EL PASEANTE A filo del alba, Contemplo la límpida amanecida

Transcripción

EL PASEANTE A filo del alba, Contemplo la límpida amanecida
EL PASEANTE A filo del alba, Contemplo la límpida amanecida, Rasgada por prematuros rayos. Retirados ya los reales de la noche, Palpo la humedad de las ropas Que revisten mi cuerpo vulnerado, Perlado con el llanto del rocío, Y aspiro hondamante la brisa que acaricia las laderas Cuajadas de olivares. El viento brinca por los peñascales Y se desliza, sereno y sinuoso, Sobre la piel de las lajas desprendidas De las lajas faldas rocosas de los montes. El aire se afiligrana, bailarín, Entre los olivos encumbrados, Y sepentea luego hasta el seno de la hondonada, Y mece las copas de los árboles, Encrespadas por el cierzo desabrido Hasta desatar su furia contenida En la vasta olla del valle rumoroso. La soledad se adueña del paisaje Y su dominio extiende por los campos, Se aferra a las quebradas, Desciende a los barrancos, Y escala, incansable, tenaz, Los ciclópeos muros de los altos peñascos. Más allá –el valle en lontananza–, Aposentan su estampa olivos centenarios. Sus raíces se entrañan en suelos minerales Y horadan la roca viva, Oculta en las faldas montaraces, Y detienen su avance donde acaba el cultivo, En el umbral que limita El reino de la jara y el esparto. II Contumaz regresa el viento A los agrestes parajes, Y en los días invernales Asómase a los balcones Y recorre sin descanso Los rectilíneos pasillos De los vastos olivares. Los centinelas de savia vigilan –talle enhiesto, torso hercúleo– Las mil revueltas del aire Y esconden entre el ramaje Reflejos grises de cobre, Negros frutos de azabache En racimos apretados. Roqueños miradores gigantescos Circundan el valle postrado en lo lejano y abren desde su atalaya Un espacio de ilimitada luz que se dilata Hacia las arbóreas filas Del desplegado ejército. Camino luego por la honda depresión Entre los olivos azulados, Cuyas infinitas hileras se ofrecen al viajero Abiertas en abanico de armazón En huida perpetua. Sobre el solar lsa siluetas se recortan Y los olivos ofrecen sus sombras extendidas, Como notas de un preludio Que en la distancia anuncia La presencia de un ámbito preñado De la inmensidad del vacío En sus confines últimos. III Como luminosas motas puntean la verdura Las encaladas casas de labor y quintería Y destacan extrañas al igual que náufragos Entre las olas de la bravía espesura. Abrevia la tarde su caída Y el trajín aún no cesa. Percibo en el silencio Murmullos fantasmales, Que extraviados vagan Por la maraña de verdor henchida. Escucho cada vez más nítidos Los golpes de las varas largas, Nacidas del brezo y del almendro, Al chasquear lsa ramas del olivo, Y tenue repiquetea en mis oídos El sonido leve del fruto derribado Sobre el lienzo que cerca El poderoso tronco del árbol Entregado a su artífices. De nuevo el viento libera sus cadenas Y la arboleda ora es crsipado puño, Ora es palma desnuda abierta al cielo. La nación de las nubes se dispersa despacio Y el declinante sol desprende un calor tibio Que aligera la frialdad Del manto ceniciento del ocaso. La luz de color cobre todo lo conforma, Incendia el azul y encrespa el verde, Acunado sobre los gélidos pedregales del invierno. El albor de la luna sobre los precipicios Alumbra los olivos unánimes dormidos En las últimas estribaciones de la sierra, Al pie de los roquedos, Clavados cual estacas En el pétreo costado de los cerros, Plantados por manos seculares En lucha pugnaz con lo imposible. IV A esperar la noche me he tenido Bajo el cálido vientre de un olivo, Bajo el crepúsculo del mar incandescente. Apenas luciérnaga soy que cabrillea En el dominio ignoto del árbol que me acoge, Pero escucho quedo los latidos del mundo Y sus espasmos brotados De las raíces del testigo. El gigante de siglos acrecidos Inspira en el silencio de mi abatida alma La fuerza y la templanza, La paz y la armonía, El saber del tiempo acaecido Desde la primera memoria de la semilla Derramado en el hoyo, Desde el original pálpito de la sangre Bajo la tierra madre. Gloria de verdor ,prodigio vegetal, Arcano del tiempo que aún no ha sido, Aunque el hacha voraz cercene tu pie altivo, El olvido no podrá doblegar El recuerdo del hombre enfrentado año tras año A la pujanza del don resucitado. V Callo y el viento habla Y murmura palabra que son hojas, Verdes estallidos, lenguas de aire; Tendido al pie del olivo regresa la brisa Que parece pronunciar mi nombre.