Los Bienvenida: hijos del toreo

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Los Bienvenida: hijos del toreo
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DINASTÍAS TAURINA
UNA HISTORIA FABULADA EN LA QUE CUALQUIER PARECIDO CON LA REALIDAD ES PURA COINCIDENCIA, O TAL VEZ NO.
Los Bienvenida:
hijos del toreo
Sitúense en el año 1910, plaza de toros de Madrid. En la enfermería, sobre una sábana ensangrentada, un torero se bate
entre la vida y la muerte. Una monja le acompaña, es ella quien le seca el sudor, le moja los labios y le sujeta las manos
cuando, inconscientemente, el hombre busca el boquete ya drenado que el pitón de un toro de Trespalacios le abrió en el
muslo. Apenas hay luz en la habitación, sólo una pequeña lámpara reposa encendida sobre la mesilla de noche; junto a
ella, algodón, yodo, gasas y unas pinzas.
El Papa Negro, patriarca de la dinastía Bienvenida.
Texto: Laura Tenorio
Fotos: Archivo Espasa Calpe y
archivo Laura Tenorio
B
ien avanzada la madrugada, con
la religiosa sentada a los pies de
la cama ya vencida por el sueño y el
cansancio, el maltrecho torero recibirá una misteriosa visita. Poco antes,
en medio de su delirio, unas nítidas
y ordenadas visiones le recordarán
la historia de su progenitor: Manuel
Mejías Luján, ‘Bienvenida I’, un padre
de familia que trasladó la residencia
familiar desde la localidad pacense de Bienvenida a la capital del
Guadalquivir, Sevilla, en busca de
más y mejores oportunidades para
su prole, hasta entonces tres vástagos que respondían a los nombres
de Teresa, José y Luisa; después nacerían Manuel, muerto a los dos años al
torear una cabra, y él, quien se debatía
ente la vida y la muerte en la enfermería de la plaza de toros capitalina.
Bienvenida I había sido banderillero
y sabía que en su pueblo, en aquellos
años que arañaban el final del XIX,
cuando en España emergía la burguesía y en las calles la luz eléctrica
proporcionaba a los viandantes más
seguridad, las opciones de colocarse
en una buena cuadrilla eran escasas. El hombre no lo dudó y junto a
su mujer y sus hijos emprendieron
un viaje que, sin ellos sospecharlo,
no iba a tener retorno. Bienvenida I
militó a las órdenes, entre otros, de
Bocanegra, Desperdicios, Frascuelo,
El Gordito y Mazzantini, con quien
viajó a La Habana ganando lo que
hasta entonces jamás había cotizado
un torero de plata.
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Angel Luis, Pepote y Antonio Bienvenida, en la corrida del Corpus de Toledo de 1944. A la derecha, Rafaelito Bienvenida en brazos de doña Carmen.
Un silencio sepulcral sellaba el frío
y desnudo ambiente de la habitación,
inundado por el ácido olor del éter.
Cierto que no sentía dolor, tampoco
sentía la pierna herida. El percance
sucedió en un visto y no visto, ante
el tercero de la tarde. El animal, cárdeno de capa y engatillado de cuerna,
muy certero, le prendió por el muslo
justo al principiar el trasteo. Tres peones (uno de ellos, su hermano Pepe) y
varios areneros saltaron al ruedo en su
auxilio. Por los tendidos, la congoja y
el pánico secuestró los rostros de los
casi veinte mil espectadores que aquella tarde presenciaban el festejo: Era
el 10 de julio de 1910 y en el cartel se
anunciaba, como único espada, Manuel
Mejías, ‘Bienvenida III’, el ‘Papa Negro’,
tal y como en su día le apodara don
Modesto. Un tal ‘Celita’ oficiaba de
sobresaliente.
... De repente, la pestaña de luz que la
puerta entreabierta dejaba pasar ganó
cuerpo sobre la pared del fondo de la
habitación. Una silueta se perfiló bajo
aquel umbral en penumbra. Su rostro
apenas se dejaba ver. En su letargo,
Bienvenida desorientado le preguntó:
– “¿Quién es usted?, ¿Le conozco?”
– “No, no me conoce, aunque cuando
yo abandone este lugar, dependerá de
su decisión si lo hago habiendo intimado con usted o, por el contrario, tendré
que esperar a otra ocasión para hacerlo”, respondió aquella visita inesperada.
– “No le entiendo. ¿Qué está queriendo
decirme?”
– “He venido a contarle algo, algo
sobre el devenir que le aguarda si
‘decide’ superar el trance en el que se
encuentra”.
– “¿Y a qué espera? Creo que no dispongo de mucho tiempo”, apuntó
Bienvenida.
– “Cierto. De modo que iré al grano.
Hace escasos momentos que usted ha
sufrido unas alucinaciones. Me parece
que en su delirio ha visto a su padre,
Bienvenida I, visionando fugaz pero
nítidamente su trayectoria. Esas imágenes representan su pasado, su ayer,
lo que ya ha sido, sobre lo que ya no se
puede decidir. Sencillamente, fue”.
– “¿Y?”, pronunció el diestro lleno de
dudas.
– “Pues bien, lo que vengo a contarle es acerca de su futuro, lo que hoy,
madrugada del 11 de julio de 1910,
todavía no ha sido y podría no ser si
usted así lo decide”.
– “De verdad que no entiendo nada, no
sé qué me está ocurriendo, ni siquiera
le veo el rostro, sólo escucho su metalizada voz que a veces me suena, sin
embargo, dulce”.
– “Comprendo su perplejidad. En parte
se debe al estado de shock en el que se
encuentra. La cornada que ha sufrido
es gravísima, podría incluso ser mortal”.
– “Está bien, no pierda más tiempo y
dígame lo que ha venido a contarme”.
– “Manuel, a usted, que le han apodado el Papa Negro porque (estando ya
bautizado Ricardo Torres, ‘Bombita’,
como el ‘Papa de la torería’) en círcu-
los eclesiásticos así es como se conoce
al ‘general’ de los Jesuitas, al que se
le considera el otro gran poder dentro de la iglesia. Digo que a usted se
le llegará a venerar como el patriarca
de una dinastía torera única, irrepetible: la de los Bienvenida. En un año
se casará con una bella mujer sevillana (doña Carmen) con la que formará
una familia numerosa. Tendrán seis
hijos toreros y cada uno correrá distinta suerte”.
EL PRIMOGÉNITO
– “¡Háblame de ellos!”
– “Su primogénito se llamará como
usted, Manuel, y será Bienvenida IV.
Para muchos, el más importante de
todos los Bienvenida y el único en la
historia del toreo que pasará de becerrista a matador de toros. Tomará la
alternativa a los 16 años y en la misma
plaza que usted, Zaragoza (1929), de
manos de Antonio Márquez. Le cogerá, probablemente, la época más dura,
entre otras razones porque el tipo de
toro entonces tendrá una gran fiereza.
Ni qué decir que alternará con grandes figuras. Morirá muy joven, con
apenas 25 años, de una grave afección
pulmonar, en agosto del 38”.
(Una lágrima recorrió la sien del torero, casi inerte sobre el frío catre.)
– “¿Quiere que siga?”, preguntó esta
vez la misteriosa visita.
– “Sí, ¡hágalo!”, dijo don Manuel.
– “Bien. Pepote se llamará su segundo
hijo. Será un torero portentoso con
un conocimiento de la profesión fuera
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Retrato de los niños toreros Manolo y Pepe Bienvenida.
de lo común. Tendrá fama de colosal
banderillero, aunque también se le
considerará un excelente estoqueador. Disfrutará de una dilatada carrera
en los ruedos, siendo el diestro que
más veces toreará con un tal Manuel
Rodríguez ‘Manolete’. Tomará la alternativa en Madrid (1931) de manos de
Nicanor Villalta en presencia de su
hermano mayor. Morirá cumplidos
los 53 y de un infarto en el callejón de
la plaza de Acho sin que jamás le haya
calado un pitón”.
TRASLADO A MADRID
– “Continúe, por favor” –pidió el Papa.
– “Está bien. Bienvenida VI será su
hijo Rafael, el único que no llegará a
doctorarse”.
– “¿Y eso? ¿Le faltarán facultades?”,
apuntó el patriarca.
– “No, no se tratará de eso, sino de
algo triste y lamentable. Le adelanto: Rafaelito no querrá en principio
ser torero, querrá ser médico. Pero
usted le hará torear 40 becerradas con
sus hermanos, antes de que comience en la universidad. Con el dinero
que gane, le comprará una finca en
Morón de la Frontera (Sevilla). Con 16
años, un secretario de la familia que
ya habrá cumplido los 60 y enamorado de él, le pegará un tiro al ver que
no puede conseguir los favores del
muchacho. Tal desgracia hará que la
familia se traslade a vivir a Madrid, a
la calle General Mola, 3”.
(Más lágrimas humedecieron las mejillas del torero. Después, un silencio
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prolongado lo llenó todo.)
– “¿Continúo?”, requirió la visita.
– “Sí”, afirmó lacónicamente Bienvenida.
– “Le hablaré ahora de Antonio, su
siguiente vástago. Nacerá en Caracas
(Venezuela), en el año 22 y será el torero con más naturalidad que jamás pise
un ruedo. Morirá por afición al ser
cogido en un tentadero. El percance le
sobrevendrá el 4 de octubre de 1975,
cuando una vaca ya toreada, y una
vez devuelta a los corrales, se le vuelva para voltearle aparatosamente. La
caída le producirá lesiones gravísimas
de vértebras de las que fallecerá en el
atardecer del día 7. Antes habrá tenido tiempo de estoquear casi dos mil
toros. De novillero, en 1941, firmará
una histórica faena que se recordará
como la de los tres pases cambiados.
Su toreo estará preñado de temple y
señorío, todo lo hará fácil, cosa que
le perjudicará muchas tardes porque
públicos habrá que no le den importancia. Será el primer diestro que, en
la plaza que reemplace a ésta y a la
que llamarán Las Ventas, se encierre
para estoquear seis toros como único
espada, una gesta que repetirá media
docena de veces cosechando en ellas
varios triunfos rotundos y un total
de trece orejas. Porque para entonces a los diestros se les premiará con
los apéndices de los astados. Le diré,
Bienvenida, que en el año venidero de
1960, la fecha del 16 de junio, será efeméride señalada en la trayectoria de
su hijo porque ese día hará dos veces
el paseíllo y las dos en solitario. En su
haber quedará también la lucha que
en su momento mantenga contra el
‘afeitado’ granjeándose la animadversión de casi todos sus compañeros. Uno que responderá al nombre
de Julio Aparicio será quien rompa el
veto. Usted verá torear a su hijo como
los ángeles una tarde de agosto del 64,
en la plaza de La Tercera, a las puertas
casi de Madrid: ‘Ya me puedo morir
tranquilo, hoy he visto torear como
soñaba’, le oirán decir a usted”.
– “Estamos en 1910 y ha dicho usted
1964”, matizó don Manuel.
– “Sí, eso he dicho”, respondió la voz.
– “Todavía le quedan dos hijos de
los que hablarme. Quiero saber qué
pasaría con ellos, si supero el trance
de muerte en el que estoy. Por favor,
con sinceridad, acláreme una cosa:
¿el futuro del que me habla sobre
mis hijos depende de que yo salga del
coma en el que me encuentro? ¿Es
usted La Dama de la Guadaña?”.
– “Sí, lo soy, pero todavía no me ha
visto el rostro. Lo haría en caso de
que al alba todo lo que le he contando quedara silenciado para siempre.
Y, repito, eso lo tiene que decidir
usted”.
– “¡Valor! A los toreros siempre se les
ha presupuesto el valor... A mí, que
creo nunca me faltó en un ruedo,
ahora, sobre este catre de desvelos,
siento que se me va la vida y que me
falta el valor... ¿Cómo decidir tanto
devenir ajeno aunque se trate de mis
propios hijos? Ha hablado usted de
triunfos rotundos, también de muertes trágicas. ¡Qué dura y dolorosa se
me hace la decisión!”
LA DECISIÓN FINAL
– “Si le parece le cuento lo de sus dos
hijos menores y después decide”.
– “Está bien”, dijo conforme el Papa
Negro.
– “Su quinto hijo torero será Ángel
Luis, al que llamarán El Inglés por
su porte. Tendrá el empaque de
Manolete y el arte de Pepe Luis, pero
le faltará afición. Recibirá la alternativa en Madrid de manos de Pepe y
Antonio, el 11 de mayo de 1944. Se
retirará en el 51 para marcharse a
América siete años, donde desarrollará labores de empresario maderero. A su regreso, ejercerá de apoderado. Durante unos años, su hijo
Miguel hará albergar esperanzas en
la continuidad de la dinastía, pero
la trágica muerte de su tío Antonio
sesgará tal empeño. El benjamín de
la saga será Juanito. Lo tendrá difícil,
porque usted no querrá que sea torero. Gracias a su hermano Ángel Luis
actuará en un buen número de novilladas, aunque sin tener demasiada
suerte. Colgará la taleguilla durante
unos años para regresar a los ruedos
y doctorarse en Barcelona en abril de
1954. En 1958 sufrirá un percance
en un pie que, a la postre, le traerá serias consecuencias: Un buen
número de operaciones y la retirada
definitiva de los ruedos.
Don Manuel, está a punto de amanecer y debo abandonar este lugar.
Tiene poco tiempo ya para decidirse. Sólo le pido que sea justo en su
respuesta. Una historia como la de
los Bienvenida sería un patrimonio
irrepetible. No soy aficionada, aunque todas las tardes cortejo en los
ruedos a los coletas. Sinceramente,
creo que sus hijos serían, serán, hijos
del toreo.

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