Laura Fruggeri Del constructivismo al construccionismo social

Transcripción

Laura Fruggeri Del constructivismo al construccionismo social
Laura Fruggeri
Del constructivismo al construccionismo social: implicaciones
teóricas y terapéuticas
Psicobiettivo, vol. XVIII, n.1, 1998, pp. 37-48
Resumen: La autora propone una personal reconstrucción histórica de las repercusiones que el planteamiento
constructivista ha tenido en el modelo sistémico, subrayando las innovaciones y simplificaciones. Después una
descripción sintética de las diferencias existentes entre constructivismo radical y socio-construccionismo. Se detiene
en el planteamiento socio-construccionista, ilustra la posibilidad que ofrece para superar los reduccionismos
derivados del planteamiento constructivista radical. Subraya las implicaciones teóricas y prácticas que el socioconstruccionismo ofrece en el campo psicoterapéutico.
Summary: The author proposes riconstruction of the influence of the constructivism on the systemic model,
distinguishing the innovations from the simplifications that have emerged. After a brief description of the main
differences between radical constructivism and socio-constructionism, the author focuses on the socioconstruccionist perspective and illustrates the possibilities that such a perspective offers to overcome the
reductionism deriving from radical constructivism. The author then underlines the theorethical and practical
implications that socio-constructionism has in the psychotherapeutic field.
En los inicios de los años 80’s aconteció el encuentro de los terapeutas sistémicos con la
reflexión epistemológica que ha sido definida de formas diferente “cibernética de segundo
orden”, “complejidad” o “constructivismo”, y fue un encuentro detonante en muchos
sentidos.
Algunos presupuestos de la reflexión epistemológica emergente aliviaban las interrogantes de
las que no se ocupaba claramente la teoría sistémica, pero al mismo tiempo se trataba de la
noción misma de terapia y de la identidad del terapeuta. El planteamiento constructivista, de
hecho, antes de comportar cambios en el plano de las explicaciones que los terapeutas se
daban del síntoma o de la patología, puso en crisis los presupuestos sobre los que se fundaba
la psicoterapia como fenómeno al mismo tiempo científico y social.
La idea que sacudió el “mundo de los terapeutas sistémicos” fue que el observador no es
externo al proceso de conocimiento, que al contrario, participa activamente en la construcción
del sistema observado y que en cada momento él se relaciona con el sistema a partir de su
comprensión, que a su vez modifica su relación con el sistema (Varela, 1979).
El encuentro con el constructivismo fue muy diferente del que anteriormente los terapeutas
familiares habían tenido con la primera cibernética y la teoría de sistemas.
En los años 60’s, la referencia a la noción de sistema había introducido modificaciones en el
modo de explicar los comportamientos sintomáticos, en los métodos observados y en las
prácticas psicoterapéuticas, partiendo del presupuesto que: una observación objetiva era
posible, que a partir de tal observación era posible reconstruir los mecanismos y procesos
psicopatológicos, y que fuera posible intervenir para modificarlos.
Traducido por Gerardo Reséndiz
La naturaleza constructiva del conocimiento
La afirmación sobre la naturaleza constructiva del conocimiento introducía un cambio en los
mismos presupuestos, implicaba reconocer que las explicaciones de los terapeutas no son
objetivas y por lo tanto que la regularidad en el funcionamiento de una persona o de una
familia no son características de esa persona o familia, sino descripciones del terapeuta.,
implicaba además reconocer, que, parafraseando a Varela (1979), la psicoterapia como todos
los otros asuntos humanos está basada sobre el círculo hermenéutico de interpretaciónacción. Con el constructivismo, no caía solo la seguridad del conocimiento objetivo, sino
también la seguridad de la distinción entre comprensión e intervención. Desde el punto de
vista constructivista pensar que el análisis del motivo de consulta, las observación de los
modelos interactivos, la recolección de la información referente a la historia de la familia y el
eventual diagnóstico, fueran colocados en un eventual tiempo 1 y la intervención en un tiempo
2, resulta ilusorio. Conocer es intervenir y el conocer está más ligado a los mapas del terapeuta
que a las características “reales” de la familia.
Detonantes, estas consideraciones han aliviado interrogantes y han abierto dilemas, algunos
teórico metodológicos, otros epistemológicos, de cualquier forma todos con consecuencias
relevantes en el plano del actuar terapéutico (Fruggeri, 1992).Se inicio así una trayectoria de
investigación sobre el movimiento oscilatorio, cubierto de drásticas reconsideraciones y de
profundas innovaciones, pero también de reduccionismo y atajos, además de fáciles
enamoramientos y de negativas definitivas. Fue una larga fase de transición que se está
estabilizando, dejando emerger un cuadro teórico ciertamente más complejo que el
precedente. Hoy podemos comenzar a distinguir las innovaciones de las simplificaciones
producidas por la tendencia constructivista del enfoque sistémico en el campo
psicoterapéutico.
La autoreflexividad
Entre las innovaciones indicaría el hecho que la autoreflexividad se volvió un principio de
método para los terapeutas sistémicos.
El constructivismo, la complejidad y la cibernética de segundo orden han evidenciado que a
lado de una responsabilidad técnica, los terapeutas tiene también una responsabilidad
epistemológica que se refiere al deber del terapeuta de reflexionar sobre su propio modo de
pensar, sus propios sistemas de referencia, de modo tal de evaluar la consecuencias que
tienen sobre el plano social e interactivo las operaciones cognoscitivas que efectúa en relación
al paciente y a su sistema significativo. Cecchin, sus colegas (1997), y los terapeutas sistémicos
han prestado siempre atención a como el terapeuta se relaciona con el paciente, pero tal
interés era inicialmente limitado a las acciones del terapeuta, no se hacían preguntas sobre
“lo que el terapeuta podía sentir o pensar del cliente” (p. 15), ni sobre como este sentir o
pensar participaba en la construcción de lo que se observaba. No se hacían estas preguntas
porque se partía del presupuesto de la neutralidad del saber terapéutico. Desde el interior de
una perspectiva constructivista, el saber terapéutico no es considerado como neutral, participa
en la dinámica interactiva y puede contribuir a iniciar procesos positivos y evolutivos, pero
también negativos y estabilizantes.
Traducido por Gerardo Reséndiz
En este sentido algunos autores has subrayado como las categorías diagnósticas, el lenguaje y
los principios heurísticos utilizados por los terapeutas pueden ser la base de procesos de
construcción social de la psicopatología (Rosenhan, 1973; Watzlawick, 1984; Dell, 1980;
Anderson et al., 1986; Boscolo y Cecchin, 1983). A partir de aquí, se inicia la discusión sobre el
diagnóstico y la función objetivante que una etiqueta diagnóstica puede ejercer; los mismos
términos “terapia” y “curación”, con un fuerte valor semántico instrumental, viene
preferiblemente sustituidos con “conversación” y “narración”, evocadores de relaciones y
procesos.
Sobre todo se razona sobre el hecho que algunos conceptos, perteneciendo a una
epistemología objetivante, constituyen una “mala epistemología” para el terapeuta, una
epistemología que lo lleva a reconstruir las mismas situaciones problemáticas que se propone
superar. Significativa resulta la invitación que proviene de Lynn Hoffman, una de las voces más
autorizadas de la aproximación sistémica en aquellos años, a “…considerar cuánto nuestra
preocupación por encontrar la causa o el lugar de un problema en alguna unidad externa a
nosotros contribuye a la construcción del problema” (1980, p.390).
Todas estas contribuciones focalizan la atención en el terapeuta, sobre su lenguaje, sus
modelos teóricos y técnicos, ponen el acento en la responsabilidad epistemológica del
terapeuta, es decir, sobre su deber reflexionar acerca de sus propios sistema de referencia, no
sólo desde el punto de vista de la validez científica, sino desde el punto de vista de los
procesos sociales que contribuye a construir.
La autoreflexividad, además, no tiene que ver solo con el pensamiento formal o el lenguaje
técnico del terapeuta. La atención no se refiere solo a los sistemas de referencia teóricos
“oficiales”, sino también a “los prejuicios” y a “las emociones”, a las ideas y teorías implícitas
del terapeuta. Como subraya Tomm (1987), las decisiones que el terapeuta toma en las
sesiones de terapia dependen de su específico desarrollo como técnico profesionista, y
también de su historia de socialización como ser humano en general.
El análisis de las teorías implícitas, de las premisas socioculturales y de las representaciones del
terapeuta se configuran de esta manera como un instrumento importante de la psicoterapia.
Cada vez más numerosos son las contribuciones que enfatizan este aspecto. Byrne e McCarthy
(1988) han argumentado como en las intervenciones con las familias en las cuáles ha sido
denunciado incesto, es necesario reflexionar sobre las representaciones sociales del fenómeno
incesto compartidas también por los expertos, si no se quiere permanecer atrapados en un
circuito de negaciones, imposiciones, control y emociones negativas. O al trabajar con las
pacientes llamados crónicos o con graves sintomatologías que implican la participación de una
red de servicios, y que nos lleva sobre todo a analizar las ideas compartidas por los
operadores acerca de los conceptos mismos de cronicidad, de red de intervención, de terapia,
de rehabilitación y también de “servicio”, con sus respectivas ideas de referencia a lo público y
privado. (Cfr. Fruggeri, 1991ª; Fruggeri et al., 1991). Enfocar los propios “prejuicios” constituye
una necesidad para el terapeuta que desee mantener abierta la conversación con el paciente
en vez que reificarla o condicionarla dentro de sus mismos prejuicios (Fruggeri y Matteini,
1992). La toma de conciencia de los propios prejuicios no va invocada en nombre de una
supuesta e improbable neutralidad, como lo han ilustrado recientemente Cecchin y cols.
Traducido por Gerardo Reséndiz
(1997), tomar conciencia de los propios prejuicios permite al terapeuta “asumir su
responsabilidad y utilizarlos dentro de la interacción terapéutica” (p.7).
La autoreflexividad, es decir, la reflexión sobre el propio modo de conocer sea desde el punto
de vista científico que social, como principio de método, introdujo una posición diferente hacia
la psicoterapia. La pregunta que los terapeutas se hacían usualmente “¿Cómo mis acciones
han contribuido a crear esta situación?” viene reformulada después del encuentro con el
constructivismo a “¿cómo mi manera de pensar, de escuchar y de observar contribuye a
construir esta situación?”.
Esta mutación no ha estado sin embargo exenta de simplificaciones que hoy son más claras.
Los riesgos de simplificación
Estas simplificaciones pueden ser discutidas desde tres perspectivas: epistemológica, teórica y
pragmática.
A nivel epistemológico. La insistencia en la figura del observador ha asumido frecuentemente
el carácter de una polarización que solo toma una valencia opuesta a la dada al sistema
observado, reproduciendo desde otro ángulo, el mismo esquema dualista de sujeto/objeto
que se quería superar en el tema del observador en los procesos cognitivos. La crítica a una
concepción del conocimiento basada en el objeto ha desembocado en la enfatización del
conocimiento basada en el sujeto.
A nivel teórico. La matriz comunicativa, relacional, interactiva y social característica de la
aproximación sistémica ha sido en cierta medida abandonada. El énfasis puesto en el
terapeuta como observador a obscurecido las consideraciones en las que también el paciente
es un observador regulado por las mismas leyes de la autonomía que regulan la forma de ser
de los terapeutas. El oportuno llamado de atención al valor no neutral del lenguaje, teorías y
prejuicios del terapeuta ha sido separado de las consideraciones sobre los pacientes. Pacientes
también con un lenguaje, teorías y prejuicios en base a los cuales participan en la relación
terapéutica, con la consideración acerca que “…la terapia se realiza en la interacción entre los
prejuicios de la familia y los del terapeuta” (Cecchin et al., 1997, p. 19).
Las operaciones cognoscitivas del terapeuta han sido puestas en el centro de interés, en
perjuicio de la interacción, como si fuera el saber del terapeuta a construir
unidireccionalmente el proceso terapéutico, olvidando que cada proceso cognitivo toma forma
dentro de contextos comunicativos-interactivos.
El debate, por ejemplo, sobre la función que el diagnóstico puede tener al interior de la
relación terapéutica ha sido frecuentemente caracterizado por tal planteamiento. Mientras se
subrayaba que el saber terapéutico contribuye a la construcción de fenómenos sociales, se
descuidaba la descripción del tejido entre procesos simbólicos e interactivos, de naturaleza
social, individual e interpersonal que está implicado en tal construcción, proponiendo de esta
Traducido por Gerardo Reséndiz
manera una descripción simplificada y lineal en base a la cuál “el terapeuta construye la
situación terapéutica” o también que “el diagnóstico construye la patología”.
A nivel pragmático. La atención de los terapeutas da un giro de 180 grados, de la familia se
pasa a sí mismos. No por casualidad en la fase que ha seguido al encuentro de los terapeutas
sistémicos con el constructivismo, la investigación sobre la psicopatología dio el paso. La
familia, se sostenía, no puede ser objetivamente observada, de esta forma venía
unidireccionalmente construida.
La autoreflexividad se ha vuelto una especie venda que impedía considerar la autonomía del
otro, primero negando una concepción objetiva del conocimiento, y después negada a través
de una concepción constructiva del conocimiento.
En este sentido he hablado de una trayectoria llena de virajes. Para tomar distancia de una
perspectiva que miraba solamente a la familia como objeto observado y consideraba solo los
comportamientos comunicativos, se ha frecuentemente instalado en una perspectiva que
enfatizaba el terapeuta-observador y consideraba el conocimiento aislado de los procesos
interactivos. Una perspectiva que centrada en las operaciones constructivas del terapeuta, no
tenía en consideración los modos en los cuales la familia participaba activamente en el proceso
terapéutico. En este sentido, no solo los estudios sobre la psicopatología dieron el paso, sino
también los del proceso de terapéutico, sobre la compleja danza de saberes (del terapeuta y
del paciente) y de acciones (del paciente y del terapeuta) que genera el cambio.
La metáfora del observador ha sido indudablemente muy eficaz al llevar a los terapeutas
sistémicos a reflexionar sobre las consecuencias que en el plano terapéutico comporta una
perspectiva que afirma la naturaleza constructiva del conocimiento. Sin embargo, también ha
mostrado grandes limitaciones restando (sino a nivel de la práctica, seguramente si en el nivel
de teorización de tales prácticas) a la aproximación sistémica lo que constituye su principal
característica, la atención a los procesos interactivos, moviéndose hacia un sentido
prevalentemente cognitivo.
Constructivismo radical y construccionismo social.
Hoy es posible trazar las diferencias que permiten corregir los reduccionismos y las
simplificaciones que acompañaron la declinación de la aproximación sistémica en psicoterapia
hacia el constructivismo.
El área de reflexión epistemológica, teórica y metodológica que se interesa en el análisis de los
procesos a través de los cuales las personas “construyen” el mundo no es homogénea y el
énfasis puesto en los procesos cognoscitivos separados de los comunicativos no es más que
una de los planteamientos de este ámbito. Como he tenido ya forma de ilustrar, el
“constructivismo” es una etiqueta demasiado genérica que no da cuenta de las diferencias que
se encuentran en el debate científico sobre los procesos de construcción social.
“Constructivismo
radical”,
“socio-constructivismo”,
“construccionismo”,
“socioconstruccionismo” y “psico-construccionismo” son términos que autores diferentes han
acuñado para subrayar, de vez en vez, la especificidad de una posición teórica con respecto a
otras (Fruggeri, 1994). No es el momento para revisar aquí estas diferencias, algunas de las
Traducido por Gerardo Reséndiz
cuales son demasiado sutiles y poco útiles con respecto a nuestro discurso. Lo que es esencial
subrayar es la diferencia entre una perspectiva individual y una perspectiva social de análisis
de los procesos de construcción. Para ilustrar mejor esta diferencia me serviré de las
diferentes figuras de observador a las cuales la perspectiva individual y social hacen referencia
y que son respectivamente:
1) La de un observador definido en el contexto de sus operaciones cognitivas.
2) La de un observador definido en el contexto de las relaciones sociales en las cuales
participa.
El primero es un observador que construye individualmente la realidad que lo circunda. La
relación es de tipo diádico: observador-realidad, en esta díada la realidad es el polo no
específico. Las construcciones, las operaciones del observador se refieren a los objetos de los
cuales no está definido si son físicos o sociales, individuales o colectivos. Es un observador sin
historia del cuál se conocen solo las operaciones de construcción en un momento dado. El
contexto de las construcciones no va considerado.
La segunda figura de observador construye la realidad al interior de una red de relaciones, en
la cual los aspectos cognitivos, emotivos y afectivos son elementos constitutivos enlazados
entre ellos y con los aspectos institucionales. Es un observador que tiene historia y su historia
es la historia de la espesa red de relaciones emotivas e institucionales de las cuales es parte. Es
precisamente un observador del cual sus operaciones cognitivas pueden ser indagadas
solamente en el enlazado con las dinámicas sociales en las que participa.
Manteniendo por lo tanto la metáfora del observador podemos decir que las dos figuras aquí
descritas nos llevan a dos diferentes perspectivas de análisis en los procesos de construcción;
la primera focalizada en el individuo observador, pone el interés en cómo los individuos
construyen su realidad través de los procesos cognitivos. La segunda focaliza en el individuo
observador-actor social, y pone el interés en cómo los individuos en las relaciones construyen
la realidad a través de los procesos interactivo-comunicativos.
En el primer caso, los procesos del conocimiento vienen estudiados prescindiendo del contexto
en el cuál tienen lugar; en el segundo caso los procesos del conocimiento vienen estudiados en
el entrelazado de los procesos comunicativos.
Es precisamente la perspectiva social de análisis de procesos de construcción de la realidad
que permite corregir los reduccionismos y las simplificaciones derivadas de la consideración de
un observador que individualmente construye el mundo circundante a través de sus propios
procesos cognitivos. La perspectiva social es ahora comúnmente identificada con la etiqueta
de socio-construccionismo, en oposición al constructivismo radical que designa la perspectiva
individual.
La perspectiva socio-construccionista.
Traducido por Gerardo Reséndiz
Según la perspectiva socio-construccionista cada persona da sentido a su propia experiencia y
actúa en las relaciones con los otros a partir de un conjunto de premisas y creencias
personales que derivan de su específica posición en la situación interactiva, de las experiencias
vividas precedentemente a una interacción dada o de las experiencias que vive en sus
relaciones con los otros. La retroacción de cada sujeto a los comportamientos de otros o a los
eventos depende:
a) De su sistema de representaciones,
b) Del significado, que en base al sistema de representaciones, atribuye al
comportamiento de otros y
c) Del tipo de respuesta que piensa obtener con la finalidad de mantener la coherencia al
interior de su propio sistema de representaciones, y entre este y su propio
comportamiento.
Sin embargo, a través de la comunicación, los participantes en la interacción no se
intercambian solamente información o mensajes que ellos interpretan según su propio sistema
de premisas, ellos negocian también los significados que atribuyen a eventos y
comportamientos, construyen identidad individual y colectiva, definen roles y relaciones,
desarrollan un modo específico de organizar la realidad (Pearce y Cronen, 1980; Cronen et al.,
1982; Pearce, 1994).
En este sentido en cada situación interactiva está siempre presente un doble nivel, el nivel de
construcción individual y el de la co-construcción. Los dos niveles son distintos pero se
sobreponen parcialmente.
El nivel de construcción individual se caracteriza por la dimensión estratégica, conectada a las
intenciones y a los fines a partir de los cuales cada participante inicia una relación y actúa en
ella según el principio de la auto-validación entre premisas y comportamientos; en tanto que
el nivel de la co-construcción se refiere a la construcción de realidades sociales derivadas de la
interacción activada y alimentada por los participantes en la persecución de los fines que se
han fijado. El nivel de la construcción individual se refiere a los procesos simbólicos y por lo
tanto a los significados que las personas atribuyen a sí y a los otros, a sus acciones y a las de
los otros; el nivel de la co-construcción se refiere a los procesos de negociación, a los
intercambios lingüísticos, conversacionales y dialógicos entre los participantes y a las acciones
conjuntas a las cuales estas dan cuerpo. El nivel de la construcción individual está
caracterizado de la auto-validación (Bateson, 1972), de la clausura organizacional (Maturana y
Varela, 1980) o de la auto-organización (Von Foerster, 1981). El nivel de la co-construcción esta
caracterizado por el deutero-aprendizaje (Bateson, 1971), el acoplamiento estructural
(Maturana y Varela, 1980), de las “consecuencias no esperadas”, es decir del resultado
contingente de la acción conjunta respecto a la cual los participantes en la interacción tienen
un rol activo, pero no el control unidireccional (cfr. Lannamann, 1991; Shotter, 1987)
Desde este punto de vista en cada encuentro terapéutico podemos distinguir el nivel en el cual
el terapeuta y el paciente (cada uno guiado por sus propias premisas y de sus propios sistemas
de significado, desarrollados en su propia historia de relaciones) actúan de acuerdo a sus
Traducido por Gerardo Reséndiz
propios fines; y el nivel del proceso comunicativo a través del cual terapeuta y paciente
negocian la definición de sí mismos, de su relación y de la situación en la cual están implicados.
Por lo tanto la puesta en acto de un comportamiento del terapeuta puede ser reconducible a
sus representaciones, intenciones y fines que pretende alcanzar, así como también el
comportamiento del paciente es a su vez reconducible a sus representaciones, intenciones y
fines que pretende alcanzar. El resultado, es decir el efecto de las acciones de cada uno de
ellos, es generado en el proceso de construcción del cual el terapeuta y el paciente son coactores, cada uno a partir de sus propios presupuestos.
Si desde la perspectiva constructivista radical, enfocada en el primer nivel de la interacción, el
terapeuta permanecía prisionero en la trama de sus premisas epistemológicas y ontológicas
que le impedían “conocer” al paciente y que lo llevaban a replegarse sobre sí mismo, su
lenguaje, prejuicios y modelos de referencia; desde el punto de vista socio-construccionista el
terapeuta encuentra precisamente en la interacción la apertura a través de la cual “observar”
al paciente. Es verdad que la mirada ya nos es objetiva, neutral ni externa; es una mirada
participativa.
Las implicaciones terapéuticas
Es preciso sin embargo subrayar que a partir de la matriz socio-construccionista en común,
terapeutas diferentes sugieren diferentes planteamientos terapéuticos. Manteniendo el doble
nivel referente a cada interacción, podríamos decir que mientras algunos terapeutas focalizan
la atención en la co-construcción, otros tratan de tener en cuenta el juego entre los dos
niveles sobrepuestos parcialmente.
En la teorización de Lynn Hoffman, Harold Goolishian, Harlene Anderson y Tom Andersen para
citar los más representativos, encontramos un ejemplo de planteamiento terapéutico que
tiene como principal referencia el nivel de la co-construcción. Partiendo de la presuposición
que todo es generado en el lenguaje, estos autores individúan en el “hit et nunc” de la
conversación el momento central del hacer en terapia. La terapia es concebida como el
contexto comunicativo en el cual es posible construir un dominio lingüístico o discursivo
diferente del que dio origen a los problemas del paciente y en el cual se generan nuevos
modos de describirse y también de ser. Tarea fundamental del terapeuta se vuelve mantener
“abierta la conversación”. Para hacer esto el terapeuta debe asumir una posición de “no
saber”, desde el momento que teorías y técnicas terapéuticas clasifican y encasillan al paciente
en categorías predeterminadas, no permiten emerger la novedad. “…La investigación sobre
regularidades y significados comunes pueden validar la teoría del terapeuta pero invalidan la
singularidad de las historias del paciente y por lo tanto de su misma identidad (Anderson,
Goolishian, 1992, p.30).
De frente a la posición conversacionalista están las dudas acerca de la posibilidad que un
terapeuta puede desprenderse de sus propios modelos o sistemas de referencia (Cecchin et
al., 1997) y sobre la oportunidad de hacerlo (Boscolo y Bertrando, 1996). Otras dudas pueden
deberse relativamente a la simplificación con la cual se hacer referencia al lenguaje, que es
frecuentemente reducido en la práctica a “modos de hablar” descontextualizado, separado del
Traducido por Gerardo Reséndiz
entramado de procesos que se generan a través del lenguaje, y que contemporáneamente lo
confirman.
Otros autores proponen un planteamiento que aún enfatizando la naturaleza interactiva del
proceso terapéutico no ignora los procesos respecto al paciente y el terapeuta, trata de
considerar la naturaleza no unidireccional del cambio y los modos específicos con los cuáles el
terapeuta y el paciente participan en la construcción terapéutica.
Esto en concreto significa que mientras conceptualizan la psicoterapia como una narración,
mejor dicho, una re-narración a través de más voces, no ignoran el punto de vista del
terapeuta (su sistema de referencia teórico y técnico, sus prejuicios, etc) y el punto de vista del
paciente (su sistema de referencia, sus ideas sobre cómo se deba participar en un proceso
terapéutico y los que se debe esperar de la terapia). Esta es una perspectiva al interior de la
cual el terapeuta:
a) No renuncia a formular hipótesis sobre la dinámica relacional en la cual el paciente
participa y sobre los modos con los que el paciente tiende a construir la situación
terapéutica (los dos tipos de hipótesis están interconectados). La comprensión de la
organización familiar se enlaza con la comprensión de la posición que el terapeuta
ocupa en la red de relaciones significativas de la familia. La solicitud de ayuda, las
modalidades con las cuales se realiza la solicitud, la espera y las motivaciones que los
componentes tiene con respecto a la terapia, los modos con los cuáles hablan de su
situación, como responden a las preguntas y comentarios del terapeuta, constituyen
todos elementos que nos conducen a la organización familiar como se ha venido
estructurando en las historia de las interacciones en su interior y con el ambiente
(Ugazio, 1989); los modos con los cuales la familia se acerca y participa en una terapia
son homogéneos a la situación que genera y mantiene el malestar. Por otra parte la
historia de las interacciones de la familia en su interior junto con el ambiente social
determina el modo en el cuál la familia se pone en terapia y por tanto nos ofrece
indicaciones sobre como la familia construye significados de los eventos que suceden
en la situación terapéutica (Fruggeri, 1991b). Es de hecho, a partir de aquí que un
terapeuta valora cuál narración o historia es nueva y por tanto más útil a la finalidad
del cambio;
b) Recurre a la autoreflexividad y por lo tanto considera como su punto de vista
determina el modo de analizar la situación del paciente y las elecciones que realiza en
el curso de la terapia. La autoreflexividad no es el fin en sí misma, ni tampoco anular el
propio punto de vista (como de hecho, proponen los conversacionalistas) o corregirlo
si es errado de acuerdo a lo dictado por el modelo de referencia (como los
constructivistas proponen en un cierto sentido). En la perspectiva aquí discutida, la
autoreflexividad permite al terapeuta ver como participa en la interacción con el
paciente y permite también interrogarse sobre como el propio punto de vista se
conecta con el del paciente generando nuevos significados “El corazón de la terapia no
es construido por el contenido del prejuicio, sino por la relación entre los prejuicios del
cliente y del terapeuta (Cecchin et al. 1997, p.19)
Traducido por Gerardo Reséndiz
c)
Se pregunta sobre los significados que asumen para el paciente las acciones que el
terapeuta realiza a partir de las hipótesis que formula basado en su sistema de
referencia. Es labor de este preguntarse si una intervención lineal prescriptiva pueda
ser más oportuna y útil que una intervención circular en un momento dado. Las
intervenciones del terapeuta asumen valor al interior de los sistemas de significado y
las dinámicas interactivas del paciente, por lo tanto descentrarse, es decir analizar los
propios comportamientos desde el punto de vista del paciente, se vuelve esencial para
el terapeuta como forma para discriminar entre lo que introduce diferencia y novedad
de lo que confirma el contexto dentro del cual el problema se generó.
Hipótesis, autoreflexividad y descentramiento se vuelven los canales que entrelazados
permiten al terapeuta analizar la dinámica interactiva, es decir, permiten producir una doble
descripción que combina las observaciones sobre las relaciones del paciente en su vida con la
observación que se establece sobre la relación entre terapeuta y paciente en el momento en
que estos comunican sobre las relaciones en la vida del paciente (Fruggeri, 1997).
Es con la doble descripción que el terapeuta puede afrontar la tensión entre valoración y
terapia que algunos autores han subrayado (Bertrando y Boscolo, 1996; Ugazio, 1998), la
tensión entre conocer lo que debe ser cambiado y construir nuevos significados que
favorezcan el cambio, conscientes del hecho que conocer es de por sí una actividad
intersubjetiva que construye significados.
A partir de esta consciencia, el terapeuta sin renunciar al momento de la valoración como
imprescindible momento de reconocimiento de la especificidad del otro, asume mientras
conduce la indagación, la tarea de activar un proceso de negociación que desemboca en la
posibilidad para los componentes de la familia de comenzar a pensar en su problema y
posibles soluciones de una manera diferente desde el inicio del coloquio. No renuncia al
diagnóstico, pero lo considera “un proceso de valoración en evolución conectado
recursivamente al efecto terapéutico de la indagación misma del terapeuta en una o más
personas consideradas en su contexto relacional y emotivo” (Boscolo y Bertrando, 1996,
pp.54-55).No renuncia tener modelos o tipologías con respecto al paciente o la relación entre
terapeuta y paciente, pero verifica su utilidad en la interacción con el paciente mismo (Cecchin
et al., 1992). No renuncia a-priori a conducir intervenciones lineares o prescripctivos, si son
estas, y no las circulares conversativas las que permiten construir un contexto nuevo de
significados dentro de los cuales el paciente tiene la posibilidad de cambiar (Fruggeri, 1995).
Conclusiones
Finalmente algunas palabras como conclusión. Frecuentemente se pregunta si la terapia debe
ser considerada una ciencia o un arte. Una pregunta así formulada revela el esquema dualista
del cual toma sentido. El esquema que opone profesionalidad a creatividad, técnica a
proceso…rigor a imaginación.
La perspectiva construccionista que ilustre brevemente propone conjugar estas dicotomías.
Implica que un terapeuta ejercite la propia competencia profesional con creatividad, que
aplique modelos técnicos modificándose en el curso del proceso terapéutico.
Traducido por Gerardo Reséndiz
Es una perspectiva que implica una figura del terapeuta que no sé deja limitar por su sistema
de referencia, aun conociendo las técnicas, no teme hacer afirmaciones lineares; aun siendo
sistémico, no renuncia a hacer diagnósticos; aun siendo construccionista, no evita dar
prescripciones, aun sabiendo que el control es una ilusión no se rehúsa a dar consejos,
sabiendo que no son los consejos quienes cambian a las personas.
Es un modo de hacer terapia, que no puede ser definido ecléctico, privado de vínculos; o
artístico en cuanto a que es opuesto a científico, porque en el planteamiento aquí sugerido, la
creatividad emana de la adopción rigurosa de un método: el método de la doble descripción
(Bateson, 1979), que permite al terapeuta operar siempre en dos niveles, el de su competencia
profesional y el de la relación interactiva, que se convierte a final de cuentas en el criterio base
del cual realiza sus decisiones técnicas.
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