Un rincón para pensar - centro de magisterio virgen de europa la linea
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Un rincón para pensar - centro de magisterio virgen de europa la linea
3er Premio UN RINCÓN PARA PENSAR Mario Morales Jiménez 2º Primaria B El corazón acelerado, las piernas temblorosas y un dolor más grande en su interior que en cualquier lugar de su maltrecho cuerpo. Andaba sin rumbo por las calles vacías de la ciudad, compartiéndolas con algún que otro joven algo perjudicado tras una larga noche de fiesta y un vagabundo, que intentaba resguardarse a duras penas entre dos paredes de un supermercado y unas pocas mantas y cartones que había podido conseguir. Mientras continuaba con su camino, sin saber a ciencia cierta hacia dónde, pensaba en todo lo que le había pasado y cómo podía haberle ocurrido de nuevo. Ella bien sabía que no lo merecía y que, si existe algún ser divino en el cielo, algo muy malo debía haber hecho para estar pasando por aquello. Independientemente de su debate interno, mantenía parte de su atención en vigilar todo aquello que la rodeaba. Los jóvenes no significaban demasiado riesgo para ella. Al fin y al cabo sólo existen aparentemente dos tipos de vuelta a casa, el joven que marcha con paso ligero y una sonrisa dibujada en su rostro recordando cada minuto de la noche, y los que apenas levantan la mirada del suelo, deseando llegar a su casa y remordiéndose la conciencia por algo que había salido mal. En cualquier caso, ambos tipos se encontraban en la calle a intempestivas horas solamente de paso. El que sí le preocupaba era el hombre acostado en el suelo y que, entre cartones y harapos, dejaba entrever sus ojos mostrando una inquietante mirada que se dirigía directamente a ella. Intentaba recordar si le había visto alguna vez por aquella urbanización para intentar tranquilizarse, pero ella apenas pasaba por allí a pie, por lo que le resultaba imposible hacer memoria. Aceleró el paso intentando distanciarse de aquel sujeto que le perturbaba la mente, mientras miraba hacia atrás a través de un pequeño espejo que guardaba en el neceser de su bolso. De esta manera pudo ver como el hombre se incorporaba levemente y giraba la cabeza viéndola perderse al doblar la esquina de la calle. Una vez allí se apoyó ligeramente en la pared para respirar y tranquilizarse, serían seguramente sólo imaginaciones suyas. Miró al cielo y vio cómo poco a poco el color negro de la noche se iba transformando en un color rosa anaranjado que indicaba el comienzo de un nuevo día. Fue entonces cuando pensó que ya era hora de regresar, volver a su casa de la que había hecho ella mismo una prisión, y dejar todo listo para llevar a su pequeño al colegio. 1 Dio un gran rodeo para evitar volver a pasar por el mismo callejón del que venía, mientras pensaba que cuántas veces más iba a engañarse y salir de su casa dando un portazo como si ella no supiera que volvería minutos más tardes, o a lo sumo horas… A su vez, como era propio en ella, pensaba paralelamente en su otra vida, la vida real y a la que no podía dar la espalda. Por ello mismo aceleró el paso para poder estar a tiempo en casa. Preparó el desayuno y recogió la casa por encima lo más rápido que pudo, eso sí, todo ello sin levantar la mirada más de un palmo del suelo y sin cruzar la mirada con nadie. Sin embargo, aunque ella ponía todo el empeño posible en disimular su estado de ánimo frente a su hijo, los pequeños tienen una sensibilidad especial para captar los matices en la voz de una madre, o en cualquier sonrisa esbozada por la misma. Esta vez realmente había captado el malestar de su madre y, ni siquiera la inocencia que lo caracteriza se atrevió a preguntar qué le pasaba. Simplemente se limitó a comerse el desayuno, bajar la cabeza y mantenerse en silencio. En el coche de camino a casa la situación tampoco fue diferente, un silencio reinaba en el vehículo hasta que el sonido de las noticias de la mañana en la radio lo rompió. Dejó a su hijo en la puerta del colegio y aparcó unos metros más adelante para hacer unas compras en las tiendas de aquel barrio. O quizá no, quizá sólo quería encontrar algo que hacer para no tener que volver a casa, por lo menos no tan pronto. Arrancó a andar con la cabeza nuevamente en sus preocupaciones internas, las mismas que hace pocas horas le atormentaban, las mismas que algunas horas más atrás la hicieron huir. Cuando por fin se encontró junto al supermercado, su mente recordó rápidamente la esquina en la que la noche antes se encontraba aquel vagabundo que la hizo estremecerse por dentro, pero para su sorpresa, allí no quedaba ni rastro de él. La intriga se iba apoderando de ella cada vez más, hasta el punto que su desconcierto la hacía plantearse incluso la existencia de esa persona, pensando que podrían haber sido unas bolsas de basura desafortunadamente colocadas allí y que, la oscuridad y su mente, le habían jugado una mala pasada. Merodeó por los pasillos cogiendo algún frasco, sin saber ciertamente de qué, para justificarse a ella misma su presencia allí. Hasta que se decidió a preguntarle a una dependienta si sabía algo acerca del hombre que dormía allí. La mujer prácticamente lo único que pudo hacer es confirmarle que efectivamente, el hombre existía, que se colocaba allí al atardecer, y que apenas mediaba palabra. 2 Salió del supermercado sin quitarle ojo a la esquina mirando el reloj con una sensación agridulce. La verdad es que mientras permanecía dándole vueltas a la cabeza, el tiempo pasaba rapidísimo, pero aun así, era demasiado pronto para volver. Daba pasos cortos y perezosos, de tal manera que si pudiera, andaría hacia atrás con tal de estirar todo lo posible los escasos metros de aquella calle. Llegó al coche, justo cuando un sonido estridente llamó su atención: era la campana del colegio que indicaba la hora del recreo. Por un momento fue capaz de sonreír y se dirigió con ilusión a la valla del patio del colegio para ver si podía saludar a su hijo o verlo jugar con sus compañeros. Sin embargo, lo que vio tampoco le resultó nada alentador. Nada más abrirse las puertas, una gran cantidad de niños salió corriendo hacia el patio como si el primero que llegara ganara un trofeo, en cambio, su hijo no estaba entre esos niños. Agitó la cabeza de un lado a otro buscándolo, pero no lo hallaba por ningún lado. De repente, su mirada se dirigió hacia la puerta por la que minutos antes salieron todos esos niños. Por ahí apareció su hijo cabizbajo, con la mirada gacha y siendo arrastrado hacia el patio por la maestra. El niño se sentó en las escaleras que había junto a la puerta, sacó su bocadillo y le dio un tímido bocado. Allí permaneció durante todo el recreo y regresó nuevamente a clase unos minutos antes de que tocara la campana. Aquella escena hizo que su madre perdiera la sonrisa con la que corrió hacia allí, la misma que fue convirtiéndose lentamente en una lágrima que resbalaría acto seguido por su mejilla. Nada le salía bien últimamente. Volvió al coche para, ahora sí, regresar a casa, pero esta vez no siguió el camino habitual. Se desvió levemente para pasar por la calle en la que vio al vagabundo que tanto hacía su imaginación volar. Aminoró la velocidad al pasar por el supermercado, y centró la vista en aquel rincón buscando insistentemente algo parecido a una persona y, tanto apartó la vista, que casi embiste a un coche que se encontraba aparcado en doble fila en aquel momento. No hubo suerte tampoco esta vez, lo cual era obvio porque apenas habían pasado unas horas desde que estuvo allí. Llegó a casa y se puso inmediatamente a hacer las tareas para intentar mantener la cabeza ocupada. 3 Cuando estaba terminando de hacer el almuerzo, escuchó las llaves de su marido abriendo la puerta. Primero entró él, y unos segundos más tarde, el niño. Cada uno se fue directamente hacia su habitación sin abrir la boca. Ella esperó un par de minutos para ir en busca de su hijo y hablar con él sobre su tristeza. Llamó a la puerta de su habitación y entró despacio hasta sentarse junto a él en la cama. Le preguntó cómo le había ido en el colegio esa mañana y el pequeño, sin saber que su madre lo había estado vigilando, mostró una sonrisa forzada y respondió que bien, como siempre. La madre siguió preguntando por los compañeros, los maestros, las notas… pero nada de aquello parecía sobresaltarlo más que la pregunta anterior. Viendo que no daba con la cuestión clave, decidió levantarse y mandar al chico a la mesa para comer. Este obedeció pero, al ver que su madre se dirigía hacia la habitación en la que se encontraba su padre, torció claramente el gesto, lo cual hizo a su madre vislumbrar lo que le ocurría a su hijo; estaba preocupado por la relación del matrimonio. Ya por la tarde, y aprovechando que el pequeño estaba en su habitación haciendo los deberes, decidió que era hora de hablar con su pareja sobre el estado de ánimo de su hijo. Como era usual, la conversación acabó derivando en una discusión que, paulatinamente iba subiendo de tono, precisamente la causa del malestar de su hijo, y el tema que pretendían solucionar. La discusión parecía no tener final, y con su marido, la única manera de acabarla era la retirada. Así que de nuevo, y antes de que la situación se agravara aún más, como había acontecido en ocasiones anteriores, decidió salir de casa. Al contrario que la otra vez, ahora sí que sabía hacia donde se dirigía. Aunque la noche anterior había pasado realmente miedo, su curiosidad no le dejaba ir a ningún otro lugar que no fuera aquella calle por la que vagó ayer. Ésta vez no fue ese hombre el que la sorprendió apareciendo entre los cartones, sino que sería ella la que lo vigilaría desde una distancia prudente. En efecto, ahora que la noche le había ganado la partida al día, sí que el vagabundo se encontraba allí resguardado en la oscuridad, con la cara mirando hacia el suelo, y sólo levantándola cuando alguien pasaba a su lado observándolo con desprecio. Ella se resguardó en un saliente de un pequeño comercio que se encontraba cerrado porque el empresario no pudo afrontar los pagos del alquiler ni el sueldo de sus trabajadores. Desde allí se asomaba tímidamente para comprobar si sus temores eran infundados o, efectivamente, hizo bien alejándose de allí apresuradamente. 4 Pasaron junto a él aproximadamente una decena de personas de todo tipo: caballeros recién salidos del trabajo, señoras con las últimas compras del día, familias con niños pequeños, personas mayores dirigiéndose a casa tras hablar con toda persona que se prestase a escuchar sus batallitas… Sinceramente, desde la seguridad de la distancia, aquel hombre no parecía una gran amenaza. Apenas prestaba atención a toda esa gente. El frío de aquella noche era terrible, así que el hombre se cubrió completamente desapareciendo entre la basura que acumulaba por casa, y la mujer apenas podía mantenerse caliente con la ropa de abrigo que había cogido al salir con prisa, de tal manera que regresó a casa. Una vez allí, se sentó frente a la chimenea para entrar rápidamente en calor, mientras su cabeza aún seguía pensando en el hombre. El sentimiento de miedo que a priori le transmitía, ahora se estaba convirtiendo en lástima. Se sentía culpable por haberlo juzgado sin saber cuál era su situación, y sin pensar que, en vez de que la gente huyera de él, quizá lo que necesitase fuera todo lo contrario. Subió a la planta de arriba, acercó una silla al armario y se subió en ella para sacar unas cajas del altillo donde guardaba ropa y mantas que ya no utilizaban. Metió en una bolsa aquellas prendas que estaban en mejor estado, se abrigó todo lo que pudo, y volvió a salir a la calle. Llegó nuevamente al comercio en el que se resguardó tan solo unos minutos antes y miró desde allí otra vez. El hombre seguía oculto entre todas aquellas telas y cartones, así que decidió acercarse en silencio. Cuando se encontraba a unos tres metros, se quedó parada ante él, de pie, sin articular palabra, planteándose si era buena idea seguir aproximándose a aquel desconocido. Allí permaneció durante unos minutos, en silencio. De repente le sonó el móvil y los cartones se movieron bruscamente. Ya no había vuelta atrás, así que lo saludó tímidamente. El hombre reaccionó de forma contrariada al reconocerla rápidamente. Por una parte le sorprendió que estuviera allí parada, con una clara intención de interactuar con él, pero por otra parte, no podía quitarse de la cabeza la imagen que conservaba de la noche anterior. Él la recordaba mirándolo con temor, de reojo, acelerando el paso para alejarse de él, y con una expresión de desprecio difícil de olvidar. -Tú otra vez… ¿hoy no corres? -dijo el hombre en voz baja-Te he traído unas cosas, hace frío. -No necesito limosnas, sé cuidarme solo. Además, no quiero ser la buena obra del día de nadie, lo siento si por no aceptar tu ropa vieja no hago que te sientas mejor. 5 -Voy a ser sincera, anoche no estaba en mi mejor momento y, la verdad, no esperaba encontrarme a nadie por la calle y mucho menos observando desde un rincón. -Como verás, ahora mismo la televisión la tengo averiada, siento mucho si mi mirada te ofendió, pero soy libre de mirar hacia donde yo quiera.- dijo volviéndose a ocultar entre los cartones. La mujer dejó allí la bolsa y se volvió desilusionada a su casa. Había entendido que su temor era infundado y que ese hombre aparentemente no representaba ninguna amenaza. A la tarde siguiente, la mujer volvió a salir aproximadamente a la misma hora para intentar disculparse con aquel individuo, y de nuevo se colocó frente a él esperando a que él hiciera el primer movimiento. - Buenas tardes- inició ella al no obtener ningún comentario. El hombre apartó los cartones que cubrían la parte superior. -Parece que aún necesitas limpiar tu conciencia, ¿ayer no conseguiste tu insignia de las girl-scout?-dijo él. La mujer gesticuló sorprendida ante la brusquedad del vagabundo. No obstante sonrió interiormente al observar que el hombre llevaba puestas las prendas que le había dejado la tarde anterior. -Quería disculparme…por todo. El hombre se quedó en silencio durante unos segundos y bajó la mirada. -Yo también quería disculparme- dijo con voz arrepentida. He pensado mucho en ti durante el día, y la verdad es que eres la primera persona que se dirige a mi desde hace…bueno, ya sabes, desde que vivo aquí. Además quería darte las gracias por la ropa, incluso aunque sean viejas. Probablemente sin ellas no habría sobrevivido a estas frías noches. -No es nada, es ropa vieja de mi marido, seguro que a ti te hace más falta que a él. De todos modos él nunca agradece estas cosas. -Igualmente quiero que sepas que te entiendo, yo hace pocas semanas y antes de estar aquí, en tu situación, hubiera hecho lo mismo. A nadie le gusta encontrarse un vagabundo tirado en la calle, empeorando la imagen de la calle y transmitiendo sensación de inseguridad. -¿Por él estabas aquí?, ¿por tu marido?- continuó el hombre. 6 -No pasamos por nuestro mejor momento- dijo ella con una pequeña sonrisa forzada. Por cierto, es tarde. ¿Puedo volver mañana? -Dejaré la puerta abierta- dijo el hombre sonriendo. En casa su marido la estaba esperando visiblemente enfurecido, la miró durante unos segundos y se giró sin decirle nada. Al día siguiente volvió al armario y cogió más ropa, esta vez no era ropa vieja, sino ropa formal por si aquel hombre necesitaba buscar empleo. Por la tarde repitió su paseo, le entregó la ropa que cuidadosamente había elegido para él, y siguieron conversando durante un largo tiempo. -¿Cómo es?-dijo ella. -¿A qué te refieres? -A vivir…ya sabes, así. -Monótono, todos los días son iguales. Durante el día me mantengo cerca del comedor de la iglesia para no quedarme sin comer, no sabía que había tanta gente en esta situación. Una vez que anochece, recojo un bocadillo en el mismo comedor, y me dirijo hacia mi rincón para pasar la noche. Pero no es fácil tampoco conciliar el sueño. Cuando vivía en mi antigua casa veía las noticias de jóvenes que daban palizas a los vagabundos e incluso les prendían fuego por diversión. Y la verdad es que me impactaban las noticias, pero tampoco es que me importara mucho. Nunca he sido un hombre violento, pero desde que duermo aquí, lo hago con una navaja en la mano, por protección. -Si no es mucha indiscreción, ¿qué te pasó? -Yo antes era muy feliz, vivía con mi mujer no muy lejos de aquí e incluso estábamos pensando tener un hijo. Tenía una pequeña floristería en un local de esta calle que cada vez iba mejor. -¡Así que eras florista!-dijo ella entusiasmada. -Sí, allí mismo además es donde conocí a mi mujer. Fue la flor más hermosa que conseguí añadir a mi ramo particular- dijo mientras se le enternecía la expresión. -¿Y qué pasó? -No lo soportó. Cuando empezaron a caer las ventas, no pudimos hacer frente a los pagos, perdimos el local, nos embargaron el coche, y las letras de la hipoteca de la casa se nos iban acumulando. Antes de que perdiéramos también la casa, ella se quitó la vida. 7 La mujer se quedó perpleja ante la historia que estaba escuchando. No pudo contener las lágrimas. -Como suelen decir, las malas noticias nunca vienen solas. Pero ya está bien de hablar de mí, ¿qué hay de usted?, ¿de qué huía la otra noche? -Verás… mi marido tiene mucho carácter, y de vez en cuando…demasiado carácter. Usted ya me entiende. -¡Pero eso es horrible!, escúcheme, tiene que denunciar esta situación antes de que pase a mayores. Yo iré con usted si es necesario. -No es tan fácil, tenemos un hijo pequeño, y… es su padre, no puedo hacerle esto. Ese día le costó irse más que los días anteriores, sobre todo después de que se hubieran abierto sus corazones el uno al otro y se contaran sus historias más personales. Nada más introducir la llave en la cerradura, su marido abrió la puerta y de nuevo se marchó sin decirle nada. La situación en la casa cada día estaba más tensa y ese ambiente se vio reflejado en los resultados académicos del chico. Durante los siguientes días, la mujer siguió saliendo a la misma hora de siempre para verse con su nuevo amigo, con el que podía hablar abiertamente de cualquier cosa que pasara por su cabeza. El hombre seguía insistiendo para que ella denunciara a su marido, algo que ella tenía claramente decidido que no haría. Por otra parte, su esposo, que con las dos primeras salidas nocturnas comenzó a sospechar, salió tras ella para averiguar cuál era el motivo que la hacía ausentarse de casa un día tras otro sin que ella se excusase siquiera. Cuando la vio sentada con un hombre bien vestido, manteniendo una cordial conversación, en la que los dos parecían relajados y emocionalmente conectados, el marido se dirigió con paso furioso hacia su mujer, la agarró del brazo y se la llevó a empujones ante la perpleja mirada de los peatones y del propio hombre que se quedó paralizado. La llevó a casa, la metió dentro con un contundente golpe, y cerró la puerta quedándose él fuera. Emprendió enérgicamente el camino de vuelta a donde se encontraba aquel hombre. El vagabundo se refugió en sus cartones, atónito por lo que acababa de pasar y agarró enfurecido las mantas que lo cubrían. Se tapó completamente para resguardarse del frío 8 y deseó que no le pasara nada a aquella mujer, que era lo más parecido a una amiga que había tenido en las últimas semanas. Al girar la esquina, el marido lo vio escondiéndose entre los cartones. Corrió hacia allí y los golpeó violentamente mientras cogía al vagabundo por el pecho. El hombre nervioso por el estruendo y el alboroto cerró los ojos y clavó la navaja que tenía en la mano para protegerse, en el estómago de su atacante. El hombre se desplomó frente a él cuando se dio cuenta de que el asaltante era el marido de aquella mujer que tanto le preocupaba. Por un momento el hombre incluso sintió alivio y satisfacción por lo que había hecho, inconsciente aún de que le acababa de quitar la vida a un ser humano. A los pocos minutos llegaron los servicios de emergencias que habían recibido la llamada de algunos transeúntes que pasaban por allí a los que el ajetreo de la disputa llamó la atención. En ese momento apareció la mujer en aquella misma calle, sospechando que su marido se habría dirigido hacia allí dominado por los celos. Nada más ver la escena cayó de rodillas al suelo, llorando, mientras arrestaban al vagabundo y lo metían bruscamente en el coche patrulla. Él no paraba de mirarla a ella, esperando algún gesto hacia él, mientras el coche se alejaba y él dejaba el rastro de sus manos manchadas de sangre sobre el cristal de la ventana. FIN 9