parecía al fabulista Esopo (que era cojo también). —En que Esopo hacía hablar a las bestias y yo las hago reir—contestó satisfecho el cojo. LA CUESTIÓN DEL DIA puñado de verdades Un Los prestigios universitarios han sido la causa, o el pretexto, de algaradas estudiantiles, a las que no son ajenos todos los profesores. Se dice que el Gobierno, autorizando a ciertos Colegios para conferir grados académicos, ha inferido grave injuria a la Alma Maler. Si así es, de todo corazón lo lamento. Amo a la Universidad como hijo agradecido, y a su honra he consagrado bastante más esfuerzo que muchos de sus flamantes defenso res. He estudiado su historia y los detractores de la Universidad me encontraron siem pre en frente. A ella debo gran parte de la consideración que disfruto en la vida y otra cosa todavía más preciosa: el optimismo. En ella comprobé el valor de mi modesta formación conventual y el contraste no me desanimó. Como este es precisamente el eje de la cor troversia, sobre esa comparación habré de decir algunas cosas que se me grabaron profundamente en la memoria, no para rebajar a la Universidad, sino para serle útil apoyando sus justísimas aspiraciones. Yo tenía de la Universidad y de sus hombres una idea elevadísima. La experiencia me confirmó en ella, en parte solamente. iŠŠ La Universidad posee, en efecto, grandes hombres, más que las Ordenes religiosas. Y no es de extrañar, pues las grandes inteligencias son un don que Dios concede raras veces y sería demasiada fortuna que esos mirlos blancos aparecieran siempre entre los frailes, que somos apenas la milésima parte de la población masculina. Que las Ordenes religiosas fueron muchas veces distinguidas con,ese don preciadísimo lo demuestra la historia de España y de otras naciones. Con todo, nos declaramos inferiores a la Universidad en ese punto y reconocemos por maestros a Menéndez Pelayo, a Bonilla Sanmartín, a Menéndez Pidal, a Asín, a Alemany... y nos gloriamos de ser discípulos suyos. Pero desgraciadamente no todos los hombres de la Universidad son de esa talla y su organización es con frecuencia lamentable. Cuando yo llegué a la Universidad de Madrid hace unos veinte arios, me propuse aprobar dos cursos en uno solo; pero, temiendo el rigor de los exámenes, asistía puntualmente a todas las clases, tomando parte en sus trabajos. La impresión que entonces recibí fué sencillamente desastrosa. En el primer ario había sólo un catedrático servible. Los otros dos eran una completa ruina. Y conste que el decir esto me cuesta un sacrificio, pues aquellos ancianos me trataron con mucha consideración y me dieron excelentes notas. Pero es preciso que el pú- — 189 — blico sepa que el orden actual no eš intangible, y -que si la Universidad ha de corresponder a las necesidades de nuestra cultura, hay que poner mano fuerte en su gobierno. El segundo curso era todavía más lamentable. Ninguno de los tres profesores podía desempeñar razonablemente su cátedra y el aburrimiento de los alumnos llegaba a extremos inverosímiles. Por lo que a mí personalmente se refiere, repito lo dicho respecto del primer ario. Me duele tener que hablar de ellos (aunque uno de los profesores era el Gran Maestre de la Masonería), y no lo hiciera si la necesidad no me obligara. Un alumno muy despierto, que, cual si presintiera su próximo fin, derrochaba su ingenio en toda clase de juegos, hizo de los consabidos doctores las semblanzas que verá el pío lector: El pollo de don Antonio es aquel que viene allí; trae la bragueta abierta y el chaleco tan monín... Y el ojo como un puchero, y la baba forma un mar, y en medio de todo esto ¡eh! ¡eh!, le oigo exclamar. El pollo de Miguelito es un sabio de chipén, y de todo teorías nuevas tiene don Miguel. Venus (dice), hija de Ciro, Viriato de Abderrahman, iy dirá que Alfonso XIII lo es de Assurbanipal! Los hay frescos, no lo dudo, pero ¡como don Andrés...! Después de mil y un discursos todo le sale al revés. Siempre llega a la hora en punto y a la misma hora se va, pero siempre llega tarde, ¡no me lo puedo explicar! Tal es la muestra, en puridad, de la pollera de la Facultad. El lector se preguntará cómo era posible en la Universidad de Madrid tal cúmulo de desastres. Sencillamente, por la estúpida inamoviliclad e intangibilidad de los profesores. Todo el mundo sabe que algunos señores no sirven , sino de hacer perder el tiempo y la paciencia a los estudiantes, con peligro de que les llegue la boca a las orejas, a puros bostezos. Y, sin embargo, nadie se atreve a poner mano en ello. Y lo que es más absurdo todavía, se clama porque nadie lo toque. Una parte del mal se ha remediado con la jubilación forzosa a edad determinada. Antes, para jubilar a un catedrático, era necesario un expediente de inutilidad. Como era de temer, los compañeros declaraban siempre que el catedrático estaba útil, aunque Juera ya una momia. Pero el daño no está sólo en la edad. Hay catedráticos jóvenes que no saben ni quieren enseriar. Y los alumnos han de aguantar sus impertinencias y sandeces cuarenta o cincuenta arios, hasta que la muerte piadosa ponga término a sus dolores. El contraste de los Colegios religiosos o particulares con la Universidad no puede ser más flagrante. En ellos, cuando un profesor resulta inepto o majadero, se le manda a freir espárragos sin más expediente. Y cada uno atiende a su clase con el mayor interés, buscando la manera de interesar a los estudiantes y de que obtenga sobresaliente. He dicho esto, no porque yo tenga piedra alguna en el rollo del Escorial ni en Deusto. Ni porque me interese mayormente que se mantenga el favor otorgado a esos Centros, uno de los cuales ha renunciado ya a el. Lo que sí deseo ardientemente es que la Universidad se organice fuertemente y que no padezcan otros lo que yo he padecido. FR. GUILLERMO VAEQUEZ DR. EN F. Y L. — 190 — TIRSO DE MOLINA líneas, ya fué inútil para el misterio, porque la realidad se impuso con FANTASIA una voz vencedora de las tinieblas; misión eterna del Verbo. ¡Ah, siglo tan desmedrado! —Hemos caído de pie, pero no con Jara qué nos resucitas? fortuna. Creo que hemos equivoca¿Momias, no tiene infinitas? do el planeta. Esto no es la Tierra. ¿Qué harán las nuestras en él? —Yo os demostraré, Quevedo, QUEVEDO con Aristóteles en la mano, que en Nevaba sobre las blancas heladas la Tierra, y en tierra de España, cumbres. Nieve en la nieve, silencio estamos. en el silencio. Moría el sol invisible, ---¿Ahí tenéis al Peripato, y no lo como padre que muere ausente. La decíais? Y en la mano; dádmelo a belleza, el consuelo de aquellas so- mí para calentarme los pies, meledades, de los vericuetos pirenái- tiéndolos en su cabeza, olla de silocos, se desvanecía, y quedaba el gismos. horror sublime de la noche sin luz, --No os burléis del filósofo maescallada, yerta, terrible imitación de tro de maestros. la nada primitiva. --¡Ah, Sr. Cano, como estos veriEn la ceniza de los espesos nuba- cuetos; ah, Sr. Nieves, y qué atrarrones que se agrupaban en redor de sadilla me parece su teología, ahora los picachos, cual si fueran a buscar que he viajado tanto por otros munnido, albergue, se hizo de repente dos altos! más densa la sombra ; y si ojos de ser —No habléis de eso, y busquemos racional hubieran asistido a la tris- dónde cenar. teza de aquel fin de crepúsculo en —Ah, Tirso!... Cenad ex nihil°, lo alto del puerto, hubieran vislum- porque otra cosa no hay por aquí, a brado en la cerrazón formas huma- lo que no veo, nas, que parecían caprichos de la —Señores, sin ser yo tan ilustre niebla al desgarrarse de las aristas lógico como esta gloria de Trento; de las peñas, recortadas algunas ni, menos teólogo, como no sea en como alas de murciélago, como el verso, creo que antes de la cena, ferreruelo negro de Mefistófeles. que no es idea simple, que no es En vez de ir deformándose, des- categoría, debemos pensar en el sivaneciéndose aquellos contornos de tio, en el lugar, que sí es categoría. figura humana, se fueron conden Porque yo, por ahora, dudo que essando, haciendo reales por el dibu- temos en parte alguna. Y donde no jo; y si primero parecían prerrafaé- hay espacio, no hay cena. licos, llegaron a ser después dignos —Pero hay frío, Sr. Calderón. de Velázquez. Cuando la obscuri—Bien dice Lope. Procuremos dad, que aumentaba como ávida orientarnos. Es decir, Oriente ahora fermentación, volvió a borrar las no se puede buscar; pero según lo — 191 — que yo pude colegir cuando caímos, ya cerca de este globo, a la luz del Sol y antes de penetrar en las nubes de nieve, dentro de España estamos, y sobre altísimas montañas, y del mar no muy lejos; de modo que estos deben de ser los Pirineos, y, acaso los de mi tierra, porque yo, señores míos, siento un no sé qué de bienestar, de que no me hablan vuestras mercedes. —Natural me parece, insigne Jovellanos, que seáis vos, de tiempos de mejor brújula que los nuestros, quien nos deje barruntar en dónde estamos. Pero yo daría mi Buscón por una buscona que me hiciese topar ahora, no con la madre Venus, sino con su digno esposo Vulcano, para que me fabricase una cama donde dormir, menos fría que este suelo. —Señores, yo vuelvo a mi Aristó teles, y digo... —Teólogo, tenéis razón; seamos peripatéticos; discurramos con los pies, y a ver si a fuerza de discurrir probamos algo... algo caliente. Una voz nueva resonó entonces en aquellas soledades como suave música, y era la de Fray Luis de León, también expedicionario, que decía: —Amigos queridos, esta noche más ha de penitencia, de ayuno, que de hartazgo; porque, si he de hablar con franqueza, nuestra vuelta al mundo terrenal más me parece castigo, que otra cosa. Pecamos, pecamos; pequé yo a lo menos—y si en buena teología esto no se puede llamar pecado, llámelo D. Melchor como quisiere o convenga—, pequé, digo, deseando lo que en soledades de mi dicha, de allá arriba, nunca creí que se podría desear. ¡Ay, sí! El engaño como siempre. El desengaño igual. En esta tierra obscura, sepultada en noche y en olvido, .qué me había quedado a mí? Si vivía en la alma región luciente, qué querer, como quise, saber algo de la mísera Tierra? Fué vanidad sin duda. Movióme el apetito de saber si aquella larva que yo por acá había dejado, y que el mundo llamó mi gloria, se había desvanecido, cual mis despojos, o algo había quedado de ella, aunque no fuera más que un soplo, que fuese callado por la mon —¡Ah, Sr. Fray Luis de León!— interrumpió Lope—a todos, creo yo que nos escuece el mismo remordimiento. Yo, que al morir dije que daría todas mis comedias, que eran humo, por un poco de gracia al entregar el alma a Dios, ahora me veo aquí desterrado, por la pícara vanidad de oler si algo se dice todavía por el mundo, del montón infinito de mis coplas. Todos fueron confesando su pecado. A todos aquellos ilustres varones les había picado la vanagloria cuando gozaban la gloria no vana, y habían deseado saber algo de su renombre en la Tierra. acordarían de ellos aquí abajo? Y el castigo había sido dejarlos caer juntos, en montón, de las alturas sobre aquella nieve, en aquellos picachos, rodeados de la noche, padeciendo hambre y trío. — 192 — Como pudieron, de mala manera, empezaron a caminar sobre la nieve, procurando descender, por si encontraban más abajo rastro de senda que los guiara a vivienda humana, o por lo menos, a lugar menos desapacible donde aguardar el día y aguantar el hambre. Porque es de advertir que aquellos desterrados, en cuanto pisaron tierra, volvieron a sentir todas las necesidades propias de los que andamos vivos por este valle de lágrimas. Jovellanos, por varios signos topográficos, y más por revelaciones del corazón, insistía en su idea de que estaban sobre alguna montaña de Asturias. Los otros llegaron a creerle, y como práctico le tomaron, y detrás de él marchaban, dejándole guiar la milagrosa caravana por las palpables tinieblas adelante. —Para mí, señores, estamos en alguno de los puertos que separan a León de mi tierra. —Pues entonces, a fe de Quevedo, que ya sé quién nos va a dar posada. El oso de Favila. —Ese no; pero otros no deben de andar lejos. Notó Lope que el terreno que habían llegado a pisar apenas tenía ligera capa de nieve, y era llano. —IN° tan llano, por Cristo!—gr i tó Quevedo, que dió un tropezón, y tuvo que tocar la blanca alfombra con las manos. Sintió al tacto cosa dura, y que ofrecía una superficie convexa y pulida. —Señores—exclamó—aquí hay trampa; con los pies tropecé en una barra, y entre los dedos tengo otra. Agachbse jovellanos y tras él los demás, y notaron que bajo la nieve se alargaban dos barras duras como el hierro, paralelas... —Esto ha de ser un camino—dijo D. Gaspar—; tal vez los modernos atraviesan estas montañas de modo que a nosotros nos parecería milagroso, si lo viéramos. Yo tengo escrito un viaje que llamo de Madrid a Gijón, y en él expreso el deseo de que algún día... —Jesús nos valga!—interrumpió Calderón—; entramos en un antro, en una cárcel.., aquí toco una pared fría que chorrea... y aquí otra pared... —Entramos, por lo visto, en la cueva de un oso. Ya tenemos posada. Dios nos libre del huésped... Interrumpió a Quevedo y pasmó a todos un quejido terrible, intenso, que sonó lejos; un silbido ensordecedor y desconocido de monstruo desconocido... Y de repente vieron a gran distancia un punto rojo de luz que se acercaba; y oyeron estrépito de cadenas y mil infernales choques de hierro contra hierro; bramidos horrísonos. Un monstruo inmenso, negro, que se les echaba encima para devorarlos, les hizo con el terror caer en tierra. Todos se pegaron, cuan largos eran, a la fría pared, que sudaba una asquerosa humedad. Los más cerraron los ojos, pero algunos, como Fray Luis de León y Jovella nos, tuvieron ánimo para contemplar el peligro, y vieron pasar como un relámpago, inmenso dragón negro, vomitando ascuas, rodeado de humo... teä —No hemos caído en la Tierra, sino en el infierno—dijo Quevedo cuando todos estuvieron en pie, algo menos asustados, si no tranquilos. —Salgamos de esta cueva maldita, si podemos—propuso Tirso. —Volvamos sobre nuestros pasos... —Sí, una honrosa retirada... Salieron como pudieron de la cue- —Bien, pero cosa del diablo.¿Cómo creéis que estemos en la Tierra? Cría la Tierra monstruos como ese de fuego, que por poco nos aplasta? ---Quién sabe—dijo Fray Luis— si los pecados de los hombres han convertido el mundo en mansión de terribles fieras traídas del Averno? —¡Y aquí venimos a buscar gloria mundana! ¡Y pensábamos que en la PIAU1-1Y.—Piel de serpiente Sucuriú cogida cerca del Buen Jesús. Mide sin la cabeza 6 metros y medio de largo. En el centro el P. Francisco Freiría. va, antro o lo que fuese; y no teniendo en las tinieblas modo de orientarse mejor, procuraron seguir la dirección que señalaban aquellas barras de hierro, que de vez en cuando sentían bajo los pies. —Esto es un camino, señores; no me cabe duda—dijo el autor del Informe sobre la Ley Agraria. —Un camino infernal, —No, D. Francisco, un camino... de hierro, pues hierro es esto que pisamos. Tierra quedaría memoria de nosotros; y la tierra es vivienda de sierpes y vestigios! ¡Oh! . Quién nos sacará de aquí? — Sigamos, sigamos—dijo Tirso. —Señores, atención—exclamó Lope, que iba delante con Jovellanos. O el miedo me hace ver las estrellas, o una brilla enfrente de nosotros. --Estrella terrestre? Llámese candil. —Sí—dijo Tirso—; allí una luz — 194 — ven usteverde... y más abajo, des otra rojiza?... —Sí, y esta parece que se mueve. —¡ Ya . lo creo!, hacia nosotros viene... .Qué hacemos? —Señores, a fe de Quevedo, que me canso de ser cobarde; yo de aquí no me muevo, venga lo que viniere; más puede en mi el ansia de saber qué mundo es este y qué monstruos nos asustan, que el amor al pellejo... Nadie quiso ser menos valiente, y todos, a pie quieto, esperaron el terrible peligro desconocido que se acercaba. La luz, cerca del suelo, avanzaba, avanzaba... De repente un silbido estridente hizo temblar el aire; cien ecos de los montes repitieron como un coro de quejidos prolongados el melancólico estrépito... Aunque la obscuridad era tanta, pudieron nuestros héroes distinguir entre la nieve una masa negra, que, con marcha lenta y uniforme, a ellos se acercaba. Nadie se echó a tierra, nadie tembló, nadie cerró los ojos. Como inmenso gusano de luz, el monstruo tenía bajo la panza bastante claridad para que por ella se pudiera distinguir la extraña figura. Era un terrible unicornio, que por el cuerno negro arrojaba chispas y una columna de humo. Montado sobre el lomo de hierro llevaba un diablo, cuya cara negra pudieron vislumbrar a la luz de un farolillo con que el tal demonio parecía estar mirándole las pulgas a su cabalgadura infernal... Pasó la visión espantosa, rozando casi con los asombrados inmortales que para no ser atropellados, tuvieron que retroceder un paso... Quevedo, decidido a ser quien era, y Jovellanos con ansia infinita de saber algo nuevo e inaudito, miraron con atención firme, cara a cara el andriago que se les echaba encima, y los dos a un tiempo, en voz alta, sin darse cuenta de lo que hacían, exclamaron: « ¡Tirso de Molina!» —Presente—dijo el fraile. —No es eso—exclamó el autor del Buscón—. Es que en el lomo de ese monstruo de hierro que acaba de pasar, a la luz del farolilo de aquel diablo, he leído en letras de oro... eso: Tirso de Molina. nombre? —Sí—dijo D. Gaspar—Tirso de Molina; en letras doradas, grandes. Yo lo leí también. qué debemos pensar?—preguntó Cano. —Nada bueno—dijo Lope. —Nada malo—dijo Quevedo. En aquel momento, el monstruo que se llamaba como el Maestro Téllez, retrocedía deteniéndose pacífico, humilde, sin ruido, cerca de los pasmados huéspedes celestiales.. « Tirso de Molina», leyeron todos en el costado del supuesto vestigio. Un hombre cubierto con un capote pardo, alumbrándose con una linterna, pasó cerca, y se detuvo a inspeccionar el raro artefacto, que por tal lo empezó a tener Jovellanos, adivinando algo de lo que era. "i()5 — —Señores—dijo el desconocido, en buen castellano, al notar que varios caballeros, entre ellos clérigos y frailes algunos por lo visto, ro deaban la máquina—señores, ¡al tren!, que aquí se para muy poco. tren? ¿Y qué es eso? —preguntó Quevedo. —Pero,¿dónde estamos?--dijo don Gaspar. —Pues, ¿no lo han oído? En Pajares. Mediaron explicaciones. El mozo de estación creyó que se las había con locos, y los dejó en la obscuridad; pero jovellanos fué atando cabos, y sobre poco más o menos, aquellos ilustres varones supieron de qué se trataba. Estaban en la Tierra; los hombres atravesaban las montañas en máquinas rapidísimas, movidas por e] fuego; ¡y esas máquinas se llamaban... como ellos! Aquella: Tirso de Molina; otras, de fijo se llama rían jovellanos, Quevedo, Cervantes... como los demás hijos ilustres de España. —Señores—dijo D. Gaspar—ya lo veis; el mundo no está perdido, ni nosotros olvidados. Ilustre Poeta Mercedario, .qué dice Vuestra Merced de esto? ¿Sábele tan mal que a este portento de la ciencia y de la i ndustria le hayan puesto los hombres de este siglo el pseudónimo g lorioso de Tirso de Molina? Sonrió Tirso, y con toda sinceridad se declaró satisfecho de encontrarse con tal tocayo. — Verdad es que no lo siento. Pero, a mal mundo hemos venido, si queríamos para siempre curarnos de vanidades. —10h, quién sabe, quién sabe! Acaso no lo sean—advirtió D. Gaspar—. La gloria que dé el mundo no es gloria; pero agradecer el recuerdo, el cariño de los míseros mortales, Dios lo permite en los bienaventurados. CLA RIN (Don Leopoldo Alas.) La dirección espiritual Su necesidad. ¡Señor! (decían los criados al Padre de Familias) ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde, pues, tiene cizaña?—Esto es obra del hombre enemigo. La parábola evangélica es de aplicación perenne. Apenas la Iglesia siembra una buena doctrina, que debe renovar el fervor de los fieles y encaminarlos rápidamente a la perfección, el demonio y las malas pasiones de los hombres y... de las mujeres, mezclan al buen grano la cizaña de sus errores y desatinos. En los últimos arios hemos visto la renovación de las doctrinas místicas malamente olvidadas en la época anterior por gran parte de los fieles y aun del Clero. Un mejor conocimiento de la vida espiritual, de sus encantos y hermosura, debía arrastrar a los fieles hacia Dios, ha- n(. - 14$ — eiéndoles despreciar todos los encantos y hermosuras terrenas... pero en seguida apareció el enemigo sembrando la cizaña en medio del trigo. Las doctrinas de la infancia espiritual, de la confianza ilimitada en Dios, pregonada por Santa Teresita, encantó a muchas personas y con sobrada razón, pero algunos creyeron que con esa confianza infantil sobraba la dirección espiritual y que cada uno debía dejarse dirigir por la luz interior, que no era en muchos casos más que la propia cabeza dura, origen de funestísimas ilusiones. El que esto escribe tuvo que intervenir en una discusión, donde a pesar de las graves amonestaciones de Santa Teresa, de las razones de San Juan de la Cruz y de la doctrina de todos los maestros de vida espiritual, se negaba la importancia de la dirección y de un buen director. —Para mí todos son iguales—exclamaba la sostenedora, si no autora de la nueva vía espiritual—y con todos me he encontrado muy bien. —No lo extraño—contesté yo— pues no hacía caso de ninguno, y los oía a todos como quien oye llover, según la frase vulgar. Así llegó a formarse un conjunto de máximas y doctrinas que estaban completamente fuera de las enseñanzas de los santos y aun (inconscientemente) fuera de la doctrina católica. San Juan de la Cruz, en esto como en todo lo referente a la vida espi- ritual, es uno de los que más a fondo estudiaron las relaciones de la gracia interior y del magisterio exterior, conciliando perfectamente la acción de la una con el otro y explicando su aparente antinomia. El enserió en la Subida al Monte Carmelo que debían los espirituales prescindir para dirigirse de las revelaciones, visiones y demás luces interiores, guiándose en todo por su director. Sobre esto insiste largamente en muchos capítulos del libro EI, como quien estaba escarmentado por las duras lecciones de aquellos tiempos. El ejemplo de los iluminados de Llerena y de otras partes y de tantas beatas ilusas o embaidoras que la Inquisición descubrió, hizo al Santo prudentísimo en esta materia, sin llegar al extremo de los que aborrecieron la Mística, encerrán dose únicamente en la Ascética. Es claro que alguna Orden religiosa de grande influencia viró completamente en redondo después de aquellos sucesos, y de allí arranca su aversión por la Mística, de la que antes había hecho arma preferente para la conversión del mundo. San Juan de la Cruz supo conservarse en el justo medio, a pesar de ver las llamas del incendio y las corazas del Santo Oficio. Realmente el podía estar seguro de la eficacia de la enseñanza mística, pues trataba con almas donde la acción de la gracia se manifestaba clara y terminantemente, sin dejar lugar a dudas. — 197 — II La dirección y las revelaciones. « Si es verdad que da Dios al alma las visiones sobrenaturales (pregunta el Santo Doctor) no para que ella las quiera tomar ni arrimarse a ellas, ni hacer caso de ellas,¿para qué las da? Pues en ellas puede caer el alma en muchos yerros y peligros... Responderemos a esta duda... y es de harta doctrina y bien necesaria a mi ver, así para los espirituales como para los que enseñan... Que piensan que por el mismo caso que conocen ser verdaderas y de Dios, es bueno arrimarse y pegarse a ellas...» «Y así les parece que es bueno admitir las unas y reprobar las otras, metiéndose a sí mismos y a las almas en gran peligro y trabajo, acerca de discernir entre la verdad y falsedad de ellas. Que ni Dios les manda poner en este trabajo, ni que a las almas sencillas y simples las metan en ese peligro y contienda, pues tienen doctrina sana y segura, que es la fe, en que han de caminar adelante.» (Lib. II, cap. XVI). « Cuando son visiones imaginarias u otras aprehensiones sobrenaturales que pueden caer en sentido sin el albedrío del hombre, digo que en cualquier tiempo y sazón, ahora sea en estado de perfecto, ahora de menos perfecto, aunque sean de parte de Dios, no las ha el alma de pretender ni detenerse mucho en ellas, por dos cosas: la una porque como habemos dicho, pasivamente hacen en el alma su efecto, sin que ella sea parte para impedirlo.., y por consiguiente, aquel segundo efecto que había de causar en el alma, mucho más se le comunica en sustancia, aunque no sea de aquella manera, porque en renunciar estas cosas con humildad y recelo, ninguna imperfección ni propiedad hay, antes desinterés y vacío, que es mejor disposición para la unión con Dios.» «La segunda es por librarse del peligro que hay y del trabajo en discernir las malas de las buenas y conocer si es ángel de luz o de tinieblas; en que no hay provecho ninguno, sino gastar tiempo y embarazar el alma con aquello » . (Libro II, capítulo XVII). Sobre esta doctrina, como tan fundamental, iniste el Doctor Místico muchas veces y con todo género de razones, condenando a los directores que hacen caso y dan importancia a tales visiones y luces, pues con eso crían en sus dirigidos vana estima de sí mismos y apartan su atención de las verdaderas y sólidas virtudes y de la perfecta abnegación, que era lo único importante. Inútil decir que con esta doctrina tan nueva para los ignorantes y para las almas vulgares, están conformes todos los grandes maestros de espíritu. Recuerdo, entre otros, al mercedario P. Juan Faleoni, famoso director de almas en Madrid durante la primera mitad del siglo XVII y promotor acérrimo de la comunión frecuente y diaria en su libro El Pa n Nuestro de Cada Día. — 198 — En otros libros, que produjeron también grande efecto, empuja con no menos bríos hacia la oración y contemplación, pero sostiene abiertamente que las personas espirituales no deben guiarse por las visio nes y luces interiores, sino por la de la fe y de un prudente director. eNo es eso una irreverencia e ingratitud a las divinas inspiraciones? ¡De ningún modo! Antes ese es el camino elegido por Dios, como se demuestra con toda clase de pruebas teológicas. Serán, pues, inútiles esas gracias extraordinarias? Menos todavía, pues cuando Dios quiere que lo por El indicado se cumpla, hace también que el director lo acepte y se rinda, a pesar de todas sus resistencias. San Juan de la Cruz tenía, sin duda a la vista, además de su experiencia propia, la de Santa Teresa, que mil veces asegura haberlo probado. De ese modo tan divino se conserva la unidad de la Iglesia y la subordinación a las autoridades legítimas, sin quitar nada a las mociones internas del Espíritu Santo en cada alma. Los que temían ver en la vida mística algo del espíritu privado de los protestantes, pueden serenarse com pletamente. FR. G. V. (Continuará). — Suscripción para una beca. Pesetas. Francisca Sánchez Antonio Fernández Cuesta Srta. Mercedes Casanova 3 5 25 199 — Para Ferrol, donde se pondrá al frente de la importante iglesia y Orden Tercera de los Dolores, confiada a nuestra Orden, salió el Padre Agapito Fernández Alonso, que hasta ahora dirigía el Colegio de Herencia. En este cargo le sustituye el Padre Gumersindo Placer, recién ordenado Favores de Nuestra Madre. Damos infinitas gracias a la Santísima Virgen y a la Beata Mariana porque nuestra hermana en el reconocimiento no tuvo lesión. Que nos la siga protegiendo y que la veamos pronto bien del todo. Dos Terciarias de tu Orden. NOTICIAS MADRID Estudiando la documentación y los libros del Padre Falconi, sobre el que prepara una importante obra, estuvo en nuestra casa de la Buena Dicha el profesor de la Universidad de Liverpool Mr. Allison Peers. Nombrado Provincial de Valencia, salió para su destino el R. P. Martín Ortúzar, cuyos artículos tanto gustan en nuestra revista. Que el Señor bend i ga sus desvelos y que él no olvide su colaboración en LA MERCED. En cambio esperamos aquí al provincial saliente Padre R. Delgado, que tantas simpatías goza dentro y fuera de la Orden. en Poyo. Hemos tenido el gusto de saludar aquí al M. Rvdo. P. Avelino Ferreira, Secretario general de la Orden, lamentando que su visita fuera tan rápida por la urgencia de regresar a Roma. Esperamos que otra vez nos visite más despacio. En Don Juan de Alarcón.—Solemnisima de verdad resultó la primera comunión de las niñas del Colegio de nuestras Madres, celebrada el día 9 del corriente. Asistieron muchísimas antiguas alumnas y las familias llenaban completamente la espaciosa iglesia. El Padre Miguélez dirigió una afinadísirna orquesta acompañando el canto de las alumnas, que resultó maravilloso. BARCELONA Han sido elegidos para regir los destinos de nuestra Provincia de Aragón: Provincial, el Rvdo. P. Tomás Tajadura; Diputado al capítulo general, el Padre Florencia Nualart. Definidores, los RR. PP. Ramón Martín, Mariano Alcalá y Pablo Planas. Nuestra más cordial enhorabuena y que el Señor corone sus esfuerzos para bien de la Provincia. TARANCON (Cuenca). Con gran concurrencia de fieles, que luego cumplieron el precepto pascual, predicó un triduo en Tarancón el Reverendísimo P. Inocencio López, dando también ejercicios a las Hermanas Mercedarias. SARRIA (Lugo). El 22 de Abril hizo solemnemente su profesión de los primeros votos en el Convento de Mercedarias Sor María de Jesús Alvarez García. Fueron padrinos su señora madre D. Jesusa García, viuda del distinguido médico y arqueólogo D. Eduardo y D. José Alvarez, Presbítero, hermano de la profesa, el cual ofició en la misa cantada por la Schola de los PP. Mercedarios. Recibió los votos el P. Comendador Fr. Severino Vega, que hizo una hermosa plática. A todos nuestra sincera enhorabuena. ILLESCAS (Toledo). En el Colegio de las HH. Mercedarias de la Caridad ha dado a las señoras Ejercicios espirituales el P. Delgado Careáns, del 23 al 28 del próximo pasado. La amplia capilla era incapaz para contener el numeroso público que asis tía a todas las distribuciones ávida de escuchar las sublimes verdades de nuestra santa Fe. En la Misa de Comunión se acercaron a recibir el Pan de los Angeles numerosas señoras y todas las alumnas del Colegio. HERENCIA (Ciudad Real). Triduo en honor de la Beata Mariana de Jesús.—Comenzó el día 15 de - 200 — Abril, terminando el 17. El último día hubo sermón, que predicó el P. Comendador. Numerosos fieles se acercaron a besar la reliquia de la Beata Mariana. Triduo misional en Villana y Arenas de San Juan, organizados y costeados por las Marias de los Sagrarios de Herencia. El P. Fernando Díez, Comendador de los PP. Mercedarios, predicó sendos triduos en dichas villas. Todos los días, a las once de la mañana, explicaba el Padre la doctrina a los niños y los preparaba para la comunión, y por la noche, a las nueve, se rezaba el santo Rosario, seguía el sermón moral, exposición del Santísimo, bendición y reserva. La asistencia a estos actos fué numerosa, y a la comunión del domingo se acercaron muchos fieles, algunos por vez primera. Al fruto de esta labor mi- S II M EL INFANTE D. sional contribuyeron muy eficazmente varias Marías activas de Herencia, que se impusieron el sacrificio de asistir todos los días, para enseriar la doctrina a los niños y solemnizar los cultos con hermosos cánticos. ¡Que el divino Prisionero del Sagrario se lo premie como merecen! Indulgencias del mes de junio. Día 7.—Fiesta del Sagrado Corazón. Absolución general. Día 22.—Cuarto sábado. Indulgencia plenaria, asistiendo a la misa de nuestra Madre santísima. Día 24.—Fiesta de San Juan Bautista. Absolución general. Día 29.—San Pedro y San Pablo. Absolución general y otra indulgencia plenaria, visitando la iglesia. é R. JAIME, ARCHICOFRADE DE LA MERCED.- EL MANÁ Y LA EUCARISTÍA, por Fr. G. Ntkizz.—EL PROBLEMA DE LA DELINCUENCIA INFANTIL, por Fr. R. Delgado.— EN EL ANIVERSARIO DE MI VENIDA AL CONVENTO, por Sor J., Mercedaria.—EN MI ELEMENTO, por Fr. P. Gazulla.—PÁGINA MISIONAL-EL H. CONVERSO, Fr. José Molineros Orjales. LA ABSOLUCIÓN, por Julia G. - UN PUÑADO DE VERDADES, ller,to Vázquez.--TIRSO DE MOLINA, por Clarín. G. por Fr. Gui- -LA DIRECCIÓN ESPIRITUAL, por Fray V.—SUSCRIPCIÓN PARA UNA BECA.-FAVORES.-NOTICIAS.-INDULGENCIAS DEL MES. CON LAS DEBIDAS LICENCIAS Editorial Católica Toledana, Juan Labrador, 6, teléfono 211.