La fé perpleja - Parroquia de Santa María Madre de Dios
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La fé perpleja - Parroquia de Santa María Madre de Dios
LA FE PERPLEJA ANTE LA REALIDAD SOCIOECONÓMICA José Luis Segovia Bernabé Instituto Superior de Pastoral (UPSA-Madrid) 1.- INTRODUCCIÓN Para superar la tentación de “rellenar” la ignorancia con citas y citas a pié de página, apelaré a vuestra caridad y compartiré “mi propia fe perpleja” desde tres grandes ventanales a los que considero un privilegio el poder asomarme. 1.- El primero, claro está, es la balconada de la trascendencia, del Misterio de Dios, al que uno barrunta aunque sea con fe perpleja. Sin duda, sin Dios y sin su compañía las cosas serían muy distintas. Nunca se lo agradeceremos bastante. 2.- El segundo, es la ventana que da al patio interior del sufrimiento humano y la injusticia que padecen tantas personas: extranjeros sin papeles, presos, drogodependientes, niños y niñas sin oportunidades vitales, etc. Se trata de una vista desagradable que los dueños de todo tratan de esconder a toda costa. Considero un lujo inmerecido, no compartiendo su desgracia, el tener un ventanuco pequeño, pero muy significativo, de mi vida a este patio sin luces. 3.- El tercero, es el portillo de la reflexión (es una suerte poder hacerlo mientras otros no tienen tiempo ni para sobrevivir), las lecturas y el contraste, procurando evitar la protección de la talanquera y el refugio intelectualoide, que reflexionan ajenos al dolor humano. Se trata de hacer bueno aquello de Epicuro: “vana es la filosofía que no libera de dolor alguno”. 2.- LA FE PERPLEJA… Fe, según la definición más clásica, es “creer lo que no se ve”. Eso ya es de por sí meritorio, por eso diría Jesús aquello de “dichosos los que crean sin ver”; habrá qué ver qué añade lo de “perpleja”. Según el Diccionario de la Real Academia Española, es un adjetivo que significa “dudoso, incierto, irresoluto, confuso”, y perplejidad es “la duda de lo que se debe hacer en una cosa”. Si, además de todo lo anterior, nos preguntan “qué creer” y “qué decir”, comprenderéis 1 que la “perplejidad” de uno sube muchos enteros, más todavía si hay que ponerla en relación nada menos que con la realidad socioeconómica que, por cierto, no parece precisamente muy boyante, ni da signos de pretender cambiar de rumbo. A pesar de todo, me pregunto si la fe puede dejar de ser perpleja sin correr el riesgo de pretender tener “atrapado” el misterio de Dios o caer en el fundamentalismo: en definitiva, dejar de ser fe. Quizá la duda, metódica o no, sea un elemento que ha puesto Dios en el camino de las personas sensatas para no confundir nunca el Absoluto y la Verdad última con otras muchas cosas relativas y verdades de segundo y tercer nivel. (“Yo tengo muchísima, muchísima fe” -dice una abuela de mi parroquia acentuando la “i” con intensidad-, “por eso, sé tan poco y dudo tanto”, concluye sensata). No se trata, en absoluto, de quedar instalado en la indefinición o de hacer de la perplejidad un estado catatónico permanente, pero sí de aceptar que un cierto nivel de incertidumbre acompaña nuestra vida y debemos asumirlo serenamente. Será la forma de no identificar a Dios con nuestra fe o con nuestra religión. Vaya, pues, por delante un cierto guiño de simpatía a todos los “perplejos”, a los “dudantes”; seguro que de ellos también es el Reino de los Cielos. Como decía Bacon: “Si comienza uno con certezas, terminará con dudas; mas si se acepta empezar con dudas, llegará a terminar con certezas”. Quizá porque “ es menos malo agitarse en la duda que descansar en el error” (Manzoni). Probablemente, sólo la intemperie, la desnudez y la desinstalación de seguridades posibiliten el acceso más fiable al Misterio de Dios. Sospecho que por eso las bienaventuranzas tienen como destinatarios a los pobres de espíritu y, desde luego, a los otros, a los limpios de corazón, a los que lloran, a los que son perseguidos… Nada que ver con la instalación o las seguridades existenciales… Sin embargo, diré enseguida que esta sana perplejidad no es incompatible con la existencia de firmes convicciones, alejándose en este punto de la duda metódica cartesiana: Que Dios resulte incomprensible y parezca esconderse tantas veces no nos quita la firmísima convicción de que existe y nos sobrevuela desconcertantemente con su ternura infinita, que nos regala su gracia –fuerza de Dios en la desgracia- y que no nos abandona a nuestras perplejidades. Por eso, nuestra fe perpleja nada tiene que ver con una actitud cínica, escéptica vitalmente o, 2 mucho menos, ácida o relativista. En efecto, cree a pesar de todo y siente que, además, tiene mucho que decir. 3.- ANTE LA REALIDAD SOCIOECONÓMICA. Vaya por delante que la fe, por muy perpleja que sea, y la teología, incluso la más apofática, tienen mucho que decir acerca de la realidad y no pueden ser condenadas ni al ostracismo ni a la privacidad de la sacristía. Ante todo, porque la realidad es el lugar más natural de Dios y, por tanto evoca a Dios y reclama el obsequio de la fe. Son tantos los rostros multicolores que evocan su presencia… La mudez obligada o la palabra profética claman su nombre y en su nombre… (A propósito, qué desafuero con la reforma de la Ley de extranjería, qué manera de vender ampliación de derechos humanos a costa de hacer ciudadanos de primera y de segunda, personas y no personas…) Ahora bien, siendo la realidad socioeconómica un ámbito excesivamente complejo y omniabarcante, necesariamente habremos de limitar la reflexión a alguna parcelita más asequible que consideraremos con más detenimiento. Por ello, hemos apostado por acercarnos a un aspecto de la realidad, transversal a muchos otros: la actual crisis económico-financiera que tanto tiene que ver con la verdad, con la justicia y con la sostenibilidad de nuestro modelo de desarrollo. Todo ello, sin duda, constituye una fuerte interpelación a la fe, que aunque sea desde la perplejidad, debe dar cuenta de estas realidades si no quiere tornarse en parte del problema. Si este y otros desafíos no son considerados o, si considerados, no encuentran una respuesta humanamente significativa por parte de la fe y de los creyentes, habremos contribuido al eclipse de Dios, a hacerlo más opaco, invisible e increíble. Por ello, lo primero que queremos afirmar es que la crisis económica, la crisis de justicia, el sufrimiento en general, en cristiano tienen una lectura que no se agota en su diagnóstico y tratamiento. Los creyentes nos acercamos a la realidad porque queremos conocer a Dios y no podemos hacer experiencia del Dios cristiano fuera de donde se ha manifestado. La vida, la historia, la suerte de los más vulnerables se constituyen en lugares teológicos de primer orden y reveladores del Misterio de Dios. En lectura creyente cristiana, “no hay territorios comanches para Dios” (en título reciente del libro de F. Javier Vitoria) y, por ello mismo, no hay zonas de la vida ajenas a su presencia, por más en crisis que 3 estén o más injusticias que padezca. Por tanto, la actual crisis tiene algo que decirnos de Dios y de si estamos acercándonos o alejándonos de su sueño. Se entiende bien que pudiese decir el profeta: “Conocer a Dios es practicar la Justicia” (Jer 22,16); completándose con la primera carta de Juan: “quien no ama a su hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn 4,20). Dicho esto, naturalmente desentrañar los mecanismos del sueño o de la pesadilla de Dios, según que perspectiva adoptemos, reclama el concurso de las herramientas de la sociología, de la economía, de las ciencias humanas, etc. Para ello precisaremos de una Pneumatología in actu 1 que trate de auscultar la presencia y la acción del Espíritu del Resucitado en el tiempo presente de la Iglesia y del mundo, porque el Reino no se agota en la indudable visibilización que supone la Iglesia (cf. Redemptoris Missio 18) y porque habla también de y a través de los que no son de este redil. (Cf. Jn 19,16). Por eso, incluso con “la que está cayendo”, nuestra fe perpleja no deja de reclamar una imagen amable del mundo, auténtico hogar de Dios (“y vio Dios que era bueno”) y, sobre todo, de los seres humanos que lo habitan, a lo peor más equivocados que realmente malos: las más de las veces simplemente “no saben lo que hacen”. 4.- QUÉ DECIR Y QUÉ CREER EN TORNO A LA CRISIS La verdad es que resulta difícil de creer nada. Con cien mil artimañas se nos ha estado engañando, incluso negando la crisis misma. Pero, en todo caso, la crisis nos provoca algunas perplejidades que comparto con vosotros: 1º ¿Dónde estaban entonces los profetas? (Jer 37, 19.) ¿Dónde se escondieron los centinelas del alba? La crisis nos ha pillado un tanto de sopetón, al menos a Occidente. Teóricamente no era tan difícil predecir que nos íbamos a dar el batacazo, sobre todo después de haber visto hace unos pocos años cómo se pinchaba la burbuja de los punto.com. Sin embargo, como reconocía una alta ejecutiva financiera, íbamos todos como en el Tour de Francia: pedaleando desesperadamente por llegar a la meta los primeros. Cuando se corre el rumor que en la línea de meta se abre un precipicio, todos de primeras se lo niegan; miran de reojo a los demás corredores y nadie hace ademán de detenerse 1 Cf. J.L. CORZO, “La teología pastoral in fieri”, en VV.AA., Sacramentos-Historia-Teología-PastoralCelebración. Homenaje al prof. Dionisio Borobio, Univ. Pontificia de Salamanca, 2009, 333 y 344. 4 o, al menos, reducir la marcha. “Mierda, detente tú primero” parecía ser el lema. Así, todos, unos tras otros, se fueron precipitando por el abismo que se abría tras la línea de meta. Seguramente no es ajeno a esto, la idolatría que recababa el sistema: alguno con tintes mesiánicos llegó a proclamar nada menos que “el fin de la historia y el último hombre” (Fukuyama), vamos, una suerte de cielos nuevos aquí en la tierra de la mano, claro está, del neoliberalismo (lo más anti-liberal que existe, por cierto). Por eso, por nuestros pagos no fue ni un político ni un economista, ¡faltaría más!, el que nos advirtió de la debacle que se avecinaba, sino ¡un novelista! No resisto a mencionar algunos retazos de un cada vez más célebre y premonitorio artículo titulado “Los amos del mundo” 2 , escrito diez años antes de que los hechos le dieran tristemente toda la razón: “Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las manos, en la agenda electrónica, en la tecla intro del computador, su futuro y el de sus hijos… Usted no tiene nada que ver con esos fulanos porque es empleado de una ferretería o cajera de Pryca y ellos estudiaron en Harvard e hicieron un máster en Tokio –o al revés-, van por las mañanas a la bolsa de Madrid o a la de Wall Street, y dicen en ingles cosas como long-term capital management, y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de inversión y de neoliberalismo económico salvaje como quien comenta el partido del domingo… No crean riqueza sino que especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía financiera que nada tiene que ver con la economía productiva… Esto no puede fallar, dicen… Y de pronto resulta que no. De pronto resulta que el invento tenía sus fallos y que lo de alto riesgo no era una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad. Y entonces todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales muestran su lado negro. Y entonces -¡oh prodigio!-, mientras que los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y para los que especulaban con el dinero de otros, resulta que las pérdidas no…. Y hay que socializarlas, acudiendo con medidas de emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y chichis de la Bernarda… Así que podemos irnos amarrándonos los machos. Ese es el panorama que los amos de la economía mundial 2 A. PÉREZ REVERTE, “Los amos del mundo”: diario ABC, Semanal, 15 de noviembre de 1998. 5 nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza”. Por tanto, la crisis de 2008 no ha sido una crisis inevitable, sino provocada y previsible. Los operadores financieros la intuían, pero nadie dijo ni mú. No se ha tratado de una crisis de ineficiencia o de falta de profesionalidad y competencia de los operadores financieros. Fundamentalmente, ha sido una crisis de arrogancia (Samuelson), de decencia (Abadía) o, yendo más al fondo, “ética y cultural” (Benedicto XVI). Hemos fallado en nuestro deber de responder: “Todos somos responsables de todos” (SRS 38 y CV 38). Algunos quizá más. Por eso, debiéramos tener, como dice Saramago en su Ensayo sobre la ceguera, “la responsabilidad de ver en un mundo de ciegos”. Por hilarlo con una Bienaventuranza evangélica: “Bienaventurado el siervo que a la vuelta de su Señor le encuentre vigilante” (Mt 24,46). Por eso la vigilancia y la diligencia caracterizan la actitud del discípulo como las vírgenes sensatas (Mt 25, 1 ss.) o el administrador de los talentos (Mt 25, 14 ss.). Hemos de reconocer que, como los discípulos, en Getsemaní “nos hemos quedado dormidos”. La fe –aunque haya sido muchiiiiisima- no ha sido el despertador que debiera. 2º Si me olvido de los pobres que se me pegue la lengua al paladar (Cf. Sal 137,5). El presidente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, afirmaba que estamos ante una “crisis sin precedentes, la mayor crisis financiera jamás vista porque parte del corazón del sistema que son los EEUU”. Pareciera que Occidente “cae ahora en la cuenta” de que estamos en crisis. Sin embargo, parece olvidarse de que durante los años de bonanza económica todos nos habíamos olvidado de que de la crisis muchos no habían salido jamás. Incluso un Continente entero, África, el “pecado de Europa” en palabras del recientemente fallecido Luis de Sebastian, parece estar trágicamente enclavada en la misma. Incluso bastantes trabajadores habían caído en la complacencia de que no se vivía tan mal. La cuestión de la pobreza se cayó de la agenda política, de la conciencia social y, a veces también, de las prioridades de la Iglesia en España. Parecía que era algo muy colateral, que afectaba a poquísimos y que, sobre todo en los últimos años, se cernía casi exclusivamente sobre “los de fuera”. El VI informe Foessa, cerrado precisamente antes de la eclosión de esta crisis, señala que, a pesar del crecimiento económico habido entre los años 1994-2006, 6 con significativo incremento del empleo y del PIB, no se ha acompañado de análogo incremento de las tasas de igualdad. De ello hablan 8,5 millones de pobres y la vulnerabilidad social de 1 de cada 4 niños en nuestro país. Se hace evidente que la sola ecuación incremento del PIB + empleo no reduce las desigualdades, ni genera per se justicia social. Tendremos que pedir perdón de haber vivido de espaldas a los pobres, justificándonos en que no eran “de los nuestros” los que hacían cola en nuestras caritas parroquiales y programas asistenciales. Todo ello mientras nosotros vivíamos muy por encima de nuestras posibilidades, fuertemente endeudados por un dinero barato y seductor que nos hacia esclavos de los bancos casi a perpetuidad. Y mientras, muchos de los nuestros, convirtiendo la vivienda, bien básico al servicio de la cobertura de la necesidad de tener un techo, en bien de inversión, habida cuenta de su rápida revalorización o de los réditos obtenibles mediante su alquiler o realquiler (a veces, la propia población vulnerable ha acudido a lo mismo: “camas calientes”, “pisos patera”, etc.). Además de pedir perdón, tendremos que ponernos las pilas con la responsabilidad. Que se nos pegue la lengua al paladar… En este momento el riesgo de dualización es mayor: estamos en una sociedad líquida (Bauman) frágil, descohesionada, desafiliada y vulnerable donde la red de apoyo familiar, que ha hecho de colchón en otros momentos (p.e., en la de 1973 en que superamos tasas de paro del 20%), se ha fragilizado extraordinariamente. La OCDE prevé tasas de al menos ese mismo porcentaje para el 2010 en España, que se multiplican por más de dos en el caso de la población joven y que precarizarán muchísimo más a las personas emigrantes que antes nos ayudaron a crecer. 3º No podéis Servir a Dios y al dinero (Lc 16,13) La fiebre del lucro sin esfuerzo se incentivó por los altísimos sueldos y las comisiones (“bonus”) a ejecutivos financieros, primando el riesgo con independencia de los resultados. Momentos antes de que la crisis explotase, el Presidente de Lehman Brothers ingresó 34 millones de dólares y el de Merill Lynch más de 17: un buen “premio” a su pésima gestión. Los bancos dejaron de hacer funciones de intermediación financiera (facilitar el dinero de los que sí lo tienen a los que no, a cambio de una comisión) y entraron en el ámbito de la inversión especulativa, mucho menos reglamentado que la banca tradicional y ya sin 7 ninguna finalidad de atender necesidad: sólo servía a los intereses de la ganancia fácil y no generadora de riqueza social. Tuvieron como aliadas a las entidades de calificación de riesgos financiero que no han tenido ningún escrúpulo en mentir descaradamente. La economía creció ficticiamente. La mayor parte de las operaciones no han tenido el trasfondo de una operación comercial o de prestación de servicios. No generaron plusvalías a la tierra, al trabajo o al factor conocimiento. Se trataba de especulación improductiva que no creaba riqueza. Pura burbuja. Sólo en 2008 el mercado de los CDO (producto financiero sofisticado) había crecido más de 60 billones de dólares, cuatro veces el tamaño de toda la economía norteamericana. Los nuevos productos suponen entre un tercio y la mitad de las transacciones diarias combinadas entre Londres y Nueva York y su tasa de crecimiento medio anual mundial ha duplicado a la tasa del crecimiento del PIB y de la formación bruta de capital fijo. De repente, se juntan la falta de liquidez y de solvencia de los “Ninjas” 3 , que no pueden hacer frente al pago de la hipoteca; los inmuebles han dejado de revaluarse y nadie quiere comprar los títulos hipotecarios subprime. Al haber prestado tanto dinero, la banca se queda sin liquidez y pide dinero fuera a bancos extranjeros. Para cubrir el % exigido por los acuerdos de Basilea y dar salida a un producto financiero que no quiere nadie, proceden a hacer una compleja “cosmética financiera”, envolviendo las “castañas podridas” en “papel de plata” y con el sello de garantía de las agencias de calificación (rating agencies) 4 de triple AAA (máxima calidad). Primero se venden los paquetes a filiales encubiertas (conduits) y luego salen al circuito financiero general. Estas agencias no eran independientes y muchas veces funcionaban como consultoras de los mismos bancos de inversión a los que “ayudaban” interesadamente con la calificación fraudulenta. Al final, las ”castañas” pasan de unos paquetes estructurados a otros, y se les ponen tantos lazos y etiquetas de garantía que el resultado, después de circular por todos los circuitos financieros del planeta, es que nadie sabe lo que realmente contienen los paquetes y, por consiguiente, nadie quiere comprarlos. Ya ni los titulares de los mismos saben lo que tienen. La falta de transparencia ha 3 Acrónimo popularizado por el que se conoce a la población caracterizada por no incomes, no job, no assets (sin ingresos, sin trabajo y sin propiedades). 4 En esto consiste el ya famoso proceso de titulización. Aquí, para entendernos, convertimos a los títulos en castañas asadas. 8 provocado una descomunal crisis de confianza: ya nadie se fía de nadie, porque ni uno mismo sabe hasta qué punto está contaminado por la posesión de “castañas podridas”. Todo ello se produce en una cultura de la alta rentabilidad en el menor plazo posible (los hedge funds usando el short selling: por cada dólar que captan se endeudan 41). Añádanse a tan peligroso y descontrolado cocktail los paraísos fiscales, el negocio del tráfico de drogas, armas y personas que movilizan grandes sumas de dinero a lo ancho de todo el sistema financiero, perdiéndose por completo el origen y la trazabilidad de sus fondos. Sin embargo, la fe no fue capaz de denunciar con suficiente clarividencia las hondas dimensiones culturales y éticas del tardocapitalismo. Ni siquiera mostró su perplejidad. Se invocó el hedonismo, el individualismo, el relativismo y el indiferentismo religioso, pero se puso mucho menos énfasis en mostrar la correlación de estos desvalores con un modelo de desarrollo económico tan materialista como el marxista con el que se agotó nuestra capacidad crítica. 4º ¡Ay de los que venden al justo por dinero y al pobre por un par de sandalias! (Am 2,6), de los que socializan las pérdidas y privatizan los beneficios… En los últimos años se ha producido una desregulación de los mercados financieros (no hay suficientes controles, ni exigencias de transparencia en el tráfico de capitales) y una tendencia a centrarse en la oferta merced al paulatino influjo del pensamiento neoliberal (Friedman, Hayek…). Sacralizaron el libre mercado y la propiedad y plantearon la reducción del Estado a un mínimo (Nozick).Cuanto todo ha reventado, los mismos que preconizaban el “Estado mínimo” y el libre mercado como asignador eficiente de recursos, han empezado a clamar solicitando medidas intervencionistas y reclamando el dinero ¡de todos! ante su alarmante falta de liquidez y en algún caso incluso de solvencia. En realidad, ya se habían anticipado con estas demandas tras la debacle del 11-S en el que se experimentaron las serias limitaciones del solo mercado para reflotar el sector de la navegación aérea tan tocado por los atentados. El 15 de septiembre de 2008, auténtico lunes negro, Merril Lynch se declara en bancarrota y es adquirido in extremis por el Bank of 9 America. AIG (líder mundial de seguros, con agencias en 130 países y miles de empleados por todo el planeta) fue rescatada por la FED con 80.000 millones de dólares, porque era “demasiado grande para caer” por su papel fundamental en el sistema de garantía de créditos. Por nuestros pagos, la cosa no fue mucho mejor. El Ibex-35 cerró el 28 de octubre el peor día de sus 21 años de historia: pasó de 15000 a 7905 puntos. Tuvo más de un 40% de pérdidas en el 2008. Tanto la FED norteamericana, como el Banco Central Europeo, o los Bancos Nacionales se aprestaron a inyectar miles de millones de dólares al sistema financiero para evitar el colapso en un, hasta entonces, inédito ejercicio de intervencionismo estatal –sin excesivas contraprestaciones- que consagraba el peligroso principio de “privatizar las ganancias y socializar las pérdidas”. 4.-ACTITUDES A CULTIVAR DESDE LA FE PERPLEJA Ante todo hay que repetir que la crisis supone en cristiano ante todo un reto y una oportunidad. No se nos puede olvidar que las páginas más bellas y esperanzadoras de la Escritura son las que han brotado tras las experiencias de opresión, éxodo, deportación, exilio, persecución y martirio. La salvación de Dios no se puede confundir con la risotada. Es mucho más, es dicha y buenaventura porque es compatible con las lágrimas y el dolor. Pero descubre en ellos una llamada de Dios a la superación y, sobre todo, Su compañía e incondicionalidad en medio del aparente sinsentido. El cariño silencioso de Dios nos sobrevuela. En él encontramos la energía para purificarnos, volvernos más auténticos y ser evangélicamente significativos. En la crisis sale lo peor de lo humano, pero también brota lo más solidario y lo mejor. Las épocas de escasez suelen facilitar la emergencia de valores solidarios, hacen aflorar la necesidad del apoyo mutuo, de la resistencia, de la necesidad de un Norte hacia el que caminar. Esta crisis no es un paréntesis en la historia de la salvación. También en ella Dios sigue hablando e invitando a buscar el Reino de Dios y su Justicia desde las Bienaventuranzas. El presente continuo es el tiempo de Dios y de su Reinado (“ya pero todavía no”). La injusticia y la infelicidad humana necesitan para perpetuarse el caldo de cultivo de cuatro componentes que habrá que combatir: en primer lugar, la ignorancia (siempre atrevida y peligrosa en las masas cuando se suma al miedo); la segunda, los intereses 10 estructurados; la tercera, los contravalores que configuran la cultura y malean a quienes en ellas nos ubicamos; y, por fin, el repliegue pasota que se queda en el lamento estéril por lo mal que están las cosas. Por consiguiente, estos cuatros retos se plantean también a la fe y a ellos habrá de responder para no perder significatividad. 1.- Hay que combatir la ignorancia (¡cuánto daña el no saber!), hay que visibilizar lo invisible, poner nombre a las cosas, que surja el esplendor de la verdad… Es la hermenéutica del dato desnudo, sin la glosa que lo manipula. Esa es la primera tarea para generar justicia, aunque suponga persecución. Que se sepa la verdad. De ahí la importancia de los estudios, de la actividad rigurosa y científica de los profesionales (porque “profesan” pasión por las “causas” perdidas para que empiecen a estarlo menos) y de quienes se empeñan en desenmascarar a “quienes secuestran la verdad con la injusticia” (Rom 1,18). Se trata de decir la verdad sin medias tintas. Sólo quien nada tiene que perder puede hablar. Y lo debe hacer sin defender “intereses corporativistas” que, por legítimos que sean, hacen perder credibilidad al mensaje. Con Benedicto XVI: Fe y conocimiento, fe y justicia, fe y razón no están en pugna. Repetimos con Jeremías: “conocer a Dios es practicar la justicia”. 2.- Debemos desmontar intereses y hacer ver que lo relevante es vincular la acción política, económica, ecológica a la cobertura de las necesidades. Para ello hay que ubicarlo en la agenda política. La perpleja necesita la mediación de la política, la inyección de utopía mesiánica que bebe de la “reserva escatológica” de quien no identifica ninguna realización intrahistórica con el sueño de Dios. Nos será muy útil aquella noción de Pío XI: “la caridad política”. No es este el sitio, pero en algún otro hemos desarrollado la importancia de establecer una nítida distinción entre necesidades (universales y, por tanto, a cubrir siempre) derechos (legítimos en cuanto satisfagan necesidades), intereses (deben generar desconfianza por su vinculación con las estructuras de injusticia) y deseos (se residencian más en la parte de cada yo egoísta)5 . La fe perpleja debe huir de un abordaje de los problemas excesivamente individualista o intimista. Debemos considerar la dimensión estructural de los problemas. Esto supone que, siendo 5 Cfr. J.L. SEGOVIA, “Necesidades, derechos, intereses y deseos: discernimiento de la inmigración desde la justicia y la DSI”, en Corintios XIII nº 131 (2009) 136‐154. 11 verdad que el momento primero de las soluciones lo constituye “la conversión del corazón”, es impensable que antes del fin de los tiempos vayan a simultanearse las conversiones voluntarias de los corazones de todos los hombres y mujeres que habitan el planeta. Mientras esto sucede, simultáneamente, habrá que provocar “conversiones” forzosas en el sistema: eso requiere leyes, instituciones, etc., que deben caminar en otra dirección. Justo a esto apunta Benedicto XVI cuando habla de la “conversión ecológica”. No es la única que precisamos. Las estructuras de pecado son más que la suma de los pecados individuales. Por consiguiente, requerirá mucho más que actitudes individuales. Entre otros medios, su conversión se posibilita mediante la acción social y política que en cuanto ciudadanos nos compete a todos. Por ello, apostamos por un personalismo de matriz comunitaria y mediado políticamente. Se trata de evitar el riesgo que apunta GS 29: reducir los problemas de ética social a moral individualista. Con más garra en este punto, a mi juicio, que Caritas in veritate, el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia (cf. 67) se hace eco del Sínodo de 1971 sobre la justicia en el mundo y afirma que “la lucha por la justicia” no es un elemento más, sino “una condición del ser creyente que se inscribe en el corazón mismo de su ministerialidad como anuncio y como testimonio”. Combatir la ignorancia supone ejercer la profecía. “Ojalá todo el pueblo de Dios fuese profeta” (Núm 11,29) 6 .Las imprecaciones lucanas dejan poco espacio a la ambigüedad: “¡ay de vosotros los ricos!”. No se puede anunciar la Buena Nueva a los pobres (evangelizar es dar buenas noticias de parte de Dios y de su Justicia salvadora a los que las reciben malas de la vida y de sus injusticias) sin denunciar al mismo tiempo las estructuras de pecado en que se asientan las injusticias y a quienes, consciente o negligentemente, las sostienen. Y eso inequívocamente tiene un coste. Por eso, “el Evangelio es una Buena Noticia que asusta” (González Faus) 7 . 3.- Hay que inyectar valores. Estos no se predican ni se enseñan, tan sólo se contagian: sólo se educa por contacto (Buber) y por contagio a modo de benéficos virus. Los valores del Reino de Dios y su Justicia, por su vocación universalista, nos ayudan a repensar el 6 A este respecto, uno de los más flacos favores que se ha hecho a las Bienaventuranza ha sido distinguir desde la Edad Media entre “normas generales” para todos los cristianos y “consejos evangélicos” para los que abrazan la vida consagrada. 7 J.I. GONZÁLEZ FAUS, “Miedo a Jesús”, Cuadernos Cristianisme i Justícia, núm. 163, 6. 12 bien común desde la entera familia humana y no desde intereses corporativos, así como a considerarnos globalmente desde el sistema-mundo y no desde localismos de ningún signo. Si alguien tiene vocación de auténtica apertura universal y catolicidad, esa es la Iglesia católica. A nivel macro, hará falta empezar a pensar en la sociedad justa en clave planetaria 8 . Ya “Pablo VI se dio cuenta de que la cuestión social se había hecho mundial” (CV 13). Una noción clásica que ha tomado nota enseguida de la necesidad de este nuevo e imperativo sesgo ha sido la de bien común: se ha tornado en “bien común universal” o “bien común de toda la familia humana”. En el caso del mundo económico, no es menor la exigencia de una perspectiva planetaria: “para asumir un perfil moral, la actividad económica debe tener como sujetos a todos los hombres y a todos los pueblos” (CDSI 333). Hay que empezar a pensar los grandes temas desde la universalidad del sistemamundo, más allá de chatas visiones localistas o corporativistas. Los grandes retos a los que hemos de hacer frente, de orden ecológico, de responsabilidad para con las futuras generaciones o la gestión de los flujos migratorios así lo imponen. Hoy es preciso afirmar que la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión antropológica… Muchos, dispuestos a escandalizarse por cosas secundarias, parecen tolerar injusticias inauditas. Mientras los pobres del mundo siguen llamando a la puerta de la opulencia, el mundo rico corre el riesgo de no escuchar ya estos golpes a su puerta, incapaz de reconocer lo humano” (CV 75). En efecto, la actual crisis económico-financiera es también una crisis moral. Por ello, difícilmente se construirá una sociedad desde una antropología utilitarista que reduce al ser humano a mero “homo oeconomicus”, preferidor racional egoísta, susceptible de elecciones diversas, que opta por aquello que maximiza su propio interés, que separa la vida pública de la privada, la economía de la moral y los medios de los fines. Las teorías del consumidor y la llamada relación de preferencia lexicográfica, dónde se da por bueno que el mercado coloque las necesidades, los deseos y su satisfacción, como hace un diccionario con las palabras, tratando a todas por igual, con un único criterio alfabético y sin jerarquización de valores, refuerzan este peligroso reduccionismo antropológico. 8 Un ejemplo claro de mala praxis, fueron las penúltimas elecciones europeas donde los líderes de todo los pelajes competían por mostrar quienes iban a lograr más fondos de cohesión para España y, por consiguiente, quien iba a detraer más a los países de reciente incorporación a UE-15 con menores infraestructuras de transportes, sanitarias y escolares. 13 Un valor esencial a recuperar es el de la Justicia. Para algún autor, el término “Justicia” es el más totalizante del Primer Testamento 9 . En efecto, en el AT su horizonte de significado va desde la expresión de la bondad, liberación y alianza de Dios ante la injusticia en el libro del Éxodo, pasando por la santidad de Dios en el Levítico o como justicia compasiva en el código deuteronómico; algo más pragmática y “conformista” en los sapienciales, culmina con la justicia en los profetas de Israel como clamor contra la injusticia. En los evangelios se nos dice, compendiando todo lo anterior: “Buscad el Reino de Dios y su Justicia y todo lo demás se os dará por añadidura” (Mt 6,33). 10 Naturalmente, sabemos que la Justicia que Dios regala es mucho mayor que la que nos depara la vida o los Tribunales humanos. Muchas veces puede traducirse por la salvación de Dios o más dinámicamente por la realización de su sueño. Radicalizando todo lo anterior, en la irrupción del reinado de Dios, el mismo Cristo aparece como “justicia de Dios” (Rom 3,22; 1 Cor, 1,30; 2 Cor 5,21) y como miembro del tribunal en el juicio final, donde la suerte de los más vulnerables se torna en juicio escatológico y en auténtico sacramento y criterio de discernimiento de la dignidad con que acometemos, creyentes y no creyentes, la vida intrahistoria (Mt 25,31-46). 4.- Frente al repliegue pasota, los cristianos hemos de desplegar una doble dimensión: la de la fraternidad que nos urge desde lo teologal a construir un mundo de hermanos y el ejercicio de la ciudadanía democrática, expresión de un principio relanzado en el Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia: el de la participación (cf. CDSI 189-191). Recordando la frase de Epicuro con que principiábamos estas reflexiones, otro tanto podría aplicarse a la teología y a la DSI. Por eso, Gustavo Gutiérrez, destacando la importancia de la praxis escribirá: “A Dios se le contempla y se le practica, y sólo después se le piensa”.11 En esa misma dirección, la Centesimus annus señala que “para la iglesia el mensaje social del evangelio no debe considerarse una teoría sino, por encima de todo, un fundamento y un estímulo para la acción. Hoy más que nunca, la iglesia es consciente de que su mensaje social se hará más creíble por el 9 G. VON RAD, Teología del Antiguo Testamento, vol. II , Salamanca, 1982, 453. De las siete veces que se utiliza el término “justicia” en Mateo (una en Lucas, ninguna en Marcos), cinco pertenecen al Sermón del monte (5,6.10.20; 6,1.33). Las otras dos están relacionadas con el Bautista (3,15 y 21,32). Un buen resumen puede leerse en J. DUPONT, El mensaje de las bienaventuranzas, Cuadernos Bíblicos, Verbo Divino, Estella, 1990. 11 G. GUTIÉRREZ, “Un lenguaje sobre Dios”: Concilium 191 (1984) 55. 10 14 testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica interna” (CA 57). La fraternidad es origen y consecuencia del dinamismo de alteridad de las bienaventuranzas. Dios se pone del lado de los que sufren y no abandona a los que apuestan por situarse junto a los injusticiados y perseverar en su compañía hasta pagar el precio de la persecución. Su sufrimiento basta para hacer de ellos privilegiados ante Dios. Siendo así las cosas, sea cual sea nuestro diagnóstico (estemos ante una crisis coyuntural financiera o una crisis de modelo económico), lo que se hace evidente es que los cristianos y todas las mediaciones de la caridad eclesial tenemos que saber cuál es nuestro sitio. Y este, si queremos no perder la identidad –¡que se juega sobre todo en esto!-, es a los pies de todos los crucificados, a la vera cercana de todos los injusticiados, de parte de todos los que sufren. No se trata, desde luego, de ideologizar, ni siquiera de “teologizar”, sino de “teologalizar”, es decir, pasar por el corazón de la experiencia religiosa de la fe, de la esperanza y de la caridad (ésta es sobre todo virtud teologal antes que moral), para tamizarlas con la experiencia afectiva y efectiva de la complicidad con los injusticiados. 5.- Hemos de ponernos “a los pies de todas las cruces y fijos los ojos en el Señor”. Ese es el lugar natural del que nunca debimos salir. Sólo desde ahí se podrán proclamar la “segunda parte” de las Bienaventuranzas mateanas: venid bienaventurados de mi Padre, porque tuve hambre, tuve sed, fui extranjero… En efecto, si las Bienaventuranzas constituyen el “programa” del Reino, hay que ponerlas en relación con las preguntas del “examen final”. El mismo evangelista que se pregunta en el juicio final “Señor, ¿cuándo…? (Mt 25, 37), concluye el Sermón del monte afirmando que “no todo el que dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos” (Mt 7,21). De ahí que las bienaventuranzas en tiempos de crisis o están mediadas por la ortopraxis y por prácticas de justicia y de caridad o quedan cojas de significado. Por eso, al finalizar el Sermón del llano, Lucas acentúa la generosidad: “al que te pida dale siempre y al que te quite tus bienes no se los reclames” (Lc 6,30). Las Bienaventuranzas suponen la bendición de ser agraciado por Dios: su gracia es en estos casos “la fuerza de Dios en la desgracia”. Dios no quiere el mal, el sufrimiento y la injusticia. Dios no es sádico y detesta el mal en cualquiera de sus formas: precisamente por eso hace agraciados a los desgraciados. Lucas dirige sus 15 bienaventuranzas a sus lectores cristianos con el claro deseo de animarlos en las situaciones penosas de su existencia. Macarismos parecidos se repiten más tardíamente en 1 Pe 3, 14 (“Dichosos si tenéis que padecer por hacer el bien. No temáis las amenazas ni os dejéis amedrentar”) o en 1 Pe 4, 14 (“Dichosos vosotros si os injuriados por el nombre de Cristo”). Por eso, la apuesta apasionada por la causa de Dios, por los que padecen –ahora y siempre- la crisis, es una experiencia que nos hace sentir con fuerza que ¡vivimos! Y vivir significa sufrir, llorar, experimentar impotencia, rabia, desolación, pero también alegría, dicha y la certeza de saberse estando donde hay que estar. Por eso, las Bienaventuranzas son el “programa de la comunidad cristiana”, la señal de identidad de su efectiva “alianza con los excluidos” y de la lucha contra la pobreza. Expresan esa “sabiduría paradójica” de quienes apuestan por arriesgar la vida para ganarla en plenitud, esa fe perpleja de quienes apuestan por ser felices y dichosos precisamente por estar a la vera de las desgracias humanas. 5.- CONCLUYENDO * Ciertamente no toca a la fe perpleja, ni a los creyentes perplejos en su conjunto dar recetas económicas, pero tampoco están por la labor de quedarse sumidos en una perplejidad ataráxica. La fe exige apelar a la responsabilidad de los creyentes, al menos en dos dimensiones como exigencias de Justicia. Hacia fuera: la de denunciar sin hipotecas los mecanismos perversos que convierten al dinero y la ganancia fácil en una idolatría. Esta denuncia se hace justicia y defensa de los derechos ignorados y violados, especialmente de los pequeños y de las víctimas de la crisis. Al interior de la comunidad cristiana: aplicando lo que predica con transparencia, rigor y sin la ingenuidad de pensar que tasas muy rápidas y altas de retorno en inversiones de riesgo “caen del cielo”. Esto es de aplicación a quienes tienen responsabilidades en administraciones diocesanas, congregacionales, de movimientos, etc. Lo mismo se diga de “rentabilizar” evangélicamente recursos a favor de los excluidos (inmuebles infrautilizados, pisos vacíos, etc.) Completando este segundo sentido, habrá que retomar la “asistencia-promocional” (S. Mora); no podemos escudarnos en no dar peces sino cañas cuando el río va seco. Cuando la gente está demandando bienes de primera necesidad, no podemos desoír otro 16 mandato del Señor (“Dadles vosotros de comer” Mt 14,16) amparándonos, como hicieron los discípulos, en que no tenemos bastante, que se vayan a otro sitio… Habrá que asistir tratando de generar la mayor autonomía posible. La comunión de bienes y la solidaridad en primera persona cobran en estos momentos un tremendo protagonismo. Lo mismo se diga de acciones que no reclaman recursos materiales sino espíritu: tiempo de iglesias con puertas abiertas (al menos las físicas), tiempo de acogida, de escucha, de ejercicio del ministerio de la consolación y el acompañamiento… ¿No correremos el riesgo de quedarnos encerrados en grandes y antiguos (o modernos) edificios herméticamente cerrados sin vida interior que contagiar? Ya que no acertamos a salir…, al menos dejemos entrar. Tiene razón Benedicto XVI: la crisis que padecemos tiene hondas raíces antropológicas y culturales. Ello explica que el mundo rico ya no sea capaz de reconocer lo humano (cf. CV 75). Muchos siglos antes, Hesíodo, en Los trabajos y los días, recordaba que el final de la humanidad vendrá cuando se destruyan las relaciones de hospitalidad, amistad y fraternidad, cuando se muestre desprecio a los que envejecen, cuando nadie respete la palabra dada, ni apoye lo bueno y lo justo, cuando la conciencia no exista y el único derecho sea la fuerza o el dinero. Concluyo. La fe perpleja queda tocada por la crisis, porque no está desafectada de lo humano. Antes que perpleja (adjetivo) es ante todo fe (sustantivo). Por eso sabe que “La crisis nos obliga a revisar nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Conviene afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera confiada más que resignada” (CV 21). En este horizonte, más esperanzado que perplejo, los injusticiados por esta crisis y por todas las crisis no constituyen sólo un lugar teológico privilegiado (lugar desde el que se reflexiona) sino, sobre todo, son un auténtico lugar teologal porque ponen a prueba experiencialmente la fe y sus perplejidades (el mal es la “roca del ateísmo”), la esperanza (obliga a esperar contra toda esperanza) y la caridad (que invita a percibir gratuitamente en el rostro deformado por el dolor el del mismo Cristo). Así, en un tiempo de purificación de la Iglesia, los últimos se tornan también en guías y maestros 17 para recuperar una senda de simplicidad evangélica que no debimos perder nunca. Es posible que sólo se pueda intuir todo esto teologalizando la experiencia, pasando por el corazón ante Dios la vida, desde una fe perpleja (que “cree a pesar de la que está cayendo”), desde una “esperanza enlutada” (más allá de Bloch, capaz como decía Burgaleta de “esperar sin signos”) y desde una “caridad política” (repleta de compasión y de indignación estructuralmente mediadas). Seguro que desde aquí, la fe, aun con todas sus inevitables perplejidades, sigue teniendo mucho y bueno que decir a nuestro mundo. 18