Ya no podras morir

Transcripción

Ya no podras morir
1
YA NO PODRÁS MORIR
Dedicado a mi difunta madre.
Prisión Provincial de Pinar del Río
Presidio político, 12 de mayo de 1968
Y pensé en ella, en mamá…
Pensé en la magnitud de su deber,
en la sublimidad de su destino,
que en un gesto divino de su ser,
cual diamante pulido y cristalino,
lanza un rayo de luz hacia el camino,
convirtiéndose en madre, la mujer.
Ya del tiempo, el ansiado sufrimiento
llega al fin, cayendo estremecida.
Es el dolor sublime del momento,
porque surge de su dolor, la vida,
y agradece la madre complacida,
con un beso de amor, el nacimiento.
Es el fruto de su alma engrandecida,
que su seno fecundo ha germinado,
y de su vida, la vida le ha otorgado,
con el soplo de aliento más profundo
que ningún otro ser haya soñado.
¡Con cuánto amor nos acunó en sus
brazos!
Sus dulces manos mil veces nos
brindaron
sus caricias, y con afán buscaron,
entre los paños tejidos de retazos,
con gesto delicado de novicia,
para estrecharnos en maternal abrazo.
Fue su vida de angustias y dolores;
sin embargo, en ella no descansa
ese sueño que acunan los amores,
y en suspiros, flotando entre las flores,
hay un mundo de amor, una esperanza.
Pero un día, un gélido torrente,
pudo apagar la llama de su vida,
y entre sueños de amor, se quedó inerte,
como puede morir estremecida
la luz del sol, por Dios obscurecida,
como mando supremo de la muerte.
Hoy recuerdo con claridad la imagen,
de aquel momento, en que la vi postrada
en su lecho de muerte, amortajada,
y vi en jirones rotos los celajes,
convertidos en ruinas los paisajes,
y mi vida quedó resquebrajada.
Quiere escapar la lágrima candente;
no lo pude evitar, ha sucedido.
Es porque tengo en mi sentir latente,
el amargo dolor que hemos sufrido,
porque siempre será dolor presente;
jamás tendrá el dolor sombras de olvido.
Llanto y dolor con su morir; la vida,
daga punzante que nuestro pecho hiere,
ya por siempre, en ausencia convertida;
tortura cruel, por la sangrante herida
que su muerte dejó mas nunca muere
lo que siempre se amó.
Y en el momento en que a mi pecho llega
del infinito su celestial esencia,
siento ante mí su espiritual presencia,
y surge un grito de mi alma
compungida:
“Siempre estarás, mamá, junto a tus
hijos,
ya no podrás morir, madre querida”.