tejedoras de vida en pdf

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TEJEDORAS
DE VIDA
2015
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TEJEDORAS DE VIDA
2015
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Diseño de Portada: DG Angélica McHarrell
Basado en una pintura de Michelle Páez
Cuidado Editorial: Luis Eduardo García
Primera edición, Septiembre de 2015
© Tejedoras de Cambios
San Pedro Garza García, N.L.
ISBN: 3-970-XXX-XXX EN TRAMITE
Este libro no puede ser fotocopiado o reproducido total o
parcialmente por ningún otro medio o método sin la autorización por
escrito de las autoras.
Derechos Reservados
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Índice
PRÓLOGO I ..................................................................... 7
PRÓLOGO II ................................................................. 16
A mis cuarenta – La Peque ........................................... 25
Ahora sé quién soy - Contraluz ...................................... 34
Asperezas de mi vida - Victoria ..................................... 52
Como las olas… - Artemisa ........................................... 61
Corriendo sola – Liebre .................................................. 70
Decisión correcta – Enamorada ..................................... 80
En pleno vuelo – Mariposa............................................. 93
En proceso – Atardecer ............................................... 104
Esto no se acaba, hasta que se acaba - La Loba ........... 122
Familia nómada – Allerim ............................................ 129
Ganando las batallas de la vida - Guerrera hasta el
último aliento................................................................ 136
Imago - Brisa de tormenta ............................................ 151
La que estoy siendo, gracias a la que fui – Fresca
Calidez .......................................................................... 161
Lo que era y lo que soy - Itzayana............................... 181
La Vida Vale – La Pájara ............................................. 187
Mi infancia, mi tesoro – La Titana de Oro ................... 196
Mis enredos - Madre Teresa ......................................... 205
Mis secretos – Currumina............................................. 209
Mujer inquebrantable – Sol y Mar ............................... 226
Tejiendo mi vida – MOG ............................................. 247
Transformando mi vida – Tornado .............................. 253
Una mujer en desarrollo – Gota de Lluvia ................... 265
Una vida de trabajo - Águila guerrera .......................... 285
Yo soy - Inti .................................................................. 297
SEMBLANZAS ........................................................... 311
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PRÓLOGO I
Estamos de festejo en Tejedoras de Cambios A.C., porque
hoy presentamos -¡por fin!- el primer libro de historias escritas
por varios grupos de mujeres que cursaron el Diplomado
Tejedoras de Vida, el cual ha sido impartido desde poco
después de que fundamos legalmente nuestra organización.
Antecesores de este volumen son los dos tomos publicados
con el nombre “Tejedoras de Historias”, por el Instituto Estatal
de las Mujeres de Nuevo León (en 2006 y 2008
respectivamente). Las novedades a celebrar de entonces a esta
fecha, han sido precisamente la creación de nuestra A.C.
(2009), la multiplicación de las redes de mujeres y el desarrollo
de nuestra labor social transformadora, a través de cursos,
conferencias, lotería educativa, terapias de salud integral, y
otras actividades.
La metodología empleada tanto en nuestro curso sello como
en todo el Diplomado es la misma que investigué en mi tesis
de Maestría en Desarrollo Humano en la Universidad
Iberoamericana (“Identidad narrativa femenina: Un camino de
crecimiento personal”, 2002), y conlleva un enfoque de género
dentro de esa corriente humanista. Y es que al trabajar con las
historias de vidas de las mujeres, obviamente estamos
manejando el género autobiográfico, y al preguntarle a
cualquier persona quién es, la respuesta vendrá acompañada,
casi invariablemente, con la narración de una historia personal.
De ahí que estemos hablando de una identidad narrativa.
Hace no muchos años, en psicología se consideraba que la
identidad del ser humano era si no inmutable, sí algo fijo y
bastante arraigado, difícil de cambiar. A partir de lo que se
conoce como el “giro narrativo”, el “self” o sí mismo ya no se
considera una entidad única, fija, continua, verificable y
perfectamente lógica, sino que se abren nuevas perspectivas
muy interesantes en el enfoque y el tratamiento a través de la
identidad, al volverla flexible, interpretable, maleable, gracias
a los procesos de recuperación, reelaboración y resignificación de la propia historia de vida.
No voy a explicar aquí la compleja teoría que soporta este
concepto, ni los postulados de Ricoeur y compañía. Remito a
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quienes tengan interés en el tema tanto a mi tesis como a mi
prólogo explicativo en los citados volúmenes de Tejedoras de
Historias. Aquí sólo repetiré brevemente -para los posibles
nuevos lectores, o personas con interés académico- en qué
consiste dicha metodología.
Este “giro narrativo” (ya sea en la Medicina, la
Antropología, la Teoría Cultural, el Derecho, la Psicoterapia o
el Desarrollo Organizacional) ha trasladado el interés sobre la
identidad a la historia, lo cual permite posibilidades nuevas y
renovadoras según como ésta sea contada. Está aquí presente la
postura constructivista que implica co-construir con otros las
historias o relatos alternativos, de modo tal que permitan mirar
desde varias perspectivas o puntos de vista, las mismas
acciones y personajes.
La narrativa convierte así la temática en cuestión (un
episodio histórico, una historia clínica o legal, y en este caso el
pasado de una persona) en un proceso interesante, dinámico y
flexible, en lugar de algo rígido, inamovible e incuestionable
que sólo admite una versión absolutista. De ahí lo sanador que
resulta escribir la propia historia.
Ciertamente, en esa escritura, lectura y reescritura no es
posible cambiar el pasado, pero siempre cabe mirarlo de otro
modo, porque –como decía Ricouer- “ser es ser interpretado”,
de ahí que nuestra vida se convierte en una “historia contada”,
y por tanto interpretada. Y precisamente ahí, al comenzar a
narrar nuestra historia, al plasmarla en palabras escritas para
nosotras mismas o para los demás, resulta posible encontrar
que la identidad narrativa confiere una cierta continuidad y
permanencia en el tiempo al sujeto de la misma, pero a la vez
descubre un dinamismo que le permite el cambio y la
transformación.
¿Cómo se logra esto? Cuando alguien escribe su historia, se
establece una distancia, una diferencia que se introduce al
momento de escribir y, posteriormente, de leer lo escrito. Al
leer ya no está presente ese yo escritor, sino el lector, en una
especie de desdoblamiento. Ahí es donde cabe introducir
precisamente la interpretación, la posibilidad de resignificar, de
reescribir una nueva historia. Y en este tejer y destejer, pueden
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ir intercalándose otros nuevos tejidos que flexibilicen, adapten
y enriquezcan al anterior.
Al respecto, Duccio Demetrio sostiene que el trabajo
autobiográfico tal vez sea el viaje de formación, autoconocimiento y auto-aceptación más importante que podemos
emprender en nuestra existencia, y coincido con esta opinión,
por eso elegí esta poderosa metodología como eje central de mi
trabajo con mujeres. Porque supone, por un lado, internarse en
el caos y los rumores confusos del pasado, para buscar una
forma de organizar los recuerdos, y por otro, para evaluar el
presente y proyectar el futuro. Y es que la escritura abre
nuevos registros del inconsciente y posee otros efectos, más
duraderos, porque fija el fluir del tiempo y permite regresar a
él, revisarlo, interpretarlo, cambiarlo.
En nuestro Diplomado no damos clases de redacción, no se
trata de aprender técnicas de escritura literaria. De hecho, las
correcciones realizadas a los textos de las participantes son
mínimas, (sólo las faltas de ortografía, puntuación, repeticiones
y sintaxis básica), aunque muy laboriosas de realizar
precisamente porque cuidamos de respetar el estilo personal de
cada mujer que nos narra su historia; con todo, siempre
aparecen algunos talentos natos para la escritura. Aquí el
trabajo importante es otro, el del auto-conocimiento y la autotransformación.
Por ello, las preguntas que subyacen en un relato
autobiográfico serían: ¿Quién soy yo realmente?, ¿para qué he
vivido?, ¿qué sentido ha tenido mi existencia?
Respondería con esta cita Natalie Goldberg: “Escribir es un
gran viaje. Es un camino que tiene la posibilidad de hacernos
libres.” (Goldberg, 2001). No obstante, en este viaje vital por
el que nos lleva la narrativa autobiográfica, habrá de todo:
algunas experiencias positivas y otras negativas, risas y
lágrimas, éxitos y fracasos. Además, es casi seguro que a todos
nos han sucedido cosas inesperadas, vergonzosas, difíciles de
aceptar, dolorosas, inexplicables y hasta trágicas. Así que
encontrar un significado puede resultar la gran diferencia en la
actitud que asumamos ante lo que vamos viviendo. De hecho,
sin decir que es la panacea, cabe afirmar que la escritura
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autobiográfica es una herramienta muy poderosa (incluso para
abrir la dimensión espiritual), ya que da acceso a nuestras más
íntimas profundidades y ayuda en el proceso inacabable de
avanzar hacia la propia integración, la reconciliación y la
coherencia.
Basada en esta metodología, diseñé el Diplomado inicial, y
posteriormente a partir de esta enriquecedora experiencia con
tres grupos y en colaboración con varias de las graduadas,
adaptamos ese material para emplearlo en su versión breve de
tres meses como curso sello de nuestra asociación (El Guión de
mi Vida), y como capacitación para convertirse en Tejedora, en
su versión más profunda y con una extensión de año y medio
(Diplomado Tejedoras de Vida). Este nuevo Diplomado ya no
lo impartí yo, sino que pasé toda la estructura, metodología,
dinámicas y bibliografía a Dariela Dávila, Tejedora graduada
en la primera generación y psicóloga de profesión, a quien fui
asesorando en su primera edición, y por supuesto ella fue
imprimiéndole su propio sello y estilo personal, así como su
preparación de terapeuta y su misma calidad humana.
Así hemos ido entretejiendo nuestras redes, abarcando
nuevos espacios, practicando la metodología, afinando los
materiales y probando este enfoque en diversos ámbitos. Así
inauguramos una subsede en Juárez, coordinada por nuestra
compañera Martha Patricia González, y estamos empezando un
grupo en Cadereyta, N.L.
Iniciamos y sostenemos, desde hace ya varios años, tres
proyectos sociales, para llevar este curso a las internas del
Penal del Topo Chico; a las Colonias populares La Barranca y
Lomas de Tampiquito, en San Pedro; y recientemente
empezamos a trabajar también en la Col. Alfonso Reyes (más
conocida como La Risca).
En dichos proyectos, participan entusiastamente Tejedoras
ya graduadas del Diplomado y capacitadas en la metodología
empleada, y son quienes ahora facilitan el curso. A través de
estas experiencias, nos hemos dado cuenta de que con ajustes a
niveles de baja escolaridad, nuestros talleres también
funcionan muy bien con mujeres en situación de alta
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vulnerabilidad, de modo que confiamos en poder publicar sus
historias en un futuro próximo.
¿Para qué recoger estas historias y darlas a conocer más allá
del pequeño grupo en la que se forjaron y compartieron? Para
hacer eco a estas voces y ampliar su alcance, de modo que
inviten a más mujeres a emprender un camino similar. Durante
siglos, el sexo femenino ha luchado por sus derechos, por
hacerse oír, por salir de un rol estereotipado de ser únicamente
esposa, ama de casa y madre reproductora, rol que debido a
una estructura patriarcal y machista la ha colocado en una
posición de opresión e inferioridad, y la ha condenado a sufrir
todo tipo de injusticias, a asumirse como mera testigo y en
muchos casos –tal como puede apreciarse, por desgracia, en
muchas de las historias que aquí presentamos- como víctima
sumisa de situaciones estructuralmente violentas.
Durante miles de años, en todos los tonos, elogiosos o
insultantes, científicos o poéticos, se han dicho infinidad de
cosas sobre las mujeres. Sin embargo, durante todo ese tiempo
hemos sido consideradas como seres para ser vistos y no para
ser escuchados. Sobre nosotras, sobre nuestro ser, quehacer y
devenir han corrido ríos de tinta a través del tiempo, pero esas
palabras, esas visiones, esas historias eran narradas, en su
mayoría, por hombres.
Bien dice Rosa Montero, esa gran novelista y feminista
española contemporánea: “Porque hay una historia que no está
en la historia y que sólo se puede rescatar aguzando el oído y
escuchando los susurros de las mujeres.” (Historias de
Mujeres, 1996).
Es a esos “susurros” a lo que he intentado prestar un oído
atento, para amplificar su sonido mediante su presentación y
publicación. Representan una especie de micro historias,
porque los acontecimientos, personajes o hallazgos que aportan
pasan inadvertidos en la “historia oficial”, en los estudios que
consignan la macro historia o las teorías feministas.
Aquí nos llaman la atención tanto por las especificidades
como por la cotidianidad que cada una de estas narraciones
ofrece -ya sea en su dimensión psicológica o en la sociológicacomo por las posibilidades interpretativas que abren
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individualmente y en su conjunto. Desafortunadamente, resulta
un lamentable hecho que no existe un interés real por escuchar
de modo directo las cuestiones de las mujeres –nuestras
historias personales, nuestros deseos, nuestros dolores y
frustraciones, nuestra opresión, nuestros anhelos y sueños- .
Todos ellos han pasado casi completamente desapercibidos a
través de las diversas etapas históricas. Y peor aún, cuando el
foco de atención lo trasladamos a la madurez, ¿qué podemos
decir del desinterés casi absoluto que despierta la mujer
madura?
Si ya el sexo masculino no le puede cantar a su belleza
física, si ya quedó atrás la etapa reproductora y no cabe ser
ensalzada en el mito de la maternidad, ¿qué sucede? Una triste
e injusta realidad: que la marginación y el desinterés se
vuelven extremos. Pues es precisamente a ese rango de edad
femenina, la edad de la madurez, a la que decidí prestar
especial atención desde que inicié los estudios de mi tesis y
luego al fundar la asociación civil.
En parte por ser la que yo misma he ido viviendo, y sobre
todo porque la autobiografía es un género de esta etapa de la
vida. Si se indaga en ella de la manera adecuada, surgen los
planteamientos por el propósito y el sentido, justo cuando ya
hay una experiencia y cierta sabiduría vital en las mujeres que
alcanzan dicha etapa, además de un mayor tiempo disponible
para sus propios proyectos. La paradoja está en que es
precisamente entonces cuando más desapercibidas y
desatendidas pasan, con la consiguiente y muy lamentable
pérdida de esa valiosa energía femenina, que podría emplearse
para la propia transformación y también para apoyar cambios
comunitarios y sociales.
A pesar de que la equidad de género y el empoderamiento
de las mujeres está en el tercer lugar de los ocho Objetivos del
Milenio de la ONU, a pesar de que se ha dicho que este Siglo
XXI será del sexo femenino, lo cierto, la realidad cotidiana e
inmediata en nuestro país y en la mayor parte del mundo es
que falta muchísimo por lograr en cuanto a igualdad de
oportunidades y derechos para las mujeres en casi todos los
ámbitos: social, político, económico, educativo, de salud,
religioso, artístico, científico, etc., pues esta causa del
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feminismo no es en los hechos algo prioritario para los
gobiernos.
Y es que lograr la equidad de género resulta complejo,
porque no basta legislar al respecto, hay que cambiar las
estructuras socioeconómicas y políticas, trabajar en reeducar a
las personas, cambiar las creencias culturales misóginas,
violentas y discriminatorias e ir transformando la cultura
machista y patriarcal en una incluyente, justa y pacífica.
A esa labor educativa de las mujeres es a lo que nos
dedicamos en Tejedoras de Cambios, con el objetivo -en
última instancia- de incidir positivamente en el entorno
familiar y comunitario. No resulta rápido ni sencillo, sino al
contrario, es como picar piedra.
No ha resultado fácil tampoco impulsar dicho objetivo
desde una ONG como Tejedoras, porque no es una causa que
se considere urgente ni que despierte muchas simpatías entre
las fundaciones filantrópicas, sobre todo cuando no es
asistencialista, como sucede en nuestro caso. Con todo, los
avances son innegables y aunque tarde en extenderse y lograrse
plenamente, creo que esta transformación ya no se detendrá.
Necesitamos gradualmente que más y más mujeres, jóvenes
y maduras, vayan logrando lo que en nuestros talleres
llamamos la “triple A”, y de la cual quienes escribieron los
presentes textos son testimonio: convertirse en la Autora, la
Actriz principal o protagonista y la Agente de cambio de sus
propias historias de vida. Por ello, como suelo repetirles a las
mujeres que culminan este Diplomado, con la escritura y
publicación de su historia pueden decir con gran satisfacción:
“Nada ha cambiado, salvo yo misma, por ello ahora todo es
distinto”.
Va mi más calurosa felicitación a las 24 mujeres que nos
comparten su historia de vida, narrándola como cada quien
quiso y supo hacerlo, por haberse comprometido con ustedes
mismas, con su grupo y con su facilitadora primero para tejer,
destejer y entretejer sus propias tramas vitales; y luego para dar
un paso más allá, todavía más aventurado y de mayor impacto:
publicarlas, con el deseo de encontrar un eco y dejar una huella
en sus familias, sus amistades y posiblemente, en otras muchas
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mujeres a quienes podrían inspirar para embarcarse en una
travesía similar a la suya.
En este curso demostraron por un lado, la paciencia de
Penélope, para ser perseverantes al ir tejiendo y destejiendo
dentro de un ámbito privado y protegido, una especie de hogar
en el tiempo-espacio que formaron durante las sesiones del
Diplomado, y por otro dieron prueba de la valentía e ingenio
de Odiseo para lanzarse al viaje en el ámbito público. Así,
aunaron “ánima” y “animus”, su esencia femenina y su
impulso masculino, en una integración sanadora que las
empodera, dejando constancia escrita y abierta de este proceso,
que tuvo un inicio pero ya no tendrá final, porque despertaron
a la conciencia y a la responsabilidad personal.
Quiero decir por último que la edición y publicación de este
libro fue prolongada y difícil, complejidad y dificultad que son
representativas de los escollos enfrentados por las
organizaciones de la sociedad civil: falta de fondos, de
recursos económicos y humanos, de tiempo, de apoyos. Por
ello, quiero dar las gracias sinceramente a Fomento Moral y
Educativo ABP, por el donativo que nos otorgó para la
elaboración de esta obra. Asimismo, va mi agradecimiento y el
de nuestra Asociación por su paciencia, ingenio y colaboración
a nuestro editor independiente, el Ing. Luis Eduardo García;
por la creatividad del diseño gráfico de la portada a la Lic.
Angélica McHarrell; por su sensibilidad artística y solidaria, a
la artista Michelle Páez, quien pintó el cuadro que ilustra la
portada; a nuestro colaborador voluntario de redacción Lic.
Damián Monsiváis, por su generosa revisión de textos; a toda
la Mesa Directiva (Cristina Girodengo, Elizabeth Chávez y
Blanca Alicia Tello ), que hace posible, respalda e impulsa la
labor de nuestra A.C., y de modo muy especial a la Mtra.
Dariela Dávila, y a su co-facilitadora en uno de los grupos la
Mtra. Estrella Romero, ambas integrantes también de la Mesa
Directiva, por haber tomado la estafeta que les pasé, y por
haber guiado a buen puerto a estos tres grupos; valoramos su
capacidad, su entrega cariñosa, y su incansable entusiasmo.
En Tejedoras de Cambios conocemos el enorme poder
transformador de las palabras, y con base en ellas realizamos
esta labor que hoy plasma su fruto. De hecho, como preguntan
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George Duby y Michelle Perrot, editores de la enciclopedia
Historias de Mujeres: “¿Y ellas, qué dicen ellas? La historia de
las mujeres es, en cierto modo, la de su acceso a la palabra.”
Quedan aquí los testimonios con fragmentos de muchas
vidas, con sus luces y sus sombras, sus logros, sus carencias,
sus anhelos. En este libro, 24 mujeres valientes y muy valiosas
tienen la palabra. Te invito, lectora o lector, a escucharlas…
Pero antes, se la cedo a Dariela Dávila, facilitadora del
Diplomado, ella también tiene cosas muy importantes que
decir sobre el profundo proceso vivido durante la escritura de
estas historias.
Patricia Basave
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PRÓLOGO II
Mi experiencia como facilitadora en el Diplomado
“Tejedoras de Vida” es muy satisfactoria y enriquecedora.
Afortunadamente tengo la oportunidad de usar esta
herramienta tan valiosa, producto del trabajo creativo de mi
querida Maestra Patricia Basave. Para mí es muy interesante la
manera en que su triple marco teórico -antropológico,
psicológico y lingüístico- es enlazado y conectado con un
formato excepcional que es estrictamente vivencial.
El proceso es constituido bajo contrato de común acuerdo.
Esto delimita el contexto de relación requerido y permite a las
participantes resignificar su historia personal y construir la
propia identidad a partir de la narrativa. Así el proceso
potencia la toma de conciencia que genera una íntima
responsabilidad y admite asumir simultáneamente una postura
de autora, actriz y agente de cambio. Mi experiencia del grupo
de participantes durante el diplomado significó un aprendizaje
reafirmado en lo personal y un reto profesional.
Durante el proceso del diplomado, entablamos una
conversación que inició con la presentación de las
participantes, es decir, el grupo pasó de un momento de
aceptación del contrato a su integración; del ensayo al ejercicio
de la escucha respetuosa y la empatía, de la práctica del
discurso en primera persona a la construcción y comprensión
de una dimensión grupal saludable y sanadora; de la
modulación y contención del grupo por el grupo a la apertura
confiada y el apoyo mutuo; de la reflexión acompañada a la
conciencia personal y grupal.
Aunque el diplomado incluyó una etapa culminante del
proceso cuando cada participante compartió su autobiografía,
la realidad es que la conversación iniciada continúa
estrechando lazos de sororidad, dentro del mismo grupo y más
allá, incluyendo e influyendo en nuestras relaciones familiares
y sociales. Pero también y especialmente nuestra relación con
nosotras mismas.
Cuando yo participé en la primera edición del Diplomado
de Tejedoras, me encontré que estaba buscando conocer y
participar en actividades con perspectiva de género, y me topé
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-en lo personal- con mi grupo de referencia, con mi género,
con mi ser mujer. Entre todas las relaciones que han sido
tocadas en mi vida por esta experiencia, mi relación conmigo
misma es prioridad. Abrazar esta conciencia de mí y el
bienestar obtenido a través de ello generó un deseo que
permanece, crece y me mueve a trabajar para compartirlo. Este
deseo compartido por las Tejedoras nos acompaña cada vez
que un grupo de mujeres replica la experiencia y cursa nuestro
Diplomado. Así fue que nos constituimos en asociación civil
para invitar, alentar y acompañar a otras mujeres en su
desarrollo personal.
En mis antecedentes como psicóloga partí desde una
preparación clínica con orientación analítica, que es elitista por
su propio marco conceptual y terapéutico, hacia la búsqueda de
formatos más incluyentes. Después de conocer, prepararme,
practicar y apropiarme de una visión sistémica, participé como
beneficiaria en este proceso de Desarrollo Humano y
experimenté las bondades de la narrativa, en cuanto a su acceso
técnico y metodológico, que beneficia sin distinción. De tal
forma que las exclusiones, me atrevo a decir, no existen. Este
es uno de los motivos que me hacen admirar, apreciar y
disfrutar el proyecto de Tejedoras de Cambios, A.C.: su
orientación educativa y su visón incluyente.
La experiencia de nuestra organización, en cuanto a los
rangos de edad de nuestras beneficiarias es muy variada.
Hemos trabajado con mujeres de la tercera edad, en donde
contamos con testimonios muy valiosos y enriquecedores, en
primer lugar para ellas mismas, para su grupo y para quienes
facilitamos, esto como efecto inmediato; pero también
encontramos impacto en los grupos de referencia y
convivencia de las participantes, como son sus familiares, y sus
compañeros en la estancia en donde les atendimos.
De manera prioritaria este curso se planeó para beneficiar a
mujeres adultas maduras (entre 45 y 65 años), y ellas han sido
mayoría en nuestros cursos: mujeres con diferentes grados y
tipos de preparación académica, diferentes procedencias, todo
tipo de estados civiles y formatos de parejas y familias,
diferentes estilos y experiencias de vida, así como diferentes
estratos sociales, locales y económicos. Además, hemos tenido
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grupos mixtos de mujeres adultas maduras y jóvenes, y grupos
sólo de mujeres adultas jóvenes. Ciertamente cada grupo tiene
una dinámica única, y en ese sentido el proceso y el diplomado
mismo, aunque el formato se mantenga y respete, es distinto
también en cada caso.
El grupo de escritoras autobiográficas que colaboran en este
libro, procede y suma la experiencia de tres grupos con
características diferentes y por demás interesantes. El primero
que inició se llevó a cabo en Monterrey, NL, y fue mi primera
experiencia facilitando el Diplomado Tejedoras de Vida,
incluía a mujeres procedentes de diferentes municipios del área
metropolitana de monterrey. Esto generó una relación especial
entre las participantes en tanto se conocían e integraban.
Resultó ser un grupo muy productivo para nuestra AC, pues
cada una de ellas ha colaborado y/o colaboran en diferentes
momentos y formas en las actividades que desarrollamos.
El segundo se llevó a cabo en Juárez, NL, ahí las
características del lugar, tales como una clara y mayor
cohesión y participación social que en los municipios de mayor
densidad de población, supuso una ventaja y a la vez una
desventaja, y dado el tema de la confidencialidad, fue obvia la
manera como el grupo vivió y superó el hecho de que la
mayoría de ellas se conocían previamente, de alguna u otra
manera. Por supuesto esto influyó en la dinámica durante el
proceso y los resultados del mismo. Más adelante detallaré
acerca de esto. Quiero decir que en este grupo implementamos
la modalidad de co-facilitadora, la cual es regular en nuestros
otros talleres y cursos como forma de capacitación. En este
caso, conté con el apoyo de mi querida amiga y compañera
Tejedora Estrella Romero, que además fungió como relatora de
este grupo y facilitó para mí la tarea técnica y administrativa.
Su presencia fue útil, productiva y sensible. Aprendimos que es
necesario el apoyo y decidimos que incluiremos este rol en los
siguientes diplomados de Tejedoras.
El tercer grupo se ubicó en San Nicolás de los Garza, y se
caracterizó por ser mixto en cuanto a la edad, pues la mitad
eran adultas maduras y la otra mitad jóvenes. Evidentemente,
la diferencia transgeneracional se obvió en un primer momento
como importante en la integración del grupo. Sin embargo, es
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un tema que cada vez está más presente y es prioritario en cada
uno de nuestros círculos de mujeres, no obstante que las edades
de las participantes no difieran tanto. Claro, influyó en la
dinámica grupal y al final la experimentamos como algo muy
positivo para el proceso.
Como se hizo en los dos libros previos „Tejedoras de
historias‟, realizados con esta misma metodología, para
elaborar éste planteé ante las participantes y se decidió por
mayoría el tema de la autoría y el anonimato. Optaron, como
antes se hizo, por la solución intermedia: aparecer con su
nombre en la obra, „dando la cara‟ como mujeres reales y bien
plantadas que son, al presentar su semblanza y foto, pero con
seudónimos en sus historias. Cada uno de los grupos eligió
diferentes tipos de seudónimos, con absoluta libertad (a
diferencia de los tomos antecedentes en donde se unificó el
criterio en torno a una figura acordada). Esto con la finalidad
de cuidar en cierta forma la privacidad de cada una de ellas y
sus familias: Sabemos que sus familiares las reconocerán, pero
no así el público en general.
Para nuestra A.C. el trabajo de revisión, edición e impresión
es de alto costo, no solo en lo económico, sino en todas las
formas imaginables y lo realizamos sin contar dentro del
equipo con personas especialistas dedicadas a esto, si bien
previo al trabajo del editor, obtuvimos la colaboración de un
corrector voluntario que alcanzó a revisar 14 historias. Por
supuesto el esfuerzo para revisar las versiones iniciales
(algunas escritas a mano, otras entregadas en papel y no en
archivo electrónico) supuso para nosotras mucho tiempo,
trabajo y dedicación, pues las noveles escritoras en general,
salvo algunos casos excepcionales, no tenemos práctica ni
preparación en cuanto a redacción. Aun así, consideramos y
respetamos el estilo personal de cada autora, dado que lo
importante es el contenido y el trabajo personal que se realiza
al organizar la narrativa. Afortunadamente, contamos con la
asesoría de Patricia Basave, quien también realizó trabajos de
corrección y dio el último visto bueno. Su preparación
profesional y su aplicación en esta tarea garantizan un trabajo
digno.
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Una parte muy importante del proceso es la fórmula
terapéutica en el proceso de escribir en cada grupo, cada paso
implica aceptación, auto-conocimiento auto-respeto, denuncia,
valor, auto-estima, conciencia, y responsabilidad. Es por eso
que cada una define su proceso según lo resuelve. Los
cuestionamientos acerca de la escritura se transpolan al propio
sentido, para quién, y para qué escribo. En esta ocasión algunas
de ellas compartieron en grupo vivencias y temas que
incluyeron o no en su biografía, algunas dieron cabida en su
historia a tópicos y experiencias que no habían compartido
antes, y otras decidieron no escribir cosas que ya habían
abierto.
De cualquier forma, cada vez que el diplomado se imparte,
la participante trabaja reflexionando, resignificando la propia
historia, reconstruyendo a partir de la lectura y la publicación
ante el grupo y ante el público lector. Esto nos muestra cómo,
de alguna forma, la relación de la autora con su propia historia
cambia una vez que se asume protagonista, y después cuando
escribe, toma distancia y vuelve a cambiar su relación consigo
misma, haciendo posible corregirse, ser agente de cambio de su
propia vida.
Quiero destacar que en esta ocasión, desafortunadamente,
publicamos una historia póstuma. No imaginábamos siquiera
su ausencia cuando nuestra preciosa „Pájara‟ entregó su escrito
con un estilo sencillo, grato y directo como ella; yo encuentro
en el contenido de su texto: honor para sus antepasados,
agradecimiento a sus mayores, un sí a su vida, alabanza a su fe,
amor a su familia. Ahora que culminó su vida, la historia
misma cobra otro sentido, sigue editándose, nos sigue
impactando, ahora siento y experimento su escrito como una
franca, sentida y agradable despedida, en donde nos incluye a
todas las personas involucradas. Gracias amiga querida, sigues
enseñándonos y continúas presente en nuestra historia.
Igual siento con la historia de “Mariposa”, quien procesa su
duelo por la pérdida de su mamá ocurrida después de iniciado
el diplomado, además en su escrito ella atiende y elabora
también acerca de la muerte de su papá y la pérdida del
embarazo de la pequeña Carolina; celebra sus vidas y las
honra. Toma la vida, con lo lindo y no tan lindo, y así la da. Y
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es tan congruente y vivida la forma en que se compromete a
ser y hacer la diferencia. La narrativa ofrece su historia a la
vida. Al final del diplomado su suegra fallece después de una
larga enfermedad. La vida vuelve a cambiar, las pérdidas
siguen, y para ella da otro vuelco inesperado: recientemente,
también culminó la vida de su esposo, su compañero de vida.
Querida Mariposa, estamos contigo para seguir viéndote ser la
diferencia.
En cuanto al diplomado como una forma de intervención
social, los indicadores del cambio cumplen con nuestros
objetivos en una forma positiva y eficaz. Dichos indicadores de
resultados son entre otras cosas, el número de autobiografías
escritas y entregadas en relación al número inicial de
participantes, y la correlación de resultados en el test y re-test
del POI (Personal Orientation Inventory), que se aplica al
inicio y final del diplomado. Me interesa compartirles que,
incluyendo los antecedentes publicados con la facilitación y
coordinación de Patricia Basave, el número de participantes
que terminan el curso y publican es el 75% del inicial.
El indicador de progreso probado por los cambios del perfil
del re-test POI, muestra un incremento significativo, del grupo,
en las escalas de Auto-dirección, Auto-soporte, Auto-concepto,
Auto-aceptación y Espontaneidad. Estos resultados en el perfil
de auto-actualización (C. Rogers, 61), o auto-realización
(Maslow, 67) coinciden con los resultados del estudio de
referencia de la población que incluye trabajadores sociales,
enfermeros y voluntarios de OSC, es decir, grupos que dan
servicio a la comunidad.
Los indicadores del efecto de la intervención, señalan
cambios de actitud e incrementos en la activación de la energía
femenina. Es una prueba muy importante, que muestra los
cambios evidenciados en las autobiografías, manifestados por
las propias participantes beneficiarias directas del proyecto.
Adicionalmente, otra prueba es que el 50% del grupo
egresado del diplomado incluyen: mujeres en edad de retiro,
jubiladas o desocupadas que inician nuevos negocios, cambian
de rubro o se activan socialmente; mujeres jóvenes o maduras
dedicadas al hogar y/o económicamente dependientes y/o
21
independientes que inician o reinician sus estudios, se emplean
o auto-emplean o se activan socialmente; y el 100% de las
beneficiarias que son Tejedoras activas se mantienen en
capacitación continua y/o han iniciado y/o continuado sus
carreras.
Los indicadores de impacto de esta intervención social, son
propios de los proyectos de desarrollo comunitario, las
beneficiarias son participantes activas en el propio proyecto de
nuestra AC, y de esta manera cambian su relación, se asumen
como agente de cambio e incrementan el impacto social, más
allá de su familia y entorno social directo.
Mi experiencia en Tejedoras de Cambios, A.C. es intensa
de una manera ante todo personal, cada actividad en la que me
involucro implica cercanía, sensibilidad y cuidado. Cada
mujer, cada hombre, cada ser humano me muestra y me enseña
a bien-ser y bien-conocer. Mi conciencia personal se ha ido
convirtiendo en conciencia social. Me atrevo y sé que puedo
hablar por mis compañeras en ese mismo sentido: Nuestra
conciencia personal se ha ido convirtiendo en conciencia
social.
Yo como tú, tú como yo. Es el espejo sin fin que usamos y
al mirarnos encontramos a todas las otras mujeres, y al mirarlas
a ellas encontramos a todos los otros seres humanos, a todos, a
todas, a cada ser humano. Cada vez que me asomo a ese
espejo, veo diferente y amplío mi visión. Es inevitable, todo,
todos, todas ahora me importan más, porque siento más, amo
más, trabajo más, me entrego más, disfruto más…
Por ello doy gracias a todas las involucradas. A Patricia
Basave por su obra creativa y su confianza en mi trabajo. A
mis compañeras: Cristy, Ely, Estrella, Alice, y Paty Gzz. por
los apoyos que facilitaron la consecución de este proyecto. A
las familias que nos prestaron espacios para llevar a cabo el
diplomado durante año y medio, por su paciencia y
generosidad.
A cada uno de los implicados en la impresión de este libro,
principalmente a Paty y Luis, por su trabajo profesional y su
paciencia para conmigo.
22
Me siento muy honrada y les agradezco entrañablemente, a
cada una de ustedes, por haberme permitido acompañarlas en
este proceso dentro de los tres grupos tan especiales de mujeres
en desarrollo que, entre otras cosas, validamos la vida.
Dariela Dávila
23
24
A mis cuarenta – La Peque
Pues lo primero que aprendí fue a hablar en primera
persona, así es que comenzamos.
Yo, Ángela, la más pequeña del grupo y la más mal portada
porque nunca llevaba la tarea, ¡jaja!, les quiero contar un poco
de mi vida.
Soy la tercera de cuatro hermanas: Lourdes, Sonia, yo
(Ángela) y Norma. Mi mamá nos contó que cuando conoció a
mi papá, él traía un pesero y mi mamá se subía. Él recogía
pasaje en la colonia Tacubaya, en Guadalupe, lugar donde mi
mamá vivía con sus hermanos porque habían quedado
huérfanos de madre ya que su papá tenía tres familias: su
esposa H… Sánchez, H… Palomares y la familia de mi mamá,
H… Lumbreras. Era cabrón el viejo.
Mi abuelo, de nombre Paulo, trabajaba en La Fundidora y
ganaba muy buen dinero. Me contó mi mamá que les daba muy
poco; en aquellos años vivían en la colonia Independencia, en
Monterrey. Mi mamá nos contaba que vivían cerca de su casa
las dos familias y nunca les dijo que era casado ni que tenía
más hijos; ya después les dijo que tenía otras dos familias
cuando mi abuelo enferma.
Es así cuando empieza a visitar y ver a todos sus hijos y
dijo que tenía dos familias más y que era casado, y quería
juntarlos a todos para que se conocieran y decirles que lo
perdonaran. Al poco tiempo antes de fallecer dijo su última
voluntad: juntar a todos sus hijos para él morir tranquilo.
Fallece y a todos sus hijos los dejó reunidos; y nos
seguimos frecuentando. No hubo ningún reclamo de nada.
Recuerdo a mi abuelo muy alto, moreno y delgado cuando él
visitaba a mi mamá, ella ya estaba casada y vivía en Juárez. Él
venía a pizcar chile piquín.
Cuando mis papás se conocieron se enamoraron pero mi
mamá tenía miedo porque le habían contado que él había
dejado plantada a otra novia vestida en el altar, y él se fue muy
a gusto al río, por eso ella tenía miedo que le pasara lo mismo,
pero no fue así. Se la llevó para su casa y ahí se la dejó a mi
abuelito Pancho, y como al mes hicieron los preparativos para
25
casarse, y así fue que se casaron por la iglesia y su fiesta y todo
normal, ya que está la prueba de sus fotos de novios, muy
guapos mis papis. Así fuimos naciendo cada una de las cuatro
mujeres.
Recuerdo que tenía como seis años cuando vivíamos en
Villa Juárez, Nuevo León: nosotros, mi tío Pancho con su
familia y mi abuelito con su segunda esposa. Era una vecindad
y ahí convivíamos todos, además que mi abuelito tenía una
molienda donde hacían aguamiel (agua de caña, piloncillo y
conserva) riquísima.
Mi abuelito me paraba entre sus piernas y me tejía trenzas
y me las amarraba con hojas de elote, todavía lo tengo muy
presente, cómo olvidarlo, mi infancia fue muy bonita. Nos la
pasábamos muy bien mis hermanas y yo en el patio grande que
teníamos, nos divertíamos tanto.
Mi mamá decía que cuando ella se embarazaba, mi papá se
hacía ilusiones de que iba a ser un varón, pero nomás salimos
puras verijonas, así nos decía mi papá: puro producto para
caballero. No le hizo falta el hombre ya que nos quería tanto y
nos llevaba a todos lados.
No teníamos mucho dinero pero lo poco que teníamos lo
disfrutábamos e íbamos a los ríos; antes había muchísimos y
hermosos. Se iba él y ya regresaba con cajas de madera de
frutas y verduras y mandado. Nada nos faltaba, ya que él nos lo
tenía todo y no había necesidad de pedirle nada.
Ah, pero cuando empezamos a ser señoritas no nos quería
dar dinero, decía que para qué queríamos dinero si ahí había
todo. A nosotras nos daba mucha pena decirle que lo
queríamos para comprar toallas sanitarias, y ya le teníamos que
decir y se enojaba porque se ponía colorado, ¡le daba pena
cuando supo el para qué! Así fuimos siendo señoritas y
cumpliendo cada una sus quince años.
Mi papá tomaba mucho y fumaba y tenía novias. Se daba
una vida muy descarada, pero teniendo puras hijas no le daba
vergüenza. Al menos yo sí me di cuenta. Cuando iba con él en
la camioneta las veía y les hacía señas a las mujeres, yo no
decía nada pero sí me daba cuenta. Siguió su vida muy
acelerada: seguía tomando y fumando. Se fumaba dos cajetillas
26
de cigarros diarias. A los 43 años enfermó y lo internaron; para
nosotras era difícil cuidarlo ya que éramos mujeres y a él le
daba vergüenza que lo viéramos desnudo o con la bata del
hospital, pues duró como seis meses internado y le dijeron a mi
mamá que ya no tenía remedio y que lo iban a dar de alta para
que pasara sus últimos días en la casa con sus familiares y así
fue.
Estuvo quince días y lo volvimos a internar para ya no salir
con vida de ahí, dejándonos huérfanas y a mi mamá, viuda,
muy joven, de 42 años; él era el sustento de la casa.
Empezamos a batallar estando todas nosotras seguidas de
edad: 18, 17, 16 y 14 años. Mi mamá tuvo que sacarnos
adelante ya que mis dos tíos, hermanos de mi papá, nunca nos
apoyaron. Mi mamá empezó a hacer tamales para vender y
ayudarnos, pues había que comer; mi hermana mayor buscó
trabajo en una fábrica de ropa ahí en Juárez, Sonia y yo nos
tuvimos que salir de la prepa y mi hermana la más chica dejar
la secundaria, ya que no había dinero pues mi papá no nos
había dejado nada guardado.
Así salimos adelante con la venta de tamales y ya
trabajando nosotras nos fue mejor. Vivíamos al día, y como ya
teníamos más de quince años ya podíamos ir a los bailes cada
fin de semana. Mi mamá nos dejaba ir, pero que nos
regresáramos a las doce y así lo hicimos. Ahí, en uno de esos
bailes, me presentan a un muchacho de nombre Julio, de ahí
mismo de Juárez, hijo de una familia de dinero.
Julio era un “junior”. Para esto, ya mi papá nos había
advertido que tuviéramos cuidado con esos muchachos porque
eran muy mañosos y aun sabiéndolo, me hice novia de él, y así
fui saliendo.
Y sí, era mañoso, pues salí embarazada y no dije nada, ni a
él. A los siete meses de embarazo yo trabajaba en la fábrica
que tenía su papá, me corté y me tenían que poner la vacuna
del tétano y aunque les dije que no, me la pusieron. En ese
entonces yo no sabía nada y ya tuve que decir que estaba
embarazada, ¡y que explota la bomba!: a arreglar la boda.
Se hicieron los trámites para todo eso y nos casamos, y en
dos meses ya me estaba aliviando de Julio, mi primer hijo, que
27
pesó tres kilos y medio. De ahí fue muy difícil nuestro
matrimonio porque nos empezó a ir mal económicamente.
La fábrica estaba en la quiebra, y cuando mi hijo tenía ocho
meses fallece mi suegra. Todo iba de mal en peor: la fábrica
cerró y nuestra situación económica era mala. La abuelita de
mi esposo vendía quesos de leche pura de vaca, y empezamos
a vender quesos en las tiendas de aquí de Juárez. A veces salía
para comer y cuando no, teníamos que ir con su abuelita y ahí
comíamos.
Después salí embarazada de mi segundo hijo y así me iba a
repartir quesos, mientras mi esposo se iba a vender boletos del
Sorteo del Tec a un módulo en el centro de Monterrey; y así la
pasábamos, pero nos sirvió mucho ya que el dinero que
ganábamos lo valorábamos mucho, pues nadie te ayudaba en
aquél tiempo.
Fue una etapa muy difícil, no teníamos casa, vivíamos con
mi suegro ya que los hermanos de Julio ya se habían casado y
nosotros nos quedamos ahí con él. Seguí repartiendo quesos.
Me alivié de mi segundo hijo y aumenté mucho de peso, pero
no pensé que naciera tan grande: fue niña de cuatro kilos y
medio, estaba grandísima, la ropita que le había comprado le
quedaba a la medida y tenía el peso de un bebé de cuatro
meses.
Le pusimos Andrea. Ese nombre me gustaba mucho. Fue
creciendo la niña y le traspasan a mi esposo una carnicería
junto con mi suegro. El poquito dinero que se tenía guardado
se invirtió ahí en la carne y aparatos para poder trabajar, ya que
estaba ubicada en una colonia INFONAVIT de ahí mismo en
Juárez. Ahora sí comíamos mejor.
Transcurrieron como tres años y un amigo de mi esposo lo
invita a participar en una campaña política donde era el
candidato, que lo apoyara en todo lo que se hace en una
campaña y mi esposo le dijo que sí. Mi esposo iba a la
carnicería por las mañanas, y en las tardes se iban a visitar a la
gente de las colonias a platicar con ellas del candidato.
El amigo de mi esposo gana y lo invita a formar parte de su
equipo de trabajo, así nuestra situación económica cambió
porque le dieron una dirección de servicios públicos. Ahí
28
trabajaba con mucha gente ya que de ahí salían lo que era
servicios primarios, alumbrado, bacheo… y como él tenía que
andar revisando que los trabajadores lo hicieran bien, acudía a
cada colonia y ahí fue ganándose mucha gente que ya lo
buscaba en su oficina y se encariñaron con él.
Estuvo dos años en la administración y tenía mucho trato
con la gente de las colonias. Al ver la aceptación que él tenía
con las personas, le propusieron participar en la próxima
campaña política siendo uno de los gallos. Renunció a su
puesto que tenía en la administración para seguir con los
preparativos de la próxima campaña donde él participaría,
aunque nunca se había postulado una persona tan joven como
mi esposo, de 29 años.
Toda la gente estaba muy asombrada y yo nunca imaginé
que él tuviera tanta aceptación. Tenía algo que a donde él fuera
lo aceptaban y de ahí empezó su carrera política, que le gustó
muchísimo, aunque la verdad por mi cabeza no pasaba que él
ganaría.
Después de todo el trabajo que se hizo en cada una de las
colonias (yo no me imaginaba que hubiera tantas; nosotros
vivíamos en el centro y desde mi infancia viví ahí), nunca
imaginé toda la responsabilidad que se nos venía a mi esposo y
a mí. Se llegó el día de las primeras votaciones (que llaman
internas) y mi esposo había quedado de candidato de su partido
(PRI). Se hizo una fiesta para celebrar que él había ganado
pero eso no era todo, seguía lo más pesado: la campaña final.
Tomamos un receso para descansar y programar lo que era más
difícil para mi esposo.
Se programó un viaje a varias ciudades y viajamos por
carretera, ya que nos gustaba mucho disfrutar de los paisajes de
cada ciudad. Llegamos a Zacatecas y ahí anduvimos
conociendo y luego nos fuimos a Guanajuato, una ciudad
hermosísima. Disfrutamos mucho ese viaje ya que andábamos
muy agotados, y eso era un relax después de tanto trabajo. Al
final fuimos a Acapulco.
Nunca me imaginé lo que nos pasaría allá. Si el hubiera
existiera, nunca hubiera ido, nada más de recordar me pongo
29
triste y a llorar, ya que en ese viaje murió mi hija, mi muñeca
Andrea de cuatro años y medio de edad.
Fue algo tan rápido, ni yo me di cuenta cómo pasó todo. Se
acabó para mí. Ella corrió a la avenida donde transitaban
muchos carros. Acabábamos de salir de un restaurante donde
habíamos cenado. Mi esposo la traía de la mano y en un
segundo corrió, e inmediatamente la aventó un carro. Su
cuerpecito voló como muñeco de trapo. Grité muy fuerte y me
desvanecí, lo peor fue cuando trajeron el cuerpo.
Mi cuñado la recogió y me la trajo. La niña ya estaba suelta
y su mirada perdida. La agarré y lloré mucho y gritaba; me la
quitaron y se la llevaron a un hospital, no supe a cuál. No
dejábamos de llorar. Una familia se ofreció a llevarnos a varios
hospitales para buscar a mi hija, y no la encontrábamos.
Fuimos a varios hasta que los encontramos y cuando llegamos
salió mi cuñado y nomás dijo con la cabeza que no. Eso para
mí fue como agua helada. Lo peor fue que me dijeran que
había muerto.
Para mí se acabó todo. Entré donde la tenían tapada con una
sábana blanca y yo la cargué, la arrullé y la besaba. Su
cuerpecito ya estaba frío. Yo la abrazaba, la quería calentar con
mi cuerpo y no quería que nadie me la quitara. Dios dejaba de
existir para mí porque me había quitado a mi niña. Me volví
loca ese día. Fue muy duro para nosotros, ya que del hospital la
tenían que trasladar al SEMEFO. No quise soltar su cuerpo y
me la llevé cargada porque había que trasladarla e ir al
ministerio público a decir lo que había sucedido. Ella, Andrea,
había corrido como si alguien la hubiera llamado y la
atropellaron. Eso fue todo. Fue tan horrible que ya no supe
nada.
Mi cuñado se encargó de los trámites funerales, mientras yo
no dejaba de gritar y llorar. Nos fuimos al hotel pues el cuerpo
ya se había quedado para esos trámites; no supe a qué hora
dejé de llorar. Cuando desperté quería que todo fuera un sueño
pero no fue así; era verdad: mi niña se me había ido. Fuimos a
la funeraria y ahí nos dieron el féretro.
No parecía ella, ya que teniendo cuatro años parecía una
niña de ocho, estaba muy grande, su ataúd era de color blanco
30
como el de un ángel; ella era una angelita que se nos había
adelantado. La velamos como dos horas y ya tenían todo
arreglado para regresarnos en avión desde Acapulco a Juárez.
Llegamos al aeropuerto de Monterrey y ya nos esperaban
nuestros familiares y amigos de mi esposo de la política. Mi
cara ya había cambiado. Era un rostro de enojo, no quería que
nadie me diera el pésame, así nos subimos a una camioneta
donde nos traerían a Juárez y ahí velaríamos a la niña en casa
de la abuelita de Julio.
Era tanta la gente que las calles estaban cerradas y no se
podía pasar. Me acuerdo que nomás se veían volar los globos
blancos, símbolo de que había fallecido un angelito. Se veló el
cuerpo y al siguiente día se dio sepultura; yo ya no tenía
lágrimas que derramar, sólo gritos de dolor en el panteón; ya
no supe más y me desmayé. Ahí se había acabado todo para
mí.
Ya en mi casa me la pasaba dormida, no quería comer, no
hablaba, de pronto me dije: tengo a mi hijo mayor… y me
levanté de la cama. Nunca se trató el tema de cómo había
sucedido el accidente, nadie de la familia nunca preguntó más
nada. Al día siguiente, mi esposo se fue a seguir con su
campaña y no tuvimos duelo para mi hija, había que seguir
adelante visitando gente, colonias, eventos masivos...
Mi esposo fue un joven de 29 años que ganó las elecciones
(2003-2006) para alcalde. A mí no me daba gusto porque había
perdido a mi hija. El tiempo pasó, y ya cada uno de nosotros
estábamos en su oficina al cargo de lo que se fuera: ofreciendo
ayudas, apoyos para la gente de varias comunidades.
En el año 2004 fallece la abuelita de mi esposo. Ella decía:
“yo me voy a ir con la niña”, y así fue: murió. Fue una
administración muy pesada ya que Dios estaba mandando
muchas pruebas. Ahora mi suegro enferma y le detectan cáncer
de garganta y de colon: tenía invadido todo su cuerpo. Se hizo
todo lo posible por salvarle su vida y en el 2005 fallece y
seguimos sufriendo. Y todavía había que sonreírle a la gente.
La administración de mi esposo fue muy difícil: hubo
inundaciones en Juárez, y como esposa del alcalde tenía que
estar al frente siempre sonriente y dejar aparte el sufrimiento.
31
Para los primeros de agosto del 2006, en mi cumpleaños, yo
ya tenía dos meses de embarazo y Dios me mandaba ese
regalo: otro hijo, Ivancito. Un enorme bebé que nació pesando
cuatro kilos 230 gramos. Feliz por esa llegada así transcurrió
mi vida.
En mayo del 2009 me hacen la invitación a un retiro
espiritual de la parroquia de aquí de Juárez. Yo estaba indecisa
en ir porque era de la iglesia y tenía miedo qué iba a pasar ahí,
pues yo había renegado de Dios, pero él me hizo la invitación y
asistí a ese retiro. Estuvo hermoso y ahí entendí y reconocí que
Dios nos manda pruebas muy grandes. Ahí le pedí perdón y
salí enamorada de él. Ahora yo voy a esos retiros a servir. Son
muy bonitos, me llenan de Paz.
Ahí supe que no es bueno guardar rencor o coraje hacia
ninguna persona, aunque te hayan hecho daño. Al tiempo me
invitan a participar a un curso que se llamaba “El guión de mi
vida”, y yo misma me decía: “pues si soy muy seria, casi no
me gusta hablar…”, pero me encantó, me quedé con mis
compañeras, todas ellas de Juárez. Algunas nos conocíamos de
vista y pues ahí ya nos conocimos muy bien.
Se hizo el grupo y me gustó, aprendí mucho ya que nos
daban temas muy interesantes. Duró tres meses. Cuando
terminó, le decíamos a nuestra maestra Sandra que nos diera
más temas y nos dijo que eso era lo que nos tenía que dar, que
si queríamos aprender más teníamos que pedir otro curso, y así
fue. Seguía otro de un año y medio llamado “Tejiendo mi
vida”, pero teníamos que ir hasta Monterrey. Nos quedaba muy
lejos pero no nos importó.
Éramos siete compañeras y rentamos un pesero y nos
íbamos cada jueves a nuestro curso; ya nomás somos cinco
amigas. Las mismas que terminamos este hermosísimo curso.
Algunas veces faltaba una o dos compañeras pero siempre iba
alguien. A veces me aburría, nomás de saber que tenía que ir
hasta Monterrey me daba flojera, pero de quedarme en mi casa
haciendo el aseo, mejor me iba al curso. Se acabó y lo disfruté
mucho y me sirvió también de mucho.
En particular quiero agradecerle a mi maestra Dariela, que
me tuvo mucho paciencia, porque fui la más pequeña del grupo
32
y la más mal portada que no llevaba las tareas, ¡jaja! Gracias,
Dariela y a cada una de las compañeras que fueron muy
amables.
Gracias porque a veces reímos y lloramos juntas. Gracias
compañeras, las voy a extrañar mucho, y también quiero
agradecer a Paty por estos cursos. Espero que nos sigan dando
más y más a todas las mujeres.
33
Ahora sé quién soy - Contraluz
Inicio diciendo “Yo soy”, porque realmente ahora sí sé
quién soy.
Ahora sé que soy Contraluz, sé que tengo 42 años de vida.
Hace cuatro años mi vida dio un vuelco más (y digo otro más
porque ya había dado varios y muy fuertes). Empecé con otra
etapa de mi vida, nueva para mí en la que el mundo se me vino
encima, un cambio muy, pero muy fuerte (junto con revuelto)
porque empecé con muchos trastornos, no solamente en mi
salud, en mi físico, en mis sentimientos, en mis actuaciones y
para rematar, lo económico.
De pronto me daba cuenta de que a estas alturas de mi vida
realmente no sabía o no entendía qué o quién era yo (qué
fuerte, pero es la realidad). Todas las preguntas y
cuestionamientos habidos y por haber me aparecían, me daban
vueltas en mi mente: ¿Quién soy en realidad? ¿Qué hago aquí?
¿Qué quiero? ¿Qué no quiero? ¿Qué voy a hacer? ¿Qué he
dejado de hacer? ¿Estoy bien? ¿Estoy mal?.. Guau, de verdad
no saben qué tanto pasaba por mi mente, que imagínense, ni yo
me entendía, de verdad ni yo me entendía (¡qué difícil!).
Sentía como si algo me quemara por dentro y no entendía si
era lo que sentía o lo que pensaba, pero algo me quemaba,
ahora sí que hasta el alma. Empecé yendo al médico, quien me
recomendó con el ginecólogo (claro que quería ir pero con el
psicólogo, sin embargo llegué con el ginecólogo), me hizo
unos exámenes, un chequeo y me empezó a explicar que los
síntomas que traía no eran más que provocados por un cambio
hormonal que en esta etapa de mi vida era el “Climaterio” o
Pre-menopausia (¡uf!, ¡salvada no estaba!).
A pesar de tanta información que había leído, que les había
llevado a mis hermanas, cuando te llega, ¡te llega! y no importa
la edad. Me dio medicamentos naturales, me empecé a
controlar (un poco) y aun así, sentía que algo más pasaba
dentro de mí.
Por ese mismo tiempo unas amigas me invitaron a un curso
que ellas ya habían tomado. Un curso de Desarrollo Humano
(Desarrollo Personal), que iba a ser impartido por una
34
Asociación de Mujeres denominado “Tejedoras de Cambios”.
Y como me gusta aprender y emprender cosas nuevas, pues
que acepto. El curso llevaba por nombre: “El Guión de mi
Vida” hermoso nombre dije, no pudo llegar en mejor tiempo
para mí; aparte de que en la vida no hay coincidencias sino
Dioscidencias, y que como dicen, el que busca encuentra… y
pues no sé si me encontró o lo encontré.
Dio inicio el curso en donde encontré amigas maravillosas,
formamos un hermoso grupo donde compartimos, departimos
y donde aprendí mucho de nuestras similitudes y diferencias.
Fueron doce sesiones en las que nuestra guía y maestra Sandra
(a quien no me canso de agradecer su tiempo, paciencia y
ahora su amistad), quien a pesar de su juventud, nos guió
excelentemente bien, ya que lo importante de este curso es
precisamente lo que yo estaba buscando: “Encontrarme y
conocerme a mí misma”. Encontré respuestas a muchas de mis
preguntas (¡de verdad no estaba tan loca! ¡Soy normal! Bueno,
¿qué es normal?).
Cuando terminamos este curso, nos invitaron a seguir en la
misma sintonía y perseverar en la búsqueda, ahora con un
Diplomado de la misma Asociación, pero ahora el nombre era:
(fíjense nada más, insisto, hasta el nombre) “Tejiendo mi
Vida” (guau).
El lema es “Asume tu vida, transforma tu entorno”. Éste a
cargo de la licenciada Dariela Dávila, quien es psicóloga y
terapeuta y que con nosotros ha sido aún más que eso, una
excelente guía (a quien agradezco ser eso, mi guía, pero sobre
todo en los momentos que más necesitaba, ella estaba ahí para
ayudarme a comprender que traía dentro de mí, su paciencia
con mis hallazgos, que no fue nada fácil y ayudarme a
encontrarlos, pero sobre todo superarlos. Gracias, Dariela). No
ha sido nada fácil, ya que el Diplomado todavía ha sido más
fuerte e impactante.
El grupo que ya habíamos formado en el curso nos unimos
a otros seres humanos maravillosos y formamos un grupo más
extenso, con la misma similitud que el anterior, con sus
diferencias, pero igual o más unidas, hemos, bueno he pasado
un año y siete meses maravillosamente al lado de mis
35
compañeras, a quienes agradezco me hayan permitido ser
abierta, que hayan sido pacientes, que sean unas testigos
respetuosas, pero sobre todo que me hayan tenido la paciencia
de entenderme, no juzgarme y a la vez apapacharme.
Agradezco a cada una de ellas porque de cada una me llevo
una enseñanza diferente. Ser amigas fieles, fuertes, amorosas,
carismáticas, espirituales, sencillas, tiernas, generosas,
traviesas, luchonas, maestras, hermosas por dentro y por fuera,
escritoras, poetas, valientes y muchísimas cualidades más.
Excelentes todas ustedes, gracias, amigas.
El proceso
Durante estos dos años todo ha sido un torbellino
avasallador en mi vida, he tenido mis emociones a flor de piel.
Reviviendo muchas de mis experiencias con sentimientos
encontrados, pero al final me he dado cuenta de lo que soy
ahora es el resultado de todas y cada una de mis experiencias,
etapas o crisis vividas. Ahora con mis hallazgos me doy cuenta
que valió la pena, todas y cada una de ellas. Para empezar me
pongo en claro quién soy y de dónde vengo; ahora entiendo
que para avanzar en la vida tienes que cerrar círculos.
Según Peck:
No nos convertimos en adultos mientras no revisemos,
corregimos y sanamos el mapa dado por nuestros padres en la
infancia (a veces es necesario romperlo y rehacerlo
completamente).
Para finalizar este Diplomado nos piden que escribamos, no
hay un guión para seguir ya que cada una ya lo hemos hecho y
estamos escribiendo al vivirlo y que por eso es: El guión de
“mi” vida y sólo yo tengo las bases para escribirme. Ahora sé
qué hace un tiempo si me lo hubiesen pedido, lo hubiera
escrito desde otra visión de mí misma, ahora lo que escribo es
sanador, ya no me lastima más. Encuentro razones por las
cuales, cosas muy insignificantes me lastimaron o lastimaban
tanto. Por todo esto es que hoy dirijo mi vista hacia atrás y me
observo completamente diferente, mi visión sobre mí ha
cambiado radicalmente.
36
Hoy, después de todos estos años vividos, agradezco a Dios
me haya permitido llegar o incluirme en la vida de dos seres
humanos maravillosos, mis padres, quienes ya habían
empezado a formar una familia, siendo ellos los pilares. Mi
padre, Sr. J. Leónides y mi madre (piedra angular de esta
familia), Sra. Elodia (doña Licha), y digo incluirme porque ya
integraban esta familia mis hermanos mayores Guadalupe,
Alicia, Juany, Toño y Héctor.
Y que a mí ya no me hacían en el mundo, pero ¡oh,
sorpresa! que después de ocho años llego yo y cuatro años
después, todavía llega mi hermano menor (el Jr.), Francisco.
Para muchos una familia normal y común, para mí la mejor de
las familias. Mis padres eran muy amorosos, y nos inculcaron
muchos valores.
A mis padres, hoy agradezco su infinito amor, sus
atenciones, su cariño, sus exigencias, su formación y sus
valores. También mis herman@s y sobre todo por coincidir.
Gracias, mamá. Gracias, papá. Herman@s, gracias.
Para cuando nací (6 de enero de 1969) mi hermano
Guadalupe tenía ya dieciséis años, Alicia, catorce, Juany, doce,
Toño, nueve y Héctor, ocho, (a quien admiro y a quien le
aprendí de su tenacidad y lucha por salir adelante).
Cuenta mi papá que cuando nací les cambió la vida para
bien, que traía torta o rosca bajo el brazo, que mejoraron
mucho las cosas. Mi infancia estuvo rodeada de mucho amor y
felicidad. Convivíamos mucho ya que donde nací y crecí era
un lugar con mucho espacio (era un aeropuerto particular),
mucho lugar en dónde jugar y divertirnos. Y de lo que
recuerdo es que cuando tenía cinco años, mi mamá tuvo a mi
hermano menor (que era muy travieso) y seis meses después
nació mi primer sobrino (Guadalupe), de mi hermano
Guadalupe; de ahí en adelante un año después de mi hermana
Alicia nace César, otra vez de Guadalupe nace Ana, de Alicia,
Óscar y de Juany, Mario; y así empiezan las nuevas
generaciones de la familia.
Así que convivimos viéndonos como hermanos, no como
sobrinos y tía: ¡Qué buena época! jugábamos a que yo era la
maestra y ellos los alumnos, a las comiditas, al béisbol, fútbol,
37
bebeleche, encantados, escondidas, lotería, alberca, luego nos
daba la noche y nos gustaba que nos contaran historias de
miedo. No teníamos luz en casa, así que nos alumbrábamos
con lámparas de gas y al querer mandarnos a dormir, ¡qué
batallar!, pues sentíamos miedo y dábamos rienda suelta a
nuestra imaginación con el temor de cada historia contada.
Por esa época recuerdo algo que me lastimó por muchísimo
tiempo; algo que me regalaron y lo acepté y me lo creí. Estaba
creciendo y como era gordita (dije “era”) me sentía menos. Los
domingos en mi casa se reunía la familia, nos sentábamos en la
mesa para comer y uno de mis hermanos le decía a mi mamá,
“¿le va a dar de comer?, ¿no ve lo gorda que está?” Y ahora sé
que yo aceptaba ese regalo y me lo creía; pues me levantaba de
la mesa y ya no comía. Mamá me insistía que comiera, que no
hiciera caso, que estaba jugando mi hermano, después me
decía que sólo era por molestarme que no les diera gusto, pero
yo no comía hasta que se fueran. Y así eran para mí los
domingos, me escondía y lloraba sola.
Llegó la época de la secundaria. Una etapa diferente, muy
feliz y contenta. Me encantó conocer y convivir con nuevas
amigas, aprender con cada clase, me gustaba sobre todo la de
inglés, matemáticas, español, bueno me gustaba tener buenas
calificaciones y en ese entonces si tenías buenas calificaciones
te dejaban exenta en los exámenes y te dejaban encargada del
grupo. Ya desde antes me gustaba ser muy amiguera, así que
también conocí muchos amigos.
Así empecé la etapa de los “novios”, así se llamaba porque
en ese entonces novio era con el chico que platicabas, pero qué
esperanza que me tomaran de la mano; mucho menos (ni Dios
lo quiera) permitieras que te diera un beso, (¿qué te pasa, qué
tal si quedaba embarazada?), ¡qué tonta!, ¿verdad? Antes no se
sabía nada.
Durante esta etapa se hizo muy famoso un grupo llamado
Menudo, ¡guau!, que emociones tan hermosas, sobre todo
porque me aprendía los pasos, las canciones y junto con otras
cinco amigas formamos un grupo y en cada asamblea o festival
ahí estábamos participando.
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Pero muchísima más emoción cuando mi papá y mi mamá
nos llevaron a mí y mis amigas al concierto en el estadio
Universitario, nosotros entramos al concierto, aunque
empezaba a las siete de la noche nosotros llegamos a las siete
de la mañana para alcanzar buenos lugares (eran generales), así
que ahí estuvimos todo el día. Empezó el concierto a las ocho y
se terminó a las diez. Salí afónica pero muy contenta.
Cuando iba a salir de la secundaria me preguntaron mis
papás que qué quería estudiar, mi papá decía que él sería feliz
de tener una hija que fuera enfermera y pues a mí no me
gustaba eso, a mí me gustaba maestra. Pero como la situación
no estaba ni fácil ni difícil sino todo lo contrario y la carrera
era cara, pues que empiezan las opiniones externas.
Tenía una tía política a quien quise mucho, mi tía Angélica,
“La Profe”, que era profesora de secundaria y ella habló con
mis papás para ayudarme a convencerlos, pero como no puede
faltar el pero... mi hermano mayor les dice a mis papás que
para qué van a tirar un dinero que no sobra, que van a
desperdiciarlo ya que yo ya tenía novio y qué tal si me “iba”
con él antes de terminar mi carrera, o que apenas la terminara y
me casaba, qué desperdicio de tiempo, dinero y esfuerzo.
Pero a Dios gracias, a mi tía Angélica, a mi mamá y a mi
insistencia y promesa de que no los defraudaría, confiaran en
mí; muchas lágrimas después, pudimos convencer a mi papá de
que me apoyara en mi ilusión. Así que mi mamá se dio a la
tarea de buscar una beca para mí y el Club de Leones de
Guadalupe me apoyó con una parte y la otra mis papás. Así fue
como mi sueño se hizo realidad y me gradué de Maestra de
Educación Preescolar; apenas tenía 16 años y no me casé...
Pero como siempre, un pero… como era la bebé de la casa
y sólo tenía 16 años, me ofrecían la plaza para una ranchería
donde me tenía que quedar toda la semana, así que mi papá no
estaba de acuerdo, dijo que si me iba, también se iba mi mamá
y mi hermano conmigo, ¿cómo me iba a ir sola? Ni soñando,
pues así fue, ni soñando me fui y dejé pasar esa oportunidad ya
que el gran apoyo de mi tía Angélica, ya no pudo ser, pues en
el transcurso de mi carrera ella falleció.
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Fue mi primera pérdida, así es que fue una experiencia muy
dolorosa ese desprendimiento de la persona a la que quieres
mucho y sabes que ya no la vas a tener a tu lado. No podía
soportarlo, casi me desmayo, no podía respirar, qué dolor tan
fuerte sentía.
Mi inquietud de ser alguien me hacía que buscara algo qué
hacer, así que trabajé con una señora cuidando sus tres niños:
uno de tercer año, una niña de diez y un bebé de tres o cuatro
meses, pero solo duré una semana y media, salí corriendo de
ese trabajo porque me daba miedo qué pensaban los vecinos
cuando el bebé lloraba y lloraba.
Luego me fui con una señora que vendía en el mercado
sobre ruedas, ahí duré un poquito más. Un buen día, cuando
acababa de cumplir 18 años, una amiga me llevó a una
empresa porque estaban ocupando personal para la planta, y
como ya estaba desesperada por ganar algo por mí misma (no
me faltaba nada pero quería ser útil), me fui con ella.
Cuando llegamos a la empresa (llegamos a las 5:30 am)
tenía que esperar al ingeniero a cargo y ahí me dejó en la
oficina junto con el vigilante. Un poco después llegó a la
oficina un chico muy sonriente, muy saludador y platicador.
Pero como yo era niña seria, apenas respondí (tenía mucho
miedo). El chico se retiró no sin antes platicar algo con el
vigilante; luego el vigilante me dijo que el chico quería que nos
presentaran para conocerme, que cómo me llamaba, que si iba
a trabajar ahí, que si de algo me servía su recomendación que
le dijera (¿qué le pasa? dije, ¡qué pesado!, me cayó muy mal),
y volvió a subir, nos presentó y me reiteró su apoyo.
Enseguida llegó el ingeniero y me hizo la entrevista, me
mostró la planta y me dijo que si sabía el trabajo que ahí se
realizaba porque con mis estudios, pues él no creía que yo
pudiera hacerlo, (otro reto), yo le dije que claro que podía.
¿Qué tan difícil podía ser?
Pero lo que el ingeniero me explicó después es que estaban
ocupando una recepcionista, que mejor si quería y podía
tomara esa oportunidad. ¡Claro que sí!, le dije, si solo me
enseña cómo manejar el conmutador (en mi vida había
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manejado siquiera un teléfono, sólo el público de vez en
cuando).
El ingeniero me dio instrucciones del conmutador y de la
máquina de escribir (con esa no tuve problemas, era como las
de la secundaria y yo había tomado el taller de
taquimecanografía), así que no tuve dificultad alguna. Esperé
al licenciado (dueño de la empresa) para la entrevista y llegó
hasta las 10:30 am, me entrevistó y como ya había hablado con
el ingeniero y él lo había puesto al tanto, no tuvo problema
para contratarme.
Lo que yo no sabía y luego me dijeron es que las
recepcionistas no aguantaban mucho, que a ver cómo me iba y
así empecé un cuatro de abril de 1987 una nueva etapa en mi
vida.
¡Ah! y regresando al pesado que me habían presentado, en
la madrugada se hizo presente y muy solícito, si tenía alguna
necesidad para lo que fuera, comida o alguna dificultad que se
me presentara, que él le sabía al teléfono y a la máquina, que lo
que se me ofreciera él con mucho gusto me ayudaba. El chico
aquél era el encargado del almacén y producto terminado, su
nombre Antonio, muy pero muy coqueto me parecía a mí, y
como yo tenía novio, pues ¿qué le pasa?
Hablando de novio, como mi novio que tenía desde hacía...
ya, no saquen cuentas, ni le digan a mi hija (¿eh?). Bueno
como ya tenía permiso en mi casa, pues que no le cayó nada
bien que empezara a trabajar en una oficina, así que trató de
convencerme de que dejara ese trabajo, que si yo había
estudiado para Educadora que mejor me esperara hasta
encontrar una plaza; y pues así empezaron nuestras
desavenencias, hasta que la gota final fue que le dijo a mi
mamá que si era muy necesario el dinero que yo me ganaba, él
se lo daba para que no tuviera que ir yo a trabajar, y a mí me
dio opción: el trabajo o él, y ¿qué creen?, pues que hasta ahí
llego mi noviazgo de varios años.
Todo mundo pensaba (incluyéndome) que nos íbamos a
casar, pero no fue así. Y pues por algo pasan las cosas, fue
difícil, pero ¡prueba superada!, tardamos en recuperarnos pero
yo sí lo logré.
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Como les contaba, el chico del almacén no perdía
oportunidades, pero a mí me caía muy gordo, se dio cuenta de
que ya no tenía novio, pues que empieza más fuertes sus
atenciones y a los demás les decía que era lo mejor que me
había pasado, me decía que yo merecía algo mejor y así pasó el
tiempo… y el que me caía gordo pasó a otro nivel.
Ahora sé que como yo tenía mi autoestima en el suelo, pues
pensaba que ese chico guapo, sonriente y amable era
demasiado para mí, (decía que era como un príncipe, y azul) y
de verdad eso pensaba (y no es que no lo fuera, de lo que me
doy cuenta es de mi poca autoestima). Así que transcurrió el
tiempo y que se me declara y empezamos a salir y así muy
enamorada, tres años después me propuso matrimonio y
acepté, hicimos todos los trámites y con el consentimiento y la
alegría de nuestras familias, me pidió el 6 de junio
(cumpleaños de mi hermanito) y nos casamos el cinco de enero
de 1991.
Como estábamos construyendo (arriba, en casa de mis
papás) y con los gastos de la boda, no tuvimos viaje de luna de
miel. Pero no había problema, eso no empañaría nuestra
felicidad.
A los dos meses nos llevamos la sorpresa de que estábamos
embarazados. No sabía qué era lo que me llenaba la emoción,
la felicidad, el miedo, no sabía qué. El médico me confirma el
embarazo y pues que el 26 de octubre de ese mismo año llegó
la cigüeña a nuestro hogar con el pequeño príncipe azul, Jesús
Antonio. ¿Qué podría ensombrecer nuestra felicidad?
Antonio estaba fuera de la ciudad porque los médicos nos
habían dado una fecha y era casi un mes antes, y como ya se
había tardado en salir de viaje, pues se tuvo que ir, así que para
el día sábado que nació mi hijo no estaba, pero no pasaba nada,
hasta el lunes que me van a dar de alta, me informan que mi
bebé no va a salir porque está muy delicado.
El sábado desde antes de amanecer ya tenía los dolores de
parto y me llevaron a checar, me regresaron y seguían los
dolores, así que en la noche regresé pero para cuando me
atendieron mi bebé se había enredado en su cordón umbilical y
ya no se le escuchaba el corazón, rápido me pasaron al
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quirófano para operarme, pero no, mi bebé nació normal ahí en
el quirófano, normal aunque con complicaciones, defecó
dentro de mí, tomó líquidos y se le perforó un pulmoncito.
Así que no lo podían dar de alta y hasta entonces me
informaron de la situación. Yo me quería morir en ese
momento, de verdad, sólo la que sabe de dolores de los hijos,
entiende. No me quería retirar del área de incubadoras pero me
hicieron que me retirara, que sólo iban a recibir al papá a verlo
e informarle, así que con el dolor en el corazón o sin corazón
porque se quedaba ahí, me llevaron a mi casa, localizaron a
Antonio y llegó muy rápido.
Antes de retirarme, me dieron a firmar unos papeles por si
era necesario intervenirlo no perder tiempo en localizarnos. Mi
bebé duró diez días en la incubadora y nosotros vuelta y vuelta,
hasta que por fin un feliz día me dice la enfermera: pase a darle
su leche y si la tolera, tal vez mañana se lo pueda llevar. Y así
fue, al siguiente día ya venía con lo más precioso de mi vida
(Gracias, Dios, por tus bondades).
Pasaron los meses y me regresé a trabajar, mi mamá se hizo
cargo de mi bebé, todo era felicidad. Al cabo de los años, mi
mamá empezó a enfermar, no le encontraban nada malo, los
médicos le decían que era gastritis, colitis, infección, etcétera.
Y empezó a bajar de peso, a comer menos. Me recomendaron
un médico y la llevamos mi papá, mi bebé y yo.
La ausculta el médico y sin más examen viene y me dice
que mi mamá tiene cáncer y que no hay nada qué hacer. No lo
podía creer, por varios meses mi mamá se había estado
haciendo análisis, radiografías, estudios y nada; y este médico
sin ningún examen me dice que no hay duda que es cáncer, que
su estómago está hecho una piedra.
Me quise morir, no era posible, todo el mundo se me vino
encima, no lo podía creer, era una pesadilla, yo sola con el
médico recibiendo esta espantosa noticia, qué iba a hacer,
cómo le iba a decir a mi papá que estaba afuera con mi bebé,
cómo le iba a dar la noticia a mis hermanos, ¿cómo?
¿Cómo sobrevivir a eso, y con mi mamá, qué voy a hacer?
Le pido al médico que no le informe nada a ella, que de ser
posible hasta que los demás llegaran para tomar todos una
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determinación. Que si no tenía ni la menor duda, algún
examen, algo que nos diera una esperanza… se me hizo eterno
ese momento.
Me dice que no hay duda, que necesita hacerle una biopsia
solo para saber el grado en el que está, y que lo más
recomendable para él era darle calidad de vida, lo que le
restaba y que solo serían por máximo tres meses. Muerta en
vida salgo y le informo a mi papá y él dice que nos vayamos de
ahí que el doctor no sabe, que está equivocado, que nunca
debimos de haber ido a ese consultorio, que nos la llevemos;
estaba también deshecho, lo vi envejecer en ese momento, y
más era mi dolor de no poder hacer más por ellos.
Llegaron mis hermanos, uno a uno fue recibiendo la noticia,
no había consuelo para ninguno, no lo podían creer tampoco,
hablamos muchas más veces con el doctor y nos explicaba una
y otra vez la situación, que no había nada qué hacer, sólo
esperar y sobre todo darle calidad de vida en sus últimos
meses. Le conectaron una sonda por donde la alimentábamos y
ella con la esperanza de que cuando se le desinflamara el
estómago, el doctor lo iba a conectar otra vez y todo volvería a
la normalidad, así estábamos muertos en vida, delante de ella
hacíamos como si no pasara nada, pero no era cierto.
Renegué tanto de Dios y le decía: “¿Cómo, Señor, habiendo
tantas personas malas en el mundo, te llevas a mi madre, si ella
es el ser más bondadoso que hay en la tierra, cómo me vas a
dejar sola?”. Yo le pedía siempre que antes que cualquiera de
los dos me fuera yo, que no me diera ese dolor porque no
sabría cómo superarlo (ahora comprendo lo egoísta que era).
¿Cómo quería que mis padres sufrieran la pérdida de una
hija?, si así es inexplicable el dolor de perderla, ¿cómo sería
para ella este dolor? Decimos ahora, que tal vez ella fue más
inteligente que nosotros y que por no vernos sufrir ella siguió
siendo tan sonriente, tan fuerte y tan dedicada como siempre
porque nunca nos mostró si ella sufría o si realmente no le
dolía, y así llegó el negro día.
Desde la noche ella se empezó a sentir mal, me dijo que la
cambiara para que me fuera a dormir, que le dolía un poco su
estómago, que tal vez algo le había caído mal, que sentía como
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si trajera diarrea, pero que sólo la cambiara y me fuera a
dormir, pues yo en la mañana me tenía que ir a trabajar y que
no quería que faltara, que ya el licenciado me había tenido
demasiadas consideraciones al dejarme salir cada vez que ella
se sentía mal o tenía que ir a su consulta.
Pero cuando la cambié no era diarrea, era sangre, algo
dentro de ella se reventó, el médico ya nos había dado
indicaciones de lo que podía pasar. Pero aun así ella era fuerte
e insistía: “Vete a dormir, mi'jita, no me va a pasar nada”.
No me fui a dormir, me quedé a un lado de ella (a
regañadientes pero me quedé); por la mañana se sentía aún con
más dolor, ¡pero cómo es el amor de madre y de abuela! Ese
mismo día estaban operando a mi sobrino César, así que mi
hermana Alicia iba a ir más tarde y mi hermana Juany por la
mañana; cuando Juany llegó le platiqué lo que había pasado en
la noche y ella me pidió que no la dejara sola, “¿cómo se te
ocurre?, voy a ir por la doctora para ver qué nos dice”, la
doctora ya estaba enterada del proceso de mamá así que
cuando la checa dice que no sabe cómo es que mi mamá
todavía está tan lúcida si su corazón muy apenas palpita, que
palpita y se detiene, palpita y se detiene, que no sabe cuánto
tiempo pase pero que sería muy poco.
Empiezo a localizar a mis otros hermanos y traemos al
padre Juan, quien le da los Santos Óleos y le pregunta que
cómo se siente y ella dice que bien, pero que está mortificada
por mi sobrino y mi hermana, él le dice que no se mortifique,
que todo va a salir bien.
Hacemos oración y nos va llamando de uno a uno como van
llegando para darnos la bendición, cuando llega mi hermana
Alicia, inmediatamente Dios sabe de dónde le dio fuerzas y
pregunta: “¿y el niño, mi'jita, cómo está?”, mi hermana le dice
que bien, se acerca y muy apenas le alcanza a dar su bendición
y ahí termina mi madre.
Me dejó a mí más desamparada y más sola que nunca.
Fueron estos días como un nubarrón negro, tardé tanto en
superarlo, pero había que salir adelante. Ella me enseñó esa
fortaleza y Dios me permitió encontrar la resignación. No fue
fácil, pero ¿qué lo es? Ahora sé que no estoy sola, que ahora
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tengo un ángel en el cielo, que me cuida, me protege. Que
cuando la llamo está aquí conmigo a mi lado, ya no me siento
sola ni vacía.
Te amo mamá. Mamá, gracias por ser mi madre, por
cuidarme y protegerme antes y ahora. Gracias. La fortaleza que
me dejó de herencia, ha sido el motor para seguir adelante. De
esto ya vamos sobre los 16 años.
En diciembre del 95 renuncié a mi trabajo, pues ya no
contaba con el apoyo de mi madre para cuidar a mi hijo y mi
papá estaba solo, así que decidí que era tiempo de estar en
casa, pero como dicen que lo que uno siembra lo cosecha, en
abril del 96 me llaman de la UANL (Universidad Autónoma de
Nuevo León), un ingeniero, buen amigo, me estaba
recomendando para que trabajara en la Preparatoria Pablo
Livas como secretaria de tesorería, así que bueno, ¿por qué no?
Otro reto para mí. Ahí tuve una experiencia muy diferente,
tratar con maestros y alumnos fue de mucho aprendizaje.
Conocí nuev@s amig@s, buenos compañeros de quien aprendí
mucho.
Cuando nació mi hijo Jesús Antonio, decidimos esperar un
tiempo razonable para volvernos a embarazar, pero como dicen
uno pone y Dios dispone, pues primero nosotros dijimos unos
cuatro años, y nada, pasaron ocho años y hasta que por fin se
dio el milagro...
Un buen día voy a consultar porque según me estaba
regresando la fiebre tifo, que ya tenía años de padecer
recurrentemente, y me sentía con algunos síntomas así que el
médico me dijo que me iba a dar medicamento, pero le pedí
(no sé por qué), que si me podía hacer unos exámenes por si
acaso, solo por estar seguros antes de medicarme; y así fue, me
envió inmediatamente a los análisis, veinte minutos después
me entregaron los resultados, y antes de llegar con el médico
abro el sobre y leo “Positivo” y como iba sola, que digo:
“¿Positivo?, ¿qué quiere decir positivo, que sí o que no?”
(¡Qué tonta!).
Como no me lo esperaba, pues no lo podía creer, ya había
pasado mucho tiempo que nos hacíamos la ilusión y nada, así
que ya nos habíamos hecho a la idea de que solo íbamos a
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tener a nuestro hijo y pues ¡no!, que dice el médico:
“¡efectivamente, está usted embarazada!”.
Que me pongo a llorar de felicidad, de verdad no me lo
esperaba y menos porque no traía ningún síntoma, según yo,
no de embarazo. Y así se acrecentó nuestra felicidad, iba a ser
mamá otra vez, qué hermosa bendición de Dios. Llegué y les di
la sorpresa a mi esposo, a mi hijo y a mi papá, todos estábamos
muy contentos, asustados pero contentos.
Así pasó el tiempo, hasta que un 7 de abril del 2000 (nació
con el siglo), llegó a nuestro hogar la más preciosa princesa
que Dios pudo enviarnos, una hermosa niña pequeñita, un
ángel directo del cielo. Gracias, Dios, por tanta felicidad.
Así es que cuando nació mi niña Reyna Estefanía, pasadas
mis incapacidades, entrego mi renuncia al director de la
Preparatoria y me decía que lo pensara, pero según yo habría
quien me cuidara uno, ¿pero dos?, así que dejé de trabajar para
dedicarme a mi familia.
Un año después, mi antiguo jefe me manda llamar para que
lo apoye con su hijo que ya tiene su oficina y que necesitaba
una persona de confianza, así que empiezo a trabajar con él por
dos años más.
Luego llega lo de mi papá; otra prueba más, le detectaron
cáncer en la laringe, (otra vez el calvario) así que pensando que
iba a ser más difícil pues no estaba mi madre y alguien tenía
que estar con él, empezamos con las consultas; efectivamente
era cáncer y maligno, había que operarlo, la operación era muy
riesgosa y había que tomar el riesgo.
Así llegó el día de la operación, duró catorce horas, horas
que se hicieron eternas, pero al fin salió el médico y nos avisa
que todo salió muy bien y que le habían realizado una
traqueotomía y todos los cuidados que debíamos tener con él.
Difícil pero de eso ya hace ocho años y a Dios gracias, aún
cuento con la compañía de mi padre.
Como me retiré de mi trabajo, empecé un negocio propio
(en el cual mi padre ya tiene más de 25 años) y junto con él
viví muchas experiencias nuevas. Empecé a hacer labores
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sociales, a dar clases de apoyo. Otro negocio con una buena
misión en el que aún estoy y quiero crecer.
Agradezco a mi esposo Antonio, por la paciencia, la
disposición, el acompañamiento, la confianza y toda la libertad
para permitirme desenvolverme, ser y hacer lo que ha sido
necesario y he tenido que hacer. Tengo que reconocer que esto
es parte de lo que me ha permitido conocerme a fondo, que
hemos formado una pareja con su individualidad cuando se ha
necesitado para poder crecer en lo personal, en lo profesional y
en lo espiritual.
Desde que nos conocimos, Antonio me decía que yo era
valiosa (creo que se me notaba mi baja autoestima y él me
echaba porras), que podía con todo lo que se me presentara,
que yo podía salir adelante siempre, por ser como era, porque
me gustaba aprender.
Así que él veía cosas que yo no podía ver. Me decía que
antes de ser su novia, que antes que nada era yo; o cuando nos
casamos, antes de ser su esposa, seguía siendo yo. Cuando
nació mi hijo, antes de ser madre, seguía siendo yo. Y después
lo demás. Que no perdiera mi ser.
Pero, muchas veces hay un pero y no podemos ser la
excepción, ahora estamos pasando una crisis muy difícil en
nuestro matrimonio. Mi pre-menopausia, los cambios
hormonales, el crecimiento de mí misma, el darme cuenta de lo
que soy y junto con esto, la enfermedad de mi esposo, sus
operaciones en la rodilla que lo han llevado a necesitar una
prótesis, renunciar a su trabajo y esperar los resultados de su
situación de pensión, junto con el hecho de que yo sigo con
mis actividades normales y él ha tenido que cambiar las suyas,
considerando que sigo con mi vida normal y él no (él en la casa
y yo en la calle).
Ahora es que tenemos una visión diferente de las cosas y
hemos llegado a distanciarnos. Noto que es él quien está
perdiendo su autoestima, es él, y a pesar de que trato de
ayudarlo tiene sus altibajos. A veces siento como si en verdad
lo que platicamos lo motiva, pero en un rato más regresa a
sentirse mal otra vez.
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Por más que le diga que lo quiero, que aún lo amo, que a
estas alturas de nuestra vida vamos a salir adelante, juntos,
juntos en las buenas y en las malas, y que pues ahora que están
las malas pero de la mano podemos salir adelante con nuestra
familia, con nuestros hijos, que es parte del aprendizaje de la
vida, que nada es para mal, que todo viene por algo y para
algo.
Que gracias a Dios nos tenemos uno para el otro, pero a
veces no se lo cree, y siento que me faltan fuerzas para
ayudarle, que como dicen ¿cómo lo ayudo si él no quiere? A
veces creo que no lo conozco y como no lo conozco no sé
cómo ayudarlo. Pero sé que voy a seguir ayudándolo para que
se lo crea y regrese ese Antonio que era cuando lo conocí. (Si
él quiere).
Durante el tiempo que hemos estado en este diplomado, he
encontrado muchas cosas que a veces me resistía a que me
pasaran siquiera por la mente. Me acusaba yo misma de que
cómo siquiera pensara en cosas que habían pasado en mi
infancia.
Escenas que veía como una pesadilla que había inventado y
no eran realidad. Ahora entiendo que esa parte de mi vida la
había escondido tanto que no era como si no hubiera pasado.
Que esas experiencias eran parte de lo que me causaba daño en
cosas tan insignificantes que yo hacía parecer grandes. Ahora
entiendo que era el reflejo de aquellas vivencias. De no ser por
este proceso vivido me seguirían haciendo daño. Ahora estoy
más ligera. Ya no cargo tanto en el morral.
Para cerrar con broche de oro este capítulo en mi vida, hace
unos meses tuve un encuentro diferente conmigo misma. El
grupo de amigas y compañeras, (mis madrinas de retiro, a
quienes agradezco hayan tirado sus redes, ¡gracias, madrinas!),
vivió y está sirviendo en un retiro al cual me invitaron y todo
fue más que maravilloso, mejor de lo poco que me habían
contado.
Como les digo, tuve un encuentro con Dios, fue renovarme,
sentirme frágil, ligera y renovarme con más madurez, con más
fortaleza, con más comprensión, con otra mirada hacia mí y
hacia los demás.
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Agradezco a Dios, a la vida y a mí misma por estar atenta y
en busca de más oportunidades de conocerme, de renovarme y
crecer, como dice la canción: “Gracias a la vida que me ha
dado tanto, lo mismo disfruto lo negro que blanco”.
Sé que aquí no se termina, sólo es un capítulo del guión de
mi vida. Ahora lo entiendo y tengo mejores bases para seguir
escribiendo sobre mí. Ahora sé que solo yo tengo la tinta y la
pauta para seguir y decidir cómo quiero continuar los capítulos
de mi vida.
P.D. Antonio siempre me ha dicho que yo creo que la vida
es color de rosa, y descubro que sí, así es: creo que la vida es
color de rosa. Pero ahora estoy consciente de que toda pintura
tiene sus matices y así es mi vida color de rosa con sus matices
claros y obscuros, pero sólo yo tengo el poder de aceptarlos o
rechazarlos. Desde ahora miro con otra mirada, mi mirada de
mujer, una mujer que se ha encontrado a sí misma más madura,
más mujer, más Yo.
Contraluz.
Mi agradecimiento a:
Dios por permitirme la vida. A mis padres, gracias por
darme la vida, por quererme, por cuidarme, por protegerme,
por los valores inculcados, por la familia, por ser un ejemplo a
seguir, gracias.
A mi esposo Antonio: Por incluirme en su vida, por su
amor, su paciencia, su confianza, por dejarme ser sin pedírselo,
por su acompañamiento. Gracias, amor.
A mis hijos, Antonio y Fanny: cuando nacieron por más
que buscaba, no encontré ningún libro de instrucciones, así que
lo que he podido hacer por ustedes y con ustedes es sólo parte
del aprendizaje, espero que tomen de mí lo que les convenga y
les convenza, pero lo que no estén convencidos deséchenlo,
tírenlo, ustedes, como yo, van a ir aprendiendo con el paso del
tiempo, espero en algo les haya podido ayudar.
Solo sé que me ha guiado el amor que les tengo, porque es
lo más valioso que puedo dejarles. Los amo tanto, estoy
orgullosísima de los dos, sigan adelante, recuerden que aparte
de mi amor, lo más valioso que les dejo son los valores y la
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educación, lo demás viene por añadidura. Gracias por
perdonarme si los involucré en mis crisis, algún día espero que
comprendan. Gracias por realizarme como madre. Los amo, a
ambos los amo tanto…
A mi familia, a mis hermanos, mis cuñadas, a mis sobrinos,
a mis sobrinos-nietos, etcétera. Gracias por ser parte de mi
vida, sin ustedes en ella, no habría llegado hasta aquí. Gracias
por aportar un granito de arena en mi desierto, un rayo de luz
en mi día nublado, una gota de lluvia en mi sequía, los amo.
A mis amigas: Gracias a Dios existen los amig@s. Dios nos
da la familia, no la escogemos, pero los amig@s sí. Gracias
amig@s por abrirme la puerta de su corazón, por su consuelo,
por su sonrisa y por su abrazo.
Gracias por coincidir.
51
Asperezas de mi vida - Victoria
Nací el 29 de marzo de 1962 en Hidalgo del Parral,
Chihuahua. Siendo la primera de seis hijas, crecí en un hogar
humilde, con principios y valores, pero fui hija no reconocida
por mi papá, no sé por qué.
Tengo pocos recuerdos de mi mamá, quedé estancada en
mis años de inocencia, en el pasado, siento que mi vida fue
hermosa al lado de esa maravillosa mujer, mi madre, toda una
dama, una señora buena, abnegada, virtuosa y sobre todo
responsable y protectora de sus hijas. Pero como era la típica
mujer sumisa, en 1974 quedó embarazada del séptimo hijo,
teniendo tan sólo 29 años y ya con seis hijas más y dos
embarazos mal logrados.
Era el 23 de octubre del mismo año, daban ya las siete de la
mañana, cuando ella se levanta y nos manda a la escuela
temprano, como todos los días. Con la bendición, como si
presintiera que sería la última vez para vernos. Ella tenía cita
en el Seguro, y ¿quién pensaba entonces que esa cita sería con
la muerte?
Pasaron las horas y no había respuesta y siendo mediodía
llegamos de la escuela hambrientas, porque estábamos
acostumbradas a llegar directas a la mesa a comer. ¿Y cuál fue
la sorpresa?, que no había comida, porque no estaba mamá.
Mi papá tenía el taller allí mismo, me dice: “Ve al Seguro”,
pues estaba a unas cuantas casas de mi casa, yo me voy
corriendo con esa inocencia como queriendo encontrármela.
Al entrar pido información y como era menor de edad me
dijeron: “Ve y háblale a tu papá”, pero cuando yo iba saliendo,
mi papá iba llegando y me preguntó: “¿qué pasó?”. “No me
quisieron decir nada”, contesté. Entonces él me pidió:
“espérame en el carro”.
Ahí me fui a esperarlo pero las horas pasaban, y yo con un
hambre pues no estaba acostumbrada a malpasarme. Después
de mucho rato salió llorando y yo le dije: “¿qué paso?” y me
contestó: “yo intuía que algo malo pasaba y pensé de seguro el
niño nació malito”, arrancó el carro y por poco chocamos pues
él no paraba de llorar, llegamos a la casa y papá me dice:
52
“Dame la ropa de tu mamá”, y yo me puse contenta porque
creía que ya iba a venir, sólo le pregunté: “¿y la del niño
también?”, “no”, respondió, “la de él no…” y vuelven mis
dudas y pensé que de seguro el niño se iba a quedar, aunque a
mí se me hizo raro.
¿Por qué mi mamá no había llegado? Nada, de rato
empezaron a llegar tíos, tías y mis abuelos, y todos nos daban
dinero, pero hablaban en secreto. A mí no me parecía normal,
pero los adultos a veces actuamos como niños.
Ese día nos llevaron a dormir con la madrina de una de mis
hermanas, todos actuaban raros, nos veían con lástima; nunca
se me va a olvidar las caras que ponían, ¿y cómo no?, si
acabábamos de quedar huérfanas.
Al otro día, llega mi papá temprano y nosotras salimos
corriendo; yo cargaba a la niña más chiquita, pues tan solo
tenía dos años, y mis hermanas le preguntan: “Papá, ¿y mi
mamá?”. Él llorando las abraza y nos dice: “Su mamá está en
el cielo con su hermanito”. ¡Ay!, a mi corta edad sentí que se
me caía el mundo encima, y le respondí: “Papá, si usted me
pidió la ropa de ella…”, y ya todo fue confusión.
Ese día mi vida cambió. Más tarde nos llevan a la funeraria
y allí estaba ella, sonriente como esperándonos con su bebé a
un lado, abrazándolo como si se lo fueran a quitar. Ya decía
yo: protectora de sus hijos hasta el final. Se veía hermosa,
como si durmiera, yo me aferraba a la caja como que sabía que
jamás la volvería a ver; no tuvo oportunidad de despedirse de
nosotras, éramos seis niñas de doce, diez, ocho, seis, cuatro y
dos años
¿Qué iba a pasar con nosotras? ¿Por qué, por qué tuvo que
irse así? Esa pregunta siempre me la hago y no encuentro
respuesta. Empezaron las tías a repartirse las niñas, y yo
inocentemente preguntaba: “¿Y yo? ¿Con quién me voy a ir?”.
Pero a mí nadie me escogía, mi abuela paterna al ver eso se
acercó y dijo: “Nadie se va a llevar a mis hijas”, y así esa
señora -que quiso a mi mamá más que a una hija- se hizo cargo
de todas nosotras; mi abuelita como pudo se echó un
compromiso que le correspondía a mi papá, pero al contrario,
53
él fue otra carga más para ella, porque al año de haber quedado
viudo se desobligó de nosotras.
Mi abuelita como pudo nos sacó adelante, lavando y
planchando ajeno, haciendo el quehacer en hartas casas. Ella
nos mandó a la escuela dentro de sus posibilidades, a veces
sólo con un café en la panza, otras veces sin nada, pero íbamos,
casi siempre sin dinero, mal comidas y a veces hasta descalzas,
ese era lo diario.
Nadie, jamás, me compró un par de zapatos, todo lo que
tenía me lo regalaban, mi vida cambió de la noche a la mañana.
Así siguió corriendo la vida, al poco tiempo muere mi abuelo,
el papá de mi mamá, aunque casi por lo regular no teníamos
mucha comunicación con la familia de mi mamá, siempre nos
hacían menos, estorbábamos, y es como dice el dicho: “muerto
el perro, se acabó la rabia”.
Pasó el tiempo y mi abue quedó viuda, fue más dura la
situación porque tenía que trabajar más para poder darnos de
comer. Esa mujer nos dejó una gran enseñanza: los valores, el
respeto, la humildad y la obediencia. Ella nos decía: “Somos
pobres, pero nadie me las va a señalar”, eso me quedó muy
grabado; mi vida transcurrió entre tíos borrachos, drogadictos,
y aparte recibiendo desprecios porque a todos nos corrían y a
mí más.
Llega el día en que cumplo quince años, y a mí se me hacía
eterno para salirme de allí, ya no aguantaba tanto golpe, mi
papá tomaba mucho y nada más a mí me golpeaba por todo,
como que me tenía coraje. ¿Por qué nada más a mí?, me
preguntaba.
Cuando cumplo 16 años a brincos y sombrerazos aguanté
medio año más. A los 16 años y medio, mi papá me corre de la
casa porque un muchacho le pide permiso para ser mi novio…
y vuelven los golpes, pero ¿qué creen?, ya no aguanté y me fui
de la casa, yo para él era una puta, nunca me bajó de prostituta,
yo que ni en sueños sabía lo que quería decir esa palabra.
Entonces le platiqué a una amiga y me animó: “Vámonos a
Cd. Juárez, Chih.”, yo le dije a mi abue: “ya me voy”, ella
llorando me dio su bendición.
54
Pero llegando a la central camionera no había salidas para
Juárez, ¡qué ironía de la vida!, iba a Juárez, Chih., y aquí en
ese municipio de N.L. me quedé. Había para Monterrey, así
que dice mi amiga: “Pues vámonos para allá, tengo una
hermana que vive allá, vámonos a probar suerte”; entonces nos
trepamos al camión rumbo a Monterrey, quién diría que venía
a encontrar mi destino.
Llegamos y los primeros días muy bien, encontré trabajo y
mi amiga también, ella traía una niña chiquita de dos años, su
hermana se la cuidaba, pasaron los días y la hermana empezó a
ponerse celosa con su esposo, y un día sin pensar nos corre de
su casa; esa noche dormimos en la banqueta y luego fueron tres
o cuatro noches que dormimos afuera, nos tapábamos con
periódico, ¡qué calvario, Dios mío!, “¿qué hice?”, me
preguntaba.
Enfrente del negocio donde yo trabajaba, había otro negocio
igual y cada vez que yo pasaba, el muchacho me hacía bromas,
me echaba agua como llamando mi atención, hasta que un día
me para y me dice que quería platicar conmigo, “Sí, le
contesté, cuando salga del trabajo”, en la noche me estaba
esperando y me dijo que si quería ser su novia, yo dentro de
tantas cosas le dije que sí.
Otro día, la hermana de mi amiga me corre de su casa pero
nada más a mí, y claro, se me cerró el mundo, ¿cómo?, ¿por
qué? Mi amiga me contesta: “Yo no me meto porque después
me corre a mí también”.
Entonces, me fui llorando al trabajo con mi ropa y la esposa
de mi patrón me dice: “Quédate en mi casa, yo te la ofrezco,
pero tendrás que trabajar más”, “pues sí -le dije- no tengo a
donde llevar mi ropa”. Dios bendiga a esa mujer que me dio
hospedaje.
Así pasaron los días y yo con mi novio anonadada por él, y
cómo no, si era una de las cosas buenas que me pasaba, pero
cuando cumplimos quince días de novios yo le dije: “vamos a
terminar, creo que es tiempo de regresar a Chihuahua, yo ya no
me siento a gusto aquí, no tengo nada que hacer y mejor me
voy”. Él se quedó pensando y me contestó: “A la noche que
venga por ti hablamos”.
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Esa noche platicaríamos y nos despediríamos, pero llega la
noche y va por mí y me pide: “vente conmigo, después nos
casamos, a ver si la hacemos”, bueno, pensé, ¿yo a dónde voy,
si en la casa no me quieren…?
Me aseguró: “hoy en la noche que pase por ti, te vas
conmigo”. Cuando llegó la noche y antes de marcharme, voy
con la señora, o sea mi patrona, para platicar y despedirme, y al
contarle todo, ella me dice: “fíjate lo que vas a hacer, no creas
que a mí me estorbas, no eches a perder tu vida, piénsale bien y
si quieres ve a donde te va llevar, porque en realidad no has
vivido nada”; yo le contesté: “Sí me voy a ir con él, muchas
gracias por preocuparse y ayudarme”.
Salí en busca de mi destino sin saber lo que iba a pasar, él
me estaba esperando y le platiqué lo que mi patrona me había
dicho, y respondió: “vamos a intentarlo, vas a ver que la vamos
a hacer, yo sí quiero en serio contigo”, nos fuimos caminando
por la carretera y al llegar a un negocio entramos, él ya había
hablado con el dueño.
Le había prestado un cuarto de cuatro por cuatro, sólo, sin
cama, sin cobijas, sin nada. Le pregunté: “¿aquí nos vamos a
quedar?”, y dijo que unos días nada más, en lo que
conseguíamos una casa de renta; pasaron tres días, durmiendo
en el piso duro sin colchón ni nada, pero a mí me sabía a gloria
porque estaba con la persona que yo creía me amaba.
Al cuarto día va al trabajo y me dice: “pide permiso, quiero
que veas algo”, me dieron permiso de salir y le pregunto: “¿a
dónde vamos?”. Caminamos cuatro cuadras, estaba una señora
esperándolo y le dio una llave, entramos al cuarto y había una
cama, un comedor de cuatro sillas, una estufa y un ropero,
¡nunca se me va olvidar!
“¿Y eso?”, le pregunté. Y él me contestó: “es lo que yo te
puedo ofrecer por lo pronto, te voy a demostrar que sí la vamos
a hacer”. Lloré de gusto, de emoción, nunca nadie me había
regalado nada nuevo, lo abracé, lo besé y esa noche ya no
dormí en el suelo como tantas veces.
Siguieron pasando los días y él me dice: “ya no quiero que
vayas a trabajar”. Yo me sentía realizada, por fin a alguien le
importaba, alguien se mortificaba por mí, así que fuimos y
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hablamos con mi patrona y me despedí, le di las gracias;
¿cómo olvidarla?, si fue un ángel en mi vida.
Bueno, así empezó mi vida de señora: fue el día 31 de
agosto de 1979, cuando yo me entregué a ese ser maravilloso,
yo esperaba mi menstruación el catorce o quince de
septiembre, pero ya no hubo menstruación: había quedado
embarazada desde el primer día. Creo que esos días en el suelo
funcionaron…
Con el tiempo mi embarazo se me empezó a notar y en mi
casa nadie sabía, disfruté al máximo esa panza, yo llevaba una
vida dentro de mí me parecía algo maravilloso, único, y tuve la
dicha de encontrarme con personas buenas, mi suegro fue otro
ángel, me quiso mucho, me respetó, me cuidaba, era lindísimo.
Me alivie en una clínica particular porque mi suegro así lo
quiso, lógico, él pagó.
Cuando el niño tiene dos meses, me dice él: “vamos a tu
casa para que conozcan al niño y me conozcan a mí”, y con
miedo le conteste que sí. Llegamos a Parral, yo nerviosa pero
con la seguridad a un lado porque sentía el apoyo de él, al
llegar nos recibieron muy bien, como si nada hubiera pasado,
mi papá cargó al bebé, nos quedamos cuatro días y nos
regresamos. Ahora me doy cuenta que hice muy bien al salirme
de allí. Siguió el calvario para mis hermanas, solo Dios sabe lo
que pasaron, lo que sufrieron.
A los dos años me embarazo del segundo niño y ¡sorpresa!,
fue un varón, deseado, esperado, amado y también me alivié en
una clínica particular. Por fin estaba formando esa familia que
a tan corta edad me arrebató la vida o el destino, no sé, yo me
sentía realizada.
A veces le preguntaba con miedo y vergüenza: “oye
¿cuándo nos vamos a casar?”, y él contestaba. “¿para qué?, así
estamos bien”, y yo me conformaba con lo que tenía, con lo
que me daba. Pero a estas alturas él empezaba a cambiar, hubo
golpes, maltratos… y yo me tenía que conformar porque eso
aguantaba mi mamá, yo creía que ese era uno de mis deberes,
¡qué equivocada estaba!
Él era un mujeriego, un promiscuo, un sinvergüenza, hasta
en el dinero se fijaba al grado de ponerme a trabajar, otra vez
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se repetía la misma historia. En ese tiempo conocí a una señora
y me dijo que si le ayudaba a su mamá a lavar, planchar y con
el quehacer, y sí acepte.
Llegaba cansada pero con dinerito, después conseguí
trabajo en una maquila de ropa, llegué a preguntar que si
estaban ocupando, me preguntó la señora que si sabía coser a
máquina, yo muy fregona le dije que sí y me dieron el trabajo,
aunque en mi vida había agarrado una máquina de coser, ¿yo
cómo?, si siempre trabajé de sirvienta, como en el negocio
cuando conocí a mi pareja.
La salida era a las 5 p.m. pero salía a las 10. Me pusieron a
descoser, todo estaba mal hecho, ahí aprendí a coser. Me
embaracé del tercer varón, él me decía que no lo tuviera pero
yo lo amaba sin conocerlo, y quería que todos fueran del
mismo padre, así que lo tuve, él nació en el Seguro que tenía
por mi trabajo.
Seguí viviendo más infidelidades, maltratos, más trabajo; lo
bueno fue que siempre me gustó trabajar.
En el año 85 el arregló la amnistía y se fue a trabajar al otro
lado, siempre se iba de mojado, siempre me dejaba sola con
mis hijos. Cuando el niño mayor tenía siete años, tiene un
accidente, se cae y se parte el riñón; pronto lo llevamos al
Seguro y lo checaron.
Orinaba sangre, se dan cuenta que yo no tenía Seguro
realmente y me lo echan al pasillo, lo único que hicieron por
mí fue prestarme una ambulancia, y me lo llevé al Hospital
Civil. Los doctores me dijeron que había perdido mucha
sangre, yo lloraba y renegaba porque mi niño que esperaba ya
daba patadas en la panza y le pedía a Dios: “si me vas a quitar
a un hijo, quítame a éste que todavía no lo conozco…” Mi
desesperación era tan grande que no medía mis palabras.
Ahora le doy gracias a Dios por no escucharme y haberme
dado esta oportunidad.
Mi niño se salvó y mi bebé también, pero mi calvario
comenzaba a tomar el color gris de la vida, así lo veía yo: él se
va para el otro lado y me vuelvo a quedar sola. Entonces
vuelve a pasar otro accidente, al segundo de mis hijos empezó
a hinchársele una rodilla, me lo llevé de urgencias al hospital y
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al estudiarlo el doctor me dice: “señora, su hijo es portador de
hemofilia”. “¿Qué es eso?”, le pregunté.
Yo no sabía lo que estaba pasando, estuvo una semana
internado. El último día de la semana el médico me dice:
“Señora, los estudios estaban equivocados, disculpe usted”. De
verdad fue una semana de tormento, para entonces ya le había
avisado a su papá y vino, siempre sin demostrar sentimientos.
¿Por qué parecía tan duro? Muy sencillo: él tenía otra mujer.
Así pasó el tiempo, mi corazón se empezó a endurecer, mis
gestos y mis facciones se empezaron a notar agrias, yo me
estaba amargando, iniciaba otra vez mi vida de pesares, llena
de rencores coraje, odio y resentimiento.
Empecé a ser victimaria de mis propios hijos, la violencia,
los golpes hacia ellos; hoy me arrepiento sí, muchas veces les
pedí perdón… y mi hijo el grande me decía que no, que nunca
se le iba a olvidar, y lo entiendo porque yo estoy igual, no
puedo olvidar cargas y más cargas.
Con culpas y remordimientos logré poner una tienda de
abarrotes y cuál sería mi sorpresa que él se hizo cargo de ella,
pero sólo duró siete años y quebró, lógico: no tenía entradas de
dinero.
Luego compra un taxi pero era igual, no había dinero, no
había carreras, no había gente, pero para pasear a la mona en
turno sí había, no le importaban mis enfermedades. Para
entonces yo ya tenía asma, un enfisema crónico.
Casi siempre estaba internada por crisis, ¡qué vida la mía,
equivocada siempre!, me decía: “tengo que aguantar por mis
hijos”, pues no quería que ellos sufrieran lo mismo que yo,
¡qué estúpida fui!, y ¿cómo antes no llegué a saber de estos
talleres? ¿Por qué no tuve la oportunidad de conocerlo antes?
Más adelante, con el correr del tiempo, mi vida dio un
vuelco, mi marido se enredó o se enamoró de otra mujer.
Aumentaron los problemas, muchas lágrimas y una separación,
hasta pisé la cárcel a causa de ella, ¿cómo olvidar esos
episodios de mi vida?, y al final él está aquí. ¿Y mis
sentimientos, dónde quedaron?
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Ahora me doy cuenta que los hijos también somos ingratos,
dentro de su mundo, mis hijos no se dan cuenta del daño que
ocasionan. No quiero parecer víctima ni dar lástima a mis
hijos, ellos cayeron en vicios, es el ritmo de vida de cada
persona, no se dan cuenta, que sin querer me matan poco a
poco, ya que ellos son partes de mí, hoy me doy cuenta de que
el karma existe, le doy gracias a Dios por esa enseñanza de
vida que me ha dado.
También me da tristeza ver el rumbo que tomaron, me da
desesperación la vida que ellos llevan con sus familias y
esposas, es una pena ver cómo todo se repite, pero es de sabios
reconocer, entender y enmendar los errores, porque si el
tiempo retrocediera sería diferente. ¡Qué dolor ver cómo
siguen las cadenas!, cómo el pasado persigue nuestras vidas,
esas vidas de las que yo de alguna manera fui responsable, no
culpable, no, porque hoy me doy cuenta que nunca fui culpable
de nada.
Mi vida, no sé lo que pasó con ella, simplemente me
equivoqué, fueron errores que de alguna manera influyeron. Y
cómo sería si yo no me diera cuenta de esos errores, al menos
ahora puedo ver y darme cuenta de lo valiosa que soy como
persona.
Quiero aprovechar para darle las gracias al grupo de
Tejedoras por esos talleres que impartieron, por esas personas
que se cruzaron en mi camino, en especial a ese ser
maravilloso que me quitó la venda de los ojos, Dariela Dávila.
A mis compañeras, que a pesar de que somos diferentes
porque no pensamos igual, les agradezco por la tolerancia, por
esas lágrimas que derramaron junto conmigo, gracias por esos
momentos buenos y por los malos también, espero que no
termine aquí, que sigamos por ese camino de crecimiento,
porque yo creo que tengo mucho trabajo por hacer. Por trabajar
a favor de tantas mujeres que no entienden, como yo no
entendía, GRACIAS.
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Como las olas… - Artemisa
Nunca nada se va del todo. Nunca nadie se va del todo.
Como olas que van y vienen regresan las experiencias,
regresan las personas, regresan los sueños y regresan las
pesadillas. El punto es cómo nos encuentren, sin importar la
playa. Mis sueños y mis pesadillas me conforman y me
forman. No cambiaría ni mi pesadilla más horrenda, porque
gracias al todo que me conforma soy como soy y me agrada la
persona en que me he convertido.
Una herida me atraviesa de punta a punta. Eso nadie podrá
cambiarlo. No importa, ya no importa; al final el balance es a
mi favor. Crecí con fuerza, con fortaleza y, sobre todo, con
solidaridad para los que tienen el proceso vulnerado. ¿Y quién
no lo tiene? ¿Qué ángel se anima y arroja la primera piedra?
Estoy lista.
Olas que vuelven…
Ir a Mazatlán cada año con papá eran entonces las
vacaciones perfectas. Papá era un sol de generosidad, diversión
y amor sin límite de tiempo. Una playa perfecta nos esperaba:
siempre con olas puntuales que nos arrastraban hacia la arena
probando la incapacidad de la que escribe y su espíritu
aventurero contra olas y extraños. El sol sin medida nos
quemaba la piel en una época en que no existían tal cantidad de
bloqueadores ni nosotras -mis dos hermanas y yo- los
queríamos, porque llegar ardidas como camarones era la
prueba irrefutable de que habíamos pasado horas y horas en la
playa.
Mamá -a quien nunca le gustó viajar- nos esperaba con el
picrato en mano, cosa que años después se descubrió que no
era lo indicado. Muchas cosas no han sido lo indicado, pero no
lo sabíamos.
Yo era feliz entonces porque había olvidado, y la amnesia
es un mecanismo de defensa cuando cosas desagradables
ocurren. A mi manera sepulté en lo profundo del inconsciente
lo indeseado y sembré flores de todas las habidas y por haber
por encima, a los lados y más allá, formando una espiral
camino al cielo. El ramo multicolor floreció a lo loco y sin
61
medida hasta que un día las flores comenzaron a secarse de una
en una.
Pero eso el mar no lo sabía y lo que no se sabe no importa.
“En el mar, la vida es más sabrosa”, con ostiones en su concha
bañados de limón y salsa tabasco, sin faltar las galletas saladas
y el Tonicol, refresco de vainilla que sólo se encontraba por
esas tierras sinaloenses. Mis dos hermanas, papá y yo nos
divertíamos a lo máximo. Mi hermano nunca fue; creo que le
aburría mortalmente la idea de estar de vacaciones con sus
hermanitas y su padre. Era un jovenzuelo adolescente que
amaba los carros veloces. Yo era una niña pequeña que amaba
a su padre y al mar que me llenaba los sentidos.
Papá me enseñó que todos los frascos pueden abrirse sin
romperlos y que cuando haces fuerza y los dañas exhibes tu
incapacidad y tu torpeza en las soluciones de la vida. A mí me
maravillaba cómo apenas tomaba él un frasco o una cajita entre
sus manos y con una ligera presión los abría fácilmente.
Aprendí entonces que existimos personas como esos frascos
que con la fuerza nos cerramos más, mostramos colmillos y
nos volvemos impenetrables y peligrosas cuando nos dañan.
Papá era un sabio y no le gustaba leer. Lo vi leyendo sólo dos
libros en su vida: Los Hijos de Sánchez y El Anticristo de
Nietzsche. Sin embargo, era un hombre muy inteligente,
diseñador de joyas, comerciante, consejero de bancos,
empresas y almas en desgracia.
Lo que más me gustaba de él era su alegría de vivir; con él
aprendí a disfrutar desde un elote en un carretón callejero,
hasta complicados guisos de cocina internacional. Recuerdo
que un día se fue al Japón y regresó con un japonés del que se
hizo amigo y lo convenció de que se viniera con él y otros
compadres para que conociera México.
El amigo japonés nos enseñó a preparar tempura y pescados
en inverosímiles salsas; conocimos el sake y aprendimos que a
los japoneses les da un asco -horrible hasta la basca- saber lo
que el menudo era: la panza de la vaca.
Pocas personas entonces eran aficionadas a la cocina
japonesa, el mundo conocido se reducía a unos cuantos
kilómetros en el mismo continente: el americano y con el
62
vecino del Norte arribita, lo que papá no soportaba y le
encantaba decir eso de: “yankees go home”. Con el tiempo
comprendí que, en lo general, tenía razón.
Olas que vuelven…
Junto a papá siempre me sentí valorada en mi condición de
la hija más pequeña de edad. Mis manos infantiles eran ideales
para pesar esas pequeñas puntillas que parecían de lapicero en
una basculita que yo imaginaba para cocina de muñecas. Con
todo cuidado, y bajo la supervisión de papá, abría el frasco que
las contenía y con una cuchara minúscula ponía dos
cucharaditas en el plato de la báscula que tenía una ranura.
“Con cuidado -me advertía papá- tiene que ser exacto, la
medida precisa, como todo lo que en la vida quieras que
funcione”. Luego, el contenido del plato había que ponerlo en
el casquillo, “hasta la última puntilla de pólvora” y después
sellarlo con la bala en una máquina alemana manual, especial
para recargar cartuchos.
Escuchando en la XEW la música de Agustín Lara, papá y
yo en el tapanco de la casa estuvimos algunas noches en esos
menesteres y cantábamos “Azul”, quedito para que nadie nos
oyera.
A él le gustaba ir de cacería y/o de pesca cada ocho días sin
falta. Todos los domingos en la mañana se iba y regresaba por
la noche con truchas recién pescadas, si habían tenido suerte y
alcanzaban para todos. Yo aprendí a limpiarlas: les quitaba las
escamas con un cuchillo y les sacaba los intestinos, las lavaba
bien y después se empapelaban en aluminio con mucha
mantequilla y sal; cocinadas al horno eran una delicia como no
había otra. La medida exacta de mantequilla y sal eran la clave,
como en todos los aderezos de la vida.
Olas que vuelven…
Un domingo me sacaron del cine. Tenía casi quince años y
estaba viendo El Gran Gatsby. Me dijeron que papá sufrió un
accidente, que se le disparó la escopeta en plena cara cuando
andaba en la cacería del venado… Yo sabía que eso era
imposible: papá era cuidadoso, exacto, perfeccionista, un
espíritu alemán en su mejor versión: disciplinado e inteligente.
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Nunca lo creí y tuve razón. La vida da muchas vueltas y las
verdades siempre han llegado a mis manos sin siquiera
buscarlas. Como imán las atraigo desde niña y así, días
después, una maestra rural amiga de la familia me invitó un
refresco y me lo dijo: “a tu papá lo asesinaron, querida. Un
testigo ocular me lo contó todo”.
Otra verdad para guardarme, sólo que no había ni flores ni
olas ni mar ni sol ni nada; sólo mi corazón adolescente para
guardarla ahí dentro. La vida se me enlutó sin remedio y las
risas juveniles se volvieron cínicas. Una amazona dura
brincando en el filo de la navaja empezó a gestarse ante la
indiferencia de los que no se percataron.
Yo sabía que en mi habitación, allá en el fondo de mi
vestidor y en mi interior, para siempre se quedó guardado el
vestido blanco de mis quince años, la fiesta, el vals con papá,
la celebración entera: el banquete, la misa Te Deum, el anillo
de brillantes, las damas, los chambelanes y el novio primero.
Mis quince años los pasé llorando en mi recámara de la
casa, con una tostada de pollo que mi hermana querida –
Yolanda- y yo, mandamos pedir a la Farmacia Benavides, que
por entonces tenía servicio de restaurante a domicilio. No
recuerdo que nadie me haya preguntado cómo me sentía con
mi celebración de quinceañera frustrada; tampoco condeno a
nadie por no haberlo hecho.
Entonces medio maduré apresuradamente y me sentí sin
protección, perdida sin mi papá y su sentido del humor
incomparable. Perdida sin sus ojos verdes que me decían que
me amaban. Las olas me arrastraron al centro de un luto fuera
de tiempo que no acababa de comprender, y con una verdad
que me superaba. Por múltiples razones yo sólo comprendí que
–una vez más- debía guardar silencio para protección de mi
familia.
Las claves de la vida se me hicieron pedazos. Entonces no
recordaba la pesadilla. Lo haría más tarde cuando las flores
todas se secaran. Lo haría más tarde descendiendo a los
recuerdos tomada de otra mano tan inocente, entonces, como la
mía. Y así, tomada de esa mano masculina, supe que yo no
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cabría en estereotipos y que la vida es dura y tus muros a veces
se derrumban. Lo demás son aderezos…
La amargura me vistió. Mi mamá a mi lado, tan devastada
como yo. Con lentes oscuros y el ánimo insufrible. Se quedó
viuda. ¿Cómo culparla?
Olas que vuelven…
Mamá era una mujer intensa, intensamente feliz yo diría,
sin brida y sin más medida que su regalada gana. Amanecía
leyendo el periódico, escribiendo y leyendo libros. Desayunaba
en la cama y hablaba de política todo el día: en el teléfono o en
el café “La Única” en el centro de Durango. Siempre rodeada
de los políticos más destacados del momento, de artistas y de
algunas damas. Su mesa se distinguía por tener a la rubia
menudita junto a unos seis u ocho caballeros. Todos fumando
sin parar, ella incluida, y tomando café como agua de uso.
Las “buenas conciencias” de la época la criticaban a sus
espaldas, pero el tiempo a todos pone en su sitio y los que tanto
la criticaron años después la llamaban “el orgullo de Durango”,
y se les olvidó lo que a sus espaldas dijeron. Caminando por
las calles de la ciudad mucha gente la saludaba. Ella siempre
respondía amable, pero quedito me comentaba a veces: “ése
decía horrores de mí, aquélla me difamaba en cada esquina”,
para luego soltar la carcajada y decir: “tu padre nunca les hizo
caso; ahora me aman y está bien”. Y seguía como si nada,
recitando algunos versos alusivos entre juegos y risas.
Mamá era inteligente y divertida… siempre que no se
enojara y buscáramos todos algún rincón dónde escondernos.
A veces nos gritaba: “¡son unos engendros del demonio!”.
Papá se quedaba viendo como si no le competiera y nosotros
nos mordíamos los cachetes para no reírnos, hasta que un día
mi hermana mayor, Yolanda, le dijo: “¡papá, el demonio eres
tú!”. Él hizo como que la Virgen le hablaba y todos nos
reímos. Así era papá.
Mamá era desayuno con cantos gregorianos, Neruda y El
Sol de Durango o El Siglo de Torreón o, más tarde, Excélsior.
Al mediodía después de comer, mamá era dulces: lagrimitas
rellenas de miel, perritos, cochinitos, pajaritos, gallinitas; todos
elaborados primorosamente con agua y azúcar y pintados sus
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piquitos, ojitos y todos ellos perfectos. Los vendían en la
esquina de la iglesia de San Agustín y comprábamos bastantes
para delicia de quien quisiera.
Mamá era toda poesía, libros, historias y nieve de
mantecado de vainilla. Mamá era adorable y yo la amaba.
Mamá era versos de la nada, de repente en una servilleta o en
una bolsa de papel de estraza. Versos que siempre me leía
aunque a veces yo no entendiera del todo. Pero mamá sabía lo
que hacía. Mamá era surreal como toda artista y yo la amaba
cuando extendía su dedo meñique hacia el mío, lo entrelazaba
y me decía: “dicho todo”. Mamá era caminatas por todo el
pueblo y risas y carcajadas y furias y corajes.
Con mamá nunca se sabía y siempre había que estar listos.
Era temperamental e impredecible. Y, sin embargo:
imprescindible: cien por ciento confiable cuando se le
necesitaba. Mamá siempre estaría ahí cuando un hijo o una hija
le pidieran ayuda. Mamá era México y el amor a las raíces:
rebozos de seda y de lana, vestido de china poblana, mole y
chiles rellenos, arroz rojo con rajas y frijoles refritos “chinitos”
o en bola con tortillas recién hechas a mano de maíz de
nixtamal.
Mamá era una escritora, mecenas de artistas, promotora
cultural de excelencia y defensora de la causa indígena y de
quien se lo pidiera. Mamá era solidaria con los vulnerables,
primogénita de un revolucionario de los Dorados de mi
General Francisco Villa. Mamá sacaba la cara por los que
andaban en desgracia y les exigía que pusieran a trabajar sus
talentos. Era toda azúcar y fortalecía autoestimas.
Mamá era una maga dulce y terrible. Una poeta y un
tsunami. Entonces yo ya sabía que lo dulce de la vida se escapa
en cualquier segundo y que la debacle tampoco respetaba a las
poetas; la tenebra está al acecho para amargar por cualquier
resquicio.
Olas que vuelven...
Un día mamá lloraba a palabras como intensa que era, y yo
la veía con mis ojos de cuarentona acostumbrada a ver el mar
sin mojarse. Entonces comprendí que era la hora de las
definiciones, tomé aire y me sumergí en el mar inmenso que
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me abarcaba. Las lágrimas, olas de palabras recordando las
gotas puntuales de sus ojos, mi madre luchando a mares con el
goteo a vena para hacerle la vida.
Yo, a goteo con las emociones amarradas en un lazo. Yo, a
goteo leyendo a Víctor Frankl en el intento de encontrar el
sentido de tanto sufrimiento, el sentido de cada lágrima y de
cada palabra en el silencio que nos construye, vínculo
inacabado, silencios más allá del mar. A bordo de una barca
enorme que ante mis ojos se presentó en la pintura gigantesca
encima de la chimenea de la casa y a mi madre gritando entre
risas en una Navidad de cuento de hadas: “¡aquí no llora nadie
porque la vida es para ser feliz y disfrutarla!”.
Olas que vuelven…
Algún año después, sobre la almohada su rubia cabellera y
las lágrimas corriendo a mares por mi cara. Y mis ojos de
cuarenta años preguntando sin hablar. Dudas de acero.
“Esto no es lagrimeo, para que te lo sepas -me decía
mientras las lágrimas resbalaban por su escote-, es rabia y
enojo y reclamo. Reclamo a ti, Dios, ¡¿dónde te encuentras?!
Que lo sepas: que me estoy muriendo de cáncer contra mi
voluntad. ¡¿Dónde quedó la promesa?! ¡¿Dónde, dime, el libre
albedrío?! ¡¿Dónde la vida eterna?!”.
La barca, carabela enorme surcando el mar
transgeneracional de palabras que se vuelven espuma. Espuma
en la cresta de una ola a donde me quise subir y me subí para
alcanzar la carabela, ascendiendo por la escalera de palabras
espumosas propias y ajenas, por la escalera del goteo que gota
a gota cae en el sueño que seduce al dolor y a la conciencia.
Olas que vuelven…
La seducción que encanta, ensoñación que palidece ante la
realidad que se enmascara con un pañuelo de versos póstumos
a ritmo de cocuyos. Mi madre, la poeta, dictándome versos en
sus últimos días. Ahí junto a mi hija Gabriela, pequeña niña de
cuatro años. Yo, puente entre generaciones. Yo agradecida de
que no supiera, yo agradecida de que muriera y no supiera
nunca.
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Porque... no era una vez. No había una vez. No hubo una
vez. Pero sucedió… Fue en la adolescencia con el amor de mi
vida como me fui acercando a la memoria. Suavemente al
inicio, a ritmo del oleaje en calma, el recuerdo puntual como
olas que vuelven… volvió. La película completa se mostró
desde una cama de flores marchitas y con una convulsión de
miles de voltios que me volteó al revés y me exhibió más que
nunca vulnerable. ¡Para mi rabia! ¡Para mi rabia de mujer
guerrera e indomable! Fue contra mi voluntad y escapó a mi
control consciente. La debacle tampoco respeta a las guerreras,
aprendí.
Olas que vuelven…
Mi cabellera hasta la cintura, mi cabellera larguísima al aire
revuelta por la sacudida, el aire poblado de recuerdos, los
recuerdos de besos y puñales, los puñales junto al paraíso
vulnerado, la herida sin bien cicatrizar; la sangre por goteo
desde mi boca y junto a mí él, siempre él y la posibilidad de
sanación llegó tomada de su mano: un sombreado de frases
clandestinas desde la luz de la memoria resiliente y al centro,
la pregunta por siglos formulada, desde los griegos, desde
Sócrates la consigna que empodera: conócete a ti mismo.
Y yo preguntándome a mí misma: ¿quién soy yo?, y más
aún en plena adolescencia: ¿quién soy yo para que tú me ames?
¿Quién soy yo que escapé del laberinto? ¿A dónde me diriges?,
te pregunté. ¡Dime dónde buscarte! ¿Dónde rescatarte?
¡Enséñame!, me exigiste. Y así: tú a mi derecha, tú a mi
izquierda. Tú en mi corazón. Tú arriba. Tú abajo. Tú en todo
lugar. Sanándome sin saberlo. Desde entonces y para siempre
juntos: cerca o a la distancia. Cerca, juntos. Lejos, cerca.
Juntos, lejos. Completamente. Nuestras vidas juntas a
kilómetros de distancia. A años de distancia. Vibrándonos en el
centro del corazón.
Recordándonos en la misma luna, recordándonos viendo la
misma película a kilómetros de distancia bajo el mismo cielo
mexicanísimo nuestro. “Quiero tocarte hasta la sombra porque
estamos hechos para habitarnos”, dijiste. “Siempre”, respondí,
“mira el mar cómo se aleja y es uno y el mismo en la espuma
de las olas que lo habitan... En las gotas de las olas que
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vuelven… así tú y yo, uno y el mismo a pesar de nuestras
diferencias, a pesar de los pecados”.
“Quiero conservar tu nombre. Conservo resguardado tu
nombre, dentro del mío”, dijiste. Lo demás son accesorios. Tu
nombre que contiene el mío, amor que nos ama: que contiene
el mío desde el instante en que nos vimos. Olas que vuelven:
nuestras miradas. Atrás las laminadoras y los barrenos, las
rocas cargadas de oro y plata con su coctel de cianuro. Muy
joven yo me subí al sol tomada de tu mano. Tú descendiste a
los avernos en tu madurez conmigo en tu corazón. Y yo lo sé.
Conozco de tus cielos y de tus infiernos innombrables. Y no
los digo. Verdades que no dijiste y que, para variar: ¡llegaron a
mis manos sin buscarlas ni quererlas tantos años después!
Verdades conmigo a salvo. Tú, como yo: No era una vez. No
hubo una vez. Tampoco había una vez. Pero sucedió y el hecho
regresa como las olas que siempre vuelven. Como nosotros.
Como la vida misma. Nada se va del todo. Nadie se va del
todo.
Nos llevamos al nombrarnos: “eres el amor de mi vida y
nunca te he dejado de querer”, dijiste una madrugada.
Lo demás son accesorios…
Nosotros somos como las olas y nos llevamos al
nombrarnos…
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Corriendo sola – Liebre
Mis padres fueron Pedro y María Luisa; mi madre de la
Hacienda el Durazno y mi padre de la Cieneguita del Río,
municipio de Cadereyta Jiménez N.L. Se casaron el 25 de
octubre de 1959 y se fueron a vivir a la Hacienda San Mateo,
Juárez N.L.
En casa de mis abuelos paternos, al año, el 3 de octubre de
1960 nació una hermosa niña, o sea yo; allí vivimos pocos
meses en casa de mis abuelos. Mi papá compró una casita
donde nos fuimos a vivir los tres. El 21 de octubre de 1961
nació mi hermana Silvia, el 24 de marzo de 1965 mi hermana
Bertha, y mi hermano Cruz el tres de mayo de 1969, el niño
que tanto deseaban mis padres.
Mi padre siempre se dedicó a la agricultura y trabajó para
mi abuelo. Él no le exigía nada a mi abuelo. Mi padre era único
hombre entre seis hermanas; su madre la mejor, noble y buena
como él: sin vicios, pacífico, muy responsable con mi mamá y
con nosotros sus hijos, pero sin ambiciones.
Mi madre, única hija entre tres hermanos. Una hija muy
querida. Cuando yo nací venían con frecuencia a visitarnos.
Recuerdo que cuando nosotros los visitábamos en Navidad mis
tíos llegaban con muchos regalos para mis primos que venían
de Monterrey. Mi mamá llevaba regalos para mis hermanos
más chicos y yo enojada porque Santa no se acordó de las hijas
grandes, de mi hermana y de mí, y mi mamá no nos decía la
verdad: que Santa no existía y cuando regresaba a la casa yo
buscaba mi regalo y no encontraba nada.
Estudié la primaria en la Hacienda San Mateo. Cuando
estuve en primer año, mi maestra Jovita dormía en mi casa y
cuando llegaba le daba quejas a mi papá de mí: Tere hizo, Tere
no hizo, Tere esto y aquello, siempre fui traviesa. Cuando paso
a segundo año mi tía Goyita era la maestra de ese grado, estuve
pocos meses con ella ya que la transfieren a la Hacienda La
Ciénega, cosa que a mí me cayó de perlas porque con ella tenía
que comportarme.
Cuando paso a tercero y cuarto, tenía unas compañeritas
que venían de la Hacienda La Ciénega y le pasaban todos los
70
chismes a mi tía, y cuando mi tía iba al rancho cada fin de
semana (no había pavimento ni transporte y usaba botas
cuando había lodo), a su casa con mis abuelos, me reprimía.
Los lunes a la hora de la salida yo me las cobraba con las niñas
que le pasaban el chisme a mi tía; así pasaron los meses hasta
que salí de sexto. Mi tía Goyita fue mi madrina de primera
comunión: mi vestido era blanco con plateado, sin embargo no
tengo ninguna foto y ahora que viene a mis recuerdos este
acontecimiento voy a buscar quiénes fueron mis compañeras
de primera comunión para ver si alguien conserva una foto.
Al morir mi abuelo paterno, como mi papá siempre trabajó
para él, nos encargó con mi tía Goyita. Ella, sin compromisos
personales, me llevó a casa de una prima de ellos para que yo
estudiara la secundaria. Me costeaba los gastos escolares y yo
le ayudaba a mi tía en los quehaceres del hogar y a las ventas,
ya que no pagaba la estancia, pero pasó el tiempo y repetía ante
sus hermanos los planes que tenía para mí: heredarme su
propiedad ya que ella no tenía hijos.
Empezaron a incomodarme para que me fuera de la casa y
a los catorce años me fui a casa de un primo de mi abuelo,
donde vivía una familia muy numerosa. Allí hice una muy
bonita amistad con una de sus nietas ya que íbamos y veníamos
juntas a la escuela. Yo me sentía como en casa porque su papá
me cuidaba igual que a sus hijas, después se casó la hermana
mayor de mi amiga y me pide que me vaya con ella ya que
acababa de dar a luz a una niña, de la cual me hizo su madrina;
para ese entonces yo estudiaba la preparatoria.
En esa época me invitaron a trabajar en casa de unas
compañeras donde también era una familia muy acogedora.
Ellas se dedicaban a empacar especies y cacahuates y salíamos
a vender durante la mañana y a las once nos íbamos a la
preparatoria. En esta casa tampoco me costaba la estancia y
también me consideraban de la familia. Su papá, un excelente
hombre, iba cada semana al rancho, hasta que tuve novio iba
con menos frecuencia.
Luego en el grupo de amigas que íbamos a la preparatoria, a
una de ellas se le enfermó su papá y su mamá lo cuidaba en el
hospital, mi amiga era la mayor y tenía varios hermanos y me
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pidió que me fuera a vivir a su casa para que le ayudara con los
quehaceres del hogar ya que la familia era grande y ella sola no
podía, y yo me sentía contenta de ayudarla; después muere su
papá y su mamá regresa a casa.
Terminé la preparatoria y entré a la Facultad de Veterinaria
y Zootecnia, ésta estaba ubicada en la calle de Matamoros
entre Zuazua y Dr. Coss, en el centro de Monterrey. Allí estoy
un año y medio. Yo me fui a casa de unos tíos que vivían en la
colonia Independencia. Ellos me necesitaban durante las
mañanas ya que mi tía tenía Parkinson. Yo me iba a la Facultad
en las tardes y cruzaba el puente Zaragoza.
Cuando construyeron la Macroplaza cambiaron la Facultad
a un campo experimental en el municipio de Bravo, Nuevo
León. Fueron pocos meses los que estuve asistiendo ya que
tuve muchas dificultades: iba y venía en un camión porque no
me quedaba allá. En esta época tuve un novio y nos veíamos en
la plaza Zaragoza. Él era muy bueno y respetuoso.
En esos días, mi tía Goyita se jubiló y nos dice a mis
hermanas y a mí que consigamos una casa para vivir con
nosotras y poder seguir estudiando todas.
Me salí de la Facultad y yo seguía viendo a mi novio hasta
que entré a la escuela de Contadores en las calles de Juárez y
Arteaga, también en el centro de Monterrey. Esto pasó porque
empezó a haber problemas y envidias porque mi tía estaba con
nosotras; para estas fechas conocí a Elías, por medio de su
hermana y nos hicimos novios.
Terminé la escuela de Contadores y me puse a trabajar en
una constructora en el edificio de la Cafetera Mexicana. Me
salí de ese trabajo y estuve un tiempo sin empleo. Después
entré a trabajar en la SARH en el proyecto del acueducto
Linares-Monterrey, para entonces ya estaba comprometida y
tenía la facilidad de estar cerca del trabajo, a la vuelta de mi
casa.
A seis meses de haber empezado en este trabajo, me casé en
diciembre de 1981y vivimos un año más cerca del trabajo,
después mi papá nos dio un terreno en la Hacienda San Mateo
y mandamos hacer una casa de madera por donde pasa un
arroyo a escasos metros. Allí nos visitaban amigos y familiares
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ya que les gustaba mucho el lugar. Mi marido y yo íbamos y
veníamos a trabajar todos los días; mi esposo en el IMSS en un
almacén regional de suministro que se encuentra a un lado de
los rieles de Churubusco, en el municipio de Guadalupe,
Nuevo León y yo seguí en la SARH.
Al año de casada nació mi primera hija, Mariana, en
septiembre de 1982, muy hermosa desde niña. Fue creciendo y
maduró muy pronto: no era llorona ni daba lata, yo podía
trabajar perfectamente pero me embaracé muy rápido de mi
segundo hijo, Elías Francisco. En este embarazo no tuve
ningún problema, hacía mis actividades normalmente, y nació
el 1 de junio de 1983 en el ISSSTE de Burócratas Municipales.
Cuando yo estaba en recuperación, llegaron mi suegra y una
de mis cuñadas a visitarme y me dicen que el niño no está en
cunas normales, que está en cuidados intensivos; me levanto,
me fajo y me voy a checar y a hablar con los médicos y me
dicen que el bebé no toleró la leche y que tiene unos
temblorcitos leves, que todavía no se sabía cuál era su
problema, luego me dan la noticia de que le hicieron un TAC
(Tomografía Axial Computarizada) y que le encontraron dos
hidromas en el cerebro; que la masa encefálica no estaba bien
formada y por eso le daban crisis convulsivas.
Salimos del hospital y volví allí a los diez días; me lo daban
de alta y a los diez días volvíamos de nuevo al hospital. Así
pasaron seis meses: cuando lo tenía en mi casa, dormía sentada
con él, sufríamos tanto que le pedía a Dios que me lo
recogiera. Tuve poco apoyo por parte de mi esposo pues él se
escapaba con sus amigos haciendo como que no pasaba nada;
yo me hacía la fuerte, la que todo podía. En la última vez que
llegamos al hospital, los médicos le estaban haciendo una
venodisección y salió el médico y me dijo que el niño acababa
de morir.
Esto fue en noviembre primero del mismo año. Mi esposo,
al recibir la noticia, corrió a un elevador para salirse del
hospital y yo dejo al médico hablando solo y corrí tras de él,
traté de hablar con él, que cómo era posible que siguiera
dejándome sola y que tuviera más apoyo de otras personas que
de él, y me enojaba mucho por su forma de actuar. Ahora
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pienso que él se ponía una careta, tal vez porque no sabía cómo
expresar su dolor.
Poco tiempo después tengo otro embarazo y a los cinco
meses tuve un aborto, gracias a Dios ya que tenía mucho
miedo que volviera a pasar por lo anterior.
Pasa el tiempo y me embarazo nuevamente en agosto de
1985. Nació mi hijo Elías con problemas en la sangre, le
faltaban plaquetas; me dice el médico: “vamos a ponerle
plaquetas, si su organismo las reproduce, no tendremos ningún
problema pero si no, hay que estarle aplicando plaquetas cada
seis meses”, cosa que yo no deseaba, pero fuerte y dura de
corazón, así parecía por fuera, de noche me desahogaba y
lloraba, nunca frente a mi esposo. Gracias a Dios su organismo
reaccionó y hasta la fecha él tiene 29 años y ya es papá de un
hijo de seis años.
En 1991 tuve otro embarazo, el cual fue muy deseado por
toda la familia. Mis hijos estaban muy contentos y mi esposo
también; yo me sentía mimada por ellos, me cuidaban. Yo
seguía trabajando en SARH y hasta el final de mi embarazo me
incapacité solo una semana antes de la fecha; me atendían de
cesárea. Esta semana era para hacer los preparativos y dejar
todo en orden porque nada más, me decía, yo estaba para
hacerlo (tonta) ahora todo me duele, lo único que no me duele
es la lengua por no tener hueso, nunca me sentí mal en este
embarazo, nunca me hice eco, solo lo hacían si era necesario.
El 5 de septiembre de 1992 nació Elías Bernardo, un niño
muy blanco, se veía muy sano pero a las catorce horas de
nacido, mi suegra y mi cuñada me llevan la misma noticia, que
el niño no está en cunas normales y que está en cuidados
intensivos y con convulsiones y yo con la experiencia anterior,
me levanto, me fajo y voy a hablar con el médico y le digo:
“doctor, yo quiero que le haga un TAC al niño” y él me dice:
“señora, no siempre se convulsiona por problemas congénitos”.
Yo le comenté lo del niño anterior, que podía ser por falta
de vitaminas, en eso estamos revisándolo, y me ordenó: “usted
váyase tranquila a su casa y hábleme a las diez de la noche
para darle noticias del niño”. Salgo del hospital despescuezada
y triste como gallina sin pollos, preguntándome por qué a mí,
74
por qué a nosotros, si yo no soy mala; callada todo el camino a
mi casa, para esto ya vivíamos en el municipio de Guadalupe.
Llegué y encontré tantos recuerdos del baby shower que me
habían organizado mis vecinas; dan las diez de la noche y le
hablé al médico y me dijo: “Ya logramos hacerle la tomografía
al niño. La espero en la visita de las cuatro de la tarde para
checar el TAC del niño anterior y de este niño”.
Ya de ahí no me gustó nada. Cuando llegué, el médico me
dijo: “aquí tengo el TAC del primer niño, tiene dos huecos en
la masa encefálica y aquí tengo el del niño actual, Elías
Bernardo, desgraciadamente el problema es peor, la única
esperanza es que los medicamentos logren controlar las crisis
convulsivas”, cosa que a mí no me gustaba, pues no quería
tener a mi hijo adormilado como mantenían a Francisco.
Le pedí a Dios, con más fe, que se lo llevara y mi esposo
me decía: “¡estás loca, estamos nosotros para cuidarlo!”.
“¿Cuánto tiempo?”, le pregunté. “Te doy un año para que te
olvides de nosotros, porque ya no voy a tener tiempo para ti ni
para los demás niños, el niño va a requerir de todos mis
cuidados”. Así pasaron veinte días y murió después del 25 de
septiembre, no recuerdo exactamente cómo pasó todo; el niño
murió en el hospital, nunca salió de ahí, para esto yo ya tenía
todo preparado para el funeral, hicimos una misa de cuerpo
presente y de ahí al panteón.
En este tiempo mi esposo trabajaba de noche en la clínica
25, mis hijos en la escuela y yo ya había dejado de trabajar por
el problema que el niño tenía. Hubo un programa de retiro
voluntario el cual aproveché. Yo sola en la casa tenía tiempo
para llorar junto a sus recuerdos que había dejado, ya sin el
niño y sin trabajo empiezan a cambiar las cosas: mi esposo,
como tenía todo el día libre, cuidaba a mis hijos y yo empecé a
trabajar en una mueblería allá en Cadereyta, propiedad de una
hermana.
Estuve buen tiempo trabajando ahí y luego empecé a estar
al pendiente de mi mamá ya que tenía problemas para caminar:
empezó a caerse, se quebró la cadera y dejé de trabajar para
atenderla en mi casa. Mi mamá ya no podía caminar ya que
hacía seis años se había quebrado la otra cadera y requería de
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muchos cuidados. Mi esposo y yo peleábamos porque no tenía
tiempo para él y él me reclamaba que por qué nada más yo la
cuidaba.
Un día, en el mes de mayo del año 2000, mi papá viene a
visitar a mi mamá a mi casa y trajo calabacitas y elotes del
rancho y fue a comprarme costillitas de puerco y comimos
todos bien contentos. Ese día mi mamá le hizo encargos a mi
papá, le dijo dónde estaban las escrituras, las joyas (las pocas
que tenía), y a mí me extrañaba, mientras platicaba, yo estaba
planchando y ella doblando ropa y mi papá nos acompañaba y
nos dice: “ya me voy, ya se está haciendo tarde”, se despide mi
papá y se va.
En eso llega mi esposo, él y yo ya ni nos hablábamos, y mi
mamá le dijo que ya se le había hecho tarde para ir al trabajo,
pues trabajaba de noche y él le contesta: “sí, suegra ya me
voy”. Yo ni existía para él, yo le decía: “primero conocí a mi
madre que a ti”. Él se acababa de despedir de mi mamá y se
fue a trabajar.
Mi mamá me mandó a traer pañales pero yo mandé a mi
hijo, cuando subo con los pañales la veo muy rígida, la
recámara estaba obscura por las cortinas ahuladas que tenía,
trato de prender el foco porque me sentía nerviosa y prendo el
abanico por error y sin voltear a ver su cara, le agarro las
piernas y las sentí muy tiesas, escuché un ruido en su boca y
eran las placas que se le estaban saliendo y me voy directo a su
boca, le saqué las placas para darle respiración de boca a boca
y ya no tenía aliento, le hablé a mi hijo para que fuera por el
doctor que vivía cerca. Cuando él llega me dice: “¿está usted
preparada?” y le pregunto: “¿para qué?, si mi mamá ya no
tiene aliento”.
A las ocho de la noche le hablo por teléfono a mi esposo, yo
dura con él porque no me hablaba, le dije: “Elías, ¿podrás ir al
rancho a decirle a mi papá que mi mamá acaba de morir?”,
pero no me creía: “¡estás loca, la acabo de ver!”, y le contesté
“yo también”. Llegó mi esposo, recogió a mi hijo y fue a
avisarle a mi papá.
Cuando vuelve con mi papá, se regresa al trabajo y se lleva
a mi hijo, para esta hora yo ya había hablado a la funeraria, al
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Ministerio Público y ya tenía la carta del doctor. Me sentí
apoyada cuando llegaron mis cuñados y mis hermanas, después
llegaron los de la funeraria y recogieron el cuerpo. Me fui con
ellos y la velamos al siguiente día.
Pasaron los días y de tanta tensión, me sentí desvanecer
pero mis vecinas me apoyaron y me llevaban de comer y me
empecé a sentir mejor. Ahora me doy cuenta de que estaba
deprimida. Una vecina me invitó a trabajar en su negocio de
telefonía celular en Cadereyta, me pareció bien ya que tenía
que distraerme. Con el tiempo empecé a deshacerme de las
cosas de mi mamá, las regalaba a personas que las necesitaban.
Así pasaron los años y se casó mi hija en el 2006, todos
felices: mi papá, mi esposo y mi hijo.
Mi esposo, algo inquieto porque no podía cumplir con toda
su familia, yo tranquila, lo que mi hija decidiera ya que la boda
la organizaban ella y su futuro esposo. Mi esposo tenía poco de
haberse pensionado, una semana de haberse casado mi hija. Al
poco tiempo tuvo un accidente automovilístico y sufría una
embolia cerebral y yo dejé de trabajar para atenderlo.
Gracias a Dios quedó bien, fue recuperándose con terapias.
Nos fuimos a vivir al rancho para apoyarlo en su recuperación
ya que no quiso ir a terapias en la clínica y decidió hacer su
terapia con herramientas de trabajo para el jardín, con la
podadora, con las tijeras también para podar, cortando
naranjas, limones… y poco a poco salió adelante. Este
accidente nos sirvió a los dos para valorarnos uno al otro.
Ahora que estoy tomado el diplomado, comprendo tantas
cosas. Ahora entiendo su comportamiento y el mío.
Ya viviendo en el rancho, empecé a ver a mi papá distinto
aunque se veía muy sano, pero un día empecé a notarlo
deprimido, llorón por lo que le había pasado a mi esposo,
entonces lo llevé con el doctor y me dijo que mi papá tenía
Parkinson. Por esos días se casaba mi hermano de 35 años, mi
papá estaba muy contento por mi hermano ya que éste tomaba
mucho y después de que se casó dejó la bebida y vive su
matrimonio muy enamorado.
Mi papá les deja su casa a mi hermano y a su esposa y se va
a vivir conmigo. Yo muy contenta porque mi esposo ya estaba
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muy cambiado, ya que no me hizo vivir la misma experiencia
que cuando mi madre. Ahí sí tenía todo el apoyo de mi esposo
para atender a mi papá. Nos dábamos tiempo para disfrutar a
nuestros nietos, José Emiliano y Marcelo, hijos de Mariana, y
Elías Bernardo hijo de Elías, los esperamos cada fin de semana
con ansias y cuando no vienen mi esposo se siente triste.
Mi papá se fue deteriorando por la enfermedad hasta que
dejó de caminar, aun así nunca hizo cama y murió el 27 de
febrero del 2011. Cuando salgo de lo de mi papá, me acerqué a
la iglesia por un tiempo, fue algo que me sirvió bastante
espiritualmente.
Luego me invitaron a participar en un taller de Desarrollo
Humano, impartido por una Asociación Civil, Tejedoras de
Cambios, y empiezo a ver algo diferente en cuanto a mi
persona: a valorarme a mí misma, a quererme, a aceptar a la
gente como es; siempre me gustó servir a quien lo necesitara,
pero ahora me siento más humana. El día que no hago algún
bien siento que no me rindió el día.
Ya tenemos siete años que andamos paseando y disfrutando
a nuestros nietos, dentro de nuestras posibilidades pasamos por
el arroyo y ellos felices, les pongo tenis viejos de ellos mismos
para que no se corten en el agua, pescamos tepocates y todo lo
que hay en el agua y ellos conocen y descubren los juegos que
se hacen en el rancho; hicimos castillos de olotes, huleras,
avientan piedritas al agua para no matar pajaritos, no matan a
las tarántulas porque tienen vida… y cosas así.
Quisiera escribir más vivencias pero me siento ridícula ya
que no pienso igual las cosas. Se me quitó aquel coraje, aquel
rencor hacia la vida, hacia mi esposo. Estaba enojada con todos
por lo que me había sucedido, empezando por el marido que
me había tocado sin saber que yo así lo había escogido, tal
como él era. Ahora soy una mujer más consciente de las cosas,
pienso antes de criticar, pero con más cuidado, así lo he
entendido en este grupo de mujeres que aunque ya nos
conocíamos, la mayor parte asistiendo a este grupo, nos
conocimos realmente quiénes somos en realidad.
Quiero dar las gracias a las facilitadoras que con tanto
esfuerzo hicieron para venir a Juárez, nunca se vieron
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cansadas, siempre con un entusiasmo por transmitirnos sus
conocimientos psicológicos y tantas vivencias que
compartimos juntas que yo las veo como a mis hermanas.
Gracias a Estrella por tener paciencia en cuanto a su trabajo
que desempeñó durante este diplomado, y a Dariela por
saberme escuchar y corregirme cuando tenía que hacerlo, a
Delia por tomar el diplomado con nosotras ya que de ella
aprendí lo suficiente para recordarla constantemente. Personas
que me conocen me dicen que no parezco la misma, que se me
nota en el semblante, que ya no frunzo la cara como antes, yo
nunca lo noté.
Ahora que veo a aquellas personas que me hicieron daño,
más grandes de edad, más enfermas, enojadas porque ya no
sienten ese poder que tenían antes, agradezco ahora a estas
otras personas que me invitaron a este diplomado porque
gracias a ellas supe perdonarlas.
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Decisión correcta – Enamorada
DEDICATORIA
A mis padres que me protegieron, cuidaron, me dieron la
vida, educación, cariño y amor. Gracias por todo, los quiero.
A mis hijos: son lo mejor que me ha pasado en la vida, los
amo.
A mi esposo, mi compañero, mi apoyo, el amor de mi vida,
mi muñeco, te quiero mucho.
Y por supuesto también se lo dedico a Dios, gracias por
estar siempre a mi lado. Gracias, gracias.
Nací el 14 de enero de 1964 en Monterrey, N.L., ahí viví
durante dos años, luego mis papás decidieron venirse a vivir al
municipio de Juárez, N.L., donde actualmente resido.
Mi familia de origen está formada por mi papá (+), mamá y
siete hermanos. Mis papás siempre me trataron con cariño,
tuve una niñez feliz, vivía en una casa con un patio grande
donde jugaba con mis hermanos, amigos y primos.
En esa etapa no tenía obligaciones, así que todo era jugar y
descansar pues aunque tenía cuatro hermanos menores que yo,
no tenía que cuidarlos, de eso se encargaba mamá.
Mi papá fue un gran hombre y mi mamá una gran mujer, los
dos luchones y muy buenos padres, los quiero mucho.
Se llegó la hora de ir a la escuela primaria, etapa que
disfruté mucho; en el descanso jugaba a la cuerda, a la
matatena o a los encantados. A esa edad empecé a tener
obligaciones, como obtener buenas calificaciones y lavar los
platos que se usaban para la cena, como no alcanzaba el
fregadero arrimaba una silla, mi hermana mayor lavaba los de
la comida, pues había que ayudar a mi mamá con los
quehaceres de la casa.
También la etapa de la secundaria la disfruté mucho, me
gustaba participar en todo, en cuanto el maestro preguntaba
quiénes podrían hacerse cargo de alguna actividad, yo ya
estaba levantando la mano junto con mis amigas, con las cuales
todavía tengo amistad. Ahora no me explico cómo nos
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confiaban tantas cosas los maestros pues estábamos muy
chicas.
En una ocasión nos encomendaron hacer la comida para el
día de las madres, no para toda la escuela, nada más para el
salón donde yo estaba porque así se usaba. Y pues, ¡manos a la
obra!, era como jugar a las comiditas pero de verdad,
conseguimos unas cazuelas, pusimos leña, hicimos cortadillo y
nos quedó muy rico, donde batallamos fue con el arroz ya que
no le calculamos la cantidad y en cuanto empezó a inflarse, el
grano se salía por todos los lados de la cazuela y la lumbre se
empezó a apagar. Fue todo un show.
En otra ocasión hicimos ensalada de pollo para otro evento,
parecía más fácil, pero no fue así porque no conseguimos
pollos en la única carnicería que había en Juárez. Entonces
compramos los pollos vivos, una amiga los mató y pusimos
lumbre en el patio para calentar el agua para desplumarlos y
cocerlos, las papas y las zanahorias las cocimos en la estufa.
Ya que quedó lista la ensalada la guardamos en el refrigerador,
el evento sería hasta el día siguiente.
Todo esto lo hicimos en la casa de una amiga, sus papás
tenían un negocio y se iban a trabajar, así que estábamos solas.
A alguien se le ocurrió que deberíamos de bañarnos, para
llegar cada quien a su casa a dormir, nos pareció buena idea
pues no se acababa la plática, así que volvimos a poner lumbre
para calentar agua, -en casa de mi amiga no había boiler-, en el
mismo bote que usamos para cocer y desplumar los pollos.
Metimos el bote al cuarto de baño, y como no traíamos
ropa para cambiarnos, nos bañamos desnudas y no prendimos
el foco, ya era de noche y no se veía nada de nada. Total que
así nos bañamos aunque el agua olía a sangre y a pollo, pero no
nos importó, nos cambiamos ahí mismo a oscuras y hasta que
nos fuimos a la recámara nos dimos cuenta que habíamos
quedado peor, estábamos todas manchadas de tizne del bote y
hasta plumas traíamos en todo el cuerpo. Así me fui a la casa,
toda apestosa a pollo a bañarme de nuevo.
En esa misma época, a mis catorce años, me gustaba un
muchacho, él tenía 18 años, era compañero de mi hermana
mayor y amigo de mis hermanos, también mayores, y cuando
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iba a la casa a buscarlos, yo salía para verlo. Un día andaba yo
con mis amigas en la plaza y me pidió que fuera su novia, no
dudé en decirle que sí, pues estaba muy guapo. Hasta ahorita
que estoy escribiendo me doy cuenta que fui su novia sin haber
sido antes su amiga.
Durante ese tiempo había un programa de alfabetización
para adultos y él era uno de los que daban el curso, entonces
me pareció que además de guapo era inteligente e interesante.
Así empezó el noviazgo, cuando él tenía oportunidad iba por
mí a la salida de la secundaria y me acompañaba a la esquina
de la casa. Fue un noviazgo ahora sí que de los de antes, yo
estaba muy chica y aunque él era más grande, muy apenas si
nos tomábamos de la mano.
Yo estaba feliz de ser su novia, pensaba que con él me iba a
casar y como en los cuentos seríamos muy felices, pero así
como el día menos pensado me pidió que fuera su novia,
también el día menos pensado me dijo que ya no podríamos ser
novios, que yo era menor de edad, que mejor cuando estuviera
grande hablábamos. Me sentí muy triste.
Eso pasó en el mes de agosto y faltaban cinco meses para
cumplir mis quince años, creí que para entonces, ya tendría
edad de ser su novia. Mientras mis papás organizaban la fiesta,
yo contaba los días que faltaban para que él me volviera a
pedir que fuera su novia.
La fiesta no podrían hacérmela el día de mi cumpleaños
porque una tía de mi papá estaba muy enferma, así mis papás
decidieron que fuera dos meses después de mi cumpleaños,
que a mí se me hicieron eternos, pero ni modo, había que
esperar.
Ya le había mandado la invitación a mi exnovio para mi
fiesta, todo estaba listo, faltaba solo un día, yo emocionadísima
para disfrutar de mi gran evento. Pero cuando estábamos en los
últimos preparativos, vinieron a avisarle a mi papá que su tía
había muerto, entonces ellos decidieron hacer unos cambios:
no habría música, la comida sería en el patio de la casa en
lugar de en el salón, además que la misa de mis quince años
fuera la misa de cuerpo presente de la tía de mi papá y la mía
sería la siguiente.
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Al terminar la misa de la tía, yo estaba esperando a que el
padre viniera a recibirme, cuando salen de misa los familiares,
al verme me felicitaban, algunos me decían que me veía muy
bonita y así entre abrazos de felicitaciones, llanto, y frases
como “te acompaño en tu pesar, lo siento mucho”, se nos fue la
tía, que era tan buena, pero daba comienzo mi gran fiesta.
Sí, mi gran fiesta que con tanto cariño y esfuerzo me
organizaron mis papás, así que yo no hice ningún reproche ni
berrinche pues nadie tenía la culpa de lo que había pasado. Mis
papás se quedaron en misa conmigo, mientras que los tíos por
parte de mi papá fueron al panteón y luego vinieron a comer a
la casa.
Pero no todo fue triste ese día, aún recuerdo la cara de mi
papá cuando me vio con mi vestido celeste y sombrero del
mismo color, se puso emocionado, sus ojos estaban llorosos y
en su rostro se veía una gran y bonita sonrisa, cómo olvidarlo,
no me dijo nada pero su silencio habló y yo lo escuché, parecía
decirme que me quería, que estaba orgulloso de mí, que no
quería que sufriera nunca.
Después de comer y platicar con los invitados, me percaté
de que mí exnovio no había llegado a la fiesta. Después de un
tiempo, los invitados se empezaron a despedir y él no llegó,
supuse que le daba vergüenza, entonces les pedí a mis amigas
que me acompañaran a la plaza que está a media cuadra de la
casa de mis papás a ver si él estaba ahí. Yo aún estaba con mi
vestido de quinceañera y nos fuimos, pero él no estaba, me dio
tristeza pero tenía la esperanza de que me buscara después y
me volviera a pedir que fuera otra vez su novia.
No fue así, pasaron los días, semanas, meses, años y nada,
curiosamente aunque vivíamos cerca no nos topábamos ni por
casualidad. Yo seguía haciendo mi vida normal, durante dos
años no perdí la esperanza de que él me buscara. Ya cansada
de esperarlo tuve mi segundo novio, todo iba bien en el
noviazgo cuando de repente aparece el susodicho, al que tanto
había estado esperando, me invitaba a salir y yo le decía que no
me molestara, que tenía novio; luego, se alejaba un tiempo y
volvía a buscarme, pero yo siempre le decía que no.
Por otros motivos mi segundo novio y yo decidimos
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terminar nuestro noviazgo. Mi primer novio me seguía
llamando por teléfono para invitarme a salir, ya no me
molestaba que me hablara, al contrario cuando no me hablaba
me preocupaba.
El 16 de marzo de 1985 hubo un baile, unas amigas me
convencieron pues yo no quería ir, esos bailes eran para gente
más joven y yo tenía 21 años. Ya estando ahí un amigo me
invitó a bailar, andábamos bailando cuando vi entrar a mi
primer novio, casi de inmediato me fui a sentar a ver si me
pedía que bailara con él y así fue, bailamos y luego nos fuimos
a la plaza a platicar.
El me pidió que nos diéramos una oportunidad, que
deberíamos de tratarnos a ver si las cosas funcionaban y que si
no funcionaban él ya no me volvería a molestar, ya no era yo la
chamaquita de secundaria ni él un adolescente, yo tenía 21
años y él 25.
Le dije que estaba de acuerdo y empezamos a salir; todos
los días nos veíamos: iba por mí a la oficina, íbamos a cenar o
al cine, no discutíamos, todo era amor, amor y más amor.
Pasaron solamente cuatro meses cuando me dijo que si nos
casábamos, yo acepté, lo comenté con mi mamá, me preguntó
que si estaba segura de querer casarme, yo le dije que sí pues él
se había propuesto enamorarme y lo había conseguido.
El veinte de agosto sus papás fueron a pedir mi mano y
empezamos a preparar la boda, decidimos casarnos el once de
octubre así que en menos de mes y medio preparamos la boda;
antes no se ocupaba tanto tiempo como ahorita, nos casamos
por el civil y por la iglesia, tuvimos una boda muy bonita,
sencilla ya que no había mucho presupuesto.
A mitad de la boda mi ya marido me raptó, me pidió que
saliéramos del salón a tomar aire fresco, pero no era cierto, él
ya tenía todo planeado para irnos, un amigo suyo nos estaba
esperando para llevarnos a un hotel, ya estaba hecha la
reservación y yo ni sabía nada. Su amigo llevaba la botella y
las copas para brindar en el hotel, no nos despedimos de nadie,
dejamos a los invitados, nos fuimos y pasamos a la casa por
algo de ropa.
Habíamos planeado irnos de luna de miel a Cancún, ya
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estaban hechas las reservaciones pero en septiembre de 1985
hubo un terremoto en la ciudad de México, donde mucha gente
murió, a mí me dio miedo y cancelamos el viaje, con el dinero
que nos regresaron compramos algunos muebles.
No me arrepiento de haberme ido a mitad de la boda pero
me hubiera gustado bailar la víbora de la mar, brindar, y partir
el pastel. A otro amigo le pidió que llevara los regalos a la casa
donde íbamos a vivir. Así empezó mi vida de casada, los dos
trabajábamos, él me llevaba a la oficina y se iba a su trabajo.
Al principio no teníamos boiler, él se levantaba primero y
me preparaba el agua para bañarme, el desayuno y hasta me
ponía lonche para comer en la oficina, él salía más temprano
que yo del trabajo así que llegaba a la casa, preparaba la cena e
iba por mí a la oficina. Me consentía bastante, la verdad no me
podía quejar. Bueno, nos consentíamos mutuamente.
La casa donde vivimos recién casados era de un amigo suyo
y no pagábamos renta, vivimos menos del año porque su amigo
decidió casarse. No hubo necesidad de que nos pidiera la casa,
nosotros empezamos a buscar una de renta. Y conseguimos un
tejaban que estaba muy cerca de la casa de mis papás.
Me gustaba la idea de vivir cerca, así los podría ver más
seguido, a ellos y a mis hermanos, a los cuales quiero mucho,
pero la casa donde vivíamos primero estaba en el municipio de
Guadalupe. No sabíamos en qué condiciones estaba el tejaban
pues mi marido no quiso venir a verlo, así que llegamos con
mudanza a instalarnos a nuestra nueva casa, pero ya estando
ahí a él no le gustó ya que no estaba en muy buenas
condiciones; a mí tampoco me gustaba pero como fuera quería
vivir ahí.
Entonces fuimos a casa de sus papás, les explicó la
situación y le ofrecieron su casa, nos fuimos a vivir con ellos,
en el tejaban dejamos los muebles sólo nos llevamos la
recámara, el refrigerador y la tele. No sería por mucho tiempo,
ya estaban por autorizarnos el crédito para una casa de
INFONAVIT, no era tan fácil ya que uno de los requisitos era
tener hijos y yo ni siquiera estaba embarazada; no obstante, mi
esposo trabajaba en obras públicas de Juárez y el alcalde ayudó
para que nos autorizaran el crédito, así que al año de casados
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ya teníamos casa propia… bueno, solo faltaba pagarla.
Vivimos dos meses en la casa de mis suegros; todos me
trataron muy bien, bueno, no todos, pues la hermana más chica
de mi esposo no me quería, y es porque quería mucho a su
hermano y estaba celosa. De hecho fue nomás por poco tiempo
ya que después me acepto y nos llevamos muy bien.
Aprendí muchas cosas de mi suegrita a quién quiero mucho,
siempre hablo bien de ella, siempre digo recio y quedito que es
una verdadera dama; a mis cuñados y cuñadas también los he
apreciado toda la vida y a mi suegro (+) también lo quise
mucho.
Cuando decidimos casarnos fuimos con una ginecóloga
para que nos recomendara unas pastillas pues por lo pronto no
quería embarazarme, dado que pensaba seguir trabajando,
aunque me cuidé solo unos meses pues los dos ya queríamos
ser papás.
Cuando tuve la sospecha de que estaba embarazada nos
pusimos muy contentos y más cuando se confirmó el hecho,
que fue de lo más tranquilo gracias a Dios. Para entonces yo ya
no trabajaba, sólo me dedicaba a los quehaceres de la casa, a
atender a mi marido y a disfrutar el embarazo.
Se llegó el tan esperado día, el 23 de mayo de 1987,
después de muchas horas de trabajo de parto nace una linda,
hermosa niña y lo más importante, sanita. Qué emoción tan
grande sentí cuando me la acercaron para que le diera mi
primer beso, yo no paraba de llorar pues estaba muy
emocionada y le agradecía a Dios que todo hubiera salido bien
y por haberme permitido ser madre. Fue algo maravilloso.
Esa linda y hermosa niña actualmente tiene 24 años, es
Licenciada en Nutrición, ya está casada y tiene una niña de
siete meses; o sea que yo ya soy abuelita, etapa que estoy
disfrutando mucho… ¿qué digo mucho?, ¡muchísimo!
También soy suegra, ¡bienvenido a la familia, yerno!
Apenas se me quitaba lo cansado de lavar pañales, fue
alérgica a los desechables, tenía que preparar biberones y de
las muchas desveladas que pasé pues esa linda y hermosa niña
no tenía el sueño volteado de los que duermen en el día y en la
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noche, no. ¡Ella no tenía sueño ni de día ni de noche, dormía
muy poco! Mi esposo por las tardes cuando llegaba de trabajar
me ayudaba con ella.
Mi esposo y yo teníamos la ilusión de ser padres por
segunda vez, así que me embaracé de nuevo. El embarazo fue
muy tranquilo, no hubo ninguna complicación. Esperamos
pacientemente a que se llegara el día 28 de noviembre de 1990,
fecha en que nació y se repitió la historia de mi primer
embarazo, después de horas y horas en trabajo de parto nace
una linda y hermosa niña, también muy sanita, gracias a Dios.
Igual me la acercaron para darle mi primer beso y yo no
podía contener las lágrimas, estaba muy emocionada; le di
gracias a dios porque todo había salido bien y por permitirme
ser madre por segunda vez. Actualmente esa linda y hermosa
niña tiene veinte años y estudia Administración. Mis dos hijas
ante la sociedad dejaron de ser niñas pero para mí lo siguen
siendo. Las quiero mucho.
Me embaracé por tercera vez… pero esta vez la historia fue
diferente, esta vez no fue un embarazo tranquilo sino que hubo
complicaciones, tenía dos meses de embarazo cuando me
dieron cólicos, cosa que no me había pasado antes, supuse que
algo podría andar mal, fui al médico y supuse bien: algo
andaba mal. Después de unos estudios y un eco, el médico me
dijo que lo que yo creía que eran cólicos, eran contracciones,
tenía amenaza de aborto debido a un problema en la matriz,
por lo que me advirtió que este embarazo era de alto riesgo.
Me ordenó: “Deberás tener reposo absoluto pues entre más
avance el embarazo, habrá más riesgos”. Mientras él hablaba,
como en automático yo tenía un nudo en la garganta: no podía
creer lo que me estaba diciendo, no me importaba que a mí me
doliera todo lo que tuviera que dolerme pero a mi bebé no.
Salimos de ahí muy tristes; me acompañaba mi esposo y él
trataba de darme ánimos diciéndome que siguiendo las
indicaciones del médico todo iba a estar bien, pero yo no podía
dejar de llorar.
A partir de ahí empezó el reposo, me la pasaba acostada; al
principio mi esposo se hacía cargo de atender a las niñas, de
mantener más o menos limpia y ordenada la casa, de preparar
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la comida. Él trabajaba por su cuenta, así que organizaba su
horario. Días después, como por arte de magia, llegó mucha
ayuda, de mis papás, mis suegros, hermanas, cuñadas, tías,
vecinas… por supuesto mi esposo, aunque mucha gente ayudó,
siguió haciéndose cargo de muchas cosas.
El doctor no se equivocó: conforme avanzaba el embarazo,
éste se complicaba más; aun estando acostada y tomando los
medicamentos como me los había indicado, me daban las
contracciones más fuertes y más seguidas. Cuando me daban
éstas, debía tomarme unas pastillas e irme de inmediato al
hospital.
Durante el embarazo algunas veces estuve internada, me
atendían las enfermeras y en la casa me hacía compañía y me
atendía una linda enfermerita, mi hija de tan solo tres años, ella
se la pasaba a mi lado cuando me daban las contracciones, se
daba cuenta y me decía: “te doy la pastilla que es de color de la
sangre y la chiquita”.
Le llamaba a mi esposo para que me llevara al hospital y
mientras él llegaba, la chiquita nos daba besitos al bebé y a mí,
diciéndonos que ya no nos iba a doler porque ya me había
tomado las pastillas. Ella estuvo siempre ahí conmigo; para
que no se aburriera yo le contaba un cuento y ella me contaba
otro a mí. Yo tarareaba canciones de las Muñequitas y ella
tenía que adivinar cuál era y seguirla cantando, luego a ratos
dormíamos. Además veíamos la tele, platicábamos entre
nosotras y también con la gente que nos iba a visitar, esto era
todos los días. También mi hija mayor estaba conmigo pero
menos tiempo, pues estaba en la escuela y por las tardes iba a
clases de inglés.
Cuando llegaba mi esposo del trabajo, estábamos todos
juntos. Viviré eternamente agradecida a todos los que
estuvieron apoyando en esos momentos, pero muy
especialmente a mi enfermerita, mi gordita preciosa, gracias.
Según los ecos, el bebé sería varoncito, y esta vez no hubo
horas y horas en trabajo de parto pues fue cesárea, lo que sí fue
igual es que lo esperamos con la misma ilusión que a sus
hermanitas.
Pasaron los días y los meses hasta que llegó el tan esperado
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día, estaba programada para el siete de julio pero el día cinco
me dieron las contracciones, esta vez acompañadas de
sangrado, por lo que le llamé al doctor. Él me dijo que no
perdiera tiempo, que me fuera al hospital, que el bebé ya iba a
nacer, y que iba a preparar todo para cuando yo llegara. Mi
esposo no estaba y no había manera de localizarlo, así que le
llame a mi mamá, ella y un hermano me llevaron al hospital,
las niñas se quedaron con una vecina.
Ya estaba todo listo: me esperaba una enfermera en la
entrada del hospital, en una silla de ruedas me llevó al
quirófano, me hicieron cesárea y en menos de una hora
escuché su primer llanto, yo desesperada preguntaba que si
estaba bien, y sí, gracias a Dios, todo estaba bien, por fin había
nacido mi bebé: esta vez no fue una linda y hermosa niña sino
un apuesto varoncito. Ese apuesto varoncito actualmente tiene
17 años, sigue siendo apuesto y sigue siendo mi bebé. Lo
quiero mucho.
Me dediqué a mis hijos y a mi marido, siempre
esmerándome en complacerlos en todo. Los fines de semana
salíamos a pasear en familia a lugares donde ellos se pudieran
divertir. Cuando estaban más grandecitos, hubo un tiempo en
que mi esposo nos llevaba al estadio a ver jugar a sus Tigres,
después los hijos empezaron a tener sus compromisos y ya no
querían acompañarnos, por tanto nos íbamos él y yo.
Algunas veces los domingos íbamos a los toros, mi esposo
nos invitaba a todos y si los hijos no querían ir, nos íbamos
solos, a mí no me gusta el futbol ni los toros, pero me
encantaba andar con él, así que yo nunca le decía que no, me
sentía como su novia, disfrutaba de su compañía y de sus
atenciones, eso me hacía muy feliz, a nuestros hijos también
les gustaba que saliéramos, ellos decían que parecíamos
novios, también algún tiempo salíamos con un grupo de
amigos a ver algún espectáculo, otras veces él y yo solos. Salir
solos era lo máximo, pues además de sentirme feliz, me sentía
querida.
Eso fue cuando los hijos ya estaban grandecitos, aun así se
quedaban acompañados por un adulto de nuestra confianza.
Cuando ellos estaban chicos no salíamos a ninguna parte
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porque no nos gustaba dejarlos.
Hemos salido de vacaciones todos juntos a varias playas, y
en una ocasión invitamos a mi mamá a Puerto Vallarta pues no
conocía el mar y tampoco se había subido al avión, esas
vacaciones fueron especiales pues desde que me casé no había
estado tanto tiempo con mi mamá.
Yo disfruté a mi mamá, mis hijos a su abuelita y aunque
parezca mentira mi esposo a su suegra. Se llevan muy bien, mi
esposo se desvivía por atenderla.
Cuando salimos solos o en grupo fue por un periodo corto,
ya que mi esposo tenía mucho trabajo y poco tiempo para salir
a divertirnos, yo entendía que él estaba muy ocupado, que
esperaba el fin de semana para quedarse en la casa a descansar.
Yo lo entendía a él, pero, ¿a mí quien me entendía?, yo quería
salir de la rutina de toda la semana y salir a pasear.
Pasa el tiempo, él seguía con sus compromisos personales y
de trabajo, mis hijos en sus escuelas y con amigos. Yo, además
de los quehaceres de la casa, no tenía ninguna otra actividad.
Me sentía muy sola.
Continuamos, él en sus cosas y yo en las mías, cuando veía
que andaba relajado del trabajo le volvía a decir a mi esposo
que por qué no salíamos como antes, que me sentía muy sola,
que lo necesitaba… y siempre me decía que estaba muy
ocupado, que tenía mucho trabajo, que para qué lo necesitaba a
él para salir, que saliera con mis amigas; entonces cada vez que
me sentía triste y aburrida, le hablaba a alguna amiga, para ver
si íbamos a comer o al cine, pero como no siempre estaban
disponibles, empecé a ir a un casino a jugar a las maquinitas,
me entretenía un rato pero eso no me llenaba.
Me llegué a sentir muy sola, sentía que a mi marido ya no le
importaba, que no me quería, no dejaba de preguntarme ¿qué
pasó?, en qué fallé, si yo todavía estoy enamorada de él, a qué
hora se había acabado su amor por mí, a qué hora dejé de
interesarle a mi esposo, el amor de mi vida, “¡¿qué pasó, qué
pasó?!”, me preguntaba una y otra vez.
Yo sólo le pedía que compartiera conmigo un poquito de su
tiempo, me sentía muy sola, me hacían tanta falta los “te
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quiero”, aquellas llamadas por teléfono cuando tenía mucho
trabajo y me decía que solo quería escucharme, porque eso le
serviría para llenarse de energía y así el resto del día se le haría
menos pesado, extrañaba esas tarjetas de cumpleaños
acompañadas de un gran ramo de flores, que me gustan pero lo
más importante era la tarjeta donde me expresaba su amor.
Las flores las seguía recibiendo pero no aquellas lindas
tarjetas, extrañaba sus atenciones, las muchas cosas que me
hacían sentirme feliz y querida. Sentía que me iba volver loca,
nada más de andar piense y piense, y por más que intentaba
ordenar mis pensamientos no lo lograba.
Cuando estaba pasando por todas estas emociones, una
amiga me invitó a tomar el curso “El Guión de mi Vida”, no
dudé en decirle que sí. Ya quería que se llegara el día para ver
de qué se trataba, si me gustaba o no, si me serviría.
El primer día mientras me preparaba para ir al curso me
sentí muy bien, no podía creer que después de 22 años de
dedicarme a mis hijos, marido y hogar, me iba a dedicar a mí
un tiempo, aunque fueran dos horas a la semana. Me sirvió
mucho haber tomado este curso, aprendí muchas cosas junto
con mis compañeras, agradezco a Sandra la facilitadora, y a
todas mis compañeras, mujeres maravillosas, gracias amigas,
las quiero mucho.
Al terminar ese curso comenzaría otro, éste se llamaría
“Tejiendo mi Vida”, hasta el nombre me pareció interesante…
Y pues allá voy, o más bien allá vamos porque las compañeras
del “Guión de mi Vida” también se interesaron, la facilitadora
de este curso tan interesante -y que a mí en lo personal me
sirvió mucho-, fue la Lic. Dariela, la „mayestra‟, como le
decíamos algunas de cariño, es una lástima que el curso se
haya terminado, me hubiera gustado seguir compartiendo con
Dariela y todas mis compañeras esas platicas tan valiosas y
comentarios tan intensos, donde a veces reíamos, otras veces
llorábamos. Pero sobre todo cuando necesitaba que alguien me
escuchara, o cuando necesitaba un abrazo, o una sonrisa, ¡ahí
estaban ellas!
Gracias por todo, siempre las voy a llevar en mis
pensamientos y en mi corazón. Las quiero mucho.
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P.D. Después de haber tomado estos maravillosos cursos,
entre otras cosas aprendí que yo soy dueña de mí tiempo mas
no del tiempo de otras personas. Así que no puedo disponer del
tiempo de mi marido.
Por más que pienso y pienso y sigo pensando cómo
terminar este relato, lo único que puedo afirmar es que sigo
enamorada de mi esposo como una quinceañera. No puedo
dejar de decir que me gustaría volver a ser su novia. También
estoy enamorada de la vida, de mis hijos, de mi nietecita, de mi
prójimo, de Dios. Me siento muy feliz. Gracias.
Los seres humanos empezamos a envejecer cuando dejamos
de amar, así que yo pienso ser eternamente joven.
Un cambio que veo en mí y que no quiero dejar de
mencionarlo es que antes de entrar a los cursos tenía un
problema de habla, tartamudeaba un poco, pero sí se notaba, y
ahora no sé qué paso pero ya no tartamudeo. ¡Gracias por todo,
gracias, Dios!
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En pleno vuelo – Mariposa
Nací en Monterrey, Nuevo León, un nueve de enero de
1968. Estoy casada con un hombre al que amo; un hombre
responsable y trabajador al que agradezco primeramente su
amor incondicional, su compañía diaria y su comprensión. Ha
sido mi compañero de vida desde hace 29 años. Tenemos tres
hijos, de los cuales estoy muy orgullosa por sus logros ya que
son muy importantes en mi vida. Ellos son maravillosos,
cariñosos, responsables, emprendedores y trabajadores, ya
mayores de edad los tres; uno de ellos ya casado y mi nuera,
hermosa, esperando su primer bebé y yo esperando ser abuela
por primera vez, primero Dios.
A ellos quiero dedicarles esta historia tomada desde mis
primeros recuerdos de mi vida, buscando y removiendo cosas
que a veces duelen, otras menos. Cosas que uno cree olvidadas,
recuerdos y vivencias hermosas que vale la pena traerlas al
presente y me doy cuenta de la importancia que tiene plasmar
mi propia historia porque si no, algún día se perderá en el
tiempo. Creo que todas y todos deberíamos de hacerlo. Es un
trabajo interior muy importante, que duele a veces pero
también reconforta y sana.
Mis padres son Ángel y María; soy la quinta de seis
hermanos; somos dos mujeres y cuatro hombres. Mi padre es
originario de Allende, Coahuila, el más chico del primer
matrimonio de su padre. Él quedo huérfano de madre recién
nacido y a su padre lo mataron cuando él tenía siete años. Mi
madre es de Monterrey, Nuevo León, la mayor de sus
hermanos: cuatro mujeres y un hombre.
Mis padres se casaron en 1958, él de 29 años y mi mamá de
16. Mamá decía que papá se parecía a Pedro Infante, era muy
guapo, de estatura media-alta, pelo negro, ojos chicos y bigote.
Mi mamá, hermosa, de estatura media, ojos café y con su
cintura de 50 centímetros, ya se imaginarán...
Mi papá era de un carácter alegre y bromista pera a la vez
estricto y gritón, bueno, así hablaba él aun andando de buenas.
Era muy amiguero, trabajador, responsable y muy sociable. Le
gustaba ayudar a la gente.
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Mi mamá también era muy alegre y sociable, le encantaba
la música de Julio Iglesias, le gustaba bailar, amiguera,
luchona, trabajadora y siempre se preocupaba por los demás.
Ambos ya fallecieron. Mi padre hace 27 años, de un infarto.
Él siempre decía: “el día que yo me muera ojalá sea de un
infarto para no sufrir”, y así fue. A él no le gustaba ir al doctor
pero aun así tomaba sus pastillas para la presión alta y para lo
demás se tomaba un Mejoralito, con eso se aliviaba, decía él.
Mi mamá falleció hace tan sólo un año, de insuficiencia
renal después de sufrir otras enfermedades anteriores, las
cuales había superado pero también habían deteriorado su
organismo hasta que ya no pudo seguir en la lucha; siempre
con una actitud positiva venció muchas cosas. Nunca se daba
por vencida, me dejó un gran ejemplo de lucha, de tenacidad,
de entrega, de amor: fue una guerrera hasta el final.
Los dos me dejaron recuerdos hermosos, valores muy
fuertes inculcados desde niña, como el respeto a los demás y la
responsabilidad. Me dieron también su gran amor, un amor tan
grande, sin límites, que mi madre aun estando tan enferma se
preocupaba por mí.
En ocasiones que me sentía un poco mal me decía: “cuídate,
tómate algo para que te sientas mejor”, y ella tan grave que lo
mío realmente no era nada y yo pensaba: ¿cómo puede ser tan
fuerte? Sólo el amor de madre puede actuar así, no hay duda,
ahora lo valoro más que nunca.
Los extraño, extraño sus consejos, sus palabras, sus bromas,
su sentido del humor, su olor, su presencia, los recuerdo
siempre y a cada momento en cosas y detalles de todos los
días. Ahí están presentes, en mis gestos, palabras y mis propias
actitudes. Ahí están, al fin y al cabo, soy parte de ellos mitad y
mitad; los amo y los amaré siempre.
De mi infancia tengo recuerdos bellos, casi siempre jugaba
a juegos de niños pues tengo cuatro hermanos y una hermana:
jugaba a las canicas, a la rayita, a las escondidas, a los
encantados, me divertía mucho; también usaba la hulera, la
carabina de postas y montaba a caballo; jugaba más con mi
hermano, el más chico, pues mi hermana me lleva siete años de
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diferencia y aun así, a veces, jugaba conmigo a las muñecas y
me llevaba con ella a pasear con sus amigas.
Cuando tuve edad para ir al kínder, solo estuve unos meses
pues yo no quería estar ahí, yo quería ir a la escuela donde
estaban mis hermanos, a la primaria, pues estaba a una cuadra.
Un día, abrí la cerradura del barandal y me fui caminando a la
primaria, crucé las calles yo sola y la maestra le dio la queja a
mi mamá. Yo fui a dar a la primaria, al salón de mi hermana
que estaba en quinto año, por cierto, ese día tomaron la foto del
grupo y yo salí en medio de todos; pues desde ese día mamá
habló con el director de la escuela para ver si me aceptaban y
me dejaron como oyente en primer año y sí pasé.
Después entré a segundo y así cursé toda mi primaria. Para
ir a la escuela, mi mamá o mi papá nos llevaban en la
camioneta pues vivíamos a diez minutos de camino. Vivíamos
en una granja ya que mi papá se dedicaba a la avicultura y a la
ganadería. Tenía una carnicería de carne de borrego y
preparaba barbacoa los domingos. Ahí ayudábamos todos en
nuestro tiempo libre. Mis hermanos aprendieron a sacrificar a
los borregos para la venta, mamá ayudaba a hacer los machitos
y en todo lo demás.
Recuerdo que una señora, clienta de la carnicería, iba cada
domingo y le decía a mi mamá: “véndame a su niña”, y mamá
le decía: “no, cómo cree, ni por todos los millones del mundo”,
y yo le decía después: “deja que me lleve, y ya que te pague
vas y me robas y me traes otra vez a la casa”, y mamá se reía.
Crecí en un ambiente al aire libre, donde corría por todo el
patio de la casa: era un terreno muy grande, al fondo había
corrales para los borregos, gallineros y también había vacas.
Cuando fui creciendo y entré a la secundaria, me iba en
transporte escolar. Cómo olvidar el claxon del camión cuando
pasaba por la casa, era tan fuerte que nos despertaba a todos.
Mi casa estaba ubicada a la orilla de la carretera, entonces se
oía cuando pasaba el transporte y a esa hora me levantaba; de
regreso del recorrido del transporte, me subía para ir a la
secundaria.
En esta etapa me divertí mucho. Hice muchas amigas
inolvidables, por cierto, todavía conservo algunas. Me gustaba
95
participar en todo: estuve en danza folklórica, en la
estudiantina, en poesía coral, en el equipo de balón-mano para
mujeres y fui “Reina del Estudiante”, claro, también hubo
detalles incómodos que me marcaron pero que poco a poco los
he ido olvidando.
Todos los días al salir de la secundaria, me iba caminando
con mis amigas a la Presidencia, pues ahí trabajaban mi papá y
mi mamá y yo llegaba a su oficina a esperar que salieran para
irnos juntos a la casa. En ocasiones le ayudaba a mamá a
terminar el trabajo que tenía pendiente en su oficina para irnos
más rápido.
En este período nació mi primer sobrino, hijo de mi
hermana; como ella trabajaba fuera, mi mamá, mi papá y todos
lo cuidábamos. Desde que nació, creció con nosotros. Mi
hermana viajaba cada fin de semana para venir a verlo y
regresaba al trabajo, pues era educadora y le habían dado la
plaza en otro estado. Así pasaron como dos años, para entonces
yo ya había entrado a la preparatoria. En todo este tiempo, mi
mamá y yo éramos inseparables, íbamos juntas a todas partes,
hasta en el trabajo, pues ella trabajó en el DIF Municipal y yo
era voluntaria (para estar ahí con ella en mis tiempos libres).
Ahí nació mi espíritu de servicio pues conocí mucha gente
y sus necesidades, y aprendí que es bueno ayudar a los demás y
que la satisfacción que te deja es tan grande que con nada se
puede pagar, es algo que te llena de gozo por dentro.
Cuando entré a la preparatoria en Cadereyta, algunas de mis
amigas seguimos juntas y otras se fueron a estudiar a
Monterrey. Fue otra etapa hermosa de mi vida: la etapa de los
XV años, el mío, el de mis amigas y el de mis compañeras. Iba
a fiestas seguido pues me invitaban, a veces con dificultad
porque mi papá era estricto y no me quería dar permiso pero
mi mamá lo convencía, ella abogaba por mí; así conocí más
personas. Yo era algo tímida y seria, pero me gustaban las
fiestas y así fui relacionándome y socializando un poco más.
Estando en la prepa tuve mi primer novio. Nada serio ni
formal, solo nos veíamos ahí en la prepa o en alguna fiesta.
Después tuve más novios, algunos más significativos que
otros. En tercer semestre dejé una materia pendiente, y al
96
terminar cuarto semestre todavía no lograba pasarla: se me
complicaba tanto la química que esto no me permitió
inscribirme en la facultad pues no me dieron mi kardex hasta el
siguiente enero y las fechas se habían pasado. Entonces entré a
estudiar cursos que no terminaba, como: inglés y computación.
Era muy indecisa y realmente no sabía bien lo que quería.
En ese tiempo tuve otro novio, mi actual esposo. Fue un
noviazgo muy bonito y me enamoré profundamente. Él de
estatura media-alta, blanco con ojos color café claro que me
encantaron, usaba bigote y tenía carácter alegre. Lo conocí en
su trabajo pues papá trabajaba muy cerca; me saludaba cuando
nos encontrábamos de paso, después empezamos a platicar y
un día me invitó a salir y nos fuimos conociendo.
Cuando él me pidió que fuera su novia fue en una misa de
gallo, un fin de año de 1984. En medio de la misa se me acercó
y me dijo al oído: “¿entonces qué?, vas a ser mi novia, ¿sí o
no?” Y yo le contestaba: “espérate, al rato te digo”, y él me
volvía a insistir: “es que al salir de la misa cuando les demos el
abrazo a los demás, ¿qué les voy a decir, „te presento a una
amiga, o a mi novia‟?”, y así estuvo hasta que le di el “sí”; al
final no supe ni qué dijo el padre.
Al salir, como él lo había dicho, a todos les anunciaba: te
presento a mi novia y nos felicitaban. Así empezamos a salir y
a los pocos meses de noviazgo me propuso matrimonio y
acepté. Un día, llegó a mi casa y me entregó unas facturas de
una estufa y un refrigerador y me dijo: “guárdalas porque ya
empecé a comprar los muebles para cuando nos casemos”, y yo
pensé: esto ya va muy en serio. Al poco tiempo empezamos
con los preparativos de la boda y me casé en octubre de 1985,
fue una boda sencilla, muy familiar y muy bonita.
Nos fuimos a vivir a Monterey a un departamento que nos
rentó mi abuela materna y al poco tiempo salí embarazada;
tuve un embarazo muy tranquilo, sin malestares y mi parto fue
normal.
Nació nuestro primer hijo, ¡qué maravilla!, fue algo
hermoso. Me llené de gozo y felicidad. Tener a mi hijo en
brazos me llenaba de ternura y una sensación de plenitud.
Cuando nació, mamá me ayudó mucho y nos quedamos en su
97
casa como un mes, hasta que decidimos irnos de nuevo a la
nuestra mi esposo, mi hijo y yo. Ahí vivimos un año. Después
nos cambiamos a Juárez porque mi esposo trabajaba ahí en el
municipio y nuestras familias vivían ahí también.
Mi hijo tenía un año cinco meses cuando mi papá falleció.
Ese día llegó mi hermano, el tercero de ellos, a mi casa y me
dijo: “papá se cayó y necesitamos llevarlo con un doctor”;
mamá no estaba en la casa pues una tía la había invitado a su
casa en Monterrey. Cuando llegamos vi a mi papá en el suelo
sin vida, lo primero que vino a mi mente fue: mi mamá va a
sufrir mucho, y por eso me dolía doblemente.
El doctor nos confirmó la mala noticia; localicé primero a
mi esposo en el trabajo y también llamamos a mi tía para que
trajera a mamá de vuelta a la casa. Cuando mamá llegó, papá
ya estaba tendido en un sofá y tapado con una sábana, mamá
cayó de rodillas a su lado llorando, fueron momentos muy
tristes y dolorosos, después todo fue preguntas sin respuesta,
sabíamos que padecía alta presión solamente y eso le provocó
un infarto, dijo el doctor. Alguien llamó a los servicios
funerales; nos quedamos ahí unas horas, avisamos a los
familiares y amigos, yo dejé a mi hijo encargado con una
amiga, después nos fuimos a la funeraria y lo sepultamos al
siguiente día. Fue una despedida muy triste pues su muerte fue
inesperada, eso fue en febrero de 1988.
En 1989 empecé a trabajar en una dependencia pública por
tres años, un trabajo que me dejó muchas satisfacciones y un
crecimiento personal muy grande. Me gustó, lo disfruté, no
cabe duda que cuando haces algo que te gusta lo disfrutas
mucho más, también hice muchas amistades. En este lapso de
tres años (del 89 al 91) nació mi segundo hijo.
Él nació en diciembre de 1989, un miembro más a nuestra
familia, ¡qué dicha!, lo recibimos con mucho amor; un bebé
hermoso de ojos grandes y claros y sin pelo, a veces me lo
llevaba al trabajo con todo y su porta bebé, pues mi jefa, era mi
amiga y además madrina de mi hijo, y me daba la oportunidad
de llevármelo al trabajo; la mayor parte del tiempo me los
cuidaban en la casa pues ya eran dos niños. Así siguió pasando
el tiempo y en diciembre de 1990 recibimos la terrible noticia:
98
mi mamá tenía cáncer de vejiga, con todo, dentro de lo malo,
lo bueno es que estaba a tiempo de atenderse y tras un año de
tratamiento de radiación y quimioterapia superó el cáncer.
En esta etapa yo me sentía muy angustiada pero me hacía la
fuerte para seguir adelante, afortunadamente tuve mucho
apoyo de mi esposo, pues eran muchas vueltas al hospital. La
actitud de mi mamá también ayudaba mucho porque ella
siempre hacía lo que el doctor le decía. Esta etapa difícil pasó,
para entonces yo dejé mi empleo, estaba en mi casa dedicada a
mis hijos y a mi esposo, disfrutaba totalmente a mis hijos pues
ya no trabajaba; los llevaba a la escuela y al kínder y podía
participar y asistir a los eventos de la escuela.
Mi tercer hijo nació en noviembre de 1994, casi cinco años
después del segundo. Fue un hijo muy deseado, igual que los
otros. Él nació por cesárea, mi primera cirugía. Cuando el
doctor me dijo que me iba a operar, me puse a llorar pues yo
iba a un parto normal pero en el último momento mi bebé traía
el cordón enredado en su pancita y no podía nacer. “Todo va a
estar bien, me dijo el doctor, y va a ser más rápido, no te
preocupes”. Mi esposo sólo me tomó de las manos y me las
apretaba, de ratito me pasaron a quirófano y en menos de una
hora ya había nacido mi bebé, sano y hermoso.
Pasados casi un par de años después, empecé a trabajar
nuevamente; un trabajo en el que estuve siete años. Era una
dependencia federal, después me salí y descansé unos meses y
entré a trabajar de nuevo a una dependencia municipal (del
2003 al 2006), otra experiencia, mucho trabajo, más
aprendizaje, muchos retos que cumplir y muchas satisfacciones
también; mis hijos ya estaban más grandes (agradezco a mi
suegra tan linda que siempre me ayudaba a estar al pendiente
de mis hijos).
En el 2004 tuve un embarazo que no estaba planeado, nos
tomó por sorpresa a mi esposo y a mí. Al principio pensamos
ya estamos grandes para volver a ser papás, pero ese
pensamiento pasó y aceptamos el embarazo. Mis hijos y mi
familia estaban felices con la noticia, yo me sentía muy
emocionada otra vez, sentía ese gozo por dentro y me sentía
contenta.
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Empecé a atenderme con una ginecóloga y todo iba bien el
primer mes, al segundo mes, la doctora notó algo y me dijo que
el tamaño del embrión no era del tamaño que correspondía a
las semanas de gestación; me dio un medicamento y me citó en
una semana, pero antes de que se cumpliera la semana yo fui
con mi ginecólogo anterior para pedir otra opinión e
inmediatamente me hizo un eco vaginal para ver las
condiciones de mi embarazo y nos dio la mala noticia: el
embrión ya no tenía vida y perdí ese bebé.
En mi interior siempre pensé que pudo haber sido una niña,
lo presentía y la hubiera llamado Carolina, siempre me ha
gustado ese nombre, nunca volvimos a hablar de ello en
familia, sólo lo platico con algunas personas, pero cada año, en
enero, recuerdo que de haber nacido tendría un año más de
vida, hace ya diez años.
Después seguí trabajando en la siguiente administración
(2006-2009), ahora en el Instituto Municipal de las Mujeres.
Fue una experiencia diferente, las actividades iban más
enfocadas hacia los derechos de las mujeres, a la no violencia
etcétera, con un enfoque de género, el cual a veces pasamos
desapercibido cuando no tenemos la información suficiente.
Aunado a esto, en enero del 2007 me invitaron a participar en
un Diplomado en el Instituto Estatal de las Mujeres, llamado
“Tejedoras de Historias”, impartido por la maestra en
Desarrollo Humano Patricia Isabel Basave Benítez. Un
diplomado con enfoque de género e identidad narrativa, en el
cual se transformó mi forma de pensar y de actuar.
En cada tema, en cada actividad vivida me quedaba
asombrada de cómo al conocerme a mí misma, al saber que
tengo un poder interno para transformar las cosas, al tomar mis
propias decisiones; crecí interiormente y aprendí a hacerme
responsable de mi propia vida. Dejé de echar culpas y empecé
a tener mejores relaciones con las personas, claro que esto no
fue de un día para otro, es un trabajo gradual, se va logrando
día a día y nunca termina; vencí algunos miedos, otros todavía
no, pues sigo en proceso.
Esta experiencia ha sido muy significativa en mi vida,
además esto no terminó ahí, al concluir el diplomado todo el
100
grupo queríamos seguir adelante aprendiendo más y seguimos
juntas con Paty Basave, ya de forma independiente,
continuamos tomando cursos con ella, con la finalidad de
llegar a formar una Asociación Civil y con la tenacidad de Paty
Basave a la cabeza y el impulso del nuestro grupo y algunas
compañeras de la primera generación del diplomado, logramos
constituirnos como A.C. en febrero del 2009.
Desde entonces y a la fecha soy una Tejedora de Cambios,
colaboré en la mesa directiva de la A.C., por un tiempo estuve
muy apegada, después me tuve que separar un poco.
De finales del 2009 a la fecha me he dedicado a mi hogar,
mi relación con mis hijos y mi esposo es más estrecha, claro
que como en toda relación hay problemas, disgustos, enojos,
pero es parte de la vida, lo importante es, creo yo, la buena
comunicación que nos permita aclarar las cosas y resolver
problemas.
Me gusta tener mi espacio propio y hacer las cosas que
disfruto, igual mi esposo, y mis hijos pues son ya mayores, se
desempeñan en su trabajo y estudiando, muy independientes
cada uno con sus actividades por separado y juntos también.
Disfrutamos reunimos en familia cuando hay la oportunidad y
coincidimos en los horarios, los domingos, en el cumpleaños
de cada uno, días festivos, en Navidad…
Mi esposo y yo salimos solos la mayor parte del tiempo a
reuniones con amigos, de compras, al cine, a comer o cenar, lo
disfrutamos y entendemos que cada quien tiene sus cosas que
hacer, también tenemos nuestro espacio para convivir por
separado cada uno en sus grupos de amistad.
Veo cómo mis hijos van forjando su propia vida y estoy
orgullosa de ellos, soy una persona que permito que mis hijos
experimenten y aprendan, que disfruten sus éxitos y aprendan
de sus errores pues así se crece; compartimos una buena
comunicación. Me da gusto cuando se acercan a mí o a su papá
para pedir un consejo, aún grandes nos piden opinión de
algunas cosas que son importantes y eso me hace reflexionar
sobre la relación que tenemos en familia: hay un gran respeto
de mis hijos hacia nosotros. Gracias, hijos, por su amor y
respeto.
101
Al mismo tiempo le dediqué más tiempo a mi madre que
estaba en una etapa de su enfermedad más avanzada
(necesitaba de cuidados más especiales). A lo largo de estos
últimos cinco años, su organismo se fue deteriorando y hubo
complicaciones que mermaban su calidad de vida. Ella con su
optimismo nos daba el valor para seguir adelante. Tengo que
decir que el dolor y la impotencia de verla enferma me hacía
sentir mucha tristeza y yo me evadía, algunas veces le decía
que me sentía mal o que no podía ir porque no quería verla
sufrir, pero nunca se lo expresé, al mismo tiempo cuido de mi
suegra desde hace casi cinco años, pues está en cama y ya no
puede caminar por su edad.
Siento que en la vida hay tristezas, pero también alegrías,
como la boda de un hijo, esperar la llegada de mi primer nieta
o nieto, el que mis hijos estén logrando lo que se proponen, el
convivir con mi familia, tenerla y gozar de salud.
En lo personal estoy en un proceso de duelo, de reacomodo
en mi vida, superando y asimilando cosas. Doy gracias a Dios
por las cosas que tengo ahora y las valoro infinitamente.
En este momento estoy aquí actualizándome en el
diplomado “Tejedoras de Vida”. Ya lo había cursado hace
años, pero decidí volver a tomarlo completo con el nuevo
grupo de Juárez, e incluso volver a escribir mi historia, pues he
vivido nuevas experiencias de entonces a la fecha. Todo ello
me ha hecho profundizar más en el aprendizaje.
Además, con el apoyo de la mesa directiva, abrimos la subsede de la asociación en Juárez, N.L. y me eligieron como
coordinadora. De modo que los retos y mi desarrollo personal
han continuado y van creciendo incluso. Ahora estoy
colaborando en Tejedoras de Cambios, A.C. como facilitadora:
un gran reto para mí.
Vencer el miedo de estar frente a un grupo ha sido un gran
paso, comprobé que es cierto, como dicen, que los miedos
están solo en la mente; creo que podemos vencerlos cuando
realmente nos decidamos a hacerlo.
Estando aquí encontré un grupo de amigas con las que
compartí alegrías y tristezas, encontré honestidad y sinceridad.
102
Gracias a todas por su amistad, por su cariño y por su
comprensión, las considero hermanas del alma.
Gracias a la facilitadora y co-facilitadora del diplomado que
llevaron el proceso de este diplomado de una manera tan sutil y
especial, creando siempre un ambiente de sororidad
(hermandad entre mujeres). Gracias por su enseñanza y por su
hermosa amistad.
En este diplomado aprendí a ser yo misma, a hacerme
responsable de lo que digo, escucho y hago, a hablar en
primera persona, a ser empática, a tratar de igual a las y los
demás, a no juzgar y a seguir desarrollándome día a día... y
todo esto que menciono son nuestros acuerdos de grupo de la
propia A.C.: Tejedoras de Cambios, nuestro ritual se pudiera
decir.
Me comprometo a llevarlos conmigo por la vida, a ponerlos
en práctica día a día en todo momento y en todo lugar, porque
es esto lo que hace la gran diferencia en mi cambio interior,
que se reflejará en mi entorno y en el mundo.
103
En proceso – Atardecer
Nací en septiembre de 198… en el hospital de la sección 50
para maestros en Monterrey, Nuevo León.
Mi mamá dio a luz a los 35 años y mi papá también tenía
la misma edad. Al poco tiempo de haber nacido, mis padres se
divorciaron por motivos personales. Mi papá tenía otra familia
por lo que mi mamá tuvo que decirle adiós. Mi mamá no se
volvió a casar, por lo tanto fui hija única. No puedo decir que
fui infeliz porque mi papá no estaba conmigo, al contrario
ahora que lo veo y paso tiempo con él, lo miro a los ojos y le
agradezco con todo mi corazón que me haya dado la vida.
Lo admiro y respeto y no le guardo rencor, a diferencia de
lo que él pueda pensar. Mi mamá fue maestra durante treinta
años, así que pudo pasar mucho tiempo conmigo a pesar de su
trabajo. Generalmente un transporte escolar pasaba por mí para
llevarme a la escuela primaria, pero cuando atendía el kínder y
preescolar mi mamá me llevaba en bicicleta.
Desde chica me acostumbré a estar solamente con mi mamá
y por ser hija única también me acostumbré a pasar el tiempo
sola. Creaba mundos imaginarios en la mente, donde jugaba
con mis muñecos de peluche a ser maestra, o a ser doctora,
etcétera. Mi mamá solía jugar conmigo para que no jugara yo
en solitario. A veces pienso que se arrepentía de no haber
tenido otro hijo; pero la verdad es que yo disfruté mucho mi
infancia. Además de ser mi acompañante de juego, mi mamá
fue muy cariñosa conmigo; todas las mañanas me levantaba
con un beso, un abrazo y una frase consentidora.
Así que me acostumbré a siempre recibir palabras lindas de
mi mamá, aun así que es fecha que cuando no me dice algo
lindo, pienso que he hecho algo malo. Nos mudamos dos veces
de casa, porque el barrio donde nací empezaba a ser peligroso
a la vista de mi mamá, y terminamos mudándonos a dos calles
de nuestra primera casa. El barrio era muy tranquilo puesto que
no teníamos vecinos en frente, lo cual resultaba muy
conveniente para mi mamá porque ya no tendría que
preocuparse por el estacionamiento. En cuanto a mí, tuve
mucha suerte porque los vecinos tenían hijos de mi edad.
104
Al principio fue difícil hacer amigos, me daba pena
acercarme a ellos. Por suerte, mi mamá conocía a una vecina
en la colonia quien tenía tres hijas: Clarissa, Claudia y
Alejandra. Claudia llegó a ser mi mejor amiga en esa edad.
Pasábamos mucho tiempo juntas en su casa y en la escuela, lo
cual era importante para mí porque una amiga así era como una
hermana.
Cuando pasaba a visitarla a su casa, su mamá solía
regañarla mucho por cualquier cosa, yo pensaba que su mamá
era muy mala porque la golpeaba y la insultaba delante de mí,
ella lloraba mientras lavaba los trastes y mientras estaba
hincada con las manos juntas viendo a la pared, yo sólo la
observaba con mucho dolor. Sentía coraje y lástima por ella,
porque pensaba en cómo alguien que debe amarnos nos puede
causar tanto daño.
Al mismo tiempo que crecía mi amistad con Claudia,
conocí a Miriam. Ella vivía a dos casas de mi casa.
Comenzamos a platicar y a jugar. Después conocí a sus
hermanos y sus padres. Sus padres eran reservados con los
demás vecinos, e incluso no dejaban salir a sus hijos muy a
menudo. Yo los visitaba en su casa y jugábamos a escondidas
de sus padres. Poco después, me involucré con el resto de los
vecinos en la cuadra.
Comencé por hablarle a Maye (a quien todavía frecuento y
es una persona muy importante en mi vida); después a Priscila,
Adrián, Gustavo, Víctor, Jorge, Gaby, Gaby 2, Kiko e Irving.
Jugábamos muy seguido a las escondidas, números, patines,
bicicleta, etcétera. En fin, nunca más tuve que jugar sola
porque solía pasar mis tardes con ellos, con Maye o Miriam.
Con Miriam solía subirme a los árboles mientras tomábamos
Pepsi y comíamos Hot Nuts.
Con Maye jugaba a las barbies en su casa o visitábamos el
rancho de sus abuelitos en El Cercado. Los paseos al rancho
fueron el principio de mi independencia física de mi mamá.
Cuando íbamos al Cercado nos quedábamos el fin de semana
con sus abuelitos. Ir al rancho era una aventura para mí,
jugábamos en el campo, íbamos al río, contábamos historias de
terror en las noches, jugábamos con los perros, las gallinas. En
105
fin, el rancho fue una parte muy importante de mi infancia
también. Cada vez que viajábamos para allá, sentía que me
separaba de mi mamá pero el estar allá me tranquilizaba y me
encantaba.
Para continuar con el relato de Claudia, cuando cursaba el
quinto año de primaria me inscribí para concursar oratoria. Nos
pidieron a todos los alumnos que escogiéramos un tema de una
lista y habláramos sobre eso. Yo escogí el tema del respeto
porque me parecía sencillo de elaborar. Mi mamá me dijo que
escribiera lo que yo sentía sobre ese tema y luego ella me
ayudaría. Al día siguiente nos pidieron leer el tema frente a
todos y nosotros mismos seríamos los jueces para dejar de
finalistas a dos compañeros.
Cuando le tocó el turno a mi amiga y leyó, no me gustó su
texto, ni su forma de leer, ni su forma de pararse ni de dirigirse
a los demás así que no la escogí. Ella lo tomó mal, puesto que
como era mi amiga, creía que debía haber levantado la mano
sólo por ese hecho; pero yo no pude hacer eso, yo pensaba:
“¿cómo voy a dejar fuera a alguien que sí lo hace bien sólo
porque ella es mi amiga?”. Debo ser legal y justa.
Cuando fue mi turno de leer, ella no me escogió…
obviamente, pero no fue mucho problema porque el resto del
grupo sí. Concursé a nivel zona y obtuve el primer lugar;
cuando tuve que concursar a nivel estatal obtuve el cuarto
lugar y ya no pude seguir participando. Me sentí triste porque
sabía que lo había hecho muy bien, pero al mismo tiempo
aliviada porque ya no tendría que preocuparme más por eso.
Durante sexto de primaria, mi mamá tuvo que ir a trabajar
a Bustamante y quiso llevarme con ella pero fue tanta mi
insistencia de quedarme en Monterrey que mi mamá tuvo que
pedirles a mi prima y a mi abuelita que me cuidaran. Cuando
mi abuelita vivió conmigo, tuve mi primer trabajo como
negociante. Comencé a vender duritos con crema y salsa y
sabalitos a los muchachos que salían de la secundaria. Con ese
dinero pude comprar las cosas que yo quería y me sentía muy
orgullosa de mí.
En sexto año me eligieron para decir un discurso sobre
ecología en una visita del alcalde de San Nicolás, a éste le
106
gustó tanto que decidió escogerme para ser alcaldesa por un
día de San Nicolás. Nunca fui una alumna brillante en la
escuela pero tampoco reprobaba las materias, siempre fui
alumna promedio y algo lenta pero muy pasional para leer y
hablar. Admiraba a mi amiga porque entendía las matemáticas
muy rápido, y yo no podía ni hacer restas.
En una ocasión, cuando teníamos un examen de restas, la
maestra les pidió a los alumnos que conforme fueran acabando,
salieran al patio a esperar a los demás. Yo me quedé en el
salón junto con otros dos compañeros y como no terminé a
tiempo, mis compañeros subieron al salón para seguir con el
resto de las clases. Mientras subían me decían: “Ay, Gabi, tu
amiga dijo cosas feas de ti”, yo no hice caso, después otro niño
me dijo: “Oye, tu amiga dijo algo bien feo”.
Fueron tantos los comentarios que me atreví a preguntar y
me dijeron que había preguntado que si no creían que yo era
una puta. Cuando escuché esa palabra, me dio vergüenza por
ella; a los once años de edad decir esas palabras era muy mal
visto. Más tarde ese día ella me llamó por teléfono diciendo
que era mentira, que nos querían separar, etcétera. Yo no le
creí pero como quiera decidí perdonarla.
Después de eso, dejé de juntarme con ella y comencé a
tener una amistad con otra niña. Dalia era muy bonita, tenía el
pelo liso y café oscuro y su cuerpo estaba muy desarrollado
para nuestra edad. Fue una buena amiga y compañera. Nuestra
amistad perduró hasta secundaria.
Secundaria
Primero de Secundaria lo tuve que hacer en Atongo de
Abajo, Cadereyta Jiménez, Nuevo León. Mi mamá se cambió
de escuela para poderse jubilar en zona de vida cara, así que
tuvimos que viajar durante un año a Cadereyta. Durante ese
año teníamos que dormir a veces en Atongo y otras veces en
las albercas de los maestros porque a mi mamá le parecía muy
pesado estar yendo y viniendo, sin embargo para mí era muy
divertido estar en otro lugar fuera de casa.
107
Allí salíamos a comer elote a la plaza, veíamos películas en
la noche tapaditas por el frío y con miedo de que las lagartijas
no nos cayeran del techo, y algunas veces viajábamos a
Allende a comer „hot dogs‟ al Oxxo, ésta última era mi
actividad favorita porque podía estar con mi mamá fuera de la
ciudad, oler el pasto, ver las montañas y tener amigas
diferentes; en fin, durante ese tiempo fui muy feliz.
Cuando regresé a Segundo de Secundaria, volví a juntarme
con la misma niña de pelo liso. Salíamos a todos lados juntas,
ella venía a mi casa, yo iba a la suya, salíamos al parque,
visitábamos a otras amigas, entre otras cosas. Un día,
decidimos llevar huevos a la Secundaria para quebrarlos y
echarlos a la mochila de otra niña del salón. Por alguna razón
ellas dos no se llevaban bien y mi amiga decidió hacerle una
broma pesada para que dejara de molestarla.
Esa chica a mí nunca me molestó, pero como yo era amiga
de la otra, pues no quise decir que no. Ese día, la maestra dijo
que no nos dejaría salir del salón hasta que el culpable
confesara; yo me sentía muy mal por lo que había pasado; la
otra niña lloraba y preguntaba quién había sido. Yo veía su
cara de angustia y me causaba lástima y dolor; tuve una guerra
en mi mente: ¿qué hacía?, ¿le decía y defraudaba a mi amiga,
pero hacía lo correcto? O: ¿no lo decía, no defraudaba a mi
amiga pero hacía algo incorrecto?
Decidí otra vez hacer lo correcto, pero nunca le dije que
había sido yo la que la había delatado. Me sentí muy mal de
haberlo hecho, y me justificaba diciendo que había hecho lo
correcto, pero si se volviera a repetir la situación, creo que
hubiera escogido lo contrario. Ella se distanció de mí porque
creo que muy en su interior sabía que había sido yo la que la
había delatado. Ya no volvimos a salir como antes, ni a
hablarnos como antes.
Pasé un tiempo sola en la Secundaria hasta que en tercero
comencé a juntarme con otra chica. Linda tenía un problema
con su lado derecho del cuerpo, no recuerdo la enfermedad que
tuvo pero sí recuerdo que batallaba para caminar y sujetar
cosas. Me involucré mucho con su familia y sus amistades y
llegamos a ser muy buenas amigas.
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Durante ese tiempo conocí a un chico dos años mayor que
yo. Era muy moreno, pelo negro, ojos negros profundos y una
sonrisa muy bonita. Recuerdo que la pelota de su hermano
cayó “accidentalmente” en el patio de mi casa y vino a pedirla,
no sin antes preguntarme cómo me llamaba y si tenía novio. Él
fue mi primer novio de Secundaria y con quien tuve mi primer
beso. Mi primer beso fue como de película. Ese día llovía, y
nos besábamos bajo el paraguas en la esquina de mi casa.
Fue bonito, hasta que conocí a otro niño de la escuela y dejó
de gustarme mi primer novio. Durante ese tiempo, la amistad
con mi amiga también terminó un día cuando hablaba por
teléfono con ella. Por alguna razón (que estoy segura que yo
dije algo) comenzó a decirme que entre ella y la primera amiga
que tuve (Claudia) mantuvieron una conversación y llegaron a
la conclusión que yo constantemente me contradecía y que
además era una zorra.
No recuerdo la plática que sosteníamos, pero sí sé que debí
haber dicho algo para hacerla enojar. Por esa razón dejamos de
hablar, y tiempo después me enteré que después de yo haber
terminado con mi primer novio, ella se había besado con él.
Me dolió mucho que mi amiga hubiera hablado de mí a mis
espaldas y más con aquella chica con la que yo ya había tenido
un problema años atrás. Durante ese tiempo, mi amiga Maye y
yo comenzamos a separarnos un poco. Yo porque tenía mis
amistades de la escuela y las frecuentaba muy a menudo, y ella
por su lado también tenía nuevas amigas.
Maye tenía un crush por Juan (nuestro vecino) desde que
estábamos pequeños, pero cuando fuimos creciendo empezó a
gustarle aún más. Un día Juan me confiesa que quiere ser mi
novio y yo respondo que sí. Juan era atractivo y también me
gustaba; pero para Maye lo que hice fue una traición hacia
nuestra amistad. Esa traición que yo hubiera cometido en
Segundo año de Secundaria vino a repercutir siete años
después.
Como mencioné anteriormente, mis amigas creían que yo
era una zorra porque tenía muchos amigos y me frecuentaban
en mi casa. No solamente tuve problemas con mis amigas que
creían eso, sino con las mamás de mis amigas. A Miriam le
109
prohibieron hablarme porque había niños afuera de mi casa, y a
un amigo le advirtieron tener cuidado conmigo porque yo era
una chica vividita.
En cuanto a los estudios, Secundaria fue difícil. Era
complicado poner atención, las materias me parecían tontas e
insignificantes. Inglés era mi clase favorita. Al ver esto, mi
mamá me inscribió en cursos de inglés cerca de la casa. A
estos cursos asistía con mi vecino Ángel. Me enamoré del
idioma y comencé a escuchar música solamente en inglés. Veía
programas en inglés y trataba de entender lo que decían.
Grababa las canciones y las traducía al español. Mantenía
una antología de canciones que me aprendía y cantaba a diario.
Así que mis hobbies incluían: escuchar música en inglés,
traducir las letras de las canciones, jugar con rompecabezas,
entender una libreta con partituras que mi mamá tenía
abandonada junto con una flauta, leer y platicar con mis
amigos.
En fin, Secundaria fue difícil para mí porque tenía una
lucha de identidad entre hacer lo correcto o lo que yo sentía
que era correcto, y por haber pasado de mi época de juego a la
época de chicos y besos.
Preparatoria
Meses antes de entrar a la prepa, mi mamá me inscribió a
cursos propedéuticos para entrar a ese nivel. Los cursos
propedéuticos los impartía una directora de una Secundaria,
que por cierto era muy buena en matemáticas. El primer día
nos presumió cómo llegar a la conclusión de un problema
matemático y todos quedamos admirados de su inteligencia. El
problema empezó cuando por alguna razón mi mamá fue a
quejarse con la maestra por algo, no recuerdo la razón, pero
creo que tenía que ver con un examen que yo había reprobado.
A la sesión siguiente, la maestra dijo delante de todos que
no quería personas como yo en el salón y que nunca más
volvieran a inscribir a personas como yo en sus clases. En ese
momento, lo único que yo pensaba era en tener una muñequita
vudú y callarla, o en congelar el momento y pegarle muy
fuerte; pero no sucedió, fue tanta mi humillación que no sabía
en dónde meterme.
110
Al final de la clase, no quise irme con mis compañeras y me
fui caminando sola hasta mi casa. Fue la primera caminata que
di sola con la cabeza abajo y muy triste. Dejé de asistir a los
cursos propedéuticos y no logré entrar a la preparatoria que yo
quería. Todos me preguntaban en cual preparatoria había
quedado y yo con mucha pena no les respondía. No salí a la
calle y no hablé con nadie por semanas.
Cuando por fin llegó el día de entrar a los cursos
propedéuticos, conocí a Lorena y a Daniel de la Secundaria y
por suerte los dos eran mis vecinos. Rápido nos pusimos de
acuerdo para que nuestros padres nos llevaran a la preparatoria
y así no tuvieran que gastar tanto en gasolina. Durante dos
años fuimos muy buenos amigos y Lorena llegó a ser mi mejor
amiga. La preparatoria para mí fue lo mejor, tenía muy buenas
calificaciones y descubrí que era muy buena en Álgebra y en
Inglés. Hice muy buenos amigos que llegaron a tocar mi
corazón y mi vida. Salía con Lorena todos los días, conocí más
chicos que me gustaban, me inscribí a fútbol para hacer
ejercicio, en segundo semestre de preparatoria tuvieron que
hacerme una cirugía para eliminar nódulos benignos que
crecían en mi tiroides, comí muchos duritos y llegué a pesar
casi 60 kilos.
Durante tercer semestre, comencé a salir con un vecino
quien era mi amor platónico. Con él intercambié mucho
romance, a tal grado que mi mamá nos encontró un día con los
pelos parados y los zippers abajo, todavía no llegábamos hasta
ese punto caliente y no creo que hubiera pasado. Pero mi
mamá se desilusionó mucho de mí por lo que había hecho, y yo
estaba muy triste por el hecho de que mi mamá se hubiera
desilusionado de mí.
Al día siguiente, le habló a mi papá para que viniera por mí
y me llevara a Linares con él. Ahí fue cuando conocí a mis
medios hermanos: Chuy, Tania, Citlalik y Gibran. En esa visita
también conocí a mis tías y primos. Yo me sentía una intrusa,
como si no perteneciera, pensaba para mis adentros: “estos son
mis parientes aún y cuando los vea como unos extraños”.
Mi papá me presentaba sólo como Gaby: “Es Gaby” decía,
como si todos ya supieran quien soy. No sé si esto lo dijo para
111
que yo no me sintiera incómoda, o si realmente ellos sabían
quién era yo. Mis medios hermanos me trataron muy bien, no
me sentí rechazada ni por ellos ni por la esposa de mi papá. Me
llevaron a pasear, me contaron historias, mis medias hermanas
me contaban chistes y mi medio hermano mayor me enseñó
todos los libros que había leído. Sólo estuve una semana con
mi papá porque ya extrañaba a mi mamá. Recuerdo que fue por
mí hasta Linares junto con mi tía Norma. Nunca más volvimos
a hablar de aquella noche después de eso.
Mi mamá pensó que tal vez mi deseo de experimentar con
chicos se debía a que no canalizaba bien mi energía, así que
decidió meterme a clases de patinaje sobre hielo, posiblemente
así no metería las patas (o sea, embarazarme a esa edad).
El patinaje sobre hielo fue el remedio perfecto para mis
calenturas. Me gustaba tanto porque sentía el viento frío por el
sudor en mi cara, el hielo bajo mis patines, la potencia de mis
piernas y mi habilidad para equilibrarme y no caerme. La
canalización de mi energía hacia lo positivo no duró mucho
tiempo; porque al mes o dos, conocí a David.
David era un muchacho muy serio y parco. Difícilmente
sonreía y mucho menos reía. Yo lo veía con tanta admiración,
pues me parecía muy atractivo. Le gustaba mucho andar en
bicicleta y tocar la batería en una banda. Muchas chicas lo
seguían porque él las ignoraba, lo que a mí me parecía un reto
que tenía que lograr. Un día cuando todavía no éramos novios,
fuimos al Puente del Papa (estaba situado en el río Santa
Catarina antes de que el huracán Alex lo destrozara) con un
amigo de él y mi amiga Maye.
Cuando íbamos a cruzar, él tomo mi mano, yo lo volteé a
ver y vi cómo el reflejo del sol alumbraba su cara. En ese
momento me enamoré de él. Era perfecto para mis ojos. David
fue mi primera relación formal, mi familia lo conoció, lo
acogió y lo aceptó. Tuvimos la oportunidad de viajar juntos a
Guadalajara y Veracruz junto con mi mamá y mi familia.
Nuestra relación duró tres años.
Después de algún tiempo me di cuenta que me había
enamorado sólo de una cara bonita. Su manera de ser no era
compatible para mí. Éramos muy diferentes, además de que
112
estábamos muy pequeños e inmaduros para una relación así. A
principios del año 2007 terminé mi relación él. En estos tres
años de mi relación con David, empezaba a pensar en algo que
cambiaría mi vida para siempre: mi carrera.
Facultad
No estaba muy segura de lo que quería hacer con mi vida.
Me preguntaba si tal vez sería buena cocinando, en economía,
en música, en veterinaria, en inglés. Había tantas cosas que me
gustaba hacer y tan poco tiempo para decidir. Me inscribí
primero en la facultad de Economía y luego me cambié a
Filosofía y Letras. Al principio no estaba muy segura de que
ese fuera el camino correcto para mí, pero en este momento de
mi vida sé que fue la mejor decisión que pude tomar. Mi vida
como estudiante de facultad fue divertida y enérgica.
Durante mis estudios en Filosofía y Letras estudié la normal
superior y también entré a un curso de piano y solfeo en la
Facultad de Música. El primer año decidí entrar a estudiar otro
idioma porque quería hacer algo en las tardes. No tener algo
que hacer después de mis estudios era tormentoso para mí,
siempre quería estudiar o hacer deporte. Yo quería estudiar
ruso porque la pronunciación y lo fuerte del lenguaje me
llamaba la atención, pero en la facultad no impartían ese
idioma. Mi segunda opción fue el alemán. No estaba muy
segura de estudiarlo porque no era de mucho agrado para mí,
pero quería saber otro idioma.
Mi gran amor por los idiomas lo conocí cuando estudié
alemán… la entonación, la firmeza y orgullo del idioma me
parecían fascinantes, me enamoré. Un día de clase, el maestro
nos muestra fotos de su viaje a Alemania, nos comenzó a
contar sus aventuras en el país y la cultura. Mientras platicaba,
nosotros observábamos sus fotografías: una foto de él en las
puertas de Brandemburgo llegó a mis manos; la observé
durante mucho tiempo y prometí y juré que algún día iría y me
tomaría una foto en ese mismo lugar.
Durante el primer semestre de alemán nos invitaron a
participar en un programa de intercambio estudiantil. Los
requisitos eran ser estudiante de alemán y aceptar que una
persona alemana viviera durante un mes en nuestros hogares;
113
vivir incluía darles una cama y comida, y cuando nosotros
viajáramos a Alemania nos darían 225 Euros por cada persona
que recibiéramos.
Así que, durante el mes de marzo de 2005, Klara compartió
su vida y su cultura con nosotras. Después de haberla conocido
supe que había tomado la decisión correcta al estudiar alemán
y estar en esa facultad. Cuando me despedí de Klara le prometí
visitarla algún día. Mi cabeza tenía un objetivo en mente: ir a
Alemania y cumplir mi promesa con ella y conmigo. Al año
siguiente me volvieron a considerar para que una pareja
alemana viviera en mi casa; y fue así como conocí a Dana y
Marcus.
Su forma de ver la vida, su cultura, sus tradiciones me
parecían muy diferentes a las nuestras, pero interesantes. El día
que se fueron, lloré su ausencia y fue cuando mi decisión
creció aún más. El verano siguiente preparábamos las maletas
mi mamá y yo para ir a cumplir mi promesa conmigo y con
mis amigos. Sus familias fueron muy amables al recibir a mi
mamá también. Su amor, hospitalidad y amabilidad fueron de
las mejores cosas que recibí en el país de mis sueños.
Cuando visité Berlín mi corazón lloraba de alegría; miraba
a la gente, el cielo, la tierra, miraba a todos lados y sólo podía
pensar que era muy afortunada de estar viva, que era capaz de
cumplir mis promesas y que estaba muy orgullosa de mí
misma. Tomé mi foto en las puertas de Brandemburgo y
caminé con Dana por la ciudad con el pecho lleno de felicidad.
Mi mamá se había regresado a México una semana antes
porque sólo pudo quedarse tres semanas conmigo.
Las siguientes tres semanas las pasé con Dana, Marcus, mi
amigo Diego de México y Klara. Conocí muchas ciudades de
Alemania, tuve el honor de vivir con los papás de Dana, con la
mamá de Klara, que por cierto era de Corea y se hizo muy
amiga de mi mamá a pesar de no hablar español ni inglés y mi
mamá no hablar alemán ni coreano; viví con los amigos de
Marcus y me hice muy amiga de uno de ellos, Beni, porque
estudiaba español y seguido ponía canciones del grupo de rock
Maná y me pedía ayuda con su tarea.
114
Cuando me despedí de Dana, sentí un dolor muy fuerte,
como si fuera a alejarme para siempre, me subí al tren y la vi
que me miraba cuando me alejaba y las dos llorábamos. Juré
volverla a visitar algún día y volver a visitar mi segundo hogar.
En el 2007, año en que viajé a Alemania, meses antes de
irme y mientras yo estudiaba el quinto semestre de alemán,
Lorena y yo decidimos entrar a cursos de conversación de
inglés en el centro de idiomas de la normal superior.
Desafortunada y afortunadamente tocamos en grupos
diferentes. El primer día de clases Lorena me presentó a un
chico de su clase. Al chico le había gustado Lorena y quería
que saliéramos en parejas para él poder salir con ella. Yo
accedí para poder acompañarla.
El muchacho me pareció muy interesante e inteligente. Su
manera de hablar era muy convincente, además que parecía
tener muchos temas interesantes de conversación. A Lorena no
le gustaba el chico en absoluto, pero yo le dije que alguien así
merecía la pena ponerle atención. Lorena decidió ser novia de
él, mientras yo comenzaba una pequeña relación con un amigo
mío. Mi amigo era romántico y tierno.
Me decía frases y palabras muy bonitas, me miraba con
ternura y yo a él también. En ese tiempo yo todavía no estaba
preparada para otra relación, puesto que había terminado recién
con David. Mi amigo se hartó de no poder tener una relación
formal conmigo, así que decidió seguir su rumbo solo.
Mientras yo sufría un poco por esta ruptura, mi amiga Lorena
tenía también problemas con su novio.
Me platicó un día que lo engañó besándose con un chico
que sí le gustaba, a lo que yo le dije con tono de regaño que
eso no estaba bien, pero no quiso que me metiera en sus
asuntos, así que yo accedí. Al poco tiempo, decidieron
terminar su relación. Rápidamente, él me contactó para
decirme que no quería que su ruptura con Lorena afectara mi
amistad con él, y yo le respondí que no había ningún problema
(pero claro que lo había).
Comenzó a seducirme llamándome por teléfono,
mandándome mensajes, escribiendo frases en Fotolog (lo que
se usaba antes de Facebook), y al final comencé a salir con él.
115
Lorena lo consideró traición y dejó de hablarme. Mil veces
pienso que ojalá hubiera tomado otra decisión para no haber
afectado mi relación con mi amiga, con mi mamá y conmigo
misma; pero al mismo tiempo no me arrepiento de haberlo
hecho porque lo que aprendí de esa experiencia me hizo fuerte
y más precavida.
El chico consumía drogas, fumaba mucho y tomaba. Mi
mamá me aconsejaba que no era bueno para mí, pero era tanta
mi insistencia que mi mamá optó por prohibirme verlo, sin
embargo yo no le hacía caso y seguía saliendo con él. Cuando
estuve con él, vi muchas drogas y alcohol; pero nunca pasó por
mi mente consumirlas. Mis expectativas de vida y mis sueños
eran firmes, mi deseo de vivir sanamente sobrepasaba
cualquier vicio o placer.
Cuando terminamos la relación, sentí alivio pero también
arrepentimiento por haberle hecho un mal a mi amiga, a mi
mamá y a otras personas. Un mes después me enteré que
mientras salíamos me había engañado con una amiga mía.
Sentí mucho dolor y desilusión, pero no guardé rencor por
ninguno de los dos, los perdoné y sanó mi dolor. Aprendí a ser
más cuidadosa con mis amistades y con los chicos que
frecuentaba.
Durante esos meses de decepción, un buen día mi amiga
Dana me avisó que vendría a visitarme a mi casa porque estaría
en México haciendo una investigación para su tesis; me di
cuenta que la vida siempre me toca la puerta para enseñarme
que las personas se van porque vendrán otras más importantes
y porque vienen cosas mejores para mí. Nos abrazamos y
lloramos de felicidad al vernos, y sentí mucho amor en mi
corazón.
Decidimos viajar a Mérida junto con mi mamá, para luego
despedirnos una vez más. Le dije que de nuevo la visitaría, que
se lo prometía. Así que mi siguiente meta fue visitar Alemania
otra vez.
Ese año, mi mamá y yo decidimos salir de vacaciones a
Cuba. Vivimos una experiencia hermosa en el país. Descanse y
disfruté el tiempo con mi mamá. Cuando veníamos volando de
regreso a Monterrey y vi mis montañas, decreté que algún día
116
tendría un trabajo en el que pudiera viajar mucho y tener el
placer de ver mis montañas desde el cielo.
Cuando regresé de Cuba comencé a salir con un chico que
se llama David (otro David). Teníamos gustos diferentes, pero
aun así hicimos buena pareja, nos entendíamos bien y
compartíamos momentos muy agradables. Mientras estuve con
él tomé la decisión de no comer carne nunca más. Me hice
vegetariana por mi amor y respeto a los animales.
Siempre había querido hacerlo, pero no tenía el valor. Hasta
que me cansé de prometerlo y no cumplirlo y simplemente una
mañana dejé de consumir animales. David fue una de las
personas que me ayudó a hacerlo porque él es una persona que
es fiel a sus convicciones e ideales. Dejar de comer carne es
una de las mejores decisiones que he tomado en mi vida,
porque me siento congruente y en paz.
Un día de enero de 2010 decidí terminar mi relación con él
porque no me gustaba que consumiera alcohol; él me alegaba
que no tomaba mucho y que yo no podía controlar su vida y
decirle qué hacer y qué no hacer. Tal vez tenía razón, pero en
ese momento yo pensaba que mi pareja no podía tener ninguna
dependencia de ningún vicio. Lo quise mucho y luego quise
regresar con él, pero él muy decidido me dijo que era lo mejor
y que tal vez seríamos amigos. Su decisión me pareció de lo
más certera porque de haber respondido que sí, no hubiera
conocido a otras personas que vinieron a forjar mi carácter en
mi vida.
Durante esos años, me fui desarrollando como maestra en
una compañía, una escuela de inglés y en una escuela privada
para primaria y secundaria. Disfrutaba mucho enseñar,
compartir lo que sabía y sobre todo observar las caras de
felicidad de mis alumnos cuando podían expresar lo que
querían. Cuando terminé con David, fue cuando renuncié en la
escuela privada porque ya no quería ir tan lejos a trabajar; así
que decidí tomarme un tiempo libre y al siguiente mes, me
inscribí a clases de francés en la universidad.
Lo que yo hacía por hobby no sabía que algún día cambiaría
mi vida por completo, así como lo hizo el alemán. Entré
también al curso de “El Guión de mi Vida” impartido por
117
Tejedoras de Cambios y fue ahí donde conocí a quienes serían
mis mejores amigas y con las que compartiría mis momentos
felices y tristes día a día. La vida nunca se equivoca y sabe por
qué pone las cosas. Comencé a dar lo mejor de mí misma a
partir de haber puesto pies en ese salón con mis compañeras.
Durante el primer semestre de francés conocí a una maestra
de inglés que trabajaba en una universidad y me pidió que la
cubriera durante una semana porque saldría fuera de la ciudad.
Fue cuando me presentó a quien ahora es mi jefa. Trabajé una
semana ahí y meses después comencé a trabajar más horas
como maestra de inglés. Los meses que no trabajé en esa
universidad fueron porque no podía dejar a un lado mi promesa
de visitar mi segundo hogar de nuevo.
Esta vez viajé sola a Alemania y sólo me hospedé en casa
de mi amiga Dana. En la primera semana conocí un lugar que
no me hubiera gustado conocer pero que no me arrepiento de
haber estado ahí… el hospital. Estuve internada tres días por
una gastroenteritis y el dinero que con mucho esfuerzo había
guardado para viajar, lo pagué al hospital. La vida nos pone
pruebas en el camino para que podamos levantarnos y ser más
fuertes. Agradezco a la vida haberme puesto en esa situación,
porque aprendí que puedo salir adelante y puedo ser más fuerte
de lo que yo creo que soy.
A pesar de mis pocos ahorros, pude viajar un poco y
conocer personas de otros países con quienes compartí muy
buenos momentos.
Al regreso a México, decidí seguir trabajando como
maestra. Entré como instructora de inglés en la SEP, y
posteriormente me hablaron de la universidad en donde trabajé
antes de irme para que fuera a dar una clase muestra para una
posible vacante y a los pocos meses me contrataron para dar
clases de contenido. Mis horas de trabajo fueron ascendiendo
hasta que mi jefa me ofreció un trabajo como asistente y
posteriormente me dieron la planta en la universidad.
Decidí comprarle el carro a mi mamá para luego venderlo y
cumplir otro sueño grande… comprar un terreno y construir
una cabaña para mí, mi mamá y mis perros. Ese año también,
comencé otro curso que me hizo darme cuenta de lo valiosa
118
que soy y de lo que puedo llegar a ser si creo en mí. En este
Diplomado de Tejedoras compartí mis momentos con mis
mejores amigas, a quienes conocí en el primer curso que tomé.
Alimenté mi alma semana tras semana con las risas, lágrimas y
experiencias de mis hermosas compañeras que me permitieron
ser parte de sus vidas.
Mientras trabajaba como asistente, conocí a quien vino a
enseñarme lo que es amar y luego enseñarme lo que es sufrir
por amar. Carlos era el novio que cualquier mujer hubiera
deseado tener. Guapo, romántico, servicial, caballeroso,
inteligente, detallista y atento. Me enamoré de él más de lo que
alguna vez llegué a amar el alemán y Alemania, más que del
ruido de los árboles, más que del canto de los pájaros, más que
del amanecer, más que muchas otras cosas que algún día
fueron bellas para mí.
Nada se comparaba con lo bello que era él para mis ojos. Al
estar con él, llegué a decidir casarme y tener hijos; cosa que
nunca había pasado por mi mente porque siempre pensé que
viviría sola con mis animales. Al estar con él, descubrí cosas
de mí que no conocía, no sabía que podía llegar a ser
convencional, apasionada, romántica y sobre todo abrir mi
corazón.
Decidimos vivir juntos y lo platicamos a nuestros allegados.
Comenzamos a buscar lugares para rentar pero mejor decidí
construir una casa en la planta alta de casa de mi mamá para no
dejarla sola, y a él le parecía mejor construir en lugar de pagar
una casa que nunca sería nuestra. Hicimos juntos el diseño,
soñábamos con las cosas que haríamos en la casa, con las cosas
que compraríamos, los colores, los muebles, la decoración, etc.
En marzo de 2014 pusieron el primer block a mi casa; todos
los días venía con impaciencia del trabajo para ver el avance de
la casa que algún día compartiría con el amor de mi vida y ese
pensamiento me hacía muy feliz. Conocí a su familia y él
conoció la mía. A todos decía que algún día me casaría con él
y que tendría bebés hermosos con él. Pero como todo lo que
sube tiene que bajar, llegó un buen día en el que experimenté
un dolor que nunca antes había sentido.
119
Fue el día en el que él decidió pedir un tiempo porque no
podía estar conmigo, según él porque me hacía daño, pues no
me amaba y no creía en el amor, yo no di tiempo sino que
decidí terminar la relación. Al escucharlo, sentía cómo mi
corazón se partía, cómo mis sueños se derrumbaban y rogaba
que todo fuera una pesadilla. Amar a alguien que no te ama es
un sentimiento amargo y muy cruel.
Me fui de ahí con el corazón roto y mis sueños aplastados.
Lloré ríos y me preguntaba a diario el por qué, qué había hecho
mal, en qué había fallado; pensaba para mí misma que siempre
había sido buena, fiel, tierna y romántica, entonces ¿qué había
de malo en mí? Mientras tanto, mi casa seguía esperando pero
yo no podía siquiera voltear a verla, era mi casa con él, el lugar
en el que él ya no estaría. Cayó mi casa y cayó mi autoestima.
Vuelvo a mencionar que la vida actúa muy sabiamente y
nos abre puertas donde otras se cierran. En esa misma semana
tuve que salir de viaje en el trabajo y tuve que despegarme de
ese sentimiento para estar al cien por ciento en mi trabajo. Al
llegar a Monterrey, a casa de mi mamá, volteé a ver mi casa no
terminada, subí, vi los cuartos y comencé a recordar. Dante
Alighieri dice que no existe cosa más dolorosa que recordar los
tiempos felices durante la desgracia, y vaya que tenía razón;
sentí un hueco en el corazón, pero como todas las demás cosas
que me he propuesto, decidí y prometí terminar mi proyecto y
lograrlo ha sido un orgullo más para mi vida.
Mi mamá, mi estrella más grande, mi ángel de la guarda,
me tomó la mano y me ayudó a que saliera adelante y no me
dejara caer. El amor de mi madre fue lo que me dio fuerza para
pararme y ser una mejor persona. El día de hoy vivo aquí en mi
casa terminada, con un futuro prometedor, un trabajo que amo,
puesto que viajo seguido tal y como alguna vez lo decreté,
porque tengo amistades que valen más que todo el dinero en el
mundo, una mamá que me adora y me dice lo orgullosa que
está de mí, un padre que cree en mí y sobre todo una Yo más
fuerte y más orgullosa de mí misma. Este día soy la mejor
versión de mí, porque soy perseverante, porque soy fiel a mis
convicciones, porque tengo mucho amor que dar a pesar de los
dolores; porque no siempre he tenido lo que he querido, pero sí
120
he tenido lo que necesito y porque no puede haber cosa más
hermosa que el amor que siento en este día por mí.
121
Esto no se acaba, hasta que se acaba - La Loba
Así es la vida. No terminas de vivir hasta que terminas tu
vida; así es realizar este trabajo personal que empecé con dos
propósitos: 1) ocupar mi tiempo en una actividad que percibí
interesante (encontré en el periódico una nota sobre Tejedoras
de Cambios), y 2) ampliar o conformar un círculo de personas
con quien compartir mis inquietudes. Esto me lleva a concluir
que logré mis propósitos de manera estupenda, realmente
sobrepasó mis expectativas.
He vivido y disfrutado de una hermandad con mujeres
magníficas, risueñas, retadoras, calladas, firmes, valientes,
amorosas, abrigadoras, disciplinadas, interesantes, dedicadas,
comprometidas socialmente, inteligentes, y que a través de esta
experiencia me he sumado a ellas para formar un grupo en el
que se ha generado una sinergia que me ha catapultado a
realizar cambios para mejorar mi calidad de vida. En este
grupo en el que se vive cada sesión siendo un "testigo
respetuoso" y protagonista en cada dinámica de trabajo, hubo
reglas muy importantes y necesarias marcadas por nuestra
guía, Dariela, (con todo cariño y respeto), de "oír y no juzgar"
que me han marcado una actitud que he podido trasladar en
ocasiones (no es fácil) con mi familia, familiares y amigos y
me ha facilitado la buena convivencia.
Escribir mi historia, relatarme desde la distancia, en grupo,
acompañada, compartirla y asentarla en papel me es difícil; y
después de pensar y pensar quiero narrar mi experiencia en
este Diplomado.
Definirme en un collage con imágenes me resultó muy
complicado, ahí empezaba el trabajo de saber si me conocía
(encontré que no podía autodefinirme fácilmente): desnudarme
de lo que estudié, dónde vivo, en qué trabajo, quién conforma
mi familia y todo eso que en algún momento pensé que era mi
vida, pues "¿qué me queda?" pensé. Ocupé mucho tiempo
buscando en esta etapa de mi vida quién era "yo", qué me gusta
hacer, cómo me gusta verme, en qué pienso, qué sueño, a qué
aspiro, a quién amo, si amo lo que tengo o si estoy donde
quiero estar. Muchas preguntas... Fue y sigue siendo para mí
un trabajo que a lo largo de este diplomado he ido
122
averiguando, reconociendo y revalorando. Estoy buscando
ahora mi bienestar físico, mental y emocional, trato día a día de
hablar en primera persona (otra regla del grupo) y de estar en
constante autoobservación en mis actitudes y emociones.
Descubrí que hay áreas de mi vida sin cultivar: la
intelectual, ahora casi no leo ningún libro ni acudo con
frecuencia a eventos culturales, escucho poca música y son
actividades que anteriormente hacía aunado a mi trabajo; en lo
social, tengo pocas amigas y no las veo a menudo, visito poco
a la familia; no realizó ningún servicio a mi comunidad. De
pronto me sentí vacía, como sin ocupación importante.
Estudié Masaje Holístico y Digito-presión, ocupaciones que
me gustan mucho pero a las que no estoy dedicada de tiempo
completo a ello, y hasta hoy no he encontrado actividades que
yo diga "me apasionan". Tengo interés por muchas cosas, pero
ninguna la he realizado "hasta morir".
Trabajando en este curso he aceptado que es una falta de
compromiso porque es más fácil vivir sin ellos. Ahora, ya
terminaron los años en que el cuidado de la familia, el hogar y
mi trabajo eran mis prioridades: estoy muy satisfecha y me
siento reconocida y correspondida por ello. Ahora sé que lo
importante es estar bien conmigo misma para poder reflejarlo
en mi entorno. Acepto que es por una falta de compromiso que
no he llevado a fondo lo que me propongo, sé que no hay
obstáculos externos que me impidan hacerlo… sólo los
internos, sólo yo.
Echar un clavado en el baúl de los recuerdos de mi infancia
y adolescencia fue muy gratificante. Jugué mucho, tuve
muchas vecinas y todas íbamos al mismo colegio; vestidos que
mi mamá elaboraba, pasteles de cumpleaños, domingos de
paseos, helados y revista de monitos. Recordé a mi mamá
limpia, perfumada, cantadora, su sala con olor a nardos, música
de Cri-Cri los domingos, novelas y comerciales en la radio,
escuchar historias de espantos y jugar a las escondidas por las
noches, andar en patines y mi bicicleta. Siempre obtuve muy
buenas calificaciones en el colegio.
Tengo muy bonitos recuerdos de mis hermanos y hay
muchas fotografías, en algunas de ellas estoy en el patio de mi
123
casa y se ve descarapelada la pared y yo no recordaba que mi
casa fuera fea, esto me hizo pensar que esos detalles no eran
importantes porque había muchas otras cosas que me hacían
estar bien. Pensé que me han sido dadas muchas cosas, que
nunca me había tomado la molestia de valorarlas y menos de
agradecerles a mis padres por ellas, sobre todo a mi mamá. La
dinámica “relación con los padres”, que hicimos en el
diplomado, también propone hacerlo a pesar de que ellos ya no
vivan a través de una oración de agradecimiento y que al
hacerlo continuamente se va sintiendo mucha paz. Muchas
gracias a Aurora Garza (mi inolvidable guía en el Guión de mi
vida).
Ellos me legaron mi educación. Mi madre decía que nadie
te la podía quitar y que nunca la ibas a perder. La idea de
estudiar para trabajar: ya que tendría independencia económica
y por lo tanto libertad para tomar decisiones. El respeto a Dios
y la presencia de un ángel de la guarda (siempre me he sentido
protegida). La pertenencia a una familia: saber que pertenezco
a una familia que me quiere y que me apoyará si lo pido y
necesito. Al poner esto en papel reflexioné sobre lo necesario
que es nombrar y reconocer la importancia de los valores
familiares y hacer conciencia de todo lo que yo, como madre,
como esposa y como persona puedo influir (para bien y no tan
bien) en mis hijas y no detener a los demás por miedo o
prejuicios sino que ellos asuman su vida con responsabilidad y
libertad. Otra tareíta que no acaba.
Las siguientes dinámicas fueron encaminadas a buscar al
interior mis posturas, mis pensamientos, emociones y
sentimientos ante mí misma, ante mi entorno y ante la vida.
Las dinámicas fueron muy interesantes, profundas, de duro y a
la cabeza, con la intención de analizarme sin excusas y sin
máscaras para conocer y entender (creo yo) el significado de
identidad narrativa, ese proceso que no es rígido ni estable sino
una elaboración continua de una autodefinición. Ya que
escribiendo a la distancia en tiempo y espacio los hechos que
consideraba muy dolorosos o tan importantes que marcaban mi
rumbo, realmente no lo eran tanto y al exponerlos ante un
grupo tan respetuoso y solidario los hizo quedar en otra
124
dimensión, o en otro nivel de apreciación en el que deslindé
culpas y responsabilidades.
El trabajo fue lento, parecía que no avanzaba pero cada
sesión me tocaba fibras muy profundas y acorazadas,
provocando risas, lágrimas, enojos y al final ¡pum! Se
aligeraba la vida y sentía un bienestar en lo profundo de mi ser.
Comentaré algunas de las dinámicas que me movieron a
localizar "hallazgos", ideas, conclusiones o reflexiones que me
son importantes y aprovecho esta oportunidad para escucharme
y ser escuchada.
Se pidió describir un hecho que haya marcado tu vida, ver
qué estaba pasando realmente según la realidad actual. Algo
que definió mi vida fue el haber salido de mi ciudad de origen
para venir a estudiar a Monterrey. Mi mamá realmente quería
que me preparara porque ella dejó de trabajar para casarse y en
el matrimonio no le fue tan bien como esperaba; ahora creo
que mi papá, además de que me preparara, me quería lejos
porque tenía otro familia con hijos en edad de estudiar (no se
fueran a encontrar).
Este cambio me dio mucho gusto y miedo a la vez porque
me permitió trabajar desde muy joven y tomar con mucha
libertad mis decisiones de qué hacer o no con mi vida. Sabía
que ellos estaban orgullosos de mí y siempre opté por no
defraudarlos. Por ese tiempo asumí, no sé cómo ni quién me
ayudó, que el problema de la otra familia no era mío, era de
ellos y decidí no sentirme afectada ya que él siempre estuvo
para mí. Algún tiempo le reproché a mi mamá por qué lo
permitía, bueno sólo lo pensaba, nunca se lo dije, y qué bueno
que no la molesté con eso, fue una decisión muy personal de
ella mantener unida a la familia a pesar de... mucho dolor,
mucha rabia, sin perder su dignidad. Gracias mamá, por todo tu
amor que me permitió vivir con calor familiar. Que tengas paz
donde quiera que estés.
Realizamos un ejercicio con los arcanos mayores del Tarot,
de asociación libre a partir de un estímulo y encontrar alguna
relación con él. En esta ocasión fue una carta al azar. Yo
escogí el diablo, para mí era inexplicable por qué esa figura,
que era fea, no causaba miedo pero su expresión no la
125
encontraba cercana a mí. Lo primero que recordé es eso que
dicen que lo que te desagrada es posible que tú lo tengas.
Por lo que me dije que es necesario buscar lo que está frente
a mí, qué me inquieta, me desagrada o me enoja y ver cuánto
es mío; encontré que en muchas ocasiones me preocupo por los
demás antes que por mí, luego me digo por qué no lo pensé,
por qué no lo dije, por qué no lo hice, por qué no atendí a
tiempo… en fin, me falta valor muchas veces para decir a
tiempo lo que pienso o hacer a tiempo lo que quiero. Y como
dicen: "más sabe el diablo por viejo que por diablo", sé que tal
vez escogí esa carta porque estoy en una etapa de mi vida en
que si me pierdo de "vivirla" también voy a desperdiciar la
oportunidad de hacer "sabiduría de vida", de todo lo que he
sentido, aprendido, llorado y disfrutado a lo largo de todos mis
años como mujer, por lo que es tiempo de compartir con las
personas cercanas a mí ese quehacer y hacer diario con alegría
y fuerza endemoniada. Y heme aquí.
Otro ejercicio de asociación libre fue escoger entre una lista
cuatro elementos y elaborar un texto narrativo. Yo escogí una
figura mítica, una flor, un fenómeno natural y una parte del
cuerpo. No sé cuánto de mí se relata en el texto pero me gustó
mucho y lo comparto.
Lo titulé “A mis manos” y escribí así:
Son expresivas rebeldes, fuertes, acusadoras, curiosas,
registran muchas emociones con solo saludar a una persona y
comunican firmeza, ternura, alegría, amor, enojo.
Quietas sobre mi regazo duermen, pero están atentas y
listas para cuidar a su dueña, como lo hacía Argos, ese
personaje mitológico cuya misión era custodiar a la
sacerdotisa de Hera, llamada por Zeus y convertida en novillo
para protegerla de los celos de Hera.
Tenía cien ojos, la mitad dormía y los otros permanecían
abiertos para vigilar. Ven pasar entre sus dedos la vida,
cuando por suerte cae la lluvia sobre ellas, esa lluvia que
golpea, mima y le cuenta sus historias vividas a través de los
tiempos y le dice de la belleza que ha visto en las flores que
riega, como esa que combina los verdes con amarillo, que
126
alimenta ruiseñores y alegra corazones; copa de oro la llaman
por su forma y su color y esa riqueza que provoca al tocarla.
Manos que al unirse sobre el pecho me pueden transportar
hasta el mismo cielo y conectan con Dios. Si mis manos
hablaran dirían: He sentido el latir de tu corazón, la tibieza y
tersura de la piel, la lágrima que brota del dolor y la energía
que al mundo da calor.
Otro ejercicio interesante y me parece que completó ese
propósito de buscar primero hacia adentro de uno antes de
emitir juicios o reproches, fue el que consiste en anotar los
reproches o quejas que le dirías a una persona, pasarlos a
primera persona para después de una conversación aclaratoria
conmigo misma sacar lo que es mío y lo que no. Volví a caer
en que no decir lo que pasa a tiempo y con carácter preventivo
trae problemas que pueden evitarse.
Después vinieron ejercicios relacionados con la muerte y el
perdón. Sobre la muerte sé que todavía no quiero morir.
Elaboré una carta de despedida para mi esposo y mis hijas.
A mi esposo:
Gracias por tu amor desinteresado, desmedido, por estar
atento siempre a mi bienestar. He pasado contigo años de
muchas alegrías que han marcado mi vida como el nacimiento
de nuestros hijas, verlas crecer y atestiguar juntos cómo se
han hecho mujeres y saber que tienen mucha riqueza interior
para ser felices, es lo mejor que me ha pasado en la vida, eres
igualmente correspondido. Gracias por haberme acompañado
en esta vida en la que he caminado contigo y a tu lado como
persona libre.
A mis hijas:
No sé a dónde voy pero sé que me encontrarán siempre
cuando piensen en mí. Recuerden esos momentos de alegrías y
tristezas y que en ese pensamiento encuentren paz y
tranquilidad y muchas carcajadas. Si mi recuerdo les causa
algún problema o mal sabor de boca, bórrenlo, no lo tomen
tan en serio; si se sienten dolidas, créanme, nunca fue la
intención lastimarlas, debió haber sido algún mal momento
mío y a ustedes les tocó vivirlo (¡lástima, Margarito!).
127
Desechen todo lo que no les guste de mí y sean honestas y
congruentes en su vida.
Elaborar este trabajo me exigió algo así como pedirme
cuentas con la vida y creo que le salgo debiendo, por eso
quiero más tiempo para decirle a los que me rodean con hechos
lo mucho que me han dado.
Trabajar el tema del perdón te lleva también a hablar de la
responsabilidad. Para mí, la vida es como la rueda de la
fortuna: a veces vas abajo y a veces arriba, es un círculo que
siempre está en movimiento, solo se detiene para ti cuando te
mueres, quieras tú o no. No puedes detener el curso de la vida
y siempre se tiene una fuerza interior (alma, espíritu, yo
interno, esencia, Chi) que sirve de motor.
Entre más estés en movimiento, más rápido pasan los
momentos difíciles, ya que no serán situaciones permanentes.
Y ya que soy completamente responsable de mi bienestar, de
mi salud, de mi alegría y de mi vida, no hay a quién culpar de
mis dolores o enojos.
Asumo que esa fuerza interna que me mueve no me la da la
vida de a gratis, hay que cultivarla, buscarla, fortalecerla y
recomponerla. Es ir día a día forjándola.
Este diplomado te da ese espacio para hacerlo, ya que paso
a paso vas repasando tu vida expresando tu ser a través de la
palabra escrita: recuperándote y reinterpretándote gracias a ese
poder transformador y sanador que tiene el lenguaje.
Busca y encontrarás, nunca es tarde para empezar.
128
Familia nómada – Allerim
Comienza la historia: Mi abue tenía 19 años cuando murió
su mamá, mi bisabuela. Entonces mi abuelito andaba tras de
sus huesos, y mi abuelita le dijo que se esperara un año por el
luto de la muerte de mi bisabuela, y la esperó. Mi abuela
materna nació en Lagos de Moreno, Jal., y mi abuelo materno
en Aguascalientes.
Al año le dice mi abuelito a mi abuelita que le mandaría al
padre para pedir su mano, a lo que mi abuelita contestó
burlonamente: “pues mándelo y con el padre le mandaré decir
que no”. ¡Nunca hubiera dicho eso mi abuelita!, pues esa
misma tarde él se brincó la tapia de donde ella estaba
remendando unos pantalones de sus hermanos chiquitos; por
cierto, ella decía que en esta barda sus hermanitos le hacían
travesuras, cuando platicaba con mi abuelito por un agujero de
la tapia, le pusieron excremento, y decía mi abuelito: “¿pos a
qué huele?”
Bueno, estaba cosiendo los pantalones cuando se le aparece
mi abuelito y empieza a querer tomarla a la fuerza, y le dio su
correteada, y cuando mi abuelito la traía bien pescada, le
pregunta mi abuelita: “¿pues qué es lo que quiere?”. “¡Pos que
reciba al padre para que la pida!”, y enseguida mi abuelita le
contestó: “¡Pues mándelo!”. Y se casaron. La llevaron a la
iglesia en una yegua con su vestido blanco y un sombrero con
listones, a mi abuelita le gustaban mucho vestir ponerse los
sombreros.
Tuvieron nueve hijos, dos hombres y siete mujeres, entre
ellas mi mamá, quien nació en Durango el 27 de abril de 1940.
Mi papá nació en Montemorelos, N.L. el ocho de diciembre de
1941. De mi mamá y mi papá sé que duraron tres años de
novios, que mi papá también era de armas tomar, pues mi
mamá no iba a las fiestas ni con mi abue si mi papá no la
dejaba, que ella se purgaba y decía que le dolía el estómago
con tal de no salir con mi papá. Una vez mi abuelita se fue al
río de día de campo con mis tías, mi mamá y sus amigas, y
pues se les presentó mi papá con una pistolita, aventó unos
129
tiros hacia arriba para asustarlas y logró que se fueran a la casa,
que estaba como a quinientos metros del río.
Así le tomó la medida mi papá a mi mamá, y así se casó con
él. Después de casados, mi papá se portaba como mi mamá no
se habría imaginado, llegaba nada más a bañarse, cambiarse e
irse de nuevo de parranda con sus primos. Cuando mi mamá ya
embarazada de mí, decide que se quiere regresar con mis
abuelitos al rancho, pero mi papá le quito la ropa a puros
tirones, para que no se saliera de la casa.
Un hombre asustó a mamá en la casa que rentaron después
de casarse, por lo que papá se la llevó a vivir atrás de la casa de
mis abuelitos paternos. Cuando apenas había pasado esto, mi
abuelita paterna le pidió a la Virgen que yo naciera bien –por
lo del susto-, mamá vivió ahí con mi abue y nací yo, Allerim,
en Monterrey, N.L. en la Clínica Conchita, un 25 de julio de
1964.
A los dos años me dio alferecía y dicen que alta
temperatura, mi abuelita le vuelve a pedir a la Virgen de San
Juan que me devuelva, pues mi mamá decía que yo ya estaba
muerta, era un 24 de diciembre. Mi abue materno había
quedado de ir por nosotras en la tarde y llegó en la mañana, así
que él ayudó a que yo regresara a la vida, pues mi lengua se me
había ido para atrás y me tapaba la respiración, pero gracias a
mi abuelito materno estoy viva.
Recuerdo que cuando mi abuelito paterno me cargaba, mi
abuelita paterna le decía: “bájala, ya está grande”, y yo pensaba
que no me quería pero mamá me dijo que ella me adoraba. El
día que murió, me acuerdo que mi prima Mirtha me cargó para
verla en la caja, pues yo apenas tenía cuatro años. También
recuerdo que cuando íbamos a los rosarios de mi abue, nos
chocó un camión urbano porque se nos atravesó un burro, de
ahí mi papá nos mandó en carro de sitio a casa de mi abuelita
paterna, donde mis tías todavía le lloraban.
Mi abuelita paterna había trabajado en una carnicería con
un hijo de ella, tuvo un accidente con una silla y se hizo una
cortada en el dedo chiquito del pie, que luego se le infectó y se
lo amputaron. Cuando estaba en el hospital mi abuelita paterna,
mi mamá estaba embarazada de mi hermano, el tercero de la
130
familia, y me acuerdo que mi mamá renegaba de que mi papá
no se presentara ni siquiera porque su mamá estaba grave.
¿Qué podía esperar mamá de él? ¡Nada! Y dicen que de pura
preocupación le dio la embolia y de ahí las consecuencias, de
eso murió mi abuelita paterna. Y mi papá de pachanga con sus
borracheras, bien feliz, bueno, eso digo yo.
Estábamos viviendo en el rancho de mis abuelitos, tenía yo
seis años y entré a la escuela primaria, así que me iba
caminando como un kilómetro más o menos. Pero en esa
escuela duré nada más un año y medio porque mi papá nos
llevó a vivir a una colonia en San Nicolás. Decía que la familia
de mi mamá lo criticaba mucho, que por cómo se portaba. Muy
picudo, mi papá, hacía puro relajo y luego no quería que
hablaran de él. Que lo “ruñían” decía mi papá, pues había
dejado de trabajar en la empresa Titán, que porque le dolían los
riñones; ¡más bien eran las “pedas” que se aventaba, jajajaja!
Mi mamá tuvo que ayudar haciendo taquitos de picadillo y
papita -recuerdo cuando me daba de esos taquitos-, le
preparaba una olla grande para venderlos en una cantinilla
pedorra y luego venía sin dinero porque se ponía como placa
de tráiler, ¡hasta atrás! Mi mamá se los volvía a preparar,
aunque se enojaba con un primo de ella, que porque era él,
quien le robaba el dinero. Le dije a mi mamá que no era culpa
de su primo si mi papá era irresponsable, mi mamá se enojaba
conmigo porque no quería que le faltara al respeto a mi papá, y
yo le decía: “el respeto se gana”.
Contestona que era yo al ir creciendo, porque la veía
inconforme, pero ahí aguantando vara, nunca se rajó. Luego
nos llevó a vivir seis meses en una colonia en San Nicolás, ahí
me fui a inscribir sola porque mi mamá estaba embarazada de
mi hermanita la más chica. Cuando iba a nacer, nos dejaron
con una tía y mi mamá indicó que le ayudara al quehacer de la
casa pues tenían negocio, en las mañanas que me iba a la
escuela se quedaban mis dos hermanitos y mi hermanita
llorando, pues no querían que me fuera, yo apenas estaba en
segundo de primaria. Me iba con el corazón partido en dos,
entonces nació mi otra hermanita y ya éramos cinco hijos.
131
Mi papá se fue a Texas de mojado, y en una de esas se nos
enfermaron mis dos hermanitas y mis dos hermanitos de
sarampión, la más chiquita tenía tosferina. Recuerdo que mi
mamá la aventaba para arriba para que respirara, pues con la
tos no podía respirar.
Hasta que un tío, hermano de papá, vino a vernos y fue y le
estiró las orejas a mi papá, entonces él vino y nos sacó las
visas, me acuerdo que mi hermanita estaba chifladilla, que
quería un plátano y salió en la foto de la visa con el cachetote
lleno de plátano, ¡jajajaja!
Llegamos a Houston y papá tuvo que trabajar en dos
lugares, de día y noche, nos rentó arriba de un garaje con una
escalera muy grande y roja, el garaje era de una viejita y la
escuela estaba cruzando la calle, pero pasamos unos fríos ahí
pues no teníamos nada.
Ahí fue la primera vez que veía nevar, mis hermanitos
salieron a jugar con la nieve y yo tuve miedo, no quise salir.
Ahí vivimos poquito tiempo. Mi tío, un hermano de mi mamá,
se llevó también a su familia, también tenía tres niñas y dos
niños, nos cambiamos con ellos, a siete cuadras de la escuela,
para estar en una casa más grande. Mi prima la mayor es tres
años menor que yo, jugábamos en el patio y platicábamos con
las vecinas por la cerca.
De aquel tiempo, lo que más tengo presente fue cuando
papá no llegó a dormir a la casa sino hasta en la mañana
siguiente. Mi mamá estaba planchando y mi papá le pregunta
muy indignado: “¿Estás enojada?” -venía bien crudo- y mi
mamá le enseña una camisa manchada de labial. Él se la
arrebata y le dice: “Mira lo que hago con la pin camisa”, y la
hizo trizas, mi mamá le dice que la camisa qué culpa tiene, y él
contesta: “me largo a la chin…”, y que mi mamá lo sigue. Yo
le agarro la mano a mi mamá y voy con ella siguiendo a papá,
pero él se sube a su carro y le pisa el acelerador, se le tuercen
las llantas y se mete a un terreno baldío de un lado de la casa,
tumba una cerca de púas y va a dar con el carro enfrente de
mamá y de mí. Por poco nos mata, y mi estaba mamá
embarazada de mi hermano el más chico.
132
Papá se fue, le valió madres, y mi mamá se sintió muy mal,
y fue mi tío quien la llevó al hospital, porque ya iba a tener al
niño, y al otro día mi papá nos llevó a verlos al hospital.
Cuando mi mamá me vio, lloramos mucho las dos, y me dijo:
“cuida mucho a tus hermanitos”. Duró una semana internada
pues su presión arterial estaba mal. Cuando regresó a la casa,
mi hermanita pequeña no se quería ir con ella y veía a mi
hermanito el bebé, como preguntándose, ¿y esto qué es?
Mi papá traía la novedad de una cámara instantánea, llegaba
borracho y no le importaba la hora que fuera, nos tomaba fotos
y nos despertaba, hacía experimentos con nosotros, apagaba la
luz y nos tomaba la foto y salíamos con los ojos pelones, todos
greñudos, ¡ay no, que bárbaro!
Lugo empezó con que nos iba a traer al rancho porque nos
echábamos a perder en Houston, y nos trajo de regreso y le
compró una casa que tenía mi abuelito en una colonia de
Juárez y puso una tienda de carnicería y abarrotes. Ahí aprendí
a atender a los clientes, pero a la gente no le gustaba que los
atendiera pues decían que a lo mejor ni las manos me lavaba.
Como quiera aprendí a cortar la carne en la sierra eléctrica y
molía la carne, pues mi papá nada más cortaba las piezas, hacía
los chicharrones -muy buenos chicharrones, por cierto-, y
luego enseñó a mi hermano hasta a hacer la barbacoa, entonces
se atuvo para andar de peda.
Tenía yo catorce años cuando nos hablaron por la residencia
en EU y que nos lleva mi papá de nuevo a Houston porque
teníamos que vivir allá, aunque a mí no me llevaron a la
escuela, sólo a mis hermanos. Pero luego nos trae de nuevo a la
colonia en Juárez para hacerme mis quince años; recuerdo que
me dejaron aquí para preparar mi fiesta y cuando ya querían
venir papá y mamá y mis hermanos, dijo mamá que internaron
a mi papá porque le salió un tlacote en una mano, total mi papá
sale en las fotos con su mano vendada, pero me gustó mucho
mi fiesta.
La que siempre me apoyó fue mi tía, hermana de mi mamá,
era quien siempre andaba conmigo y me ayudaba en todo. Así
crecimos y me casé, y al mes toda mi familia se regresó a
Houston. Nos casamos todos, mis tres hermanos, mis dos
133
hermanas y yo. Conocí a mi esposo en una boda de su
hermana, cuando yo tenía 18 años, él me sacó a bailar con la
última melodía de la boda, yo no lo conocía aunque nuestras
familias eran amigas de muchos años, la familia de mi mamá y
la familia de mi esposo se conocieron en 1949.
Entonces bailamos aquel día pero no nos volvimos a ver
hasta después de cinco años en 1987, en el XV años de mi
hermana la más chica. Nos hicimos novios, porque mi tío de
oro jugaba baseball con mi esposo y él la hizo de Cupido –
¡jajaja!-, me mandaba saludos con mi tío, que se iba a casar
conmigo y que no sé qué, y qué sé yo. Desde los 18 años me
gustó el moreno, pero yo creí que no le había interesado,
aunque pronto nos hicimos novios y a los tres meses me decía
que si me casaba con él, pero yo quería conocerlo más.
Mi papá no me dejaba que me subiera a su carro, así que mi
novio se subía al camión con nosotros porque iba mi tía Mony
y mis hermanas. Y ni así nos podíamos subir al carro pues mi
hermana era la que me cuidaba y le iba con el chisme a mi
papá si no hacia lo que me pedían. Como quiera con el tiempo
se tomaron confianza mi esposo y mi hermana y se peleaban…
ahora se quieren mucho. Yo aunque era muy retobona no la
hacía de bronca, nunca defendí a mi novio pues no fuera a
regarla. Mi mamá me decía que estaba bien mensa, que no
sabía ni de lo que me tenía que cuidar, y no es por nada pero
era cierto: no sabía, supe después de la boda… pero ya qué.
Yo lo quería mucho y ahora lo amo, siempre hemos tenido
nuestras broncas porque soy muy celosa y aprensiva, todo
quiero que sea como yo digo. Al punto de llegar hasta los
pellizcos porque no tenía muchas palabras para defenderme.
Gracias a Dios nunca me golpeó, creo que le hubiera ido peor a
él conmigo. Batallamos para vivir juntos, en las buenas y no
tan buenas, pues mi esposo es de tomar cada fin de semana.
Estuve en todo lo que concierne con mis hijos y como ama de
casa, en talleres para padres, en diplomados en la prepa de mis
hijos para tener hijos preparados, y aprendí mucho, ahora mis
hijos ya son profesionistas, gracias a Dios.
Pero faltaba mi propia realización, mi seguridad en mí
misma, y en las decisiones acerca de lo que quiero hacer de mi
134
vida, y lo he buscado y encontrado, en los talleres, el
diplomado y en el curso de Emociones y Conflictos de
Tejedoras de Cambios.
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Ganando las batallas de la vida Guerrera hasta el último aliento
Nací a las once de la mañana, en una tierra de mujeres solas
que luchan por la vida. Mi madre es soltera, yo soy la segunda
de cinco hermanos, cuatro hombres y una mujer.
Mi padre era operador de tráiler y las ausencias, por su
trabajo, fueron prolongándose hasta que ya no regresó con mi
madre. Mi madre no contaba con una estabilidad conyugal, por
lo que trabajaba horarios extendidos y matados porque quería
ganar su planta por el sindicato para sostén de la familia.
Mi abuela le dijo a mi mamá que siendo yo niña era un
riesgo que viviera con mamá por su ritmo de trabajo, mis
hermanos en cambio eran hombres, y podían quedarse solos.
Así que me crié con mi abuela materna, un tío y tres primos.
Yo era la más pequeña, mi abuela me recibió recién nacida y
entre cada primo nos llevábamos dos años de edad.
A pesar de las circunstancias, pasaba algunos momentos para mí muy agradables- con mis padres, mamá iba con mi
abuela por mí para llevarme al tráiler de mi papá, él me
cargaba y me decía que me quería, siempre vi a papá sonriente
y amoroso conmigo, así lo recuerdo de niña.
A los seis años, me escapaba de la casa de mi abuela para ir
a ver a mi mamá, ella me recibía diciéndome: “Ay, nena tú
nada más en la calle, ¿le avisaste a tu abuela?, si no para que te
vayas y no esté preocupada por ti, ¡ándale, regrésate!”, y yo no
le hacía caso y me subía a buscar a mis hermanos para
abrazarlos.
Los cinco hijos de mamá y papá tenemos tantas cosa en
común, somos alegres, positivos, trabajadores, hospitalarios,
nos gusta cantar, bailar y reír; gracias, hermanos por todos los
momentos juntos.
El mayor sufrió mucho con mi madre, por cuidar a mis
hermanos y ayudar con los gastos, él también era alcohólico,
divorciado con un hijo y a los 17 años se fue a México en
busca de nuestro padre, anhelaba el amor de mi papá y éste lo
136
rechazó hasta el día en que mi hermano murió. Fue muy celoso
y duro conmigo, pero yo admiraba cómo siendo un niño, les
enseñó a mis otros hermanos valores, los cuidó como si fuera
su papá, era muy trabajador y carismático
Mi hermano menor y yo nos queríamos muchísimo, y nos
manteníamos comunicados acerca de las vivencias de cada uno
en nuestras casas, desde muy pequeños nos buscamos. Yo
quería vivir con mi mamá y mis hermanos, me alentaba hablar
con mi hermano y saber de ellos. En sus últimos días de
agonía, aun sonriente me decía: “Ni modo, mana, hasta aquí
llegué”, me decía que sus errores fueron de él y que como a mí,
le hubiera gustado crecer con unos padres juntos, no ver sufrir
a mamá de esa manera, pero siempre nos sentimos orgullosos
de amar a nuestra madre.
Mis hermanos, el mayor (q.e.p.d.), y el menor, alcanzaron a
convivir con mi familia, mis hijos los querían mucho, de hecho
mi esposo y mi hermano mayor se querían como hermanos, y
mis hijos pasaron momentos muy agradables y felices con él.
Cuando mi tercer hermano, a sus 24 años (y conmigo vivió
aproximadamente cuatro y fue un consuelo para mi familia, ya
que mi esposo había decidido irse a trabajar a los tráileres),
encontró trabajo en Monterrey, se fue a rentar él solo y ahí lo
visitábamos, mis hijos jugaban y convivían con él. Recordaré y
agradeceré lo que para mi familia importó la compañía de este
hermano, actualmente él se casó y vive con su pareja, me da
gusto ver sus éxitos y saber que se encuentra muy bien
acompañado por esta mujer también exitosa y tan agradable.
Con mi hermano el pequeño, ni buena ni mala la relación,
cuando nos vemos nos saludamos con gusto, hablo con él por
teléfono y compartimos especialmente acerca de la salud de
nuestra madre.
Me importa acercarme a ellos, y a sus familias para nutrir
mi SER, y nuestra relación, cada uno de mis hermanos, son
parte de mi vida. Será el tiempo el que nos ponga en orden
como familia. Yo creo que debo de esperar a que mi vida y mi
familia se hayan acomodado, porque yo estoy haciendo
cambios en mí y pienso que todo lo que pasa es porque tiene
137
que pasar, y así lo tengo que recibir y aprender llegado el
momento.
Mi abuela crió por su cuenta a sus hijos, un hombre y seis
mujeres. Yo la recuerdo de 65 años, muy guapa y trabajadora,
luchando por educar a sus nietos y cuidar de su hijo alcohólico.
Mi tío era soltero y cuando tomaba, le gustaba pelear, gritar,
era insólito ver que no le importáramos, pero cuando no
tomaba nos sorprendía jugando con todos al dómino, pirinola,
baraja, a bailar o cantar. Mi tío vivió con mi abuela hasta que
ella murió y luego sufrió viviendo en la calle, la única que a
veces lo atendía era mi madre, también alcohólica. Él busco la
ayuda de la madre de mis dos primos, ella y yo lo atendimos
hasta el día de su muerte y le dimos una digna sepultura. De
los dos primos mencionados, mi tío a uno consentía y al otro
maltrataba terriblemente, a mí y al otro primo también nos
pegaba cuando mi abuela le daba alguna queja de nosotros.
Éramos muy pobres, no teníamos baño y mi abuela se
levantaba a las 4:00 a.m. a tirar en un bote el excremento del
día anterior de toda la familia, mi tío se iba a las 5:00 a.m. y
nosotros a las 7:00 a.m. a la escuela, pero siempre había masa
para tortillas o gorditas recién hechas. Mi abuela batallaba para
mantener nuestra educación y sobrevivencia, y mi tío era el
único que trabajaba y daba muy poco dinero porque lo demás
lo invertía en tomar, y ella siempre le decía: “hoy tomas
alcohol como rey, y mañana tomas agua como buey”.
La casa era chica y muy humilde, mi abuela guardaba todo,
todo, yo pensaba que no estaba bien, yo quería ayudar a que la
casa se viera bonita, yo limpiaba, desechaba y acomodaba,
pero cuando llegaba me daba unas regañadas muy fuertes,
aunque yo sonreía como si fueran el costo de mi logro.
Recuerdo que todos los domingos nos levantábamos a las
5:00 a.m. y nos íbamos caminando a la parroquia, al salir de
misa en ocasiones me llevaba al mercado y yo no se dé dónde
pero ella me compraba cuatro taquitos de barbacoa y un
chocomilk, ¡era un banquete para mí!, luego me llevaba a la
plaza de armas a comprar una nieve de fresa. Veíamos a las
ardillas que rodeaban los árboles y todo me parecía muy
hermoso, esos fueron los domingos más felices de mi niñez,
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hoy recuerdo su mirada al verme comer, ella con hambre, ¡qué
sacrificio verme comer y qué amor para regalarme esos
momentos! “Gracias, abuelita, donde te encuentres”.
Fue una mujer que me inculcó mi fe espiritual y el amor en
la práctica. Me hacía sentir cariño y seguridad. Me gustaba
dormir con ella y subirle mi pie y abrazarla, a veces me parecía
injusta porque cuando estábamos solas me consentía mucho y
cuando estaba con alguien decía: “¡Esta niña tan desobediente
y rebelde que no hace caso a nada, ya no sé qué hacer con
ella!”, y claro que era cierto, pero yo en ese momento no la
entendía, era una niña y todo lo tomaba a mal, mi reacción era
rechazarla, avergonzarme de ella y sentir ganas de irme de la
casa.
Hoy le doy gracias a Dios por haber crecido con mi abuela,
a su edad empezar a cuidar a una bebé y darle educación fue
muy difícil en las condiciones que vivíamos y las experiencias
tan duras que pasamos. Ella me abrazaba pero nunca me dijo
que me quería, eran sus cuidados las muestras de su amor.
Fui una niña muy inquieta, mi abuela les pedía a sus hijas
que en cada vacación escolar me cuidaran, pasaba cada verano
con una tía, yo tuve mucha historia con cada familia. Pero
cuando mi abuela me dejaba en casa de cualquier tía, nadie le
daba queja alguna de mi comportamiento, ni yo tampoco del de
ellos, al contrario siempre me halagaban con sus comentarios,
yo sonreía y siempre me pedían que regresara.
Me gustaba mucho jugar con mis primas, eran las
relaciones más bellas de mi infancia, las conservo en mi
corazón. Me gustaba subirme al árbol a cantar, a jugar sin
maldad, sin agresión, sólo gastar energía y convivir.
Pero cuando llegaba la noche sentía angustia, miedo, temor
a un escándalo. Tíos y primos abusaban de mí, con
tocamientos cuando estaba en cama, yo me hacía la dormida,
no podía enfrentarlo, luego lloraba en silencio.
Mi abuela me inscribió en una estancia-kínder llamada
“Amiga de la Obrera”, estuve desde uno hasta los seis años de
edad, entraba a las 7:00 a.m. y salía a las 5:00 p.m., era de
monjas, cuando nos llevaban a desayunar yo siempre tomaba
de los alimentos a mis compañeros y me regañaban mucho por
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eso, pero lo seguía haciendo, ahora pienso que tal vez siempre
tenía hambre. Me encantaba ir a mi estancia, hace algunos años
tuve la oportunidad de tener una estancia infantil a la que puse
mi nombre y luego “Amiga de la Obrera” en honor a la
estancia donde yo estuve, pues guardo en mi corazón hermosos
recuerdos.
Cuando salí de la estancia a los seis años, mi vida empezó
a tener un cambio, recuerdo que a los ocho trabajé por primera
vez. Mi abuela dijo que quería que me enseñara a hacer el
quehacer para no estar de ociosa y con malos pensamientos,
ella quería gratis pero yo pedí que me pagaran. Yo aprendí
rápido porque no me gustaba que me regañaran, y además
ganaba dinero. Me daban veinte centavos a la semana y me
regalaban ropa, con eso yo me sentía muy feliz. En realidad
trabajé desde los siete años: le hacía el quehacer a tías y
vecinas, cuidaba niños, fui cajera a los ocho, trabajé en un
molino de tortillería a los quince, era tan pesado ese trabajo;
terminaba la jornada por solo veinte pesos diarios. Este trabajo
tan duro y mal pagado es el que mi madre desempeñó desde
los doce años hasta su jubilación.
Entre las experiencias más positivas de mi niñez, está mi
gusto por el estudio: yo era muy buena en la escuela,
inteligente, rápida, y competía con los compañeros sacando
buenas calificaciones, me gustaba salir en los eventos
escolares, me hacían feliz.
Actualmente, cada vez que visito a mamá le muestro mi
cariño, y si le comparto mis triunfos es para que se sienta
orgullosa de mí, pero nunca la he mortificado en decirle si
tengo para comer o no. Ella me dio la vida para honrarla, no
para mortificarla. Su casa es humilde, pero propia, la tramitó
en el INFONAVIT por su trabajo, es de material y de dos
plantas, Ella soporta los gastos de su casa, el dinero de su
pensión lo puede invertir en lo que quiera. Mi dicho es: “Si no
le doy, no le quito”.
Contacto a mi madre por teléfono, voy a verla una vez al
año porque ella tiene la costumbre de vender flores cada
noviembre en el panteón municipal de su ciudad natal. Me
pidió ayuda, y lo hago con mucho gusto así aprovecho para
140
verla y atenderla los días que voy. La amo tal como es, sin
juicios ni reclamos, antes cuestionaba por qué no me quería; ya
no, ahora le doy gracias a Dios por nuestra existencia; me
quedo con que tengo a mi madre, la puedo ver y escuchar y le
doy gracias a ella por mi vida. Pensar y sentir de esta manera
me hace sonreír y valorar lo que tengo, así como es, gracias a
todo el trabajo de desarrollo personal en Tejedoras de
Cambios, aprendí a sanar cosas del pasado y darle su lugar a
cada relación y experiencia.
Desde que tengo uso de razón, por el medio en el que crecí,
lo que aprendí, y hasta cómo me defendí, fue difícil para mí,
tuve que crecer de esa manera que violó mi dignidad, claro que
también he sentido una necesidad de estar mejor, de tener
buenos pensamientos y he luchado por mejorar mis valores y
creencias.
En los libros de psicología explican que hay etapas sexuales
de la niñez, desde bebés al explorar nuestro cuerpo, al crecer si
no tenemos una guía adulta y responsable podemos caer en
situaciones mal dirigidas. Como lo que a mí me pasó y que me
afectó muchos años por pensar que yo era mala; ahora me
digo: “¡mucho ojo!, antes de juzgarme”. Me asombra lo que de
alguna manera estaba en mí, al recordar los actos grabados en
cada imagen de mi madre, de mi abuela, de mis tíos, y de mi
propia historia.
Muchas veces me sentía triste, sola, vacía, abandonada, con
ganas de cambiar esa vida, lloré, grité al cielo, a Dios, para que
me ayudara a cambiar. Estaba como mi madre, repitiendo su
vida y solo tenía diez años, ahora entiendo por qué sentía tanto
enojo e impotencia sin encontrar salida de ese cautiverio.
Desde muy pequeña observé a mi abuela como mujer
siempre dándole el lugar y la razón a mi tío, a mis primos. Mis
ojos grabaron al hombre con el poder de maltrato a la mujer. El
resultado fue desvalorizarme y desafortunadamente vivir
maltratada. Un día llegué a casa de mi abuela y le dije que
quería e iba a cambiar, ella me abrazó y dijo: “Gracias a Dios
que oyó mis ruegos”, así abrazada a ella sólo quería que no
pasara el tiempo y sentirme amada, protegida, segura; decidí
141
que al terminar la primaria me iría a Monterrey a donde vivía
mi tía, mamá de mis primos con quienes crecí.
Desafortunadamente encontré una vida parecida a la que
quería escapar. Y volví a pedirle a Dios que me ayudara, tenía
diez años, pedía ser feliz, tener casa, alimento, oportunidad de
tener una vida digna, un hogar donde me respetaran, no me
importaba ser pobre, pero deseaba luchar por una vida mejor,
regresar a ayudar a mi madre, a mi abuela. Me cambié de
municipio y conseguí empleo en una casa cuidando unos niños,
ahí la señora me permitía estudiar y me inscribí en secundaria.
Entre mis recuerdos más vivos está el nacimiento de mis
hijos. El primero fue en la madrugada cuando presentí que ya
era la hora, su padre me llevó a la clínica del IMSS, yo
ignorante aguanté mis dolores cada vez más intensos, pero
suaves comparados a los que me había dado la vida que viví
hasta ese día. Me sentía sola, era apenas una niña de quince
años, mi fuente se rompió al diez para las doce de la noche y
dio inicio el alumbramiento; y nace a las 12:10, mi bebé, mi
primer hijo. Ese mismo día regresé a la casa con mi hijo en
brazos… y con valor y con fuerzas.
La experiencia más dolorosa y triste de mi vida fue cuando
mi niño tenía un año y ya caminaba, mi pareja y yo
empezamos una discusión que terminó en tragedia, el niño se
salió y se fue a la casa de la dueña, entonces me salí a buscar a
mi hijo, rogué y supliqué, pero se burlaron de mí. El padre del
niño me respondió que me largase, que mi hijo no me lo daba.
Tonta, otra vez tomé malas decisiones, busqué ayuda en unos
policías y dijeron: “¡es su papá, tranquilícese!”. Regresé y
dormí en la calle, al día siguiente: demanda por abandono de
hogar, alegando que era una irresponsable con mi hijo.
Nada conseguí, me volví a destrozar, me faltó luchar por él,
era lo único que grababa mi cerebro, lo que creía, lo que sentía.
Ahora reconozco que me faltó luchar por él y me arrepiento.
Hice lo que en ese momento creí que era lo que estaba a mi
alcance pero no, no me alcanzó, y me duele muchísimo.
Regreso a casa de mi madre, ella me aconsejó que ahí yo no
podría salir adelante, que me regresara. Al año llego a
Monterrey donde me encuentro que un primo con el que yo
142
crecí fue encarcelado… y yo pronta fui rápido a sacarlo. Vi un
hombre con una mirada triste, detenido por un pleito del día
anterior, y lo miro yo con ternura y le dije: “no te preocupes,
ahorita aviso para que vengan a sacarte y todo va a estar bien”.
Él serio, con una mirada me agradece. Me enamoró su ser,
pues yo veía en él a un hombre bueno, noble y tierno.
Al principio a su pesar seguimos coincidiendo, lo que
despertaba en mí me animaba a buscarlo, un día él aceptó
llevarme a la casa de mi tía, y así empecé una historia con él,
hoy es mi esposo, es el amor que soñé por mucho tiempo y me
fui a vivir con él a un rancho, sin servicios, sin muebles, estaba
la casa en una propiedad que tenía cincuenta hectáreas sin
vecinos, solo él y yo, en octubre del 87, nos fuimos a vivir en
unión libre y en diciembre del mismo año nos casamos por el
civil.
En el rancho no había chismes, ni nada que interviniera en
nuestra relación, ahí pasé la época más feliz de mi matrimonio,
iniciamos varios empleos juntos: compramos baterías de carro
y fundíamos el plomo; había una hectárea de aguacate y
nosotros le dimos vida, hicimos venta de aguacate, y aunque a
veces eran trabajos rudos, los dos lo hacíamos con mucho
cariño; teníamos animales como gallinas y cochinos;
sembramos también una hectárea de elotes; fabricamos y
vendimos carbón; los dos éramos muy trabajadores y nos
disfrutábamos mucho. Cada fin de semana íbamos a visitar a
mis suegros, ellos vieron cómo cuidaba a su hijo y que era muy
trabajadora, así que rápido me gané su cariño.
Yo enseñé a mis hijos a respetar y aceptar a la familia
paterna sin juicios y así es hasta el día de hoy, por vivir lejos y
no poder viajar seguido no han tenido mucha convivencia con
la mía propia, a pesar de eso, también en mis hijos existe un
respeto para su familia materna.
Pero me duró poco el gusto, pues en los años que siguieron
vivimos momentos duros: diferencias, distanciamientos,
impotencia, depresiones, adicción, carencias, maltrato,
desesperanza. Ninguno de los dos teníamos que encontrar esta
violencia con personas ajenas, nosotros mismos nos
encargábamos de ello con nuestras creencias, nuestro
143
machismo e historias repetidas, habíamos aprendido a vivir
para complacer y vivir para desesperar, desvalorizando nuestra
esencia y vitalidad.
Mucho más de todo esto que cuento me gustaría omitirlo
por mis hijos y seres queridos, pero es un regalo para mí verme
en este espejo: la falta de valores nos marca a repetir cosas
incorrectas. Hoy pienso que el valor del respeto y la honradez
da el valor como individuo, que esos actos quedaron en el
pasado y me quedo con el aprendizaje de vida que me hace
crecer, y no con los juicios de mis errores.
Nuestro hijo mayor nació el quince de enero de 1989, a las
22:35 y pronto lo tuve en mis brazos y pude sentir el gozo de
felicidad después de la pérdida de mi otro hijo mayor. Durante
sus primeros meses lo cuidé con mucho amor y ternura; lo
quiero mucho y me siento muy orgullosa de él. Con su llegada
volví a tener esperanza en ser feliz,
Después de seis meses de nacido nuestro hijo, mi esposo y
yo nos sentíamos muy mal, él se deprimió, fue en los tiempos
cuando yo me peleo con su hermana y él tiene un disgusto
pasajero con su papá. Nos sentíamos muy solos y yo asumí un
papel equivocado para darle apoyo moral a mi esposo y salir
adelante. En esta parte me causa dolor compartir esa actitud
que tomamos, pues yo trataba a mi marido como un hijo más,
afectando mi relación con nuestros hijos, y tenía que estar con
él complaciendo en todo lo que él quería y demandaba, sin
límites; yo complaciente, él dominante. Ahora sé que si quiero
que las cosas cambien en mi vida, yo tengo que dejar de hacer
lo mismo.
Una de las acciones que realizó quien ahora es mi esposo, y
que más le reconozco y que tantísima importancia tiene en mi
vida, fue ir a buscar a mi hijo mayor y poder luchar para
atraerlo a convivir con nosotros. Claro que era muy pequeño y
no obtuvimos respuesta, así lo hicimos cada año hasta que un
día él vino a terminar su secundaria y le festejamos sus quince
años. Gracias, gracias, gracias.
Claro que no estábamos familiarizados con él, nos
estábamos conociendo, y vino en varias ocasiones. Mi mamá
decía que tenemos el mismo carácter y por eso chocamos, creo
144
yo que sí, y sí acepto que con mi forma de ser y mis cambios
emocionales pronto salíamos disgustados, entonces él se
regresaba a vivir a su tierra natal con las personas que lo vieron
crecer, a quienes yo siempre agradeceré, pues ellos cuidaron su
vida.
Cuando me lo encuentro en casa de mamá me evade, pero
creo en Dios y que algún día sanara su corazón. Hoy le digo:
“hijo, te quiero y espero algún día unir nuestras vidas en
reconciliación, te deseo plenitud en la tuya propia, gracias por
existir, tú cambiaste todo para mí”.
Fue una sorpresa ver a mi madre llegar para cuidarme a mi
segundo hijo, porque mi esposo y yo nos casaríamos por la
iglesia, el 26 de julio del 1992, y asistiríamos a en un retiro
matrimonial cuatro días antes de dar a luz a mi única hija
mujer, uno de mis tesoros que amo y admiro, además de que
me siento muy orgullosa de ella.
Mamá y yo chocábamos en la convivencia diaria y yo me
sentía incomprendida y rechazada, y no pude disfrutar el
acompañamiento, pero esperó el nacimiento de mi hija. Como
tampoco yo crecí con ella, sucedió igual que con mi hijo
mayor, porque no es fácil entender las formas de ser al
conocernos ahora, además de que en aquel tiempo yo no había
trabajado todavía mis sentimientos.
Nació mi hijo menor el cuatro de agosto de 1994 a las 11:10
y mi esposo estuvo conmigo en esos momentos, fue un parto
muy tranquilo, sin dolores ni angustia; inclusive él festejó en
casa porque había nacido su hijo y era hombre.
Mi esposo estaba desesperado, aunque estable en sus
trabajos ya no quería estar con su papá, y se le metió a la
cabeza el irse a probar suerte a Reynosa, pues le habían dicho
de una compra de chatarra que manejaba tráiler y su sueño era
trabajar en esos vehículos, así que sin más palabras me dijo
que se iba. Lloré, pataleé, le rogué, que no se fuera pero fue
imposible: su decisión estaba tomada. En septiembre del 98 se
va, aunque luego el amor o mis miedos siempre hacen que le
perdone todas sus ocurrencias y maneras de ser.
La muerte de mi suegro me dolió tanto a mí como a mis
hijos, pues él fue como un padre para todos, nunca voy a
145
olvidar su apoyo incondicional. Era gruñón pero bueno y con
su muerte dejó un hueco y vacío entre mi esposo y yo, porque
él nos quería ver juntos y felices, siempre exigió
responsabilidad matrimonial a su hijo.
Otros de los hallazgos que encuentro es qué si éramos y
somos tan trabajadores, ¿por qué siempre hemos batallado con
el dinero?, pero fue, y lo reconozco hoy, muy mala
administración. Si no era una cosa era en otra pero siempre
estaba activa trabajando para que no se le hiciera pesado a mi
marido el mantenernos y que me fuera a dejar, yo quería que
siempre me admirara en todo y que nos hiciéramos ancianos
los dos juntos y no pierdo la fe de que sea así.
Los compadres y mi familia nos juntábamos muy
frecuentemente, recuerdo un día que me llevaron Las
Mañanitas y mi esposo haciendo presencia con los compadres.
Fue única esa ocasión, para mí era muy agradable e importante
sus muestras de cariño. Sus hijos y nuestros hijos jugaban
mucho, para mí ellos ocuparon el lugar de la familia que yo
necesitaba, tanto que se volvieron amigos como parientes
carnales, y en nuestras reuniones hacíamos varias dinámicas
donde involucrábamos el valor matrimonial y todos teníamos
un aprendizaje.
Fui muy apegada a mis hijos en la escuela para cuidar sus
calificaciones y comportamientos, y así ayudar a formar hijos
buenos como lo son hasta ahora. En todo este proceso traté de
ser con mis hijos comprensiva aunque a veces fui muy
enojona; dedicada, pero muy exigente en sus calificaciones;
amorosa y en otras ocasiones dura; entregada y otras
descuidada; pero eso sí, adoraba a mis hijos, eran mi motor de
vida, mi valor para seguir fuerte.
Mis hijos me dieron fuerza para empezar a buscar mi
valorización personal, con equidad, porque no existen en la
biblia ni en las relaciones humanas un derecho otorgado al
hombre o a la mujer, donde se imponga control a la pareja
pasando por alto su dignidad.
Hoy sé que todo mi pasado es algo que no puedo cambiar,
pero sí la mirada y encontrar un regalo, que tengo que estar
cuidando mis emociones y abrir mi regalo cuando esté
146
caminando en círculos, con dudas, miedos, inseguridades,
apegos y no quiera soltar algo que tampoco me permita
avanzar.
Es por eso que incluyo lo bueno y no tan bueno y considero
que por más malo que se vea en los tiempos que sucedieron
nunca pensé en hacer daño, solo pensé que eso que hacía era lo
correcto… aunque hoy leyendo mi relato encuentre cosas
incorrectas, valoro ver a mis hijos hoy resolviendo sus vidas,
igual que yo con cosas buenas y no tan buenas para los ojos de
cada uno, pues esto es parte de la vida.
Cada quien es dueño del sentido que damos a nuestra
interpretación. No hay gente perfecta, sólo en desarrollo,
somos seres en evolución con necesidades y deseos personales,
con cualidades y defectos, y cada quien decide capitalizar lo
que nos funciona para avanzar. El tiempo es nuestro mejor
juez, lo que hayamos hecho de bueno y no tan bueno tendrá
muchos frutos y se refleja en el futuro, ojalá y podamos abrir
nuestro regalo de vida en compañía de Dios, eso nos puede
ayudar a encontrar en nuestro camino todas las herramientas
que necesitaremos para vivir en plenitud y no sólo sobrevivir
en un pantano de experiencias mundanas.
Ahora al escribir me asombra ver cómo era, desde niña,
fuerte y rebelde, activa y resuelta a enfrentar y mejorar.
Encaminada en la búsqueda de una vida mejor, lograba
levantarme cada vez que caía, iniciar otra vez con mejores
decisiones, y sí encontré ayuda: a veces fueron personas,
oportunidades de trabajo, pláticas o cursos para crecer como
ser humano.
Lo que ha sido mi fuerza, durante mi existencia es practicar
y alimentar mi área espiritual y mi búsqueda para ser mejor, en
talleres de Desarrollo Humano crecer y agarrar el volante de
mi vida, parada en responsabilidad, asumiendo que los límites
en mi vida los pongo yo en el aquí y ahora. Sé que en nada de
lo que he pasado hay un culpable, sino aprendizajes en mis
vivencias circunstanciales, vivencias como un árbol, con hojas
caídas en cada cambio de estación.
Crecer duele y para que el próximo año fuera mejor y con
nuevas hojas, hay que estar en evolución cada año. Así es mi
147
vida, cada latido de mi corazón es una frecuencia de
pensamientos y maneras de SER, en actitud positiva dentro de
lo que puede juzgarse negativo.
Más tarde acudí muchas veces a consultas psicológicas.
Ahora he aprendido que aun en otros ambientes también se dan
algunos de estos problemas, los más generales, los sociales; lo
que sí me he preguntado es si acaso sería diferente si yo
hubiera pasado mi infancia con mis padres.
Fue importante en mis cambios estudiar Acupuntura, al
aprender herramientas y habilidades que aportan al cuidado de
equilibrio humano y de la salud, en lo físico y lo emocional,
cuando me sentía débil, frágil o cabizbaja, el uso de esta
práctica era como si brotara un roble dentro de mí, para que
nadie me volviera a tumbar o pasar sobre mi dignidad.
Los cursos de Tejedoras como el “Guión de mi Vida”,
Diplomado Tejedoras de Vida, y “Manejo de emociones y
conflictos” han sido el primer cohete lanzado al espacio de mi
alma para poder ver lo maravilloso de mi SER, y lo que es la
vida misma, mi despertar dándole una visión diferente a mis
vivencias. También tomé en otro lugar talleres de Desarrollo
Humano, muy importante mi Licenciatura en Educación,
donde se me dio la oportunidad de aprender y donde encontré
el sentido de lo vivido, claro esto es un proceso continuo.
Querida familia en el curso de mi autobiografía pude
plasmar mis vivencias, mas quiero agregar a cada uno de
ustedes lo siguiente:
A mi hijo mayor, Ricardo.
Reconozco las circunstancias y vivencias de tu vida que
involucran las pésimas decisiones que tomé en aquellos
momentos y de las que hoy me doy cuenta. Te amo y espero
que un día volvamos a compartir la esencia del amor
maternal; en mi corazón ocupas un espacio con valor similar
al que un día ocupaste en mi vientre y hasta el día de hoy en
mi vida.
Creo que la existencia es una sucesión de batallas y no
siempre se gana, pero sí se aprende para aminorar el dolor
que nos aleja de nuestra esencia. Las emociones no son
148
mochila para cargar, sino un regalo para recibir. Soy el
manantial de la vida, tómala para ser quien hoy eres, sin
juicios.
Crecer duele, y entre más aceptemos lo que vivimos más
invisibles serán las cicatrices. Crecer es aprender a atravesar
aquello que no nos gusta y que es parte de nuestra historia. Y
la vida no es una estación para detenerte, así como la felicidad
no es magia ni un lugar donde llegar, es una actitud que tomas
ante la vida. Te amo y te abrazo.
A mi marido Jerónimo:
En nuestro acompañamiento durante estos 28 años, he
valorado verte como un hombre del que sigo enamorada. Por
tus habilidades para hacer arreglos de la casa, para compartir
los quehaceres del hogar y luchar ambos para vencer nuestros
defectos pensando en nuestra relación, y por crecer juntos en
nuestras formas de ser. Juntos podemos vencer los miedos que
atan la libertad de ser feliz.
Te doy las gracias por el ejemplo de ser un hombre
trabajador y cuidar de nuestros hijos. Te amo.
A mi segundo hijo, Enrique:
Desde que planeé tu venida, tienes tu lugar importante en
mi corazón. Siempre te hemos visto como un hombre exitoso,
grande en los negocios, con una familia feliz.
Hoy te digo: cierra tus ojos y reconoce tus fortalezas dentro
de ti y sigue luchando hasta lograr tus metas. Te quiero mucho
y te dejo mis fortalezas para que vueles alto. Yo te sonrío y
quiero verte feliz.
A mi tercera hija, Mariel:
Te amo y me siento orgullosa de ti. Sigue volando, no
pares, sueña, crea, nunca pierdas tu esencia, tú eres valiosa y
única, tu dignidad no la puedes arriesgar nunca, trabaja en tu
desarrollo personal y profesional.
Escucha tu sentir y atiende tu intuición, tus emociones son
la base para tomar las mejores decisiones para alcanzar tu
plenitud.
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Eres una mujer exitosa, grande, empoderada, feliz y
amorosa.
A mi cuarto hijo, Jaziel:
Eres un hombre con grandes regalos para tu vida.
Yo deseo que tú veas que puedes ser mejor que tus padres y
así tener el éxito y la abundancia en tu vida.
Agradezco que siempre estés al pendiente de tu familia,
siendo un padre y esposo responsable.
Te amo.
Hoy doy gracias a Dios por mis logros, y mi ser de mujer
muy trabajadora, exitosa, amorosa, libre, empoderada,
sonriente, feliz, positiva, entusiasta, creativa, lectora, y
escritora. Soy mujer de fe, de esperanza y de servicio. Me
rediseño cada día para lograr ser quien quiero ser, amo mi
sexualidad, mi esencia y estoy trabajando mi aceptación y mi
desapego.
Este es el final.
Somos una familia en desarrollo.
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Imago - Brisa de tormenta
“… conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”
(Juan, 8:32).
Esta frase se aplica en mí perfectamente.
Mi niñez
Nací en Nuevo Laredo. Soy la penúltima de once hermanos,
tres de ellos murieron antes de cumplir un año.
Durante unos años vivimos junto a mi abuela. Su patio y el
nuestro era el espacio donde un montón de niños traviesos y
juguetones inventaban a diario juegos que empezaban con el
amanecer y terminaban con el ocaso.
Cuando yo tenía cuatro años, papá pensó que vivir en un
pueblo pequeño nos ayudaría a tener una vida más tranquila y
segura y nos llevó a vivir a una zona rural de Montemorelos.
Todo era nuevo y maravilloso para mí; sobre todo la libertad
que allí tenía. El cambio de vivir en una ruidosa e insegura
ciudad a la tranquilidad de aquel lugar donde podía correr y
llegar hasta el horizonte -sin que hubiera peligros reales-, era
un sueño.
A papá y a mí nos gustaba salir a caminar. Aunque la hierba
alta casi me cubría y hacía que me sintiera perdida en la
inmensidad de la pradera, bastaba con llamar a papá y él
respondía: “Aquí estoy, hija”, y mi temor desaparecía. Quizás
yo no supiera dónde me encontraba, pero él sí lo sabía. A veces
me alejaba de la casa y me sentía asustada cuando no sabía
dónde estaba, pero veía a papá y me acercaba a él, entonces él
me tomaba de la mano o me alzaba en brazos y me sentía
segura.
Papá y yo no hablábamos mucho, pero compartíamos todo
y nos entendíamos sin hablar. Por las mañanas después de su
café matinal, salía a respirar el aire fresco y puro. Yo lo seguía
de cerca y cuando me veía caminando junto a él, me tomaba de
la mano y caminábamos juntos. En ocasiones yo le preguntaba
cualquier cosa y él con paciencia me escuchaba y respondía,
otras veces tomaba mi mano y me llevaba a ver el nido de una
tórtola o el hueco de una ardilla en un árbol, pero nunca me
151
inquietó saber a dónde íbamos o ver cuánto nos alejábamos de
la casa; si iba de la mano con él, me sentía segura. Aunque
llegásemos al fin del mundo, a su lado me sentía protegida. Así
es mi relación con Dios ahora. Puedo decir que tuve una
infancia feliz.
Un año después del cambio (de Tamaulipas a Nuevo León),
mi abuela paterna se reunió con nosotros y vivió sus últimos
cuatro años en nuestra casa. Papá le construyó un jardín
rodeado de árboles. Era una delicia verla cuidando de sus
plantas y sus flores que tanto amaba. Cada mañana, ella
regaba, podaba, limpiaba o rediseñaba su jardín; entre sus
plantas no había hojas muertas o plagas. Después, cuando
quedaba satisfecha con su trabajo, se sentaba bajo la sombra de
los árboles a leer sus novenas, sus libros de oraciones o
historias de los santos, o se sentaba en su mecedora a rezar el
rosario.
En una esquina de su recámara tenía un altar que ocupaba
una quinta parte de esta, llena de imágenes, estatuillas y
cuadros de Jesucristo, de monjes, mártires y santos; escenas de
la Biblia o representaciones de algún episodio histórico de la
iglesia. Ella me enseñó a rezar, a recitar el rosario, a ofrecer
ayunos. Me presentó también a un Dios severo y castigador;
me daba la impresión que el Dios que ella conocía estaba
viéndonos constantemente para escribir en su libreta de
castigos nuestros errores y hacernos pagar por nuestras culpas,
por pequeñas que éstas fueran.
Nos enseñó también las reglas básicas de las buenas
costumbres, ya que ella venía de una “familia de sociedad”,
aunque los buenos modales pueden resultar chocantes,
estorbosos o ridículos cuando el entorno no es el apropiado y
ello nos acarreó el mote de “las presumidas”.
Abuelita nos enseñó muchas cosas, pero todo a base de
temor. Ese temor me acompañó durante gran parte de mi vida.
A pesar de ello, mi abuelita era dulce conmigo y no me gustaba
verla sola y pensativa. En cuanto me era posible, iba y me
sentaba a su lado, ella parecía disfrutar los relatos confusos y
apresurados de mis aventuras infantiles y yo era feliz de tener a
alguien que me escuchara con atención. Es difícil, para una
152
niña de cinco años, entender que los adultos necesitan con
frecuencia lapsos de soledad para organizar sus ideas y sus
sentimientos. De ella recibí consejos y enseñanzas que
permanecen vigentes. Lo que le aprendí, aún puedo aplicarlo a
mi vida. La imagen que guardo de mi abuela es de una
ancianita dulce y frágil, amable y llena de ternura.
Mi adolescencia
Mi adolescencia, sin embargo, creo que fue la etapa más
difícil de mi vida, quizá porque nadie me advirtió de los
cambios que habría de pasar. No me refiero a cambios físicos,
sino a la confusión, los cambios de ánimo, la tendencia a la
depresión…
Papá cambió completamente su actitud conmigo y me
trataba con una ligera aspereza, igual que a mis hermanas.
Tardé unos años para entender por qué. Él amaba a los niños/as
por igual porque son inocentes y tiernos, pero al llegar a la
adolescencia empiezan a sentirse atraídos por el sexo opuesto y
a tener “sensaciones prohibidas” que conducen al pecado (en
especial las mujeres). Así que, según papá, la mujer es el
motivo que hace que el hombre peque y eso nos convierte en
una especie de demonio.
Jamás he conocido a alguien tan dramáticamente tímida
como lo fui yo. No puedo decir que tenía la autoestima baja;
¡mi autoestima simplemente no existía! No culpo en ninguna
manera a mis padres; ellos me criaron como mejor pudieron.
Ellos intentaron hacer lo mejor partiendo de su propia
educación. Además, siempre consideraron mejores personas a
quienes eran sencillos y modestos y repelían a todo aquel que
manifestara un gesto de orgullo o vanidad y fue lo que
quisieron que aprendiéramos. Aunque me hubiera gustado
escuchar palabras alentadoras en mi infancia y juventud. Frases
como: “¡Tú puedes!” o “¡Lo hiciste bien!”, hubieran ayudado a
vencer mi timidez o, mejor dicho, no habría desarrollado esa
inseguridad. Así nos “inculcaron” la modestia. Frases como:
“¡Eres una inútil, floja, tonta...!”, eran parte del vocabulario
diario... con un lenguaje más florido, por supuesto.
Por ser la más pequeña de las niñas, solía sentirme excluida
por mis hermanas. Yo era eternamente la bebé para ellas.
153
Naturalmente hubo momentos de felicidad. Me enamoré y sufrí
decepciones muchas veces.
Yo tenía quince años cuando conocí a mi primer amor y él
25. Él era cliente en el negocio de papá, donde yo ayudaba.
Tenía una personalidad muy dulce, era simpático, alegre y con
mucho carisma. Naturalmente me enamoré, pero él siempre me
trató como a su hermanita. Siempre oculté a todos lo que sentía
por él. Cerca de los 19 comenzó a pretenderme sin ser claro ni
directo, por tanto yo no podía corresponderle. Unos meses
después me pidió que me casara con él, lamentablemente,
mejor dicho afortunadamente, en esos días supe que estaba
viviendo con una mujer.
Por supuesto, lo negó y torpemente me confesó que su plan
inicial era casarse conmigo para explotarme, pero que ahora
me quería; usó otras palabras, desde luego. Yo ya no quise
hablar con él y se fue. Dos años después regresó con una niña
de casi dos años, su hija. Yo era muy joven e ingenua, y bueno,
no es difícil imaginar cómo me sentí durante ese tiempo:
humillada, tonta, ridícula, avergonzada y sola. Caí en
depresión. Gracias a Dios mi familia fue mi apoyo. Entonces
me aferré a Dios y de esa manera pude sobrevivir. Yo no tengo
de qué arrepentirme ni avergonzarme, sin embargo, el recuerdo
de las heridas sigue allí.
El dolor y soledad me impulsaron a buscar a Dios y mi
alma encontró paz. En mi búsqueda de un mejor conocimiento
de la voluntad de Dios para mi vida, me fui introduciendo en
las religiones. Éstas me impusieron mayores restricciones a mi
vida llena ya de límites; con reglas y juicios interminables.
Aclaro y repito: Dios me dio luz y esperanza, pero la religión
mal entendida -la religión manipulada por hombres (en el
sentido de humanidad)- puede volverse en nuestra contra y,
lejos de ser de bendición, se convierte en un yugo difícil de
soportar. Sumisión, abstinencia, obediencia absoluta, orden…
contrario a las palabras del apóstol Pablo:
“Pues si habéis muerto con Cristo en cuanto a los
rudimentos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el
mundo, os sometéis a preceptos tales como: No manejes, ni
154
gustes, ni aun toques (en conformidad a mandamientos y
doctrinas de hombres)?” Col 2:20-23.
Además de inútil me sentía mala persona, porque no
entraba en el molde de santidad que las iglesias o religiones
demandaban.
Me consagré en cuerpo y alma a buscar una perfección
imposible de lograr. Me volví rígida y severa conmigo, no me
permitía siquiera pensar algo indebido. Todo, mis
pensamientos, palabras y acciones debía de ser puro,
absolutamente todo. Tal fue mi renuncia al mundo que ya no
escuchaba música secular, evitaba las fiestas y las
conversaciones que no tuvieran relación con la iglesia, la
religión, la Biblia o Dios y entré a un tipo de letargo emocional
que se extendió durante veintitrés años.
Mi juventud
Mi juventud pasó sin las grandes aventuras que mi espíritu
deseaba. Reprimida por la familia y la religión, la verdadera
Yo no podía salir. Era como si una persona más alegre y
extrovertida viviera dentro de mí y quería ser libre, pero la Yo
exterior -la Yo que había sido moldeada conforme a nuestra
cultura-, la reprimía. Una y otra estaban en constante guerra.
No tuve la oportunidad de cursar la preparatoria. Para
continuar estudiando era necesario ir a vivir a la ciudad y papá
no lo hubiera permitido. Siempre preocupado por nuestro
bienestar y por el daño que pudieran causarnos si él no estaba
protegiéndonos, pero su mayor temor era que “deshonráramos
la casa” si resultábamos embarazadas siendo solteras.
A los 24 años conocí al que ahora es mi esposo. Me casé
enamorada. Era un amor maduro, mesurado y prudente; a pesar
de ello no pude evitar verlo como un príncipe de cuentos. Al
poco tiempo me di cuenta que no lo era, sino solamente un
hombre común, con todas nuestras costumbres de siglos
pasados, vigentes al cien por ciento.
Estando casada, adquiría otro rol, más rígido aún. Ser
esposa y madre es satisfactorio cuando es un ideal, sin
embargo, también es muy demandante y poco valorado;
además, se podría decir que la mujer se vuelve invisible o
155
queda anulada, solo es “la esposa de...”. Y cuando los hijos
crecen, se convierte en “la madre de...”. No me arrepiento de
haberme casado ni de haber dedicado veinte años de mi vida
completamente al cuidado de mi familia. Mis hijos son mi
orgullo y satisfacción. Creo que hice un buen trabajo.
Mis padres
Mis padres se fueron el mismo año, con una diferencia de
ocho meses. Cuando papá se fue me sentí desorientada,
perdida, porque su rigidez me anclaba en el amparo de un
puerto seguro. Papá tenía el carácter fuerte, no se dejaba vencer
ante las adversidades.
A principios de los años ochenta, cuando él tenía 62 años,
perdió todo lo que invirtió en el negocio familiar; únicamente
le quedó una deuda bancaria con muchos ceros. Nunca se
quejó ni se rindió, al contrario, trabajó con más entusiasmo
hasta recuperar el patrimonio familiar. A los 65 tuvo un
accidente que lo dejó en cama durante mucho tiempo. El
pronóstico médico era que posiblemente no volvería a caminar
debido al golpe que recibió en la columna y que desvió una
vértebra.
Sin embargo, papá no aceptó ese diagnóstico y ocupó su
tiempo de convalecencia a leer, escribir y hacer planes para
cuando se recuperara. Y así fue. Después de varios meses,
apoyado en un bastón, salió a trabajar en lo que más amaba.
Nadie se atrevió a detenerlo. Papá, con su modo de vida
intachable, siempre nos inculcó la rectitud, la tenacidad y el
amor por el trabajo.
Mamá era una mujer tenaz, de un carácter firme forjado por
el sufrimiento vivido. Quedó huérfana de madre a los seis
años, cuando nació la más pequeña de seis hermanos. Por ello
sabemos muy poco de la historia de mi abuela Pilar; lo poco
que sé de ella es que era una indígena auténtica. Aunque sufrió
el maltrato y abandono de parte de mi abuelo, ella lo buscó y
vivieron juntos nuevamente.
Apoyada por su suegra, la bisabuela Cuca, obligaron a mi
abuelo Felipe a dejar a su nueva pareja para hacerse
responsable de sus hijos. Incluso “La Gringa”, la nueva pareja
de mi abuelo, también la apoyó. Cuando mi abuela Pilar murió,
156
mi abuelo se aficionó al alcohol, todos creían que era de
arrepentimiento por haber tratado tan mal a mi abuela. Lo
cierto es que el vicio aumentó su conducta agresiva, que derivó
en maltrato rayando en la tortura para mamá y mis tíos.
Unos años después se unió a una mujer que tenía tres hijos
y la vida empeoró para mamá. Mi abuelo los maltrataba a
todos, además que les obligaba a trabajar como hombres
adultos. Poco tiempo después, Paula, la madrastra, se fue con
sus hijos al lado de su familia. Cuando mamá era adolescente,
llegó Luz, su segunda madrastra. Al lado de Luz, Paula parecía
un ángel.
Mamá nunca supo lo que era una palabra de cariño o de
aliento. Lo que aprendió fue a golpear, a maldecir, a insultar.
Aun así, mamá nos decía y demostraba que nos quería más que
a todo.
Se casó a los 24 años, más por salir de su casa que por estar
enamorada. Se diría que el matrimonio de papá y mamá era de
“conveniencia”; papá tenía con él dos hijos pequeños de un
matrimonio anterior y necesitaba quien los cuidara. Al
principio, las cosas se mantuvieron en paz, pero unos años
después tuvieron problemas debido a los hijos y a las parejas
anteriores de papá. Él quería disolver su matrimonio con
mamá, pero ella no lo permitió. No quería quedarse sola y
repitió, de alguna manera, la historia de su madre.
Con tres niños, un hermano y una carta de papá consigo, se
fue de Valle Hermoso, Tamaulipas a Nuevo Laredo a buscar a
su suegra, a quien no conocía. Por ser tan trabajadora y
diligente, mi abuela María la aceptó con agrado. Después papá
se reunió con ellos y vivieron juntos durante varios años.
Admiré a mamá por su creatividad, su laboriosidad, por ser tan
responsable, pero sobre todo por su valentía.
Tengo muy presente una anécdota de su valor y coraje
cuando yo era niña. Un nuevo profesor llegó a la primaria
donde estudiábamos, tenía un carácter de los mil demonios. Un
día, por un incidente menor, descargó su ira sobre las espaldas
de dos de mis hermanas, golpeándolas con una vara en
repetidas ocasiones; ellas regresaron a casa e informaron a
mamá lo sucedido; jamás vi a mi madre tan enojada. Se quitó
157
su delantal y se fue a la escuela. Le reclamó al profesor su
comportamiento y él no sabía qué decir. Mamá, a pesar de
estar furiosa, no dijo nada fuera de lugar ni usó un vocabulario
inapropiado. Ese día vi a mi tierna, abnegada, sumisa y tímida
madre como una heroína que estaba dispuesta a defender a sus
hijos contra quien fuera. Desde entonces supe que contaba con
ella en cualquier dificultad.
Cabe decir que cuando decidí retirarme de la religión
tradicional, ella me apoyó aunque no estaba convencida del
todo de que mi decisión fuera lo más sabio. Mamá, una mujer
de conducta irreprochable, nos enseñó la decencia y el decoro.
Constantemente leemos reflexiones sobre la importancia de
decir o hacer por los demás en vida, pero yo nunca le dije
cuánto agradecí su entrega y abnegación. Le dije muchas veces
cuánto la amaba, sin embargo nunca expresé con palabras mi
admiración y agradecimiento. Dondequiera que estés: Te amo,
mamá. Gracias por todo. Fuiste una madre maravillosa.
Cuando mamá partió con el Señor, yo me sentí abandonada
y completamente sola. Me sentí como una niña perdida.
Dediqué tiempo para mí, para ordenar mis ideas, mis
pensamientos y prioridades. Un día, pensando en ella, en sus
sufrimientos, su sumisión, su obediencia, sus renuncias a tantos
sueños; pensé si habría valido la pena. Siempre dijo que lo
hacía por nosotros. Y si lo hizo por nosotros, para que no
sufriéramos ¿por qué debía yo de padecer lo mismo? Decidí en
ese momento que iba a luchar por mí: a realizar planes
personales donde no estuvieran involucrados terceros, esposo e
hijos.
Prometí que, por ella y por mí, no permitiría más maltrato.
Asumiría mi vida con responsabilidad y trabajaría por mi
libertad. La libertad interior que nada tiene que ver con
cadenas, muros o papeles. Simplemente, quería saberme capaz
de tomar decisiones.
Es difícil entender y aceptar la muerte. Es imposible
encontrar la palabra adecuada que dé un poco de consuelo.
Cuando papá y mamá murieron, sentí que una parte de mi vida
se fue con ellos, pero me dejaron parte de su vida también, no
sólo a mí, también a cada una de las personas que los
158
conocieron y lo amaron. Me dejaron su enseñanza, el deseo de
servir, me dejaron hermanos, me dejaron fe. Así que, mientras
yo los recuerde, cada vez que comparto una anécdota de ellos,
cada vez que aplico sus enseñanzas en mi vida y cuando las
transmito a mis hijos, cuando su ejemplo guía mi vida, cuando
cuido una flor, cuando tiendo una mano para ayudar, ellos se
mantienen vivos en mí.
Tejedoras
El aprendizaje en Tejedoras ha sido fructífero. En el
trayecto, acompañada por personas que fueron convirtiéndose
en buenas amigas, fui descubriendo verdades que fueron
revelando la raíz de muchas heridas.
Dios me sorprende cada día al ver cómo Él fue abriendo
puertas y poniendo en mi camino a personas que me ayudaron
a ver que había alternativas, pero también que yo soy la única
responsable de lo que permito en mi vida.
Cuando estamos en ese sopor cómodo y paralizante, como
en el que me encontraba, es difícil ver que hay otras opciones.
En varias ocasiones leí, o tomé talleres orientados al desarrollo
personal, a mejorar la autoestima, etcétera, eran amenos y
motivadores, pero por estar en ese estado de semiinconsciencia me parecía que no los necesitaba mucho -yo no
estaba tan mal, según mi propia opinión-. Me parecían
exagerados y que movían a la rebeldía. Este diplomado fue
diferente.
Me hicieron llegar hasta el origen de mis conflictos. Reviví
dolores, perdoné ofensas, acepté lo que no puedo cambiar y
entendí que todo es parte de mi historia, de esto que ahora soy.
Si bien considero que son estas experiencias -buenas y malaslas cuales, una a una van creando como un rompecabezas y se
va formando lo que somos, también creo que en ocasiones, las
piezas no embonan por estar fuera de su lugar y no armonizan,
en conjunto, con lo que realmente somos; entonces, es
necesario reacomodar lo que está fuera de su sitio para tener
paz y estar satisfecha con lo que somos y hacemos.
Hoy
159
Me siento bendecida. Actualmente estoy trabajando en lo
que más me gusta.
En este viaje he aprendido a aceptarme y a valorarme tal
cual soy; con mis muchos defectos y reconociendo mis
virtudes, pues he aprendido a conocerme. He aprendido a
asumir mi vida, a actuar sin culpa, a hacerme responsable de
mis decisiones, sin culpar a los demás, a mi entorno, a las
circunstancias o a mi historia. He aprendido a no tener miedo,
sabiendo que cada día trae nuevas experiencias y nuevas
lecciones; que crezco más atreviéndome, que quedándome en
la comodidad de mi encierro.
Quedó atrás la mujer que pensaba que si pasaba esto o
aquello, o si las personas se alejaban o se iban, no lo podría
soportar. Ahora me reconozco fuerte. Sé que vendrán nuevos
eventos que me causarán tristeza o dolor, también eso es parte
de vivir.
La nueva Yo, o podría decir: la Yo que estaba oculta y
temerosa, surge y me reconozco con capacidades que no creí
tener.
Los linderos sólo estaban en mi mente. Me gusta saberme
valiosa; no como un ser extraordinario, sino con el valor
inherente de cada ser humano.
Me falta mucho por recorrer, por aprender;
afortunadamente ya no voy a ciegas; encontré el camino y el
medio.
“...y conocí la verdad sobre mí, y la verdad me hizo libre.”
160
La que estoy siendo, gracias a la que fui –
Fresca Calidez
Aclaratoria:
Antes de empezar, quiero aclarar que durante la elaboración
de este escrito, justo cuando comenzaba a redactar esas
historias que a pocos nos gusta escuchar pero que cobran un
gran significado luego de que hemos aprendido de ellas, justo
en ese momento, de pronto, un aire de angustia y preocupación
me invadió. En mi cabeza sólo podía detectar las siguientes
preguntas: ¿Qué podrían decir las personas que aquí
menciono? ¿Cómo se sentirán al leer esto?
Aunque la versión de los hechos que aquí describo es mía.
Repito: es mi versión, mi sentir, mi percepción y se vale; no
espero que a todos les agrade, lo acepten y mucho menos me lo
festejen.
Se vale porque no hay, hasta ahorita, un manual en dónde
nos digan claramente en qué situaciones debemos sentirnos de
tal o cual forma… lo que menos quiero es que al leer esto
“alguien” o “algunos” se sientan ofendidos por lo que aquí
leerán, sin embargo, comprendo que todos tenemos y creo que
aún yo misma tengo algo de esas frases que actualmente se
siguen usando: “No llores, no te enojes, así fueron las cosas, te
estás confundiendo, estás equivocada”.
Por supuesto que hoy tengo otra versión de mi historia,
aunque quizá los hechos sean los mismos. Hoy los estoy
viviendo, sintiendo, narrando y construyendo de una manera
muy distinta. No sé si el dolor ya pasó, si me duele de manera
diferente o si, incluso, cambié el dolor por el aprendizaje; el
caso es que hoy son las grandes bases que me sostienen de una
manera más armoniosa y con una mirada más amable,
principalmente hacia mí.
Hoy, a mis tantos años, he tenido más actualizaciones
(como en los programas de las computadoras) en ideas y
pensamientos que cuando recién tuve conciencia del paso del
tiempo al terminar mis niveles básicos de educación. Esta
actualización de información no es académica, sino de
vivencia, de experiencias íntimas, hablando propiamente de mi
161
Yo real, de mi esencia. Hoy tengo una conciencia diferente (y
por lo mismo, directamente proporcional a mi responsabilidad
conmigo) de lo que digo, hago, pienso, siento, evado, omito,
etcétera.
Después de tantas y tantas vueltas, aquí estoy:
recordándome,
resintiéndome,
re-escuchándome,
redescubriéndome, renovándome... ¿y por qué no?, también
revolviéndome de manera diferente, permitiéndome aprender
con ensayos-errores… muy atropellada (principalmente por
mí), pero también con muchos raspones que han tenido su gran
aprendizaje y a los que hoy les doy las gracias públicamente.
Queridos y adorados raspones: “Hoy, gracias a ustedes, por
fin aprendí x, y, z… aunque al verlos venir, quise sacarles la
vuelta. No sabía que el regalo que me traerían a mi vida iba a
ser más grande que lo doloroso. Hoy los acepto con paz y con
mucho agradecimiento”.
Mi vida…
Nací en un pueblo del estado de Morelos, llamado
Zacatepec, un 22 de Marzo de 198…. Según los relatos de mis
papás (la versión que me contaron de niña), su relación como
pareja era “normal”. Papá salía a trabajar a una fábrica donde
elaboraban productos farmacéuticos en donde realizaba
funciones relacionadas con su carrera (Ingeniero Químico
Industrial) y mamá se dedicó a nosotros (de profesión Médica
Veterinaria Zootecnista): mi hermano y yo (cuando nací él
tenía aproximadamente un año de edad), y fue quien más tarde
se convertiría en una figura masculina-paterna muy importante
para mí, un ejemplo de hombre de quien yo he aprendido
mucho (con algunos ajustes, claro).
Crecimos en este pueblito, con mucho calor, pero muy
amados por mis papás y por mi abuelita María. Ella fue para
mí una mujer muy trabajadora, que sacó adelante a sus hijos
sin el apoyo de su esposo y con problemas de violencia
intrafamiliar. Después de pasar algunos años viviendo con ella,
rentaron una casa sencilla en donde conocieron a los que más
tarde elegirían para ser mis padrinos: una pareja joven de
maestros organizados de manera equitativa (según cuenta mi
mamá y yo, ya que fui a visitarlos recientemente, lo
162
comprobé), incluso mi mamá veía cómo se repartían las
labores del hogar, observaba el respeto y la confianza que se
tenían, su disposición para hacer cambios en su relación, su
comunicación…
No estoy diciendo que eran o son una “super pareja” pero sí
que “algo” ellos estaban haciendo diferente en aquella época
para que actualmente sigan siendo una pareja consolidada.
Cuando los visité, y en las charlas que tuvimos sobre el tema
del matrimonio, y debido a lo preguntona que soy, cuestioné
sobre la “famosa receta secreta” de cómo tener un matrimonio
estable, duradero y de respeto. De la conversación concluí que,
como ya lo he escuchado de otras parejas, no hay ninguna
receta mágica, sólo existe el diálogo, la tolerancia, la
aceptación de la individualidad del otro y la flexibilidad en
ambos para hacer cambios que los beneficien a los dos.
De éstas y muchas cosas platiqué con mis padrinos (en
realidad solo recibí la versión masculina del asunto en
cuestión, justo lo que yo quería y necesitaba). Y fui porque
algo en mi vida me hizo sacudirme, me hizo echar un vistazo a
ese concepto de matrimonio que tan celosamente guardaba,
bastante antiguo por cierto, lleno de resentimiento y poco real.
Bueno, sigo con la historia… unos cuantos años después de
que nací, nos fuimos a vivir a la capital de Morelos,
Cuernavaca, a una colonia que se llamaba Civac. Eran unos
departamentos de cinco pisos y nosotros vivimos en el
penúltimo. Mi hermano Rubén (el mayor) y yo estudiábamos
en un colegio particular y mi hermano menor, Abraham, iba al
kínder cercano a la casa. Durante un tiempo y mientras la
situación económica lo permitió, mamá se quedaba con
nosotros en la casa haciendo las labores del hogar y
apoyándonos con las tareas.
Mi infancia la viví con mucha calma, entre risas, alboroto y
demás asuntos infantiles; disfruté al máximo todos los juegos y
las actividades con mis amigos que vivían en los edificios
cercanos. Ahora que recuerdo, desde niña fui muy aventada,
jugaba de muchas maneras y tenía amigos con los que
compartía distintos intereses; tenía amigas con las que jugaba
“a la mamá”, con muñecas, cobijitas, carriolas y cunas; otras
163
con las que jugaba a ser “cantante”, me metía a escondidas al
cuarto de mi tía Josefina, (quien en ese entonces, junto con mi
abuelita Meche vivían con nosotros), agarraba sus zapatillas y
me probaba su ropa.
Por lo regular, con esas mismas amigas, me iba en los
patines a otras manzanas, lejos de la mía, brincaba escalones,
patinaba al revés y hasta nos íbamos en fila agarrados de la
cintura y bajo el mismo ritmo. También tenía amigos con los
que jugaba a las escondidillas entre los tanques de gas de los
edificios, entre ellos se destacaban algunos muchachos varones
que hacían más atractivo el juego (risas). Otro grupo de
amigos, más grandes que yo, eran con los que hacíamos las
retas de basquetbol en la noche.
Por lo regular este grupo de amigos sólo se formaba para el
juego y ya no nos veíamos; mamá me vigilaba desde la malla
de la lavandería y si veía algo “extraño”, mi papá me hablaba
con un chiflido para que ya me metiera, o bajaban a verme de
cerca. Debo aclarar que este gozo que me daba salir a jugar se
entorpecía cuando mi mamá me pedía “echarle un ojito” a mi
hermano menor, quien tenía una gran habilidad para meterse
en problemas cada vez que salía a jugar. En fin, de cualquier
manera, la pase padrísimo. Pero como nada es color de rosa
(cuando era niña yo creía que sí), surgieron algunos cambios
que le dieron un giro diferente a mi vida.
Los problemas económicos estaba surgiendo; papá ya no
trabajaba en la empresa, juntos habían puesto dos negocios,
una refaccionaria que él atendía y la veterinaria de mamá. Sin
embargo, los gastos ascendieron y la crisis de ese momento
también. A papá le ofrecieron irse a trabajar como maestro de
secundaria a una zona rural de Veracruz y se fue. Cerraron la
refaccionaria y mamá se quedó con nosotros y atendía su
negocio.
Durante un buen tiempo que a papá no le pagaban,
conseguían dinero que le enviaban para que nos viniera a ver
casi cada quince días. Nos contaba que a veces se tenía que
venir de “aventón” en tráiler o en particulares; preocupado,
tenso y con miedo se esforzaba por estar con nosotros. En este
tiempo que estuvimos sin él yo me recuerdo triste, con miedo e
164
inseguridad, como si algo me hiciera falta. Sentía que me
faltaba mi papá que me cuidara.
Después de mucho batallar con el dinero, a pocos meses de
haber entrado a la secundaria, nos dieron la noticia de que nos
iríamos a Veracruz con papá, pues el tiempo que estuvimos
lejos no sólo lo extrañábamos, sino también en lo económico
no le alcanzaba para estar viniendo y para nosotros también
estaba siendo difícil, sobre todo para mi mamá que iba y venía
al negocio, nos llevaba a la escuela e iba por nosotros.
Aunque mi abuelita y mi tía Josefina nos ayudaron mucho,
esto no quitaba lo complicado que se volvía. Entre todo lo que
ocurría, yo iba descubriendo muchas cosas que de niña aun no
veía: mi despertar a la adolescencia, específicamente, lo
atractivos que estaban siendo aquellos niños que ya se estaban
convirtiendo en hombrecitos.
En primaria, había uno que estuvo conmigo en sexto grado;
su porte de seriedad, sus facciones, el cuidado de su persona,
su tono de piel, su sonrisa, su cabello negro... me hacían
contemplarlo de lejos y en silencio, pues de ninguna manera
quería que se diera cuenta. En el colegio en donde estaba,
también me gustaba un niño muy atractivo y simpático, por
quien me llegué a pelear con una compañera.
Después de unos meses en primer grado de una secundaria
federal en Cuernavaca, nos dieron la noticia de que nos iríamos
a Veracruz con papá. Por una parte estaba contenta, porque por
fin estaríamos nuevamente juntos los cinco como antes, y por
la otra, iba a extrañar a mis amistades y mi historia ahí, pero
sentí que iba a valer la pena y eso pasó. Nos inscribieron a mi
hermano y a mí en una secundaria técnica en frente del río
Tuxpan.
Al llegar ahí todo era muy diferente. Yo continuaba con mi
búsqueda de mí misma; me encontré con niñas que yo
admiraba, las observaba, las escuchaba, las veía desenvolverse
en un medio en el que podían ser ellas mismas y sentirse
orgullosas de lo que estaban siendo. Yo me cuestionaba quién
era, cómo era mi personalidad, cuáles eran mis habilidades,
con qué cosas mías me sentía contenta, qué cosas debía
cambiar para lograr obtener los resultados que esperaba.
165
Frecuentemente me encontraba observando afuera lo que
dentro de mí ya se estaba desarrollando. Durante el proceso de
la búsqueda de mi identidad, mi atención y curiosidad también
estaban en el tema central de cualquier jovencita de esa edad:
los muchachos. Mientras me iba adaptando a esta nueva
secundaria, ahora le “echaba un ojito” a los alumnos de la
escuela, pero casi no había de la variedad que a mí me gusta.
En mi salón había pocos alumnos, entre ellos un único
grupito de compañeras y sin dudarlo me uní a ellas (por
supuesto que tardaron en aceptarme, pues primero debían
consultarlo con una de ellas, al parecer la que dirigía al grupo y
al mismo tiempo representante del salón). Las veía siempre tan
juntas en casi todas las actividades que automáticamente
concluí que las “buenas” amigas van a todos lados juntas. Era
rara la vez que se podía ver a una o dos sin el resto. Yo no
había tenido un tipo de amistad así. Mis amigos siempre fueron
muy variados y aunque con algunos tuve más apego que con
otros, disfrutaba de los que tenía conmigo en ese momento.
Un día, con mi timidez y mi miedo, les platiqué que me
gustaba un muchacho del salón de enfrente: era alto, delgado,
de tez blanca y muy simpático; se asomaba discretamente por
su ventana y yo lo veía desde mi salón, en el primer banco de
la fila de en medio.
Ese lugar en el que me sentaba y del que podía apreciar a
este muchacho, tiene su historia: cuando llegué por primera
vez a ese salón, en la clase de matemáticas, la maestra puso un
examen el cual reprobé gloriosamente, pues nada de lo que
venía ahí me sabía, los temas que ahí aparecían yo me los
había perdido por completo por la cuestión del viaje, pero por
supuesto que a la maestra no le importó y me lo aplicó. La
calificación era sumamente fea, por ello me sentaron en el
último lugar de la última fila.
La maestra me dijo que tenía que ganarme ese lugar del
frente con mis calificaciones, que nada era regalado. Me dolió
tanto eso, que pasó que en el siguiente examen y en los
pequeños parciales que ponía al finalizar cada tema saqué cien.
La maestra, con una mirada de gusto y asombro me otorgó ese
“prestigiado” lugar y de ahí en adelante, ahí me senté.
166
Y era ahí desde donde aquel muchacho y yo nos
comunicábamos con nuestras miradas, y eso era suficiente para
mí (y supongo que para él también), pues nunca hubo ningún
otro acercamiento, ni siquiera un simple “hola”. Por supuesto,
las bromas no se hacían esperar. Tanto fue así que, un día, una
persona de otro salón me avisó que algo habían escrito con mi
nombre en el baño.
Cuando fui a ver, me encontré en el espejo del baño una
leyenda escrita que decía que yo amaba al “susodicho”. Por
supuesto que se me caía la cara de vergüenza y al mismo
tiempo experimenté mucho enojo, que al no poderlo controlar,
rompí en llanto. No solo porque mi secreto había sido
descubierto, sino también de imaginar lo que iban a pensar los
demás alumnos de mí y pues hasta ese momento había sido una
alumna con muy buenas calificaciones.
Ah, y de pilón, su novia también ya se había dado cuenta
(yo no sabía). Después se me vinieron encima muchos
problemas más, pues me enviaron un reporte a la casa en
donde pedían que mi mamá se presentara al día siguiente con
el director. Al llegar a casa y explicarle lo sucedido
(obviamente yo muy dolida y con la cara en el piso por la
vergüenza que sentía), mi mamá me entendió y con sus
palabras sanó mi dolor de ese momento: “cantidad no es
calidad; a veces pueden ser mejores amigas aquellas que se
encuentran con pocos amigos, aquellas que son más serias que
el resto, que hablan menos pero en las que puedes confiar más
por el simple hecho de que ellas también saben elegir”.
Eso que viví, hasta el día de hoy, me hizo ser más reservada
y cautelosa. Trato de cuidar la confianza que depositan en mí y
yo tardo un poco más en brindarla. Así me siento bien. Hoy
tengo la fortuna de decir que mis amigos son de distintas
edades, géneros, creencias, preferencias, personalidades,
estatus económicos, estados civiles...
Que yo soy quien elijo de manera consciente y de acuerdo a
mi sentir, lo que les comparto y lo que no. Que eso no me hace
ni mejor ni peor amiga, ellos lo saben y lo respetan. Que de
todos aprendo algo y con sus conversaciones yo amplío mis
167
ideas. Que nada hago ni haré por sentirme perteneciente a un
grupo. Esta soy con todos y no hay porqué esconderlo.
Afortunadamente las cosas mejoraron, mi mamá le explicó
al director que no fui yo quien escribió eso en el espejo del
baño y eso evitó que me suspendieran por algunos días. La
calma regresó y yo aprendí dolorosamente a saber elegir a mis
amistades. Ese primer año de secundaria fue el único que cursé
en Tuxpan, Veracruz, ya que de ahí vino otro “cambio de
planes”.
Uno de mis primos de Monterrey platicó con mis papás de
la posibilidad de pasar el verano en esta ciudad, en su casa y
con su familia, también para que conociéramos la otra parte de
la familia de mamá. Mis papás y los hijos, con dificultades
económicas y con el apoyo en este sentido de mi primo, nos
vinimos para acá. Nos encantó todo, todo era mucho mejor que
en Veracruz, su hija mayor, mi prima-sobrina (en realidad no
sé bien qué somos, solo sé que nos queremos mucho)
inmediatamente me llevó a que conociera a sus amigos de la
iglesia, quienes realmente eran muy simpáticos y amigables.
Pronto me sentí muy querida y aceptada por todos ellos que
fueron mis primeros amigos y con los que continuamos la
amistad con más de diez años de cariño. Todo resultaba muy
agradable, tanto que el hecho de pensar en regresar a Tuxpan
me ponía de malas. Un día mi papá nos comentó que mi primo
había hablado con ellos de la gran oportunidad que tendríamos
si estudiábamos aquí. Después de platicarlo entre ellos, nos
preguntaron si queríamos quedarnos y eso pasó.
Papá regresó a Veracruz porque ya habían iniciado las
clases y mi primo nos ofreció vivir en una de las casas que
estaba por vender en lo que comprábamos la nuestra.
Aceptamos gustosos y muy agradecidos. Cambiamos de casa
dos veces durante uno o dos años por la misma situación: tener
que desalojar porque se había vendido la casa, nos prestaban
otra y así hasta la tercera que ya pudimos comprar. Mientras,
papá seguía viniendo cada que podía; dejé de sentirme sola
pues sabía que mis familiares por parte de mamá nos querían
mucho y nos apoyaban con lo que necesitábamos.
168
Cuando entré a la secundaria me di cuenta que quería
sobresalir sacando buenas calificaciones pero la competencia
estaba difícil. Había cerca de cuatro o cinco muy buenas
alumnas. La secundaria nos exigía mucho: no ir maquilladas,
llevar la falda debajo de la rodilla, peinada completa (el
famoso listón que usábamos como moño), zapatos boleados,
calcetas blancas, etcétera. En eso mamá era experta, pues
siempre nos decía cómo es que debíamos ir. Aunque no me
gustaba que me insistiera con eso, hoy, como muchas otras
cosas, se lo agradezco.
Así fueron mis días en mi segundo y tercero de secundaria
en Apodaca, Nuevo León. Además de tener buenas
calificaciones y disfrutar el deporte, pasé mi vida académica de
manera muy tranquila, en ese entonces, haciendo lo “correcto”.
Hoy cuestiono ese concepto y lo adapto a mí de manera más
flexible, eligiendo con base en mi sentir y no en el de los
demás.
Al terminar mi tercer año, además de enviarnos nuestros
reconocimientos por los lugares que obtuvimos de generación,
nos otorgaron una beca para ingresar a la Preparatoria por
mantener el promedio y que continuó hasta la universidad.
Recuerdo que durante este último año de secundaria
comencé a darme cuenta de muchas cosas que pasaban frente a
mí, pero que debido a mi corta edad no entendía. Sentí como si
de golpe se hubiera caído mi castillo de princesas, mi mundo
color rosa se despintaba y solo podía ver tonalidades grisáceas.
Yo con mis asuntos personales y mis responsabilidades, pienso
que me iba bien, pero en mi casa las cosas estaban tomando un
rumbo muy diferente. Aquí comienza la verdadera realidad que
hasta el día de hoy sigo trabajando para sanar las heridas que
tanto me han marcado… pues hoy sigo encontrando hallazgos
que hablan de mí y de mi historia, que ya es vista y relatada
con otros “ojos”, con otro sentir y con otro aprendizaje.
Después de un tiempo ya instalados aquí en Monterrey,
papá pidió su cambio de plaza y afortunadamente se lo dieron.
Un día llegó a la casa una carta que yo recibí. Era para papá y
el remitente era de una mujer, tiempo antes de eso papá se
había salido de la casa algo molesto, después me enteré que el
169
motivo había sido por discusiones con mamá, según él porque
la había visto con otra persona (dice mamá que ya era muy
común que tuviera estos arranques sin ninguna razón).
Yo estaba muy molesta por lo que estaba descubriendo de
su comportamiento: sus celos, su forma de tratarla para pedirle
de comer (dando órdenes), también conmigo lo hacía y con mis
hermanos, pero creo y siento que más así era conmigo. Cuando
íbamos al super compraba lo que él decidía, “no había” para
pequeños gustos, tampoco para ir a algunos cumpleaños de mis
compañeras de la escuela que me invitaban. Cuando se enojaba
por que no hacíamos lo que él pedía, nos decía: “cuando me
den mi casa ya me voy a ir a la…”, pues estaba por sacar otra
casa para él.
Yo me quedaba triste y casi siempre lloraba, en momentos
me sentía culpable y accedía, en otros, me negaba pero me
seguía sintiendo mal por ser una “mala hija” o no ser la hija
que él esperaba. Con estos motivos, tuve el impulso de abrir
esa carta. Recuerdo muy poco, pero lo que sí era claro para mí,
o lo fue en su momento, era que ya llevaba un tiempo
comunicándose con esta persona.
A mí me dio mucho coraje, y aunque sabía que eran cosas
en las que no me debía meter, no me importó y le pedí una
explicación, pero se fue riéndose y sin decir una palabra. Así la
estaba pasando, preguntándome si el hombre que yo estaba
conociendo era mi papá, preguntándome dónde había quedado
el papá amoroso, al que yo extrañaba cuando no estaba con
nosotros. Lo desconocía pues me trataba muy feo; con tantos
“¡no, no hay para fiestas, no hay gustos extras (ropa de moda),
no hay para gustos de comida! ¡No, no, no…!”.
Ya estaba harta y un día en la secundaria, una amiga nos
contó que una señora que tenía un salón de fiestas infantiles
necesitaba muchachitas que quisieran trabajar cuidando a los
niños en los juegos, preparando y sirviendo la comida,
limpiando… y yo me apunté.
Empecé a comprarme mis propias cosas, a ahorrar para las
prendas que por gusto se me antojaban. Y así transcurrieron
algunos meses. En una fiesta para adolescentes (tardeada) nos
contrataron a una compañera y a mí. Salimos a las doce de la
170
noche y papá milagrosamente había ido por mí (cosa que pocas
veces hacía, pues mamá le pedía que lo hiciera y casi siempre
se negaba).
Ese día, mientras íbamos en camino, me fue contando
muchas cosas de mi mamá, que sí se veía con otro hombre, que
no era la mamá que yo conocía, que nos había mentido y
muchas cosas que me hirieron en lo más profundo. Primero no
supe qué responder, no sabía qué creer. Vinieron a mi mente
imágenes de mi mamá “partiéndose la madre” para trabajar,
hacer la comida, llevarnos a la escuela, hacer las tareas con
nosotros, cuidándonos en las noches cuando había fuertes
lluvias y truenos y nos asustábamos.
Y yo me negaba a creer que esa mujer que él me describía
era la misma a la que yo tanto amaba. Llegué muy molesta a la
casa, subí a mi cuarto y ahí estaba ella. Cuando me preguntó
qué tenía, muy molesta le conté lo que mi papá me había dicho
en el camino. Se enojó muchísimo y ahí nos explicó todo lo
que había vivido con él y que durante tanto tiempo guardó en
silencio. Mis hermanos y yo, después de ese día, quedamos
muy resentidos, adoloridos del alma. Los cuatro lloramos
como nunca. Y creo que ellos, igual que yo, no sabíamos qué
pensar de él.
No recuerdo si se fue de la casa. Antes de ese día, mi idea
del matrimonio era tan fantástica como los cuentos de Disney.
Afortunadamente pasó y ha pasado todo esto que he vivido
para construir otro concepto más sano de la relación de pareja
(aún estoy en eso, yo creo que conforme pase el tiempo iré resignificando día a día éste y otros conceptos, porque me queda
claro que no son estáticos, cambian constantemente y éstos
seguirán cambiando en la medida en que yo cambie).
Después del incidente de la carta y del día en que hizo los
comentarios sobre mamá, la relación entre mi papá y yo se iba
desgastando. Con mi enojo retenido y muchas veces expulsado
de manera violenta, hacía evidente lo que sucedía en mi
interior y que yo misma no encontraba explicación. Sabía que
lo debía entender por la vida tan difícil que vivió pero algo
muy fuerte me lo impedía: el dolor. No encontraba consuelo.
171
Recibí muchos consejos de varias personas cercanas a mí,
casi todas coincidían en que debía aceptarlo porque era mi
papá y lo que pasara en su relación nada tenía que ver
conmigo. La realidad fue que aunque yo no hubiera querido, se
incluyó de manera violenta y me fundí en los sentimientos de
mi mamá. Verla cómo sufría me hacía sufrir también, y doble,
como hija y como mujer. Afortunadamente los cuatro, mis
hermanos, mi mamá y yo nos unimos más.
Aunque me costó trabajo, poco a poco fui aceptando que
papá cada día se alejaba más de nosotros, no solo físicamente,
sino también emocionalmente (ahí entendí que no sólo se
separan o se divorcian de la pareja, también lo hacen de los
hijos). Había días, que después se hicieron semanas, en que no
lo veíamos y en muchas ocasiones que le llamábamos a su
celular no nos contestaba o colgaba. Al entender su ausencia,
dejamos de buscarlo y él también lo hizo por un tiempo.
Con mucho dolor comprendí que yo iba a ser la única
encargada de mí, que vería por mis necesidades, que resolvería
mis problemas como pudiera y que sólo contaba con tres
personas para ir sanando. Que debía buscar consuelo y apoyo
para poder estar bien no sólo para mí, sino también para mis
hermanos y mi mamá.
Me acerqué a mi maestra tutora de la universidad (pues
todo esto transcurrió durante la prepa y parte de la carrera) y le
solicité que me canalizara con alguna psicóloga, e inicié un
tratamiento que me permitió sobrellevar la situación. En ese
momento tenía una relación de tres años y medio de noviazgo
con un joven, el cual me mostró una masculinidad más sana y
del cual obtuve una relación de más apoyo y empatía que la
que observaba en casa con mis padres. Terminamos justo
cuando se desató la situación de mi casa, así que ya no era solo
un asunto a tratar en terapia, sino ya fueron dos. Dos dolores,
dos rupturas, dos duelos y muchos aprendizajes.
Mamá despertó para sí misma, buscando reincorporarse a la
vida laboral y sanando poco a poco el dolor que sentía a través
de cursos y talleres en desarrollo humano impartidos en
Tejedoras de Cambios. Ahí volvió a ser la que siempre había
sido, esa mujer fuerte y con esas ganas de empezar de nuevo en
172
donde se había quedado: en el cumplimiento de sus sueños. De
ahí tomé fuerzas para continuar, viéndola levantarse yo
también me fui levantando. Mis hermanos, cada uno por su
parte, buscaron salida a su dolor a través del trabajo y la lectura
de libros.
Después de un tiempo, papá nos volvió a buscar. Nos
llamaba más frecuentemente y empezó a acercarse a nosotros
de manera más amable. Recuerdo que la primera vez que me
llamó para invitarme a comer y platicar, me sorprendió mucho,
pues no era muy común en él, raras veces visitábamos
restaurantes o salíamos juntos de paseo. Eso no existía en
nuestra dinámica familiar, sin embargo, aún con mucho
resentimiento y dolor, mis hermanos y yo, cada uno por
separado, aceptamos sus invitaciones.
También ya comenzaba a ir a la casa, aunque de manera
breve y de vez en cuando. Durante ese tiempo, yo viajaba a
Monclova a visitar a una amiga que mamá me presentó de su
trabajo. Platicar con ella me hacía reflexionar sobre mi
situación y llegar a casa más tranquila. En uno de esos viajes,
llegando a Monterrey y al entrar a una tienda comercial, miré
hacia las cajas y de inmediato vi a mi papá con una mujer
pagándole la cuenta; y yo pensando para mi interior: nosotros,
con dificultades para comprar la comida y éste de “buen
samaritano”. Dudé en acercarme, antes de eso me pregunté
cómo me sentía y al identificarme tranquila y segura de mí, me
acerqué a ellos. Recuerdo que al estar ahí, papá se puso muy
nervioso, me pidió que no “le hiciera nada” y que él me iba a
explicar todo, pero antes debía llevarla a su casa.
Yo le pregunté a ella quién era, si era maestra o cuál era su
profesión, la señora temerosa no me respondía nada, sólo
repetía constantemente “tu papá te va a explicar todo”. Me
sorprendí muchísimo, me indigné al ver cómo él le daba “su
lugar” antes que a mí. Antes de llegar a la camioneta me dijo
que “ella se iba a ir adelante” y le ayudó a subir sus cosas (algo
que con nosotros casi nunca hacía).
Con mi enojo suficientemente controlado y conversando en
mi interior me dije: “¡la del papelito soy yo, así que la que va
adelante soy yo!”. Y mientras la señora subía sus cosas a la
173
media cabina, sin darse cuenta ya estaba ahí, yo sólo hice el
asiento para atrás y me senté. Él insistió en que me había dicho
que ella iría adelante y yo, con un toque de inocencia
disfrazada le dije: “no te preocupes, papi, ella va muy bien
atrás…”, y en mi pensamiento terminé la frase: “¡y antes di
que no la mando a la caja!”.
En el trayecto, mamá me llamó al celular para ver si ya
había llegado, le dije que iba con papá y entonces ambas
hicimos un silencio tan breve y tan largo al mismo tiempo. Las
dos sabíamos que nos necesitamos una a la otra en ese
momento. Yo me controlaba para no llorar y preocuparla. La
llevamos a su casa y de camino me iba diciendo que tenía
planes de irse a vivir con ella. Mientras me decía eso, le
pregunté si era feliz. No me respondió nada y se le salieron las
lágrimas. Me llevó a la casa y cuando llegué les conté a mis
hermanos y a mi mamá lo que había pasado. No se nos hizo
raro, ya sospechábamos de eso.
Él seguía yendo a la casa. Recuerdo un día que, estando los
dos de vacaciones y mientras veíamos algo en la tele
relacionado con el tema del matrimonio, me dijo algo que me
dolió enormemente en ese momento: “¡tú no te vas a casar
porque no sabes obedecer!”. ¡Ja! Hoy me río de eso y reafirmo:
pues si de eso se trata el matrimonio, ¡no, gracias! Ese día
discutimos su idea y aunque me retumbó, entiendo que ese
comentario viene de él y su historia, no de la mía ni de mi
presente.
Uno de esos días en los que continuábamos de vacaciones
fue a la casa. Entró llorando, muy triste y desconsolado. A mí
se me partía el alma. Con mi dolor propio y el dolor de verlo
así, le abrí la puerta. Al preguntarle qué era lo que tenía sólo
alcanzó a decirme: “¡ya no quiero vivir con ella, me quiero
salir de ahí!”. Y no paraba de llorar. Me pidió que lo
acompañara a sacar sus cosas y sin dudarlo, lo hice.
En el camino me iba comentando que los hijos de ella
tenían problemas graves, que ya no se sentía bien (me contó lo
que realmente había pasado, pero lo omitiré por respeto). Yo
iba temblando de miedo, iba haciendo oración para que Dios
nos protegiera, pues sentía que los dos corríamos peligro.
174
Llegamos a la casa, metió sus cosas a la combi que traía en ese
entonces y pasó a despedirse de ella y nos fuimos. Al llegar a
casa le pidió a mi mamá unos días para quedarse ahí mientras
desalojaban su casa pues la había rentado.
Después de haber pasado por ese día, llegué a la conclusión
de que para él nosotros no éramos suficientes, no era suficiente
tener unos hijos centrados, estudiosos, nobles, de buenos
sentimientos… no era suficiente y por eso se había ido. Me
preguntaba constantemente qué era lo que me hacía falta y por
qué él no nos había elegido. Me volví a llenar de resentimiento
y coraje.
También me cuestionaba por qué había sido yo a la que
justamente le pasaran estas “casualidades”: primero lo de la
carta, luego lo de aquel día que fue por mí al trabajo y me
contó cosas desagradables de mamá, y después, lo de haberlos
encontrado (a él y a esa mujer) en el centro comercial y para
rematar, recibirlo con su dolor de aquella decepción…
Aun no sé las respuestas exactas, sólo imagino que eso que
viví, en un primer momento me hizo volverme muy rígida y
desconfiada de los hombres, los veía con enojo y
resentimiento. Mantuve pocas relaciones afectivas con ellos
(de amistad y noviazgos), por mi miedo a salir herida como
mamá. Me sobreprotegía en exceso.
Y eso sólo aumentaba mi ignorancia y la falta de
habilidades asertivas y humanas para acercarme a ellos
respecto a lo que verdaderamente son: seres humanos que, por
encima de todo, son valiosos, merecen ser amados y
correspondidos, que se equivocan, que padecen, que también
llevan dolor en sus historias y que al no saber lo que
verdaderamente les sucede, lo niegan y lo traducen en otras
acciones que muy al contrario de sanar, los van lastimando
más.
Durante todo este tiempo de transformación, igual que
mamá, me incorporé a algunos cursos que comenzaron a dar en
Tejedoras de Cambios para las “tejedorcitas”, mujeres jóvenes,
la mayoría hijas de tejedoras, y que aunque por una parte tenía
muchas ganas de tomarlos, por la otra, ya estando ahí, buscaba
175
mil pretextos para ya no asistir pues las „caídas de los veintes‟
estaban pesadas.
El primero de ellos, fue sumamente significativo, pues
vencí muchos temores de que me conocieran, me daba pena
llorar (aún me pasa), que me vieran vulnerable y sobre todo, el
famoso ego trastocado por aceptar mis errores.
Después siguió un módulo de “Eneagrama”. Ahí pude
identificar mi personalidad, sus características, sus modos de
desviarse en su peor versión y el camino para integrarme en
mis aspectos positivos. También revisamos el libro “Tejer la
propia vida” que habla de lo femenino desde muchos ángulos e
integra lo masculino como modelo de cambio.
Además me incorporé a otro diplomado en liderazgo
inspiracional, “Cambio Yo, cambia México”, que al ser vivido
con otros jóvenes de mi edad me hizo seguir creando
conciencia de mí, de mis responsabilidades para seguirme
transformando y ser un agente de cambio para mi país. Al
mismo tiempo cursé el diplomado “Tejiendo mi Vida” con
duración de un año y medio, también golpeando en las
profundidades de mi yo, cuestionándome sobre mis
posibilidades, mis limitaciones, mis áreas de oportunidad y mis
fortalezas.
Actualmente estoy participando en el Diplomado
“Educación para la Paz”, el cual me está permitiendo revalorar
mi concepto de paz, mi relación con los demás y mi
responsabilidad social para implementar situaciones
transformadoras a los ambientes en donde me desarrollo.
A pesar de que en algunas ocasiones me rehusaba a
continuar con los diplomados después que se abrían heridas,
que según yo ya habían sanado, me encanta esto de los
hallazgos. He entendido que para sanar hay que abrir heridas,
cerciorándome de que ya están limpias, sanas o que están en
ese proceso, pero que no están siendo tapadas por mí para
evitar mi propio crecimiento.
Hoy, con esta nueva mirada, puedo afirmar que todo valió
la pena, que los descubrimientos no paran y yo tampoco pararé
hasta continuar siendo una mujer con más esperanza, con más
ilusiones, con más sueños y mejores cosas que aportar a cada
176
situación con cada persona y en cada lugar en donde me
encuentre. Que con mi transformación personal puedo iniciar y
mantener relaciones afectivas más sanas y productivas.
Mi estado actual…
Ya platiqué en líneas anteriores de toda mi vida, de
momentos agradables que viví sobretodo en mi niñez y de lo
difícil que fue la adolescencia y el comienzo de mi vida adulta.
Comenté sobre mi personalidad, mis logros académicos y mis
relaciones afectivas con mis congéneres (las mujeres). Enfaticé
los conflictos y las lecciones más duras que recibí de mi
experiencia con papá, porque de ahí mismo, de esa relación
padre e hija, es que ha sido mi “talón de Aquiles”, el tema de
mis relaciones con el género masculino.
Muy probablemente las interpretaciones que hice de eso me
alejaron de la maravillosa y enriquecedora experiencia de
convivir con los hombres. De todos estos “veintes” que me han
estado cayendo como piedras en mi cabeza, a continuación les
presento mis últimas conclusiones en algunas áreas antes
descritas:
* En mi relación con papá sigo aprendiendo a amarlo cómo
él es, con todo lo que me gusta y no de él; con su historia
pasada y con la que está creando. Con su forma de amarme, tan
diferente a como soy yo y cada uno de mis hermanos. Que
todos nos equivocamos, no importa la magnitud del error. Que
sigo recibiéndolo como aquél día en que llegó, con su sentido
humano, y no enmascarándolo con falsas poses de prepotencia.
Me sigo conociendo a mí en nuestra relación, marcando
mis límites de lo que puedo y no hacer por él. También estoy
aprendiendo a aceptar lo que me brinda (eso era muy difícil
para mí, pues por mi enojo, lo rechazaba), sus comidas, sus
desayunos, sus salidas a algún lado, su humor, su preocupación
por mi bienestar a su manera.
* Estoy aprendiendo a dejar de protegerme, a abrir los
brazos a esta nueva masculinidad que estoy experimentando en
mí y viviendo con él, pues descubrí que mi lado masculino
sigue teniendo tintes machistas.
177
* Mi concepto hacia los hombres está cambiando, se está
volviendo más integrado: primero aprendí a tener apertura
hacia mis amistades masculinas y poco a poco hacia las
posibles parejas. Hoy por hoy me estoy permitiendo sentir;
antes no lo podía hacer, pensaba que podía fundirme en los
sentimientos y que eso me llevaría a perderme en el proceso.
Hoy, poco a poco me dejo llevar sin salir corriendo, tampoco
cerrando ciclos con resentimiento y enojo; con cautela (pues
eso es parte de mí), ya lo he aceptado con amor, pues gracias a
eso he evitado salir más herida de lo que ya estoy.
* Yo no puedo, toda yo, toda la que soy, con mis ideas, mis
deseos, mi personalidad, mis sentimientos, mis actitudes, mis
acciones… toda yo no puedo y no quiero reducirme a las ideas
de una persona porque no me haya incluido en su vida. El
sentirme rechazada, insuficiente (como en momentos lo he
sentido) o que “algo me faltó”, eso no me hace menos persona,
menos mujer, no me hace “defectuosa” sino que tiene que ver
con las decisiones del otro, sus expectativas, sus deseos que no
ve realizados en mí; y eso es muy respetable. Como yo misma
no los he visto en los demás. Por lo tanto, también he dicho
que no; también lo que yo he buscado de las personas al ver lo
que son o están siendo es algo que yo no deseo para mí,
también lo he rechazado, ¡Y se vale! El proceso de aceptación
ha sido difícil.
* Sigo aprendiendo a aceptar que la que soy, aún con las
cualidades y los muchos defectos que tengo, me hacen ser una
mujer valiosa. De acuerdo con mi propio auto-concepto, me
gusta la persona en la que me estoy convirtiendo, me gusta
saberme más consciente de lo que digo, hago, pienso, siento,
de los errores que repito una y otra vez, cada una siendo vista
de diferentes formas y ángulos.
* Hoy me digo a mí, que exigirme mucho para el
cumplimiento de las que cosas que deseo hacer, que me
ilusionan y que me motivan; al tenerlas presentes como metas,
todos esos proyectos pueden o no llevarse a cabo y que aceptar
con paz lo que no se da porque se dio otra cosa en su lugar,
está bien, así como se den, va a estar bien y yo también lo
estaré.
178
* Estoy aprendiendo a valorar la mujer que crece día con
día en su interior. A veces preguntándome por qué volví a
hacer lo mismo, por qué me siento de tal o cual manera, por
qué me volví a enganchar con “x” tema; y mientras me
pregunto eso escudriño en mí y cuando llego a la respuesta, por
supuesto no siempre me gusta. Muchas veces me duele. Me
duele reconocer que mis heridas aún no han sanado o quizá se
volvieron a abrir. Y es que ese tema de las heridas no termina.
Y que para que deje de doler hay que abrir la herida con
valentía y permaneciendo ahí, justo en ese lugar, justo con esa
persona, justo en esa situación a la que muchas veces le quiero
huir.
* Estoy tratando de ver, sentir y vivir las cosas desde otro
enfoque, que no es el que me ha caracterizado durante mucho
tiempo, el que la mayoría conoce de mí y que por toda mi vida
he seguido. Estoy dudando de cerrar mis círculos desde mi
orgullo y enojo, interpretando mis experiencias con los otros
como “él o ella me hizo”; estoy buscando otras formas de
seguir siendo yo sin resentimiento ni falso orgullo, mediando
mi respeto propio y el de los demás.
Hoy me pregunto: ¿Y si no es cierto que tal o cual persona
hizo eso con intención o conciencia de que me lastimaría? ¿Y
si en realidad fue de otra manera a la que yo estoy
interpretando? Porque da la “casualidad” que todas las
interpretaciones que hasta hace unos días había hecho de mis
relaciones interpersonales o las situaciones que viví ¡son
iguales! Todas iban cargadas de una buena dosis de
victimización, de intenciones negativas que los demás tenían
hacia mí, en las que “ellos” estaban mal por no tener las
mismas ideas que yo.
* Hoy quiero y estoy tomando decisiones basadas en el
amor y no en el miedo… el miedo a ser herida, a ser abusada
(este punto es con referencia a mi relación con el género
masculino). Durante mucho tiempo había interpretado eso de
ellos… hoy no estoy tan segura de eso. Hoy pienso que puedo
establecer límites claros respecto a lo que quiero y no quiero;
puedo decir abiertamente lo que puedo hacer y lo que no; ser
firme conmigo en lo que para mí debo serlo y ser flexible
cuando así se requiera. Dejarme sentir en el amor con
179
confianza. Hoy, aunque aún quedan vestigios de aquella niña
temerosa en el cuerpo de una mujer adulta, hoy me estoy
viviendo como una mujer con recursos, con habilidades y
destrezas para enfrentar cada situación.
* Actualmente, estoy poniendo en tela de duda la forma o el
método por el cual he tomado mis decisiones: desde la razón.
Ignorando lo que mi sentimientos opinan, (pareciera que su
voz apenas se escucha), pues tanto ha sido el tiempo que han
permanecido bajo “amenaza” de decir algo… que ya saben qué
hacer.
Hoy los estoy animando a que hablen más fuerte. También
estoy aclarando lo que quiero y la forma en cómo mi cuerpo
comunica su sentir respecto a las situaciones que estoy
viviendo. Ya no están gobernando sólo mis pensamientos; mis
sentimientos, mis deseos y mi cuerpo están reclamando su
espacio y están protestando por esa discriminación injusta de la
que han sido objeto.
Hoy mismo están conversando como buenos amigos.
180
Lo que era y lo que soy - Itzayana
Mi nombre es Itzayana, nací un siete de noviembre de 1960.
Durante muchos años ejercí como empresaria del hogar,
dedicada por entero a mi familia, tengo dos hijos maravillosos,
Adrián de 25 años y Andrés de 18, ellos han sido el motor de
mi vida, mi mayor preocupación ha sido guiarlos, tener la
sabiduría, la ecuanimidad y la inteligencia para llevarlos por el
camino correcto. Siempre estuve consciente de la
responsabilidad de ser Madre, y por ello cada día lucho por ser
mejor persona, ser justa y ser respetuosa para así tener la
satisfacción de haber hecho lo mejor para mis hijos… Los
Amo…
Vengo de una familia pequeña, no tengo hermanos, mi
madre se divorció estando yo muy niña por lo cual
prácticamente no tuve contacto con mi padre, mi infancia y mi
adolescencia transcurrieron al lado de tres grandes mujeres: mi
madre, mi abuela y mi tía... Cada una de ellas sembró algo en
mi personalidad… Siempre me he considerado afortunada de
lo que he vivido… Esto no quiere decir que no ha habido
dificultades en mi vida, sino que considero que esas
dificultades son parte de un proceso de aprendizaje que
debemos aceptar.
Mi infancia la recuerdo muy linda, me sentía muy querida,
muy cuidada y protegida, mi madre trabajaba mucho para que
no me faltara nada, paseos juguetes, etc.… fui una niña feliz.
En mi adolescencia prácticamente todo transcurre igual, con
excepción de que yo ya empezaba a tener conciencia y me
daba cuenta de las cosas que ocurrían a mi alrededor, no pasó
mucho tiempo para que observara quién era realmente mi
madre. Me di cuenta de que era una mujer posesiva,
prepotente, celosa, controladora, irrespetuosa e imprudente, en
fin con muy mal carácter cuando las cosas no se hacían a su
manera. Para mí no fue fácil el darme cuenta que mi madre
tenía por un lado cosas muy buenas como por ejemplo ser
trabajadora, inteligente, perseverante, encantadora, y sin
embargo por otro lado un mal carácter que aleja a la gente de
su lado.
181
Por otra parte, siento gran admiración por ella, es una mujer
que cuando quiere algo lo consigue, siempre quiso ser abogada
y por circunstancia de la vida no lo pudo ser de joven y a sus
65 años empezó a estudiar en la universidad y a los 70 se
graduó, así que me siento muy orgullosa de ella.
A los 19 años me casé con mi novio de la infancia, creo que
fue como un escape, pensé que estaba enamorada, a esa edad
uno siente que es lo más maravilloso que nos puede pasar, y no
digo que no sea cierto solo que pienso que es momentáneo,
porque la vida es más que eso, pero bueno a esa edad no lo
entendemos, y como era de esperarse nos separamos a los dos
años, en fin, la inmadurez hizo de las suyas…
Para esto yo residía en Madrid pues estaba estudiando, y en
ese entonces conocí a mi actual esposo, un hombre que me
hizo confiar en el amor, vivimos momentos maravillosos. El
hecho de vivir sola en otro país me enseñó muchas cosas en
varios ámbitos de mi vida, también me di cuenta que los
principios y valores inculcados por mi familia daban frutos,
pues mi comportamiento fue el correcto, sin dejar a un lado
mis diversiones, salidas, etc., con los amigos, pero siempre
bajo un patrón de conducta, fue una época maravillosa de la
cual tengo bellísimos recuerdos.
Para el año 85 me regresé a mi país natal, acompañada de
mi actual esposo que en aquel entonces era mi novio, llegamos
a vivir en un pueblo llamado Ocumare del Tuy, situado cerca
de la capital.
Allí conocimos gente maravillosa que nos dio todo su
apoyo, una familia en particular que nos acogió como parte de
ellos y por lo cual no puedo dejar de nombrarlos: el Dr.
Enrique Pedauga y su bella familia, nos apoyaron en todo,
como amigos siempre al pendiente, fueron un ejemplo a seguir
ya que eran mayores que nosotros y por lo tanto su experiencia
sobrepasaba la nuestra.
Transcurría el mes de abril del 88 cuando decidimos
casarnos, para el 90 nació nuestro primer hijo, el cual fue
recibido con muchísima alegría y mucho amor.
Tengo una anécdota que me encanta platicar: cuando dimos
la noticia de mi embarazo, el hijo de nuestro mejor amigo tenía
182
en ese entonces catorce años y me dice que quería ser el
padrino de mi hijo. Me sorprendió tanto esa petición que lo que
se me ocurrió decirle fue: “gánate ese privilegio”, y así fue,
durante todo el embarazo me consintió, me atendió a las mil
maravillas siempre pendiente de mi bienestar, de modo que lo
consiguió y bautizó a nuestro hijo.
Después de siete años viviendo en otro país, en octubre del
92 decidimos venirnos a vivir a Monterrey ya que la situación
en mi tierra empezaba a cambiar, aparte yo particularmente,
como no tengo hermanos, sentía que mi hijo se perdería la
oportunidad de crecer cerca de sus primos y tíos, la verdad
irme no era lo que yo pensaba o quería con respecto a la unión
familiar, pero eso era lo que había y lo acepté. Empezar de
nuevo no era fácil pero teníamos a nuestro favor la juventud, el
ánimo, las ganas, la unión y el amor para salir adelante.
Conocí mujeres maravillosas que vinieron a conformar mi
nuevo entorno, vecinas a las cuales tengo mucho que
agradecer, me aceptaron tal y cual soy, sin críticas me
acogieron y empecé a conocer la idiosincrasia de la gente
Regia, tal vez ayudó mucho que en el grupo que
conformábamos había mujeres de diferentes partes del país,
Veracruz, Torreón, Sinaloa, Monterrey, inclusive había otra
extranjera de Colombia, todas conformábamos este grupo de
vecinas que nos ayudábamos y nos apoyábamos mutuamente.
Para el año 96 nace mi segundo hijo el cual fue super
deseado, ya que uno de mis mayores anhelos era tener más de
un solo hijo, así que él llegó a completar mi felicidad. Mi vida
siempre había transcurrido en un nivel óptimo, yo sentía que
era la mujer más afortunada del planeta, que lo tenía todo: un
hombre al que amaba y me amaba, dos hijos maravillosos, mi
madre aunque lejos pero con salud...
En fin, todo estaba bien, hasta que un buen día en agosto
del 2003 todo empezó a derrumbarse: mi matrimonio entró en
crisis y yo no sabía el porqué, por más que me decía mi esposo
las causas yo no las entendía, ¿cómo? ¿Por qué, si todo estaba
bien y todo era maravilloso según mi perspectiva, todo
cambió?
183
Yo no sabía qué hacer, mis miedos se apoderaron de mí, me
sentía devaluada, me victimicé, toda yo era un caos, jamás
imaginé que algo así podía sucederme, pero gracias a mi Dios
tuve a mi lado gente maravillosa, y me ayudaron en esos
momentos tan difíciles comadres, compadres, amigas,
vecinas... sin la ayuda de todos ellos no hubiera podido seguir
adelante.
Todo este cambio en mi vida me condujo a tomar diferentes
caminos para poder superar lo que me estaba pasando, después
de un buen tiempo de sufrimiento y sin saber qué hacer,
empiezo a asistir a la consulta de un psicólogo.
Al principio me sentía extraña, me preguntaba si realmente
me podría ayudar, luego a medida que transcurrían las sesiones
me iba dando cuenta de lo que estaba experimentando, trataba
que cada sesión fuera lo más efectiva, trataba de poner en
práctica todo lo aprendido, pero no me resultaba fácil, pues yo
quería cambios rápidos, yo quería dejar de sufrir, y el
psicólogo siempre me repetía la frase de Einstein: “Si haces
siempre lo mismo ¿cómo quieres un resultado diferente?”… Y
yo la repetía, pero no sabía lo que tenía que hacer para que ese
resultado cambiara.
Desde entonces, cada día ha sido una lucha constante con
mi “Yo” para conocerme, para saber mis fortalezas y mis
debilidades, para saber qué debo hacer y qué no debo hacer,
para estar consciente de qué es lo que quiero y sobre todo para
valorarme y aceptarme como soy, esto sin dejar a un lado lo
importante que es para mí tener ese crecimiento interno que
cada día siento que me hace una mejor persona.
Mi búsqueda continuaba, sentía la necesidad de sentirme
mejor y aprender más, fue cuando escuché en la tele de unas
conferencias que iban a dar Tejedoras de Cambios, me llamó la
atención, llamé y me dieron la información, entonces entré a
un curso que se llamaba el Guión de mi Vida. Por supuesto yo
todavía no había superado prácticamente nada de mi problema,
así asistí al curso una vez por semana, tuvo una duración de
tres meses y la verdad podría decir que detonó en mi interior
facetas que me impulsaron a seguir en esa auto-ayuda. A los
184
tres meses empezaba un diplomado que se llamaba “Tejiendo
mi Vida”, pues me decidí: “quiero tejer mi vida”, y empecé.
Éramos un grupo de 18 mujeres maravillosas, cada una con
una historia diferente, a medida que iban transcurriendo las
semanas cada una de nosotras iba experimentando cambios
positivos, nos dábamos cuenta por las opiniones, por los
semblantes, por las actitudes, cada una con su historia y cada
una con sus logros.
Al comenzar el diplomado yo me sentía lastimada,
victimizada, devaluada, miedosa, así llegué cargando muchas
cosas que me destruían, luego a medida que fue pasando el
tiempo me di cuenta que se estaban generando cambios
internos en mí y también esa parte de mi personalidad que se
había perdido la estaba recuperando.
El convivir con mujeres tan valiosas en este diplomado y la
aportación que cada una hacía en nuestras tertulias semanales y
por supuesto la excelente facilitadora Dariela Dávila, quien con
sus comentarios nos hacía entrar en razón y nos llevaba de una
manera insospechable hasta nuestro interior, a ese lugar en
nuestra mente y en nuestro corazón donde se encuentran todas
las respuestas y a las cuales es tan difícil acceder, ella con su
inteligencia, su paciencia, su respeto y su cariño hacía que
tomáramos conciencia y aprendiéramos a ver dentro de
nosotras mismas.
Gracias a todo esto realicé cambios que no me creía capaz
de realizarlos, con este diplomado aprendí a conocerme,
aprendí a desarrollar mis fortalezas y a combatir mis
debilidades, hoy me siento orgullosa de mí, me valoro, tengo
seguridad en mí misma, aprendí que los miedos me limitan y
que tengo que enfrentarlos, aprendí a darle la importancia que
merece cada cosa sin exagerar, aprendí que yo soy lo más
importante, aprendí que cada quien tiene que hacerse
responsable de sus actos, aprendí a respetar el punto de vista de
los demás (aunque yo no piense igual), aprendí que hay que
buscar el momento, aprendí que para amar tengo que amarme,
aprendí que al estar “Yo” bien los que me rodean también lo
estarán, y sobre todo aprendí que mi felicidad solo depende de
185
“Mí”, y estoy en proceso de aprender a no preocuparme por
algo que no ha pasado.
Durante varios años estuve inmersa en el centro de un
huracán sin poder encontrar la salida, quería ser un águila para
poder volar, pero no tenía alas, y al pensar en tantas mujeres
valiosas a lo largo del proceso de escribir nuestras historias
pensé: “yo también puedo”, y fue cuando me salieron las alas y
pude salir de esto, y logré sentirme bien.
Hoy en día me siento feliz y satisfecha por mis logros, me
siento plena, me siento fuerte, me he desarrollado
profesionalmente, lo cual me ha dado muchas satisfacciones.
Una amiga me dijo: “la independencia económica te da la
independencia emocional”... ¡qué palabras tan ciertas!
Hoy sigo con problemas en mi vida pero ya no sufro, si me
preguntan ¿tienes vacíos en tu vida?, diría que sí, y claro que
me gustaría llenarlos, pero no sufro por eso, siento que tengo
tantas cosas que agradecerle a Dios que la verdad ponerme a
pensar en lo que no tengo sería como ser una malagradecida.
Así que doy gracias por estar viva, por tener salud, por ver
cada día un nuevo amanecer, por tener hijos, por tener a mi
madre, por tener un esposo, por tener trabajo, por tener en
dónde vivir, por tener qué comer... en fin doy gracias por
muchísimas cosas.
Leí una frase que todos los días me repito: “Hoy decido ser
feliz, la felicidad y la plenitud son mi derecho de nacimiento”.
Hoy en día me dedico a mi profesión, soy Optometrista, mis
planes a futuro son seguir creciendo espiritual y laboralmente,
seguir en la búsqueda de herramientas para ayudarme en mi
desarrollo personal, saber enfrentar todos los obstáculos que se
presenten en mi vida y siempre tener una buena actitud…
Que Dios me bendiga y sea mi guía…
186
La Vida Vale – La Pájara
Soy una mujer de 57 años y vivo en Juárez, N.L. A
continuación daré una breve reseña de lo que fue y es mi vida,
¡qué difícil es hacerlo!, pero quiero comentarles primero cómo
comenzó esto.
Desde hace tiempo me habían invitado a unos cursos que
dan las Tejedoras, y de tanto decirme mis comadres decidí
entrar. Aunque me sentí un poco incómoda con ciertas
personas que había ahí y no me atrevía a preguntar ciertos
detalles, pero poco a poco me fui acomodando en el grupo, del
cual quiero decirles, me encantó. Primero tomé el curso “El
Guión de mi Vida” ¡wow!, qué hermoso recordar, mi infancia,
mi niñez, mi adolescencia, recuerdos tristes y alegres de mis
antepasados.
Hoy comprendo tantas cosas que antes no podía, criticaba a
las demás por su forma de ser de cada una, -no saben qué
difícil es para mí llegar hasta aquí-, nunca me imaginé que
llegara a escribir una historia de mi vida, si les dijera lo mucho
que me quiero, antes no lo hacía, veía en las demás personas
eso que yo deseaba tener; sin embargo, yo ya lo tenía y no me
daba cuenta. Gracias, Tejedoras. Ahora soy otra persona.
Bueno, les compartiré algo que recuerdo de mi infancia, soy
la tercera hija del matrimonio de Lydia y José, tenía cinco años
de edad… ¡híjole, no saben! ¡Qué tristeza y alegría sentí
cuando nos preguntaron sobre la infancia! Bien, recuerdo que
le decía a mi mamá que quería jugar, y ella me contestaba: “Ve
con tu hermana mayor”, yo no quería porque estaba más chica,
y me ponía a llorar, entonces mamá me regañaba: “Ya, Lucía,
¿qué no entiendes que tengo que cuidar a tu hermano?”. Él
nació con síndrome Down, y yo no entendía que ella no podía
atenderme, por eso mi hermana mayor se hacía cargo de mí,
pero nunca me prestaba sus juguetes y yo era muy chillona.
Mi papá se había ido a Estados Unidos, a trabajar, cuando
venía le traía muñecas a mi hermana y me decía, “A ti no,
porque eres muy destructiva con los juguetes, tú vas a jugar
con lo que tienes”, o me daba veinte centavos y yo iba a
comprar cazuelitas de barro en una tienda que había cerca de la
casa, y me ponía triste. Pero, bueno, así fui creciendo.
187
Llegó el momento en que tenía que ir a la escuela, Y mi
mamá como pudo, nos hizo el uniforme. Mi hermana me
levantaba y me decía: “Ya es hora, ándale, báñate y nos
vamos”, pero ella caminaba muy rápido y me dejaba atrás y no
podía alcanzarla, además, pasábamos por una iglesia y ahí
había resbaladeros de piedra y yo me subía, por eso también
llegaba tarde a la escuela. Al regreso mi hermana le decía a mi
mamá, y me regañaba.
Así pasaron los días hasta que llegaron los exámenes, bueno
antes le decíamos las pruebas, en una ocasión llegué
demasiado tarde y no me dejaron entrar, me dijo la directora:
“Estás dada de baja”, y me fui a la casa. Al llegar me dice mi
mamá: “¿Qué pasó, por qué llegaste sola?” “Es que me dieron
de baja, no me dejaron entrar porque Lula no me esperó”, le
eché la culpa a mi hermana… ¡Jejeje!
Así fue que perdí el primer año de primaria. Vuelve a
empezar el ciclo escolar y me ponen en otra escuela, y así
pasaron los años. Cuando estaba en tercer grado, mi papá me
llevó un día a la escuela, porque no había llegado el maestro
que pasaba por mí, me sube a la bicicleta y casi llegando a la
escuela, que meto mi pie en los rayos y que nos caemos. Me
dio una santa regañada mi papá. ¡Híjole!
Nada más me acuerdo que pensé: ¡menos me quieren!, y
lloré y lloré hasta que llegamos de vuelta a casa y me metí en
la cama. Papá: “Esta güerca bruta, metió el pie”. Y mamá:
“Otra vez Lucía, vas a perder el año”, pero yo respondí: “No,
mamá, papá habló con la maestra”. Yo me sentía que no había
cariño, pues ni siquiera me sobó. Hoy pienso que así era ella,
ahora que estamos recordando todo lo que pasó, me doy cuenta
de su preocupación por mi hermano, qué difícil, ¿verdad?
Cuando yo tenía como diez años, mi mamá nos mandaba a
mi hermana y a mí a vender ropa, retazos y jabones Dove que
mi abuela paterna nos traía; además mi mamá también iba a
traer telas para hacer costuras. Cada sábado, me encantaba
ayudar en la casa, porque nos daba una feria para comprar
cosas como zapatos o vestidos.
También me gustaba subirme a los árboles para mirar los
pajaritos, y como no podía pronunciar muy bien la letra “erre”,
188
me decían algunos apodos mis tíos, ¡que los quiero mucho!,
me decían: “Ahí viene „La Picus‟”, otro me llamaba “Cuti”, y
una tía me decía “La Pájara”, porque siempre andaba
comiendo de un lado a otro, ¡qué bellos recuerdos de mi
infancia!
Recuerdo que estando arriba de un árbol, arranqué una
varita chica y me la puse en la boca, ¡ay, Diosito!, que en eso
me grita mi Mamá: “Lucía, ¿dónde estás?”, y que me bajo y
me entierro el palito en mi garganta, ¡híjole! se asustó mi
mamá y que me llevan con el doctor, gracias a Dios, no fue
casi nada, me lastimé el paladar, recuerdo que decían: “Menos
va a hablar bien, se va a comer las letras”, ¡jejeje!, a raíz de
esto me dan miedo las alturas, ¡qué cosas!, ¿verdad?
En mi adolescencia, fui una chica bien portada, sólo tuve un
novio durante ocho años, quien actualmente es mi esposo, lo
conocí cuando yo tenía catorce años y desde ahí empezamos a
andar, luego cuando cumplí los quince años él no quiso ir a mi
fiesta, porque mis papás todavía no sabían nada de él y le daba
vergüenza que le dijeran algo, ¡jejeje! Todas las tardes cuando
salíamos de la secundaria, nos encontrábamos.
Qué bellos recuerdos guardo en mi corazón de la
secundaria, quería participar en todo, estar en la escolta, en la
estudiantina, en el ballet, ¡jejeje!, me encanta bailar. Pasaron
los años, hasta que salí de la secundaria, ahí sí fue él a mi
graduación, estaba emocionada, ¡jejeje!, es muy lindo
conmigo.
Terminando el tercer grado, yo quería ser maestra y me
inscribí para ingresar, fuimos varias amigas. Llegó el día del
examen, presenté y reprobé, solamente me faltaron veinte
puntos, y que me agarro a llorar, porque déjenme decirles que
soy muy sentimental. Ellos me dijeron: “No pasó, pero estamos
dando becas para cualquier escuela comercial” y contesté: “No,
me voy a la particular”.
Pero yo no contaba con que mis padres no me podrían
pagar esa escuela y le dije a mi mamá: “Me voy a poner a
trabajar para costear mis estudios”, ella respondió: “Hija,
tienes que estudiar una carrera corta, hubieras agarrado la
beca”. De mis amigas que tampoco pasaron, unas se fueron a la
189
particular y otras a Comercio; entonces mi mamá vuelve a ir a
la Secretaría de Educación a solicitarme la beca y gracias a
Dios y a ella, ahora soy lo que soy.
Estudié en la escuela “Luz Benavides” y ahí cursé tres años
con beca, tenía que sacar buenas calificaciones para
mantenerla. Gracias a Dios siempre tuve buenas calificaciones,
y obtuve el quinto lugar en la escuela. Al terminar nos dijo la
maestra, a mí y mis amigas que íbamos de Cadereyta: “Ahora,
a buscar trabajo, van bien preparadas, las felicito a todas”. Para
mí fue una experiencia muy bonita estar en esa escuela,
terminé más o menos por el año 1975.
Conseguí trabajo luego luego, ya que mi hermana mayor
me cedió su lugar porque ella se fue a trabajar al Seguro
Social; trabajé en Agua y Drenaje, es un recuerdo muy bonito
porque ahí mi abuelo era el jefe, mi tío Adolfo era subjefe y mi
padre era el fontanero, él arreglaba tuberías rotas o las ponía
nuevas, decía que era ingeniero de destapar caños, ¡jejeje, era
muy bromista mi padre!
Al trabajar ahí, me di cuenta que uno debe ser humilde y
sencilla con la gente, eso decía mi abuelo y de él lo aprendí,
nunca hablar mal de personas, mi abuelo era muy buena gente,
por ejemplo si Don Juanito no completó para pagar el recibo,
mi abuelo le decía: “Está bien, no se preocupe”, y así fui
aprendiendo de él.
Cuando era joven, mi abuelo trabajó 17 años en la
Secretaria del Ayuntamiento, eso hizo que más gente lo
reconociera, y cuando murió le pusieron su nombre a una
escuela, ya que él había donado ese terreno. ¡Qué recuerdos tan
bellos, en verdad!
Déjenme contarles que me animé a estudiar la prepa,
trabajando y estudiando, yo quería ser maestra o reportera y me
propuse estudiar. Al terminar la prepa, me pregunta mi novio:
“¿Qué piensas hacer?”; a lo que yo respondí: “Seguir una
carrera, ya me decidí, voy a ser reportera.”, pero él objetó:
“No, Lucy, en esa carrera que quieres, la facultad se encuentra
muy lejos, tus papás no te dejarán ir.”, y le contesté: “Soy
mayor de edad”, y mi novio concluyó: “Mira, ¿para qué
quieres estudiar, si en dos años nos casamos?”.
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En esto sucedió que mi abuelo fallece y se presenta otro
jefe, yo sentía el lugar muy vacío, renuncié porque ya nada era
igual y me fui a trabajar a “Placas y Licencias”. Ahí trabajaba
mi tía, la que me decía “La Pájara”, porque siempre andaba
brincando e iba de un lado a otro, ahí trabajé hasta que me casé
y tuve a mi segunda bebé, ya después de ahí no trabajé para
ninguna otra oficina.
Me casé con el amor de mi vida. Después de ocho años de
novios, él se recibió de médico y nos casamos. Eso fue en mi
adolescencia, mi boda fue bonita, no encuentro algo que no me
haya gustado, nada, más que el dolor de la muerte de mi
abuelo, del cual me siento muy orgullosa de ser su nieta, y le
agradezco que aprendí de él a ser humilde y sencilla con la
gente. “Te amo, abuelo”.
Ahora les contaré de mi etapa adulta, me casé en 1981,
después nació mi hijo, el 26 de julio, parto natural y sin
anestesia -no había-, muy doloroso, pero al fin lo tuve. ¡Fue
maravilloso tenerlo en mis brazos! Un niño precioso, ¡jejeje!,
¿qué puedo decir?, amor de madre. Como me dolió mucho,
dije: “¡no vuelvo a embarazarme!”, ¡y anda!, por andar de
bocona, que Dios me manda un embarazo más, antes de los
cuarenta días. “Lucía, ¿qué tienes?, ¿piensas que se van a
acabar los niños?”, dice mi madre, y yo pensé: ¿qué onda? ¡Ya
con dos criaturas no voy a poder trabajar!
Y así fue que me tuve que salir del trabajo, ya que mi niña
nació con reflujo y nada le caía bien, vomitaba a cada rato y
mi madre me dijo: “Yo ya no puedo cuidarla”, y pues ni modo,
a batallar, pero gracias a Dios las cosas fueron cambiando, mi
esposo ya tenía un trabajo fijo y pudimos salir adelante,
siempre lo ayudaba vendiendo algunas cositas para tener mi
propio dinero, porque no me gusta andar pidiendo, hasta la
fecha soy así.
Pasó un año y medio y me dice mi esposo: “Nos vamos a
vivir a Villa de Juárez, vamos a poner un consultorio ahí,
Álvaro y yo.” Yo: “¿Qué? ¡N‟ombre, ni creas que me voy a
ir!”. “Mi Amor, nuestro futuro está ahí.” Yo: “¡Noo!, ¿qué voy
a hacer ahí? No conozco a nadie, no tenemos familiares, ¡no
voy a aguantar!”. Él: “Mira, ya verás que sí”. Así me
191
convenció él, con la paciencia que lo caracteriza, siempre muy
bueno, no me puedo quejar, es un amor.
Pues ya aquí en una casa de renta, que luego fue mi casa
propia, me decía: “Tengo tantos proyectos que, vas a ver, no te
arrepentirás”. “Ay, mi amor, quisiera ser como tú, pero no veo
porvenir en este pueblito”. Porque antes era Juárez muy chico
y todo mundo se conocía. Y así fueron pasando los años, hasta
que un día el buen señor que nos estaba rentando le dijo a mi
Doctor: “¿Quieres la casa? Te la vendo”. “Don Pedro, no
tengo dinero.” “Mira, muchacho, te la voy a fiar, por doce
años me vas a pagar sesenta pesos mensuales. ¿Cómo ves?”.
Luego me platica y le contesté: “¡Ay, Cielo, no vamos a
poder!”, “Sí, mira, vas a ver que Dios nos va a ayudar”. Así
fue como obtuvimos nuestra propiedad, aunque yo pensaba:
“¡Híjole, hasta cuando mi hijo tenga doce años terminaremos
de pagar!”, y así fue.
Pasaron los años, en la misma casa adecuamos un cuarto
para consulta y ahí empecé a ayudarle, insistió en que yo
tomara un curso de farmacia, y aunque no me gustaba mucho,
lo hice. Ya que la casa donde vivíamos era muy grande, hice
otro local, y él decía: “Pon la farmacia” “No, yo quiero
vender.” Yo le pedí que me dejara poner una tienda de ropa, y
mi mamá me acompañaba para surtir. “Ahí vas a vender y así
podemos ganar más de lo que se debe”. Estuve un año con el
negocio de ropa y luego decidí poner la farmacia, le hice su
gusto, se puede decir.
Tuve a mi tercer hijo después de cinco años, fue un
embarazo deseado porque él quería tres o cuatro niños, y yo
estuve de acuerdo “Ok, tres”. Al poco tiempo tuve problemas
de salud con mi matriz y tuvieron que “quitármela”, me
vinieron a la cabeza demasiadas cosas y me sentía muy mal
conmigo misma, pensé que como mujer, como pareja, yo ya
no iba a servir para nada. Mi esposo me decía: “Eso no es
cierto, Amor”, él como médico me explicaba para qué servía
la matriz, para tener hijos, y también podría tener problemas
como tumores, etc., pero yo no entendía.
Empecé a sentir celos, imaginaba cosas que yo misma
fabricaba, entonces decidí tomar terapia psicológica, porque
192
yo tenía cambios extremos y mi esposo con esa paciencia me
toleraba. Mis amigas me daban consejos: “Vas a cansar a tu
esposo y vas a tener problemas”, y yo contestaba: “Ya sé,
¿pero qué hago?”. Hasta que un día entendí el porqué de las
cosas, yo misma me estaba haciendo daño moralmente,
comprendí la situación y por ello le doy gracias a mi padre
Dios.
Años pasaron hasta que llegó una oportunidad para mi
esposo, le ofrecieron ser alcalde y yo le decía: “No, tú no
sabes nada de política”, él contestaba: “Pero voy a aprender,
nadie nace enseñado”, y yo cedí: “Bueno, tú sabes”. En ese
tiempo había pasado lo del huracán Gilberto y vieron las
muestras de servicio social que hicimos, fue a raíz de eso que
le ofrecieron servir a nuestro pueblo.
A partir de eso conocí a muchas personas que estuvieron
trabajando conmigo, fueron tres lindas personas que nunca me
dejaron sola y me ayudaron a sacar el compromiso con la
comunidad.
El primer año fue difícil, pues había gente dentro de la
política que no quería a mi esposo por no ser nativo de Juárez,
en fin, hubo demasiados problemas pero salimos adelante.
Viví toda una experiencia en ese tiempo, nos encontramos con
casos muy difíciles y yo quería ayudar a todos pero a veces no
se podía, pues había pocos recursos, esto fue por el año de
1989.
En el segundo año comenzaron llamadas anónimas que
nos dieron problemas, era un martirio vivir así, a mi esposo
solamente lo veía en la noche, sentí que estábamos perdiendo
a la familia, y él con su paciencia me decía: “No hagas caso de
los comentarios, aquí solamente estamos tú y yo, eso es lo que
importa”, pero yo seguía llorando por las noches.
Con todo, en esta administración hice muchas y largas
amistades, pues saben que cuando uno está adentro de esto, se
acerca mucha gente. Nos invitaban de padrinos para todo, esto
fue una experiencia muy bonita. Me sentía feliz porque seguí
lo que mi abuelo me había enseñado, dar al que menos tiene y
servirlo.
193
En el año de 1992 terminamos de pagar nuestra propiedad,
¡qué alivio, ya teníamos algo de nosotros! Después mi esposo
quiso regresar a su trabajo anterior, y se dedicó a su consulta
particular, gracias Dios todo iba bien.
Así las cosas, sugerí a mi esposo: “¿Cómo ves, ponemos
una clínica?”, y me dijo, “No, Amor, me quedo con lo
particular”. “Ándale, no son muchos los requisitos. Tú puedes,
vas a ver, es para formar un patrimonio para nuestros hijos”.
¡Ay, Amor, vamos pues!, y así gracias a Dios, tenemos nuestra
clínica y seguimos ayudando a la gente. Mi esposo tiene un
corazón de oro, mis hijos siguieron creciendo y estudiando,
uno es arquitecto y mi hija diseñadora de moda, el más
chiquito va a preparatoria.
La vida seguía y en el 2000 se nos volvió a presentar la
oportunidad de servir a Juárez, en esta ocasión fue un poco
difícil en la contienda, pues competíamos con dos aspirantes
del mismo partido al que él pertenece, pero gracias a Dios y a
la gente que nos conocía de nuevo salió triunfante.
Esta vez fue diferente, pues ya tenía conocimiento de lo
que me esperaba, además ya pertenecíamos al área
metropolitana, Juárez ya era ciudad y nos llegó el crecimiento,
más gente, más necesidades, de todo un poco. Y ahora disfruté
más, me encantaba andar en las colonias, yo misma
supervisaba que se les atendiera bien, fue muy padre. Salí
adelante ya un poco más tranquila, pues había madurado para
este tipo de problemas, sabía lo que tengo en casa, y gracias a
Dios salimos adelante.
Lo único que recuerdo, es que en ese tiempo mi hijo menor
estaba terminando la prepa estando yo trabajando y así, pues,
se descuida a la familia. Así pasaron los años… ¡Jejeje, como
dice la canción! En estos años hubo de todo, mi enfermedad,
cuando estuve a punto de morir por una cirugía estética, quería
verme guapa, pero gracias a mi padre Dios me regresó a la
vida. Mi esposo también estuvo enfermo, pero Diosito nos
quiere tanto que dijo “aquí se me quedan”. Luego se casan
nuestros hijos y nos dan la dicha de ser abuelos de cuatro
pequeñitos hermosos, a los que adoramos.
194
¿Qué más les puedo decir? Como les dije al principio, es
difícil escribir y relatar nuestra vida. Doy gracias A Tejedoras
por hacernos recordar a nuestros antepasados.
A todas mis compañeras las quiero por sus vidas, ya que
todas tenemos un poquito de cada una de las otras.
¡Gracias, amigas Tejedoras, por hacernos sentir que nuestra
vida vale!
No quisiera despedirme, pero todo tiene un final.
Atentamente: La Pájara.
195
Mi infancia, mi tesoro – La Titana de Oro
Recuerdo a mis papás, mis hermanas, muy felices siempre,
muy pobres en lo material pero con unos buenos sentimientos.
Mi papá era un hombre muy paciente y sin vicios. No
extrañábamos lujos. Me veo como una niña temerosa pero
también muy inocente: creía en la cigüeña y también en Santa
Claus. Convivíamos mucho con mis abuelitos por parte de mi
mamá; yo los quería mucho.
Recuerdo que cada vez que se acercaba la Navidad
recorríamos todo el arroyo buscando el pino más alto, y mi
hermana Tere se subía para cortarlo y llevárselo a mi mamá;
igual cuando se acercaba el día de las madres, le comprábamos
y le envolvíamos a mi mamá un regalo. Con cuánta alegría le
envolvíamos tan preciado regalo… veo a mi papá llevándonos
a bañar al arroyo y mi mamá acompañándonos, con cuánta
alegría ella jugaba con el agua; abría sus dos brazos y luego las
juntaba y de esa manera se escuchaba el tronido del agua.
Recuerdo a mi mamá haciéndonos café para ir a sembrar
con papi al temporal; nos ponía el café en envases de coca. A
mi mamá las personas la llamaban Mery, era una mujer
callada, a la que no le gustaba andar en las casas ni tampoco
iba a las tiendas. Nos ponía a moler el nixtamal en el molino;
no le agradaba mucho pues nos comíamos el nixtamal; nos
hacía tortillas en el metate, ¡qué ricas tortillas nos hacía!, las
capoteábamos, ni siquiera las “dejábamos caer en la canasta”.
Me gustaba cuando papá Meme nos venía a visitar; lo
veíamos bajar con un costal lleno de naranjas por un barranco
que había en la casa. Yo era feliz al ver feliz a mi mamá con
sus padres, muy pobres en su cocina con chimenea.
No teníamos luz; papi era muy miedoso y nos
iluminábamos con una lámpara de mano cuando íbamos de
visita a casa de mis abuelitos al Durazno. Mi papá arreglaba la
carreta, subía una silla para que mi mamá se sentara y nosotros
caminábamos atrás de la carreta; pasábamos por unos huertos y
nos metíamos a cortar naranjas, todo era felicidad.
Ya en El Durazno, en la casa de mi abuelita, recuerdo a mi
tío Luis escuchando la radio y nos decía “no me anden
196
diciendo tío”, tal vez porque no se quería sentir viejo. A mi
abuelita le barríamos el patio con una escoba que ellos mismos
hacían con puras ramas, le acarreábamos el agua de una noria y
se la vaciábamos en un cántaro, el agua se conservaba muy
fresca.
Tengo un triste recuerdo de cuando falleció mi abuelito:
lloramos mucho, pero como el camino era muy largo se nos
olvidaba y platicábamos y reíamos, pero luego nos
acordábamos y volvíamos a llorar. Recuerdo a mi mamá
jugando a las comadritas con nosotras y a Tere subiéndose a
una anacua diciendo que ella vivía en casa de alto, al árbol nos
subíamos por una escalera, por la que subían las gallinas para
ir a dormir. En una ocasión se cayó de la anacua y se le salió el
aire y mi mamá se llevó un gran susto.
Era tanta nuestra inocencia que no sabíamos cuando estaba
embarazada, pues ella era alta y robusta y pues no se le notaba,
nunca se nos dijo nada, tal vez por pena por parte de ella. Eran
muy vergonzosos y había mucho respeto. En una ocasión
llegamos de la escuela y cuál fue mi sorpresa... había nacido
mi hermano. Gracias a una hermana de papi, mi tía Goyita
pudimos salir adelante pues ella nos dio el estudio. Recuerdo a
papá Che, el papá de papi caminando hacia la casa, con sus
brazos hacia atrás. Se sentaba en el portal de la cocina y decía
que quería vivir más para ver qué más veía. Le gustaba
masticar tabaco.
Como no teníamos luz propia, papi nos traía a ver la tele de
este lado de la placita con una señora que se llamaba Elvira.
Mis juegos eran a la bebeleche, a la varita escondida, a la
matatena, a las canicas (las canicas eran unas semillas que
caían de las palmas).
Cuando llovía mucho y agarraba creciente el arroyo, los
carros al pasar se quedaban atascados y nos pedían ayuda, pues
nosotros vivíamos a una orilla del arroyo, y le pagaban a mi
papá por ayudarlos; en un rato papi les ponía el yugo a los
bueyes y sacaba los carros. Utilizaba toda su fuerza y le
gritábamos bien contentos: ¡Ándele, papi, ya cayó otro carro!
Igual cuando se crecía el arroyo y la creciente se llevaba un
puente, el cual era un tronco, mi papá nos cruzaba “a
197
camachito” una a una. También cuando el agua llegaba hasta la
casa, papi nos llevaba a una casa grande de arriba, con la
profesora Juanita Vargas, pues ella vivía en alto. Allá
dormíamos mientras papi se encargaba de cuidar a los
animales: marranos, gallinas…
Cuando llovía y había truenos, mamá tapaba los espejos de
los roperos y se hincaba a rezarle a la Virgen de Guadalupe. La
profesora también nos daba trabajo a mis hermanas y a mí,
pues íbamos y le trapeábamos el piso pero era con puros trapos
y nos decía: “cuando llegue Fidencio, les pago”.
Veo a papi sentado en el suelo del jacal, dejándose peinar
por mí... yo era la consentida, poníamos un cuero en el suelo y
ahí nos sentábamos.
En El Durazno, donde vivía mi abuelita, íbamos a un río y
juntábamos piedritas para coleccionarlas. Un hermano de mi
mamá, mi tío Pantaleón, era Santa Claus. De niña nada más en
una ocasión estuvo a punto de pasarme algo triste: un primo de
mamá se ofreció a llevarme con mi abuelita, ya en el camino
dijo que hacía calor, que si nos bañábamos, pero así tan
chiquilla presentí las intenciones de mi tío, y me puse seria y le
dije que me quería regresar a la casa. No comenté nada por
pena y vergüenza con mis papás.
Mi educación primaria la llevé a cabo en Hacienda San
Mateo. La escuela se llamaba Francisco I. Madero. Me gustaba
que la maestra me escogiera para leer o para aprender algún
poema. Cuando regresaba de la escuela y veía que estaba la
tina de agua, me asustaba mucho de no encontrar a mi mamá;
igual si la tina no estaba, era una señal que mi mamá andaba
trayendo agua de la noria.
De niña me gustaba ir de vacaciones con mi madrina de
bautizo. Cuando mi abuelo nos llevaba a sembrar, a mí no me
gustaba, le tenía miedo, pues él utilizaba un látigo para pegarle
a los animales, en cambio, mi papá utilizaba una varita. Hay
tantos episodios que viví…
Mi adolescencia
Igual me fui con mi madrina con el propósito de estudiar,
pero las cosas fueron muy diferentes ya que prácticamente era
198
su sirvienta; yo era la que hacía todo el quehacer de la casa.
Apenas me di cuenta que mis hermanas vivían en Villa Juárez
con mi tía Goyita, le hice saber a mi madrina que yo me quería
venir a vivir con mi familia; mi madrina lloró.
Tiempo después me hice novia de Ismael y duramos un año.
Trabajé en una mueblería y ahí conocí al que fue mi esposo y
dejé a Ismael por él. A mi hermana Tere no le gustaba mucho
la relación pues él era un muchacho rico y yo una muchacha
pobre. Así anduvimos cinco años y nos casamos. Él tenía una
enfermedad la cual yo conocía pero no me importó. Él me
gustaba mucho y nunca me imaginé lo mucho que me iba a
afectar su enfermedad.
Dios me bendijo con dos muchachitos preciosos: Adán y
Eugenio. Los amo. Siempre fui muy apegada a ellos. Así
transcurrió mi vida: atendiéndolos a él y a mis niños; por las
noches yo no dormía y me ponía a hacer el quehacer, para
cuidarlo y velarle el sueño. Cuando yo sentía que le iba a dar
una convulsión, inmediatamente si era leve yo le daba el
medicamento, pero si ya no se podía hacer nada buscaba ayuda
para inyectarlo.
Se me fue haciendo costumbre molestar a mis vecinos para
que me ayudaran con él; su enfermedad me desgastó mucho y
yo empecé a enfermar de los nervios, una enfermedad llamada
obsesiva-compulsiva, aparte tenía tics nerviosos. Empezaba
con un tic y me duraba un rato, de pronto empezaba con otro,
yo me decía: “¿Madre mía, ahora cual irá a seguir?”. Trataba
de disimularlos. Una ocasión que mi mamá estaba en la casa
conmigo, me notó que estaba haciendo un tic, y me dijo, es
entre ti misma, pero qué difícil se empezó a hacer mi vida, ya
parecía yo una loca.
En la colonia donde ahora vivo, las personas decían que yo
me trastornaba en las noches, pues me salía en la madrugada
corriendo descalza para pedir ayuda para él. Me daba tanta
lástima pues siendo un hombre tan inteligente quedaba en
nada, un niño grande llorando y gritando mi nombre sin
conocerme; al igual siempre cuidaba que los niños no lo vieran
en sus crisis.
199
Pasó el tiempo y dejé de quererlo, aunque se me fue
haciendo una costumbre cuidarlo. Siempre fue muy buen papá.
Él era muy recio de carácter: muchísimas veces me hizo sentir
mal con nuestras amistades, se burlaba de mí en mi cara. Eso
sí, le decía a sus amigos que yo era muy guapa en el quehacer
de la casa. Ya no podía más y fuimos con un psiquiatra, pero
siempre salíamos enojados, él no aguantaba que yo le dijera las
verdades.
Una ocasión le dije al psiquiatra que me hubiera gustado
mejor que él hubiera sido tomador a que tuviera esa
enfermedad, y el psiquiatra le dijo que estaba frito. Así lo cuidé
veinte años, sintiendo lástima y al mismo tiempo teniéndole
miedo. Cuando murió mi mamá fue muy triste; cometí un
error: no permití que los niños me acompañaran en la capilla
para que ellos no sufrieran. Mamá los quería mucho y ellos
querían mucho a su abuelita Mery.
Cuando pasó lo del sepelio, Adán me decía: “¿qué puedo
hacer para que ya estés bien?”, yo no dejaba de llorar; empecé
a buscar trabajo fuera de casa con miedo a que él no me dejara
trabajar. Al principio fue por distraerme, luego fue por
necesidad. Entré en una guardería y yo era feliz con los
muchachitos porque me encariñaba con ellos.
En ese tiempo él se fue de la casa porque ya no le estaba
yendo bien en el negocio pues lo estaba traspasando. Sentí
como cuando murió mamá: veía sus cosas y lloraba, pero luego
me empezó a gustar estar sin él. Podía dormir a mis anchas,
con ropa o sin ropa, y podía dormir tranquila. Mi mamá tenía
un dicho: “¡Hay que aguantar vara...!”, así que aguanté
siempre.
Adán, a su corta edad, agarró el rol de hombre de la casa.
Su forma de ser tan centrado le ha ayudado mucho a salir
adelante con la familia, con la ayuda de Eugenio y la mía;
estoy muy orgullosa de la forma en que crié a mis hijos.
Estando en la guardería enfermé, de mis cuerdas vocales y
mis células estaban por cambiar. Me atendieron muy a tiempo;
estuvo a mi lado apoyándome una gran amiga, Maricruz. Ella
me hacía la comida y me la daba mi hermana Tere. Thelma, la
vecina de enfrente también ayudaba… Esos favores con nada
200
se pagan. Mi papá me fue a visitar estando yo enferma y me
dio ternura como cuando se despidió de mí iba llorando, yo le
escribí unas palabras diciendo que estaba bien, que no se
preocupara.
Se me han estado viniendo varias enfermedades, pero he
ido saliendo airosa poco a poco, una de ellas fue cuando me
operaron de mi muñeca. Adán me bañó y yo lloré porque me
dio sentimiento y me dijo: “¿Por qué lloras? ¿Porque te estoy
bañando o porque te duele? ¡Nada más no te quites el brassier,
cochina!”, y nos reímos.
Una temporada mamá estuvo viviendo conmigo, padecía
úlceras varicosas. Era lindo ver cuando papi venía a darle la
vuelta: la saludaba de mano y le decía: “¿cómo estás, María
Luisa?”. Igual cuando yo estaba trabajando en la guardería,
papi venía a visitarme. Tengo una vecina muy buena, la
maestra Minerva. Nada más venía mi papá y le ofrecía de
comer. Cuando llegaba del trabajo, papi me decía: “por mí no
te preocupes, la profesora ya me dio de comer”.
Me gustaba verlos platicar a la maestra y a él sin malicia.
Papi bien educado, ¡qué esperanzas que le fuera a faltar el
respeto! A él le gustaba platicar con las personas: si en un
camión iba, él sacaba plática a la gente. Mi papá venía a Juárez
con el peluquero, pagaba la luz...pero de repente se nos puso
enfermito.
Lo llevé con el doctor Rodolfo, y él le dijo al doctor que ya
no tuvo fuerzas para sacar agua de la noria ni para andar detrás
de los animales, enseguida se le detectó que papi tenía las
venitas del cerebro muy delgaditas, que tenía una enfermedad
llamada Parkinson; de poquito en poquito a papi se le empezó
a dificultar el caminar, arrastraba un pie, batallaba para hablar.
Fue algo muy fuerte cuando me preguntaron si papi podía
firmar y dije que sí. Acerqué a papi y grande fue mi sorpresa
cuando vi que ya no podía escribir su nombre; tan bonito que
escribía con letra manuscrita de la de antes. De ahí en adelante
lo llevaba yo con un neurólogo de la clínica del doctor Felipe.
Se me hacía chistoso cómo el doctor le hablaba a papi, le
hacía preguntas como “¿qué almorzó?”, “¿quién es ella?”. Él le
dijo mi nombre. Le preguntó que dónde vive y él decía que en
201
mi casa. Él no sabía cómo se llamaba mi colonia ni mi calle, él
decía que vivía en San Mateo; solo el neurólogo sabía cómo
tratar a papi. Me explicó que tenía demencia senil y que por lo
delgadito de las venas ya no le irrigaba la sangre al cerebro. Se
le arregló lo del Seguro Popular porque en una ocasión se nos
enfermó fuerte del estómago y por si se ocupaba internarse.
En diciembre del año 2010 mi papá enfermó de neumonía;
hubo necesidad de internarlo en el hospital Metropolitano. Nos
turnábamos mis hermanas y yo para cuidarlo; se salvó de morir
pero no se salvó de que le hicieran el agujero en su pancita
para alimentarlo por sonda, pues su enfermedad lo había
paralizado de su garganta. Mi hermana Tere se resistía a que le
pusieran la sonda en su estómago.
Estuvo veintiún días internado. Cuando nos lo entregaron, a
la semana que fui a ver a mi hermana, ella tan fuerte de
carácter, empezó a llorar y me decía que Elías, su marido, le
había llevado pan de dulce y le daba tristeza ver que papi ya no
podía comer. Lloramos juntas. Desde que nos lo entregaron,
cada ocho días no le fallaba yo a mi hermana, allá dormía yo
con ella para ayudarle con mi papá.
Mi hermana tenía miedo de darle alimento y le daba puros
„Ensures‟, pero a mí me dijeron de una dieta que era pechuga
de pollo y yo le agregaba manzana, nuez, galletas María y le
ponía calcio y todo lo licuaba en un litro de leche y con el
caldo de la pechuga, de esa forma yo le ayudaba a mi hermana
para alimentar a mi papá. Al principio mi hermana sí le notó
cambio, pero de poquito en poquito mi papá se iba
consumiendo; y yo no me quería enfrentar a la realidad.
El último viernes que estuve con él, le corté sus uñas, y le
llevé un Cristo pero él ya no podía sostenerlo en sus manos.
Me despedí de él diciéndole que el lunes iba yo a cuidarlo,
pero falleció el domingo. Mi hermana se comunicó con
Maricruz, pues yo no me encontraba en la casa porque me tocó
estar con Thomas en la Tolteca, apenas Maricruz hablo con él
y de inmediato me llevó a San Mateo para que yo me
despidiera de mi papá.
Al día siguiente nos fuimos a la capilla y ahí sí me
acompañaron mis hijos. Grande fue mi sorpresa cuando
202
Thomas llegó con su familia. Ese mismo día sepultamos a mi
papá. Tiene cuatro meses que falleció y todavía no puedo con
esa pérdida, no puedo ir a San Mateo a visitar a mi hermana
Tere y a mi hermano Ramirín, porque ya no está mi viejito y
eso me tiene triste.
Cuando vino lo de mi separación, la decisión de querer
conocer un hombre para empezar de nuevo sin importar el qué
dirán, ha sido para mí muy interesante. Mi búsqueda era o es
encontrar un hombre que me ame, que me apapache. Quiero
sentirme protegida. Conocí a uno y me di sin pedir nada a
cambio; volví a sentirme viva, pero ahorita estamos
distanciados. No me quedó claro si yo la regué, o a qué se
debió el cambio de él.
Desde el 27 de abril me fui a servir a un retiro y las cosas
estaban bien, pero a mi regreso tal vez tenía que ser paciente y
esperar en la casa a que él viniera a buscarme y no ir a
buscarlo. Le he estado rogando en mensajes diciéndole que le
hice más bien que mal, pero nada de lo que le diga lo ha hecho
cambiar conmigo. Yo me he conformado con el hecho de que
me contesta el teléfono pero le hablo y le hablo sin tocar el
tema de por qué el enojo. Tal vez yo sacándole la vuelta a lo
que me pueda decir.
Hubo una plática por parte de él y me dijo que estábamos
distanciados. Me ha hecho sentir mal cuando le propongo que
si nos vemos y me contesta: “¿Qué me ves?”. Ya me lo había
dicho en una ocasión algo tomado, y ahora me lo dice cuerdo.
No entiendo a este Thomas; dejó de ser el hombre al que yo me
entregué por amor. En una ocasión le comenté: “Adán me
pregunta por ti” y me respondió: “pero le dijiste que me
soltaste la rienda”. No sé por qué me dijo eso. No quise
preguntar por temor a su respuesta. Le mandé un mensaje
diciéndole que ya no le iba a rogar.
Él se agarró de cualquier cosa para dejarme, porque tal vez
yo nunca lo iba a dejar y le menciono en el mensaje que voy a
encontrarme conmigo misma; y mientras que él disfrute y que
goce ahora que está libre, porque una mujer ocupa sentirse
querida, amada, segura y útil.
203
Me invitaron a vivir un retiro… necesitaba tener paz, y en
ese retiro me dieron mucho amor: todas las servidoras, algunas
conocidas, otras amigas. Fue una experiencia maravillosa. Sigo
yendo a reuniones de la iglesia para prepararnos ahora para
servir. Una hermana que fue a vivir el retiro me hizo un regalo
de una crucita y me dijo: “¡Hermana, de Roma para ti!”. Otra
hermana se acercó y me dijo: “¡que nunca se te borre la
sonrisa!”. Cuando llegamos de ese retiro otra hermana me dijo
“¿te puedo dar un abrazo?”. Eso nunca se olvida.
Tomé un curso que se llama “El Guión de mi Vida”. La
maestra Sandra nos lo impartió y ahí volví a encontrarme con
amigas que había yo dejado de frecuentar; formamos un buen
equipo. Fue en septiembre de 2009, me sentí bien y me gustó
mucho. Fue para mí emocionante participar, tenía muchas
ganas de aprender.
De ahí siguió el diplomado en diciembre de 2010, pero
ahora en Monterrey. Empezamos a ir la clase “Tejiendo
nuestra Vida”, nos lo impartía la maestra Dariela. Recuerdo
que cuando fue mi cumpleaños yo no esperaba que la maestra
me tuviera un regalo. Me acuerdo que me pidió la pluma y me
quitó la libreta y empezó a escribir; nunca imaginé lo que iba a
escribir, me puso una notita que decía así: “Por bonita toda tú.
Vale por una beca en el resto del diplomado. Cariñosamente,
Dariela”. Todo mi agradecimiento para ella, pues el curso es ya
algo muy mío; los temas, el tomar apuntes, las dinámicas…
estoy contenta con cada una de las muchachas porque
formamos un muy buen equipo.
Gracias a cada una por escucharme, por ser pacientes, por
consolarme, por llorar conmigo, por quererme, las quiero
mucho a todas.
Para mí fue muy intenso lo que vivimos, lo que aprendimos
en este diplomado. Gracias, maestra Dariela.
Mi papá murió en paz porque su hijo se encontró una
compañera, fueron sus propias palabras.
204
Mis enredos - Madre Teresa
Mis primeros años me tocó vivirlos con mis abuelos
maternos porque en ese tiempo mamá tuvo cuates y cuando
ellos nacieron yo tenía apenas un año cinco meses y ya éramos
ocho hermanos en total; la mayor tenía once años y ella
ayudaba con los bebés y mis otras hermanas ayudaban en la
casa.
Mi mamá en ese tiempo puso un negocio, ella lo atendía
con mis hermanas, porque mi papá tenía su trabajo que
consideraba bueno y que vivíamos bien pues no nos faltaba
nada, pero ella quería vivir mejor. Eso complicó la situación
familiar, había muchas cosas que atender: el negocio, los
cuates, la casa… y como yo era muy enfermiza, mi abuela
materna le sugirió a mi mamá que yo fuera a vivir con ellos,
mientras se adaptaban las cosas. Y así ocurrió.
Me acostumbré a vivir con ellos, debió de haber sido muy
bonito porque yo era el centro de atención, allá también la
familia era grande, ocho tíos y tres tías, y todos eran jóvenes y
yo pequeña, había mucho movimiento, uno eran estudiantes y
otros trabajaban, yo estaba muy contenta pero... se casó mi tía
que era con la que yo coincidía y convivía más, entonces la
casa ya no me pareció igual y me di cuenta que yo tenía una
familia.
Antes mis padres y mis hermanos me visitaban y querían
que regresara a casa pero yo no quería, me resistía, pero ya que
se casó mi tía yo si quería volver aunque ya no sabía cómo
decirles. Ahora yo sentía un vacío, mis tíos eran grandes y ya
no querían jugar conmigo, una de mis tías quería que yo fuera
a una escuela de Monterrey y a mí no me parecía divertido,
entonces cuando uno de mis tíos se casó y a la fiesta asistieron
mis papás yo ya no quise regresar con mis abuelos y me fui
con mi familia.
En ese tiempo mi mamá estaba embarazada de mi hermano
más pequeño, y yo me quedé a vivir con ellos pero sentía que
no me adaptaba, me sentía desconocida entre ellos, y a ellos yo
les parecía chiflada, hasta mi mamá decía que era llorona. Y la
205
situación familiar era ya muy complicada y de mucho trabajo,
pues mi mamá atendía el negocio y al hijo más pequeño, para
ese tiempo ya mi papá dejó su trabajo y vino a atender junto
con mamá el negocio.
Yo, al ver tanto problema, decidí irme con mis abuelos
paternos, y así comía en un lado o en otro, pues ellos vivían
cerca de mi casa; sin embargo, me sentía como una pieza
suelta de rompecabezas, no encontraba mi lugar.
Al saber mis abuelos que ya mi iba a quedar ahí, mi tía y mi
abuelo comenzaron a hacerme mi colcha y de esa manera yo
sentí que tenía una casa, un lugar seguro para mí. Eso
complicaba un poco la relación con mi madre, ya que ella
seguía pensando que yo era una chiflada, porque al entrar a la
escuela yo quería que ella me ayudara con las tareas escolares
pero siempre estaba muy ocupada. Y quien me podía apoyar
era mi tía; de hecho, yo era muy bien portada en la escuela
pero pasaba desapercibida, me era difícil hacer las tareas
además de que siempre quería jugar primero y luego hacer la
tarea.
En tercer año todavía no podía aprender a leer pero nunca
me reprobaron, yo me la pasaba orando para que no me
pasaran a leer; y cuando me tocó ir al catecismo, tuve la suerte
de que en ese tiempo vinieron misioneras y me tocó una madre
que nos explicaba que Dios escuchaba muy particularmente a
los niños y, ya sabrán, tuve a Dios muy ocupado: le pedía por
mí, por mi familia y todo lo que creía que necesitaba, y por lo
que necesitaban los demás, llegó un momento en el que rezaba
como cuarenta padres nuestros y cuarenta aves marías… hasta
que me cansé, y me dije: “que cada quien rece y pida por lo
suyo, yo tengo que jugar”.
La vida me ha dado muchas oportunidades, porque a pesar
de que solamente estudié la primaria, los empleos me
buscaron, así tuve la oportunidad de trabajar a los 16 años en
un taller de costura donde se hacía ropa de caballero, de
diseños originales. Trabajé como asistente del diseñador con
sastres y costureras de mucha experiencia y de alta costura.
Ahí aprendí mucho y tomé mucha experiencia, más adelante,
ya casada estudié corte y confección, y le saqué mucho
206
provecho, ahora estoy retomando esa actividad que me gusta y
creo que soy muy buena en ello.
En algún tiempo también trabajé como cajera, y como
vendedora, en esas actividades tuve mucha ganancia
económica. A los 22 años me casé con un maravilloso hombre
que era bueno, trabajador, inteligente, y a los dos años de
casada nació mi primer hijo. Tengo tres hijos que me hicieron
y me hacen la mujer más feliz del mundo, y yo con todo el
amor que les tengo, creo que son los mejores hijos, pero pienso
que pueden ser todavía mejores, ya que me faltó exigirles y
comportarme como madre, siento que fui más su amiga.
En algún tiempo convertí mi casa en un albergue, pues un
día llegaron dos mujeres con una bebé de días de nacida
buscando trabajo, necesitando quedarse porque a una de ellas
la golpeaba su marido, y así fui recibiendo personas…
Llegaban unas y otras se iban, de modo que sin darme cuenta
hice de la casa un albergue pero no lo hice sola, ya que mi
marido me lo permitió, hasta que un día llegó una chica muy
golpeada y el marido llegó después armado. Me fui a la iglesia
y pedí ayuda al padre y me dio la dirección de Alternativas
Pacíficas. En ese momento juré a mi marido y a mis hijas que
ya no lo iba a hacer.
Pasaron algunos años, hubo un huracán y tocaron a la
puerta. Buscaban a mi vecina, pero como ella no estaba volví a
recibir en mi casa a una persona: era una doctora que por las
lluvias no podía regresar, le busqué la manera para que ella
regresara por su familia. Y la vida continuaba, y yo iba por ella
queriendo resolverles los problemas a los demás, a todo el que
encontraba en mi camino.
Cuando teníamos 28 años de casados, mi esposo falleció,
dos meses después de la boda de mi hija. Él para mí fue un
protector, era buen hombre y buen padre. Al faltar él, yo sentí
una responsabilidad muy grande, entendí muchas cosas que él
hacía por la familia, y yo no las valoraba, así como entendí
también por qué no hizo otras que le pedía. Pero también me di
cuenta de que yo podía hacer muchas cosas de las que no me
creía capaz, aprendí con él muchas, muchas habilidades porque
yo era su "ayudante" en el mantenimiento de la casa y ahora yo
207
me encargo de ello, lo hago junto con el apoyo de mis hijos,
pero para él va mi agradecimiento total.
Se casaron mis otros hijos y yo sigo creyendo que soy
indispensable para ellos, necesito verlos todo el tiempo, saber
de ellos, aunque ahora creo que me ocupo de ellos para no
responsabilizarme de lo que me toca hacer, es una forma de
evadir.
Ahora reconozco que traté de evadir la escritura de mi
historia y no sé si era porque la quería hacer perfecta, o porque
no quería ver mi realidad. Mucho tiempo estuve asistiendo a
terapias porque pensaba que mi vida era muy complicada pero
ya no me parece que es así, ahora creo que fui privilegiada al
asistir al grupo de Tejedoras, pues me permitió verme y darme
cuenta que soy muy bendecida, y que no había visto todas las
cosas lindas que tengo.
Quiero a toda mi familia, adoro a mis hermanas, a mi mamá
y por supuesto a mis hijos y mis nietos. Quiero agradecer a la
vida, quiero agradecer al grupo de Tejedoras, ya que para mí es
muy importante; suelo ser olvidadiza pero asistir a ese grupo
casi nunca lo olvidaba, cuando falté fue porque realmente no
podía ir. Ahora trato de hacer mi vida más fluida, si veo trabas
y las puedo quitar, las quito; si no, las brinco y sigo adelante.
Ahora me siento más animada para realizar actividades que
había dejado de hacer, y hay un respeto muy grande hacia mis
hijos, para que ellos decidan su vida según lo deseen. Dariela
me hizo ver mi soberbia, cómo yo sentía que al ayudar,
arreglaba vidas, pero ahora capto que no arreglaba la mía.
Cada vez que me quiero involucrar en asuntos que no me
corresponden, analizo si de veras me toca o no.
Desearía volver a tomar este Diplomado para continuar en
este proceso de ser yo, auténtica y honesta conmigo misma,
algo que me cuesta trabajo, pero ya lo estoy haciendo, y
además quiero seguir dejando que mis hijos tomen las
decisiones que consideren buenas para sus vidas, quiero
respetarlos y acompañarlos amorosamente en su camino.
208
Mis secretos – Currumina
Comenzaré mi historia: tengo cinco años de edad, a partir
de ahí vienen mis recuerdos dolorosos y los que marcaron mi
vida.
Les contaré episodios que venían a mi mente una y otra vez.
Esos recuerdos los llevé por muchísimos años guardados en el
inconsciente sin querer sacarlos nunca y creo que cada
acontecimiento que había vivido en mi niñez me siguió
afectando cuando fui adolescente, luego ya de adulta e incluso
hasta hoy, porque cada acontecimiento que yo vivía en mi
presente, me transportaba a mi niñez, hacia esos días
dolorosos... y una sensación de abandono, de miedo y angustia
venían a mi mente.
Primer recuerdo: Abordando un autobús en Monterrey
rumbo a Estados Unidos. Mi madre, mi tía Susana y yo; voy
llorando todo el camino porque mi madre no permitió que yo
me sentara con ella, iba yo sola con una persona extraña... y mi
madre atrás con mi tía Susana. Esa sensación la llevé siempre
conmigo: el que no permitiera que yo estuviera con ella.
Segundo recuerdo: Llegando a la central de Rosenberg,
Texas en la madrugada... esperamos que amaneciera y llegó mi
abuelo paterno por nosotras, nos llevó a donde vivía mi papá y
recuerdo muy claramente que dijo: “Ahí vive Inés...”. Nos dejó
solas y se fue con mi tía Susana; entonces me dice mi mamá:
“ve, toca, y pregunta por tu papá”.
Yo me dirijo a la casa y toco, abre la puerta una mujer y al
abrirla veo a mi papá sentado con una mujer en el regazo de él,
cuando me ve se levanta y se dirige hacia mí, me carga y me
pregunta: “¿con quién vienes?”, yo volteo y señalo a mi mamá;
llegamos hasta donde estaba ella y empiezan a discutir muy
fuerte.
Mi pregunta fue: ¿Por qué si mi mamá sabía que mi papá
vivía con una mujer, por qué me mandó a mí a tocar la puerta?
A veces no nos damos cuenta de los errores que cometemos
con nuestros hijos y que esos recuerdos nos marcan por el resto
de nuestras vidas.
209
Tercer recuerdo: Me veo en casa de mis abuelos paternos.
Ahí conocí la triste realidad de la indiferencia que tenían hacia
mi madre y hacia mí. Entro a casa de mis abuelos y observo
fotos y más fotos de todos, de mis tías, tíos, primos pero
ninguna de mi madre, mi padre, mis hermanos, ni mía; no
entendía en ese entonces, pero comprendí más tarde a medida
que fui creciendo.
Ese recuerdo lo registré en el archivo de datos de mi mente,
nunca se me olvidó la sensación y el sentimiento. No entendía
por qué a nosotros no nos querían si también éramos sus
nietos, y muy parecidos a su familia. Ahí viví un sentimiento
de rechazo por parte de mis abuelos desde que era muy niña;
mi rencor hacia ellos cuando crecí se hizo más grande...
¿Cómo le pides a alguien que te quiera y que te busque, cuando
creces con esos recuerdos clavados en tu corazón? A veces la
gente adulta no entiende que lo que es normal para ellos para
una niña no lo es.
Cuarto recuerdo: Me veo caminando por la carretera, mi
madre llorando y yo de su mano; caminamos como una hora
hasta que nos alcanzó mi padre en su carro; mi mamá se había
enojado con mi tía Ramona (hermana de mi papá), pues
vivíamos con ella los tres. De nuevo nos lleva a casa de mi tía
y se meten en la recámara y yo me voy a jugar al patio; cuando
empecé a oír gritos de mi mamá, corrí hacia el cuarto pero
estaba cerrado, mi papá golpeando a mi mamá, yo gritando y
llorando al escuchar a mi mamá gritar; hasta que llegó la
policía y se llevó a mi papá y a mi mamá al hospital
inconsciente; yo me quedo con mis primos...
A los dos días me llevaron a ver a mi mamá. Aún recuerdo
su cara toda hinchada, sus ojos y labios parecían que se querían
reventar... Al verme me abraza y empieza a llorar, y yo igual.
Esa sensación, ese dolor de impotencia de tener solo cinco
años y no poder defender a mi madre era horrible, yo amaba a
mi madre y me dolía verla así.
¿Cómo es posible que los adultos no sepan el dolor tan
grande que es pasar por esas situaciones? No comprendo a
ninguno de los dos; mi madre por permitir que la humillaran,
no quererse un poquito, o no comprender el dolor de hacer
210
pasar por esa situación a una niña de solo cinco años; y mi
padre... ¿por qué no alejarse de nosotros si no la quería?
Mi pregunta de siempre fue: ¿Por qué nada más con ella era
agresivo? Pues cuando uno quiere a una persona no la trata
así... con mis hermanos y conmigo no lo era. No era muy
amoroso pero los pocos recuerdos que tengo de él son bonitos,
al menos el tiempo que viví con ellos dos nada más.
Quinto recuerdo: Me veo en una casa... ya sólo los tres, no
muy grande pero bonita, muchos juguetes, casitas de
muñecas... aún recuerdo la cocina y cada centímetro de la casa.
Lejos de mis abuelos y mis tías en Rosenberg, Texas. Tengo
ese recuerdo por dos motivos: veo a mi mamá nerviosa porque
ya no tardaba en llegar mi papá y ella ya estaba preparando la
cena, tortillas de Maseca.
Ese olor de la Maseca me conecta a esa escena, dice mi
madre: “Cuando llegue tu papá y se meta a bañar le pones este
polvito en sus zapatos, m’ija, que no te vea”; era una bolsita de
plástico con un polvito rosa y también tenía un cuernito
chiquito debajo de la almohada.
En ese entonces yo no entendía, pero ahora sé que era para
que él cambiara, pero eso nunca pasó... Ese recuerdo lo registré
también porque empezaron a discutir, no sé por qué, pero
empezó a golpearla de nuevo y yo saltando, gritando y
llorando... Mi mamá en el piso, toda ensangrentada, hasta que
los vecinos hablaron a la policía y se llevaron de nuevo a mi
papá a la cárcel y se repitió la historia... Pero en esa ocasión mi
mamá queda inconsciente y se la llevan al hospital, a mí me
recoge la vecina; me quedo sola sin ningún familiar, yo era una
niña de tan sólo cinco años... Ahora me pongo a pensar en el
peligro en que a veces sin pensar nos exponen nuestros padres
por aferrarse a alguien que no valora y ni ama... ¡No es justo!
A los días siguientes me veo en la cárcel viendo a mi papá
llorando y pidiéndole perdón a mi mamá...ella firma y él sale,
nos fuimos a nuestra casa.
Esos recuerdos y esas sensaciones que viví en esos días, son
las que venían a mi mente una y otra vez, cuando en mi vida
presente tenía algún problema, es horrible.
211
Sexto recuerdo: A mi madre le gustaba mucho cantar... La
recuerdo llorando con una canción en especial, una de José
Alfredo Jiménez que va más o menos así:
esta casa la compro para que jueguen mis hijos, con la luna
yo quisiera que Dios los ilumine...
Sería que se acordaba de mis hermanos que estaban muy
lejos de nosotros, no sé la verdad, pero esa canción me marcó a
mí, porque cuando yo la empezaba a oír de adulta mi mente
volaba y la escena venía a mí: mi madre llorando con un
sentimiento de tristeza. El oír esa canción me provoca un
sentimiento de dolor, tanto que al casarme mi esposo tenía ese
cassette y cuando lo ponían, yo me iba y me escondía a llorar.
Yo estaba embarazada y nunca le expliqué a mi esposo...
nada más le decía: “Ya no pongas esa música, no me gusta”, y
como él no sabía nada, nunca se percató de ello; hasta que
nació mi hijo el mayor... cuando mi niño, de recién nacido, oía
esa canción lloraba con mucho sentimiento y hacía pucheros,
se la quitábamos y dejaba de llorar. Los demás preguntaban:
“¿por qué llora?”, y yo sí sabía pero ellos no, hasta que un día
les tuve que contar. Mi esposo jamás la volvió a poner y me
preguntó por qué nunca le compartí la verdad, pues él hubiera
tirado el cassette.
Séptimo recuerdo: Este recuerdo viene en dos ocasiones...
en la primera: me despierto en la noche, no sabría decir qué
hora era, me levanto y voy a la cocina, recorro toda la casa y
no había nadie, prácticamente estaba todo a oscuras; lloro tanto
que me quedo dormida de nuevo. Recuerdo esa sensación de
miedo, angustia, mi corazón latiendo fuerte y un sentimiento
de abandono. No comprendo los errores que cometió mi madre
conmigo; llega un momento irracional de amor hacia un
hombre de tal manera para hacer eso, de dejar sola a una niña y
no pensar que me pudiera suceder algo, y no fue una vez,
fueron varias veces.
Octavo recuerdo: Mi mamá había estado en un hospital, no
porque mi papá la hubiera golpeado sino porque se puso mala
y yo quedé encargada con la vecina. Mi mamá llegó sola, me
recogió con la vecina, fuimos a la casa, agarró la maleta, le
pusimos ropa y nos llevaron a la Central. No conocía a la
212
persona que nos llevó; tomamos un autobús rumbo a
Monterrey... Entonces yo ya tenía seis años y yo le preguntaba
por mi papá, pero ella nada más lloraba y me abrazaba, me
dijo: “ya nos vamos con tus hermanos y tu abuelita, m’ija...”.
Yo estaba feliz, en ese entonces no entendía... pero después mi
abuelita me explicó que mi papá la quería operar y ella huyó
conmigo a escondidas de él, porque oyó a mis tías decir que los
doctores le dijeron a Inés y a mi padre, que ella podía quedar
en la plancha porque tenía algo en su corazón, que podía morir
y de todos modos mi papá quería operarla...
Ella padecía bocio ya muy avanzado, sus ojos saltados y su
cuello como hinchado y abultado... tenía treinta años nada más;
llegamos como en febrero y en mayo de ese mismo año
falleció de un infarto. Ahí le agradecí a mi madre el haber
tomado conciencia para poder ver la triste realidad de mi padre
y el haberme puesto a salvo. ¿Qué hubiera sido de mi vida si
yo hubiera crecido con la familia de mi papá?
Noveno recuerdo: Uno de los más dolorosos y más tristes
de toda mi vida. Acostadas mi madre y yo en la misma cama,
mis hermanos en otra enseguida de la de nosotras, era de
madrugada... mi mamá empieza a ahogarse, no puede respirar
y hacía muy feo, mis hermanitos y yo gritando y llorando, mi
abuelita le grita a mi hermano el más grande: “¡Corre con tu
tío!”, pues él vivía a una casas de la de nosotros... a los pocos
minutos mi madre abraza a mi abuelita y no la suelta y yo
escucho que alcanza a decir: “¡Mis hijos!”... y mi abuelita
responde: “no te preocupes mi amor, yo los cuidaré...”. Ahí es
cuando ella muere.
Ver a mi hermanito de cuatro años llorar me partía mi
corazón, yo tenía seis y mi hermano, el mayor, siete... ese
recuerdo jamás se me olvidará.
Veo a mi papá muy elegante, nos abrazaba y lloraba... yo le
empecé a tener mucho odio a mi papá, mis hermanos no,
porque ellos no vivieron lo que yo viví con él, de cómo
maltrataba a mi mamá. Él empieza a alegar con mis tíos y con
mi abuelita respecto a que nos va a llevar, pero mis tíos
empiezan a discutir y mi abuelita le dice de buena manera:
“déjamelos, están muy chicos”, y es como accedió a dejarnos
213
con ella. Yo me sentía protectora de mi hermanito de cuatro
años, lo cuidaba mucho, así crecimos junto a mi abuelita... era
tan grande su amor hacia nosotros y el de mis hermanos, que
mis recuerdos, de lo que yo viví con mi padre y mi mamá,
desaparecieron, se bloquearon.
Mis hermanos y yo nos peleábamos como cualquiera, pero
mi abuelita nos leía cuentos, nos ponía a leer el periódico. Mis
tíos nos querían mucho; fuimos muy buenos para la escuela...
mi abuelita no batallaba con nosotros. Éramos muy queridos
por todos, mis tíos y tías; mi papá nos mandaba dinero mes a
mes para nosotros, nos mandaba juguetes y ropa con mi abuela
y mis tías, hermanas de él.
De repente empezó a venir a vernos, él ya se había casado y
quería llevarnos con él... empezaron los pleitos de nuevo con
mis tíos, hermanos de mi mamá, pero esta vez no accedió, mis
tíos le dijeron: “Llévate a los niños, pero a la niña no te la
vamos a entregar”, y él aceptó.
Mi abuelita feliz porque no me llevaría a mí, mis hermanos
contentos porque les había traído muchos regalos y ellos
querían mucho a mi papá, no lo conocían como yo, pues jamás
pude platicarles lo que viví con mi mamá y él cuando
estuvimos en Estados Unidos porque mi mente se bloqueó. No
lo recordaba y la única que lo sabía con claridad ya no estaba
con nosotros, mi madre.
Yo les decía a mis hermanos llorando: “¡por favor, no se
vayan!”, pero ellos felices porque estarían con él... en cambio,
yo siempre rechacé a mi padre a partir de que murió mi mamá.
Ellos se fueron y yo me quedé con mi abuelita materna. Eso
fue lo peor que me pudieron hacer.
Me sentía muy sola, abandonada de la única familia que me
quedaba. He de decir que esto me dolió más que la muerte de
mi madre... sería el amor de mi abuelita y el de mis hermanos
que no lo sentía tanto. Sí lloraba por ella pero al lado de mis
hermanos era más tolerable el dolor de su ausencia, el no
tenerla a mi lado.
A partir de ahí es cuando empiezan mis problemas fuertes,
mi cambio de carácter: siempre enojada, callada, a veces con
miedo a estar sola, dormía casi abrazada a mi abuelita. Empecé
214
a arrancarme mi pelo para dormir, mis cejas y mis pestañas;
tenía fuertes cambios de humor. Si yo llegaba de la escuela y
mi abuelita no estaba en la casa, me ponía a llorar.
Mis recuerdos empezaron a venir de lo que yo viví con mis
papás en Estados Unidos. Esa misma sensación de abandono,
miedo, mi corazón latía fuertemente y mi abuelita se asustaba
tanto que ella empezaba a llorar también y me decía: “no
llores, mi amor, yo jamás te voy a dejar, solo salí a comprar
tortillas para comer las dos”; fue cuando poco a poco empecé a
decirle todo lo que había vivido con mi mamá allá en Estados
Unidos.
A veces amanecía contenta y de repente llorona, a veces
enojada ¡hasta con mi abuelita!, pero su amor me tranquilizaba
mucho, me abrazaba y me platicaba de cuando ella se casó con
mi abuelito y las travesuras de mis tíos hasta que se me pasaba.
Fue cuando ella me compró una mandolina y me metió a
estudiar música con un maestro que casi era ciego, ahí aprendí
a tocar ese instrumento y guitarra también; estuve en dos
estudiantinas de niños en la iglesia y después me pasaron a la
juvenil, porque era muy buena, pues yo sola sacaba las
canciones sin el maestro.
Mis problemas seguían, a veces fuertes y a veces leves. Mis
cambios de humor continuaron, mis pensamientos seguían
dependiendo del acontecimiento que yo vivía día con día;
duraron años conmigo: mis cumpleaños, día de las madres, las
navidades y año nuevo eran lo peor para mí, sufría mucho y
esos pensamientos no lograba sacarlos de mi mente; las
sensaciones de esos días de mi niñez las traía siempre
conmigo... si una amiga no me habló, si mis primas se
enojaban conmigo los traía a mi mente una y otra vez.
Era muy buena para la escuela y mi abuelita se sentía muy
orgullosa de mí; participaba en todos los bailables, estaba en la
escolta en la primaria y en la secundaria porque siempre fui de
las más altas del salón; mis calificaciones yo las recogía
porque mi abuelita estaba enferma de un pie, tenía una úlcera y
no podía ir... pero mis maestros me la daban a mí porque
siempre fui muy respetuosa, nunca una mala conducta porque
mi abuelita me enseñó muchas cosas.
215
Ella fue maestra de rancho donde vivió de joven hasta que
se casó con mi abuelo. Así trascurrió toda mi niñez, estudiando
todo lo que mi abuelita quería y así me entretenía. Estudié
tejido, danza folclórica, florería, gimnasia, juguetería, inglés...
terminaba una y ya me estaba inscribiendo en otra cosa. He de
decir que a mí no me gustaba nada de eso, más que danza, lo
demás no, pero lo hacía para complacer a mi abuela porque
ella me lo pedía con un amor que no podía decirle que no; yo
la amaba mucho, no sé qué hubiera sido de mi vida sin ella, sin
su amor.
Sufrí mucho porque mis recuerdos jamás logré borrarlos, no
era feliz y estaba enojada con la vida que me tocó vivir, pero
tuve momentos hermosos también. Los domingos eran bonitos,
cuando llegaban mis tíos, me cargaban, jugaban conmigo, les
enseñaba mis calificaciones y eran muy cariñosos... siempre
los hermanos de mi mamá comían con nosotras todos los
domingos; el mismo guisado de carne de puerco en salsa verde,
arroz y frijoles refritos, y para tomar, agua de limón.
Mi abuela a veces permitía que ese día tomara refresco, una
Coca Cola, que a mí me encantaba, pero siempre decía que los
refrescos eran malos, y como a ella le detectaron diabetes
cuando murió mi madre, se cuidaba mucho y logró controlarla,
pero yo desayunaba atole en las mañanas o chocolate y pan de
dulce, café sin azúcar (es fecha que todavía lo tomo así) o
chocolate calientito y muy espumoso. En la mediodía agua de
limón y en la noche era solamente té de hojas de naranjo,
canela, anís... todas las clases de tés.
Así transcurrieron mis etapas... A la edad de quince años
mis tíos y tías querían hacerme una fiesta y mi abuelita no
quiso porque ella sabía cómo iba a pasarla yo... así que sólo me
tomaron una foto con el vestido y ese día me la pasé llorando
porque recibí un ramo de flores y me dicen: “son para ti”, y
salgo... yo pensé que eran de mi papá, veo la tarjeta y eran de
mi vecina y su esposo, empecé a llorar y me puse muy mal
porque ni siquiera ese día me habían hablado mi papá y mis
hermanos, se habían olvidado. En una de las crisis que tenía,
rompía fotos de mis hermanos y de mi papá, por eso no tengo
casi ninguna de ellos, solo conservaba una foto: la que me
216
tomó mi abuelita de mis quince años con el vestido rosa; pero
luego la rompí en una de las crisis que tuve.
Recuerdo una Navidad en casa de mis tíos, estaban todos
reunidos celebrando el Año Nuevo y mi abuelita siempre se
percataba que yo estuviera cerca cuando dieran las doce para
abrazarme, pero ese día no estaba cerca de ella, dieron las doce
y empezaron abrazarse; yo buscaba a mi abuelita y no la veía y
todos abrazándose: mis tíos, mis primos... y yo me quedé sola
sin que nadie me abrazara, entonces salí corriendo de la casa,
llorando por toda la calle y mi abuelita empezó a buscarme
hasta que me encontró. Ese día no lo he podido sacar tampoco
de mi mente, la sensación de abandono la volví sentir y con
más fuerza. Desde ese día mi abuelita jamás se separó de mí en
esas fechas.
Mi papá empezó a no mandarme dinero, eso me lo tuvo que
decir mi abuelita... Al escribir esto tiembla mi mano al
acordarme de todo, pero tengo que sacar todo esto para yo
estar mejor, y quiero platicarlo para que sepan mis hijos y mi
esposo por todo lo que yo tuve que pasar, y que si en algún
momento hice cosas sin sentir, que me perdonen porque yo
soñaba con que algún día sería muy feliz y que todos esos
recuerdos que me perseguían en mi mente algún día podría
borrarlos por completo, aunque no los he logrado borrar, ya no
me lastiman ni me duelen.
He aprendido a vivir con ellos y sacarlos poco a poco
porque mi vida ya ha empezado a cambiar. Mi autoestima
siempre la tuve muy alta porque mi abuelita siempre me decía
y me repetía mucho: “tú nunca digas „no puedo‟ claro, di que
„sí‟, siempre vas a lograr lo que tú te propongas, eres muy
bonita y muy inteligente...”. La verdad sí era muy fuerte; me
inscribía sola en la secundaria, veía a mis compañeras con sus
mamás y eso me dolía mucho. En la preparatoria todos los
trámites los hice yo sola y en mi escuela de comercio
igualmente... claro, mi abuelita siempre echándome porras.
Pero quisiera que supieran que era muy mentirosa porque a
mis compañeras de secundaria y del comercio yo les decía que
mis padres habían muerto para que no me preguntaran nada. Y
cuando preguntaban “¿y tienes hermanos?”, hagan de cuenta
217
que apretaban un botón... me desmoronaba y empezaba a
llorar.
Siempre me consideré bonita y siempre fui la más bonita
del salón, siempre tuve pretendientes desde la primaria,
secundaria y preparatoria.
Como mi papá ya no me mandó dinero, mis tíos le daban a
mi abuelita dinero para las dos... pero ellos tenían mucha
familia, así que no pude estudiar la carrera que a mí me hubiera
gustado. Unos de mis tíos me dice: “M’ija, yo te pago la
carrera de comercio, los tres años... porque yo tengo muchos
hijos y no puedo darte para una carrera en la universidad”, y
otro tío me daba para los gastos, así que terminé la carrera de
secretaria contador con muy buenas calificaciones, tanto que
yo salí con trabajo de la escuela.
Cuando me recibí de la escuela, mi abuelita no me pudo
acompañar, estaba muy mal de salud... así que no fui a mi
graduación, nada más mis tíos me compraron el anillo y he de
decir que en una de mis crisis lo tiré a la basura.
Trabajé en una clínica, enfrente de un hospital muy
importante de Monterrey, era una clínica de especialidades y
yo empecé de recepcionista, tenía 17 años... Y así estuve hasta
que a los 18 años tuve un pretendiente que me mandaba flores
muy bonitas a la clínica, pero no tenía nombre, platiqué a mi
abuelita y me decía: “tíralas a la basura", que no las aceptara
porque si no traía nombre es que no quería dar la cara.
Hasta que una mañana me manda hablar el director de la
clínica. Fui y me invitó a sentarme, y me confesó: “yo soy el
que le manda las flores a usted, pues me gusta mucho, y si
usted quisiera yo le podría poner un departamento donde usted
quiera, y le daría muchas cosas... yo soy casado y jamás dejaría
a mi familia, pero yo la respetaría y si usted me permite la
llegaría a amar como se merece”.
Era una persona mayor pero muy simpático y guapo... yo
tenía 18 años, y me dio mucho miedo… salí temblando sin
contestarle nada. En la noche le platico a mi abuela y me dice:
“ya no irás al trabajo”, y ya no fui por mi liquidación. A los
dos días tenía una propuesta de trabajo: ser la secretaria de don
218
Armando Garza Sada, director general de Troqueles y
Esmaltes, y ahí estuve hasta que me casé con mi esposo.
Duré cinco años de noviazgo. A los tres años hablé con mi
novio y le dije que yo lo quería mucho pero que no teníamos
un futuro juntos, porque a mí no me gustaba el rancho y él no
se podía venir a vivir a Monterrey por su trabajo que por
mucho que yo lo amara, no sería feliz allá donde él vivía... así
que era mejor terminar y no hacerle perder su tiempo conmigo,
él no quería pero yo le insistí en que era mejor decirle la
verdad; a los dos días siguientes me trajo una propuesta: que si
en algún momento nos casábamos, viviríamos en Cadereyta,
cerca de Monterrey y de su trabajo. Así fue como accedí a
andar de nuevo con él hasta que nos casamos.
Tuve un noviazgo muy bonito, el primer día que me fue a
ver ya como novia, fuimos a un parque cerca de mi casa en
Monterrey. Me tomó de la mano y me dijo: “sé que algún día
tú serás mi esposa...”, y yo pensé: éste sí que está bien loco.
Llegué con mi abuelita y le dije: “güelita, este sí que está mal,
dice que se quiere casar conmigo, pero yo no quiero”, y me
abuelita me contestó: “date la oportunidad de conocerlo m’ija,
es un buen muchacho y sobre todo, yo conozco a su familia...
es de buenas familias”.
Las primeras citas no iba muy contenta, pero en una de esas
veces que me fue a ver me abrazó y sentí una sensación que
jamás se me va a olvidar, una sensación de protección, de tanto
amor... Siempre le he dicho a mi esposo que yo me enamoré de
él, de sus brazos, porque yo sentía una especie de protección,
como si me dijeran “yo jamás te voy a dejar, siempre estaré
contigo...”. Hoy creo que Dios me recompensó con mandarme
esta persona a mi lado, porque hasta el día de hoy sigue siendo
el joven de 17 años que conocí, que nada más faltaba quitarse
la camisa para que yo pasara... Jamás ha cambiado, sigue
siendo igual que cuando lo conocí: amoroso, tierno y cariñoso
conmigo.
Cuando fui madre:
Empecé a sentirme mal y las tías de Toño me decían que
estaba embarazada y yo les decía enojada que no, hasta que
tuve que ir con el doctor y me confirmaron que sí, que estaba
219
embarazada. Me asusté mucho, tuve muchos sentimientos
encontrados. No sabía si ponerme feliz o ponerme a llorar
porque pensaba: ¿y si va a sufrir lo mismo que yo? No quiero
que él pase por lo que yo tuve que pasar; en cambio, mi esposo
se sentía feliz, más meloso conmigo que de costumbre, no
quería que hiciera nada, me cuidaba mucho y me consentía y
su familia también contenta pues era el primer nieto que venía
en camino... creo que yo no estaba preparada para tanto amor.
Yo no era muy expresiva para demostrar cariño a nadie, ni
si quiera a mi esposo... me sentía muy rara. Todo mi embarazo
fue de alto riesgo porque yo vomité todo lo que comía durante
los nueve meses, hasta el agua la vomitaba. Así que cada dos
meses me internaban y me ponían suero con vitaminas, nada
más engordé nueve kilos; me sentía muy mal, me molestaban
olores, sabores... Hasta me pongo chinita al recordar esto, y es
que el doctor nos explicó que mi cuerpo rechazaba el producto
pero que el bebé estaba bien.
Cuando nació mi hijo y me lo pusieron en mi pecho fue la
sensación más hermosa que jamás he tenido. Empecé a llorar
de felicidad, era un hermoso niño, güero güero y sus ojitos
hermosos, peloncito, sus labios rojos, y le dije: “te juro que
haré lo imposible para que tú seas muy feliz”.
Mi esposo andaba encantado... decía que se parecía a mi
familia y a mí, creo que me fui enamorando más de mi esposo
por cómo era con mi hijo, ese era el padre que a mí me hubiera
gustado tener para mí, así que empecé a decirle “papi”... y es
fecha que aún le digo así.
Trascurrieron años y empecé a buscar libros y revistas de
cómo criar a un niño de un mes, de cinco meses, qué comida
darle, las papillas, cómo educarlo… porque no tenía a quién
preguntarle, aunque mi suegra se portó muy bien conmigo y
me ayudó mucho cuando mi hijo estaba chiquito; mi cuñada,
que era más chica que yo, me enseñó hacer mi primera sopa y
caldos... y después yo sola, comprando revistas de cocina; me
gustaba mucho, yo le hice todas las papillas a mi hijo y le
encantaban.
Yo pensaba: jamás voy hacer algo que pueda lastimar a mi
hijo, así que mi amor de madre fue tan grande que me olvidé
220
de la persona que estaba a mi lado: mi esposo. Para mí,
primero era mi hijo, jamás le he pegado solo lo regañaba de
vez en cuando. Pero mis problemas seguían, mis recuerdos
también, a veces amanecía enojada, otras llorona, eso sí, jamás
con mi hijo.
Me puse a pensar hoy que estoy escribiendo esto: que yo
estoy haciendo lo mismo que mi papá hacía con mi mamá, es
decir, me desquitaba con mi esposo, esto me cuesta aceptarlo
porque me duele mucho... el no valorar a mi pareja, por los
problemas que estaban en mi cabeza. Sin embargo, lo tengo
que decir porque quiero sacar todo para poder sanarme por
completo; el hecho de que él tuviera una mamá amorosa y unos
hermanos, la familia que siempre quise para mí, me ponía mal.
Tengo que reconocerlo, eso era algo que no toleraba y me
desquitaba con él. Así trascurrieron los años.
Cuando mi hijo cumplió cinco años, mi esposo me pidió
que tuviéramos otro hijo y que fuéramos a ver un especialista
porque yo jamás me cuidaba con nada y nunca salía
embarazada... yo siempre tuve la ilusión de una niña y acepté.
Fuimos a ver un especialista en fertilidad y nos dice que el del
problema no era él, era yo, pero que sí había posibilidades de
un embarazo... y empezamos con los estudios: unos eran
dolorosos y otros no tanto.
Pasó un año y medio y nada, hasta que decidí que ya no iría
con el doctor porque mi esposo era el que se ponía más mal, yo
veía que sufría y ya no fui. A los dos años y medio de que dejé
al doctor me empecé a sentir mal, de nuevo los mismos
síntomas de mi primer embarazo, fuimos y sí estaba
embarazada. Ahí sí me ilusioné, mi hijo y mi esposo estaban
felices, pero en ese embarazo tuve más problemas... durante los
nueve meses vomité, subí solo ocho kilos y tuve que hacer
reposo pues tenía problemas de retención, podía perder a mi
bebé.
Ya sabía que era una niña así que hice todo lo que el doctor
me dijo; me interné a las siete de la mañana de ese día en que
nació mi niña... pero no podía nacer, la verdad yo no sé lo que
es un dolor de un parto, porque a mí nunca me han dado, me
hicieron cesárea. Mi hija tenía el cordón enredado en su
221
pescuecito... luego sucedió lo mismo: me la enseñaron y me la
pusieron en mi pecho y lloré de felicidad al verla y lo mismo
dije: “te voy amar y a cuidar siempre y jamás te dejaré sola”.
Mi esposo estaba loco de felicidad con la niña. Cuando
llegamos a mi casa con ella ya le había arreglado su cuarto, su
cunita preciosa y su moisés... no sabía dónde ponerla, nos
volvimos locos con ella mi esposo, su hermanito y yo.
A medida que trascurrían los años tuve una especie de
sensación de que mi hija era yo, y la cuidaba con un amor...
que es fecha que todavía siento, eso le quiero dar, todo el amor
que el destino no me dio a mí. Fue cuando empecé a trabajar
en romper la cadena de mi descendencia para que mis hijos,
nietos y bisnietos no tuvieran que pasar por lo que yo viví.
Yo siempre le pedía a Dios que hubiera amor en mi familia:
en mis dos hijos, mi esposo y yo siempre; mis hijos crecieron
con un padre amoroso, protector, apapachador y consentidor
también, así que estuvieron rodeados de mucho amor y creo
que eso es muy importante para los niños. Mi esposo jamás les
ha gritado, ni pegado, yo era la que los regañaba y regañaba a
mi esposo pues él me decía: “déjalos, no les exijas mucho”,
pero claro, yo quería que fueran inteligentes, respetuosos, que
estudiaran... así que la mala del cuento siempre era yo, y mi
esposo siempre el que quedaba bien con ellos.
Mi niña hasta lo esperaba fuera del baño para que saliera,
no se desprendía de su papá cuando llegaba a la casa... Ahora
que ya están grandes y son lo que siempre soñé, sé que todo se
lo debo a mi esposo porque sin él, ellos no serían como son
ahora.
Mis problemas seguían a medida que crecían… Mis hijos
jamás faltándole al respeto a mi esposo, yo nunca he hecho
algo indebido... pero me enfoqué tanto en ellos que me volví
olvidar de mi esposo, ahora peor: me la pasaba comprando
libros y más libros y buscando ayuda donde quiera: asistí a
terapias grupales, individuales y nada.
Mi esposo me colmaba de regalos, viajé mucho con mi
familia, pero con él no porque trabajaba mucho, aunque me
animaba a que yo fuera con los niños a Miami, Disneyland,
Cancún, a muchas partes pero aun así no era feliz.
222
Hasta que una amiga muy querida me invitó a una entrega
de diplomas y asistí... no sé si fue el destino, Dios o
simplemente así estaba destinado mi primer encuentro con
Tejedoras de Juárez. Fui y me la pasé muy bien, aplaudí a mi
amiga por su diploma, la abracé y le dije que me dio mucho
gusto por ella, porque ella se superara y que eso era muy bueno
para cualquier mujer.
Después recibí la invitación a un curso-taller de Tejedoras...
asistí y me encantó. Empecé muy fregona, todas eran
desconocidas para mí, excepto mi amiga. A medida que
transcurría el curso me hice amiga de todas y muy queridas,
aprendí muchas cosas nuevas, capté que tenía sensaciones de
culpabilidad y de remordimientos porque veía lo equivocada
que estaba.
Mi cambio fue cuando empecé el diplomado, también en
Tejedoras, se me figuraba un laberinto en mi vida y en mi
alma. Fui descubriendo cosas hermosas y sensaciones
sorprendentes, a veces dolorosas, algunas otras escondidas
muy dentro de mi ser, que parecían no querer salir nunca, y a
medida que iba entendiendo que la felicidad no se encuentra en
las tiendas, ni en las personas, comprendí que mi felicidad
depende de mí y de nadie más... y empecé mi búsqueda.
Dios ya me había bendecido de muchas maneras, pero yo
no lo veía hasta que empecé el diplomado en Juárez. A medida
que avanzábamos en nuestras charlas en el grupo con mis
compañeras, empecé a ver con una lupa gigante y al oír sus
vivencias me sorprendí muchísimo. Empecé agradecer a Dios
por todo lo que me había dado; yo estaba tan enojada con Él
por todo lo que me había quitado de mi vida, que no veía a las
personas que puso en mi camino... estaba ciega, no lo veía y
lloraba tanto, sufría, por eso no veía lo que sí tenía a mi lado y
lo bendecida que era.
Mis problemas siguen pero ahora los veo de diferente
manera, aunque no niego que sigo esperando una llamada de
mis hermanos y de mi padre o una Navidad con ellos, ahora
pido: “Dios, cuídalos donde quiera que estén y bendícelos,
llénalos de amor y que sean tan felices como lo soy yo ahora”.
223
Entiendo que el que no me hablen por teléfono y no me
busquen no quiere decir que no me amen, porque yo hago lo
mismo: no los busco ni les hablo por teléfono y no por eso los
he dejado de amar y sé que ellos a mí tampoco. El destino: así
nos tocó vivir y punto, pero el cariño de hermanos siempre lo
llevaremos en nuestros corazones porque tuvimos una abuela
que nos enseñó el amor.
Tuve una especie de regresión de mi vida en ese diplomado:
de lo equivocada que estaba y empecé a trabajar en recuperar a
la persona más importante en mi vida, mi esposo, bendito Dios
que aún está conmigo y que todavía me pregunto cómo pudo
soportarme todo este tiempo, no lo entiendo, y lo más
importante: aún me sigue amando igual que siempre.
Yo he modificado muchas cosas en mi persona, y en mi
familia vieron el cambio, sobre todo mi esposo, tanto que él no
quería que faltara a Tejedoras ningún miércoles.
¿Qué más les puedo decir?... sigo con problemas pero ya no
me afectan los pensamientos de mi niñez, estos han
desaparecido. Ahora, antes de criticar, me pongo en el lugar de
las personas. Ya curé cada herida de mi niña interna, ahora ella
sabe que la amo y que la amo muchísimo, disfruto estar sola,
amo mi soledad, agradezco todos los días por despertar y ver a
mis hijos y a mi esposo a mi lado... Tengo muchos proyectos
con mi esposo en los años que me queden de vida; voy a
recuperar el tiempo perdido, nunca es tarde... ahora sé que
enfrentarnos con nuestros miedos es la única forma de
trascender.
Hay una frase que se me quedó muy grabada de mi maestra
del diplomado, Dariela Dávila, cuando yo le decía algo ella
contestaba: “¡Ah! ¿Eres adivina o qué?” ¡No sabía! Ahí
entendí que todo estaba en mi cabeza: yo me suponía las cosas,
que mi mente las inventaba y yo las hacía realidad, y ahora la
pongo mucho en práctica con mi hija, preguntándole: “¿eres
adivina o qué?” y me dice: “¡Ay, mami, no!”... y yo le repito:
“no adivines lo que no es”.
Le agradezco de todo corazón por hacerme ver todo esto, a
mis compañeras hermosas pues sin su ayuda jamás podría
haber descubierto esto tan hermoso para mí. Valoro nuestras
224
pláticas: a veces llorábamos y otras nos sorprendíamos de
muchas cosas de nuestro pasado y de nuestros padres, pero
siempre fueron muy amenos nuestros encuentros de todos los
miércoles.
Hoy tengo 52 años y mis proyectos de vida son: seguir
corrigiendo y aprendiendo cosas nuevas; creo en el destino y
en la intuición, me voy a dejar guiar por ella. Una de mis metas
es acompañar más a mi esposo a la hacienda donde tengo una
casita chiquita. Ya dejaré de preocuparme y estar tan al
pendiente de mis hijos. Creo que los hice tan independientes y
fuertes y los enseñé por si en algún momento de mi vida yo
falto, sé que ellos saldrían adelante solos; ahora me dedicaré a
consentir, apapachar y demostrarle a mi esposo lo mucho que
lo amo.
Ya no lloraré por lo que no tengo, y sí voy a luchar por lo
que tengo en mi vida.
Mi historia me hizo comprender y agradecer a mi esposo,
sin su amor yo no hubiera logrado esto ni tendría esos hijos
maravillosos.
225
Mujer inquebrantable – Sol y Mar
Me llamo Sol y nací una tarde lluviosa de septiembre de
1959. Soy la sexta de once hijos.
Mamá me platicaba que un tío paterno me sacaba a pasear
todas las tardes al salir de su trabajo. Yo tenía un año de edad y
me dice mamá que cuando se llegaba la tarde, yo me empezaba
a poner inquieta, llorona y necia y ella me empezaba a arreglar
para esperar a mi tío.
Él comentaba que le gustaba sacarme a pasear porque le
decía la gente que parecía una muñeca con la tez blanca y el
cabello rizado y él se sentía muy orgulloso de que fuera su
sobrina. A mis papás les decían que si yo no era su hija porque
estaba muy bonita y no me parecía a mis demás hermanos, que
eran aperlados o morenos de su piel.
Soy la segunda hija que nació en una clínica en Monterrey
porque mis otros cuatro hermanos nacieron en el rancho con la
ayuda de una partera. Platicaba mi mamá que por ese tiempo
vivíamos en Monterrey en una vecindad y luego nos
cambiamos al municipio de Guadalupe, al fraccionamiento
Cerro de la Silla. Yo tenía cuatro años y era una colonia muy
alejada de la ciudad y no tenía muchos habitantes.
Éramos pocas familias, no había tiendas y había mucho
monte por todos lados, pero mi mamá ya no quería vivir en
aquella vecindad pues a uno de mis hermanos le afectaba vivir
allí porque tenía reumatismo y el doctor le dijo a mi mamá que
mientras no se saliera de la vecindad, el niño no se iba a curar.
Entonces decidieron comprar terreno en esa colonia tan alejada
pues era para lo que el presupuesto de papá alcanzaba, así que
construyeron la casa con dos recámaras, sala, cocina y un gran
patio.
Ahí transcurrió mi niñez hasta que cumplí seis años, lista
para entrar a la escuela primaria, sólo que la escuela estaba
muy lejos de donde vivíamos y nos tardábamos caminando,
aproximadamente una hora en llegar a la escuela.
Yo tenía mucho miedo de estar en mi grupo sola, sin mis
hermanos, y cuando se descuidaba la maestra me salía del
226
salón y me regresaba a mi casa. Me venía caminando detrás de
una vecina que iba al molino que estaba junto a la escuela, pero
cuando llegaba a la casa mamá me regañaba o me golpeaba y
me decía que para qué me venía, que me podía pasar algo en el
camino, que yo estaba muy chiquita y ella se asustaba.
Así pasó como un mes que yo me regresaba cuando mamá
me mandaba a la escuela hasta que ella decidió sacarme de la
escuela para no arriesgarme. Volví a entrar a la escuela
primaria hasta que tenía siete años. Para ese tiempo ya habían
hecho una escuela primaria ahí en la colonia donde vivíamos.
Así transcurrió el tiempo hasta que acabé mi educación
primaria a los trece años.
Recuerdo de mi niñez, cuando tenía ocho o nueve años, que
todos nos sentábamos en el patio de mi casa alrededor de mi
mamá y ella prendía lumbre con leña cuando se nos acababa el
petróleo. Nos hacía tortillas de harina por la mañana para
almorzar antes de irnos a la escuela y por la tarde también las
hacía para cenar, pues cenábamos muy temprano (a las 5:00
pm).
De aquella casa salían aromas muy ricos, tanto que las
vecinas se acercaban y le decían a mi mamá: “oiga, huele muy
bonito”, y mi mamá les regalaba una tortilla para que la
probaran. Y después de cenar nos salíamos a jugar, mis
hermanos y yo, con los niños vecinos de la misma cuadra; y a
veces que se iba la luz eléctrica nos iluminábamos con la luz
de la luna y una vecina nos contaba cuentos.
Mientras mi mamá estaba dentro de mi casa remendando
ropa, lavando o planchando, (siempre tenía mucho quehacer),
nunca la escuché quejarse de que era mucho trabajo. También
recuerdo a mis hermanas mayores ayudándole a mi mamá en la
cocina, otra en la limpieza y otra cosiendo ropa a máquina para
nosotros, sus hermanos los más pequeños. También recuerdo
aquellos viernes, días de pago, cuando mi papá llegaba con una
bolsa de cuatro manos llena de plátanos para nosotros y a los
dos hermanos pequeños les traía chicles.
Los domingos almorzábamos pan francés con mantequilla o
pan dulce y chocolate, y en algunas ocasiones barbacoa o
menudo. Mi papá antes de irse a trabajar de mesero, que era su
227
segundo trabajo entre semana o el fin de semana en el día, nos
daba nuestro domingo: veinte centavos a cada uno de mis
hermanos.
Recuerdo también cuando mi abuela materna venía de
Estados Unidos de visita, muy de vez en cuando, y nos traía
sandwiches de jamón o salchichas. ¡Qué ricos nos sabían pues
nunca los comíamos, los disfrutábamos mucho! Sólo que yo
observaba que mientras nosotros, mis hermanos, estábamos
muy contentos por la visita de mi abuela, mi mamá tenía una
relación fría, lejana y seca con su mamá.
Al principio de la llegada de mi abuela a la casa, mi mamá
estaba muy contenta, pero a medida que pasaban los días,
mamá iba cambiando su relación con ella. Cuando se iba mi
abuela, mamá nos platicaba que ella le tenía mucho
resentimiento porque los había abandonado de muy pequeños a
mi mamá y a sus dos hermanos. Ella se separó de mi abuelo, y,
después de un tiempo, mi abuela se casó de nuevo y adoptó a
una niña y a un niño en lugar de recogerlos a ellos, sus
verdaderos hijos.
A mi mamá le daba mucha tristeza que los quisiera más a
ellos que eran adoptados que a sus hijos legítimos. Sin
embargo, con todo ese sentimiento acumulado, mi mamá
visitaba a mi abuela una vez al año. Nos platica mi mamá que
cuando iba, la trataban muy bien y cuando se regresaba a
Monterrey venía cargada de ropa y zapatos que nos mandaban
mi abuela y mis tías.
Recuerdo también a mis tías paternas. Mi mamá a veces nos
dejaba ir de vacaciones unos días a casa de una de ellas y nos
la pasábamos muy contentos con mis primos donde había
mucha convivencia, empatía y cariño. Yo observaba que mis
tíos paternos querían más a los sobrinos de tías mujeres que a
nosotros porque yo veía que a ellos les daban dinero para
gastar, les compraban ropa, zapatos y otras cosas que a
nosotros no. Y cuando íbamos de visita con mi abuela paterna,
ella nos ponía a rezar y a leer la biblia y nos hacía
recomendaciones: que no dejáramos de ir a misa los domingos.
De hecho ella nos inculcó la religión católica. Mi abuela
228
paterna era muy platicadora y amiguera y yo salí igual a ella,
también heredé el gusto por el baile y el canto.
Desde la infancia hasta los doce años yo usé los shorts muy
cortos, pues era la ropa que mamá nos traía de Estados Unidos.
Cuando entré a la secundaria, mamá me mandó hacer el
uniforme muy largo, por debajo de la rodilla, y eso no me
gustaba porque ya estaba acostumbrada a la ropa corta y con
ese uniforme me sentía como una jovencita tonta, pero yo era
obediente y así lo usaba; aparte, la frase que me dijo mamá
cuando entré a la secundaria me asustó, pues me dijo “hay que
tenerle miedo a los hombres”, y más recomendaciones como
“siéntate bien”, “no platiques con hombres”, “debes ser
recatada”, “no sueltes risotadas en la calle”, me decía que eso
no hacen las muchachas decentes.
Cuando estaba en la secundaria tuve un pretendiente que me
asediaba y yo tenía miedo de tener novio, pues pensaba que
con un beso podía quedar embarazada; aunque mis papás no
me dejaban tener novio a esa edad, yo le dije que sí a ese
muchacho después de insistir todo un año; y según anduvimos
de novios sólo unas semanas porque en la secundaria también
estaba mi hermano menor, que era muy celoso, y siempre me
estaba cuidando a ver quién se me acercaba.
Cuando se dio cuenta que andaba de novia con ese
muchacho, inmediatamente me llamó la atención y me lo
corrió; ni siquiera nos alcanzamos a tomar de la mano, sólo
caminábamos juntos, uno al lado del otro, pero un día él me
robó un beso y me lo dio muy apasionado y a mí no me gustó.
Me sentía sucia y decepcionada y lo rechacé. Yo esperaba un
beso casto, inocente, puro, de amor, de labios solamente.
Después de ese beso yo ya no quería saber nada de él, pero
él me buscaba y me buscaba hasta que un día estábamos
platicando en la esquina de la cuadra y me vio mi cuñado, yo
me asusté que me viera con mi novio e inmediatamente corrí a
mi casa. Pero de cualquier manera mi cuñado me regañó y me
dijo que era muy niña para tener novio y que él no lo iba a
permitir. Yo le hice caso, porque él era como el hermano
mayor para la familia, muy querido, respetado y apreciado, y
229
aparte yo le tenía mucho respeto porque había sido mi maestro
de sexto año de primaria.
Así, con todos estos sucesos, pasó este inocente noviazgo a
mis quince años de edad y la vida siguió su curso. Me
celebraron mis quince años, precisamente organizada por mi
cuñado, solamente con una carne asada porque mi mamá había
hecho una alcancía para hacerme la fiesta pero mi hermano se
enfermó de reumatismo y se gastó el dinero en su tratamiento y
no más alcanzó para hacer una celebración pequeña.
Mamá me compró un pantalón rojo de terlenka a cuadros y
una batita pintor, que es lo que estaba de moda en esa época, y
también me ofreció ser dama de honor de una de mis mejores
amigas en su fiesta de quince años, a cambio de que no me
habían hecho fiesta. Yo acepté muy contenta y también me
compraron ropa nueva para ir a la fiesta: un batita pintor y un
pantalón morado que me hizo mi hermana mayor; yo quedé
muy feliz y agradecida con mis padres.
Luego salí de la secundaria y empecé a ver qué carrera iba a
estudiar y elegí medicina, que es lo que siempre me había
gustado, pues desde que era niña la practicaba inyectando
gallinas y jugando con mis vecinitos a los doctores y a las
enfermeras, pero mi mamá me dijo: “no hija, esa carrera no te
podemos dar porque es muy cara y tu papá no puede
pagártela”.
Entonces elegí estudiar en la Normal, la escuela para
maestros. Y otra vez mi cuñado, que era maestro, me ayudó a
prepararme para estudiar durante el mes de julio y agosto para
presentar el examen de admisión. De ahí de la colonia
presentamos el examen de admisión como veinte alumnos que
habíamos salido de la misma secundaria y solo una amiga y yo
pasamos el examen, brincamos y saltamos de gusto cuando nos
dieron el resultado pues presentamos 1,500 alumnos y solo
pasamos 850.
Muy contenta llegué a la casa y le di la noticia a mi mamá,
ella estaba trapeando la casa y no me felicitó ni se emocionó
con la noticia ni dejó de trapear, sólo me dijo “ah, sí pasaste,
pues qué bueno”. Me asombré de su reacción y se me bajó el
ánimo y el gusto, no entendía yo su actitud.
230
Así pasó y me quedé con la incógnita; pienso que mamá no
podía creer que yo pasara ese examen pues yo estaba más chica
que mi hermana y era muy desjuiciada y juguetona, y aparte yo
quería estudiar otra carrera porque un año anterior mi hermana
mayor había presentado ese mismo examen y no lo pasó, y ella
sí quería estudiar esa carrera.
Así pasan las cosas en la vida y todo pasa por algo. Mi
hermana se desarrolló muy bien y es una eminente enfermera;
el tiempo siguió su curso. Luego vinieron los tiempos de pagos
escolares, de comprarme ropa para ir a la escuela y yo veía que
mamá no tenía la euforia y me limitaba mucho en las compras
de ropa y zapatos. Sin embargo, con mi hermana mayor sí,
andaba con todo ese gusto y euforia cuando ella también había
presentado el examen para entrar a la escuela de enfermería y
también empezaron los gastos… aunque claro, con mucho
sacrificio de mi papá, pues había tres estudiantes en primaria,
dos en secundaria y tres en carreras profesionales. Yo notaba
que le daba prioridad en las compras a mi hermana mayor, no
sé por qué, tal vez porque mamá siempre tenía la filosofía de
comprarle a la más grande.
A mí me daba vergüenza repetir la ropa para ir a la escuela
pero no había de otra, con todo ese gasto que tenía papá no
podía pedir más de lo que me daban y yo estaba feliz por haber
generado la oportunidad de estudiar, diferente a mis demás
compañeros de la secundaria en donde sus padres no pudieron
darles estudio.
Y hablando de la poca ropa que me compró mamá, mi
hermana, cuatro años mayor que yo, le reclamó a mi mamá y le
dijo que por qué le compraba más ropa a una que a otra y
mamá le contestó “¡Tú, cállate! ¡Tú no sabes por qué!”;
entonces mi hermana mayor, como ya trabajaba, me pasó su
ropa y entre las dos le hicimos arreglos y costuras para que me
quedara pues éramos de diferente talla. Entre nosotras nunca
hubo resentimiento, al contrario, siempre hubo mucha empatía
y amor.
Y así transcurrió el tiempo hasta que cumplí 17 años y tuve
mi primer novio y me enamoré perdidamente de él. Nos
queríamos mucho los dos, él tenía 24. Mi mamá me decía:
231
“mucho cuidado con ese muchacho”, “ya está grande”, “hay
que tenerle miedo a los hombres”, y por esta frase viví mi
noviazgo con miedo a mostrar mi amor real.
Nuestras salidas como novios eran los domingos de una a
cinco de la tarde solamente y si íbamos al cine y se llegaba la
hora, aunque no se acabara la película, nos salíamos del cine,
porque si llegaba tarde aunque fueran sólo cinco minutos había
castigo seguro de parte de mi mamá por haber desobedecido.
El castigo era no salir los domingos siguientes; cuando mi
novio iba por mí el siguiente domingo, yo solo salía afuera de
mi casa y le decía de lejos con señas que no iba a salir y me la
pasaba triste el resto del día. Pero cuando tocaba que papá
estaba los domingos, que era muy raras veces, pues trabajaba
de mesero en su segundo trabajo, él le decía a mamá: “déjala
que salga”, y mamá se enojaba mucho pero sí me dejaba salir.
Aparte la condición que nos ponía mamá para salir con el
novio, o a cualquier fiesta, era que hiciéramos todo el quehacer
de la casa.
Continuando con la historia de mi novio, duramos más de
un año de noviazgo pero terminamos porque él se fastidió de
que no me dejaban salir. Él quería casarse conmigo pero no
acepté porque todavía era estudiante. Mi relación con él fue
amorosa, apasionada y profunda; con él sí disfrutaba de los
besos.
Sentía quererlo tanto que sentía culpa de quererlo así, como
hombre, y lloraba y me preguntaba que si con ese amor que
sentía por él no traicionaba el cariño que le tenía a papá y le
pregunté a mi hermana mayor. Ella me contestó: “no, no te
preocupes por eso, el amor que le tienes a papá es muy
diferente al que le tienes a tu novio, y con eso no lo ofendes,
no sientas culpa por eso”. Yo me quedé tranquila por esas
palabras porque para mí, mi hermana era mi consejera, mi
amiga, mi ángel, más que una hermana, y yo confiaba en lo
que ella me decía.
El noviazgo siguió casi por dos años. En ese tiempo
profundizamos en la relación, se abrió un canal de confianza y
yo me olvidé del consejo que me había dado mi mamá de no
confiar en los hombres. Se generó entre nosotros una libre
232
expresión de sentimientos y de pensamientos que yo misma me
quedaba asombrada de mi forma de pensar, libre de prejuicios:
saqué mi verdadero yo interno y nos entendíamos tan bien que
estuvimos a punto de casarnos, pero no fue así, terminamos por
el cuento ese que no me dejaban salir.
Aparte descubrí que él empezó a salir con otra muchacha
después de las cinco de la tarde, hora en que me dejaba en mi
casa y pues eso yo nunca se lo pude perdonar; aunque me rogó
y me rogó, yo perdí la confianza y ya nunca quise volver con él
aun queriéndolo mucho, pues me defraudó. Luego terminé de
estudiar mi carrera y me asignaron mi plaza en Jalisco y me fui
a trabajar allá y aunque mi mamá se oponía porque decía que a
mis 18 años estaba muy chica e inexperta y que le daba miedo
lo que me pudiera pasar.
Mientras tanto, por otro lado, papá le decía a mamá: “déjala
que se vaya a trabajar, ella se sabe cuidar”. Yo estaba muy
emocionada con ese cambio de vida, de ambiente, porque para
mí era como una aventura. Les contesté a mis papás, sobre
todo a mamá, que me dejara ir, que entonces para qué había
estudiado cuatro años en la Normal y me fui a recorrer mundo.
En ese primer viaje a Jalisco, mamá me acompañó a
Guadalajara para presentarme en la Secretaría de Educación y
que me asignaran mi lugar de trabajo. Llegamos a Guadalajara
con una tía paterna que vivía allá y también nos acompañó
hasta la comunidad rural que me asignaron, llamada Cuzalapa,
la última comunidad de la Sierra de Jalisco (por cierto, un
lugar muy pintoresco y verde, con un río precioso y muy
caudaloso, donde había mucha fruta; la gente muy cariñosa,
atenta y respetuosa con los maestros).
Mi mamá me dejó encargada con el presidente municipal
del lugar y mi tía se regresó a Guadalajara y mamá a
Monterrey y yo inicié clases al día siguiente. Me sentía
grandiosa, valiente, capaz de vivir sola lejos de mi familia,
pero a los pocos días me di cuenta de la realidad. Me di cuenta
de que me sentía muy triste lejos del hogar y lloraba todos los
días por la ausencia de mi familia, ya que la vida fuera de ella
es muy difícil y diferente.
233
Así pasaron los días desde agosto hasta noviembre, y
cuando me pagaron mi primera quincena inmediatamente viajé
a Monterrey, al seno materno, a retroalimentarme con mi
familia. Después del fin de semana que pasé con mi familia,
me regreso a mi comunidad a dar clases y entonces que me doy
cuenta que casi todos mis compañeros ya no se regresaron a su
lugar de trabajo y renunciaron a su plaza.
A mí no me faltaban ganas de hacer lo mismo, pero
pensaba: “si renuncio a mi plaza, me quedo sin trabajo y luego
dónde quedó el sacrificio de mis padres para darme el estudio”,
también veía la necesidad que había en casa de otra entrada de
sueldo para mejorar la economía familiar, pues éramos once
hermanos. No, yo no podía fallar. Primero a mí misma y luego
a mis padres, entonces me quedé en aquella comunidad por dos
años y luego me cambié de lugar y luego a otro y a otro. Así
pasaron quince años trabajando en Jalisco.
Durante cinco años que duré soltera trabajando en Jalisco,
les mandaba a mis padres la mitad de mi sueldo, con el resto
yo organizaba mis gastos personales, así me sentía contenta y
feliz de poder contribuir a la economía familiar,
correspondiéndoles un poco por su sacrificio para conmigo de
darme el estudio y formar la mujer que era hasta ese momento,
con la valentía suficiente de enfrentar y resolver cualquier
problema que se presentara.
Después de haber terminado con mi primer novio quedé
muy dolida y muy lastimada. No quería saber nada de hombres
pero me sobrepuse y después de dos años volví a tener otro
novio; nos quisimos mucho y me volví a enamorar muy
profunda y apasionadamente.
Tanto que estuvimos a punto de casarnos; cuando él me
pidió que nos casáramos y yo le di un sí, fui a Monterrey a
informar a mis padres que me iba a casar. Mi papá me dijo: “¿y
quién es ese pelao?”. Le expliqué todo lo que yo sabía de él,
que no era mucho, pues mi novio acomodó muchas mentiras
que yo creí… el amor que le tenía no me dejaba ver la verdad.
Nos pusimos de acuerdo para venir a Monterrey para que lo
conocieran en mi casa y en la siguiente vez que vino, un mes
después de la primera vez, volvió de nuevo pero ya a pedir mi
234
mano. Mis padres y yo lo esperamos en casa para la petición de
mano. Lo esperamos una hora y otra hora, y yo con el nervio
encima me asomé a la esquina de mi casa y ahí estaba.
Voy con él y le pregunto: “¿por qué no pasas?” Y él me
contestó que le daba vergüenza. Yo le decía: “te están
esperando mis papás”, y me dijo, “sí, ahorita voy, es que me
siento nervioso”. Yo no entendía ese comportamiento pero
pues nos quedamos esperándolo.
Ah, porque él venía solo, sin sus padres y eso se me hizo
raro. Él me contó un cuento muy bueno y yo le creí. Le dije:
“ven, ¿por qué tienes miedo? si estamos haciendo las cosas
bien” y me responde: “sí, ahorita voy” y nunca llegó. Cuando
me volví a asomar ya no estaba. Me regresé muy desconsolada
y asombrada.
Papá me preguntó: “¿ya se fue, verdad?”. Y le dije sí y él
me respondió algo que en ese momento no entendí, pues yo
estaba en shock: “pues cómo iba a venir a pedirte si ya está
comprometido”. Yo le dije: “no, papá”. Y me aseguró: “sí,
investiga para que veas”.
Después de este suceso en mi casa en Monterrey, yo me
regresé a Jalisco a trabajar pero con una desilusión muy grande
y una desesperación por verlo y cuestionarlo sobre lo que había
pasado, por qué no había llegado a pedirme. Cuando llegué a la
central de autobuses de Guadalajara, él me salió al encuentro y
me dice “ven, chata, quiero hablar contigo”, y yo muy enojada,
le dije “yo también”, pero yo no sabía la fatal noticia que me
esperaba.
Hablamos y hablamos mucho rato, hasta que me va
confesando, en medio de lágrimas, que no había ido a pedirme
porque era casado y tenía cuatro hijas pero que me amaba
mucho, que lo perdonara, que no terminara con él. Me asestó
un golpe en el corazón con la noticia, un dolor inenarrable. Sí
me enojé y reclamé.
Lloré, pero, ¿qué hacía yo con todo ese caudal de
emociones y de amor que yo tenía para con él? El amor no se
acaba de un día para otro. Pensaba mucho en lo que me había
dicho papá y eso me mantuvo firme porque él me buscaba y
me buscaba pero yo no lo quería ver. Después de tres meses lo
235
acepté de nuevo y me ofreció que no se podía casar conmigo
pero que viviéramos juntos; y yo dentro de mí sí quería pero al
mismo tiempo eran emociones encontradas porque pensaba: ¿y
luego mi autoestima, mi valor como persona y como
profesionista cómo iba a quedar yo, qué clases de valores iba a
impartir a mis alumnos?
No, yo no podía hacer eso, luego estaba la confianza de
mis padres: tampoco podía traicionarlos. No, me negaba a vivir
con él como amantes. Mis valores y principios no me lo
permitían pero mi corazón y mi amor sí lo aceptaban… no
hallaba qué hacer.
Así pasé unos días pensando en esta disyuntiva, hasta que
un día fui a Monterrey a ver a mi familia y muy dentro de mí a
despedirme de ellos porque sí iba a aceptar la propuesta de
vivir con él como amantes y esto no se los iba a decir, era una
decisión tomada pero no diría nada, eso era sólo mío. Me daba
vergüenza decirles la situación que había aceptado con mi
novio.
Yo ya no era la misma, tenía una llaga muy honda sin
encontrar una solución a mi vida y con sentimientos
encontrados pues yo ya estaba embarazada de él, pues qué
hacía, tenía que aceptar lo que me ofreciera. Ese domingo en la
tarde que me habló papá, me dijo que quería hablar conmigo y
me dijo: “mira, ese pelao es casado y con hijos. No le hagas
caso. Tú estás muy bonita y joven. Te mereces algo mejor”.
Yo creo que no me vio muy convencida porque lo siguiente
que me dijo me dejó impactada y me llegó hasta lo más
profundo de mi ser y me cambió todo el panorama: “Si ese
pelao te hace daño yo lo mato aunque me pase los últimos días
de mi vida en la cárcel”. Le vi a papá la firme decisión en sus
ojos tiernos, compasivos y amorosos, que con eso cambié
completamente mi manera de ver las cosas.
Claro que papá no sabía que estaba embarazada. Cuando
regresé a Jalisco terminé definitivamente con mi novio.
Discutimos mucho porque él no aceptaba terminar la relación;
pero esa frase que me dijo papá me mantuvo firme en mi
decisión y ahí acabó esa relación definitivamente.
236
Después de todo este evento tuve un aborto. Y así,
lastimada y decepcionada, pasaron los días y dos años más
tarde conocí al que ahora es mi esposo, y empezamos una
relación.
Cuando iniciamos nuestro noviazgo yo no quería a mi
novio, todavía tenía coraje y decepción con los hombres. Yo lo
menospreciaba; sin embargo, él se portaba muy amoroso,
caballeroso, paciente y comprensivo conmigo y así me fui
enamorando de él poco a poco y luego nos casamos.
Vivíamos en un poblado de Jalisco muy contentos y
enamorados, nosotros dos solos, sin suegra y sin mamá, por lo
tanto nosotros resolvíamos nuestros problemas y situaciones
del día a día solos. Nos teníamos el uno para el otro,
enamorándonos cada día más, pues nuestro noviazgo solo duró
tres meses y mi esposo me hizo sentir amada, protegida y frágil
como una delicada rosa, por ello le entregué toda mi alma, vida
y corazón.
Él se portaba como el pilar de la casa, el que resolvía y el
que me guiaba y eso me encantaba. Me hizo amarlo, respetarlo
y admirarlo cada día más. Un día, después de tener a nuestros
tres hijos y cinco años después de que nos casamos, decidimos
cambiarnos de residencia a Monterrey por las oportunidades
que tendrían nuestros hijos de desarrollarse y de estudiar, ya
que vivíamos en un pequeño poblado y yo no quería que
estudiaran en un internado como lo había hecho la familia de
mi esposo; o en Guadalajara, o en Aguascalientes, o en alguna
ciudad lejos del seno materno sin nuestro amor y cuidado.
Nos cambiamos a Monterrey y nuestra relación sufrió un
cambio radical. Fue un parteaguas en nuestra vida porque se
invirtieron los papeles. Ahora me dejaba sola. Yo resolvía los
problemas que se presentaban del día a día. Él se hacía a un
lado y yo tomaba las decisiones. Ahora yo tenía la
responsabilidad del hogar, no sé por qué. Pienso que porque él
sentía que yo estaba protegida con mi familia.
De esta manera me fui haciendo más y más fuerte,
resolviendo y enfrentando toda la vida diaria y yo empecé a
decepcionarme de él y arrepentirme de haberme cambiado de
residencia y empecé a restarle valor, amor y respeto a mi
237
esposo. Así me convertí en la mujer que lleva el mando de una
casa: que dirige, resuelve y decide.
Esta situación de pareja no me gustaba, no me sentía
cómoda. Tenía que crear una figura paterna ante los niños que
no existía y era muy desgastante querer cubrir esta situación
con mis hijos, pero así pasaron los años.
Mis hijos se formaron con esta percepción de relación de
pareja, y hoy por hoy quiero cambiar todo el concepto: que
cada uno tome su lugar, pero se me presenta muy difícil porque
mi esposo se quiere quedar en el mismo lugar, no quiere
cambiar. Ahora ya no me preocupa tanto esta situación porque
mis hijos son adultos y ya no hay que mostrar ni enseñar nada.
Mis hijos se formaron con esta visión de familia y pareja y
copiaron ese modelo de ser: ellos son el pilar de su relación, la
responsabilidad y la directriz. ¿Será bueno o malo? No sé, pero
sí que es muy pesado cuando se carga más a un lado que al
otro, pero en fin.
Me interesaba mucho cambiar esta forma de llevar la
relación de pareja por una responsabilidad compartida en el
hogar para darles un buen ejemplo, pero ya no se pudo, ya pasó
el tiempo y no se puede tapar el sol con un dedo. Ellos como
adultos se dan cuenta de todo. Sin embargo somos una familia
feliz, integrada, empática, amorosa, armoniosa y hay un
profundo respeto entre todos nosotros. Aun así valoro y
aprecio a mi esposo por su entrega, su eterno servicio con
nosotros y con toda la gente, esa es su personalidad; me cuida,
me valora, me ama, es comprensivo, amoroso paciente y
sensible, y nos amamos.
En mi juventud le pedí a Dios y al universo un buen esposo,
caballeroso, atento, amoroso, comprensivo y sensible; y me
regaló todo eso y más de lo que yo esperaba. Me dio una joya,
aun con defectos, equivocaciones y errores. Aun con todas las
crisis que hemos atravesado le doy gracias a Dios por tener a
mi lado a este compañero. Es lo que yo necesitaba y hoy le doy
todos mis votos y lo acepto en mi corazón. Reconozco su valor
como persona y hoy inicia una nueva etapa de mi vida a su
lado: feliz, plena, sin ataduras, ni resentimientos, humilde, con
amor y comprensión y reconozco todo lo bueno y malo que
238
hemos pasado juntos en nuestros treinta años como pareja en
matrimonio. Es lo que necesitábamos, es la historia que estaba
escrita en el libro de la vida; para valorarnos, respetarnos,
rescatarnos y estar juntos en todo momento de nuestras vidas.
Hemos tenido muchas crisis a lo largo de nuestro
matrimonio hasta al punto de pensar en divorciarnos. Sin
embargo, nos hemos fortalecido y consolidado como pareja; y
aunque guardaba algo de resentimiento, con él he comprendido
que solo han sido circunstancias que la vida nos ha puesto:
pruebas muy difíciles y las hemos atravesado con amor y
comprensión. Hemos permanecido en el matrimonio y Dios
nos ha bendecido como pareja con la familia que tenemos.
La vida en pareja y en el matrimonio empieza todos los
días. Es como una planta que hay que regarla todos los días.
Aun con las humillaciones pasadas, faltas de respeto, mentiras,
desconfianza y recelo entre nosotros nos ha unido siempre el
amor. Ha habido muchas disculpas y perdones entre ambos.
Nos hemos recuperado, y hoy por hoy ha vuelto la confianza,
comprensión, empatía y sueños y sigue triunfando el amor y la
unión.
Nuestro matrimonio empieza en 1982 y nace nuestra
primera hija, tan hermosa y tan llena de vida. Recuerdo cuando
yo estaba en el quirófano, una noche de luna llena, y alcanzaba
a ver la luna por la ventana y estaba hermosa, completamente
llena y me informan los médicos que es una niña, yo solté el
llanto de felicidad, muy contenta de saber que yo le estaba
dando vida a ese pedacito de carne. Así empieza mi desarrollo
como madre, viendo crecer a mi niña día a día, aprendiendo
cómo hacer las cosas, cómo educarla, qué hacer cuando lloraba
la niña, cuando dormía; y las buenas desveladas que pasaba,
pues era primeriza.
¿Cuántos errores cometí? Muchos, seguramente en su
crecimiento y educación, pero en la enseñanza viene el
aprendizaje, pues yo no tenía ni suegra ni mamá que me
aconsejara o dijera cómo hacer las cosas; solo mi intuición y
amor de madre me indicaba las soluciones a las situaciones del
día a día.
239
A los cuatro meses de edad de mi niña, quedo embarazada
de nuevo. Estaba tan contenta y feliz por volver a dar vida a un
nuevo ser pero también tenía mucho miedo y temor de lo que
me pudiera pasar porque de la niña me habían practicado
cesárea y el doctor me dijo que era peligroso tener otro parto
tan seguido. Sin embargo, mi esposo y yo estábamos felices
con la espera y pasaron los nueve meses. Llegó un nuevo
angelito, un hombrecito hermoso, y mi esposo tan feliz porque
fue hombre.
Así transcurrieron dos años y medio, con mis dos niños
creciendo y desarrollándose cada día. Estaban los dos
pequeños y tan seguidos uno del otro que nos repartimos las
labores de atención de los niños. Yo atendía a la niña porque se
desvelaba mucho, y a mi esposo, que era muy tempranero, al
niño. Y llegó mi tercera hija, que fue una niña muy tranquila y
muy dormilona, diferente a los otros dos.
Transcurrió la niñez y adolescencia de mis tres hijos, y en la
juventud, mi hija mayor se enamoró a los 18 años y se casó a
los 19 años. Tuve una crisis fuerte, pues aun a pesar de la
comunicación que había entre nosotros, ella salió embarazada
antes de casarse. Yo no quería que se casara, se me hacía que
todavía estaba en proceso de crecimiento y maduración y
también todavía estaba estudiando.
Habíamos platicado de todos sus sueños y proyectos que
tenía en puerta cuando ella terminara su carrera, los que ella
había planeado junto conmigo, pero le ganó el amor y se casó.
Con toda esta situación y nueva experiencia de ser suegra y
abuela; la inexperiencia de mi hija para vivir un matrimonio y
el de criar a un bebé, tuvimos muchos conflictos con todo esto.
Yo por querer ayudarle y enseñarle a hacer las cosas como yo
creía que estaba bien, y con mi experiencia y afán de que no se
equivocara, ella hacía las cosas de acuerdo a como le parecía,
pues claro, ella quería vivir su propia experiencia y sus propios
errores. ¡Quién experimenta en cabeza ajena!
Con toda esta vivencia, yo no quería aceptar que mi hija ya
estaba casada y me inmiscuía en todo. Siempre quería que la
acompañara en todo momento, no quería soltar mi guía,
estábamos muy unidas, así que me la pasaba diciéndole qué
240
hacer, resolviendo problemas de ella y no la dejaba vivir su
matrimonio, su propia experiencia y consecuencias; hasta que a
los cinco años de casada ya dejé esa forma de ser y de
comportarme.
Mi hija ahorita tiene tres hijos, y yo como abuela le doy
consejos de cómo tratarlos, pero a ella no le gusta que le diga
nada respecto a la educación de sus hijos, incluso me ha
faltado al respeto. Mi hija, en el afán de hacerlos
independientes, les da responsabilidades a los niños y creo que
exagera: no los deja disfrutar de una niñez libre y sin
complicaciones. Creo que es exagerada y perfeccionista y yo le
digo que para todo hay una edad.
Ahí es donde entramos en conflictos porque ella no está de
acuerdo en mi manera de pensar. Cuando sucede esto, se
genera un alejamiento y un abismo de incomunicación entre
nosotras que mejor hay ocasiones de ya no hablar más del
tema. Ahora caigo en mi error, pues ella debe desarrollarse
como la mujer fuerte, valiente, aun con equivocaciones; pero
veo que siempre está preocupada por estar en constante mejora
y aprendizaje para cambiar y transformar sus puntos erróneos.
Yo comprendo que debo dejar que cometa sus errores y
asuma sus consecuencias y dejar de estar en constante crítica
con ella. Aunque me duela ver cuando comete errores, sobre
todo con los niños, debo tenerle confianza y respetarla en sus
decisiones, aunque no me guste y sufra por ello, a tal grado que
me da insomnio en estar buscando respuestas y mil maneras de
comunicarme con ella, sobre todo para no lastimar a los niños
y causar daños en ellos que puedan ser irreversibles.
Tiempo después, tuve otra crisis con mi hija menor al
confesarnos sus preferencias sexuales. Sentí tristeza,
culpabilidad, desasosiego, castigo de Dios, miedo y negación.
Caí en shock, me sentía sin palabras para tratar el tema pero
también con mucho amor y comprensión para ella. Lo que
perdí fue mi valor como madre. Sentí un fracaso y pensé en las
consecuencias que me trajo mi forma de ser: dominante y
controladora en la relación con mi esposo, y esos eran los
resultados.
241
Al saber la noticia, creí volverme loca de dolor, pues esto
era algo que no tenía planeado, mi hija no cumplía mis
expectativas. Estas emociones las escondí en lo más profundo
de mi alma: la decepción y el dolor. Le di el apoyo y la acepté
pues yo no soy dueña de su vida, los hijos solo están de paso
por nuestra vida. Los hijos no son propiedad de los padres.
Me sentía culpable de las preferencias sexuales de mi hija;
me sentía culpable por haber desarrollado con mi esposo una
relación controladora, dominante, menospreciativa, y creía que
por ser yo así, ella había odiado a los hombres y no quería
tener una relación igual. Y platicando con mi hija del tema, me
dice que ella desde niña sentía cosas diferentes en su cuerpo,
pero tenía miedo de aceptarse y que nosotros, su familia, la
rechazáramos.
Yo la veía durante años enferma de una cosa y otra, siempre
con ese rictus de preocupación hasta que un buen día, en una
crisis que ella tuvo, nos confesó el porqué de esa preocupación.
Aunque me sentía muy mal por dentro, escondiendo mis
sentimientos para que ella no sintiera la carga más pesada de su
descubrimiento, yo le di gracias a Dios que me permitió poner
remedio a tiempo, antes que ella pensara en escapar de casa o
hasta suicidarse.
Le dimos el apoyo y empezamos en la búsqueda de
información para ver si podía corregirse con el sacerdote, con
el médico o con el psicólogo. Me documenté en el tema para
saber cómo podía ayudarla: leyendo libros con respecto al
tema, más lo que me respondieron y lo que encontré con todas
esas personas es que no se podía hacer nada, que eso no se
podía corregir, que no era enfermedad.
Entonces comprendí que mi hija es una psicóloga muy
valiosa, responsable, madura, trabajadora, buena hija y
hermana; entendí que su sexualidad no tiene nada que ver con
su persona, pues su sexualidad pertenece sólo a ella y la lleva
muy respetuosamente con su pareja; y claro, a mí se me cayó el
mundo y mis sueños que había construido para ella, pero
también entendí que Dios me la prestó solamente por unos
años y Dios me dijo al oído, a mi alma y a mi corazón: “te voy
242
a dar el regalo de ser madre, pero no cumplas tus sueños,
ayuda tu hija a cumplir sus sueños y hazla feliz”.
Comprendí que sólo esa era mi misión y prefiero que ella
sea homosexual, feliz y realizada a tener una hija infeliz o
muerta; incluso, entre lo que me documenté, leí en la Biblia
buscando respuestas en mi desesperación y encontré que
Jesucristo perdonó, enseñó y amó incondicionalmente.
Encontré este mensaje que Dios condena el libertinaje, las
violaciones, la lujuria.
Sin embargo, para los homosexuales tiene un contenido:
“venid a mi todos los que estáis rendidos y agobiados por las
cargas que yo os daré descanso” (Mt. 11,28). Después de
pasar por toda esta vivencia, fui tomando responsabilidad
haciendo a un lado la victimización y pensar por qué Dios me
había mandado este castigo.
Ahora es otra historia y me doy cuenta que yo siempre fui
diferente de mis hermanos. Siempre tenía el poder de hacer
cosas diferentes, por lo tanto con ese empoderamiento en mí,
claro que iba a criar a hijos diferentes, con un gran poderío y
libertad de sacar su verdadera personalidad. Y ahora, de la
culpabilidad que yo sentía, la transformo en que me siento una
persona afortunada y escogida; como ejemplo y con una
misión que cumplir en el mundo: de abrirles camino a esta
generación de homosexuales en la sociedad, de darles un
respeto y un lugar. Me siento escogida y es una gran
enseñanza; me siento poderosa para enfrentar cualquier
situación que se presente y responsable de las respuestas que
daré cuando el momento así lo requiera.
Mi hija vive feliz con su pareja: tiene un trabajo estable y es
muy trabajadora y responsable, ya compró su casa y ellas están
buscando el mejor método de tener hijos y formar una familia.
Yo pienso que si mi hija está feliz, yo estoy feliz.
Tuve otra crisis con mi hijo, de nuevo por sus preferencias
sexuales. Al enterarme, sentí decepción, sorpresa, lástima,
equivocada en mi concepto como madre y me preguntaba qué
hice yo para que me pasara esto; pero la vida sigue y estaba
temerosa a la discriminación que pudiera tener él; impotente
243
por no poder hacer nada, tenía que asimilarlo de nuevo, darle el
apoyo. Mi vida dio un giro de 180 grados.
Otra vez sentí volverme loca de dolor, de tristeza. Me sentí
flagelada, incompleta, destrozada y tener que esconder todos
estas emociones para darle a mi hijo el apoyo y no hacerlo
sentir mal; y yo, muriéndome por dentro, entré en una fuerte
depresión por un buen tiempo pero de nuevo salí de ella. Perdí
el orgullo y pude mostrar una conducta valiente, comprensiva,
empática, responsable y amorosa.
Comprendí que mi hijo seguía siendo mi orgullo y ver que
es un ingeniero admirable por su forma de ser, por su
personalidad, por trabajador, responsable y siempre en servicio
con la gente; amado y admirado por todas las personas que
tocan a su puerta y a su alma en busca de ayuda. Siempre tiene
las palabras adecuadas para confortar o dar un consejo a quien
se lo pide. Es amado y admirado por su familia, por sus amigos
y por la gente que le rodea.
Mi hijo es un tesoro muy apreciado. Entonces viendo todo
esto, volví a entender que sus preferencias sexuales no le
quitaban ningún atributo, al contrario, más admirable, porque
por no lastimar a su gente, prefirió guardarse en el closet
durante 25 años. ¿En dónde estaba yo que no supe ver sus
cambios? ¿Qué tipo de madre fui? ¿Cuánto ha de haber sufrido
todo este tiempo?
Luego pienso, si Dios me regaló a mis hijos, es para
aceptarlos tal cual son y no para criticarlos, ni enjuiciarlos y
comprendo que sus preferencias sexuales son parte de su
persona, de su intimidad. Por otro lado, reflexiono y me digo:
¿qué valor tiene el ser madre de hijos realizando el modelo que
nosotros soñamos? ¡No!, tengo la capacidad para ser madre de
todos los hijos, sean cual sean, con todos sus defectos y
virtudes, y entonces volví a entender mi misión en este mundo:
el de abrirles camino y respeto ante una sociedad.
Ahora comprendo que aunque sufrí mucho con todas estas
situaciones, saqué lo mejor de mí, y finalmente le di su lugar a
mi esposo y yo tomé el mío; así nos unimos más en la
confianza, en el amor; somos una familia feliz, unida y
244
diferente. Somos una familia de unión y de ejemplo para las
generaciones futuras.
Mi hijo tiene ahorita su pareja y están construyendo la
relación entre ellos con amor y respeto. Piensa casarse y
formar una familia con hijos, y bajo este concepto encontró a
su pareja y se está consolidando una bonita relación con esas
expectativas. No una relación cualquiera, no con promiscuidad,
sino con respeto, y yo le doy gracias a Dios por verlo feliz.
¿Qué más puedo pedirle a la vida? Sólo agradecer que
después de la tempestad viene la calma; y en las casas de mis
hijos se respira un ambiente de tranquilidad y de amor. Le
decimos a mi hija que su casa es la casita del amor y de la
felicidad.
Y en cuanto a mi mamá, siempre había pensado que me
quería menos que a mis hermanos, por su falta de
comprensión, valoración, reconocimiento, entendimiento y
comunicación. Ahora comprendo que ella siempre me vio más
fuerte que a los demás. También comprendo que tuvo una
infancia difícil: de maltrato, abandonada y falta de amor. Por
tal razón no sabe demostrar su amor y reconozco y valoro todo
lo que hizo por mí: me fortaleció y saqué lo mejor de mí.
Me enseñó con sus actitudes a ser una incansable guerrera.
A caerme y levantarme. A desarrollarme y a formar una
personalidad fuerte porque tengo la capacidad de cambiar toda
mi historia de sufrimiento, dolor y de falta de amor. Y ahora
que ya no me tomo nada personal, se genera otra mejor
relación entre mi mamá y yo. Comprendo que ella es así por
sus razones y yo trato de verle todo lo positivo que tiene, y me
quedo con eso.
Ahora me doy cuenta que es una persona muy valiosa,
significativa y determinante en la formación de mi carácter. Le
doy gracias por ayudarme a tener esa fuerza y poderío para
saber salir de cada situación difícil de mi vida. Aprecio y
valoro que me dio la vida. Me guió y me enseñó los valores
con que me he regido.
Observo que aunque mi mamá muchas veces estaba sola
para educarnos y tomar decisiones importantes, pues mi padre
trabajaba muchas horas para sacarnos adelante, siempre mi
245
mamá salía adelante ante todas las situaciones de la vida por
tener ese carácter y esa personalidad, a pesar de toda su
historia y por la forma en cómo nos crió y educó, pues ella
pensó que esa era la forma correcta de acuerdo a como a ella la
trataron.
Agradezco a la señorita Dariela Dávila, mi amiga y guía
para transformar y ver esta historia de diferente manera; por
los cambios que se operaron en mi persona con su ayuda al
tomar el diplomado que nos impartió porque me permitió
desarrollarme como nueva persona, con un gran conocimiento
y crecimiento. Gracias.
246
Tejiendo mi vida – MOG
Nací en Monterrey, Nuevo León en 1973. Soy la octava de
diez hermanos (seis mujeres y cuatro hombres).
Tengo memoria de mis recuerdos aproximadamente desde
que tenía cinco años. Puedo decir que tuve una infancia
normal, con algunas carencias pero lo necesario para vivir.
Vengo de una familia numerosa: papá, mamá y nueve
hermanos (seis mujeres y tres hombres), más una tía paterna
que vivía con nosotros junto con sus tres hijos, y además mi
abuelo paterno que llegó a mi casa antes de que yo naciera; el
abuelo enviudó joven y vivió con nosotros casi treinta años. En
total éramos 17 en la familia. Es muy admirable la
responsabilidad de mi padre al trabajar solamente él para
mantenernos a tantos en casa.
Recuerdo que como a los doce años yo empecé a tener más
conciencia de mí, a hacerme muchas preguntas como: ¿Quién
soy?, ¿qué quiero?, ¿qué hago aquí? Me sentía extraña, como
que tenía que buscar algo que no sabía qué era. En esa
búsqueda, en esa sensación de extrañez en mi cuerpo, en mi
interior, me acerqué mucho a la iglesia católica (soy católica
desde siempre pero en casa no éramos practicantes, sólo
bautizos, bodas…), me acerqué tanto que me convertí en ratón
de iglesia.
Fui a todos los cursos, todos los grupos, sólo me faltó dar la
misa (bueno solo me faltó consagrar), porque si llegué a
celebrar la palabra; fue muy bueno para mí ese aprendizaje;
conocer la historia de la religión que yo profeso, su sistema,
fue muy enriquecedor y me gustaba mucho servir, me sentía
muy satisfecha, muy en paz conmigo misma; trabajé
muchísimo en la parroquia a la que pertenecía.
En esa etapa de mi juventud quería estudiar, no tenía muy
claro qué, solo quería tener una profesión en la que yo tratara
con personas, no con escritorios ni máquinas, entonces me
decidí por la enfermería. Recuerdo que mamá insistía en que
no estudiara, decía que para qué; también quise estudiar
medicina pero no tuve la suficiente información u orientación
vocacional que me ayudara a decidirme.
247
En casa me sentía sola, aislada, había mucha gente, mucho
bullicio, y yo me sentía como que no figuraba, como que no
existía, relegada, a un lado de todo; soy de las últimas hijas y
me sentía sándwich, la de en medio, ni la mayor ni la menor; la
aplastada. Ahora que lo escribo, lo veo de distinta manera,
menos doloroso que en aquellos momentos, menos molesto,
sólo que éramos muchos hijos y que mamá no tenía tiempo,
nada más le alcanzaba para cocinar, asear la casa, lavar…
Por mencionar algunas situaciones, que me marcaron entre
mi infancia y juventud, están: mi maestra Juanita de primer año
de primaria, que me quería mucho y me lo demostraba, en
clase me abrazaba, me sonreía y me decía cosas lindas.
También tuve un accidente entre los cuatro y seis años, solo
lo recuerdo como entre sueños: me veo que abrí los ojos y
estaba en una hamaca, siendo mecida por mamá, que tenía cara
de angustia; me desmayé cuando un tubo de un columpio se
desprendió y me cayó en la frente golpeándome fuertemente;
estábamos en una fiesta, recuerdo una rara sensación, sentí que
estaba soñando y me veía en la hamaca llorando y mamá me
mecía impotente por no poder hacer otra cosa, como irnos de
ahí a un hospital porque el golpe fue muy fuerte. El asunto era
que papá estaba tomando alcohol muy divertido y decía que no
me había pasado casi nada.
Otra situación que recuerdo fue cuando me encontraba yo
jugando en la calle cerca de mi casa: había llovido y andaba
descalza corriendo entre los charcos con alguna amiga que no
recuerdo quién era y nos divertíamos, luego una vecina me vio
y me llamó y me dijo: “¿Por qué estas así? (sucia y mojada),
¡si hoy es tu cumpleaños, anda ve a bañarte!”.
Ella me acompañó a la casa y le contó a mamá que era mi
cumpleaños, mamá sonrió y dijo: “¡Ah, sí, no me acordaba!”
Solo recuerdo que me bañé, me cambié de ropa, llorando en la
regadera.
Hasta hace poco tiempo caí en la cuenta de que siempre en
mi cumpleaños yo me sentía de mal humor, como nostálgica,
irritable, no quería que me felicitaran, ahora he comprendido
que esa ocasión en que mi vecina me recordó mi cumpleaños y
mi madre no lo recordaba yo la guardé como una herida en mi
248
vida y la revivía cada año, ahora que lo escribo lo entiendo
mejor, lo asimilo y lo dimensiono menos. Ahora que lo tengo
claro, en mis cumpleaños la paso mejor, más relajada y
aceptando las felicitaciones.
Otra situación traumática fue cuando mi padre agredió
físicamente a mamá, la maltrató tanto y la golpeó, la corría de
la casa, gritaba, insultaba, enardecido por el coraje y los celos.
Toda esa noche no dormimos por el temor a que papá
despertara. Al día siguiente se fue a trabajar y regresó por la
noche como si nada hubiera pasado, yo me preguntaba: ¿Qué
le pasa a mamá?, ¿Por qué lo soporta? Ahora que lo escribo ya
no me siento parte de ese problema. He aceptado que eso
sucedió por problemas entre mis padres y si mi madre decidió
seguir, sus razones tendría.
Debo mencionar cosas buenas que también me marcaron,
como las Navidades en casa. Al vivir mi abuelo paterno con
nosotros, todas las tías venían a nuestra casa a pasar la fiesta
con sus hijos y esposos, papá tiene cinco hermanas y me
encantaba que vinieran, nos divertíamos mucho, se quedaban
varios días, y la noche del 24 de diciembre rezábamos para
acostar al Niño Dios, cenábamos, nos daban dulces, y había
algunos regalos. Tengo muy buenos recuerdos de mis tías y
primos, nos tratábamos con mucho cariño.
Decidí estudiar enfermería pues siempre me ha gustado
ayudar a las personas que están a mí alrededor, siempre quise
trabajar con personas, ayudarlas y así aprender de ellas; casi al
final de la carrera conocí la psiquiatría y me encantó. Decidí
hacer mi trabajo social en el Hospital Psiquiátrico de la
Secretaría de Salud, aquí en Nuevo León. Al finalizar ese año
de servicio me quedé a trabajar ahí durante ocho años.
Me encantaba mi trabajo, escogí trabajar ahí (poca gente del
área médica se decide por la psiquiatría debido a temores o
creencias mal fundadas), porque sentí que a estos pacientes hay
que darles una atención muy diferente que a los pacientes de
un hospital general. Sentí que tenía que poner mucho de mi
parte para ayudarlos a rehabilitarse, pues los sentía muy
vulnerables, con mucha soledad y desatención de sus familias.
Son pacientes que se han perdido a sí mismos, perdidos en su
249
cuerpo, sin saber quiénes son; todo esto me atraía mucho y me
gusta estar cerca de ellos. Esa experiencia me ha ayudado a
crecer mucho en mi persona, me ha hecho más sensible, más
razonable y a ocuparme en mi salud mental.
En mi juventud, entre los trece y quince años, empecé a
tomar como pasatiempo la lectura. Leía todo lo que llegaba a
mis manos, junto a mis hermanas fuimos aficionándonos a esta
bella práctica. Leer es y ha sido para mí conocer otros mundos,
viajar sin salir de casa, conocer a muchas personas, conocer
otras vidas. Cuando leo, siento que me pierdo, me introduzco
al libro, formo parte de él y la experiencia es maravillosa.
También soy fanática del cine; me transporto a la película y
pierdo la noción de tiempo, es padrísima la sensación.
Mi esposo y yo les hemos transmitido ese gusto (por el
cine) a nuestros hijos, y espero que más adelante les guste
también la lectura. Ahora dicen que es aburrida pero siempre
me han visto leer y hojean o revisan mis revistas y libros que
hay en casa de vez en cuando.
Me casé a los 23 años, pues me sentía muy enamorada, con
Miguel. Él ha sido muy buen marido, atento, respetuoso,
amoroso, protector, excelente amante (qué puedo decir yo),
buenísimo como papá; tenemos dos hijos: Diego de catorce
años y Emiliano de diez años. Estos hijos míos son mi
trascendencia en la vida, mi realización, mi tesoro más grande,
mi alegría, mis complementos, mis eternos acompañantes.
Diego es un niño tierno, cariñoso, inteligente, intuitivo,
maduro, sensible, pero también contestón, y Emiliano es
soñador, dramático, inquieto, audaz, aventado, no le teme a
nada, quiere hacer muchas cosas, romántico y angelical,
también muy contestón. Estén en donde estén, vayan a donde
vayan serán mis hijos para siempre y eso me llena el corazón.
En mi relación marital, quiero contarles un poco de mi
marido. Él es un hombre muy alivianado, de mente abierta,
nada celoso, me deja mucho ser, me da libertad para mis gustos
y actividades, además es amoroso, demostrativo de sus
emociones, apasionado como buen escorpión que es, está al
pendiente de mí, de nuestros hijos, de su familia, y también es
250
muy bueno con mis padres, todo esto lo hace un excelente
compañero de vida.
Pero yo hoy por hoy, me siento un poco aburrida, estancada
en la relación, cansada, con mucha monotonía. Él siempre está
dispuesto a que experimentemos, a que salgamos a pasear
como pareja, a divertirnos, a hacer cosas nuevas, pero aun así
me siento sin emoción, sin entusiasmo, quiero mucho a mi
marido y estamos tranquilos en estos momentos. Me esfuerzo
por ser paciente, tolerante, corresponder en lo que más pueda a
sus atenciones. Él siempre me ha dicho que él me quiere más
de lo que yo lo quiero a él.
En la relación sexual no me puedo quejar, hemos aprendido
mucho juntos, nos complacemos el uno al otro, jugamos,
experimentamos; él me ayudó y me enseñó a tener orgasmos.
Él ha sido paciente y delicado para tratarme, con esta
declaración no estoy afirmando ni decidiendo nada, estoy
escribiéndome para conocerme, leerme, entenderme y
comprenderme. Llevaré las cosas con calma, con cautela,
digiriéndolas. Creo y siento que mi marido también las
razonará conmigo o consigo mismo. Me siento tranquila.
Tal vez el enamoramiento que sentí cuando éramos novios
y luego al casarnos se ha transformado, pero no sé cómo llevar
esa transformación y acomodarme a ella. Siento que me falta
eso que les sobra a los enamorados: mucha alegría (al verse),
emoción (mariposas en el estómago), pasión (querer comértelo
a besos), extasiarte al despertar por la mañana y verlo junto a
ti. A lo mejor exagero y alucino; es lo que siento en estos
momentos, tal vez Miguel y yo estamos exhaustos, tal vez
debemos hablar mucho sobre el amor para recomenzar.
En el transcurso del diplomado, en el cual me siento muy
contenta y agradecida con la vida al traerme hasta aquí, he
descubierto todo esto que menciono, he descubierto a un yo
que no conocía, me he asombrado, me he gustado mucho, y
quiero seguir descubriéndome. Ahora me siento muy libre,
muy plena, muy a gusto conmigo, siento que quiero mucho
más que antes a todos los que me rodean, siento que no tengo
pasado, o que tengo muy poco pasado, y del futuro tengo
251
muchos proyectos en mi mente, tantos que voy paso a paso en
el ahora para alcanzarlos.
Quiero asumir mi destino, ser fiel a mí misma, ser la que
soy, no ser como se espera que sea; me resisto a reprimir mis
sentimientos y emociones, quiero tener poder sobre mí.
Cambiar de dirección no es cambiar de amor, soy como dos
personas: mi alma en este cuerpo, necesito armonizarlo,
ponerme en sincronía, tomar los riesgos. Aceptarme como soy
ha sido una tarea diaria, constante y a veces difícil. Encontrarle
sentido a mi vida es encontrar el tesoro perdido. Ayudar a mis
hijos a que encuentren ese sentido para sus vidas es una tarea
maravillosa. En mi vida quiero hacer, y hago, lo que realmente
me importa.
252
Transformando mi vida – Tornado
Tengo 32 años.
Con gusto te comparto mi biografía:
Fui gestada un 24 de diciembre de 1981, y nací ocho meses
después; a mi mamá se le reventó la fuente, y duró seis horas
en labor de parto, no quería que le hicieran cesárea porque mi
papá le dijo que si le realizaban cesárea la iba a dejar, pero al
transcurrir las horas y no dilatar, tuvieron que realizársela, al
abrirla estaba yo encarnada en una costilla derecha, motivo por
el cual nunca dilató, esto fue a las 23:30 horas del tres de
septiembre de 1982.
Esta anécdota me la platicó mi mamá y me impactó mucho,
asimismo me hace reflexionar, en el sentido de que: nací antes
de tiempo, mamá batalló mucho para que naciera, finalmente
vi la luz, rompí paradigmas de papá, y de allí inicia mi historia.
Mi padre en ese momento no dejó a mi mamá, actualmente
él es alcohólico, mi mamá muy callada, no le gustan los
problemas y prefiere guardarse todo, a mi hermana la mayor de
nombre Martha Teresa, la siento temerosa todo el tiempo, mi
hermana la menor de nombre Cristina (yo le digo Vitola), la
veo vivir en una fantasía, y es muy semejante a mamá, no le
gustan los problemas, es callada y también se guarda todo.
Yo soy la hija de en medio, somos tres mujeres. De niña
recuerdo que era muy calzonuda, berrinchuda, caprichosa,
demandante, celosa con mi papá, me gustaba que todo fuera
justo, y equitativo, hasta la fecha.
Cuando yo tenía dos años y seis meses mis papás se
separaron: papá decidió casarse con la mejor amiga de mi
mamá de nombre Magdalena (Nena). Desde allí mamá
trabajaba, y nos cuidó trece años mi mamá de crianza de
nombre Cecilia “Chila”, en paz descanse.
Chila tenía una hija seis meses menor que yo, entonces
jugábamos las tres: Chabela, Cristy (mi hermana menor) y yo,
pero algunas veces me parecía que Chabelita (como la
253
nombraba su mamá) se creía mucho, o quería ella decidir, y ser
el mejor personaje, por ejemplo jugábamos a las Muñequitas
Elizabeth y ella quería ser la más bonita, y yo le decía vamos a
rifarlo, o si la vez pasada escogiste a Elizabeth ahora escoge a
otra para todas participar, y como se negaba, le pegaba;
también le pegaba a Cristy porque no quería recoger, por todo
lloraba.
Chabela era, y en la actualidad es, la consentida de mi
mamá, siempre ha sido muy apegada a ella, y tampoco nunca
quería estar lejos de sus faldas, y eso a mí me desesperaba
mucho, gozaba y actualmente gozo, de poca paciencia.
Recuerdo que mamá siempre le decía a mi hermana menor
“Topito”, “Cristobalito”, “Cristito”, “bebita” a manera de
cariño, y yo siempre me preguntaba: “¿por qué mamá nunca
me dirá nada de eso a mí?” Más bien, mamá se desesperaba
conmigo desde siempre y por lo general me golpeaba mucho,
decía que yo era la mayor y la que hacía todo, que yo tenía la
culpa, (aun no sé a qué culpa se refería). Recuerdo que me
aventaba sillas, me levantaba la cara, jalando de mi cabello y
con su chancla me daba cachetadas hasta dejar mis cachetes
muy calientes y rojos, por tanto yo lo resolvía de la misma
manera.
Cursé un año en el kínder y tenía a mi maestra de nombre
Rosalinda, ¡se me hacía tan bonita!, y usaba unos tacones que
yo soñaba con usarlos. También tengo dos fotos de recuerdo,
una cuando sale el grupo completo y yo con trompas fruncidas
porque me molestó mucho que llevara calcetas que no me
combinaban, y la otra foto disfrazada de florecita.
Cursé seis en primaria, allí en la primaria agredí a varias
compañeras, y estuve en ese inter en coro de la iglesia católica
y también agredí a otras niñas. Recuerdo que en tercer año de
primaria me daba clases una maestra de nombre Irma y usaba
ella unos tacones de aguja que soñaba también con yo usarlos.
En esta etapa mamá cada vacaciones, ya fueran de quince días
o las largas que eran desde julio a septiembre, me mandaba a
un rancho donde ella nació y creció, y algunas veces también
con familiares de mi papá; decía que yo era insoportable, que
tenía el corazón negro, que era de higaditos negros y que mi
254
corazón estaba encartado por el diablo, que lo que menos que
quería era verme.
Recuerdo que pasé algunas Navidades con mi papá al lado
de su familia, mis tíos, tías, primas, abuelos, y veía cómo mi
abuela les regalaba a mis primas hermosos regalos, tales como
muñecas grandes, ropa, juegos de té, y cuando abría los míos
eran pequeños y sencillos, y eso me dolía, todo me hacía
pensar que había distinción.
Al terminar mi sexto grado de primaria tuve mi primer
novio de nombre Luis Fernando, (“Chapatín” le decían porque
siempre llevaba su lonche en bolsa de papel).
Cuando entré a la Secundaria también varias veces agredí a
mis compañeras y en primer año de secundaria iba mi mamá de
crianza a hablar con los maestros, hasta que en segundo año
cuando seguía golpeando a mis compañeras, la Directora de la
Secundaria de nombre Guillermina, (mujer enérgica, de un
carácter frio, sin expresión alguna, cabello corto, y recuerdo
que usaba unos tacones de aguja muy altos y con los que
soñaba también usarlos) habló con mi mamá Chila y le dijo
que ya no podían recibirme, que tenía que venir mi mamá, a lo
que mamá Chila respondió: “es que su mamá trabaja y sale
hasta la noche”. Pero la Directora respondió: “pues que pida
permiso o que falte la señora, porque no vamos a recibir a la
alumna si no viene acompañada de su mamá”. Finalmente mi
mamá me acompañó y la Directora le dijo mi historial, y que
estaba condicionada, que la próxima vez que tuviera una pelea
me iba a expulsar.
Recuerdo que en esas fechas mamá dejó de enviarme a los
dos lugares en vacaciones y cambié eso por las calles, me
juntaba con jóvenes de diversas edades en plazas y en
esquinas, probé los cigarrillos y el alcohol.
En tercer año de Secundaria cambiaron a la Directora
Guillermina y entró un Director (no recuerdo su nombre) en su
lugar, nos mandó hablar a la Dirección a todos los alumnos
condicionados, amenazó que la Directora Guillermina ya le
había dada los pormenores de cada expediente y que a la
primera estaríamos fuera de la Secundaria; a los dos meses de
255
esta plática fui expulsada porque agredí físicamente a una
compañera de nombre Gloria.
Recuerdo que mi mamá, llorando, le decía al Director:
“ayúdeme a que me la acepten en otra secundaria, ya le compré
libros y gasté en el uniforme y ya no tengo dinero”; a lo que el
Director respondió: “llévela a la Secundaría Número 14 en la
Colonia del Prado en Monterrey”. Me aceptaron en esa
Secundaria, la mayoría eran de la religión Testigos de Jehová,
ahí me tranquilicé unos meses, pero al finalizar el curso volví a
golpear a otra compañera de nombre Liliana y no fui por mi
certificado, fue por él mi hermana la mayor.
Recuerdo que fue la última vez que tuve un pleito, porque
comencé a trabajar en un taller de costura en la colonia Regina
en Monterrey a los catorce años y duré casi un año. A los once
meses de haber salido de la Secundaria me embaracé y me salí
de trabajar, tenía escasos quince años diez meses y fue
inesperado; tuve seis meses relaciones sexuales sin protección
y recuerdo que no quería a mi hijo, decía que cuando naciera se
lo iba a dar a su papá.
Sin embargo, cuando mi mamá supo y me propuso llevarme
con una señora para practicarme un aborto, recuerdo que me
dijo que solo tenía quince años y qué iba hacer con un niño en
brazos si no había estudiado. Agregó que su papá no tenía nada
que ofrecerme y que truncaría mi vida.
Yo pensaba: “¿y si me pasa algo, y si me desangro, y si me
revientan todo por dentro y no vuelvo a ser mamá?”. No quise
practicarme el aborto y decidí tenerlo contra viento y marea,
así como también decidí casarme cuando tenía dos meses de
embarazo, con José Guadalupe, hijo de Oliverio, quien se
suicidó cuando él tenía solo dos años, y de su mamá Gloria,
quien trabajaba en Notarías haciendo el aseo y por las noches
iba a bailar y cobraba por eso. Tenía problemas con el alcohol,
y muy seguido regresaba por las madrugadas toda llena de
hematomas o mordeduras en el cuello. Yo pensaba: “¿no le
dará vergüenza con sus hijos y en su trabajo?”, recuerdo que
desde entonces la imagen para mí me importaba mucho.
256
Tiene Guadalupe cinco hermanos: Pancho, Chuy, Raúl,
Juany y Gloria. Solo duré un mes viviendo con Guadalupe,
papá de Carlos, pues me asusté mucho.
Vivían en la completa miseria, recuerdo que era en la
Colonia Niño Artillero, calle Diez sobre Timoteo Rosales, y
era una casa de adobe, que era como un vagón de tren, cuatro
cuartos corridos hacia atrás: en el primero dormían la mamá
señora Gloria, la cuata de él, Juany, y su hermana menor
Gloria; en el cuarto de en medio vivía Raúl, un hermano de
Guadalupe, su esposa y su hija; en el tercer cuarto vivíamos
Guadalupe y yo; y al final la cocina, después el patio, y al final
el baño. El baño en particular se le bajaba con un bote, y luego
estaba todo lleno de las paredes y techo de lombrices, recuerdo
que me daba mucho asco.
Luego en la hora de las comidas, la señora Gloria decía que
ella guisaría para todos porque ella era la señora de la Casa, y
entonces hacía un kilo de frijoles molidos muy caldudos con
medio kilo de huevo, parecía vomitada… es lo más asqueroso
que he comido en mi vida. De entonces a la fecha no lo he
vuelto a comer en esa presentación. Las pastas las cocían sólo
en agua, sin tomate o Consomate ni nada, no comían carne, ni
frutas ni verduras, para mí era algo nuevo, extraño, y decidí:
“no quiero esto para mi hijo”.
Recuerdo que le lavaba la ropa a Guadalupe, y la señora iba
y me quitaba la ropa de los tendederos y me decía: “mira: se
talla así y se tiende así, ¡mejor déjalo, yo lo hago!”. Después le
decía a su hijo: “¡salte a la calle, la que se casa es la mujer, el
hombre puede seguir en la calle!”.
Al mes analicé todo esto, y lloraba mucho, me daba contra
la pared, pensaba: “no quiero esto para mi hijo, no se lo
merece, ni quiero esto para mí”. Valoré lo que tenía antes,
reconocí en lo que me había equivocado, y yo misma me pedí
tregua.
Hable con mi papá, le platiqué lo antes descrito y me dijo:
“siento mucho por lo que estás pasando pero no hay boleto de
regreso, ya te casaste y tienes que vivir con él para siempre”.
Además me dijo: “nunca olvides que una mujer que es
madre soltera, viuda, o divorciada es lo mismo que una puta. Si
257
te separas serás la vergüenza de mi familia, aquí nadie se ha
divorciado” (siendo que él tenía su historial, o sea abandonó a
mi mamá con nosotras y se casó con su mejor amiga).
Después hablé con mi mamá y le conté lo mismo, y me
dijo: “regrésate a la casa, no eres la primera ni la última, tienes
a tu madre, y tú, buena o mala o como sea, eres mi hija y esa
criatura no tiene la culpa”.
Ni tarde ni perezosa me regrese a casa de mamá y duré un
mes encerrada sin salir ni a la tienda. Mis amigos o amigas que
me iban a buscar le decían a mi mamá o a Cristy que dijeran
que no estaba, por una ventana los veía… y pensaba, “no
quiero hablar con nadie, no quiero que opinen ni me den
consejos, no quiero verlo a él porque lo perdonaría y me
llenaría de hijos, y no quería eso”, entonces mejor no ver ni
hablar con nadie.
Por esa razón a los cuatros meses de embarazo me fui a
vivir con mi tía Martha, hermana menor de mi papá en colonia
La Joya en Guadalupe, trabajaba con ellos en mercados
rodantes, inicialmente me contrataron para que estuviera
parada cuidando a las personas y no les robaran en los
mercados rodantes, sin embargo siempre he sido muy inquieta
y les ayudaba en labores de la casa, bañaba a sus hijas, cargaba
la mercancía, entre otras cosas más.
Un 21 de marzo de 1999 inicié con los dolores por la tarde,
estábamos en Soriana Guadalupe mi mamá y yo, mamá se fue
a otro pasillo y yo me fui al de los jabones de baño y fue allí
donde empezó mi primera contracción. Me sujeté muy fuerte
de un estante y me daba vergüenza decirle a mamá. Después
nos vimos en una caja para pagar y sin que yo hablara, mamá
vio mi semblante y me preguntó, yo le contesté que sí.
Esa noche fuimos a Gine y me regresaron porque no había
dilatado, fue mi primera noche en vela, se llegó el día del 22 de
marzo y seguía muy incómoda, nos volvimos a ir a Gine en la
noche en camión Ruta 21, y me dijeron que tenía que caminar;
así que salí a caminar, la noche estaba muy fría, pero subí y
bajé varias veces un puente que conecta a Félix U. Gómez.
Como a las 4:00 de la mañana del 23 de marzo de 1999 me
doblaba de dolor afuera de Gine, entré y les dije a los que
258
estaban en guardia, me pasaron y me dieron una regañada,
entre muchas cosas que me dijeron fue que eso era lo que
pasaba con „güerquillas de mi edad‟, que no aguantábamos
nada, pero que en menos de un año ya estábamos de vuelta,
etc.
Me pasaron a una camilla a labor de parto, me pusieron
suero y me reventaron la fuente, recuerdo que era con un
gancho plateado y me asusté, pensé que iban a matar a mi
bebé; después me pusieron en mi estómago un electro para
escuchar el corazón de mi bebé y ya latía muy despacio.
Entonces me dijeron: “¡no te podemos hacer cesárea porque
acabas de cumplir 16 años, así que si quieres que tu bebé nazca
y no lo quieres matar tienes que pujar fuerte!”, y yo me asusté
tanto, decía: “¡no quiero que se muera, no quiero que le pase
nada, ya pasé muchas cosas en mi embarazo para que ahora no
nazca!”.
Los practicantes se abalanzaron sobre mi estómago, uno de
cada lado con su antebrazo, con tal fuerza que tronaron mi piel
de mi vagina, solo escuché como cuando se rompe una
camiseta, y ellos gritaron: “¡el producto está de fuera, rápido
pásenla a quirófano!”.
Cuando me cambian de camilla para la de quirófano ya
estaba mi bebé de fuera, lo sacaron y cortaron el cordón, lo
envolvieron en una sábana color celeste, y me dijeron:
“¡Felicidades, es usted mamá de un varón!”. Respondí entre mi
dolor: “¡Quiero verlo!”, lo limpiaron y sentaron en su
antebrazo, le descubrieron sus genitales y los vi, así como su
carita y pensé: “está idéntico a su papá”.
Después me dijeron: “póngase de lado para ponerle la
ráquea para coserla”, aún ni me hacía efecto la anestesia y ya
me estaban cosiendo, eso también sentí y escuchaba como la
aguja y el hilo rompían mi piel.
Todo esto fue a los ocho meses y medio de gestación, en el
Hospital de Ginecobstetricia. Desde el momento que lo vi supe
lo que es un amor puro, el amor que es incondicional, fue lo
mejor que he vivido y me ha pasado, ese momento que tan sólo
de recordar se me eriza la piel, y no lo cambiaría por nada ni
por nadie.
259
Al realizarme como madre para mí fue mi primer
renacimiento, un parteaguas en mi vida. No sabía qué nombre
le pondría, porque todo mi embarazo creía que tendría una
mujercita y la nombraría Ana Karen, me hicieron tres ecos en
el lapso de mi embarazo y las mismas veces dije no me digan
que es, porque yo ya sé.
Y ¡sorpresa! que al nacer fui sorprendida con un hermoso
varón que quise que se llamara Edwin, Bryan, Hiram, a lo que
mi abuela paterna me dijo que no, que lo nombrara como uno
de sus cuates: Jorge. Le dije que mi tío Jorge ya tenía a su hijo
con su nombre, y en agradecimiento de mis tíos Martha y
Carlos por haberme dado posada en mi embarazo decidí
nombrarlo Carlos y Alberto como mi papá, solo que mi papá
me insistió mucho para que mi bebé llevará su apellido, porque
él no había tenido hombres, y que su apellido ya no iba a
continuar, pero yo dije que no, que mi hijo tenía su papá y que
era un hijo dentro de matrimonio y entonces lo llevé a registrar
con el apellido de su papá.
Un tío hermano de papá de nombre Francisco y su esposa
Lupita hablaron conmigo como al mes de nacido Carlos y me
dijeron que yo era una niña con un niño en brazos, que no tenía
nada que ofrecerle a mi hijo, ni siquiera una familia, que se los
diera en adopción, que ellos eran un matrimonio estable con
buena posición, que lo pensara, a lo que respondí: “no tengo
nada que pensar, es mi hijo, y yo saldré adelante con él”.
De allí lo cuidé y disfruté seis meses y lo amamanté su
primer año de vida. Inicié a trabajar de obrera costurera seis
meses después de que nació, en una empresa de ropa. Allí duré
dos años y tres meses, era de lunes a jueves de 7:00 a 17:30
horas y los viernes de 7:00 a 12:00 del mediodía, todos los
viernes nos íbamos a comer mi mamá, Carlos y yo a los
tamales de Juárez N.L., o un pollo asado muy rico, descansaba
sábados y domingos, pero al año y medio de trabajar, entré los
sábados a estudiar en computación en una escuela. Cuando la
empresa cerró, yo lloré mucho y me asusté, pensé que nadie
me iba a contratar con un hijo en brazos.
A los dos días, mi papá me recomendó en unas oficinas en
el centro en una administración de un condominio donde al
260
mes de haber ingresado entré a estudiar Comercio por las
noches. El condominio me pagaba tres cuartas partes de la
colegiatura, y me daba el material que necesitaba, así también
me compró mi máquina de escribir. Pasaba días dejando a mi
hijo dormido, y regresaba y él dormido, hubo días que me
llamaba por mi nombre, e infinitas veces le dije: “¡yo soy tu
mamá!”. Hablé con el Administrador para que los sábados me
dejara llevarme a Carlos y poder convivir con él, terminé la
escuela de Comercio y unos meses después me contrataron en
Gobierno del Estado, donde actualmente tengo once años y
seis meses laborando. Una de las principales razones por las
que me salí fue por el horario de 8:00 a 15:00 horas, ya que
quería estar por las tardes con Carlos para apoyarlo en sus
tareas.
En Gobierno me sindicalicé a los seis meses, y he conocido
gente tan extraordinaria, y he vivido, compartido, disfrutado
momentos únicos, también he aprendido lecciones de vida,
amo mi trabajo, allí estudié la prepa, y a futuro el objetivo es
estudiar Leyes.
Cuando Carlos tenía cuatro años me divorcié legalmente de
su papá. Él lo conoció por primera y única vez. Quedó
establecido en un convenio que conviviría con él, que le daría
pensión, y esto nunca ha sido así. De esta lección aprendí algo:
no sirve de nada el orgullo, cada hombre tiene que hacerse
responsable de sus actos, yo por orgullosa o con la frase de
“¡no necesito nada, yo puedo sola!”, me he responsabilizado de
mi hijo, quien cursó Primaria y Secundaria en un colegio
católico, en Secundaria en segundo año ganó el tercer lugar en
prueba de enlace de Matemáticas, en el mismo año lo llevaron
a competir en Matemáticas.
También en su colegio aprendió a tocar instrumentos tales
como flauta, guitarra, violín, y en Banda de Guerra caja,
generalmente los niños tocan trompeta pero como él es
asmático crónico aprendió en caja. Al finalizar su Secundaria
fue el segundo lugar a nivel generación con medallas y
reconocimientos a todo su esfuerzo y dedicación, es Scout
desde los diez años y actualmente tiene quince y cursa la
Preparatoria donde es representante de su salón y es de los
261
alumnos de mejor calificación; además está preparándose para
un concurso de Química, y entrena en Judo.
Puedo compartir que me siento tan afortunada de ser madre
de Carlos, es un hijo extraordinario, obediente, sabe escuchar,
no habla mucho, más bien analiza, es prudente, objetivo, tiene
buenas calificaciones y él sólo se ha ido abriendo campo en lo
que necesita. Hasta donde lo puedo apreciar es independiente,
de buenos modales, respetuoso y servicial. Lo amo tanto,
algunas veces lo observo y no puedo creer que sea mi hijo, no
sé en qué momento pasó el tiempo tan rápido.
Cabe aclarar que estuve en depresión por casi dos años
después de mi embarazo y no quería que se me acercase nadie
porque pensaba que me iban a embarazar. Cuando Carlos tenía
dos años inicié una relación de noviazgo con Juventino, con
quien duré cuatro años de pareja, después nos casamos. Juve y
su mamá fueron a casa de mi mamá a pedirme, me casé por la
iglesia, vestida de novia, fotos de estudio, fiesta en salón y
duramos cuatro años en matrimonio, yo lo amaba demasiado, a
todas luces quería darle a mi hijo una casa, un matrimonio, un
núcleo familiar.
Entonces decidí casarme, adquirir casa de INFONAVIT,
comprar carro de agencia y ponerlo a nombre de él, amueblar
mi casa, pagar nuestras vacaciones, servicios de casa, etc., etc.,
obviamente di de más, y finalmente mi matrimonio se vino
abajo, Juve los últimos dos años de matrimonio no trabajaba,
yo lo mantenía, los gastos me fueron consumiendo, era
imposible pagar casa, carro, tarjetas, servicios, vacaciones,
gasolina, imprevistos… y él muy cómodo sin aportación
alguna. El último año fui despertando, estaba como dormida, o
muy enamorada, o en otro planeta, ¡jajaja!, y cuando comencé
a darme cuenta hable con él y se reía de mí, decía: “¿otro
divorcio? ¿Cuántos más tendrás? ¿Te crees Lupita D‟Alessio?,
¡toda la gente hablará de ti! ¿No te da vergüenza divorciarte
por segunda ocasión?”.
Y al inicio quiero confesar que le creía todo, hasta que me
armé de valor y dije: “no me importa lo que diga la gente, no
me importa que me juzguen, no quiero seguir manteniéndolo,
262
no quiero seguir con él, no pienso volver a compartir nada con
él, ¡basta, se acabó!”.
Unos meses antes de la separación tuve un embarazo que se
interrumpió a las ocho semanas, tuve contracciones y mucho
sangrado, me dolió y quedé con cargo de conciencia, porque
cuando yo supe que estaba embarazada no quería y renegué
mucho, le dije a Juve que no estaba lista, que no me nacía
volver a dar vida, eso fue en marzo y finalmente en diciembre
llegó nuestra separación.
Recuerdo que quedé devastada, creí que no lo superaría,
duré más de dos años en duelo, recuerdo que me separé un
sábado 13 de diciembre del año 2009, y a los dos días fue a
casa de mi mamá a tocarme la puerta y llevaba los álbum de
fotos de nuestra boda, decía que nos amábamos y que teníamos
que estar juntos.
Pero fue tarde, yo ya había tomado la decisión; un año más
tarde, para ser exacta el ocho de diciembre de 2010, nos
divorciamos legalmente, cuando estaba firmando yo estaba
llorando, y le dije: “Juve, me estoy divorciando de ti amándote
tanto, me gustas bastante, pero eres como un cáncer, estás todo
invadido y no quiero que tus raíces lleguen a mí, no trabajas,
no tienes metas, no te superas, eres peor que un parásito, eres
mi hombre ideal de cascarón, por dentro no tienes nada, y eso
es lo que a mí en verdad me importa y por lo que te dejo,
gracias por enseñarme a no darle valor al forro.”
Recuerdo que a los seis meses en junio de 2011 se casó en
San Luis Potosí con una chica de nombre Bertha que es hija
única y sus papás tienen casas de asistencia en el centro de San
Luis, actualmente tiene una hija con ella.
Entré a Tejedoras en un febrero de 2010 en el Centro
Loyola, donde inicié con mi curso de “Guión de mi Vida” con
Vicky, luego “Taller de Lectura” con Sandra, y “Tejiendo mi
Propia Vida” con Olguita y después un semestre de
“Eneagrama” con Paty Basave. Actualmente un Diplomado
con Dariela. Esto para mí ha sido un segundo renacimiento en
mi vida, desaprender para volver a aprender ha sido lo mejor,
no dejo de estar agradecida, primeramente conmigo por
263
comprometerme y en segundo lugar con la Asociación
Tejedoras de Cambios.
En julio de 2010 ingresé al Movimiento Scout, donde he
aprendido a convivir con la naturaleza, con los niños, y lo he
disfrutado tanto como si hubiera vuelto a mi niñez, sólo que en
un ambiente sano, soy Guiadora, entonces predico con el
ejemplo, y cada día trato de dejar el mundo mejor de cómo lo
encontré, obrar bien, hacer buenas acciones cada momento que
se pueda, y estar Siempre Lista Para Servir.
Me costó mucho trabajo el tema del perdón, de hecho hace
apenas un par de meses logré perdonarme a mí, y a varias
personas que traía arrastrando por años.
Considerando que siempre he sido de un carácter recio,
entrona, segura de mí misma, no le tengo miedo a nada ni a
nadie. Soy muy dedicada al trabajo, muy responsable, me gusta
ser honesta, transparente, sincera, servicial, me gusta mucho
sonreír.
Actualmente estoy sin pareja, de hecho siento que atraigo
hombres con broncas, me ha tocado conocer a cada hombre, no
sé si me doy cuenta de cómo son por la experiencia, o me doy
cuenta porque soy igual, o qué pasa… solo sé que en este
ámbito no soy tan agraciada.
Hoy por hoy, disfruto y aprendo a amarme, respetarme,
poner límites, convivir conmigo misma.
264
Una mujer en desarrollo – Gota de Lluvia
Nací un veinte de Marzo del año 1964. Tengo recuerdos
vagos y aislados de mi tierna infancia. Un recuerdo que quedó
muy grabado en mi mente: el haber sido testigo ocular de una
de muchas travesuras de mi hermano Martín.
Él de pequeño fue inquieto, correlón, travieso y muy
curioso. Cierto día nos encontrábamos frente a un peinador con
espejo grande y al frente de éste había muchos frascos de
perfumes, cremas y adornos pequeños. El mueble no era alto,
tendría la altura de un metro, observó fijamente un adorno muy
llamativo de colores y vi cómo se subía, al hacerlo empujó
varios frascos hacia el frente de él y todo quedó arrempujado,
menos un frasco que se encontraba por la orilla del mueble.
Al subir el segundo pie, sin querer lo hizo caer, y mamá, al
escuchar el ruido, nos gritó, nos alteró inmediatamente y él
reaccionó y corrió fuera del cuarto mientras yo observé cuando
se acercó mamá. Ella vio su crema favorita derramada entre
vidrios y un poco del envase. Se quejó por un momento para
dirigirse a mí con gritos y golpes que me propinaba sobre mis
manos. Lloré ante los bruscos y fuertes golpes que me dio; de
mi hermano ya no supe en dónde se habría escondido, llorando
aún la vi recoger su crema y yo entre sollozos sólo sentía que
me ardían mis manos.
En esa ocasión observé la frustración de mi madre al verse
sin algo que le era necesario y de mucho valor. Todos los días
la veía que tomaba un poco de esa crema y se la untaba en su
cara y sus brazos. De cierta forma comprendí el motivo de su
regañada y castigo, lo que no supe fue qué había sido de mi
hermanito mayor, el responsable principal de todo lo ocurrido.
Otro de mis recuerdos -de la etapa en la que empezaba a
caminar en la andadera- fue el día en que mi hermano tuvo la
genial idea de sacar del ropero cosas, ropa y también los
zapatos de mamá. Teniendo toda la ropa en el piso junto con
algunos objetos, vio la ventana que se encontraba abierta y
agarró una de las prendas del piso y se dispuso a sacar la ropa
por la ventana del frente de la casa, subiéndose en un sillón.
265
Continuó su labor de sacarlo todo a través de la reja de
protección, cuando mamá, al no escuchar ruidos por parte de
los dos, se acercó al marco de la sala y la cocina y vio que
tiraba hacia afuera uno de sus zapatos (el par ya lo había
aventado por la ventana), él, al verla, quiso correr pero lo
detuvo, y entre regañada y gritos vi cómo le bajaba el pantalón
para golpearle las pompis. Lloró y gritó por largo rato.
Yo, sin hacer ruido, observé a mami abrir la puerta con
cierta ansiedad pensando que aún encontraría sus zapatos,
luego con tristeza en su mirada cerró la puerta (no encontró
nada en la banqueta). Mamá quedó sin calzado que ponerse.
Aun molesta, se llevó a mi hermano a un rincón castigado,
hincado y viendo hacia la pared por largo rato y con la
sentencia de que recibiría más golpes si se levantaba. En mis
observaciones, de cierta forma quedé con la sensación de
amenaza, asustada y temerosa. Sabía bien que si mamá se
enojaba, me golpearía y regañaría por cualquier situación que
la enojara con alguna travesura.
Medio año más adelante, nació mi hermana Chela, al año y
medio después otra hermanita más: Nelly. Pasaron unos meses
después de su nacimiento cuando cierto día mamá, papá y mis
hermanos nos fuimos a otra casa. Vi calles tierrosas y
banquetas muy altas. Al entrar a esa casa observé cuartos muy
amplios y un patio enorme en el que había zacate muy alto, y
por un lado de la casa un pasillo en el que veía maderas muy
largas, ladrillos y láminas.
Un rato después empecé a ver señores que metían muebles
a la casa. Hasta entonces llegué a la conclusión de que nos
cambiamos de casa de manera formal. En aquel entonces
tendría yo como cuatro años. Cierto día se me acercó mi padre
para platicarme de la existencia de un venado que vivía entre la
maleza y el zacate, me advertía que no me metiera a las
hierbas, yo me imaginé inmediatamente ese animal en mi
mente. Me terminó de contar que era muy bonito pero también
peligroso y que podría lastimarme con sus cuernos.
Ese día me enseñó que debía respetar a los animales y el
lugar donde viven; quedé con la sensación de asombro y miedo
si me lo encontraba. El pensar en eso me propiciaba
266
inmovilidad en todo el cuerpo, situación que no analicé en su
momento pero que ahora le saco la provechosa lección de tener
que actuar (correr, etcétera) ante las situaciones de peligro.
Después de cierto tiempo, entre mi abuelo paterno y mi
padre quitaron las hierbas y pude apreciar el muro del final del
patio, luego con las maderas y láminas vi cómo construyeron
un techo al final del patio del lado izquierdo. Al mismo tiempo
hicieron un cuarto más, ampliando la casa. Meses después
hicieron un gallinero del lado derecho al final del patio. Yo
asombrada sólo observé todo lo que hacían.
Nuevamente ocurrió la llegada de otros dos hermanitos
más: Daniel y Alejandro. En ese entonces fue cuando aprendí
de los cuidados que requieren los bebés. Mamá nos empezó a
enseñar cómo cambiar pañales, bañarlos, prepararles el biberón
y todo lo referente a los bebés.
Entre mis recuerdos está que arrullábamos a Daniel en una
camita metálica que se columpiaba un poco hacia los lados.
Nuestro hermanito, aún bebé, se dormía con el movimiento de
la cama y el canto que le dedicábamos entre Chela y yo.
Nosotras le cantábamos la misma canción que no era para
dormir, era una que escuchábamos mucho en la radio que
prendía mamá por las tardes, la canción se llama “Suena
Tremendo” de un grupo de aquél entonces, La Tropa Loca.
Al pasar el tiempo, llegó el día en que entré al Jardín de
Niños. En esos años socialicé muy poco, sólo escuchaba las
conversaciones de compañeritas, mientras yo me concentraba
en las actividades que me ponían. Sólo salí en un bailable
estando en el jardín; me dejó insatisfecha, inconforme y
molesta: los ensayos fueron por muy pocos días. El día del
bailable nos salió sin coordinación y por sin ningún lado.
Esta revisión de acontecimientos me dejó la enseñanza de
que tenía que aceptar a las compañeras tal y cómo eran, no yo
acoplarme a ellas, situación que nunca logré. En esa etapa yo
misma me apartaba del grupo, situación que me hacía ser
introvertida, apática y antisocial.
Cuando entré a la primaria me pareció agradable. En primer
año tuve de maestra a una joven de agradable apariencia y
tranquila. Al cursar el segundo año, estuve con una maestra fea
267
de aspecto y forma de ser exigente, gritona, regañona y
golpeadora. Cada día encontraba el motivo para agredirnos (a
todo el grupo).
No hubo día en que no nos formara para golpearnos en cara,
brazos, manos, piernas y el clásico jalón de orejas. Esta
maestra en mí sí logró meterme el miedo, tal sentir empezó el
día en que nos sacó a todos menos a un compañero que dejó en
su banca sentado. Al grupo nos dejó formados fuera del salón
junto al muro que daba hacia el salón. Yo quedé al lado de la
puerta de entrada, al mirar a la maestra de espalda y al alumno
sentado vi cómo empezó a golpearlo de manera cruel, y sin
miramientos le picó el estómago y al continuar con golpes se le
quebró la regla de madera, de manera inmediata alcanzó una
regla de metal para continuar con la golpiza, al mismo tiempo
que le gritaba y cada vez hacía más fuertes sus gritos.
El niño no más se protegía la cara con sus brazos, pero la
maestra parecía no cansarse. Como yo estaba espantada y con
miedo ante tanta agresión no pude seguir viendo, volteando la
cara, cerré los ojos.
Al estar así observé mis sensaciones: mi corazón lo sentía al
ritmo de un tren a toda velocidad, mi cuerpo rígido y duro, mi
respiración era corta y rápida, y sin darme cuenta, mi cabeza
empecé a dirigirla hacia el pecho, empecé a bajar los hombros
y mis piernas las flexioné ligeramente y terminé abriendo mis
manos, las tenía cerradas y muy apretadas. Todo esto me
ocurrió en pocos minutos. La maestra dejó de gritar, sólo
escuchaba el llanto del compañero. Los vi pasar frente a mí. Se
lo estaba llevando con su mochila a la dirección; todo ese
acontecimiento quedó grabado en mi mente de manera
inconsciente.
A partir de aquel día, empecé a abrir más mis ojos al
enfrentarme ante ella con barbilla ligeramente baja y con una
mirada fija sin pestañar y relajando mi corazón con
respiraciones tranquilas.
Al recordar esta actitud nueva por parte mía, me trajo a mi
mente otro recuerdo cursando aún mi segundo año. Cierto día,
sin recordar el motivo, me veo parada al lado de mi pupitre
mientras la maestra se dirigía hacia mí primero con palabras
268
altisonantes, después con enojo empezó a gritarme de forma
moderada. Yo, concentrada en mi respiración, empecé
dirigiendo mi mirada hacia ella y sin quitar la mirada de ella
durante sus regaños logré que por dentro de mí surgiera el
enojo (siempre me dejaba dominar por el miedo).
Este nuevo sentimiento me hizo que lo manifestara
frunciendo las cejas y sin dejar de observarla. Ella, al sentirse
agredida con mi mirada, golpeó el escritorio y me mandó a que
fuera por mi madre para quejarse de mi comportamiento. Salí
del salón y me dirigí a la dirección para enterar de mi salida y
que regresaría con mi madre a petición de mi maestra. Caminé
las tres cuadras hacia la casa y al entrar, enteré a mamá que la
maestra quería hablar con ella.
Mami solo me preguntó qué había hecho de malo, a lo que
le contesté que no lo sabía. Al llegar las dos a la entrada del
salón nos detuvimos y la maestra se nos acercó y empezó a
conversar con mi madre. Lo último que le argumentó fue que
la miraba feo. Mi mamá me preguntó por qué miré feo a la
maestra. La respuesta no salió de mis labios y no contesté
nada, así que me envió a mi banca.
La maestra se despidió de mi madre y esta última
confundida mentalmente me preguntaba por qué había ocurrido
o cómo había empezado todo. A pesar de mi confusión
experimenté asombro, emoción que me reprimí, pero lo más
importante que había aprendido de ese suceso fue el que yo
misma propicié el motivo para salir de la escuela, que no me
regañara mi mamá, y todo por los efectos que propicié en ella
sólo con miradas desafiantes por parte mía; fue cuando por
primera vez me permití sentir el enojo y demostrarlo.
Esto generó en mi interior una actitud de fortaleza interna y
serenidad ante personas como ella o en situaciones difíciles. Al
finalizar el año, mis calificaciones eran muy bajas pero logré
pasar al siguiente ciclo escolar.
En las observaciones de estos acontecimientos, pensando en
el ahora, llego a la conclusión que tengo la capacidad de
mantenerme serena ante cualquier persona enojada y gritona.
Aprendí que los gritos son el arma de los necios y cobardes,
269
que siempre habrá gente que quiera culpar por sus problemas a
otros.
En lo referente a salidas, teníamos también las visitas a los
abuelos por parte de mamá Carmen y Lalo. Conviví más con
ella porque disfrutaba que me platicara de su infancia en las
épocas de la revolución; el abuelo, hombre trabajador,
cumplidor en sus obligaciones como trabajador, proveedor y
como padre. Siempre lo vi descansar sentado en un sillón en su
recámara y con un libro en sus manos. Siempre lo observé leer,
costumbre que me dejó de herencia: el gusto por la lectura.
En tercero, cuarto y quinto de primaria las cosas me fueron
más llevaderas con maestras exigentes y regañonas pero con
distinta forma de disciplinar y con muchas y largas tareas
escritas. Otra enseñanza fue la de despertarme temprano y con
mucho tiempo para lograr terminar bañada, vestida con el
uniforme, peinada y desayunada (siempre estuve en escuelas
de turno matutino).
Sin exigencias ni gritos, mamá nos despertaba prendiendo
el radio, dejándolo a todo volumen y yo escuchaba las noticias
al mismo tiempo que me preparaba para ir a la escuela. Los
que salíamos éramos mi hermano Martín, Chela, Nelly y yo.
Este aprendizaje me fue molesto los primeros años pero
después me adapté y terminé acostumbrándome. Gracias a este
hábito, que considero maravilloso y de mucho provecho, he
tenido logros en estudios, proyectos y metas.
Al empezar a cursar el sexto año de primaria, mi papá se
enferma, situación que avanza en la enfermedad y favorece la
hospitalización y atención especial, por parte de doctores y
medicamentos, al no lograr recuperarse de cáncer en el
cerebro. Llegó el día en que falleció. Una de las tías nos llevó a
Martín, a Chela y a mí al velorio. Mi mamá, al vernos llorando,
nos dijo que se fue y que ya no lo veríamos más.
Me sentaron, y ya estando sentada fue cuando vi a mi padre
en el féretro, sólo lo miré por unos instantes breves y vi que los
que me rodeaban lloraban amargamente. Internamente me
reprimí, no quise pensar ni escuchar, y fue generándose en mí
una sensación de soledad, únicamente me veía a mí misma
270
sentada en actitud robotizada; reaccionaba sólo si se dirigían a
mí.
Estos acontecimientos quedaron grabados en mi mente pero
nunca incluí ningún sentimiento. Al ser introvertida y callada
ocasioné, que al pasar el tiempo, mis hermanos me llamaran
“la silenciosa” o “la momia”, situación que acepté y a la que
me acostumbré.
En conversaciones siempre fui breve y directa. Nunca
expresé mis emociones. La pérdida de mi padre la logré
superar ya de adulta, estando casada. De repente me invitaron a
estudiar Reiki y acepté entrar al curso de primer nivel. Al
finalizarlo me dijeron que yo misma me lo aplicara para
superar cualquier complicación que tuviera mentalmente.
Al empezar el ejercicio sentí la presencia de un hombre a
mi lado derecho, lo vi de espalda, empezó a voltear la cabeza,
al quedar de lado lo reconocí, era mi padre, y negándome a
creer que era él, cuando termino de girar quedando de frente,
confirmé lo que me negaba a creer.
Mi ritmo cardiaco era tranquilo, de repente sentí una
lágrima que me recorrió mi rostro y terminó por caer. Después
de eso empecé mentalmente a decir “¡papá!”, después de
decirlo por segunda vez salió de mis labios en la tercera
ocasión y sin quitarle la mirada observé una sonrisa a la que
contesté de la misma forma y mis labios se abrieron para
decirle gracias.
Respiré largo y profundo sintiéndome serena y tranquila; de
repente ya no lo vi, solo experimentaba en mi mente y mi
cuerpo que estaba dentro de mí, que siempre escucharía mis
pensamientos y mis inquietudes. Esta experiencia me dejó una
sensación de equilibrio, fortaleza y protección.
Cuando terminé el sexto año de primaria, mi madre estaba
trabajando y con un horario corrido. En los tres años de
secundaria, en mi adolescencia empecé a observar a los chicos,
y ellos hacían lo mismo: observar a las más bonitas y de buen
cuerpo.
Estando en el primer año, a mis compañeras de salón les
encantaba los días de kermés. Se animaban a participar en las
271
actividades y sobre todo en la actividad de ser policías y
guardianas de la cárcel. También porque a los encarcelados se
les permitía salir casándose con alguna pareja. Les gustaba
mucho jugar a ser juez, testigos de actas y carceleras. Siempre
hacían sus planes para atrapar a los que consideraban
enamorados de alguna chica.
Cuando ocurrió que a mí me encarcelaran, ya tenían al
chico con el que me querían casar. Era un compañero de salón.
Estábamos solos los dos en la cárcel. Él no se atrevía a ser el
primero en hablar, me miraba a los ojos por pocos segundos y
volteaba la mirada. Yo, ansiosa, esperaba pero me ganó la
desesperación y tuve que ser yo la que inició una conversación.
De manera rápida y directa llegamos al acuerdo de darles el
gusto de que nos casaran para poder salir y durar los diez
minutos de la mano para que no nos regresaran a la cárcel. Al
salir seguimos conversando; aprendí cómo empezar una plática
de manera tranquila y también a tener tratos o acuerdos por
objetivos o propósitos, con alguien más o en equipo; que debo
decir “lo que no me gusta” o preguntar a otros lo que no le
guste hacer a cada quien, y coincidir es esto porque en algunos
gustos podemos coincidir y en muchos no.
Segundo y tercero de secundaria transcurrieron de manera
rápida. En la graduación, entre compañeros nos compartimos
frases de buenos deseos con firmas entre todos. Después entré
a estudiar en una academia de señoritas la carrera de Secretaria
Contador. En una conversación con mamá, ella me pidió que
estudiara esta técnica, que duraría tres años, con el objetivo de
que empezara a trabajar y le ayudara económicamente.
En esos tres años obtuve aprendizajes que me ayudaron
para desempeñarme en un trabajo de manera eficiente: ser
ordenada con todo material de trabajo, tener control de
llamadas, libros o papelería, también el manejo de dinero y
llevar el registro de entradas y salidas en el manejo monetario,
el dominio y rapidez al escribir en la máquina de escribir. Esta
materia la disfruté, el libro de mecanografía eran lecturas con
mensajes positivos; esto ocurrió ya en tercero.
Gracias a esto me ayudó a tener una actitud tenaz, positiva
y decidida, fueron la fórmula para llevar una vida armoniosa y
272
tranquila. En mis situaciones difíciles siempre he recurrido a
este grandioso libro. Al terminar mis estudios empecé a
trabajar y a recibir un sueldo, siempre dándole la mitad a mi
madre para ayudarla en los gastos.
En este primer negocio en el que trabajé, sólo realizaba
pocas actividades. Cierto día, uno de los dueños me dijo que
mis servicios ya no eran requeridos. Sin hacer problemas ni
discusiones, dejé de laborar en ese negocio en el que duré
cinco meses. Esa experiencia me dejó la sensación de que
podía asumir cargos con más responsabilidades y la lección de
expresar siempre los motivos o razones por lo que no se pueda
cumplir órdenes de un jefe.
No duré mucho sin trabajar. Mi madre me entregó una
dirección y el nombre de una persona. Me entero que se trataba
de una empresa en la que solicitaban una secretaria, y sin
pensar mucho me arreglé y me presenté con solicitud de
empleo. Me pasaron inmediatamente a entrevistarme, ya que
terminaron las preguntas me dijo: “Bienvenida, empiezas hoy”.
Duré dos meses en un primer puesto de archivista. Después
estuve de cajera y posteriormente me pasaron de recepcionista
mecanógrafa y atención a cobradores. Duré dos maravillosos
años, pero nuevamente ocurrió que llegó el día en que me
dijeron que mis servicios ya no eran requeridos.
De este trabajo salí con muchas sensaciones agradables:
aprendí a convivir entre compañeras, logré hacer una amiga, el
desempeñarme de manera provechosa para con los jefes,
siempre reporté mis funciones con gusto y satisfacción. Cada
experiencia que viví la recuerdo con mucho aprecio y cariño;
tuve logros y éxitos, también momentos difíciles y
complicados pero me dejaron muchos momentos agradables
que guardo dentro de mi mente y mi corazón.
Experimentando que algo llegaría a mi vida y sin saber qué
sería o hasta cuándo ocurriría, transcurrió un mes en que
busqué y también descansé de las rutinas de un trabajo.
Estando en casa, de repente recibí una llamada en la que me
preguntaron si tenía la disposición de ayudar en un proyecto
laboral con la posibilidad de un trabajo fijo pero a largo plazo.
273
Acepté sin preguntar los detalles. Me dijeron el nombre de
un arquitecto encargado y una dirección. Ya en la entrevista
con el arquitecto, me informó sobre el proyecto que quería
implantar. Me presentó con todos los empleados y al mismo
tiempo me mostró el lugar; conocí a uno de los tres directores
del edificio, a todos los enteré que empezaría a laborar por
tiempos cortos en una nueva área en la que quería implantar su
proyecto.
Quedé sola en el lugar asignado y con las instrucciones que
trabajaría por cuatro horas de lunes a viernes. Duré tres meses.
Al empezar el cuarto mes, me enteraron del departamento de
recursos humanos (al que fui inmediatamente y llené
solicitudes específicas y exámenes escritos, después de haber
entregado mi documentación) que había sido aceptada mi
solicitud y que tendría un sueldo y el beneficio de un servicio
médico. Estos acontecimientos me generaron una enorme
alegría que proyecté al trabajar con gusto y siempre muy
sonriente.
Empecé a trabajar y me movieron de lugar y de puesto. Me
asignaron al área de archivo, y estando aquí me sentí muy a
gusto con mis labores. Al mismo tiempo empecé a conocer a
las que tenía de compañeras; con una de ellas inicié una
amistad, con las demás me llevaba muy bien. Cierto día,
estando en mi hora de comida y en el comedor, llegó un joven
que siempre llegaba de visita, y una de mis compañeras me lo
presentó.
Sin darle tanta importancia a lo ocurrido siguieron
transcurriendo los días. Un día, jueves, una compañera de
nombre Adriana me invita a ir al cine, me dejó pensando que
solamente iríamos las dos, pero me sorprendió que cuando
estábamos por irnos llegó el novio de ella, quedé sorprendida y
callada, sin decir nada y al verme seria me dijo: “no te
preocupes, invité a alguien para que te acompañe”, y a los
pocos minutos llegó mi acompañante. Se trataba del mismo
chico que me había presentado días atrás en el comedor. No
muy conforme nos fuimos al cine, estando ya en la entrada
tomaron la decisión de entrar a la función que estuviera a esa
hora.
274
Entramos a ver una de terror, situación que me generó
molestia, soporté el rato de la película, hasta que salimos fue
cuando empezamos a conversar. Duramos un largo rato de
charla amena y a partir de entonces empezamos una relación
amistosa, que terminó siendo un noviazgo que duró tres largos
años. Entre mi madre y mi futura suegra, cada una de ellas, nos
ayudaron a tomar la decisión de comprar casa en primer lugar,
y así fue, entre los dos dimos los primeros pagos de enganche y
pagos al banco.
Al año posterior nos casamos por lo civil, 1985. Al año
siguiente 1986, ocurrió la boda religiosa y en1987 nos fuimos a
vivir a la casa en la que sólo teníamos un colchón para dormir,
una parrilla para cocinar, platos y cubiertos. En esta etapa me
fascinaba la idea de arreglar la casa al gusto de los dos, cosa
que no ocurrió debido a obsequios de muebles usados que
terminaba aceptando mi marido.
En el año de 1989 yo continuaba trabajando, pero ocurrió
que quedé embarazada de una niña que nació al año siguiente
en el mes de enero. La etapa de madre la disfruté
enormemente, me generó emociones de amor materno viendo
su desarrollo en cada etapa. Cuando cumplió cuatro años de
vida, me llegó una oportunidad de trabajo temporal, cosa que
acepté. Inscribí a mi hija en una guardería y me fui a trabajar
de secretaria suplente. Lo estuve haciendo por dos meses.
Cuando me pagaron guardé el dinero y días después,
platicando con una de mis hermanas, surgió la idea de un viaje,
a las dos nos entusiasmó tanto que empezamos a ver opciones
de destinos, costos y los días de viaje. Llegó a nosotros la
información de viajes a Mazatlán de fin de semana. Nos agradó
el costo y comprarnos los boletos para el viaje; a mi hija la
llevé también a este paseo que disfrutamos las tres: mi
hermana, mi hija y yo.
El vernos frente al mar, interminable, con amaneceres
preciosos en la playa, descansar, planear platillos de comidas y
cenas nos generó el deseo de proponernos nuevamente el
viajar. Cuando regresamos de este viaje no dejábamos de
platicar de todo lo que vivimos, el estar en un hotel de lujo en
un cuarto piso… todo lo ocurrido fue tema de conversación por
275
dos meses entre las tres. Quedamos con el deseo de procurar el
volver a viajar pero el tiempo y lo cotidiano de cada día fue
minando ese tema.
De manera inesperada, cierto día después de que había
bañado a mi hija me ocurrió que resbalé con agua y me caí en
las escaleras de la casa, al caer sujeté fuertemente a mi niña, la
tenía en mis brazos, se me dobló mi pierna izquierda sin darme
cuenta, sólo hasta que quedé sin moverme solté a mi niña. El
verla bien y sin lastimaduras me reconfortó el alma pero al
verme mi cuerpo, me percaté de mi pierna doblada, al estirarla
percibí el dolor más terrible nunca antes experimentado, quise
gritar pero me contuve al tener a mi pequeña ante mí, después
me di cuenta de que la comida en la estufa se estaba
quemando, por un momento me desesperé al estar
inmovilizada.
Empecé a mover la pierna lastimada conteniendo el deseo
de gritar por el dolor, logré experimentar cierta posición de mi
pie que no me generaba molestia y apoyando las manos en los
escalones y con mi pie derecho bajé las escaleras de manera
lenta y así fue como llegué frente a la estufa, que apagué para
que no se hiciera la humareda en la cocina por la comida
quemada.
Me fui hasta la sala para hacer una llamada telefónica. A la
primera que enteré fue a mi madre para decirle que necesitaba
de ayuda, después llamé a mi marido para enterarlo de lo que
me ocurrió. Ya que estuvieron en casa mi madre y mi marido,
llamaron a una ambulancia que me trasladaría a un hospital
para que me atendieran. Los paramédicos me dijeron que tenía
fractura: me entablillaron la pierna y después me subieron a la
camilla para llevarme a que me atendieran.
Primero me sacaron radiografías de la pierna para saber la
gravedad de la quebradura. El resultado fue fractura de tibia en
varios fragmentos y el peroné. Me programaron la operación
para implantarme placa y tornillos para unir las partes
destrozadas, después me trasladaron a recuperación de las
anestesias. Rato después me encontré en una habitación con la
pierna enyesada y envuelta en vendas. A los pocos minutos vi
a mi madre y a mi marido conmigo en el cuarto, a la niña no le
276
permitieron entrar pero me envió un hermoso dibujo: un
corazón con unos labios pintados con labial, era un beso
enviado por mi pequeña.
Este accidente fue el primero de varios porque al año
siguiente se me dobló el pie y me causé un esguince. En esta
ocasión fue mi hermana Chela la que me llevó a un hospital
para que me checaran y otra vez me vi enyesada y con vendas
en mi pierna izquierda. De esta lastimadura me recuperé en
menos tiempo que cuando la fractura, posteriormente fui
hospitalizada por una enfermedad que no lograban los doctores
saber un diagnóstico preciso.
Tardaron una semana en lograr diagnosticarme, fue una
infección de anginas junto con polvos que tragué de una
atención con un dentista. Las dos cosas juntas me ocasionaron
fiebre. En primera instancia me la quitaron con antibióticos
administrados por medio de sueros y medicamentos
programados en horas específicas.
A la semana me encontraba débil, anémica y flaca. Antes de
salir me tuvieron que administrar sangre para poder moverme;
ya que logré pararme y caminar, aunque lo hice de manera
lenta y torpe, me bañé, vestí y peiné yo sola, después de esto
me dieron el pase de salida.
Me ocurrió que una vez más me lastimé el pie: un esguince
nuevamente, y el siguiente motivo por el que fui a parar a un
hospital fue por embarazo, en esa situación sí que disfruté cada
etapa de la gestación. En el último trimestre se movía mucho la
bebé, tardaba en acomodarme de manera relajada por las
noches.
En una de las consultas, al checarme un ginecólogo con sus
manos para sentir a la bebé, sintió que con uno de sus piecitos
le empujó una de las manos del médico, éste, sorprendido,
exclamó inmediatamente: “¡Me empujó mi mano!”. Fue un
momento inolvidable a pesar de que fue poco lo que duró mi
bebita; sólo estuvo durante el embarazo. Falleció antes de
nacer (los médicos argumentaron varios motivos de su muerte).
Las anestesias propiciaron que me durmiera, tuve
conciencia ya estando en una habitación. Vi a mi hermana
Nelly haciéndome compañía. Ella, al verme consciente, no dijo
277
nada, sólo me observaba. Yo, al recordarme en la operación y
que me pusieron anestesia en el cuello, sin permitirme pensar
nada más, sólo le pregunté: “¿se fue?”, contestó con un “sí”.
Después de su respuesta, empezó a hacerme comentarios.
Poco después entró mi marido y mi hermana salió de la
habitación, él solo pudo decir: “murió”, empezó a llorar y yo lo
abracé amorosamente y le dije en actitud tranquila y serena que
tuvimos una bebé, que siempre estaría dentro de nuestro
corazón en forma de un precioso ángel. En mi mente y mi
cuerpo percibía su esencia cerca.
Esta agradable sensación, tibia, amorosa y tierna me dio la
tranquilidad de escuchar que compartían el sentimiento de la
pérdida por parte de la familia de él. Ya estando en la casa de
mi madre, en la recuperación de la operación, intentaron que
sacara de mi mente el sentimiento de la pérdida, situación que
no me permití ni ante mi madre. Dentro de mi mente aún
experimentaba a mi pequeña como si estuviéramos en contacto
mentalmente.
En el transcurso de los días y semanas, llegó el día en que
regresé a mi casa. Ya estando en mi recámara y por las
mañanas, fue hasta entonces que dejé salir de mis adentros la
tristeza de no haberla visto, de no poder sentir su cuerpecito de
bebé. Lloré su pérdida pero de manera inesperada. Siempre
empezaba a sentir que no tenía ninguna presión en mi pecho, ni
en mi garganta, respirando lenta, profunda y suavemente.
Después de limpiarme las lágrimas y estando con los ojos
cerrados siempre he logrado ver su rostro sonriente y angelical;
me generaba ternura y el deseo de decir te quiero y te amo,
muchas veces, me dejaba la sensación de compañía y de que
soy escuchada siempre.
Pasaron años con rutinas y labores hogareñas que me
generaba inconformidad ante la poca ayuda por parte de mi
hija y su padre: la casa con fallas eléctricas, goteras, falta de
agua caliente, la falta de una lavadora de ropa, con mal dormir
por usar un colchón viejo y de resortes que me lastimaban la
espalda, más una relación sexual minimizada y decadente. No
disfrutaba ni los besos. Él dejó de asearse la boca y eso le
278
produjo un desagradable aliento a fierros oxidados, que yo
detestaba.
Después de una discusión de índole sexual, me ocurre una
caída nuevamente en las escaleras de la casa. En esa ocasión, al
verme él que otra vez necesitaría atención médica especial de
un traumatólogo, me miró con enojo, y molesto, llamó un taxi
para llevarme a consultar.
El médico me diagnosticó rotura de tobillo y que necesitaba
operación para reubicar articulaciones. El doctor me puso una
férula y vendas para inmovilizar el pie. Al salir de la consulta,
sin mirarme, me avisó que llamaría a mi madre para enterarla.
Me quedé observando a mi marido mientras hacía la llamada,
analizando internamente deduje que al enterar a mi madre le
diría de tráemela a la casa; experimenté rechazo, sentí que no
valía nada para él, que le era una carga de la que se quería
deshacer.
Me hizo recordar que después de cada uno de mis
accidentes y enfermedades se me acercaba sólo para hacerme
comentarios de sus problemas y obstáculos que se le
presentaban; eran situaciones que me dejaban mucho peor
emocionalmente, con resignación le permití humillaciones que
me bajaban la autoestima, para él yo era la culpable de sus
fracasos.
Permití pisoteos, indiferencia, injusticias, rechazos al no ser
escuchada, ni incluida. Sentí una gran desilusión y frustración.
Sufría tolerando en silencio y callada. De cada uno de los
acontecimientos difíciles anteriores, me refugiaba en lecturas
de auto-ayuda, me daban la fortaleza ante las situaciones de
conflictos internos; me dejaban pensando en olvidar lo malo,
aprovechando el aprendizaje que obtenía de todas las
situaciones malas y buenas.
De la rotura de tobillo me operaron gracias a mi hermana
Nelly. Ella pagó la operación y mi marido después le fue
pagando como fue pudiendo, muy a su pesar, con enojo y
frustración. En mi recuperación vi cómo me evitaban mi hija y
su padre. Cuando llegaban de visita actuaban de manera
forzada debido a comentarios de mis hermanas, sin ganas me
279
hacían compañía por tiempos muy cortos, incluso frente a mí
discutían diciéndose: “te toca a ti cuidarla y atenderla”.
A los dos les toleré egoísmos, arrogancias y palabras
ofensivas. Al pasar el tiempo, llegó el día en que me sostuve
con los dos pies ya sin alambres incrustados ni férulas; pero
debido a bajas defensas me enfermé a los dos días después de
que ya estaba en mi casa. Yo misma empaqué ropa en una
maleta y le dije a mi marido que regresaría con mi madre, que
regresaría a casa ya estando con buena salud y así lo hice.
Regresé teniendo más conciencia de mis actos y pensamientos.
Duré pocos meses en los que les soporté diariamente
indiferencia y muchos rechazos. Mi hija, en una conversación,
me dijo que si me quería ir que lo hiciera, consciente o
inconscientemente me causó un dolor enorme, motivo por el
que tomé la decisión de salirme de la casa. No lo hice de
manera definitiva, regresaba los fines de semana; al estar con
los dos me excluían y relegaban y no era considerada para
opinar. Experimenté desvalorización por parte de los dos.
Me quité todo resentimiento para con mi hija, perdonándola
cuando me acercaba sólo a ella (a su padre dejé de hablarle), le
escuché sus sentimientos y su forma de pensar. Muchas veces
intentó que yo cambiara mi forma de actuar para con su padre;
con tranquilidad siempre la escucho, me acepté mis errores y
abandonos que tuve para con ella. Sólo contadas veces
conversamos de mis emociones y sentimientos y gracias a
estos acercamientos logré quitarme, y también ella, de pesares,
agobios y frustraciones. Las conversaciones yo misma las
provoqué de manera deliberada para ayudarla a que no se
quedara con resentimientos guardados en su mente.
En lo referente a su padre, actualmente aún vivo con él.
Cada mañana, al observar sus rutinas matutinas, procuro tener
una actitud de empatía con tranquilidad y paciencia, sin esperar
nada por su parte. Aprendí que el esperar algo me generaba
dolor y desesperación; libero mi mente de todo pensamiento
negativo y con disposición de disfrutar el día me expreso con
libertad, hago comentarios o preguntas breves y directas, he
aprendido a ser clara y asertiva en conversaciones ante
cualquier dificultad, problema o discusión que intente iniciar.
280
Por las noches regresa con agobios y cansado; he procurado
preguntarle: “¿Cómo te fue?” En muchas ocasiones ha
contestado con un “bien” y en otras me platica de manera
resumida algún conflicto que tuvo en el trayecto del día.
En conclusión, llevaba una relación hostil, distanciada y
con enemistad. Estas sensaciones me dejaron documentos de
divorcio que me entregó en tres ocasiones. Aparentemente
llegamos a acuerdos que no tuvieron seguimientos por su parte,
y la separación quedó trunca e inconclusa.
En ese tiempo, dentro de mi mente me sentí como un barco
a la deriva: sin timón, presa de vientos huracanados, olas
enormes de emociones que no podía controlar. Me sentí presa
fácil de acechanzas que se me pudieran presentar; sintiéndome
sola en la inmensidad de un mar embravecido, vivía una
realidad en la que luchaba por que cambiaran mis situaciones
pero por dentro experimenté un ancla que me impedía salir de
esas tormentas internas.
De manera inesperada llegó a mí el número telefónico y el
nombre de una mujer que daba terapias alternativas
especializadas, pedí la cita y ya estando ante ella me dio la
terapia y después de varias preguntas terminó la sesión. Al
salir, gracias a lo que me hizo, percibí la fuerza interna y el
deseo de mirar a ojos abiertos todo lo que llegara a mí. En mi
mente había desaparecido toda tormenta. Sentí que mi corazón
palpitaba con más fuerza y dejé de sentirlo débil, y sobre sentí
todo la armonía y disposición de formarme mi propia vida
como yo la quisiera.
Transcurrió el tiempo y me llegó la oportunidad de trabajar
como secretaria suplente en unas oficinas. Al aceptar, empecé
a generarme cambios que me beneficiaron en lo personal y lo
monetario. Entré a un curso de herbolaria y empecé a elaborar
tinturas, jabones, preparados de yerbas con licor y jarabes.
A partir de entonces he vendido tinturas de propóleos, esto
me he generado un ingreso de dinero que he aprovechado en
mi beneficio. A los pocos meses logré tener una nueva amiga y
gracias a ella me informó de un curso llamado “El Guión de mi
Vida”.
281
Empecé a propiciar los cambios necesarios para
encontrarme a mí misma, a saber que soy una persona que
tengo conciencia para conocer mis necesidades y gustos, que
me puedo expresar con libertad, que tengo la responsabilidad
para con mis pensamientos, mis actos y mis decisiones, que
debo cuidarme y amarme primero a mí misma, que no debo
criticar, ni juzgar a nadie sin antes hacerlo con mi propia
persona, que puedo perdonar a otros y perdonarme yo misma,
y que debido a mi propia indecisión e inconsciencia no podía
ser leal, ni tener el valor para darme lo que me corresponde por
derecho divino; estas dos virtudes son las que considero que
me han ayudado a sentir que tengo el poder para lograr
cambios, propósitos y proyectos.
Después de este curso entré a un diplomado titulado
“Tejiendo mi Vida” que duraría un año y medio, allí empecé
aprendiendo a valorarme, quitándome cautiverios autoimpuestos por sociedad y familia, estableciendo límites
propios, a tener acuerdos y contratos, diciendo lo que no me
gusta, buscando el ser que soy, aceptando que siempre estoy en
un proceso de crecimiento, que decido mi propio destino
construyéndolo, siendo autora, agente y actriz de mi propia
vida, tomando siempre en cuenta las soluciones de problemas,
generándome resultados positivos; me he quitado angustias con
la esperanza y con la alegría, éstas las considero la fruta natural
que me han dado la salud en el alma.
Cada día procuro limpiarme siempre las impurezas del
rencor para reflejar con mi mirada la alegría y la fortaleza.
También descubrí mis potencialidades: tengo la capacidad de
escuchar con empatía todo tipo de problemáticas, comparto de
mi tranquilidad para superar pérdidas, puedo superar
momentos de enfermedad sin la necesidad de palabras de
terceras personas. Otra oportunidad me llegó de estudiar yoga.
Tomé un curso por ocho meses y logré ser instructora.
En el proceso superé miedos que me impedían socializar y
asumir cargos como maestra de yoga. Logré sacar el poder de
dar órdenes sin ser autoritaria, descubrí que puedo influenciar a
otros con mi serenidad y paciencia. Logré enamorarme de mí
misma viéndome al espejo desde otra perspectiva. En mis
hallazgos me encontré que soy femenina, exquisita, sencilla y
282
fuerte, que tengo la disposición para actuar y que sólo a mí
misma ilumino cuando magnifico mi vida, que tengo la
simpatía y la alegría para compartir con las personas que me
rodean procurándoles un poco de paz y tranquilidad.
A lo largo del diplomado me han ayudado a verme como
una mujer en desarrollo, a hablar en primera persona, a
escuchar sin hacer juicios como testigo, respetuosa, a
acompañar con empatía, a ser responsable de lo que hablo y
escucho. Aprendí que todas y cada una somos iguales y
cuidamos nuestra confidencialidad, a ver y aceptar mis
negatividades pero dejándolas salir, a no anclarme en
sentimientos que enferman, los cuales solo debo experimentar
y dejar ir.
He aprendido que el mundo externo es la imagen del mundo
interno, que yo misma tengo las armas para resolver mi vida,
mi salud, mi economía, que todo surge a partir del amor propio
y no de las heridas del pasado.
Aprendí la fórmula del crecimiento y es gracias a la
intención (pasión), el esfuerzo (físico) y sabiendo esperar la
intervención divina (las personas, teléfonos, publicidad…) para
que se acomode todo a mi favor; he ido teniendo la claridad (lo
que quiero, cuándo y cómo, siendo específica) con la
integridad de no mentirme a mí misma; sabiendo pedir
(visualizándome en tercera dimensión y a colores), siempre en
positivo.
Agradeciendo desde el principio, sintiendo que ya está dado
y que de alguna forma pagaré dando mi contribución con
alegría. Así he logrado experimentar la felicidad: he aprendido
que este sentimiento no debo posponerlo hasta el final del
camino porque no sé cuándo llegará ese fin, y mientras no
llegue, disfrutaré apreciando todo lo que vivo, incluyendo todo
tipo de climas que serán parte de mi andar sintiendo la
confianza y la determinación con pasos firmes y continuos.
Doy las gracias por este grandioso regalo que llamaron
“Tejiendo mi Vida”. Lo considero el milagro junto con las
maravillas que nunca han cesado: el darme la actitud y el
carácter, muchas alegrías en la convivencia con mis
compañeras y amigas, incluyendo a las facilitadoras, con las
283
que he tenido momentos inolvidables que me han hecho sentir
una juventud eterna, una riqueza única, una salud radiante, un
amor infinito y la grandiosa sensación de sentirme viva, sana,
próspera y feliz.
284
Una vida de trabajo - Águila guerrera
Cuando me decidí a tomar este diplomado lo hice con la
inquietud de aprender a escribir pero no imaginé que iba a
escribir mi propia historia.
Nací en Monterrey, Nuevo León, en el mes de julio de
1951, en esta bella ciudad que he visto crecer junto con su
gente en muchos aspectos. Soy la mayor de ocho hijos de unos
padres jóvenes pero responsables. Mi infancia transcurrió en
un Monterrey tranquilo donde se podía jugar en la calle o en
los patios, que eran muy grandes: a los encantados, a la
matatena, al béisbol, a disfrazarnos con la ropa de nuestros
papás…
Hice la primaria en el colegio Breves, en la escuela Ignacio
Morones Prieto y la escuela Revolución. De cada una de ellas
guardo bonitos recuerdos. Cuando quise ingresar a la
secundaria, mi papá se negó a que fuera pues dijo que después
quién le iba a ayudar a mi mamá con el quehacer de la casa y
los niños; como siempre, se hacía lo que él decía. No importó
que yo le rogara pues nomás no fui, pero eso no impidió que
yo leyera todo lo que se ponía a mi alcance.
Vi cómo llegaban mis hermanos y yo siempre ayudando a
mi mamá, pues mi abuela materna había muerto muy joven y
mi otra abuela tenía que trabajar porque había quedado viuda y
con sus hijos muy jóvenes. A los diez años, más o menos, yo
hacía de comer sopa, frijoles y algún guisado, subida en un
cajón de madera. Jugaba y hacía las tareas siempre cuidando a
alguno de mis hermanos; brincaba a la cuerda con mi hermano
en brazos con mucho cuidado pues si algo le pasaba me las
veía con mi papá cuando él llegaba del trabajo.
Cuando llegó el último de mis hermanos, mi mamá se
enfermó de preclampsia, le daba mucha temperatura y no se
podía levantar, entonces yo hacía el biberón. Una vez, quizá
por el sueño que tenía, preparé el biberón con la botella mal
enjuagada y le dio mucha diarrea, motivo por el cual lo
tuvieron que hospitalizar, así que mi mamá se quedaba en el
hospital con el bebé y yo con el resto de mis hermanos a
cuidarlos. Cuando finalmente el bebé se recuperó, volvimos a
nuestra vida normal, pero más o menos un año después, le
285
detectaron a mi mamá cáncer en la matriz (tendría yo catorce
años), y la tuvieron que operar para quitársela.
Estuvo en el hospital más de un mes y tardó mucho para
recuperarse, pues me imagino que debe haber tenido una
depresión nerviosa por no poder vernos. Mi papá nos formaba
enfrente del hospital para que, aunque fuera de lejos y por la
ventana, nos viera mi mamá. Cuando por fin salió del hospital,
ella pesaba 35 kilos. Yo la bañaba y la arropaba pues tenía
mucho frío; le daba de comer en la boca porque no tenía
fuerzas para hacerlo. Afortunadamente, ya en casa se recuperó
más rápido y volvimos a nuestra vida de siempre.
Cuando se acercaba la fecha de mis quince años, mis papás
me organizaron una fiesta muy bonita con lo que pudieron y la
disfruté mucho. Todavía recuerdo cuando bailé mi primer vals
con mi papá; yo lo veía muy guapo pues tenía 33 años.
Cumplidos los quince, le pedí a mi papá que me diera
permiso de trabajar y conseguí hacerlo en una fábrica de
juguetes; era obrera en ese lugar y me desenvolví muy bien y
con mucho empeño llegué a ser jefe del departamento de
empaques. Me acuerdo que las cajas de empaque eran muy
grandes y se apilaban en la bodega antes de salir y no
alcanzaba a poner las etiquetas, entonces me subía en el bote
de pegamento para alcanzar a ponerlas.
Cuando el dueño de la fábrica me propuso el puesto, yo le
dije que no sabía escribir a máquina, entonces contrataron a
una señorita para auxiliarme con esos detalles. Con su ayuda,
enviaba pedidos foráneos, atendía clientes de mayoreo, me
mandaban a recoger la nómina al banco y algunas cosas más.
La fábrica creció y contrataron a un joven como gerente de
ese departamento, pero éste empezó a acosarme sexualmente y
decidí renunciar. El dueño no quería que me fuera, sin
embargo no me atreví a decirle el motivo real, mucho menos a
mi papá. Le dije a mi mamá y me aconsejó que me buscara
otro trabajo. Pronto me acomodé de recepcionista en una
clínica y después me pasé a una papelería, lugar donde también
me fue muy bien, pero a veces salíamos muy tarde y a mi papá
no le pareció, aunque el gerente le propuso mandarme en taxi,
no quiso.
286
Entonces empecé a comprar retazos en Manchester y de
lunes a viernes confeccionaba camisas y vestidos de niños y
vendía los sábados y domingos. Volvieron a operar a mi mamá
y dejé de trabajar para cuidarlos a todos otra vez; por ese
tiempo empezaron los problemas con mis hermanos varones
pues estaban en plena adolescencia y no iban a la secundaria;
mi papá trabajaba hasta tarde y los castigaba, pero mi mamá
les levantaba el castigo, y cuando llegaba papá me preguntaba
si se habían respetado sus órdenes.
Yo no sabía qué hacer pues me traían como pelota entre los
dos, entonces, cuando mamá estuvo bien, después de una
discusión por mis hermanos, yo recogí mis cosas y me fui de la
casa. Mi mamá me pedía por favor que no me fuera, pero yo
veía que no estaba viviendo de acuerdo a mi edad y me fui a
vivir con mi abuela paterna, quien aún tenía un hijo soltero en
la casa.
Ese mismo día, en la noche, se armó una discusión muy
fuerte porque mi papá era muy duro y no iba a permitir que me
quedara, pero mi abuela y mi tío lo convencieron de que me
dejara vivir con ellos pues no me había ido con algún
muchacho; y enseguida me puse a trabajar. En esos días que
me mandaron, ahora sí, por la leche y el pan, conocí a quien ha
sido el amor de mi vida.
Él tenía un pequeño negocio de abarrotes y empezamos
nuestro noviazgo con la ayuda de unas amigas de él, quienes
me ayudaban a sacar permiso para salir. Al cabo del tiempo, él
me dijo que no quería andar a las escondidas pues nos
sobresaltábamos cuando aparecía algún carro y teníamos
miedo de que nos sorprendieran, sobre todo de noche, y
decidió enfrentar a mi tío y a mi papá para pedir permiso de
salir juntos.
Mis demás tíos empezaron a protestar, decían que él era
muy joven y nomás me iba a quitar el tiempo y, según ellos, yo
ya tenía edad de casarme. Yo, ciega, sorda y enamorada hacía
caso omiso de lo que decían y continuamos nuestro noviazgo.
Creo que fue mi etapa de juventud más feliz. Por ese
tiempo, mis padres empezaron a viajar buscando un ascenso en
el trabajo de mi papá y dos veces hicieron el intento de que me
287
fuera con ellos, pero me resistí ayudada por mi abuela. A raíz
de que tuvieron problemas con dos de mis hermanos, me
dijeron que me tenía que ir con ellos (en ese tiempo residían en
el estado de Durango).
Fue tanta su insistencia que mi novio me propuso
matrimonio para que no me pudieran llevar y les dijo a sus
papás que si me iban a pedir, pero mi suegra no quería porque
él estaba muy joven, tenía veinte años, entonces mi suegro lo
apoyó y fue a pedirme. Tal vez mi suegra tenía miedo de que
no cumpliera con semejante responsabilidad, además de que
era el más pequeño de sus hijos. Hoy que soy mayor, la
comprendo más.
Como podrán apreciar, se puede decir que mi juventud fue
muy breve y sin permisos; para nada me sentía feliz de tener
novio y no poder salir con él. Mientras fui soltera, no iba a
ningún baile que no fuera una fiesta familiar, y si era de noche
iba acompañada de mis papás o de alguna hermana casada de
mi novio. Fue entonces que empezamos a hacer planes de boda
y a tomar acuerdos porque yo no quería tener muchos hijos.
Me dijo que él siempre iba a ser más que yo y creo que no debí
de haber aceptado pues al paso del tiempo me ha pesado
mucho esa decisión.
Nos casamos un día lluvioso, de esos que se dejan sentir en
Monterrey, un 16 de junio de 1972. Fue tanta el agua que por
poco no llegamos a la recepción pues el carro donde íbamos se
inundó. Hoy que lo recuerdo me parece muy chusco porque el
carro se llenó de cucarachas por causa de la lluvia. Yo me subí
al asiento muy asustada pero mi esposo me calmó y por fin
llegamos.
Me gustaría decir que nos casamos con nuestros propios
recursos y ayudados por nuestras respectivas familias. Fue una
boda bonita y empezamos nuestra vida en común, muy felices
de estar juntos y sin restricciones. Me acuerdo que él me
invitaba a cenar y constantemente yo veía el reloj y le decía a
mi esposo ya vámonos y él decía “¿por qué?, si ya nadie te
regaña”.
Pronto dimos señales de ser papás y mi esposo no lo podía
creer. Decía eso: que él no podía creer que fuéramos capaces
288
de concebir tan pronto. Él empezó a trabajar más. Era cajero en
un restaurant-bar donde inició de lavaplatos y llegó a ser el
encargado. Pidió la oportunidad de trabajar de mesero de
medio turno y con las propinas hicimos un ahorro para la
llegada de nuestro hijo. Cabe mencionar que yo continuaba
aportando algo con la venta de la ropa que hacía y vendía.
Cuando ya no pude coser, seguí vendiendo por catálogo
algunas cosas.
Cuando nació nuestro hijo, empecé a tener problemas con la
dueña de la casa que rentábamos porque me quería limitar el
uso del agua, pero con lavar los pañales y las camisas blancas
de mi esposo, era materialmente imposible. Entonces le sugerí
a mi esposo que compráramos un terreno para hacer una casa.
Él decía que no nos alcanzaba para mucho, pero yo insistí y lo
compramos.
Así transcurrieron más o menos dos años pero mis suegros
y mi cuñado nos dijeron que nos compraban la casa y que con
eso diéramos un enganche en otra parte, tal vez estaban
preocupados por la falta de los servicios más elementales
porque tenía que acarrear el agua de una llave colectiva y no
había luz eléctrica. Además mi esposo llegaba muy tarde
porque trabajaba un turno y medio y yo siempre estaba con
miedo de que lo asaltaran pues la colonia está pegada a un
barrio bravo. Total que aceptamos y nos cambiamos a un
fraccionamiento con casi todos los servicios. Me acuerdo que
me sentía como hueso en olla de vagabundo porque la casa era
grande y yo tenía pocos muebles, y ahí empezamos con nuestro
primer negocio establecido (con un préstamo que al cabo de un
tiempo pagamos). Casi al mismo tiempo, con todo y
anticonceptivos, me embaracé de mi única hija. Fue algo que
me tomó de sorpresa porque no estaba en mis planes, pero hoy
doy gracias a Dios por haberla puesto en mi vida.
En ese tiempo le ofrecieron a mi esposo un negocio de
cantina y renunció a su trabajo para atenderlo;
desafortunadamente lo único que nos dejó fue una amarga
experiencia. Afortunadamente logró venderlo y liquidar las
deudas; así sin trabajo y con dos niños de pañales y leche,
nuevamente con un préstamo de mis suegros compró un
289
„vocho‟ y se fue a vender ropa en abonos de la tienda que
teníamos a un municipio cercano.
Iba y venía a diario pero un día vio un local en la cabecera
municipal y me propuso que nos fuéramos a vivir a allí, ya que
había pocas tiendas y estaba por abrir una fuente de trabajo en
otro municipio cercano. Obviamente yo no quería pero él me
decía que casi no veía a los niños, y acepté. Nos fuimos a ese
lugar con muchas ganas de trabajar y prosperar. Primero
estuvimos en un local chiquito y después de un tiempo nos
cambiamos a un local más grande, y con la ayuda de créditos
de algunas fábricas ampliamos el negocio.
Cuando llegamos al pueblito rentamos una casa al lado de
donde vivía una mujer de la vida galante; y como ella no podía
tener hijos la agarró conmigo y con mis hijos (en ese entonces
ellos tenían cuatro y un año). Hablamos de nuestro problema
con el dueño de la casa que nos rentaba porque la señora
molestaba a mis hijos por la reja de la casa, al grado que me los
bañaba con agua sucia, y como yo tenía que salir a atender el
negocio los encargaba con una joven que me ayudaba con
ellos, pero me preocupaba mucho dejarlos, así que le dijimos al
dueño que dejaríamos la casa. Cabe decir que nunca llegué a
reclamarle nada a esta mujer pues no quería tener un altercado
con ella (su vocabulario era muy florido); lo que hacía era
tener a los niños dentro de la casa. Entonces el rentero nos
propuso que cambiáramos la casa con la policía rural.
El cambio me facilitó la vida pues esa casa estaba a media
cuadra del negocio y así los de la rural salieron por una puerta
y nosotros entramos por otra. Salimos beneficiados tanto el
dueño como nosotros pues esa inquilina era de por sí
problemática, pero con la policía a un lado todo se arregló.
Afortunadamente cuando nos cambiamos al local grande, éste
contaba con casa en el segundo piso y así yo trabajaba y estaba
al pendiente de mis hijos, pues mi esposo seguía vendiendo en
las colonias mientras el negocio se acreditaba.
Así pasó un tiempo y yo tenía muchos problemas con los
anticonceptivos y le propuse a mi marido que tuviéramos un
hijo más. Él me dijo que no porque en el embarazo de la niña
tuve varias amenazas de aborto y él decía que ya teníamos la
290
parejita. Le insistí y le dije que aprovecharía para operarme y
lo convencí, después nos fuimos solos a cenar a un restorán de
lujo y pedimos una botella de vino para cenar, y después de
cenar hicimos la tarea. Enseguida me embaracé (lo pedimos
para nuestro aniversario con cuentas hechas y todo, pero todo
es cuando Dios dice y se adelantó un mes completo).
Felizmente llegó muy bien e igualito a su papá, como yo lo
había pedido. Así pasaron diez años en ese lugar y en ese
tiempo falleció mi suegro; los hermanos decidieron vender la
casa que tenían mis suegros porque mi suegra estaba postrada
en cama por una embolia que la paralizó de medio cuerpo (era
una buena mujer, muy trabajadora y buena suegra, pues el
poco tiempo que conviví con ella me enseñó a cocinar muy
sabroso, y mi suegro también fue un ser muy especial: tenía
muy buen carácter y una plática muy amena).
Total, que le digo a mi esposo que si me compraba la casa
de mis suegros y que nos regresáramos a Monterrey pues el
negocio nos mantenía pero no sobraba; la casa de Monterrey la
habíamos vendido para comprar un terreno que estaba junto al
negocio en el cual pagábamos renta (con la esperanza de poder
construir algún día, pero éste no llegaba y nuestros niños
crecían y sus necesidades también). Él me dijo que con qué
dinero y yo le propuse que vendiera el negocio: lo publicó y lo
vendió, y de esta manera fue que compramos la casa de mis
suegros y nos regresamos a Monterrey.
Los primeros días, mi esposo se empleó en un periódico
muy importante pero no le gustó y estaba muy sacado de onda.
En ese tiempo yo empecé a hacer bollos de leche (había
lecherías con leche barata de gobierno y algunas de mis
vecinas no querían ir temprano por ella, entonces, ellas me
prestaban la tarjeta para que yo la comprara, pues a la tercer
falta les quitaban la tarjeta). Vendía muy bien los bollos y
entonces a mi esposo se le ocurrió poner una pequeña fábrica
de sabalitos: yo los elaboraba con ayuda de mis hijos y él salía
a venderlos; también hacíamos chorizo y él lo vendía en las
tienditas y yo también me daba un tiempo para vender casa por
casa.
291
Un buen día, uno de mis cuñados, a quien quiero mucho
pues es de muy buena calidad humana y mi esposo y él se han
dado la mano de muy buena manera, le dijo a mi esposo que si
quería una plaza en los mercados sobre ruedas vendiendo
barbacoa, que si le interesaba él le conseguía lugar así como
también le enseñaba a hacer la barbacoa. Mi esposo aceptó y
mi cuñado y su esposa nos enseñaron el oficio; pronto
aprendimos y nos fue muy bien gracias a Dios.
Por esa época yo ya me empezaba a desesperar y decía en
mis oraciones: “Dios, no me des pero ponme donde haya”… y
me puso (claro que era muy laborioso pues había que madrugar
y trabajar muchísimo; solamente el que se ha dedicado a esto
lo sabe). Nuestras ventas aumentaron rápidamente y hubo
ocasiones en que mi esposo tenía que decirle a la gente de la
fila que ya no había producto, entonces las protestas no se
hacían esperar conminándonos a que hiciéramos más, pero ya
no teníamos capacidad para aumentar la producción.
Así estuvimos un tiempo, trabajábamos todos y casi no
teníamos vida social porque los días de trabajo eran los fines
de semana y no podíamos desvelarnos pues empezábamos a
trabajar a las tres de la mañana. Así estuvimos un buen tiempo
y un día mi esposo decidió tomar una distribución de productos
americanos; yo seguí ayudándolo con los mercados (claro,
apoyada por un grupo de gente: puros estudiantes, los cuales
algunos llegaron a titularse gracias a Dios y también a su
esfuerzo).
Me acuerdo cómo trabajaba yo: hacía las compras para el
mercado, llevaba a mis hijos a los colegios, preparaba todo lo
referente a la venta de la barbacoa, atendía a mi suegra y
también a mi suegro cuando se enfermó. No sé cómo hice
tantas cosas a la vez, debe haber sido la mano de Dios quien
me sostuvo (ahora lo creo).
Por ese entonces ya le iba bien a mi esposo en la
distribución y le hice ver que trabajábamos mucho y que
convivíamos muy poco con nuestros hijos. No conseguía
hacerlo entender y como habíamos hecho un trato al casarnos
(de que él siempre iba a mandar en nuestro matrimonio) ya no
sabía qué hacer, más que llorar a solas pues nunca me gustó
292
quejarme con nadie de lo que me pasaba. Busqué ayuda
profesional y fui al Hospital Universitario.
Allí me ayudó un siquiatra y me dijo que lo negociara con
mi esposo ya que en los negocios siempre hemos sido buenos
compañeros, lo manejé de ese modo y me dio resultado.
Entonces vendimos el negocio en el que trabajábamos los fines
de semana, no sin antes capacitar ampliamente a las personas
que lo compraron (un licenciado en administración de
empresas y una contadora pública, a quienes les fue muy bien
con el negocio y a nosotros como familia también nos fue
mejor).
Al paso del tiempo, la distribución que manejaba mi esposo
creció y él se entusiasmó tanto que empezó a querer crecer más
y yo a protestar porque el trabajo lo absorbía mucho y pasaba
muy poco tiempo con nosotros pues estaba muy agotado al
terminar el día. Yo trataba de convencerlo y me decía que yo
no sabía nada de negocios, que mejor no opinara y tuvimos
problemas; yo siempre terminaba cediendo por pensar que era
su sentido de superación lo que lo impulsaba a trabajar tanto.
Por más que le decía que ya no creciera y contrajera más
compromisos, no me escuchaba; yo pensaba en una posible
devaluación, cosa que sucedió más tarde y nos sumió en la más
grande crisis que nos ha tocado sortear: nuestros compromisos
eran en dólares.
Algunos amigos nuestros se suicidaron, otros acabaron
divorciándose. Yo acudí nuevamente a buscar ayuda sicológica
pues los acreedores casi me volvían loca. Mi esposo decía que
lo íbamos a superar pero no me podía decir cuándo; tuvimos
que bajar nuestro nivel de vida y sacar de los colegios a los
muchachos (afortunadamente el mayor ya había terminado la
carrera).
Mi esposo comenzó a viajar para comprar mercancía
nacional, y como a un vecino de nosotros que también viajaba
lo mataron para robarlo, pues las compras tenían que ser en
efectivo, yo me angustiaba mucho cuando salía de viaje. Me
quedaba para apoyarlo en el negocio con los pocos empleados
que pudimos conservar, nos quedamos sin casa ni carros, él se
293
quedó con mi carro que era el que estaba nuevo y los demás a
movernos a como se pudiera.
Fueron años muy pesados y mi marido no quería que yo
administrara nada, pero un día le dije que me concediera una
hora de plática con buena voluntad y que me escuchara con
reloj en mano, que no iba a hablar más de una hora. Me
escuchó y yo le dije que mientras yo no me quedara
cabalmente en su lugar cuando él viajara, no íbamos a salir
nunca de nuestra mala situación económica y que el único
beneficiado iba a seguir siendo el administrador de su
confianza (pues él ya traía carro del año y había comprado un
terreno pegado a su casa), que si me dejaba ayudarlo y
administrar mientras él no estuviera saldríamos de deudas.
Con muchas reservas aceptó y me dijo que en cuanto yo me
quisiera sentir más que él se acababa el trato. Y tomé mi lugar,
el que siempre debió de haber sido y empezamos a salir de
compromisos, y yo transparente pues no debía figurar para
nada, debía ser transparente; siempre decía que era la
encargada del negocio, situación que de alguna manera me
benefició porque pude manejar mejor a los acreedores, ya que
nunca dije que era la esposa del dueño.
El administrador terminó por renunciar y fuimos
prosperando con mucho esfuerzo y nuestra calidad de vida
mejoró. Mi hija se casó y llegó al poco tiempo nuestra primera
nieta, un rayo de luz con ojos azules y rizos dorados, que nos
cambió la vida para bien porque dejamos de trabajar los
domingos para disfrutar su compañía. Enseguida se casó otro
de nuestros hijos y tuvimos dos nietos más, que junto con otro
de nuestra hija se hicieron cuatro, y nos han llenado la vida de
gusto, y luego por fin se casó el último; después de un tiempo
nos dio otro nieto, con el cual ya son cinco.
Cuando por fin recuperamos nuestro patrimonio, yo quise
dejar de trabajar porque me sentía muy cansada; él ya había
dejado de viajar y me retiré a descansar. Mis clientes se
asombraban de cómo me había retirado de un día para otro de
trabajar y cuando me los encontraba les decía que quién
extraña la mala vida.
294
En ese tiempo mi esposo se enfermó de la tiroides y
trabajaba muy frenéticamente a pesar de que mi hija se integró
a trabajar con él; y como siempre, los tres hijos nos ayudaron
mientras estudiaban pues mi hija contaba con mucha
experiencia, la cual se reflejaba en el negocio. Yo no entendía
por qué él no dedicaba más tiempo para los dos, pero era su
enfermedad lo que lo hacía proceder de esa manera.
Un día mi hermana, que es médica, asistió a una fiesta de
cumpleaños de mi nieta pues tiene una hija de la misma edad y
observó a mi esposo y me sugirió que le dijera que se hiciera
unos exámenes de la tiroides; eran tan malos los resultados que
el personal de los laboratorios localizaron a mi hermana para
informarle y ella y su esposo se trasladaron a nuestra casa para
conminarlo a buscar ayuda especializada, para entonces él
había perdido treinta kilos sin saber por qué.
Él felizmente se atendió a tiempo y las cosas entre los dos
mejoraron notablemente. De cualquier manera mis hijos me
decían que hiciera algo más, algo que me gustara. Llegué a
molestarme pues nunca he sido demandante de su tiempo ni
sufrí tampoco el síndrome del nido vacío, pero me decían que
no todo era limpiar y cocinar en una mujer como yo.
Un buen día leí en el periódico sobre esta Asociación
Tejedoras de Cambios, que invitaba a las mujeres maduras a
aprender a escribir. ¡Bendito día! Ya que a través de las
enseñanzas de la señora Cristina Giredongo y de la licenciada
Dariela Dávila -en el taller "El guión de mi vida” y luego en el
diplomado- cambié muchos de mi puntos de vista acerca de
usos y costumbres que yo creía que estaban bien y reclamé mi
lugar en la vida con mucha dignidad, pues considero mi
aportación a mi familia y a la sociedad como importante.
Gracias a mi esfuerzo, hoy mis hijos tienen trabajo en
nuestros negocios y dan buena calidad de vida a sus familias.
Espero seguir cultivando mi vida con tan valiosas enseñanzas.
A través de ellas hoy me siento plena en todos los sentidos.
Quiero dar las gracias a mis compañeras de “El guión de mi
vida” y del Diplomado por sus valiosas aportaciones, que quizá
en su momento me desconcertaron pero me servirán el resto de
mi vida: a mí en lo personal y por ende al mundo que me
295
rodea. ¡Muchas gracias! Y no debo dejar de agradecer a la
licenciada Patricia Basave por su gran esfuerzo en favor de las
mujeres maduras.
¿Cómo se mide la vida? ¿En risas, en verdades aprendidas?
¿En lágrimas derramadas? Y aquí me pregunto yo: ¿En
pronunciados “te amo”, en éxitos acumulados, en dinero
gastado o atesorado, en besos no dados o en silencios
forzados? ¿Cómo mide cada quien su vida?
Insisto, reitero, me obsesiono y vuelvo a decirme: no me
atrevo a dar consejos, no tengo una tremenda claridad sobre lo
que hay qué hacer, sentir o pensar para que valga la pena
vivirla, sólo se me ocurren algunas etapas que me han
conmovido a lo largo de mi vida personal y laboral, y aquí sigo
con una vida interesante, amorosa, divertida y entrañable, parte
de la cual les he compartido.
Amorosamente, Águila guerrera.
296
Yo soy - Inti
Tanto tiempo que tuve que esperar para llegar a este
momento; minutos invertidos para buscar las palabras
adecuadas para empezar a transformar las heridas y
convertirlas en compartires, en aventuras y en conquistas.
Yo quiero escribir acerca de mi auto-descubrimiento, el
encuentro con la Inti original, no la que por años ha aparentado
ser. Quiero escribir de mis sentimientos, emociones, carencias,
logros, miedos superados y los que todavía no conozco; de lo
que he vivido desde que me di cuenta que tenía derecho a
muchas cosas; desde que tuve que hacer cambios y arriesgar a
conocerme para poder vivir y ayudar a los que más quiero.
Este es un legado para mis padres, para mi hijo y para todas
las mujeres que como yo, creemos que vivimos y pretendemos
que sabemos pero que no nos encontramos… Había pensado
que sería únicamente para mi hijo, para que conociera a su
madre; a la mujer que yo soy, pero más bien, es un regalo a mí
misma: es como un trofeo por haber conquistado los territorios
más profundos de mi ser, por haber combatido con los
monstruos, gigantes, dragones y arañas que salían y que siguen
saliendo con cada temblor de mis recuerdos y pensamientos.
Este escrito es mi medalla de oro, es un reconocimiento a
mi valentía: por qué no decirlo, sin llegar a la soberbia; tengo
que aceptar, que así, con humildad, es cómo fue posible que yo
empezara a transformarme.
Esa fue la única manera para comenzar a andar por el
camino del crecimiento personal: presentándome indefensa,
desnuda, mostrando mis heridas a mis compañeras de viaje...
Aceptándome como un ser que no puede caminar solo, que no
puede desenredar las madejas de los pensamientos por sí
misma, pero con un corazón abierto y desesperadamente
hambriento de respuestas a preguntas que ni siquiera sabía que
existían.
Cabe aclarar que el inicio de esta travesía no fue voluntario.
Yo estaba muy cómoda, como lo estamos muchas mujeres que
empiezan los 40, apoltronada en el sillón de la indiferencia,
espantando las moscas de la apatía y la negación, tomando una
297
deliciosa taza de conformismo y cubierta con mi mantita de
seguridad: mi hermosa máscara de “¡Yo Soy Feliz!” ¡Qué
ironía... y el mundo cayéndose alrededor!
Sea pues, volveré a abrir mi corazón y compartiré con
ustedes mis heridas, mis sueños, mis triunfos y sobre todo mi
amor, el amor tan grande que hoy le tengo a la vida, a mi
familia, a mis amigos, a mi entorno y sobre todo a mi Dios.
El muégano
De repente sin ninguna señal (bueno, eso era lo que yo creía
en ese momento), sin ningún aviso, sin que nadie me gritara:
“¡Eh, Inti, cuidado, te caes!”, se abre el piso sobre el cual
estaba tan plácidamente acomodada y caigo, sin tener ningún
borde del cual agarrarme, golpeándome contra unas paredes de
incredulidad, queriendo cerrar y abrir los ojos para que todo
volviera al “supuesto orden”... Y, pues sí, desperté al inicio de
mi realidad de una forma que no me imaginaba: a través del
dolor, de lo que más he amado: mi hijo.
Pero yo no sabía lo que estaba empezando ahí en ese
momento, ni siquiera pensaba, dormía o sentía, sólo actuaba
por instinto. Ese instinto de madre, de proteger con uñas y
dientes a lo más hermoso que me ha pasado en la vida, mi
pequeño. ¿Para dónde corro? ¿A quién le grito que me ayude?
¿Quién me abraza? ¿Con quién me desahogo? ¡Silencio total!
¿Qué le dices a una mamá que está sumida en el mar de las
culpas y que no deja de escuchar en su cabeza: “¡Por tu culpa,
por tu culpa, por tu grande culpa!? ¡Mi niño se está hundiendo!
¡Se está matando!”. Me estaba gritando: “¡Mami, ayúdame!”.
Tenía que hacer algo... pero ¿cómo? Recordé entonces a uno
de mis ángeles de la guarda, por la cual estoy siendo parte de
este hermoso proyecto de Tejedoras, Paty Basave.
Durante nuestras pequeñas pláticas en el gimnasio donde yo
era su instructora, teníamos tiempo de compartir. Ella me
hablaba de su proyecto de Tejedoras y yo de mis miedos y
problemas, a los cuales no les hallaba pies ni cabeza, y con sus
palabras y consejos siempre oportunos, me alentaba a que
buscara apoyo psicológico o a que fuera a los grupos de
autoayuda, pero nunca hice caso en ese momento en que ella
me lo aconsejaba.
298
Por mi parte, siempre le decía que qué padre proyecto el
que tenía, que me encantaría participar en algo así, pero cómo
hacerlo si yo estaba hasta las manitas de problemas, como
dicen por ahí: no era tu tiempo, Inti.
Aquí se empieza a tejer esa maraña de dioscidencias, como
le llamo yo: corrí a buscar a mi cajón un folleto de Expo
Ayuda, que todavía no puedo recordar cómo fue que llegó a
mis manos, lo único que recuerdo es que allí había leído algo
acerca de eso que tanto me insistía Paty, los grupos de
autoayuda, y puse manos a la obra para poder ayudar a mi hijo.
Llegué por fin, con miedo a lo desconocido, a formar parte
de mi primer grupo de apoyo; ahí empezó el destapadero de la
cañería… ¡Cuánto mugrero había ahí dentro guardado durante
años! Fui ahí, porque tenía la idea errónea de que iban a ayudar
a mi hijo.
Resulta que no nada más era él quien necesitaba la ayuda,
sino que yo también. Mi hijo fue el reflejo de toda esa
porquería que guardé por años. Ese silencio, ignorancia,
dejadez... Tenía que limpiar, vaciar, sacudir y hasta derrumbar
esos muros que había levantado. ¡Uf! “¡Momento, momento,
pero yo no estoy mal, yo no necesito nada, yo estoy bien,
ayúdenlo a él!”. De qué manera tan cruel nos juega el ego.
Para que mi entorno cambiara, tenía que asumir mi
responsabilidad primero... pero yo no quería, no aceptaba.
Negación y más negación. Palabras nuevas que empecé a
escuchar continuamente: violencia, codependencia, adicción,
enfermedad, maltrato… ¿Qué era eso? Eso yo no lo conocía.
“¡En mi familia siempre ha existido la felicidad, todos nos
queremos!”. Ok. Me divorcié pero ahora soy feliz. ¡Ingenua! o
más bien, inconsciente viviendo en un mundo que no era el
real, en esa ilusión de querer componer y controlar a todo y a
todos.
Hija única y mi madre también. Niña mimada y chiflada.
No tuve lujos pero no me faltó nada. Mi mundo era de color
rosa, bueno, eso creía yo. Qué difícil hacerle entender a mi
mente atolondrada que todo lo que estaba pasando era algo
fuerte, que tenía que moverme y empecé a desenredar la
299
madeja, a descubrir esos hilos que me llevaban a grandes
marañas sin principio ni fin.
La supuesta familia feliz, como lo había idealizado en mi
cabeza, se empezó a desmoronar. Empezó el escrutinio bajo el
microscopio para llegar a conocer esas células que estaban
aglutinadas, pegadas una a otra, como las bolitas del muégano,
pero en lugar de ser algo dulce y rico al paladar resultaron ser
rencores guardados, miedos, iras reprimidas, secretos de
familia, abusos, sometimientos e imposiciones, tristeza y
frustraciones.
Todo lo que yo creía que era felicidad resultó ser un
verdadero fiasco: mi familia no resultó ser la familia que yo
creía que era... y menos yo. No nada más mi niño estaba
enfermo, sino todos nosotros; él era la punta del iceberg de ese
montón de circunstancias que durante todo el proceso de
sanación de mi hijo, fui reconociendo una por una, agarrando
las que me correspondían y no queriendo soltar las que había
cargado por tanto tiempo.
Época muy dura, recién salía la familia de un cáncer...
apenas respirábamos y salió lo otro, y ahora con todo ese
revoltijo de hilos completamente amalgamados unos con los
otros, quería salir disparada y no regresar, pero no podía. Tenía
que enfrentar todo, absolutamente todo. Y lo peor: sola. No
estaba sola físicamente, tenía el apoyo económico y quisiera
decir moral pero yo no lo sentía.
Agradezco mucho que mis padres estuvieran ahí, a su
manera, pero yo me sentía completamente sola, nadie hablaba
mi idioma, a nadie le podía explicar lo que estaba pasando sin
culpar. Era como andar caminando dormida, insensible a todo.
Necesitaba con todo mi corazón un abrazo, una palmada en la
espalda y que me dijeran: “no pasa nada, todo va salir bien”,
pero no había nadie que lo hiciera.
Mis gritos eran con la almohada, ahogados en medio del
llanto, medio dormía, medio despertaba, y en la mañana tenía
que ponerme la máscara para trabajar y darle lo poquito que
me quedaba de ánimo a mis alumnas; bailar y demostrar
alegría con el corazón destrozado es una pesadilla, pero tenía
que cuidar mi trabajo también. Gracias a esto que sé hacer, a
300
esto que me ha apasionado desde niña, que es la danza, nunca
me derrumbé completamente en esa época.
Ahora veo lo que me mantuvo de pie: el amor de mis
alumnas y la música, el moverme aunque no quisiera, el tener
una actitud positiva aunque no lo sintiera. Gracias a mis
alumnas, que son más que eso, las amo con todo mi corazón
porque fueron parte también de mi recuperación.
¡Ouch!
Empezar a reconocer que ahí existía un problema no fue tan
difícil. Bueno, no había de otra. Estaba entre la espada y la
pared y tenía que actuar de forma rápida para salir de eso. Me
hablaban de un Poder Superior, que le dejara todo a Él, que
solo soltara. ¡Ah, qué fácil! Así yo no tengo que hacer nada.
¡OK!
Crecí con una formación religiosa diferente al común
denominador de mi entorno, o sea, no crecí en la fe católica.
Yo sólo conocía a un Dios temerario, a uno que acusa, señala y
castiga. ¿Cómo hablarle a ese Poder Superior si yo solita me
estaba acusando y castigando?
Cuando me casé a los veinte años, quise ser la esposa ideal
y formar la familia que con gran ilusión buscaba y decidí
convertirme a la religión de mi futuro esposo, pero fue una
conversión por conveniencia, diría yo, no de corazón, por
consiguiente desconocía a este nuevo Dios, y mi hijo
ahogándose y yo junto con él. ¡Auxilio! ¿A quién recurro?
¡Tengo que hacer algo! Pedirle a Dios que me ayude, pero...
¡No sé!
Y empieza la búsqueda: libro de esto, libro de aquello,
terapia de esto otro, meditación de allá y acullá, filosofía de
fulanito o de zutanito, ciencia o espiritualidad. Preguntaba con
una amiga y otra, compartía lo que me estaba pasando con el
fin de escuchar alguna palabra de aliento o algún consejo, pero
a veces era peor porque era sometida al juicio más vil y pues
quedaba más sumida en el fondo de la desesperación, no
hallaba la puerta.
El consumo de cigarro y alcohol aumentó de una forma
considerable. Ahora sé que era la forma de anestesiar mi dolor;
301
pero dentro de mí existía esa inquietud de seguir buscando y
enfrentar con todo al monstruo que me atacaba sin piedad.
Entonces, empecé a ir a misa los domingos. Me sentaba en la
banca de más atrás porque no quería que me vieran llorar
desconsoladamente.
Iba sola, bueno, tenía ese gran compañero que no me dejaba
ni un momento, el dolor: mezcla de desesperación, ignorancia,
negación, ansiedad y una cantidad enorme de culpa. Creo que
Dios me vio tan urgida que me ayudó de una manera increíble.
Yo no sabía orar, mucho menos rezar un rosario, solamente
repetía incesantemente “Gracias, Dios” porque lo había leído
en un libro. Libro que llegaba a mis manos, lo devoraba y
hacía todo lo que ahí decía: novenas, decretos, oraciones de
estampitas y demás. Era todo un ritual, aparte escribí en
cartelones las frases mágicas que te dicen en los grupos de
apoyo que repitas. Así, pues, hice mis mantras y rituales, el
“Gracias, Dios” y la preciosa “Oración de la Serenidad”:
Dios, dame la serenidad para aceptar las cosas que
no puedo cambiar, valor para cambiar las que sí
puedo y sabiduría para reconocer la diferencia.
¡Y lo cumplió! En medio de tanto dolor, de tanta confusión,
con un Dios que no conocía, pero Él a mí sí. Tuve el valor para
poder aguantar los golpes que se lanzaron a un corazón
deshecho y que se sentía completamente solo en medio de
tanto caos. No me quedé sentada a esperar a ver qué hacía
Dios. No. Jamás. Sería muy desagradecida si dijera que yo sola
hice todo. No, Dios mandó señales y las vi, y las que no veía
las escuché. Puso los medios enfrente de mi cara y los tomé.
Me dio las herramientas para salir de todo esto y las usé. Fue
un trabajo de dos... y empecé a sentirme acompañada.
A pasitos, tropezones y caídas
Y que se levanta la piedra y aparece el cucarachero. Con
valor, pero aún insensible porque no había tiempo para
ponerme así, empecé a matar cucarachos: reconocer el
problema de mi hijo y aceptarlo. ¡Cuás! Reconocer que yo soy
co-dependiente. ¡Zas! Reconocer que mi familia está enferma.
¡Sopas! Reconocer que he estado enferma por años. ¡Pum!
(Esto requirió como cincuenta litros de insecticida). Reconocer
302
que mis relaciones de pareja no habían funcionado por mi
enfermedad. ¡Punch! Ese fue directo al knock out.
Por ahí he escuchado que cuando empieza algún problema,
todo se va como un efecto dominó. Afirmativo. Empezó con el
cáncer de seno de mi madre, el problema de mi hijo, mi familia
y el rompimiento de la pareja. Esto último era lógico,
empezaba el empoderamiento en mí: la valentía y la rebeldía.
Al lograr salvar a mi hijo, con todos esos obstáculos en
contra y llevarlo a un lugar seguro, gracias a ese valor que Dios
logró infundir y a la obediencia de mi parte al llevar a cabo
todo, tal cual me habían dicho, paso por paso. Empecé a
voltear hacia mí y a aceptar que tenía que hacer los cambios
necesarios para evitar que mi hijo enfermara de nuevo. Ya
había reconocido mi enfermedad, pero de lejitos. Se miraba
muy feo todo eso, pero aquí no había de otra. Tenía que
aceptar lo mío y asumir mi responsabilidad... y empezó la
transformación.
¡Manos a la obra!
Abrí mi mente y mi corazón. Estuve dispuesta a todo lo que
me llegaba y creo que Papá Dios me vio con tanta enjundia,
que puso en mi camino ángeles para que me guiaran. Llegué a
dos excelentes centros de ayuda, con cuotas bastante módicas,
pero con excelentes profesionales. El primero fue el lugar
generador de la sacudida, el segundo fue donde corrí para sanar
mi enfermedad... y muy ingenuamente también quería salvar
mi relación. ¡Ajá!
En el primer lugar, epicentro del más grande temblor que
jamás había experimentado (lo recuerdo y vuelven a mí tantas
emociones como si fuera el día de ayer), sólo puedo decir que
de aquí aprendí a ser muy valiente, a empezar a soltar aunque
todavía con altas dosis de dolor, pero no podía bajar la guardia
porque mi hijo dependía de mi fortaleza. Dejé de fumar y el
consumo de alcohol disminuyó bastante. Era participante
activa de todos los cursos y actividades. Me ayudaron junto
con mi hijo a integrar mi vida a la suya y a mi propia vida. Un
agradecimiento infinito a cada uno de los profesionales de ese
maravilloso lugar.
303
Al terminar el ciclo del primer centro, busqué y encontré
este otro donde según yo, ya con mi hijo sano podría empezar a
ponerle mano a mi relación de pareja. Completamente
convencida que mi relación se podía sanar y que ya estaba yo
también estable fui y empezaron otra vez a voltear hacia mí.
Ahí me dijeron que lo que yo necesitaba era llevar terapia en
grupo de mujeres violentadas... ¡y dale con lo mismo! ¡Bueno,
está bien, ya que insisten!
Terminé con éxito esta terapia y me di cuenta de que yo
estaba en la gloria pero lo más triste es que de doce mujeres
que empezamos sólo terminamos cinco; yo fui de las
triunfadoras. Un círculo de mujeres con dolor, otro más.
Cuántas vivencias, ríos interminables de lágrimas, tantos
secretos… No era la única y hasta era la que menos problemas
tenía. ¡Y yo que sentía que era la más infeliz del mundo! Muy
buena lección para mi protagonismo.
En otro de los grupos a los que asistía en esa época, el
grupo de autoayuda de los Doce Pasos, recibí mucho amor y
fui acogida de una manera que jamás imaginé. Como de la
nada sale gente que te apoya y te dice: ánimo, ¡y sin
conocerlas! Ellas también eran como yo: madres con dolor.
Donde sin dar consejos, solo con platicar nuestras experiencias
y reconociendo humildemente que no podíamos solas,
avanzábamos paso a pasito, unas rápidamente y otras no tanto.
Ahí empecé a escuchar ese término de: “hablar en primera
persona”. What? Me corregían a cada rato, me la pasaba
hablando de los otros. Increíblemente me era imposible hablar
en primera persona, era como si yo no existiera, solo los
demás. Hasta que poco a poco fui poniendo atención a lo que
salía de mi boca. Gracias por darme ese valor para cambiar.
Por esas fechas llega también la oportunidad del Guión de
mi Vida, el cual empecé con mucha fuerza y feliz de poder
pertenecer a este tan escuchado y admirado por mí, grupo de
Tejedoras de Cambios, pero no lo terminé porque hubo otra
sacudida de tapete. Tanto tiempo que esperé para poder tener
esa experiencia, pero cayó otra ficha del dominó
estrepitosamente: ruptura de la relación de pareja.
304
Imagínense esa época: recién salida de la terapia de grupo
de mujeres violentadas, Guión de mi vida y un regalo más (así
nombro a todo lo que se presenta en mi vida para mi
crecimiento: regalo), el tan nombrado Seminario de
Reconstrucción para Gente Divorciada, el famoso curso de los
ERRES.
Cero y van dos lugares a los que recurría para salvar
insistentemente lo que quedaba de relación. Aclaro, no con el
padre de mi hijo, hablo del hombre con el que yo quería vivir
hasta el último día de mi existencia. Eso fue mágico, en un
momento crucial. Era como si lo hubiera planeado todo, como
si Alguien insistiera en que tenía que seguir creciendo y
conociéndome. Apenas terminaba algo o casi y llegaba otro
tipo de curso, seminario o taller.
Como si ese Alguien me indicara con múltiples
señalamientos hacia dónde dirigirme o qué hacer. Entonces ya
se imaginarán, con tanta información me sentía “wonder
woman”. Ya había caído y me había levantado. Ahora, según
yo, sólo faltaba arreglar esa área de mi vida: la sentimental,
más bien la de pareja y pues andaba bastantito elevadita, diría
yo.
Aquí tengo que hacer un paréntesis y nombrar a todas mis
amigas que vivieron conmigo ese proceso, a las cuales les
mando un abrazo con todo mi corazón, por haberme aguantado
porque, la verdad, no me aguantaba ni yo sola. Continuemos.
Efectivamente crecí, reconocí y acepté mi enfermedad.
Busqué ayuda y me acepté, pero creo que la mezcla de todo
creó un monstruo, ¡jeje!, me empoderé hasta irme a las nubes.
“Cuidado, Inti, cuidado” me decía Papá Dios, pero yo no lo
escuchaba. “Humildad, no la pierdas, humildad”... y de
repente, a la Increíble Mujer Maravilla le fallaron los poderes y
vino a caer en picada de forma estrepitosa en medio del más
oscuro barranco.
El pozo
Era como si yo hubiera caído en un trance. Era lo más
espantoso que me podría haber pasado... mucho dolor, un dolor
interminable. No había salida, no había medicina y corría como
loca, desesperada, detrás de todo y de nada. Agarraba valor y
305
medio cerraba una herida pero le ponía limón y chile a otra. Y
todo por un hombre... un hombre en el cual deposité todas mis
expectativas, al que le entregué, adjudiqué e hice responsable
de mi felicidad. ¿Cómo era posible que después de lo que
había pasado con mi hijo y conmigo misma, después de que
me había levantado de algo tan difícil, con tanto valor y
autoestima, estuviera completamente deshecha y aplastada por
un hombre? Pst… pst… pst... Error. ¡Otra vez, Inti! ¿No
entiendes? ¡No era él, era yo!
Y a empezar de nuevo a echar culpas. ¿No había pasado por
eso ya? Y vienen unas nuevas palabras a mi vocabulario, como
Amor egoico: un amor posesivo, manipulador, exigente, que
hace sufrir, que pide pero que no da nada a cambio, un amor
con poco sentimiento pero con mucha emoción. “¡No, yo no
soy así! ¡No soy egoísta! ¡Soy una mujer muy buena y
caritativa, pienso en los demás, pero los demás no piensan en
mí! ¿No ven que sufro?”
¿Victimitis? Soy buena para eso
Otra vez desde el principio. Volver a escudriñar la mente y
el corazón y a encargarme de hacer garras al otro, pues me
había fallado. Y yo, inocente. ¡Pobrecita, cómo sufría, pero me
veías y hasta te calaba la tristeza hasta los huesos!
Este rollo de culpar al otro es tan fácil y me salía tan bien,
pero no vivía, todo era oscuro y agobiante. Era como caminar
dormida y vivir en una eterna pesadilla. Fueron tres meses que
me dediqué a llorar interminablemente, a deambular por todos
lados, exponiéndome a situaciones que las recuerdo y me
apenan. Peleas con mi psicóloga tratando de convencerla de
que yo lloraba y sufría tanto porque lo amaba, porque era el
amor de mi vida, y ella a convencerme que eran esas palabras
tan detestables, “amor egoico”. ¡Wow! Total, no entendía.
Empezaba un nuevo año y seguía con la herida pero al
menos con más disposición a salir de esa penumbra. Un
pequeño rayo de luz se empezó a ver y pues lo dejé actuar. Fue
como si abriera una caja mágica de la cual salieron tres cosas:
una nueva relación, el diplomado de Tejedoras y un
entrenamiento vivencial, el cual fue de gran ayuda para mi
crecimiento espiritual: Vida en Abundancia.
306
Desde ese fondo en que me encontraba, donde seguía
gritando y tratando de agarrarme de cualquier cosa para poder
salir, tuve oportunidad de empezar a conocerme, a darme
cuenta que era hora de aceptar que estaba sola, ya no en el
papel de víctima, sino como mi realidad, que lo que yo había
planeado para mí, pues ya no existía y que tenía que hacer más
cambios, pero ahora sí de otra manera.
Entonces abrí por completo mi corazón y volví a decir que
sí a todo lo que me llegaba, pero ahora era sólo para mí, ya no
me tenía que ocupar de los demás. Más cursos, filosofías de
vida, libros, películas, la nueva relación, que hasta a
matrimonio iba a llegar. ¡A todo dije sí! Empezaron más
descubrimientos, diferentes caminos para el crecimiento. Ya
estaban ahí, ya los había visto pero ahora era diferente y a la
vez.
Tejedoras... escribir... me encantaba y empezó a fluir una
nueva manera de escudriñar mis adentros, a la vez que vivía en
cuatro meses una de las experiencias más estremecedoras: el
entrenamiento de Vida en Abundancia.
Otra vez me empoderé pero ahora no lo hice sola, ahora fue
con Dios. Fue abrirle mi corazón y decirle que sí a Él, al grado
de entregarle mi voluntad pero ahora desde el fondo de mi ser.
Él se encargó de seguir reconstruyendo mi vida. Quitó al
hombre que pensaba que me podía hacer feliz en un
matrimonio. ¡Ajá! Otra vez a punto de volver a depositar mi
felicidad en otro.
Tan segura estaba que podía tener una vida con él que
renuncié de vuelta a Tejedoras (cíclica, la niña) pero sólo por
unas sesiones ya que gracias a la llamada oportuna de Dariela,
mi extraordinaria facilitadora, regresé. Regresé para confirmar
que estaba repitiendo patrones, pero gracias a Dios y
reconociendo, escuchando y aceptando los cambios todo se
volvió a acomodar a mi favor. Como dicen por ahí: “A Dios
rogando pero con el mazo dando”.
A partir de aquí empieza la lucha. Ahora no iba a enfrentar
ninguna enfermedad ni situación dolorosa, ni podía echar
culpas a diestra y siniestra, sino que ahora iban directas, iba a
307
enfrentar a mi peor enemiga, la que me metía las zancadillas
para caerme: yo misma.
Mi reflejo
Y ahí estábamos frente a frente, observando hasta el más
mínimo detalle. Ya no había ruido, ya no había distracción.
Sólo ella y yo. ¿Qué le digo? ¿Qué le pregunto? ¿Cómo
empiezo? ¡Está muy asustada! Nunca habíamos estado solas,
más bien nos creíamos acompañadas y nos ignorábamos.
¿Cómo ver dentro de mis ojos? ¿Cómo descubrir ese
maravilloso ser que Dios había creado? Y sólo Él fue el que
pudo hacerlo. Agarró mi mano y me fue acercando con dulzura
hacia mí misma, primero largas pláticas conmigo para que
pudiera confiar en que lo que estaba haciendo era seguro, que
no pasaba nada. Después, resistencias y luchas porque no me
gustaba lo que veía y me tiraba al suelo a hacer los berrinches
más infantiles, y Él, paciente, tolerante, amoroso y bondadoso,
esperando a que terminara mi rabieta para así, otra vez
abrazarme, consolarme y decirme que todo estaba bien, que
ella no me iba a lastimar como los demás, que ella me quería
conocer y quería que la conociera.
Y empezamos a platicar y a acallar los ruidos exteriores, y a
limpiar toda la basura que habíamos limpiado cada quien por
su lado, y a aceptar nuestra presencia, y a compartir nuestros
más profundos anhelos, y a reír, y a llorar, y a consolar
nuestros corazones, y a abrazarnos fuertemente. A mostrar
nuestras heridas y miserias, a suspirar por esa ilusión, a orar
juntas con una fe y amor profundo... y a perdonar.
Empezamos a ser amigas sin importar lo que pasara afuera.
Empezó la fusión. Empezó la creación de nueva cuenta. Todos
los caminos se hicieron uno solo. Todos los pensamientos
unificados, los sueños bien planeados y los perdones
aceptados. Empiezo a sentir ese bienestar que tanto mencionan
y busca mucha gente. Empiezo a sentir todo a la “ene”
potencia, pareciera como si me acoplara al mundo y a la vida
misma, como si la última pieza del rompecabezas encajara
perfectamente.
Esa palabra que decían que existía, pero que yo no sabía, la
empiezo a conocer. Empiezo a entender un idioma diferente y
308
ahora todo es silencio que arrulla y que me envuelve con
suavidad etérea; creo que le dicen felicidad, también le llaman
paz, y unos más: amor. ¡Wow! ¿Pues qué me echaron?
Todo el mundo se puede estar cayendo pero yo floto. Todo
el mundo puede tener miedo pero yo confío. Todo el mundo
puede llorar pero yo suspiro. Todo el mundo se puede quejar
pero yo anhelo. Y todo el mundo puede opinar pero yo siento,
vivo, respiro, sueño, fluyo, existo y agradezco. Formo parte del
todo y el todo forma parte de mí.
Acepto todo lo que mi Creador ha puesto a mi disposición:
lo bueno y lo malo, lo dulce y lo amargo, lo positivo y lo
negativo, la luz y la oscuridad. Lo acepto y lo amo como parte
del gran tejido de la vida. El mío lo había pensado, perfecto,
pero pues no era así. A medida que buscaba la perfección, ésta
quedaba en lo contrario. Ahora volteo a verlo y me encanta por
su diversidad de texturas, colores y formas. No es el más
perfecto, pero lo amo porque es mío y me gusta y quiero
lucirlo.
Y ahora que estoy en este momento maravilloso de mi vida,
en mi presente, en el aquí y el ahora, en esta plenitud,
aceptación, renacimiento y en la búsqueda de equilibrar todas
mis áreas… y cuando sólo me he dedicado a ser, sentir, vivir,
sin esperar nada. Sólo existir.
Aparece algo que me mueve las entrañas, que me arrulla y
embriaga, aparece algo que ya no esperaba, pues mi tejido ha
ido tomando forma, pero, pues es un hilo muy especial que
seguiré tejiendo para enriquecer el diseño multicolor que Dios
tenía planeado para mí. Lo incorporo y tejo con amor y ternura,
ya que éste será el punto que unirá otros más para seguir dando
forma a este gran tejido de mi vida.
Declaro con fe, que me reconozco como un ser pleno, libre,
lleno de amor, que existe, vibra, siente por, con y para las
maravillas de mi Creador, mi guía en este camino de la vida.
Que agradece, perdona, ama, respeta y que se acepta como el
ser maravilloso que Él tenía planeado que yo fuera: Yo soy una
mujer fuerte, honesta, grande... y sobre todo, feliz.
Para mis compañeras Tejedoras:
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Expresar tanto en tan poco tiempo: momentos íntimos,
enseñanzas dadas con amor, lágrimas que se ruedan sobre el
presente, el pasado que se agolpa en cada uno de los pechos de
estas grandes mujeres, mis compañeras, mis amigas, mis
cómplices, mis hermanas, juntas en este coincidir… se quedan
en cada letra, palabra, oración y en cada momento de mi
presencia en esta vida. ¡Gracias, las amo!
310
SEMBLANZAS
Alicia Calvillo Torres
Soy una mujer madura, casada,
madre de tres varones, una
persona en búsqueda durante
mucho tiempo de un espacio para
mí misma, y lo encontré en el
grupo de Tejedoras de Cambios.
Me gusta el servicio a la
comunidad y el trabajo social.
María Teresa Campos Alanís
Tengo 54 años, casada, con dos
hijos y tres nietos. Huérfana de
padre y madre, me gusta saltar,
bailar, y mi esposo me sigue la
corriente aunque a él no le guste.
311
Silvia Campos Alanís
Cuando hay amor, hay temor. Y
cuando hay verdad hay libertad, la
verdad trae libertad y paz.
Américo Garza Salinas.
He pasado por muchas etapas, unas
tristes otras muy alegres, como fue el casamiento de mi hijo
Adán y Endy. No quería dejar pasar por alto este evento tan
importante para mí y para su hermano. Y le doy las gracias a
Dios por permitirme estar al lado de mis hijos.
Reyna Sonia Carlín Alday
Mi agradecimiento a Dios por
permitirme la vida.
A mis padres, gracias por darme la
vida, quererme, cuidarme, protegerme, por los valores inculcados, por la
familia, por ser un ejemplo a seguir,
gracias.
A mis amigas, por su consuelo, su
sonrisa, tu abrazo, gracias por coincidir
312
María Elizabeth Chávez
Soñamos con viajar a través de todo el
mundo. ¿Pero el mundo no se
encuentra en cada uno de nosotros? No
conocemos la profundidad de nuestro
espíritu; el camino secreto se dirige
hacia el interior.
Novalis
Busca y encontrarás, nunca es tarde para empezar. Soy oriunda
de Matehuala, S.L.P. Maestra de vocación y ahora con el
propósito de buscar y encontrar el sentido de la vida hasta que
ésta me marque un alto.
Yadira Nojak Chirinos Ocando
Nací en Maracaibo, Estado Zulia,
Venezuela, por razones familiares nos
trasladamos a Caracas siendo muy niña
por lo cual me crié en esta ciudad. Y
culminé mis estudios en Venezuela.  
 Me encanta bailar, me gusta la lectura,
ver una buena película y estar con gente
que me aporte cosas positivas a mi vida.
313
Mirella Delgado García
Soy una ama de casa, me gusta
servir, me siento contenta, muy
creativa. Tengo tres hijos y
esposo. Soy feliz de que me amo
desde que estoy en Tejedoras.
Maribel Fonseca Garza
Me considero una mujer fuerte,
procuro vivir basándome en mis
principios y siempre en busca de
mi
Paz
Interior
y
mi
FELICIDAD
314
Ana Bertha Gámez Ramírez
Divorciada, tengo un hijo varón,
servidora pública, scout, con la
misión de dejar el mundo mejor de
cómo lo encontré, siempre lista para
servir en lo que esté en mis manos.
Con la visión firme de continuar
evolucionando gradualmente en
todos los aspectos.
María De Los Ángeles Garza
Herrera
Nacida en Monterrey .N.L. Soy la
tercera de cuatro hermanas, casada,
con tres hijos, dos hombres y una
mujer (+). Soy ama de casa, tengo
cuarenta años y lo más importante
para mí es ser feliz,  reír, reír, reír y
reír.
315
Lucia Guadalupe Garza Rendón
(+)
Nací el 13 de diciembre de
1957, soy casada, tengo tres
hijos.
Soy mujer feliz y me encanta
servir a los demás y estar en
contacto con las personas que
quiero. Agradezco a mis compañeras Tejedoras por el lugar
que me dieron y por lo que soy. Gracias.
Gloria González B.
Nací en Juárez, N.L. Tengo 59
años y estoy dedicada a mis hijos
y nietos.
Agradezco a Tejedoras de
Cambios, pues descubrí mis
escondites, ahí encontré mis
verdades, no tan buenas como yo
las veía.
316
María Guadalupe González
González
Nací el 14 de enero de 1964, mis
padres son Rosendo González
Garza (+) y María Minerva
González M.
Tengo 25 años de casada, soy ama
de casa y en mis tiempos libres he
tomado algunos cursos de desarrollo personal, además estoy en
un grupo de la iglesia católica (A.C.T.S.).
Martha Patricia González Valero
Nací en Monterrey, Nuevo León, la
quinta de seis hermanos, felizmente
casada con José Luis, un hombre al
que he amado durante nuestros 29
años de matrimonio, orgullosamente madre de tres hijos, José
Luis, Omar Jesús y Roberto, mis
grandes tesoros en la vida, los amo infinitamente.
A lo largo de mi carrera he trabajado en diferentes
instituciones públicas, y me he seguido preparando.
317
Dora Angélica Guajardo Villarreal
En cada parte que estuve, aprendí el
trabajo en equipo apreciando las
aptitudes de cada persona, me casé,
tuve una hija, me otorgó mucha
felicidad su crecimiento.
Actualmente tengo metas por
cumplir en las que siempre incluyo
el escuchar y aceptar a los demás, con bromas, risas,
conocimientos y convivencia, estoy proyectando toda mi
capacidad de tolerancia, serenidad, mi amistad y sobre todo el
sentimiento de la felicidad.
Norma Esther Leos Gutiérrez 
Regiomontana, nacida hace 49 años,
un 23 de Marzo de 1966, siendo la
primogénita y única hija de Gilberto
y Hortensia, madre de Arturo, de 25
años, y hermana por convicción de
muchas
personas
maravillosas. 
¿Cuál es mi profesión?  Trabajar
desde el corazón, con mis pies y
manos, generando en las personas sensaciones o emociones
que todos buscamos en algún momento de nuestro diario vivir:
alegría, entusiasmo, paz, bienestar y bien sentir.
318
Carmen Oralia Malacara Carrillo
Nací en Monterrey, Nuevo León el
16 de julio de1951, soy y he sido
comerciante y ama de casa; casada,
madre de tres hijos, dos hombres y
una mujer,  además abuela de siete
nietos.
Maricruz Oyervides Gutiérrez
Nací en Monterrey, N.L. el 3 de
mayo de 1973. Mis padres
Alejandro Oyervides Valdez y Ma.
de los Ángeles Gutiérrez García.
Me casé con Miguel Ángel Vázquez
Lutz y tenemos dos hijos: Diego y
Emiliano. Ya de adulta hice la
preparatoria, siempre me ha
interesado el desarrollo personal y las relaciones humanas, he
tomado muchos cursos de esta índole para aprender y
transmitir lo aprendido a otros.
319
Graciela Rodríguez Jiménez
Yo soy una persona vulnerable,
sensible, amorosa y sencilla; y
tengo una familia especial y
elegida, que amo. Estoy en una
etapa de mi vida llena de
aprendizajes,
cambios
y
renovación, con los cuales
desperté a la vida y la felicidad.
Tejedoras de Cambios me enseñó a redescubrirme y darle valor
a cada cosa y persona de mi entorno.
María de Jesús Rosales Alamilla
Mujer: practicando mi espiritualidad. Agradecida con Dios por
todo lo que soy y lo que no soy.
Una mujer libre, empoderada,
amorosa y feliz. La serenidad es
el control de todas mis emociones
desequilibradas. La honestidad
conmigo misma me da voz para
ser servidora, positiva, trabajadora, emprendedora. Tomo mis
retos como oportunidades, dándole vida a todo lo que tengo
dentro de mí. Mi gratitud al proyecto de Tejedoras de
Cambios, y preparada para ser parte de éste.
320
Dora Luz Toledo Pérez
Soy una mujer viajera de ideas,
preguntona, cuestionadora de lo
“establecido”. Tan inconforme que
me estoy cambiando. Capaz de ser
en cada encuentro conmigo, algo
mejor. Adaptable pero no estática.
Construyéndome sobre mis derrumbes.
Gabriela Tovar Romero
“Si tuviera que comenzar todo de
nuevo, trataría por supuesto de
evitar tal o cual error, pero en lo
fundamental mi vida sería la
misma.” León Trotsky
Con mis ideales y firmes
convicciones, trato y trataré de ser
la mejor versión de mí, para darme y compartir paz y amor
siempre.
321
María de Jesús Treviño Vega
Soy una mujer: con todo lo que eso
significa. Una eterna aprendiz.
Soy madre de tres hermosas
personas, de las cuales estoy
orgullosa. Intentando ser y dar lo
mejor.
Delia Aiza Weber Arias
Soy una mujer inteligente y
solidaria. Me gusta dar voz a los
que nadie quiere escuchar. Amo a
la gente y sus historias. Amo ver
cómo se transforman en una
escucha sin juicios. Mi pasión: la
justicia. Mi hija: el amor
incondicional.
322

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