La fé perpleja - Parroquia de Santa María Madre de Dios

Transcripción

La fé perpleja - Parroquia de Santa María Madre de Dios
LA FE PERPLEJA ANTE LA REALIDAD
SOCIOECONÓMICA
José Luis Segovia Bernabé
Instituto Superior de Pastoral (UPSA-Madrid)
1.- INTRODUCCIÓN
Para superar la tentación de “rellenar” la ignorancia con citas y citas
a pié de página, apelaré a vuestra caridad y compartiré “mi propia
fe perpleja” desde tres grandes ventanales a los que considero un
privilegio el poder asomarme.
1.- El primero, claro está, es la balconada de la trascendencia, del
Misterio de Dios, al que uno barrunta aunque sea con fe perpleja.
Sin duda, sin Dios y sin su compañía las cosas serían muy distintas.
Nunca se lo agradeceremos bastante.
2.- El segundo, es la ventana que da al patio interior del sufrimiento
humano y la injusticia que padecen tantas personas: extranjeros sin
papeles, presos, drogodependientes, niños y niñas sin
oportunidades vitales, etc. Se trata de una vista desagradable que
los dueños de todo tratan de esconder a toda costa. Considero un
lujo inmerecido, no compartiendo su desgracia, el tener un
ventanuco pequeño, pero muy significativo, de mi vida a este patio
sin luces.
3.- El tercero, es el portillo de la reflexión (es una suerte poder
hacerlo mientras otros no tienen tiempo ni para sobrevivir), las
lecturas y el contraste, procurando evitar la protección de la
talanquera y el refugio intelectualoide, que reflexionan ajenos al
dolor humano. Se trata de hacer bueno aquello de Epicuro: “vana es
la filosofía que no libera de dolor alguno”.
2.- LA FE PERPLEJA…
Fe, según la definición más clásica, es “creer lo que no se ve”. Eso
ya es de por sí meritorio, por eso diría Jesús aquello de “dichosos
los que crean sin ver”; habrá qué ver qué añade lo de “perpleja”.
Según el Diccionario de la Real Academia Española, es un adjetivo
que significa “dudoso, incierto, irresoluto, confuso”, y perplejidad es
“la duda de lo que se debe hacer en una cosa”. Si, además de todo
lo anterior, nos preguntan “qué creer” y “qué decir”, comprenderéis
1 que la “perplejidad” de uno sube muchos enteros, más todavía si
hay que ponerla en relación nada menos que con la realidad
socioeconómica que, por cierto, no parece precisamente muy
boyante, ni da signos de pretender cambiar de rumbo.
A pesar de todo, me pregunto si la fe puede dejar de ser perpleja
sin correr el riesgo de pretender tener “atrapado” el misterio de Dios
o caer en el fundamentalismo: en definitiva, dejar de ser fe. Quizá la
duda, metódica o no, sea un elemento que ha puesto Dios en el
camino de las personas sensatas para no confundir nunca el
Absoluto y la Verdad última con otras muchas cosas relativas y
verdades de segundo y tercer nivel. (“Yo tengo muchísima,
muchísima fe” -dice una abuela de mi parroquia acentuando la “i”
con intensidad-, “por eso, sé tan poco y dudo tanto”, concluye
sensata). No se trata, en absoluto, de quedar instalado en la
indefinición o de hacer de la perplejidad un estado catatónico
permanente, pero sí de aceptar que un cierto nivel de incertidumbre
acompaña nuestra vida y debemos asumirlo serenamente. Será la
forma de no identificar a Dios con nuestra fe o con nuestra religión.
Vaya, pues, por delante un cierto guiño de simpatía a todos los
“perplejos”, a los “dudantes”; seguro que de ellos también es el
Reino de los Cielos. Como decía Bacon: “Si comienza uno con
certezas, terminará con dudas; mas si se acepta empezar con
dudas, llegará a terminar con certezas”. Quizá porque “ es menos
malo agitarse en la duda que descansar en el error” (Manzoni).
Probablemente, sólo la intemperie, la desnudez y la desinstalación
de seguridades posibiliten el acceso más fiable al Misterio de Dios.
Sospecho que por eso las bienaventuranzas tienen como
destinatarios a los pobres de espíritu y, desde luego, a los otros, a
los limpios de corazón, a los que lloran, a los que son
perseguidos… Nada que ver con la instalación o las seguridades
existenciales… Sin embargo, diré enseguida que esta sana
perplejidad no es incompatible con la existencia de firmes
convicciones, alejándose en este punto de la duda metódica
cartesiana: Que Dios resulte incomprensible y parezca esconderse
tantas veces no nos quita la firmísima convicción de que existe y
nos sobrevuela desconcertantemente con su ternura infinita, que
nos regala su gracia –fuerza de Dios en la desgracia- y que no nos
abandona a nuestras perplejidades. Por eso, nuestra fe perpleja
nada tiene que ver con una actitud cínica, escéptica vitalmente o,
2 mucho menos, ácida o relativista. En efecto, cree a pesar de todo y
siente que, además, tiene mucho que decir.
3.- ANTE LA REALIDAD SOCIOECONÓMICA.
Vaya por delante que la fe, por muy perpleja que sea, y la teología,
incluso la más apofática, tienen mucho que decir acerca de la
realidad y no pueden ser condenadas ni al ostracismo ni a la
privacidad de la sacristía. Ante todo, porque la realidad es el lugar
más natural de Dios y, por tanto evoca a Dios y reclama el obsequio
de la fe. Son tantos los rostros multicolores que evocan su
presencia… La mudez obligada o la palabra profética claman su
nombre y en su nombre… (A propósito, qué desafuero con la
reforma de la Ley de extranjería, qué manera de vender ampliación
de derechos humanos a costa de hacer ciudadanos de primera y de
segunda, personas y no personas…)
Ahora bien, siendo la realidad socioeconómica un ámbito
excesivamente complejo y omniabarcante, necesariamente
habremos de limitar la reflexión a alguna parcelita más asequible
que consideraremos con más detenimiento. Por ello, hemos
apostado por acercarnos a un aspecto de la realidad, transversal a
muchos otros: la actual crisis económico-financiera que tanto tiene
que ver con la verdad, con la justicia y con la sostenibilidad de
nuestro modelo de desarrollo. Todo ello, sin duda, constituye una
fuerte interpelación a la fe, que aunque sea desde la perplejidad,
debe dar cuenta de estas realidades si no quiere tornarse en parte
del problema. Si este y otros desafíos no son considerados o, si
considerados, no encuentran una respuesta humanamente
significativa por parte de la fe y de los creyentes, habremos
contribuido al eclipse de Dios, a hacerlo más opaco, invisible e
increíble.
Por ello, lo primero que queremos afirmar es que la crisis
económica, la crisis de justicia, el sufrimiento en general, en
cristiano tienen una lectura que no se agota en su diagnóstico y
tratamiento. Los creyentes nos acercamos a la realidad porque
queremos conocer a Dios y no podemos hacer experiencia del Dios
cristiano fuera de donde se ha manifestado. La vida, la historia, la
suerte de los más vulnerables se constituyen en lugares teológicos
de primer orden y reveladores del Misterio de Dios. En lectura
creyente cristiana, “no hay territorios comanches para Dios” (en
título reciente del libro de F. Javier Vitoria) y, por ello mismo, no
hay zonas de la vida ajenas a su presencia, por más en crisis que
3 estén o más injusticias que padezca. Por tanto, la actual crisis tiene
algo que decirnos de Dios y de si estamos acercándonos o
alejándonos de su sueño. Se entiende bien que pudiese decir el
profeta: “Conocer a Dios es practicar la Justicia” (Jer 22,16);
completándose con la primera carta de Juan: “quien no ama a su
hermano, a quien ve, no puede amar a Dios a quien no ve” (1Jn
4,20). Dicho esto, naturalmente desentrañar los mecanismos del
sueño o de la pesadilla de Dios, según que perspectiva adoptemos,
reclama el concurso de las herramientas de la sociología, de la
economía, de las ciencias humanas, etc. Para ello precisaremos de
una Pneumatología in actu 1 que trate de auscultar la presencia y la
acción del Espíritu del Resucitado en el tiempo presente de la
Iglesia y del mundo, porque el Reino no se agota en la indudable
visibilización que supone la Iglesia (cf. Redemptoris Missio 18) y
porque habla también de y a través de los que no son de este redil.
(Cf. Jn 19,16).
Por eso, incluso con “la que está cayendo”, nuestra fe perpleja no
deja de reclamar una imagen amable del mundo, auténtico hogar de
Dios (“y vio Dios que era bueno”) y, sobre todo, de los seres
humanos que lo habitan, a lo peor más equivocados que realmente
malos: las más de las veces simplemente “no saben lo que hacen”.
4.- QUÉ DECIR Y QUÉ CREER EN TORNO A LA CRISIS
La verdad es que resulta difícil de creer nada. Con cien mil
artimañas se nos ha estado engañando, incluso negando la crisis
misma. Pero, en todo caso, la crisis nos provoca algunas
perplejidades que comparto con vosotros:
1º ¿Dónde estaban entonces los profetas? (Jer 37, 19.) ¿Dónde
se escondieron los centinelas del alba?
La crisis nos ha pillado un tanto de sopetón, al menos a Occidente.
Teóricamente no era tan difícil predecir que nos íbamos a dar el
batacazo, sobre todo después de haber visto hace unos pocos años
cómo se pinchaba la burbuja de los punto.com. Sin embargo, como
reconocía una alta ejecutiva financiera, íbamos todos como en el
Tour de Francia: pedaleando desesperadamente por llegar a la
meta los primeros. Cuando se corre el rumor que en la línea de
meta se abre un precipicio, todos de primeras se lo niegan; miran
de reojo a los demás corredores y nadie hace ademán de detenerse
1
Cf. J.L. CORZO, “La teología pastoral in fieri”, en VV.AA., Sacramentos-Historia-Teología-PastoralCelebración. Homenaje al prof. Dionisio Borobio, Univ. Pontificia de Salamanca, 2009, 333 y 344.
4 o, al menos, reducir la marcha. “Mierda, detente tú primero” parecía
ser el lema. Así, todos, unos tras otros, se fueron precipitando por el
abismo que se abría tras la línea de meta.
Seguramente no es ajeno a esto, la idolatría que recababa el
sistema: alguno con tintes mesiánicos llegó a proclamar nada
menos que “el fin de la historia y el último hombre” (Fukuyama),
vamos, una suerte de cielos nuevos aquí en la tierra de la mano,
claro está, del neoliberalismo (lo más anti-liberal que existe, por
cierto). Por eso, por nuestros pagos no fue ni un político ni un
economista, ¡faltaría más!, el que nos advirtió de la debacle que se
avecinaba, sino ¡un novelista! No resisto a mencionar algunos
retazos de un cada vez más célebre y premonitorio artículo titulado
“Los amos del mundo” 2 , escrito diez años antes de que los hechos
le dieran tristemente toda la razón:
“Usted no lo sabe, pero depende de ellos. Usted no los conoce ni se
los cruzará en su vida, pero esos hijos de la gran puta tienen en las
manos, en la agenda electrónica, en la tecla intro del computador,
su futuro y el de sus hijos… Usted no tiene nada que ver con esos
fulanos porque es empleado de una ferretería o cajera de Pryca y
ellos estudiaron en Harvard e hicieron un máster en Tokio –o al
revés-, van por las mañanas a la bolsa de Madrid o a la de Wall
Street, y dicen en ingles cosas como long-term capital management,
y hablan de fondos de alto riesgo, de acuerdos multilaterales de
inversión y de neoliberalismo económico salvaje como quien
comenta el partido del domingo… No crean riqueza sino que
especulan. Lanzan al mundo combinaciones fastuosas de economía
financiera que nada tiene que ver con la economía productiva…
Esto no puede fallar, dicen… Y de pronto resulta que no. De pronto
resulta que el invento tenía sus fallos y que lo de alto riesgo no era
una frase sino exactamente eso: alto riesgo de verdad. Y entonces
todo el tinglado se va a tomar por el saco. Y esos fondos especiales
muestran su lado negro. Y entonces -¡oh prodigio!-, mientras que
los beneficios eran para los tiburones que controlaban el cotarro y
para los que especulaban con el dinero de otros, resulta que las
pérdidas no…. Y hay que socializarlas, acudiendo con medidas de
emergencia y con fondos de salvación para evitar efectos dominó y
chichis de la Bernarda… Así que podemos irnos amarrándonos los
machos. Ese es el panorama que los amos de la economía mundial
2
A. PÉREZ REVERTE, “Los amos del mundo”: diario ABC, Semanal, 15 de noviembre de 1998.
5 nos deparan, con el cuento de tanto neoliberalismo económico y
tanta mierda, de tanta especulación y de tanta poca vergüenza”.
Por tanto, la crisis de 2008 no ha sido una crisis inevitable, sino
provocada y previsible. Los operadores financieros la intuían, pero
nadie dijo ni mú. No se ha tratado de una crisis de ineficiencia o de
falta de profesionalidad y competencia de los operadores
financieros. Fundamentalmente, ha sido una crisis de arrogancia
(Samuelson), de decencia (Abadía) o, yendo más al fondo, “ética y
cultural” (Benedicto XVI). Hemos fallado en nuestro deber de
responder: “Todos somos responsables de todos” (SRS 38 y CV
38). Algunos quizá más. Por eso, debiéramos tener, como dice
Saramago en su Ensayo sobre la ceguera, “la responsabilidad de
ver en un mundo de ciegos”. Por hilarlo con una Bienaventuranza
evangélica: “Bienaventurado el siervo que a la vuelta de su Señor le
encuentre vigilante” (Mt 24,46). Por eso la vigilancia y la diligencia
caracterizan la actitud del discípulo como las vírgenes sensatas (Mt
25, 1 ss.) o el administrador de los talentos (Mt 25, 14 ss.). Hemos
de reconocer que, como los discípulos, en Getsemaní “nos hemos
quedado dormidos”. La fe –aunque haya sido muchiiiiisima- no ha
sido el despertador que debiera.
2º Si me olvido de los pobres que se me pegue la lengua al
paladar (Cf. Sal 137,5).
El presidente del FMI, Dominique Strauss-Kahn, afirmaba que
estamos ante una “crisis sin precedentes, la mayor crisis financiera
jamás vista porque parte del corazón del sistema que son los
EEUU”. Pareciera que Occidente “cae ahora en la cuenta” de que
estamos en crisis. Sin embargo, parece olvidarse de que durante
los años de bonanza económica todos nos habíamos olvidado de
que de la crisis muchos no habían salido jamás. Incluso un
Continente entero, África, el “pecado de Europa” en palabras del
recientemente fallecido Luis de Sebastian, parece estar
trágicamente enclavada en la misma. Incluso bastantes
trabajadores habían caído en la complacencia de que no se vivía
tan mal. La cuestión de la pobreza se cayó de la agenda política,
de la conciencia social y, a veces también, de las prioridades de la
Iglesia en España. Parecía que era algo muy colateral, que afectaba
a poquísimos y que, sobre todo en los últimos años, se cernía casi
exclusivamente sobre “los de fuera”. El VI informe Foessa, cerrado
precisamente antes de la eclosión de esta crisis, señala que, a
pesar del crecimiento económico habido entre los años 1994-2006,
6 con significativo incremento del empleo y del PIB, no se ha
acompañado de análogo incremento de las tasas de igualdad. De
ello hablan 8,5 millones de pobres y la vulnerabilidad social de 1 de
cada 4 niños en nuestro país. Se hace evidente que la sola
ecuación incremento del PIB + empleo no reduce las
desigualdades, ni genera per se justicia social. Tendremos que
pedir perdón de haber vivido de espaldas a los pobres,
justificándonos en que no eran “de los nuestros” los que hacían cola
en nuestras caritas parroquiales y programas asistenciales. Todo
ello mientras nosotros vivíamos muy por encima de nuestras
posibilidades, fuertemente endeudados por un dinero barato y
seductor que nos hacia esclavos de los bancos casi a perpetuidad.
Y mientras, muchos de los nuestros, convirtiendo la vivienda, bien
básico al servicio de la cobertura de la necesidad de tener un techo,
en bien de inversión, habida cuenta de su rápida revalorización o de
los réditos obtenibles mediante su alquiler o realquiler (a veces, la
propia población vulnerable ha acudido a lo mismo: “camas
calientes”, “pisos patera”, etc.).
Además de pedir perdón, tendremos que ponernos las pilas con la
responsabilidad. Que se nos pegue la lengua al paladar… En este
momento el riesgo de dualización es mayor: estamos en una
sociedad líquida (Bauman) frágil, descohesionada, desafiliada y
vulnerable donde la red de apoyo familiar, que ha hecho de colchón
en otros momentos (p.e., en la de 1973 en que superamos tasas de
paro del 20%), se ha fragilizado extraordinariamente. La OCDE
prevé tasas de al menos ese mismo porcentaje para el 2010 en
España, que se multiplican por más de dos en el caso de la
población joven y que precarizarán muchísimo más a las personas
emigrantes que antes nos ayudaron a crecer.
3º No podéis Servir a Dios y al dinero (Lc 16,13)
La fiebre del lucro sin esfuerzo se incentivó por los altísimos
sueldos y las comisiones (“bonus”) a ejecutivos financieros,
primando el riesgo con independencia de los resultados. Momentos
antes de que la crisis explotase, el Presidente de Lehman Brothers
ingresó 34 millones de dólares y el de Merill Lynch más de 17: un
buen “premio” a su pésima gestión.
Los bancos dejaron de hacer funciones de intermediación financiera
(facilitar el dinero de los que sí lo tienen a los que no, a cambio de
una comisión) y entraron en el ámbito de la inversión especulativa,
mucho menos reglamentado que la banca tradicional y ya sin
7 ninguna finalidad de atender necesidad: sólo servía a los intereses
de la ganancia fácil y no generadora de riqueza social. Tuvieron
como aliadas a las entidades de calificación de riesgos financiero
que no han tenido ningún escrúpulo en mentir descaradamente.
La economía creció ficticiamente. La mayor parte de las
operaciones no han tenido el trasfondo de una operación comercial
o de prestación de servicios. No generaron plusvalías a la tierra, al
trabajo o al factor conocimiento. Se trataba de especulación
improductiva que no creaba riqueza. Pura burbuja. Sólo en 2008 el
mercado de los CDO (producto financiero sofisticado) había crecido
más de 60 billones de dólares, cuatro veces el tamaño de toda la
economía norteamericana. Los nuevos productos suponen entre un
tercio y la mitad de las transacciones diarias combinadas entre
Londres y Nueva York y su tasa de crecimiento medio anual
mundial ha duplicado a la tasa del crecimiento del PIB y de la
formación bruta de capital fijo.
De repente, se juntan la falta de liquidez y de solvencia de los
“Ninjas” 3 , que no pueden hacer frente al pago de la hipoteca; los
inmuebles han dejado de revaluarse y nadie quiere comprar los
títulos hipotecarios subprime. Al haber prestado tanto dinero, la
banca se queda sin liquidez y pide dinero fuera a bancos
extranjeros. Para cubrir el % exigido por los acuerdos de Basilea y
dar salida a un producto financiero que no quiere nadie, proceden a
hacer una compleja “cosmética financiera”, envolviendo las
“castañas podridas” en “papel de plata” y con el sello de garantía de
las agencias de calificación (rating agencies) 4 de triple AAA
(máxima calidad). Primero se venden los paquetes a filiales
encubiertas (conduits) y luego salen al circuito financiero general.
Estas agencias no eran independientes y muchas veces
funcionaban como consultoras de los mismos bancos de inversión a
los que “ayudaban” interesadamente con la calificación fraudulenta.
Al final, las ”castañas” pasan de unos paquetes estructurados a
otros, y se les ponen tantos lazos y etiquetas de garantía que el
resultado, después de circular por todos los circuitos financieros del
planeta, es que nadie sabe lo que realmente contienen los paquetes
y, por consiguiente, nadie quiere comprarlos. Ya ni los titulares de
los mismos saben lo que tienen. La falta de transparencia ha
3
Acrónimo popularizado por el que se conoce a la población caracterizada por no incomes, no job, no assets (sin ingresos, sin trabajo y sin propiedades). 4
En esto consiste el ya famoso proceso de titulización. Aquí, para entendernos, convertimos a los títulos en castañas asadas. 8 provocado una descomunal crisis de confianza: ya nadie se fía de
nadie, porque ni uno mismo sabe hasta qué punto está
contaminado por la posesión de “castañas podridas”.
Todo ello se produce en una cultura de la alta rentabilidad en el
menor plazo posible (los hedge funds usando el short selling: por
cada dólar que captan se endeudan 41). Añádanse a tan peligroso y
descontrolado cocktail los paraísos fiscales, el negocio del tráfico de
drogas, armas y personas que movilizan grandes sumas de dinero a
lo ancho de todo el sistema financiero, perdiéndose por completo el
origen y la trazabilidad de sus fondos.
Sin embargo, la fe no fue capaz de denunciar con suficiente
clarividencia las hondas dimensiones culturales y éticas del
tardocapitalismo. Ni siquiera mostró su perplejidad. Se invocó el
hedonismo, el individualismo, el relativismo y el indiferentismo
religioso, pero se puso mucho menos énfasis en mostrar la
correlación de estos desvalores con un modelo de desarrollo
económico tan materialista como el marxista con el que se agotó
nuestra capacidad crítica.
4º ¡Ay de los que venden al justo por dinero y al pobre por un
par de sandalias! (Am 2,6), de los que socializan las pérdidas y
privatizan los beneficios…
En los últimos años se ha producido una desregulación de los
mercados financieros (no hay suficientes controles, ni exigencias de
transparencia en el tráfico de capitales) y una tendencia a centrarse
en la oferta merced al paulatino influjo del pensamiento neoliberal
(Friedman, Hayek…).
Sacralizaron el libre mercado y la propiedad y plantearon la
reducción del Estado a un mínimo (Nozick).Cuanto todo ha
reventado, los mismos que preconizaban el “Estado mínimo” y el
libre mercado como asignador eficiente de recursos, han empezado
a clamar solicitando medidas intervencionistas y reclamando el
dinero ¡de todos! ante su alarmante falta de liquidez y en algún caso
incluso de solvencia. En realidad, ya se habían anticipado con estas
demandas tras la debacle del 11-S en el que se experimentaron las
serias limitaciones del solo mercado para reflotar el sector de la
navegación aérea tan tocado por los atentados.
El 15 de septiembre de 2008, auténtico lunes negro, Merril Lynch
se declara en bancarrota y es adquirido in extremis por el Bank of
9 America. AIG (líder mundial de seguros, con agencias en 130
países y miles de empleados por todo el planeta) fue rescatada por
la FED con 80.000 millones de dólares, porque era “demasiado
grande para caer” por su papel fundamental en el sistema de
garantía de créditos. Por nuestros pagos, la cosa no fue mucho
mejor. El Ibex-35 cerró el 28 de octubre el peor día de sus 21 años
de historia: pasó de 15000 a 7905 puntos. Tuvo más de un 40% de
pérdidas en el 2008. Tanto la FED norteamericana, como el Banco
Central Europeo, o los Bancos Nacionales se aprestaron a inyectar
miles de millones de dólares al sistema financiero para evitar el
colapso en un, hasta entonces, inédito ejercicio de intervencionismo
estatal –sin excesivas contraprestaciones- que consagraba el
peligroso principio de “privatizar las ganancias y socializar las
pérdidas”.
4.-ACTITUDES A CULTIVAR DESDE LA FE PERPLEJA
Ante todo hay que repetir que la crisis supone en cristiano ante todo
un reto y una oportunidad. No se nos puede olvidar que las páginas
más bellas y esperanzadoras de la Escritura son las que han
brotado tras las experiencias de opresión, éxodo, deportación,
exilio, persecución y martirio. La salvación de Dios no se puede
confundir con la risotada. Es mucho más, es dicha y buenaventura
porque es compatible con las lágrimas y el dolor. Pero descubre en
ellos una llamada de Dios a la superación y, sobre todo, Su
compañía e incondicionalidad en medio del aparente sinsentido. El
cariño silencioso de Dios nos sobrevuela. En él encontramos la
energía para purificarnos, volvernos más auténticos y ser
evangélicamente significativos.
En la crisis sale lo peor de lo humano, pero también brota lo más
solidario y lo mejor. Las épocas de escasez suelen facilitar la
emergencia de valores solidarios, hacen aflorar la necesidad del
apoyo mutuo, de la resistencia, de la necesidad de un Norte hacia el
que caminar. Esta crisis no es un paréntesis en la historia de la
salvación. También en ella Dios sigue hablando e invitando a
buscar el Reino de Dios y su Justicia desde las Bienaventuranzas.
El presente continuo es el tiempo de Dios y de su Reinado (“ya pero
todavía no”).
La injusticia y la infelicidad humana necesitan para perpetuarse el
caldo de cultivo de cuatro componentes que habrá que combatir: en
primer lugar, la ignorancia (siempre atrevida y peligrosa en las
masas cuando se suma al miedo); la segunda, los intereses
10 estructurados; la tercera, los contravalores que configuran la cultura
y malean a quienes en ellas nos ubicamos; y, por fin, el repliegue
pasota que se queda en el lamento estéril por lo mal que están las
cosas. Por consiguiente, estos cuatros retos se plantean también a
la fe y a ellos habrá de responder para no perder significatividad.
1.- Hay que combatir la ignorancia (¡cuánto daña el no saber!), hay
que visibilizar lo invisible, poner nombre a las cosas, que surja el
esplendor de la verdad… Es la hermenéutica del dato desnudo, sin
la glosa que lo manipula. Esa es la primera tarea para generar
justicia, aunque suponga persecución. Que se sepa la verdad. De
ahí la importancia de los estudios, de la actividad rigurosa y
científica de los profesionales (porque “profesan” pasión por las
“causas” perdidas para que empiecen a estarlo menos) y de
quienes se empeñan en desenmascarar a “quienes secuestran la
verdad con la injusticia” (Rom 1,18). Se trata de decir la verdad sin
medias tintas. Sólo quien nada tiene que perder puede hablar. Y lo
debe hacer sin defender “intereses corporativistas” que, por
legítimos que sean, hacen perder credibilidad al mensaje. Con
Benedicto XVI: Fe y conocimiento, fe y justicia, fe y razón no están
en pugna. Repetimos con Jeremías: “conocer a Dios es practicar la
justicia”.
2.- Debemos desmontar intereses y hacer ver que lo relevante es
vincular la acción política, económica, ecológica a la cobertura de
las necesidades. Para ello hay que ubicarlo en la agenda política.
La perpleja necesita la mediación de la política, la inyección de
utopía mesiánica que bebe de la “reserva escatológica” de quien no
identifica ninguna realización intrahistórica con el sueño de Dios.
Nos será muy útil aquella noción de Pío XI: “la caridad política”. No
es este el sitio, pero en algún otro hemos desarrollado la
importancia de establecer una nítida distinción entre necesidades
(universales y, por tanto, a cubrir siempre) derechos (legítimos en
cuanto satisfagan necesidades), intereses (deben generar
desconfianza por su vinculación con las estructuras de injusticia) y
deseos (se residencian más en la parte de cada yo egoísta)5 .
La fe perpleja debe huir de un abordaje de los problemas
excesivamente individualista o intimista. Debemos considerar la
dimensión estructural de los problemas. Esto supone que, siendo
5
Cfr. J.L. SEGOVIA, “Necesidades, derechos, intereses y deseos: discernimiento de la inmigración desde la justicia y la DSI”, en Corintios XIII nº 131 (2009) 136‐154. 11 verdad que el momento primero de las soluciones lo constituye “la
conversión del corazón”, es impensable que antes del fin de los
tiempos vayan a simultanearse las conversiones voluntarias de los
corazones de todos los hombres y mujeres que habitan el planeta.
Mientras esto sucede, simultáneamente, habrá que provocar
“conversiones” forzosas en el sistema: eso requiere leyes,
instituciones, etc., que deben caminar en otra dirección. Justo a
esto apunta Benedicto XVI cuando habla de la “conversión
ecológica”. No es la única que precisamos. Las estructuras de
pecado son más que la suma de los pecados individuales. Por
consiguiente, requerirá mucho más que actitudes individuales. Entre
otros medios, su conversión se posibilita mediante la acción social y
política que en cuanto ciudadanos nos compete a todos. Por ello,
apostamos por un personalismo de matriz comunitaria y mediado
políticamente. Se trata de evitar el riesgo que apunta GS 29: reducir
los problemas de ética social a moral individualista. Con más garra
en este punto, a mi juicio, que Caritas in veritate, el Compendio de
la Doctrina Social de la Iglesia (cf. 67) se hace eco del Sínodo de
1971 sobre la justicia en el mundo y afirma que “la lucha por la
justicia” no es un elemento más, sino “una condición del ser
creyente que se inscribe en el corazón mismo de su ministerialidad
como anuncio y como testimonio”.
Combatir la ignorancia supone ejercer la profecía. “Ojalá todo el
pueblo de Dios fuese profeta” (Núm 11,29) 6 .Las imprecaciones
lucanas dejan poco espacio a la ambigüedad: “¡ay de vosotros
los ricos!”. No se puede anunciar la Buena Nueva a los pobres
(evangelizar es dar buenas noticias de parte de Dios y de su
Justicia salvadora a los que las reciben malas de la vida y de sus
injusticias) sin denunciar al mismo tiempo las estructuras de
pecado en que se asientan las injusticias y a quienes, consciente
o negligentemente, las sostienen. Y eso inequívocamente tiene
un coste. Por eso, “el Evangelio es una Buena Noticia que
asusta” (González Faus) 7 .
3.- Hay que inyectar valores. Estos no se predican ni se enseñan,
tan sólo se contagian: sólo se educa por contacto (Buber) y por
contagio a modo de benéficos virus. Los valores del Reino de Dios y
su Justicia, por su vocación universalista, nos ayudan a repensar el
6
A este respecto, uno de los más flacos favores que se ha hecho a las Bienaventuranza ha sido distinguir
desde la Edad Media entre “normas generales” para todos los cristianos y “consejos evangélicos” para los
que abrazan la vida consagrada.
7
J.I. GONZÁLEZ FAUS, “Miedo a Jesús”, Cuadernos Cristianisme i Justícia, núm. 163, 6.
12 bien común desde la entera familia humana y no desde intereses
corporativos, así como a considerarnos globalmente desde el
sistema-mundo y no desde localismos de ningún signo. Si alguien
tiene vocación de auténtica apertura universal y catolicidad, esa es
la Iglesia católica. A nivel macro, hará falta empezar a pensar en la
sociedad justa en clave planetaria 8 . Ya “Pablo VI se dio cuenta de
que la cuestión social se había hecho mundial” (CV 13). Una noción
clásica que ha tomado nota enseguida de la necesidad de este
nuevo e imperativo sesgo ha sido la de bien común: se ha tornado
en “bien común universal” o “bien común de toda la familia
humana”. En el caso del mundo económico, no es menor la
exigencia de una perspectiva planetaria: “para asumir un perfil
moral, la actividad económica debe tener como sujetos a todos los
hombres y a todos los pueblos” (CDSI 333). Hay que empezar a
pensar los grandes temas desde la universalidad del sistemamundo, más allá de chatas visiones localistas o corporativistas. Los
grandes retos a los que hemos de hacer frente, de orden ecológico,
de responsabilidad para con las futuras generaciones o la gestión
de los flujos migratorios así lo imponen. Hoy es preciso afirmar que
la cuestión social se ha convertido radicalmente en una cuestión
antropológica… Muchos, dispuestos a escandalizarse por cosas
secundarias, parecen tolerar injusticias inauditas. Mientras los
pobres del mundo siguen llamando a la puerta de la opulencia, el
mundo rico corre el riesgo de no escuchar ya estos golpes a su
puerta, incapaz de reconocer lo humano” (CV 75).
En efecto, la actual crisis económico-financiera es también una
crisis moral. Por ello, difícilmente se construirá una sociedad desde
una antropología utilitarista que reduce al ser humano a mero
“homo oeconomicus”, preferidor racional egoísta, susceptible de
elecciones diversas, que opta por aquello que maximiza su propio
interés, que separa la vida pública de la privada, la economía de la
moral y los medios de los fines. Las teorías del consumidor y la
llamada relación de preferencia lexicográfica, dónde se da por
bueno que el mercado coloque las necesidades, los deseos y su
satisfacción, como hace un diccionario con las palabras, tratando a
todas por igual, con un único criterio alfabético y sin jerarquización
de valores, refuerzan este peligroso reduccionismo antropológico.
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Un ejemplo claro de mala praxis, fueron las penúltimas elecciones europeas donde los líderes de todo
los pelajes competían por mostrar quienes iban a lograr más fondos de cohesión para España y, por
consiguiente, quien iba a detraer más a los países de reciente incorporación a UE-15 con menores
infraestructuras de transportes, sanitarias y escolares.
13 Un valor esencial a recuperar es el de la Justicia. Para algún autor,
el término “Justicia” es el más totalizante del Primer Testamento 9 .
En efecto, en el AT su horizonte de significado va desde la
expresión de la bondad, liberación y alianza de Dios ante la
injusticia en el libro del Éxodo, pasando por la santidad de Dios en
el Levítico o como justicia compasiva en el código deuteronómico;
algo más pragmática y “conformista” en los sapienciales, culmina
con la justicia en los profetas de Israel como clamor contra la
injusticia. En los evangelios se nos dice, compendiando todo lo
anterior: “Buscad el Reino de Dios y su Justicia y todo lo demás se
os dará por añadidura” (Mt 6,33). 10 Naturalmente, sabemos que la
Justicia que Dios regala es mucho mayor que la que nos depara la
vida o los Tribunales humanos. Muchas veces puede traducirse por
la salvación de Dios o más dinámicamente por la realización de su
sueño. Radicalizando todo lo anterior, en la irrupción del reinado de
Dios, el mismo Cristo aparece como “justicia de Dios” (Rom 3,22; 1
Cor, 1,30; 2 Cor 5,21) y como miembro del tribunal en el juicio final,
donde la suerte de los más vulnerables se torna en juicio
escatológico y en auténtico sacramento y criterio de discernimiento
de la dignidad con que acometemos, creyentes y no creyentes, la
vida intrahistoria (Mt 25,31-46).
4.- Frente al repliegue pasota, los cristianos hemos de desplegar
una doble dimensión: la de la fraternidad que nos urge desde lo
teologal a construir un mundo de hermanos y el ejercicio de la
ciudadanía democrática, expresión de un principio relanzado en el
Compendio de la Doctrina Social de la Iglesia: el de la participación
(cf. CDSI 189-191).
Recordando la frase de Epicuro con que principiábamos estas
reflexiones, otro tanto podría aplicarse a la teología y a la DSI. Por
eso, Gustavo Gutiérrez, destacando la importancia de la praxis
escribirá: “A Dios se le contempla y se le practica, y sólo después
se le piensa”.11 En esa misma dirección, la Centesimus annus
señala que “para la iglesia el mensaje social del evangelio no debe
considerarse una teoría sino, por encima de todo, un fundamento y
un estímulo para la acción. Hoy más que nunca, la iglesia es
consciente de que su mensaje social se hará más creíble por el
9
G. VON RAD, Teología del Antiguo Testamento, vol. II , Salamanca, 1982, 453.
De las siete veces que se utiliza el término “justicia” en Mateo (una en Lucas, ninguna en Marcos),
cinco pertenecen al Sermón del monte (5,6.10.20; 6,1.33). Las otras dos están relacionadas con el Bautista
(3,15 y 21,32). Un buen resumen puede leerse en J. DUPONT, El mensaje de las bienaventuranzas,
Cuadernos Bíblicos, Verbo Divino, Estella, 1990.
11
G. GUTIÉRREZ, “Un lenguaje sobre Dios”: Concilium 191 (1984) 55.
10
14 testimonio de las obras, antes que por su coherencia y lógica
interna” (CA 57). La fraternidad es origen y consecuencia del
dinamismo de alteridad de las bienaventuranzas.
Dios se pone del lado de los que sufren y no abandona a los que
apuestan por situarse junto a los injusticiados y perseverar en su
compañía hasta pagar el precio de la persecución. Su sufrimiento
basta para hacer de ellos privilegiados ante Dios. Siendo así las
cosas, sea cual sea nuestro diagnóstico (estemos ante una crisis
coyuntural financiera o una crisis de modelo económico), lo que se
hace evidente es que los cristianos y todas las mediaciones de la
caridad eclesial tenemos que saber cuál es nuestro sitio. Y este, si
queremos no perder la identidad –¡que se juega sobre todo en
esto!-, es a los pies de todos los crucificados, a la vera cercana de
todos los injusticiados, de parte de todos los que sufren. No se trata,
desde luego, de ideologizar, ni siquiera de “teologizar”, sino de
“teologalizar”, es decir, pasar por el corazón de la experiencia
religiosa de la fe, de la esperanza y de la caridad (ésta es sobre
todo virtud teologal antes que moral), para tamizarlas con la
experiencia afectiva y efectiva de la complicidad con los
injusticiados.
5.- Hemos de ponernos “a los pies de todas las cruces y fijos los
ojos en el Señor”. Ese es el lugar natural del que nunca debimos
salir. Sólo desde ahí se podrán proclamar la “segunda parte” de las
Bienaventuranzas mateanas: venid bienaventurados de mi Padre,
porque tuve hambre, tuve sed, fui extranjero… En efecto, si las
Bienaventuranzas constituyen el “programa” del Reino, hay que
ponerlas en relación con las preguntas del “examen final”. El mismo
evangelista que se pregunta en el juicio final “Señor, ¿cuándo…?
(Mt 25, 37), concluye el Sermón del monte afirmando que “no todo
el que dice ‘Señor, Señor’ entrará en el reino de los cielos” (Mt
7,21). De ahí que las bienaventuranzas en tiempos de crisis o están
mediadas por la ortopraxis y por prácticas de justicia y de caridad o
quedan cojas de significado. Por eso, al finalizar el Sermón del
llano, Lucas acentúa la generosidad: “al que te pida dale siempre y
al que te quite tus bienes no se los reclames” (Lc 6,30). Las
Bienaventuranzas suponen la bendición de ser agraciado por Dios:
su gracia es en estos casos “la fuerza de Dios en la desgracia”.
Dios no quiere el mal, el sufrimiento y la injusticia. Dios no es sádico
y detesta el mal en cualquiera de sus formas: precisamente por eso
hace agraciados a los desgraciados. Lucas dirige sus
15 bienaventuranzas a sus lectores cristianos con el claro deseo de
animarlos en las situaciones penosas de su existencia. Macarismos
parecidos se repiten más tardíamente en 1 Pe 3, 14 (“Dichosos si
tenéis que padecer por hacer el bien. No temáis las amenazas ni os
dejéis amedrentar”) o en 1 Pe 4, 14 (“Dichosos vosotros si os
injuriados por el nombre de Cristo”).
Por eso, la apuesta apasionada por la causa de Dios, por los que
padecen –ahora y siempre- la crisis, es una experiencia que nos
hace sentir con fuerza que ¡vivimos! Y vivir significa sufrir, llorar,
experimentar impotencia, rabia, desolación, pero también alegría,
dicha y la certeza de saberse estando donde hay que estar.
Por eso, las Bienaventuranzas son el “programa de la comunidad
cristiana”, la señal de identidad de su efectiva “alianza con los
excluidos” y de la lucha contra la pobreza. Expresan esa “sabiduría
paradójica” de quienes apuestan por arriesgar la vida para ganarla
en plenitud, esa fe perpleja de quienes apuestan por ser felices y
dichosos precisamente por estar a la vera de las desgracias
humanas.
5.- CONCLUYENDO
* Ciertamente no toca a la fe perpleja, ni a los creyentes perplejos
en su conjunto dar recetas económicas, pero tampoco están por la
labor de quedarse sumidos en una perplejidad ataráxica. La fe exige
apelar a la responsabilidad de los creyentes, al menos en dos
dimensiones como exigencias de Justicia. Hacia fuera: la de
denunciar sin hipotecas los mecanismos perversos que convierten
al dinero y la ganancia fácil en una idolatría. Esta denuncia se hace
justicia y defensa de los derechos ignorados y violados,
especialmente de los pequeños y de las víctimas de la crisis. Al
interior de la comunidad cristiana: aplicando lo que predica con
transparencia, rigor y sin la ingenuidad de pensar que tasas muy
rápidas y altas de retorno en inversiones de riesgo “caen del cielo”.
Esto es de aplicación a quienes tienen responsabilidades en
administraciones diocesanas, congregacionales, de movimientos,
etc. Lo mismo se diga de “rentabilizar” evangélicamente recursos a
favor de los excluidos (inmuebles infrautilizados, pisos vacíos, etc.)
Completando este segundo sentido, habrá que retomar la
“asistencia-promocional” (S. Mora); no podemos escudarnos en no
dar peces sino cañas cuando el río va seco. Cuando la gente está
demandando bienes de primera necesidad, no podemos desoír otro
16 mandato del Señor (“Dadles vosotros de comer” Mt 14,16)
amparándonos, como hicieron los discípulos, en que no tenemos
bastante, que se vayan a otro sitio… Habrá que asistir tratando de
generar la mayor autonomía posible. La comunión de bienes y la
solidaridad en primera persona cobran en estos momentos un
tremendo protagonismo. Lo mismo se diga de acciones que no
reclaman recursos materiales sino espíritu: tiempo de iglesias con
puertas abiertas (al menos las físicas), tiempo de acogida, de
escucha, de ejercicio del ministerio de la consolación y el
acompañamiento… ¿No correremos el riesgo de quedarnos
encerrados en grandes y antiguos (o modernos) edificios
herméticamente cerrados sin vida interior que contagiar? Ya que no
acertamos a salir…, al menos dejemos entrar.
Tiene razón Benedicto XVI: la crisis que padecemos tiene hondas
raíces antropológicas y culturales. Ello explica que el mundo rico ya
no sea capaz de reconocer lo humano (cf. CV 75). Muchos siglos
antes, Hesíodo, en Los trabajos y los días, recordaba que el final de
la humanidad vendrá cuando se destruyan las relaciones de
hospitalidad, amistad y fraternidad, cuando se muestre desprecio a
los que envejecen, cuando nadie respete la palabra dada, ni apoye
lo bueno y lo justo, cuando la conciencia no exista y el único
derecho sea la fuerza o el dinero.
Concluyo. La fe perpleja queda tocada por la crisis, porque no está
desafectada de lo humano. Antes que perpleja (adjetivo) es ante
todo fe (sustantivo). Por eso sabe que “La crisis nos obliga a revisar
nuestro camino, a darnos nuevas reglas y a encontrar nuevas
formas de compromiso, a apoyarnos en las experiencias positivas y
a rechazar las negativas. De este modo, la crisis se convierte en
ocasión de discernir y proyectar de un modo nuevo. Conviene
afrontar las dificultades del presente en esta clave, de manera
confiada más que resignada” (CV 21).
En este horizonte, más esperanzado que perplejo, los injusticiados
por esta crisis y por todas las crisis no constituyen sólo un lugar
teológico privilegiado (lugar desde el que se reflexiona) sino, sobre
todo, son un auténtico lugar teologal porque ponen a prueba
experiencialmente la fe y sus perplejidades (el mal es la “roca del
ateísmo”), la esperanza (obliga a esperar contra toda esperanza) y
la caridad (que invita a percibir gratuitamente en el rostro deformado
por el dolor el del mismo Cristo). Así, en un tiempo de purificación
de la Iglesia, los últimos se tornan también en guías y maestros
17 para recuperar una senda de simplicidad evangélica que no
debimos perder nunca.
Es posible que sólo se pueda intuir todo esto teologalizando la
experiencia, pasando por el corazón ante Dios la vida, desde una fe
perpleja (que “cree a pesar de la que está cayendo”), desde una
“esperanza enlutada” (más allá de Bloch, capaz como decía
Burgaleta de “esperar sin signos”) y desde una “caridad política”
(repleta de compasión y de indignación estructuralmente mediadas).
Seguro que desde aquí, la fe, aun con todas sus inevitables
perplejidades, sigue teniendo mucho y bueno que decir a nuestro
mundo.
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