Cuadernillo Nº3

Transcripción

Cuadernillo Nº3
PARA PENSAR Y ACTUAR
REFLEXIÓN PERSONAL Y GRUPAL
1.- Tomo nota de las tres frases que más me han impactado sobre la espiritualidad encarnada y las comento en grupo
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2.- ¿Mi espiritualidad es encarnada? ¿en qué actitudes y acciones personales se nota?
3.- ¿Qué puedo hacer, como voluntari@ de Cáritas, para crecer más en la espiritualidad encarnada?
4.- Oración:
Doy gracias a Dios por la acción de su Espíritu en mi vida y en mi acción caritativa y social (escríbelo o exprésalo de
palabra).
b) Pido al Espíritu la ayuda que necesito. Puedo hacerlo rezando una de las oraciones que tengo en el Anexo.
“La Espiritualidad que nos anima en la acción Caritativa y Social”
ESPIRITUALIDAD ENCARNADA QUE HACE DE LA PERSONA
EL CENTRO DE LA ACCIÓN CARITATIVA Y SOCIAL
Es más, este carácter contemplativo nos lleva a descubrir en el pobre el rostro del Señor. El pobre para nosotros
no es sólo un dato sociológico o el objeto de nuestra acción caritativa y social. Es lugar teológico, lugar en el que Dios está, se hace presente, se revela y nos habla, lugar en el que podemos encontrar a
Dios, amarle. El pobre para nosotros, cristianos, es todo esto si sabemos mirarlo con los ojos de la fe, si sabemos
mirarlo con los ojos de Dios y amarlo con el corazón de Dios.
“El primer capital que se ha de salvaguardar y valorar es el hombre, la persona en su integridad: pues el hombre es el autor,
el centro y el fin de toda actividad económico-social (GS, n. 63)”.
La espiritualidad cristiana nos da la convicción de que la persona es el centro de la vida y de la acción
social. La persona en toda su grandeza y dignidad de hij@ de Dios, pues hemos sido creados a su imagen y semejanza. Una dignidad que lleva en sí toda persona por su misma condición de persona, más allá de las condiciones en que
viva: “Esa dignidad, que deriva de la voluntad con que Dios creó al hombre, no es algo otorgado por otros, es
inseparable del hecho mismo de vivir, aunque las condiciones reales de existencia y el pecado personal y colectivo la condicionen y la hagan más difícil de reconocer”.
Esta es una convicción básica, irrenunciable, que hemos de mantener a toda costa en nuestra acción
caritativa y social.
La persona, toda persona, tiene una dignidad
que podremos pisotear, pero que no podemos negar, porque se la ha dado Dios y nada
hay que justifique desacreditarla, puesto que
“todos los otros valores son valores en
cuanto sirven a la dignidad humana y
promueven su causa”.
Si a ello añadimos que Dios en Jesús se hizo
carne de nuestra carne, todo ser humano
es en alguna medida encarnación de
Dios, pues “mediante la encarnación el Hijo de
Dios se ha unido en cierto modo a todo hombre” (Juan Pablo II. Encíclica Redemptor hominis, n.13), de tal modo que lo
que hacemos al otro se lo hacemos al mismo Cristo.
Por eso, el pobre es sacramento de Cristo. Como dicen los obispos españoles, “podríamos decir que Jesús
nos dejó como dos sacramentos de su presencia: uno sacramental, al interior de la comunidad: la Eucaristía; y el otro existencial, en el barrio y en el pueblo, en la chabola del suburbio, en los marginados, en los enfermos, en los ancianos abandonados, en los hambrientos, en los drogadictos… Allí está
Jesús con una presencia dramática y urgente, llamándonos desde lejos para que nos aproximemos,
nos hagamos prójimos del Señor” IP, n.22.
Más allá, pues, de las apariencias, más allá de su condición legal, más allá de su condición social, más allá de su conducta personal, toda persona tiene una dignidad inviable, lo que hace que quien se dedica al servicio caritativo y social
“no adopta un todo de superioridad ante el otro por miserable que sea momentáneamente su situación”
DCE, n. 35, al contrario, intenta fortalecer las cualidades y capacidades del otro.
Esta conciencia de la dignidad de la persona nos da un “talante contemplativo” en nuestra acción.
Nos ayuda a ver, a mirar, a escuchar, a penetrar en el misterio del otro. Y nos hace entender nuestro
servicio no como una demostración de nuestras habilidades, ni como dar al otro lo que a nosotros nos
parece, sino hacer lo que el otro necesita.
Comprender y vivir la presencia de Dios en el mundo, en el ser
humano y, de manera especial, en el pobre, y descubrir que los
pobres son lugar de encuentro con Dios no es algo periférico o
añadido a la acción caritativa y social “sino más bien el talante,
la mística y la espiritualidad en la que debe beber cotidianamente quien se encuentra inmerso en la acción sociocaritativa de la Iglesia”. RCI III 5.1.
La encarnación significa hambre de presencia, experiencia de cercanía, capacidad de asumir la realidad sencilla
y cotidiana, identificación con el otro en lo más hondo,
encuentro con el rostro y la historia del otro.
Necesitamos una espiritualidad de encarnación que nos haga descubrir el rostro de Dios en el rostro del ser humano
y que nos lleve a acercarnos a él a implicarnos en la vida, en el tiempo, en la historia del hombre. Una espiritualidad de encarnación que nos ayude cada día a amar al otro sabiendo que al ser humano no se le salva
desde fuera, sino desde dentro y no se le salva desde arriba, sino desde abajo, como hizo Cristo en su
encarnación.
Para salvarnos se acercó a nosotros, vino a vivir con nosotros y entre nosotros, haciéndose hombre como nosotros.
Como dice un clásico principio “solo se redime lo que se asume”. Dicho con otras palabras, la encarnación es el camino que Dios eligió para la salvación.
Esta espiritualidad nos hace descubrir que nos salvamos en el mundo con el mundo, implicándonos en su desarrollo,
no huyendo y escapando de él, así como nos descubre que el amor al hombre pasa por promover su desarrollo integral y defender los derechos humanos.
Esta misma espiritualidad nos hace descubrir que al análisis causal de la pobreza y a la acción estructural contra ella se debe añadir la cercanía y la inmersión en las condiciones de vida del pobre.
Hay que trabajar en la distancia (análisis, estructuras), pero también en la cercanía y sin que el trabajo en la distancia
justifique eludir la cercanía.
Jesús es Buena Noticia desde su inmersión-encarnación en la situación del pobre, desde el estar de su lado y a su
lado, desde la cercanía y comunión con él (tocaba al leproso, comía con los pecadores), desde el amor entrañable
y cercano, que es el alma de la caridad. Ahí encontramos los cristianos otra clave sobre la orientación y el sentido de nuestro amor y nuestra acción social.
La espiritualidad cristiana nos lleva a vivir la experiencia de que la encarnación se prolonga por el misterio de la caridad cuando la comunidad cristiana y cada uno de sus miembros reconocen la dignidad
de los pobres, comparten sus problemas, apoyan sus legítimas aspiraciones y se comprometen con
ellos en procesos de liberación y salvación.

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