Estar fuera del tiempo
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Estar fuera del tiempo
Estar fuera del tiempo Kenshinkan dôjô 2015 ¿Cómo era posible aquella afirmación tan rotunda, definitiva y tajante, después de haber compartido tantos Valores, unas enseñanzas tan necesarias a día de hoy, unos principios que no hacen sino reforzar la personalidad, abrir puertas a un aprendizaje ilimitado, iluminar el corazón, haciéndolo más sensible, diligente, participativo, humano…? Habíamos compartido semanas de intenso trabajo, y una sin igual Alegría se había hecho hueco en nuestro corazón, y esto, sólo, por tener la Oportunidad de hollar algo tan ancestral, singular y excepcional, como era aquel Koryû antiquísimo. No obstante, cuando nos dirigíamos ya hacia la despedida, se abrió el corazón de aquel maestro excepcional: un budoka alejado en el tiempo de todos y de todo. Con la voz entrecortada, el semblante decaído y los ojos humedecidos, me confió su profundo pesar acerca del futuro de los Koryû: esas viejas Escuelas que en tiempos ya pretéritos sembraron de cultura un país amordazado por la Ley marcial, esas Tradiciones que él tanto amaba, y a las que había dedicado su completa vida. “Los Koryû medievales -me confió- ya no tienen recorrido, han llegado a un punto sin retorno. Su final está ahora más cerca que nunca. Es, sólo, cuestión de tiempo. Los tiempos corren en sentido opuesto a nuestras enseñanzas y demandan otras formas de entender el Budô reciente. No hay nada que hacer al respecto. Es el fin de estas formas de Cultura.” Yo, mientras le escuchaba, entristecido, repensaba la Historia, y volvía a hacerme eco de los comienzos de ese declive al que hacía referencia el Sensei, aquellos cambios acaecidos en el Japón decimonónico al abrir sus fronteras en 1853, enfrentándose de nuevo al mundo después de siglos de dictadura y aislamiento. En efecto, las primeras transformaciones comenzaron con la instauración de algunos edictos contradictorios, como el Dampatsurei (en 1871) o el Haitorei (en 1876). Con estas medidas, la sociedad feudal se tambaleaba y, con ella, la vida y obra de los viejos guerreros. Cuando el Gobierno Meiji decretó el primer Haitorei (Ley de abolición de espadas) muchos “hombres de sable” se sintieron perdidos y desorientados ante el panorama que se presentaba. Algunos, no obstante, optaron por reconstruir sus vidas, encontrando una nueva oportunidad profesional en la enseñanza -pública y abierta- de las antiguas Artes Marciales, antes elitistas y sectoriales. Otros, por el contrario, sucumbieron ante una situación que ya resultaba inminente. Sí. Los nuevos tiempos exigían nuevas conductas y, por tanto, nuevas formas de pensar y de estar en sociedad. Estos últimos exponentes del viejo Bujutsu de Edô (1603/1868) se quedaron en el camino, eclipsándose de la Historia, oscurecidos, olvidados y, finalmente, desaparecidos de ella, sin casi dejar rastro alguno de sus épicas existencias. La historia de uno de aquellos viejos guerreros me sobrecogió desde que la conocí. Tsuda Ichizaemon Masayuki, era el Sôke (heredero) de la Tradición Tsuda Ichiden ryu, una Escuela de Kenjutsu originada en el Período Edô. El maestro había pasado su vida ejerciendo como profesor de Kenjutsu en el dominio de Kurume, en la hoy Prefectura de Fukuoka, en la Isla de Kyushu, en el sur de Japón. En 1872, observando un panorama político y social que conduciría al final de su mundo conocido, quemó todos los denshô (manuscritos) de su Escuela y cometió seppuku (suicidio ritual). Tsuda Sensei no comprendió aquellos reajustes, no supo adaptarse a las circunstancias, no soportó la infravaloración de su legado, ni el desprecio de las tradiciones y valores que habían sustentado su existencia. Sin embargo la modernidad llegaba a Japón, y no tenía vuelta atrás. Junto a ella, el desplazamiento a un segundo término de las viejas tradiciones sería sólo cuestión de tiempo. Muchas Escuelas de Bujutsu desaparecieron en pocos años y las que perduraron lo hicieron sometiéndose al mecenazgo del Gobierno (aglutinándose en entidades mayores, para reforzar su carácter “nacional”) o gracias al puro tesón de unos pocos verdaderos amantes de esa cultura, un tesoro que se perdía por momentos, sin tregua. Sin ser, por fortuna, comparable, también en nuestro contexto de Budô más inmediato contemplamos cómo un panorama más que turbio se ha instalado en nuestro entorno, adueñándose de los impulsos, acaparando voluntades y reuniendo en torno de sí a un sin número de iniciativas, esfuerzos, determinaciones y proyectos que, legiones de seguidores y seguidoras, secundan en todo el mundo. Es un hecho que en nuestro momento, las “infinitas mayorías” relegan a un segundo plano a las cada vez más “singulares minorías”, alejando a los estudiantes de las nobles propuestas que pudieran ofrecer el estudio del Bujutsu Medieval o el no menos antiguo Budô Clásico, desplazando su legado del lugar que les correspondería, si existiera un justo ordenamiento, y haciendo esto de forma cada vez más exponencial, amparándose, sólo, en los números, en las modas, en el divertimento o en el consumo, tratando el Arte sólo como un bien de consumo. Meditando sobre la abrumadora llegada de nuevas especialidades (disciplinas altamente efectivistas reunidas en amalgamas de nuevos nombres, baratas mercaderías “online”, entusiastas combinaciones de lo efímero, rentables artículos que, seccionados, se dirigen al negocio rápido) volvían una y otra vez a mí las palabras de aquel viejo maestro y, con la esperanza bajo mínimos, el alma truncada y el corazón maltrecho, me levanté de mi asiento, bajé del autobús que me conducía al aeropuerto y me dirigí a él, que esperaba en la dársena mi último saludo antes de partir. Tuve, al menos, diez minutos para compartir con él mis ideas, recordándole que es ahora, más que nunca, cuando la Voluntad ha de convertirse en estandarte y que éste ha de ser, no sólo un deseo, sino una obligación para los educadores; defendí, también, que la Diligencia es una virtud noble que no ha de caer en el olvido, y que los nuevos tiempos necesitan de ese Impulso, una cualidad que se ejerce no sólo teniéndose como fin a Uno Mismo, sino al conjunto, al grupo, a la sociedad; aludí, después, al Esfuerzo, la Lealtad, la No-violencia, el Compromiso, la Unificación, el Respeto, la Determinación, la Meditación y la constante Superación, como elementos que nos construyen, dándonos estabilidad y haciéndonos verdaderos Seres Humanos. Terminé afirmando que es también ahora cuando estas Escuelas, tan cargadas de estas y otras virtudes caballerescas, han de saberse útiles en los tiempos que todos transitamos, unos tiempos que vienen cargados de inmensas posibilidades de prosperidad, pero que también traen consigo inmensas posibilidades de incertidumbre, pérdida de valores, medianías y enaltecimiento de unos valores más que efímeros. Ignoro si mis palabras tuvieron un eco positivo en el corazón de mi maestro, porque lo dejé allí, varado en aquellas montañas, alejado de todo y de todos, sustentando una Enseñanza que muy bien podría aportar a cualquier estudiante sincero: Educación -en el sentido más amplio del término; Valores -en el sentido más humano de la palabra; Salud -en el sentido más integral del vocablo. Llegué a mi hogar después de cuarenta horas de viaje. En mi recámara aún resonaban las últimas palabras que escuché al Sensei y tratando, también yo, de encontrar una respuesta satisfactoria a sus interrogantes, volví a reencontrarme con la atmósfera de mi dôjô. Pasados unos días se acercó a visitarme uno de mis mejores amigos, un budoka muy veterano, un hombre tremendamente inteligente, afectuoso y educado. No todos llegan allí arriba, no todos tienen la capacidad de liderazgo suficiente, no todos comprenden las entelequias de la psicología, no todos han hecho de la pedagogía y de la conversación herramientas capaces de superar dificultades, no todos tienen la facultad de transmitir la energía necesaria para hacer comprender a otros que la Voluntad, el Tesón y la Disciplina no están reñidas con la Alegría, la Disposición y el Bienestar, pero él sí tiene esas herramientas, no en vano es un ejecutivo de primera línea y, de él mismo y su gestión, dependen varias centenas de trabajadores y trabajadoras de una de las empresas más internacionales del sector. En él encontré una respuesta para mis preguntas, pues fue él quien me dijo a “bote pronto”, que el soporte que mantiene y sostiene el espíritu de su empresa es producto, en una grandísima parte, de treinta años de estudio de Budô y de Bujutsu: una de sus verdaderas “Escuelas de Vida”. Fue él quien me animó a levantar la palabra, a defender la filosofía y despertar la pedagogía de estas formas de Cultura, que a él tanto bien le habían inoculado y tanto saber le habían aportado. Se marchó. Y yo, raudo y veloz, pero sereno y tranquilo, entré de nuevo en el dôjô, para volver a trabajar sobre mis katas, para compartir, pacientemente, mi Budô y, confiando en su Razón de Ser, volver a ser ese que siempre había sido. Kenshinkan dôjô 2015