Sergio de Régules, el físico que mató al sol de

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Sergio de Régules, el físico que mató al sol de
Sergio de Régules, el físico que mató al sol de la risa
Por Violeta Amapola Nava
Ciudad de México. 29 de julio de 2016 (Agencia Informativa Conacyt).- Uno de
los autores del prestigioso modelo cosmológico del universo en un calcetín (que
como teoría llegó a convencer a dos o tres alumnos de licenciatura), responsable
de matar al sol de la risa, de crear una propuesta que aumentaría la afluencia a
museos de ciencia mediante la presentación de la sala llamada “Conoce tu
cuerpo… y el de tu compañero” (para adolescentes curiosos) y de presentar un
plan de becarios en donde todos vestirían de toga y se dirigirían a él como
maestro mientras ponen cara de admiración.
Miembro de la Dirección General de Divulgación de la Ciencia (DGDC) en la
Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), físico y divulgador, Sergio de
Régules Ruíz-Funes trata la ciencia con desparpajo para acercar a los lectores al
lado humano de esta actividad.
Su personalidad, la cual él mismo denomina como “chistosita”, y su peculiar modo
de buscar en la divulgación un fin literario, ha logrado cautivar a científicos y no
científicos, en quienes ha provocado más de una carcajada al presentar los
tropiezos, las supercherías y sobre todo los grandes avances de la ciencia, de una
manera que permite descubrirla hasta en la decisión de dejarse o no crecer la
barba.
¿Físico, músico, escritor o qué?
Mientras cursaba la preparatoria, Sergio de Régules se debatía entre la física, la
música y el cine, incluso llegó a pensar en estudiar letras. Al final se decidió por la
física y entró a la Facultad de Ciencias de la UNAM en 1982. Pero su camino lo
fue conduciendo por veredas donde no faltaron la música y las letras, y terminó
encontrando la mezcla perfecta de sus intereses en la divulgación de la ciencia.
“Le estaba platicando a mi papá sobre todo lo que quería estudiar y creo que fue
la única vez en la vida que le hice caso. Me dijo: música ya sabes, algo que era
cierto —aunque después descubrí que no tanto— porque tocaba el piano; cine lo
puedes aprender en algún curso o practicándolo; pero física es lo único que no
puedes aprender por ti mismo. Yo pensé que era un buen argumento y me metí a
física”.
Fue mientras estudiaba la licenciatura que Sergio y su grupo de amigos idearon la
teoría del universo en un calcetín. La facultad se convirtió para el grupo de amigos
el lugar ideal para desarrollar la imaginación y para comenzar a jugar con la
ciencia y la narrativa. Para el escritor, la universidad le permitió crear mundos
alternos y personajes salpicados de ciencia, lo que considera más valioso que
cualquier aprendizaje teórico sobre física.
“Me la pasé muy bien en la facultad. La parte divertida de las discusiones con los
amigos estaba alimentada por lo que veíamos en las clases. No es que
discutiéramos de ciencia y que estuviéramos hablando de física todo el tiempo.
Decíamos muchas tonterías pero todas ellas basadas en la física e inventábamos
tarugada y media, como el universo en el calcetín”.
En 1988, terminando la licenciatura, Sergio de Régules entró inmediatamente a
estudiar una maestría, pero se sintió decepcionado al analizar las posibilidades
que existían dentro de la investigación en física del momento. Al mismo tiempo se
le presentaron varias oportunidades en el mundo de la música, pues tenía un
grupo con varios amigos y tocaba el piano eléctrico y el teclado, así que las tomó.
“Como ya éramos más o menos grandecitos ya teníamos, entre todos, lana para
comprarnos buen equipo, porque luego el problema con los grupos de prepa es
que ni son muy buenos ni tienen buen equipo, nosotros ya teníamos un súper
equipazo y la facilidad de movernos y montar conciertos con nuestros propios
medios”.
Siguió encontrando en la música un medio de sustento y satisfacción, continuó
dando conciertos, interpretando y componiendo música para teatro. Incluso
menciona que se casó con una obra de teatro que lo mantuvo económicamente
durante bastante tiempo.
En esa época se movió exclusivamente en el mundo de la música, hasta que un
día su grupo fue invitado a grabar a Radio Mexiquense, en donde también
transmitían un programa sobre astronomía llamado Nos vemos en la noche. De
allí surgió la invitación, para los físicos del grupo musical, a ir a hablar sobre el
tema al programa.
Como buenos admiradores del trabajo de divulgación de Carl Sagan, el grupo
trabajaba bastante para preparar los programas. Sergio recuerda pasar todo el día
preparándose, leyendo revistas y enciclopedias, con el fin de armar buenos
argumentos para presentar en la transmisión.
Los radioescuchas apreciaron estos esfuerzos, lo que animó a Sergio y sus
compañeros a hacer divulgación científica “como se debe”. Lo plantearon a los
que en su momento fueron sus maestros de la facultad y directores de tesis, Ana
María Cetto y Luis de la Peña, quienes apoyaron su idea de escribir obras de
divulgación científica. Incluso les presentaron a la directora de la colección La
Ciencia desde México, del Fondo de Cultura Económica.
“De esa reunión, que hasta cena tuvo en casa de la directora, no salió nada. Pero
saber que nuestros profesores tenían ese grado de confianza en nosotros nos dio
mucha seguridad, nos animó a seguir. Sin ese apoyo tal vez hubiéramos escrito
algunas cosas y luego se nos hubiera olvidado”.
Incursionando en la divulgación de la ciencia
Sergio continuó trabajando en la obra de teatro con la que se casó y para
mantenerse económicamente complementaba con traducciones del inglés
para Selecciones del Reader's Digest' y para Addison-Wesley. Pero después de
un tiempo empezó a extrañar la ciencia y comenzó a buscar una columna para
escribir sobre temas científicos.
“El problema fue que lo que querían todos los periódicos eran chismes de las
instituciones, querían chismes de las universidades, del Conacyt. Yo dije lo siento,
ni siquiera estoy trabajando en la universidad, yo estoy en mi casa traduciendo. No
les interesaba lo que yo les ofrecía”.
La búsqueda por un espacio para narrar la ciencia lo llevó a un pequeño periódico
en inglés llamado The News, publicado por Novedades. En el periódico les
interesó su proyecto y estuvo varios años escribiendo una columna en inglés que
en un futuro lo ayudaría a escribir su segundo libro: El sol muerto de risa.
Mientras se dedicaba a la columna, decidió cursar un diplomado en historia de la
ciencia donde conoció a Victoria Schussheim que en ese momento tenía una
editorial de libros para niños sobre científicos y lo invitó a publicar su primer libro.
“Escribí un librito sobre Copérnico que me costó un trabajo tremendo. Me divertí
horrores y salió el libro. Es muy emocionante cuando ya puedes ver el resultado,
aunque fuera un libro que no se iba a vender muchísimo te sientes que el mundo
te está diciendo: sí puedes ir por aquí, por aquí funciona”.
Después de ese proyecto, la misma editora le propuso escribir otro libro de
ciencia, pero que esta vez fuera para adultos. Sergio tomó las columnas que más
le gustaban de The News, las pulió, las enceró y le dio vida a El sol muerto de risa.
Al ser publicado en una editorial pequeña nunca le dio dinero, pero sí muchas
satisfacciones.
“Si lo piensas bien es una tontería escribir un libro para que no se lea. Aunque al
final sí tuvo consecuencias, sucedió que el día que yo llegué a la DGDC ya me
conocían por mi libro. El director era amigo de la editora y había leído mi libro. Ese
libro que nunca encontraste en las librerías o que estuvo dos semanas y luego
nunca más, él sí lo conocía. Me abrió puertas insospechadas aunque no fuera el
gran best seller”.
El sol muerto de risa
En realidad El sol muerto de risa ha tenido una gran influencia en la vida del autor.
Con los años, esta obra fue seleccionada para las bibliotecas de aula de
secundaria y preparatoria, animando a varios lectores a seguir una vida
académica en las ciencias.
“Es tremendamente emocionante que llegue una persona que te diga: leí tu libro y
por eso quise estudiar química o física, es como la justificación de todo esto,
aunque uno no lo hace con ese fin. Yo lo hago porque a mí me gusta y me gusta
compartirlo con los demás, pero si encima de todo tiene esta influencia, qué más
puedo pedir”.
Después de un tiempo, se vendió la idea de El sol muerto de risa a la editorial
Paidós, con el título de ¡Qué científica es la ciencia! El breve pero divertidísimo
libro siguió dando sorpresas cuando fue seleccionado para ser publicado por una
universidad de Brasil en una colección de divulgación de la ciencia.
En 2008, el libro fue publicado en portugués y aunque las universidades son
pésimas para vender libros, ya puede decir que tiene un libro traducido al
portugués, aunque nadie en Brasil lo haya leído, ríe el escritor.
Con este libro el autor estableció el modelo de trabajo que lo caracteriza, ensayos
independientes escritos con la intención de deleitar y maravillar con temas de
ciencia. Y aunque une sus relatos por un etéreo hilo conductor, los textos se
disfrutan perfectamente por separado.
“Creo que funciona muy bien porque un libro de capítulos independientes, o más o
menos independientes, es menos difícil de leer que un libro de largo aliento, que
se debe leer en orden. Este estilo es más fácil que se venda, es más fácil que le
guste a los lectores, pues permite reclutar también lectores flojos y no solo a los
avezados y aguerridos”.
De escritor a editor, ¿cómo ves?
En 1999, un poco cansado de la columna en The News y con el antecedente de El
sol muerto de risa, entró a trabajar a la DGDC. Primero en el museo Universum,
pero luego transitó a su lugar natural que era la revista de divulgación ¿Cómo
ves?, donde ahora trabaja en la edición general.
“El trabajo de editor también es difícil y es ingrato, hay que trabajar y arreglar
mucho los textos, ponerte a leer sobre temas que no necesariamente entiendes. El
mundo perfecto sería donde pueda dedicarme exclusivamente a escribir, así yo
sería inmensamente feliz”.
Pero, por otro lado, Sergio reconoce que cuando la revista sale bien, como editor
siente una gran satisfacción y se siente muy contento de ser parte de ella. La
revista también cambia vidas, comenta. Incluso conservan la carta de una persona
que estuvo en la cárcel, al parecer injustamente, y les escribió para decirles que al
descubrir la revista, estando preso, encontró fuerza para soportar el encierro.
“Le tengo mucho cariño a la revista, somos un grupo pequeño pero al que aprecio
mucho. No es muy común en la vida encontrarte trabajando con gente que al
mismo tiempo puedes respetar y querer. Es algo no muy probable, pero aquí
existe ese equipo. Cada una de las personas aquí me inspira admiración y cariño”.
Sergio planea seguir con su trabajo en la revista, pero al mismo tiempo está
pensando en escribir más libros y entrar a más concursos, le gustaría ver que los
divulgadores comenzaran a ganar los concursos de divulgación. Quiere probar
cosas nuevas en la escritura, podcast, obras de teatro, si fallan los intentos no
importa, lo importante es seguir experimentando.
Puedes encontrar el blog de Sergio de Régules en este link.
Sus libros
El renovador involuntario (Pangea, 1992)
El sol muerto de risa (Pangea, 1997)
Cuentos cuánticos (ADN, 2000)
Las orejas de Saturno (Paidós, 2003)
¡Qué científica es la ciencia! (Paidós, 2006)
La mamá de Kepler (Ediciones B, 2012)
El universo en un calcetín (Ediciones B, 2015)
Coautor en:
El piripo matemático (Lectorum, 2000)
Crónicas geométricas (Santillana, 2002)
Crónicas algebraicas (Santillana, 2002)

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