José Trigo - Contribuciones desde Coatepec

Transcripción

José Trigo - Contribuciones desde Coatepec
Sobre José Trigo, cómo
recuperar a un esquivo
ferrocarrilero
José Luis Herrera Arciniega1
Carmen Álvarez Lobato, La voz poética de Fernando del Paso. José Trigo
desde la oralidad, México, El Colegio de México, Centro de Estudios
Lingüísticos y Literarios-Universidad Autónoma del Estado de México,
Facultad de Humanidades, 2009 (Serie Lenguajes y tradiciones N° 7).
D
esde el primer capítulo de La voz poética de Fernando del Paso. José
Trigo desde la oralidad, Carmen Álvarez Lobato formula esta contundente aseveración:
Palinuro [de México] y Noticias del Imperio son obras importantes, traducidas
a varios idiomas, premiadas, reseñadas, con abundante e importante crítica;
sin embargo José Trigo, la primera, también premiada, pero nunca traducida e
injustificadamente poco y mal leída, ha sido considerada muchas veces como
un experimento formal, o taller donde [Fernando] Del Paso presentaría sus
inquietudes, apenas en ciernes, que serían desarrolladas plenamente en las dos
novelas subsecuentes. Esta percepción quizás haya sido motivada por diversos
lugares comunes producto de una primera recepción y del contexto en el que se
gestó la novela (p. 14).
No exagera esta académica formada en las aulas de la Universidad Autónoma del
Estado de México y de El Colegio de México. Si se hace una rápida revisión sobre
qué tan conocida resulta la obra de Fernando del Paso, es muy probable que se
Profesor de la licenciatura de Letras Latinoamreicanas en la uaemex.
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apunte en primer término su historia sobre Maximiliano y Carlota: Noticias del
Imperio, que apareció en 1986, en un momento dudoso para la literatura que se
hacía entonces en el país. Me refiero a que ésta fue la etapa cuando creció lo que a
partir de entonces se calificó como escritura o literatura light: deslactosada, descremada, de bajas calorías, “sana”, sin demasiadas complicaciones, prácticamente
ayuna de propuesta estética, pero que resultó atractiva para muchos lectores; lo
mismo aquellos que sentían tener un gusto “refinado”, canónico, como aquellos
que, luego de atragantarse en la secundaria y preparatoria con María, El Diosero
y La muerte tiene permiso, prefirieron lecturas del tipo del inefable Anecdotario
de una vida inútil pero divertida, de una Fulana de Tal que causó una pizca de
furor, efímero al fin, en la transición de las décadas de los setenta a los ochenta
(¿alguien recuerda ese libro a estas alturas?)
Sin querer ser políticamente incorrecto, sugiero se haga la lista de lo que se
consideró hace alrededor de dos o tres décadas como literatura light y acéptese
esta premisa: que cuando apareció Noticias del Imperio, estaban en boga esas
historias donde sobre todo escritoras enmendaban la plana a siglos de opresión
y de ausencia en la página escrita. Concédase además que para muchos lectores
la atracción mayor en Noticias del Imperio no son ni Juárez ni Maximiliano ni
la historia nacional, sino más bien Carlota, que tuvo sus minutos de fama en
pleno siglo XX cuando Fernando del Paso le creó sus ahora célebres monólogos
ilustrativos de su aristocrática locura. Parte del público, culto o no, que por fin se
atrevía a cargar y leer un libro de Del Paso, enloquecía con el recuerdo de Carlota.
O cuando menos se decía a la moda.
No faltó quien se diera cuenta de que, coincidencias en el tiempo mercadotécnico aparte, Noticias del Imperio podía ser muchas cosas, como suelen ser las obras
de Del Paso, pero nunca un producto light; aunque esta novela fuera más sencilla
si se le comparaba con las obras antecedentes, esto es, Palinuro de México, de
1977, y José Trigo, de 1966. Pero aun al Palinuro… no le ha ido tan mal, porque su
cáustico y festivo tono, el prodigioso dominio verbal, las deschavetadas aventuras
entre los primos y su desenfrenado erotismo, la permanente burla al árbol de la
ciencia, componen una mezcla que, a pesar de todo, gana a los lectores, incluido
el grupo que aspiraría a obtener una beca para destinar el tiempo requerido a la
lectura de tantas páginas, tantas letras en tan disolvente novela.
En cambio, José Trigo no ha tenido igual suerte, no obstante que sin ella no
se entendería cómo se fue labrando el destino literario de Fernando del Paso. Ésa
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sería parte de la discusión: José Trigo no ha dejado, quizás, de ser considerada
como una novela-ensayo, no más que un entrenamiento para lo que después se vio
ya muy logrado en Palinuro de México y Noticias del Imperio. Por eso Carmen
Álvarez habla de la sorpresa ante la recurrente percepción de que la primera novela de Del Paso fue sólo “un mero ejercicio del autor, un ensayo de los temas e
inquietudes que madurarían posteriormente” (p. 9) en sus dos más, a no dudarlo,
conocidas y leídas novelas.
La investigadora optó por trascender esa sorpresa y emprendió un trabajo
académico cuyo resultado es La voz poética de Fernando del Paso. José Trigo
desde la oralidad, una obra más dentro de la creciente y constante cantidad de
publicaciones que se le acreditan a Carmen Álvarez.
De manera explícita, para llevar al cabo la escritura de este libro, coeditado
por la uaemex y El Colegio de México, su propósito fue doble: contribuir a la
crítica sobre José Trigo y “compartir con el lector reflexiones personales de la
novela para estimular el intercambio de ideas, visiones y goces” (p. 10).
Aunque su germen fue el proyecto de investigación con el cual Carmen Álvarez obtuvo el doctorado en El Colegio de México, el libro profundiza los aspectos
que en un principio fueron tratados como parte de los menesteres académicos de
la autora, es decir, dio otra dimensión a sus primeras exploraciones, como puede verificarse en el contenido del volumen. Éste se estructura en los siguientes
cuatro segmentos: el primero propone realizar una nueva lectura de José Trigo;
el segundo entra a la novela, bajo la perspectiva de su multiplicidad de voces y
la visión de mundo que presenta. El tercer apartado analiza el tema “Escritura y
poder” desde esta obra de Del Paso, y el cuarto y último capítulo concluye en el
estudio sobre la relación entre historia y poesía, dentro de la construcción de la
memoria colectiva.
Es, por supuesto, un libro académico, pero conviene detenerse en su primer
capítulo, el más propicio para ser revisado por lectores de toda clase. No llegan
a ser una veintena de páginas, pero el “Repaso crítico” con que se abre este segmento resulta muy completo y del todo apropiado para conocer la trayectoria de
Fernando del Paso y lo que dentro de ella ha significado José Trigo.
Carmen Álvarez reconstruye parte del proceso por el que se fue ubicando
Del Paso en el campo de las letras mexicanas contemporáneas, y aporta de manera
particular un registro sobre cómo fue dándose al mismo tiempo el reconocimiento
y desconocimiento de la que fue su primera novela, misma que significó, el año de
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su aparición, el otorgamiento del llamado “premio de escritores para escritores”,
el Villaurrutia.
Hay motivos para reflexionar acerca del fenómeno de la recepción de una
obra literaria en un momento determinado, pues suelen surgir en un principio
el desprecio e incluso la burla, aunque años después se alcancen niveles de una
virtual consagración; pocas veces se da un reconocimiento inmediato, aunque
en el caso de José Trigo sobresale el que tan rápidamente le hayan dado el citado
premio, hecho que no deja de parecer paradójico, ante el tono de varias críticas
que, en esa segunda mitad de los sesenta, se cebaron contra la escritura del entonces casi treintañero autor.
La investigadora acudió a fuentes directas publicadas en 1966 en suplementos y secciones culturales del Distrito Federal, donde se evidenció que el caso
de José Trigo fue motivo de polémicas y de posiciones encontradas —situación
que no se dio con Palinuro… ni con Noticias…— , en las que se reflejó, además,
una dinámica de conformación de grupos, por no decir “mafias, capillitas y rencores malintencionados” (p. 19), a los que hacía alusión el articulista de El gallo
ilustrado, Fausto Castillo, cuando auguraba una “resonancia extraordinaria” a la
novedosa primera obra de Del Paso (p. 19).
Entre los críticos más acerbos respecto a José Trigo, pueden citarse a renombradas plumas como Huberto Batis, Emmanuel Carballo y Gustavo Sainz. En el
extremo contrario, entre los que mejor saludaron a esta novela se encontraban Juan
Rulfo, Álvaro Mutis y Jomi García Ascot, así como, en el extranjero, Adalbert
Dessau, según se desprende del breve recuento efectuado por Carmen Álvarez,
quien se remontó a una de las etapas de mayor brillo y poderío de “La Mafia”
que, con el liderazgo de Fernando Benítez, tenía entonces puesta su influencia
directa en medios como La Cultura en México, la Revista de la Universidad más
la Revista Mexicana de Literatura.
Esta parte permite identificar las coordenadas literarias de Fernando del
Paso, que “cuando ve la luz José Trigo, apenas tiene 29 años; sin embargo, su
proyecto narrativo lo acerca más a la generación anterior, a la de Rulfo y Arreola,
sus maestros” (p. 21).
Tampoco se olvide qué intenciones tienen y de qué tamaño son las obras de
Fernando del Paso: sus referentes son las novelas totales, o monumentales, al modo
del Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal y, claro está, del Ulises de James
Joyce. Por esto se entiende cómo, a pesar de que relativamente ha publicado muy
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pocos títulos, desde hace años el nombre de Fernando del Paso ha sido objeto de
reconocimientos y premios nacionales e internacionales, entre los que no se ha
dejado de citar su inclusión dentro de los posibles escritores originarios de América
Latina a quienes bien podría serles otorgado el Premio Nobel de Literatura.
Ese propósito de armar una visión totalizadora vinculada, sobre todo, con
la guerra cristera y el movimiento ferrocarrilero que son fabulados —o “reescritos”, en la nomenclatura de Carmen Álvarez— desde José Trigo, tal vez resulte
problemático a la hora de hincar el diente a la novela. No hay concesiones desde
la escritura delpasiana, que exige, demanda la atención cabal del lector. ¿Debe
entrar éste en la categoría de “ilustrado”? Probablemente, aunque no es conveniente alimentar prejuicios, pues son estos mismos los que han abonado la idea
de ver a José Trigo como un experimento formal previo a las felices historias de
Palinuro de México y Noticias del Imperio. Lo obvio es acudir de manera directa
al propio volumen de José Trigo.
Sin llegar a sugerir la resbaladiza conveniencia de leer la novela teniendo al
alcance un “manual” para entenderla —hecho que en realidad haría, si no imposible, terriblemente fastidioso tal acto de lectura—, es de destacarse la importancia
del trabajo de Carmen Álvarez, tanto para aquellos que hayan leído previamente
José Trigo como para aquellos que decidan un día enfrentarse al gran volumen.
En ambas circunstancias, el estudio de Carmen Álvarez es útil para comprender aspectos específicos de la novela, como su estructura piramidal, su revisión
de la historia mexicana, el propósito de renovar el lenguaje para que esté vivo.
Por eso pondera la académica:
el enorme corpus de palabras que se encuentra en José Trigo no es una exhibición gratuita de erudición y es más que un simple experimento del lenguaje;
pareciera que Del Paso pretende dotar de nueva vida a las palabras viejas, rescatar significados en desuso y mezclarlos con neologismos o palabras del habla
popular: dotar de vitalidad el vocabulario fundamentalmente escrito o en desuso
y ponerlo a funcionar con convenciones de la lengua oral. Resucitar, en fin, las
palabras muertas (p. 82).
Sin embargo, el análisis de Carmen Álvarez, que no esquiva el peso que tiene lo
histórico en la novela, se centra en José Trigo en tanto objeto estético, de modo
que la mayor importancia recaerá en el estudio de lo simbólico que brinda lo
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poético, entre los variados elementos que conforman este trabajo en el cual, a más
de evidenciarse la pasión de una lectora por la narrativa de Fernando del Paso,
sobresale un rigor académico no exento de creatividad, para ver de una manera
enriquecedora las complejidades de la narración sobre el fantasmal, esquivo ferrocarrilero nacido del mito en la zona Nonoalco-Tlaltelolco, y comprender que,
aun habiendo sido virtual opera prima, no quedó en mero experimento, sino que
bien valía y sigue valiendo el Villaurrutia que tan rápido recibió.
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