tejedoras de vida en pdf
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TEJEDORAS DE VIDA 2015 2 TEJEDORAS DE VIDA 2015 3 Diseño de Portada: DG Angélica McHarrell Basado en una pintura de Michelle Páez Cuidado Editorial: Luis Eduardo García Primera edición, Septiembre de 2015 © Tejedoras de Cambios San Pedro Garza García, N.L. ISBN: 3-970-XXX-XXX EN TRAMITE Este libro no puede ser fotocopiado o reproducido total o parcialmente por ningún otro medio o método sin la autorización por escrito de las autoras. Derechos Reservados 4 Índice PRÓLOGO I ..................................................................... 7 PRÓLOGO II ................................................................. 16 A mis cuarenta – La Peque ........................................... 25 Ahora sé quién soy - Contraluz ...................................... 34 Asperezas de mi vida - Victoria ..................................... 52 Como las olas… - Artemisa ........................................... 61 Corriendo sola – Liebre .................................................. 70 Decisión correcta – Enamorada ..................................... 80 En pleno vuelo – Mariposa............................................. 93 En proceso – Atardecer ............................................... 104 Esto no se acaba, hasta que se acaba - La Loba ........... 122 Familia nómada – Allerim ............................................ 129 Ganando las batallas de la vida - Guerrera hasta el último aliento................................................................ 136 Imago - Brisa de tormenta ............................................ 151 La que estoy siendo, gracias a la que fui – Fresca Calidez .......................................................................... 161 Lo que era y lo que soy - Itzayana............................... 181 La Vida Vale – La Pájara ............................................. 187 Mi infancia, mi tesoro – La Titana de Oro ................... 196 Mis enredos - Madre Teresa ......................................... 205 Mis secretos – Currumina............................................. 209 Mujer inquebrantable – Sol y Mar ............................... 226 Tejiendo mi vida – MOG ............................................. 247 Transformando mi vida – Tornado .............................. 253 Una mujer en desarrollo – Gota de Lluvia ................... 265 Una vida de trabajo - Águila guerrera .......................... 285 Yo soy - Inti .................................................................. 297 SEMBLANZAS ........................................................... 311 5 6 PRÓLOGO I Estamos de festejo en Tejedoras de Cambios A.C., porque hoy presentamos -¡por fin!- el primer libro de historias escritas por varios grupos de mujeres que cursaron el Diplomado Tejedoras de Vida, el cual ha sido impartido desde poco después de que fundamos legalmente nuestra organización. Antecesores de este volumen son los dos tomos publicados con el nombre “Tejedoras de Historias”, por el Instituto Estatal de las Mujeres de Nuevo León (en 2006 y 2008 respectivamente). Las novedades a celebrar de entonces a esta fecha, han sido precisamente la creación de nuestra A.C. (2009), la multiplicación de las redes de mujeres y el desarrollo de nuestra labor social transformadora, a través de cursos, conferencias, lotería educativa, terapias de salud integral, y otras actividades. La metodología empleada tanto en nuestro curso sello como en todo el Diplomado es la misma que investigué en mi tesis de Maestría en Desarrollo Humano en la Universidad Iberoamericana (“Identidad narrativa femenina: Un camino de crecimiento personal”, 2002), y conlleva un enfoque de género dentro de esa corriente humanista. Y es que al trabajar con las historias de vidas de las mujeres, obviamente estamos manejando el género autobiográfico, y al preguntarle a cualquier persona quién es, la respuesta vendrá acompañada, casi invariablemente, con la narración de una historia personal. De ahí que estemos hablando de una identidad narrativa. Hace no muchos años, en psicología se consideraba que la identidad del ser humano era si no inmutable, sí algo fijo y bastante arraigado, difícil de cambiar. A partir de lo que se conoce como el “giro narrativo”, el “self” o sí mismo ya no se considera una entidad única, fija, continua, verificable y perfectamente lógica, sino que se abren nuevas perspectivas muy interesantes en el enfoque y el tratamiento a través de la identidad, al volverla flexible, interpretable, maleable, gracias a los procesos de recuperación, reelaboración y resignificación de la propia historia de vida. No voy a explicar aquí la compleja teoría que soporta este concepto, ni los postulados de Ricoeur y compañía. Remito a 7 quienes tengan interés en el tema tanto a mi tesis como a mi prólogo explicativo en los citados volúmenes de Tejedoras de Historias. Aquí sólo repetiré brevemente -para los posibles nuevos lectores, o personas con interés académico- en qué consiste dicha metodología. Este “giro narrativo” (ya sea en la Medicina, la Antropología, la Teoría Cultural, el Derecho, la Psicoterapia o el Desarrollo Organizacional) ha trasladado el interés sobre la identidad a la historia, lo cual permite posibilidades nuevas y renovadoras según como ésta sea contada. Está aquí presente la postura constructivista que implica co-construir con otros las historias o relatos alternativos, de modo tal que permitan mirar desde varias perspectivas o puntos de vista, las mismas acciones y personajes. La narrativa convierte así la temática en cuestión (un episodio histórico, una historia clínica o legal, y en este caso el pasado de una persona) en un proceso interesante, dinámico y flexible, en lugar de algo rígido, inamovible e incuestionable que sólo admite una versión absolutista. De ahí lo sanador que resulta escribir la propia historia. Ciertamente, en esa escritura, lectura y reescritura no es posible cambiar el pasado, pero siempre cabe mirarlo de otro modo, porque –como decía Ricouer- “ser es ser interpretado”, de ahí que nuestra vida se convierte en una “historia contada”, y por tanto interpretada. Y precisamente ahí, al comenzar a narrar nuestra historia, al plasmarla en palabras escritas para nosotras mismas o para los demás, resulta posible encontrar que la identidad narrativa confiere una cierta continuidad y permanencia en el tiempo al sujeto de la misma, pero a la vez descubre un dinamismo que le permite el cambio y la transformación. ¿Cómo se logra esto? Cuando alguien escribe su historia, se establece una distancia, una diferencia que se introduce al momento de escribir y, posteriormente, de leer lo escrito. Al leer ya no está presente ese yo escritor, sino el lector, en una especie de desdoblamiento. Ahí es donde cabe introducir precisamente la interpretación, la posibilidad de resignificar, de reescribir una nueva historia. Y en este tejer y destejer, pueden 8 ir intercalándose otros nuevos tejidos que flexibilicen, adapten y enriquezcan al anterior. Al respecto, Duccio Demetrio sostiene que el trabajo autobiográfico tal vez sea el viaje de formación, autoconocimiento y auto-aceptación más importante que podemos emprender en nuestra existencia, y coincido con esta opinión, por eso elegí esta poderosa metodología como eje central de mi trabajo con mujeres. Porque supone, por un lado, internarse en el caos y los rumores confusos del pasado, para buscar una forma de organizar los recuerdos, y por otro, para evaluar el presente y proyectar el futuro. Y es que la escritura abre nuevos registros del inconsciente y posee otros efectos, más duraderos, porque fija el fluir del tiempo y permite regresar a él, revisarlo, interpretarlo, cambiarlo. En nuestro Diplomado no damos clases de redacción, no se trata de aprender técnicas de escritura literaria. De hecho, las correcciones realizadas a los textos de las participantes son mínimas, (sólo las faltas de ortografía, puntuación, repeticiones y sintaxis básica), aunque muy laboriosas de realizar precisamente porque cuidamos de respetar el estilo personal de cada mujer que nos narra su historia; con todo, siempre aparecen algunos talentos natos para la escritura. Aquí el trabajo importante es otro, el del auto-conocimiento y la autotransformación. Por ello, las preguntas que subyacen en un relato autobiográfico serían: ¿Quién soy yo realmente?, ¿para qué he vivido?, ¿qué sentido ha tenido mi existencia? Respondería con esta cita Natalie Goldberg: “Escribir es un gran viaje. Es un camino que tiene la posibilidad de hacernos libres.” (Goldberg, 2001). No obstante, en este viaje vital por el que nos lleva la narrativa autobiográfica, habrá de todo: algunas experiencias positivas y otras negativas, risas y lágrimas, éxitos y fracasos. Además, es casi seguro que a todos nos han sucedido cosas inesperadas, vergonzosas, difíciles de aceptar, dolorosas, inexplicables y hasta trágicas. Así que encontrar un significado puede resultar la gran diferencia en la actitud que asumamos ante lo que vamos viviendo. De hecho, sin decir que es la panacea, cabe afirmar que la escritura 9 autobiográfica es una herramienta muy poderosa (incluso para abrir la dimensión espiritual), ya que da acceso a nuestras más íntimas profundidades y ayuda en el proceso inacabable de avanzar hacia la propia integración, la reconciliación y la coherencia. Basada en esta metodología, diseñé el Diplomado inicial, y posteriormente a partir de esta enriquecedora experiencia con tres grupos y en colaboración con varias de las graduadas, adaptamos ese material para emplearlo en su versión breve de tres meses como curso sello de nuestra asociación (El Guión de mi Vida), y como capacitación para convertirse en Tejedora, en su versión más profunda y con una extensión de año y medio (Diplomado Tejedoras de Vida). Este nuevo Diplomado ya no lo impartí yo, sino que pasé toda la estructura, metodología, dinámicas y bibliografía a Dariela Dávila, Tejedora graduada en la primera generación y psicóloga de profesión, a quien fui asesorando en su primera edición, y por supuesto ella fue imprimiéndole su propio sello y estilo personal, así como su preparación de terapeuta y su misma calidad humana. Así hemos ido entretejiendo nuestras redes, abarcando nuevos espacios, practicando la metodología, afinando los materiales y probando este enfoque en diversos ámbitos. Así inauguramos una subsede en Juárez, coordinada por nuestra compañera Martha Patricia González, y estamos empezando un grupo en Cadereyta, N.L. Iniciamos y sostenemos, desde hace ya varios años, tres proyectos sociales, para llevar este curso a las internas del Penal del Topo Chico; a las Colonias populares La Barranca y Lomas de Tampiquito, en San Pedro; y recientemente empezamos a trabajar también en la Col. Alfonso Reyes (más conocida como La Risca). En dichos proyectos, participan entusiastamente Tejedoras ya graduadas del Diplomado y capacitadas en la metodología empleada, y son quienes ahora facilitan el curso. A través de estas experiencias, nos hemos dado cuenta de que con ajustes a niveles de baja escolaridad, nuestros talleres también funcionan muy bien con mujeres en situación de alta 10 vulnerabilidad, de modo que confiamos en poder publicar sus historias en un futuro próximo. ¿Para qué recoger estas historias y darlas a conocer más allá del pequeño grupo en la que se forjaron y compartieron? Para hacer eco a estas voces y ampliar su alcance, de modo que inviten a más mujeres a emprender un camino similar. Durante siglos, el sexo femenino ha luchado por sus derechos, por hacerse oír, por salir de un rol estereotipado de ser únicamente esposa, ama de casa y madre reproductora, rol que debido a una estructura patriarcal y machista la ha colocado en una posición de opresión e inferioridad, y la ha condenado a sufrir todo tipo de injusticias, a asumirse como mera testigo y en muchos casos –tal como puede apreciarse, por desgracia, en muchas de las historias que aquí presentamos- como víctima sumisa de situaciones estructuralmente violentas. Durante miles de años, en todos los tonos, elogiosos o insultantes, científicos o poéticos, se han dicho infinidad de cosas sobre las mujeres. Sin embargo, durante todo ese tiempo hemos sido consideradas como seres para ser vistos y no para ser escuchados. Sobre nosotras, sobre nuestro ser, quehacer y devenir han corrido ríos de tinta a través del tiempo, pero esas palabras, esas visiones, esas historias eran narradas, en su mayoría, por hombres. Bien dice Rosa Montero, esa gran novelista y feminista española contemporánea: “Porque hay una historia que no está en la historia y que sólo se puede rescatar aguzando el oído y escuchando los susurros de las mujeres.” (Historias de Mujeres, 1996). Es a esos “susurros” a lo que he intentado prestar un oído atento, para amplificar su sonido mediante su presentación y publicación. Representan una especie de micro historias, porque los acontecimientos, personajes o hallazgos que aportan pasan inadvertidos en la “historia oficial”, en los estudios que consignan la macro historia o las teorías feministas. Aquí nos llaman la atención tanto por las especificidades como por la cotidianidad que cada una de estas narraciones ofrece -ya sea en su dimensión psicológica o en la sociológicacomo por las posibilidades interpretativas que abren 11 individualmente y en su conjunto. Desafortunadamente, resulta un lamentable hecho que no existe un interés real por escuchar de modo directo las cuestiones de las mujeres –nuestras historias personales, nuestros deseos, nuestros dolores y frustraciones, nuestra opresión, nuestros anhelos y sueños- . Todos ellos han pasado casi completamente desapercibidos a través de las diversas etapas históricas. Y peor aún, cuando el foco de atención lo trasladamos a la madurez, ¿qué podemos decir del desinterés casi absoluto que despierta la mujer madura? Si ya el sexo masculino no le puede cantar a su belleza física, si ya quedó atrás la etapa reproductora y no cabe ser ensalzada en el mito de la maternidad, ¿qué sucede? Una triste e injusta realidad: que la marginación y el desinterés se vuelven extremos. Pues es precisamente a ese rango de edad femenina, la edad de la madurez, a la que decidí prestar especial atención desde que inicié los estudios de mi tesis y luego al fundar la asociación civil. En parte por ser la que yo misma he ido viviendo, y sobre todo porque la autobiografía es un género de esta etapa de la vida. Si se indaga en ella de la manera adecuada, surgen los planteamientos por el propósito y el sentido, justo cuando ya hay una experiencia y cierta sabiduría vital en las mujeres que alcanzan dicha etapa, además de un mayor tiempo disponible para sus propios proyectos. La paradoja está en que es precisamente entonces cuando más desapercibidas y desatendidas pasan, con la consiguiente y muy lamentable pérdida de esa valiosa energía femenina, que podría emplearse para la propia transformación y también para apoyar cambios comunitarios y sociales. A pesar de que la equidad de género y el empoderamiento de las mujeres está en el tercer lugar de los ocho Objetivos del Milenio de la ONU, a pesar de que se ha dicho que este Siglo XXI será del sexo femenino, lo cierto, la realidad cotidiana e inmediata en nuestro país y en la mayor parte del mundo es que falta muchísimo por lograr en cuanto a igualdad de oportunidades y derechos para las mujeres en casi todos los ámbitos: social, político, económico, educativo, de salud, religioso, artístico, científico, etc., pues esta causa del 12 feminismo no es en los hechos algo prioritario para los gobiernos. Y es que lograr la equidad de género resulta complejo, porque no basta legislar al respecto, hay que cambiar las estructuras socioeconómicas y políticas, trabajar en reeducar a las personas, cambiar las creencias culturales misóginas, violentas y discriminatorias e ir transformando la cultura machista y patriarcal en una incluyente, justa y pacífica. A esa labor educativa de las mujeres es a lo que nos dedicamos en Tejedoras de Cambios, con el objetivo -en última instancia- de incidir positivamente en el entorno familiar y comunitario. No resulta rápido ni sencillo, sino al contrario, es como picar piedra. No ha resultado fácil tampoco impulsar dicho objetivo desde una ONG como Tejedoras, porque no es una causa que se considere urgente ni que despierte muchas simpatías entre las fundaciones filantrópicas, sobre todo cuando no es asistencialista, como sucede en nuestro caso. Con todo, los avances son innegables y aunque tarde en extenderse y lograrse plenamente, creo que esta transformación ya no se detendrá. Necesitamos gradualmente que más y más mujeres, jóvenes y maduras, vayan logrando lo que en nuestros talleres llamamos la “triple A”, y de la cual quienes escribieron los presentes textos son testimonio: convertirse en la Autora, la Actriz principal o protagonista y la Agente de cambio de sus propias historias de vida. Por ello, como suelo repetirles a las mujeres que culminan este Diplomado, con la escritura y publicación de su historia pueden decir con gran satisfacción: “Nada ha cambiado, salvo yo misma, por ello ahora todo es distinto”. Va mi más calurosa felicitación a las 24 mujeres que nos comparten su historia de vida, narrándola como cada quien quiso y supo hacerlo, por haberse comprometido con ustedes mismas, con su grupo y con su facilitadora primero para tejer, destejer y entretejer sus propias tramas vitales; y luego para dar un paso más allá, todavía más aventurado y de mayor impacto: publicarlas, con el deseo de encontrar un eco y dejar una huella en sus familias, sus amistades y posiblemente, en otras muchas 13 mujeres a quienes podrían inspirar para embarcarse en una travesía similar a la suya. En este curso demostraron por un lado, la paciencia de Penélope, para ser perseverantes al ir tejiendo y destejiendo dentro de un ámbito privado y protegido, una especie de hogar en el tiempo-espacio que formaron durante las sesiones del Diplomado, y por otro dieron prueba de la valentía e ingenio de Odiseo para lanzarse al viaje en el ámbito público. Así, aunaron “ánima” y “animus”, su esencia femenina y su impulso masculino, en una integración sanadora que las empodera, dejando constancia escrita y abierta de este proceso, que tuvo un inicio pero ya no tendrá final, porque despertaron a la conciencia y a la responsabilidad personal. Quiero decir por último que la edición y publicación de este libro fue prolongada y difícil, complejidad y dificultad que son representativas de los escollos enfrentados por las organizaciones de la sociedad civil: falta de fondos, de recursos económicos y humanos, de tiempo, de apoyos. Por ello, quiero dar las gracias sinceramente a Fomento Moral y Educativo ABP, por el donativo que nos otorgó para la elaboración de esta obra. Asimismo, va mi agradecimiento y el de nuestra Asociación por su paciencia, ingenio y colaboración a nuestro editor independiente, el Ing. Luis Eduardo García; por la creatividad del diseño gráfico de la portada a la Lic. Angélica McHarrell; por su sensibilidad artística y solidaria, a la artista Michelle Páez, quien pintó el cuadro que ilustra la portada; a nuestro colaborador voluntario de redacción Lic. Damián Monsiváis, por su generosa revisión de textos; a toda la Mesa Directiva (Cristina Girodengo, Elizabeth Chávez y Blanca Alicia Tello ), que hace posible, respalda e impulsa la labor de nuestra A.C., y de modo muy especial a la Mtra. Dariela Dávila, y a su co-facilitadora en uno de los grupos la Mtra. Estrella Romero, ambas integrantes también de la Mesa Directiva, por haber tomado la estafeta que les pasé, y por haber guiado a buen puerto a estos tres grupos; valoramos su capacidad, su entrega cariñosa, y su incansable entusiasmo. En Tejedoras de Cambios conocemos el enorme poder transformador de las palabras, y con base en ellas realizamos esta labor que hoy plasma su fruto. De hecho, como preguntan 14 George Duby y Michelle Perrot, editores de la enciclopedia Historias de Mujeres: “¿Y ellas, qué dicen ellas? La historia de las mujeres es, en cierto modo, la de su acceso a la palabra.” Quedan aquí los testimonios con fragmentos de muchas vidas, con sus luces y sus sombras, sus logros, sus carencias, sus anhelos. En este libro, 24 mujeres valientes y muy valiosas tienen la palabra. Te invito, lectora o lector, a escucharlas… Pero antes, se la cedo a Dariela Dávila, facilitadora del Diplomado, ella también tiene cosas muy importantes que decir sobre el profundo proceso vivido durante la escritura de estas historias. Patricia Basave 15 PRÓLOGO II Mi experiencia como facilitadora en el Diplomado “Tejedoras de Vida” es muy satisfactoria y enriquecedora. Afortunadamente tengo la oportunidad de usar esta herramienta tan valiosa, producto del trabajo creativo de mi querida Maestra Patricia Basave. Para mí es muy interesante la manera en que su triple marco teórico -antropológico, psicológico y lingüístico- es enlazado y conectado con un formato excepcional que es estrictamente vivencial. El proceso es constituido bajo contrato de común acuerdo. Esto delimita el contexto de relación requerido y permite a las participantes resignificar su historia personal y construir la propia identidad a partir de la narrativa. Así el proceso potencia la toma de conciencia que genera una íntima responsabilidad y admite asumir simultáneamente una postura de autora, actriz y agente de cambio. Mi experiencia del grupo de participantes durante el diplomado significó un aprendizaje reafirmado en lo personal y un reto profesional. Durante el proceso del diplomado, entablamos una conversación que inició con la presentación de las participantes, es decir, el grupo pasó de un momento de aceptación del contrato a su integración; del ensayo al ejercicio de la escucha respetuosa y la empatía, de la práctica del discurso en primera persona a la construcción y comprensión de una dimensión grupal saludable y sanadora; de la modulación y contención del grupo por el grupo a la apertura confiada y el apoyo mutuo; de la reflexión acompañada a la conciencia personal y grupal. Aunque el diplomado incluyó una etapa culminante del proceso cuando cada participante compartió su autobiografía, la realidad es que la conversación iniciada continúa estrechando lazos de sororidad, dentro del mismo grupo y más allá, incluyendo e influyendo en nuestras relaciones familiares y sociales. Pero también y especialmente nuestra relación con nosotras mismas. Cuando yo participé en la primera edición del Diplomado de Tejedoras, me encontré que estaba buscando conocer y participar en actividades con perspectiva de género, y me topé 16 -en lo personal- con mi grupo de referencia, con mi género, con mi ser mujer. Entre todas las relaciones que han sido tocadas en mi vida por esta experiencia, mi relación conmigo misma es prioridad. Abrazar esta conciencia de mí y el bienestar obtenido a través de ello generó un deseo que permanece, crece y me mueve a trabajar para compartirlo. Este deseo compartido por las Tejedoras nos acompaña cada vez que un grupo de mujeres replica la experiencia y cursa nuestro Diplomado. Así fue que nos constituimos en asociación civil para invitar, alentar y acompañar a otras mujeres en su desarrollo personal. En mis antecedentes como psicóloga partí desde una preparación clínica con orientación analítica, que es elitista por su propio marco conceptual y terapéutico, hacia la búsqueda de formatos más incluyentes. Después de conocer, prepararme, practicar y apropiarme de una visión sistémica, participé como beneficiaria en este proceso de Desarrollo Humano y experimenté las bondades de la narrativa, en cuanto a su acceso técnico y metodológico, que beneficia sin distinción. De tal forma que las exclusiones, me atrevo a decir, no existen. Este es uno de los motivos que me hacen admirar, apreciar y disfrutar el proyecto de Tejedoras de Cambios, A.C.: su orientación educativa y su visón incluyente. La experiencia de nuestra organización, en cuanto a los rangos de edad de nuestras beneficiarias es muy variada. Hemos trabajado con mujeres de la tercera edad, en donde contamos con testimonios muy valiosos y enriquecedores, en primer lugar para ellas mismas, para su grupo y para quienes facilitamos, esto como efecto inmediato; pero también encontramos impacto en los grupos de referencia y convivencia de las participantes, como son sus familiares, y sus compañeros en la estancia en donde les atendimos. De manera prioritaria este curso se planeó para beneficiar a mujeres adultas maduras (entre 45 y 65 años), y ellas han sido mayoría en nuestros cursos: mujeres con diferentes grados y tipos de preparación académica, diferentes procedencias, todo tipo de estados civiles y formatos de parejas y familias, diferentes estilos y experiencias de vida, así como diferentes estratos sociales, locales y económicos. Además, hemos tenido 17 grupos mixtos de mujeres adultas maduras y jóvenes, y grupos sólo de mujeres adultas jóvenes. Ciertamente cada grupo tiene una dinámica única, y en ese sentido el proceso y el diplomado mismo, aunque el formato se mantenga y respete, es distinto también en cada caso. El grupo de escritoras autobiográficas que colaboran en este libro, procede y suma la experiencia de tres grupos con características diferentes y por demás interesantes. El primero que inició se llevó a cabo en Monterrey, NL, y fue mi primera experiencia facilitando el Diplomado Tejedoras de Vida, incluía a mujeres procedentes de diferentes municipios del área metropolitana de monterrey. Esto generó una relación especial entre las participantes en tanto se conocían e integraban. Resultó ser un grupo muy productivo para nuestra AC, pues cada una de ellas ha colaborado y/o colaboran en diferentes momentos y formas en las actividades que desarrollamos. El segundo se llevó a cabo en Juárez, NL, ahí las características del lugar, tales como una clara y mayor cohesión y participación social que en los municipios de mayor densidad de población, supuso una ventaja y a la vez una desventaja, y dado el tema de la confidencialidad, fue obvia la manera como el grupo vivió y superó el hecho de que la mayoría de ellas se conocían previamente, de alguna u otra manera. Por supuesto esto influyó en la dinámica durante el proceso y los resultados del mismo. Más adelante detallaré acerca de esto. Quiero decir que en este grupo implementamos la modalidad de co-facilitadora, la cual es regular en nuestros otros talleres y cursos como forma de capacitación. En este caso, conté con el apoyo de mi querida amiga y compañera Tejedora Estrella Romero, que además fungió como relatora de este grupo y facilitó para mí la tarea técnica y administrativa. Su presencia fue útil, productiva y sensible. Aprendimos que es necesario el apoyo y decidimos que incluiremos este rol en los siguientes diplomados de Tejedoras. El tercer grupo se ubicó en San Nicolás de los Garza, y se caracterizó por ser mixto en cuanto a la edad, pues la mitad eran adultas maduras y la otra mitad jóvenes. Evidentemente, la diferencia transgeneracional se obvió en un primer momento como importante en la integración del grupo. Sin embargo, es 18 un tema que cada vez está más presente y es prioritario en cada uno de nuestros círculos de mujeres, no obstante que las edades de las participantes no difieran tanto. Claro, influyó en la dinámica grupal y al final la experimentamos como algo muy positivo para el proceso. Como se hizo en los dos libros previos „Tejedoras de historias‟, realizados con esta misma metodología, para elaborar éste planteé ante las participantes y se decidió por mayoría el tema de la autoría y el anonimato. Optaron, como antes se hizo, por la solución intermedia: aparecer con su nombre en la obra, „dando la cara‟ como mujeres reales y bien plantadas que son, al presentar su semblanza y foto, pero con seudónimos en sus historias. Cada uno de los grupos eligió diferentes tipos de seudónimos, con absoluta libertad (a diferencia de los tomos antecedentes en donde se unificó el criterio en torno a una figura acordada). Esto con la finalidad de cuidar en cierta forma la privacidad de cada una de ellas y sus familias: Sabemos que sus familiares las reconocerán, pero no así el público en general. Para nuestra A.C. el trabajo de revisión, edición e impresión es de alto costo, no solo en lo económico, sino en todas las formas imaginables y lo realizamos sin contar dentro del equipo con personas especialistas dedicadas a esto, si bien previo al trabajo del editor, obtuvimos la colaboración de un corrector voluntario que alcanzó a revisar 14 historias. Por supuesto el esfuerzo para revisar las versiones iniciales (algunas escritas a mano, otras entregadas en papel y no en archivo electrónico) supuso para nosotras mucho tiempo, trabajo y dedicación, pues las noveles escritoras en general, salvo algunos casos excepcionales, no tenemos práctica ni preparación en cuanto a redacción. Aun así, consideramos y respetamos el estilo personal de cada autora, dado que lo importante es el contenido y el trabajo personal que se realiza al organizar la narrativa. Afortunadamente, contamos con la asesoría de Patricia Basave, quien también realizó trabajos de corrección y dio el último visto bueno. Su preparación profesional y su aplicación en esta tarea garantizan un trabajo digno. 19 Una parte muy importante del proceso es la fórmula terapéutica en el proceso de escribir en cada grupo, cada paso implica aceptación, auto-conocimiento auto-respeto, denuncia, valor, auto-estima, conciencia, y responsabilidad. Es por eso que cada una define su proceso según lo resuelve. Los cuestionamientos acerca de la escritura se transpolan al propio sentido, para quién, y para qué escribo. En esta ocasión algunas de ellas compartieron en grupo vivencias y temas que incluyeron o no en su biografía, algunas dieron cabida en su historia a tópicos y experiencias que no habían compartido antes, y otras decidieron no escribir cosas que ya habían abierto. De cualquier forma, cada vez que el diplomado se imparte, la participante trabaja reflexionando, resignificando la propia historia, reconstruyendo a partir de la lectura y la publicación ante el grupo y ante el público lector. Esto nos muestra cómo, de alguna forma, la relación de la autora con su propia historia cambia una vez que se asume protagonista, y después cuando escribe, toma distancia y vuelve a cambiar su relación consigo misma, haciendo posible corregirse, ser agente de cambio de su propia vida. Quiero destacar que en esta ocasión, desafortunadamente, publicamos una historia póstuma. No imaginábamos siquiera su ausencia cuando nuestra preciosa „Pájara‟ entregó su escrito con un estilo sencillo, grato y directo como ella; yo encuentro en el contenido de su texto: honor para sus antepasados, agradecimiento a sus mayores, un sí a su vida, alabanza a su fe, amor a su familia. Ahora que culminó su vida, la historia misma cobra otro sentido, sigue editándose, nos sigue impactando, ahora siento y experimento su escrito como una franca, sentida y agradable despedida, en donde nos incluye a todas las personas involucradas. Gracias amiga querida, sigues enseñándonos y continúas presente en nuestra historia. Igual siento con la historia de “Mariposa”, quien procesa su duelo por la pérdida de su mamá ocurrida después de iniciado el diplomado, además en su escrito ella atiende y elabora también acerca de la muerte de su papá y la pérdida del embarazo de la pequeña Carolina; celebra sus vidas y las honra. Toma la vida, con lo lindo y no tan lindo, y así la da. Y 20 es tan congruente y vivida la forma en que se compromete a ser y hacer la diferencia. La narrativa ofrece su historia a la vida. Al final del diplomado su suegra fallece después de una larga enfermedad. La vida vuelve a cambiar, las pérdidas siguen, y para ella da otro vuelco inesperado: recientemente, también culminó la vida de su esposo, su compañero de vida. Querida Mariposa, estamos contigo para seguir viéndote ser la diferencia. En cuanto al diplomado como una forma de intervención social, los indicadores del cambio cumplen con nuestros objetivos en una forma positiva y eficaz. Dichos indicadores de resultados son entre otras cosas, el número de autobiografías escritas y entregadas en relación al número inicial de participantes, y la correlación de resultados en el test y re-test del POI (Personal Orientation Inventory), que se aplica al inicio y final del diplomado. Me interesa compartirles que, incluyendo los antecedentes publicados con la facilitación y coordinación de Patricia Basave, el número de participantes que terminan el curso y publican es el 75% del inicial. El indicador de progreso probado por los cambios del perfil del re-test POI, muestra un incremento significativo, del grupo, en las escalas de Auto-dirección, Auto-soporte, Auto-concepto, Auto-aceptación y Espontaneidad. Estos resultados en el perfil de auto-actualización (C. Rogers, 61), o auto-realización (Maslow, 67) coinciden con los resultados del estudio de referencia de la población que incluye trabajadores sociales, enfermeros y voluntarios de OSC, es decir, grupos que dan servicio a la comunidad. Los indicadores del efecto de la intervención, señalan cambios de actitud e incrementos en la activación de la energía femenina. Es una prueba muy importante, que muestra los cambios evidenciados en las autobiografías, manifestados por las propias participantes beneficiarias directas del proyecto. Adicionalmente, otra prueba es que el 50% del grupo egresado del diplomado incluyen: mujeres en edad de retiro, jubiladas o desocupadas que inician nuevos negocios, cambian de rubro o se activan socialmente; mujeres jóvenes o maduras dedicadas al hogar y/o económicamente dependientes y/o 21 independientes que inician o reinician sus estudios, se emplean o auto-emplean o se activan socialmente; y el 100% de las beneficiarias que son Tejedoras activas se mantienen en capacitación continua y/o han iniciado y/o continuado sus carreras. Los indicadores de impacto de esta intervención social, son propios de los proyectos de desarrollo comunitario, las beneficiarias son participantes activas en el propio proyecto de nuestra AC, y de esta manera cambian su relación, se asumen como agente de cambio e incrementan el impacto social, más allá de su familia y entorno social directo. Mi experiencia en Tejedoras de Cambios, A.C. es intensa de una manera ante todo personal, cada actividad en la que me involucro implica cercanía, sensibilidad y cuidado. Cada mujer, cada hombre, cada ser humano me muestra y me enseña a bien-ser y bien-conocer. Mi conciencia personal se ha ido convirtiendo en conciencia social. Me atrevo y sé que puedo hablar por mis compañeras en ese mismo sentido: Nuestra conciencia personal se ha ido convirtiendo en conciencia social. Yo como tú, tú como yo. Es el espejo sin fin que usamos y al mirarnos encontramos a todas las otras mujeres, y al mirarlas a ellas encontramos a todos los otros seres humanos, a todos, a todas, a cada ser humano. Cada vez que me asomo a ese espejo, veo diferente y amplío mi visión. Es inevitable, todo, todos, todas ahora me importan más, porque siento más, amo más, trabajo más, me entrego más, disfruto más… Por ello doy gracias a todas las involucradas. A Patricia Basave por su obra creativa y su confianza en mi trabajo. A mis compañeras: Cristy, Ely, Estrella, Alice, y Paty Gzz. por los apoyos que facilitaron la consecución de este proyecto. A las familias que nos prestaron espacios para llevar a cabo el diplomado durante año y medio, por su paciencia y generosidad. A cada uno de los implicados en la impresión de este libro, principalmente a Paty y Luis, por su trabajo profesional y su paciencia para conmigo. 22 Me siento muy honrada y les agradezco entrañablemente, a cada una de ustedes, por haberme permitido acompañarlas en este proceso dentro de los tres grupos tan especiales de mujeres en desarrollo que, entre otras cosas, validamos la vida. Dariela Dávila 23 24 A mis cuarenta – La Peque Pues lo primero que aprendí fue a hablar en primera persona, así es que comenzamos. Yo, Ángela, la más pequeña del grupo y la más mal portada porque nunca llevaba la tarea, ¡jaja!, les quiero contar un poco de mi vida. Soy la tercera de cuatro hermanas: Lourdes, Sonia, yo (Ángela) y Norma. Mi mamá nos contó que cuando conoció a mi papá, él traía un pesero y mi mamá se subía. Él recogía pasaje en la colonia Tacubaya, en Guadalupe, lugar donde mi mamá vivía con sus hermanos porque habían quedado huérfanos de madre ya que su papá tenía tres familias: su esposa H… Sánchez, H… Palomares y la familia de mi mamá, H… Lumbreras. Era cabrón el viejo. Mi abuelo, de nombre Paulo, trabajaba en La Fundidora y ganaba muy buen dinero. Me contó mi mamá que les daba muy poco; en aquellos años vivían en la colonia Independencia, en Monterrey. Mi mamá nos contaba que vivían cerca de su casa las dos familias y nunca les dijo que era casado ni que tenía más hijos; ya después les dijo que tenía otras dos familias cuando mi abuelo enferma. Es así cuando empieza a visitar y ver a todos sus hijos y dijo que tenía dos familias más y que era casado, y quería juntarlos a todos para que se conocieran y decirles que lo perdonaran. Al poco tiempo antes de fallecer dijo su última voluntad: juntar a todos sus hijos para él morir tranquilo. Fallece y a todos sus hijos los dejó reunidos; y nos seguimos frecuentando. No hubo ningún reclamo de nada. Recuerdo a mi abuelo muy alto, moreno y delgado cuando él visitaba a mi mamá, ella ya estaba casada y vivía en Juárez. Él venía a pizcar chile piquín. Cuando mis papás se conocieron se enamoraron pero mi mamá tenía miedo porque le habían contado que él había dejado plantada a otra novia vestida en el altar, y él se fue muy a gusto al río, por eso ella tenía miedo que le pasara lo mismo, pero no fue así. Se la llevó para su casa y ahí se la dejó a mi abuelito Pancho, y como al mes hicieron los preparativos para 25 casarse, y así fue que se casaron por la iglesia y su fiesta y todo normal, ya que está la prueba de sus fotos de novios, muy guapos mis papis. Así fuimos naciendo cada una de las cuatro mujeres. Recuerdo que tenía como seis años cuando vivíamos en Villa Juárez, Nuevo León: nosotros, mi tío Pancho con su familia y mi abuelito con su segunda esposa. Era una vecindad y ahí convivíamos todos, además que mi abuelito tenía una molienda donde hacían aguamiel (agua de caña, piloncillo y conserva) riquísima. Mi abuelito me paraba entre sus piernas y me tejía trenzas y me las amarraba con hojas de elote, todavía lo tengo muy presente, cómo olvidarlo, mi infancia fue muy bonita. Nos la pasábamos muy bien mis hermanas y yo en el patio grande que teníamos, nos divertíamos tanto. Mi mamá decía que cuando ella se embarazaba, mi papá se hacía ilusiones de que iba a ser un varón, pero nomás salimos puras verijonas, así nos decía mi papá: puro producto para caballero. No le hizo falta el hombre ya que nos quería tanto y nos llevaba a todos lados. No teníamos mucho dinero pero lo poco que teníamos lo disfrutábamos e íbamos a los ríos; antes había muchísimos y hermosos. Se iba él y ya regresaba con cajas de madera de frutas y verduras y mandado. Nada nos faltaba, ya que él nos lo tenía todo y no había necesidad de pedirle nada. Ah, pero cuando empezamos a ser señoritas no nos quería dar dinero, decía que para qué queríamos dinero si ahí había todo. A nosotras nos daba mucha pena decirle que lo queríamos para comprar toallas sanitarias, y ya le teníamos que decir y se enojaba porque se ponía colorado, ¡le daba pena cuando supo el para qué! Así fuimos siendo señoritas y cumpliendo cada una sus quince años. Mi papá tomaba mucho y fumaba y tenía novias. Se daba una vida muy descarada, pero teniendo puras hijas no le daba vergüenza. Al menos yo sí me di cuenta. Cuando iba con él en la camioneta las veía y les hacía señas a las mujeres, yo no decía nada pero sí me daba cuenta. Siguió su vida muy acelerada: seguía tomando y fumando. Se fumaba dos cajetillas 26 de cigarros diarias. A los 43 años enfermó y lo internaron; para nosotras era difícil cuidarlo ya que éramos mujeres y a él le daba vergüenza que lo viéramos desnudo o con la bata del hospital, pues duró como seis meses internado y le dijeron a mi mamá que ya no tenía remedio y que lo iban a dar de alta para que pasara sus últimos días en la casa con sus familiares y así fue. Estuvo quince días y lo volvimos a internar para ya no salir con vida de ahí, dejándonos huérfanas y a mi mamá, viuda, muy joven, de 42 años; él era el sustento de la casa. Empezamos a batallar estando todas nosotras seguidas de edad: 18, 17, 16 y 14 años. Mi mamá tuvo que sacarnos adelante ya que mis dos tíos, hermanos de mi papá, nunca nos apoyaron. Mi mamá empezó a hacer tamales para vender y ayudarnos, pues había que comer; mi hermana mayor buscó trabajo en una fábrica de ropa ahí en Juárez, Sonia y yo nos tuvimos que salir de la prepa y mi hermana la más chica dejar la secundaria, ya que no había dinero pues mi papá no nos había dejado nada guardado. Así salimos adelante con la venta de tamales y ya trabajando nosotras nos fue mejor. Vivíamos al día, y como ya teníamos más de quince años ya podíamos ir a los bailes cada fin de semana. Mi mamá nos dejaba ir, pero que nos regresáramos a las doce y así lo hicimos. Ahí, en uno de esos bailes, me presentan a un muchacho de nombre Julio, de ahí mismo de Juárez, hijo de una familia de dinero. Julio era un “junior”. Para esto, ya mi papá nos había advertido que tuviéramos cuidado con esos muchachos porque eran muy mañosos y aun sabiéndolo, me hice novia de él, y así fui saliendo. Y sí, era mañoso, pues salí embarazada y no dije nada, ni a él. A los siete meses de embarazo yo trabajaba en la fábrica que tenía su papá, me corté y me tenían que poner la vacuna del tétano y aunque les dije que no, me la pusieron. En ese entonces yo no sabía nada y ya tuve que decir que estaba embarazada, ¡y que explota la bomba!: a arreglar la boda. Se hicieron los trámites para todo eso y nos casamos, y en dos meses ya me estaba aliviando de Julio, mi primer hijo, que 27 pesó tres kilos y medio. De ahí fue muy difícil nuestro matrimonio porque nos empezó a ir mal económicamente. La fábrica estaba en la quiebra, y cuando mi hijo tenía ocho meses fallece mi suegra. Todo iba de mal en peor: la fábrica cerró y nuestra situación económica era mala. La abuelita de mi esposo vendía quesos de leche pura de vaca, y empezamos a vender quesos en las tiendas de aquí de Juárez. A veces salía para comer y cuando no, teníamos que ir con su abuelita y ahí comíamos. Después salí embarazada de mi segundo hijo y así me iba a repartir quesos, mientras mi esposo se iba a vender boletos del Sorteo del Tec a un módulo en el centro de Monterrey; y así la pasábamos, pero nos sirvió mucho ya que el dinero que ganábamos lo valorábamos mucho, pues nadie te ayudaba en aquél tiempo. Fue una etapa muy difícil, no teníamos casa, vivíamos con mi suegro ya que los hermanos de Julio ya se habían casado y nosotros nos quedamos ahí con él. Seguí repartiendo quesos. Me alivié de mi segundo hijo y aumenté mucho de peso, pero no pensé que naciera tan grande: fue niña de cuatro kilos y medio, estaba grandísima, la ropita que le había comprado le quedaba a la medida y tenía el peso de un bebé de cuatro meses. Le pusimos Andrea. Ese nombre me gustaba mucho. Fue creciendo la niña y le traspasan a mi esposo una carnicería junto con mi suegro. El poquito dinero que se tenía guardado se invirtió ahí en la carne y aparatos para poder trabajar, ya que estaba ubicada en una colonia INFONAVIT de ahí mismo en Juárez. Ahora sí comíamos mejor. Transcurrieron como tres años y un amigo de mi esposo lo invita a participar en una campaña política donde era el candidato, que lo apoyara en todo lo que se hace en una campaña y mi esposo le dijo que sí. Mi esposo iba a la carnicería por las mañanas, y en las tardes se iban a visitar a la gente de las colonias a platicar con ellas del candidato. El amigo de mi esposo gana y lo invita a formar parte de su equipo de trabajo, así nuestra situación económica cambió porque le dieron una dirección de servicios públicos. Ahí 28 trabajaba con mucha gente ya que de ahí salían lo que era servicios primarios, alumbrado, bacheo… y como él tenía que andar revisando que los trabajadores lo hicieran bien, acudía a cada colonia y ahí fue ganándose mucha gente que ya lo buscaba en su oficina y se encariñaron con él. Estuvo dos años en la administración y tenía mucho trato con la gente de las colonias. Al ver la aceptación que él tenía con las personas, le propusieron participar en la próxima campaña política siendo uno de los gallos. Renunció a su puesto que tenía en la administración para seguir con los preparativos de la próxima campaña donde él participaría, aunque nunca se había postulado una persona tan joven como mi esposo, de 29 años. Toda la gente estaba muy asombrada y yo nunca imaginé que él tuviera tanta aceptación. Tenía algo que a donde él fuera lo aceptaban y de ahí empezó su carrera política, que le gustó muchísimo, aunque la verdad por mi cabeza no pasaba que él ganaría. Después de todo el trabajo que se hizo en cada una de las colonias (yo no me imaginaba que hubiera tantas; nosotros vivíamos en el centro y desde mi infancia viví ahí), nunca imaginé toda la responsabilidad que se nos venía a mi esposo y a mí. Se llegó el día de las primeras votaciones (que llaman internas) y mi esposo había quedado de candidato de su partido (PRI). Se hizo una fiesta para celebrar que él había ganado pero eso no era todo, seguía lo más pesado: la campaña final. Tomamos un receso para descansar y programar lo que era más difícil para mi esposo. Se programó un viaje a varias ciudades y viajamos por carretera, ya que nos gustaba mucho disfrutar de los paisajes de cada ciudad. Llegamos a Zacatecas y ahí anduvimos conociendo y luego nos fuimos a Guanajuato, una ciudad hermosísima. Disfrutamos mucho ese viaje ya que andábamos muy agotados, y eso era un relax después de tanto trabajo. Al final fuimos a Acapulco. Nunca me imaginé lo que nos pasaría allá. Si el hubiera existiera, nunca hubiera ido, nada más de recordar me pongo 29 triste y a llorar, ya que en ese viaje murió mi hija, mi muñeca Andrea de cuatro años y medio de edad. Fue algo tan rápido, ni yo me di cuenta cómo pasó todo. Se acabó para mí. Ella corrió a la avenida donde transitaban muchos carros. Acabábamos de salir de un restaurante donde habíamos cenado. Mi esposo la traía de la mano y en un segundo corrió, e inmediatamente la aventó un carro. Su cuerpecito voló como muñeco de trapo. Grité muy fuerte y me desvanecí, lo peor fue cuando trajeron el cuerpo. Mi cuñado la recogió y me la trajo. La niña ya estaba suelta y su mirada perdida. La agarré y lloré mucho y gritaba; me la quitaron y se la llevaron a un hospital, no supe a cuál. No dejábamos de llorar. Una familia se ofreció a llevarnos a varios hospitales para buscar a mi hija, y no la encontrábamos. Fuimos a varios hasta que los encontramos y cuando llegamos salió mi cuñado y nomás dijo con la cabeza que no. Eso para mí fue como agua helada. Lo peor fue que me dijeran que había muerto. Para mí se acabó todo. Entré donde la tenían tapada con una sábana blanca y yo la cargué, la arrullé y la besaba. Su cuerpecito ya estaba frío. Yo la abrazaba, la quería calentar con mi cuerpo y no quería que nadie me la quitara. Dios dejaba de existir para mí porque me había quitado a mi niña. Me volví loca ese día. Fue muy duro para nosotros, ya que del hospital la tenían que trasladar al SEMEFO. No quise soltar su cuerpo y me la llevé cargada porque había que trasladarla e ir al ministerio público a decir lo que había sucedido. Ella, Andrea, había corrido como si alguien la hubiera llamado y la atropellaron. Eso fue todo. Fue tan horrible que ya no supe nada. Mi cuñado se encargó de los trámites funerales, mientras yo no dejaba de gritar y llorar. Nos fuimos al hotel pues el cuerpo ya se había quedado para esos trámites; no supe a qué hora dejé de llorar. Cuando desperté quería que todo fuera un sueño pero no fue así; era verdad: mi niña se me había ido. Fuimos a la funeraria y ahí nos dieron el féretro. No parecía ella, ya que teniendo cuatro años parecía una niña de ocho, estaba muy grande, su ataúd era de color blanco 30 como el de un ángel; ella era una angelita que se nos había adelantado. La velamos como dos horas y ya tenían todo arreglado para regresarnos en avión desde Acapulco a Juárez. Llegamos al aeropuerto de Monterrey y ya nos esperaban nuestros familiares y amigos de mi esposo de la política. Mi cara ya había cambiado. Era un rostro de enojo, no quería que nadie me diera el pésame, así nos subimos a una camioneta donde nos traerían a Juárez y ahí velaríamos a la niña en casa de la abuelita de Julio. Era tanta la gente que las calles estaban cerradas y no se podía pasar. Me acuerdo que nomás se veían volar los globos blancos, símbolo de que había fallecido un angelito. Se veló el cuerpo y al siguiente día se dio sepultura; yo ya no tenía lágrimas que derramar, sólo gritos de dolor en el panteón; ya no supe más y me desmayé. Ahí se había acabado todo para mí. Ya en mi casa me la pasaba dormida, no quería comer, no hablaba, de pronto me dije: tengo a mi hijo mayor… y me levanté de la cama. Nunca se trató el tema de cómo había sucedido el accidente, nadie de la familia nunca preguntó más nada. Al día siguiente, mi esposo se fue a seguir con su campaña y no tuvimos duelo para mi hija, había que seguir adelante visitando gente, colonias, eventos masivos... Mi esposo fue un joven de 29 años que ganó las elecciones (2003-2006) para alcalde. A mí no me daba gusto porque había perdido a mi hija. El tiempo pasó, y ya cada uno de nosotros estábamos en su oficina al cargo de lo que se fuera: ofreciendo ayudas, apoyos para la gente de varias comunidades. En el año 2004 fallece la abuelita de mi esposo. Ella decía: “yo me voy a ir con la niña”, y así fue: murió. Fue una administración muy pesada ya que Dios estaba mandando muchas pruebas. Ahora mi suegro enferma y le detectan cáncer de garganta y de colon: tenía invadido todo su cuerpo. Se hizo todo lo posible por salvarle su vida y en el 2005 fallece y seguimos sufriendo. Y todavía había que sonreírle a la gente. La administración de mi esposo fue muy difícil: hubo inundaciones en Juárez, y como esposa del alcalde tenía que estar al frente siempre sonriente y dejar aparte el sufrimiento. 31 Para los primeros de agosto del 2006, en mi cumpleaños, yo ya tenía dos meses de embarazo y Dios me mandaba ese regalo: otro hijo, Ivancito. Un enorme bebé que nació pesando cuatro kilos 230 gramos. Feliz por esa llegada así transcurrió mi vida. En mayo del 2009 me hacen la invitación a un retiro espiritual de la parroquia de aquí de Juárez. Yo estaba indecisa en ir porque era de la iglesia y tenía miedo qué iba a pasar ahí, pues yo había renegado de Dios, pero él me hizo la invitación y asistí a ese retiro. Estuvo hermoso y ahí entendí y reconocí que Dios nos manda pruebas muy grandes. Ahí le pedí perdón y salí enamorada de él. Ahora yo voy a esos retiros a servir. Son muy bonitos, me llenan de Paz. Ahí supe que no es bueno guardar rencor o coraje hacia ninguna persona, aunque te hayan hecho daño. Al tiempo me invitan a participar a un curso que se llamaba “El guión de mi vida”, y yo misma me decía: “pues si soy muy seria, casi no me gusta hablar…”, pero me encantó, me quedé con mis compañeras, todas ellas de Juárez. Algunas nos conocíamos de vista y pues ahí ya nos conocimos muy bien. Se hizo el grupo y me gustó, aprendí mucho ya que nos daban temas muy interesantes. Duró tres meses. Cuando terminó, le decíamos a nuestra maestra Sandra que nos diera más temas y nos dijo que eso era lo que nos tenía que dar, que si queríamos aprender más teníamos que pedir otro curso, y así fue. Seguía otro de un año y medio llamado “Tejiendo mi vida”, pero teníamos que ir hasta Monterrey. Nos quedaba muy lejos pero no nos importó. Éramos siete compañeras y rentamos un pesero y nos íbamos cada jueves a nuestro curso; ya nomás somos cinco amigas. Las mismas que terminamos este hermosísimo curso. Algunas veces faltaba una o dos compañeras pero siempre iba alguien. A veces me aburría, nomás de saber que tenía que ir hasta Monterrey me daba flojera, pero de quedarme en mi casa haciendo el aseo, mejor me iba al curso. Se acabó y lo disfruté mucho y me sirvió también de mucho. En particular quiero agradecerle a mi maestra Dariela, que me tuvo mucho paciencia, porque fui la más pequeña del grupo 32 y la más mal portada que no llevaba las tareas, ¡jaja! Gracias, Dariela y a cada una de las compañeras que fueron muy amables. Gracias porque a veces reímos y lloramos juntas. Gracias compañeras, las voy a extrañar mucho, y también quiero agradecer a Paty por estos cursos. Espero que nos sigan dando más y más a todas las mujeres. 33 Ahora sé quién soy - Contraluz Inicio diciendo “Yo soy”, porque realmente ahora sí sé quién soy. Ahora sé que soy Contraluz, sé que tengo 42 años de vida. Hace cuatro años mi vida dio un vuelco más (y digo otro más porque ya había dado varios y muy fuertes). Empecé con otra etapa de mi vida, nueva para mí en la que el mundo se me vino encima, un cambio muy, pero muy fuerte (junto con revuelto) porque empecé con muchos trastornos, no solamente en mi salud, en mi físico, en mis sentimientos, en mis actuaciones y para rematar, lo económico. De pronto me daba cuenta de que a estas alturas de mi vida realmente no sabía o no entendía qué o quién era yo (qué fuerte, pero es la realidad). Todas las preguntas y cuestionamientos habidos y por haber me aparecían, me daban vueltas en mi mente: ¿Quién soy en realidad? ¿Qué hago aquí? ¿Qué quiero? ¿Qué no quiero? ¿Qué voy a hacer? ¿Qué he dejado de hacer? ¿Estoy bien? ¿Estoy mal?.. Guau, de verdad no saben qué tanto pasaba por mi mente, que imagínense, ni yo me entendía, de verdad ni yo me entendía (¡qué difícil!). Sentía como si algo me quemara por dentro y no entendía si era lo que sentía o lo que pensaba, pero algo me quemaba, ahora sí que hasta el alma. Empecé yendo al médico, quien me recomendó con el ginecólogo (claro que quería ir pero con el psicólogo, sin embargo llegué con el ginecólogo), me hizo unos exámenes, un chequeo y me empezó a explicar que los síntomas que traía no eran más que provocados por un cambio hormonal que en esta etapa de mi vida era el “Climaterio” o Pre-menopausia (¡uf!, ¡salvada no estaba!). A pesar de tanta información que había leído, que les había llevado a mis hermanas, cuando te llega, ¡te llega! y no importa la edad. Me dio medicamentos naturales, me empecé a controlar (un poco) y aun así, sentía que algo más pasaba dentro de mí. Por ese mismo tiempo unas amigas me invitaron a un curso que ellas ya habían tomado. Un curso de Desarrollo Humano (Desarrollo Personal), que iba a ser impartido por una 34 Asociación de Mujeres denominado “Tejedoras de Cambios”. Y como me gusta aprender y emprender cosas nuevas, pues que acepto. El curso llevaba por nombre: “El Guión de mi Vida” hermoso nombre dije, no pudo llegar en mejor tiempo para mí; aparte de que en la vida no hay coincidencias sino Dioscidencias, y que como dicen, el que busca encuentra… y pues no sé si me encontró o lo encontré. Dio inicio el curso en donde encontré amigas maravillosas, formamos un hermoso grupo donde compartimos, departimos y donde aprendí mucho de nuestras similitudes y diferencias. Fueron doce sesiones en las que nuestra guía y maestra Sandra (a quien no me canso de agradecer su tiempo, paciencia y ahora su amistad), quien a pesar de su juventud, nos guió excelentemente bien, ya que lo importante de este curso es precisamente lo que yo estaba buscando: “Encontrarme y conocerme a mí misma”. Encontré respuestas a muchas de mis preguntas (¡de verdad no estaba tan loca! ¡Soy normal! Bueno, ¿qué es normal?). Cuando terminamos este curso, nos invitaron a seguir en la misma sintonía y perseverar en la búsqueda, ahora con un Diplomado de la misma Asociación, pero ahora el nombre era: (fíjense nada más, insisto, hasta el nombre) “Tejiendo mi Vida” (guau). El lema es “Asume tu vida, transforma tu entorno”. Éste a cargo de la licenciada Dariela Dávila, quien es psicóloga y terapeuta y que con nosotros ha sido aún más que eso, una excelente guía (a quien agradezco ser eso, mi guía, pero sobre todo en los momentos que más necesitaba, ella estaba ahí para ayudarme a comprender que traía dentro de mí, su paciencia con mis hallazgos, que no fue nada fácil y ayudarme a encontrarlos, pero sobre todo superarlos. Gracias, Dariela). No ha sido nada fácil, ya que el Diplomado todavía ha sido más fuerte e impactante. El grupo que ya habíamos formado en el curso nos unimos a otros seres humanos maravillosos y formamos un grupo más extenso, con la misma similitud que el anterior, con sus diferencias, pero igual o más unidas, hemos, bueno he pasado un año y siete meses maravillosamente al lado de mis 35 compañeras, a quienes agradezco me hayan permitido ser abierta, que hayan sido pacientes, que sean unas testigos respetuosas, pero sobre todo que me hayan tenido la paciencia de entenderme, no juzgarme y a la vez apapacharme. Agradezco a cada una de ellas porque de cada una me llevo una enseñanza diferente. Ser amigas fieles, fuertes, amorosas, carismáticas, espirituales, sencillas, tiernas, generosas, traviesas, luchonas, maestras, hermosas por dentro y por fuera, escritoras, poetas, valientes y muchísimas cualidades más. Excelentes todas ustedes, gracias, amigas. El proceso Durante estos dos años todo ha sido un torbellino avasallador en mi vida, he tenido mis emociones a flor de piel. Reviviendo muchas de mis experiencias con sentimientos encontrados, pero al final me he dado cuenta de lo que soy ahora es el resultado de todas y cada una de mis experiencias, etapas o crisis vividas. Ahora con mis hallazgos me doy cuenta que valió la pena, todas y cada una de ellas. Para empezar me pongo en claro quién soy y de dónde vengo; ahora entiendo que para avanzar en la vida tienes que cerrar círculos. Según Peck: No nos convertimos en adultos mientras no revisemos, corregimos y sanamos el mapa dado por nuestros padres en la infancia (a veces es necesario romperlo y rehacerlo completamente). Para finalizar este Diplomado nos piden que escribamos, no hay un guión para seguir ya que cada una ya lo hemos hecho y estamos escribiendo al vivirlo y que por eso es: El guión de “mi” vida y sólo yo tengo las bases para escribirme. Ahora sé qué hace un tiempo si me lo hubiesen pedido, lo hubiera escrito desde otra visión de mí misma, ahora lo que escribo es sanador, ya no me lastima más. Encuentro razones por las cuales, cosas muy insignificantes me lastimaron o lastimaban tanto. Por todo esto es que hoy dirijo mi vista hacia atrás y me observo completamente diferente, mi visión sobre mí ha cambiado radicalmente. 36 Hoy, después de todos estos años vividos, agradezco a Dios me haya permitido llegar o incluirme en la vida de dos seres humanos maravillosos, mis padres, quienes ya habían empezado a formar una familia, siendo ellos los pilares. Mi padre, Sr. J. Leónides y mi madre (piedra angular de esta familia), Sra. Elodia (doña Licha), y digo incluirme porque ya integraban esta familia mis hermanos mayores Guadalupe, Alicia, Juany, Toño y Héctor. Y que a mí ya no me hacían en el mundo, pero ¡oh, sorpresa! que después de ocho años llego yo y cuatro años después, todavía llega mi hermano menor (el Jr.), Francisco. Para muchos una familia normal y común, para mí la mejor de las familias. Mis padres eran muy amorosos, y nos inculcaron muchos valores. A mis padres, hoy agradezco su infinito amor, sus atenciones, su cariño, sus exigencias, su formación y sus valores. También mis herman@s y sobre todo por coincidir. Gracias, mamá. Gracias, papá. Herman@s, gracias. Para cuando nací (6 de enero de 1969) mi hermano Guadalupe tenía ya dieciséis años, Alicia, catorce, Juany, doce, Toño, nueve y Héctor, ocho, (a quien admiro y a quien le aprendí de su tenacidad y lucha por salir adelante). Cuenta mi papá que cuando nací les cambió la vida para bien, que traía torta o rosca bajo el brazo, que mejoraron mucho las cosas. Mi infancia estuvo rodeada de mucho amor y felicidad. Convivíamos mucho ya que donde nací y crecí era un lugar con mucho espacio (era un aeropuerto particular), mucho lugar en dónde jugar y divertirnos. Y de lo que recuerdo es que cuando tenía cinco años, mi mamá tuvo a mi hermano menor (que era muy travieso) y seis meses después nació mi primer sobrino (Guadalupe), de mi hermano Guadalupe; de ahí en adelante un año después de mi hermana Alicia nace César, otra vez de Guadalupe nace Ana, de Alicia, Óscar y de Juany, Mario; y así empiezan las nuevas generaciones de la familia. Así que convivimos viéndonos como hermanos, no como sobrinos y tía: ¡Qué buena época! jugábamos a que yo era la maestra y ellos los alumnos, a las comiditas, al béisbol, fútbol, 37 bebeleche, encantados, escondidas, lotería, alberca, luego nos daba la noche y nos gustaba que nos contaran historias de miedo. No teníamos luz en casa, así que nos alumbrábamos con lámparas de gas y al querer mandarnos a dormir, ¡qué batallar!, pues sentíamos miedo y dábamos rienda suelta a nuestra imaginación con el temor de cada historia contada. Por esa época recuerdo algo que me lastimó por muchísimo tiempo; algo que me regalaron y lo acepté y me lo creí. Estaba creciendo y como era gordita (dije “era”) me sentía menos. Los domingos en mi casa se reunía la familia, nos sentábamos en la mesa para comer y uno de mis hermanos le decía a mi mamá, “¿le va a dar de comer?, ¿no ve lo gorda que está?” Y ahora sé que yo aceptaba ese regalo y me lo creía; pues me levantaba de la mesa y ya no comía. Mamá me insistía que comiera, que no hiciera caso, que estaba jugando mi hermano, después me decía que sólo era por molestarme que no les diera gusto, pero yo no comía hasta que se fueran. Y así eran para mí los domingos, me escondía y lloraba sola. Llegó la época de la secundaria. Una etapa diferente, muy feliz y contenta. Me encantó conocer y convivir con nuevas amigas, aprender con cada clase, me gustaba sobre todo la de inglés, matemáticas, español, bueno me gustaba tener buenas calificaciones y en ese entonces si tenías buenas calificaciones te dejaban exenta en los exámenes y te dejaban encargada del grupo. Ya desde antes me gustaba ser muy amiguera, así que también conocí muchos amigos. Así empecé la etapa de los “novios”, así se llamaba porque en ese entonces novio era con el chico que platicabas, pero qué esperanza que me tomaran de la mano; mucho menos (ni Dios lo quiera) permitieras que te diera un beso, (¿qué te pasa, qué tal si quedaba embarazada?), ¡qué tonta!, ¿verdad? Antes no se sabía nada. Durante esta etapa se hizo muy famoso un grupo llamado Menudo, ¡guau!, que emociones tan hermosas, sobre todo porque me aprendía los pasos, las canciones y junto con otras cinco amigas formamos un grupo y en cada asamblea o festival ahí estábamos participando. 38 Pero muchísima más emoción cuando mi papá y mi mamá nos llevaron a mí y mis amigas al concierto en el estadio Universitario, nosotros entramos al concierto, aunque empezaba a las siete de la noche nosotros llegamos a las siete de la mañana para alcanzar buenos lugares (eran generales), así que ahí estuvimos todo el día. Empezó el concierto a las ocho y se terminó a las diez. Salí afónica pero muy contenta. Cuando iba a salir de la secundaria me preguntaron mis papás que qué quería estudiar, mi papá decía que él sería feliz de tener una hija que fuera enfermera y pues a mí no me gustaba eso, a mí me gustaba maestra. Pero como la situación no estaba ni fácil ni difícil sino todo lo contrario y la carrera era cara, pues que empiezan las opiniones externas. Tenía una tía política a quien quise mucho, mi tía Angélica, “La Profe”, que era profesora de secundaria y ella habló con mis papás para ayudarme a convencerlos, pero como no puede faltar el pero... mi hermano mayor les dice a mis papás que para qué van a tirar un dinero que no sobra, que van a desperdiciarlo ya que yo ya tenía novio y qué tal si me “iba” con él antes de terminar mi carrera, o que apenas la terminara y me casaba, qué desperdicio de tiempo, dinero y esfuerzo. Pero a Dios gracias, a mi tía Angélica, a mi mamá y a mi insistencia y promesa de que no los defraudaría, confiaran en mí; muchas lágrimas después, pudimos convencer a mi papá de que me apoyara en mi ilusión. Así que mi mamá se dio a la tarea de buscar una beca para mí y el Club de Leones de Guadalupe me apoyó con una parte y la otra mis papás. Así fue como mi sueño se hizo realidad y me gradué de Maestra de Educación Preescolar; apenas tenía 16 años y no me casé... Pero como siempre, un pero… como era la bebé de la casa y sólo tenía 16 años, me ofrecían la plaza para una ranchería donde me tenía que quedar toda la semana, así que mi papá no estaba de acuerdo, dijo que si me iba, también se iba mi mamá y mi hermano conmigo, ¿cómo me iba a ir sola? Ni soñando, pues así fue, ni soñando me fui y dejé pasar esa oportunidad ya que el gran apoyo de mi tía Angélica, ya no pudo ser, pues en el transcurso de mi carrera ella falleció. 39 Fue mi primera pérdida, así es que fue una experiencia muy dolorosa ese desprendimiento de la persona a la que quieres mucho y sabes que ya no la vas a tener a tu lado. No podía soportarlo, casi me desmayo, no podía respirar, qué dolor tan fuerte sentía. Mi inquietud de ser alguien me hacía que buscara algo qué hacer, así que trabajé con una señora cuidando sus tres niños: uno de tercer año, una niña de diez y un bebé de tres o cuatro meses, pero solo duré una semana y media, salí corriendo de ese trabajo porque me daba miedo qué pensaban los vecinos cuando el bebé lloraba y lloraba. Luego me fui con una señora que vendía en el mercado sobre ruedas, ahí duré un poquito más. Un buen día, cuando acababa de cumplir 18 años, una amiga me llevó a una empresa porque estaban ocupando personal para la planta, y como ya estaba desesperada por ganar algo por mí misma (no me faltaba nada pero quería ser útil), me fui con ella. Cuando llegamos a la empresa (llegamos a las 5:30 am) tenía que esperar al ingeniero a cargo y ahí me dejó en la oficina junto con el vigilante. Un poco después llegó a la oficina un chico muy sonriente, muy saludador y platicador. Pero como yo era niña seria, apenas respondí (tenía mucho miedo). El chico se retiró no sin antes platicar algo con el vigilante; luego el vigilante me dijo que el chico quería que nos presentaran para conocerme, que cómo me llamaba, que si iba a trabajar ahí, que si de algo me servía su recomendación que le dijera (¿qué le pasa? dije, ¡qué pesado!, me cayó muy mal), y volvió a subir, nos presentó y me reiteró su apoyo. Enseguida llegó el ingeniero y me hizo la entrevista, me mostró la planta y me dijo que si sabía el trabajo que ahí se realizaba porque con mis estudios, pues él no creía que yo pudiera hacerlo, (otro reto), yo le dije que claro que podía. ¿Qué tan difícil podía ser? Pero lo que el ingeniero me explicó después es que estaban ocupando una recepcionista, que mejor si quería y podía tomara esa oportunidad. ¡Claro que sí!, le dije, si solo me enseña cómo manejar el conmutador (en mi vida había 40 manejado siquiera un teléfono, sólo el público de vez en cuando). El ingeniero me dio instrucciones del conmutador y de la máquina de escribir (con esa no tuve problemas, era como las de la secundaria y yo había tomado el taller de taquimecanografía), así que no tuve dificultad alguna. Esperé al licenciado (dueño de la empresa) para la entrevista y llegó hasta las 10:30 am, me entrevistó y como ya había hablado con el ingeniero y él lo había puesto al tanto, no tuvo problema para contratarme. Lo que yo no sabía y luego me dijeron es que las recepcionistas no aguantaban mucho, que a ver cómo me iba y así empecé un cuatro de abril de 1987 una nueva etapa en mi vida. ¡Ah! y regresando al pesado que me habían presentado, en la madrugada se hizo presente y muy solícito, si tenía alguna necesidad para lo que fuera, comida o alguna dificultad que se me presentara, que él le sabía al teléfono y a la máquina, que lo que se me ofreciera él con mucho gusto me ayudaba. El chico aquél era el encargado del almacén y producto terminado, su nombre Antonio, muy pero muy coqueto me parecía a mí, y como yo tenía novio, pues ¿qué le pasa? Hablando de novio, como mi novio que tenía desde hacía... ya, no saquen cuentas, ni le digan a mi hija (¿eh?). Bueno como ya tenía permiso en mi casa, pues que no le cayó nada bien que empezara a trabajar en una oficina, así que trató de convencerme de que dejara ese trabajo, que si yo había estudiado para Educadora que mejor me esperara hasta encontrar una plaza; y pues así empezaron nuestras desavenencias, hasta que la gota final fue que le dijo a mi mamá que si era muy necesario el dinero que yo me ganaba, él se lo daba para que no tuviera que ir yo a trabajar, y a mí me dio opción: el trabajo o él, y ¿qué creen?, pues que hasta ahí llego mi noviazgo de varios años. Todo mundo pensaba (incluyéndome) que nos íbamos a casar, pero no fue así. Y pues por algo pasan las cosas, fue difícil, pero ¡prueba superada!, tardamos en recuperarnos pero yo sí lo logré. 41 Como les contaba, el chico del almacén no perdía oportunidades, pero a mí me caía muy gordo, se dio cuenta de que ya no tenía novio, pues que empieza más fuertes sus atenciones y a los demás les decía que era lo mejor que me había pasado, me decía que yo merecía algo mejor y así pasó el tiempo… y el que me caía gordo pasó a otro nivel. Ahora sé que como yo tenía mi autoestima en el suelo, pues pensaba que ese chico guapo, sonriente y amable era demasiado para mí, (decía que era como un príncipe, y azul) y de verdad eso pensaba (y no es que no lo fuera, de lo que me doy cuenta es de mi poca autoestima). Así que transcurrió el tiempo y que se me declara y empezamos a salir y así muy enamorada, tres años después me propuso matrimonio y acepté, hicimos todos los trámites y con el consentimiento y la alegría de nuestras familias, me pidió el 6 de junio (cumpleaños de mi hermanito) y nos casamos el cinco de enero de 1991. Como estábamos construyendo (arriba, en casa de mis papás) y con los gastos de la boda, no tuvimos viaje de luna de miel. Pero no había problema, eso no empañaría nuestra felicidad. A los dos meses nos llevamos la sorpresa de que estábamos embarazados. No sabía qué era lo que me llenaba la emoción, la felicidad, el miedo, no sabía qué. El médico me confirma el embarazo y pues que el 26 de octubre de ese mismo año llegó la cigüeña a nuestro hogar con el pequeño príncipe azul, Jesús Antonio. ¿Qué podría ensombrecer nuestra felicidad? Antonio estaba fuera de la ciudad porque los médicos nos habían dado una fecha y era casi un mes antes, y como ya se había tardado en salir de viaje, pues se tuvo que ir, así que para el día sábado que nació mi hijo no estaba, pero no pasaba nada, hasta el lunes que me van a dar de alta, me informan que mi bebé no va a salir porque está muy delicado. El sábado desde antes de amanecer ya tenía los dolores de parto y me llevaron a checar, me regresaron y seguían los dolores, así que en la noche regresé pero para cuando me atendieron mi bebé se había enredado en su cordón umbilical y ya no se le escuchaba el corazón, rápido me pasaron al 42 quirófano para operarme, pero no, mi bebé nació normal ahí en el quirófano, normal aunque con complicaciones, defecó dentro de mí, tomó líquidos y se le perforó un pulmoncito. Así que no lo podían dar de alta y hasta entonces me informaron de la situación. Yo me quería morir en ese momento, de verdad, sólo la que sabe de dolores de los hijos, entiende. No me quería retirar del área de incubadoras pero me hicieron que me retirara, que sólo iban a recibir al papá a verlo e informarle, así que con el dolor en el corazón o sin corazón porque se quedaba ahí, me llevaron a mi casa, localizaron a Antonio y llegó muy rápido. Antes de retirarme, me dieron a firmar unos papeles por si era necesario intervenirlo no perder tiempo en localizarnos. Mi bebé duró diez días en la incubadora y nosotros vuelta y vuelta, hasta que por fin un feliz día me dice la enfermera: pase a darle su leche y si la tolera, tal vez mañana se lo pueda llevar. Y así fue, al siguiente día ya venía con lo más precioso de mi vida (Gracias, Dios, por tus bondades). Pasaron los meses y me regresé a trabajar, mi mamá se hizo cargo de mi bebé, todo era felicidad. Al cabo de los años, mi mamá empezó a enfermar, no le encontraban nada malo, los médicos le decían que era gastritis, colitis, infección, etcétera. Y empezó a bajar de peso, a comer menos. Me recomendaron un médico y la llevamos mi papá, mi bebé y yo. La ausculta el médico y sin más examen viene y me dice que mi mamá tiene cáncer y que no hay nada qué hacer. No lo podía creer, por varios meses mi mamá se había estado haciendo análisis, radiografías, estudios y nada; y este médico sin ningún examen me dice que no hay duda que es cáncer, que su estómago está hecho una piedra. Me quise morir, no era posible, todo el mundo se me vino encima, no lo podía creer, era una pesadilla, yo sola con el médico recibiendo esta espantosa noticia, qué iba a hacer, cómo le iba a decir a mi papá que estaba afuera con mi bebé, cómo le iba a dar la noticia a mis hermanos, ¿cómo? ¿Cómo sobrevivir a eso, y con mi mamá, qué voy a hacer? Le pido al médico que no le informe nada a ella, que de ser posible hasta que los demás llegaran para tomar todos una 43 determinación. Que si no tenía ni la menor duda, algún examen, algo que nos diera una esperanza… se me hizo eterno ese momento. Me dice que no hay duda, que necesita hacerle una biopsia solo para saber el grado en el que está, y que lo más recomendable para él era darle calidad de vida, lo que le restaba y que solo serían por máximo tres meses. Muerta en vida salgo y le informo a mi papá y él dice que nos vayamos de ahí que el doctor no sabe, que está equivocado, que nunca debimos de haber ido a ese consultorio, que nos la llevemos; estaba también deshecho, lo vi envejecer en ese momento, y más era mi dolor de no poder hacer más por ellos. Llegaron mis hermanos, uno a uno fue recibiendo la noticia, no había consuelo para ninguno, no lo podían creer tampoco, hablamos muchas más veces con el doctor y nos explicaba una y otra vez la situación, que no había nada qué hacer, sólo esperar y sobre todo darle calidad de vida en sus últimos meses. Le conectaron una sonda por donde la alimentábamos y ella con la esperanza de que cuando se le desinflamara el estómago, el doctor lo iba a conectar otra vez y todo volvería a la normalidad, así estábamos muertos en vida, delante de ella hacíamos como si no pasara nada, pero no era cierto. Renegué tanto de Dios y le decía: “¿Cómo, Señor, habiendo tantas personas malas en el mundo, te llevas a mi madre, si ella es el ser más bondadoso que hay en la tierra, cómo me vas a dejar sola?”. Yo le pedía siempre que antes que cualquiera de los dos me fuera yo, que no me diera ese dolor porque no sabría cómo superarlo (ahora comprendo lo egoísta que era). ¿Cómo quería que mis padres sufrieran la pérdida de una hija?, si así es inexplicable el dolor de perderla, ¿cómo sería para ella este dolor? Decimos ahora, que tal vez ella fue más inteligente que nosotros y que por no vernos sufrir ella siguió siendo tan sonriente, tan fuerte y tan dedicada como siempre porque nunca nos mostró si ella sufría o si realmente no le dolía, y así llegó el negro día. Desde la noche ella se empezó a sentir mal, me dijo que la cambiara para que me fuera a dormir, que le dolía un poco su estómago, que tal vez algo le había caído mal, que sentía como 44 si trajera diarrea, pero que sólo la cambiara y me fuera a dormir, pues yo en la mañana me tenía que ir a trabajar y que no quería que faltara, que ya el licenciado me había tenido demasiadas consideraciones al dejarme salir cada vez que ella se sentía mal o tenía que ir a su consulta. Pero cuando la cambié no era diarrea, era sangre, algo dentro de ella se reventó, el médico ya nos había dado indicaciones de lo que podía pasar. Pero aun así ella era fuerte e insistía: “Vete a dormir, mi'jita, no me va a pasar nada”. No me fui a dormir, me quedé a un lado de ella (a regañadientes pero me quedé); por la mañana se sentía aún con más dolor, ¡pero cómo es el amor de madre y de abuela! Ese mismo día estaban operando a mi sobrino César, así que mi hermana Alicia iba a ir más tarde y mi hermana Juany por la mañana; cuando Juany llegó le platiqué lo que había pasado en la noche y ella me pidió que no la dejara sola, “¿cómo se te ocurre?, voy a ir por la doctora para ver qué nos dice”, la doctora ya estaba enterada del proceso de mamá así que cuando la checa dice que no sabe cómo es que mi mamá todavía está tan lúcida si su corazón muy apenas palpita, que palpita y se detiene, palpita y se detiene, que no sabe cuánto tiempo pase pero que sería muy poco. Empiezo a localizar a mis otros hermanos y traemos al padre Juan, quien le da los Santos Óleos y le pregunta que cómo se siente y ella dice que bien, pero que está mortificada por mi sobrino y mi hermana, él le dice que no se mortifique, que todo va a salir bien. Hacemos oración y nos va llamando de uno a uno como van llegando para darnos la bendición, cuando llega mi hermana Alicia, inmediatamente Dios sabe de dónde le dio fuerzas y pregunta: “¿y el niño, mi'jita, cómo está?”, mi hermana le dice que bien, se acerca y muy apenas le alcanza a dar su bendición y ahí termina mi madre. Me dejó a mí más desamparada y más sola que nunca. Fueron estos días como un nubarrón negro, tardé tanto en superarlo, pero había que salir adelante. Ella me enseñó esa fortaleza y Dios me permitió encontrar la resignación. No fue fácil, pero ¿qué lo es? Ahora sé que no estoy sola, que ahora 45 tengo un ángel en el cielo, que me cuida, me protege. Que cuando la llamo está aquí conmigo a mi lado, ya no me siento sola ni vacía. Te amo mamá. Mamá, gracias por ser mi madre, por cuidarme y protegerme antes y ahora. Gracias. La fortaleza que me dejó de herencia, ha sido el motor para seguir adelante. De esto ya vamos sobre los 16 años. En diciembre del 95 renuncié a mi trabajo, pues ya no contaba con el apoyo de mi madre para cuidar a mi hijo y mi papá estaba solo, así que decidí que era tiempo de estar en casa, pero como dicen que lo que uno siembra lo cosecha, en abril del 96 me llaman de la UANL (Universidad Autónoma de Nuevo León), un ingeniero, buen amigo, me estaba recomendando para que trabajara en la Preparatoria Pablo Livas como secretaria de tesorería, así que bueno, ¿por qué no? Otro reto para mí. Ahí tuve una experiencia muy diferente, tratar con maestros y alumnos fue de mucho aprendizaje. Conocí nuev@s amig@s, buenos compañeros de quien aprendí mucho. Cuando nació mi hijo Jesús Antonio, decidimos esperar un tiempo razonable para volvernos a embarazar, pero como dicen uno pone y Dios dispone, pues primero nosotros dijimos unos cuatro años, y nada, pasaron ocho años y hasta que por fin se dio el milagro... Un buen día voy a consultar porque según me estaba regresando la fiebre tifo, que ya tenía años de padecer recurrentemente, y me sentía con algunos síntomas así que el médico me dijo que me iba a dar medicamento, pero le pedí (no sé por qué), que si me podía hacer unos exámenes por si acaso, solo por estar seguros antes de medicarme; y así fue, me envió inmediatamente a los análisis, veinte minutos después me entregaron los resultados, y antes de llegar con el médico abro el sobre y leo “Positivo” y como iba sola, que digo: “¿Positivo?, ¿qué quiere decir positivo, que sí o que no?” (¡Qué tonta!). Como no me lo esperaba, pues no lo podía creer, ya había pasado mucho tiempo que nos hacíamos la ilusión y nada, así que ya nos habíamos hecho a la idea de que solo íbamos a 46 tener a nuestro hijo y pues ¡no!, que dice el médico: “¡efectivamente, está usted embarazada!”. Que me pongo a llorar de felicidad, de verdad no me lo esperaba y menos porque no traía ningún síntoma, según yo, no de embarazo. Y así se acrecentó nuestra felicidad, iba a ser mamá otra vez, qué hermosa bendición de Dios. Llegué y les di la sorpresa a mi esposo, a mi hijo y a mi papá, todos estábamos muy contentos, asustados pero contentos. Así pasó el tiempo, hasta que un 7 de abril del 2000 (nació con el siglo), llegó a nuestro hogar la más preciosa princesa que Dios pudo enviarnos, una hermosa niña pequeñita, un ángel directo del cielo. Gracias, Dios, por tanta felicidad. Así es que cuando nació mi niña Reyna Estefanía, pasadas mis incapacidades, entrego mi renuncia al director de la Preparatoria y me decía que lo pensara, pero según yo habría quien me cuidara uno, ¿pero dos?, así que dejé de trabajar para dedicarme a mi familia. Un año después, mi antiguo jefe me manda llamar para que lo apoye con su hijo que ya tiene su oficina y que necesitaba una persona de confianza, así que empiezo a trabajar con él por dos años más. Luego llega lo de mi papá; otra prueba más, le detectaron cáncer en la laringe, (otra vez el calvario) así que pensando que iba a ser más difícil pues no estaba mi madre y alguien tenía que estar con él, empezamos con las consultas; efectivamente era cáncer y maligno, había que operarlo, la operación era muy riesgosa y había que tomar el riesgo. Así llegó el día de la operación, duró catorce horas, horas que se hicieron eternas, pero al fin salió el médico y nos avisa que todo salió muy bien y que le habían realizado una traqueotomía y todos los cuidados que debíamos tener con él. Difícil pero de eso ya hace ocho años y a Dios gracias, aún cuento con la compañía de mi padre. Como me retiré de mi trabajo, empecé un negocio propio (en el cual mi padre ya tiene más de 25 años) y junto con él viví muchas experiencias nuevas. Empecé a hacer labores 47 sociales, a dar clases de apoyo. Otro negocio con una buena misión en el que aún estoy y quiero crecer. Agradezco a mi esposo Antonio, por la paciencia, la disposición, el acompañamiento, la confianza y toda la libertad para permitirme desenvolverme, ser y hacer lo que ha sido necesario y he tenido que hacer. Tengo que reconocer que esto es parte de lo que me ha permitido conocerme a fondo, que hemos formado una pareja con su individualidad cuando se ha necesitado para poder crecer en lo personal, en lo profesional y en lo espiritual. Desde que nos conocimos, Antonio me decía que yo era valiosa (creo que se me notaba mi baja autoestima y él me echaba porras), que podía con todo lo que se me presentara, que yo podía salir adelante siempre, por ser como era, porque me gustaba aprender. Así que él veía cosas que yo no podía ver. Me decía que antes de ser su novia, que antes que nada era yo; o cuando nos casamos, antes de ser su esposa, seguía siendo yo. Cuando nació mi hijo, antes de ser madre, seguía siendo yo. Y después lo demás. Que no perdiera mi ser. Pero, muchas veces hay un pero y no podemos ser la excepción, ahora estamos pasando una crisis muy difícil en nuestro matrimonio. Mi pre-menopausia, los cambios hormonales, el crecimiento de mí misma, el darme cuenta de lo que soy y junto con esto, la enfermedad de mi esposo, sus operaciones en la rodilla que lo han llevado a necesitar una prótesis, renunciar a su trabajo y esperar los resultados de su situación de pensión, junto con el hecho de que yo sigo con mis actividades normales y él ha tenido que cambiar las suyas, considerando que sigo con mi vida normal y él no (él en la casa y yo en la calle). Ahora es que tenemos una visión diferente de las cosas y hemos llegado a distanciarnos. Noto que es él quien está perdiendo su autoestima, es él, y a pesar de que trato de ayudarlo tiene sus altibajos. A veces siento como si en verdad lo que platicamos lo motiva, pero en un rato más regresa a sentirse mal otra vez. 48 Por más que le diga que lo quiero, que aún lo amo, que a estas alturas de nuestra vida vamos a salir adelante, juntos, juntos en las buenas y en las malas, y que pues ahora que están las malas pero de la mano podemos salir adelante con nuestra familia, con nuestros hijos, que es parte del aprendizaje de la vida, que nada es para mal, que todo viene por algo y para algo. Que gracias a Dios nos tenemos uno para el otro, pero a veces no se lo cree, y siento que me faltan fuerzas para ayudarle, que como dicen ¿cómo lo ayudo si él no quiere? A veces creo que no lo conozco y como no lo conozco no sé cómo ayudarlo. Pero sé que voy a seguir ayudándolo para que se lo crea y regrese ese Antonio que era cuando lo conocí. (Si él quiere). Durante el tiempo que hemos estado en este diplomado, he encontrado muchas cosas que a veces me resistía a que me pasaran siquiera por la mente. Me acusaba yo misma de que cómo siquiera pensara en cosas que habían pasado en mi infancia. Escenas que veía como una pesadilla que había inventado y no eran realidad. Ahora entiendo que esa parte de mi vida la había escondido tanto que no era como si no hubiera pasado. Que esas experiencias eran parte de lo que me causaba daño en cosas tan insignificantes que yo hacía parecer grandes. Ahora entiendo que era el reflejo de aquellas vivencias. De no ser por este proceso vivido me seguirían haciendo daño. Ahora estoy más ligera. Ya no cargo tanto en el morral. Para cerrar con broche de oro este capítulo en mi vida, hace unos meses tuve un encuentro diferente conmigo misma. El grupo de amigas y compañeras, (mis madrinas de retiro, a quienes agradezco hayan tirado sus redes, ¡gracias, madrinas!), vivió y está sirviendo en un retiro al cual me invitaron y todo fue más que maravilloso, mejor de lo poco que me habían contado. Como les digo, tuve un encuentro con Dios, fue renovarme, sentirme frágil, ligera y renovarme con más madurez, con más fortaleza, con más comprensión, con otra mirada hacia mí y hacia los demás. 49 Agradezco a Dios, a la vida y a mí misma por estar atenta y en busca de más oportunidades de conocerme, de renovarme y crecer, como dice la canción: “Gracias a la vida que me ha dado tanto, lo mismo disfruto lo negro que blanco”. Sé que aquí no se termina, sólo es un capítulo del guión de mi vida. Ahora lo entiendo y tengo mejores bases para seguir escribiendo sobre mí. Ahora sé que solo yo tengo la tinta y la pauta para seguir y decidir cómo quiero continuar los capítulos de mi vida. P.D. Antonio siempre me ha dicho que yo creo que la vida es color de rosa, y descubro que sí, así es: creo que la vida es color de rosa. Pero ahora estoy consciente de que toda pintura tiene sus matices y así es mi vida color de rosa con sus matices claros y obscuros, pero sólo yo tengo el poder de aceptarlos o rechazarlos. Desde ahora miro con otra mirada, mi mirada de mujer, una mujer que se ha encontrado a sí misma más madura, más mujer, más Yo. Contraluz. Mi agradecimiento a: Dios por permitirme la vida. A mis padres, gracias por darme la vida, por quererme, por cuidarme, por protegerme, por los valores inculcados, por la familia, por ser un ejemplo a seguir, gracias. A mi esposo Antonio: Por incluirme en su vida, por su amor, su paciencia, su confianza, por dejarme ser sin pedírselo, por su acompañamiento. Gracias, amor. A mis hijos, Antonio y Fanny: cuando nacieron por más que buscaba, no encontré ningún libro de instrucciones, así que lo que he podido hacer por ustedes y con ustedes es sólo parte del aprendizaje, espero que tomen de mí lo que les convenga y les convenza, pero lo que no estén convencidos deséchenlo, tírenlo, ustedes, como yo, van a ir aprendiendo con el paso del tiempo, espero en algo les haya podido ayudar. Solo sé que me ha guiado el amor que les tengo, porque es lo más valioso que puedo dejarles. Los amo tanto, estoy orgullosísima de los dos, sigan adelante, recuerden que aparte de mi amor, lo más valioso que les dejo son los valores y la 50 educación, lo demás viene por añadidura. Gracias por perdonarme si los involucré en mis crisis, algún día espero que comprendan. Gracias por realizarme como madre. Los amo, a ambos los amo tanto… A mi familia, a mis hermanos, mis cuñadas, a mis sobrinos, a mis sobrinos-nietos, etcétera. Gracias por ser parte de mi vida, sin ustedes en ella, no habría llegado hasta aquí. Gracias por aportar un granito de arena en mi desierto, un rayo de luz en mi día nublado, una gota de lluvia en mi sequía, los amo. A mis amigas: Gracias a Dios existen los amig@s. Dios nos da la familia, no la escogemos, pero los amig@s sí. Gracias amig@s por abrirme la puerta de su corazón, por su consuelo, por su sonrisa y por su abrazo. Gracias por coincidir. 51 Asperezas de mi vida - Victoria Nací el 29 de marzo de 1962 en Hidalgo del Parral, Chihuahua. Siendo la primera de seis hijas, crecí en un hogar humilde, con principios y valores, pero fui hija no reconocida por mi papá, no sé por qué. Tengo pocos recuerdos de mi mamá, quedé estancada en mis años de inocencia, en el pasado, siento que mi vida fue hermosa al lado de esa maravillosa mujer, mi madre, toda una dama, una señora buena, abnegada, virtuosa y sobre todo responsable y protectora de sus hijas. Pero como era la típica mujer sumisa, en 1974 quedó embarazada del séptimo hijo, teniendo tan sólo 29 años y ya con seis hijas más y dos embarazos mal logrados. Era el 23 de octubre del mismo año, daban ya las siete de la mañana, cuando ella se levanta y nos manda a la escuela temprano, como todos los días. Con la bendición, como si presintiera que sería la última vez para vernos. Ella tenía cita en el Seguro, y ¿quién pensaba entonces que esa cita sería con la muerte? Pasaron las horas y no había respuesta y siendo mediodía llegamos de la escuela hambrientas, porque estábamos acostumbradas a llegar directas a la mesa a comer. ¿Y cuál fue la sorpresa?, que no había comida, porque no estaba mamá. Mi papá tenía el taller allí mismo, me dice: “Ve al Seguro”, pues estaba a unas cuantas casas de mi casa, yo me voy corriendo con esa inocencia como queriendo encontrármela. Al entrar pido información y como era menor de edad me dijeron: “Ve y háblale a tu papá”, pero cuando yo iba saliendo, mi papá iba llegando y me preguntó: “¿qué pasó?”. “No me quisieron decir nada”, contesté. Entonces él me pidió: “espérame en el carro”. Ahí me fui a esperarlo pero las horas pasaban, y yo con un hambre pues no estaba acostumbrada a malpasarme. Después de mucho rato salió llorando y yo le dije: “¿qué paso?” y me contestó: “yo intuía que algo malo pasaba y pensé de seguro el niño nació malito”, arrancó el carro y por poco chocamos pues él no paraba de llorar, llegamos a la casa y papá me dice: 52 “Dame la ropa de tu mamá”, y yo me puse contenta porque creía que ya iba a venir, sólo le pregunté: “¿y la del niño también?”, “no”, respondió, “la de él no…” y vuelven mis dudas y pensé que de seguro el niño se iba a quedar, aunque a mí se me hizo raro. ¿Por qué mi mamá no había llegado? Nada, de rato empezaron a llegar tíos, tías y mis abuelos, y todos nos daban dinero, pero hablaban en secreto. A mí no me parecía normal, pero los adultos a veces actuamos como niños. Ese día nos llevaron a dormir con la madrina de una de mis hermanas, todos actuaban raros, nos veían con lástima; nunca se me va a olvidar las caras que ponían, ¿y cómo no?, si acabábamos de quedar huérfanas. Al otro día, llega mi papá temprano y nosotras salimos corriendo; yo cargaba a la niña más chiquita, pues tan solo tenía dos años, y mis hermanas le preguntan: “Papá, ¿y mi mamá?”. Él llorando las abraza y nos dice: “Su mamá está en el cielo con su hermanito”. ¡Ay!, a mi corta edad sentí que se me caía el mundo encima, y le respondí: “Papá, si usted me pidió la ropa de ella…”, y ya todo fue confusión. Ese día mi vida cambió. Más tarde nos llevan a la funeraria y allí estaba ella, sonriente como esperándonos con su bebé a un lado, abrazándolo como si se lo fueran a quitar. Ya decía yo: protectora de sus hijos hasta el final. Se veía hermosa, como si durmiera, yo me aferraba a la caja como que sabía que jamás la volvería a ver; no tuvo oportunidad de despedirse de nosotras, éramos seis niñas de doce, diez, ocho, seis, cuatro y dos años ¿Qué iba a pasar con nosotras? ¿Por qué, por qué tuvo que irse así? Esa pregunta siempre me la hago y no encuentro respuesta. Empezaron las tías a repartirse las niñas, y yo inocentemente preguntaba: “¿Y yo? ¿Con quién me voy a ir?”. Pero a mí nadie me escogía, mi abuela paterna al ver eso se acercó y dijo: “Nadie se va a llevar a mis hijas”, y así esa señora -que quiso a mi mamá más que a una hija- se hizo cargo de todas nosotras; mi abuelita como pudo se echó un compromiso que le correspondía a mi papá, pero al contrario, 53 él fue otra carga más para ella, porque al año de haber quedado viudo se desobligó de nosotras. Mi abuelita como pudo nos sacó adelante, lavando y planchando ajeno, haciendo el quehacer en hartas casas. Ella nos mandó a la escuela dentro de sus posibilidades, a veces sólo con un café en la panza, otras veces sin nada, pero íbamos, casi siempre sin dinero, mal comidas y a veces hasta descalzas, ese era lo diario. Nadie, jamás, me compró un par de zapatos, todo lo que tenía me lo regalaban, mi vida cambió de la noche a la mañana. Así siguió corriendo la vida, al poco tiempo muere mi abuelo, el papá de mi mamá, aunque casi por lo regular no teníamos mucha comunicación con la familia de mi mamá, siempre nos hacían menos, estorbábamos, y es como dice el dicho: “muerto el perro, se acabó la rabia”. Pasó el tiempo y mi abue quedó viuda, fue más dura la situación porque tenía que trabajar más para poder darnos de comer. Esa mujer nos dejó una gran enseñanza: los valores, el respeto, la humildad y la obediencia. Ella nos decía: “Somos pobres, pero nadie me las va a señalar”, eso me quedó muy grabado; mi vida transcurrió entre tíos borrachos, drogadictos, y aparte recibiendo desprecios porque a todos nos corrían y a mí más. Llega el día en que cumplo quince años, y a mí se me hacía eterno para salirme de allí, ya no aguantaba tanto golpe, mi papá tomaba mucho y nada más a mí me golpeaba por todo, como que me tenía coraje. ¿Por qué nada más a mí?, me preguntaba. Cuando cumplo 16 años a brincos y sombrerazos aguanté medio año más. A los 16 años y medio, mi papá me corre de la casa porque un muchacho le pide permiso para ser mi novio… y vuelven los golpes, pero ¿qué creen?, ya no aguanté y me fui de la casa, yo para él era una puta, nunca me bajó de prostituta, yo que ni en sueños sabía lo que quería decir esa palabra. Entonces le platiqué a una amiga y me animó: “Vámonos a Cd. Juárez, Chih.”, yo le dije a mi abue: “ya me voy”, ella llorando me dio su bendición. 54 Pero llegando a la central camionera no había salidas para Juárez, ¡qué ironía de la vida!, iba a Juárez, Chih., y aquí en ese municipio de N.L. me quedé. Había para Monterrey, así que dice mi amiga: “Pues vámonos para allá, tengo una hermana que vive allá, vámonos a probar suerte”; entonces nos trepamos al camión rumbo a Monterrey, quién diría que venía a encontrar mi destino. Llegamos y los primeros días muy bien, encontré trabajo y mi amiga también, ella traía una niña chiquita de dos años, su hermana se la cuidaba, pasaron los días y la hermana empezó a ponerse celosa con su esposo, y un día sin pensar nos corre de su casa; esa noche dormimos en la banqueta y luego fueron tres o cuatro noches que dormimos afuera, nos tapábamos con periódico, ¡qué calvario, Dios mío!, “¿qué hice?”, me preguntaba. Enfrente del negocio donde yo trabajaba, había otro negocio igual y cada vez que yo pasaba, el muchacho me hacía bromas, me echaba agua como llamando mi atención, hasta que un día me para y me dice que quería platicar conmigo, “Sí, le contesté, cuando salga del trabajo”, en la noche me estaba esperando y me dijo que si quería ser su novia, yo dentro de tantas cosas le dije que sí. Otro día, la hermana de mi amiga me corre de su casa pero nada más a mí, y claro, se me cerró el mundo, ¿cómo?, ¿por qué? Mi amiga me contesta: “Yo no me meto porque después me corre a mí también”. Entonces, me fui llorando al trabajo con mi ropa y la esposa de mi patrón me dice: “Quédate en mi casa, yo te la ofrezco, pero tendrás que trabajar más”, “pues sí -le dije- no tengo a donde llevar mi ropa”. Dios bendiga a esa mujer que me dio hospedaje. Así pasaron los días y yo con mi novio anonadada por él, y cómo no, si era una de las cosas buenas que me pasaba, pero cuando cumplimos quince días de novios yo le dije: “vamos a terminar, creo que es tiempo de regresar a Chihuahua, yo ya no me siento a gusto aquí, no tengo nada que hacer y mejor me voy”. Él se quedó pensando y me contestó: “A la noche que venga por ti hablamos”. 55 Esa noche platicaríamos y nos despediríamos, pero llega la noche y va por mí y me pide: “vente conmigo, después nos casamos, a ver si la hacemos”, bueno, pensé, ¿yo a dónde voy, si en la casa no me quieren…? Me aseguró: “hoy en la noche que pase por ti, te vas conmigo”. Cuando llegó la noche y antes de marcharme, voy con la señora, o sea mi patrona, para platicar y despedirme, y al contarle todo, ella me dice: “fíjate lo que vas a hacer, no creas que a mí me estorbas, no eches a perder tu vida, piénsale bien y si quieres ve a donde te va llevar, porque en realidad no has vivido nada”; yo le contesté: “Sí me voy a ir con él, muchas gracias por preocuparse y ayudarme”. Salí en busca de mi destino sin saber lo que iba a pasar, él me estaba esperando y le platiqué lo que mi patrona me había dicho, y respondió: “vamos a intentarlo, vas a ver que la vamos a hacer, yo sí quiero en serio contigo”, nos fuimos caminando por la carretera y al llegar a un negocio entramos, él ya había hablado con el dueño. Le había prestado un cuarto de cuatro por cuatro, sólo, sin cama, sin cobijas, sin nada. Le pregunté: “¿aquí nos vamos a quedar?”, y dijo que unos días nada más, en lo que conseguíamos una casa de renta; pasaron tres días, durmiendo en el piso duro sin colchón ni nada, pero a mí me sabía a gloria porque estaba con la persona que yo creía me amaba. Al cuarto día va al trabajo y me dice: “pide permiso, quiero que veas algo”, me dieron permiso de salir y le pregunto: “¿a dónde vamos?”. Caminamos cuatro cuadras, estaba una señora esperándolo y le dio una llave, entramos al cuarto y había una cama, un comedor de cuatro sillas, una estufa y un ropero, ¡nunca se me va olvidar! “¿Y eso?”, le pregunté. Y él me contestó: “es lo que yo te puedo ofrecer por lo pronto, te voy a demostrar que sí la vamos a hacer”. Lloré de gusto, de emoción, nunca nadie me había regalado nada nuevo, lo abracé, lo besé y esa noche ya no dormí en el suelo como tantas veces. Siguieron pasando los días y él me dice: “ya no quiero que vayas a trabajar”. Yo me sentía realizada, por fin a alguien le importaba, alguien se mortificaba por mí, así que fuimos y 56 hablamos con mi patrona y me despedí, le di las gracias; ¿cómo olvidarla?, si fue un ángel en mi vida. Bueno, así empezó mi vida de señora: fue el día 31 de agosto de 1979, cuando yo me entregué a ese ser maravilloso, yo esperaba mi menstruación el catorce o quince de septiembre, pero ya no hubo menstruación: había quedado embarazada desde el primer día. Creo que esos días en el suelo funcionaron… Con el tiempo mi embarazo se me empezó a notar y en mi casa nadie sabía, disfruté al máximo esa panza, yo llevaba una vida dentro de mí me parecía algo maravilloso, único, y tuve la dicha de encontrarme con personas buenas, mi suegro fue otro ángel, me quiso mucho, me respetó, me cuidaba, era lindísimo. Me alivie en una clínica particular porque mi suegro así lo quiso, lógico, él pagó. Cuando el niño tiene dos meses, me dice él: “vamos a tu casa para que conozcan al niño y me conozcan a mí”, y con miedo le conteste que sí. Llegamos a Parral, yo nerviosa pero con la seguridad a un lado porque sentía el apoyo de él, al llegar nos recibieron muy bien, como si nada hubiera pasado, mi papá cargó al bebé, nos quedamos cuatro días y nos regresamos. Ahora me doy cuenta que hice muy bien al salirme de allí. Siguió el calvario para mis hermanas, solo Dios sabe lo que pasaron, lo que sufrieron. A los dos años me embarazo del segundo niño y ¡sorpresa!, fue un varón, deseado, esperado, amado y también me alivié en una clínica particular. Por fin estaba formando esa familia que a tan corta edad me arrebató la vida o el destino, no sé, yo me sentía realizada. A veces le preguntaba con miedo y vergüenza: “oye ¿cuándo nos vamos a casar?”, y él contestaba. “¿para qué?, así estamos bien”, y yo me conformaba con lo que tenía, con lo que me daba. Pero a estas alturas él empezaba a cambiar, hubo golpes, maltratos… y yo me tenía que conformar porque eso aguantaba mi mamá, yo creía que ese era uno de mis deberes, ¡qué equivocada estaba! Él era un mujeriego, un promiscuo, un sinvergüenza, hasta en el dinero se fijaba al grado de ponerme a trabajar, otra vez 57 se repetía la misma historia. En ese tiempo conocí a una señora y me dijo que si le ayudaba a su mamá a lavar, planchar y con el quehacer, y sí acepte. Llegaba cansada pero con dinerito, después conseguí trabajo en una maquila de ropa, llegué a preguntar que si estaban ocupando, me preguntó la señora que si sabía coser a máquina, yo muy fregona le dije que sí y me dieron el trabajo, aunque en mi vida había agarrado una máquina de coser, ¿yo cómo?, si siempre trabajé de sirvienta, como en el negocio cuando conocí a mi pareja. La salida era a las 5 p.m. pero salía a las 10. Me pusieron a descoser, todo estaba mal hecho, ahí aprendí a coser. Me embaracé del tercer varón, él me decía que no lo tuviera pero yo lo amaba sin conocerlo, y quería que todos fueran del mismo padre, así que lo tuve, él nació en el Seguro que tenía por mi trabajo. Seguí viviendo más infidelidades, maltratos, más trabajo; lo bueno fue que siempre me gustó trabajar. En el año 85 el arregló la amnistía y se fue a trabajar al otro lado, siempre se iba de mojado, siempre me dejaba sola con mis hijos. Cuando el niño mayor tenía siete años, tiene un accidente, se cae y se parte el riñón; pronto lo llevamos al Seguro y lo checaron. Orinaba sangre, se dan cuenta que yo no tenía Seguro realmente y me lo echan al pasillo, lo único que hicieron por mí fue prestarme una ambulancia, y me lo llevé al Hospital Civil. Los doctores me dijeron que había perdido mucha sangre, yo lloraba y renegaba porque mi niño que esperaba ya daba patadas en la panza y le pedía a Dios: “si me vas a quitar a un hijo, quítame a éste que todavía no lo conozco…” Mi desesperación era tan grande que no medía mis palabras. Ahora le doy gracias a Dios por no escucharme y haberme dado esta oportunidad. Mi niño se salvó y mi bebé también, pero mi calvario comenzaba a tomar el color gris de la vida, así lo veía yo: él se va para el otro lado y me vuelvo a quedar sola. Entonces vuelve a pasar otro accidente, al segundo de mis hijos empezó a hinchársele una rodilla, me lo llevé de urgencias al hospital y 58 al estudiarlo el doctor me dice: “señora, su hijo es portador de hemofilia”. “¿Qué es eso?”, le pregunté. Yo no sabía lo que estaba pasando, estuvo una semana internado. El último día de la semana el médico me dice: “Señora, los estudios estaban equivocados, disculpe usted”. De verdad fue una semana de tormento, para entonces ya le había avisado a su papá y vino, siempre sin demostrar sentimientos. ¿Por qué parecía tan duro? Muy sencillo: él tenía otra mujer. Así pasó el tiempo, mi corazón se empezó a endurecer, mis gestos y mis facciones se empezaron a notar agrias, yo me estaba amargando, iniciaba otra vez mi vida de pesares, llena de rencores coraje, odio y resentimiento. Empecé a ser victimaria de mis propios hijos, la violencia, los golpes hacia ellos; hoy me arrepiento sí, muchas veces les pedí perdón… y mi hijo el grande me decía que no, que nunca se le iba a olvidar, y lo entiendo porque yo estoy igual, no puedo olvidar cargas y más cargas. Con culpas y remordimientos logré poner una tienda de abarrotes y cuál sería mi sorpresa que él se hizo cargo de ella, pero sólo duró siete años y quebró, lógico: no tenía entradas de dinero. Luego compra un taxi pero era igual, no había dinero, no había carreras, no había gente, pero para pasear a la mona en turno sí había, no le importaban mis enfermedades. Para entonces yo ya tenía asma, un enfisema crónico. Casi siempre estaba internada por crisis, ¡qué vida la mía, equivocada siempre!, me decía: “tengo que aguantar por mis hijos”, pues no quería que ellos sufrieran lo mismo que yo, ¡qué estúpida fui!, y ¿cómo antes no llegué a saber de estos talleres? ¿Por qué no tuve la oportunidad de conocerlo antes? Más adelante, con el correr del tiempo, mi vida dio un vuelco, mi marido se enredó o se enamoró de otra mujer. Aumentaron los problemas, muchas lágrimas y una separación, hasta pisé la cárcel a causa de ella, ¿cómo olvidar esos episodios de mi vida?, y al final él está aquí. ¿Y mis sentimientos, dónde quedaron? 59 Ahora me doy cuenta que los hijos también somos ingratos, dentro de su mundo, mis hijos no se dan cuenta del daño que ocasionan. No quiero parecer víctima ni dar lástima a mis hijos, ellos cayeron en vicios, es el ritmo de vida de cada persona, no se dan cuenta, que sin querer me matan poco a poco, ya que ellos son partes de mí, hoy me doy cuenta de que el karma existe, le doy gracias a Dios por esa enseñanza de vida que me ha dado. También me da tristeza ver el rumbo que tomaron, me da desesperación la vida que ellos llevan con sus familias y esposas, es una pena ver cómo todo se repite, pero es de sabios reconocer, entender y enmendar los errores, porque si el tiempo retrocediera sería diferente. ¡Qué dolor ver cómo siguen las cadenas!, cómo el pasado persigue nuestras vidas, esas vidas de las que yo de alguna manera fui responsable, no culpable, no, porque hoy me doy cuenta que nunca fui culpable de nada. Mi vida, no sé lo que pasó con ella, simplemente me equivoqué, fueron errores que de alguna manera influyeron. Y cómo sería si yo no me diera cuenta de esos errores, al menos ahora puedo ver y darme cuenta de lo valiosa que soy como persona. Quiero aprovechar para darle las gracias al grupo de Tejedoras por esos talleres que impartieron, por esas personas que se cruzaron en mi camino, en especial a ese ser maravilloso que me quitó la venda de los ojos, Dariela Dávila. A mis compañeras, que a pesar de que somos diferentes porque no pensamos igual, les agradezco por la tolerancia, por esas lágrimas que derramaron junto conmigo, gracias por esos momentos buenos y por los malos también, espero que no termine aquí, que sigamos por ese camino de crecimiento, porque yo creo que tengo mucho trabajo por hacer. Por trabajar a favor de tantas mujeres que no entienden, como yo no entendía, GRACIAS. 60 Como las olas… - Artemisa Nunca nada se va del todo. Nunca nadie se va del todo. Como olas que van y vienen regresan las experiencias, regresan las personas, regresan los sueños y regresan las pesadillas. El punto es cómo nos encuentren, sin importar la playa. Mis sueños y mis pesadillas me conforman y me forman. No cambiaría ni mi pesadilla más horrenda, porque gracias al todo que me conforma soy como soy y me agrada la persona en que me he convertido. Una herida me atraviesa de punta a punta. Eso nadie podrá cambiarlo. No importa, ya no importa; al final el balance es a mi favor. Crecí con fuerza, con fortaleza y, sobre todo, con solidaridad para los que tienen el proceso vulnerado. ¿Y quién no lo tiene? ¿Qué ángel se anima y arroja la primera piedra? Estoy lista. Olas que vuelven… Ir a Mazatlán cada año con papá eran entonces las vacaciones perfectas. Papá era un sol de generosidad, diversión y amor sin límite de tiempo. Una playa perfecta nos esperaba: siempre con olas puntuales que nos arrastraban hacia la arena probando la incapacidad de la que escribe y su espíritu aventurero contra olas y extraños. El sol sin medida nos quemaba la piel en una época en que no existían tal cantidad de bloqueadores ni nosotras -mis dos hermanas y yo- los queríamos, porque llegar ardidas como camarones era la prueba irrefutable de que habíamos pasado horas y horas en la playa. Mamá -a quien nunca le gustó viajar- nos esperaba con el picrato en mano, cosa que años después se descubrió que no era lo indicado. Muchas cosas no han sido lo indicado, pero no lo sabíamos. Yo era feliz entonces porque había olvidado, y la amnesia es un mecanismo de defensa cuando cosas desagradables ocurren. A mi manera sepulté en lo profundo del inconsciente lo indeseado y sembré flores de todas las habidas y por haber por encima, a los lados y más allá, formando una espiral camino al cielo. El ramo multicolor floreció a lo loco y sin 61 medida hasta que un día las flores comenzaron a secarse de una en una. Pero eso el mar no lo sabía y lo que no se sabe no importa. “En el mar, la vida es más sabrosa”, con ostiones en su concha bañados de limón y salsa tabasco, sin faltar las galletas saladas y el Tonicol, refresco de vainilla que sólo se encontraba por esas tierras sinaloenses. Mis dos hermanas, papá y yo nos divertíamos a lo máximo. Mi hermano nunca fue; creo que le aburría mortalmente la idea de estar de vacaciones con sus hermanitas y su padre. Era un jovenzuelo adolescente que amaba los carros veloces. Yo era una niña pequeña que amaba a su padre y al mar que me llenaba los sentidos. Papá me enseñó que todos los frascos pueden abrirse sin romperlos y que cuando haces fuerza y los dañas exhibes tu incapacidad y tu torpeza en las soluciones de la vida. A mí me maravillaba cómo apenas tomaba él un frasco o una cajita entre sus manos y con una ligera presión los abría fácilmente. Aprendí entonces que existimos personas como esos frascos que con la fuerza nos cerramos más, mostramos colmillos y nos volvemos impenetrables y peligrosas cuando nos dañan. Papá era un sabio y no le gustaba leer. Lo vi leyendo sólo dos libros en su vida: Los Hijos de Sánchez y El Anticristo de Nietzsche. Sin embargo, era un hombre muy inteligente, diseñador de joyas, comerciante, consejero de bancos, empresas y almas en desgracia. Lo que más me gustaba de él era su alegría de vivir; con él aprendí a disfrutar desde un elote en un carretón callejero, hasta complicados guisos de cocina internacional. Recuerdo que un día se fue al Japón y regresó con un japonés del que se hizo amigo y lo convenció de que se viniera con él y otros compadres para que conociera México. El amigo japonés nos enseñó a preparar tempura y pescados en inverosímiles salsas; conocimos el sake y aprendimos que a los japoneses les da un asco -horrible hasta la basca- saber lo que el menudo era: la panza de la vaca. Pocas personas entonces eran aficionadas a la cocina japonesa, el mundo conocido se reducía a unos cuantos kilómetros en el mismo continente: el americano y con el 62 vecino del Norte arribita, lo que papá no soportaba y le encantaba decir eso de: “yankees go home”. Con el tiempo comprendí que, en lo general, tenía razón. Olas que vuelven… Junto a papá siempre me sentí valorada en mi condición de la hija más pequeña de edad. Mis manos infantiles eran ideales para pesar esas pequeñas puntillas que parecían de lapicero en una basculita que yo imaginaba para cocina de muñecas. Con todo cuidado, y bajo la supervisión de papá, abría el frasco que las contenía y con una cuchara minúscula ponía dos cucharaditas en el plato de la báscula que tenía una ranura. “Con cuidado -me advertía papá- tiene que ser exacto, la medida precisa, como todo lo que en la vida quieras que funcione”. Luego, el contenido del plato había que ponerlo en el casquillo, “hasta la última puntilla de pólvora” y después sellarlo con la bala en una máquina alemana manual, especial para recargar cartuchos. Escuchando en la XEW la música de Agustín Lara, papá y yo en el tapanco de la casa estuvimos algunas noches en esos menesteres y cantábamos “Azul”, quedito para que nadie nos oyera. A él le gustaba ir de cacería y/o de pesca cada ocho días sin falta. Todos los domingos en la mañana se iba y regresaba por la noche con truchas recién pescadas, si habían tenido suerte y alcanzaban para todos. Yo aprendí a limpiarlas: les quitaba las escamas con un cuchillo y les sacaba los intestinos, las lavaba bien y después se empapelaban en aluminio con mucha mantequilla y sal; cocinadas al horno eran una delicia como no había otra. La medida exacta de mantequilla y sal eran la clave, como en todos los aderezos de la vida. Olas que vuelven… Un domingo me sacaron del cine. Tenía casi quince años y estaba viendo El Gran Gatsby. Me dijeron que papá sufrió un accidente, que se le disparó la escopeta en plena cara cuando andaba en la cacería del venado… Yo sabía que eso era imposible: papá era cuidadoso, exacto, perfeccionista, un espíritu alemán en su mejor versión: disciplinado e inteligente. 63 Nunca lo creí y tuve razón. La vida da muchas vueltas y las verdades siempre han llegado a mis manos sin siquiera buscarlas. Como imán las atraigo desde niña y así, días después, una maestra rural amiga de la familia me invitó un refresco y me lo dijo: “a tu papá lo asesinaron, querida. Un testigo ocular me lo contó todo”. Otra verdad para guardarme, sólo que no había ni flores ni olas ni mar ni sol ni nada; sólo mi corazón adolescente para guardarla ahí dentro. La vida se me enlutó sin remedio y las risas juveniles se volvieron cínicas. Una amazona dura brincando en el filo de la navaja empezó a gestarse ante la indiferencia de los que no se percataron. Yo sabía que en mi habitación, allá en el fondo de mi vestidor y en mi interior, para siempre se quedó guardado el vestido blanco de mis quince años, la fiesta, el vals con papá, la celebración entera: el banquete, la misa Te Deum, el anillo de brillantes, las damas, los chambelanes y el novio primero. Mis quince años los pasé llorando en mi recámara de la casa, con una tostada de pollo que mi hermana querida – Yolanda- y yo, mandamos pedir a la Farmacia Benavides, que por entonces tenía servicio de restaurante a domicilio. No recuerdo que nadie me haya preguntado cómo me sentía con mi celebración de quinceañera frustrada; tampoco condeno a nadie por no haberlo hecho. Entonces medio maduré apresuradamente y me sentí sin protección, perdida sin mi papá y su sentido del humor incomparable. Perdida sin sus ojos verdes que me decían que me amaban. Las olas me arrastraron al centro de un luto fuera de tiempo que no acababa de comprender, y con una verdad que me superaba. Por múltiples razones yo sólo comprendí que –una vez más- debía guardar silencio para protección de mi familia. Las claves de la vida se me hicieron pedazos. Entonces no recordaba la pesadilla. Lo haría más tarde cuando las flores todas se secaran. Lo haría más tarde descendiendo a los recuerdos tomada de otra mano tan inocente, entonces, como la mía. Y así, tomada de esa mano masculina, supe que yo no 64 cabría en estereotipos y que la vida es dura y tus muros a veces se derrumban. Lo demás son aderezos… La amargura me vistió. Mi mamá a mi lado, tan devastada como yo. Con lentes oscuros y el ánimo insufrible. Se quedó viuda. ¿Cómo culparla? Olas que vuelven… Mamá era una mujer intensa, intensamente feliz yo diría, sin brida y sin más medida que su regalada gana. Amanecía leyendo el periódico, escribiendo y leyendo libros. Desayunaba en la cama y hablaba de política todo el día: en el teléfono o en el café “La Única” en el centro de Durango. Siempre rodeada de los políticos más destacados del momento, de artistas y de algunas damas. Su mesa se distinguía por tener a la rubia menudita junto a unos seis u ocho caballeros. Todos fumando sin parar, ella incluida, y tomando café como agua de uso. Las “buenas conciencias” de la época la criticaban a sus espaldas, pero el tiempo a todos pone en su sitio y los que tanto la criticaron años después la llamaban “el orgullo de Durango”, y se les olvidó lo que a sus espaldas dijeron. Caminando por las calles de la ciudad mucha gente la saludaba. Ella siempre respondía amable, pero quedito me comentaba a veces: “ése decía horrores de mí, aquélla me difamaba en cada esquina”, para luego soltar la carcajada y decir: “tu padre nunca les hizo caso; ahora me aman y está bien”. Y seguía como si nada, recitando algunos versos alusivos entre juegos y risas. Mamá era inteligente y divertida… siempre que no se enojara y buscáramos todos algún rincón dónde escondernos. A veces nos gritaba: “¡son unos engendros del demonio!”. Papá se quedaba viendo como si no le competiera y nosotros nos mordíamos los cachetes para no reírnos, hasta que un día mi hermana mayor, Yolanda, le dijo: “¡papá, el demonio eres tú!”. Él hizo como que la Virgen le hablaba y todos nos reímos. Así era papá. Mamá era desayuno con cantos gregorianos, Neruda y El Sol de Durango o El Siglo de Torreón o, más tarde, Excélsior. Al mediodía después de comer, mamá era dulces: lagrimitas rellenas de miel, perritos, cochinitos, pajaritos, gallinitas; todos elaborados primorosamente con agua y azúcar y pintados sus 65 piquitos, ojitos y todos ellos perfectos. Los vendían en la esquina de la iglesia de San Agustín y comprábamos bastantes para delicia de quien quisiera. Mamá era toda poesía, libros, historias y nieve de mantecado de vainilla. Mamá era adorable y yo la amaba. Mamá era versos de la nada, de repente en una servilleta o en una bolsa de papel de estraza. Versos que siempre me leía aunque a veces yo no entendiera del todo. Pero mamá sabía lo que hacía. Mamá era surreal como toda artista y yo la amaba cuando extendía su dedo meñique hacia el mío, lo entrelazaba y me decía: “dicho todo”. Mamá era caminatas por todo el pueblo y risas y carcajadas y furias y corajes. Con mamá nunca se sabía y siempre había que estar listos. Era temperamental e impredecible. Y, sin embargo: imprescindible: cien por ciento confiable cuando se le necesitaba. Mamá siempre estaría ahí cuando un hijo o una hija le pidieran ayuda. Mamá era México y el amor a las raíces: rebozos de seda y de lana, vestido de china poblana, mole y chiles rellenos, arroz rojo con rajas y frijoles refritos “chinitos” o en bola con tortillas recién hechas a mano de maíz de nixtamal. Mamá era una escritora, mecenas de artistas, promotora cultural de excelencia y defensora de la causa indígena y de quien se lo pidiera. Mamá era solidaria con los vulnerables, primogénita de un revolucionario de los Dorados de mi General Francisco Villa. Mamá sacaba la cara por los que andaban en desgracia y les exigía que pusieran a trabajar sus talentos. Era toda azúcar y fortalecía autoestimas. Mamá era una maga dulce y terrible. Una poeta y un tsunami. Entonces yo ya sabía que lo dulce de la vida se escapa en cualquier segundo y que la debacle tampoco respetaba a las poetas; la tenebra está al acecho para amargar por cualquier resquicio. Olas que vuelven... Un día mamá lloraba a palabras como intensa que era, y yo la veía con mis ojos de cuarentona acostumbrada a ver el mar sin mojarse. Entonces comprendí que era la hora de las definiciones, tomé aire y me sumergí en el mar inmenso que 66 me abarcaba. Las lágrimas, olas de palabras recordando las gotas puntuales de sus ojos, mi madre luchando a mares con el goteo a vena para hacerle la vida. Yo, a goteo con las emociones amarradas en un lazo. Yo, a goteo leyendo a Víctor Frankl en el intento de encontrar el sentido de tanto sufrimiento, el sentido de cada lágrima y de cada palabra en el silencio que nos construye, vínculo inacabado, silencios más allá del mar. A bordo de una barca enorme que ante mis ojos se presentó en la pintura gigantesca encima de la chimenea de la casa y a mi madre gritando entre risas en una Navidad de cuento de hadas: “¡aquí no llora nadie porque la vida es para ser feliz y disfrutarla!”. Olas que vuelven… Algún año después, sobre la almohada su rubia cabellera y las lágrimas corriendo a mares por mi cara. Y mis ojos de cuarenta años preguntando sin hablar. Dudas de acero. “Esto no es lagrimeo, para que te lo sepas -me decía mientras las lágrimas resbalaban por su escote-, es rabia y enojo y reclamo. Reclamo a ti, Dios, ¡¿dónde te encuentras?! Que lo sepas: que me estoy muriendo de cáncer contra mi voluntad. ¡¿Dónde quedó la promesa?! ¡¿Dónde, dime, el libre albedrío?! ¡¿Dónde la vida eterna?!”. La barca, carabela enorme surcando el mar transgeneracional de palabras que se vuelven espuma. Espuma en la cresta de una ola a donde me quise subir y me subí para alcanzar la carabela, ascendiendo por la escalera de palabras espumosas propias y ajenas, por la escalera del goteo que gota a gota cae en el sueño que seduce al dolor y a la conciencia. Olas que vuelven… La seducción que encanta, ensoñación que palidece ante la realidad que se enmascara con un pañuelo de versos póstumos a ritmo de cocuyos. Mi madre, la poeta, dictándome versos en sus últimos días. Ahí junto a mi hija Gabriela, pequeña niña de cuatro años. Yo, puente entre generaciones. Yo agradecida de que no supiera, yo agradecida de que muriera y no supiera nunca. 67 Porque... no era una vez. No había una vez. No hubo una vez. Pero sucedió… Fue en la adolescencia con el amor de mi vida como me fui acercando a la memoria. Suavemente al inicio, a ritmo del oleaje en calma, el recuerdo puntual como olas que vuelven… volvió. La película completa se mostró desde una cama de flores marchitas y con una convulsión de miles de voltios que me volteó al revés y me exhibió más que nunca vulnerable. ¡Para mi rabia! ¡Para mi rabia de mujer guerrera e indomable! Fue contra mi voluntad y escapó a mi control consciente. La debacle tampoco respeta a las guerreras, aprendí. Olas que vuelven… Mi cabellera hasta la cintura, mi cabellera larguísima al aire revuelta por la sacudida, el aire poblado de recuerdos, los recuerdos de besos y puñales, los puñales junto al paraíso vulnerado, la herida sin bien cicatrizar; la sangre por goteo desde mi boca y junto a mí él, siempre él y la posibilidad de sanación llegó tomada de su mano: un sombreado de frases clandestinas desde la luz de la memoria resiliente y al centro, la pregunta por siglos formulada, desde los griegos, desde Sócrates la consigna que empodera: conócete a ti mismo. Y yo preguntándome a mí misma: ¿quién soy yo?, y más aún en plena adolescencia: ¿quién soy yo para que tú me ames? ¿Quién soy yo que escapé del laberinto? ¿A dónde me diriges?, te pregunté. ¡Dime dónde buscarte! ¿Dónde rescatarte? ¡Enséñame!, me exigiste. Y así: tú a mi derecha, tú a mi izquierda. Tú en mi corazón. Tú arriba. Tú abajo. Tú en todo lugar. Sanándome sin saberlo. Desde entonces y para siempre juntos: cerca o a la distancia. Cerca, juntos. Lejos, cerca. Juntos, lejos. Completamente. Nuestras vidas juntas a kilómetros de distancia. A años de distancia. Vibrándonos en el centro del corazón. Recordándonos en la misma luna, recordándonos viendo la misma película a kilómetros de distancia bajo el mismo cielo mexicanísimo nuestro. “Quiero tocarte hasta la sombra porque estamos hechos para habitarnos”, dijiste. “Siempre”, respondí, “mira el mar cómo se aleja y es uno y el mismo en la espuma de las olas que lo habitan... En las gotas de las olas que 68 vuelven… así tú y yo, uno y el mismo a pesar de nuestras diferencias, a pesar de los pecados”. “Quiero conservar tu nombre. Conservo resguardado tu nombre, dentro del mío”, dijiste. Lo demás son accesorios. Tu nombre que contiene el mío, amor que nos ama: que contiene el mío desde el instante en que nos vimos. Olas que vuelven: nuestras miradas. Atrás las laminadoras y los barrenos, las rocas cargadas de oro y plata con su coctel de cianuro. Muy joven yo me subí al sol tomada de tu mano. Tú descendiste a los avernos en tu madurez conmigo en tu corazón. Y yo lo sé. Conozco de tus cielos y de tus infiernos innombrables. Y no los digo. Verdades que no dijiste y que, para variar: ¡llegaron a mis manos sin buscarlas ni quererlas tantos años después! Verdades conmigo a salvo. Tú, como yo: No era una vez. No hubo una vez. Tampoco había una vez. Pero sucedió y el hecho regresa como las olas que siempre vuelven. Como nosotros. Como la vida misma. Nada se va del todo. Nadie se va del todo. Nos llevamos al nombrarnos: “eres el amor de mi vida y nunca te he dejado de querer”, dijiste una madrugada. Lo demás son accesorios… Nosotros somos como las olas y nos llevamos al nombrarnos… 69 Corriendo sola – Liebre Mis padres fueron Pedro y María Luisa; mi madre de la Hacienda el Durazno y mi padre de la Cieneguita del Río, municipio de Cadereyta Jiménez N.L. Se casaron el 25 de octubre de 1959 y se fueron a vivir a la Hacienda San Mateo, Juárez N.L. En casa de mis abuelos paternos, al año, el 3 de octubre de 1960 nació una hermosa niña, o sea yo; allí vivimos pocos meses en casa de mis abuelos. Mi papá compró una casita donde nos fuimos a vivir los tres. El 21 de octubre de 1961 nació mi hermana Silvia, el 24 de marzo de 1965 mi hermana Bertha, y mi hermano Cruz el tres de mayo de 1969, el niño que tanto deseaban mis padres. Mi padre siempre se dedicó a la agricultura y trabajó para mi abuelo. Él no le exigía nada a mi abuelo. Mi padre era único hombre entre seis hermanas; su madre la mejor, noble y buena como él: sin vicios, pacífico, muy responsable con mi mamá y con nosotros sus hijos, pero sin ambiciones. Mi madre, única hija entre tres hermanos. Una hija muy querida. Cuando yo nací venían con frecuencia a visitarnos. Recuerdo que cuando nosotros los visitábamos en Navidad mis tíos llegaban con muchos regalos para mis primos que venían de Monterrey. Mi mamá llevaba regalos para mis hermanos más chicos y yo enojada porque Santa no se acordó de las hijas grandes, de mi hermana y de mí, y mi mamá no nos decía la verdad: que Santa no existía y cuando regresaba a la casa yo buscaba mi regalo y no encontraba nada. Estudié la primaria en la Hacienda San Mateo. Cuando estuve en primer año, mi maestra Jovita dormía en mi casa y cuando llegaba le daba quejas a mi papá de mí: Tere hizo, Tere no hizo, Tere esto y aquello, siempre fui traviesa. Cuando paso a segundo año mi tía Goyita era la maestra de ese grado, estuve pocos meses con ella ya que la transfieren a la Hacienda La Ciénega, cosa que a mí me cayó de perlas porque con ella tenía que comportarme. Cuando paso a tercero y cuarto, tenía unas compañeritas que venían de la Hacienda La Ciénega y le pasaban todos los 70 chismes a mi tía, y cuando mi tía iba al rancho cada fin de semana (no había pavimento ni transporte y usaba botas cuando había lodo), a su casa con mis abuelos, me reprimía. Los lunes a la hora de la salida yo me las cobraba con las niñas que le pasaban el chisme a mi tía; así pasaron los meses hasta que salí de sexto. Mi tía Goyita fue mi madrina de primera comunión: mi vestido era blanco con plateado, sin embargo no tengo ninguna foto y ahora que viene a mis recuerdos este acontecimiento voy a buscar quiénes fueron mis compañeras de primera comunión para ver si alguien conserva una foto. Al morir mi abuelo paterno, como mi papá siempre trabajó para él, nos encargó con mi tía Goyita. Ella, sin compromisos personales, me llevó a casa de una prima de ellos para que yo estudiara la secundaria. Me costeaba los gastos escolares y yo le ayudaba a mi tía en los quehaceres del hogar y a las ventas, ya que no pagaba la estancia, pero pasó el tiempo y repetía ante sus hermanos los planes que tenía para mí: heredarme su propiedad ya que ella no tenía hijos. Empezaron a incomodarme para que me fuera de la casa y a los catorce años me fui a casa de un primo de mi abuelo, donde vivía una familia muy numerosa. Allí hice una muy bonita amistad con una de sus nietas ya que íbamos y veníamos juntas a la escuela. Yo me sentía como en casa porque su papá me cuidaba igual que a sus hijas, después se casó la hermana mayor de mi amiga y me pide que me vaya con ella ya que acababa de dar a luz a una niña, de la cual me hizo su madrina; para ese entonces yo estudiaba la preparatoria. En esa época me invitaron a trabajar en casa de unas compañeras donde también era una familia muy acogedora. Ellas se dedicaban a empacar especies y cacahuates y salíamos a vender durante la mañana y a las once nos íbamos a la preparatoria. En esta casa tampoco me costaba la estancia y también me consideraban de la familia. Su papá, un excelente hombre, iba cada semana al rancho, hasta que tuve novio iba con menos frecuencia. Luego en el grupo de amigas que íbamos a la preparatoria, a una de ellas se le enfermó su papá y su mamá lo cuidaba en el hospital, mi amiga era la mayor y tenía varios hermanos y me 71 pidió que me fuera a vivir a su casa para que le ayudara con los quehaceres del hogar ya que la familia era grande y ella sola no podía, y yo me sentía contenta de ayudarla; después muere su papá y su mamá regresa a casa. Terminé la preparatoria y entré a la Facultad de Veterinaria y Zootecnia, ésta estaba ubicada en la calle de Matamoros entre Zuazua y Dr. Coss, en el centro de Monterrey. Allí estoy un año y medio. Yo me fui a casa de unos tíos que vivían en la colonia Independencia. Ellos me necesitaban durante las mañanas ya que mi tía tenía Parkinson. Yo me iba a la Facultad en las tardes y cruzaba el puente Zaragoza. Cuando construyeron la Macroplaza cambiaron la Facultad a un campo experimental en el municipio de Bravo, Nuevo León. Fueron pocos meses los que estuve asistiendo ya que tuve muchas dificultades: iba y venía en un camión porque no me quedaba allá. En esta época tuve un novio y nos veíamos en la plaza Zaragoza. Él era muy bueno y respetuoso. En esos días, mi tía Goyita se jubiló y nos dice a mis hermanas y a mí que consigamos una casa para vivir con nosotras y poder seguir estudiando todas. Me salí de la Facultad y yo seguía viendo a mi novio hasta que entré a la escuela de Contadores en las calles de Juárez y Arteaga, también en el centro de Monterrey. Esto pasó porque empezó a haber problemas y envidias porque mi tía estaba con nosotras; para estas fechas conocí a Elías, por medio de su hermana y nos hicimos novios. Terminé la escuela de Contadores y me puse a trabajar en una constructora en el edificio de la Cafetera Mexicana. Me salí de ese trabajo y estuve un tiempo sin empleo. Después entré a trabajar en la SARH en el proyecto del acueducto Linares-Monterrey, para entonces ya estaba comprometida y tenía la facilidad de estar cerca del trabajo, a la vuelta de mi casa. A seis meses de haber empezado en este trabajo, me casé en diciembre de 1981y vivimos un año más cerca del trabajo, después mi papá nos dio un terreno en la Hacienda San Mateo y mandamos hacer una casa de madera por donde pasa un arroyo a escasos metros. Allí nos visitaban amigos y familiares 72 ya que les gustaba mucho el lugar. Mi marido y yo íbamos y veníamos a trabajar todos los días; mi esposo en el IMSS en un almacén regional de suministro que se encuentra a un lado de los rieles de Churubusco, en el municipio de Guadalupe, Nuevo León y yo seguí en la SARH. Al año de casada nació mi primera hija, Mariana, en septiembre de 1982, muy hermosa desde niña. Fue creciendo y maduró muy pronto: no era llorona ni daba lata, yo podía trabajar perfectamente pero me embaracé muy rápido de mi segundo hijo, Elías Francisco. En este embarazo no tuve ningún problema, hacía mis actividades normalmente, y nació el 1 de junio de 1983 en el ISSSTE de Burócratas Municipales. Cuando yo estaba en recuperación, llegaron mi suegra y una de mis cuñadas a visitarme y me dicen que el niño no está en cunas normales, que está en cuidados intensivos; me levanto, me fajo y me voy a checar y a hablar con los médicos y me dicen que el bebé no toleró la leche y que tiene unos temblorcitos leves, que todavía no se sabía cuál era su problema, luego me dan la noticia de que le hicieron un TAC (Tomografía Axial Computarizada) y que le encontraron dos hidromas en el cerebro; que la masa encefálica no estaba bien formada y por eso le daban crisis convulsivas. Salimos del hospital y volví allí a los diez días; me lo daban de alta y a los diez días volvíamos de nuevo al hospital. Así pasaron seis meses: cuando lo tenía en mi casa, dormía sentada con él, sufríamos tanto que le pedía a Dios que me lo recogiera. Tuve poco apoyo por parte de mi esposo pues él se escapaba con sus amigos haciendo como que no pasaba nada; yo me hacía la fuerte, la que todo podía. En la última vez que llegamos al hospital, los médicos le estaban haciendo una venodisección y salió el médico y me dijo que el niño acababa de morir. Esto fue en noviembre primero del mismo año. Mi esposo, al recibir la noticia, corrió a un elevador para salirse del hospital y yo dejo al médico hablando solo y corrí tras de él, traté de hablar con él, que cómo era posible que siguiera dejándome sola y que tuviera más apoyo de otras personas que de él, y me enojaba mucho por su forma de actuar. Ahora 73 pienso que él se ponía una careta, tal vez porque no sabía cómo expresar su dolor. Poco tiempo después tengo otro embarazo y a los cinco meses tuve un aborto, gracias a Dios ya que tenía mucho miedo que volviera a pasar por lo anterior. Pasa el tiempo y me embarazo nuevamente en agosto de 1985. Nació mi hijo Elías con problemas en la sangre, le faltaban plaquetas; me dice el médico: “vamos a ponerle plaquetas, si su organismo las reproduce, no tendremos ningún problema pero si no, hay que estarle aplicando plaquetas cada seis meses”, cosa que yo no deseaba, pero fuerte y dura de corazón, así parecía por fuera, de noche me desahogaba y lloraba, nunca frente a mi esposo. Gracias a Dios su organismo reaccionó y hasta la fecha él tiene 29 años y ya es papá de un hijo de seis años. En 1991 tuve otro embarazo, el cual fue muy deseado por toda la familia. Mis hijos estaban muy contentos y mi esposo también; yo me sentía mimada por ellos, me cuidaban. Yo seguía trabajando en SARH y hasta el final de mi embarazo me incapacité solo una semana antes de la fecha; me atendían de cesárea. Esta semana era para hacer los preparativos y dejar todo en orden porque nada más, me decía, yo estaba para hacerlo (tonta) ahora todo me duele, lo único que no me duele es la lengua por no tener hueso, nunca me sentí mal en este embarazo, nunca me hice eco, solo lo hacían si era necesario. El 5 de septiembre de 1992 nació Elías Bernardo, un niño muy blanco, se veía muy sano pero a las catorce horas de nacido, mi suegra y mi cuñada me llevan la misma noticia, que el niño no está en cunas normales y que está en cuidados intensivos y con convulsiones y yo con la experiencia anterior, me levanto, me fajo y voy a hablar con el médico y le digo: “doctor, yo quiero que le haga un TAC al niño” y él me dice: “señora, no siempre se convulsiona por problemas congénitos”. Yo le comenté lo del niño anterior, que podía ser por falta de vitaminas, en eso estamos revisándolo, y me ordenó: “usted váyase tranquila a su casa y hábleme a las diez de la noche para darle noticias del niño”. Salgo del hospital despescuezada y triste como gallina sin pollos, preguntándome por qué a mí, 74 por qué a nosotros, si yo no soy mala; callada todo el camino a mi casa, para esto ya vivíamos en el municipio de Guadalupe. Llegué y encontré tantos recuerdos del baby shower que me habían organizado mis vecinas; dan las diez de la noche y le hablé al médico y me dijo: “Ya logramos hacerle la tomografía al niño. La espero en la visita de las cuatro de la tarde para checar el TAC del niño anterior y de este niño”. Ya de ahí no me gustó nada. Cuando llegué, el médico me dijo: “aquí tengo el TAC del primer niño, tiene dos huecos en la masa encefálica y aquí tengo el del niño actual, Elías Bernardo, desgraciadamente el problema es peor, la única esperanza es que los medicamentos logren controlar las crisis convulsivas”, cosa que a mí no me gustaba, pues no quería tener a mi hijo adormilado como mantenían a Francisco. Le pedí a Dios, con más fe, que se lo llevara y mi esposo me decía: “¡estás loca, estamos nosotros para cuidarlo!”. “¿Cuánto tiempo?”, le pregunté. “Te doy un año para que te olvides de nosotros, porque ya no voy a tener tiempo para ti ni para los demás niños, el niño va a requerir de todos mis cuidados”. Así pasaron veinte días y murió después del 25 de septiembre, no recuerdo exactamente cómo pasó todo; el niño murió en el hospital, nunca salió de ahí, para esto yo ya tenía todo preparado para el funeral, hicimos una misa de cuerpo presente y de ahí al panteón. En este tiempo mi esposo trabajaba de noche en la clínica 25, mis hijos en la escuela y yo ya había dejado de trabajar por el problema que el niño tenía. Hubo un programa de retiro voluntario el cual aproveché. Yo sola en la casa tenía tiempo para llorar junto a sus recuerdos que había dejado, ya sin el niño y sin trabajo empiezan a cambiar las cosas: mi esposo, como tenía todo el día libre, cuidaba a mis hijos y yo empecé a trabajar en una mueblería allá en Cadereyta, propiedad de una hermana. Estuve buen tiempo trabajando ahí y luego empecé a estar al pendiente de mi mamá ya que tenía problemas para caminar: empezó a caerse, se quebró la cadera y dejé de trabajar para atenderla en mi casa. Mi mamá ya no podía caminar ya que hacía seis años se había quebrado la otra cadera y requería de 75 muchos cuidados. Mi esposo y yo peleábamos porque no tenía tiempo para él y él me reclamaba que por qué nada más yo la cuidaba. Un día, en el mes de mayo del año 2000, mi papá viene a visitar a mi mamá a mi casa y trajo calabacitas y elotes del rancho y fue a comprarme costillitas de puerco y comimos todos bien contentos. Ese día mi mamá le hizo encargos a mi papá, le dijo dónde estaban las escrituras, las joyas (las pocas que tenía), y a mí me extrañaba, mientras platicaba, yo estaba planchando y ella doblando ropa y mi papá nos acompañaba y nos dice: “ya me voy, ya se está haciendo tarde”, se despide mi papá y se va. En eso llega mi esposo, él y yo ya ni nos hablábamos, y mi mamá le dijo que ya se le había hecho tarde para ir al trabajo, pues trabajaba de noche y él le contesta: “sí, suegra ya me voy”. Yo ni existía para él, yo le decía: “primero conocí a mi madre que a ti”. Él se acababa de despedir de mi mamá y se fue a trabajar. Mi mamá me mandó a traer pañales pero yo mandé a mi hijo, cuando subo con los pañales la veo muy rígida, la recámara estaba obscura por las cortinas ahuladas que tenía, trato de prender el foco porque me sentía nerviosa y prendo el abanico por error y sin voltear a ver su cara, le agarro las piernas y las sentí muy tiesas, escuché un ruido en su boca y eran las placas que se le estaban saliendo y me voy directo a su boca, le saqué las placas para darle respiración de boca a boca y ya no tenía aliento, le hablé a mi hijo para que fuera por el doctor que vivía cerca. Cuando él llega me dice: “¿está usted preparada?” y le pregunto: “¿para qué?, si mi mamá ya no tiene aliento”. A las ocho de la noche le hablo por teléfono a mi esposo, yo dura con él porque no me hablaba, le dije: “Elías, ¿podrás ir al rancho a decirle a mi papá que mi mamá acaba de morir?”, pero no me creía: “¡estás loca, la acabo de ver!”, y le contesté “yo también”. Llegó mi esposo, recogió a mi hijo y fue a avisarle a mi papá. Cuando vuelve con mi papá, se regresa al trabajo y se lleva a mi hijo, para esta hora yo ya había hablado a la funeraria, al 76 Ministerio Público y ya tenía la carta del doctor. Me sentí apoyada cuando llegaron mis cuñados y mis hermanas, después llegaron los de la funeraria y recogieron el cuerpo. Me fui con ellos y la velamos al siguiente día. Pasaron los días y de tanta tensión, me sentí desvanecer pero mis vecinas me apoyaron y me llevaban de comer y me empecé a sentir mejor. Ahora me doy cuenta de que estaba deprimida. Una vecina me invitó a trabajar en su negocio de telefonía celular en Cadereyta, me pareció bien ya que tenía que distraerme. Con el tiempo empecé a deshacerme de las cosas de mi mamá, las regalaba a personas que las necesitaban. Así pasaron los años y se casó mi hija en el 2006, todos felices: mi papá, mi esposo y mi hijo. Mi esposo, algo inquieto porque no podía cumplir con toda su familia, yo tranquila, lo que mi hija decidiera ya que la boda la organizaban ella y su futuro esposo. Mi esposo tenía poco de haberse pensionado, una semana de haberse casado mi hija. Al poco tiempo tuvo un accidente automovilístico y sufría una embolia cerebral y yo dejé de trabajar para atenderlo. Gracias a Dios quedó bien, fue recuperándose con terapias. Nos fuimos a vivir al rancho para apoyarlo en su recuperación ya que no quiso ir a terapias en la clínica y decidió hacer su terapia con herramientas de trabajo para el jardín, con la podadora, con las tijeras también para podar, cortando naranjas, limones… y poco a poco salió adelante. Este accidente nos sirvió a los dos para valorarnos uno al otro. Ahora que estoy tomado el diplomado, comprendo tantas cosas. Ahora entiendo su comportamiento y el mío. Ya viviendo en el rancho, empecé a ver a mi papá distinto aunque se veía muy sano, pero un día empecé a notarlo deprimido, llorón por lo que le había pasado a mi esposo, entonces lo llevé con el doctor y me dijo que mi papá tenía Parkinson. Por esos días se casaba mi hermano de 35 años, mi papá estaba muy contento por mi hermano ya que éste tomaba mucho y después de que se casó dejó la bebida y vive su matrimonio muy enamorado. Mi papá les deja su casa a mi hermano y a su esposa y se va a vivir conmigo. Yo muy contenta porque mi esposo ya estaba 77 muy cambiado, ya que no me hizo vivir la misma experiencia que cuando mi madre. Ahí sí tenía todo el apoyo de mi esposo para atender a mi papá. Nos dábamos tiempo para disfrutar a nuestros nietos, José Emiliano y Marcelo, hijos de Mariana, y Elías Bernardo hijo de Elías, los esperamos cada fin de semana con ansias y cuando no vienen mi esposo se siente triste. Mi papá se fue deteriorando por la enfermedad hasta que dejó de caminar, aun así nunca hizo cama y murió el 27 de febrero del 2011. Cuando salgo de lo de mi papá, me acerqué a la iglesia por un tiempo, fue algo que me sirvió bastante espiritualmente. Luego me invitaron a participar en un taller de Desarrollo Humano, impartido por una Asociación Civil, Tejedoras de Cambios, y empiezo a ver algo diferente en cuanto a mi persona: a valorarme a mí misma, a quererme, a aceptar a la gente como es; siempre me gustó servir a quien lo necesitara, pero ahora me siento más humana. El día que no hago algún bien siento que no me rindió el día. Ya tenemos siete años que andamos paseando y disfrutando a nuestros nietos, dentro de nuestras posibilidades pasamos por el arroyo y ellos felices, les pongo tenis viejos de ellos mismos para que no se corten en el agua, pescamos tepocates y todo lo que hay en el agua y ellos conocen y descubren los juegos que se hacen en el rancho; hicimos castillos de olotes, huleras, avientan piedritas al agua para no matar pajaritos, no matan a las tarántulas porque tienen vida… y cosas así. Quisiera escribir más vivencias pero me siento ridícula ya que no pienso igual las cosas. Se me quitó aquel coraje, aquel rencor hacia la vida, hacia mi esposo. Estaba enojada con todos por lo que me había sucedido, empezando por el marido que me había tocado sin saber que yo así lo había escogido, tal como él era. Ahora soy una mujer más consciente de las cosas, pienso antes de criticar, pero con más cuidado, así lo he entendido en este grupo de mujeres que aunque ya nos conocíamos, la mayor parte asistiendo a este grupo, nos conocimos realmente quiénes somos en realidad. Quiero dar las gracias a las facilitadoras que con tanto esfuerzo hicieron para venir a Juárez, nunca se vieron 78 cansadas, siempre con un entusiasmo por transmitirnos sus conocimientos psicológicos y tantas vivencias que compartimos juntas que yo las veo como a mis hermanas. Gracias a Estrella por tener paciencia en cuanto a su trabajo que desempeñó durante este diplomado, y a Dariela por saberme escuchar y corregirme cuando tenía que hacerlo, a Delia por tomar el diplomado con nosotras ya que de ella aprendí lo suficiente para recordarla constantemente. Personas que me conocen me dicen que no parezco la misma, que se me nota en el semblante, que ya no frunzo la cara como antes, yo nunca lo noté. Ahora que veo a aquellas personas que me hicieron daño, más grandes de edad, más enfermas, enojadas porque ya no sienten ese poder que tenían antes, agradezco ahora a estas otras personas que me invitaron a este diplomado porque gracias a ellas supe perdonarlas. 79 Decisión correcta – Enamorada DEDICATORIA A mis padres que me protegieron, cuidaron, me dieron la vida, educación, cariño y amor. Gracias por todo, los quiero. A mis hijos: son lo mejor que me ha pasado en la vida, los amo. A mi esposo, mi compañero, mi apoyo, el amor de mi vida, mi muñeco, te quiero mucho. Y por supuesto también se lo dedico a Dios, gracias por estar siempre a mi lado. Gracias, gracias. Nací el 14 de enero de 1964 en Monterrey, N.L., ahí viví durante dos años, luego mis papás decidieron venirse a vivir al municipio de Juárez, N.L., donde actualmente resido. Mi familia de origen está formada por mi papá (+), mamá y siete hermanos. Mis papás siempre me trataron con cariño, tuve una niñez feliz, vivía en una casa con un patio grande donde jugaba con mis hermanos, amigos y primos. En esa etapa no tenía obligaciones, así que todo era jugar y descansar pues aunque tenía cuatro hermanos menores que yo, no tenía que cuidarlos, de eso se encargaba mamá. Mi papá fue un gran hombre y mi mamá una gran mujer, los dos luchones y muy buenos padres, los quiero mucho. Se llegó la hora de ir a la escuela primaria, etapa que disfruté mucho; en el descanso jugaba a la cuerda, a la matatena o a los encantados. A esa edad empecé a tener obligaciones, como obtener buenas calificaciones y lavar los platos que se usaban para la cena, como no alcanzaba el fregadero arrimaba una silla, mi hermana mayor lavaba los de la comida, pues había que ayudar a mi mamá con los quehaceres de la casa. También la etapa de la secundaria la disfruté mucho, me gustaba participar en todo, en cuanto el maestro preguntaba quiénes podrían hacerse cargo de alguna actividad, yo ya estaba levantando la mano junto con mis amigas, con las cuales todavía tengo amistad. Ahora no me explico cómo nos 80 confiaban tantas cosas los maestros pues estábamos muy chicas. En una ocasión nos encomendaron hacer la comida para el día de las madres, no para toda la escuela, nada más para el salón donde yo estaba porque así se usaba. Y pues, ¡manos a la obra!, era como jugar a las comiditas pero de verdad, conseguimos unas cazuelas, pusimos leña, hicimos cortadillo y nos quedó muy rico, donde batallamos fue con el arroz ya que no le calculamos la cantidad y en cuanto empezó a inflarse, el grano se salía por todos los lados de la cazuela y la lumbre se empezó a apagar. Fue todo un show. En otra ocasión hicimos ensalada de pollo para otro evento, parecía más fácil, pero no fue así porque no conseguimos pollos en la única carnicería que había en Juárez. Entonces compramos los pollos vivos, una amiga los mató y pusimos lumbre en el patio para calentar el agua para desplumarlos y cocerlos, las papas y las zanahorias las cocimos en la estufa. Ya que quedó lista la ensalada la guardamos en el refrigerador, el evento sería hasta el día siguiente. Todo esto lo hicimos en la casa de una amiga, sus papás tenían un negocio y se iban a trabajar, así que estábamos solas. A alguien se le ocurrió que deberíamos de bañarnos, para llegar cada quien a su casa a dormir, nos pareció buena idea pues no se acababa la plática, así que volvimos a poner lumbre para calentar agua, -en casa de mi amiga no había boiler-, en el mismo bote que usamos para cocer y desplumar los pollos. Metimos el bote al cuarto de baño, y como no traíamos ropa para cambiarnos, nos bañamos desnudas y no prendimos el foco, ya era de noche y no se veía nada de nada. Total que así nos bañamos aunque el agua olía a sangre y a pollo, pero no nos importó, nos cambiamos ahí mismo a oscuras y hasta que nos fuimos a la recámara nos dimos cuenta que habíamos quedado peor, estábamos todas manchadas de tizne del bote y hasta plumas traíamos en todo el cuerpo. Así me fui a la casa, toda apestosa a pollo a bañarme de nuevo. En esa misma época, a mis catorce años, me gustaba un muchacho, él tenía 18 años, era compañero de mi hermana mayor y amigo de mis hermanos, también mayores, y cuando 81 iba a la casa a buscarlos, yo salía para verlo. Un día andaba yo con mis amigas en la plaza y me pidió que fuera su novia, no dudé en decirle que sí, pues estaba muy guapo. Hasta ahorita que estoy escribiendo me doy cuenta que fui su novia sin haber sido antes su amiga. Durante ese tiempo había un programa de alfabetización para adultos y él era uno de los que daban el curso, entonces me pareció que además de guapo era inteligente e interesante. Así empezó el noviazgo, cuando él tenía oportunidad iba por mí a la salida de la secundaria y me acompañaba a la esquina de la casa. Fue un noviazgo ahora sí que de los de antes, yo estaba muy chica y aunque él era más grande, muy apenas si nos tomábamos de la mano. Yo estaba feliz de ser su novia, pensaba que con él me iba a casar y como en los cuentos seríamos muy felices, pero así como el día menos pensado me pidió que fuera su novia, también el día menos pensado me dijo que ya no podríamos ser novios, que yo era menor de edad, que mejor cuando estuviera grande hablábamos. Me sentí muy triste. Eso pasó en el mes de agosto y faltaban cinco meses para cumplir mis quince años, creí que para entonces, ya tendría edad de ser su novia. Mientras mis papás organizaban la fiesta, yo contaba los días que faltaban para que él me volviera a pedir que fuera su novia. La fiesta no podrían hacérmela el día de mi cumpleaños porque una tía de mi papá estaba muy enferma, así mis papás decidieron que fuera dos meses después de mi cumpleaños, que a mí se me hicieron eternos, pero ni modo, había que esperar. Ya le había mandado la invitación a mi exnovio para mi fiesta, todo estaba listo, faltaba solo un día, yo emocionadísima para disfrutar de mi gran evento. Pero cuando estábamos en los últimos preparativos, vinieron a avisarle a mi papá que su tía había muerto, entonces ellos decidieron hacer unos cambios: no habría música, la comida sería en el patio de la casa en lugar de en el salón, además que la misa de mis quince años fuera la misa de cuerpo presente de la tía de mi papá y la mía sería la siguiente. 82 Al terminar la misa de la tía, yo estaba esperando a que el padre viniera a recibirme, cuando salen de misa los familiares, al verme me felicitaban, algunos me decían que me veía muy bonita y así entre abrazos de felicitaciones, llanto, y frases como “te acompaño en tu pesar, lo siento mucho”, se nos fue la tía, que era tan buena, pero daba comienzo mi gran fiesta. Sí, mi gran fiesta que con tanto cariño y esfuerzo me organizaron mis papás, así que yo no hice ningún reproche ni berrinche pues nadie tenía la culpa de lo que había pasado. Mis papás se quedaron en misa conmigo, mientras que los tíos por parte de mi papá fueron al panteón y luego vinieron a comer a la casa. Pero no todo fue triste ese día, aún recuerdo la cara de mi papá cuando me vio con mi vestido celeste y sombrero del mismo color, se puso emocionado, sus ojos estaban llorosos y en su rostro se veía una gran y bonita sonrisa, cómo olvidarlo, no me dijo nada pero su silencio habló y yo lo escuché, parecía decirme que me quería, que estaba orgulloso de mí, que no quería que sufriera nunca. Después de comer y platicar con los invitados, me percaté de que mí exnovio no había llegado a la fiesta. Después de un tiempo, los invitados se empezaron a despedir y él no llegó, supuse que le daba vergüenza, entonces les pedí a mis amigas que me acompañaran a la plaza que está a media cuadra de la casa de mis papás a ver si él estaba ahí. Yo aún estaba con mi vestido de quinceañera y nos fuimos, pero él no estaba, me dio tristeza pero tenía la esperanza de que me buscara después y me volviera a pedir que fuera otra vez su novia. No fue así, pasaron los días, semanas, meses, años y nada, curiosamente aunque vivíamos cerca no nos topábamos ni por casualidad. Yo seguía haciendo mi vida normal, durante dos años no perdí la esperanza de que él me buscara. Ya cansada de esperarlo tuve mi segundo novio, todo iba bien en el noviazgo cuando de repente aparece el susodicho, al que tanto había estado esperando, me invitaba a salir y yo le decía que no me molestara, que tenía novio; luego, se alejaba un tiempo y volvía a buscarme, pero yo siempre le decía que no. Por otros motivos mi segundo novio y yo decidimos 83 terminar nuestro noviazgo. Mi primer novio me seguía llamando por teléfono para invitarme a salir, ya no me molestaba que me hablara, al contrario cuando no me hablaba me preocupaba. El 16 de marzo de 1985 hubo un baile, unas amigas me convencieron pues yo no quería ir, esos bailes eran para gente más joven y yo tenía 21 años. Ya estando ahí un amigo me invitó a bailar, andábamos bailando cuando vi entrar a mi primer novio, casi de inmediato me fui a sentar a ver si me pedía que bailara con él y así fue, bailamos y luego nos fuimos a la plaza a platicar. El me pidió que nos diéramos una oportunidad, que deberíamos de tratarnos a ver si las cosas funcionaban y que si no funcionaban él ya no me volvería a molestar, ya no era yo la chamaquita de secundaria ni él un adolescente, yo tenía 21 años y él 25. Le dije que estaba de acuerdo y empezamos a salir; todos los días nos veíamos: iba por mí a la oficina, íbamos a cenar o al cine, no discutíamos, todo era amor, amor y más amor. Pasaron solamente cuatro meses cuando me dijo que si nos casábamos, yo acepté, lo comenté con mi mamá, me preguntó que si estaba segura de querer casarme, yo le dije que sí pues él se había propuesto enamorarme y lo había conseguido. El veinte de agosto sus papás fueron a pedir mi mano y empezamos a preparar la boda, decidimos casarnos el once de octubre así que en menos de mes y medio preparamos la boda; antes no se ocupaba tanto tiempo como ahorita, nos casamos por el civil y por la iglesia, tuvimos una boda muy bonita, sencilla ya que no había mucho presupuesto. A mitad de la boda mi ya marido me raptó, me pidió que saliéramos del salón a tomar aire fresco, pero no era cierto, él ya tenía todo planeado para irnos, un amigo suyo nos estaba esperando para llevarnos a un hotel, ya estaba hecha la reservación y yo ni sabía nada. Su amigo llevaba la botella y las copas para brindar en el hotel, no nos despedimos de nadie, dejamos a los invitados, nos fuimos y pasamos a la casa por algo de ropa. Habíamos planeado irnos de luna de miel a Cancún, ya 84 estaban hechas las reservaciones pero en septiembre de 1985 hubo un terremoto en la ciudad de México, donde mucha gente murió, a mí me dio miedo y cancelamos el viaje, con el dinero que nos regresaron compramos algunos muebles. No me arrepiento de haberme ido a mitad de la boda pero me hubiera gustado bailar la víbora de la mar, brindar, y partir el pastel. A otro amigo le pidió que llevara los regalos a la casa donde íbamos a vivir. Así empezó mi vida de casada, los dos trabajábamos, él me llevaba a la oficina y se iba a su trabajo. Al principio no teníamos boiler, él se levantaba primero y me preparaba el agua para bañarme, el desayuno y hasta me ponía lonche para comer en la oficina, él salía más temprano que yo del trabajo así que llegaba a la casa, preparaba la cena e iba por mí a la oficina. Me consentía bastante, la verdad no me podía quejar. Bueno, nos consentíamos mutuamente. La casa donde vivimos recién casados era de un amigo suyo y no pagábamos renta, vivimos menos del año porque su amigo decidió casarse. No hubo necesidad de que nos pidiera la casa, nosotros empezamos a buscar una de renta. Y conseguimos un tejaban que estaba muy cerca de la casa de mis papás. Me gustaba la idea de vivir cerca, así los podría ver más seguido, a ellos y a mis hermanos, a los cuales quiero mucho, pero la casa donde vivíamos primero estaba en el municipio de Guadalupe. No sabíamos en qué condiciones estaba el tejaban pues mi marido no quiso venir a verlo, así que llegamos con mudanza a instalarnos a nuestra nueva casa, pero ya estando ahí a él no le gustó ya que no estaba en muy buenas condiciones; a mí tampoco me gustaba pero como fuera quería vivir ahí. Entonces fuimos a casa de sus papás, les explicó la situación y le ofrecieron su casa, nos fuimos a vivir con ellos, en el tejaban dejamos los muebles sólo nos llevamos la recámara, el refrigerador y la tele. No sería por mucho tiempo, ya estaban por autorizarnos el crédito para una casa de INFONAVIT, no era tan fácil ya que uno de los requisitos era tener hijos y yo ni siquiera estaba embarazada; no obstante, mi esposo trabajaba en obras públicas de Juárez y el alcalde ayudó para que nos autorizaran el crédito, así que al año de casados 85 ya teníamos casa propia… bueno, solo faltaba pagarla. Vivimos dos meses en la casa de mis suegros; todos me trataron muy bien, bueno, no todos, pues la hermana más chica de mi esposo no me quería, y es porque quería mucho a su hermano y estaba celosa. De hecho fue nomás por poco tiempo ya que después me acepto y nos llevamos muy bien. Aprendí muchas cosas de mi suegrita a quién quiero mucho, siempre hablo bien de ella, siempre digo recio y quedito que es una verdadera dama; a mis cuñados y cuñadas también los he apreciado toda la vida y a mi suegro (+) también lo quise mucho. Cuando decidimos casarnos fuimos con una ginecóloga para que nos recomendara unas pastillas pues por lo pronto no quería embarazarme, dado que pensaba seguir trabajando, aunque me cuidé solo unos meses pues los dos ya queríamos ser papás. Cuando tuve la sospecha de que estaba embarazada nos pusimos muy contentos y más cuando se confirmó el hecho, que fue de lo más tranquilo gracias a Dios. Para entonces yo ya no trabajaba, sólo me dedicaba a los quehaceres de la casa, a atender a mi marido y a disfrutar el embarazo. Se llegó el tan esperado día, el 23 de mayo de 1987, después de muchas horas de trabajo de parto nace una linda, hermosa niña y lo más importante, sanita. Qué emoción tan grande sentí cuando me la acercaron para que le diera mi primer beso, yo no paraba de llorar pues estaba muy emocionada y le agradecía a Dios que todo hubiera salido bien y por haberme permitido ser madre. Fue algo maravilloso. Esa linda y hermosa niña actualmente tiene 24 años, es Licenciada en Nutrición, ya está casada y tiene una niña de siete meses; o sea que yo ya soy abuelita, etapa que estoy disfrutando mucho… ¿qué digo mucho?, ¡muchísimo! También soy suegra, ¡bienvenido a la familia, yerno! Apenas se me quitaba lo cansado de lavar pañales, fue alérgica a los desechables, tenía que preparar biberones y de las muchas desveladas que pasé pues esa linda y hermosa niña no tenía el sueño volteado de los que duermen en el día y en la 86 noche, no. ¡Ella no tenía sueño ni de día ni de noche, dormía muy poco! Mi esposo por las tardes cuando llegaba de trabajar me ayudaba con ella. Mi esposo y yo teníamos la ilusión de ser padres por segunda vez, así que me embaracé de nuevo. El embarazo fue muy tranquilo, no hubo ninguna complicación. Esperamos pacientemente a que se llegara el día 28 de noviembre de 1990, fecha en que nació y se repitió la historia de mi primer embarazo, después de horas y horas en trabajo de parto nace una linda y hermosa niña, también muy sanita, gracias a Dios. Igual me la acercaron para darle mi primer beso y yo no podía contener las lágrimas, estaba muy emocionada; le di gracias a dios porque todo había salido bien y por permitirme ser madre por segunda vez. Actualmente esa linda y hermosa niña tiene veinte años y estudia Administración. Mis dos hijas ante la sociedad dejaron de ser niñas pero para mí lo siguen siendo. Las quiero mucho. Me embaracé por tercera vez… pero esta vez la historia fue diferente, esta vez no fue un embarazo tranquilo sino que hubo complicaciones, tenía dos meses de embarazo cuando me dieron cólicos, cosa que no me había pasado antes, supuse que algo podría andar mal, fui al médico y supuse bien: algo andaba mal. Después de unos estudios y un eco, el médico me dijo que lo que yo creía que eran cólicos, eran contracciones, tenía amenaza de aborto debido a un problema en la matriz, por lo que me advirtió que este embarazo era de alto riesgo. Me ordenó: “Deberás tener reposo absoluto pues entre más avance el embarazo, habrá más riesgos”. Mientras él hablaba, como en automático yo tenía un nudo en la garganta: no podía creer lo que me estaba diciendo, no me importaba que a mí me doliera todo lo que tuviera que dolerme pero a mi bebé no. Salimos de ahí muy tristes; me acompañaba mi esposo y él trataba de darme ánimos diciéndome que siguiendo las indicaciones del médico todo iba a estar bien, pero yo no podía dejar de llorar. A partir de ahí empezó el reposo, me la pasaba acostada; al principio mi esposo se hacía cargo de atender a las niñas, de mantener más o menos limpia y ordenada la casa, de preparar 87 la comida. Él trabajaba por su cuenta, así que organizaba su horario. Días después, como por arte de magia, llegó mucha ayuda, de mis papás, mis suegros, hermanas, cuñadas, tías, vecinas… por supuesto mi esposo, aunque mucha gente ayudó, siguió haciéndose cargo de muchas cosas. El doctor no se equivocó: conforme avanzaba el embarazo, éste se complicaba más; aun estando acostada y tomando los medicamentos como me los había indicado, me daban las contracciones más fuertes y más seguidas. Cuando me daban éstas, debía tomarme unas pastillas e irme de inmediato al hospital. Durante el embarazo algunas veces estuve internada, me atendían las enfermeras y en la casa me hacía compañía y me atendía una linda enfermerita, mi hija de tan solo tres años, ella se la pasaba a mi lado cuando me daban las contracciones, se daba cuenta y me decía: “te doy la pastilla que es de color de la sangre y la chiquita”. Le llamaba a mi esposo para que me llevara al hospital y mientras él llegaba, la chiquita nos daba besitos al bebé y a mí, diciéndonos que ya no nos iba a doler porque ya me había tomado las pastillas. Ella estuvo siempre ahí conmigo; para que no se aburriera yo le contaba un cuento y ella me contaba otro a mí. Yo tarareaba canciones de las Muñequitas y ella tenía que adivinar cuál era y seguirla cantando, luego a ratos dormíamos. Además veíamos la tele, platicábamos entre nosotras y también con la gente que nos iba a visitar, esto era todos los días. También mi hija mayor estaba conmigo pero menos tiempo, pues estaba en la escuela y por las tardes iba a clases de inglés. Cuando llegaba mi esposo del trabajo, estábamos todos juntos. Viviré eternamente agradecida a todos los que estuvieron apoyando en esos momentos, pero muy especialmente a mi enfermerita, mi gordita preciosa, gracias. Según los ecos, el bebé sería varoncito, y esta vez no hubo horas y horas en trabajo de parto pues fue cesárea, lo que sí fue igual es que lo esperamos con la misma ilusión que a sus hermanitas. Pasaron los días y los meses hasta que llegó el tan esperado 88 día, estaba programada para el siete de julio pero el día cinco me dieron las contracciones, esta vez acompañadas de sangrado, por lo que le llamé al doctor. Él me dijo que no perdiera tiempo, que me fuera al hospital, que el bebé ya iba a nacer, y que iba a preparar todo para cuando yo llegara. Mi esposo no estaba y no había manera de localizarlo, así que le llame a mi mamá, ella y un hermano me llevaron al hospital, las niñas se quedaron con una vecina. Ya estaba todo listo: me esperaba una enfermera en la entrada del hospital, en una silla de ruedas me llevó al quirófano, me hicieron cesárea y en menos de una hora escuché su primer llanto, yo desesperada preguntaba que si estaba bien, y sí, gracias a Dios, todo estaba bien, por fin había nacido mi bebé: esta vez no fue una linda y hermosa niña sino un apuesto varoncito. Ese apuesto varoncito actualmente tiene 17 años, sigue siendo apuesto y sigue siendo mi bebé. Lo quiero mucho. Me dediqué a mis hijos y a mi marido, siempre esmerándome en complacerlos en todo. Los fines de semana salíamos a pasear en familia a lugares donde ellos se pudieran divertir. Cuando estaban más grandecitos, hubo un tiempo en que mi esposo nos llevaba al estadio a ver jugar a sus Tigres, después los hijos empezaron a tener sus compromisos y ya no querían acompañarnos, por tanto nos íbamos él y yo. Algunas veces los domingos íbamos a los toros, mi esposo nos invitaba a todos y si los hijos no querían ir, nos íbamos solos, a mí no me gusta el futbol ni los toros, pero me encantaba andar con él, así que yo nunca le decía que no, me sentía como su novia, disfrutaba de su compañía y de sus atenciones, eso me hacía muy feliz, a nuestros hijos también les gustaba que saliéramos, ellos decían que parecíamos novios, también algún tiempo salíamos con un grupo de amigos a ver algún espectáculo, otras veces él y yo solos. Salir solos era lo máximo, pues además de sentirme feliz, me sentía querida. Eso fue cuando los hijos ya estaban grandecitos, aun así se quedaban acompañados por un adulto de nuestra confianza. Cuando ellos estaban chicos no salíamos a ninguna parte 89 porque no nos gustaba dejarlos. Hemos salido de vacaciones todos juntos a varias playas, y en una ocasión invitamos a mi mamá a Puerto Vallarta pues no conocía el mar y tampoco se había subido al avión, esas vacaciones fueron especiales pues desde que me casé no había estado tanto tiempo con mi mamá. Yo disfruté a mi mamá, mis hijos a su abuelita y aunque parezca mentira mi esposo a su suegra. Se llevan muy bien, mi esposo se desvivía por atenderla. Cuando salimos solos o en grupo fue por un periodo corto, ya que mi esposo tenía mucho trabajo y poco tiempo para salir a divertirnos, yo entendía que él estaba muy ocupado, que esperaba el fin de semana para quedarse en la casa a descansar. Yo lo entendía a él, pero, ¿a mí quien me entendía?, yo quería salir de la rutina de toda la semana y salir a pasear. Pasa el tiempo, él seguía con sus compromisos personales y de trabajo, mis hijos en sus escuelas y con amigos. Yo, además de los quehaceres de la casa, no tenía ninguna otra actividad. Me sentía muy sola. Continuamos, él en sus cosas y yo en las mías, cuando veía que andaba relajado del trabajo le volvía a decir a mi esposo que por qué no salíamos como antes, que me sentía muy sola, que lo necesitaba… y siempre me decía que estaba muy ocupado, que tenía mucho trabajo, que para qué lo necesitaba a él para salir, que saliera con mis amigas; entonces cada vez que me sentía triste y aburrida, le hablaba a alguna amiga, para ver si íbamos a comer o al cine, pero como no siempre estaban disponibles, empecé a ir a un casino a jugar a las maquinitas, me entretenía un rato pero eso no me llenaba. Me llegué a sentir muy sola, sentía que a mi marido ya no le importaba, que no me quería, no dejaba de preguntarme ¿qué pasó?, en qué fallé, si yo todavía estoy enamorada de él, a qué hora se había acabado su amor por mí, a qué hora dejé de interesarle a mi esposo, el amor de mi vida, “¡¿qué pasó, qué pasó?!”, me preguntaba una y otra vez. Yo sólo le pedía que compartiera conmigo un poquito de su tiempo, me sentía muy sola, me hacían tanta falta los “te 90 quiero”, aquellas llamadas por teléfono cuando tenía mucho trabajo y me decía que solo quería escucharme, porque eso le serviría para llenarse de energía y así el resto del día se le haría menos pesado, extrañaba esas tarjetas de cumpleaños acompañadas de un gran ramo de flores, que me gustan pero lo más importante era la tarjeta donde me expresaba su amor. Las flores las seguía recibiendo pero no aquellas lindas tarjetas, extrañaba sus atenciones, las muchas cosas que me hacían sentirme feliz y querida. Sentía que me iba volver loca, nada más de andar piense y piense, y por más que intentaba ordenar mis pensamientos no lo lograba. Cuando estaba pasando por todas estas emociones, una amiga me invitó a tomar el curso “El Guión de mi Vida”, no dudé en decirle que sí. Ya quería que se llegara el día para ver de qué se trataba, si me gustaba o no, si me serviría. El primer día mientras me preparaba para ir al curso me sentí muy bien, no podía creer que después de 22 años de dedicarme a mis hijos, marido y hogar, me iba a dedicar a mí un tiempo, aunque fueran dos horas a la semana. Me sirvió mucho haber tomado este curso, aprendí muchas cosas junto con mis compañeras, agradezco a Sandra la facilitadora, y a todas mis compañeras, mujeres maravillosas, gracias amigas, las quiero mucho. Al terminar ese curso comenzaría otro, éste se llamaría “Tejiendo mi Vida”, hasta el nombre me pareció interesante… Y pues allá voy, o más bien allá vamos porque las compañeras del “Guión de mi Vida” también se interesaron, la facilitadora de este curso tan interesante -y que a mí en lo personal me sirvió mucho-, fue la Lic. Dariela, la „mayestra‟, como le decíamos algunas de cariño, es una lástima que el curso se haya terminado, me hubiera gustado seguir compartiendo con Dariela y todas mis compañeras esas platicas tan valiosas y comentarios tan intensos, donde a veces reíamos, otras veces llorábamos. Pero sobre todo cuando necesitaba que alguien me escuchara, o cuando necesitaba un abrazo, o una sonrisa, ¡ahí estaban ellas! Gracias por todo, siempre las voy a llevar en mis pensamientos y en mi corazón. Las quiero mucho. 91 P.D. Después de haber tomado estos maravillosos cursos, entre otras cosas aprendí que yo soy dueña de mí tiempo mas no del tiempo de otras personas. Así que no puedo disponer del tiempo de mi marido. Por más que pienso y pienso y sigo pensando cómo terminar este relato, lo único que puedo afirmar es que sigo enamorada de mi esposo como una quinceañera. No puedo dejar de decir que me gustaría volver a ser su novia. También estoy enamorada de la vida, de mis hijos, de mi nietecita, de mi prójimo, de Dios. Me siento muy feliz. Gracias. Los seres humanos empezamos a envejecer cuando dejamos de amar, así que yo pienso ser eternamente joven. Un cambio que veo en mí y que no quiero dejar de mencionarlo es que antes de entrar a los cursos tenía un problema de habla, tartamudeaba un poco, pero sí se notaba, y ahora no sé qué paso pero ya no tartamudeo. ¡Gracias por todo, gracias, Dios! 92 En pleno vuelo – Mariposa Nací en Monterrey, Nuevo León, un nueve de enero de 1968. Estoy casada con un hombre al que amo; un hombre responsable y trabajador al que agradezco primeramente su amor incondicional, su compañía diaria y su comprensión. Ha sido mi compañero de vida desde hace 29 años. Tenemos tres hijos, de los cuales estoy muy orgullosa por sus logros ya que son muy importantes en mi vida. Ellos son maravillosos, cariñosos, responsables, emprendedores y trabajadores, ya mayores de edad los tres; uno de ellos ya casado y mi nuera, hermosa, esperando su primer bebé y yo esperando ser abuela por primera vez, primero Dios. A ellos quiero dedicarles esta historia tomada desde mis primeros recuerdos de mi vida, buscando y removiendo cosas que a veces duelen, otras menos. Cosas que uno cree olvidadas, recuerdos y vivencias hermosas que vale la pena traerlas al presente y me doy cuenta de la importancia que tiene plasmar mi propia historia porque si no, algún día se perderá en el tiempo. Creo que todas y todos deberíamos de hacerlo. Es un trabajo interior muy importante, que duele a veces pero también reconforta y sana. Mis padres son Ángel y María; soy la quinta de seis hermanos; somos dos mujeres y cuatro hombres. Mi padre es originario de Allende, Coahuila, el más chico del primer matrimonio de su padre. Él quedo huérfano de madre recién nacido y a su padre lo mataron cuando él tenía siete años. Mi madre es de Monterrey, Nuevo León, la mayor de sus hermanos: cuatro mujeres y un hombre. Mis padres se casaron en 1958, él de 29 años y mi mamá de 16. Mamá decía que papá se parecía a Pedro Infante, era muy guapo, de estatura media-alta, pelo negro, ojos chicos y bigote. Mi mamá, hermosa, de estatura media, ojos café y con su cintura de 50 centímetros, ya se imaginarán... Mi papá era de un carácter alegre y bromista pera a la vez estricto y gritón, bueno, así hablaba él aun andando de buenas. Era muy amiguero, trabajador, responsable y muy sociable. Le gustaba ayudar a la gente. 93 Mi mamá también era muy alegre y sociable, le encantaba la música de Julio Iglesias, le gustaba bailar, amiguera, luchona, trabajadora y siempre se preocupaba por los demás. Ambos ya fallecieron. Mi padre hace 27 años, de un infarto. Él siempre decía: “el día que yo me muera ojalá sea de un infarto para no sufrir”, y así fue. A él no le gustaba ir al doctor pero aun así tomaba sus pastillas para la presión alta y para lo demás se tomaba un Mejoralito, con eso se aliviaba, decía él. Mi mamá falleció hace tan sólo un año, de insuficiencia renal después de sufrir otras enfermedades anteriores, las cuales había superado pero también habían deteriorado su organismo hasta que ya no pudo seguir en la lucha; siempre con una actitud positiva venció muchas cosas. Nunca se daba por vencida, me dejó un gran ejemplo de lucha, de tenacidad, de entrega, de amor: fue una guerrera hasta el final. Los dos me dejaron recuerdos hermosos, valores muy fuertes inculcados desde niña, como el respeto a los demás y la responsabilidad. Me dieron también su gran amor, un amor tan grande, sin límites, que mi madre aun estando tan enferma se preocupaba por mí. En ocasiones que me sentía un poco mal me decía: “cuídate, tómate algo para que te sientas mejor”, y ella tan grave que lo mío realmente no era nada y yo pensaba: ¿cómo puede ser tan fuerte? Sólo el amor de madre puede actuar así, no hay duda, ahora lo valoro más que nunca. Los extraño, extraño sus consejos, sus palabras, sus bromas, su sentido del humor, su olor, su presencia, los recuerdo siempre y a cada momento en cosas y detalles de todos los días. Ahí están presentes, en mis gestos, palabras y mis propias actitudes. Ahí están, al fin y al cabo, soy parte de ellos mitad y mitad; los amo y los amaré siempre. De mi infancia tengo recuerdos bellos, casi siempre jugaba a juegos de niños pues tengo cuatro hermanos y una hermana: jugaba a las canicas, a la rayita, a las escondidas, a los encantados, me divertía mucho; también usaba la hulera, la carabina de postas y montaba a caballo; jugaba más con mi hermano, el más chico, pues mi hermana me lleva siete años de 94 diferencia y aun así, a veces, jugaba conmigo a las muñecas y me llevaba con ella a pasear con sus amigas. Cuando tuve edad para ir al kínder, solo estuve unos meses pues yo no quería estar ahí, yo quería ir a la escuela donde estaban mis hermanos, a la primaria, pues estaba a una cuadra. Un día, abrí la cerradura del barandal y me fui caminando a la primaria, crucé las calles yo sola y la maestra le dio la queja a mi mamá. Yo fui a dar a la primaria, al salón de mi hermana que estaba en quinto año, por cierto, ese día tomaron la foto del grupo y yo salí en medio de todos; pues desde ese día mamá habló con el director de la escuela para ver si me aceptaban y me dejaron como oyente en primer año y sí pasé. Después entré a segundo y así cursé toda mi primaria. Para ir a la escuela, mi mamá o mi papá nos llevaban en la camioneta pues vivíamos a diez minutos de camino. Vivíamos en una granja ya que mi papá se dedicaba a la avicultura y a la ganadería. Tenía una carnicería de carne de borrego y preparaba barbacoa los domingos. Ahí ayudábamos todos en nuestro tiempo libre. Mis hermanos aprendieron a sacrificar a los borregos para la venta, mamá ayudaba a hacer los machitos y en todo lo demás. Recuerdo que una señora, clienta de la carnicería, iba cada domingo y le decía a mi mamá: “véndame a su niña”, y mamá le decía: “no, cómo cree, ni por todos los millones del mundo”, y yo le decía después: “deja que me lleve, y ya que te pague vas y me robas y me traes otra vez a la casa”, y mamá se reía. Crecí en un ambiente al aire libre, donde corría por todo el patio de la casa: era un terreno muy grande, al fondo había corrales para los borregos, gallineros y también había vacas. Cuando fui creciendo y entré a la secundaria, me iba en transporte escolar. Cómo olvidar el claxon del camión cuando pasaba por la casa, era tan fuerte que nos despertaba a todos. Mi casa estaba ubicada a la orilla de la carretera, entonces se oía cuando pasaba el transporte y a esa hora me levantaba; de regreso del recorrido del transporte, me subía para ir a la secundaria. En esta etapa me divertí mucho. Hice muchas amigas inolvidables, por cierto, todavía conservo algunas. Me gustaba 95 participar en todo: estuve en danza folklórica, en la estudiantina, en poesía coral, en el equipo de balón-mano para mujeres y fui “Reina del Estudiante”, claro, también hubo detalles incómodos que me marcaron pero que poco a poco los he ido olvidando. Todos los días al salir de la secundaria, me iba caminando con mis amigas a la Presidencia, pues ahí trabajaban mi papá y mi mamá y yo llegaba a su oficina a esperar que salieran para irnos juntos a la casa. En ocasiones le ayudaba a mamá a terminar el trabajo que tenía pendiente en su oficina para irnos más rápido. En este período nació mi primer sobrino, hijo de mi hermana; como ella trabajaba fuera, mi mamá, mi papá y todos lo cuidábamos. Desde que nació, creció con nosotros. Mi hermana viajaba cada fin de semana para venir a verlo y regresaba al trabajo, pues era educadora y le habían dado la plaza en otro estado. Así pasaron como dos años, para entonces yo ya había entrado a la preparatoria. En todo este tiempo, mi mamá y yo éramos inseparables, íbamos juntas a todas partes, hasta en el trabajo, pues ella trabajó en el DIF Municipal y yo era voluntaria (para estar ahí con ella en mis tiempos libres). Ahí nació mi espíritu de servicio pues conocí mucha gente y sus necesidades, y aprendí que es bueno ayudar a los demás y que la satisfacción que te deja es tan grande que con nada se puede pagar, es algo que te llena de gozo por dentro. Cuando entré a la preparatoria en Cadereyta, algunas de mis amigas seguimos juntas y otras se fueron a estudiar a Monterrey. Fue otra etapa hermosa de mi vida: la etapa de los XV años, el mío, el de mis amigas y el de mis compañeras. Iba a fiestas seguido pues me invitaban, a veces con dificultad porque mi papá era estricto y no me quería dar permiso pero mi mamá lo convencía, ella abogaba por mí; así conocí más personas. Yo era algo tímida y seria, pero me gustaban las fiestas y así fui relacionándome y socializando un poco más. Estando en la prepa tuve mi primer novio. Nada serio ni formal, solo nos veíamos ahí en la prepa o en alguna fiesta. Después tuve más novios, algunos más significativos que otros. En tercer semestre dejé una materia pendiente, y al 96 terminar cuarto semestre todavía no lograba pasarla: se me complicaba tanto la química que esto no me permitió inscribirme en la facultad pues no me dieron mi kardex hasta el siguiente enero y las fechas se habían pasado. Entonces entré a estudiar cursos que no terminaba, como: inglés y computación. Era muy indecisa y realmente no sabía bien lo que quería. En ese tiempo tuve otro novio, mi actual esposo. Fue un noviazgo muy bonito y me enamoré profundamente. Él de estatura media-alta, blanco con ojos color café claro que me encantaron, usaba bigote y tenía carácter alegre. Lo conocí en su trabajo pues papá trabajaba muy cerca; me saludaba cuando nos encontrábamos de paso, después empezamos a platicar y un día me invitó a salir y nos fuimos conociendo. Cuando él me pidió que fuera su novia fue en una misa de gallo, un fin de año de 1984. En medio de la misa se me acercó y me dijo al oído: “¿entonces qué?, vas a ser mi novia, ¿sí o no?” Y yo le contestaba: “espérate, al rato te digo”, y él me volvía a insistir: “es que al salir de la misa cuando les demos el abrazo a los demás, ¿qué les voy a decir, „te presento a una amiga, o a mi novia‟?”, y así estuvo hasta que le di el “sí”; al final no supe ni qué dijo el padre. Al salir, como él lo había dicho, a todos les anunciaba: te presento a mi novia y nos felicitaban. Así empezamos a salir y a los pocos meses de noviazgo me propuso matrimonio y acepté. Un día, llegó a mi casa y me entregó unas facturas de una estufa y un refrigerador y me dijo: “guárdalas porque ya empecé a comprar los muebles para cuando nos casemos”, y yo pensé: esto ya va muy en serio. Al poco tiempo empezamos con los preparativos de la boda y me casé en octubre de 1985, fue una boda sencilla, muy familiar y muy bonita. Nos fuimos a vivir a Monterey a un departamento que nos rentó mi abuela materna y al poco tiempo salí embarazada; tuve un embarazo muy tranquilo, sin malestares y mi parto fue normal. Nació nuestro primer hijo, ¡qué maravilla!, fue algo hermoso. Me llené de gozo y felicidad. Tener a mi hijo en brazos me llenaba de ternura y una sensación de plenitud. Cuando nació, mamá me ayudó mucho y nos quedamos en su 97 casa como un mes, hasta que decidimos irnos de nuevo a la nuestra mi esposo, mi hijo y yo. Ahí vivimos un año. Después nos cambiamos a Juárez porque mi esposo trabajaba ahí en el municipio y nuestras familias vivían ahí también. Mi hijo tenía un año cinco meses cuando mi papá falleció. Ese día llegó mi hermano, el tercero de ellos, a mi casa y me dijo: “papá se cayó y necesitamos llevarlo con un doctor”; mamá no estaba en la casa pues una tía la había invitado a su casa en Monterrey. Cuando llegamos vi a mi papá en el suelo sin vida, lo primero que vino a mi mente fue: mi mamá va a sufrir mucho, y por eso me dolía doblemente. El doctor nos confirmó la mala noticia; localicé primero a mi esposo en el trabajo y también llamamos a mi tía para que trajera a mamá de vuelta a la casa. Cuando mamá llegó, papá ya estaba tendido en un sofá y tapado con una sábana, mamá cayó de rodillas a su lado llorando, fueron momentos muy tristes y dolorosos, después todo fue preguntas sin respuesta, sabíamos que padecía alta presión solamente y eso le provocó un infarto, dijo el doctor. Alguien llamó a los servicios funerales; nos quedamos ahí unas horas, avisamos a los familiares y amigos, yo dejé a mi hijo encargado con una amiga, después nos fuimos a la funeraria y lo sepultamos al siguiente día. Fue una despedida muy triste pues su muerte fue inesperada, eso fue en febrero de 1988. En 1989 empecé a trabajar en una dependencia pública por tres años, un trabajo que me dejó muchas satisfacciones y un crecimiento personal muy grande. Me gustó, lo disfruté, no cabe duda que cuando haces algo que te gusta lo disfrutas mucho más, también hice muchas amistades. En este lapso de tres años (del 89 al 91) nació mi segundo hijo. Él nació en diciembre de 1989, un miembro más a nuestra familia, ¡qué dicha!, lo recibimos con mucho amor; un bebé hermoso de ojos grandes y claros y sin pelo, a veces me lo llevaba al trabajo con todo y su porta bebé, pues mi jefa, era mi amiga y además madrina de mi hijo, y me daba la oportunidad de llevármelo al trabajo; la mayor parte del tiempo me los cuidaban en la casa pues ya eran dos niños. Así siguió pasando el tiempo y en diciembre de 1990 recibimos la terrible noticia: 98 mi mamá tenía cáncer de vejiga, con todo, dentro de lo malo, lo bueno es que estaba a tiempo de atenderse y tras un año de tratamiento de radiación y quimioterapia superó el cáncer. En esta etapa yo me sentía muy angustiada pero me hacía la fuerte para seguir adelante, afortunadamente tuve mucho apoyo de mi esposo, pues eran muchas vueltas al hospital. La actitud de mi mamá también ayudaba mucho porque ella siempre hacía lo que el doctor le decía. Esta etapa difícil pasó, para entonces yo dejé mi empleo, estaba en mi casa dedicada a mis hijos y a mi esposo, disfrutaba totalmente a mis hijos pues ya no trabajaba; los llevaba a la escuela y al kínder y podía participar y asistir a los eventos de la escuela. Mi tercer hijo nació en noviembre de 1994, casi cinco años después del segundo. Fue un hijo muy deseado, igual que los otros. Él nació por cesárea, mi primera cirugía. Cuando el doctor me dijo que me iba a operar, me puse a llorar pues yo iba a un parto normal pero en el último momento mi bebé traía el cordón enredado en su pancita y no podía nacer. “Todo va a estar bien, me dijo el doctor, y va a ser más rápido, no te preocupes”. Mi esposo sólo me tomó de las manos y me las apretaba, de ratito me pasaron a quirófano y en menos de una hora ya había nacido mi bebé, sano y hermoso. Pasados casi un par de años después, empecé a trabajar nuevamente; un trabajo en el que estuve siete años. Era una dependencia federal, después me salí y descansé unos meses y entré a trabajar de nuevo a una dependencia municipal (del 2003 al 2006), otra experiencia, mucho trabajo, más aprendizaje, muchos retos que cumplir y muchas satisfacciones también; mis hijos ya estaban más grandes (agradezco a mi suegra tan linda que siempre me ayudaba a estar al pendiente de mis hijos). En el 2004 tuve un embarazo que no estaba planeado, nos tomó por sorpresa a mi esposo y a mí. Al principio pensamos ya estamos grandes para volver a ser papás, pero ese pensamiento pasó y aceptamos el embarazo. Mis hijos y mi familia estaban felices con la noticia, yo me sentía muy emocionada otra vez, sentía ese gozo por dentro y me sentía contenta. 99 Empecé a atenderme con una ginecóloga y todo iba bien el primer mes, al segundo mes, la doctora notó algo y me dijo que el tamaño del embrión no era del tamaño que correspondía a las semanas de gestación; me dio un medicamento y me citó en una semana, pero antes de que se cumpliera la semana yo fui con mi ginecólogo anterior para pedir otra opinión e inmediatamente me hizo un eco vaginal para ver las condiciones de mi embarazo y nos dio la mala noticia: el embrión ya no tenía vida y perdí ese bebé. En mi interior siempre pensé que pudo haber sido una niña, lo presentía y la hubiera llamado Carolina, siempre me ha gustado ese nombre, nunca volvimos a hablar de ello en familia, sólo lo platico con algunas personas, pero cada año, en enero, recuerdo que de haber nacido tendría un año más de vida, hace ya diez años. Después seguí trabajando en la siguiente administración (2006-2009), ahora en el Instituto Municipal de las Mujeres. Fue una experiencia diferente, las actividades iban más enfocadas hacia los derechos de las mujeres, a la no violencia etcétera, con un enfoque de género, el cual a veces pasamos desapercibido cuando no tenemos la información suficiente. Aunado a esto, en enero del 2007 me invitaron a participar en un Diplomado en el Instituto Estatal de las Mujeres, llamado “Tejedoras de Historias”, impartido por la maestra en Desarrollo Humano Patricia Isabel Basave Benítez. Un diplomado con enfoque de género e identidad narrativa, en el cual se transformó mi forma de pensar y de actuar. En cada tema, en cada actividad vivida me quedaba asombrada de cómo al conocerme a mí misma, al saber que tengo un poder interno para transformar las cosas, al tomar mis propias decisiones; crecí interiormente y aprendí a hacerme responsable de mi propia vida. Dejé de echar culpas y empecé a tener mejores relaciones con las personas, claro que esto no fue de un día para otro, es un trabajo gradual, se va logrando día a día y nunca termina; vencí algunos miedos, otros todavía no, pues sigo en proceso. Esta experiencia ha sido muy significativa en mi vida, además esto no terminó ahí, al concluir el diplomado todo el 100 grupo queríamos seguir adelante aprendiendo más y seguimos juntas con Paty Basave, ya de forma independiente, continuamos tomando cursos con ella, con la finalidad de llegar a formar una Asociación Civil y con la tenacidad de Paty Basave a la cabeza y el impulso del nuestro grupo y algunas compañeras de la primera generación del diplomado, logramos constituirnos como A.C. en febrero del 2009. Desde entonces y a la fecha soy una Tejedora de Cambios, colaboré en la mesa directiva de la A.C., por un tiempo estuve muy apegada, después me tuve que separar un poco. De finales del 2009 a la fecha me he dedicado a mi hogar, mi relación con mis hijos y mi esposo es más estrecha, claro que como en toda relación hay problemas, disgustos, enojos, pero es parte de la vida, lo importante es, creo yo, la buena comunicación que nos permita aclarar las cosas y resolver problemas. Me gusta tener mi espacio propio y hacer las cosas que disfruto, igual mi esposo, y mis hijos pues son ya mayores, se desempeñan en su trabajo y estudiando, muy independientes cada uno con sus actividades por separado y juntos también. Disfrutamos reunimos en familia cuando hay la oportunidad y coincidimos en los horarios, los domingos, en el cumpleaños de cada uno, días festivos, en Navidad… Mi esposo y yo salimos solos la mayor parte del tiempo a reuniones con amigos, de compras, al cine, a comer o cenar, lo disfrutamos y entendemos que cada quien tiene sus cosas que hacer, también tenemos nuestro espacio para convivir por separado cada uno en sus grupos de amistad. Veo cómo mis hijos van forjando su propia vida y estoy orgullosa de ellos, soy una persona que permito que mis hijos experimenten y aprendan, que disfruten sus éxitos y aprendan de sus errores pues así se crece; compartimos una buena comunicación. Me da gusto cuando se acercan a mí o a su papá para pedir un consejo, aún grandes nos piden opinión de algunas cosas que son importantes y eso me hace reflexionar sobre la relación que tenemos en familia: hay un gran respeto de mis hijos hacia nosotros. Gracias, hijos, por su amor y respeto. 101 Al mismo tiempo le dediqué más tiempo a mi madre que estaba en una etapa de su enfermedad más avanzada (necesitaba de cuidados más especiales). A lo largo de estos últimos cinco años, su organismo se fue deteriorando y hubo complicaciones que mermaban su calidad de vida. Ella con su optimismo nos daba el valor para seguir adelante. Tengo que decir que el dolor y la impotencia de verla enferma me hacía sentir mucha tristeza y yo me evadía, algunas veces le decía que me sentía mal o que no podía ir porque no quería verla sufrir, pero nunca se lo expresé, al mismo tiempo cuido de mi suegra desde hace casi cinco años, pues está en cama y ya no puede caminar por su edad. Siento que en la vida hay tristezas, pero también alegrías, como la boda de un hijo, esperar la llegada de mi primer nieta o nieto, el que mis hijos estén logrando lo que se proponen, el convivir con mi familia, tenerla y gozar de salud. En lo personal estoy en un proceso de duelo, de reacomodo en mi vida, superando y asimilando cosas. Doy gracias a Dios por las cosas que tengo ahora y las valoro infinitamente. En este momento estoy aquí actualizándome en el diplomado “Tejedoras de Vida”. Ya lo había cursado hace años, pero decidí volver a tomarlo completo con el nuevo grupo de Juárez, e incluso volver a escribir mi historia, pues he vivido nuevas experiencias de entonces a la fecha. Todo ello me ha hecho profundizar más en el aprendizaje. Además, con el apoyo de la mesa directiva, abrimos la subsede de la asociación en Juárez, N.L. y me eligieron como coordinadora. De modo que los retos y mi desarrollo personal han continuado y van creciendo incluso. Ahora estoy colaborando en Tejedoras de Cambios, A.C. como facilitadora: un gran reto para mí. Vencer el miedo de estar frente a un grupo ha sido un gran paso, comprobé que es cierto, como dicen, que los miedos están solo en la mente; creo que podemos vencerlos cuando realmente nos decidamos a hacerlo. Estando aquí encontré un grupo de amigas con las que compartí alegrías y tristezas, encontré honestidad y sinceridad. 102 Gracias a todas por su amistad, por su cariño y por su comprensión, las considero hermanas del alma. Gracias a la facilitadora y co-facilitadora del diplomado que llevaron el proceso de este diplomado de una manera tan sutil y especial, creando siempre un ambiente de sororidad (hermandad entre mujeres). Gracias por su enseñanza y por su hermosa amistad. En este diplomado aprendí a ser yo misma, a hacerme responsable de lo que digo, escucho y hago, a hablar en primera persona, a ser empática, a tratar de igual a las y los demás, a no juzgar y a seguir desarrollándome día a día... y todo esto que menciono son nuestros acuerdos de grupo de la propia A.C.: Tejedoras de Cambios, nuestro ritual se pudiera decir. Me comprometo a llevarlos conmigo por la vida, a ponerlos en práctica día a día en todo momento y en todo lugar, porque es esto lo que hace la gran diferencia en mi cambio interior, que se reflejará en mi entorno y en el mundo. 103 En proceso – Atardecer Nací en septiembre de 198… en el hospital de la sección 50 para maestros en Monterrey, Nuevo León. Mi mamá dio a luz a los 35 años y mi papá también tenía la misma edad. Al poco tiempo de haber nacido, mis padres se divorciaron por motivos personales. Mi papá tenía otra familia por lo que mi mamá tuvo que decirle adiós. Mi mamá no se volvió a casar, por lo tanto fui hija única. No puedo decir que fui infeliz porque mi papá no estaba conmigo, al contrario ahora que lo veo y paso tiempo con él, lo miro a los ojos y le agradezco con todo mi corazón que me haya dado la vida. Lo admiro y respeto y no le guardo rencor, a diferencia de lo que él pueda pensar. Mi mamá fue maestra durante treinta años, así que pudo pasar mucho tiempo conmigo a pesar de su trabajo. Generalmente un transporte escolar pasaba por mí para llevarme a la escuela primaria, pero cuando atendía el kínder y preescolar mi mamá me llevaba en bicicleta. Desde chica me acostumbré a estar solamente con mi mamá y por ser hija única también me acostumbré a pasar el tiempo sola. Creaba mundos imaginarios en la mente, donde jugaba con mis muñecos de peluche a ser maestra, o a ser doctora, etcétera. Mi mamá solía jugar conmigo para que no jugara yo en solitario. A veces pienso que se arrepentía de no haber tenido otro hijo; pero la verdad es que yo disfruté mucho mi infancia. Además de ser mi acompañante de juego, mi mamá fue muy cariñosa conmigo; todas las mañanas me levantaba con un beso, un abrazo y una frase consentidora. Así que me acostumbré a siempre recibir palabras lindas de mi mamá, aun así que es fecha que cuando no me dice algo lindo, pienso que he hecho algo malo. Nos mudamos dos veces de casa, porque el barrio donde nací empezaba a ser peligroso a la vista de mi mamá, y terminamos mudándonos a dos calles de nuestra primera casa. El barrio era muy tranquilo puesto que no teníamos vecinos en frente, lo cual resultaba muy conveniente para mi mamá porque ya no tendría que preocuparse por el estacionamiento. En cuanto a mí, tuve mucha suerte porque los vecinos tenían hijos de mi edad. 104 Al principio fue difícil hacer amigos, me daba pena acercarme a ellos. Por suerte, mi mamá conocía a una vecina en la colonia quien tenía tres hijas: Clarissa, Claudia y Alejandra. Claudia llegó a ser mi mejor amiga en esa edad. Pasábamos mucho tiempo juntas en su casa y en la escuela, lo cual era importante para mí porque una amiga así era como una hermana. Cuando pasaba a visitarla a su casa, su mamá solía regañarla mucho por cualquier cosa, yo pensaba que su mamá era muy mala porque la golpeaba y la insultaba delante de mí, ella lloraba mientras lavaba los trastes y mientras estaba hincada con las manos juntas viendo a la pared, yo sólo la observaba con mucho dolor. Sentía coraje y lástima por ella, porque pensaba en cómo alguien que debe amarnos nos puede causar tanto daño. Al mismo tiempo que crecía mi amistad con Claudia, conocí a Miriam. Ella vivía a dos casas de mi casa. Comenzamos a platicar y a jugar. Después conocí a sus hermanos y sus padres. Sus padres eran reservados con los demás vecinos, e incluso no dejaban salir a sus hijos muy a menudo. Yo los visitaba en su casa y jugábamos a escondidas de sus padres. Poco después, me involucré con el resto de los vecinos en la cuadra. Comencé por hablarle a Maye (a quien todavía frecuento y es una persona muy importante en mi vida); después a Priscila, Adrián, Gustavo, Víctor, Jorge, Gaby, Gaby 2, Kiko e Irving. Jugábamos muy seguido a las escondidas, números, patines, bicicleta, etcétera. En fin, nunca más tuve que jugar sola porque solía pasar mis tardes con ellos, con Maye o Miriam. Con Miriam solía subirme a los árboles mientras tomábamos Pepsi y comíamos Hot Nuts. Con Maye jugaba a las barbies en su casa o visitábamos el rancho de sus abuelitos en El Cercado. Los paseos al rancho fueron el principio de mi independencia física de mi mamá. Cuando íbamos al Cercado nos quedábamos el fin de semana con sus abuelitos. Ir al rancho era una aventura para mí, jugábamos en el campo, íbamos al río, contábamos historias de terror en las noches, jugábamos con los perros, las gallinas. En 105 fin, el rancho fue una parte muy importante de mi infancia también. Cada vez que viajábamos para allá, sentía que me separaba de mi mamá pero el estar allá me tranquilizaba y me encantaba. Para continuar con el relato de Claudia, cuando cursaba el quinto año de primaria me inscribí para concursar oratoria. Nos pidieron a todos los alumnos que escogiéramos un tema de una lista y habláramos sobre eso. Yo escogí el tema del respeto porque me parecía sencillo de elaborar. Mi mamá me dijo que escribiera lo que yo sentía sobre ese tema y luego ella me ayudaría. Al día siguiente nos pidieron leer el tema frente a todos y nosotros mismos seríamos los jueces para dejar de finalistas a dos compañeros. Cuando le tocó el turno a mi amiga y leyó, no me gustó su texto, ni su forma de leer, ni su forma de pararse ni de dirigirse a los demás así que no la escogí. Ella lo tomó mal, puesto que como era mi amiga, creía que debía haber levantado la mano sólo por ese hecho; pero yo no pude hacer eso, yo pensaba: “¿cómo voy a dejar fuera a alguien que sí lo hace bien sólo porque ella es mi amiga?”. Debo ser legal y justa. Cuando fue mi turno de leer, ella no me escogió… obviamente, pero no fue mucho problema porque el resto del grupo sí. Concursé a nivel zona y obtuve el primer lugar; cuando tuve que concursar a nivel estatal obtuve el cuarto lugar y ya no pude seguir participando. Me sentí triste porque sabía que lo había hecho muy bien, pero al mismo tiempo aliviada porque ya no tendría que preocuparme más por eso. Durante sexto de primaria, mi mamá tuvo que ir a trabajar a Bustamante y quiso llevarme con ella pero fue tanta mi insistencia de quedarme en Monterrey que mi mamá tuvo que pedirles a mi prima y a mi abuelita que me cuidaran. Cuando mi abuelita vivió conmigo, tuve mi primer trabajo como negociante. Comencé a vender duritos con crema y salsa y sabalitos a los muchachos que salían de la secundaria. Con ese dinero pude comprar las cosas que yo quería y me sentía muy orgullosa de mí. En sexto año me eligieron para decir un discurso sobre ecología en una visita del alcalde de San Nicolás, a éste le 106 gustó tanto que decidió escogerme para ser alcaldesa por un día de San Nicolás. Nunca fui una alumna brillante en la escuela pero tampoco reprobaba las materias, siempre fui alumna promedio y algo lenta pero muy pasional para leer y hablar. Admiraba a mi amiga porque entendía las matemáticas muy rápido, y yo no podía ni hacer restas. En una ocasión, cuando teníamos un examen de restas, la maestra les pidió a los alumnos que conforme fueran acabando, salieran al patio a esperar a los demás. Yo me quedé en el salón junto con otros dos compañeros y como no terminé a tiempo, mis compañeros subieron al salón para seguir con el resto de las clases. Mientras subían me decían: “Ay, Gabi, tu amiga dijo cosas feas de ti”, yo no hice caso, después otro niño me dijo: “Oye, tu amiga dijo algo bien feo”. Fueron tantos los comentarios que me atreví a preguntar y me dijeron que había preguntado que si no creían que yo era una puta. Cuando escuché esa palabra, me dio vergüenza por ella; a los once años de edad decir esas palabras era muy mal visto. Más tarde ese día ella me llamó por teléfono diciendo que era mentira, que nos querían separar, etcétera. Yo no le creí pero como quiera decidí perdonarla. Después de eso, dejé de juntarme con ella y comencé a tener una amistad con otra niña. Dalia era muy bonita, tenía el pelo liso y café oscuro y su cuerpo estaba muy desarrollado para nuestra edad. Fue una buena amiga y compañera. Nuestra amistad perduró hasta secundaria. Secundaria Primero de Secundaria lo tuve que hacer en Atongo de Abajo, Cadereyta Jiménez, Nuevo León. Mi mamá se cambió de escuela para poderse jubilar en zona de vida cara, así que tuvimos que viajar durante un año a Cadereyta. Durante ese año teníamos que dormir a veces en Atongo y otras veces en las albercas de los maestros porque a mi mamá le parecía muy pesado estar yendo y viniendo, sin embargo para mí era muy divertido estar en otro lugar fuera de casa. 107 Allí salíamos a comer elote a la plaza, veíamos películas en la noche tapaditas por el frío y con miedo de que las lagartijas no nos cayeran del techo, y algunas veces viajábamos a Allende a comer „hot dogs‟ al Oxxo, ésta última era mi actividad favorita porque podía estar con mi mamá fuera de la ciudad, oler el pasto, ver las montañas y tener amigas diferentes; en fin, durante ese tiempo fui muy feliz. Cuando regresé a Segundo de Secundaria, volví a juntarme con la misma niña de pelo liso. Salíamos a todos lados juntas, ella venía a mi casa, yo iba a la suya, salíamos al parque, visitábamos a otras amigas, entre otras cosas. Un día, decidimos llevar huevos a la Secundaria para quebrarlos y echarlos a la mochila de otra niña del salón. Por alguna razón ellas dos no se llevaban bien y mi amiga decidió hacerle una broma pesada para que dejara de molestarla. Esa chica a mí nunca me molestó, pero como yo era amiga de la otra, pues no quise decir que no. Ese día, la maestra dijo que no nos dejaría salir del salón hasta que el culpable confesara; yo me sentía muy mal por lo que había pasado; la otra niña lloraba y preguntaba quién había sido. Yo veía su cara de angustia y me causaba lástima y dolor; tuve una guerra en mi mente: ¿qué hacía?, ¿le decía y defraudaba a mi amiga, pero hacía lo correcto? O: ¿no lo decía, no defraudaba a mi amiga pero hacía algo incorrecto? Decidí otra vez hacer lo correcto, pero nunca le dije que había sido yo la que la había delatado. Me sentí muy mal de haberlo hecho, y me justificaba diciendo que había hecho lo correcto, pero si se volviera a repetir la situación, creo que hubiera escogido lo contrario. Ella se distanció de mí porque creo que muy en su interior sabía que había sido yo la que la había delatado. Ya no volvimos a salir como antes, ni a hablarnos como antes. Pasé un tiempo sola en la Secundaria hasta que en tercero comencé a juntarme con otra chica. Linda tenía un problema con su lado derecho del cuerpo, no recuerdo la enfermedad que tuvo pero sí recuerdo que batallaba para caminar y sujetar cosas. Me involucré mucho con su familia y sus amistades y llegamos a ser muy buenas amigas. 108 Durante ese tiempo conocí a un chico dos años mayor que yo. Era muy moreno, pelo negro, ojos negros profundos y una sonrisa muy bonita. Recuerdo que la pelota de su hermano cayó “accidentalmente” en el patio de mi casa y vino a pedirla, no sin antes preguntarme cómo me llamaba y si tenía novio. Él fue mi primer novio de Secundaria y con quien tuve mi primer beso. Mi primer beso fue como de película. Ese día llovía, y nos besábamos bajo el paraguas en la esquina de mi casa. Fue bonito, hasta que conocí a otro niño de la escuela y dejó de gustarme mi primer novio. Durante ese tiempo, la amistad con mi amiga también terminó un día cuando hablaba por teléfono con ella. Por alguna razón (que estoy segura que yo dije algo) comenzó a decirme que entre ella y la primera amiga que tuve (Claudia) mantuvieron una conversación y llegaron a la conclusión que yo constantemente me contradecía y que además era una zorra. No recuerdo la plática que sosteníamos, pero sí sé que debí haber dicho algo para hacerla enojar. Por esa razón dejamos de hablar, y tiempo después me enteré que después de yo haber terminado con mi primer novio, ella se había besado con él. Me dolió mucho que mi amiga hubiera hablado de mí a mis espaldas y más con aquella chica con la que yo ya había tenido un problema años atrás. Durante ese tiempo, mi amiga Maye y yo comenzamos a separarnos un poco. Yo porque tenía mis amistades de la escuela y las frecuentaba muy a menudo, y ella por su lado también tenía nuevas amigas. Maye tenía un crush por Juan (nuestro vecino) desde que estábamos pequeños, pero cuando fuimos creciendo empezó a gustarle aún más. Un día Juan me confiesa que quiere ser mi novio y yo respondo que sí. Juan era atractivo y también me gustaba; pero para Maye lo que hice fue una traición hacia nuestra amistad. Esa traición que yo hubiera cometido en Segundo año de Secundaria vino a repercutir siete años después. Como mencioné anteriormente, mis amigas creían que yo era una zorra porque tenía muchos amigos y me frecuentaban en mi casa. No solamente tuve problemas con mis amigas que creían eso, sino con las mamás de mis amigas. A Miriam le 109 prohibieron hablarme porque había niños afuera de mi casa, y a un amigo le advirtieron tener cuidado conmigo porque yo era una chica vividita. En cuanto a los estudios, Secundaria fue difícil. Era complicado poner atención, las materias me parecían tontas e insignificantes. Inglés era mi clase favorita. Al ver esto, mi mamá me inscribió en cursos de inglés cerca de la casa. A estos cursos asistía con mi vecino Ángel. Me enamoré del idioma y comencé a escuchar música solamente en inglés. Veía programas en inglés y trataba de entender lo que decían. Grababa las canciones y las traducía al español. Mantenía una antología de canciones que me aprendía y cantaba a diario. Así que mis hobbies incluían: escuchar música en inglés, traducir las letras de las canciones, jugar con rompecabezas, entender una libreta con partituras que mi mamá tenía abandonada junto con una flauta, leer y platicar con mis amigos. En fin, Secundaria fue difícil para mí porque tenía una lucha de identidad entre hacer lo correcto o lo que yo sentía que era correcto, y por haber pasado de mi época de juego a la época de chicos y besos. Preparatoria Meses antes de entrar a la prepa, mi mamá me inscribió a cursos propedéuticos para entrar a ese nivel. Los cursos propedéuticos los impartía una directora de una Secundaria, que por cierto era muy buena en matemáticas. El primer día nos presumió cómo llegar a la conclusión de un problema matemático y todos quedamos admirados de su inteligencia. El problema empezó cuando por alguna razón mi mamá fue a quejarse con la maestra por algo, no recuerdo la razón, pero creo que tenía que ver con un examen que yo había reprobado. A la sesión siguiente, la maestra dijo delante de todos que no quería personas como yo en el salón y que nunca más volvieran a inscribir a personas como yo en sus clases. En ese momento, lo único que yo pensaba era en tener una muñequita vudú y callarla, o en congelar el momento y pegarle muy fuerte; pero no sucedió, fue tanta mi humillación que no sabía en dónde meterme. 110 Al final de la clase, no quise irme con mis compañeras y me fui caminando sola hasta mi casa. Fue la primera caminata que di sola con la cabeza abajo y muy triste. Dejé de asistir a los cursos propedéuticos y no logré entrar a la preparatoria que yo quería. Todos me preguntaban en cual preparatoria había quedado y yo con mucha pena no les respondía. No salí a la calle y no hablé con nadie por semanas. Cuando por fin llegó el día de entrar a los cursos propedéuticos, conocí a Lorena y a Daniel de la Secundaria y por suerte los dos eran mis vecinos. Rápido nos pusimos de acuerdo para que nuestros padres nos llevaran a la preparatoria y así no tuvieran que gastar tanto en gasolina. Durante dos años fuimos muy buenos amigos y Lorena llegó a ser mi mejor amiga. La preparatoria para mí fue lo mejor, tenía muy buenas calificaciones y descubrí que era muy buena en Álgebra y en Inglés. Hice muy buenos amigos que llegaron a tocar mi corazón y mi vida. Salía con Lorena todos los días, conocí más chicos que me gustaban, me inscribí a fútbol para hacer ejercicio, en segundo semestre de preparatoria tuvieron que hacerme una cirugía para eliminar nódulos benignos que crecían en mi tiroides, comí muchos duritos y llegué a pesar casi 60 kilos. Durante tercer semestre, comencé a salir con un vecino quien era mi amor platónico. Con él intercambié mucho romance, a tal grado que mi mamá nos encontró un día con los pelos parados y los zippers abajo, todavía no llegábamos hasta ese punto caliente y no creo que hubiera pasado. Pero mi mamá se desilusionó mucho de mí por lo que había hecho, y yo estaba muy triste por el hecho de que mi mamá se hubiera desilusionado de mí. Al día siguiente, le habló a mi papá para que viniera por mí y me llevara a Linares con él. Ahí fue cuando conocí a mis medios hermanos: Chuy, Tania, Citlalik y Gibran. En esa visita también conocí a mis tías y primos. Yo me sentía una intrusa, como si no perteneciera, pensaba para mis adentros: “estos son mis parientes aún y cuando los vea como unos extraños”. Mi papá me presentaba sólo como Gaby: “Es Gaby” decía, como si todos ya supieran quien soy. No sé si esto lo dijo para 111 que yo no me sintiera incómoda, o si realmente ellos sabían quién era yo. Mis medios hermanos me trataron muy bien, no me sentí rechazada ni por ellos ni por la esposa de mi papá. Me llevaron a pasear, me contaron historias, mis medias hermanas me contaban chistes y mi medio hermano mayor me enseñó todos los libros que había leído. Sólo estuve una semana con mi papá porque ya extrañaba a mi mamá. Recuerdo que fue por mí hasta Linares junto con mi tía Norma. Nunca más volvimos a hablar de aquella noche después de eso. Mi mamá pensó que tal vez mi deseo de experimentar con chicos se debía a que no canalizaba bien mi energía, así que decidió meterme a clases de patinaje sobre hielo, posiblemente así no metería las patas (o sea, embarazarme a esa edad). El patinaje sobre hielo fue el remedio perfecto para mis calenturas. Me gustaba tanto porque sentía el viento frío por el sudor en mi cara, el hielo bajo mis patines, la potencia de mis piernas y mi habilidad para equilibrarme y no caerme. La canalización de mi energía hacia lo positivo no duró mucho tiempo; porque al mes o dos, conocí a David. David era un muchacho muy serio y parco. Difícilmente sonreía y mucho menos reía. Yo lo veía con tanta admiración, pues me parecía muy atractivo. Le gustaba mucho andar en bicicleta y tocar la batería en una banda. Muchas chicas lo seguían porque él las ignoraba, lo que a mí me parecía un reto que tenía que lograr. Un día cuando todavía no éramos novios, fuimos al Puente del Papa (estaba situado en el río Santa Catarina antes de que el huracán Alex lo destrozara) con un amigo de él y mi amiga Maye. Cuando íbamos a cruzar, él tomo mi mano, yo lo volteé a ver y vi cómo el reflejo del sol alumbraba su cara. En ese momento me enamoré de él. Era perfecto para mis ojos. David fue mi primera relación formal, mi familia lo conoció, lo acogió y lo aceptó. Tuvimos la oportunidad de viajar juntos a Guadalajara y Veracruz junto con mi mamá y mi familia. Nuestra relación duró tres años. Después de algún tiempo me di cuenta que me había enamorado sólo de una cara bonita. Su manera de ser no era compatible para mí. Éramos muy diferentes, además de que 112 estábamos muy pequeños e inmaduros para una relación así. A principios del año 2007 terminé mi relación él. En estos tres años de mi relación con David, empezaba a pensar en algo que cambiaría mi vida para siempre: mi carrera. Facultad No estaba muy segura de lo que quería hacer con mi vida. Me preguntaba si tal vez sería buena cocinando, en economía, en música, en veterinaria, en inglés. Había tantas cosas que me gustaba hacer y tan poco tiempo para decidir. Me inscribí primero en la facultad de Economía y luego me cambié a Filosofía y Letras. Al principio no estaba muy segura de que ese fuera el camino correcto para mí, pero en este momento de mi vida sé que fue la mejor decisión que pude tomar. Mi vida como estudiante de facultad fue divertida y enérgica. Durante mis estudios en Filosofía y Letras estudié la normal superior y también entré a un curso de piano y solfeo en la Facultad de Música. El primer año decidí entrar a estudiar otro idioma porque quería hacer algo en las tardes. No tener algo que hacer después de mis estudios era tormentoso para mí, siempre quería estudiar o hacer deporte. Yo quería estudiar ruso porque la pronunciación y lo fuerte del lenguaje me llamaba la atención, pero en la facultad no impartían ese idioma. Mi segunda opción fue el alemán. No estaba muy segura de estudiarlo porque no era de mucho agrado para mí, pero quería saber otro idioma. Mi gran amor por los idiomas lo conocí cuando estudié alemán… la entonación, la firmeza y orgullo del idioma me parecían fascinantes, me enamoré. Un día de clase, el maestro nos muestra fotos de su viaje a Alemania, nos comenzó a contar sus aventuras en el país y la cultura. Mientras platicaba, nosotros observábamos sus fotografías: una foto de él en las puertas de Brandemburgo llegó a mis manos; la observé durante mucho tiempo y prometí y juré que algún día iría y me tomaría una foto en ese mismo lugar. Durante el primer semestre de alemán nos invitaron a participar en un programa de intercambio estudiantil. Los requisitos eran ser estudiante de alemán y aceptar que una persona alemana viviera durante un mes en nuestros hogares; 113 vivir incluía darles una cama y comida, y cuando nosotros viajáramos a Alemania nos darían 225 Euros por cada persona que recibiéramos. Así que, durante el mes de marzo de 2005, Klara compartió su vida y su cultura con nosotras. Después de haberla conocido supe que había tomado la decisión correcta al estudiar alemán y estar en esa facultad. Cuando me despedí de Klara le prometí visitarla algún día. Mi cabeza tenía un objetivo en mente: ir a Alemania y cumplir mi promesa con ella y conmigo. Al año siguiente me volvieron a considerar para que una pareja alemana viviera en mi casa; y fue así como conocí a Dana y Marcus. Su forma de ver la vida, su cultura, sus tradiciones me parecían muy diferentes a las nuestras, pero interesantes. El día que se fueron, lloré su ausencia y fue cuando mi decisión creció aún más. El verano siguiente preparábamos las maletas mi mamá y yo para ir a cumplir mi promesa conmigo y con mis amigos. Sus familias fueron muy amables al recibir a mi mamá también. Su amor, hospitalidad y amabilidad fueron de las mejores cosas que recibí en el país de mis sueños. Cuando visité Berlín mi corazón lloraba de alegría; miraba a la gente, el cielo, la tierra, miraba a todos lados y sólo podía pensar que era muy afortunada de estar viva, que era capaz de cumplir mis promesas y que estaba muy orgullosa de mí misma. Tomé mi foto en las puertas de Brandemburgo y caminé con Dana por la ciudad con el pecho lleno de felicidad. Mi mamá se había regresado a México una semana antes porque sólo pudo quedarse tres semanas conmigo. Las siguientes tres semanas las pasé con Dana, Marcus, mi amigo Diego de México y Klara. Conocí muchas ciudades de Alemania, tuve el honor de vivir con los papás de Dana, con la mamá de Klara, que por cierto era de Corea y se hizo muy amiga de mi mamá a pesar de no hablar español ni inglés y mi mamá no hablar alemán ni coreano; viví con los amigos de Marcus y me hice muy amiga de uno de ellos, Beni, porque estudiaba español y seguido ponía canciones del grupo de rock Maná y me pedía ayuda con su tarea. 114 Cuando me despedí de Dana, sentí un dolor muy fuerte, como si fuera a alejarme para siempre, me subí al tren y la vi que me miraba cuando me alejaba y las dos llorábamos. Juré volverla a visitar algún día y volver a visitar mi segundo hogar. En el 2007, año en que viajé a Alemania, meses antes de irme y mientras yo estudiaba el quinto semestre de alemán, Lorena y yo decidimos entrar a cursos de conversación de inglés en el centro de idiomas de la normal superior. Desafortunada y afortunadamente tocamos en grupos diferentes. El primer día de clases Lorena me presentó a un chico de su clase. Al chico le había gustado Lorena y quería que saliéramos en parejas para él poder salir con ella. Yo accedí para poder acompañarla. El muchacho me pareció muy interesante e inteligente. Su manera de hablar era muy convincente, además que parecía tener muchos temas interesantes de conversación. A Lorena no le gustaba el chico en absoluto, pero yo le dije que alguien así merecía la pena ponerle atención. Lorena decidió ser novia de él, mientras yo comenzaba una pequeña relación con un amigo mío. Mi amigo era romántico y tierno. Me decía frases y palabras muy bonitas, me miraba con ternura y yo a él también. En ese tiempo yo todavía no estaba preparada para otra relación, puesto que había terminado recién con David. Mi amigo se hartó de no poder tener una relación formal conmigo, así que decidió seguir su rumbo solo. Mientras yo sufría un poco por esta ruptura, mi amiga Lorena tenía también problemas con su novio. Me platicó un día que lo engañó besándose con un chico que sí le gustaba, a lo que yo le dije con tono de regaño que eso no estaba bien, pero no quiso que me metiera en sus asuntos, así que yo accedí. Al poco tiempo, decidieron terminar su relación. Rápidamente, él me contactó para decirme que no quería que su ruptura con Lorena afectara mi amistad con él, y yo le respondí que no había ningún problema (pero claro que lo había). Comenzó a seducirme llamándome por teléfono, mandándome mensajes, escribiendo frases en Fotolog (lo que se usaba antes de Facebook), y al final comencé a salir con él. 115 Lorena lo consideró traición y dejó de hablarme. Mil veces pienso que ojalá hubiera tomado otra decisión para no haber afectado mi relación con mi amiga, con mi mamá y conmigo misma; pero al mismo tiempo no me arrepiento de haberlo hecho porque lo que aprendí de esa experiencia me hizo fuerte y más precavida. El chico consumía drogas, fumaba mucho y tomaba. Mi mamá me aconsejaba que no era bueno para mí, pero era tanta mi insistencia que mi mamá optó por prohibirme verlo, sin embargo yo no le hacía caso y seguía saliendo con él. Cuando estuve con él, vi muchas drogas y alcohol; pero nunca pasó por mi mente consumirlas. Mis expectativas de vida y mis sueños eran firmes, mi deseo de vivir sanamente sobrepasaba cualquier vicio o placer. Cuando terminamos la relación, sentí alivio pero también arrepentimiento por haberle hecho un mal a mi amiga, a mi mamá y a otras personas. Un mes después me enteré que mientras salíamos me había engañado con una amiga mía. Sentí mucho dolor y desilusión, pero no guardé rencor por ninguno de los dos, los perdoné y sanó mi dolor. Aprendí a ser más cuidadosa con mis amistades y con los chicos que frecuentaba. Durante esos meses de decepción, un buen día mi amiga Dana me avisó que vendría a visitarme a mi casa porque estaría en México haciendo una investigación para su tesis; me di cuenta que la vida siempre me toca la puerta para enseñarme que las personas se van porque vendrán otras más importantes y porque vienen cosas mejores para mí. Nos abrazamos y lloramos de felicidad al vernos, y sentí mucho amor en mi corazón. Decidimos viajar a Mérida junto con mi mamá, para luego despedirnos una vez más. Le dije que de nuevo la visitaría, que se lo prometía. Así que mi siguiente meta fue visitar Alemania otra vez. Ese año, mi mamá y yo decidimos salir de vacaciones a Cuba. Vivimos una experiencia hermosa en el país. Descanse y disfruté el tiempo con mi mamá. Cuando veníamos volando de regreso a Monterrey y vi mis montañas, decreté que algún día 116 tendría un trabajo en el que pudiera viajar mucho y tener el placer de ver mis montañas desde el cielo. Cuando regresé de Cuba comencé a salir con un chico que se llama David (otro David). Teníamos gustos diferentes, pero aun así hicimos buena pareja, nos entendíamos bien y compartíamos momentos muy agradables. Mientras estuve con él tomé la decisión de no comer carne nunca más. Me hice vegetariana por mi amor y respeto a los animales. Siempre había querido hacerlo, pero no tenía el valor. Hasta que me cansé de prometerlo y no cumplirlo y simplemente una mañana dejé de consumir animales. David fue una de las personas que me ayudó a hacerlo porque él es una persona que es fiel a sus convicciones e ideales. Dejar de comer carne es una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida, porque me siento congruente y en paz. Un día de enero de 2010 decidí terminar mi relación con él porque no me gustaba que consumiera alcohol; él me alegaba que no tomaba mucho y que yo no podía controlar su vida y decirle qué hacer y qué no hacer. Tal vez tenía razón, pero en ese momento yo pensaba que mi pareja no podía tener ninguna dependencia de ningún vicio. Lo quise mucho y luego quise regresar con él, pero él muy decidido me dijo que era lo mejor y que tal vez seríamos amigos. Su decisión me pareció de lo más certera porque de haber respondido que sí, no hubiera conocido a otras personas que vinieron a forjar mi carácter en mi vida. Durante esos años, me fui desarrollando como maestra en una compañía, una escuela de inglés y en una escuela privada para primaria y secundaria. Disfrutaba mucho enseñar, compartir lo que sabía y sobre todo observar las caras de felicidad de mis alumnos cuando podían expresar lo que querían. Cuando terminé con David, fue cuando renuncié en la escuela privada porque ya no quería ir tan lejos a trabajar; así que decidí tomarme un tiempo libre y al siguiente mes, me inscribí a clases de francés en la universidad. Lo que yo hacía por hobby no sabía que algún día cambiaría mi vida por completo, así como lo hizo el alemán. Entré también al curso de “El Guión de mi Vida” impartido por 117 Tejedoras de Cambios y fue ahí donde conocí a quienes serían mis mejores amigas y con las que compartiría mis momentos felices y tristes día a día. La vida nunca se equivoca y sabe por qué pone las cosas. Comencé a dar lo mejor de mí misma a partir de haber puesto pies en ese salón con mis compañeras. Durante el primer semestre de francés conocí a una maestra de inglés que trabajaba en una universidad y me pidió que la cubriera durante una semana porque saldría fuera de la ciudad. Fue cuando me presentó a quien ahora es mi jefa. Trabajé una semana ahí y meses después comencé a trabajar más horas como maestra de inglés. Los meses que no trabajé en esa universidad fueron porque no podía dejar a un lado mi promesa de visitar mi segundo hogar de nuevo. Esta vez viajé sola a Alemania y sólo me hospedé en casa de mi amiga Dana. En la primera semana conocí un lugar que no me hubiera gustado conocer pero que no me arrepiento de haber estado ahí… el hospital. Estuve internada tres días por una gastroenteritis y el dinero que con mucho esfuerzo había guardado para viajar, lo pagué al hospital. La vida nos pone pruebas en el camino para que podamos levantarnos y ser más fuertes. Agradezco a la vida haberme puesto en esa situación, porque aprendí que puedo salir adelante y puedo ser más fuerte de lo que yo creo que soy. A pesar de mis pocos ahorros, pude viajar un poco y conocer personas de otros países con quienes compartí muy buenos momentos. Al regreso a México, decidí seguir trabajando como maestra. Entré como instructora de inglés en la SEP, y posteriormente me hablaron de la universidad en donde trabajé antes de irme para que fuera a dar una clase muestra para una posible vacante y a los pocos meses me contrataron para dar clases de contenido. Mis horas de trabajo fueron ascendiendo hasta que mi jefa me ofreció un trabajo como asistente y posteriormente me dieron la planta en la universidad. Decidí comprarle el carro a mi mamá para luego venderlo y cumplir otro sueño grande… comprar un terreno y construir una cabaña para mí, mi mamá y mis perros. Ese año también, comencé otro curso que me hizo darme cuenta de lo valiosa 118 que soy y de lo que puedo llegar a ser si creo en mí. En este Diplomado de Tejedoras compartí mis momentos con mis mejores amigas, a quienes conocí en el primer curso que tomé. Alimenté mi alma semana tras semana con las risas, lágrimas y experiencias de mis hermosas compañeras que me permitieron ser parte de sus vidas. Mientras trabajaba como asistente, conocí a quien vino a enseñarme lo que es amar y luego enseñarme lo que es sufrir por amar. Carlos era el novio que cualquier mujer hubiera deseado tener. Guapo, romántico, servicial, caballeroso, inteligente, detallista y atento. Me enamoré de él más de lo que alguna vez llegué a amar el alemán y Alemania, más que del ruido de los árboles, más que del canto de los pájaros, más que del amanecer, más que muchas otras cosas que algún día fueron bellas para mí. Nada se comparaba con lo bello que era él para mis ojos. Al estar con él, llegué a decidir casarme y tener hijos; cosa que nunca había pasado por mi mente porque siempre pensé que viviría sola con mis animales. Al estar con él, descubrí cosas de mí que no conocía, no sabía que podía llegar a ser convencional, apasionada, romántica y sobre todo abrir mi corazón. Decidimos vivir juntos y lo platicamos a nuestros allegados. Comenzamos a buscar lugares para rentar pero mejor decidí construir una casa en la planta alta de casa de mi mamá para no dejarla sola, y a él le parecía mejor construir en lugar de pagar una casa que nunca sería nuestra. Hicimos juntos el diseño, soñábamos con las cosas que haríamos en la casa, con las cosas que compraríamos, los colores, los muebles, la decoración, etc. En marzo de 2014 pusieron el primer block a mi casa; todos los días venía con impaciencia del trabajo para ver el avance de la casa que algún día compartiría con el amor de mi vida y ese pensamiento me hacía muy feliz. Conocí a su familia y él conoció la mía. A todos decía que algún día me casaría con él y que tendría bebés hermosos con él. Pero como todo lo que sube tiene que bajar, llegó un buen día en el que experimenté un dolor que nunca antes había sentido. 119 Fue el día en el que él decidió pedir un tiempo porque no podía estar conmigo, según él porque me hacía daño, pues no me amaba y no creía en el amor, yo no di tiempo sino que decidí terminar la relación. Al escucharlo, sentía cómo mi corazón se partía, cómo mis sueños se derrumbaban y rogaba que todo fuera una pesadilla. Amar a alguien que no te ama es un sentimiento amargo y muy cruel. Me fui de ahí con el corazón roto y mis sueños aplastados. Lloré ríos y me preguntaba a diario el por qué, qué había hecho mal, en qué había fallado; pensaba para mí misma que siempre había sido buena, fiel, tierna y romántica, entonces ¿qué había de malo en mí? Mientras tanto, mi casa seguía esperando pero yo no podía siquiera voltear a verla, era mi casa con él, el lugar en el que él ya no estaría. Cayó mi casa y cayó mi autoestima. Vuelvo a mencionar que la vida actúa muy sabiamente y nos abre puertas donde otras se cierran. En esa misma semana tuve que salir de viaje en el trabajo y tuve que despegarme de ese sentimiento para estar al cien por ciento en mi trabajo. Al llegar a Monterrey, a casa de mi mamá, volteé a ver mi casa no terminada, subí, vi los cuartos y comencé a recordar. Dante Alighieri dice que no existe cosa más dolorosa que recordar los tiempos felices durante la desgracia, y vaya que tenía razón; sentí un hueco en el corazón, pero como todas las demás cosas que me he propuesto, decidí y prometí terminar mi proyecto y lograrlo ha sido un orgullo más para mi vida. Mi mamá, mi estrella más grande, mi ángel de la guarda, me tomó la mano y me ayudó a que saliera adelante y no me dejara caer. El amor de mi madre fue lo que me dio fuerza para pararme y ser una mejor persona. El día de hoy vivo aquí en mi casa terminada, con un futuro prometedor, un trabajo que amo, puesto que viajo seguido tal y como alguna vez lo decreté, porque tengo amistades que valen más que todo el dinero en el mundo, una mamá que me adora y me dice lo orgullosa que está de mí, un padre que cree en mí y sobre todo una Yo más fuerte y más orgullosa de mí misma. Este día soy la mejor versión de mí, porque soy perseverante, porque soy fiel a mis convicciones, porque tengo mucho amor que dar a pesar de los dolores; porque no siempre he tenido lo que he querido, pero sí 120 he tenido lo que necesito y porque no puede haber cosa más hermosa que el amor que siento en este día por mí. 121 Esto no se acaba, hasta que se acaba - La Loba Así es la vida. No terminas de vivir hasta que terminas tu vida; así es realizar este trabajo personal que empecé con dos propósitos: 1) ocupar mi tiempo en una actividad que percibí interesante (encontré en el periódico una nota sobre Tejedoras de Cambios), y 2) ampliar o conformar un círculo de personas con quien compartir mis inquietudes. Esto me lleva a concluir que logré mis propósitos de manera estupenda, realmente sobrepasó mis expectativas. He vivido y disfrutado de una hermandad con mujeres magníficas, risueñas, retadoras, calladas, firmes, valientes, amorosas, abrigadoras, disciplinadas, interesantes, dedicadas, comprometidas socialmente, inteligentes, y que a través de esta experiencia me he sumado a ellas para formar un grupo en el que se ha generado una sinergia que me ha catapultado a realizar cambios para mejorar mi calidad de vida. En este grupo en el que se vive cada sesión siendo un "testigo respetuoso" y protagonista en cada dinámica de trabajo, hubo reglas muy importantes y necesarias marcadas por nuestra guía, Dariela, (con todo cariño y respeto), de "oír y no juzgar" que me han marcado una actitud que he podido trasladar en ocasiones (no es fácil) con mi familia, familiares y amigos y me ha facilitado la buena convivencia. Escribir mi historia, relatarme desde la distancia, en grupo, acompañada, compartirla y asentarla en papel me es difícil; y después de pensar y pensar quiero narrar mi experiencia en este Diplomado. Definirme en un collage con imágenes me resultó muy complicado, ahí empezaba el trabajo de saber si me conocía (encontré que no podía autodefinirme fácilmente): desnudarme de lo que estudié, dónde vivo, en qué trabajo, quién conforma mi familia y todo eso que en algún momento pensé que era mi vida, pues "¿qué me queda?" pensé. Ocupé mucho tiempo buscando en esta etapa de mi vida quién era "yo", qué me gusta hacer, cómo me gusta verme, en qué pienso, qué sueño, a qué aspiro, a quién amo, si amo lo que tengo o si estoy donde quiero estar. Muchas preguntas... Fue y sigue siendo para mí un trabajo que a lo largo de este diplomado he ido 122 averiguando, reconociendo y revalorando. Estoy buscando ahora mi bienestar físico, mental y emocional, trato día a día de hablar en primera persona (otra regla del grupo) y de estar en constante autoobservación en mis actitudes y emociones. Descubrí que hay áreas de mi vida sin cultivar: la intelectual, ahora casi no leo ningún libro ni acudo con frecuencia a eventos culturales, escucho poca música y son actividades que anteriormente hacía aunado a mi trabajo; en lo social, tengo pocas amigas y no las veo a menudo, visito poco a la familia; no realizó ningún servicio a mi comunidad. De pronto me sentí vacía, como sin ocupación importante. Estudié Masaje Holístico y Digito-presión, ocupaciones que me gustan mucho pero a las que no estoy dedicada de tiempo completo a ello, y hasta hoy no he encontrado actividades que yo diga "me apasionan". Tengo interés por muchas cosas, pero ninguna la he realizado "hasta morir". Trabajando en este curso he aceptado que es una falta de compromiso porque es más fácil vivir sin ellos. Ahora, ya terminaron los años en que el cuidado de la familia, el hogar y mi trabajo eran mis prioridades: estoy muy satisfecha y me siento reconocida y correspondida por ello. Ahora sé que lo importante es estar bien conmigo misma para poder reflejarlo en mi entorno. Acepto que es por una falta de compromiso que no he llevado a fondo lo que me propongo, sé que no hay obstáculos externos que me impidan hacerlo… sólo los internos, sólo yo. Echar un clavado en el baúl de los recuerdos de mi infancia y adolescencia fue muy gratificante. Jugué mucho, tuve muchas vecinas y todas íbamos al mismo colegio; vestidos que mi mamá elaboraba, pasteles de cumpleaños, domingos de paseos, helados y revista de monitos. Recordé a mi mamá limpia, perfumada, cantadora, su sala con olor a nardos, música de Cri-Cri los domingos, novelas y comerciales en la radio, escuchar historias de espantos y jugar a las escondidas por las noches, andar en patines y mi bicicleta. Siempre obtuve muy buenas calificaciones en el colegio. Tengo muy bonitos recuerdos de mis hermanos y hay muchas fotografías, en algunas de ellas estoy en el patio de mi 123 casa y se ve descarapelada la pared y yo no recordaba que mi casa fuera fea, esto me hizo pensar que esos detalles no eran importantes porque había muchas otras cosas que me hacían estar bien. Pensé que me han sido dadas muchas cosas, que nunca me había tomado la molestia de valorarlas y menos de agradecerles a mis padres por ellas, sobre todo a mi mamá. La dinámica “relación con los padres”, que hicimos en el diplomado, también propone hacerlo a pesar de que ellos ya no vivan a través de una oración de agradecimiento y que al hacerlo continuamente se va sintiendo mucha paz. Muchas gracias a Aurora Garza (mi inolvidable guía en el Guión de mi vida). Ellos me legaron mi educación. Mi madre decía que nadie te la podía quitar y que nunca la ibas a perder. La idea de estudiar para trabajar: ya que tendría independencia económica y por lo tanto libertad para tomar decisiones. El respeto a Dios y la presencia de un ángel de la guarda (siempre me he sentido protegida). La pertenencia a una familia: saber que pertenezco a una familia que me quiere y que me apoyará si lo pido y necesito. Al poner esto en papel reflexioné sobre lo necesario que es nombrar y reconocer la importancia de los valores familiares y hacer conciencia de todo lo que yo, como madre, como esposa y como persona puedo influir (para bien y no tan bien) en mis hijas y no detener a los demás por miedo o prejuicios sino que ellos asuman su vida con responsabilidad y libertad. Otra tareíta que no acaba. Las siguientes dinámicas fueron encaminadas a buscar al interior mis posturas, mis pensamientos, emociones y sentimientos ante mí misma, ante mi entorno y ante la vida. Las dinámicas fueron muy interesantes, profundas, de duro y a la cabeza, con la intención de analizarme sin excusas y sin máscaras para conocer y entender (creo yo) el significado de identidad narrativa, ese proceso que no es rígido ni estable sino una elaboración continua de una autodefinición. Ya que escribiendo a la distancia en tiempo y espacio los hechos que consideraba muy dolorosos o tan importantes que marcaban mi rumbo, realmente no lo eran tanto y al exponerlos ante un grupo tan respetuoso y solidario los hizo quedar en otra 124 dimensión, o en otro nivel de apreciación en el que deslindé culpas y responsabilidades. El trabajo fue lento, parecía que no avanzaba pero cada sesión me tocaba fibras muy profundas y acorazadas, provocando risas, lágrimas, enojos y al final ¡pum! Se aligeraba la vida y sentía un bienestar en lo profundo de mi ser. Comentaré algunas de las dinámicas que me movieron a localizar "hallazgos", ideas, conclusiones o reflexiones que me son importantes y aprovecho esta oportunidad para escucharme y ser escuchada. Se pidió describir un hecho que haya marcado tu vida, ver qué estaba pasando realmente según la realidad actual. Algo que definió mi vida fue el haber salido de mi ciudad de origen para venir a estudiar a Monterrey. Mi mamá realmente quería que me preparara porque ella dejó de trabajar para casarse y en el matrimonio no le fue tan bien como esperaba; ahora creo que mi papá, además de que me preparara, me quería lejos porque tenía otro familia con hijos en edad de estudiar (no se fueran a encontrar). Este cambio me dio mucho gusto y miedo a la vez porque me permitió trabajar desde muy joven y tomar con mucha libertad mis decisiones de qué hacer o no con mi vida. Sabía que ellos estaban orgullosos de mí y siempre opté por no defraudarlos. Por ese tiempo asumí, no sé cómo ni quién me ayudó, que el problema de la otra familia no era mío, era de ellos y decidí no sentirme afectada ya que él siempre estuvo para mí. Algún tiempo le reproché a mi mamá por qué lo permitía, bueno sólo lo pensaba, nunca se lo dije, y qué bueno que no la molesté con eso, fue una decisión muy personal de ella mantener unida a la familia a pesar de... mucho dolor, mucha rabia, sin perder su dignidad. Gracias mamá, por todo tu amor que me permitió vivir con calor familiar. Que tengas paz donde quiera que estés. Realizamos un ejercicio con los arcanos mayores del Tarot, de asociación libre a partir de un estímulo y encontrar alguna relación con él. En esta ocasión fue una carta al azar. Yo escogí el diablo, para mí era inexplicable por qué esa figura, que era fea, no causaba miedo pero su expresión no la 125 encontraba cercana a mí. Lo primero que recordé es eso que dicen que lo que te desagrada es posible que tú lo tengas. Por lo que me dije que es necesario buscar lo que está frente a mí, qué me inquieta, me desagrada o me enoja y ver cuánto es mío; encontré que en muchas ocasiones me preocupo por los demás antes que por mí, luego me digo por qué no lo pensé, por qué no lo dije, por qué no lo hice, por qué no atendí a tiempo… en fin, me falta valor muchas veces para decir a tiempo lo que pienso o hacer a tiempo lo que quiero. Y como dicen: "más sabe el diablo por viejo que por diablo", sé que tal vez escogí esa carta porque estoy en una etapa de mi vida en que si me pierdo de "vivirla" también voy a desperdiciar la oportunidad de hacer "sabiduría de vida", de todo lo que he sentido, aprendido, llorado y disfrutado a lo largo de todos mis años como mujer, por lo que es tiempo de compartir con las personas cercanas a mí ese quehacer y hacer diario con alegría y fuerza endemoniada. Y heme aquí. Otro ejercicio de asociación libre fue escoger entre una lista cuatro elementos y elaborar un texto narrativo. Yo escogí una figura mítica, una flor, un fenómeno natural y una parte del cuerpo. No sé cuánto de mí se relata en el texto pero me gustó mucho y lo comparto. Lo titulé “A mis manos” y escribí así: Son expresivas rebeldes, fuertes, acusadoras, curiosas, registran muchas emociones con solo saludar a una persona y comunican firmeza, ternura, alegría, amor, enojo. Quietas sobre mi regazo duermen, pero están atentas y listas para cuidar a su dueña, como lo hacía Argos, ese personaje mitológico cuya misión era custodiar a la sacerdotisa de Hera, llamada por Zeus y convertida en novillo para protegerla de los celos de Hera. Tenía cien ojos, la mitad dormía y los otros permanecían abiertos para vigilar. Ven pasar entre sus dedos la vida, cuando por suerte cae la lluvia sobre ellas, esa lluvia que golpea, mima y le cuenta sus historias vividas a través de los tiempos y le dice de la belleza que ha visto en las flores que riega, como esa que combina los verdes con amarillo, que 126 alimenta ruiseñores y alegra corazones; copa de oro la llaman por su forma y su color y esa riqueza que provoca al tocarla. Manos que al unirse sobre el pecho me pueden transportar hasta el mismo cielo y conectan con Dios. Si mis manos hablaran dirían: He sentido el latir de tu corazón, la tibieza y tersura de la piel, la lágrima que brota del dolor y la energía que al mundo da calor. Otro ejercicio interesante y me parece que completó ese propósito de buscar primero hacia adentro de uno antes de emitir juicios o reproches, fue el que consiste en anotar los reproches o quejas que le dirías a una persona, pasarlos a primera persona para después de una conversación aclaratoria conmigo misma sacar lo que es mío y lo que no. Volví a caer en que no decir lo que pasa a tiempo y con carácter preventivo trae problemas que pueden evitarse. Después vinieron ejercicios relacionados con la muerte y el perdón. Sobre la muerte sé que todavía no quiero morir. Elaboré una carta de despedida para mi esposo y mis hijas. A mi esposo: Gracias por tu amor desinteresado, desmedido, por estar atento siempre a mi bienestar. He pasado contigo años de muchas alegrías que han marcado mi vida como el nacimiento de nuestros hijas, verlas crecer y atestiguar juntos cómo se han hecho mujeres y saber que tienen mucha riqueza interior para ser felices, es lo mejor que me ha pasado en la vida, eres igualmente correspondido. Gracias por haberme acompañado en esta vida en la que he caminado contigo y a tu lado como persona libre. A mis hijas: No sé a dónde voy pero sé que me encontrarán siempre cuando piensen en mí. Recuerden esos momentos de alegrías y tristezas y que en ese pensamiento encuentren paz y tranquilidad y muchas carcajadas. Si mi recuerdo les causa algún problema o mal sabor de boca, bórrenlo, no lo tomen tan en serio; si se sienten dolidas, créanme, nunca fue la intención lastimarlas, debió haber sido algún mal momento mío y a ustedes les tocó vivirlo (¡lástima, Margarito!). 127 Desechen todo lo que no les guste de mí y sean honestas y congruentes en su vida. Elaborar este trabajo me exigió algo así como pedirme cuentas con la vida y creo que le salgo debiendo, por eso quiero más tiempo para decirle a los que me rodean con hechos lo mucho que me han dado. Trabajar el tema del perdón te lleva también a hablar de la responsabilidad. Para mí, la vida es como la rueda de la fortuna: a veces vas abajo y a veces arriba, es un círculo que siempre está en movimiento, solo se detiene para ti cuando te mueres, quieras tú o no. No puedes detener el curso de la vida y siempre se tiene una fuerza interior (alma, espíritu, yo interno, esencia, Chi) que sirve de motor. Entre más estés en movimiento, más rápido pasan los momentos difíciles, ya que no serán situaciones permanentes. Y ya que soy completamente responsable de mi bienestar, de mi salud, de mi alegría y de mi vida, no hay a quién culpar de mis dolores o enojos. Asumo que esa fuerza interna que me mueve no me la da la vida de a gratis, hay que cultivarla, buscarla, fortalecerla y recomponerla. Es ir día a día forjándola. Este diplomado te da ese espacio para hacerlo, ya que paso a paso vas repasando tu vida expresando tu ser a través de la palabra escrita: recuperándote y reinterpretándote gracias a ese poder transformador y sanador que tiene el lenguaje. Busca y encontrarás, nunca es tarde para empezar. 128 Familia nómada – Allerim Comienza la historia: Mi abue tenía 19 años cuando murió su mamá, mi bisabuela. Entonces mi abuelito andaba tras de sus huesos, y mi abuelita le dijo que se esperara un año por el luto de la muerte de mi bisabuela, y la esperó. Mi abuela materna nació en Lagos de Moreno, Jal., y mi abuelo materno en Aguascalientes. Al año le dice mi abuelito a mi abuelita que le mandaría al padre para pedir su mano, a lo que mi abuelita contestó burlonamente: “pues mándelo y con el padre le mandaré decir que no”. ¡Nunca hubiera dicho eso mi abuelita!, pues esa misma tarde él se brincó la tapia de donde ella estaba remendando unos pantalones de sus hermanos chiquitos; por cierto, ella decía que en esta barda sus hermanitos le hacían travesuras, cuando platicaba con mi abuelito por un agujero de la tapia, le pusieron excremento, y decía mi abuelito: “¿pos a qué huele?” Bueno, estaba cosiendo los pantalones cuando se le aparece mi abuelito y empieza a querer tomarla a la fuerza, y le dio su correteada, y cuando mi abuelito la traía bien pescada, le pregunta mi abuelita: “¿pues qué es lo que quiere?”. “¡Pos que reciba al padre para que la pida!”, y enseguida mi abuelita le contestó: “¡Pues mándelo!”. Y se casaron. La llevaron a la iglesia en una yegua con su vestido blanco y un sombrero con listones, a mi abuelita le gustaban mucho vestir ponerse los sombreros. Tuvieron nueve hijos, dos hombres y siete mujeres, entre ellas mi mamá, quien nació en Durango el 27 de abril de 1940. Mi papá nació en Montemorelos, N.L. el ocho de diciembre de 1941. De mi mamá y mi papá sé que duraron tres años de novios, que mi papá también era de armas tomar, pues mi mamá no iba a las fiestas ni con mi abue si mi papá no la dejaba, que ella se purgaba y decía que le dolía el estómago con tal de no salir con mi papá. Una vez mi abuelita se fue al río de día de campo con mis tías, mi mamá y sus amigas, y pues se les presentó mi papá con una pistolita, aventó unos 129 tiros hacia arriba para asustarlas y logró que se fueran a la casa, que estaba como a quinientos metros del río. Así le tomó la medida mi papá a mi mamá, y así se casó con él. Después de casados, mi papá se portaba como mi mamá no se habría imaginado, llegaba nada más a bañarse, cambiarse e irse de nuevo de parranda con sus primos. Cuando mi mamá ya embarazada de mí, decide que se quiere regresar con mis abuelitos al rancho, pero mi papá le quito la ropa a puros tirones, para que no se saliera de la casa. Un hombre asustó a mamá en la casa que rentaron después de casarse, por lo que papá se la llevó a vivir atrás de la casa de mis abuelitos paternos. Cuando apenas había pasado esto, mi abuelita paterna le pidió a la Virgen que yo naciera bien –por lo del susto-, mamá vivió ahí con mi abue y nací yo, Allerim, en Monterrey, N.L. en la Clínica Conchita, un 25 de julio de 1964. A los dos años me dio alferecía y dicen que alta temperatura, mi abuelita le vuelve a pedir a la Virgen de San Juan que me devuelva, pues mi mamá decía que yo ya estaba muerta, era un 24 de diciembre. Mi abue materno había quedado de ir por nosotras en la tarde y llegó en la mañana, así que él ayudó a que yo regresara a la vida, pues mi lengua se me había ido para atrás y me tapaba la respiración, pero gracias a mi abuelito materno estoy viva. Recuerdo que cuando mi abuelito paterno me cargaba, mi abuelita paterna le decía: “bájala, ya está grande”, y yo pensaba que no me quería pero mamá me dijo que ella me adoraba. El día que murió, me acuerdo que mi prima Mirtha me cargó para verla en la caja, pues yo apenas tenía cuatro años. También recuerdo que cuando íbamos a los rosarios de mi abue, nos chocó un camión urbano porque se nos atravesó un burro, de ahí mi papá nos mandó en carro de sitio a casa de mi abuelita paterna, donde mis tías todavía le lloraban. Mi abuelita paterna había trabajado en una carnicería con un hijo de ella, tuvo un accidente con una silla y se hizo una cortada en el dedo chiquito del pie, que luego se le infectó y se lo amputaron. Cuando estaba en el hospital mi abuelita paterna, mi mamá estaba embarazada de mi hermano, el tercero de la 130 familia, y me acuerdo que mi mamá renegaba de que mi papá no se presentara ni siquiera porque su mamá estaba grave. ¿Qué podía esperar mamá de él? ¡Nada! Y dicen que de pura preocupación le dio la embolia y de ahí las consecuencias, de eso murió mi abuelita paterna. Y mi papá de pachanga con sus borracheras, bien feliz, bueno, eso digo yo. Estábamos viviendo en el rancho de mis abuelitos, tenía yo seis años y entré a la escuela primaria, así que me iba caminando como un kilómetro más o menos. Pero en esa escuela duré nada más un año y medio porque mi papá nos llevó a vivir a una colonia en San Nicolás. Decía que la familia de mi mamá lo criticaba mucho, que por cómo se portaba. Muy picudo, mi papá, hacía puro relajo y luego no quería que hablaran de él. Que lo “ruñían” decía mi papá, pues había dejado de trabajar en la empresa Titán, que porque le dolían los riñones; ¡más bien eran las “pedas” que se aventaba, jajajaja! Mi mamá tuvo que ayudar haciendo taquitos de picadillo y papita -recuerdo cuando me daba de esos taquitos-, le preparaba una olla grande para venderlos en una cantinilla pedorra y luego venía sin dinero porque se ponía como placa de tráiler, ¡hasta atrás! Mi mamá se los volvía a preparar, aunque se enojaba con un primo de ella, que porque era él, quien le robaba el dinero. Le dije a mi mamá que no era culpa de su primo si mi papá era irresponsable, mi mamá se enojaba conmigo porque no quería que le faltara al respeto a mi papá, y yo le decía: “el respeto se gana”. Contestona que era yo al ir creciendo, porque la veía inconforme, pero ahí aguantando vara, nunca se rajó. Luego nos llevó a vivir seis meses en una colonia en San Nicolás, ahí me fui a inscribir sola porque mi mamá estaba embarazada de mi hermanita la más chica. Cuando iba a nacer, nos dejaron con una tía y mi mamá indicó que le ayudara al quehacer de la casa pues tenían negocio, en las mañanas que me iba a la escuela se quedaban mis dos hermanitos y mi hermanita llorando, pues no querían que me fuera, yo apenas estaba en segundo de primaria. Me iba con el corazón partido en dos, entonces nació mi otra hermanita y ya éramos cinco hijos. 131 Mi papá se fue a Texas de mojado, y en una de esas se nos enfermaron mis dos hermanitas y mis dos hermanitos de sarampión, la más chiquita tenía tosferina. Recuerdo que mi mamá la aventaba para arriba para que respirara, pues con la tos no podía respirar. Hasta que un tío, hermano de papá, vino a vernos y fue y le estiró las orejas a mi papá, entonces él vino y nos sacó las visas, me acuerdo que mi hermanita estaba chifladilla, que quería un plátano y salió en la foto de la visa con el cachetote lleno de plátano, ¡jajajaja! Llegamos a Houston y papá tuvo que trabajar en dos lugares, de día y noche, nos rentó arriba de un garaje con una escalera muy grande y roja, el garaje era de una viejita y la escuela estaba cruzando la calle, pero pasamos unos fríos ahí pues no teníamos nada. Ahí fue la primera vez que veía nevar, mis hermanitos salieron a jugar con la nieve y yo tuve miedo, no quise salir. Ahí vivimos poquito tiempo. Mi tío, un hermano de mi mamá, se llevó también a su familia, también tenía tres niñas y dos niños, nos cambiamos con ellos, a siete cuadras de la escuela, para estar en una casa más grande. Mi prima la mayor es tres años menor que yo, jugábamos en el patio y platicábamos con las vecinas por la cerca. De aquel tiempo, lo que más tengo presente fue cuando papá no llegó a dormir a la casa sino hasta en la mañana siguiente. Mi mamá estaba planchando y mi papá le pregunta muy indignado: “¿Estás enojada?” -venía bien crudo- y mi mamá le enseña una camisa manchada de labial. Él se la arrebata y le dice: “Mira lo que hago con la pin camisa”, y la hizo trizas, mi mamá le dice que la camisa qué culpa tiene, y él contesta: “me largo a la chin…”, y que mi mamá lo sigue. Yo le agarro la mano a mi mamá y voy con ella siguiendo a papá, pero él se sube a su carro y le pisa el acelerador, se le tuercen las llantas y se mete a un terreno baldío de un lado de la casa, tumba una cerca de púas y va a dar con el carro enfrente de mamá y de mí. Por poco nos mata, y mi estaba mamá embarazada de mi hermano el más chico. 132 Papá se fue, le valió madres, y mi mamá se sintió muy mal, y fue mi tío quien la llevó al hospital, porque ya iba a tener al niño, y al otro día mi papá nos llevó a verlos al hospital. Cuando mi mamá me vio, lloramos mucho las dos, y me dijo: “cuida mucho a tus hermanitos”. Duró una semana internada pues su presión arterial estaba mal. Cuando regresó a la casa, mi hermanita pequeña no se quería ir con ella y veía a mi hermanito el bebé, como preguntándose, ¿y esto qué es? Mi papá traía la novedad de una cámara instantánea, llegaba borracho y no le importaba la hora que fuera, nos tomaba fotos y nos despertaba, hacía experimentos con nosotros, apagaba la luz y nos tomaba la foto y salíamos con los ojos pelones, todos greñudos, ¡ay no, que bárbaro! Lugo empezó con que nos iba a traer al rancho porque nos echábamos a perder en Houston, y nos trajo de regreso y le compró una casa que tenía mi abuelito en una colonia de Juárez y puso una tienda de carnicería y abarrotes. Ahí aprendí a atender a los clientes, pero a la gente no le gustaba que los atendiera pues decían que a lo mejor ni las manos me lavaba. Como quiera aprendí a cortar la carne en la sierra eléctrica y molía la carne, pues mi papá nada más cortaba las piezas, hacía los chicharrones -muy buenos chicharrones, por cierto-, y luego enseñó a mi hermano hasta a hacer la barbacoa, entonces se atuvo para andar de peda. Tenía yo catorce años cuando nos hablaron por la residencia en EU y que nos lleva mi papá de nuevo a Houston porque teníamos que vivir allá, aunque a mí no me llevaron a la escuela, sólo a mis hermanos. Pero luego nos trae de nuevo a la colonia en Juárez para hacerme mis quince años; recuerdo que me dejaron aquí para preparar mi fiesta y cuando ya querían venir papá y mamá y mis hermanos, dijo mamá que internaron a mi papá porque le salió un tlacote en una mano, total mi papá sale en las fotos con su mano vendada, pero me gustó mucho mi fiesta. La que siempre me apoyó fue mi tía, hermana de mi mamá, era quien siempre andaba conmigo y me ayudaba en todo. Así crecimos y me casé, y al mes toda mi familia se regresó a Houston. Nos casamos todos, mis tres hermanos, mis dos 133 hermanas y yo. Conocí a mi esposo en una boda de su hermana, cuando yo tenía 18 años, él me sacó a bailar con la última melodía de la boda, yo no lo conocía aunque nuestras familias eran amigas de muchos años, la familia de mi mamá y la familia de mi esposo se conocieron en 1949. Entonces bailamos aquel día pero no nos volvimos a ver hasta después de cinco años en 1987, en el XV años de mi hermana la más chica. Nos hicimos novios, porque mi tío de oro jugaba baseball con mi esposo y él la hizo de Cupido – ¡jajaja!-, me mandaba saludos con mi tío, que se iba a casar conmigo y que no sé qué, y qué sé yo. Desde los 18 años me gustó el moreno, pero yo creí que no le había interesado, aunque pronto nos hicimos novios y a los tres meses me decía que si me casaba con él, pero yo quería conocerlo más. Mi papá no me dejaba que me subiera a su carro, así que mi novio se subía al camión con nosotros porque iba mi tía Mony y mis hermanas. Y ni así nos podíamos subir al carro pues mi hermana era la que me cuidaba y le iba con el chisme a mi papá si no hacia lo que me pedían. Como quiera con el tiempo se tomaron confianza mi esposo y mi hermana y se peleaban… ahora se quieren mucho. Yo aunque era muy retobona no la hacía de bronca, nunca defendí a mi novio pues no fuera a regarla. Mi mamá me decía que estaba bien mensa, que no sabía ni de lo que me tenía que cuidar, y no es por nada pero era cierto: no sabía, supe después de la boda… pero ya qué. Yo lo quería mucho y ahora lo amo, siempre hemos tenido nuestras broncas porque soy muy celosa y aprensiva, todo quiero que sea como yo digo. Al punto de llegar hasta los pellizcos porque no tenía muchas palabras para defenderme. Gracias a Dios nunca me golpeó, creo que le hubiera ido peor a él conmigo. Batallamos para vivir juntos, en las buenas y no tan buenas, pues mi esposo es de tomar cada fin de semana. Estuve en todo lo que concierne con mis hijos y como ama de casa, en talleres para padres, en diplomados en la prepa de mis hijos para tener hijos preparados, y aprendí mucho, ahora mis hijos ya son profesionistas, gracias a Dios. Pero faltaba mi propia realización, mi seguridad en mí misma, y en las decisiones acerca de lo que quiero hacer de mi 134 vida, y lo he buscado y encontrado, en los talleres, el diplomado y en el curso de Emociones y Conflictos de Tejedoras de Cambios. 135 Ganando las batallas de la vida Guerrera hasta el último aliento Nací a las once de la mañana, en una tierra de mujeres solas que luchan por la vida. Mi madre es soltera, yo soy la segunda de cinco hermanos, cuatro hombres y una mujer. Mi padre era operador de tráiler y las ausencias, por su trabajo, fueron prolongándose hasta que ya no regresó con mi madre. Mi madre no contaba con una estabilidad conyugal, por lo que trabajaba horarios extendidos y matados porque quería ganar su planta por el sindicato para sostén de la familia. Mi abuela le dijo a mi mamá que siendo yo niña era un riesgo que viviera con mamá por su ritmo de trabajo, mis hermanos en cambio eran hombres, y podían quedarse solos. Así que me crié con mi abuela materna, un tío y tres primos. Yo era la más pequeña, mi abuela me recibió recién nacida y entre cada primo nos llevábamos dos años de edad. A pesar de las circunstancias, pasaba algunos momentos para mí muy agradables- con mis padres, mamá iba con mi abuela por mí para llevarme al tráiler de mi papá, él me cargaba y me decía que me quería, siempre vi a papá sonriente y amoroso conmigo, así lo recuerdo de niña. A los seis años, me escapaba de la casa de mi abuela para ir a ver a mi mamá, ella me recibía diciéndome: “Ay, nena tú nada más en la calle, ¿le avisaste a tu abuela?, si no para que te vayas y no esté preocupada por ti, ¡ándale, regrésate!”, y yo no le hacía caso y me subía a buscar a mis hermanos para abrazarlos. Los cinco hijos de mamá y papá tenemos tantas cosa en común, somos alegres, positivos, trabajadores, hospitalarios, nos gusta cantar, bailar y reír; gracias, hermanos por todos los momentos juntos. El mayor sufrió mucho con mi madre, por cuidar a mis hermanos y ayudar con los gastos, él también era alcohólico, divorciado con un hijo y a los 17 años se fue a México en busca de nuestro padre, anhelaba el amor de mi papá y éste lo 136 rechazó hasta el día en que mi hermano murió. Fue muy celoso y duro conmigo, pero yo admiraba cómo siendo un niño, les enseñó a mis otros hermanos valores, los cuidó como si fuera su papá, era muy trabajador y carismático Mi hermano menor y yo nos queríamos muchísimo, y nos manteníamos comunicados acerca de las vivencias de cada uno en nuestras casas, desde muy pequeños nos buscamos. Yo quería vivir con mi mamá y mis hermanos, me alentaba hablar con mi hermano y saber de ellos. En sus últimos días de agonía, aun sonriente me decía: “Ni modo, mana, hasta aquí llegué”, me decía que sus errores fueron de él y que como a mí, le hubiera gustado crecer con unos padres juntos, no ver sufrir a mamá de esa manera, pero siempre nos sentimos orgullosos de amar a nuestra madre. Mis hermanos, el mayor (q.e.p.d.), y el menor, alcanzaron a convivir con mi familia, mis hijos los querían mucho, de hecho mi esposo y mi hermano mayor se querían como hermanos, y mis hijos pasaron momentos muy agradables y felices con él. Cuando mi tercer hermano, a sus 24 años (y conmigo vivió aproximadamente cuatro y fue un consuelo para mi familia, ya que mi esposo había decidido irse a trabajar a los tráileres), encontró trabajo en Monterrey, se fue a rentar él solo y ahí lo visitábamos, mis hijos jugaban y convivían con él. Recordaré y agradeceré lo que para mi familia importó la compañía de este hermano, actualmente él se casó y vive con su pareja, me da gusto ver sus éxitos y saber que se encuentra muy bien acompañado por esta mujer también exitosa y tan agradable. Con mi hermano el pequeño, ni buena ni mala la relación, cuando nos vemos nos saludamos con gusto, hablo con él por teléfono y compartimos especialmente acerca de la salud de nuestra madre. Me importa acercarme a ellos, y a sus familias para nutrir mi SER, y nuestra relación, cada uno de mis hermanos, son parte de mi vida. Será el tiempo el que nos ponga en orden como familia. Yo creo que debo de esperar a que mi vida y mi familia se hayan acomodado, porque yo estoy haciendo cambios en mí y pienso que todo lo que pasa es porque tiene 137 que pasar, y así lo tengo que recibir y aprender llegado el momento. Mi abuela crió por su cuenta a sus hijos, un hombre y seis mujeres. Yo la recuerdo de 65 años, muy guapa y trabajadora, luchando por educar a sus nietos y cuidar de su hijo alcohólico. Mi tío era soltero y cuando tomaba, le gustaba pelear, gritar, era insólito ver que no le importáramos, pero cuando no tomaba nos sorprendía jugando con todos al dómino, pirinola, baraja, a bailar o cantar. Mi tío vivió con mi abuela hasta que ella murió y luego sufrió viviendo en la calle, la única que a veces lo atendía era mi madre, también alcohólica. Él busco la ayuda de la madre de mis dos primos, ella y yo lo atendimos hasta el día de su muerte y le dimos una digna sepultura. De los dos primos mencionados, mi tío a uno consentía y al otro maltrataba terriblemente, a mí y al otro primo también nos pegaba cuando mi abuela le daba alguna queja de nosotros. Éramos muy pobres, no teníamos baño y mi abuela se levantaba a las 4:00 a.m. a tirar en un bote el excremento del día anterior de toda la familia, mi tío se iba a las 5:00 a.m. y nosotros a las 7:00 a.m. a la escuela, pero siempre había masa para tortillas o gorditas recién hechas. Mi abuela batallaba para mantener nuestra educación y sobrevivencia, y mi tío era el único que trabajaba y daba muy poco dinero porque lo demás lo invertía en tomar, y ella siempre le decía: “hoy tomas alcohol como rey, y mañana tomas agua como buey”. La casa era chica y muy humilde, mi abuela guardaba todo, todo, yo pensaba que no estaba bien, yo quería ayudar a que la casa se viera bonita, yo limpiaba, desechaba y acomodaba, pero cuando llegaba me daba unas regañadas muy fuertes, aunque yo sonreía como si fueran el costo de mi logro. Recuerdo que todos los domingos nos levantábamos a las 5:00 a.m. y nos íbamos caminando a la parroquia, al salir de misa en ocasiones me llevaba al mercado y yo no se dé dónde pero ella me compraba cuatro taquitos de barbacoa y un chocomilk, ¡era un banquete para mí!, luego me llevaba a la plaza de armas a comprar una nieve de fresa. Veíamos a las ardillas que rodeaban los árboles y todo me parecía muy hermoso, esos fueron los domingos más felices de mi niñez, 138 hoy recuerdo su mirada al verme comer, ella con hambre, ¡qué sacrificio verme comer y qué amor para regalarme esos momentos! “Gracias, abuelita, donde te encuentres”. Fue una mujer que me inculcó mi fe espiritual y el amor en la práctica. Me hacía sentir cariño y seguridad. Me gustaba dormir con ella y subirle mi pie y abrazarla, a veces me parecía injusta porque cuando estábamos solas me consentía mucho y cuando estaba con alguien decía: “¡Esta niña tan desobediente y rebelde que no hace caso a nada, ya no sé qué hacer con ella!”, y claro que era cierto, pero yo en ese momento no la entendía, era una niña y todo lo tomaba a mal, mi reacción era rechazarla, avergonzarme de ella y sentir ganas de irme de la casa. Hoy le doy gracias a Dios por haber crecido con mi abuela, a su edad empezar a cuidar a una bebé y darle educación fue muy difícil en las condiciones que vivíamos y las experiencias tan duras que pasamos. Ella me abrazaba pero nunca me dijo que me quería, eran sus cuidados las muestras de su amor. Fui una niña muy inquieta, mi abuela les pedía a sus hijas que en cada vacación escolar me cuidaran, pasaba cada verano con una tía, yo tuve mucha historia con cada familia. Pero cuando mi abuela me dejaba en casa de cualquier tía, nadie le daba queja alguna de mi comportamiento, ni yo tampoco del de ellos, al contrario siempre me halagaban con sus comentarios, yo sonreía y siempre me pedían que regresara. Me gustaba mucho jugar con mis primas, eran las relaciones más bellas de mi infancia, las conservo en mi corazón. Me gustaba subirme al árbol a cantar, a jugar sin maldad, sin agresión, sólo gastar energía y convivir. Pero cuando llegaba la noche sentía angustia, miedo, temor a un escándalo. Tíos y primos abusaban de mí, con tocamientos cuando estaba en cama, yo me hacía la dormida, no podía enfrentarlo, luego lloraba en silencio. Mi abuela me inscribió en una estancia-kínder llamada “Amiga de la Obrera”, estuve desde uno hasta los seis años de edad, entraba a las 7:00 a.m. y salía a las 5:00 p.m., era de monjas, cuando nos llevaban a desayunar yo siempre tomaba de los alimentos a mis compañeros y me regañaban mucho por 139 eso, pero lo seguía haciendo, ahora pienso que tal vez siempre tenía hambre. Me encantaba ir a mi estancia, hace algunos años tuve la oportunidad de tener una estancia infantil a la que puse mi nombre y luego “Amiga de la Obrera” en honor a la estancia donde yo estuve, pues guardo en mi corazón hermosos recuerdos. Cuando salí de la estancia a los seis años, mi vida empezó a tener un cambio, recuerdo que a los ocho trabajé por primera vez. Mi abuela dijo que quería que me enseñara a hacer el quehacer para no estar de ociosa y con malos pensamientos, ella quería gratis pero yo pedí que me pagaran. Yo aprendí rápido porque no me gustaba que me regañaran, y además ganaba dinero. Me daban veinte centavos a la semana y me regalaban ropa, con eso yo me sentía muy feliz. En realidad trabajé desde los siete años: le hacía el quehacer a tías y vecinas, cuidaba niños, fui cajera a los ocho, trabajé en un molino de tortillería a los quince, era tan pesado ese trabajo; terminaba la jornada por solo veinte pesos diarios. Este trabajo tan duro y mal pagado es el que mi madre desempeñó desde los doce años hasta su jubilación. Entre las experiencias más positivas de mi niñez, está mi gusto por el estudio: yo era muy buena en la escuela, inteligente, rápida, y competía con los compañeros sacando buenas calificaciones, me gustaba salir en los eventos escolares, me hacían feliz. Actualmente, cada vez que visito a mamá le muestro mi cariño, y si le comparto mis triunfos es para que se sienta orgullosa de mí, pero nunca la he mortificado en decirle si tengo para comer o no. Ella me dio la vida para honrarla, no para mortificarla. Su casa es humilde, pero propia, la tramitó en el INFONAVIT por su trabajo, es de material y de dos plantas, Ella soporta los gastos de su casa, el dinero de su pensión lo puede invertir en lo que quiera. Mi dicho es: “Si no le doy, no le quito”. Contacto a mi madre por teléfono, voy a verla una vez al año porque ella tiene la costumbre de vender flores cada noviembre en el panteón municipal de su ciudad natal. Me pidió ayuda, y lo hago con mucho gusto así aprovecho para 140 verla y atenderla los días que voy. La amo tal como es, sin juicios ni reclamos, antes cuestionaba por qué no me quería; ya no, ahora le doy gracias a Dios por nuestra existencia; me quedo con que tengo a mi madre, la puedo ver y escuchar y le doy gracias a ella por mi vida. Pensar y sentir de esta manera me hace sonreír y valorar lo que tengo, así como es, gracias a todo el trabajo de desarrollo personal en Tejedoras de Cambios, aprendí a sanar cosas del pasado y darle su lugar a cada relación y experiencia. Desde que tengo uso de razón, por el medio en el que crecí, lo que aprendí, y hasta cómo me defendí, fue difícil para mí, tuve que crecer de esa manera que violó mi dignidad, claro que también he sentido una necesidad de estar mejor, de tener buenos pensamientos y he luchado por mejorar mis valores y creencias. En los libros de psicología explican que hay etapas sexuales de la niñez, desde bebés al explorar nuestro cuerpo, al crecer si no tenemos una guía adulta y responsable podemos caer en situaciones mal dirigidas. Como lo que a mí me pasó y que me afectó muchos años por pensar que yo era mala; ahora me digo: “¡mucho ojo!, antes de juzgarme”. Me asombra lo que de alguna manera estaba en mí, al recordar los actos grabados en cada imagen de mi madre, de mi abuela, de mis tíos, y de mi propia historia. Muchas veces me sentía triste, sola, vacía, abandonada, con ganas de cambiar esa vida, lloré, grité al cielo, a Dios, para que me ayudara a cambiar. Estaba como mi madre, repitiendo su vida y solo tenía diez años, ahora entiendo por qué sentía tanto enojo e impotencia sin encontrar salida de ese cautiverio. Desde muy pequeña observé a mi abuela como mujer siempre dándole el lugar y la razón a mi tío, a mis primos. Mis ojos grabaron al hombre con el poder de maltrato a la mujer. El resultado fue desvalorizarme y desafortunadamente vivir maltratada. Un día llegué a casa de mi abuela y le dije que quería e iba a cambiar, ella me abrazó y dijo: “Gracias a Dios que oyó mis ruegos”, así abrazada a ella sólo quería que no pasara el tiempo y sentirme amada, protegida, segura; decidí 141 que al terminar la primaria me iría a Monterrey a donde vivía mi tía, mamá de mis primos con quienes crecí. Desafortunadamente encontré una vida parecida a la que quería escapar. Y volví a pedirle a Dios que me ayudara, tenía diez años, pedía ser feliz, tener casa, alimento, oportunidad de tener una vida digna, un hogar donde me respetaran, no me importaba ser pobre, pero deseaba luchar por una vida mejor, regresar a ayudar a mi madre, a mi abuela. Me cambié de municipio y conseguí empleo en una casa cuidando unos niños, ahí la señora me permitía estudiar y me inscribí en secundaria. Entre mis recuerdos más vivos está el nacimiento de mis hijos. El primero fue en la madrugada cuando presentí que ya era la hora, su padre me llevó a la clínica del IMSS, yo ignorante aguanté mis dolores cada vez más intensos, pero suaves comparados a los que me había dado la vida que viví hasta ese día. Me sentía sola, era apenas una niña de quince años, mi fuente se rompió al diez para las doce de la noche y dio inicio el alumbramiento; y nace a las 12:10, mi bebé, mi primer hijo. Ese mismo día regresé a la casa con mi hijo en brazos… y con valor y con fuerzas. La experiencia más dolorosa y triste de mi vida fue cuando mi niño tenía un año y ya caminaba, mi pareja y yo empezamos una discusión que terminó en tragedia, el niño se salió y se fue a la casa de la dueña, entonces me salí a buscar a mi hijo, rogué y supliqué, pero se burlaron de mí. El padre del niño me respondió que me largase, que mi hijo no me lo daba. Tonta, otra vez tomé malas decisiones, busqué ayuda en unos policías y dijeron: “¡es su papá, tranquilícese!”. Regresé y dormí en la calle, al día siguiente: demanda por abandono de hogar, alegando que era una irresponsable con mi hijo. Nada conseguí, me volví a destrozar, me faltó luchar por él, era lo único que grababa mi cerebro, lo que creía, lo que sentía. Ahora reconozco que me faltó luchar por él y me arrepiento. Hice lo que en ese momento creí que era lo que estaba a mi alcance pero no, no me alcanzó, y me duele muchísimo. Regreso a casa de mi madre, ella me aconsejó que ahí yo no podría salir adelante, que me regresara. Al año llego a Monterrey donde me encuentro que un primo con el que yo 142 crecí fue encarcelado… y yo pronta fui rápido a sacarlo. Vi un hombre con una mirada triste, detenido por un pleito del día anterior, y lo miro yo con ternura y le dije: “no te preocupes, ahorita aviso para que vengan a sacarte y todo va a estar bien”. Él serio, con una mirada me agradece. Me enamoró su ser, pues yo veía en él a un hombre bueno, noble y tierno. Al principio a su pesar seguimos coincidiendo, lo que despertaba en mí me animaba a buscarlo, un día él aceptó llevarme a la casa de mi tía, y así empecé una historia con él, hoy es mi esposo, es el amor que soñé por mucho tiempo y me fui a vivir con él a un rancho, sin servicios, sin muebles, estaba la casa en una propiedad que tenía cincuenta hectáreas sin vecinos, solo él y yo, en octubre del 87, nos fuimos a vivir en unión libre y en diciembre del mismo año nos casamos por el civil. En el rancho no había chismes, ni nada que interviniera en nuestra relación, ahí pasé la época más feliz de mi matrimonio, iniciamos varios empleos juntos: compramos baterías de carro y fundíamos el plomo; había una hectárea de aguacate y nosotros le dimos vida, hicimos venta de aguacate, y aunque a veces eran trabajos rudos, los dos lo hacíamos con mucho cariño; teníamos animales como gallinas y cochinos; sembramos también una hectárea de elotes; fabricamos y vendimos carbón; los dos éramos muy trabajadores y nos disfrutábamos mucho. Cada fin de semana íbamos a visitar a mis suegros, ellos vieron cómo cuidaba a su hijo y que era muy trabajadora, así que rápido me gané su cariño. Yo enseñé a mis hijos a respetar y aceptar a la familia paterna sin juicios y así es hasta el día de hoy, por vivir lejos y no poder viajar seguido no han tenido mucha convivencia con la mía propia, a pesar de eso, también en mis hijos existe un respeto para su familia materna. Pero me duró poco el gusto, pues en los años que siguieron vivimos momentos duros: diferencias, distanciamientos, impotencia, depresiones, adicción, carencias, maltrato, desesperanza. Ninguno de los dos teníamos que encontrar esta violencia con personas ajenas, nosotros mismos nos encargábamos de ello con nuestras creencias, nuestro 143 machismo e historias repetidas, habíamos aprendido a vivir para complacer y vivir para desesperar, desvalorizando nuestra esencia y vitalidad. Mucho más de todo esto que cuento me gustaría omitirlo por mis hijos y seres queridos, pero es un regalo para mí verme en este espejo: la falta de valores nos marca a repetir cosas incorrectas. Hoy pienso que el valor del respeto y la honradez da el valor como individuo, que esos actos quedaron en el pasado y me quedo con el aprendizaje de vida que me hace crecer, y no con los juicios de mis errores. Nuestro hijo mayor nació el quince de enero de 1989, a las 22:35 y pronto lo tuve en mis brazos y pude sentir el gozo de felicidad después de la pérdida de mi otro hijo mayor. Durante sus primeros meses lo cuidé con mucho amor y ternura; lo quiero mucho y me siento muy orgullosa de él. Con su llegada volví a tener esperanza en ser feliz, Después de seis meses de nacido nuestro hijo, mi esposo y yo nos sentíamos muy mal, él se deprimió, fue en los tiempos cuando yo me peleo con su hermana y él tiene un disgusto pasajero con su papá. Nos sentíamos muy solos y yo asumí un papel equivocado para darle apoyo moral a mi esposo y salir adelante. En esta parte me causa dolor compartir esa actitud que tomamos, pues yo trataba a mi marido como un hijo más, afectando mi relación con nuestros hijos, y tenía que estar con él complaciendo en todo lo que él quería y demandaba, sin límites; yo complaciente, él dominante. Ahora sé que si quiero que las cosas cambien en mi vida, yo tengo que dejar de hacer lo mismo. Una de las acciones que realizó quien ahora es mi esposo, y que más le reconozco y que tantísima importancia tiene en mi vida, fue ir a buscar a mi hijo mayor y poder luchar para atraerlo a convivir con nosotros. Claro que era muy pequeño y no obtuvimos respuesta, así lo hicimos cada año hasta que un día él vino a terminar su secundaria y le festejamos sus quince años. Gracias, gracias, gracias. Claro que no estábamos familiarizados con él, nos estábamos conociendo, y vino en varias ocasiones. Mi mamá decía que tenemos el mismo carácter y por eso chocamos, creo 144 yo que sí, y sí acepto que con mi forma de ser y mis cambios emocionales pronto salíamos disgustados, entonces él se regresaba a vivir a su tierra natal con las personas que lo vieron crecer, a quienes yo siempre agradeceré, pues ellos cuidaron su vida. Cuando me lo encuentro en casa de mamá me evade, pero creo en Dios y que algún día sanara su corazón. Hoy le digo: “hijo, te quiero y espero algún día unir nuestras vidas en reconciliación, te deseo plenitud en la tuya propia, gracias por existir, tú cambiaste todo para mí”. Fue una sorpresa ver a mi madre llegar para cuidarme a mi segundo hijo, porque mi esposo y yo nos casaríamos por la iglesia, el 26 de julio del 1992, y asistiríamos a en un retiro matrimonial cuatro días antes de dar a luz a mi única hija mujer, uno de mis tesoros que amo y admiro, además de que me siento muy orgullosa de ella. Mamá y yo chocábamos en la convivencia diaria y yo me sentía incomprendida y rechazada, y no pude disfrutar el acompañamiento, pero esperó el nacimiento de mi hija. Como tampoco yo crecí con ella, sucedió igual que con mi hijo mayor, porque no es fácil entender las formas de ser al conocernos ahora, además de que en aquel tiempo yo no había trabajado todavía mis sentimientos. Nació mi hijo menor el cuatro de agosto de 1994 a las 11:10 y mi esposo estuvo conmigo en esos momentos, fue un parto muy tranquilo, sin dolores ni angustia; inclusive él festejó en casa porque había nacido su hijo y era hombre. Mi esposo estaba desesperado, aunque estable en sus trabajos ya no quería estar con su papá, y se le metió a la cabeza el irse a probar suerte a Reynosa, pues le habían dicho de una compra de chatarra que manejaba tráiler y su sueño era trabajar en esos vehículos, así que sin más palabras me dijo que se iba. Lloré, pataleé, le rogué, que no se fuera pero fue imposible: su decisión estaba tomada. En septiembre del 98 se va, aunque luego el amor o mis miedos siempre hacen que le perdone todas sus ocurrencias y maneras de ser. La muerte de mi suegro me dolió tanto a mí como a mis hijos, pues él fue como un padre para todos, nunca voy a 145 olvidar su apoyo incondicional. Era gruñón pero bueno y con su muerte dejó un hueco y vacío entre mi esposo y yo, porque él nos quería ver juntos y felices, siempre exigió responsabilidad matrimonial a su hijo. Otros de los hallazgos que encuentro es qué si éramos y somos tan trabajadores, ¿por qué siempre hemos batallado con el dinero?, pero fue, y lo reconozco hoy, muy mala administración. Si no era una cosa era en otra pero siempre estaba activa trabajando para que no se le hiciera pesado a mi marido el mantenernos y que me fuera a dejar, yo quería que siempre me admirara en todo y que nos hiciéramos ancianos los dos juntos y no pierdo la fe de que sea así. Los compadres y mi familia nos juntábamos muy frecuentemente, recuerdo un día que me llevaron Las Mañanitas y mi esposo haciendo presencia con los compadres. Fue única esa ocasión, para mí era muy agradable e importante sus muestras de cariño. Sus hijos y nuestros hijos jugaban mucho, para mí ellos ocuparon el lugar de la familia que yo necesitaba, tanto que se volvieron amigos como parientes carnales, y en nuestras reuniones hacíamos varias dinámicas donde involucrábamos el valor matrimonial y todos teníamos un aprendizaje. Fui muy apegada a mis hijos en la escuela para cuidar sus calificaciones y comportamientos, y así ayudar a formar hijos buenos como lo son hasta ahora. En todo este proceso traté de ser con mis hijos comprensiva aunque a veces fui muy enojona; dedicada, pero muy exigente en sus calificaciones; amorosa y en otras ocasiones dura; entregada y otras descuidada; pero eso sí, adoraba a mis hijos, eran mi motor de vida, mi valor para seguir fuerte. Mis hijos me dieron fuerza para empezar a buscar mi valorización personal, con equidad, porque no existen en la biblia ni en las relaciones humanas un derecho otorgado al hombre o a la mujer, donde se imponga control a la pareja pasando por alto su dignidad. Hoy sé que todo mi pasado es algo que no puedo cambiar, pero sí la mirada y encontrar un regalo, que tengo que estar cuidando mis emociones y abrir mi regalo cuando esté 146 caminando en círculos, con dudas, miedos, inseguridades, apegos y no quiera soltar algo que tampoco me permita avanzar. Es por eso que incluyo lo bueno y no tan bueno y considero que por más malo que se vea en los tiempos que sucedieron nunca pensé en hacer daño, solo pensé que eso que hacía era lo correcto… aunque hoy leyendo mi relato encuentre cosas incorrectas, valoro ver a mis hijos hoy resolviendo sus vidas, igual que yo con cosas buenas y no tan buenas para los ojos de cada uno, pues esto es parte de la vida. Cada quien es dueño del sentido que damos a nuestra interpretación. No hay gente perfecta, sólo en desarrollo, somos seres en evolución con necesidades y deseos personales, con cualidades y defectos, y cada quien decide capitalizar lo que nos funciona para avanzar. El tiempo es nuestro mejor juez, lo que hayamos hecho de bueno y no tan bueno tendrá muchos frutos y se refleja en el futuro, ojalá y podamos abrir nuestro regalo de vida en compañía de Dios, eso nos puede ayudar a encontrar en nuestro camino todas las herramientas que necesitaremos para vivir en plenitud y no sólo sobrevivir en un pantano de experiencias mundanas. Ahora al escribir me asombra ver cómo era, desde niña, fuerte y rebelde, activa y resuelta a enfrentar y mejorar. Encaminada en la búsqueda de una vida mejor, lograba levantarme cada vez que caía, iniciar otra vez con mejores decisiones, y sí encontré ayuda: a veces fueron personas, oportunidades de trabajo, pláticas o cursos para crecer como ser humano. Lo que ha sido mi fuerza, durante mi existencia es practicar y alimentar mi área espiritual y mi búsqueda para ser mejor, en talleres de Desarrollo Humano crecer y agarrar el volante de mi vida, parada en responsabilidad, asumiendo que los límites en mi vida los pongo yo en el aquí y ahora. Sé que en nada de lo que he pasado hay un culpable, sino aprendizajes en mis vivencias circunstanciales, vivencias como un árbol, con hojas caídas en cada cambio de estación. Crecer duele y para que el próximo año fuera mejor y con nuevas hojas, hay que estar en evolución cada año. Así es mi 147 vida, cada latido de mi corazón es una frecuencia de pensamientos y maneras de SER, en actitud positiva dentro de lo que puede juzgarse negativo. Más tarde acudí muchas veces a consultas psicológicas. Ahora he aprendido que aun en otros ambientes también se dan algunos de estos problemas, los más generales, los sociales; lo que sí me he preguntado es si acaso sería diferente si yo hubiera pasado mi infancia con mis padres. Fue importante en mis cambios estudiar Acupuntura, al aprender herramientas y habilidades que aportan al cuidado de equilibrio humano y de la salud, en lo físico y lo emocional, cuando me sentía débil, frágil o cabizbaja, el uso de esta práctica era como si brotara un roble dentro de mí, para que nadie me volviera a tumbar o pasar sobre mi dignidad. Los cursos de Tejedoras como el “Guión de mi Vida”, Diplomado Tejedoras de Vida, y “Manejo de emociones y conflictos” han sido el primer cohete lanzado al espacio de mi alma para poder ver lo maravilloso de mi SER, y lo que es la vida misma, mi despertar dándole una visión diferente a mis vivencias. También tomé en otro lugar talleres de Desarrollo Humano, muy importante mi Licenciatura en Educación, donde se me dio la oportunidad de aprender y donde encontré el sentido de lo vivido, claro esto es un proceso continuo. Querida familia en el curso de mi autobiografía pude plasmar mis vivencias, mas quiero agregar a cada uno de ustedes lo siguiente: A mi hijo mayor, Ricardo. Reconozco las circunstancias y vivencias de tu vida que involucran las pésimas decisiones que tomé en aquellos momentos y de las que hoy me doy cuenta. Te amo y espero que un día volvamos a compartir la esencia del amor maternal; en mi corazón ocupas un espacio con valor similar al que un día ocupaste en mi vientre y hasta el día de hoy en mi vida. Creo que la existencia es una sucesión de batallas y no siempre se gana, pero sí se aprende para aminorar el dolor que nos aleja de nuestra esencia. Las emociones no son 148 mochila para cargar, sino un regalo para recibir. Soy el manantial de la vida, tómala para ser quien hoy eres, sin juicios. Crecer duele, y entre más aceptemos lo que vivimos más invisibles serán las cicatrices. Crecer es aprender a atravesar aquello que no nos gusta y que es parte de nuestra historia. Y la vida no es una estación para detenerte, así como la felicidad no es magia ni un lugar donde llegar, es una actitud que tomas ante la vida. Te amo y te abrazo. A mi marido Jerónimo: En nuestro acompañamiento durante estos 28 años, he valorado verte como un hombre del que sigo enamorada. Por tus habilidades para hacer arreglos de la casa, para compartir los quehaceres del hogar y luchar ambos para vencer nuestros defectos pensando en nuestra relación, y por crecer juntos en nuestras formas de ser. Juntos podemos vencer los miedos que atan la libertad de ser feliz. Te doy las gracias por el ejemplo de ser un hombre trabajador y cuidar de nuestros hijos. Te amo. A mi segundo hijo, Enrique: Desde que planeé tu venida, tienes tu lugar importante en mi corazón. Siempre te hemos visto como un hombre exitoso, grande en los negocios, con una familia feliz. Hoy te digo: cierra tus ojos y reconoce tus fortalezas dentro de ti y sigue luchando hasta lograr tus metas. Te quiero mucho y te dejo mis fortalezas para que vueles alto. Yo te sonrío y quiero verte feliz. A mi tercera hija, Mariel: Te amo y me siento orgullosa de ti. Sigue volando, no pares, sueña, crea, nunca pierdas tu esencia, tú eres valiosa y única, tu dignidad no la puedes arriesgar nunca, trabaja en tu desarrollo personal y profesional. Escucha tu sentir y atiende tu intuición, tus emociones son la base para tomar las mejores decisiones para alcanzar tu plenitud. 149 Eres una mujer exitosa, grande, empoderada, feliz y amorosa. A mi cuarto hijo, Jaziel: Eres un hombre con grandes regalos para tu vida. Yo deseo que tú veas que puedes ser mejor que tus padres y así tener el éxito y la abundancia en tu vida. Agradezco que siempre estés al pendiente de tu familia, siendo un padre y esposo responsable. Te amo. Hoy doy gracias a Dios por mis logros, y mi ser de mujer muy trabajadora, exitosa, amorosa, libre, empoderada, sonriente, feliz, positiva, entusiasta, creativa, lectora, y escritora. Soy mujer de fe, de esperanza y de servicio. Me rediseño cada día para lograr ser quien quiero ser, amo mi sexualidad, mi esencia y estoy trabajando mi aceptación y mi desapego. Este es el final. Somos una familia en desarrollo. 150 Imago - Brisa de tormenta “… conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres” (Juan, 8:32). Esta frase se aplica en mí perfectamente. Mi niñez Nací en Nuevo Laredo. Soy la penúltima de once hermanos, tres de ellos murieron antes de cumplir un año. Durante unos años vivimos junto a mi abuela. Su patio y el nuestro era el espacio donde un montón de niños traviesos y juguetones inventaban a diario juegos que empezaban con el amanecer y terminaban con el ocaso. Cuando yo tenía cuatro años, papá pensó que vivir en un pueblo pequeño nos ayudaría a tener una vida más tranquila y segura y nos llevó a vivir a una zona rural de Montemorelos. Todo era nuevo y maravilloso para mí; sobre todo la libertad que allí tenía. El cambio de vivir en una ruidosa e insegura ciudad a la tranquilidad de aquel lugar donde podía correr y llegar hasta el horizonte -sin que hubiera peligros reales-, era un sueño. A papá y a mí nos gustaba salir a caminar. Aunque la hierba alta casi me cubría y hacía que me sintiera perdida en la inmensidad de la pradera, bastaba con llamar a papá y él respondía: “Aquí estoy, hija”, y mi temor desaparecía. Quizás yo no supiera dónde me encontraba, pero él sí lo sabía. A veces me alejaba de la casa y me sentía asustada cuando no sabía dónde estaba, pero veía a papá y me acercaba a él, entonces él me tomaba de la mano o me alzaba en brazos y me sentía segura. Papá y yo no hablábamos mucho, pero compartíamos todo y nos entendíamos sin hablar. Por las mañanas después de su café matinal, salía a respirar el aire fresco y puro. Yo lo seguía de cerca y cuando me veía caminando junto a él, me tomaba de la mano y caminábamos juntos. En ocasiones yo le preguntaba cualquier cosa y él con paciencia me escuchaba y respondía, otras veces tomaba mi mano y me llevaba a ver el nido de una tórtola o el hueco de una ardilla en un árbol, pero nunca me 151 inquietó saber a dónde íbamos o ver cuánto nos alejábamos de la casa; si iba de la mano con él, me sentía segura. Aunque llegásemos al fin del mundo, a su lado me sentía protegida. Así es mi relación con Dios ahora. Puedo decir que tuve una infancia feliz. Un año después del cambio (de Tamaulipas a Nuevo León), mi abuela paterna se reunió con nosotros y vivió sus últimos cuatro años en nuestra casa. Papá le construyó un jardín rodeado de árboles. Era una delicia verla cuidando de sus plantas y sus flores que tanto amaba. Cada mañana, ella regaba, podaba, limpiaba o rediseñaba su jardín; entre sus plantas no había hojas muertas o plagas. Después, cuando quedaba satisfecha con su trabajo, se sentaba bajo la sombra de los árboles a leer sus novenas, sus libros de oraciones o historias de los santos, o se sentaba en su mecedora a rezar el rosario. En una esquina de su recámara tenía un altar que ocupaba una quinta parte de esta, llena de imágenes, estatuillas y cuadros de Jesucristo, de monjes, mártires y santos; escenas de la Biblia o representaciones de algún episodio histórico de la iglesia. Ella me enseñó a rezar, a recitar el rosario, a ofrecer ayunos. Me presentó también a un Dios severo y castigador; me daba la impresión que el Dios que ella conocía estaba viéndonos constantemente para escribir en su libreta de castigos nuestros errores y hacernos pagar por nuestras culpas, por pequeñas que éstas fueran. Nos enseñó también las reglas básicas de las buenas costumbres, ya que ella venía de una “familia de sociedad”, aunque los buenos modales pueden resultar chocantes, estorbosos o ridículos cuando el entorno no es el apropiado y ello nos acarreó el mote de “las presumidas”. Abuelita nos enseñó muchas cosas, pero todo a base de temor. Ese temor me acompañó durante gran parte de mi vida. A pesar de ello, mi abuelita era dulce conmigo y no me gustaba verla sola y pensativa. En cuanto me era posible, iba y me sentaba a su lado, ella parecía disfrutar los relatos confusos y apresurados de mis aventuras infantiles y yo era feliz de tener a alguien que me escuchara con atención. Es difícil, para una 152 niña de cinco años, entender que los adultos necesitan con frecuencia lapsos de soledad para organizar sus ideas y sus sentimientos. De ella recibí consejos y enseñanzas que permanecen vigentes. Lo que le aprendí, aún puedo aplicarlo a mi vida. La imagen que guardo de mi abuela es de una ancianita dulce y frágil, amable y llena de ternura. Mi adolescencia Mi adolescencia, sin embargo, creo que fue la etapa más difícil de mi vida, quizá porque nadie me advirtió de los cambios que habría de pasar. No me refiero a cambios físicos, sino a la confusión, los cambios de ánimo, la tendencia a la depresión… Papá cambió completamente su actitud conmigo y me trataba con una ligera aspereza, igual que a mis hermanas. Tardé unos años para entender por qué. Él amaba a los niños/as por igual porque son inocentes y tiernos, pero al llegar a la adolescencia empiezan a sentirse atraídos por el sexo opuesto y a tener “sensaciones prohibidas” que conducen al pecado (en especial las mujeres). Así que, según papá, la mujer es el motivo que hace que el hombre peque y eso nos convierte en una especie de demonio. Jamás he conocido a alguien tan dramáticamente tímida como lo fui yo. No puedo decir que tenía la autoestima baja; ¡mi autoestima simplemente no existía! No culpo en ninguna manera a mis padres; ellos me criaron como mejor pudieron. Ellos intentaron hacer lo mejor partiendo de su propia educación. Además, siempre consideraron mejores personas a quienes eran sencillos y modestos y repelían a todo aquel que manifestara un gesto de orgullo o vanidad y fue lo que quisieron que aprendiéramos. Aunque me hubiera gustado escuchar palabras alentadoras en mi infancia y juventud. Frases como: “¡Tú puedes!” o “¡Lo hiciste bien!”, hubieran ayudado a vencer mi timidez o, mejor dicho, no habría desarrollado esa inseguridad. Así nos “inculcaron” la modestia. Frases como: “¡Eres una inútil, floja, tonta...!”, eran parte del vocabulario diario... con un lenguaje más florido, por supuesto. Por ser la más pequeña de las niñas, solía sentirme excluida por mis hermanas. Yo era eternamente la bebé para ellas. 153 Naturalmente hubo momentos de felicidad. Me enamoré y sufrí decepciones muchas veces. Yo tenía quince años cuando conocí a mi primer amor y él 25. Él era cliente en el negocio de papá, donde yo ayudaba. Tenía una personalidad muy dulce, era simpático, alegre y con mucho carisma. Naturalmente me enamoré, pero él siempre me trató como a su hermanita. Siempre oculté a todos lo que sentía por él. Cerca de los 19 comenzó a pretenderme sin ser claro ni directo, por tanto yo no podía corresponderle. Unos meses después me pidió que me casara con él, lamentablemente, mejor dicho afortunadamente, en esos días supe que estaba viviendo con una mujer. Por supuesto, lo negó y torpemente me confesó que su plan inicial era casarse conmigo para explotarme, pero que ahora me quería; usó otras palabras, desde luego. Yo ya no quise hablar con él y se fue. Dos años después regresó con una niña de casi dos años, su hija. Yo era muy joven e ingenua, y bueno, no es difícil imaginar cómo me sentí durante ese tiempo: humillada, tonta, ridícula, avergonzada y sola. Caí en depresión. Gracias a Dios mi familia fue mi apoyo. Entonces me aferré a Dios y de esa manera pude sobrevivir. Yo no tengo de qué arrepentirme ni avergonzarme, sin embargo, el recuerdo de las heridas sigue allí. El dolor y soledad me impulsaron a buscar a Dios y mi alma encontró paz. En mi búsqueda de un mejor conocimiento de la voluntad de Dios para mi vida, me fui introduciendo en las religiones. Éstas me impusieron mayores restricciones a mi vida llena ya de límites; con reglas y juicios interminables. Aclaro y repito: Dios me dio luz y esperanza, pero la religión mal entendida -la religión manipulada por hombres (en el sentido de humanidad)- puede volverse en nuestra contra y, lejos de ser de bendición, se convierte en un yugo difícil de soportar. Sumisión, abstinencia, obediencia absoluta, orden… contrario a las palabras del apóstol Pablo: “Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni 154 gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y doctrinas de hombres)?” Col 2:20-23. Además de inútil me sentía mala persona, porque no entraba en el molde de santidad que las iglesias o religiones demandaban. Me consagré en cuerpo y alma a buscar una perfección imposible de lograr. Me volví rígida y severa conmigo, no me permitía siquiera pensar algo indebido. Todo, mis pensamientos, palabras y acciones debía de ser puro, absolutamente todo. Tal fue mi renuncia al mundo que ya no escuchaba música secular, evitaba las fiestas y las conversaciones que no tuvieran relación con la iglesia, la religión, la Biblia o Dios y entré a un tipo de letargo emocional que se extendió durante veintitrés años. Mi juventud Mi juventud pasó sin las grandes aventuras que mi espíritu deseaba. Reprimida por la familia y la religión, la verdadera Yo no podía salir. Era como si una persona más alegre y extrovertida viviera dentro de mí y quería ser libre, pero la Yo exterior -la Yo que había sido moldeada conforme a nuestra cultura-, la reprimía. Una y otra estaban en constante guerra. No tuve la oportunidad de cursar la preparatoria. Para continuar estudiando era necesario ir a vivir a la ciudad y papá no lo hubiera permitido. Siempre preocupado por nuestro bienestar y por el daño que pudieran causarnos si él no estaba protegiéndonos, pero su mayor temor era que “deshonráramos la casa” si resultábamos embarazadas siendo solteras. A los 24 años conocí al que ahora es mi esposo. Me casé enamorada. Era un amor maduro, mesurado y prudente; a pesar de ello no pude evitar verlo como un príncipe de cuentos. Al poco tiempo me di cuenta que no lo era, sino solamente un hombre común, con todas nuestras costumbres de siglos pasados, vigentes al cien por ciento. Estando casada, adquiría otro rol, más rígido aún. Ser esposa y madre es satisfactorio cuando es un ideal, sin embargo, también es muy demandante y poco valorado; además, se podría decir que la mujer se vuelve invisible o 155 queda anulada, solo es “la esposa de...”. Y cuando los hijos crecen, se convierte en “la madre de...”. No me arrepiento de haberme casado ni de haber dedicado veinte años de mi vida completamente al cuidado de mi familia. Mis hijos son mi orgullo y satisfacción. Creo que hice un buen trabajo. Mis padres Mis padres se fueron el mismo año, con una diferencia de ocho meses. Cuando papá se fue me sentí desorientada, perdida, porque su rigidez me anclaba en el amparo de un puerto seguro. Papá tenía el carácter fuerte, no se dejaba vencer ante las adversidades. A principios de los años ochenta, cuando él tenía 62 años, perdió todo lo que invirtió en el negocio familiar; únicamente le quedó una deuda bancaria con muchos ceros. Nunca se quejó ni se rindió, al contrario, trabajó con más entusiasmo hasta recuperar el patrimonio familiar. A los 65 tuvo un accidente que lo dejó en cama durante mucho tiempo. El pronóstico médico era que posiblemente no volvería a caminar debido al golpe que recibió en la columna y que desvió una vértebra. Sin embargo, papá no aceptó ese diagnóstico y ocupó su tiempo de convalecencia a leer, escribir y hacer planes para cuando se recuperara. Y así fue. Después de varios meses, apoyado en un bastón, salió a trabajar en lo que más amaba. Nadie se atrevió a detenerlo. Papá, con su modo de vida intachable, siempre nos inculcó la rectitud, la tenacidad y el amor por el trabajo. Mamá era una mujer tenaz, de un carácter firme forjado por el sufrimiento vivido. Quedó huérfana de madre a los seis años, cuando nació la más pequeña de seis hermanos. Por ello sabemos muy poco de la historia de mi abuela Pilar; lo poco que sé de ella es que era una indígena auténtica. Aunque sufrió el maltrato y abandono de parte de mi abuelo, ella lo buscó y vivieron juntos nuevamente. Apoyada por su suegra, la bisabuela Cuca, obligaron a mi abuelo Felipe a dejar a su nueva pareja para hacerse responsable de sus hijos. Incluso “La Gringa”, la nueva pareja de mi abuelo, también la apoyó. Cuando mi abuela Pilar murió, 156 mi abuelo se aficionó al alcohol, todos creían que era de arrepentimiento por haber tratado tan mal a mi abuela. Lo cierto es que el vicio aumentó su conducta agresiva, que derivó en maltrato rayando en la tortura para mamá y mis tíos. Unos años después se unió a una mujer que tenía tres hijos y la vida empeoró para mamá. Mi abuelo los maltrataba a todos, además que les obligaba a trabajar como hombres adultos. Poco tiempo después, Paula, la madrastra, se fue con sus hijos al lado de su familia. Cuando mamá era adolescente, llegó Luz, su segunda madrastra. Al lado de Luz, Paula parecía un ángel. Mamá nunca supo lo que era una palabra de cariño o de aliento. Lo que aprendió fue a golpear, a maldecir, a insultar. Aun así, mamá nos decía y demostraba que nos quería más que a todo. Se casó a los 24 años, más por salir de su casa que por estar enamorada. Se diría que el matrimonio de papá y mamá era de “conveniencia”; papá tenía con él dos hijos pequeños de un matrimonio anterior y necesitaba quien los cuidara. Al principio, las cosas se mantuvieron en paz, pero unos años después tuvieron problemas debido a los hijos y a las parejas anteriores de papá. Él quería disolver su matrimonio con mamá, pero ella no lo permitió. No quería quedarse sola y repitió, de alguna manera, la historia de su madre. Con tres niños, un hermano y una carta de papá consigo, se fue de Valle Hermoso, Tamaulipas a Nuevo Laredo a buscar a su suegra, a quien no conocía. Por ser tan trabajadora y diligente, mi abuela María la aceptó con agrado. Después papá se reunió con ellos y vivieron juntos durante varios años. Admiré a mamá por su creatividad, su laboriosidad, por ser tan responsable, pero sobre todo por su valentía. Tengo muy presente una anécdota de su valor y coraje cuando yo era niña. Un nuevo profesor llegó a la primaria donde estudiábamos, tenía un carácter de los mil demonios. Un día, por un incidente menor, descargó su ira sobre las espaldas de dos de mis hermanas, golpeándolas con una vara en repetidas ocasiones; ellas regresaron a casa e informaron a mamá lo sucedido; jamás vi a mi madre tan enojada. Se quitó 157 su delantal y se fue a la escuela. Le reclamó al profesor su comportamiento y él no sabía qué decir. Mamá, a pesar de estar furiosa, no dijo nada fuera de lugar ni usó un vocabulario inapropiado. Ese día vi a mi tierna, abnegada, sumisa y tímida madre como una heroína que estaba dispuesta a defender a sus hijos contra quien fuera. Desde entonces supe que contaba con ella en cualquier dificultad. Cabe decir que cuando decidí retirarme de la religión tradicional, ella me apoyó aunque no estaba convencida del todo de que mi decisión fuera lo más sabio. Mamá, una mujer de conducta irreprochable, nos enseñó la decencia y el decoro. Constantemente leemos reflexiones sobre la importancia de decir o hacer por los demás en vida, pero yo nunca le dije cuánto agradecí su entrega y abnegación. Le dije muchas veces cuánto la amaba, sin embargo nunca expresé con palabras mi admiración y agradecimiento. Dondequiera que estés: Te amo, mamá. Gracias por todo. Fuiste una madre maravillosa. Cuando mamá partió con el Señor, yo me sentí abandonada y completamente sola. Me sentí como una niña perdida. Dediqué tiempo para mí, para ordenar mis ideas, mis pensamientos y prioridades. Un día, pensando en ella, en sus sufrimientos, su sumisión, su obediencia, sus renuncias a tantos sueños; pensé si habría valido la pena. Siempre dijo que lo hacía por nosotros. Y si lo hizo por nosotros, para que no sufriéramos ¿por qué debía yo de padecer lo mismo? Decidí en ese momento que iba a luchar por mí: a realizar planes personales donde no estuvieran involucrados terceros, esposo e hijos. Prometí que, por ella y por mí, no permitiría más maltrato. Asumiría mi vida con responsabilidad y trabajaría por mi libertad. La libertad interior que nada tiene que ver con cadenas, muros o papeles. Simplemente, quería saberme capaz de tomar decisiones. Es difícil entender y aceptar la muerte. Es imposible encontrar la palabra adecuada que dé un poco de consuelo. Cuando papá y mamá murieron, sentí que una parte de mi vida se fue con ellos, pero me dejaron parte de su vida también, no sólo a mí, también a cada una de las personas que los 158 conocieron y lo amaron. Me dejaron su enseñanza, el deseo de servir, me dejaron hermanos, me dejaron fe. Así que, mientras yo los recuerde, cada vez que comparto una anécdota de ellos, cada vez que aplico sus enseñanzas en mi vida y cuando las transmito a mis hijos, cuando su ejemplo guía mi vida, cuando cuido una flor, cuando tiendo una mano para ayudar, ellos se mantienen vivos en mí. Tejedoras El aprendizaje en Tejedoras ha sido fructífero. En el trayecto, acompañada por personas que fueron convirtiéndose en buenas amigas, fui descubriendo verdades que fueron revelando la raíz de muchas heridas. Dios me sorprende cada día al ver cómo Él fue abriendo puertas y poniendo en mi camino a personas que me ayudaron a ver que había alternativas, pero también que yo soy la única responsable de lo que permito en mi vida. Cuando estamos en ese sopor cómodo y paralizante, como en el que me encontraba, es difícil ver que hay otras opciones. En varias ocasiones leí, o tomé talleres orientados al desarrollo personal, a mejorar la autoestima, etcétera, eran amenos y motivadores, pero por estar en ese estado de semiinconsciencia me parecía que no los necesitaba mucho -yo no estaba tan mal, según mi propia opinión-. Me parecían exagerados y que movían a la rebeldía. Este diplomado fue diferente. Me hicieron llegar hasta el origen de mis conflictos. Reviví dolores, perdoné ofensas, acepté lo que no puedo cambiar y entendí que todo es parte de mi historia, de esto que ahora soy. Si bien considero que son estas experiencias -buenas y malaslas cuales, una a una van creando como un rompecabezas y se va formando lo que somos, también creo que en ocasiones, las piezas no embonan por estar fuera de su lugar y no armonizan, en conjunto, con lo que realmente somos; entonces, es necesario reacomodar lo que está fuera de su sitio para tener paz y estar satisfecha con lo que somos y hacemos. Hoy 159 Me siento bendecida. Actualmente estoy trabajando en lo que más me gusta. En este viaje he aprendido a aceptarme y a valorarme tal cual soy; con mis muchos defectos y reconociendo mis virtudes, pues he aprendido a conocerme. He aprendido a asumir mi vida, a actuar sin culpa, a hacerme responsable de mis decisiones, sin culpar a los demás, a mi entorno, a las circunstancias o a mi historia. He aprendido a no tener miedo, sabiendo que cada día trae nuevas experiencias y nuevas lecciones; que crezco más atreviéndome, que quedándome en la comodidad de mi encierro. Quedó atrás la mujer que pensaba que si pasaba esto o aquello, o si las personas se alejaban o se iban, no lo podría soportar. Ahora me reconozco fuerte. Sé que vendrán nuevos eventos que me causarán tristeza o dolor, también eso es parte de vivir. La nueva Yo, o podría decir: la Yo que estaba oculta y temerosa, surge y me reconozco con capacidades que no creí tener. Los linderos sólo estaban en mi mente. Me gusta saberme valiosa; no como un ser extraordinario, sino con el valor inherente de cada ser humano. Me falta mucho por recorrer, por aprender; afortunadamente ya no voy a ciegas; encontré el camino y el medio. “...y conocí la verdad sobre mí, y la verdad me hizo libre.” 160 La que estoy siendo, gracias a la que fui – Fresca Calidez Aclaratoria: Antes de empezar, quiero aclarar que durante la elaboración de este escrito, justo cuando comenzaba a redactar esas historias que a pocos nos gusta escuchar pero que cobran un gran significado luego de que hemos aprendido de ellas, justo en ese momento, de pronto, un aire de angustia y preocupación me invadió. En mi cabeza sólo podía detectar las siguientes preguntas: ¿Qué podrían decir las personas que aquí menciono? ¿Cómo se sentirán al leer esto? Aunque la versión de los hechos que aquí describo es mía. Repito: es mi versión, mi sentir, mi percepción y se vale; no espero que a todos les agrade, lo acepten y mucho menos me lo festejen. Se vale porque no hay, hasta ahorita, un manual en dónde nos digan claramente en qué situaciones debemos sentirnos de tal o cual forma… lo que menos quiero es que al leer esto “alguien” o “algunos” se sientan ofendidos por lo que aquí leerán, sin embargo, comprendo que todos tenemos y creo que aún yo misma tengo algo de esas frases que actualmente se siguen usando: “No llores, no te enojes, así fueron las cosas, te estás confundiendo, estás equivocada”. Por supuesto que hoy tengo otra versión de mi historia, aunque quizá los hechos sean los mismos. Hoy los estoy viviendo, sintiendo, narrando y construyendo de una manera muy distinta. No sé si el dolor ya pasó, si me duele de manera diferente o si, incluso, cambié el dolor por el aprendizaje; el caso es que hoy son las grandes bases que me sostienen de una manera más armoniosa y con una mirada más amable, principalmente hacia mí. Hoy, a mis tantos años, he tenido más actualizaciones (como en los programas de las computadoras) en ideas y pensamientos que cuando recién tuve conciencia del paso del tiempo al terminar mis niveles básicos de educación. Esta actualización de información no es académica, sino de vivencia, de experiencias íntimas, hablando propiamente de mi 161 Yo real, de mi esencia. Hoy tengo una conciencia diferente (y por lo mismo, directamente proporcional a mi responsabilidad conmigo) de lo que digo, hago, pienso, siento, evado, omito, etcétera. Después de tantas y tantas vueltas, aquí estoy: recordándome, resintiéndome, re-escuchándome, redescubriéndome, renovándome... ¿y por qué no?, también revolviéndome de manera diferente, permitiéndome aprender con ensayos-errores… muy atropellada (principalmente por mí), pero también con muchos raspones que han tenido su gran aprendizaje y a los que hoy les doy las gracias públicamente. Queridos y adorados raspones: “Hoy, gracias a ustedes, por fin aprendí x, y, z… aunque al verlos venir, quise sacarles la vuelta. No sabía que el regalo que me traerían a mi vida iba a ser más grande que lo doloroso. Hoy los acepto con paz y con mucho agradecimiento”. Mi vida… Nací en un pueblo del estado de Morelos, llamado Zacatepec, un 22 de Marzo de 198…. Según los relatos de mis papás (la versión que me contaron de niña), su relación como pareja era “normal”. Papá salía a trabajar a una fábrica donde elaboraban productos farmacéuticos en donde realizaba funciones relacionadas con su carrera (Ingeniero Químico Industrial) y mamá se dedicó a nosotros (de profesión Médica Veterinaria Zootecnista): mi hermano y yo (cuando nací él tenía aproximadamente un año de edad), y fue quien más tarde se convertiría en una figura masculina-paterna muy importante para mí, un ejemplo de hombre de quien yo he aprendido mucho (con algunos ajustes, claro). Crecimos en este pueblito, con mucho calor, pero muy amados por mis papás y por mi abuelita María. Ella fue para mí una mujer muy trabajadora, que sacó adelante a sus hijos sin el apoyo de su esposo y con problemas de violencia intrafamiliar. Después de pasar algunos años viviendo con ella, rentaron una casa sencilla en donde conocieron a los que más tarde elegirían para ser mis padrinos: una pareja joven de maestros organizados de manera equitativa (según cuenta mi mamá y yo, ya que fui a visitarlos recientemente, lo 162 comprobé), incluso mi mamá veía cómo se repartían las labores del hogar, observaba el respeto y la confianza que se tenían, su disposición para hacer cambios en su relación, su comunicación… No estoy diciendo que eran o son una “super pareja” pero sí que “algo” ellos estaban haciendo diferente en aquella época para que actualmente sigan siendo una pareja consolidada. Cuando los visité, y en las charlas que tuvimos sobre el tema del matrimonio, y debido a lo preguntona que soy, cuestioné sobre la “famosa receta secreta” de cómo tener un matrimonio estable, duradero y de respeto. De la conversación concluí que, como ya lo he escuchado de otras parejas, no hay ninguna receta mágica, sólo existe el diálogo, la tolerancia, la aceptación de la individualidad del otro y la flexibilidad en ambos para hacer cambios que los beneficien a los dos. De éstas y muchas cosas platiqué con mis padrinos (en realidad solo recibí la versión masculina del asunto en cuestión, justo lo que yo quería y necesitaba). Y fui porque algo en mi vida me hizo sacudirme, me hizo echar un vistazo a ese concepto de matrimonio que tan celosamente guardaba, bastante antiguo por cierto, lleno de resentimiento y poco real. Bueno, sigo con la historia… unos cuantos años después de que nací, nos fuimos a vivir a la capital de Morelos, Cuernavaca, a una colonia que se llamaba Civac. Eran unos departamentos de cinco pisos y nosotros vivimos en el penúltimo. Mi hermano Rubén (el mayor) y yo estudiábamos en un colegio particular y mi hermano menor, Abraham, iba al kínder cercano a la casa. Durante un tiempo y mientras la situación económica lo permitió, mamá se quedaba con nosotros en la casa haciendo las labores del hogar y apoyándonos con las tareas. Mi infancia la viví con mucha calma, entre risas, alboroto y demás asuntos infantiles; disfruté al máximo todos los juegos y las actividades con mis amigos que vivían en los edificios cercanos. Ahora que recuerdo, desde niña fui muy aventada, jugaba de muchas maneras y tenía amigos con los que compartía distintos intereses; tenía amigas con las que jugaba “a la mamá”, con muñecas, cobijitas, carriolas y cunas; otras 163 con las que jugaba a ser “cantante”, me metía a escondidas al cuarto de mi tía Josefina, (quien en ese entonces, junto con mi abuelita Meche vivían con nosotros), agarraba sus zapatillas y me probaba su ropa. Por lo regular, con esas mismas amigas, me iba en los patines a otras manzanas, lejos de la mía, brincaba escalones, patinaba al revés y hasta nos íbamos en fila agarrados de la cintura y bajo el mismo ritmo. También tenía amigos con los que jugaba a las escondidillas entre los tanques de gas de los edificios, entre ellos se destacaban algunos muchachos varones que hacían más atractivo el juego (risas). Otro grupo de amigos, más grandes que yo, eran con los que hacíamos las retas de basquetbol en la noche. Por lo regular este grupo de amigos sólo se formaba para el juego y ya no nos veíamos; mamá me vigilaba desde la malla de la lavandería y si veía algo “extraño”, mi papá me hablaba con un chiflido para que ya me metiera, o bajaban a verme de cerca. Debo aclarar que este gozo que me daba salir a jugar se entorpecía cuando mi mamá me pedía “echarle un ojito” a mi hermano menor, quien tenía una gran habilidad para meterse en problemas cada vez que salía a jugar. En fin, de cualquier manera, la pase padrísimo. Pero como nada es color de rosa (cuando era niña yo creía que sí), surgieron algunos cambios que le dieron un giro diferente a mi vida. Los problemas económicos estaba surgiendo; papá ya no trabajaba en la empresa, juntos habían puesto dos negocios, una refaccionaria que él atendía y la veterinaria de mamá. Sin embargo, los gastos ascendieron y la crisis de ese momento también. A papá le ofrecieron irse a trabajar como maestro de secundaria a una zona rural de Veracruz y se fue. Cerraron la refaccionaria y mamá se quedó con nosotros y atendía su negocio. Durante un buen tiempo que a papá no le pagaban, conseguían dinero que le enviaban para que nos viniera a ver casi cada quince días. Nos contaba que a veces se tenía que venir de “aventón” en tráiler o en particulares; preocupado, tenso y con miedo se esforzaba por estar con nosotros. En este tiempo que estuvimos sin él yo me recuerdo triste, con miedo e 164 inseguridad, como si algo me hiciera falta. Sentía que me faltaba mi papá que me cuidara. Después de mucho batallar con el dinero, a pocos meses de haber entrado a la secundaria, nos dieron la noticia de que nos iríamos a Veracruz con papá, pues el tiempo que estuvimos lejos no sólo lo extrañábamos, sino también en lo económico no le alcanzaba para estar viniendo y para nosotros también estaba siendo difícil, sobre todo para mi mamá que iba y venía al negocio, nos llevaba a la escuela e iba por nosotros. Aunque mi abuelita y mi tía Josefina nos ayudaron mucho, esto no quitaba lo complicado que se volvía. Entre todo lo que ocurría, yo iba descubriendo muchas cosas que de niña aun no veía: mi despertar a la adolescencia, específicamente, lo atractivos que estaban siendo aquellos niños que ya se estaban convirtiendo en hombrecitos. En primaria, había uno que estuvo conmigo en sexto grado; su porte de seriedad, sus facciones, el cuidado de su persona, su tono de piel, su sonrisa, su cabello negro... me hacían contemplarlo de lejos y en silencio, pues de ninguna manera quería que se diera cuenta. En el colegio en donde estaba, también me gustaba un niño muy atractivo y simpático, por quien me llegué a pelear con una compañera. Después de unos meses en primer grado de una secundaria federal en Cuernavaca, nos dieron la noticia de que nos iríamos a Veracruz con papá. Por una parte estaba contenta, porque por fin estaríamos nuevamente juntos los cinco como antes, y por la otra, iba a extrañar a mis amistades y mi historia ahí, pero sentí que iba a valer la pena y eso pasó. Nos inscribieron a mi hermano y a mí en una secundaria técnica en frente del río Tuxpan. Al llegar ahí todo era muy diferente. Yo continuaba con mi búsqueda de mí misma; me encontré con niñas que yo admiraba, las observaba, las escuchaba, las veía desenvolverse en un medio en el que podían ser ellas mismas y sentirse orgullosas de lo que estaban siendo. Yo me cuestionaba quién era, cómo era mi personalidad, cuáles eran mis habilidades, con qué cosas mías me sentía contenta, qué cosas debía cambiar para lograr obtener los resultados que esperaba. 165 Frecuentemente me encontraba observando afuera lo que dentro de mí ya se estaba desarrollando. Durante el proceso de la búsqueda de mi identidad, mi atención y curiosidad también estaban en el tema central de cualquier jovencita de esa edad: los muchachos. Mientras me iba adaptando a esta nueva secundaria, ahora le “echaba un ojito” a los alumnos de la escuela, pero casi no había de la variedad que a mí me gusta. En mi salón había pocos alumnos, entre ellos un único grupito de compañeras y sin dudarlo me uní a ellas (por supuesto que tardaron en aceptarme, pues primero debían consultarlo con una de ellas, al parecer la que dirigía al grupo y al mismo tiempo representante del salón). Las veía siempre tan juntas en casi todas las actividades que automáticamente concluí que las “buenas” amigas van a todos lados juntas. Era rara la vez que se podía ver a una o dos sin el resto. Yo no había tenido un tipo de amistad así. Mis amigos siempre fueron muy variados y aunque con algunos tuve más apego que con otros, disfrutaba de los que tenía conmigo en ese momento. Un día, con mi timidez y mi miedo, les platiqué que me gustaba un muchacho del salón de enfrente: era alto, delgado, de tez blanca y muy simpático; se asomaba discretamente por su ventana y yo lo veía desde mi salón, en el primer banco de la fila de en medio. Ese lugar en el que me sentaba y del que podía apreciar a este muchacho, tiene su historia: cuando llegué por primera vez a ese salón, en la clase de matemáticas, la maestra puso un examen el cual reprobé gloriosamente, pues nada de lo que venía ahí me sabía, los temas que ahí aparecían yo me los había perdido por completo por la cuestión del viaje, pero por supuesto que a la maestra no le importó y me lo aplicó. La calificación era sumamente fea, por ello me sentaron en el último lugar de la última fila. La maestra me dijo que tenía que ganarme ese lugar del frente con mis calificaciones, que nada era regalado. Me dolió tanto eso, que pasó que en el siguiente examen y en los pequeños parciales que ponía al finalizar cada tema saqué cien. La maestra, con una mirada de gusto y asombro me otorgó ese “prestigiado” lugar y de ahí en adelante, ahí me senté. 166 Y era ahí desde donde aquel muchacho y yo nos comunicábamos con nuestras miradas, y eso era suficiente para mí (y supongo que para él también), pues nunca hubo ningún otro acercamiento, ni siquiera un simple “hola”. Por supuesto, las bromas no se hacían esperar. Tanto fue así que, un día, una persona de otro salón me avisó que algo habían escrito con mi nombre en el baño. Cuando fui a ver, me encontré en el espejo del baño una leyenda escrita que decía que yo amaba al “susodicho”. Por supuesto que se me caía la cara de vergüenza y al mismo tiempo experimenté mucho enojo, que al no poderlo controlar, rompí en llanto. No solo porque mi secreto había sido descubierto, sino también de imaginar lo que iban a pensar los demás alumnos de mí y pues hasta ese momento había sido una alumna con muy buenas calificaciones. Ah, y de pilón, su novia también ya se había dado cuenta (yo no sabía). Después se me vinieron encima muchos problemas más, pues me enviaron un reporte a la casa en donde pedían que mi mamá se presentara al día siguiente con el director. Al llegar a casa y explicarle lo sucedido (obviamente yo muy dolida y con la cara en el piso por la vergüenza que sentía), mi mamá me entendió y con sus palabras sanó mi dolor de ese momento: “cantidad no es calidad; a veces pueden ser mejores amigas aquellas que se encuentran con pocos amigos, aquellas que son más serias que el resto, que hablan menos pero en las que puedes confiar más por el simple hecho de que ellas también saben elegir”. Eso que viví, hasta el día de hoy, me hizo ser más reservada y cautelosa. Trato de cuidar la confianza que depositan en mí y yo tardo un poco más en brindarla. Así me siento bien. Hoy tengo la fortuna de decir que mis amigos son de distintas edades, géneros, creencias, preferencias, personalidades, estatus económicos, estados civiles... Que yo soy quien elijo de manera consciente y de acuerdo a mi sentir, lo que les comparto y lo que no. Que eso no me hace ni mejor ni peor amiga, ellos lo saben y lo respetan. Que de todos aprendo algo y con sus conversaciones yo amplío mis 167 ideas. Que nada hago ni haré por sentirme perteneciente a un grupo. Esta soy con todos y no hay porqué esconderlo. Afortunadamente las cosas mejoraron, mi mamá le explicó al director que no fui yo quien escribió eso en el espejo del baño y eso evitó que me suspendieran por algunos días. La calma regresó y yo aprendí dolorosamente a saber elegir a mis amistades. Ese primer año de secundaria fue el único que cursé en Tuxpan, Veracruz, ya que de ahí vino otro “cambio de planes”. Uno de mis primos de Monterrey platicó con mis papás de la posibilidad de pasar el verano en esta ciudad, en su casa y con su familia, también para que conociéramos la otra parte de la familia de mamá. Mis papás y los hijos, con dificultades económicas y con el apoyo en este sentido de mi primo, nos vinimos para acá. Nos encantó todo, todo era mucho mejor que en Veracruz, su hija mayor, mi prima-sobrina (en realidad no sé bien qué somos, solo sé que nos queremos mucho) inmediatamente me llevó a que conociera a sus amigos de la iglesia, quienes realmente eran muy simpáticos y amigables. Pronto me sentí muy querida y aceptada por todos ellos que fueron mis primeros amigos y con los que continuamos la amistad con más de diez años de cariño. Todo resultaba muy agradable, tanto que el hecho de pensar en regresar a Tuxpan me ponía de malas. Un día mi papá nos comentó que mi primo había hablado con ellos de la gran oportunidad que tendríamos si estudiábamos aquí. Después de platicarlo entre ellos, nos preguntaron si queríamos quedarnos y eso pasó. Papá regresó a Veracruz porque ya habían iniciado las clases y mi primo nos ofreció vivir en una de las casas que estaba por vender en lo que comprábamos la nuestra. Aceptamos gustosos y muy agradecidos. Cambiamos de casa dos veces durante uno o dos años por la misma situación: tener que desalojar porque se había vendido la casa, nos prestaban otra y así hasta la tercera que ya pudimos comprar. Mientras, papá seguía viniendo cada que podía; dejé de sentirme sola pues sabía que mis familiares por parte de mamá nos querían mucho y nos apoyaban con lo que necesitábamos. 168 Cuando entré a la secundaria me di cuenta que quería sobresalir sacando buenas calificaciones pero la competencia estaba difícil. Había cerca de cuatro o cinco muy buenas alumnas. La secundaria nos exigía mucho: no ir maquilladas, llevar la falda debajo de la rodilla, peinada completa (el famoso listón que usábamos como moño), zapatos boleados, calcetas blancas, etcétera. En eso mamá era experta, pues siempre nos decía cómo es que debíamos ir. Aunque no me gustaba que me insistiera con eso, hoy, como muchas otras cosas, se lo agradezco. Así fueron mis días en mi segundo y tercero de secundaria en Apodaca, Nuevo León. Además de tener buenas calificaciones y disfrutar el deporte, pasé mi vida académica de manera muy tranquila, en ese entonces, haciendo lo “correcto”. Hoy cuestiono ese concepto y lo adapto a mí de manera más flexible, eligiendo con base en mi sentir y no en el de los demás. Al terminar mi tercer año, además de enviarnos nuestros reconocimientos por los lugares que obtuvimos de generación, nos otorgaron una beca para ingresar a la Preparatoria por mantener el promedio y que continuó hasta la universidad. Recuerdo que durante este último año de secundaria comencé a darme cuenta de muchas cosas que pasaban frente a mí, pero que debido a mi corta edad no entendía. Sentí como si de golpe se hubiera caído mi castillo de princesas, mi mundo color rosa se despintaba y solo podía ver tonalidades grisáceas. Yo con mis asuntos personales y mis responsabilidades, pienso que me iba bien, pero en mi casa las cosas estaban tomando un rumbo muy diferente. Aquí comienza la verdadera realidad que hasta el día de hoy sigo trabajando para sanar las heridas que tanto me han marcado… pues hoy sigo encontrando hallazgos que hablan de mí y de mi historia, que ya es vista y relatada con otros “ojos”, con otro sentir y con otro aprendizaje. Después de un tiempo ya instalados aquí en Monterrey, papá pidió su cambio de plaza y afortunadamente se lo dieron. Un día llegó a la casa una carta que yo recibí. Era para papá y el remitente era de una mujer, tiempo antes de eso papá se había salido de la casa algo molesto, después me enteré que el 169 motivo había sido por discusiones con mamá, según él porque la había visto con otra persona (dice mamá que ya era muy común que tuviera estos arranques sin ninguna razón). Yo estaba muy molesta por lo que estaba descubriendo de su comportamiento: sus celos, su forma de tratarla para pedirle de comer (dando órdenes), también conmigo lo hacía y con mis hermanos, pero creo y siento que más así era conmigo. Cuando íbamos al super compraba lo que él decidía, “no había” para pequeños gustos, tampoco para ir a algunos cumpleaños de mis compañeras de la escuela que me invitaban. Cuando se enojaba por que no hacíamos lo que él pedía, nos decía: “cuando me den mi casa ya me voy a ir a la…”, pues estaba por sacar otra casa para él. Yo me quedaba triste y casi siempre lloraba, en momentos me sentía culpable y accedía, en otros, me negaba pero me seguía sintiendo mal por ser una “mala hija” o no ser la hija que él esperaba. Con estos motivos, tuve el impulso de abrir esa carta. Recuerdo muy poco, pero lo que sí era claro para mí, o lo fue en su momento, era que ya llevaba un tiempo comunicándose con esta persona. A mí me dio mucho coraje, y aunque sabía que eran cosas en las que no me debía meter, no me importó y le pedí una explicación, pero se fue riéndose y sin decir una palabra. Así la estaba pasando, preguntándome si el hombre que yo estaba conociendo era mi papá, preguntándome dónde había quedado el papá amoroso, al que yo extrañaba cuando no estaba con nosotros. Lo desconocía pues me trataba muy feo; con tantos “¡no, no hay para fiestas, no hay gustos extras (ropa de moda), no hay para gustos de comida! ¡No, no, no…!”. Ya estaba harta y un día en la secundaria, una amiga nos contó que una señora que tenía un salón de fiestas infantiles necesitaba muchachitas que quisieran trabajar cuidando a los niños en los juegos, preparando y sirviendo la comida, limpiando… y yo me apunté. Empecé a comprarme mis propias cosas, a ahorrar para las prendas que por gusto se me antojaban. Y así transcurrieron algunos meses. En una fiesta para adolescentes (tardeada) nos contrataron a una compañera y a mí. Salimos a las doce de la 170 noche y papá milagrosamente había ido por mí (cosa que pocas veces hacía, pues mamá le pedía que lo hiciera y casi siempre se negaba). Ese día, mientras íbamos en camino, me fue contando muchas cosas de mi mamá, que sí se veía con otro hombre, que no era la mamá que yo conocía, que nos había mentido y muchas cosas que me hirieron en lo más profundo. Primero no supe qué responder, no sabía qué creer. Vinieron a mi mente imágenes de mi mamá “partiéndose la madre” para trabajar, hacer la comida, llevarnos a la escuela, hacer las tareas con nosotros, cuidándonos en las noches cuando había fuertes lluvias y truenos y nos asustábamos. Y yo me negaba a creer que esa mujer que él me describía era la misma a la que yo tanto amaba. Llegué muy molesta a la casa, subí a mi cuarto y ahí estaba ella. Cuando me preguntó qué tenía, muy molesta le conté lo que mi papá me había dicho en el camino. Se enojó muchísimo y ahí nos explicó todo lo que había vivido con él y que durante tanto tiempo guardó en silencio. Mis hermanos y yo, después de ese día, quedamos muy resentidos, adoloridos del alma. Los cuatro lloramos como nunca. Y creo que ellos, igual que yo, no sabíamos qué pensar de él. No recuerdo si se fue de la casa. Antes de ese día, mi idea del matrimonio era tan fantástica como los cuentos de Disney. Afortunadamente pasó y ha pasado todo esto que he vivido para construir otro concepto más sano de la relación de pareja (aún estoy en eso, yo creo que conforme pase el tiempo iré resignificando día a día éste y otros conceptos, porque me queda claro que no son estáticos, cambian constantemente y éstos seguirán cambiando en la medida en que yo cambie). Después del incidente de la carta y del día en que hizo los comentarios sobre mamá, la relación entre mi papá y yo se iba desgastando. Con mi enojo retenido y muchas veces expulsado de manera violenta, hacía evidente lo que sucedía en mi interior y que yo misma no encontraba explicación. Sabía que lo debía entender por la vida tan difícil que vivió pero algo muy fuerte me lo impedía: el dolor. No encontraba consuelo. 171 Recibí muchos consejos de varias personas cercanas a mí, casi todas coincidían en que debía aceptarlo porque era mi papá y lo que pasara en su relación nada tenía que ver conmigo. La realidad fue que aunque yo no hubiera querido, se incluyó de manera violenta y me fundí en los sentimientos de mi mamá. Verla cómo sufría me hacía sufrir también, y doble, como hija y como mujer. Afortunadamente los cuatro, mis hermanos, mi mamá y yo nos unimos más. Aunque me costó trabajo, poco a poco fui aceptando que papá cada día se alejaba más de nosotros, no solo físicamente, sino también emocionalmente (ahí entendí que no sólo se separan o se divorcian de la pareja, también lo hacen de los hijos). Había días, que después se hicieron semanas, en que no lo veíamos y en muchas ocasiones que le llamábamos a su celular no nos contestaba o colgaba. Al entender su ausencia, dejamos de buscarlo y él también lo hizo por un tiempo. Con mucho dolor comprendí que yo iba a ser la única encargada de mí, que vería por mis necesidades, que resolvería mis problemas como pudiera y que sólo contaba con tres personas para ir sanando. Que debía buscar consuelo y apoyo para poder estar bien no sólo para mí, sino también para mis hermanos y mi mamá. Me acerqué a mi maestra tutora de la universidad (pues todo esto transcurrió durante la prepa y parte de la carrera) y le solicité que me canalizara con alguna psicóloga, e inicié un tratamiento que me permitió sobrellevar la situación. En ese momento tenía una relación de tres años y medio de noviazgo con un joven, el cual me mostró una masculinidad más sana y del cual obtuve una relación de más apoyo y empatía que la que observaba en casa con mis padres. Terminamos justo cuando se desató la situación de mi casa, así que ya no era solo un asunto a tratar en terapia, sino ya fueron dos. Dos dolores, dos rupturas, dos duelos y muchos aprendizajes. Mamá despertó para sí misma, buscando reincorporarse a la vida laboral y sanando poco a poco el dolor que sentía a través de cursos y talleres en desarrollo humano impartidos en Tejedoras de Cambios. Ahí volvió a ser la que siempre había sido, esa mujer fuerte y con esas ganas de empezar de nuevo en 172 donde se había quedado: en el cumplimiento de sus sueños. De ahí tomé fuerzas para continuar, viéndola levantarse yo también me fui levantando. Mis hermanos, cada uno por su parte, buscaron salida a su dolor a través del trabajo y la lectura de libros. Después de un tiempo, papá nos volvió a buscar. Nos llamaba más frecuentemente y empezó a acercarse a nosotros de manera más amable. Recuerdo que la primera vez que me llamó para invitarme a comer y platicar, me sorprendió mucho, pues no era muy común en él, raras veces visitábamos restaurantes o salíamos juntos de paseo. Eso no existía en nuestra dinámica familiar, sin embargo, aún con mucho resentimiento y dolor, mis hermanos y yo, cada uno por separado, aceptamos sus invitaciones. También ya comenzaba a ir a la casa, aunque de manera breve y de vez en cuando. Durante ese tiempo, yo viajaba a Monclova a visitar a una amiga que mamá me presentó de su trabajo. Platicar con ella me hacía reflexionar sobre mi situación y llegar a casa más tranquila. En uno de esos viajes, llegando a Monterrey y al entrar a una tienda comercial, miré hacia las cajas y de inmediato vi a mi papá con una mujer pagándole la cuenta; y yo pensando para mi interior: nosotros, con dificultades para comprar la comida y éste de “buen samaritano”. Dudé en acercarme, antes de eso me pregunté cómo me sentía y al identificarme tranquila y segura de mí, me acerqué a ellos. Recuerdo que al estar ahí, papá se puso muy nervioso, me pidió que no “le hiciera nada” y que él me iba a explicar todo, pero antes debía llevarla a su casa. Yo le pregunté a ella quién era, si era maestra o cuál era su profesión, la señora temerosa no me respondía nada, sólo repetía constantemente “tu papá te va a explicar todo”. Me sorprendí muchísimo, me indigné al ver cómo él le daba “su lugar” antes que a mí. Antes de llegar a la camioneta me dijo que “ella se iba a ir adelante” y le ayudó a subir sus cosas (algo que con nosotros casi nunca hacía). Con mi enojo suficientemente controlado y conversando en mi interior me dije: “¡la del papelito soy yo, así que la que va adelante soy yo!”. Y mientras la señora subía sus cosas a la 173 media cabina, sin darse cuenta ya estaba ahí, yo sólo hice el asiento para atrás y me senté. Él insistió en que me había dicho que ella iría adelante y yo, con un toque de inocencia disfrazada le dije: “no te preocupes, papi, ella va muy bien atrás…”, y en mi pensamiento terminé la frase: “¡y antes di que no la mando a la caja!”. En el trayecto, mamá me llamó al celular para ver si ya había llegado, le dije que iba con papá y entonces ambas hicimos un silencio tan breve y tan largo al mismo tiempo. Las dos sabíamos que nos necesitamos una a la otra en ese momento. Yo me controlaba para no llorar y preocuparla. La llevamos a su casa y de camino me iba diciendo que tenía planes de irse a vivir con ella. Mientras me decía eso, le pregunté si era feliz. No me respondió nada y se le salieron las lágrimas. Me llevó a la casa y cuando llegué les conté a mis hermanos y a mi mamá lo que había pasado. No se nos hizo raro, ya sospechábamos de eso. Él seguía yendo a la casa. Recuerdo un día que, estando los dos de vacaciones y mientras veíamos algo en la tele relacionado con el tema del matrimonio, me dijo algo que me dolió enormemente en ese momento: “¡tú no te vas a casar porque no sabes obedecer!”. ¡Ja! Hoy me río de eso y reafirmo: pues si de eso se trata el matrimonio, ¡no, gracias! Ese día discutimos su idea y aunque me retumbó, entiendo que ese comentario viene de él y su historia, no de la mía ni de mi presente. Uno de esos días en los que continuábamos de vacaciones fue a la casa. Entró llorando, muy triste y desconsolado. A mí se me partía el alma. Con mi dolor propio y el dolor de verlo así, le abrí la puerta. Al preguntarle qué era lo que tenía sólo alcanzó a decirme: “¡ya no quiero vivir con ella, me quiero salir de ahí!”. Y no paraba de llorar. Me pidió que lo acompañara a sacar sus cosas y sin dudarlo, lo hice. En el camino me iba comentando que los hijos de ella tenían problemas graves, que ya no se sentía bien (me contó lo que realmente había pasado, pero lo omitiré por respeto). Yo iba temblando de miedo, iba haciendo oración para que Dios nos protegiera, pues sentía que los dos corríamos peligro. 174 Llegamos a la casa, metió sus cosas a la combi que traía en ese entonces y pasó a despedirse de ella y nos fuimos. Al llegar a casa le pidió a mi mamá unos días para quedarse ahí mientras desalojaban su casa pues la había rentado. Después de haber pasado por ese día, llegué a la conclusión de que para él nosotros no éramos suficientes, no era suficiente tener unos hijos centrados, estudiosos, nobles, de buenos sentimientos… no era suficiente y por eso se había ido. Me preguntaba constantemente qué era lo que me hacía falta y por qué él no nos había elegido. Me volví a llenar de resentimiento y coraje. También me cuestionaba por qué había sido yo a la que justamente le pasaran estas “casualidades”: primero lo de la carta, luego lo de aquel día que fue por mí al trabajo y me contó cosas desagradables de mamá, y después, lo de haberlos encontrado (a él y a esa mujer) en el centro comercial y para rematar, recibirlo con su dolor de aquella decepción… Aun no sé las respuestas exactas, sólo imagino que eso que viví, en un primer momento me hizo volverme muy rígida y desconfiada de los hombres, los veía con enojo y resentimiento. Mantuve pocas relaciones afectivas con ellos (de amistad y noviazgos), por mi miedo a salir herida como mamá. Me sobreprotegía en exceso. Y eso sólo aumentaba mi ignorancia y la falta de habilidades asertivas y humanas para acercarme a ellos respecto a lo que verdaderamente son: seres humanos que, por encima de todo, son valiosos, merecen ser amados y correspondidos, que se equivocan, que padecen, que también llevan dolor en sus historias y que al no saber lo que verdaderamente les sucede, lo niegan y lo traducen en otras acciones que muy al contrario de sanar, los van lastimando más. Durante todo este tiempo de transformación, igual que mamá, me incorporé a algunos cursos que comenzaron a dar en Tejedoras de Cambios para las “tejedorcitas”, mujeres jóvenes, la mayoría hijas de tejedoras, y que aunque por una parte tenía muchas ganas de tomarlos, por la otra, ya estando ahí, buscaba 175 mil pretextos para ya no asistir pues las „caídas de los veintes‟ estaban pesadas. El primero de ellos, fue sumamente significativo, pues vencí muchos temores de que me conocieran, me daba pena llorar (aún me pasa), que me vieran vulnerable y sobre todo, el famoso ego trastocado por aceptar mis errores. Después siguió un módulo de “Eneagrama”. Ahí pude identificar mi personalidad, sus características, sus modos de desviarse en su peor versión y el camino para integrarme en mis aspectos positivos. También revisamos el libro “Tejer la propia vida” que habla de lo femenino desde muchos ángulos e integra lo masculino como modelo de cambio. Además me incorporé a otro diplomado en liderazgo inspiracional, “Cambio Yo, cambia México”, que al ser vivido con otros jóvenes de mi edad me hizo seguir creando conciencia de mí, de mis responsabilidades para seguirme transformando y ser un agente de cambio para mi país. Al mismo tiempo cursé el diplomado “Tejiendo mi Vida” con duración de un año y medio, también golpeando en las profundidades de mi yo, cuestionándome sobre mis posibilidades, mis limitaciones, mis áreas de oportunidad y mis fortalezas. Actualmente estoy participando en el Diplomado “Educación para la Paz”, el cual me está permitiendo revalorar mi concepto de paz, mi relación con los demás y mi responsabilidad social para implementar situaciones transformadoras a los ambientes en donde me desarrollo. A pesar de que en algunas ocasiones me rehusaba a continuar con los diplomados después que se abrían heridas, que según yo ya habían sanado, me encanta esto de los hallazgos. He entendido que para sanar hay que abrir heridas, cerciorándome de que ya están limpias, sanas o que están en ese proceso, pero que no están siendo tapadas por mí para evitar mi propio crecimiento. Hoy, con esta nueva mirada, puedo afirmar que todo valió la pena, que los descubrimientos no paran y yo tampoco pararé hasta continuar siendo una mujer con más esperanza, con más ilusiones, con más sueños y mejores cosas que aportar a cada 176 situación con cada persona y en cada lugar en donde me encuentre. Que con mi transformación personal puedo iniciar y mantener relaciones afectivas más sanas y productivas. Mi estado actual… Ya platiqué en líneas anteriores de toda mi vida, de momentos agradables que viví sobretodo en mi niñez y de lo difícil que fue la adolescencia y el comienzo de mi vida adulta. Comenté sobre mi personalidad, mis logros académicos y mis relaciones afectivas con mis congéneres (las mujeres). Enfaticé los conflictos y las lecciones más duras que recibí de mi experiencia con papá, porque de ahí mismo, de esa relación padre e hija, es que ha sido mi “talón de Aquiles”, el tema de mis relaciones con el género masculino. Muy probablemente las interpretaciones que hice de eso me alejaron de la maravillosa y enriquecedora experiencia de convivir con los hombres. De todos estos “veintes” que me han estado cayendo como piedras en mi cabeza, a continuación les presento mis últimas conclusiones en algunas áreas antes descritas: * En mi relación con papá sigo aprendiendo a amarlo cómo él es, con todo lo que me gusta y no de él; con su historia pasada y con la que está creando. Con su forma de amarme, tan diferente a como soy yo y cada uno de mis hermanos. Que todos nos equivocamos, no importa la magnitud del error. Que sigo recibiéndolo como aquél día en que llegó, con su sentido humano, y no enmascarándolo con falsas poses de prepotencia. Me sigo conociendo a mí en nuestra relación, marcando mis límites de lo que puedo y no hacer por él. También estoy aprendiendo a aceptar lo que me brinda (eso era muy difícil para mí, pues por mi enojo, lo rechazaba), sus comidas, sus desayunos, sus salidas a algún lado, su humor, su preocupación por mi bienestar a su manera. * Estoy aprendiendo a dejar de protegerme, a abrir los brazos a esta nueva masculinidad que estoy experimentando en mí y viviendo con él, pues descubrí que mi lado masculino sigue teniendo tintes machistas. 177 * Mi concepto hacia los hombres está cambiando, se está volviendo más integrado: primero aprendí a tener apertura hacia mis amistades masculinas y poco a poco hacia las posibles parejas. Hoy por hoy me estoy permitiendo sentir; antes no lo podía hacer, pensaba que podía fundirme en los sentimientos y que eso me llevaría a perderme en el proceso. Hoy, poco a poco me dejo llevar sin salir corriendo, tampoco cerrando ciclos con resentimiento y enojo; con cautela (pues eso es parte de mí), ya lo he aceptado con amor, pues gracias a eso he evitado salir más herida de lo que ya estoy. * Yo no puedo, toda yo, toda la que soy, con mis ideas, mis deseos, mi personalidad, mis sentimientos, mis actitudes, mis acciones… toda yo no puedo y no quiero reducirme a las ideas de una persona porque no me haya incluido en su vida. El sentirme rechazada, insuficiente (como en momentos lo he sentido) o que “algo me faltó”, eso no me hace menos persona, menos mujer, no me hace “defectuosa” sino que tiene que ver con las decisiones del otro, sus expectativas, sus deseos que no ve realizados en mí; y eso es muy respetable. Como yo misma no los he visto en los demás. Por lo tanto, también he dicho que no; también lo que yo he buscado de las personas al ver lo que son o están siendo es algo que yo no deseo para mí, también lo he rechazado, ¡Y se vale! El proceso de aceptación ha sido difícil. * Sigo aprendiendo a aceptar que la que soy, aún con las cualidades y los muchos defectos que tengo, me hacen ser una mujer valiosa. De acuerdo con mi propio auto-concepto, me gusta la persona en la que me estoy convirtiendo, me gusta saberme más consciente de lo que digo, hago, pienso, siento, de los errores que repito una y otra vez, cada una siendo vista de diferentes formas y ángulos. * Hoy me digo a mí, que exigirme mucho para el cumplimiento de las que cosas que deseo hacer, que me ilusionan y que me motivan; al tenerlas presentes como metas, todos esos proyectos pueden o no llevarse a cabo y que aceptar con paz lo que no se da porque se dio otra cosa en su lugar, está bien, así como se den, va a estar bien y yo también lo estaré. 178 * Estoy aprendiendo a valorar la mujer que crece día con día en su interior. A veces preguntándome por qué volví a hacer lo mismo, por qué me siento de tal o cual manera, por qué me volví a enganchar con “x” tema; y mientras me pregunto eso escudriño en mí y cuando llego a la respuesta, por supuesto no siempre me gusta. Muchas veces me duele. Me duele reconocer que mis heridas aún no han sanado o quizá se volvieron a abrir. Y es que ese tema de las heridas no termina. Y que para que deje de doler hay que abrir la herida con valentía y permaneciendo ahí, justo en ese lugar, justo con esa persona, justo en esa situación a la que muchas veces le quiero huir. * Estoy tratando de ver, sentir y vivir las cosas desde otro enfoque, que no es el que me ha caracterizado durante mucho tiempo, el que la mayoría conoce de mí y que por toda mi vida he seguido. Estoy dudando de cerrar mis círculos desde mi orgullo y enojo, interpretando mis experiencias con los otros como “él o ella me hizo”; estoy buscando otras formas de seguir siendo yo sin resentimiento ni falso orgullo, mediando mi respeto propio y el de los demás. Hoy me pregunto: ¿Y si no es cierto que tal o cual persona hizo eso con intención o conciencia de que me lastimaría? ¿Y si en realidad fue de otra manera a la que yo estoy interpretando? Porque da la “casualidad” que todas las interpretaciones que hasta hace unos días había hecho de mis relaciones interpersonales o las situaciones que viví ¡son iguales! Todas iban cargadas de una buena dosis de victimización, de intenciones negativas que los demás tenían hacia mí, en las que “ellos” estaban mal por no tener las mismas ideas que yo. * Hoy quiero y estoy tomando decisiones basadas en el amor y no en el miedo… el miedo a ser herida, a ser abusada (este punto es con referencia a mi relación con el género masculino). Durante mucho tiempo había interpretado eso de ellos… hoy no estoy tan segura de eso. Hoy pienso que puedo establecer límites claros respecto a lo que quiero y no quiero; puedo decir abiertamente lo que puedo hacer y lo que no; ser firme conmigo en lo que para mí debo serlo y ser flexible cuando así se requiera. Dejarme sentir en el amor con 179 confianza. Hoy, aunque aún quedan vestigios de aquella niña temerosa en el cuerpo de una mujer adulta, hoy me estoy viviendo como una mujer con recursos, con habilidades y destrezas para enfrentar cada situación. * Actualmente, estoy poniendo en tela de duda la forma o el método por el cual he tomado mis decisiones: desde la razón. Ignorando lo que mi sentimientos opinan, (pareciera que su voz apenas se escucha), pues tanto ha sido el tiempo que han permanecido bajo “amenaza” de decir algo… que ya saben qué hacer. Hoy los estoy animando a que hablen más fuerte. También estoy aclarando lo que quiero y la forma en cómo mi cuerpo comunica su sentir respecto a las situaciones que estoy viviendo. Ya no están gobernando sólo mis pensamientos; mis sentimientos, mis deseos y mi cuerpo están reclamando su espacio y están protestando por esa discriminación injusta de la que han sido objeto. Hoy mismo están conversando como buenos amigos. 180 Lo que era y lo que soy - Itzayana Mi nombre es Itzayana, nací un siete de noviembre de 1960. Durante muchos años ejercí como empresaria del hogar, dedicada por entero a mi familia, tengo dos hijos maravillosos, Adrián de 25 años y Andrés de 18, ellos han sido el motor de mi vida, mi mayor preocupación ha sido guiarlos, tener la sabiduría, la ecuanimidad y la inteligencia para llevarlos por el camino correcto. Siempre estuve consciente de la responsabilidad de ser Madre, y por ello cada día lucho por ser mejor persona, ser justa y ser respetuosa para así tener la satisfacción de haber hecho lo mejor para mis hijos… Los Amo… Vengo de una familia pequeña, no tengo hermanos, mi madre se divorció estando yo muy niña por lo cual prácticamente no tuve contacto con mi padre, mi infancia y mi adolescencia transcurrieron al lado de tres grandes mujeres: mi madre, mi abuela y mi tía... Cada una de ellas sembró algo en mi personalidad… Siempre me he considerado afortunada de lo que he vivido… Esto no quiere decir que no ha habido dificultades en mi vida, sino que considero que esas dificultades son parte de un proceso de aprendizaje que debemos aceptar. Mi infancia la recuerdo muy linda, me sentía muy querida, muy cuidada y protegida, mi madre trabajaba mucho para que no me faltara nada, paseos juguetes, etc.… fui una niña feliz. En mi adolescencia prácticamente todo transcurre igual, con excepción de que yo ya empezaba a tener conciencia y me daba cuenta de las cosas que ocurrían a mi alrededor, no pasó mucho tiempo para que observara quién era realmente mi madre. Me di cuenta de que era una mujer posesiva, prepotente, celosa, controladora, irrespetuosa e imprudente, en fin con muy mal carácter cuando las cosas no se hacían a su manera. Para mí no fue fácil el darme cuenta que mi madre tenía por un lado cosas muy buenas como por ejemplo ser trabajadora, inteligente, perseverante, encantadora, y sin embargo por otro lado un mal carácter que aleja a la gente de su lado. 181 Por otra parte, siento gran admiración por ella, es una mujer que cuando quiere algo lo consigue, siempre quiso ser abogada y por circunstancia de la vida no lo pudo ser de joven y a sus 65 años empezó a estudiar en la universidad y a los 70 se graduó, así que me siento muy orgullosa de ella. A los 19 años me casé con mi novio de la infancia, creo que fue como un escape, pensé que estaba enamorada, a esa edad uno siente que es lo más maravilloso que nos puede pasar, y no digo que no sea cierto solo que pienso que es momentáneo, porque la vida es más que eso, pero bueno a esa edad no lo entendemos, y como era de esperarse nos separamos a los dos años, en fin, la inmadurez hizo de las suyas… Para esto yo residía en Madrid pues estaba estudiando, y en ese entonces conocí a mi actual esposo, un hombre que me hizo confiar en el amor, vivimos momentos maravillosos. El hecho de vivir sola en otro país me enseñó muchas cosas en varios ámbitos de mi vida, también me di cuenta que los principios y valores inculcados por mi familia daban frutos, pues mi comportamiento fue el correcto, sin dejar a un lado mis diversiones, salidas, etc., con los amigos, pero siempre bajo un patrón de conducta, fue una época maravillosa de la cual tengo bellísimos recuerdos. Para el año 85 me regresé a mi país natal, acompañada de mi actual esposo que en aquel entonces era mi novio, llegamos a vivir en un pueblo llamado Ocumare del Tuy, situado cerca de la capital. Allí conocimos gente maravillosa que nos dio todo su apoyo, una familia en particular que nos acogió como parte de ellos y por lo cual no puedo dejar de nombrarlos: el Dr. Enrique Pedauga y su bella familia, nos apoyaron en todo, como amigos siempre al pendiente, fueron un ejemplo a seguir ya que eran mayores que nosotros y por lo tanto su experiencia sobrepasaba la nuestra. Transcurría el mes de abril del 88 cuando decidimos casarnos, para el 90 nació nuestro primer hijo, el cual fue recibido con muchísima alegría y mucho amor. Tengo una anécdota que me encanta platicar: cuando dimos la noticia de mi embarazo, el hijo de nuestro mejor amigo tenía 182 en ese entonces catorce años y me dice que quería ser el padrino de mi hijo. Me sorprendió tanto esa petición que lo que se me ocurrió decirle fue: “gánate ese privilegio”, y así fue, durante todo el embarazo me consintió, me atendió a las mil maravillas siempre pendiente de mi bienestar, de modo que lo consiguió y bautizó a nuestro hijo. Después de siete años viviendo en otro país, en octubre del 92 decidimos venirnos a vivir a Monterrey ya que la situación en mi tierra empezaba a cambiar, aparte yo particularmente, como no tengo hermanos, sentía que mi hijo se perdería la oportunidad de crecer cerca de sus primos y tíos, la verdad irme no era lo que yo pensaba o quería con respecto a la unión familiar, pero eso era lo que había y lo acepté. Empezar de nuevo no era fácil pero teníamos a nuestro favor la juventud, el ánimo, las ganas, la unión y el amor para salir adelante. Conocí mujeres maravillosas que vinieron a conformar mi nuevo entorno, vecinas a las cuales tengo mucho que agradecer, me aceptaron tal y cual soy, sin críticas me acogieron y empecé a conocer la idiosincrasia de la gente Regia, tal vez ayudó mucho que en el grupo que conformábamos había mujeres de diferentes partes del país, Veracruz, Torreón, Sinaloa, Monterrey, inclusive había otra extranjera de Colombia, todas conformábamos este grupo de vecinas que nos ayudábamos y nos apoyábamos mutuamente. Para el año 96 nace mi segundo hijo el cual fue super deseado, ya que uno de mis mayores anhelos era tener más de un solo hijo, así que él llegó a completar mi felicidad. Mi vida siempre había transcurrido en un nivel óptimo, yo sentía que era la mujer más afortunada del planeta, que lo tenía todo: un hombre al que amaba y me amaba, dos hijos maravillosos, mi madre aunque lejos pero con salud... En fin, todo estaba bien, hasta que un buen día en agosto del 2003 todo empezó a derrumbarse: mi matrimonio entró en crisis y yo no sabía el porqué, por más que me decía mi esposo las causas yo no las entendía, ¿cómo? ¿Por qué, si todo estaba bien y todo era maravilloso según mi perspectiva, todo cambió? 183 Yo no sabía qué hacer, mis miedos se apoderaron de mí, me sentía devaluada, me victimicé, toda yo era un caos, jamás imaginé que algo así podía sucederme, pero gracias a mi Dios tuve a mi lado gente maravillosa, y me ayudaron en esos momentos tan difíciles comadres, compadres, amigas, vecinas... sin la ayuda de todos ellos no hubiera podido seguir adelante. Todo este cambio en mi vida me condujo a tomar diferentes caminos para poder superar lo que me estaba pasando, después de un buen tiempo de sufrimiento y sin saber qué hacer, empiezo a asistir a la consulta de un psicólogo. Al principio me sentía extraña, me preguntaba si realmente me podría ayudar, luego a medida que transcurrían las sesiones me iba dando cuenta de lo que estaba experimentando, trataba que cada sesión fuera lo más efectiva, trataba de poner en práctica todo lo aprendido, pero no me resultaba fácil, pues yo quería cambios rápidos, yo quería dejar de sufrir, y el psicólogo siempre me repetía la frase de Einstein: “Si haces siempre lo mismo ¿cómo quieres un resultado diferente?”… Y yo la repetía, pero no sabía lo que tenía que hacer para que ese resultado cambiara. Desde entonces, cada día ha sido una lucha constante con mi “Yo” para conocerme, para saber mis fortalezas y mis debilidades, para saber qué debo hacer y qué no debo hacer, para estar consciente de qué es lo que quiero y sobre todo para valorarme y aceptarme como soy, esto sin dejar a un lado lo importante que es para mí tener ese crecimiento interno que cada día siento que me hace una mejor persona. Mi búsqueda continuaba, sentía la necesidad de sentirme mejor y aprender más, fue cuando escuché en la tele de unas conferencias que iban a dar Tejedoras de Cambios, me llamó la atención, llamé y me dieron la información, entonces entré a un curso que se llamaba el Guión de mi Vida. Por supuesto yo todavía no había superado prácticamente nada de mi problema, así asistí al curso una vez por semana, tuvo una duración de tres meses y la verdad podría decir que detonó en mi interior facetas que me impulsaron a seguir en esa auto-ayuda. A los 184 tres meses empezaba un diplomado que se llamaba “Tejiendo mi Vida”, pues me decidí: “quiero tejer mi vida”, y empecé. Éramos un grupo de 18 mujeres maravillosas, cada una con una historia diferente, a medida que iban transcurriendo las semanas cada una de nosotras iba experimentando cambios positivos, nos dábamos cuenta por las opiniones, por los semblantes, por las actitudes, cada una con su historia y cada una con sus logros. Al comenzar el diplomado yo me sentía lastimada, victimizada, devaluada, miedosa, así llegué cargando muchas cosas que me destruían, luego a medida que fue pasando el tiempo me di cuenta que se estaban generando cambios internos en mí y también esa parte de mi personalidad que se había perdido la estaba recuperando. El convivir con mujeres tan valiosas en este diplomado y la aportación que cada una hacía en nuestras tertulias semanales y por supuesto la excelente facilitadora Dariela Dávila, quien con sus comentarios nos hacía entrar en razón y nos llevaba de una manera insospechable hasta nuestro interior, a ese lugar en nuestra mente y en nuestro corazón donde se encuentran todas las respuestas y a las cuales es tan difícil acceder, ella con su inteligencia, su paciencia, su respeto y su cariño hacía que tomáramos conciencia y aprendiéramos a ver dentro de nosotras mismas. Gracias a todo esto realicé cambios que no me creía capaz de realizarlos, con este diplomado aprendí a conocerme, aprendí a desarrollar mis fortalezas y a combatir mis debilidades, hoy me siento orgullosa de mí, me valoro, tengo seguridad en mí misma, aprendí que los miedos me limitan y que tengo que enfrentarlos, aprendí a darle la importancia que merece cada cosa sin exagerar, aprendí que yo soy lo más importante, aprendí que cada quien tiene que hacerse responsable de sus actos, aprendí a respetar el punto de vista de los demás (aunque yo no piense igual), aprendí que hay que buscar el momento, aprendí que para amar tengo que amarme, aprendí que al estar “Yo” bien los que me rodean también lo estarán, y sobre todo aprendí que mi felicidad solo depende de 185 “Mí”, y estoy en proceso de aprender a no preocuparme por algo que no ha pasado. Durante varios años estuve inmersa en el centro de un huracán sin poder encontrar la salida, quería ser un águila para poder volar, pero no tenía alas, y al pensar en tantas mujeres valiosas a lo largo del proceso de escribir nuestras historias pensé: “yo también puedo”, y fue cuando me salieron las alas y pude salir de esto, y logré sentirme bien. Hoy en día me siento feliz y satisfecha por mis logros, me siento plena, me siento fuerte, me he desarrollado profesionalmente, lo cual me ha dado muchas satisfacciones. Una amiga me dijo: “la independencia económica te da la independencia emocional”... ¡qué palabras tan ciertas! Hoy sigo con problemas en mi vida pero ya no sufro, si me preguntan ¿tienes vacíos en tu vida?, diría que sí, y claro que me gustaría llenarlos, pero no sufro por eso, siento que tengo tantas cosas que agradecerle a Dios que la verdad ponerme a pensar en lo que no tengo sería como ser una malagradecida. Así que doy gracias por estar viva, por tener salud, por ver cada día un nuevo amanecer, por tener hijos, por tener a mi madre, por tener un esposo, por tener trabajo, por tener en dónde vivir, por tener qué comer... en fin doy gracias por muchísimas cosas. Leí una frase que todos los días me repito: “Hoy decido ser feliz, la felicidad y la plenitud son mi derecho de nacimiento”. Hoy en día me dedico a mi profesión, soy Optometrista, mis planes a futuro son seguir creciendo espiritual y laboralmente, seguir en la búsqueda de herramientas para ayudarme en mi desarrollo personal, saber enfrentar todos los obstáculos que se presenten en mi vida y siempre tener una buena actitud… Que Dios me bendiga y sea mi guía… 186 La Vida Vale – La Pájara Soy una mujer de 57 años y vivo en Juárez, N.L. A continuación daré una breve reseña de lo que fue y es mi vida, ¡qué difícil es hacerlo!, pero quiero comentarles primero cómo comenzó esto. Desde hace tiempo me habían invitado a unos cursos que dan las Tejedoras, y de tanto decirme mis comadres decidí entrar. Aunque me sentí un poco incómoda con ciertas personas que había ahí y no me atrevía a preguntar ciertos detalles, pero poco a poco me fui acomodando en el grupo, del cual quiero decirles, me encantó. Primero tomé el curso “El Guión de mi Vida” ¡wow!, qué hermoso recordar, mi infancia, mi niñez, mi adolescencia, recuerdos tristes y alegres de mis antepasados. Hoy comprendo tantas cosas que antes no podía, criticaba a las demás por su forma de ser de cada una, -no saben qué difícil es para mí llegar hasta aquí-, nunca me imaginé que llegara a escribir una historia de mi vida, si les dijera lo mucho que me quiero, antes no lo hacía, veía en las demás personas eso que yo deseaba tener; sin embargo, yo ya lo tenía y no me daba cuenta. Gracias, Tejedoras. Ahora soy otra persona. Bueno, les compartiré algo que recuerdo de mi infancia, soy la tercera hija del matrimonio de Lydia y José, tenía cinco años de edad… ¡híjole, no saben! ¡Qué tristeza y alegría sentí cuando nos preguntaron sobre la infancia! Bien, recuerdo que le decía a mi mamá que quería jugar, y ella me contestaba: “Ve con tu hermana mayor”, yo no quería porque estaba más chica, y me ponía a llorar, entonces mamá me regañaba: “Ya, Lucía, ¿qué no entiendes que tengo que cuidar a tu hermano?”. Él nació con síndrome Down, y yo no entendía que ella no podía atenderme, por eso mi hermana mayor se hacía cargo de mí, pero nunca me prestaba sus juguetes y yo era muy chillona. Mi papá se había ido a Estados Unidos, a trabajar, cuando venía le traía muñecas a mi hermana y me decía, “A ti no, porque eres muy destructiva con los juguetes, tú vas a jugar con lo que tienes”, o me daba veinte centavos y yo iba a comprar cazuelitas de barro en una tienda que había cerca de la casa, y me ponía triste. Pero, bueno, así fui creciendo. 187 Llegó el momento en que tenía que ir a la escuela, Y mi mamá como pudo, nos hizo el uniforme. Mi hermana me levantaba y me decía: “Ya es hora, ándale, báñate y nos vamos”, pero ella caminaba muy rápido y me dejaba atrás y no podía alcanzarla, además, pasábamos por una iglesia y ahí había resbaladeros de piedra y yo me subía, por eso también llegaba tarde a la escuela. Al regreso mi hermana le decía a mi mamá, y me regañaba. Así pasaron los días hasta que llegaron los exámenes, bueno antes le decíamos las pruebas, en una ocasión llegué demasiado tarde y no me dejaron entrar, me dijo la directora: “Estás dada de baja”, y me fui a la casa. Al llegar me dice mi mamá: “¿Qué pasó, por qué llegaste sola?” “Es que me dieron de baja, no me dejaron entrar porque Lula no me esperó”, le eché la culpa a mi hermana… ¡Jejeje! Así fue que perdí el primer año de primaria. Vuelve a empezar el ciclo escolar y me ponen en otra escuela, y así pasaron los años. Cuando estaba en tercer grado, mi papá me llevó un día a la escuela, porque no había llegado el maestro que pasaba por mí, me sube a la bicicleta y casi llegando a la escuela, que meto mi pie en los rayos y que nos caemos. Me dio una santa regañada mi papá. ¡Híjole! Nada más me acuerdo que pensé: ¡menos me quieren!, y lloré y lloré hasta que llegamos de vuelta a casa y me metí en la cama. Papá: “Esta güerca bruta, metió el pie”. Y mamá: “Otra vez Lucía, vas a perder el año”, pero yo respondí: “No, mamá, papá habló con la maestra”. Yo me sentía que no había cariño, pues ni siquiera me sobó. Hoy pienso que así era ella, ahora que estamos recordando todo lo que pasó, me doy cuenta de su preocupación por mi hermano, qué difícil, ¿verdad? Cuando yo tenía como diez años, mi mamá nos mandaba a mi hermana y a mí a vender ropa, retazos y jabones Dove que mi abuela paterna nos traía; además mi mamá también iba a traer telas para hacer costuras. Cada sábado, me encantaba ayudar en la casa, porque nos daba una feria para comprar cosas como zapatos o vestidos. También me gustaba subirme a los árboles para mirar los pajaritos, y como no podía pronunciar muy bien la letra “erre”, 188 me decían algunos apodos mis tíos, ¡que los quiero mucho!, me decían: “Ahí viene „La Picus‟”, otro me llamaba “Cuti”, y una tía me decía “La Pájara”, porque siempre andaba comiendo de un lado a otro, ¡qué bellos recuerdos de mi infancia! Recuerdo que estando arriba de un árbol, arranqué una varita chica y me la puse en la boca, ¡ay, Diosito!, que en eso me grita mi Mamá: “Lucía, ¿dónde estás?”, y que me bajo y me entierro el palito en mi garganta, ¡híjole! se asustó mi mamá y que me llevan con el doctor, gracias a Dios, no fue casi nada, me lastimé el paladar, recuerdo que decían: “Menos va a hablar bien, se va a comer las letras”, ¡jejeje!, a raíz de esto me dan miedo las alturas, ¡qué cosas!, ¿verdad? En mi adolescencia, fui una chica bien portada, sólo tuve un novio durante ocho años, quien actualmente es mi esposo, lo conocí cuando yo tenía catorce años y desde ahí empezamos a andar, luego cuando cumplí los quince años él no quiso ir a mi fiesta, porque mis papás todavía no sabían nada de él y le daba vergüenza que le dijeran algo, ¡jejeje! Todas las tardes cuando salíamos de la secundaria, nos encontrábamos. Qué bellos recuerdos guardo en mi corazón de la secundaria, quería participar en todo, estar en la escolta, en la estudiantina, en el ballet, ¡jejeje!, me encanta bailar. Pasaron los años, hasta que salí de la secundaria, ahí sí fue él a mi graduación, estaba emocionada, ¡jejeje!, es muy lindo conmigo. Terminando el tercer grado, yo quería ser maestra y me inscribí para ingresar, fuimos varias amigas. Llegó el día del examen, presenté y reprobé, solamente me faltaron veinte puntos, y que me agarro a llorar, porque déjenme decirles que soy muy sentimental. Ellos me dijeron: “No pasó, pero estamos dando becas para cualquier escuela comercial” y contesté: “No, me voy a la particular”. Pero yo no contaba con que mis padres no me podrían pagar esa escuela y le dije a mi mamá: “Me voy a poner a trabajar para costear mis estudios”, ella respondió: “Hija, tienes que estudiar una carrera corta, hubieras agarrado la beca”. De mis amigas que tampoco pasaron, unas se fueron a la 189 particular y otras a Comercio; entonces mi mamá vuelve a ir a la Secretaría de Educación a solicitarme la beca y gracias a Dios y a ella, ahora soy lo que soy. Estudié en la escuela “Luz Benavides” y ahí cursé tres años con beca, tenía que sacar buenas calificaciones para mantenerla. Gracias a Dios siempre tuve buenas calificaciones, y obtuve el quinto lugar en la escuela. Al terminar nos dijo la maestra, a mí y mis amigas que íbamos de Cadereyta: “Ahora, a buscar trabajo, van bien preparadas, las felicito a todas”. Para mí fue una experiencia muy bonita estar en esa escuela, terminé más o menos por el año 1975. Conseguí trabajo luego luego, ya que mi hermana mayor me cedió su lugar porque ella se fue a trabajar al Seguro Social; trabajé en Agua y Drenaje, es un recuerdo muy bonito porque ahí mi abuelo era el jefe, mi tío Adolfo era subjefe y mi padre era el fontanero, él arreglaba tuberías rotas o las ponía nuevas, decía que era ingeniero de destapar caños, ¡jejeje, era muy bromista mi padre! Al trabajar ahí, me di cuenta que uno debe ser humilde y sencilla con la gente, eso decía mi abuelo y de él lo aprendí, nunca hablar mal de personas, mi abuelo era muy buena gente, por ejemplo si Don Juanito no completó para pagar el recibo, mi abuelo le decía: “Está bien, no se preocupe”, y así fui aprendiendo de él. Cuando era joven, mi abuelo trabajó 17 años en la Secretaria del Ayuntamiento, eso hizo que más gente lo reconociera, y cuando murió le pusieron su nombre a una escuela, ya que él había donado ese terreno. ¡Qué recuerdos tan bellos, en verdad! Déjenme contarles que me animé a estudiar la prepa, trabajando y estudiando, yo quería ser maestra o reportera y me propuse estudiar. Al terminar la prepa, me pregunta mi novio: “¿Qué piensas hacer?”; a lo que yo respondí: “Seguir una carrera, ya me decidí, voy a ser reportera.”, pero él objetó: “No, Lucy, en esa carrera que quieres, la facultad se encuentra muy lejos, tus papás no te dejarán ir.”, y le contesté: “Soy mayor de edad”, y mi novio concluyó: “Mira, ¿para qué quieres estudiar, si en dos años nos casamos?”. 190 En esto sucedió que mi abuelo fallece y se presenta otro jefe, yo sentía el lugar muy vacío, renuncié porque ya nada era igual y me fui a trabajar a “Placas y Licencias”. Ahí trabajaba mi tía, la que me decía “La Pájara”, porque siempre andaba brincando e iba de un lado a otro, ahí trabajé hasta que me casé y tuve a mi segunda bebé, ya después de ahí no trabajé para ninguna otra oficina. Me casé con el amor de mi vida. Después de ocho años de novios, él se recibió de médico y nos casamos. Eso fue en mi adolescencia, mi boda fue bonita, no encuentro algo que no me haya gustado, nada, más que el dolor de la muerte de mi abuelo, del cual me siento muy orgullosa de ser su nieta, y le agradezco que aprendí de él a ser humilde y sencilla con la gente. “Te amo, abuelo”. Ahora les contaré de mi etapa adulta, me casé en 1981, después nació mi hijo, el 26 de julio, parto natural y sin anestesia -no había-, muy doloroso, pero al fin lo tuve. ¡Fue maravilloso tenerlo en mis brazos! Un niño precioso, ¡jejeje!, ¿qué puedo decir?, amor de madre. Como me dolió mucho, dije: “¡no vuelvo a embarazarme!”, ¡y anda!, por andar de bocona, que Dios me manda un embarazo más, antes de los cuarenta días. “Lucía, ¿qué tienes?, ¿piensas que se van a acabar los niños?”, dice mi madre, y yo pensé: ¿qué onda? ¡Ya con dos criaturas no voy a poder trabajar! Y así fue que me tuve que salir del trabajo, ya que mi niña nació con reflujo y nada le caía bien, vomitaba a cada rato y mi madre me dijo: “Yo ya no puedo cuidarla”, y pues ni modo, a batallar, pero gracias a Dios las cosas fueron cambiando, mi esposo ya tenía un trabajo fijo y pudimos salir adelante, siempre lo ayudaba vendiendo algunas cositas para tener mi propio dinero, porque no me gusta andar pidiendo, hasta la fecha soy así. Pasó un año y medio y me dice mi esposo: “Nos vamos a vivir a Villa de Juárez, vamos a poner un consultorio ahí, Álvaro y yo.” Yo: “¿Qué? ¡N‟ombre, ni creas que me voy a ir!”. “Mi Amor, nuestro futuro está ahí.” Yo: “¡Noo!, ¿qué voy a hacer ahí? No conozco a nadie, no tenemos familiares, ¡no voy a aguantar!”. Él: “Mira, ya verás que sí”. Así me 191 convenció él, con la paciencia que lo caracteriza, siempre muy bueno, no me puedo quejar, es un amor. Pues ya aquí en una casa de renta, que luego fue mi casa propia, me decía: “Tengo tantos proyectos que, vas a ver, no te arrepentirás”. “Ay, mi amor, quisiera ser como tú, pero no veo porvenir en este pueblito”. Porque antes era Juárez muy chico y todo mundo se conocía. Y así fueron pasando los años, hasta que un día el buen señor que nos estaba rentando le dijo a mi Doctor: “¿Quieres la casa? Te la vendo”. “Don Pedro, no tengo dinero.” “Mira, muchacho, te la voy a fiar, por doce años me vas a pagar sesenta pesos mensuales. ¿Cómo ves?”. Luego me platica y le contesté: “¡Ay, Cielo, no vamos a poder!”, “Sí, mira, vas a ver que Dios nos va a ayudar”. Así fue como obtuvimos nuestra propiedad, aunque yo pensaba: “¡Híjole, hasta cuando mi hijo tenga doce años terminaremos de pagar!”, y así fue. Pasaron los años, en la misma casa adecuamos un cuarto para consulta y ahí empecé a ayudarle, insistió en que yo tomara un curso de farmacia, y aunque no me gustaba mucho, lo hice. Ya que la casa donde vivíamos era muy grande, hice otro local, y él decía: “Pon la farmacia” “No, yo quiero vender.” Yo le pedí que me dejara poner una tienda de ropa, y mi mamá me acompañaba para surtir. “Ahí vas a vender y así podemos ganar más de lo que se debe”. Estuve un año con el negocio de ropa y luego decidí poner la farmacia, le hice su gusto, se puede decir. Tuve a mi tercer hijo después de cinco años, fue un embarazo deseado porque él quería tres o cuatro niños, y yo estuve de acuerdo “Ok, tres”. Al poco tiempo tuve problemas de salud con mi matriz y tuvieron que “quitármela”, me vinieron a la cabeza demasiadas cosas y me sentía muy mal conmigo misma, pensé que como mujer, como pareja, yo ya no iba a servir para nada. Mi esposo me decía: “Eso no es cierto, Amor”, él como médico me explicaba para qué servía la matriz, para tener hijos, y también podría tener problemas como tumores, etc., pero yo no entendía. Empecé a sentir celos, imaginaba cosas que yo misma fabricaba, entonces decidí tomar terapia psicológica, porque 192 yo tenía cambios extremos y mi esposo con esa paciencia me toleraba. Mis amigas me daban consejos: “Vas a cansar a tu esposo y vas a tener problemas”, y yo contestaba: “Ya sé, ¿pero qué hago?”. Hasta que un día entendí el porqué de las cosas, yo misma me estaba haciendo daño moralmente, comprendí la situación y por ello le doy gracias a mi padre Dios. Años pasaron hasta que llegó una oportunidad para mi esposo, le ofrecieron ser alcalde y yo le decía: “No, tú no sabes nada de política”, él contestaba: “Pero voy a aprender, nadie nace enseñado”, y yo cedí: “Bueno, tú sabes”. En ese tiempo había pasado lo del huracán Gilberto y vieron las muestras de servicio social que hicimos, fue a raíz de eso que le ofrecieron servir a nuestro pueblo. A partir de eso conocí a muchas personas que estuvieron trabajando conmigo, fueron tres lindas personas que nunca me dejaron sola y me ayudaron a sacar el compromiso con la comunidad. El primer año fue difícil, pues había gente dentro de la política que no quería a mi esposo por no ser nativo de Juárez, en fin, hubo demasiados problemas pero salimos adelante. Viví toda una experiencia en ese tiempo, nos encontramos con casos muy difíciles y yo quería ayudar a todos pero a veces no se podía, pues había pocos recursos, esto fue por el año de 1989. En el segundo año comenzaron llamadas anónimas que nos dieron problemas, era un martirio vivir así, a mi esposo solamente lo veía en la noche, sentí que estábamos perdiendo a la familia, y él con su paciencia me decía: “No hagas caso de los comentarios, aquí solamente estamos tú y yo, eso es lo que importa”, pero yo seguía llorando por las noches. Con todo, en esta administración hice muchas y largas amistades, pues saben que cuando uno está adentro de esto, se acerca mucha gente. Nos invitaban de padrinos para todo, esto fue una experiencia muy bonita. Me sentía feliz porque seguí lo que mi abuelo me había enseñado, dar al que menos tiene y servirlo. 193 En el año de 1992 terminamos de pagar nuestra propiedad, ¡qué alivio, ya teníamos algo de nosotros! Después mi esposo quiso regresar a su trabajo anterior, y se dedicó a su consulta particular, gracias Dios todo iba bien. Así las cosas, sugerí a mi esposo: “¿Cómo ves, ponemos una clínica?”, y me dijo, “No, Amor, me quedo con lo particular”. “Ándale, no son muchos los requisitos. Tú puedes, vas a ver, es para formar un patrimonio para nuestros hijos”. ¡Ay, Amor, vamos pues!, y así gracias a Dios, tenemos nuestra clínica y seguimos ayudando a la gente. Mi esposo tiene un corazón de oro, mis hijos siguieron creciendo y estudiando, uno es arquitecto y mi hija diseñadora de moda, el más chiquito va a preparatoria. La vida seguía y en el 2000 se nos volvió a presentar la oportunidad de servir a Juárez, en esta ocasión fue un poco difícil en la contienda, pues competíamos con dos aspirantes del mismo partido al que él pertenece, pero gracias a Dios y a la gente que nos conocía de nuevo salió triunfante. Esta vez fue diferente, pues ya tenía conocimiento de lo que me esperaba, además ya pertenecíamos al área metropolitana, Juárez ya era ciudad y nos llegó el crecimiento, más gente, más necesidades, de todo un poco. Y ahora disfruté más, me encantaba andar en las colonias, yo misma supervisaba que se les atendiera bien, fue muy padre. Salí adelante ya un poco más tranquila, pues había madurado para este tipo de problemas, sabía lo que tengo en casa, y gracias a Dios salimos adelante. Lo único que recuerdo, es que en ese tiempo mi hijo menor estaba terminando la prepa estando yo trabajando y así, pues, se descuida a la familia. Así pasaron los años… ¡Jejeje, como dice la canción! En estos años hubo de todo, mi enfermedad, cuando estuve a punto de morir por una cirugía estética, quería verme guapa, pero gracias a mi padre Dios me regresó a la vida. Mi esposo también estuvo enfermo, pero Diosito nos quiere tanto que dijo “aquí se me quedan”. Luego se casan nuestros hijos y nos dan la dicha de ser abuelos de cuatro pequeñitos hermosos, a los que adoramos. 194 ¿Qué más les puedo decir? Como les dije al principio, es difícil escribir y relatar nuestra vida. Doy gracias A Tejedoras por hacernos recordar a nuestros antepasados. A todas mis compañeras las quiero por sus vidas, ya que todas tenemos un poquito de cada una de las otras. ¡Gracias, amigas Tejedoras, por hacernos sentir que nuestra vida vale! No quisiera despedirme, pero todo tiene un final. Atentamente: La Pájara. 195 Mi infancia, mi tesoro – La Titana de Oro Recuerdo a mis papás, mis hermanas, muy felices siempre, muy pobres en lo material pero con unos buenos sentimientos. Mi papá era un hombre muy paciente y sin vicios. No extrañábamos lujos. Me veo como una niña temerosa pero también muy inocente: creía en la cigüeña y también en Santa Claus. Convivíamos mucho con mis abuelitos por parte de mi mamá; yo los quería mucho. Recuerdo que cada vez que se acercaba la Navidad recorríamos todo el arroyo buscando el pino más alto, y mi hermana Tere se subía para cortarlo y llevárselo a mi mamá; igual cuando se acercaba el día de las madres, le comprábamos y le envolvíamos a mi mamá un regalo. Con cuánta alegría le envolvíamos tan preciado regalo… veo a mi papá llevándonos a bañar al arroyo y mi mamá acompañándonos, con cuánta alegría ella jugaba con el agua; abría sus dos brazos y luego las juntaba y de esa manera se escuchaba el tronido del agua. Recuerdo a mi mamá haciéndonos café para ir a sembrar con papi al temporal; nos ponía el café en envases de coca. A mi mamá las personas la llamaban Mery, era una mujer callada, a la que no le gustaba andar en las casas ni tampoco iba a las tiendas. Nos ponía a moler el nixtamal en el molino; no le agradaba mucho pues nos comíamos el nixtamal; nos hacía tortillas en el metate, ¡qué ricas tortillas nos hacía!, las capoteábamos, ni siquiera las “dejábamos caer en la canasta”. Me gustaba cuando papá Meme nos venía a visitar; lo veíamos bajar con un costal lleno de naranjas por un barranco que había en la casa. Yo era feliz al ver feliz a mi mamá con sus padres, muy pobres en su cocina con chimenea. No teníamos luz; papi era muy miedoso y nos iluminábamos con una lámpara de mano cuando íbamos de visita a casa de mis abuelitos al Durazno. Mi papá arreglaba la carreta, subía una silla para que mi mamá se sentara y nosotros caminábamos atrás de la carreta; pasábamos por unos huertos y nos metíamos a cortar naranjas, todo era felicidad. Ya en El Durazno, en la casa de mi abuelita, recuerdo a mi tío Luis escuchando la radio y nos decía “no me anden 196 diciendo tío”, tal vez porque no se quería sentir viejo. A mi abuelita le barríamos el patio con una escoba que ellos mismos hacían con puras ramas, le acarreábamos el agua de una noria y se la vaciábamos en un cántaro, el agua se conservaba muy fresca. Tengo un triste recuerdo de cuando falleció mi abuelito: lloramos mucho, pero como el camino era muy largo se nos olvidaba y platicábamos y reíamos, pero luego nos acordábamos y volvíamos a llorar. Recuerdo a mi mamá jugando a las comadritas con nosotras y a Tere subiéndose a una anacua diciendo que ella vivía en casa de alto, al árbol nos subíamos por una escalera, por la que subían las gallinas para ir a dormir. En una ocasión se cayó de la anacua y se le salió el aire y mi mamá se llevó un gran susto. Era tanta nuestra inocencia que no sabíamos cuando estaba embarazada, pues ella era alta y robusta y pues no se le notaba, nunca se nos dijo nada, tal vez por pena por parte de ella. Eran muy vergonzosos y había mucho respeto. En una ocasión llegamos de la escuela y cuál fue mi sorpresa... había nacido mi hermano. Gracias a una hermana de papi, mi tía Goyita pudimos salir adelante pues ella nos dio el estudio. Recuerdo a papá Che, el papá de papi caminando hacia la casa, con sus brazos hacia atrás. Se sentaba en el portal de la cocina y decía que quería vivir más para ver qué más veía. Le gustaba masticar tabaco. Como no teníamos luz propia, papi nos traía a ver la tele de este lado de la placita con una señora que se llamaba Elvira. Mis juegos eran a la bebeleche, a la varita escondida, a la matatena, a las canicas (las canicas eran unas semillas que caían de las palmas). Cuando llovía mucho y agarraba creciente el arroyo, los carros al pasar se quedaban atascados y nos pedían ayuda, pues nosotros vivíamos a una orilla del arroyo, y le pagaban a mi papá por ayudarlos; en un rato papi les ponía el yugo a los bueyes y sacaba los carros. Utilizaba toda su fuerza y le gritábamos bien contentos: ¡Ándele, papi, ya cayó otro carro! Igual cuando se crecía el arroyo y la creciente se llevaba un puente, el cual era un tronco, mi papá nos cruzaba “a 197 camachito” una a una. También cuando el agua llegaba hasta la casa, papi nos llevaba a una casa grande de arriba, con la profesora Juanita Vargas, pues ella vivía en alto. Allá dormíamos mientras papi se encargaba de cuidar a los animales: marranos, gallinas… Cuando llovía y había truenos, mamá tapaba los espejos de los roperos y se hincaba a rezarle a la Virgen de Guadalupe. La profesora también nos daba trabajo a mis hermanas y a mí, pues íbamos y le trapeábamos el piso pero era con puros trapos y nos decía: “cuando llegue Fidencio, les pago”. Veo a papi sentado en el suelo del jacal, dejándose peinar por mí... yo era la consentida, poníamos un cuero en el suelo y ahí nos sentábamos. En El Durazno, donde vivía mi abuelita, íbamos a un río y juntábamos piedritas para coleccionarlas. Un hermano de mi mamá, mi tío Pantaleón, era Santa Claus. De niña nada más en una ocasión estuvo a punto de pasarme algo triste: un primo de mamá se ofreció a llevarme con mi abuelita, ya en el camino dijo que hacía calor, que si nos bañábamos, pero así tan chiquilla presentí las intenciones de mi tío, y me puse seria y le dije que me quería regresar a la casa. No comenté nada por pena y vergüenza con mis papás. Mi educación primaria la llevé a cabo en Hacienda San Mateo. La escuela se llamaba Francisco I. Madero. Me gustaba que la maestra me escogiera para leer o para aprender algún poema. Cuando regresaba de la escuela y veía que estaba la tina de agua, me asustaba mucho de no encontrar a mi mamá; igual si la tina no estaba, era una señal que mi mamá andaba trayendo agua de la noria. De niña me gustaba ir de vacaciones con mi madrina de bautizo. Cuando mi abuelo nos llevaba a sembrar, a mí no me gustaba, le tenía miedo, pues él utilizaba un látigo para pegarle a los animales, en cambio, mi papá utilizaba una varita. Hay tantos episodios que viví… Mi adolescencia Igual me fui con mi madrina con el propósito de estudiar, pero las cosas fueron muy diferentes ya que prácticamente era 198 su sirvienta; yo era la que hacía todo el quehacer de la casa. Apenas me di cuenta que mis hermanas vivían en Villa Juárez con mi tía Goyita, le hice saber a mi madrina que yo me quería venir a vivir con mi familia; mi madrina lloró. Tiempo después me hice novia de Ismael y duramos un año. Trabajé en una mueblería y ahí conocí al que fue mi esposo y dejé a Ismael por él. A mi hermana Tere no le gustaba mucho la relación pues él era un muchacho rico y yo una muchacha pobre. Así anduvimos cinco años y nos casamos. Él tenía una enfermedad la cual yo conocía pero no me importó. Él me gustaba mucho y nunca me imaginé lo mucho que me iba a afectar su enfermedad. Dios me bendijo con dos muchachitos preciosos: Adán y Eugenio. Los amo. Siempre fui muy apegada a ellos. Así transcurrió mi vida: atendiéndolos a él y a mis niños; por las noches yo no dormía y me ponía a hacer el quehacer, para cuidarlo y velarle el sueño. Cuando yo sentía que le iba a dar una convulsión, inmediatamente si era leve yo le daba el medicamento, pero si ya no se podía hacer nada buscaba ayuda para inyectarlo. Se me fue haciendo costumbre molestar a mis vecinos para que me ayudaran con él; su enfermedad me desgastó mucho y yo empecé a enfermar de los nervios, una enfermedad llamada obsesiva-compulsiva, aparte tenía tics nerviosos. Empezaba con un tic y me duraba un rato, de pronto empezaba con otro, yo me decía: “¿Madre mía, ahora cual irá a seguir?”. Trataba de disimularlos. Una ocasión que mi mamá estaba en la casa conmigo, me notó que estaba haciendo un tic, y me dijo, es entre ti misma, pero qué difícil se empezó a hacer mi vida, ya parecía yo una loca. En la colonia donde ahora vivo, las personas decían que yo me trastornaba en las noches, pues me salía en la madrugada corriendo descalza para pedir ayuda para él. Me daba tanta lástima pues siendo un hombre tan inteligente quedaba en nada, un niño grande llorando y gritando mi nombre sin conocerme; al igual siempre cuidaba que los niños no lo vieran en sus crisis. 199 Pasó el tiempo y dejé de quererlo, aunque se me fue haciendo una costumbre cuidarlo. Siempre fue muy buen papá. Él era muy recio de carácter: muchísimas veces me hizo sentir mal con nuestras amistades, se burlaba de mí en mi cara. Eso sí, le decía a sus amigos que yo era muy guapa en el quehacer de la casa. Ya no podía más y fuimos con un psiquiatra, pero siempre salíamos enojados, él no aguantaba que yo le dijera las verdades. Una ocasión le dije al psiquiatra que me hubiera gustado mejor que él hubiera sido tomador a que tuviera esa enfermedad, y el psiquiatra le dijo que estaba frito. Así lo cuidé veinte años, sintiendo lástima y al mismo tiempo teniéndole miedo. Cuando murió mi mamá fue muy triste; cometí un error: no permití que los niños me acompañaran en la capilla para que ellos no sufrieran. Mamá los quería mucho y ellos querían mucho a su abuelita Mery. Cuando pasó lo del sepelio, Adán me decía: “¿qué puedo hacer para que ya estés bien?”, yo no dejaba de llorar; empecé a buscar trabajo fuera de casa con miedo a que él no me dejara trabajar. Al principio fue por distraerme, luego fue por necesidad. Entré en una guardería y yo era feliz con los muchachitos porque me encariñaba con ellos. En ese tiempo él se fue de la casa porque ya no le estaba yendo bien en el negocio pues lo estaba traspasando. Sentí como cuando murió mamá: veía sus cosas y lloraba, pero luego me empezó a gustar estar sin él. Podía dormir a mis anchas, con ropa o sin ropa, y podía dormir tranquila. Mi mamá tenía un dicho: “¡Hay que aguantar vara...!”, así que aguanté siempre. Adán, a su corta edad, agarró el rol de hombre de la casa. Su forma de ser tan centrado le ha ayudado mucho a salir adelante con la familia, con la ayuda de Eugenio y la mía; estoy muy orgullosa de la forma en que crié a mis hijos. Estando en la guardería enfermé, de mis cuerdas vocales y mis células estaban por cambiar. Me atendieron muy a tiempo; estuvo a mi lado apoyándome una gran amiga, Maricruz. Ella me hacía la comida y me la daba mi hermana Tere. Thelma, la vecina de enfrente también ayudaba… Esos favores con nada 200 se pagan. Mi papá me fue a visitar estando yo enferma y me dio ternura como cuando se despidió de mí iba llorando, yo le escribí unas palabras diciendo que estaba bien, que no se preocupara. Se me han estado viniendo varias enfermedades, pero he ido saliendo airosa poco a poco, una de ellas fue cuando me operaron de mi muñeca. Adán me bañó y yo lloré porque me dio sentimiento y me dijo: “¿Por qué lloras? ¿Porque te estoy bañando o porque te duele? ¡Nada más no te quites el brassier, cochina!”, y nos reímos. Una temporada mamá estuvo viviendo conmigo, padecía úlceras varicosas. Era lindo ver cuando papi venía a darle la vuelta: la saludaba de mano y le decía: “¿cómo estás, María Luisa?”. Igual cuando yo estaba trabajando en la guardería, papi venía a visitarme. Tengo una vecina muy buena, la maestra Minerva. Nada más venía mi papá y le ofrecía de comer. Cuando llegaba del trabajo, papi me decía: “por mí no te preocupes, la profesora ya me dio de comer”. Me gustaba verlos platicar a la maestra y a él sin malicia. Papi bien educado, ¡qué esperanzas que le fuera a faltar el respeto! A él le gustaba platicar con las personas: si en un camión iba, él sacaba plática a la gente. Mi papá venía a Juárez con el peluquero, pagaba la luz...pero de repente se nos puso enfermito. Lo llevé con el doctor Rodolfo, y él le dijo al doctor que ya no tuvo fuerzas para sacar agua de la noria ni para andar detrás de los animales, enseguida se le detectó que papi tenía las venitas del cerebro muy delgaditas, que tenía una enfermedad llamada Parkinson; de poquito en poquito a papi se le empezó a dificultar el caminar, arrastraba un pie, batallaba para hablar. Fue algo muy fuerte cuando me preguntaron si papi podía firmar y dije que sí. Acerqué a papi y grande fue mi sorpresa cuando vi que ya no podía escribir su nombre; tan bonito que escribía con letra manuscrita de la de antes. De ahí en adelante lo llevaba yo con un neurólogo de la clínica del doctor Felipe. Se me hacía chistoso cómo el doctor le hablaba a papi, le hacía preguntas como “¿qué almorzó?”, “¿quién es ella?”. Él le dijo mi nombre. Le preguntó que dónde vive y él decía que en 201 mi casa. Él no sabía cómo se llamaba mi colonia ni mi calle, él decía que vivía en San Mateo; solo el neurólogo sabía cómo tratar a papi. Me explicó que tenía demencia senil y que por lo delgadito de las venas ya no le irrigaba la sangre al cerebro. Se le arregló lo del Seguro Popular porque en una ocasión se nos enfermó fuerte del estómago y por si se ocupaba internarse. En diciembre del año 2010 mi papá enfermó de neumonía; hubo necesidad de internarlo en el hospital Metropolitano. Nos turnábamos mis hermanas y yo para cuidarlo; se salvó de morir pero no se salvó de que le hicieran el agujero en su pancita para alimentarlo por sonda, pues su enfermedad lo había paralizado de su garganta. Mi hermana Tere se resistía a que le pusieran la sonda en su estómago. Estuvo veintiún días internado. Cuando nos lo entregaron, a la semana que fui a ver a mi hermana, ella tan fuerte de carácter, empezó a llorar y me decía que Elías, su marido, le había llevado pan de dulce y le daba tristeza ver que papi ya no podía comer. Lloramos juntas. Desde que nos lo entregaron, cada ocho días no le fallaba yo a mi hermana, allá dormía yo con ella para ayudarle con mi papá. Mi hermana tenía miedo de darle alimento y le daba puros „Ensures‟, pero a mí me dijeron de una dieta que era pechuga de pollo y yo le agregaba manzana, nuez, galletas María y le ponía calcio y todo lo licuaba en un litro de leche y con el caldo de la pechuga, de esa forma yo le ayudaba a mi hermana para alimentar a mi papá. Al principio mi hermana sí le notó cambio, pero de poquito en poquito mi papá se iba consumiendo; y yo no me quería enfrentar a la realidad. El último viernes que estuve con él, le corté sus uñas, y le llevé un Cristo pero él ya no podía sostenerlo en sus manos. Me despedí de él diciéndole que el lunes iba yo a cuidarlo, pero falleció el domingo. Mi hermana se comunicó con Maricruz, pues yo no me encontraba en la casa porque me tocó estar con Thomas en la Tolteca, apenas Maricruz hablo con él y de inmediato me llevó a San Mateo para que yo me despidiera de mi papá. Al día siguiente nos fuimos a la capilla y ahí sí me acompañaron mis hijos. Grande fue mi sorpresa cuando 202 Thomas llegó con su familia. Ese mismo día sepultamos a mi papá. Tiene cuatro meses que falleció y todavía no puedo con esa pérdida, no puedo ir a San Mateo a visitar a mi hermana Tere y a mi hermano Ramirín, porque ya no está mi viejito y eso me tiene triste. Cuando vino lo de mi separación, la decisión de querer conocer un hombre para empezar de nuevo sin importar el qué dirán, ha sido para mí muy interesante. Mi búsqueda era o es encontrar un hombre que me ame, que me apapache. Quiero sentirme protegida. Conocí a uno y me di sin pedir nada a cambio; volví a sentirme viva, pero ahorita estamos distanciados. No me quedó claro si yo la regué, o a qué se debió el cambio de él. Desde el 27 de abril me fui a servir a un retiro y las cosas estaban bien, pero a mi regreso tal vez tenía que ser paciente y esperar en la casa a que él viniera a buscarme y no ir a buscarlo. Le he estado rogando en mensajes diciéndole que le hice más bien que mal, pero nada de lo que le diga lo ha hecho cambiar conmigo. Yo me he conformado con el hecho de que me contesta el teléfono pero le hablo y le hablo sin tocar el tema de por qué el enojo. Tal vez yo sacándole la vuelta a lo que me pueda decir. Hubo una plática por parte de él y me dijo que estábamos distanciados. Me ha hecho sentir mal cuando le propongo que si nos vemos y me contesta: “¿Qué me ves?”. Ya me lo había dicho en una ocasión algo tomado, y ahora me lo dice cuerdo. No entiendo a este Thomas; dejó de ser el hombre al que yo me entregué por amor. En una ocasión le comenté: “Adán me pregunta por ti” y me respondió: “pero le dijiste que me soltaste la rienda”. No sé por qué me dijo eso. No quise preguntar por temor a su respuesta. Le mandé un mensaje diciéndole que ya no le iba a rogar. Él se agarró de cualquier cosa para dejarme, porque tal vez yo nunca lo iba a dejar y le menciono en el mensaje que voy a encontrarme conmigo misma; y mientras que él disfrute y que goce ahora que está libre, porque una mujer ocupa sentirse querida, amada, segura y útil. 203 Me invitaron a vivir un retiro… necesitaba tener paz, y en ese retiro me dieron mucho amor: todas las servidoras, algunas conocidas, otras amigas. Fue una experiencia maravillosa. Sigo yendo a reuniones de la iglesia para prepararnos ahora para servir. Una hermana que fue a vivir el retiro me hizo un regalo de una crucita y me dijo: “¡Hermana, de Roma para ti!”. Otra hermana se acercó y me dijo: “¡que nunca se te borre la sonrisa!”. Cuando llegamos de ese retiro otra hermana me dijo “¿te puedo dar un abrazo?”. Eso nunca se olvida. Tomé un curso que se llama “El Guión de mi Vida”. La maestra Sandra nos lo impartió y ahí volví a encontrarme con amigas que había yo dejado de frecuentar; formamos un buen equipo. Fue en septiembre de 2009, me sentí bien y me gustó mucho. Fue para mí emocionante participar, tenía muchas ganas de aprender. De ahí siguió el diplomado en diciembre de 2010, pero ahora en Monterrey. Empezamos a ir la clase “Tejiendo nuestra Vida”, nos lo impartía la maestra Dariela. Recuerdo que cuando fue mi cumpleaños yo no esperaba que la maestra me tuviera un regalo. Me acuerdo que me pidió la pluma y me quitó la libreta y empezó a escribir; nunca imaginé lo que iba a escribir, me puso una notita que decía así: “Por bonita toda tú. Vale por una beca en el resto del diplomado. Cariñosamente, Dariela”. Todo mi agradecimiento para ella, pues el curso es ya algo muy mío; los temas, el tomar apuntes, las dinámicas… estoy contenta con cada una de las muchachas porque formamos un muy buen equipo. Gracias a cada una por escucharme, por ser pacientes, por consolarme, por llorar conmigo, por quererme, las quiero mucho a todas. Para mí fue muy intenso lo que vivimos, lo que aprendimos en este diplomado. Gracias, maestra Dariela. Mi papá murió en paz porque su hijo se encontró una compañera, fueron sus propias palabras. 204 Mis enredos - Madre Teresa Mis primeros años me tocó vivirlos con mis abuelos maternos porque en ese tiempo mamá tuvo cuates y cuando ellos nacieron yo tenía apenas un año cinco meses y ya éramos ocho hermanos en total; la mayor tenía once años y ella ayudaba con los bebés y mis otras hermanas ayudaban en la casa. Mi mamá en ese tiempo puso un negocio, ella lo atendía con mis hermanas, porque mi papá tenía su trabajo que consideraba bueno y que vivíamos bien pues no nos faltaba nada, pero ella quería vivir mejor. Eso complicó la situación familiar, había muchas cosas que atender: el negocio, los cuates, la casa… y como yo era muy enfermiza, mi abuela materna le sugirió a mi mamá que yo fuera a vivir con ellos, mientras se adaptaban las cosas. Y así ocurrió. Me acostumbré a vivir con ellos, debió de haber sido muy bonito porque yo era el centro de atención, allá también la familia era grande, ocho tíos y tres tías, y todos eran jóvenes y yo pequeña, había mucho movimiento, uno eran estudiantes y otros trabajaban, yo estaba muy contenta pero... se casó mi tía que era con la que yo coincidía y convivía más, entonces la casa ya no me pareció igual y me di cuenta que yo tenía una familia. Antes mis padres y mis hermanos me visitaban y querían que regresara a casa pero yo no quería, me resistía, pero ya que se casó mi tía yo si quería volver aunque ya no sabía cómo decirles. Ahora yo sentía un vacío, mis tíos eran grandes y ya no querían jugar conmigo, una de mis tías quería que yo fuera a una escuela de Monterrey y a mí no me parecía divertido, entonces cuando uno de mis tíos se casó y a la fiesta asistieron mis papás yo ya no quise regresar con mis abuelos y me fui con mi familia. En ese tiempo mi mamá estaba embarazada de mi hermano más pequeño, y yo me quedé a vivir con ellos pero sentía que no me adaptaba, me sentía desconocida entre ellos, y a ellos yo les parecía chiflada, hasta mi mamá decía que era llorona. Y la 205 situación familiar era ya muy complicada y de mucho trabajo, pues mi mamá atendía el negocio y al hijo más pequeño, para ese tiempo ya mi papá dejó su trabajo y vino a atender junto con mamá el negocio. Yo, al ver tanto problema, decidí irme con mis abuelos paternos, y así comía en un lado o en otro, pues ellos vivían cerca de mi casa; sin embargo, me sentía como una pieza suelta de rompecabezas, no encontraba mi lugar. Al saber mis abuelos que ya mi iba a quedar ahí, mi tía y mi abuelo comenzaron a hacerme mi colcha y de esa manera yo sentí que tenía una casa, un lugar seguro para mí. Eso complicaba un poco la relación con mi madre, ya que ella seguía pensando que yo era una chiflada, porque al entrar a la escuela yo quería que ella me ayudara con las tareas escolares pero siempre estaba muy ocupada. Y quien me podía apoyar era mi tía; de hecho, yo era muy bien portada en la escuela pero pasaba desapercibida, me era difícil hacer las tareas además de que siempre quería jugar primero y luego hacer la tarea. En tercer año todavía no podía aprender a leer pero nunca me reprobaron, yo me la pasaba orando para que no me pasaran a leer; y cuando me tocó ir al catecismo, tuve la suerte de que en ese tiempo vinieron misioneras y me tocó una madre que nos explicaba que Dios escuchaba muy particularmente a los niños y, ya sabrán, tuve a Dios muy ocupado: le pedía por mí, por mi familia y todo lo que creía que necesitaba, y por lo que necesitaban los demás, llegó un momento en el que rezaba como cuarenta padres nuestros y cuarenta aves marías… hasta que me cansé, y me dije: “que cada quien rece y pida por lo suyo, yo tengo que jugar”. La vida me ha dado muchas oportunidades, porque a pesar de que solamente estudié la primaria, los empleos me buscaron, así tuve la oportunidad de trabajar a los 16 años en un taller de costura donde se hacía ropa de caballero, de diseños originales. Trabajé como asistente del diseñador con sastres y costureras de mucha experiencia y de alta costura. Ahí aprendí mucho y tomé mucha experiencia, más adelante, ya casada estudié corte y confección, y le saqué mucho 206 provecho, ahora estoy retomando esa actividad que me gusta y creo que soy muy buena en ello. En algún tiempo también trabajé como cajera, y como vendedora, en esas actividades tuve mucha ganancia económica. A los 22 años me casé con un maravilloso hombre que era bueno, trabajador, inteligente, y a los dos años de casada nació mi primer hijo. Tengo tres hijos que me hicieron y me hacen la mujer más feliz del mundo, y yo con todo el amor que les tengo, creo que son los mejores hijos, pero pienso que pueden ser todavía mejores, ya que me faltó exigirles y comportarme como madre, siento que fui más su amiga. En algún tiempo convertí mi casa en un albergue, pues un día llegaron dos mujeres con una bebé de días de nacida buscando trabajo, necesitando quedarse porque a una de ellas la golpeaba su marido, y así fui recibiendo personas… Llegaban unas y otras se iban, de modo que sin darme cuenta hice de la casa un albergue pero no lo hice sola, ya que mi marido me lo permitió, hasta que un día llegó una chica muy golpeada y el marido llegó después armado. Me fui a la iglesia y pedí ayuda al padre y me dio la dirección de Alternativas Pacíficas. En ese momento juré a mi marido y a mis hijas que ya no lo iba a hacer. Pasaron algunos años, hubo un huracán y tocaron a la puerta. Buscaban a mi vecina, pero como ella no estaba volví a recibir en mi casa a una persona: era una doctora que por las lluvias no podía regresar, le busqué la manera para que ella regresara por su familia. Y la vida continuaba, y yo iba por ella queriendo resolverles los problemas a los demás, a todo el que encontraba en mi camino. Cuando teníamos 28 años de casados, mi esposo falleció, dos meses después de la boda de mi hija. Él para mí fue un protector, era buen hombre y buen padre. Al faltar él, yo sentí una responsabilidad muy grande, entendí muchas cosas que él hacía por la familia, y yo no las valoraba, así como entendí también por qué no hizo otras que le pedía. Pero también me di cuenta de que yo podía hacer muchas cosas de las que no me creía capaz, aprendí con él muchas, muchas habilidades porque yo era su "ayudante" en el mantenimiento de la casa y ahora yo 207 me encargo de ello, lo hago junto con el apoyo de mis hijos, pero para él va mi agradecimiento total. Se casaron mis otros hijos y yo sigo creyendo que soy indispensable para ellos, necesito verlos todo el tiempo, saber de ellos, aunque ahora creo que me ocupo de ellos para no responsabilizarme de lo que me toca hacer, es una forma de evadir. Ahora reconozco que traté de evadir la escritura de mi historia y no sé si era porque la quería hacer perfecta, o porque no quería ver mi realidad. Mucho tiempo estuve asistiendo a terapias porque pensaba que mi vida era muy complicada pero ya no me parece que es así, ahora creo que fui privilegiada al asistir al grupo de Tejedoras, pues me permitió verme y darme cuenta que soy muy bendecida, y que no había visto todas las cosas lindas que tengo. Quiero a toda mi familia, adoro a mis hermanas, a mi mamá y por supuesto a mis hijos y mis nietos. Quiero agradecer a la vida, quiero agradecer al grupo de Tejedoras, ya que para mí es muy importante; suelo ser olvidadiza pero asistir a ese grupo casi nunca lo olvidaba, cuando falté fue porque realmente no podía ir. Ahora trato de hacer mi vida más fluida, si veo trabas y las puedo quitar, las quito; si no, las brinco y sigo adelante. Ahora me siento más animada para realizar actividades que había dejado de hacer, y hay un respeto muy grande hacia mis hijos, para que ellos decidan su vida según lo deseen. Dariela me hizo ver mi soberbia, cómo yo sentía que al ayudar, arreglaba vidas, pero ahora capto que no arreglaba la mía. Cada vez que me quiero involucrar en asuntos que no me corresponden, analizo si de veras me toca o no. Desearía volver a tomar este Diplomado para continuar en este proceso de ser yo, auténtica y honesta conmigo misma, algo que me cuesta trabajo, pero ya lo estoy haciendo, y además quiero seguir dejando que mis hijos tomen las decisiones que consideren buenas para sus vidas, quiero respetarlos y acompañarlos amorosamente en su camino. 208 Mis secretos – Currumina Comenzaré mi historia: tengo cinco años de edad, a partir de ahí vienen mis recuerdos dolorosos y los que marcaron mi vida. Les contaré episodios que venían a mi mente una y otra vez. Esos recuerdos los llevé por muchísimos años guardados en el inconsciente sin querer sacarlos nunca y creo que cada acontecimiento que había vivido en mi niñez me siguió afectando cuando fui adolescente, luego ya de adulta e incluso hasta hoy, porque cada acontecimiento que yo vivía en mi presente, me transportaba a mi niñez, hacia esos días dolorosos... y una sensación de abandono, de miedo y angustia venían a mi mente. Primer recuerdo: Abordando un autobús en Monterrey rumbo a Estados Unidos. Mi madre, mi tía Susana y yo; voy llorando todo el camino porque mi madre no permitió que yo me sentara con ella, iba yo sola con una persona extraña... y mi madre atrás con mi tía Susana. Esa sensación la llevé siempre conmigo: el que no permitiera que yo estuviera con ella. Segundo recuerdo: Llegando a la central de Rosenberg, Texas en la madrugada... esperamos que amaneciera y llegó mi abuelo paterno por nosotras, nos llevó a donde vivía mi papá y recuerdo muy claramente que dijo: “Ahí vive Inés...”. Nos dejó solas y se fue con mi tía Susana; entonces me dice mi mamá: “ve, toca, y pregunta por tu papá”. Yo me dirijo a la casa y toco, abre la puerta una mujer y al abrirla veo a mi papá sentado con una mujer en el regazo de él, cuando me ve se levanta y se dirige hacia mí, me carga y me pregunta: “¿con quién vienes?”, yo volteo y señalo a mi mamá; llegamos hasta donde estaba ella y empiezan a discutir muy fuerte. Mi pregunta fue: ¿Por qué si mi mamá sabía que mi papá vivía con una mujer, por qué me mandó a mí a tocar la puerta? A veces no nos damos cuenta de los errores que cometemos con nuestros hijos y que esos recuerdos nos marcan por el resto de nuestras vidas. 209 Tercer recuerdo: Me veo en casa de mis abuelos paternos. Ahí conocí la triste realidad de la indiferencia que tenían hacia mi madre y hacia mí. Entro a casa de mis abuelos y observo fotos y más fotos de todos, de mis tías, tíos, primos pero ninguna de mi madre, mi padre, mis hermanos, ni mía; no entendía en ese entonces, pero comprendí más tarde a medida que fui creciendo. Ese recuerdo lo registré en el archivo de datos de mi mente, nunca se me olvidó la sensación y el sentimiento. No entendía por qué a nosotros no nos querían si también éramos sus nietos, y muy parecidos a su familia. Ahí viví un sentimiento de rechazo por parte de mis abuelos desde que era muy niña; mi rencor hacia ellos cuando crecí se hizo más grande... ¿Cómo le pides a alguien que te quiera y que te busque, cuando creces con esos recuerdos clavados en tu corazón? A veces la gente adulta no entiende que lo que es normal para ellos para una niña no lo es. Cuarto recuerdo: Me veo caminando por la carretera, mi madre llorando y yo de su mano; caminamos como una hora hasta que nos alcanzó mi padre en su carro; mi mamá se había enojado con mi tía Ramona (hermana de mi papá), pues vivíamos con ella los tres. De nuevo nos lleva a casa de mi tía y se meten en la recámara y yo me voy a jugar al patio; cuando empecé a oír gritos de mi mamá, corrí hacia el cuarto pero estaba cerrado, mi papá golpeando a mi mamá, yo gritando y llorando al escuchar a mi mamá gritar; hasta que llegó la policía y se llevó a mi papá y a mi mamá al hospital inconsciente; yo me quedo con mis primos... A los dos días me llevaron a ver a mi mamá. Aún recuerdo su cara toda hinchada, sus ojos y labios parecían que se querían reventar... Al verme me abraza y empieza a llorar, y yo igual. Esa sensación, ese dolor de impotencia de tener solo cinco años y no poder defender a mi madre era horrible, yo amaba a mi madre y me dolía verla así. ¿Cómo es posible que los adultos no sepan el dolor tan grande que es pasar por esas situaciones? No comprendo a ninguno de los dos; mi madre por permitir que la humillaran, no quererse un poquito, o no comprender el dolor de hacer 210 pasar por esa situación a una niña de solo cinco años; y mi padre... ¿por qué no alejarse de nosotros si no la quería? Mi pregunta de siempre fue: ¿Por qué nada más con ella era agresivo? Pues cuando uno quiere a una persona no la trata así... con mis hermanos y conmigo no lo era. No era muy amoroso pero los pocos recuerdos que tengo de él son bonitos, al menos el tiempo que viví con ellos dos nada más. Quinto recuerdo: Me veo en una casa... ya sólo los tres, no muy grande pero bonita, muchos juguetes, casitas de muñecas... aún recuerdo la cocina y cada centímetro de la casa. Lejos de mis abuelos y mis tías en Rosenberg, Texas. Tengo ese recuerdo por dos motivos: veo a mi mamá nerviosa porque ya no tardaba en llegar mi papá y ella ya estaba preparando la cena, tortillas de Maseca. Ese olor de la Maseca me conecta a esa escena, dice mi madre: “Cuando llegue tu papá y se meta a bañar le pones este polvito en sus zapatos, m’ija, que no te vea”; era una bolsita de plástico con un polvito rosa y también tenía un cuernito chiquito debajo de la almohada. En ese entonces yo no entendía, pero ahora sé que era para que él cambiara, pero eso nunca pasó... Ese recuerdo lo registré también porque empezaron a discutir, no sé por qué, pero empezó a golpearla de nuevo y yo saltando, gritando y llorando... Mi mamá en el piso, toda ensangrentada, hasta que los vecinos hablaron a la policía y se llevaron de nuevo a mi papá a la cárcel y se repitió la historia... Pero en esa ocasión mi mamá queda inconsciente y se la llevan al hospital, a mí me recoge la vecina; me quedo sola sin ningún familiar, yo era una niña de tan sólo cinco años... Ahora me pongo a pensar en el peligro en que a veces sin pensar nos exponen nuestros padres por aferrarse a alguien que no valora y ni ama... ¡No es justo! A los días siguientes me veo en la cárcel viendo a mi papá llorando y pidiéndole perdón a mi mamá...ella firma y él sale, nos fuimos a nuestra casa. Esos recuerdos y esas sensaciones que viví en esos días, son las que venían a mi mente una y otra vez, cuando en mi vida presente tenía algún problema, es horrible. 211 Sexto recuerdo: A mi madre le gustaba mucho cantar... La recuerdo llorando con una canción en especial, una de José Alfredo Jiménez que va más o menos así: esta casa la compro para que jueguen mis hijos, con la luna yo quisiera que Dios los ilumine... Sería que se acordaba de mis hermanos que estaban muy lejos de nosotros, no sé la verdad, pero esa canción me marcó a mí, porque cuando yo la empezaba a oír de adulta mi mente volaba y la escena venía a mí: mi madre llorando con un sentimiento de tristeza. El oír esa canción me provoca un sentimiento de dolor, tanto que al casarme mi esposo tenía ese cassette y cuando lo ponían, yo me iba y me escondía a llorar. Yo estaba embarazada y nunca le expliqué a mi esposo... nada más le decía: “Ya no pongas esa música, no me gusta”, y como él no sabía nada, nunca se percató de ello; hasta que nació mi hijo el mayor... cuando mi niño, de recién nacido, oía esa canción lloraba con mucho sentimiento y hacía pucheros, se la quitábamos y dejaba de llorar. Los demás preguntaban: “¿por qué llora?”, y yo sí sabía pero ellos no, hasta que un día les tuve que contar. Mi esposo jamás la volvió a poner y me preguntó por qué nunca le compartí la verdad, pues él hubiera tirado el cassette. Séptimo recuerdo: Este recuerdo viene en dos ocasiones... en la primera: me despierto en la noche, no sabría decir qué hora era, me levanto y voy a la cocina, recorro toda la casa y no había nadie, prácticamente estaba todo a oscuras; lloro tanto que me quedo dormida de nuevo. Recuerdo esa sensación de miedo, angustia, mi corazón latiendo fuerte y un sentimiento de abandono. No comprendo los errores que cometió mi madre conmigo; llega un momento irracional de amor hacia un hombre de tal manera para hacer eso, de dejar sola a una niña y no pensar que me pudiera suceder algo, y no fue una vez, fueron varias veces. Octavo recuerdo: Mi mamá había estado en un hospital, no porque mi papá la hubiera golpeado sino porque se puso mala y yo quedé encargada con la vecina. Mi mamá llegó sola, me recogió con la vecina, fuimos a la casa, agarró la maleta, le pusimos ropa y nos llevaron a la Central. No conocía a la 212 persona que nos llevó; tomamos un autobús rumbo a Monterrey... Entonces yo ya tenía seis años y yo le preguntaba por mi papá, pero ella nada más lloraba y me abrazaba, me dijo: “ya nos vamos con tus hermanos y tu abuelita, m’ija...”. Yo estaba feliz, en ese entonces no entendía... pero después mi abuelita me explicó que mi papá la quería operar y ella huyó conmigo a escondidas de él, porque oyó a mis tías decir que los doctores le dijeron a Inés y a mi padre, que ella podía quedar en la plancha porque tenía algo en su corazón, que podía morir y de todos modos mi papá quería operarla... Ella padecía bocio ya muy avanzado, sus ojos saltados y su cuello como hinchado y abultado... tenía treinta años nada más; llegamos como en febrero y en mayo de ese mismo año falleció de un infarto. Ahí le agradecí a mi madre el haber tomado conciencia para poder ver la triste realidad de mi padre y el haberme puesto a salvo. ¿Qué hubiera sido de mi vida si yo hubiera crecido con la familia de mi papá? Noveno recuerdo: Uno de los más dolorosos y más tristes de toda mi vida. Acostadas mi madre y yo en la misma cama, mis hermanos en otra enseguida de la de nosotras, era de madrugada... mi mamá empieza a ahogarse, no puede respirar y hacía muy feo, mis hermanitos y yo gritando y llorando, mi abuelita le grita a mi hermano el más grande: “¡Corre con tu tío!”, pues él vivía a una casas de la de nosotros... a los pocos minutos mi madre abraza a mi abuelita y no la suelta y yo escucho que alcanza a decir: “¡Mis hijos!”... y mi abuelita responde: “no te preocupes mi amor, yo los cuidaré...”. Ahí es cuando ella muere. Ver a mi hermanito de cuatro años llorar me partía mi corazón, yo tenía seis y mi hermano, el mayor, siete... ese recuerdo jamás se me olvidará. Veo a mi papá muy elegante, nos abrazaba y lloraba... yo le empecé a tener mucho odio a mi papá, mis hermanos no, porque ellos no vivieron lo que yo viví con él, de cómo maltrataba a mi mamá. Él empieza a alegar con mis tíos y con mi abuelita respecto a que nos va a llevar, pero mis tíos empiezan a discutir y mi abuelita le dice de buena manera: “déjamelos, están muy chicos”, y es como accedió a dejarnos 213 con ella. Yo me sentía protectora de mi hermanito de cuatro años, lo cuidaba mucho, así crecimos junto a mi abuelita... era tan grande su amor hacia nosotros y el de mis hermanos, que mis recuerdos, de lo que yo viví con mi padre y mi mamá, desaparecieron, se bloquearon. Mis hermanos y yo nos peleábamos como cualquiera, pero mi abuelita nos leía cuentos, nos ponía a leer el periódico. Mis tíos nos querían mucho; fuimos muy buenos para la escuela... mi abuelita no batallaba con nosotros. Éramos muy queridos por todos, mis tíos y tías; mi papá nos mandaba dinero mes a mes para nosotros, nos mandaba juguetes y ropa con mi abuela y mis tías, hermanas de él. De repente empezó a venir a vernos, él ya se había casado y quería llevarnos con él... empezaron los pleitos de nuevo con mis tíos, hermanos de mi mamá, pero esta vez no accedió, mis tíos le dijeron: “Llévate a los niños, pero a la niña no te la vamos a entregar”, y él aceptó. Mi abuelita feliz porque no me llevaría a mí, mis hermanos contentos porque les había traído muchos regalos y ellos querían mucho a mi papá, no lo conocían como yo, pues jamás pude platicarles lo que viví con mi mamá y él cuando estuvimos en Estados Unidos porque mi mente se bloqueó. No lo recordaba y la única que lo sabía con claridad ya no estaba con nosotros, mi madre. Yo les decía a mis hermanos llorando: “¡por favor, no se vayan!”, pero ellos felices porque estarían con él... en cambio, yo siempre rechacé a mi padre a partir de que murió mi mamá. Ellos se fueron y yo me quedé con mi abuelita materna. Eso fue lo peor que me pudieron hacer. Me sentía muy sola, abandonada de la única familia que me quedaba. He de decir que esto me dolió más que la muerte de mi madre... sería el amor de mi abuelita y el de mis hermanos que no lo sentía tanto. Sí lloraba por ella pero al lado de mis hermanos era más tolerable el dolor de su ausencia, el no tenerla a mi lado. A partir de ahí es cuando empiezan mis problemas fuertes, mi cambio de carácter: siempre enojada, callada, a veces con miedo a estar sola, dormía casi abrazada a mi abuelita. Empecé 214 a arrancarme mi pelo para dormir, mis cejas y mis pestañas; tenía fuertes cambios de humor. Si yo llegaba de la escuela y mi abuelita no estaba en la casa, me ponía a llorar. Mis recuerdos empezaron a venir de lo que yo viví con mis papás en Estados Unidos. Esa misma sensación de abandono, miedo, mi corazón latía fuertemente y mi abuelita se asustaba tanto que ella empezaba a llorar también y me decía: “no llores, mi amor, yo jamás te voy a dejar, solo salí a comprar tortillas para comer las dos”; fue cuando poco a poco empecé a decirle todo lo que había vivido con mi mamá allá en Estados Unidos. A veces amanecía contenta y de repente llorona, a veces enojada ¡hasta con mi abuelita!, pero su amor me tranquilizaba mucho, me abrazaba y me platicaba de cuando ella se casó con mi abuelito y las travesuras de mis tíos hasta que se me pasaba. Fue cuando ella me compró una mandolina y me metió a estudiar música con un maestro que casi era ciego, ahí aprendí a tocar ese instrumento y guitarra también; estuve en dos estudiantinas de niños en la iglesia y después me pasaron a la juvenil, porque era muy buena, pues yo sola sacaba las canciones sin el maestro. Mis problemas seguían, a veces fuertes y a veces leves. Mis cambios de humor continuaron, mis pensamientos seguían dependiendo del acontecimiento que yo vivía día con día; duraron años conmigo: mis cumpleaños, día de las madres, las navidades y año nuevo eran lo peor para mí, sufría mucho y esos pensamientos no lograba sacarlos de mi mente; las sensaciones de esos días de mi niñez las traía siempre conmigo... si una amiga no me habló, si mis primas se enojaban conmigo los traía a mi mente una y otra vez. Era muy buena para la escuela y mi abuelita se sentía muy orgullosa de mí; participaba en todos los bailables, estaba en la escolta en la primaria y en la secundaria porque siempre fui de las más altas del salón; mis calificaciones yo las recogía porque mi abuelita estaba enferma de un pie, tenía una úlcera y no podía ir... pero mis maestros me la daban a mí porque siempre fui muy respetuosa, nunca una mala conducta porque mi abuelita me enseñó muchas cosas. 215 Ella fue maestra de rancho donde vivió de joven hasta que se casó con mi abuelo. Así trascurrió toda mi niñez, estudiando todo lo que mi abuelita quería y así me entretenía. Estudié tejido, danza folclórica, florería, gimnasia, juguetería, inglés... terminaba una y ya me estaba inscribiendo en otra cosa. He de decir que a mí no me gustaba nada de eso, más que danza, lo demás no, pero lo hacía para complacer a mi abuela porque ella me lo pedía con un amor que no podía decirle que no; yo la amaba mucho, no sé qué hubiera sido de mi vida sin ella, sin su amor. Sufrí mucho porque mis recuerdos jamás logré borrarlos, no era feliz y estaba enojada con la vida que me tocó vivir, pero tuve momentos hermosos también. Los domingos eran bonitos, cuando llegaban mis tíos, me cargaban, jugaban conmigo, les enseñaba mis calificaciones y eran muy cariñosos... siempre los hermanos de mi mamá comían con nosotras todos los domingos; el mismo guisado de carne de puerco en salsa verde, arroz y frijoles refritos, y para tomar, agua de limón. Mi abuela a veces permitía que ese día tomara refresco, una Coca Cola, que a mí me encantaba, pero siempre decía que los refrescos eran malos, y como a ella le detectaron diabetes cuando murió mi madre, se cuidaba mucho y logró controlarla, pero yo desayunaba atole en las mañanas o chocolate y pan de dulce, café sin azúcar (es fecha que todavía lo tomo así) o chocolate calientito y muy espumoso. En la mediodía agua de limón y en la noche era solamente té de hojas de naranjo, canela, anís... todas las clases de tés. Así transcurrieron mis etapas... A la edad de quince años mis tíos y tías querían hacerme una fiesta y mi abuelita no quiso porque ella sabía cómo iba a pasarla yo... así que sólo me tomaron una foto con el vestido y ese día me la pasé llorando porque recibí un ramo de flores y me dicen: “son para ti”, y salgo... yo pensé que eran de mi papá, veo la tarjeta y eran de mi vecina y su esposo, empecé a llorar y me puse muy mal porque ni siquiera ese día me habían hablado mi papá y mis hermanos, se habían olvidado. En una de las crisis que tenía, rompía fotos de mis hermanos y de mi papá, por eso no tengo casi ninguna de ellos, solo conservaba una foto: la que me 216 tomó mi abuelita de mis quince años con el vestido rosa; pero luego la rompí en una de las crisis que tuve. Recuerdo una Navidad en casa de mis tíos, estaban todos reunidos celebrando el Año Nuevo y mi abuelita siempre se percataba que yo estuviera cerca cuando dieran las doce para abrazarme, pero ese día no estaba cerca de ella, dieron las doce y empezaron abrazarse; yo buscaba a mi abuelita y no la veía y todos abrazándose: mis tíos, mis primos... y yo me quedé sola sin que nadie me abrazara, entonces salí corriendo de la casa, llorando por toda la calle y mi abuelita empezó a buscarme hasta que me encontró. Ese día no lo he podido sacar tampoco de mi mente, la sensación de abandono la volví sentir y con más fuerza. Desde ese día mi abuelita jamás se separó de mí en esas fechas. Mi papá empezó a no mandarme dinero, eso me lo tuvo que decir mi abuelita... Al escribir esto tiembla mi mano al acordarme de todo, pero tengo que sacar todo esto para yo estar mejor, y quiero platicarlo para que sepan mis hijos y mi esposo por todo lo que yo tuve que pasar, y que si en algún momento hice cosas sin sentir, que me perdonen porque yo soñaba con que algún día sería muy feliz y que todos esos recuerdos que me perseguían en mi mente algún día podría borrarlos por completo, aunque no los he logrado borrar, ya no me lastiman ni me duelen. He aprendido a vivir con ellos y sacarlos poco a poco porque mi vida ya ha empezado a cambiar. Mi autoestima siempre la tuve muy alta porque mi abuelita siempre me decía y me repetía mucho: “tú nunca digas „no puedo‟ claro, di que „sí‟, siempre vas a lograr lo que tú te propongas, eres muy bonita y muy inteligente...”. La verdad sí era muy fuerte; me inscribía sola en la secundaria, veía a mis compañeras con sus mamás y eso me dolía mucho. En la preparatoria todos los trámites los hice yo sola y en mi escuela de comercio igualmente... claro, mi abuelita siempre echándome porras. Pero quisiera que supieran que era muy mentirosa porque a mis compañeras de secundaria y del comercio yo les decía que mis padres habían muerto para que no me preguntaran nada. Y cuando preguntaban “¿y tienes hermanos?”, hagan de cuenta 217 que apretaban un botón... me desmoronaba y empezaba a llorar. Siempre me consideré bonita y siempre fui la más bonita del salón, siempre tuve pretendientes desde la primaria, secundaria y preparatoria. Como mi papá ya no me mandó dinero, mis tíos le daban a mi abuelita dinero para las dos... pero ellos tenían mucha familia, así que no pude estudiar la carrera que a mí me hubiera gustado. Unos de mis tíos me dice: “M’ija, yo te pago la carrera de comercio, los tres años... porque yo tengo muchos hijos y no puedo darte para una carrera en la universidad”, y otro tío me daba para los gastos, así que terminé la carrera de secretaria contador con muy buenas calificaciones, tanto que yo salí con trabajo de la escuela. Cuando me recibí de la escuela, mi abuelita no me pudo acompañar, estaba muy mal de salud... así que no fui a mi graduación, nada más mis tíos me compraron el anillo y he de decir que en una de mis crisis lo tiré a la basura. Trabajé en una clínica, enfrente de un hospital muy importante de Monterrey, era una clínica de especialidades y yo empecé de recepcionista, tenía 17 años... Y así estuve hasta que a los 18 años tuve un pretendiente que me mandaba flores muy bonitas a la clínica, pero no tenía nombre, platiqué a mi abuelita y me decía: “tíralas a la basura", que no las aceptara porque si no traía nombre es que no quería dar la cara. Hasta que una mañana me manda hablar el director de la clínica. Fui y me invitó a sentarme, y me confesó: “yo soy el que le manda las flores a usted, pues me gusta mucho, y si usted quisiera yo le podría poner un departamento donde usted quiera, y le daría muchas cosas... yo soy casado y jamás dejaría a mi familia, pero yo la respetaría y si usted me permite la llegaría a amar como se merece”. Era una persona mayor pero muy simpático y guapo... yo tenía 18 años, y me dio mucho miedo… salí temblando sin contestarle nada. En la noche le platico a mi abuela y me dice: “ya no irás al trabajo”, y ya no fui por mi liquidación. A los dos días tenía una propuesta de trabajo: ser la secretaria de don 218 Armando Garza Sada, director general de Troqueles y Esmaltes, y ahí estuve hasta que me casé con mi esposo. Duré cinco años de noviazgo. A los tres años hablé con mi novio y le dije que yo lo quería mucho pero que no teníamos un futuro juntos, porque a mí no me gustaba el rancho y él no se podía venir a vivir a Monterrey por su trabajo que por mucho que yo lo amara, no sería feliz allá donde él vivía... así que era mejor terminar y no hacerle perder su tiempo conmigo, él no quería pero yo le insistí en que era mejor decirle la verdad; a los dos días siguientes me trajo una propuesta: que si en algún momento nos casábamos, viviríamos en Cadereyta, cerca de Monterrey y de su trabajo. Así fue como accedí a andar de nuevo con él hasta que nos casamos. Tuve un noviazgo muy bonito, el primer día que me fue a ver ya como novia, fuimos a un parque cerca de mi casa en Monterrey. Me tomó de la mano y me dijo: “sé que algún día tú serás mi esposa...”, y yo pensé: éste sí que está bien loco. Llegué con mi abuelita y le dije: “güelita, este sí que está mal, dice que se quiere casar conmigo, pero yo no quiero”, y me abuelita me contestó: “date la oportunidad de conocerlo m’ija, es un buen muchacho y sobre todo, yo conozco a su familia... es de buenas familias”. Las primeras citas no iba muy contenta, pero en una de esas veces que me fue a ver me abrazó y sentí una sensación que jamás se me va a olvidar, una sensación de protección, de tanto amor... Siempre le he dicho a mi esposo que yo me enamoré de él, de sus brazos, porque yo sentía una especie de protección, como si me dijeran “yo jamás te voy a dejar, siempre estaré contigo...”. Hoy creo que Dios me recompensó con mandarme esta persona a mi lado, porque hasta el día de hoy sigue siendo el joven de 17 años que conocí, que nada más faltaba quitarse la camisa para que yo pasara... Jamás ha cambiado, sigue siendo igual que cuando lo conocí: amoroso, tierno y cariñoso conmigo. Cuando fui madre: Empecé a sentirme mal y las tías de Toño me decían que estaba embarazada y yo les decía enojada que no, hasta que tuve que ir con el doctor y me confirmaron que sí, que estaba 219 embarazada. Me asusté mucho, tuve muchos sentimientos encontrados. No sabía si ponerme feliz o ponerme a llorar porque pensaba: ¿y si va a sufrir lo mismo que yo? No quiero que él pase por lo que yo tuve que pasar; en cambio, mi esposo se sentía feliz, más meloso conmigo que de costumbre, no quería que hiciera nada, me cuidaba mucho y me consentía y su familia también contenta pues era el primer nieto que venía en camino... creo que yo no estaba preparada para tanto amor. Yo no era muy expresiva para demostrar cariño a nadie, ni si quiera a mi esposo... me sentía muy rara. Todo mi embarazo fue de alto riesgo porque yo vomité todo lo que comía durante los nueve meses, hasta el agua la vomitaba. Así que cada dos meses me internaban y me ponían suero con vitaminas, nada más engordé nueve kilos; me sentía muy mal, me molestaban olores, sabores... Hasta me pongo chinita al recordar esto, y es que el doctor nos explicó que mi cuerpo rechazaba el producto pero que el bebé estaba bien. Cuando nació mi hijo y me lo pusieron en mi pecho fue la sensación más hermosa que jamás he tenido. Empecé a llorar de felicidad, era un hermoso niño, güero güero y sus ojitos hermosos, peloncito, sus labios rojos, y le dije: “te juro que haré lo imposible para que tú seas muy feliz”. Mi esposo andaba encantado... decía que se parecía a mi familia y a mí, creo que me fui enamorando más de mi esposo por cómo era con mi hijo, ese era el padre que a mí me hubiera gustado tener para mí, así que empecé a decirle “papi”... y es fecha que aún le digo así. Trascurrieron años y empecé a buscar libros y revistas de cómo criar a un niño de un mes, de cinco meses, qué comida darle, las papillas, cómo educarlo… porque no tenía a quién preguntarle, aunque mi suegra se portó muy bien conmigo y me ayudó mucho cuando mi hijo estaba chiquito; mi cuñada, que era más chica que yo, me enseñó hacer mi primera sopa y caldos... y después yo sola, comprando revistas de cocina; me gustaba mucho, yo le hice todas las papillas a mi hijo y le encantaban. Yo pensaba: jamás voy hacer algo que pueda lastimar a mi hijo, así que mi amor de madre fue tan grande que me olvidé 220 de la persona que estaba a mi lado: mi esposo. Para mí, primero era mi hijo, jamás le he pegado solo lo regañaba de vez en cuando. Pero mis problemas seguían, mis recuerdos también, a veces amanecía enojada, otras llorona, eso sí, jamás con mi hijo. Me puse a pensar hoy que estoy escribiendo esto: que yo estoy haciendo lo mismo que mi papá hacía con mi mamá, es decir, me desquitaba con mi esposo, esto me cuesta aceptarlo porque me duele mucho... el no valorar a mi pareja, por los problemas que estaban en mi cabeza. Sin embargo, lo tengo que decir porque quiero sacar todo para poder sanarme por completo; el hecho de que él tuviera una mamá amorosa y unos hermanos, la familia que siempre quise para mí, me ponía mal. Tengo que reconocerlo, eso era algo que no toleraba y me desquitaba con él. Así trascurrieron los años. Cuando mi hijo cumplió cinco años, mi esposo me pidió que tuviéramos otro hijo y que fuéramos a ver un especialista porque yo jamás me cuidaba con nada y nunca salía embarazada... yo siempre tuve la ilusión de una niña y acepté. Fuimos a ver un especialista en fertilidad y nos dice que el del problema no era él, era yo, pero que sí había posibilidades de un embarazo... y empezamos con los estudios: unos eran dolorosos y otros no tanto. Pasó un año y medio y nada, hasta que decidí que ya no iría con el doctor porque mi esposo era el que se ponía más mal, yo veía que sufría y ya no fui. A los dos años y medio de que dejé al doctor me empecé a sentir mal, de nuevo los mismos síntomas de mi primer embarazo, fuimos y sí estaba embarazada. Ahí sí me ilusioné, mi hijo y mi esposo estaban felices, pero en ese embarazo tuve más problemas... durante los nueve meses vomité, subí solo ocho kilos y tuve que hacer reposo pues tenía problemas de retención, podía perder a mi bebé. Ya sabía que era una niña así que hice todo lo que el doctor me dijo; me interné a las siete de la mañana de ese día en que nació mi niña... pero no podía nacer, la verdad yo no sé lo que es un dolor de un parto, porque a mí nunca me han dado, me hicieron cesárea. Mi hija tenía el cordón enredado en su 221 pescuecito... luego sucedió lo mismo: me la enseñaron y me la pusieron en mi pecho y lloré de felicidad al verla y lo mismo dije: “te voy amar y a cuidar siempre y jamás te dejaré sola”. Mi esposo estaba loco de felicidad con la niña. Cuando llegamos a mi casa con ella ya le había arreglado su cuarto, su cunita preciosa y su moisés... no sabía dónde ponerla, nos volvimos locos con ella mi esposo, su hermanito y yo. A medida que trascurrían los años tuve una especie de sensación de que mi hija era yo, y la cuidaba con un amor... que es fecha que todavía siento, eso le quiero dar, todo el amor que el destino no me dio a mí. Fue cuando empecé a trabajar en romper la cadena de mi descendencia para que mis hijos, nietos y bisnietos no tuvieran que pasar por lo que yo viví. Yo siempre le pedía a Dios que hubiera amor en mi familia: en mis dos hijos, mi esposo y yo siempre; mis hijos crecieron con un padre amoroso, protector, apapachador y consentidor también, así que estuvieron rodeados de mucho amor y creo que eso es muy importante para los niños. Mi esposo jamás les ha gritado, ni pegado, yo era la que los regañaba y regañaba a mi esposo pues él me decía: “déjalos, no les exijas mucho”, pero claro, yo quería que fueran inteligentes, respetuosos, que estudiaran... así que la mala del cuento siempre era yo, y mi esposo siempre el que quedaba bien con ellos. Mi niña hasta lo esperaba fuera del baño para que saliera, no se desprendía de su papá cuando llegaba a la casa... Ahora que ya están grandes y son lo que siempre soñé, sé que todo se lo debo a mi esposo porque sin él, ellos no serían como son ahora. Mis problemas seguían a medida que crecían… Mis hijos jamás faltándole al respeto a mi esposo, yo nunca he hecho algo indebido... pero me enfoqué tanto en ellos que me volví olvidar de mi esposo, ahora peor: me la pasaba comprando libros y más libros y buscando ayuda donde quiera: asistí a terapias grupales, individuales y nada. Mi esposo me colmaba de regalos, viajé mucho con mi familia, pero con él no porque trabajaba mucho, aunque me animaba a que yo fuera con los niños a Miami, Disneyland, Cancún, a muchas partes pero aun así no era feliz. 222 Hasta que una amiga muy querida me invitó a una entrega de diplomas y asistí... no sé si fue el destino, Dios o simplemente así estaba destinado mi primer encuentro con Tejedoras de Juárez. Fui y me la pasé muy bien, aplaudí a mi amiga por su diploma, la abracé y le dije que me dio mucho gusto por ella, porque ella se superara y que eso era muy bueno para cualquier mujer. Después recibí la invitación a un curso-taller de Tejedoras... asistí y me encantó. Empecé muy fregona, todas eran desconocidas para mí, excepto mi amiga. A medida que transcurría el curso me hice amiga de todas y muy queridas, aprendí muchas cosas nuevas, capté que tenía sensaciones de culpabilidad y de remordimientos porque veía lo equivocada que estaba. Mi cambio fue cuando empecé el diplomado, también en Tejedoras, se me figuraba un laberinto en mi vida y en mi alma. Fui descubriendo cosas hermosas y sensaciones sorprendentes, a veces dolorosas, algunas otras escondidas muy dentro de mi ser, que parecían no querer salir nunca, y a medida que iba entendiendo que la felicidad no se encuentra en las tiendas, ni en las personas, comprendí que mi felicidad depende de mí y de nadie más... y empecé mi búsqueda. Dios ya me había bendecido de muchas maneras, pero yo no lo veía hasta que empecé el diplomado en Juárez. A medida que avanzábamos en nuestras charlas en el grupo con mis compañeras, empecé a ver con una lupa gigante y al oír sus vivencias me sorprendí muchísimo. Empecé agradecer a Dios por todo lo que me había dado; yo estaba tan enojada con Él por todo lo que me había quitado de mi vida, que no veía a las personas que puso en mi camino... estaba ciega, no lo veía y lloraba tanto, sufría, por eso no veía lo que sí tenía a mi lado y lo bendecida que era. Mis problemas siguen pero ahora los veo de diferente manera, aunque no niego que sigo esperando una llamada de mis hermanos y de mi padre o una Navidad con ellos, ahora pido: “Dios, cuídalos donde quiera que estén y bendícelos, llénalos de amor y que sean tan felices como lo soy yo ahora”. 223 Entiendo que el que no me hablen por teléfono y no me busquen no quiere decir que no me amen, porque yo hago lo mismo: no los busco ni les hablo por teléfono y no por eso los he dejado de amar y sé que ellos a mí tampoco. El destino: así nos tocó vivir y punto, pero el cariño de hermanos siempre lo llevaremos en nuestros corazones porque tuvimos una abuela que nos enseñó el amor. Tuve una especie de regresión de mi vida en ese diplomado: de lo equivocada que estaba y empecé a trabajar en recuperar a la persona más importante en mi vida, mi esposo, bendito Dios que aún está conmigo y que todavía me pregunto cómo pudo soportarme todo este tiempo, no lo entiendo, y lo más importante: aún me sigue amando igual que siempre. Yo he modificado muchas cosas en mi persona, y en mi familia vieron el cambio, sobre todo mi esposo, tanto que él no quería que faltara a Tejedoras ningún miércoles. ¿Qué más les puedo decir?... sigo con problemas pero ya no me afectan los pensamientos de mi niñez, estos han desaparecido. Ahora, antes de criticar, me pongo en el lugar de las personas. Ya curé cada herida de mi niña interna, ahora ella sabe que la amo y que la amo muchísimo, disfruto estar sola, amo mi soledad, agradezco todos los días por despertar y ver a mis hijos y a mi esposo a mi lado... Tengo muchos proyectos con mi esposo en los años que me queden de vida; voy a recuperar el tiempo perdido, nunca es tarde... ahora sé que enfrentarnos con nuestros miedos es la única forma de trascender. Hay una frase que se me quedó muy grabada de mi maestra del diplomado, Dariela Dávila, cuando yo le decía algo ella contestaba: “¡Ah! ¿Eres adivina o qué?” ¡No sabía! Ahí entendí que todo estaba en mi cabeza: yo me suponía las cosas, que mi mente las inventaba y yo las hacía realidad, y ahora la pongo mucho en práctica con mi hija, preguntándole: “¿eres adivina o qué?” y me dice: “¡Ay, mami, no!”... y yo le repito: “no adivines lo que no es”. Le agradezco de todo corazón por hacerme ver todo esto, a mis compañeras hermosas pues sin su ayuda jamás podría haber descubierto esto tan hermoso para mí. Valoro nuestras 224 pláticas: a veces llorábamos y otras nos sorprendíamos de muchas cosas de nuestro pasado y de nuestros padres, pero siempre fueron muy amenos nuestros encuentros de todos los miércoles. Hoy tengo 52 años y mis proyectos de vida son: seguir corrigiendo y aprendiendo cosas nuevas; creo en el destino y en la intuición, me voy a dejar guiar por ella. Una de mis metas es acompañar más a mi esposo a la hacienda donde tengo una casita chiquita. Ya dejaré de preocuparme y estar tan al pendiente de mis hijos. Creo que los hice tan independientes y fuertes y los enseñé por si en algún momento de mi vida yo falto, sé que ellos saldrían adelante solos; ahora me dedicaré a consentir, apapachar y demostrarle a mi esposo lo mucho que lo amo. Ya no lloraré por lo que no tengo, y sí voy a luchar por lo que tengo en mi vida. Mi historia me hizo comprender y agradecer a mi esposo, sin su amor yo no hubiera logrado esto ni tendría esos hijos maravillosos. 225 Mujer inquebrantable – Sol y Mar Me llamo Sol y nací una tarde lluviosa de septiembre de 1959. Soy la sexta de once hijos. Mamá me platicaba que un tío paterno me sacaba a pasear todas las tardes al salir de su trabajo. Yo tenía un año de edad y me dice mamá que cuando se llegaba la tarde, yo me empezaba a poner inquieta, llorona y necia y ella me empezaba a arreglar para esperar a mi tío. Él comentaba que le gustaba sacarme a pasear porque le decía la gente que parecía una muñeca con la tez blanca y el cabello rizado y él se sentía muy orgulloso de que fuera su sobrina. A mis papás les decían que si yo no era su hija porque estaba muy bonita y no me parecía a mis demás hermanos, que eran aperlados o morenos de su piel. Soy la segunda hija que nació en una clínica en Monterrey porque mis otros cuatro hermanos nacieron en el rancho con la ayuda de una partera. Platicaba mi mamá que por ese tiempo vivíamos en Monterrey en una vecindad y luego nos cambiamos al municipio de Guadalupe, al fraccionamiento Cerro de la Silla. Yo tenía cuatro años y era una colonia muy alejada de la ciudad y no tenía muchos habitantes. Éramos pocas familias, no había tiendas y había mucho monte por todos lados, pero mi mamá ya no quería vivir en aquella vecindad pues a uno de mis hermanos le afectaba vivir allí porque tenía reumatismo y el doctor le dijo a mi mamá que mientras no se saliera de la vecindad, el niño no se iba a curar. Entonces decidieron comprar terreno en esa colonia tan alejada pues era para lo que el presupuesto de papá alcanzaba, así que construyeron la casa con dos recámaras, sala, cocina y un gran patio. Ahí transcurrió mi niñez hasta que cumplí seis años, lista para entrar a la escuela primaria, sólo que la escuela estaba muy lejos de donde vivíamos y nos tardábamos caminando, aproximadamente una hora en llegar a la escuela. Yo tenía mucho miedo de estar en mi grupo sola, sin mis hermanos, y cuando se descuidaba la maestra me salía del 226 salón y me regresaba a mi casa. Me venía caminando detrás de una vecina que iba al molino que estaba junto a la escuela, pero cuando llegaba a la casa mamá me regañaba o me golpeaba y me decía que para qué me venía, que me podía pasar algo en el camino, que yo estaba muy chiquita y ella se asustaba. Así pasó como un mes que yo me regresaba cuando mamá me mandaba a la escuela hasta que ella decidió sacarme de la escuela para no arriesgarme. Volví a entrar a la escuela primaria hasta que tenía siete años. Para ese tiempo ya habían hecho una escuela primaria ahí en la colonia donde vivíamos. Así transcurrió el tiempo hasta que acabé mi educación primaria a los trece años. Recuerdo de mi niñez, cuando tenía ocho o nueve años, que todos nos sentábamos en el patio de mi casa alrededor de mi mamá y ella prendía lumbre con leña cuando se nos acababa el petróleo. Nos hacía tortillas de harina por la mañana para almorzar antes de irnos a la escuela y por la tarde también las hacía para cenar, pues cenábamos muy temprano (a las 5:00 pm). De aquella casa salían aromas muy ricos, tanto que las vecinas se acercaban y le decían a mi mamá: “oiga, huele muy bonito”, y mi mamá les regalaba una tortilla para que la probaran. Y después de cenar nos salíamos a jugar, mis hermanos y yo, con los niños vecinos de la misma cuadra; y a veces que se iba la luz eléctrica nos iluminábamos con la luz de la luna y una vecina nos contaba cuentos. Mientras mi mamá estaba dentro de mi casa remendando ropa, lavando o planchando, (siempre tenía mucho quehacer), nunca la escuché quejarse de que era mucho trabajo. También recuerdo a mis hermanas mayores ayudándole a mi mamá en la cocina, otra en la limpieza y otra cosiendo ropa a máquina para nosotros, sus hermanos los más pequeños. También recuerdo aquellos viernes, días de pago, cuando mi papá llegaba con una bolsa de cuatro manos llena de plátanos para nosotros y a los dos hermanos pequeños les traía chicles. Los domingos almorzábamos pan francés con mantequilla o pan dulce y chocolate, y en algunas ocasiones barbacoa o menudo. Mi papá antes de irse a trabajar de mesero, que era su 227 segundo trabajo entre semana o el fin de semana en el día, nos daba nuestro domingo: veinte centavos a cada uno de mis hermanos. Recuerdo también cuando mi abuela materna venía de Estados Unidos de visita, muy de vez en cuando, y nos traía sandwiches de jamón o salchichas. ¡Qué ricos nos sabían pues nunca los comíamos, los disfrutábamos mucho! Sólo que yo observaba que mientras nosotros, mis hermanos, estábamos muy contentos por la visita de mi abuela, mi mamá tenía una relación fría, lejana y seca con su mamá. Al principio de la llegada de mi abuela a la casa, mi mamá estaba muy contenta, pero a medida que pasaban los días, mamá iba cambiando su relación con ella. Cuando se iba mi abuela, mamá nos platicaba que ella le tenía mucho resentimiento porque los había abandonado de muy pequeños a mi mamá y a sus dos hermanos. Ella se separó de mi abuelo, y, después de un tiempo, mi abuela se casó de nuevo y adoptó a una niña y a un niño en lugar de recogerlos a ellos, sus verdaderos hijos. A mi mamá le daba mucha tristeza que los quisiera más a ellos que eran adoptados que a sus hijos legítimos. Sin embargo, con todo ese sentimiento acumulado, mi mamá visitaba a mi abuela una vez al año. Nos platica mi mamá que cuando iba, la trataban muy bien y cuando se regresaba a Monterrey venía cargada de ropa y zapatos que nos mandaban mi abuela y mis tías. Recuerdo también a mis tías paternas. Mi mamá a veces nos dejaba ir de vacaciones unos días a casa de una de ellas y nos la pasábamos muy contentos con mis primos donde había mucha convivencia, empatía y cariño. Yo observaba que mis tíos paternos querían más a los sobrinos de tías mujeres que a nosotros porque yo veía que a ellos les daban dinero para gastar, les compraban ropa, zapatos y otras cosas que a nosotros no. Y cuando íbamos de visita con mi abuela paterna, ella nos ponía a rezar y a leer la biblia y nos hacía recomendaciones: que no dejáramos de ir a misa los domingos. De hecho ella nos inculcó la religión católica. Mi abuela 228 paterna era muy platicadora y amiguera y yo salí igual a ella, también heredé el gusto por el baile y el canto. Desde la infancia hasta los doce años yo usé los shorts muy cortos, pues era la ropa que mamá nos traía de Estados Unidos. Cuando entré a la secundaria, mamá me mandó hacer el uniforme muy largo, por debajo de la rodilla, y eso no me gustaba porque ya estaba acostumbrada a la ropa corta y con ese uniforme me sentía como una jovencita tonta, pero yo era obediente y así lo usaba; aparte, la frase que me dijo mamá cuando entré a la secundaria me asustó, pues me dijo “hay que tenerle miedo a los hombres”, y más recomendaciones como “siéntate bien”, “no platiques con hombres”, “debes ser recatada”, “no sueltes risotadas en la calle”, me decía que eso no hacen las muchachas decentes. Cuando estaba en la secundaria tuve un pretendiente que me asediaba y yo tenía miedo de tener novio, pues pensaba que con un beso podía quedar embarazada; aunque mis papás no me dejaban tener novio a esa edad, yo le dije que sí a ese muchacho después de insistir todo un año; y según anduvimos de novios sólo unas semanas porque en la secundaria también estaba mi hermano menor, que era muy celoso, y siempre me estaba cuidando a ver quién se me acercaba. Cuando se dio cuenta que andaba de novia con ese muchacho, inmediatamente me llamó la atención y me lo corrió; ni siquiera nos alcanzamos a tomar de la mano, sólo caminábamos juntos, uno al lado del otro, pero un día él me robó un beso y me lo dio muy apasionado y a mí no me gustó. Me sentía sucia y decepcionada y lo rechacé. Yo esperaba un beso casto, inocente, puro, de amor, de labios solamente. Después de ese beso yo ya no quería saber nada de él, pero él me buscaba y me buscaba hasta que un día estábamos platicando en la esquina de la cuadra y me vio mi cuñado, yo me asusté que me viera con mi novio e inmediatamente corrí a mi casa. Pero de cualquier manera mi cuñado me regañó y me dijo que era muy niña para tener novio y que él no lo iba a permitir. Yo le hice caso, porque él era como el hermano mayor para la familia, muy querido, respetado y apreciado, y 229 aparte yo le tenía mucho respeto porque había sido mi maestro de sexto año de primaria. Así, con todos estos sucesos, pasó este inocente noviazgo a mis quince años de edad y la vida siguió su curso. Me celebraron mis quince años, precisamente organizada por mi cuñado, solamente con una carne asada porque mi mamá había hecho una alcancía para hacerme la fiesta pero mi hermano se enfermó de reumatismo y se gastó el dinero en su tratamiento y no más alcanzó para hacer una celebración pequeña. Mamá me compró un pantalón rojo de terlenka a cuadros y una batita pintor, que es lo que estaba de moda en esa época, y también me ofreció ser dama de honor de una de mis mejores amigas en su fiesta de quince años, a cambio de que no me habían hecho fiesta. Yo acepté muy contenta y también me compraron ropa nueva para ir a la fiesta: un batita pintor y un pantalón morado que me hizo mi hermana mayor; yo quedé muy feliz y agradecida con mis padres. Luego salí de la secundaria y empecé a ver qué carrera iba a estudiar y elegí medicina, que es lo que siempre me había gustado, pues desde que era niña la practicaba inyectando gallinas y jugando con mis vecinitos a los doctores y a las enfermeras, pero mi mamá me dijo: “no hija, esa carrera no te podemos dar porque es muy cara y tu papá no puede pagártela”. Entonces elegí estudiar en la Normal, la escuela para maestros. Y otra vez mi cuñado, que era maestro, me ayudó a prepararme para estudiar durante el mes de julio y agosto para presentar el examen de admisión. De ahí de la colonia presentamos el examen de admisión como veinte alumnos que habíamos salido de la misma secundaria y solo una amiga y yo pasamos el examen, brincamos y saltamos de gusto cuando nos dieron el resultado pues presentamos 1,500 alumnos y solo pasamos 850. Muy contenta llegué a la casa y le di la noticia a mi mamá, ella estaba trapeando la casa y no me felicitó ni se emocionó con la noticia ni dejó de trapear, sólo me dijo “ah, sí pasaste, pues qué bueno”. Me asombré de su reacción y se me bajó el ánimo y el gusto, no entendía yo su actitud. 230 Así pasó y me quedé con la incógnita; pienso que mamá no podía creer que yo pasara ese examen pues yo estaba más chica que mi hermana y era muy desjuiciada y juguetona, y aparte yo quería estudiar otra carrera porque un año anterior mi hermana mayor había presentado ese mismo examen y no lo pasó, y ella sí quería estudiar esa carrera. Así pasan las cosas en la vida y todo pasa por algo. Mi hermana se desarrolló muy bien y es una eminente enfermera; el tiempo siguió su curso. Luego vinieron los tiempos de pagos escolares, de comprarme ropa para ir a la escuela y yo veía que mamá no tenía la euforia y me limitaba mucho en las compras de ropa y zapatos. Sin embargo, con mi hermana mayor sí, andaba con todo ese gusto y euforia cuando ella también había presentado el examen para entrar a la escuela de enfermería y también empezaron los gastos… aunque claro, con mucho sacrificio de mi papá, pues había tres estudiantes en primaria, dos en secundaria y tres en carreras profesionales. Yo notaba que le daba prioridad en las compras a mi hermana mayor, no sé por qué, tal vez porque mamá siempre tenía la filosofía de comprarle a la más grande. A mí me daba vergüenza repetir la ropa para ir a la escuela pero no había de otra, con todo ese gasto que tenía papá no podía pedir más de lo que me daban y yo estaba feliz por haber generado la oportunidad de estudiar, diferente a mis demás compañeros de la secundaria en donde sus padres no pudieron darles estudio. Y hablando de la poca ropa que me compró mamá, mi hermana, cuatro años mayor que yo, le reclamó a mi mamá y le dijo que por qué le compraba más ropa a una que a otra y mamá le contestó “¡Tú, cállate! ¡Tú no sabes por qué!”; entonces mi hermana mayor, como ya trabajaba, me pasó su ropa y entre las dos le hicimos arreglos y costuras para que me quedara pues éramos de diferente talla. Entre nosotras nunca hubo resentimiento, al contrario, siempre hubo mucha empatía y amor. Y así transcurrió el tiempo hasta que cumplí 17 años y tuve mi primer novio y me enamoré perdidamente de él. Nos queríamos mucho los dos, él tenía 24. Mi mamá me decía: 231 “mucho cuidado con ese muchacho”, “ya está grande”, “hay que tenerle miedo a los hombres”, y por esta frase viví mi noviazgo con miedo a mostrar mi amor real. Nuestras salidas como novios eran los domingos de una a cinco de la tarde solamente y si íbamos al cine y se llegaba la hora, aunque no se acabara la película, nos salíamos del cine, porque si llegaba tarde aunque fueran sólo cinco minutos había castigo seguro de parte de mi mamá por haber desobedecido. El castigo era no salir los domingos siguientes; cuando mi novio iba por mí el siguiente domingo, yo solo salía afuera de mi casa y le decía de lejos con señas que no iba a salir y me la pasaba triste el resto del día. Pero cuando tocaba que papá estaba los domingos, que era muy raras veces, pues trabajaba de mesero en su segundo trabajo, él le decía a mamá: “déjala que salga”, y mamá se enojaba mucho pero sí me dejaba salir. Aparte la condición que nos ponía mamá para salir con el novio, o a cualquier fiesta, era que hiciéramos todo el quehacer de la casa. Continuando con la historia de mi novio, duramos más de un año de noviazgo pero terminamos porque él se fastidió de que no me dejaban salir. Él quería casarse conmigo pero no acepté porque todavía era estudiante. Mi relación con él fue amorosa, apasionada y profunda; con él sí disfrutaba de los besos. Sentía quererlo tanto que sentía culpa de quererlo así, como hombre, y lloraba y me preguntaba que si con ese amor que sentía por él no traicionaba el cariño que le tenía a papá y le pregunté a mi hermana mayor. Ella me contestó: “no, no te preocupes por eso, el amor que le tienes a papá es muy diferente al que le tienes a tu novio, y con eso no lo ofendes, no sientas culpa por eso”. Yo me quedé tranquila por esas palabras porque para mí, mi hermana era mi consejera, mi amiga, mi ángel, más que una hermana, y yo confiaba en lo que ella me decía. El noviazgo siguió casi por dos años. En ese tiempo profundizamos en la relación, se abrió un canal de confianza y yo me olvidé del consejo que me había dado mi mamá de no confiar en los hombres. Se generó entre nosotros una libre 232 expresión de sentimientos y de pensamientos que yo misma me quedaba asombrada de mi forma de pensar, libre de prejuicios: saqué mi verdadero yo interno y nos entendíamos tan bien que estuvimos a punto de casarnos, pero no fue así, terminamos por el cuento ese que no me dejaban salir. Aparte descubrí que él empezó a salir con otra muchacha después de las cinco de la tarde, hora en que me dejaba en mi casa y pues eso yo nunca se lo pude perdonar; aunque me rogó y me rogó, yo perdí la confianza y ya nunca quise volver con él aun queriéndolo mucho, pues me defraudó. Luego terminé de estudiar mi carrera y me asignaron mi plaza en Jalisco y me fui a trabajar allá y aunque mi mamá se oponía porque decía que a mis 18 años estaba muy chica e inexperta y que le daba miedo lo que me pudiera pasar. Mientras tanto, por otro lado, papá le decía a mamá: “déjala que se vaya a trabajar, ella se sabe cuidar”. Yo estaba muy emocionada con ese cambio de vida, de ambiente, porque para mí era como una aventura. Les contesté a mis papás, sobre todo a mamá, que me dejara ir, que entonces para qué había estudiado cuatro años en la Normal y me fui a recorrer mundo. En ese primer viaje a Jalisco, mamá me acompañó a Guadalajara para presentarme en la Secretaría de Educación y que me asignaran mi lugar de trabajo. Llegamos a Guadalajara con una tía paterna que vivía allá y también nos acompañó hasta la comunidad rural que me asignaron, llamada Cuzalapa, la última comunidad de la Sierra de Jalisco (por cierto, un lugar muy pintoresco y verde, con un río precioso y muy caudaloso, donde había mucha fruta; la gente muy cariñosa, atenta y respetuosa con los maestros). Mi mamá me dejó encargada con el presidente municipal del lugar y mi tía se regresó a Guadalajara y mamá a Monterrey y yo inicié clases al día siguiente. Me sentía grandiosa, valiente, capaz de vivir sola lejos de mi familia, pero a los pocos días me di cuenta de la realidad. Me di cuenta de que me sentía muy triste lejos del hogar y lloraba todos los días por la ausencia de mi familia, ya que la vida fuera de ella es muy difícil y diferente. 233 Así pasaron los días desde agosto hasta noviembre, y cuando me pagaron mi primera quincena inmediatamente viajé a Monterrey, al seno materno, a retroalimentarme con mi familia. Después del fin de semana que pasé con mi familia, me regreso a mi comunidad a dar clases y entonces que me doy cuenta que casi todos mis compañeros ya no se regresaron a su lugar de trabajo y renunciaron a su plaza. A mí no me faltaban ganas de hacer lo mismo, pero pensaba: “si renuncio a mi plaza, me quedo sin trabajo y luego dónde quedó el sacrificio de mis padres para darme el estudio”, también veía la necesidad que había en casa de otra entrada de sueldo para mejorar la economía familiar, pues éramos once hermanos. No, yo no podía fallar. Primero a mí misma y luego a mis padres, entonces me quedé en aquella comunidad por dos años y luego me cambié de lugar y luego a otro y a otro. Así pasaron quince años trabajando en Jalisco. Durante cinco años que duré soltera trabajando en Jalisco, les mandaba a mis padres la mitad de mi sueldo, con el resto yo organizaba mis gastos personales, así me sentía contenta y feliz de poder contribuir a la economía familiar, correspondiéndoles un poco por su sacrificio para conmigo de darme el estudio y formar la mujer que era hasta ese momento, con la valentía suficiente de enfrentar y resolver cualquier problema que se presentara. Después de haber terminado con mi primer novio quedé muy dolida y muy lastimada. No quería saber nada de hombres pero me sobrepuse y después de dos años volví a tener otro novio; nos quisimos mucho y me volví a enamorar muy profunda y apasionadamente. Tanto que estuvimos a punto de casarnos; cuando él me pidió que nos casáramos y yo le di un sí, fui a Monterrey a informar a mis padres que me iba a casar. Mi papá me dijo: “¿y quién es ese pelao?”. Le expliqué todo lo que yo sabía de él, que no era mucho, pues mi novio acomodó muchas mentiras que yo creí… el amor que le tenía no me dejaba ver la verdad. Nos pusimos de acuerdo para venir a Monterrey para que lo conocieran en mi casa y en la siguiente vez que vino, un mes después de la primera vez, volvió de nuevo pero ya a pedir mi 234 mano. Mis padres y yo lo esperamos en casa para la petición de mano. Lo esperamos una hora y otra hora, y yo con el nervio encima me asomé a la esquina de mi casa y ahí estaba. Voy con él y le pregunto: “¿por qué no pasas?” Y él me contestó que le daba vergüenza. Yo le decía: “te están esperando mis papás”, y me dijo, “sí, ahorita voy, es que me siento nervioso”. Yo no entendía ese comportamiento pero pues nos quedamos esperándolo. Ah, porque él venía solo, sin sus padres y eso se me hizo raro. Él me contó un cuento muy bueno y yo le creí. Le dije: “ven, ¿por qué tienes miedo? si estamos haciendo las cosas bien” y me responde: “sí, ahorita voy” y nunca llegó. Cuando me volví a asomar ya no estaba. Me regresé muy desconsolada y asombrada. Papá me preguntó: “¿ya se fue, verdad?”. Y le dije sí y él me respondió algo que en ese momento no entendí, pues yo estaba en shock: “pues cómo iba a venir a pedirte si ya está comprometido”. Yo le dije: “no, papá”. Y me aseguró: “sí, investiga para que veas”. Después de este suceso en mi casa en Monterrey, yo me regresé a Jalisco a trabajar pero con una desilusión muy grande y una desesperación por verlo y cuestionarlo sobre lo que había pasado, por qué no había llegado a pedirme. Cuando llegué a la central de autobuses de Guadalajara, él me salió al encuentro y me dice “ven, chata, quiero hablar contigo”, y yo muy enojada, le dije “yo también”, pero yo no sabía la fatal noticia que me esperaba. Hablamos y hablamos mucho rato, hasta que me va confesando, en medio de lágrimas, que no había ido a pedirme porque era casado y tenía cuatro hijas pero que me amaba mucho, que lo perdonara, que no terminara con él. Me asestó un golpe en el corazón con la noticia, un dolor inenarrable. Sí me enojé y reclamé. Lloré, pero, ¿qué hacía yo con todo ese caudal de emociones y de amor que yo tenía para con él? El amor no se acaba de un día para otro. Pensaba mucho en lo que me había dicho papá y eso me mantuvo firme porque él me buscaba y me buscaba pero yo no lo quería ver. Después de tres meses lo 235 acepté de nuevo y me ofreció que no se podía casar conmigo pero que viviéramos juntos; y yo dentro de mí sí quería pero al mismo tiempo eran emociones encontradas porque pensaba: ¿y luego mi autoestima, mi valor como persona y como profesionista cómo iba a quedar yo, qué clases de valores iba a impartir a mis alumnos? No, yo no podía hacer eso, luego estaba la confianza de mis padres: tampoco podía traicionarlos. No, me negaba a vivir con él como amantes. Mis valores y principios no me lo permitían pero mi corazón y mi amor sí lo aceptaban… no hallaba qué hacer. Así pasé unos días pensando en esta disyuntiva, hasta que un día fui a Monterrey a ver a mi familia y muy dentro de mí a despedirme de ellos porque sí iba a aceptar la propuesta de vivir con él como amantes y esto no se los iba a decir, era una decisión tomada pero no diría nada, eso era sólo mío. Me daba vergüenza decirles la situación que había aceptado con mi novio. Yo ya no era la misma, tenía una llaga muy honda sin encontrar una solución a mi vida y con sentimientos encontrados pues yo ya estaba embarazada de él, pues qué hacía, tenía que aceptar lo que me ofreciera. Ese domingo en la tarde que me habló papá, me dijo que quería hablar conmigo y me dijo: “mira, ese pelao es casado y con hijos. No le hagas caso. Tú estás muy bonita y joven. Te mereces algo mejor”. Yo creo que no me vio muy convencida porque lo siguiente que me dijo me dejó impactada y me llegó hasta lo más profundo de mi ser y me cambió todo el panorama: “Si ese pelao te hace daño yo lo mato aunque me pase los últimos días de mi vida en la cárcel”. Le vi a papá la firme decisión en sus ojos tiernos, compasivos y amorosos, que con eso cambié completamente mi manera de ver las cosas. Claro que papá no sabía que estaba embarazada. Cuando regresé a Jalisco terminé definitivamente con mi novio. Discutimos mucho porque él no aceptaba terminar la relación; pero esa frase que me dijo papá me mantuvo firme en mi decisión y ahí acabó esa relación definitivamente. 236 Después de todo este evento tuve un aborto. Y así, lastimada y decepcionada, pasaron los días y dos años más tarde conocí al que ahora es mi esposo, y empezamos una relación. Cuando iniciamos nuestro noviazgo yo no quería a mi novio, todavía tenía coraje y decepción con los hombres. Yo lo menospreciaba; sin embargo, él se portaba muy amoroso, caballeroso, paciente y comprensivo conmigo y así me fui enamorando de él poco a poco y luego nos casamos. Vivíamos en un poblado de Jalisco muy contentos y enamorados, nosotros dos solos, sin suegra y sin mamá, por lo tanto nosotros resolvíamos nuestros problemas y situaciones del día a día solos. Nos teníamos el uno para el otro, enamorándonos cada día más, pues nuestro noviazgo solo duró tres meses y mi esposo me hizo sentir amada, protegida y frágil como una delicada rosa, por ello le entregué toda mi alma, vida y corazón. Él se portaba como el pilar de la casa, el que resolvía y el que me guiaba y eso me encantaba. Me hizo amarlo, respetarlo y admirarlo cada día más. Un día, después de tener a nuestros tres hijos y cinco años después de que nos casamos, decidimos cambiarnos de residencia a Monterrey por las oportunidades que tendrían nuestros hijos de desarrollarse y de estudiar, ya que vivíamos en un pequeño poblado y yo no quería que estudiaran en un internado como lo había hecho la familia de mi esposo; o en Guadalajara, o en Aguascalientes, o en alguna ciudad lejos del seno materno sin nuestro amor y cuidado. Nos cambiamos a Monterrey y nuestra relación sufrió un cambio radical. Fue un parteaguas en nuestra vida porque se invirtieron los papeles. Ahora me dejaba sola. Yo resolvía los problemas que se presentaban del día a día. Él se hacía a un lado y yo tomaba las decisiones. Ahora yo tenía la responsabilidad del hogar, no sé por qué. Pienso que porque él sentía que yo estaba protegida con mi familia. De esta manera me fui haciendo más y más fuerte, resolviendo y enfrentando toda la vida diaria y yo empecé a decepcionarme de él y arrepentirme de haberme cambiado de residencia y empecé a restarle valor, amor y respeto a mi 237 esposo. Así me convertí en la mujer que lleva el mando de una casa: que dirige, resuelve y decide. Esta situación de pareja no me gustaba, no me sentía cómoda. Tenía que crear una figura paterna ante los niños que no existía y era muy desgastante querer cubrir esta situación con mis hijos, pero así pasaron los años. Mis hijos se formaron con esta percepción de relación de pareja, y hoy por hoy quiero cambiar todo el concepto: que cada uno tome su lugar, pero se me presenta muy difícil porque mi esposo se quiere quedar en el mismo lugar, no quiere cambiar. Ahora ya no me preocupa tanto esta situación porque mis hijos son adultos y ya no hay que mostrar ni enseñar nada. Mis hijos se formaron con esta visión de familia y pareja y copiaron ese modelo de ser: ellos son el pilar de su relación, la responsabilidad y la directriz. ¿Será bueno o malo? No sé, pero sí que es muy pesado cuando se carga más a un lado que al otro, pero en fin. Me interesaba mucho cambiar esta forma de llevar la relación de pareja por una responsabilidad compartida en el hogar para darles un buen ejemplo, pero ya no se pudo, ya pasó el tiempo y no se puede tapar el sol con un dedo. Ellos como adultos se dan cuenta de todo. Sin embargo somos una familia feliz, integrada, empática, amorosa, armoniosa y hay un profundo respeto entre todos nosotros. Aun así valoro y aprecio a mi esposo por su entrega, su eterno servicio con nosotros y con toda la gente, esa es su personalidad; me cuida, me valora, me ama, es comprensivo, amoroso paciente y sensible, y nos amamos. En mi juventud le pedí a Dios y al universo un buen esposo, caballeroso, atento, amoroso, comprensivo y sensible; y me regaló todo eso y más de lo que yo esperaba. Me dio una joya, aun con defectos, equivocaciones y errores. Aun con todas las crisis que hemos atravesado le doy gracias a Dios por tener a mi lado a este compañero. Es lo que yo necesitaba y hoy le doy todos mis votos y lo acepto en mi corazón. Reconozco su valor como persona y hoy inicia una nueva etapa de mi vida a su lado: feliz, plena, sin ataduras, ni resentimientos, humilde, con amor y comprensión y reconozco todo lo bueno y malo que 238 hemos pasado juntos en nuestros treinta años como pareja en matrimonio. Es lo que necesitábamos, es la historia que estaba escrita en el libro de la vida; para valorarnos, respetarnos, rescatarnos y estar juntos en todo momento de nuestras vidas. Hemos tenido muchas crisis a lo largo de nuestro matrimonio hasta al punto de pensar en divorciarnos. Sin embargo, nos hemos fortalecido y consolidado como pareja; y aunque guardaba algo de resentimiento, con él he comprendido que solo han sido circunstancias que la vida nos ha puesto: pruebas muy difíciles y las hemos atravesado con amor y comprensión. Hemos permanecido en el matrimonio y Dios nos ha bendecido como pareja con la familia que tenemos. La vida en pareja y en el matrimonio empieza todos los días. Es como una planta que hay que regarla todos los días. Aun con las humillaciones pasadas, faltas de respeto, mentiras, desconfianza y recelo entre nosotros nos ha unido siempre el amor. Ha habido muchas disculpas y perdones entre ambos. Nos hemos recuperado, y hoy por hoy ha vuelto la confianza, comprensión, empatía y sueños y sigue triunfando el amor y la unión. Nuestro matrimonio empieza en 1982 y nace nuestra primera hija, tan hermosa y tan llena de vida. Recuerdo cuando yo estaba en el quirófano, una noche de luna llena, y alcanzaba a ver la luna por la ventana y estaba hermosa, completamente llena y me informan los médicos que es una niña, yo solté el llanto de felicidad, muy contenta de saber que yo le estaba dando vida a ese pedacito de carne. Así empieza mi desarrollo como madre, viendo crecer a mi niña día a día, aprendiendo cómo hacer las cosas, cómo educarla, qué hacer cuando lloraba la niña, cuando dormía; y las buenas desveladas que pasaba, pues era primeriza. ¿Cuántos errores cometí? Muchos, seguramente en su crecimiento y educación, pero en la enseñanza viene el aprendizaje, pues yo no tenía ni suegra ni mamá que me aconsejara o dijera cómo hacer las cosas; solo mi intuición y amor de madre me indicaba las soluciones a las situaciones del día a día. 239 A los cuatro meses de edad de mi niña, quedo embarazada de nuevo. Estaba tan contenta y feliz por volver a dar vida a un nuevo ser pero también tenía mucho miedo y temor de lo que me pudiera pasar porque de la niña me habían practicado cesárea y el doctor me dijo que era peligroso tener otro parto tan seguido. Sin embargo, mi esposo y yo estábamos felices con la espera y pasaron los nueve meses. Llegó un nuevo angelito, un hombrecito hermoso, y mi esposo tan feliz porque fue hombre. Así transcurrieron dos años y medio, con mis dos niños creciendo y desarrollándose cada día. Estaban los dos pequeños y tan seguidos uno del otro que nos repartimos las labores de atención de los niños. Yo atendía a la niña porque se desvelaba mucho, y a mi esposo, que era muy tempranero, al niño. Y llegó mi tercera hija, que fue una niña muy tranquila y muy dormilona, diferente a los otros dos. Transcurrió la niñez y adolescencia de mis tres hijos, y en la juventud, mi hija mayor se enamoró a los 18 años y se casó a los 19 años. Tuve una crisis fuerte, pues aun a pesar de la comunicación que había entre nosotros, ella salió embarazada antes de casarse. Yo no quería que se casara, se me hacía que todavía estaba en proceso de crecimiento y maduración y también todavía estaba estudiando. Habíamos platicado de todos sus sueños y proyectos que tenía en puerta cuando ella terminara su carrera, los que ella había planeado junto conmigo, pero le ganó el amor y se casó. Con toda esta situación y nueva experiencia de ser suegra y abuela; la inexperiencia de mi hija para vivir un matrimonio y el de criar a un bebé, tuvimos muchos conflictos con todo esto. Yo por querer ayudarle y enseñarle a hacer las cosas como yo creía que estaba bien, y con mi experiencia y afán de que no se equivocara, ella hacía las cosas de acuerdo a como le parecía, pues claro, ella quería vivir su propia experiencia y sus propios errores. ¡Quién experimenta en cabeza ajena! Con toda esta vivencia, yo no quería aceptar que mi hija ya estaba casada y me inmiscuía en todo. Siempre quería que la acompañara en todo momento, no quería soltar mi guía, estábamos muy unidas, así que me la pasaba diciéndole qué 240 hacer, resolviendo problemas de ella y no la dejaba vivir su matrimonio, su propia experiencia y consecuencias; hasta que a los cinco años de casada ya dejé esa forma de ser y de comportarme. Mi hija ahorita tiene tres hijos, y yo como abuela le doy consejos de cómo tratarlos, pero a ella no le gusta que le diga nada respecto a la educación de sus hijos, incluso me ha faltado al respeto. Mi hija, en el afán de hacerlos independientes, les da responsabilidades a los niños y creo que exagera: no los deja disfrutar de una niñez libre y sin complicaciones. Creo que es exagerada y perfeccionista y yo le digo que para todo hay una edad. Ahí es donde entramos en conflictos porque ella no está de acuerdo en mi manera de pensar. Cuando sucede esto, se genera un alejamiento y un abismo de incomunicación entre nosotras que mejor hay ocasiones de ya no hablar más del tema. Ahora caigo en mi error, pues ella debe desarrollarse como la mujer fuerte, valiente, aun con equivocaciones; pero veo que siempre está preocupada por estar en constante mejora y aprendizaje para cambiar y transformar sus puntos erróneos. Yo comprendo que debo dejar que cometa sus errores y asuma sus consecuencias y dejar de estar en constante crítica con ella. Aunque me duela ver cuando comete errores, sobre todo con los niños, debo tenerle confianza y respetarla en sus decisiones, aunque no me guste y sufra por ello, a tal grado que me da insomnio en estar buscando respuestas y mil maneras de comunicarme con ella, sobre todo para no lastimar a los niños y causar daños en ellos que puedan ser irreversibles. Tiempo después, tuve otra crisis con mi hija menor al confesarnos sus preferencias sexuales. Sentí tristeza, culpabilidad, desasosiego, castigo de Dios, miedo y negación. Caí en shock, me sentía sin palabras para tratar el tema pero también con mucho amor y comprensión para ella. Lo que perdí fue mi valor como madre. Sentí un fracaso y pensé en las consecuencias que me trajo mi forma de ser: dominante y controladora en la relación con mi esposo, y esos eran los resultados. 241 Al saber la noticia, creí volverme loca de dolor, pues esto era algo que no tenía planeado, mi hija no cumplía mis expectativas. Estas emociones las escondí en lo más profundo de mi alma: la decepción y el dolor. Le di el apoyo y la acepté pues yo no soy dueña de su vida, los hijos solo están de paso por nuestra vida. Los hijos no son propiedad de los padres. Me sentía culpable de las preferencias sexuales de mi hija; me sentía culpable por haber desarrollado con mi esposo una relación controladora, dominante, menospreciativa, y creía que por ser yo así, ella había odiado a los hombres y no quería tener una relación igual. Y platicando con mi hija del tema, me dice que ella desde niña sentía cosas diferentes en su cuerpo, pero tenía miedo de aceptarse y que nosotros, su familia, la rechazáramos. Yo la veía durante años enferma de una cosa y otra, siempre con ese rictus de preocupación hasta que un buen día, en una crisis que ella tuvo, nos confesó el porqué de esa preocupación. Aunque me sentía muy mal por dentro, escondiendo mis sentimientos para que ella no sintiera la carga más pesada de su descubrimiento, yo le di gracias a Dios que me permitió poner remedio a tiempo, antes que ella pensara en escapar de casa o hasta suicidarse. Le dimos el apoyo y empezamos en la búsqueda de información para ver si podía corregirse con el sacerdote, con el médico o con el psicólogo. Me documenté en el tema para saber cómo podía ayudarla: leyendo libros con respecto al tema, más lo que me respondieron y lo que encontré con todas esas personas es que no se podía hacer nada, que eso no se podía corregir, que no era enfermedad. Entonces comprendí que mi hija es una psicóloga muy valiosa, responsable, madura, trabajadora, buena hija y hermana; entendí que su sexualidad no tiene nada que ver con su persona, pues su sexualidad pertenece sólo a ella y la lleva muy respetuosamente con su pareja; y claro, a mí se me cayó el mundo y mis sueños que había construido para ella, pero también entendí que Dios me la prestó solamente por unos años y Dios me dijo al oído, a mi alma y a mi corazón: “te voy 242 a dar el regalo de ser madre, pero no cumplas tus sueños, ayuda tu hija a cumplir sus sueños y hazla feliz”. Comprendí que sólo esa era mi misión y prefiero que ella sea homosexual, feliz y realizada a tener una hija infeliz o muerta; incluso, entre lo que me documenté, leí en la Biblia buscando respuestas en mi desesperación y encontré que Jesucristo perdonó, enseñó y amó incondicionalmente. Encontré este mensaje que Dios condena el libertinaje, las violaciones, la lujuria. Sin embargo, para los homosexuales tiene un contenido: “venid a mi todos los que estáis rendidos y agobiados por las cargas que yo os daré descanso” (Mt. 11,28). Después de pasar por toda esta vivencia, fui tomando responsabilidad haciendo a un lado la victimización y pensar por qué Dios me había mandado este castigo. Ahora es otra historia y me doy cuenta que yo siempre fui diferente de mis hermanos. Siempre tenía el poder de hacer cosas diferentes, por lo tanto con ese empoderamiento en mí, claro que iba a criar a hijos diferentes, con un gran poderío y libertad de sacar su verdadera personalidad. Y ahora, de la culpabilidad que yo sentía, la transformo en que me siento una persona afortunada y escogida; como ejemplo y con una misión que cumplir en el mundo: de abrirles camino a esta generación de homosexuales en la sociedad, de darles un respeto y un lugar. Me siento escogida y es una gran enseñanza; me siento poderosa para enfrentar cualquier situación que se presente y responsable de las respuestas que daré cuando el momento así lo requiera. Mi hija vive feliz con su pareja: tiene un trabajo estable y es muy trabajadora y responsable, ya compró su casa y ellas están buscando el mejor método de tener hijos y formar una familia. Yo pienso que si mi hija está feliz, yo estoy feliz. Tuve otra crisis con mi hijo, de nuevo por sus preferencias sexuales. Al enterarme, sentí decepción, sorpresa, lástima, equivocada en mi concepto como madre y me preguntaba qué hice yo para que me pasara esto; pero la vida sigue y estaba temerosa a la discriminación que pudiera tener él; impotente 243 por no poder hacer nada, tenía que asimilarlo de nuevo, darle el apoyo. Mi vida dio un giro de 180 grados. Otra vez sentí volverme loca de dolor, de tristeza. Me sentí flagelada, incompleta, destrozada y tener que esconder todos estas emociones para darle a mi hijo el apoyo y no hacerlo sentir mal; y yo, muriéndome por dentro, entré en una fuerte depresión por un buen tiempo pero de nuevo salí de ella. Perdí el orgullo y pude mostrar una conducta valiente, comprensiva, empática, responsable y amorosa. Comprendí que mi hijo seguía siendo mi orgullo y ver que es un ingeniero admirable por su forma de ser, por su personalidad, por trabajador, responsable y siempre en servicio con la gente; amado y admirado por todas las personas que tocan a su puerta y a su alma en busca de ayuda. Siempre tiene las palabras adecuadas para confortar o dar un consejo a quien se lo pide. Es amado y admirado por su familia, por sus amigos y por la gente que le rodea. Mi hijo es un tesoro muy apreciado. Entonces viendo todo esto, volví a entender que sus preferencias sexuales no le quitaban ningún atributo, al contrario, más admirable, porque por no lastimar a su gente, prefirió guardarse en el closet durante 25 años. ¿En dónde estaba yo que no supe ver sus cambios? ¿Qué tipo de madre fui? ¿Cuánto ha de haber sufrido todo este tiempo? Luego pienso, si Dios me regaló a mis hijos, es para aceptarlos tal cual son y no para criticarlos, ni enjuiciarlos y comprendo que sus preferencias sexuales son parte de su persona, de su intimidad. Por otro lado, reflexiono y me digo: ¿qué valor tiene el ser madre de hijos realizando el modelo que nosotros soñamos? ¡No!, tengo la capacidad para ser madre de todos los hijos, sean cual sean, con todos sus defectos y virtudes, y entonces volví a entender mi misión en este mundo: el de abrirles camino y respeto ante una sociedad. Ahora comprendo que aunque sufrí mucho con todas estas situaciones, saqué lo mejor de mí, y finalmente le di su lugar a mi esposo y yo tomé el mío; así nos unimos más en la confianza, en el amor; somos una familia feliz, unida y 244 diferente. Somos una familia de unión y de ejemplo para las generaciones futuras. Mi hijo tiene ahorita su pareja y están construyendo la relación entre ellos con amor y respeto. Piensa casarse y formar una familia con hijos, y bajo este concepto encontró a su pareja y se está consolidando una bonita relación con esas expectativas. No una relación cualquiera, no con promiscuidad, sino con respeto, y yo le doy gracias a Dios por verlo feliz. ¿Qué más puedo pedirle a la vida? Sólo agradecer que después de la tempestad viene la calma; y en las casas de mis hijos se respira un ambiente de tranquilidad y de amor. Le decimos a mi hija que su casa es la casita del amor y de la felicidad. Y en cuanto a mi mamá, siempre había pensado que me quería menos que a mis hermanos, por su falta de comprensión, valoración, reconocimiento, entendimiento y comunicación. Ahora comprendo que ella siempre me vio más fuerte que a los demás. También comprendo que tuvo una infancia difícil: de maltrato, abandonada y falta de amor. Por tal razón no sabe demostrar su amor y reconozco y valoro todo lo que hizo por mí: me fortaleció y saqué lo mejor de mí. Me enseñó con sus actitudes a ser una incansable guerrera. A caerme y levantarme. A desarrollarme y a formar una personalidad fuerte porque tengo la capacidad de cambiar toda mi historia de sufrimiento, dolor y de falta de amor. Y ahora que ya no me tomo nada personal, se genera otra mejor relación entre mi mamá y yo. Comprendo que ella es así por sus razones y yo trato de verle todo lo positivo que tiene, y me quedo con eso. Ahora me doy cuenta que es una persona muy valiosa, significativa y determinante en la formación de mi carácter. Le doy gracias por ayudarme a tener esa fuerza y poderío para saber salir de cada situación difícil de mi vida. Aprecio y valoro que me dio la vida. Me guió y me enseñó los valores con que me he regido. Observo que aunque mi mamá muchas veces estaba sola para educarnos y tomar decisiones importantes, pues mi padre trabajaba muchas horas para sacarnos adelante, siempre mi 245 mamá salía adelante ante todas las situaciones de la vida por tener ese carácter y esa personalidad, a pesar de toda su historia y por la forma en cómo nos crió y educó, pues ella pensó que esa era la forma correcta de acuerdo a como a ella la trataron. Agradezco a la señorita Dariela Dávila, mi amiga y guía para transformar y ver esta historia de diferente manera; por los cambios que se operaron en mi persona con su ayuda al tomar el diplomado que nos impartió porque me permitió desarrollarme como nueva persona, con un gran conocimiento y crecimiento. Gracias. 246 Tejiendo mi vida – MOG Nací en Monterrey, Nuevo León en 1973. Soy la octava de diez hermanos (seis mujeres y cuatro hombres). Tengo memoria de mis recuerdos aproximadamente desde que tenía cinco años. Puedo decir que tuve una infancia normal, con algunas carencias pero lo necesario para vivir. Vengo de una familia numerosa: papá, mamá y nueve hermanos (seis mujeres y tres hombres), más una tía paterna que vivía con nosotros junto con sus tres hijos, y además mi abuelo paterno que llegó a mi casa antes de que yo naciera; el abuelo enviudó joven y vivió con nosotros casi treinta años. En total éramos 17 en la familia. Es muy admirable la responsabilidad de mi padre al trabajar solamente él para mantenernos a tantos en casa. Recuerdo que como a los doce años yo empecé a tener más conciencia de mí, a hacerme muchas preguntas como: ¿Quién soy?, ¿qué quiero?, ¿qué hago aquí? Me sentía extraña, como que tenía que buscar algo que no sabía qué era. En esa búsqueda, en esa sensación de extrañez en mi cuerpo, en mi interior, me acerqué mucho a la iglesia católica (soy católica desde siempre pero en casa no éramos practicantes, sólo bautizos, bodas…), me acerqué tanto que me convertí en ratón de iglesia. Fui a todos los cursos, todos los grupos, sólo me faltó dar la misa (bueno solo me faltó consagrar), porque si llegué a celebrar la palabra; fue muy bueno para mí ese aprendizaje; conocer la historia de la religión que yo profeso, su sistema, fue muy enriquecedor y me gustaba mucho servir, me sentía muy satisfecha, muy en paz conmigo misma; trabajé muchísimo en la parroquia a la que pertenecía. En esa etapa de mi juventud quería estudiar, no tenía muy claro qué, solo quería tener una profesión en la que yo tratara con personas, no con escritorios ni máquinas, entonces me decidí por la enfermería. Recuerdo que mamá insistía en que no estudiara, decía que para qué; también quise estudiar medicina pero no tuve la suficiente información u orientación vocacional que me ayudara a decidirme. 247 En casa me sentía sola, aislada, había mucha gente, mucho bullicio, y yo me sentía como que no figuraba, como que no existía, relegada, a un lado de todo; soy de las últimas hijas y me sentía sándwich, la de en medio, ni la mayor ni la menor; la aplastada. Ahora que lo escribo, lo veo de distinta manera, menos doloroso que en aquellos momentos, menos molesto, sólo que éramos muchos hijos y que mamá no tenía tiempo, nada más le alcanzaba para cocinar, asear la casa, lavar… Por mencionar algunas situaciones, que me marcaron entre mi infancia y juventud, están: mi maestra Juanita de primer año de primaria, que me quería mucho y me lo demostraba, en clase me abrazaba, me sonreía y me decía cosas lindas. También tuve un accidente entre los cuatro y seis años, solo lo recuerdo como entre sueños: me veo que abrí los ojos y estaba en una hamaca, siendo mecida por mamá, que tenía cara de angustia; me desmayé cuando un tubo de un columpio se desprendió y me cayó en la frente golpeándome fuertemente; estábamos en una fiesta, recuerdo una rara sensación, sentí que estaba soñando y me veía en la hamaca llorando y mamá me mecía impotente por no poder hacer otra cosa, como irnos de ahí a un hospital porque el golpe fue muy fuerte. El asunto era que papá estaba tomando alcohol muy divertido y decía que no me había pasado casi nada. Otra situación que recuerdo fue cuando me encontraba yo jugando en la calle cerca de mi casa: había llovido y andaba descalza corriendo entre los charcos con alguna amiga que no recuerdo quién era y nos divertíamos, luego una vecina me vio y me llamó y me dijo: “¿Por qué estas así? (sucia y mojada), ¡si hoy es tu cumpleaños, anda ve a bañarte!”. Ella me acompañó a la casa y le contó a mamá que era mi cumpleaños, mamá sonrió y dijo: “¡Ah, sí, no me acordaba!” Solo recuerdo que me bañé, me cambié de ropa, llorando en la regadera. Hasta hace poco tiempo caí en la cuenta de que siempre en mi cumpleaños yo me sentía de mal humor, como nostálgica, irritable, no quería que me felicitaran, ahora he comprendido que esa ocasión en que mi vecina me recordó mi cumpleaños y mi madre no lo recordaba yo la guardé como una herida en mi 248 vida y la revivía cada año, ahora que lo escribo lo entiendo mejor, lo asimilo y lo dimensiono menos. Ahora que lo tengo claro, en mis cumpleaños la paso mejor, más relajada y aceptando las felicitaciones. Otra situación traumática fue cuando mi padre agredió físicamente a mamá, la maltrató tanto y la golpeó, la corría de la casa, gritaba, insultaba, enardecido por el coraje y los celos. Toda esa noche no dormimos por el temor a que papá despertara. Al día siguiente se fue a trabajar y regresó por la noche como si nada hubiera pasado, yo me preguntaba: ¿Qué le pasa a mamá?, ¿Por qué lo soporta? Ahora que lo escribo ya no me siento parte de ese problema. He aceptado que eso sucedió por problemas entre mis padres y si mi madre decidió seguir, sus razones tendría. Debo mencionar cosas buenas que también me marcaron, como las Navidades en casa. Al vivir mi abuelo paterno con nosotros, todas las tías venían a nuestra casa a pasar la fiesta con sus hijos y esposos, papá tiene cinco hermanas y me encantaba que vinieran, nos divertíamos mucho, se quedaban varios días, y la noche del 24 de diciembre rezábamos para acostar al Niño Dios, cenábamos, nos daban dulces, y había algunos regalos. Tengo muy buenos recuerdos de mis tías y primos, nos tratábamos con mucho cariño. Decidí estudiar enfermería pues siempre me ha gustado ayudar a las personas que están a mí alrededor, siempre quise trabajar con personas, ayudarlas y así aprender de ellas; casi al final de la carrera conocí la psiquiatría y me encantó. Decidí hacer mi trabajo social en el Hospital Psiquiátrico de la Secretaría de Salud, aquí en Nuevo León. Al finalizar ese año de servicio me quedé a trabajar ahí durante ocho años. Me encantaba mi trabajo, escogí trabajar ahí (poca gente del área médica se decide por la psiquiatría debido a temores o creencias mal fundadas), porque sentí que a estos pacientes hay que darles una atención muy diferente que a los pacientes de un hospital general. Sentí que tenía que poner mucho de mi parte para ayudarlos a rehabilitarse, pues los sentía muy vulnerables, con mucha soledad y desatención de sus familias. Son pacientes que se han perdido a sí mismos, perdidos en su 249 cuerpo, sin saber quiénes son; todo esto me atraía mucho y me gusta estar cerca de ellos. Esa experiencia me ha ayudado a crecer mucho en mi persona, me ha hecho más sensible, más razonable y a ocuparme en mi salud mental. En mi juventud, entre los trece y quince años, empecé a tomar como pasatiempo la lectura. Leía todo lo que llegaba a mis manos, junto a mis hermanas fuimos aficionándonos a esta bella práctica. Leer es y ha sido para mí conocer otros mundos, viajar sin salir de casa, conocer a muchas personas, conocer otras vidas. Cuando leo, siento que me pierdo, me introduzco al libro, formo parte de él y la experiencia es maravillosa. También soy fanática del cine; me transporto a la película y pierdo la noción de tiempo, es padrísima la sensación. Mi esposo y yo les hemos transmitido ese gusto (por el cine) a nuestros hijos, y espero que más adelante les guste también la lectura. Ahora dicen que es aburrida pero siempre me han visto leer y hojean o revisan mis revistas y libros que hay en casa de vez en cuando. Me casé a los 23 años, pues me sentía muy enamorada, con Miguel. Él ha sido muy buen marido, atento, respetuoso, amoroso, protector, excelente amante (qué puedo decir yo), buenísimo como papá; tenemos dos hijos: Diego de catorce años y Emiliano de diez años. Estos hijos míos son mi trascendencia en la vida, mi realización, mi tesoro más grande, mi alegría, mis complementos, mis eternos acompañantes. Diego es un niño tierno, cariñoso, inteligente, intuitivo, maduro, sensible, pero también contestón, y Emiliano es soñador, dramático, inquieto, audaz, aventado, no le teme a nada, quiere hacer muchas cosas, romántico y angelical, también muy contestón. Estén en donde estén, vayan a donde vayan serán mis hijos para siempre y eso me llena el corazón. En mi relación marital, quiero contarles un poco de mi marido. Él es un hombre muy alivianado, de mente abierta, nada celoso, me deja mucho ser, me da libertad para mis gustos y actividades, además es amoroso, demostrativo de sus emociones, apasionado como buen escorpión que es, está al pendiente de mí, de nuestros hijos, de su familia, y también es 250 muy bueno con mis padres, todo esto lo hace un excelente compañero de vida. Pero yo hoy por hoy, me siento un poco aburrida, estancada en la relación, cansada, con mucha monotonía. Él siempre está dispuesto a que experimentemos, a que salgamos a pasear como pareja, a divertirnos, a hacer cosas nuevas, pero aun así me siento sin emoción, sin entusiasmo, quiero mucho a mi marido y estamos tranquilos en estos momentos. Me esfuerzo por ser paciente, tolerante, corresponder en lo que más pueda a sus atenciones. Él siempre me ha dicho que él me quiere más de lo que yo lo quiero a él. En la relación sexual no me puedo quejar, hemos aprendido mucho juntos, nos complacemos el uno al otro, jugamos, experimentamos; él me ayudó y me enseñó a tener orgasmos. Él ha sido paciente y delicado para tratarme, con esta declaración no estoy afirmando ni decidiendo nada, estoy escribiéndome para conocerme, leerme, entenderme y comprenderme. Llevaré las cosas con calma, con cautela, digiriéndolas. Creo y siento que mi marido también las razonará conmigo o consigo mismo. Me siento tranquila. Tal vez el enamoramiento que sentí cuando éramos novios y luego al casarnos se ha transformado, pero no sé cómo llevar esa transformación y acomodarme a ella. Siento que me falta eso que les sobra a los enamorados: mucha alegría (al verse), emoción (mariposas en el estómago), pasión (querer comértelo a besos), extasiarte al despertar por la mañana y verlo junto a ti. A lo mejor exagero y alucino; es lo que siento en estos momentos, tal vez Miguel y yo estamos exhaustos, tal vez debemos hablar mucho sobre el amor para recomenzar. En el transcurso del diplomado, en el cual me siento muy contenta y agradecida con la vida al traerme hasta aquí, he descubierto todo esto que menciono, he descubierto a un yo que no conocía, me he asombrado, me he gustado mucho, y quiero seguir descubriéndome. Ahora me siento muy libre, muy plena, muy a gusto conmigo, siento que quiero mucho más que antes a todos los que me rodean, siento que no tengo pasado, o que tengo muy poco pasado, y del futuro tengo 251 muchos proyectos en mi mente, tantos que voy paso a paso en el ahora para alcanzarlos. Quiero asumir mi destino, ser fiel a mí misma, ser la que soy, no ser como se espera que sea; me resisto a reprimir mis sentimientos y emociones, quiero tener poder sobre mí. Cambiar de dirección no es cambiar de amor, soy como dos personas: mi alma en este cuerpo, necesito armonizarlo, ponerme en sincronía, tomar los riesgos. Aceptarme como soy ha sido una tarea diaria, constante y a veces difícil. Encontrarle sentido a mi vida es encontrar el tesoro perdido. Ayudar a mis hijos a que encuentren ese sentido para sus vidas es una tarea maravillosa. En mi vida quiero hacer, y hago, lo que realmente me importa. 252 Transformando mi vida – Tornado Tengo 32 años. Con gusto te comparto mi biografía: Fui gestada un 24 de diciembre de 1981, y nací ocho meses después; a mi mamá se le reventó la fuente, y duró seis horas en labor de parto, no quería que le hicieran cesárea porque mi papá le dijo que si le realizaban cesárea la iba a dejar, pero al transcurrir las horas y no dilatar, tuvieron que realizársela, al abrirla estaba yo encarnada en una costilla derecha, motivo por el cual nunca dilató, esto fue a las 23:30 horas del tres de septiembre de 1982. Esta anécdota me la platicó mi mamá y me impactó mucho, asimismo me hace reflexionar, en el sentido de que: nací antes de tiempo, mamá batalló mucho para que naciera, finalmente vi la luz, rompí paradigmas de papá, y de allí inicia mi historia. Mi padre en ese momento no dejó a mi mamá, actualmente él es alcohólico, mi mamá muy callada, no le gustan los problemas y prefiere guardarse todo, a mi hermana la mayor de nombre Martha Teresa, la siento temerosa todo el tiempo, mi hermana la menor de nombre Cristina (yo le digo Vitola), la veo vivir en una fantasía, y es muy semejante a mamá, no le gustan los problemas, es callada y también se guarda todo. Yo soy la hija de en medio, somos tres mujeres. De niña recuerdo que era muy calzonuda, berrinchuda, caprichosa, demandante, celosa con mi papá, me gustaba que todo fuera justo, y equitativo, hasta la fecha. Cuando yo tenía dos años y seis meses mis papás se separaron: papá decidió casarse con la mejor amiga de mi mamá de nombre Magdalena (Nena). Desde allí mamá trabajaba, y nos cuidó trece años mi mamá de crianza de nombre Cecilia “Chila”, en paz descanse. Chila tenía una hija seis meses menor que yo, entonces jugábamos las tres: Chabela, Cristy (mi hermana menor) y yo, pero algunas veces me parecía que Chabelita (como la 253 nombraba su mamá) se creía mucho, o quería ella decidir, y ser el mejor personaje, por ejemplo jugábamos a las Muñequitas Elizabeth y ella quería ser la más bonita, y yo le decía vamos a rifarlo, o si la vez pasada escogiste a Elizabeth ahora escoge a otra para todas participar, y como se negaba, le pegaba; también le pegaba a Cristy porque no quería recoger, por todo lloraba. Chabela era, y en la actualidad es, la consentida de mi mamá, siempre ha sido muy apegada a ella, y tampoco nunca quería estar lejos de sus faldas, y eso a mí me desesperaba mucho, gozaba y actualmente gozo, de poca paciencia. Recuerdo que mamá siempre le decía a mi hermana menor “Topito”, “Cristobalito”, “Cristito”, “bebita” a manera de cariño, y yo siempre me preguntaba: “¿por qué mamá nunca me dirá nada de eso a mí?” Más bien, mamá se desesperaba conmigo desde siempre y por lo general me golpeaba mucho, decía que yo era la mayor y la que hacía todo, que yo tenía la culpa, (aun no sé a qué culpa se refería). Recuerdo que me aventaba sillas, me levantaba la cara, jalando de mi cabello y con su chancla me daba cachetadas hasta dejar mis cachetes muy calientes y rojos, por tanto yo lo resolvía de la misma manera. Cursé un año en el kínder y tenía a mi maestra de nombre Rosalinda, ¡se me hacía tan bonita!, y usaba unos tacones que yo soñaba con usarlos. También tengo dos fotos de recuerdo, una cuando sale el grupo completo y yo con trompas fruncidas porque me molestó mucho que llevara calcetas que no me combinaban, y la otra foto disfrazada de florecita. Cursé seis en primaria, allí en la primaria agredí a varias compañeras, y estuve en ese inter en coro de la iglesia católica y también agredí a otras niñas. Recuerdo que en tercer año de primaria me daba clases una maestra de nombre Irma y usaba ella unos tacones de aguja que soñaba también con yo usarlos. En esta etapa mamá cada vacaciones, ya fueran de quince días o las largas que eran desde julio a septiembre, me mandaba a un rancho donde ella nació y creció, y algunas veces también con familiares de mi papá; decía que yo era insoportable, que tenía el corazón negro, que era de higaditos negros y que mi 254 corazón estaba encartado por el diablo, que lo que menos que quería era verme. Recuerdo que pasé algunas Navidades con mi papá al lado de su familia, mis tíos, tías, primas, abuelos, y veía cómo mi abuela les regalaba a mis primas hermosos regalos, tales como muñecas grandes, ropa, juegos de té, y cuando abría los míos eran pequeños y sencillos, y eso me dolía, todo me hacía pensar que había distinción. Al terminar mi sexto grado de primaria tuve mi primer novio de nombre Luis Fernando, (“Chapatín” le decían porque siempre llevaba su lonche en bolsa de papel). Cuando entré a la Secundaria también varias veces agredí a mis compañeras y en primer año de secundaria iba mi mamá de crianza a hablar con los maestros, hasta que en segundo año cuando seguía golpeando a mis compañeras, la Directora de la Secundaria de nombre Guillermina, (mujer enérgica, de un carácter frio, sin expresión alguna, cabello corto, y recuerdo que usaba unos tacones de aguja muy altos y con los que soñaba también usarlos) habló con mi mamá Chila y le dijo que ya no podían recibirme, que tenía que venir mi mamá, a lo que mamá Chila respondió: “es que su mamá trabaja y sale hasta la noche”. Pero la Directora respondió: “pues que pida permiso o que falte la señora, porque no vamos a recibir a la alumna si no viene acompañada de su mamá”. Finalmente mi mamá me acompañó y la Directora le dijo mi historial, y que estaba condicionada, que la próxima vez que tuviera una pelea me iba a expulsar. Recuerdo que en esas fechas mamá dejó de enviarme a los dos lugares en vacaciones y cambié eso por las calles, me juntaba con jóvenes de diversas edades en plazas y en esquinas, probé los cigarrillos y el alcohol. En tercer año de Secundaria cambiaron a la Directora Guillermina y entró un Director (no recuerdo su nombre) en su lugar, nos mandó hablar a la Dirección a todos los alumnos condicionados, amenazó que la Directora Guillermina ya le había dada los pormenores de cada expediente y que a la primera estaríamos fuera de la Secundaria; a los dos meses de 255 esta plática fui expulsada porque agredí físicamente a una compañera de nombre Gloria. Recuerdo que mi mamá, llorando, le decía al Director: “ayúdeme a que me la acepten en otra secundaria, ya le compré libros y gasté en el uniforme y ya no tengo dinero”; a lo que el Director respondió: “llévela a la Secundaría Número 14 en la Colonia del Prado en Monterrey”. Me aceptaron en esa Secundaria, la mayoría eran de la religión Testigos de Jehová, ahí me tranquilicé unos meses, pero al finalizar el curso volví a golpear a otra compañera de nombre Liliana y no fui por mi certificado, fue por él mi hermana la mayor. Recuerdo que fue la última vez que tuve un pleito, porque comencé a trabajar en un taller de costura en la colonia Regina en Monterrey a los catorce años y duré casi un año. A los once meses de haber salido de la Secundaria me embaracé y me salí de trabajar, tenía escasos quince años diez meses y fue inesperado; tuve seis meses relaciones sexuales sin protección y recuerdo que no quería a mi hijo, decía que cuando naciera se lo iba a dar a su papá. Sin embargo, cuando mi mamá supo y me propuso llevarme con una señora para practicarme un aborto, recuerdo que me dijo que solo tenía quince años y qué iba hacer con un niño en brazos si no había estudiado. Agregó que su papá no tenía nada que ofrecerme y que truncaría mi vida. Yo pensaba: “¿y si me pasa algo, y si me desangro, y si me revientan todo por dentro y no vuelvo a ser mamá?”. No quise practicarme el aborto y decidí tenerlo contra viento y marea, así como también decidí casarme cuando tenía dos meses de embarazo, con José Guadalupe, hijo de Oliverio, quien se suicidó cuando él tenía solo dos años, y de su mamá Gloria, quien trabajaba en Notarías haciendo el aseo y por las noches iba a bailar y cobraba por eso. Tenía problemas con el alcohol, y muy seguido regresaba por las madrugadas toda llena de hematomas o mordeduras en el cuello. Yo pensaba: “¿no le dará vergüenza con sus hijos y en su trabajo?”, recuerdo que desde entonces la imagen para mí me importaba mucho. 256 Tiene Guadalupe cinco hermanos: Pancho, Chuy, Raúl, Juany y Gloria. Solo duré un mes viviendo con Guadalupe, papá de Carlos, pues me asusté mucho. Vivían en la completa miseria, recuerdo que era en la Colonia Niño Artillero, calle Diez sobre Timoteo Rosales, y era una casa de adobe, que era como un vagón de tren, cuatro cuartos corridos hacia atrás: en el primero dormían la mamá señora Gloria, la cuata de él, Juany, y su hermana menor Gloria; en el cuarto de en medio vivía Raúl, un hermano de Guadalupe, su esposa y su hija; en el tercer cuarto vivíamos Guadalupe y yo; y al final la cocina, después el patio, y al final el baño. El baño en particular se le bajaba con un bote, y luego estaba todo lleno de las paredes y techo de lombrices, recuerdo que me daba mucho asco. Luego en la hora de las comidas, la señora Gloria decía que ella guisaría para todos porque ella era la señora de la Casa, y entonces hacía un kilo de frijoles molidos muy caldudos con medio kilo de huevo, parecía vomitada… es lo más asqueroso que he comido en mi vida. De entonces a la fecha no lo he vuelto a comer en esa presentación. Las pastas las cocían sólo en agua, sin tomate o Consomate ni nada, no comían carne, ni frutas ni verduras, para mí era algo nuevo, extraño, y decidí: “no quiero esto para mi hijo”. Recuerdo que le lavaba la ropa a Guadalupe, y la señora iba y me quitaba la ropa de los tendederos y me decía: “mira: se talla así y se tiende así, ¡mejor déjalo, yo lo hago!”. Después le decía a su hijo: “¡salte a la calle, la que se casa es la mujer, el hombre puede seguir en la calle!”. Al mes analicé todo esto, y lloraba mucho, me daba contra la pared, pensaba: “no quiero esto para mi hijo, no se lo merece, ni quiero esto para mí”. Valoré lo que tenía antes, reconocí en lo que me había equivocado, y yo misma me pedí tregua. Hable con mi papá, le platiqué lo antes descrito y me dijo: “siento mucho por lo que estás pasando pero no hay boleto de regreso, ya te casaste y tienes que vivir con él para siempre”. Además me dijo: “nunca olvides que una mujer que es madre soltera, viuda, o divorciada es lo mismo que una puta. Si 257 te separas serás la vergüenza de mi familia, aquí nadie se ha divorciado” (siendo que él tenía su historial, o sea abandonó a mi mamá con nosotras y se casó con su mejor amiga). Después hablé con mi mamá y le conté lo mismo, y me dijo: “regrésate a la casa, no eres la primera ni la última, tienes a tu madre, y tú, buena o mala o como sea, eres mi hija y esa criatura no tiene la culpa”. Ni tarde ni perezosa me regrese a casa de mamá y duré un mes encerrada sin salir ni a la tienda. Mis amigos o amigas que me iban a buscar le decían a mi mamá o a Cristy que dijeran que no estaba, por una ventana los veía… y pensaba, “no quiero hablar con nadie, no quiero que opinen ni me den consejos, no quiero verlo a él porque lo perdonaría y me llenaría de hijos, y no quería eso”, entonces mejor no ver ni hablar con nadie. Por esa razón a los cuatros meses de embarazo me fui a vivir con mi tía Martha, hermana menor de mi papá en colonia La Joya en Guadalupe, trabajaba con ellos en mercados rodantes, inicialmente me contrataron para que estuviera parada cuidando a las personas y no les robaran en los mercados rodantes, sin embargo siempre he sido muy inquieta y les ayudaba en labores de la casa, bañaba a sus hijas, cargaba la mercancía, entre otras cosas más. Un 21 de marzo de 1999 inicié con los dolores por la tarde, estábamos en Soriana Guadalupe mi mamá y yo, mamá se fue a otro pasillo y yo me fui al de los jabones de baño y fue allí donde empezó mi primera contracción. Me sujeté muy fuerte de un estante y me daba vergüenza decirle a mamá. Después nos vimos en una caja para pagar y sin que yo hablara, mamá vio mi semblante y me preguntó, yo le contesté que sí. Esa noche fuimos a Gine y me regresaron porque no había dilatado, fue mi primera noche en vela, se llegó el día del 22 de marzo y seguía muy incómoda, nos volvimos a ir a Gine en la noche en camión Ruta 21, y me dijeron que tenía que caminar; así que salí a caminar, la noche estaba muy fría, pero subí y bajé varias veces un puente que conecta a Félix U. Gómez. Como a las 4:00 de la mañana del 23 de marzo de 1999 me doblaba de dolor afuera de Gine, entré y les dije a los que 258 estaban en guardia, me pasaron y me dieron una regañada, entre muchas cosas que me dijeron fue que eso era lo que pasaba con „güerquillas de mi edad‟, que no aguantábamos nada, pero que en menos de un año ya estábamos de vuelta, etc. Me pasaron a una camilla a labor de parto, me pusieron suero y me reventaron la fuente, recuerdo que era con un gancho plateado y me asusté, pensé que iban a matar a mi bebé; después me pusieron en mi estómago un electro para escuchar el corazón de mi bebé y ya latía muy despacio. Entonces me dijeron: “¡no te podemos hacer cesárea porque acabas de cumplir 16 años, así que si quieres que tu bebé nazca y no lo quieres matar tienes que pujar fuerte!”, y yo me asusté tanto, decía: “¡no quiero que se muera, no quiero que le pase nada, ya pasé muchas cosas en mi embarazo para que ahora no nazca!”. Los practicantes se abalanzaron sobre mi estómago, uno de cada lado con su antebrazo, con tal fuerza que tronaron mi piel de mi vagina, solo escuché como cuando se rompe una camiseta, y ellos gritaron: “¡el producto está de fuera, rápido pásenla a quirófano!”. Cuando me cambian de camilla para la de quirófano ya estaba mi bebé de fuera, lo sacaron y cortaron el cordón, lo envolvieron en una sábana color celeste, y me dijeron: “¡Felicidades, es usted mamá de un varón!”. Respondí entre mi dolor: “¡Quiero verlo!”, lo limpiaron y sentaron en su antebrazo, le descubrieron sus genitales y los vi, así como su carita y pensé: “está idéntico a su papá”. Después me dijeron: “póngase de lado para ponerle la ráquea para coserla”, aún ni me hacía efecto la anestesia y ya me estaban cosiendo, eso también sentí y escuchaba como la aguja y el hilo rompían mi piel. Todo esto fue a los ocho meses y medio de gestación, en el Hospital de Ginecobstetricia. Desde el momento que lo vi supe lo que es un amor puro, el amor que es incondicional, fue lo mejor que he vivido y me ha pasado, ese momento que tan sólo de recordar se me eriza la piel, y no lo cambiaría por nada ni por nadie. 259 Al realizarme como madre para mí fue mi primer renacimiento, un parteaguas en mi vida. No sabía qué nombre le pondría, porque todo mi embarazo creía que tendría una mujercita y la nombraría Ana Karen, me hicieron tres ecos en el lapso de mi embarazo y las mismas veces dije no me digan que es, porque yo ya sé. Y ¡sorpresa! que al nacer fui sorprendida con un hermoso varón que quise que se llamara Edwin, Bryan, Hiram, a lo que mi abuela paterna me dijo que no, que lo nombrara como uno de sus cuates: Jorge. Le dije que mi tío Jorge ya tenía a su hijo con su nombre, y en agradecimiento de mis tíos Martha y Carlos por haberme dado posada en mi embarazo decidí nombrarlo Carlos y Alberto como mi papá, solo que mi papá me insistió mucho para que mi bebé llevará su apellido, porque él no había tenido hombres, y que su apellido ya no iba a continuar, pero yo dije que no, que mi hijo tenía su papá y que era un hijo dentro de matrimonio y entonces lo llevé a registrar con el apellido de su papá. Un tío hermano de papá de nombre Francisco y su esposa Lupita hablaron conmigo como al mes de nacido Carlos y me dijeron que yo era una niña con un niño en brazos, que no tenía nada que ofrecerle a mi hijo, ni siquiera una familia, que se los diera en adopción, que ellos eran un matrimonio estable con buena posición, que lo pensara, a lo que respondí: “no tengo nada que pensar, es mi hijo, y yo saldré adelante con él”. De allí lo cuidé y disfruté seis meses y lo amamanté su primer año de vida. Inicié a trabajar de obrera costurera seis meses después de que nació, en una empresa de ropa. Allí duré dos años y tres meses, era de lunes a jueves de 7:00 a 17:30 horas y los viernes de 7:00 a 12:00 del mediodía, todos los viernes nos íbamos a comer mi mamá, Carlos y yo a los tamales de Juárez N.L., o un pollo asado muy rico, descansaba sábados y domingos, pero al año y medio de trabajar, entré los sábados a estudiar en computación en una escuela. Cuando la empresa cerró, yo lloré mucho y me asusté, pensé que nadie me iba a contratar con un hijo en brazos. A los dos días, mi papá me recomendó en unas oficinas en el centro en una administración de un condominio donde al 260 mes de haber ingresado entré a estudiar Comercio por las noches. El condominio me pagaba tres cuartas partes de la colegiatura, y me daba el material que necesitaba, así también me compró mi máquina de escribir. Pasaba días dejando a mi hijo dormido, y regresaba y él dormido, hubo días que me llamaba por mi nombre, e infinitas veces le dije: “¡yo soy tu mamá!”. Hablé con el Administrador para que los sábados me dejara llevarme a Carlos y poder convivir con él, terminé la escuela de Comercio y unos meses después me contrataron en Gobierno del Estado, donde actualmente tengo once años y seis meses laborando. Una de las principales razones por las que me salí fue por el horario de 8:00 a 15:00 horas, ya que quería estar por las tardes con Carlos para apoyarlo en sus tareas. En Gobierno me sindicalicé a los seis meses, y he conocido gente tan extraordinaria, y he vivido, compartido, disfrutado momentos únicos, también he aprendido lecciones de vida, amo mi trabajo, allí estudié la prepa, y a futuro el objetivo es estudiar Leyes. Cuando Carlos tenía cuatro años me divorcié legalmente de su papá. Él lo conoció por primera y única vez. Quedó establecido en un convenio que conviviría con él, que le daría pensión, y esto nunca ha sido así. De esta lección aprendí algo: no sirve de nada el orgullo, cada hombre tiene que hacerse responsable de sus actos, yo por orgullosa o con la frase de “¡no necesito nada, yo puedo sola!”, me he responsabilizado de mi hijo, quien cursó Primaria y Secundaria en un colegio católico, en Secundaria en segundo año ganó el tercer lugar en prueba de enlace de Matemáticas, en el mismo año lo llevaron a competir en Matemáticas. También en su colegio aprendió a tocar instrumentos tales como flauta, guitarra, violín, y en Banda de Guerra caja, generalmente los niños tocan trompeta pero como él es asmático crónico aprendió en caja. Al finalizar su Secundaria fue el segundo lugar a nivel generación con medallas y reconocimientos a todo su esfuerzo y dedicación, es Scout desde los diez años y actualmente tiene quince y cursa la Preparatoria donde es representante de su salón y es de los 261 alumnos de mejor calificación; además está preparándose para un concurso de Química, y entrena en Judo. Puedo compartir que me siento tan afortunada de ser madre de Carlos, es un hijo extraordinario, obediente, sabe escuchar, no habla mucho, más bien analiza, es prudente, objetivo, tiene buenas calificaciones y él sólo se ha ido abriendo campo en lo que necesita. Hasta donde lo puedo apreciar es independiente, de buenos modales, respetuoso y servicial. Lo amo tanto, algunas veces lo observo y no puedo creer que sea mi hijo, no sé en qué momento pasó el tiempo tan rápido. Cabe aclarar que estuve en depresión por casi dos años después de mi embarazo y no quería que se me acercase nadie porque pensaba que me iban a embarazar. Cuando Carlos tenía dos años inicié una relación de noviazgo con Juventino, con quien duré cuatro años de pareja, después nos casamos. Juve y su mamá fueron a casa de mi mamá a pedirme, me casé por la iglesia, vestida de novia, fotos de estudio, fiesta en salón y duramos cuatro años en matrimonio, yo lo amaba demasiado, a todas luces quería darle a mi hijo una casa, un matrimonio, un núcleo familiar. Entonces decidí casarme, adquirir casa de INFONAVIT, comprar carro de agencia y ponerlo a nombre de él, amueblar mi casa, pagar nuestras vacaciones, servicios de casa, etc., etc., obviamente di de más, y finalmente mi matrimonio se vino abajo, Juve los últimos dos años de matrimonio no trabajaba, yo lo mantenía, los gastos me fueron consumiendo, era imposible pagar casa, carro, tarjetas, servicios, vacaciones, gasolina, imprevistos… y él muy cómodo sin aportación alguna. El último año fui despertando, estaba como dormida, o muy enamorada, o en otro planeta, ¡jajaja!, y cuando comencé a darme cuenta hable con él y se reía de mí, decía: “¿otro divorcio? ¿Cuántos más tendrás? ¿Te crees Lupita D‟Alessio?, ¡toda la gente hablará de ti! ¿No te da vergüenza divorciarte por segunda ocasión?”. Y al inicio quiero confesar que le creía todo, hasta que me armé de valor y dije: “no me importa lo que diga la gente, no me importa que me juzguen, no quiero seguir manteniéndolo, 262 no quiero seguir con él, no pienso volver a compartir nada con él, ¡basta, se acabó!”. Unos meses antes de la separación tuve un embarazo que se interrumpió a las ocho semanas, tuve contracciones y mucho sangrado, me dolió y quedé con cargo de conciencia, porque cuando yo supe que estaba embarazada no quería y renegué mucho, le dije a Juve que no estaba lista, que no me nacía volver a dar vida, eso fue en marzo y finalmente en diciembre llegó nuestra separación. Recuerdo que quedé devastada, creí que no lo superaría, duré más de dos años en duelo, recuerdo que me separé un sábado 13 de diciembre del año 2009, y a los dos días fue a casa de mi mamá a tocarme la puerta y llevaba los álbum de fotos de nuestra boda, decía que nos amábamos y que teníamos que estar juntos. Pero fue tarde, yo ya había tomado la decisión; un año más tarde, para ser exacta el ocho de diciembre de 2010, nos divorciamos legalmente, cuando estaba firmando yo estaba llorando, y le dije: “Juve, me estoy divorciando de ti amándote tanto, me gustas bastante, pero eres como un cáncer, estás todo invadido y no quiero que tus raíces lleguen a mí, no trabajas, no tienes metas, no te superas, eres peor que un parásito, eres mi hombre ideal de cascarón, por dentro no tienes nada, y eso es lo que a mí en verdad me importa y por lo que te dejo, gracias por enseñarme a no darle valor al forro.” Recuerdo que a los seis meses en junio de 2011 se casó en San Luis Potosí con una chica de nombre Bertha que es hija única y sus papás tienen casas de asistencia en el centro de San Luis, actualmente tiene una hija con ella. Entré a Tejedoras en un febrero de 2010 en el Centro Loyola, donde inicié con mi curso de “Guión de mi Vida” con Vicky, luego “Taller de Lectura” con Sandra, y “Tejiendo mi Propia Vida” con Olguita y después un semestre de “Eneagrama” con Paty Basave. Actualmente un Diplomado con Dariela. Esto para mí ha sido un segundo renacimiento en mi vida, desaprender para volver a aprender ha sido lo mejor, no dejo de estar agradecida, primeramente conmigo por 263 comprometerme y en segundo lugar con la Asociación Tejedoras de Cambios. En julio de 2010 ingresé al Movimiento Scout, donde he aprendido a convivir con la naturaleza, con los niños, y lo he disfrutado tanto como si hubiera vuelto a mi niñez, sólo que en un ambiente sano, soy Guiadora, entonces predico con el ejemplo, y cada día trato de dejar el mundo mejor de cómo lo encontré, obrar bien, hacer buenas acciones cada momento que se pueda, y estar Siempre Lista Para Servir. Me costó mucho trabajo el tema del perdón, de hecho hace apenas un par de meses logré perdonarme a mí, y a varias personas que traía arrastrando por años. Considerando que siempre he sido de un carácter recio, entrona, segura de mí misma, no le tengo miedo a nada ni a nadie. Soy muy dedicada al trabajo, muy responsable, me gusta ser honesta, transparente, sincera, servicial, me gusta mucho sonreír. Actualmente estoy sin pareja, de hecho siento que atraigo hombres con broncas, me ha tocado conocer a cada hombre, no sé si me doy cuenta de cómo son por la experiencia, o me doy cuenta porque soy igual, o qué pasa… solo sé que en este ámbito no soy tan agraciada. Hoy por hoy, disfruto y aprendo a amarme, respetarme, poner límites, convivir conmigo misma. 264 Una mujer en desarrollo – Gota de Lluvia Nací un veinte de Marzo del año 1964. Tengo recuerdos vagos y aislados de mi tierna infancia. Un recuerdo que quedó muy grabado en mi mente: el haber sido testigo ocular de una de muchas travesuras de mi hermano Martín. Él de pequeño fue inquieto, correlón, travieso y muy curioso. Cierto día nos encontrábamos frente a un peinador con espejo grande y al frente de éste había muchos frascos de perfumes, cremas y adornos pequeños. El mueble no era alto, tendría la altura de un metro, observó fijamente un adorno muy llamativo de colores y vi cómo se subía, al hacerlo empujó varios frascos hacia el frente de él y todo quedó arrempujado, menos un frasco que se encontraba por la orilla del mueble. Al subir el segundo pie, sin querer lo hizo caer, y mamá, al escuchar el ruido, nos gritó, nos alteró inmediatamente y él reaccionó y corrió fuera del cuarto mientras yo observé cuando se acercó mamá. Ella vio su crema favorita derramada entre vidrios y un poco del envase. Se quejó por un momento para dirigirse a mí con gritos y golpes que me propinaba sobre mis manos. Lloré ante los bruscos y fuertes golpes que me dio; de mi hermano ya no supe en dónde se habría escondido, llorando aún la vi recoger su crema y yo entre sollozos sólo sentía que me ardían mis manos. En esa ocasión observé la frustración de mi madre al verse sin algo que le era necesario y de mucho valor. Todos los días la veía que tomaba un poco de esa crema y se la untaba en su cara y sus brazos. De cierta forma comprendí el motivo de su regañada y castigo, lo que no supe fue qué había sido de mi hermanito mayor, el responsable principal de todo lo ocurrido. Otro de mis recuerdos -de la etapa en la que empezaba a caminar en la andadera- fue el día en que mi hermano tuvo la genial idea de sacar del ropero cosas, ropa y también los zapatos de mamá. Teniendo toda la ropa en el piso junto con algunos objetos, vio la ventana que se encontraba abierta y agarró una de las prendas del piso y se dispuso a sacar la ropa por la ventana del frente de la casa, subiéndose en un sillón. 265 Continuó su labor de sacarlo todo a través de la reja de protección, cuando mamá, al no escuchar ruidos por parte de los dos, se acercó al marco de la sala y la cocina y vio que tiraba hacia afuera uno de sus zapatos (el par ya lo había aventado por la ventana), él, al verla, quiso correr pero lo detuvo, y entre regañada y gritos vi cómo le bajaba el pantalón para golpearle las pompis. Lloró y gritó por largo rato. Yo, sin hacer ruido, observé a mami abrir la puerta con cierta ansiedad pensando que aún encontraría sus zapatos, luego con tristeza en su mirada cerró la puerta (no encontró nada en la banqueta). Mamá quedó sin calzado que ponerse. Aun molesta, se llevó a mi hermano a un rincón castigado, hincado y viendo hacia la pared por largo rato y con la sentencia de que recibiría más golpes si se levantaba. En mis observaciones, de cierta forma quedé con la sensación de amenaza, asustada y temerosa. Sabía bien que si mamá se enojaba, me golpearía y regañaría por cualquier situación que la enojara con alguna travesura. Medio año más adelante, nació mi hermana Chela, al año y medio después otra hermanita más: Nelly. Pasaron unos meses después de su nacimiento cuando cierto día mamá, papá y mis hermanos nos fuimos a otra casa. Vi calles tierrosas y banquetas muy altas. Al entrar a esa casa observé cuartos muy amplios y un patio enorme en el que había zacate muy alto, y por un lado de la casa un pasillo en el que veía maderas muy largas, ladrillos y láminas. Un rato después empecé a ver señores que metían muebles a la casa. Hasta entonces llegué a la conclusión de que nos cambiamos de casa de manera formal. En aquel entonces tendría yo como cuatro años. Cierto día se me acercó mi padre para platicarme de la existencia de un venado que vivía entre la maleza y el zacate, me advertía que no me metiera a las hierbas, yo me imaginé inmediatamente ese animal en mi mente. Me terminó de contar que era muy bonito pero también peligroso y que podría lastimarme con sus cuernos. Ese día me enseñó que debía respetar a los animales y el lugar donde viven; quedé con la sensación de asombro y miedo si me lo encontraba. El pensar en eso me propiciaba 266 inmovilidad en todo el cuerpo, situación que no analicé en su momento pero que ahora le saco la provechosa lección de tener que actuar (correr, etcétera) ante las situaciones de peligro. Después de cierto tiempo, entre mi abuelo paterno y mi padre quitaron las hierbas y pude apreciar el muro del final del patio, luego con las maderas y láminas vi cómo construyeron un techo al final del patio del lado izquierdo. Al mismo tiempo hicieron un cuarto más, ampliando la casa. Meses después hicieron un gallinero del lado derecho al final del patio. Yo asombrada sólo observé todo lo que hacían. Nuevamente ocurrió la llegada de otros dos hermanitos más: Daniel y Alejandro. En ese entonces fue cuando aprendí de los cuidados que requieren los bebés. Mamá nos empezó a enseñar cómo cambiar pañales, bañarlos, prepararles el biberón y todo lo referente a los bebés. Entre mis recuerdos está que arrullábamos a Daniel en una camita metálica que se columpiaba un poco hacia los lados. Nuestro hermanito, aún bebé, se dormía con el movimiento de la cama y el canto que le dedicábamos entre Chela y yo. Nosotras le cantábamos la misma canción que no era para dormir, era una que escuchábamos mucho en la radio que prendía mamá por las tardes, la canción se llama “Suena Tremendo” de un grupo de aquél entonces, La Tropa Loca. Al pasar el tiempo, llegó el día en que entré al Jardín de Niños. En esos años socialicé muy poco, sólo escuchaba las conversaciones de compañeritas, mientras yo me concentraba en las actividades que me ponían. Sólo salí en un bailable estando en el jardín; me dejó insatisfecha, inconforme y molesta: los ensayos fueron por muy pocos días. El día del bailable nos salió sin coordinación y por sin ningún lado. Esta revisión de acontecimientos me dejó la enseñanza de que tenía que aceptar a las compañeras tal y cómo eran, no yo acoplarme a ellas, situación que nunca logré. En esa etapa yo misma me apartaba del grupo, situación que me hacía ser introvertida, apática y antisocial. Cuando entré a la primaria me pareció agradable. En primer año tuve de maestra a una joven de agradable apariencia y tranquila. Al cursar el segundo año, estuve con una maestra fea 267 de aspecto y forma de ser exigente, gritona, regañona y golpeadora. Cada día encontraba el motivo para agredirnos (a todo el grupo). No hubo día en que no nos formara para golpearnos en cara, brazos, manos, piernas y el clásico jalón de orejas. Esta maestra en mí sí logró meterme el miedo, tal sentir empezó el día en que nos sacó a todos menos a un compañero que dejó en su banca sentado. Al grupo nos dejó formados fuera del salón junto al muro que daba hacia el salón. Yo quedé al lado de la puerta de entrada, al mirar a la maestra de espalda y al alumno sentado vi cómo empezó a golpearlo de manera cruel, y sin miramientos le picó el estómago y al continuar con golpes se le quebró la regla de madera, de manera inmediata alcanzó una regla de metal para continuar con la golpiza, al mismo tiempo que le gritaba y cada vez hacía más fuertes sus gritos. El niño no más se protegía la cara con sus brazos, pero la maestra parecía no cansarse. Como yo estaba espantada y con miedo ante tanta agresión no pude seguir viendo, volteando la cara, cerré los ojos. Al estar así observé mis sensaciones: mi corazón lo sentía al ritmo de un tren a toda velocidad, mi cuerpo rígido y duro, mi respiración era corta y rápida, y sin darme cuenta, mi cabeza empecé a dirigirla hacia el pecho, empecé a bajar los hombros y mis piernas las flexioné ligeramente y terminé abriendo mis manos, las tenía cerradas y muy apretadas. Todo esto me ocurrió en pocos minutos. La maestra dejó de gritar, sólo escuchaba el llanto del compañero. Los vi pasar frente a mí. Se lo estaba llevando con su mochila a la dirección; todo ese acontecimiento quedó grabado en mi mente de manera inconsciente. A partir de aquel día, empecé a abrir más mis ojos al enfrentarme ante ella con barbilla ligeramente baja y con una mirada fija sin pestañar y relajando mi corazón con respiraciones tranquilas. Al recordar esta actitud nueva por parte mía, me trajo a mi mente otro recuerdo cursando aún mi segundo año. Cierto día, sin recordar el motivo, me veo parada al lado de mi pupitre mientras la maestra se dirigía hacia mí primero con palabras 268 altisonantes, después con enojo empezó a gritarme de forma moderada. Yo, concentrada en mi respiración, empecé dirigiendo mi mirada hacia ella y sin quitar la mirada de ella durante sus regaños logré que por dentro de mí surgiera el enojo (siempre me dejaba dominar por el miedo). Este nuevo sentimiento me hizo que lo manifestara frunciendo las cejas y sin dejar de observarla. Ella, al sentirse agredida con mi mirada, golpeó el escritorio y me mandó a que fuera por mi madre para quejarse de mi comportamiento. Salí del salón y me dirigí a la dirección para enterar de mi salida y que regresaría con mi madre a petición de mi maestra. Caminé las tres cuadras hacia la casa y al entrar, enteré a mamá que la maestra quería hablar con ella. Mami solo me preguntó qué había hecho de malo, a lo que le contesté que no lo sabía. Al llegar las dos a la entrada del salón nos detuvimos y la maestra se nos acercó y empezó a conversar con mi madre. Lo último que le argumentó fue que la miraba feo. Mi mamá me preguntó por qué miré feo a la maestra. La respuesta no salió de mis labios y no contesté nada, así que me envió a mi banca. La maestra se despidió de mi madre y esta última confundida mentalmente me preguntaba por qué había ocurrido o cómo había empezado todo. A pesar de mi confusión experimenté asombro, emoción que me reprimí, pero lo más importante que había aprendido de ese suceso fue el que yo misma propicié el motivo para salir de la escuela, que no me regañara mi mamá, y todo por los efectos que propicié en ella sólo con miradas desafiantes por parte mía; fue cuando por primera vez me permití sentir el enojo y demostrarlo. Esto generó en mi interior una actitud de fortaleza interna y serenidad ante personas como ella o en situaciones difíciles. Al finalizar el año, mis calificaciones eran muy bajas pero logré pasar al siguiente ciclo escolar. En las observaciones de estos acontecimientos, pensando en el ahora, llego a la conclusión que tengo la capacidad de mantenerme serena ante cualquier persona enojada y gritona. Aprendí que los gritos son el arma de los necios y cobardes, 269 que siempre habrá gente que quiera culpar por sus problemas a otros. En lo referente a salidas, teníamos también las visitas a los abuelos por parte de mamá Carmen y Lalo. Conviví más con ella porque disfrutaba que me platicara de su infancia en las épocas de la revolución; el abuelo, hombre trabajador, cumplidor en sus obligaciones como trabajador, proveedor y como padre. Siempre lo vi descansar sentado en un sillón en su recámara y con un libro en sus manos. Siempre lo observé leer, costumbre que me dejó de herencia: el gusto por la lectura. En tercero, cuarto y quinto de primaria las cosas me fueron más llevaderas con maestras exigentes y regañonas pero con distinta forma de disciplinar y con muchas y largas tareas escritas. Otra enseñanza fue la de despertarme temprano y con mucho tiempo para lograr terminar bañada, vestida con el uniforme, peinada y desayunada (siempre estuve en escuelas de turno matutino). Sin exigencias ni gritos, mamá nos despertaba prendiendo el radio, dejándolo a todo volumen y yo escuchaba las noticias al mismo tiempo que me preparaba para ir a la escuela. Los que salíamos éramos mi hermano Martín, Chela, Nelly y yo. Este aprendizaje me fue molesto los primeros años pero después me adapté y terminé acostumbrándome. Gracias a este hábito, que considero maravilloso y de mucho provecho, he tenido logros en estudios, proyectos y metas. Al empezar a cursar el sexto año de primaria, mi papá se enferma, situación que avanza en la enfermedad y favorece la hospitalización y atención especial, por parte de doctores y medicamentos, al no lograr recuperarse de cáncer en el cerebro. Llegó el día en que falleció. Una de las tías nos llevó a Martín, a Chela y a mí al velorio. Mi mamá, al vernos llorando, nos dijo que se fue y que ya no lo veríamos más. Me sentaron, y ya estando sentada fue cuando vi a mi padre en el féretro, sólo lo miré por unos instantes breves y vi que los que me rodeaban lloraban amargamente. Internamente me reprimí, no quise pensar ni escuchar, y fue generándose en mí una sensación de soledad, únicamente me veía a mí misma 270 sentada en actitud robotizada; reaccionaba sólo si se dirigían a mí. Estos acontecimientos quedaron grabados en mi mente pero nunca incluí ningún sentimiento. Al ser introvertida y callada ocasioné, que al pasar el tiempo, mis hermanos me llamaran “la silenciosa” o “la momia”, situación que acepté y a la que me acostumbré. En conversaciones siempre fui breve y directa. Nunca expresé mis emociones. La pérdida de mi padre la logré superar ya de adulta, estando casada. De repente me invitaron a estudiar Reiki y acepté entrar al curso de primer nivel. Al finalizarlo me dijeron que yo misma me lo aplicara para superar cualquier complicación que tuviera mentalmente. Al empezar el ejercicio sentí la presencia de un hombre a mi lado derecho, lo vi de espalda, empezó a voltear la cabeza, al quedar de lado lo reconocí, era mi padre, y negándome a creer que era él, cuando termino de girar quedando de frente, confirmé lo que me negaba a creer. Mi ritmo cardiaco era tranquilo, de repente sentí una lágrima que me recorrió mi rostro y terminó por caer. Después de eso empecé mentalmente a decir “¡papá!”, después de decirlo por segunda vez salió de mis labios en la tercera ocasión y sin quitarle la mirada observé una sonrisa a la que contesté de la misma forma y mis labios se abrieron para decirle gracias. Respiré largo y profundo sintiéndome serena y tranquila; de repente ya no lo vi, solo experimentaba en mi mente y mi cuerpo que estaba dentro de mí, que siempre escucharía mis pensamientos y mis inquietudes. Esta experiencia me dejó una sensación de equilibrio, fortaleza y protección. Cuando terminé el sexto año de primaria, mi madre estaba trabajando y con un horario corrido. En los tres años de secundaria, en mi adolescencia empecé a observar a los chicos, y ellos hacían lo mismo: observar a las más bonitas y de buen cuerpo. Estando en el primer año, a mis compañeras de salón les encantaba los días de kermés. Se animaban a participar en las 271 actividades y sobre todo en la actividad de ser policías y guardianas de la cárcel. También porque a los encarcelados se les permitía salir casándose con alguna pareja. Les gustaba mucho jugar a ser juez, testigos de actas y carceleras. Siempre hacían sus planes para atrapar a los que consideraban enamorados de alguna chica. Cuando ocurrió que a mí me encarcelaran, ya tenían al chico con el que me querían casar. Era un compañero de salón. Estábamos solos los dos en la cárcel. Él no se atrevía a ser el primero en hablar, me miraba a los ojos por pocos segundos y volteaba la mirada. Yo, ansiosa, esperaba pero me ganó la desesperación y tuve que ser yo la que inició una conversación. De manera rápida y directa llegamos al acuerdo de darles el gusto de que nos casaran para poder salir y durar los diez minutos de la mano para que no nos regresaran a la cárcel. Al salir seguimos conversando; aprendí cómo empezar una plática de manera tranquila y también a tener tratos o acuerdos por objetivos o propósitos, con alguien más o en equipo; que debo decir “lo que no me gusta” o preguntar a otros lo que no le guste hacer a cada quien, y coincidir es esto porque en algunos gustos podemos coincidir y en muchos no. Segundo y tercero de secundaria transcurrieron de manera rápida. En la graduación, entre compañeros nos compartimos frases de buenos deseos con firmas entre todos. Después entré a estudiar en una academia de señoritas la carrera de Secretaria Contador. En una conversación con mamá, ella me pidió que estudiara esta técnica, que duraría tres años, con el objetivo de que empezara a trabajar y le ayudara económicamente. En esos tres años obtuve aprendizajes que me ayudaron para desempeñarme en un trabajo de manera eficiente: ser ordenada con todo material de trabajo, tener control de llamadas, libros o papelería, también el manejo de dinero y llevar el registro de entradas y salidas en el manejo monetario, el dominio y rapidez al escribir en la máquina de escribir. Esta materia la disfruté, el libro de mecanografía eran lecturas con mensajes positivos; esto ocurrió ya en tercero. Gracias a esto me ayudó a tener una actitud tenaz, positiva y decidida, fueron la fórmula para llevar una vida armoniosa y 272 tranquila. En mis situaciones difíciles siempre he recurrido a este grandioso libro. Al terminar mis estudios empecé a trabajar y a recibir un sueldo, siempre dándole la mitad a mi madre para ayudarla en los gastos. En este primer negocio en el que trabajé, sólo realizaba pocas actividades. Cierto día, uno de los dueños me dijo que mis servicios ya no eran requeridos. Sin hacer problemas ni discusiones, dejé de laborar en ese negocio en el que duré cinco meses. Esa experiencia me dejó la sensación de que podía asumir cargos con más responsabilidades y la lección de expresar siempre los motivos o razones por lo que no se pueda cumplir órdenes de un jefe. No duré mucho sin trabajar. Mi madre me entregó una dirección y el nombre de una persona. Me entero que se trataba de una empresa en la que solicitaban una secretaria, y sin pensar mucho me arreglé y me presenté con solicitud de empleo. Me pasaron inmediatamente a entrevistarme, ya que terminaron las preguntas me dijo: “Bienvenida, empiezas hoy”. Duré dos meses en un primer puesto de archivista. Después estuve de cajera y posteriormente me pasaron de recepcionista mecanógrafa y atención a cobradores. Duré dos maravillosos años, pero nuevamente ocurrió que llegó el día en que me dijeron que mis servicios ya no eran requeridos. De este trabajo salí con muchas sensaciones agradables: aprendí a convivir entre compañeras, logré hacer una amiga, el desempeñarme de manera provechosa para con los jefes, siempre reporté mis funciones con gusto y satisfacción. Cada experiencia que viví la recuerdo con mucho aprecio y cariño; tuve logros y éxitos, también momentos difíciles y complicados pero me dejaron muchos momentos agradables que guardo dentro de mi mente y mi corazón. Experimentando que algo llegaría a mi vida y sin saber qué sería o hasta cuándo ocurriría, transcurrió un mes en que busqué y también descansé de las rutinas de un trabajo. Estando en casa, de repente recibí una llamada en la que me preguntaron si tenía la disposición de ayudar en un proyecto laboral con la posibilidad de un trabajo fijo pero a largo plazo. 273 Acepté sin preguntar los detalles. Me dijeron el nombre de un arquitecto encargado y una dirección. Ya en la entrevista con el arquitecto, me informó sobre el proyecto que quería implantar. Me presentó con todos los empleados y al mismo tiempo me mostró el lugar; conocí a uno de los tres directores del edificio, a todos los enteré que empezaría a laborar por tiempos cortos en una nueva área en la que quería implantar su proyecto. Quedé sola en el lugar asignado y con las instrucciones que trabajaría por cuatro horas de lunes a viernes. Duré tres meses. Al empezar el cuarto mes, me enteraron del departamento de recursos humanos (al que fui inmediatamente y llené solicitudes específicas y exámenes escritos, después de haber entregado mi documentación) que había sido aceptada mi solicitud y que tendría un sueldo y el beneficio de un servicio médico. Estos acontecimientos me generaron una enorme alegría que proyecté al trabajar con gusto y siempre muy sonriente. Empecé a trabajar y me movieron de lugar y de puesto. Me asignaron al área de archivo, y estando aquí me sentí muy a gusto con mis labores. Al mismo tiempo empecé a conocer a las que tenía de compañeras; con una de ellas inicié una amistad, con las demás me llevaba muy bien. Cierto día, estando en mi hora de comida y en el comedor, llegó un joven que siempre llegaba de visita, y una de mis compañeras me lo presentó. Sin darle tanta importancia a lo ocurrido siguieron transcurriendo los días. Un día, jueves, una compañera de nombre Adriana me invita a ir al cine, me dejó pensando que solamente iríamos las dos, pero me sorprendió que cuando estábamos por irnos llegó el novio de ella, quedé sorprendida y callada, sin decir nada y al verme seria me dijo: “no te preocupes, invité a alguien para que te acompañe”, y a los pocos minutos llegó mi acompañante. Se trataba del mismo chico que me había presentado días atrás en el comedor. No muy conforme nos fuimos al cine, estando ya en la entrada tomaron la decisión de entrar a la función que estuviera a esa hora. 274 Entramos a ver una de terror, situación que me generó molestia, soporté el rato de la película, hasta que salimos fue cuando empezamos a conversar. Duramos un largo rato de charla amena y a partir de entonces empezamos una relación amistosa, que terminó siendo un noviazgo que duró tres largos años. Entre mi madre y mi futura suegra, cada una de ellas, nos ayudaron a tomar la decisión de comprar casa en primer lugar, y así fue, entre los dos dimos los primeros pagos de enganche y pagos al banco. Al año posterior nos casamos por lo civil, 1985. Al año siguiente 1986, ocurrió la boda religiosa y en1987 nos fuimos a vivir a la casa en la que sólo teníamos un colchón para dormir, una parrilla para cocinar, platos y cubiertos. En esta etapa me fascinaba la idea de arreglar la casa al gusto de los dos, cosa que no ocurrió debido a obsequios de muebles usados que terminaba aceptando mi marido. En el año de 1989 yo continuaba trabajando, pero ocurrió que quedé embarazada de una niña que nació al año siguiente en el mes de enero. La etapa de madre la disfruté enormemente, me generó emociones de amor materno viendo su desarrollo en cada etapa. Cuando cumplió cuatro años de vida, me llegó una oportunidad de trabajo temporal, cosa que acepté. Inscribí a mi hija en una guardería y me fui a trabajar de secretaria suplente. Lo estuve haciendo por dos meses. Cuando me pagaron guardé el dinero y días después, platicando con una de mis hermanas, surgió la idea de un viaje, a las dos nos entusiasmó tanto que empezamos a ver opciones de destinos, costos y los días de viaje. Llegó a nosotros la información de viajes a Mazatlán de fin de semana. Nos agradó el costo y comprarnos los boletos para el viaje; a mi hija la llevé también a este paseo que disfrutamos las tres: mi hermana, mi hija y yo. El vernos frente al mar, interminable, con amaneceres preciosos en la playa, descansar, planear platillos de comidas y cenas nos generó el deseo de proponernos nuevamente el viajar. Cuando regresamos de este viaje no dejábamos de platicar de todo lo que vivimos, el estar en un hotel de lujo en un cuarto piso… todo lo ocurrido fue tema de conversación por 275 dos meses entre las tres. Quedamos con el deseo de procurar el volver a viajar pero el tiempo y lo cotidiano de cada día fue minando ese tema. De manera inesperada, cierto día después de que había bañado a mi hija me ocurrió que resbalé con agua y me caí en las escaleras de la casa, al caer sujeté fuertemente a mi niña, la tenía en mis brazos, se me dobló mi pierna izquierda sin darme cuenta, sólo hasta que quedé sin moverme solté a mi niña. El verla bien y sin lastimaduras me reconfortó el alma pero al verme mi cuerpo, me percaté de mi pierna doblada, al estirarla percibí el dolor más terrible nunca antes experimentado, quise gritar pero me contuve al tener a mi pequeña ante mí, después me di cuenta de que la comida en la estufa se estaba quemando, por un momento me desesperé al estar inmovilizada. Empecé a mover la pierna lastimada conteniendo el deseo de gritar por el dolor, logré experimentar cierta posición de mi pie que no me generaba molestia y apoyando las manos en los escalones y con mi pie derecho bajé las escaleras de manera lenta y así fue como llegué frente a la estufa, que apagué para que no se hiciera la humareda en la cocina por la comida quemada. Me fui hasta la sala para hacer una llamada telefónica. A la primera que enteré fue a mi madre para decirle que necesitaba de ayuda, después llamé a mi marido para enterarlo de lo que me ocurrió. Ya que estuvieron en casa mi madre y mi marido, llamaron a una ambulancia que me trasladaría a un hospital para que me atendieran. Los paramédicos me dijeron que tenía fractura: me entablillaron la pierna y después me subieron a la camilla para llevarme a que me atendieran. Primero me sacaron radiografías de la pierna para saber la gravedad de la quebradura. El resultado fue fractura de tibia en varios fragmentos y el peroné. Me programaron la operación para implantarme placa y tornillos para unir las partes destrozadas, después me trasladaron a recuperación de las anestesias. Rato después me encontré en una habitación con la pierna enyesada y envuelta en vendas. A los pocos minutos vi a mi madre y a mi marido conmigo en el cuarto, a la niña no le 276 permitieron entrar pero me envió un hermoso dibujo: un corazón con unos labios pintados con labial, era un beso enviado por mi pequeña. Este accidente fue el primero de varios porque al año siguiente se me dobló el pie y me causé un esguince. En esta ocasión fue mi hermana Chela la que me llevó a un hospital para que me checaran y otra vez me vi enyesada y con vendas en mi pierna izquierda. De esta lastimadura me recuperé en menos tiempo que cuando la fractura, posteriormente fui hospitalizada por una enfermedad que no lograban los doctores saber un diagnóstico preciso. Tardaron una semana en lograr diagnosticarme, fue una infección de anginas junto con polvos que tragué de una atención con un dentista. Las dos cosas juntas me ocasionaron fiebre. En primera instancia me la quitaron con antibióticos administrados por medio de sueros y medicamentos programados en horas específicas. A la semana me encontraba débil, anémica y flaca. Antes de salir me tuvieron que administrar sangre para poder moverme; ya que logré pararme y caminar, aunque lo hice de manera lenta y torpe, me bañé, vestí y peiné yo sola, después de esto me dieron el pase de salida. Me ocurrió que una vez más me lastimé el pie: un esguince nuevamente, y el siguiente motivo por el que fui a parar a un hospital fue por embarazo, en esa situación sí que disfruté cada etapa de la gestación. En el último trimestre se movía mucho la bebé, tardaba en acomodarme de manera relajada por las noches. En una de las consultas, al checarme un ginecólogo con sus manos para sentir a la bebé, sintió que con uno de sus piecitos le empujó una de las manos del médico, éste, sorprendido, exclamó inmediatamente: “¡Me empujó mi mano!”. Fue un momento inolvidable a pesar de que fue poco lo que duró mi bebita; sólo estuvo durante el embarazo. Falleció antes de nacer (los médicos argumentaron varios motivos de su muerte). Las anestesias propiciaron que me durmiera, tuve conciencia ya estando en una habitación. Vi a mi hermana Nelly haciéndome compañía. Ella, al verme consciente, no dijo 277 nada, sólo me observaba. Yo, al recordarme en la operación y que me pusieron anestesia en el cuello, sin permitirme pensar nada más, sólo le pregunté: “¿se fue?”, contestó con un “sí”. Después de su respuesta, empezó a hacerme comentarios. Poco después entró mi marido y mi hermana salió de la habitación, él solo pudo decir: “murió”, empezó a llorar y yo lo abracé amorosamente y le dije en actitud tranquila y serena que tuvimos una bebé, que siempre estaría dentro de nuestro corazón en forma de un precioso ángel. En mi mente y mi cuerpo percibía su esencia cerca. Esta agradable sensación, tibia, amorosa y tierna me dio la tranquilidad de escuchar que compartían el sentimiento de la pérdida por parte de la familia de él. Ya estando en la casa de mi madre, en la recuperación de la operación, intentaron que sacara de mi mente el sentimiento de la pérdida, situación que no me permití ni ante mi madre. Dentro de mi mente aún experimentaba a mi pequeña como si estuviéramos en contacto mentalmente. En el transcurso de los días y semanas, llegó el día en que regresé a mi casa. Ya estando en mi recámara y por las mañanas, fue hasta entonces que dejé salir de mis adentros la tristeza de no haberla visto, de no poder sentir su cuerpecito de bebé. Lloré su pérdida pero de manera inesperada. Siempre empezaba a sentir que no tenía ninguna presión en mi pecho, ni en mi garganta, respirando lenta, profunda y suavemente. Después de limpiarme las lágrimas y estando con los ojos cerrados siempre he logrado ver su rostro sonriente y angelical; me generaba ternura y el deseo de decir te quiero y te amo, muchas veces, me dejaba la sensación de compañía y de que soy escuchada siempre. Pasaron años con rutinas y labores hogareñas que me generaba inconformidad ante la poca ayuda por parte de mi hija y su padre: la casa con fallas eléctricas, goteras, falta de agua caliente, la falta de una lavadora de ropa, con mal dormir por usar un colchón viejo y de resortes que me lastimaban la espalda, más una relación sexual minimizada y decadente. No disfrutaba ni los besos. Él dejó de asearse la boca y eso le 278 produjo un desagradable aliento a fierros oxidados, que yo detestaba. Después de una discusión de índole sexual, me ocurre una caída nuevamente en las escaleras de la casa. En esa ocasión, al verme él que otra vez necesitaría atención médica especial de un traumatólogo, me miró con enojo, y molesto, llamó un taxi para llevarme a consultar. El médico me diagnosticó rotura de tobillo y que necesitaba operación para reubicar articulaciones. El doctor me puso una férula y vendas para inmovilizar el pie. Al salir de la consulta, sin mirarme, me avisó que llamaría a mi madre para enterarla. Me quedé observando a mi marido mientras hacía la llamada, analizando internamente deduje que al enterar a mi madre le diría de tráemela a la casa; experimenté rechazo, sentí que no valía nada para él, que le era una carga de la que se quería deshacer. Me hizo recordar que después de cada uno de mis accidentes y enfermedades se me acercaba sólo para hacerme comentarios de sus problemas y obstáculos que se le presentaban; eran situaciones que me dejaban mucho peor emocionalmente, con resignación le permití humillaciones que me bajaban la autoestima, para él yo era la culpable de sus fracasos. Permití pisoteos, indiferencia, injusticias, rechazos al no ser escuchada, ni incluida. Sentí una gran desilusión y frustración. Sufría tolerando en silencio y callada. De cada uno de los acontecimientos difíciles anteriores, me refugiaba en lecturas de auto-ayuda, me daban la fortaleza ante las situaciones de conflictos internos; me dejaban pensando en olvidar lo malo, aprovechando el aprendizaje que obtenía de todas las situaciones malas y buenas. De la rotura de tobillo me operaron gracias a mi hermana Nelly. Ella pagó la operación y mi marido después le fue pagando como fue pudiendo, muy a su pesar, con enojo y frustración. En mi recuperación vi cómo me evitaban mi hija y su padre. Cuando llegaban de visita actuaban de manera forzada debido a comentarios de mis hermanas, sin ganas me 279 hacían compañía por tiempos muy cortos, incluso frente a mí discutían diciéndose: “te toca a ti cuidarla y atenderla”. A los dos les toleré egoísmos, arrogancias y palabras ofensivas. Al pasar el tiempo, llegó el día en que me sostuve con los dos pies ya sin alambres incrustados ni férulas; pero debido a bajas defensas me enfermé a los dos días después de que ya estaba en mi casa. Yo misma empaqué ropa en una maleta y le dije a mi marido que regresaría con mi madre, que regresaría a casa ya estando con buena salud y así lo hice. Regresé teniendo más conciencia de mis actos y pensamientos. Duré pocos meses en los que les soporté diariamente indiferencia y muchos rechazos. Mi hija, en una conversación, me dijo que si me quería ir que lo hiciera, consciente o inconscientemente me causó un dolor enorme, motivo por el que tomé la decisión de salirme de la casa. No lo hice de manera definitiva, regresaba los fines de semana; al estar con los dos me excluían y relegaban y no era considerada para opinar. Experimenté desvalorización por parte de los dos. Me quité todo resentimiento para con mi hija, perdonándola cuando me acercaba sólo a ella (a su padre dejé de hablarle), le escuché sus sentimientos y su forma de pensar. Muchas veces intentó que yo cambiara mi forma de actuar para con su padre; con tranquilidad siempre la escucho, me acepté mis errores y abandonos que tuve para con ella. Sólo contadas veces conversamos de mis emociones y sentimientos y gracias a estos acercamientos logré quitarme, y también ella, de pesares, agobios y frustraciones. Las conversaciones yo misma las provoqué de manera deliberada para ayudarla a que no se quedara con resentimientos guardados en su mente. En lo referente a su padre, actualmente aún vivo con él. Cada mañana, al observar sus rutinas matutinas, procuro tener una actitud de empatía con tranquilidad y paciencia, sin esperar nada por su parte. Aprendí que el esperar algo me generaba dolor y desesperación; libero mi mente de todo pensamiento negativo y con disposición de disfrutar el día me expreso con libertad, hago comentarios o preguntas breves y directas, he aprendido a ser clara y asertiva en conversaciones ante cualquier dificultad, problema o discusión que intente iniciar. 280 Por las noches regresa con agobios y cansado; he procurado preguntarle: “¿Cómo te fue?” En muchas ocasiones ha contestado con un “bien” y en otras me platica de manera resumida algún conflicto que tuvo en el trayecto del día. En conclusión, llevaba una relación hostil, distanciada y con enemistad. Estas sensaciones me dejaron documentos de divorcio que me entregó en tres ocasiones. Aparentemente llegamos a acuerdos que no tuvieron seguimientos por su parte, y la separación quedó trunca e inconclusa. En ese tiempo, dentro de mi mente me sentí como un barco a la deriva: sin timón, presa de vientos huracanados, olas enormes de emociones que no podía controlar. Me sentí presa fácil de acechanzas que se me pudieran presentar; sintiéndome sola en la inmensidad de un mar embravecido, vivía una realidad en la que luchaba por que cambiaran mis situaciones pero por dentro experimenté un ancla que me impedía salir de esas tormentas internas. De manera inesperada llegó a mí el número telefónico y el nombre de una mujer que daba terapias alternativas especializadas, pedí la cita y ya estando ante ella me dio la terapia y después de varias preguntas terminó la sesión. Al salir, gracias a lo que me hizo, percibí la fuerza interna y el deseo de mirar a ojos abiertos todo lo que llegara a mí. En mi mente había desaparecido toda tormenta. Sentí que mi corazón palpitaba con más fuerza y dejé de sentirlo débil, y sobre sentí todo la armonía y disposición de formarme mi propia vida como yo la quisiera. Transcurrió el tiempo y me llegó la oportunidad de trabajar como secretaria suplente en unas oficinas. Al aceptar, empecé a generarme cambios que me beneficiaron en lo personal y lo monetario. Entré a un curso de herbolaria y empecé a elaborar tinturas, jabones, preparados de yerbas con licor y jarabes. A partir de entonces he vendido tinturas de propóleos, esto me he generado un ingreso de dinero que he aprovechado en mi beneficio. A los pocos meses logré tener una nueva amiga y gracias a ella me informó de un curso llamado “El Guión de mi Vida”. 281 Empecé a propiciar los cambios necesarios para encontrarme a mí misma, a saber que soy una persona que tengo conciencia para conocer mis necesidades y gustos, que me puedo expresar con libertad, que tengo la responsabilidad para con mis pensamientos, mis actos y mis decisiones, que debo cuidarme y amarme primero a mí misma, que no debo criticar, ni juzgar a nadie sin antes hacerlo con mi propia persona, que puedo perdonar a otros y perdonarme yo misma, y que debido a mi propia indecisión e inconsciencia no podía ser leal, ni tener el valor para darme lo que me corresponde por derecho divino; estas dos virtudes son las que considero que me han ayudado a sentir que tengo el poder para lograr cambios, propósitos y proyectos. Después de este curso entré a un diplomado titulado “Tejiendo mi Vida” que duraría un año y medio, allí empecé aprendiendo a valorarme, quitándome cautiverios autoimpuestos por sociedad y familia, estableciendo límites propios, a tener acuerdos y contratos, diciendo lo que no me gusta, buscando el ser que soy, aceptando que siempre estoy en un proceso de crecimiento, que decido mi propio destino construyéndolo, siendo autora, agente y actriz de mi propia vida, tomando siempre en cuenta las soluciones de problemas, generándome resultados positivos; me he quitado angustias con la esperanza y con la alegría, éstas las considero la fruta natural que me han dado la salud en el alma. Cada día procuro limpiarme siempre las impurezas del rencor para reflejar con mi mirada la alegría y la fortaleza. También descubrí mis potencialidades: tengo la capacidad de escuchar con empatía todo tipo de problemáticas, comparto de mi tranquilidad para superar pérdidas, puedo superar momentos de enfermedad sin la necesidad de palabras de terceras personas. Otra oportunidad me llegó de estudiar yoga. Tomé un curso por ocho meses y logré ser instructora. En el proceso superé miedos que me impedían socializar y asumir cargos como maestra de yoga. Logré sacar el poder de dar órdenes sin ser autoritaria, descubrí que puedo influenciar a otros con mi serenidad y paciencia. Logré enamorarme de mí misma viéndome al espejo desde otra perspectiva. En mis hallazgos me encontré que soy femenina, exquisita, sencilla y 282 fuerte, que tengo la disposición para actuar y que sólo a mí misma ilumino cuando magnifico mi vida, que tengo la simpatía y la alegría para compartir con las personas que me rodean procurándoles un poco de paz y tranquilidad. A lo largo del diplomado me han ayudado a verme como una mujer en desarrollo, a hablar en primera persona, a escuchar sin hacer juicios como testigo, respetuosa, a acompañar con empatía, a ser responsable de lo que hablo y escucho. Aprendí que todas y cada una somos iguales y cuidamos nuestra confidencialidad, a ver y aceptar mis negatividades pero dejándolas salir, a no anclarme en sentimientos que enferman, los cuales solo debo experimentar y dejar ir. He aprendido que el mundo externo es la imagen del mundo interno, que yo misma tengo las armas para resolver mi vida, mi salud, mi economía, que todo surge a partir del amor propio y no de las heridas del pasado. Aprendí la fórmula del crecimiento y es gracias a la intención (pasión), el esfuerzo (físico) y sabiendo esperar la intervención divina (las personas, teléfonos, publicidad…) para que se acomode todo a mi favor; he ido teniendo la claridad (lo que quiero, cuándo y cómo, siendo específica) con la integridad de no mentirme a mí misma; sabiendo pedir (visualizándome en tercera dimensión y a colores), siempre en positivo. Agradeciendo desde el principio, sintiendo que ya está dado y que de alguna forma pagaré dando mi contribución con alegría. Así he logrado experimentar la felicidad: he aprendido que este sentimiento no debo posponerlo hasta el final del camino porque no sé cuándo llegará ese fin, y mientras no llegue, disfrutaré apreciando todo lo que vivo, incluyendo todo tipo de climas que serán parte de mi andar sintiendo la confianza y la determinación con pasos firmes y continuos. Doy las gracias por este grandioso regalo que llamaron “Tejiendo mi Vida”. Lo considero el milagro junto con las maravillas que nunca han cesado: el darme la actitud y el carácter, muchas alegrías en la convivencia con mis compañeras y amigas, incluyendo a las facilitadoras, con las 283 que he tenido momentos inolvidables que me han hecho sentir una juventud eterna, una riqueza única, una salud radiante, un amor infinito y la grandiosa sensación de sentirme viva, sana, próspera y feliz. 284 Una vida de trabajo - Águila guerrera Cuando me decidí a tomar este diplomado lo hice con la inquietud de aprender a escribir pero no imaginé que iba a escribir mi propia historia. Nací en Monterrey, Nuevo León, en el mes de julio de 1951, en esta bella ciudad que he visto crecer junto con su gente en muchos aspectos. Soy la mayor de ocho hijos de unos padres jóvenes pero responsables. Mi infancia transcurrió en un Monterrey tranquilo donde se podía jugar en la calle o en los patios, que eran muy grandes: a los encantados, a la matatena, al béisbol, a disfrazarnos con la ropa de nuestros papás… Hice la primaria en el colegio Breves, en la escuela Ignacio Morones Prieto y la escuela Revolución. De cada una de ellas guardo bonitos recuerdos. Cuando quise ingresar a la secundaria, mi papá se negó a que fuera pues dijo que después quién le iba a ayudar a mi mamá con el quehacer de la casa y los niños; como siempre, se hacía lo que él decía. No importó que yo le rogara pues nomás no fui, pero eso no impidió que yo leyera todo lo que se ponía a mi alcance. Vi cómo llegaban mis hermanos y yo siempre ayudando a mi mamá, pues mi abuela materna había muerto muy joven y mi otra abuela tenía que trabajar porque había quedado viuda y con sus hijos muy jóvenes. A los diez años, más o menos, yo hacía de comer sopa, frijoles y algún guisado, subida en un cajón de madera. Jugaba y hacía las tareas siempre cuidando a alguno de mis hermanos; brincaba a la cuerda con mi hermano en brazos con mucho cuidado pues si algo le pasaba me las veía con mi papá cuando él llegaba del trabajo. Cuando llegó el último de mis hermanos, mi mamá se enfermó de preclampsia, le daba mucha temperatura y no se podía levantar, entonces yo hacía el biberón. Una vez, quizá por el sueño que tenía, preparé el biberón con la botella mal enjuagada y le dio mucha diarrea, motivo por el cual lo tuvieron que hospitalizar, así que mi mamá se quedaba en el hospital con el bebé y yo con el resto de mis hermanos a cuidarlos. Cuando finalmente el bebé se recuperó, volvimos a nuestra vida normal, pero más o menos un año después, le 285 detectaron a mi mamá cáncer en la matriz (tendría yo catorce años), y la tuvieron que operar para quitársela. Estuvo en el hospital más de un mes y tardó mucho para recuperarse, pues me imagino que debe haber tenido una depresión nerviosa por no poder vernos. Mi papá nos formaba enfrente del hospital para que, aunque fuera de lejos y por la ventana, nos viera mi mamá. Cuando por fin salió del hospital, ella pesaba 35 kilos. Yo la bañaba y la arropaba pues tenía mucho frío; le daba de comer en la boca porque no tenía fuerzas para hacerlo. Afortunadamente, ya en casa se recuperó más rápido y volvimos a nuestra vida de siempre. Cuando se acercaba la fecha de mis quince años, mis papás me organizaron una fiesta muy bonita con lo que pudieron y la disfruté mucho. Todavía recuerdo cuando bailé mi primer vals con mi papá; yo lo veía muy guapo pues tenía 33 años. Cumplidos los quince, le pedí a mi papá que me diera permiso de trabajar y conseguí hacerlo en una fábrica de juguetes; era obrera en ese lugar y me desenvolví muy bien y con mucho empeño llegué a ser jefe del departamento de empaques. Me acuerdo que las cajas de empaque eran muy grandes y se apilaban en la bodega antes de salir y no alcanzaba a poner las etiquetas, entonces me subía en el bote de pegamento para alcanzar a ponerlas. Cuando el dueño de la fábrica me propuso el puesto, yo le dije que no sabía escribir a máquina, entonces contrataron a una señorita para auxiliarme con esos detalles. Con su ayuda, enviaba pedidos foráneos, atendía clientes de mayoreo, me mandaban a recoger la nómina al banco y algunas cosas más. La fábrica creció y contrataron a un joven como gerente de ese departamento, pero éste empezó a acosarme sexualmente y decidí renunciar. El dueño no quería que me fuera, sin embargo no me atreví a decirle el motivo real, mucho menos a mi papá. Le dije a mi mamá y me aconsejó que me buscara otro trabajo. Pronto me acomodé de recepcionista en una clínica y después me pasé a una papelería, lugar donde también me fue muy bien, pero a veces salíamos muy tarde y a mi papá no le pareció, aunque el gerente le propuso mandarme en taxi, no quiso. 286 Entonces empecé a comprar retazos en Manchester y de lunes a viernes confeccionaba camisas y vestidos de niños y vendía los sábados y domingos. Volvieron a operar a mi mamá y dejé de trabajar para cuidarlos a todos otra vez; por ese tiempo empezaron los problemas con mis hermanos varones pues estaban en plena adolescencia y no iban a la secundaria; mi papá trabajaba hasta tarde y los castigaba, pero mi mamá les levantaba el castigo, y cuando llegaba papá me preguntaba si se habían respetado sus órdenes. Yo no sabía qué hacer pues me traían como pelota entre los dos, entonces, cuando mamá estuvo bien, después de una discusión por mis hermanos, yo recogí mis cosas y me fui de la casa. Mi mamá me pedía por favor que no me fuera, pero yo veía que no estaba viviendo de acuerdo a mi edad y me fui a vivir con mi abuela paterna, quien aún tenía un hijo soltero en la casa. Ese mismo día, en la noche, se armó una discusión muy fuerte porque mi papá era muy duro y no iba a permitir que me quedara, pero mi abuela y mi tío lo convencieron de que me dejara vivir con ellos pues no me había ido con algún muchacho; y enseguida me puse a trabajar. En esos días que me mandaron, ahora sí, por la leche y el pan, conocí a quien ha sido el amor de mi vida. Él tenía un pequeño negocio de abarrotes y empezamos nuestro noviazgo con la ayuda de unas amigas de él, quienes me ayudaban a sacar permiso para salir. Al cabo del tiempo, él me dijo que no quería andar a las escondidas pues nos sobresaltábamos cuando aparecía algún carro y teníamos miedo de que nos sorprendieran, sobre todo de noche, y decidió enfrentar a mi tío y a mi papá para pedir permiso de salir juntos. Mis demás tíos empezaron a protestar, decían que él era muy joven y nomás me iba a quitar el tiempo y, según ellos, yo ya tenía edad de casarme. Yo, ciega, sorda y enamorada hacía caso omiso de lo que decían y continuamos nuestro noviazgo. Creo que fue mi etapa de juventud más feliz. Por ese tiempo, mis padres empezaron a viajar buscando un ascenso en el trabajo de mi papá y dos veces hicieron el intento de que me 287 fuera con ellos, pero me resistí ayudada por mi abuela. A raíz de que tuvieron problemas con dos de mis hermanos, me dijeron que me tenía que ir con ellos (en ese tiempo residían en el estado de Durango). Fue tanta su insistencia que mi novio me propuso matrimonio para que no me pudieran llevar y les dijo a sus papás que si me iban a pedir, pero mi suegra no quería porque él estaba muy joven, tenía veinte años, entonces mi suegro lo apoyó y fue a pedirme. Tal vez mi suegra tenía miedo de que no cumpliera con semejante responsabilidad, además de que era el más pequeño de sus hijos. Hoy que soy mayor, la comprendo más. Como podrán apreciar, se puede decir que mi juventud fue muy breve y sin permisos; para nada me sentía feliz de tener novio y no poder salir con él. Mientras fui soltera, no iba a ningún baile que no fuera una fiesta familiar, y si era de noche iba acompañada de mis papás o de alguna hermana casada de mi novio. Fue entonces que empezamos a hacer planes de boda y a tomar acuerdos porque yo no quería tener muchos hijos. Me dijo que él siempre iba a ser más que yo y creo que no debí de haber aceptado pues al paso del tiempo me ha pesado mucho esa decisión. Nos casamos un día lluvioso, de esos que se dejan sentir en Monterrey, un 16 de junio de 1972. Fue tanta el agua que por poco no llegamos a la recepción pues el carro donde íbamos se inundó. Hoy que lo recuerdo me parece muy chusco porque el carro se llenó de cucarachas por causa de la lluvia. Yo me subí al asiento muy asustada pero mi esposo me calmó y por fin llegamos. Me gustaría decir que nos casamos con nuestros propios recursos y ayudados por nuestras respectivas familias. Fue una boda bonita y empezamos nuestra vida en común, muy felices de estar juntos y sin restricciones. Me acuerdo que él me invitaba a cenar y constantemente yo veía el reloj y le decía a mi esposo ya vámonos y él decía “¿por qué?, si ya nadie te regaña”. Pronto dimos señales de ser papás y mi esposo no lo podía creer. Decía eso: que él no podía creer que fuéramos capaces 288 de concebir tan pronto. Él empezó a trabajar más. Era cajero en un restaurant-bar donde inició de lavaplatos y llegó a ser el encargado. Pidió la oportunidad de trabajar de mesero de medio turno y con las propinas hicimos un ahorro para la llegada de nuestro hijo. Cabe mencionar que yo continuaba aportando algo con la venta de la ropa que hacía y vendía. Cuando ya no pude coser, seguí vendiendo por catálogo algunas cosas. Cuando nació nuestro hijo, empecé a tener problemas con la dueña de la casa que rentábamos porque me quería limitar el uso del agua, pero con lavar los pañales y las camisas blancas de mi esposo, era materialmente imposible. Entonces le sugerí a mi esposo que compráramos un terreno para hacer una casa. Él decía que no nos alcanzaba para mucho, pero yo insistí y lo compramos. Así transcurrieron más o menos dos años pero mis suegros y mi cuñado nos dijeron que nos compraban la casa y que con eso diéramos un enganche en otra parte, tal vez estaban preocupados por la falta de los servicios más elementales porque tenía que acarrear el agua de una llave colectiva y no había luz eléctrica. Además mi esposo llegaba muy tarde porque trabajaba un turno y medio y yo siempre estaba con miedo de que lo asaltaran pues la colonia está pegada a un barrio bravo. Total que aceptamos y nos cambiamos a un fraccionamiento con casi todos los servicios. Me acuerdo que me sentía como hueso en olla de vagabundo porque la casa era grande y yo tenía pocos muebles, y ahí empezamos con nuestro primer negocio establecido (con un préstamo que al cabo de un tiempo pagamos). Casi al mismo tiempo, con todo y anticonceptivos, me embaracé de mi única hija. Fue algo que me tomó de sorpresa porque no estaba en mis planes, pero hoy doy gracias a Dios por haberla puesto en mi vida. En ese tiempo le ofrecieron a mi esposo un negocio de cantina y renunció a su trabajo para atenderlo; desafortunadamente lo único que nos dejó fue una amarga experiencia. Afortunadamente logró venderlo y liquidar las deudas; así sin trabajo y con dos niños de pañales y leche, nuevamente con un préstamo de mis suegros compró un 289 „vocho‟ y se fue a vender ropa en abonos de la tienda que teníamos a un municipio cercano. Iba y venía a diario pero un día vio un local en la cabecera municipal y me propuso que nos fuéramos a vivir a allí, ya que había pocas tiendas y estaba por abrir una fuente de trabajo en otro municipio cercano. Obviamente yo no quería pero él me decía que casi no veía a los niños, y acepté. Nos fuimos a ese lugar con muchas ganas de trabajar y prosperar. Primero estuvimos en un local chiquito y después de un tiempo nos cambiamos a un local más grande, y con la ayuda de créditos de algunas fábricas ampliamos el negocio. Cuando llegamos al pueblito rentamos una casa al lado de donde vivía una mujer de la vida galante; y como ella no podía tener hijos la agarró conmigo y con mis hijos (en ese entonces ellos tenían cuatro y un año). Hablamos de nuestro problema con el dueño de la casa que nos rentaba porque la señora molestaba a mis hijos por la reja de la casa, al grado que me los bañaba con agua sucia, y como yo tenía que salir a atender el negocio los encargaba con una joven que me ayudaba con ellos, pero me preocupaba mucho dejarlos, así que le dijimos al dueño que dejaríamos la casa. Cabe decir que nunca llegué a reclamarle nada a esta mujer pues no quería tener un altercado con ella (su vocabulario era muy florido); lo que hacía era tener a los niños dentro de la casa. Entonces el rentero nos propuso que cambiáramos la casa con la policía rural. El cambio me facilitó la vida pues esa casa estaba a media cuadra del negocio y así los de la rural salieron por una puerta y nosotros entramos por otra. Salimos beneficiados tanto el dueño como nosotros pues esa inquilina era de por sí problemática, pero con la policía a un lado todo se arregló. Afortunadamente cuando nos cambiamos al local grande, éste contaba con casa en el segundo piso y así yo trabajaba y estaba al pendiente de mis hijos, pues mi esposo seguía vendiendo en las colonias mientras el negocio se acreditaba. Así pasó un tiempo y yo tenía muchos problemas con los anticonceptivos y le propuse a mi marido que tuviéramos un hijo más. Él me dijo que no porque en el embarazo de la niña tuve varias amenazas de aborto y él decía que ya teníamos la 290 parejita. Le insistí y le dije que aprovecharía para operarme y lo convencí, después nos fuimos solos a cenar a un restorán de lujo y pedimos una botella de vino para cenar, y después de cenar hicimos la tarea. Enseguida me embaracé (lo pedimos para nuestro aniversario con cuentas hechas y todo, pero todo es cuando Dios dice y se adelantó un mes completo). Felizmente llegó muy bien e igualito a su papá, como yo lo había pedido. Así pasaron diez años en ese lugar y en ese tiempo falleció mi suegro; los hermanos decidieron vender la casa que tenían mis suegros porque mi suegra estaba postrada en cama por una embolia que la paralizó de medio cuerpo (era una buena mujer, muy trabajadora y buena suegra, pues el poco tiempo que conviví con ella me enseñó a cocinar muy sabroso, y mi suegro también fue un ser muy especial: tenía muy buen carácter y una plática muy amena). Total, que le digo a mi esposo que si me compraba la casa de mis suegros y que nos regresáramos a Monterrey pues el negocio nos mantenía pero no sobraba; la casa de Monterrey la habíamos vendido para comprar un terreno que estaba junto al negocio en el cual pagábamos renta (con la esperanza de poder construir algún día, pero éste no llegaba y nuestros niños crecían y sus necesidades también). Él me dijo que con qué dinero y yo le propuse que vendiera el negocio: lo publicó y lo vendió, y de esta manera fue que compramos la casa de mis suegros y nos regresamos a Monterrey. Los primeros días, mi esposo se empleó en un periódico muy importante pero no le gustó y estaba muy sacado de onda. En ese tiempo yo empecé a hacer bollos de leche (había lecherías con leche barata de gobierno y algunas de mis vecinas no querían ir temprano por ella, entonces, ellas me prestaban la tarjeta para que yo la comprara, pues a la tercer falta les quitaban la tarjeta). Vendía muy bien los bollos y entonces a mi esposo se le ocurrió poner una pequeña fábrica de sabalitos: yo los elaboraba con ayuda de mis hijos y él salía a venderlos; también hacíamos chorizo y él lo vendía en las tienditas y yo también me daba un tiempo para vender casa por casa. 291 Un buen día, uno de mis cuñados, a quien quiero mucho pues es de muy buena calidad humana y mi esposo y él se han dado la mano de muy buena manera, le dijo a mi esposo que si quería una plaza en los mercados sobre ruedas vendiendo barbacoa, que si le interesaba él le conseguía lugar así como también le enseñaba a hacer la barbacoa. Mi esposo aceptó y mi cuñado y su esposa nos enseñaron el oficio; pronto aprendimos y nos fue muy bien gracias a Dios. Por esa época yo ya me empezaba a desesperar y decía en mis oraciones: “Dios, no me des pero ponme donde haya”… y me puso (claro que era muy laborioso pues había que madrugar y trabajar muchísimo; solamente el que se ha dedicado a esto lo sabe). Nuestras ventas aumentaron rápidamente y hubo ocasiones en que mi esposo tenía que decirle a la gente de la fila que ya no había producto, entonces las protestas no se hacían esperar conminándonos a que hiciéramos más, pero ya no teníamos capacidad para aumentar la producción. Así estuvimos un tiempo, trabajábamos todos y casi no teníamos vida social porque los días de trabajo eran los fines de semana y no podíamos desvelarnos pues empezábamos a trabajar a las tres de la mañana. Así estuvimos un buen tiempo y un día mi esposo decidió tomar una distribución de productos americanos; yo seguí ayudándolo con los mercados (claro, apoyada por un grupo de gente: puros estudiantes, los cuales algunos llegaron a titularse gracias a Dios y también a su esfuerzo). Me acuerdo cómo trabajaba yo: hacía las compras para el mercado, llevaba a mis hijos a los colegios, preparaba todo lo referente a la venta de la barbacoa, atendía a mi suegra y también a mi suegro cuando se enfermó. No sé cómo hice tantas cosas a la vez, debe haber sido la mano de Dios quien me sostuvo (ahora lo creo). Por ese entonces ya le iba bien a mi esposo en la distribución y le hice ver que trabajábamos mucho y que convivíamos muy poco con nuestros hijos. No conseguía hacerlo entender y como habíamos hecho un trato al casarnos (de que él siempre iba a mandar en nuestro matrimonio) ya no sabía qué hacer, más que llorar a solas pues nunca me gustó 292 quejarme con nadie de lo que me pasaba. Busqué ayuda profesional y fui al Hospital Universitario. Allí me ayudó un siquiatra y me dijo que lo negociara con mi esposo ya que en los negocios siempre hemos sido buenos compañeros, lo manejé de ese modo y me dio resultado. Entonces vendimos el negocio en el que trabajábamos los fines de semana, no sin antes capacitar ampliamente a las personas que lo compraron (un licenciado en administración de empresas y una contadora pública, a quienes les fue muy bien con el negocio y a nosotros como familia también nos fue mejor). Al paso del tiempo, la distribución que manejaba mi esposo creció y él se entusiasmó tanto que empezó a querer crecer más y yo a protestar porque el trabajo lo absorbía mucho y pasaba muy poco tiempo con nosotros pues estaba muy agotado al terminar el día. Yo trataba de convencerlo y me decía que yo no sabía nada de negocios, que mejor no opinara y tuvimos problemas; yo siempre terminaba cediendo por pensar que era su sentido de superación lo que lo impulsaba a trabajar tanto. Por más que le decía que ya no creciera y contrajera más compromisos, no me escuchaba; yo pensaba en una posible devaluación, cosa que sucedió más tarde y nos sumió en la más grande crisis que nos ha tocado sortear: nuestros compromisos eran en dólares. Algunos amigos nuestros se suicidaron, otros acabaron divorciándose. Yo acudí nuevamente a buscar ayuda sicológica pues los acreedores casi me volvían loca. Mi esposo decía que lo íbamos a superar pero no me podía decir cuándo; tuvimos que bajar nuestro nivel de vida y sacar de los colegios a los muchachos (afortunadamente el mayor ya había terminado la carrera). Mi esposo comenzó a viajar para comprar mercancía nacional, y como a un vecino de nosotros que también viajaba lo mataron para robarlo, pues las compras tenían que ser en efectivo, yo me angustiaba mucho cuando salía de viaje. Me quedaba para apoyarlo en el negocio con los pocos empleados que pudimos conservar, nos quedamos sin casa ni carros, él se 293 quedó con mi carro que era el que estaba nuevo y los demás a movernos a como se pudiera. Fueron años muy pesados y mi marido no quería que yo administrara nada, pero un día le dije que me concediera una hora de plática con buena voluntad y que me escuchara con reloj en mano, que no iba a hablar más de una hora. Me escuchó y yo le dije que mientras yo no me quedara cabalmente en su lugar cuando él viajara, no íbamos a salir nunca de nuestra mala situación económica y que el único beneficiado iba a seguir siendo el administrador de su confianza (pues él ya traía carro del año y había comprado un terreno pegado a su casa), que si me dejaba ayudarlo y administrar mientras él no estuviera saldríamos de deudas. Con muchas reservas aceptó y me dijo que en cuanto yo me quisiera sentir más que él se acababa el trato. Y tomé mi lugar, el que siempre debió de haber sido y empezamos a salir de compromisos, y yo transparente pues no debía figurar para nada, debía ser transparente; siempre decía que era la encargada del negocio, situación que de alguna manera me benefició porque pude manejar mejor a los acreedores, ya que nunca dije que era la esposa del dueño. El administrador terminó por renunciar y fuimos prosperando con mucho esfuerzo y nuestra calidad de vida mejoró. Mi hija se casó y llegó al poco tiempo nuestra primera nieta, un rayo de luz con ojos azules y rizos dorados, que nos cambió la vida para bien porque dejamos de trabajar los domingos para disfrutar su compañía. Enseguida se casó otro de nuestros hijos y tuvimos dos nietos más, que junto con otro de nuestra hija se hicieron cuatro, y nos han llenado la vida de gusto, y luego por fin se casó el último; después de un tiempo nos dio otro nieto, con el cual ya son cinco. Cuando por fin recuperamos nuestro patrimonio, yo quise dejar de trabajar porque me sentía muy cansada; él ya había dejado de viajar y me retiré a descansar. Mis clientes se asombraban de cómo me había retirado de un día para otro de trabajar y cuando me los encontraba les decía que quién extraña la mala vida. 294 En ese tiempo mi esposo se enfermó de la tiroides y trabajaba muy frenéticamente a pesar de que mi hija se integró a trabajar con él; y como siempre, los tres hijos nos ayudaron mientras estudiaban pues mi hija contaba con mucha experiencia, la cual se reflejaba en el negocio. Yo no entendía por qué él no dedicaba más tiempo para los dos, pero era su enfermedad lo que lo hacía proceder de esa manera. Un día mi hermana, que es médica, asistió a una fiesta de cumpleaños de mi nieta pues tiene una hija de la misma edad y observó a mi esposo y me sugirió que le dijera que se hiciera unos exámenes de la tiroides; eran tan malos los resultados que el personal de los laboratorios localizaron a mi hermana para informarle y ella y su esposo se trasladaron a nuestra casa para conminarlo a buscar ayuda especializada, para entonces él había perdido treinta kilos sin saber por qué. Él felizmente se atendió a tiempo y las cosas entre los dos mejoraron notablemente. De cualquier manera mis hijos me decían que hiciera algo más, algo que me gustara. Llegué a molestarme pues nunca he sido demandante de su tiempo ni sufrí tampoco el síndrome del nido vacío, pero me decían que no todo era limpiar y cocinar en una mujer como yo. Un buen día leí en el periódico sobre esta Asociación Tejedoras de Cambios, que invitaba a las mujeres maduras a aprender a escribir. ¡Bendito día! Ya que a través de las enseñanzas de la señora Cristina Giredongo y de la licenciada Dariela Dávila -en el taller "El guión de mi vida” y luego en el diplomado- cambié muchos de mi puntos de vista acerca de usos y costumbres que yo creía que estaban bien y reclamé mi lugar en la vida con mucha dignidad, pues considero mi aportación a mi familia y a la sociedad como importante. Gracias a mi esfuerzo, hoy mis hijos tienen trabajo en nuestros negocios y dan buena calidad de vida a sus familias. Espero seguir cultivando mi vida con tan valiosas enseñanzas. A través de ellas hoy me siento plena en todos los sentidos. Quiero dar las gracias a mis compañeras de “El guión de mi vida” y del Diplomado por sus valiosas aportaciones, que quizá en su momento me desconcertaron pero me servirán el resto de mi vida: a mí en lo personal y por ende al mundo que me 295 rodea. ¡Muchas gracias! Y no debo dejar de agradecer a la licenciada Patricia Basave por su gran esfuerzo en favor de las mujeres maduras. ¿Cómo se mide la vida? ¿En risas, en verdades aprendidas? ¿En lágrimas derramadas? Y aquí me pregunto yo: ¿En pronunciados “te amo”, en éxitos acumulados, en dinero gastado o atesorado, en besos no dados o en silencios forzados? ¿Cómo mide cada quien su vida? Insisto, reitero, me obsesiono y vuelvo a decirme: no me atrevo a dar consejos, no tengo una tremenda claridad sobre lo que hay qué hacer, sentir o pensar para que valga la pena vivirla, sólo se me ocurren algunas etapas que me han conmovido a lo largo de mi vida personal y laboral, y aquí sigo con una vida interesante, amorosa, divertida y entrañable, parte de la cual les he compartido. Amorosamente, Águila guerrera. 296 Yo soy - Inti Tanto tiempo que tuve que esperar para llegar a este momento; minutos invertidos para buscar las palabras adecuadas para empezar a transformar las heridas y convertirlas en compartires, en aventuras y en conquistas. Yo quiero escribir acerca de mi auto-descubrimiento, el encuentro con la Inti original, no la que por años ha aparentado ser. Quiero escribir de mis sentimientos, emociones, carencias, logros, miedos superados y los que todavía no conozco; de lo que he vivido desde que me di cuenta que tenía derecho a muchas cosas; desde que tuve que hacer cambios y arriesgar a conocerme para poder vivir y ayudar a los que más quiero. Este es un legado para mis padres, para mi hijo y para todas las mujeres que como yo, creemos que vivimos y pretendemos que sabemos pero que no nos encontramos… Había pensado que sería únicamente para mi hijo, para que conociera a su madre; a la mujer que yo soy, pero más bien, es un regalo a mí misma: es como un trofeo por haber conquistado los territorios más profundos de mi ser, por haber combatido con los monstruos, gigantes, dragones y arañas que salían y que siguen saliendo con cada temblor de mis recuerdos y pensamientos. Este escrito es mi medalla de oro, es un reconocimiento a mi valentía: por qué no decirlo, sin llegar a la soberbia; tengo que aceptar, que así, con humildad, es cómo fue posible que yo empezara a transformarme. Esa fue la única manera para comenzar a andar por el camino del crecimiento personal: presentándome indefensa, desnuda, mostrando mis heridas a mis compañeras de viaje... Aceptándome como un ser que no puede caminar solo, que no puede desenredar las madejas de los pensamientos por sí misma, pero con un corazón abierto y desesperadamente hambriento de respuestas a preguntas que ni siquiera sabía que existían. Cabe aclarar que el inicio de esta travesía no fue voluntario. Yo estaba muy cómoda, como lo estamos muchas mujeres que empiezan los 40, apoltronada en el sillón de la indiferencia, espantando las moscas de la apatía y la negación, tomando una 297 deliciosa taza de conformismo y cubierta con mi mantita de seguridad: mi hermosa máscara de “¡Yo Soy Feliz!” ¡Qué ironía... y el mundo cayéndose alrededor! Sea pues, volveré a abrir mi corazón y compartiré con ustedes mis heridas, mis sueños, mis triunfos y sobre todo mi amor, el amor tan grande que hoy le tengo a la vida, a mi familia, a mis amigos, a mi entorno y sobre todo a mi Dios. El muégano De repente sin ninguna señal (bueno, eso era lo que yo creía en ese momento), sin ningún aviso, sin que nadie me gritara: “¡Eh, Inti, cuidado, te caes!”, se abre el piso sobre el cual estaba tan plácidamente acomodada y caigo, sin tener ningún borde del cual agarrarme, golpeándome contra unas paredes de incredulidad, queriendo cerrar y abrir los ojos para que todo volviera al “supuesto orden”... Y, pues sí, desperté al inicio de mi realidad de una forma que no me imaginaba: a través del dolor, de lo que más he amado: mi hijo. Pero yo no sabía lo que estaba empezando ahí en ese momento, ni siquiera pensaba, dormía o sentía, sólo actuaba por instinto. Ese instinto de madre, de proteger con uñas y dientes a lo más hermoso que me ha pasado en la vida, mi pequeño. ¿Para dónde corro? ¿A quién le grito que me ayude? ¿Quién me abraza? ¿Con quién me desahogo? ¡Silencio total! ¿Qué le dices a una mamá que está sumida en el mar de las culpas y que no deja de escuchar en su cabeza: “¡Por tu culpa, por tu culpa, por tu grande culpa!? ¡Mi niño se está hundiendo! ¡Se está matando!”. Me estaba gritando: “¡Mami, ayúdame!”. Tenía que hacer algo... pero ¿cómo? Recordé entonces a uno de mis ángeles de la guarda, por la cual estoy siendo parte de este hermoso proyecto de Tejedoras, Paty Basave. Durante nuestras pequeñas pláticas en el gimnasio donde yo era su instructora, teníamos tiempo de compartir. Ella me hablaba de su proyecto de Tejedoras y yo de mis miedos y problemas, a los cuales no les hallaba pies ni cabeza, y con sus palabras y consejos siempre oportunos, me alentaba a que buscara apoyo psicológico o a que fuera a los grupos de autoayuda, pero nunca hice caso en ese momento en que ella me lo aconsejaba. 298 Por mi parte, siempre le decía que qué padre proyecto el que tenía, que me encantaría participar en algo así, pero cómo hacerlo si yo estaba hasta las manitas de problemas, como dicen por ahí: no era tu tiempo, Inti. Aquí se empieza a tejer esa maraña de dioscidencias, como le llamo yo: corrí a buscar a mi cajón un folleto de Expo Ayuda, que todavía no puedo recordar cómo fue que llegó a mis manos, lo único que recuerdo es que allí había leído algo acerca de eso que tanto me insistía Paty, los grupos de autoayuda, y puse manos a la obra para poder ayudar a mi hijo. Llegué por fin, con miedo a lo desconocido, a formar parte de mi primer grupo de apoyo; ahí empezó el destapadero de la cañería… ¡Cuánto mugrero había ahí dentro guardado durante años! Fui ahí, porque tenía la idea errónea de que iban a ayudar a mi hijo. Resulta que no nada más era él quien necesitaba la ayuda, sino que yo también. Mi hijo fue el reflejo de toda esa porquería que guardé por años. Ese silencio, ignorancia, dejadez... Tenía que limpiar, vaciar, sacudir y hasta derrumbar esos muros que había levantado. ¡Uf! “¡Momento, momento, pero yo no estoy mal, yo no necesito nada, yo estoy bien, ayúdenlo a él!”. De qué manera tan cruel nos juega el ego. Para que mi entorno cambiara, tenía que asumir mi responsabilidad primero... pero yo no quería, no aceptaba. Negación y más negación. Palabras nuevas que empecé a escuchar continuamente: violencia, codependencia, adicción, enfermedad, maltrato… ¿Qué era eso? Eso yo no lo conocía. “¡En mi familia siempre ha existido la felicidad, todos nos queremos!”. Ok. Me divorcié pero ahora soy feliz. ¡Ingenua! o más bien, inconsciente viviendo en un mundo que no era el real, en esa ilusión de querer componer y controlar a todo y a todos. Hija única y mi madre también. Niña mimada y chiflada. No tuve lujos pero no me faltó nada. Mi mundo era de color rosa, bueno, eso creía yo. Qué difícil hacerle entender a mi mente atolondrada que todo lo que estaba pasando era algo fuerte, que tenía que moverme y empecé a desenredar la 299 madeja, a descubrir esos hilos que me llevaban a grandes marañas sin principio ni fin. La supuesta familia feliz, como lo había idealizado en mi cabeza, se empezó a desmoronar. Empezó el escrutinio bajo el microscopio para llegar a conocer esas células que estaban aglutinadas, pegadas una a otra, como las bolitas del muégano, pero en lugar de ser algo dulce y rico al paladar resultaron ser rencores guardados, miedos, iras reprimidas, secretos de familia, abusos, sometimientos e imposiciones, tristeza y frustraciones. Todo lo que yo creía que era felicidad resultó ser un verdadero fiasco: mi familia no resultó ser la familia que yo creía que era... y menos yo. No nada más mi niño estaba enfermo, sino todos nosotros; él era la punta del iceberg de ese montón de circunstancias que durante todo el proceso de sanación de mi hijo, fui reconociendo una por una, agarrando las que me correspondían y no queriendo soltar las que había cargado por tanto tiempo. Época muy dura, recién salía la familia de un cáncer... apenas respirábamos y salió lo otro, y ahora con todo ese revoltijo de hilos completamente amalgamados unos con los otros, quería salir disparada y no regresar, pero no podía. Tenía que enfrentar todo, absolutamente todo. Y lo peor: sola. No estaba sola físicamente, tenía el apoyo económico y quisiera decir moral pero yo no lo sentía. Agradezco mucho que mis padres estuvieran ahí, a su manera, pero yo me sentía completamente sola, nadie hablaba mi idioma, a nadie le podía explicar lo que estaba pasando sin culpar. Era como andar caminando dormida, insensible a todo. Necesitaba con todo mi corazón un abrazo, una palmada en la espalda y que me dijeran: “no pasa nada, todo va salir bien”, pero no había nadie que lo hiciera. Mis gritos eran con la almohada, ahogados en medio del llanto, medio dormía, medio despertaba, y en la mañana tenía que ponerme la máscara para trabajar y darle lo poquito que me quedaba de ánimo a mis alumnas; bailar y demostrar alegría con el corazón destrozado es una pesadilla, pero tenía que cuidar mi trabajo también. Gracias a esto que sé hacer, a 300 esto que me ha apasionado desde niña, que es la danza, nunca me derrumbé completamente en esa época. Ahora veo lo que me mantuvo de pie: el amor de mis alumnas y la música, el moverme aunque no quisiera, el tener una actitud positiva aunque no lo sintiera. Gracias a mis alumnas, que son más que eso, las amo con todo mi corazón porque fueron parte también de mi recuperación. ¡Ouch! Empezar a reconocer que ahí existía un problema no fue tan difícil. Bueno, no había de otra. Estaba entre la espada y la pared y tenía que actuar de forma rápida para salir de eso. Me hablaban de un Poder Superior, que le dejara todo a Él, que solo soltara. ¡Ah, qué fácil! Así yo no tengo que hacer nada. ¡OK! Crecí con una formación religiosa diferente al común denominador de mi entorno, o sea, no crecí en la fe católica. Yo sólo conocía a un Dios temerario, a uno que acusa, señala y castiga. ¿Cómo hablarle a ese Poder Superior si yo solita me estaba acusando y castigando? Cuando me casé a los veinte años, quise ser la esposa ideal y formar la familia que con gran ilusión buscaba y decidí convertirme a la religión de mi futuro esposo, pero fue una conversión por conveniencia, diría yo, no de corazón, por consiguiente desconocía a este nuevo Dios, y mi hijo ahogándose y yo junto con él. ¡Auxilio! ¿A quién recurro? ¡Tengo que hacer algo! Pedirle a Dios que me ayude, pero... ¡No sé! Y empieza la búsqueda: libro de esto, libro de aquello, terapia de esto otro, meditación de allá y acullá, filosofía de fulanito o de zutanito, ciencia o espiritualidad. Preguntaba con una amiga y otra, compartía lo que me estaba pasando con el fin de escuchar alguna palabra de aliento o algún consejo, pero a veces era peor porque era sometida al juicio más vil y pues quedaba más sumida en el fondo de la desesperación, no hallaba la puerta. El consumo de cigarro y alcohol aumentó de una forma considerable. Ahora sé que era la forma de anestesiar mi dolor; 301 pero dentro de mí existía esa inquietud de seguir buscando y enfrentar con todo al monstruo que me atacaba sin piedad. Entonces, empecé a ir a misa los domingos. Me sentaba en la banca de más atrás porque no quería que me vieran llorar desconsoladamente. Iba sola, bueno, tenía ese gran compañero que no me dejaba ni un momento, el dolor: mezcla de desesperación, ignorancia, negación, ansiedad y una cantidad enorme de culpa. Creo que Dios me vio tan urgida que me ayudó de una manera increíble. Yo no sabía orar, mucho menos rezar un rosario, solamente repetía incesantemente “Gracias, Dios” porque lo había leído en un libro. Libro que llegaba a mis manos, lo devoraba y hacía todo lo que ahí decía: novenas, decretos, oraciones de estampitas y demás. Era todo un ritual, aparte escribí en cartelones las frases mágicas que te dicen en los grupos de apoyo que repitas. Así, pues, hice mis mantras y rituales, el “Gracias, Dios” y la preciosa “Oración de la Serenidad”: Dios, dame la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, valor para cambiar las que sí puedo y sabiduría para reconocer la diferencia. ¡Y lo cumplió! En medio de tanto dolor, de tanta confusión, con un Dios que no conocía, pero Él a mí sí. Tuve el valor para poder aguantar los golpes que se lanzaron a un corazón deshecho y que se sentía completamente solo en medio de tanto caos. No me quedé sentada a esperar a ver qué hacía Dios. No. Jamás. Sería muy desagradecida si dijera que yo sola hice todo. No, Dios mandó señales y las vi, y las que no veía las escuché. Puso los medios enfrente de mi cara y los tomé. Me dio las herramientas para salir de todo esto y las usé. Fue un trabajo de dos... y empecé a sentirme acompañada. A pasitos, tropezones y caídas Y que se levanta la piedra y aparece el cucarachero. Con valor, pero aún insensible porque no había tiempo para ponerme así, empecé a matar cucarachos: reconocer el problema de mi hijo y aceptarlo. ¡Cuás! Reconocer que yo soy co-dependiente. ¡Zas! Reconocer que mi familia está enferma. ¡Sopas! Reconocer que he estado enferma por años. ¡Pum! (Esto requirió como cincuenta litros de insecticida). Reconocer 302 que mis relaciones de pareja no habían funcionado por mi enfermedad. ¡Punch! Ese fue directo al knock out. Por ahí he escuchado que cuando empieza algún problema, todo se va como un efecto dominó. Afirmativo. Empezó con el cáncer de seno de mi madre, el problema de mi hijo, mi familia y el rompimiento de la pareja. Esto último era lógico, empezaba el empoderamiento en mí: la valentía y la rebeldía. Al lograr salvar a mi hijo, con todos esos obstáculos en contra y llevarlo a un lugar seguro, gracias a ese valor que Dios logró infundir y a la obediencia de mi parte al llevar a cabo todo, tal cual me habían dicho, paso por paso. Empecé a voltear hacia mí y a aceptar que tenía que hacer los cambios necesarios para evitar que mi hijo enfermara de nuevo. Ya había reconocido mi enfermedad, pero de lejitos. Se miraba muy feo todo eso, pero aquí no había de otra. Tenía que aceptar lo mío y asumir mi responsabilidad... y empezó la transformación. ¡Manos a la obra! Abrí mi mente y mi corazón. Estuve dispuesta a todo lo que me llegaba y creo que Papá Dios me vio con tanta enjundia, que puso en mi camino ángeles para que me guiaran. Llegué a dos excelentes centros de ayuda, con cuotas bastante módicas, pero con excelentes profesionales. El primero fue el lugar generador de la sacudida, el segundo fue donde corrí para sanar mi enfermedad... y muy ingenuamente también quería salvar mi relación. ¡Ajá! En el primer lugar, epicentro del más grande temblor que jamás había experimentado (lo recuerdo y vuelven a mí tantas emociones como si fuera el día de ayer), sólo puedo decir que de aquí aprendí a ser muy valiente, a empezar a soltar aunque todavía con altas dosis de dolor, pero no podía bajar la guardia porque mi hijo dependía de mi fortaleza. Dejé de fumar y el consumo de alcohol disminuyó bastante. Era participante activa de todos los cursos y actividades. Me ayudaron junto con mi hijo a integrar mi vida a la suya y a mi propia vida. Un agradecimiento infinito a cada uno de los profesionales de ese maravilloso lugar. 303 Al terminar el ciclo del primer centro, busqué y encontré este otro donde según yo, ya con mi hijo sano podría empezar a ponerle mano a mi relación de pareja. Completamente convencida que mi relación se podía sanar y que ya estaba yo también estable fui y empezaron otra vez a voltear hacia mí. Ahí me dijeron que lo que yo necesitaba era llevar terapia en grupo de mujeres violentadas... ¡y dale con lo mismo! ¡Bueno, está bien, ya que insisten! Terminé con éxito esta terapia y me di cuenta de que yo estaba en la gloria pero lo más triste es que de doce mujeres que empezamos sólo terminamos cinco; yo fui de las triunfadoras. Un círculo de mujeres con dolor, otro más. Cuántas vivencias, ríos interminables de lágrimas, tantos secretos… No era la única y hasta era la que menos problemas tenía. ¡Y yo que sentía que era la más infeliz del mundo! Muy buena lección para mi protagonismo. En otro de los grupos a los que asistía en esa época, el grupo de autoayuda de los Doce Pasos, recibí mucho amor y fui acogida de una manera que jamás imaginé. Como de la nada sale gente que te apoya y te dice: ánimo, ¡y sin conocerlas! Ellas también eran como yo: madres con dolor. Donde sin dar consejos, solo con platicar nuestras experiencias y reconociendo humildemente que no podíamos solas, avanzábamos paso a pasito, unas rápidamente y otras no tanto. Ahí empecé a escuchar ese término de: “hablar en primera persona”. What? Me corregían a cada rato, me la pasaba hablando de los otros. Increíblemente me era imposible hablar en primera persona, era como si yo no existiera, solo los demás. Hasta que poco a poco fui poniendo atención a lo que salía de mi boca. Gracias por darme ese valor para cambiar. Por esas fechas llega también la oportunidad del Guión de mi Vida, el cual empecé con mucha fuerza y feliz de poder pertenecer a este tan escuchado y admirado por mí, grupo de Tejedoras de Cambios, pero no lo terminé porque hubo otra sacudida de tapete. Tanto tiempo que esperé para poder tener esa experiencia, pero cayó otra ficha del dominó estrepitosamente: ruptura de la relación de pareja. 304 Imagínense esa época: recién salida de la terapia de grupo de mujeres violentadas, Guión de mi vida y un regalo más (así nombro a todo lo que se presenta en mi vida para mi crecimiento: regalo), el tan nombrado Seminario de Reconstrucción para Gente Divorciada, el famoso curso de los ERRES. Cero y van dos lugares a los que recurría para salvar insistentemente lo que quedaba de relación. Aclaro, no con el padre de mi hijo, hablo del hombre con el que yo quería vivir hasta el último día de mi existencia. Eso fue mágico, en un momento crucial. Era como si lo hubiera planeado todo, como si Alguien insistiera en que tenía que seguir creciendo y conociéndome. Apenas terminaba algo o casi y llegaba otro tipo de curso, seminario o taller. Como si ese Alguien me indicara con múltiples señalamientos hacia dónde dirigirme o qué hacer. Entonces ya se imaginarán, con tanta información me sentía “wonder woman”. Ya había caído y me había levantado. Ahora, según yo, sólo faltaba arreglar esa área de mi vida: la sentimental, más bien la de pareja y pues andaba bastantito elevadita, diría yo. Aquí tengo que hacer un paréntesis y nombrar a todas mis amigas que vivieron conmigo ese proceso, a las cuales les mando un abrazo con todo mi corazón, por haberme aguantado porque, la verdad, no me aguantaba ni yo sola. Continuemos. Efectivamente crecí, reconocí y acepté mi enfermedad. Busqué ayuda y me acepté, pero creo que la mezcla de todo creó un monstruo, ¡jeje!, me empoderé hasta irme a las nubes. “Cuidado, Inti, cuidado” me decía Papá Dios, pero yo no lo escuchaba. “Humildad, no la pierdas, humildad”... y de repente, a la Increíble Mujer Maravilla le fallaron los poderes y vino a caer en picada de forma estrepitosa en medio del más oscuro barranco. El pozo Era como si yo hubiera caído en un trance. Era lo más espantoso que me podría haber pasado... mucho dolor, un dolor interminable. No había salida, no había medicina y corría como loca, desesperada, detrás de todo y de nada. Agarraba valor y 305 medio cerraba una herida pero le ponía limón y chile a otra. Y todo por un hombre... un hombre en el cual deposité todas mis expectativas, al que le entregué, adjudiqué e hice responsable de mi felicidad. ¿Cómo era posible que después de lo que había pasado con mi hijo y conmigo misma, después de que me había levantado de algo tan difícil, con tanto valor y autoestima, estuviera completamente deshecha y aplastada por un hombre? Pst… pst… pst... Error. ¡Otra vez, Inti! ¿No entiendes? ¡No era él, era yo! Y a empezar de nuevo a echar culpas. ¿No había pasado por eso ya? Y vienen unas nuevas palabras a mi vocabulario, como Amor egoico: un amor posesivo, manipulador, exigente, que hace sufrir, que pide pero que no da nada a cambio, un amor con poco sentimiento pero con mucha emoción. “¡No, yo no soy así! ¡No soy egoísta! ¡Soy una mujer muy buena y caritativa, pienso en los demás, pero los demás no piensan en mí! ¿No ven que sufro?” ¿Victimitis? Soy buena para eso Otra vez desde el principio. Volver a escudriñar la mente y el corazón y a encargarme de hacer garras al otro, pues me había fallado. Y yo, inocente. ¡Pobrecita, cómo sufría, pero me veías y hasta te calaba la tristeza hasta los huesos! Este rollo de culpar al otro es tan fácil y me salía tan bien, pero no vivía, todo era oscuro y agobiante. Era como caminar dormida y vivir en una eterna pesadilla. Fueron tres meses que me dediqué a llorar interminablemente, a deambular por todos lados, exponiéndome a situaciones que las recuerdo y me apenan. Peleas con mi psicóloga tratando de convencerla de que yo lloraba y sufría tanto porque lo amaba, porque era el amor de mi vida, y ella a convencerme que eran esas palabras tan detestables, “amor egoico”. ¡Wow! Total, no entendía. Empezaba un nuevo año y seguía con la herida pero al menos con más disposición a salir de esa penumbra. Un pequeño rayo de luz se empezó a ver y pues lo dejé actuar. Fue como si abriera una caja mágica de la cual salieron tres cosas: una nueva relación, el diplomado de Tejedoras y un entrenamiento vivencial, el cual fue de gran ayuda para mi crecimiento espiritual: Vida en Abundancia. 306 Desde ese fondo en que me encontraba, donde seguía gritando y tratando de agarrarme de cualquier cosa para poder salir, tuve oportunidad de empezar a conocerme, a darme cuenta que era hora de aceptar que estaba sola, ya no en el papel de víctima, sino como mi realidad, que lo que yo había planeado para mí, pues ya no existía y que tenía que hacer más cambios, pero ahora sí de otra manera. Entonces abrí por completo mi corazón y volví a decir que sí a todo lo que me llegaba, pero ahora era sólo para mí, ya no me tenía que ocupar de los demás. Más cursos, filosofías de vida, libros, películas, la nueva relación, que hasta a matrimonio iba a llegar. ¡A todo dije sí! Empezaron más descubrimientos, diferentes caminos para el crecimiento. Ya estaban ahí, ya los había visto pero ahora era diferente y a la vez. Tejedoras... escribir... me encantaba y empezó a fluir una nueva manera de escudriñar mis adentros, a la vez que vivía en cuatro meses una de las experiencias más estremecedoras: el entrenamiento de Vida en Abundancia. Otra vez me empoderé pero ahora no lo hice sola, ahora fue con Dios. Fue abrirle mi corazón y decirle que sí a Él, al grado de entregarle mi voluntad pero ahora desde el fondo de mi ser. Él se encargó de seguir reconstruyendo mi vida. Quitó al hombre que pensaba que me podía hacer feliz en un matrimonio. ¡Ajá! Otra vez a punto de volver a depositar mi felicidad en otro. Tan segura estaba que podía tener una vida con él que renuncié de vuelta a Tejedoras (cíclica, la niña) pero sólo por unas sesiones ya que gracias a la llamada oportuna de Dariela, mi extraordinaria facilitadora, regresé. Regresé para confirmar que estaba repitiendo patrones, pero gracias a Dios y reconociendo, escuchando y aceptando los cambios todo se volvió a acomodar a mi favor. Como dicen por ahí: “A Dios rogando pero con el mazo dando”. A partir de aquí empieza la lucha. Ahora no iba a enfrentar ninguna enfermedad ni situación dolorosa, ni podía echar culpas a diestra y siniestra, sino que ahora iban directas, iba a 307 enfrentar a mi peor enemiga, la que me metía las zancadillas para caerme: yo misma. Mi reflejo Y ahí estábamos frente a frente, observando hasta el más mínimo detalle. Ya no había ruido, ya no había distracción. Sólo ella y yo. ¿Qué le digo? ¿Qué le pregunto? ¿Cómo empiezo? ¡Está muy asustada! Nunca habíamos estado solas, más bien nos creíamos acompañadas y nos ignorábamos. ¿Cómo ver dentro de mis ojos? ¿Cómo descubrir ese maravilloso ser que Dios había creado? Y sólo Él fue el que pudo hacerlo. Agarró mi mano y me fue acercando con dulzura hacia mí misma, primero largas pláticas conmigo para que pudiera confiar en que lo que estaba haciendo era seguro, que no pasaba nada. Después, resistencias y luchas porque no me gustaba lo que veía y me tiraba al suelo a hacer los berrinches más infantiles, y Él, paciente, tolerante, amoroso y bondadoso, esperando a que terminara mi rabieta para así, otra vez abrazarme, consolarme y decirme que todo estaba bien, que ella no me iba a lastimar como los demás, que ella me quería conocer y quería que la conociera. Y empezamos a platicar y a acallar los ruidos exteriores, y a limpiar toda la basura que habíamos limpiado cada quien por su lado, y a aceptar nuestra presencia, y a compartir nuestros más profundos anhelos, y a reír, y a llorar, y a consolar nuestros corazones, y a abrazarnos fuertemente. A mostrar nuestras heridas y miserias, a suspirar por esa ilusión, a orar juntas con una fe y amor profundo... y a perdonar. Empezamos a ser amigas sin importar lo que pasara afuera. Empezó la fusión. Empezó la creación de nueva cuenta. Todos los caminos se hicieron uno solo. Todos los pensamientos unificados, los sueños bien planeados y los perdones aceptados. Empiezo a sentir ese bienestar que tanto mencionan y busca mucha gente. Empiezo a sentir todo a la “ene” potencia, pareciera como si me acoplara al mundo y a la vida misma, como si la última pieza del rompecabezas encajara perfectamente. Esa palabra que decían que existía, pero que yo no sabía, la empiezo a conocer. Empiezo a entender un idioma diferente y 308 ahora todo es silencio que arrulla y que me envuelve con suavidad etérea; creo que le dicen felicidad, también le llaman paz, y unos más: amor. ¡Wow! ¿Pues qué me echaron? Todo el mundo se puede estar cayendo pero yo floto. Todo el mundo puede tener miedo pero yo confío. Todo el mundo puede llorar pero yo suspiro. Todo el mundo se puede quejar pero yo anhelo. Y todo el mundo puede opinar pero yo siento, vivo, respiro, sueño, fluyo, existo y agradezco. Formo parte del todo y el todo forma parte de mí. Acepto todo lo que mi Creador ha puesto a mi disposición: lo bueno y lo malo, lo dulce y lo amargo, lo positivo y lo negativo, la luz y la oscuridad. Lo acepto y lo amo como parte del gran tejido de la vida. El mío lo había pensado, perfecto, pero pues no era así. A medida que buscaba la perfección, ésta quedaba en lo contrario. Ahora volteo a verlo y me encanta por su diversidad de texturas, colores y formas. No es el más perfecto, pero lo amo porque es mío y me gusta y quiero lucirlo. Y ahora que estoy en este momento maravilloso de mi vida, en mi presente, en el aquí y el ahora, en esta plenitud, aceptación, renacimiento y en la búsqueda de equilibrar todas mis áreas… y cuando sólo me he dedicado a ser, sentir, vivir, sin esperar nada. Sólo existir. Aparece algo que me mueve las entrañas, que me arrulla y embriaga, aparece algo que ya no esperaba, pues mi tejido ha ido tomando forma, pero, pues es un hilo muy especial que seguiré tejiendo para enriquecer el diseño multicolor que Dios tenía planeado para mí. Lo incorporo y tejo con amor y ternura, ya que éste será el punto que unirá otros más para seguir dando forma a este gran tejido de mi vida. Declaro con fe, que me reconozco como un ser pleno, libre, lleno de amor, que existe, vibra, siente por, con y para las maravillas de mi Creador, mi guía en este camino de la vida. Que agradece, perdona, ama, respeta y que se acepta como el ser maravilloso que Él tenía planeado que yo fuera: Yo soy una mujer fuerte, honesta, grande... y sobre todo, feliz. Para mis compañeras Tejedoras: 309 Expresar tanto en tan poco tiempo: momentos íntimos, enseñanzas dadas con amor, lágrimas que se ruedan sobre el presente, el pasado que se agolpa en cada uno de los pechos de estas grandes mujeres, mis compañeras, mis amigas, mis cómplices, mis hermanas, juntas en este coincidir… se quedan en cada letra, palabra, oración y en cada momento de mi presencia en esta vida. ¡Gracias, las amo! 310 SEMBLANZAS Alicia Calvillo Torres Soy una mujer madura, casada, madre de tres varones, una persona en búsqueda durante mucho tiempo de un espacio para mí misma, y lo encontré en el grupo de Tejedoras de Cambios. Me gusta el servicio a la comunidad y el trabajo social. María Teresa Campos Alanís Tengo 54 años, casada, con dos hijos y tres nietos. Huérfana de padre y madre, me gusta saltar, bailar, y mi esposo me sigue la corriente aunque a él no le guste. 311 Silvia Campos Alanís Cuando hay amor, hay temor. Y cuando hay verdad hay libertad, la verdad trae libertad y paz. Américo Garza Salinas. He pasado por muchas etapas, unas tristes otras muy alegres, como fue el casamiento de mi hijo Adán y Endy. No quería dejar pasar por alto este evento tan importante para mí y para su hermano. Y le doy las gracias a Dios por permitirme estar al lado de mis hijos. Reyna Sonia Carlín Alday Mi agradecimiento a Dios por permitirme la vida. A mis padres, gracias por darme la vida, quererme, cuidarme, protegerme, por los valores inculcados, por la familia, por ser un ejemplo a seguir, gracias. A mis amigas, por su consuelo, su sonrisa, tu abrazo, gracias por coincidir 312 María Elizabeth Chávez Soñamos con viajar a través de todo el mundo. ¿Pero el mundo no se encuentra en cada uno de nosotros? No conocemos la profundidad de nuestro espíritu; el camino secreto se dirige hacia el interior. Novalis Busca y encontrarás, nunca es tarde para empezar. Soy oriunda de Matehuala, S.L.P. Maestra de vocación y ahora con el propósito de buscar y encontrar el sentido de la vida hasta que ésta me marque un alto. Yadira Nojak Chirinos Ocando Nací en Maracaibo, Estado Zulia, Venezuela, por razones familiares nos trasladamos a Caracas siendo muy niña por lo cual me crié en esta ciudad. Y culminé mis estudios en Venezuela. Me encanta bailar, me gusta la lectura, ver una buena película y estar con gente que me aporte cosas positivas a mi vida. 313 Mirella Delgado García Soy una ama de casa, me gusta servir, me siento contenta, muy creativa. Tengo tres hijos y esposo. Soy feliz de que me amo desde que estoy en Tejedoras. Maribel Fonseca Garza Me considero una mujer fuerte, procuro vivir basándome en mis principios y siempre en busca de mi Paz Interior y mi FELICIDAD 314 Ana Bertha Gámez Ramírez Divorciada, tengo un hijo varón, servidora pública, scout, con la misión de dejar el mundo mejor de cómo lo encontré, siempre lista para servir en lo que esté en mis manos. Con la visión firme de continuar evolucionando gradualmente en todos los aspectos. María De Los Ángeles Garza Herrera Nacida en Monterrey .N.L. Soy la tercera de cuatro hermanas, casada, con tres hijos, dos hombres y una mujer (+). Soy ama de casa, tengo cuarenta años y lo más importante para mí es ser feliz, reír, reír, reír y reír. 315 Lucia Guadalupe Garza Rendón (+) Nací el 13 de diciembre de 1957, soy casada, tengo tres hijos. Soy mujer feliz y me encanta servir a los demás y estar en contacto con las personas que quiero. Agradezco a mis compañeras Tejedoras por el lugar que me dieron y por lo que soy. Gracias. Gloria González B. Nací en Juárez, N.L. Tengo 59 años y estoy dedicada a mis hijos y nietos. Agradezco a Tejedoras de Cambios, pues descubrí mis escondites, ahí encontré mis verdades, no tan buenas como yo las veía. 316 María Guadalupe González González Nací el 14 de enero de 1964, mis padres son Rosendo González Garza (+) y María Minerva González M. Tengo 25 años de casada, soy ama de casa y en mis tiempos libres he tomado algunos cursos de desarrollo personal, además estoy en un grupo de la iglesia católica (A.C.T.S.). Martha Patricia González Valero Nací en Monterrey, Nuevo León, la quinta de seis hermanos, felizmente casada con José Luis, un hombre al que he amado durante nuestros 29 años de matrimonio, orgullosamente madre de tres hijos, José Luis, Omar Jesús y Roberto, mis grandes tesoros en la vida, los amo infinitamente. A lo largo de mi carrera he trabajado en diferentes instituciones públicas, y me he seguido preparando. 317 Dora Angélica Guajardo Villarreal En cada parte que estuve, aprendí el trabajo en equipo apreciando las aptitudes de cada persona, me casé, tuve una hija, me otorgó mucha felicidad su crecimiento. Actualmente tengo metas por cumplir en las que siempre incluyo el escuchar y aceptar a los demás, con bromas, risas, conocimientos y convivencia, estoy proyectando toda mi capacidad de tolerancia, serenidad, mi amistad y sobre todo el sentimiento de la felicidad. Norma Esther Leos Gutiérrez Regiomontana, nacida hace 49 años, un 23 de Marzo de 1966, siendo la primogénita y única hija de Gilberto y Hortensia, madre de Arturo, de 25 años, y hermana por convicción de muchas personas maravillosas. ¿Cuál es mi profesión? Trabajar desde el corazón, con mis pies y manos, generando en las personas sensaciones o emociones que todos buscamos en algún momento de nuestro diario vivir: alegría, entusiasmo, paz, bienestar y bien sentir. 318 Carmen Oralia Malacara Carrillo Nací en Monterrey, Nuevo León el 16 de julio de1951, soy y he sido comerciante y ama de casa; casada, madre de tres hijos, dos hombres y una mujer, además abuela de siete nietos. Maricruz Oyervides Gutiérrez Nací en Monterrey, N.L. el 3 de mayo de 1973. Mis padres Alejandro Oyervides Valdez y Ma. de los Ángeles Gutiérrez García. Me casé con Miguel Ángel Vázquez Lutz y tenemos dos hijos: Diego y Emiliano. Ya de adulta hice la preparatoria, siempre me ha interesado el desarrollo personal y las relaciones humanas, he tomado muchos cursos de esta índole para aprender y transmitir lo aprendido a otros. 319 Graciela Rodríguez Jiménez Yo soy una persona vulnerable, sensible, amorosa y sencilla; y tengo una familia especial y elegida, que amo. Estoy en una etapa de mi vida llena de aprendizajes, cambios y renovación, con los cuales desperté a la vida y la felicidad. Tejedoras de Cambios me enseñó a redescubrirme y darle valor a cada cosa y persona de mi entorno. María de Jesús Rosales Alamilla Mujer: practicando mi espiritualidad. Agradecida con Dios por todo lo que soy y lo que no soy. Una mujer libre, empoderada, amorosa y feliz. La serenidad es el control de todas mis emociones desequilibradas. La honestidad conmigo misma me da voz para ser servidora, positiva, trabajadora, emprendedora. Tomo mis retos como oportunidades, dándole vida a todo lo que tengo dentro de mí. Mi gratitud al proyecto de Tejedoras de Cambios, y preparada para ser parte de éste. 320 Dora Luz Toledo Pérez Soy una mujer viajera de ideas, preguntona, cuestionadora de lo “establecido”. Tan inconforme que me estoy cambiando. Capaz de ser en cada encuentro conmigo, algo mejor. Adaptable pero no estática. Construyéndome sobre mis derrumbes. Gabriela Tovar Romero “Si tuviera que comenzar todo de nuevo, trataría por supuesto de evitar tal o cual error, pero en lo fundamental mi vida sería la misma.” León Trotsky Con mis ideales y firmes convicciones, trato y trataré de ser la mejor versión de mí, para darme y compartir paz y amor siempre. 321 María de Jesús Treviño Vega Soy una mujer: con todo lo que eso significa. Una eterna aprendiz. Soy madre de tres hermosas personas, de las cuales estoy orgullosa. Intentando ser y dar lo mejor. Delia Aiza Weber Arias Soy una mujer inteligente y solidaria. Me gusta dar voz a los que nadie quiere escuchar. Amo a la gente y sus historias. Amo ver cómo se transforman en una escucha sin juicios. Mi pasión: la justicia. Mi hija: el amor incondicional. 322