PREGON 2011 - Consejo General de Hermandades de Écija

Transcripción

PREGON 2011 - Consejo General de Hermandades de Écija
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PREGÓN
de la
SEMANA SANTA
de ÉCIJA 2011
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D. Javier Rojas Bersabé
PREGÓN
de la
SEMANA SANTA
Écija, 2011
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Editan:
Consejo General de Hermandades y Cofradías de la Ciudad de Écija
Fundación Cajasol Obra Social
Fotografías:
Juan Antonio Caldero Gamero
Julio Ojeda Pérez
Colabora:
Excmo. Ayuntamiento de la Ciudad de Écija
Depósito Legal: SE - 0000 - 2011
Impresión: Gráficas Sol, S.A.
Foto Portada:
Tomás Rojas Losada
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Ntra. Sra. del Valle Coronada
Patrona de la Ciudad de Écija y del Consejo General de
Hermandades y Cofradías de esta Ciudad.
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Pregón de la Semana
Santa de Écija
Pronunciado en el Teatro Municipal de Écija el
día diez de abril de dos mil diez, Domingo de Pasión,
siendo el tiempo de la Cuaresma.
por D. Javier Rojas Bersabé
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Presentación del Pregonero
Realizada por
D. Manuel Fernández Romero
Pregonero de la Semana Santa de Écija año 2010
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É
cija pasa la página del libro de la vida y vuelve a vestirse
de primavera, el sol brilla con dulzura y las flores se abren
queriendo atraparlo, pintándose los pétalos de colores de alegría, el
blanco de la cal de las paredes es espejo del azul celeste de un cielo que
sólo en Écija se enamora de sus torres y espadañas, acariciando la brisa
mañanera del mes de abril sus veletas.
Reverendo Sr. Arcipreste,
Ilustrisimo Sr. Alcalde de la Ciudad de Ecija,
Señor Presidente del Consejo General de Hermandad y
Cofradias
Dignisimas Autoridades Civiles y Militares
Señores Hermanos Mayores de las Distintas Hermandades de
Penitencia y Gloria de Nuestra Ciudad.
Queridos Hermanos, Cofrades Todos, Señoras Y Señores
H
ace un año ya y aún resuena el eco de mi voz por entre los
pasillos del teatro, la vida se limita a cuatro estaciones a las
que llamamos año y dentro de este periodo de tiempo, el hombre se
encarga de repetir llegado el momento sus costumbres y tradiciones.
Por eso hoy vuelvo a este atril donde gracias a los designios del
Señor y de su divina Madre pude dirigirme a todos vosotros como
pregonero y contaros mi forma de entender, ver y vivir la pasión, muerte
y resurrección de Ntro. Señor Jesucristo.
Os digo que a pesar de la gran responsabilidad que supone
pregonar nuestra Semana de Pasión, cuando hago balance del año en lo
relativo a mi experiencia, sale totalmente favorable, pues sigo teniendo
a Jesús Sacramentado como transfiguración de Dios en la tierra y sigo
adorando a mis Titulares como me ensañaron desde pequeño, con el
respeto que merecen como imagen de Jesús y María entre nosotros.
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Sigo acordándome de las familias de ecijanos que tuvieron que emigrar
y pensando que los mejores discípulos de Dios, hoy día, son los
misioneros entregados a los demás en cuerpo y alma llevando con su
ejemplo y su palabra a Jesús entre los más necesitados y sigo siendo
un hombre agradecido, por eso quiero aprovechar esta oportunidad
para agradecer a todos y cada uno de vosotros cuantas demostraciones
de amistad tuvisteis con mi persona, haciéndome sentir un hombre
afortunado.
Pero vayamos a lo que hoy me trae ante ustedes, presentar al
pregonero.
Hoy estamos aquí para participar de este acto que es el último
toque del llamador, de un imaginario capataz el cual llama al pueblo
entero para que se prepare para la levantá.
Ha llegado el pregón y con él los cofrades sentimos que no hay
vuelta atrás que el siguiente domingo de cuaresma está la primera
cofradía en la calle, que volveremos a vivir con los sentidos todo cuanto
nos rodea, colores, olores, luces y sombras reflejadas en la fachada
de unas calles ecijanas que ya se transformaron en senderos de fe,
esperando a Jesús y su bendita Madre.
La vida como dije al principio con su inevitable continuidad nos
pone de nuevo ante la demostración más palpable de cómo Dios hecho
hombre se entrega a sus últimos momentos entre nosotros para luego
volver victorioso tras su resurrección.
Y esto querido Javier es lo que te toca afrontar a ti, contarnos
con tu voz de capataz que llama al pueblo, lo que todos esperamos,
sentir ese pellizco que nos impulsa como un resorte a no quedarnos
quietos, a que hay que acompañar esta dulce levantá con los riñones
del alma. Hoy el destino que todos llevamos escrito ha querido que
el encargo difícil y a la vez grato, recaiga en Francisco Javier Rojas
Bersabé. Es el segundo hijo de cuatro hermanos de una familia formada
por Juan José y Rosario, sus padres, ejemplo de cristianos y espejo para
sus hijos. Ellos inculcaron en él la fe desde que el 26 de diciembre de
1975, viera la luz del mundo. En sus primeros años, su padre le hizo
hermano de dos de las Hermandades a las que hoy pertenece San Juan
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y el Silencio, acompañándolo a infinidad de actos; le fue metiendo el
gusanillo cofrade en sus adentros sin darse cuenta, pues lo que uno vive
se hace vida.
Me contaba Javier y lo cuento porque se ve que ya apuntaba
maneras, como se sentía importante cuando su padre acudía a los
cabildos en la Hermandad de San Juan y el hermano Mayor por aquellas
fechas le daba un sitio preferente cuando imponía a todos los presentes
que para entrar en la sala donde se celebraba el acto, los últimos en
entrar serian el hermano menor y el Hermano Mayor con lo que todos
aceptaban que él entrase junto con la persona que dirigía los designios
de la Hermandad, lo que para un niño era un momento de felicidad por
sentirse querido por aquel al que todos respetaban.
Javier curso estudios de Bachiller en el Instituto San Fulgencio
y más tarde hizo un Master en Gestión y Dirección de Empresas. Ha
realizado su vida laboral durante más de catorce años en la empresa
familiar de fabricación de ropa laboral y actualmente es el responsable
del área comercial de HTF, empresa del mismo ramo.
Pero para Javier lo que supuso en su vida un vuelco emocional fue
encontrar a Maria Gracia, la cual lo enamoró con su sonrisa y juntos
delante del Jesús Abrazado y su Madre, Nuestra Señora de la Amargura
como testigos, firmaron ese amor contrayendo matrimonio en el año
2003 y como premio a ese amor sus titulares le regalaron a Mara, su
hija que hoy cuenta con 5 años y es la alegría y el revuelo de su casa.
En el ámbito cofrade Javier desde muy joven ha sido costalero de
la Borriquita, del Cautivo y ha salido en las trabajaderas de la Virgen del
Valle. También fue costalero el año de su primera salida de la Sagrada
Mortaja, Hermandad a la cual pertenece como hermano siendo esta la
última de las tres hermandades a las que debe fidelidad. Vistió su primera
túnica de nazareno en los tramos de la Virgen de la Misericordia de la
Hermandad de San Juan y fue su costalero, y ha sido capataz durante
once años teniendo el privilegio de pasear por nuestras calles a Nuestra
Sra. de la Amargura desde el año 99 hasta el año 2009 cuando paso a ser
Hermano Mayor de esta su Hermandad del Silencio, después de haber
ejercido varios cargos Prioste, Fiscal de Reglas, etc.
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Como es un hombre comprometido forma parte del consejo
local de Hermandades y Cofradías ocupando los cargos de Tesorero y
Secretario de su Junta Superior. Y en el terreno de las letras ha hecho
presentaciones de carteles de su Hermandad y del Consejo Superior, así
como de los pregones juveniles y pregón del costalero; también en la
entrega del llamador, acto entrañable donde los haya que la Hermandad
del Silencio lleva a cabo; además de programas de radio y televisión,
llegando a retransmitir en directo nuestra semana mayor.
Por todo esto como veréis, Javier, es un hombre que no pierde el
tiempo, que se compromete y participa de todo lo que le rodea y hoy va
a dar otro paso más en la singladura de su vida: Hoy va a ser Pregonero
y tendrá que romper ese silencio que lleva a gala para gritar a los cuatro
vientos que Jesús después de su pasión, vive y vive entre nosotros, que
Jesús es amor y que todo lo puede; que el verdadero mensaje de la
pasión del Señor es la entrega sin medida para vivir eternamente.
Antes de terminar y darte el testigo permíteme, Javier, dedicar mis
últimas palabras como cofrade mariano que soy, a la que tu y yo, hemos
tenido el privilegio de pasear por Écija como altares de pureza, a la
Madre de Dios.
Inmaculada Concepción
Milagrosa, Auxiliadora,
Carmen que por tus Mercedes
Un Rosario de ecijanos
Llenan tu Valle bendito
Esperando un Rocío mañanero
Del mes de mayo.
Señora de las Lágrimas que
Te visten de Caridad en el puente
Dolores del altozano que
Permites que en Santa Cruz
Te llamen Lola, llenando
De Esperanza a los corazones
Que de eterna Amargura
Te piden Misericordia Señora
Fe de madre de manos entrelazadas
Que derrocha Piedad de descalzo dolor
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Y por la Merced repites nombre Piedad
Angustias y Soledad del Carmen
Que con la amanecida vuelve
Tu nombre en reliquia de Alegría
Para mostrar en los altares
A la madre de Dios
Y a todas en una Señora
Que en mi corazón palpita
Mi reina de Santiago
Señora y Virgen bendita
Madre de Jesús y nuestra
Consuelo del afligido
Pañuelo de tantos llantos
Eres tesoro escondió
Para llenarte de luna
La noche del Martes Santo
Cuando el azahar no aguanta
Y revienta perfumando de fragancias
Tus pasos por las callejas
La brisa corre a esconderse
Por no borrar tu belleza
Y el paso de tus costaleros
Hace que tiemble la tierra
Tu eres rosa de entra las rosas
Lucero de la mañana
Eres la Madre de Dios
Y Dolores a ti te llaman.
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PREGÓN
de la
SEMANA SANTA
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Íntima Dedicatoria
A mi Esposa María Gracia, que
recibo su amor a diario y es el
mayor apoyo en mis decisiones.
A mi Hija Mara, que me llena
de alegría y es la razón de mis
desvelos. Y a la que esperamos poder
enseñarle la senda de Amor a Dios.
A mis padres, Juan y Rosario, que
me dieron la vida, e infundieron todo mi amor
a Cristo y a María Virgen y Madre, con los
mejores valores.
A mis hermanos, Juan Antonio, Pilar y Tomás
que tuvimos la suerte de vivir bajo la unión y
amor de un hogar profundamente Cristiano.
A mi Junta de Gobierno que más que compañeros
son amigos que se llevan por siempre en el corazón.
A mis hermanos del Silencio, que me honraron
al darme la satisfacción de ser su Hermano Mayor.
A toda mi familia y muy especialmente a mi Tío José Enrique,
que gracias a él, “el Silencio” reavivó mi semilla cofrade.
“Si os mantenéis en mi palabra, seréis discípulos míos;
conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres”
(Jn 8, 31-42)
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A esta es...
A ti, Jesús,
que amorosamente abrazas el símbolo de tu sacrificio.
A ti, Cristo,
que entre foscas tinieblas hallaste la muerte en la cruz por amor.
A ti, Señor,
que, en el duelo más infausto de ella, fuiste dulcemente descolgado en
tu Sagrado Descendimiento.
A ti, Dios,
que por siempre moras en el Augusto Sacramento del Altar, te pido que
me otorgues la gracia de iniciar este pregón en nombre de tu Madre
Bendita.
La Fe, esa ´luz´ que me proporcionas a modo de presente diario para
iluminar mi vida, me dice que estarás satisfecho porque Tú fuiste el
mejor de los hijos. Por ello, sé que me otorgas tu Soberana Venia, Señor.
Fuente que emanas aguas generosas y puras,
saciando la sed de amor de todas las criaturas.
Manantial cristalino que rebosas amor
suspendido en la cumbre más alta del Señor.
Raudal infinito de sublime semblante en cuyo pulcro terso
se refleja la radiante hermosura de todo el universo.
Verde Huerto cerrado, vergel de granados y frutos deliciosos,
en cuyas castas flores se deleita el Esposo.
Inviolado jardín donde Dios se recrea,
pradera de azucenas donde el amor sestea.
Valle Inmaculado que fertiliza con su rocío el cielo.
Cedro nupcial del Líbano. Granado del Carmelo.
Prado en cuya pureza cristalina
Dios quiso conservar la inocencia feliz del paraíso.
Sé hoy, una vez más en mi vida, mi luz, mi esperanza y mi guía,
Madre de Jesucristo, que también eres la mía...
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Con vuestra venia
- Reverendo Señor Arcipreste.
- Ilustrísimo Señor Alcalde de esta Muy Noble Ciudad de Écija.
- Señor Presidente, Junta Superior del Consejo General de
Hermandades y Cofradías.
- Dignísimas Autoridades Civiles y Militares.
- Queridos Hermanos Mayores y Juntas de Señores Oficiales
de las distintas Hermandades, Cofradías, Archicofradías y
Agrupación Parroquial.
- Apreciado Manuel que me presentas.
- Señoras y Señores hermanos en la FE de Dios Nuestro Señor
y María Santísima.
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Portico
Tras el emocionado eco de estos compases cofradieros que
conmueven y remueven los fondos sentimentales, fiel a su cita, como
cada año, tiene lugar la celebración del pregón de la Semana Santa de
nuestra Noble, Constante, Fidelísima y, aunque no esté contemplado en
la denominación titular oficial, Mariana Ciudad de Écija.
Este año, el designio del Consejo General de Hermandades
y Cofradías de nuestra bellísima ciudad, me pone ante vosotros. Y
quiero que mis primeras palabras sean para procurar que las amplias
dimensiones de estimación, correspondientes, en justicia, a mis
antecesores en esta honrosa y comprometida labor, se reduzcan, a fin de
acomodarse a las condiciones de mi humilde persona.
El gran honor que se me ha dispensado con el encargo de
pronunciar las palabras de apertura al ciclo solemne de nuestra Semana
Santa, y los generosos conceptos que mi gran amigo, ejemplar cristiano
y cofrade Manuel Fernández Romero ha dirigido en su entrañable y
cariñosa presentación, pueden inducir a una interpretación aumentativa
que me urge rebajar. Te agradezco, amigo Manuel, tus sentidas y bonitas
palabras, porque sé que salen desde lo más profundo de tu enorme
corazón.
Asimismo, quiero expresar mi profunda y sincera gratitud a Don
Francisco Fuentes Ávila así como a la Junta Superior que él mismo
preside, que propuso al pleno del Consejo de Hermandades y Cofradías
mi persona para tan altísima responsabilidad, rodeándola, además, de
alta estima.
Creedme si os digo que mi pensamiento me hizo flaquear y casi
desestimar este importante y responsable cometido. Pero, una vez más,
la fe y el amor que profeso a nuestra ciudad así como a su Semana
Santa, me hizo dar el paso de estar hoy ante éste atril.
Quisiera agradecer también a la tertulia Cofrade “El Hermano
Martillo” sus atenciones y su maravilloso presente, que ha servido para
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abrazar las hojas de este pregón y también, con todas sus fuerzas, a este
pregonero.
A mis compañeros de Junta de Oficiales y hermanos del Silencio
gracias, muchas gracias. Sois el estímulo de este que tiene el honor
y privilegio de representaros. Y, en definitiva, gracias a todos los
que, acompañándome en estos momentos, honrándome con vuestra
presencia, me hacéis sentir pleno de felicidad.
No sé si os habréis dado cuenta de que con este gesto me habéis
convertido en el primer penitente de nuestra semana mayor. Si bien, es
cierto que afronto este importante encargo con la mayor de las ilusiones,
respeto y responsabilidad; tomando el testigo de mis antecesores
y ofreciéndote, a ti Écija, el modesto caudal de mis pensamientos y
afectos. Caudal que atraviesa la vida de este pregonero como el de tu río
Genil, que acaricia suavemente el costado de tu singular geografía y que
brota con la abundancia de tu más bendita tradición, de tu rica historia
y de tu elegante e incomparable riqueza artística.
Sin más títulos que el de fiel cristiano, ecijano y cofrade, me
presento ante todos ustedes, revestido bajo una fortaleza de oraciones,
para ser la voz de la Écija cofradiera, con ansias de proselitismo y con
el afán de sumar costaleros del espíritu que nos ayuden a caminar por la
encrestada pendiente del mundo de hoy.
En esta mañana pasional y con tintes morados, me propongo
hablaros de ese binomio extraordinario que integran nuestra ciudad y
sus cofradías, recíprocamente enlazadas, mutuamente compenetradas
con la unión del espíritu religioso y la levadura de un genuino sentir de
la Iglesia.
Nuestra Semana Mayor y la monumental e histórica Écija, que,
desde su fundación en el siglo octavo antes de Cristo, ya presagiaba su
prosperidad e importancia.
La floreciente Colonia Augusta Firma Astigi, uno de los cuatro
conventos jurídicos de la provincia romana de la Bética, una de las
ciudades más importantes de Hispania. Sede episcopal, capital de
provincia en el Emirato y Califato de Córdoba, y enclave de realengo
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desde la Baja Edad Media. La que fuera bautizada por los árabes como
Madinat al-qutn, vestigio que el paso de los tiempos no ha podido borrar.
La Écija barroca, que nos legó multitud de edificios singulares,
palacios, casas señoriales y joyas como el magnífico Convento de
la Muy Pura y Limpia Concepción, que conocemos como el de los
Descalzos.
La Écija en la que pregonó la doctrina el Apóstol de los gentiles,
Saulo de Tarso; en la que desfilaron grandes mensajeros o pregoneros
de la nueva luz como San Crispín, San Fulgencio, Santa Florentina, San
Stéfano, San Vicente Ferrer y San Juan de Ávila; de grandes pensadores
y oradores como Martín de Roa, Sancha Carrillo y otros tantos y tantos
más que, por no extenderme demasiado, no enumeraré.
La Écija del siglo actual, la que encandila a todo aquel que se
deja llevar por la magia de sus bellos rincones, monumentos, Iglesias,
conventos, torres, espadañas y, cómo no, por su Semana Santa; canon
de belleza y riqueza que supieron plasmar los que derramaron su mejor
arte y oficio en importadas maderas, ricos tejidos y nobles metales.
Mezcla de magnificencia que erosiona en una explosión de catequesis
viva y ejemplar sobre la Pasión, Muerte y Resurrección de Nuestro
Señor Jesucristo, que deja atónitos a todos los que, con sentimiento y
respeto, cada año la contemplan.
¿Qué más te puedo decir Écija?.
¿Qué es lo que escondes para lograr que quién no te ha visto te desee,
y, al que tuvo la dicha de conocerte, dejes cautivo entre tus brazos?.
¿Lo has logrado con tu hermosa luz del sol,
o con tu sonrisa de plata que baña tu esplendor?.
¿Lo has logrado con el encanto de tus calles abiertas, claras y rientes,
o con el embrujo de tus callejas estrechas y balcones florecientes?.
¿Lo has logrado con la gracia de tus casas plenas de silencio y reposo,
o con tus inmaculados templos que dan consuelo al sinuoso?.
¿Lo has logrado con las fuentes de tus patios en primavera,
o con tu monumentalidad altanera?.
¿Qué mas te puedo decir Écija que no te hayan dicho ya?.
¿No es suficiente? No te falta mucho más.
Misterio divino de luz y sombras,
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Relicario de sabiduría,
creadora de una ferviente feligresía,
deleite de los sentidos,
Arca de la alianza
de púrpuras atardeceres,
alcázar de marfil cuando recibe el beso de la luna.
¿Y qué te digo yo? Más lo hermosa que eres
y en tu heráldica lo tienes,
¡Écija, Ciudad del Sol, como tú no hay una!
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Todo gracias a "Ella"
El pilar de tu fama en filigranas de piedra y mármol está en tu
acendrado espíritu religioso, el cual engendras desde tus entrañas y
fortaleces cuando te aferras a la defensa del dogma Inmaculado de la
Concepción hasta su Gloriosa Asunción en cuerpo y alma a los cielos.
Fe impoluta que florece con los vientos del amor y de la piedad al calor
de la religiosidad más profunda, convirtiendo a esta noble ciudad de
Écija en fortaleza de sabiduría e inteligencia, en el himno triunfal de la
fe, esperanza y caridad.
Muy lejano a nuestros días parece aquel momento en el que, entre
celestes claridades, los ojos de la Virgen Santísima se encontraron inmersos en la profundidad infinita de la mirada de Dios y expresaron la
felicidad de ser la escogida para llevar en su seno la devoción a Cristo.
Desde entonces, Écija la mima en la dulce expectación de su maternidad divina y en todos sus confines se invoca, se venera y proclama a los
cuatro vientos que, si Cristo ha venido a nosotros por María, a Cristo
hay que llegar por María.
In gremio matris sedit sapientia patris. En el seno de la Madre
reside la sabiduría del Padre.
¿Y qué no tuvieras bajo tu palio estrellado la presencia de la Madre
de Dios con esta bella advocación?,
Inmaculada Concepción de María.
Escucha la plegaria que al pie de tu altar
alza hasta los cielos la pobre humanidad.
¡Oh, Virgen, la más preclara de todas las Vírgenes!
No seas cruel para mí y haz que contigo llore
y mi corazón no marchite en tribulaciones.
Deja que al mundo entero pregone,
con grata melodía, un rosario de favores.
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¡Oh, Virgen, la más preclara de todas las Vírgenes!
Haz que contigo florezca
un olivar de verdores,
que su Amor resplandezca
y nunca jamás aminore.
¡Oh, Virgen, la más preclara de todas las Vírgenes!
Que tu hermoso talle es sublime
flor entre hojarascas de jirones.
¡Oh, Virgen, la más preclara de todas las Vírgenes!
Que tu tristeza perezca
dulce candor de azucena,
porque eres la criatura
que en el corazón perdura
con solo decir tu nombre
¡Inmaculada Concepción de María!
De María Santísima Virgen y Madre parte todo, sin ELLA no se
puede presentar a Cristo, ni a su Iglesia, cabeza y cuerpo místico del
Redentor y Salvador. Destacan dos hechos dogmáticos únicos en su
maternidad: su asociación providencial e integral a la persona y a la
obra subsiguiente del Redentor; y su responsabilidad consciente, eficaz,
voluntaria, meritoria y corredentora en la realización y aplicación del
misterio de Cristo, y de la Iglesia.
Y Écija, además de proclamar la magnitud y grandeza de su Concepción, la consuela como el frescor del Rocío que sacia la mañana
en este Valle de lágrimas alivia las penas de sus Dolores, y mitiga su
Angustia, tristeza y Amargura acompañándola en su Soledad. Y es tal
su Piedad, Misericordia y Caridad, que siempre nos ofrece la Fe, el
auxilio y la Esperanza sobre el mal. Y Écija, una vez más sabedora de
sus consuelos, percibe y comparte la sublime Alegría en el presagio de
la resurrección de su hijo, nuestro salvador.
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La Cruz
Señor Redentor Nuestro, que cada primavera emprendes bajo el
firmamento ecijano el Vía Crucis Doloroso de la Pasión, tomas tu cruz
y admites nuestros pecados, ¡qué conmovedor es contemplarte! Es tan
fecundo tu dolor y sufrimiento, que lo hacemos nuestro. Y, tomando
también nuestra cruz, te acompañamos hasta el gólgota de tus sufrimientos anhelando padecer contigo y morir por ti, estar presentes allí y
ser testigos de la redención del mundo con tu muerte en la cruz.
Supremacía intrínseca es la importancia de la cruz, que nos hace
presente el sufrimiento de Jesús, aunque gobernantes se afanen en retirarlas de escuelas, organismos oficiales y lugares públicos... Y yo me
pregunto, ¿qué daño es el que puede causar?... ¿Acaso piensan que
apartándola de nuestra vista será olvidada?... "Bienaventurados los
pobres en espíritu", los que reconocen que son pecadores y buscan el
perdón de Dios. Y quizás desconocen que, pese a no tener su presencia
física, será recordada por siempre cada vez que profesemos nuestra fe
en la devoción del Rosario del Vía-Crucis. De forma permanente, como
ejemplo vivífico de la pasión, muerte y resurrección de Nuestro Señor.
Cruz, que es planta de todos los climas, que se hace presente en todas las patrias. Tu Cruz, Jesús, que lo mismo se encuentra en soberbios
palacios de ricos y nobles, que en las humildes chozas de los pobres.
Cruces son las calumnias, las persecuciones, las miserias, la ira, la
soberbia, la avaricia, la lujuria, la gula, la envida, la pereza, las enfermedades y las humillaciones. Cruz es la pérdida inesperada de un ser
querido.
Pero también es cruz, por la responsabilidad que conlleva, la del
prioste, que no se ve porque ciega su vista esa oda de luces que es el
“paso”. La de la camarera y el vestidor, que cada año tienen que ofrecer
a todos los cofrades su Virgen más bonita que nunca. Cruz es la que
toma el capataz cuando, antes de salir del templo, da el golpe seco con
el llamador y dice por primera vez ¡a ésta es! O la que labra el costalero
con su trabajo mientras se oculta pudorosamente bajo un pobre costal.
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No hay en la tierra ni grado, ni dignidad, ni poder, ni condición
que pueda librarse de su carga. Y, al igual que los hombres se distinguen
por su calidad, también se distinguen de la misma forma las cruces.
Cruces de penitencia y sacrificio, de abnegación y de sentimientos.
La misma que hace florecer nuestra Semana Santa, nuestros
sentimientos, logrando traspasar lo real y tangible para formar parte
de lo eterno. Como si Jesús nos hubiera concedido el inefable regalo
de tenerlo presente vivo con su Majestad, y permitiéndonos construir
los tres tabernáculos para ofrecerse por milagros de la fe en obras
misericordiosas.
Cruz de mis lamentos,
tú sofocas mis pesares,
y nunca olviden mis pensamientos
que abres el cofre de mis felicidades.
Cruz del buen consejo, que sacias mis tormentos
y corriges mis debilidades;
que das consuelo a mis tristezas y paciencia a mis defectos,
perdonando injurias y falsedades.
Cruz de mis lamentos,
quiero recorrer la tierra y predicar tus verdades,
plantarte en terrenos desiertos
y aferrar tus deidades.
Mas una sola misión no me bastase.
Cruz suprema, ¡que tu amor al abrazarte yo probase!
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Nostalgias y Alegrias
Así lo hice y a muy temprana edad me abracé con amor a tu cruz,
Jesús, y a ella sigo y seguiré abrazado hasta la eternidad, siendo mi
vástago y mi guía.
Dios nuestro creador quiso que naciera y creciera al amparo de
dos conventos y Sagrarios ecijanos, el de las Madres Marroquíes y el
de los Carmelitas Descalzos, junto al barrio de Santa Cruz, al calor de
mis Hermandades y Cofradías del Silencio y San Juan, y al amor de mis
padres terrenales.
A mi padre le debo aquellas hermosas tardes de Miércoles Santo
en las que sembrábamos de lirios y claveles el “paso” del Nazareno de
San Juan. Cada flor que plantábamos, Señor, era un querer, una oración,
un deseo que me hacías cumplir derramando tu soberano poder.
Y, por supuesto, a mi padre le debo también, al igual que a mi
madre, aquellos hermosos rituales previos a la estación de penitencia
que reforzaban la alianza con Jesús Sacramentado renovada en los
Oficios de la tarde previa.
Padre y madre, quiero deciros que tanto mis hermanos, Juan
Antonio, Pilar y Tomás, como yo mismo, os estaremos siempre
agradecidos por lo mucho que nos habéis dado desde pequeños y,
también, como no, por la forma en la que nos enseñasteis a vivir la
Semana Santa.
Y es que nos inculcaron que no debíamos presenciar la Semana
Santa como meros espectadores de un sufrimiento, sino preparados
para sufrir; o no para ver llorar, sino para llorar. Pero, por encima de
esa participación leal en la pena del ser querido, nos infundieron que es
necesario aliviar el dolor y el llanto de la Madre de Dios inundándola
de las mejores joyas y de esas flores que las lágrimas hacen brotar
en el valle de la vida. Nos hicieron ver que teníamos que arrancar la
pesadumbre del madero de los hombros de Jesús y clavar sus astillas
en nuestra propia cruz, en las cruces de los pobres de espíritu, de los
mansos, de los que lloran, de los que tienen hambre y sed de justicia, de
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los misericordiosos, de los limpios de corazón, de los que buscan la paz;
en la cruz, en definitiva, de todos aquellos que sufren, ya que, por sufrir,
serán bienaventurados y de ellos será el reino de los cielos.
Y estos mismos valores, como preciado bien que se recibe de
generación en generación, son los que intentamos transmitir mi mujer
María Gracia, que, como dijo el poeta, “no sé si existe o es que la estoy
soñando cada día” y que vive en cada página de este pregón, a la que
ha sido el mejor regalo de mi vida nacida del fruto de nuestro amor,
nuestra hija Mara. Unos valores que cada uno de nosotros, cada ecijano,
atesora de igual forma e intenta transmitir a su manera exponiendo su
contextura y su intimidad impar.
Cada cual tiene su trashumante inquietud de apetencias, su
pregón, busca su lugar, un recóndito rincón que le permita alcanzar las
sensaciones y olores que le trasladen a su propia Semana Mayor.
De hecho, este que os habla también tiene sus vivencias. Y hoy,
desde el hondón más profundo de mi corazón, en voz alta os vengo a
revelar.
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El Inicio
Para ello te invito a soñar Écija junto a mí y verás que llega tu luz.
La gloria del Señor amanece sobre ti, hoy domingo, día para descansar
en Dios; el centro y la raíz de la vida de todo cristiano.
El día para adorar, suplicar, dar gracias, invocar del Señor el
perdón de las culpas cometidas, para pedirle gracias de luz y de fuerza
espiritual. El día que nos adherimos íntimamente con Cristo Jesús,
transmitiéndonos su gracia a través de su presencia real y divina por el
misterio de la transubstanciación. El encuentro con Cristo, que supone
el encuentro pleno de dos que se aman, porque sólo Dios conoce los
corazones de los hombres.
Ya se presiente la hora.
Brilla el filo del momento,
en que las puertas rendidas
de par en par abran nuestros sentimientos,
que costaleros sobre sus hombros mitiguen
tus penas cautivo y prisionero.
Que tu caminar de cordero
y negaciones de lamentos
claven rejones de espinas,
como espesa yedra
en el mar de nuestro duelo.
Que tu sangre derramada,
a golpe de tarantos y tientos,
inunde de salud nuestro pecho
con blancos aromas confaloneros
y morados lirios de silencio.
Avanzas, Jesús, vacilante,
en barco de espuma y luceros,
bebiéndote el cáliz de pena
para salvar a tu pueblo.
33
Y el pueblo, Cristo de la Expiración,
al verte enmudece y
tiembla como junco tierno,
abriendo en pétalos su corazón
alfombrando tu paso yerto.
Déjame hoy a mí, Señor,
ser tu cirineo, exaltar la cruz, descenderte del madero
y ser tu humilde pregonero;
ceder mi voz a tu voz,
prestar mi aliento a tu aliento.
Deja que con mis lágrimas
de seda teja un paño
hecho, Jesús Nazareno,
"pa" aliviar tu sufrimiento.
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Domingo de Ramos,
Santa Maria es un Clamor
Sigue soñando Écija junto a mí y verás que llega tu luz. La gloria
del Señor amanece sobre ti hoy, Domingo de Pasión, cuando solo restan
siete días para que el de palmas y ramos abra el arcón de las sensaciones
y comencemos, a través del suave tacto del terciopelo, de la madera y
el cristal, a percibir el aroma de la cera y el incienso. Queda muy poco
para presentir un tiempo que se adentra por las puertas de los sentidos
y que la prepara para la total transfiguración en el mes de la luna de
Nisán. Y entonces será cuando Écija se haga Getsemaní y las puertas
de la ciudad se transformen en las puertas de las ovejas, del agua de
los Esenios, en puerta del valle, y la coqueta plaza de Santa María se
convierta en Vía Sacra para recibir entre flores de naranjos la Sagrada
Entrada de Jesús.
El gentío proclamará la grandeza del Señor con ramos de olivos y
palmas en la mañana azul de un domingo dorado y fastuoso, recamado
de hosannas y aleluyas, donde todo comienza a hacerse luminoso
y moldeado a golpes de fulgor sobre el áureo yunque de la nueva
primavera. Mecidos por la brisa llegarán a nosotros los primeros acordes
de cornetas y redobles de tambores, que se mezclarán con un incesante
repique de campanas que anunciarán a la Écija aún adormecida que
Jesús ya está aquí, en nuestras calles. No despertad ahora de este
maravilloso sueño, ecijanos, y demos todos la bienvenida al unísono al
Rey de Reyes… ¡Bendito el que viene como rey en nombre del Señor!
Y montado en su borriquillo, ante el júbilo de ver a tantos ecijanos
a su alrededor, podréis oírlo exclamar sin cesar “dejad que los niños se
acerquen a mi”. Y, como fieles discípulos llenos de alegría y gozo, una
algarabía de niños serán quienes lo acompañen en su discurrir por la
Jerusalén astigitana.
Con una alegre y sacra escenificación iniciarán en el más amplio
sentido de la palabra, su andadura cofradiera, sendas filas de pequeños
nazarenos. Sus inocentes cuerpos revestidos con el minúsculo e
impoluto hábito nazareno, y sobre sus pequeños hombros almidonadas
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e inmaculadas capas blancas que se tenderán sobre el camino para
alfombrar el paso del Señor. Sus angelicales cuellos rodeados por un
cordón trinitario del que cuelga una medalla tan limpia y brillante
como esos pequeños corazones, mientras que en sus tiernas manitas
portarán filigranas de doradas palmas que miran al cielo y removerán
una agradable brisa con su alegre ajetreo.
Notarán como un centenar de mariposas revolotearán en sus
minúsculos estómagos… ¡Qué ilusión! ¡Quién fuera niño para volver así
a sentir de nuevo esa placentera sensación! No hay ni habrá nube o sol,
ni frío, ni calor, capaz de restar importancia a ese sueño de niño de ser
nazareno. Nazareno de la Semana Santa de Écija y, por si fuera poco, de
la cofradía que sirve de cruz de guía a todas las demás, esa Cruz de Guía
procesional en su mas alta escenificación: brazos abiertos al cansancio
de nuestro humano peregrinar, y brazos que señalan constantemente el
horizonte sin límite de la eterna salvación.
A la vieja Astigi Jesús llegaba
Domingo en la Jerusalén transfigurada,
y por Mesías todos le aclamaban
entre ramos y palmas rizadas.
Violetas y Jazmines
alfombran para su entrada las calles
así es como aquí se recibe,
a nuestro amoroso Padre.
Por tu soberana gracia
dulce pastor de las almas
concédenos la victoria
y llévanos entre palmas
¡a gozar la eterna gloria!
36
Tarde de
Domingo de Ramos
Y la misma puerta que sirvió para recibir a Jesús triunfante,
nos situará ahora al otro lado del torrente Cedrón, concretamente
en el huerto donde se encontraba Jesús junto a sus discípulos. Es el
momento en el que Judas, el traidor, entró acompañado con soldados
del batallón. Jesús, aunque sabía lo que iba a ocurrir, quedó inmóvil y
con el semblante sereno. Mejor no pudo Cayetano González representar
esta escena que con la hermosa e impresionante talla de Nuestro Padre
Jesús Cautivo.
Tras la refriega con algunos discípulo, la amonestación de que
“el que a hierro mata, a hierro morirá” y las tres identificaciones entre
los discípulos, Cristo sale maniatado por orden del mismo Tetrarca que
mandó matar al Bautista.
Y esas benditas manos que poseen la potestad y el imperio, que
sanaron enfermos, que multiplicaron el pan y los peces, que dieron vista
a los ciegos, que dominaron la tempestad del mar, y que resucitaron a
Lázaro ahora, sin embargo, por divina contradicción, son maniatadas.
En su camino ante Anás, Cristo, ayudado por su paciencia infinita,
camina firme, obediente, en silencio y dejando un embriagador aroma
de amor mientras dibuja con su divina imagen una bella estampa al
contraluz el astro rey cuando éste apura sus últimas lágrimas doradas.
La espigada torre de Santa María mostrará su cara más triste,
derramando por sus aristas lágrimas de desconsuelo a la par que el
incesante cantar de gorriones y vencejos, contagiados aún por la alegría
mañanera, amaine hasta cesar por completo.
El pueblo, que horas atrás era un clamor, también enmudecerá
al verte pasar y, clavando sus fervientes miradas en tus ojos, querrán
acercarse a ti para deslazar el áspero grillete que te encadena y
enjugar los regueros de sangre que resbalan por tu divino rostro en
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una demostración de amor infinito que así será y que así ha de ser por
siempre. Y tú, Señor, llevarás hasta sus corazones afligidos el ejemplo
de tu inmenso abatimiento, de tu doliente humanidad.
Es tan penetrante tu mirada y nos haces tan cautivos de ella, que,
cuando empiezas a moverte en el aire limpio de esta ciudad, parecerá
que ni una sola flor vibra, ni tan siquiera se percibirá movimiento en
las rectas llamas de los cirios que te alumbran. Subirás solo, elevado a
los cielos por los propios ángeles, ésos que sudan amor resbalando por
la frente de su fe con su arte, con un caminar tranquilo y sereno. Y de
frente, siempre de frente, te harán andar con esa divina gracia que le
otorgas de saber, solo ellos, cómo anda el Señor.
El sentir de tu mirada
cautiva nuestras almas
y se rinden a tus plantas
en la Fe eterna y clara.
¡Que se quede preso el aire
en las calles ecijanas
cuando pasa Jesucristo
y tanto amor derrama!
En sus manos el poder
aunque las lleve encadenadas,
por su ingente querer
a estos hijos que tanto ama,
y cuando al sudar sangre brotaba
mi corazón henchido de dolor
triste y abatido lloraba.
Reflejándose en Jesús se halla el inmenso dolor de una Madre de
misericordia que no comprende que a tanto pueda llegar el odio de los
hombres, que llora siete mares de lágrimas y que nos acaricia el alma
con su presencia.
Sólo una mujer es capaz de llorar como lo hace Nuestra Madre
y Señora de las Lágrimas, de ser valiente como solo puede serlo una
madre. Por eso, en el llanto de la Virgen de las Lágrimas vemos el
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manantial de cristalinas aguas con que las madres de todos los tiempos
empaparon el suelo de la tierra; porque las madres frágiles tienen, sin
embargo, la fuerza arrolladora de sus lágrimas con las que esculpen
vigorosas la figura de su hijo. Llorando acongojadas con sus penas,
llorando felices con sus gozos, llorando como ahora mismo estarán
llorando tantas y tantas madres a las que bajo cualquier cielo, sus hijos
perdieron.
¡Como tú, Virgen de las Lágrimas, solo lloran las madres de la
tierra!
Y como aurora en la noche, se nos acercará sobre una nube de
incienso tan bella como la más bella de las mujeres, con la sublime
hermosura en sus gestos callados de resignación, de sacrificio, de
aceptación confiada en la voluntad de Dios. Precisamente, a Dios Padre
dirige su mirada, a través de la cual, en íntima conversación, revelará la
tristeza de su desgarrador dolor a la vez que las Hermanitas de la Cruz le
susurran una entonada oración para consolarla de su pena absorta. Y lo
harán evocando sobre nosotros a aquella dulce Santa Ángela de la Cruz
y a la Beata Madre María de la Purísima, cuyos espíritus acrisolados
en el sacrificio y en la práctica de la caridad se expanden por medio de
sus abnegadas hijas y seguidoras, a las que vemos hinojos musitar en su
inapreciable paz.
Y la virginal presencia de Nuestra Madre y Señora de las Lágrimas
nos envolverá en ricos aromas, confundiendo deliciosamente todos los
sentidos. La vista nos encandilará por los hermosos colores que ofrecen
la tenue luz de los cirios y la esplendorosa gloria del “paso” bañando
con relumbres de oro los encalados muros de las fachadas bajo la
noche estrellada. Entonces el oído captará apaciguados sones musicales
que nos trasportarán a otra época en el tiempo, y el olfato percibirá
el agradable e inigualable perfume a jardín recién regado que, junto
a salomónicas columnas de incienso, embriagarán como un enorme
manto de glorioso aroma todo el aire. Así, la vista, el sonido y el olfato
se asociarán por vías misteriosas para despertar en los sentimientos
hondas evocaciones.
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Mirad como es de hermosa la flor aquella
que hasta la solitaria luna
no dudó mirarse en ella
pues no hay mas celestial blancura
cuando le arropan las estrellas.
Que el torrente de tu llanto
quiebra en delicadas perlas
del albor mas blanco
embriagando los aromas
de desconsuelo y lamento.
Y es tan dulce y suave
que refresca y humaniza
tus mejillas celestiales.
y entre la plata de tu paso
y el techo de tus varales
reluce la rosa más hermosa
de todos los rosales
con cinco gotas de rocío, que son
¡tus lágrimas virginales!
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Lunes Santo
en el barrio del puente
Y, como no podría ser de otra manera, en el barrio donde reina la
Caridad es donde tenías que vivir, Señor. Un barrio que, cada Lunes
Santo, abre de par en par sus puertas para recibir a todos los vecinos de
la ciudad.
Allí estarás Tú, crucificado por nuestras culpas en el puente
del Genil, en la Iglesia de Santa Ana, catedral del buen hacer que la
Hermandad de la Yedra ha logrado forjar para enseñorear más aún su
barrio y fortalecer, con su importante labor pastoral, los lazos del amor,
fe, esperanza y caridad.
Orgulloso barrio que pasa el testigo de la fe al Señor de padres
a hijos, la que ofrece al resto de la Ciudad un aliento de aire fresco
entrando al corazón de la Ciudad por la calle Emilio Castelar, que Dios
no solo permite sino que quiere, que aquellas sublimes palabras de
perdón y amor, que su divino Hijo pronuncia desde la Cruz, se repitan
cada año, pero no en Jerusalén, no el monte calvario donde el sol
oscurece y el rayo desgarra el firmamento, sino en esta santa Tierra de
María Santísima, en Écija, donde hasta el aire es de color, porque tiene
cielo turquesa y suelo de esmeralda y por eso con sentido teológico
ese río de verdes nazarenos y costaleros del barrio del puente pasean
a su Cristo de la Yedra por todas nuestras calles, para que repita al
mundo aquellas sublimes palabras, modelo tierno de la piedad cristiana,
pronunciadas en la tempestuosa tarde del Calvario: “Padre perdónalos
porque no saben lo que hacen”.
Despacito con Él costaleros
que lleváis al rey del puente
Crucificado en el madero
Despacito con Él costaleros
que ni el oro del canasto
ni el fulgor de las tulipas
brillan como su rostro bendito
cuando entre su gente camina.
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Despacito con Él costaleros
aunque la tarde se haga noche,
y de estrellas se colme el cielo.
¡Que es el Rey de Reyes
y hay que mostrarlo a su pueblo!
Y si nos ofrece con todo su corazón al hijo de Dios, también
hace lo propio con su enorme Caridad, materializada en una radiante
hermosura que la providencia quiso regalar a nuestra ciudad bajo la
gracia que es ese resultado de acertada conjunción de proporción y
exactitud, perfección y equilibrio, al servicio de lo bello, de la elegancia
y del señorío.
Su rostro muestra dolor a través de una mirada afable y amorosa
expresada bajo un trozo de cielo ejecutado con la justa medida de
lo necesario, con la exacta de luminarias y flores enmarcado en un
mezclado prodigio de lo clásico y lo barroco, con armónica profusión de
orfebrería y renovado bordado, y que, en conjunto, forma ese madrigal
amoroso que todos soñamos.
Tú, Caridad, que abanderas bajo tu perfecto nombre el secreto
callado y más vivo que nunca de todas las Hermandades en tiempos
del languidecer de la riqueza. Eres pilar fundamental y virtud teologal
de todo cristiano; diamante y esmeralda que debemos pulir en nuestros
corazones.
El Geníl torna sus aguas
en celestial melodía
pa aliviar la pena amarga
que en Ti Caridad, florecía.
Las palmeras mueven la brisa
con esencia de azahar,
Jazmines y Yerbaluisa
El sol Tu palio teje
y en filigranas sus rayos riza
porque sale hoy del puente
Su Caridad, Caridad bendita.
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Martes Santo
En el atrio de la Iglesia de Santiago el Mayor por tres veces se
negará al Hijo de Dios. Martes Santo, la ciudad amanecerá con el
amargo sentido de culpabilidad por ser testigos directos de ver negado
por Pedro, al Nazareno de la Misericordia, por tercera vez.
Es tal el ambiente de religiosidad que se respirará cuando el
Nazareno se encuentre un año mas con su pueblo. Que el hombre
y la mujer sencilla de este pueblo creyente, ya vencido un primer
momento de respeto humano, al verlo, levantará sus ojos, y su mirada
se encontrará frente por frente con la de Jesús Misericordioso: con sus
labios entreabiertos y con sus poderosas manos cautivas.
Entonces Cristo será cuando pregunte al pueblo: ¿tampoco ésta
vez cumpliste la ofrenda que, hace un año y en éste mismo lugar,
me hicisteis? Y el pueblo, agitado en su conciencia por el peso del
remordimiento y el germen de la rebeldía , dirá a Cristo: Señor, si estoy
desnudo. Y Cristo le responderá: ¿desnudo? ¿no lo estoy yo también?.
Y poco a poco se alejará a paso elegante y zancada señorial la
escultórica escena de la bella plaza de Santiago. ¡Qué grandeza
acabas de proclamar, Señor! Es tan admirable tu misericordia, que la
impresionante magnitud de tu “paso” queda absorta.
En la humildad de tu mirada
se refleja el brillo de tu corazón
y bendices todas las gracias,
colmándonos de paz y amor.
Misericordia claman tus labios
cuando Pedro afirma su última negación,
rompiendo el amargo llanto
en triste y humana desolación.
Que el mundo siga tu ejemplo
de entrega, misericordia y resignación,
ofreciéndole a tu pueblo
la más tierna salvación.
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La exactitud y el equilibrio de las facciones del Santísimo Cristo
de la Expiración provocarán que, traspasando la realidad, nos trasladará
a aquel estremecedor y agonizante momento en el que el hijo del León
de Judá -como lo proclamaba el Apocalipsis de San Juan- está a punto
de sucumbir pero se resiste aún a la entrega final. En un último esfuerzo
intenta remontar la propia muerte, un último hálito extenuado, una
última voluntad aferrada al honor y a la dignidad más grandes que esa
misma muerte. Nuestro león moribundo, Señor y dador de la vida abrirá
su tórax hinchado, y con su barbilla decididamente gobernada hacia el
cielo, mirará a las estrellas y conquistará la Gloria Eterna.
Y cuando se haga presente bajo la arcada de ojiva del patio de
Santiago la impresionante imagen nacida de las manos del insigne Pedro
Roldán, se ocultará el sol, todo quedará en tinieblas, y la cortina del
templo se rasgará por la mitad. Y Cristo, sobre el sobrio paso clavado
en el madero, en púrpura calvario, en voz alta exclamará, “Padre, en tus
manos encomiendo mi espíritu”.
El cortejo avanzará sigiloso, el Redentor se acercará a una Écija
que lo contemplará y le implorará mil favores y perdones en forma de
oraciones.
Y una rosa de lívido en su garganta pronunciará las siete palabras,
testamento terrible de la catolicidad. E Impregnará la noche de su agonía
mortal. ¡Qué lección magistral nos dará, aún en trance de expirar y de
ofrecerse al Eterno Padre como victima propiciatoria! Pidamos todos
por esa agonía divina que, al exhalar su último suspiro, presagiará su
muerte redentora.
En las calles Ecijanas
A Cristo un hálito le falta
y su expiración divina, torna en humana.
Fijaos como se nubla su mirada
no le queda aire en su pecho
y tampoco hay luz en su cara.
Ya va dando el último suspiro
las estrellas le acompañan
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en la eterna agonía de un respiro
que quiebra con fiereza las almas.
¡Ay! ¡Cuánta pena queda en el semblante
cuando muere lejos de su Barrio
el Cristo de los Estudiantes!
Un gentío que vive ambos relatos de la pasión y que al verlos
sabe llegar a tan exquisito grado de sensibilidad, jamás podrá caer
en el pecado de la incredulidad. Seguirán asolando los cimientos del
mundo vientos contrarios de la impiedad y del ateísmo, pero esta ciudad
continuará viendo en la Reina de los Cielos, la Santísima Virgen de
los Dolores, a una Madre que sufre y que ama. Y el pueblo podrá caer
porque es débil, porque nadie posee el don de la impecabilidad, pero
sabrá levantarse a tiempo para redimirse.
Y si aún queda alguien con adormecida fe, podéis llevarlo a la
angosta calle Zayas para que pueda observar cómo los brazos del Cristo
de la Expiración estrecharán sobre su pecho dolorido las oraciones que
nacen de los corazones. Podéis decirle que acuda presto al primoroso
arco de la calle Fernández Pintado, donde serán embelesados con ese
momento único en el que la Virgen de los Dolores, al elevar sus ojos al
cielo, en un gesto de maternal despedida, musite en sus hermosos labios
una oración sin tiempo y sin medida.
Invitadle también a ese relicario de belleza incomparable que es
la Iglesia de Santiago el Mayor, prodigio de estética y de fe, cuando el
dolor más grande de la mismísima Madre de Dios estalle en una sonrisa
infinita por la victoria de su amor. Y, cuando al fin haya abierto sus ojos
a la luz como el ciego de Jericó, trémulo de emoción se postrará ante
ti, Santísima Virgen de los Dolores, y al cielo clamará su voz, ¡Señor,
en ti creo yo!
La aterciopelada noche
se borda de estrellas,
y por gloria la luna se pone
“pa” iluminar la cara más bella.
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De azucenas se cubre el suelo
De blancas rosas y alelíes,
porque camina la reina del cielo
entre una corte de querubines.
Atiende de tu pueblo la oración
que sus errores redimes
y pide tu divina intercesión
que de siete pecados nos libres
Dios te salve, madre de misericordia
Dios te salve, madre de amores,
Écija impaciente espera el día
¡poder consolar tus siete dolores!
46
Miercoles Santo en el
Altozano de San Gil
Llegará la tarde de Miércoles Santo y Jesús estará en el punto más
alto de la ciudad. Pilatos, tras presentarlo a la muchedumbre y ésta optar
por liberar a Barrabás, ordena con voz firme a los soldados conducir al
Hijo de Dios al pretorio. Una vez allí, cubren su espalda herida, con
una clámide de color púrpura y colocan sin piedad sobre su cabeza una
corona trenzada con espinas. Mientras le escupen, le golpean la cabeza
con una caña y le hacen reverencias en actitud jocosa, gritándole al
unísono ¡viva el Rey de los Judíos!
El barrio del altozano de San Gil se estremecerá al contemplar
la desgarradora y dolorosa imagen de Cristo coronado con burlescas
espinas que rasgan la carne y el alma con fiereza. Las golondrinas
abandonarán sus nidos ubicados en los patios, balcones, sobrados y
aleros de casas, en un intento desesperado por arrancar esas afinadas
púas que comenzarán a clavarse en la majestad del dolor del Santísimo
Cristo de la Coronación de Espinas.
A golpe de llamador, el sentimiento contenido de la muchedumbre
estallará de júbilo levantando una marejada de aplausos emocionados
un barco dorado y grandioso que navegará entre la multitud a la voz
de su capataz, de las cornetas y de los redobles de tambores. Aire y la
luz para una imagen que ha permanecido cobijada durante el año en
su templo. Es camino y no quietud, es amplitud en lugar de clausura,
la liturgia recogida en las naves franquea las puertas de la iglesia. En
definitiva, es la Religión que refuerza los vínculos con los hombres y
discurre con su fluir espiritual por el cauce del itinerario cofradiero.
De escarnio te coronaron
abriéndote crueles heridas
y al sentirlo nuestro corazón,
en mil pedazos se partía.
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Con burlas y reverencias
en mofa te decían:
“Si tú fueras “ese” Dios,
seguro te salvarías”.
Y lloró el Hijo del hombre,
Y con El los ángeles de la brisa,
y gemía la saeta
entre balcones y esquinas,
y lloraron los naranjos
azahares de agonía.
Y al encajar en tus sienes
las espinas del ardor,
entera lloró Écija al ver,
coronado a mi Señor.
Las Cofradías enseñan en la vida íntima de la Hermandad con
los ciclos de formación, con la predicación de sus cultos y con las
protestaciones de fe en sus funciones principales de instituto, cuya
eficacia para la firmeza de la ortodoxia ecijana sólo conoceremos
cuando subamos al cielo. No obstante, el Santísimo Cristo de la Salud
enseñará a la ciudad entera a través de la elocuencia impresionante de
su venerada imagen, que habla en silencio con una expresividad más
eficaz que los más grandes sermones.
Si bien, no debemos olvidar que tenemos que descubrir junto
con los dolores del Cristo histórico, que representan las maravillosas
imágenes de nuestras cofradías, los dolores del Cristo místico, que están
detrás y que son todos y cada uno de los hombres. No podemos, por
tanto, mirar y evocar al Cristo de la Salud, sin acordarnos y volcarnos
con el Cristo místico. Así, cada vez que miremos al Santísimo Cristo
de la Salud, que sufre y muere en la Cruz, debemos acordarnos de los
hombres y mujeres que sufren. Y, cada vez que veamos a estos hombres
y estas mujeres que sufren, tenemos que recordarlo a Él.
Por eso el Señor de la Salud no vive en un museo para ser
admirado como mera obra de arte, sino que está en su capilla y saldrá
al encuentro de su pueblo para recibir las plegarias, la oración, los
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lamentos y el amor de todos los que siguen sufriendo la pasión de
Cristo. De esta forma, en la oscuridad de la noche, su impresionante
y milagrosa Imagen producirá el pasmo, la adoración y la fe que le
ofrecen todos sus ecijanos, llegados desde los puntos más lejanos de la
geografía para acompañarlo.
El Señor de la Salud
permanece en los corazones
de todo el que le reza
y no renuncia a los que sufren,
o a los que sienten tristeza.
El Señor de la Salud
nunca jamás se aleja
su palabra es verdadera,
que en su rostro hay un mensaje
de ternura y fortaleza.
Que el Señor de la Salud,
Nunca se alejará, que aquí se queda,
y tiene en la iglesia de San Gil
su paraíso sin fronteras.
Esa verdad de que la Virgen es nuestra Madre Espiritual la
sentiremos y viviremos todos en la Pasión de Cristo cuando veamos
aparecer a la Virgen de los Dolores en el momento del Calvario, en
la Cruz. Sobriedad en sus magistrales andares, sublime belleza en
su renovado cielo y maternidad sobrenatural, que se inicia por su
consentimiento en la Encarnación y que culmina, por su compasión,
junto al Santísimo Cristo de la Salud en el Gólgota.
Y sólo ésta Ciudad sabe como consolarla en sus siete dolores
virginales, consolándole el inmenso dolor del alma, acompañándola en
su huída, mostrándole su tierno amor ante la pérdida de su hijo, ante la
soledad de su triste y desgarrador llanto al encontrarse con su mirada, y
ante la magnitud de su excelso sufrimiento al descenderlo del madero y
enterrar su cuerpo inerte.
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Por ello pedimos para que La Santísima Virgen de los Dolores, nos
otorgue la corona de la vida el día de nuestra Asunción a los cielos. Y
que con su benevolencia nos conceda a todos la inmarcesible corona de
nuestra Fe y de nuestra justificación
Solo de un virginal tallo
puede nacer una rosa de plata,
y tu bendita mano
convertirse en su morada.
Hasta la luna se rinde a tus pies
cuando el dolor lo traspasa una daga
y fecunda una senda de fe
que del altozano a Écija baja.
Bendita sea tu pureza
y así por siempre lo seas
pues es tal tu grandeza
que al mismo Dios nos entregas.
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Jueves Santo de la
Victoria a Santa Cruz
Casi sin darnos cuenta, traspasaremos el ecuador de nuestra Semana
Santa y se acercará el final de la pasión de nuestro Señor Jesucristo. Yo
imagino, ecijanos, la impresión inmensa que tuvo que sentir aquel ciego
Bartimeo del que nos habla el Evangelio que, a las palabras del Maestro
y a impulsos de su propia fe, abrió sus ojos a la luz por primera vez para
ser el testigo de los últimos momentos y episodios de la vida del Señor.
Realmente no sé qué suerte de encontradas sensaciones pudo sentir
Bartimeo en aquellas experiencias visuales desde la entrada triunfal y
gloriosa en Jerusalén hasta la cruenta e ignominiosa muerte en la Cruz
del maestro que había infundido la luz a sus ojos. Pero, llegados a este
punto de la pasión, la evocación de este pasaje evangélico me suscita
pensar cómo viviría aquellos momentos el humilde ciego de Jericó.
A la caída de la tarde, la Hermandad de Confalón presentará a esta
ciudad la escena de Jesús Azotado para que comprobemos hasta dónde
puede llegar la ceguera humana. Una violencia que, hoy en nuestros
días, siguen sufriendo el niño, la mujer y el débil. Las espinas que
coronan la frente de Jesús, que con ahínco se esforzaba el día de antes
un pobre hombre en ahondar, nos enseñará la degradación a la que está
expuesto todo ser humano y nos recordará las Cinco Llagas que Cristo
padeció en su cuerpo.
Está muy extendida la opinión de que Jesús sufrió dos flagelaciones.
La primera, cuando, según San Juan, Pilatos mandó azotarle para
comprobar si, tanto sus acusadores como el pueblo que clamaba su
muerte, se apiadaban de Él. La segunda, cuando, vencida la resistencia
de Pilatos, éste lo entrega a la cohorte para ser crucificado.
Pues bien, el excelente misterio confalonero podría representar la
primera de ellas cuando aparezca en su barrio de la Victoria en medio
de la multitud y lentamente avance, quebrándose a su paso cualquier
sonrisa y murmullo en los espejos de una canastilla que el arte del
barroco hizo única. Sobre la que aparecerá Jesús abatido, sin fuerzas,
atado a la columna, con su espalda cruelmente desgarrada y de la que
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brota una sangre redentora que salpicará los temblorosos guardabrisas
que le iluminan y, llorando, se fundirán en lágrimas de cera.
Afligido Señor tu cuerpo,
en rojiza columna flagelado,
que sumisa grandeza has expresado
ante el agravio tan vil y humillado.
Cansado tú, cordero dolorido
de afrentas y dolores pasados,
tu piedad en compasión se ha tornado
a pesar de lo que has padecido.
De esta cruel tortura nos ha quedado
amarga culpabilidad y triste llanto
falta de la desidia atroz y del pecado.
Y Écija al verte arrodillada quiere,
llorar ante ti, mi Dios adorado
y en su espalda sentir el dolor
por cuanto te dejó olvidado.
Tras esta escena de dolor y entrega vendrá la del Santísimo Cristo
de Confalón crucificado sobre labrada cruz. Señor de la fe que nos dejó
la esperanza de un mundo mejor y un mandato: que nos amáramos los
unos a los otros. El que en otra ocasión dijo, “nadie ama más a sus
amigos, que aquel que da su vida por ellos”.
Hablando de amigos, no quiero dejar pasar esta ocasión en la que
te estoy rezando con fervor, Santísimo Cristo de Confalón, para pedirte
por todos aquellos que nos dejaron y disfrutan de tu visión directa en el
reino de los cielos. Y, muy especialmente, por aquel hijo tuyo, hermano
nuestro, que tantos años te acompañó; un gran cofrade, pregonero, un
hombre bueno al que llamaste a tu lado cuando más le necesitabas y
que, a buen seguro, impregnará cada día los confines de tu Santa Gloria
de interminables y hermosas tertulias celestiales taurinas y cofrades.
A ti, Santísimo Cristo de Confalón, te sigo suplicando para
que todos los que componemos esta única Hermandad de tu pueblo,
podamos comprender el sentido de tus palabras.
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¡Tú no pides tanto, Señor! Pero, aún en lo poco que nos pides, no
sabemos como dártelo. Tal vez porque confundimos algunos conceptos;
quizás, entre otros muchos, podemos confundir caridad, que es amor,
con limosna. Porque cuando se da sin entregar con ello parte de
nuestro corazón es limosna, que degrada al que la da y que ofende al
que la recibe. Caridad es dar sin pedir nada a cambio, y la caridad de
las Hermandades reviste en la simplicidad de las cosas que salen del
corazón, como interesarse por el hermano que sufre por un problema en
silencio, ofrecerse a aquel que se siente incomprendido para tratar de
comprenderlo. Y caridad, en mayúsculas, es poner en práctica el Padre
Nuestro.
Y en el dolor de tu Imagen, Santísimo Cristo de Confalón, se
refleja caridad y humildad. De hecho, Cristo de los hortelanos, hay
quien opina cuando sales en la dorada tarde del Jueves Santo que tu
muerte es demasiado dulce. Como hay quién se pregunta el porqué tus
remuas te mecen tan suavemente si ya estás muerto... ¿Será, Señor, que
aún no estás verdaderamente muerto? o ¿Será, Señor, que un cuerpo
nunca puede morir si todo entero fue caridad y amor?
Ya sueño la llegada
del Cristo más moreno
sobre su bella Cruz labrada.
Se percibe ya el sonido
¡del que nos quiere y nos ama!
pues tristes lloran sus cirios
afiladas lágrimas talladas.
Ya caminan con pies descalzos
bajo el Cristo que nos honra
y blancas remuas lo portan,
sobre excelsas andas doradas.
Ya de estrellas y luceros
se colma el cielo bendito
y las calles son la gloria
al salir de la victoria
¡el más bonito de “to” los Cristos!
53
A María Virgen y Madre se la quiere y se la invoca en muchas
advocaciones, letanías de un rosario de amor inacabable donde reflejamos
indigencias y sueños. Écija la llama de una manera distinta cuando
se siente abandonada, agotada, angustiada o cuando se le enferma el
espíritu. Pero cuando esta ciudad la quiere inmensamente porque se
alegra de su bondad, la colman los ojos de su belleza, encuentra en Ella
su armonía perdida y es la Gracia renacida entre nosotros, le pone un
nombre que le sea bálsamo en el dolor encajado entre su fe y su amor:
Esperanza.
Y mucho antes de que nuestros ojos te contemplen, ya te sentirá
nuestro corazón, se palpará en el ambiente tu llegada respirándose
en el aire tu perfume, pues todo huele a ti, que irrumpes en la noche
con la fuerza de un arroyo limpio que, generoso, brota de la misma
tierra. Tú eres la esperanza a la que suplicamos confiados aquellos que
no nos atrevemos a pedirle a tu Hijo. Observa cómo te necesitamos,
navegantes perdidos que te buscamos en la tempestad, y no olvides a
quién te decimos, faro erguido y animoso de blancura virginal. Vuelven
a nosotros tus ojos inmensos de amor, que tus lágrimas anuncian cielo;
un cielo con Cristo y contigo, ésa es nuestra Esperanza.
Siento latir su corazón
su perspicaz mirada
y unas manos delicadas
que me ofrecen protección.
Siento al su tristeza percibir
un dolor que me desgarra
como marinero al partir
cuando suelta amarras.
Y al perderme en la inmensidad
la luz de su faro esmeralda
me guía en la tempestad,
duro oleaje que la vida aguarda.
La siento hoy en mi
y por eso os quiero decir;
que la he visto brillar,
54
que es brújula en la mar,
que es aurora boreal,
un barco que presuroso avanza,
Ella es principio y fin
¡y por nombre lleva Esperanza!
Écija, además de representar el Jueves Santo en sus calles la
pasión con la Imagen de Cristo y el Dolor con la de María Santísima,
añade a su titulo el de Sacramental y hace que sus rincones y plazas
se conviertan en Sagrarios. Tras los oficios, una legión de hombres
y mujeres acudirán a rezar ante los Sagrarios de las Hermanas de la
Cruz, de las Teresas, Santa Florentina, Santa Inés y Marroquíes; al de
la Mayor de Santa Cruz, de Santiago, de Santa María o del Carmen.
Es una manera de buscar a la concurrencia callejera del Jueves Santo,
un contrapunto de fervor más íntimo donde saciar nuestra sed, orar y
hablar en silencio y sumo recogimiento con Dios nuestro Señor. El cual
descenderá a pocos metros del suelo y con su presencia real en la Hostia
consagrada, levantará un grandioso monumento que elevará al máximo
las bóvedas de los templos.
In Coena Domini para Écija. La liturgia se vestirá de blanco para
conmemorar la instauración de la Eucaristía y todo transcurrirá de
manera especial, distinta a los demás días de nuestra Semana Mayor.
Y es que de forma misteriosa se vivirá el amor de Cristo, que tanto nos
amó y que quiso quedarse con nosotros como el aliento de agua viva
que nos sacia plenamente.
¡Que humildad!, en el fruto consagrado
nuestro Dios, el espíritu inmortal,
en silencioso amor dominado.
Olvidó su dolor, nuestro pecado,
nos ofrece su reino celestial,
y le dejamos solo y abandonado.
Os decía antes que acudimos a Él para saciar nuestra sed porque
hay sed, sed infinita y sin fronteras de Cristo entre nosotros. Y esa sed
que Él quiere apagar con las aguas de su poder redentor, sólo se calmará
en el manantial que brota de su costado y que fue abierto a punta de
55
lanza por un incrédulo. De ahí emanará el agua que nos purifica en el
bautismo, y la sangre que nos vivifica en la Eucaristía.
La puerta de Santa Cruz estará llena de hombres y mujeres que
clavarán sus miradas en los labios de Jesús y esperarán impacientes, al
filo mismo de sus vidas, como Dimas esperó ansioso, las palabras más
felices que jamás pudo oír hombre alguno: “en verdad te digo que hoy
mismo estarás conmigo en el paraíso”.
Y el Señor de la Sangre encontrará su propio paraíso en el barrio
de San Agustín, porque allí, como nos dice el propio Santo, Dios se
hace hombre para hacernos a los hombres dioses. Será el reencuentro
anual de Cristo con sus hijos de piel morena en las gitanas calles Saltos,
Zamoranos y Caleros.
Allí, en ese trocito de gloria donde sus hijos le rezan cantando con
el quejido de una saeta. Allí, donde al nombre de Manué toda rodilla se
dobla, donde la blancura y claridad de los muros de sus casas convierte
a la Cofradía en una luz casi épica. Allí, donde cesa el dolor de la
lanzada, hace el patriarca su entrada en trono de oro y calvario grana.
Y, entonces, se tornarán reales las siguientes palabras: “si no coméis la
carne del Hijo del Hombre y no bebéis su Sangre, no tendréis vida en
nosotros” y, así, “Dios vivirá en vosotros”.
Al compás de una saeta
reza el Jueves Santo
y el aire se hace gitano
por martinetes y tarantos.
Aquel que te hizo daño
al traspasar tu costado
no sabía que de amor
un manantial había brotado.
Que la sangre derramada
en el Gólgota ecijano,
tiñe un calvario en grana
por la calle zamoranos.
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Y es un sendero a la gloria
que trazan tus pies y manos,
abrid paso al redentor
¡Que es el rey de los gitanos!
Cuando la Virgen de los Dolores se despida de su barrio, llorará
y sonreirá a la vez porque habrá visto a su gente, a la de siempre, con
sus alegrías y sus penas, con sus pecados y sus virtudes. Y, aunque llora
la muerte de su hijo, su llanto será símbolo también de la alegría en el
dolor; porque ese dolor, como el de toda madre, es fruto y principio de
vida nueva. ¡Causa de nuestra alegría, la llama la Letanía Lauretana!
Y de infinita alegría nos contagiará cuando, entre un cúmulo de
flores y cirios, vestida con las mejores galas y acunada al compás de
unos pies que acarician el suelo para que la arrulle el son dorado y
plateado de unas bambalinas, pase nuestra Madre los Dolores, de las
tres la más gitana, en ese trono de luz, color, amor y gracia que es su
paso de palio.
De Santa Cruz Dolores ecijana
Cándida Flor de galantería,
Madre de Dios soberana
protectora de la gitanería.
Y rinden a tus plantas divinas
compases de bulerías
con esencia de clavellinas
al rezarte con fervor “to” los días.
Son sus versos de seguidillas
que los convierten en saetas,
y florecen como gitanillas
desde balcones con macetas.
Y la Virgen de los Dolores Madre
No les llora, les sonríe,
ahogando sus penas en el kirie
bajo el crisol de la sangre.
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58
La mas Santa de las
Madrugadas
Y la Écija convertida en Jerusalén se transfigurará en la noche de
misterios y amor del Jueves y la Madrugada del Viernes Santo. Jesús
empieza a padecer ese hastío en Getsemaní, ese tedio de la vida más
agudo que la propia flagelación; el sometimiento de la voluntad del
padre domeñando la repugnancia de su propia voluntad.
A las doce en punto, un silencio sepulcral no enfático o ensordecido,
sino todo él misericordia, abrirá la Madrugada ecijana. Se oirá caer el
aire en los ojos y el frío en las manos. Y un mar de luces se abrirá paso
en la sombra de la gélida noche.
La plata se rendirá a Dios en la Cruz, la cual abraza con amor y
nos la muestra de frente en un piadoso gesto de plena aceptación al
designio de su martirio. Con paso largo y chicotá medida, el Nazareno
pedirá la venía al Padre. Después dirigirá su tierna mirada a su Bendita
Madre y, en silencio, siempre en silencio, una breve despedida musitará
quedando una humana desolación. “Cruz Fidelis, Fiel”, canta el Pange
Lingua.
Este momento es excepcionalmente propicio para una profunda
reflexión. El ambiente de silencio y recogimiento, escoltado por los
interminables muros de la Parroquia, es insuperable. Sin espectadores,
fuera del murmullo de la calle, envueltos y confinados por el hábito
nazareno, cada uno de los presentes se acoge a su personal santuario
donde esplende en reflejos el Dios adorado y se concentra para ahondar
en sí mismo.
En el órgano duermen los sonidos, las naves de la Parroquia
permanecerán en penumbra, todo quedará envuelto en una espesa
neblina de incienso y, en lo más alto, la Santísima Virgen del Valle
continuará, casi invisible, en su clausura.
El resuello se adentrará buscando rincones en lo hondo y el corazón
se quejará ante el bellísimo rostro de Jesús Nazareno Abrazado a la
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Cruz, que lleva sobre sí el dolor de nuestros pecados, padeciéndolos,
sufriéndolos y mostrándonos la amargura del sacrificio. No obstante,
al mismo tiempo nos revela en su dulce expresión la labor redentora
que nos dice que, tras ese infinito dolor, está la Gloria, el gozo de la
Resurrección y la redención del hombre.
Al verte, Señor, la voz del pueblo se apagará y la respiración
menguará. Y en ese preciso momento en el que mi hermano Enrique,
tu capataz, mande el paso abajo para que sus espigadas azucenas no
acaricien el cielo, todo será impresionante y tendrá algo de ancestral. La
hondura del silencio saturado de misticismo que penetre en el corazón
llevará al pensamiento, antes seducido por la intensidad de la vida, a
meditaciones sobre la muerte o la eternidad.
En la calle sólo se apreciará el pisar corto y melodioso de
alpargatas costaleras que parecerán emular el sonido acompasado del
corazón. Los rostros de los que se acerquen con devoción expresarán la
emoción de ver a Jesús Nazareno con los pies descalzos, heridos. Todo
desembocará en una terrible desolación porque Él está ahí por culpa
de nuestros pecados, caminando en busca del suplicio de la muerte,
acompañado tan sólo por los acordes funerarios que lloran la Pasión
dolorida del Redentor y la infortunada Amargura de una Madre Virgen.
Aquí me tienes Señor
rezándote en voz alta
a Ti que eres mi dador
y contigo nada me falta.
Aquí me tienes Señor
recibiendo tu tierno abrazo
como si fuera la Cruz de plata
que reconfortas en tu regazo.
Aquí me tienes Señor
postrado ante tu dulce y amorosa expresión
y hecha jirones mi alma
por aquella infame traición.
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Aquí me tienes Señor
para aliviar tu pesada carga
y ofrecerte todo mi amor
con estas torpes palabras.
Aquí me tienes Señor
aguardando el juicio final
y por siempre quedar a tu lado
¡Vistiendo el hábito celestial
de color negro y morado!
La oscuridad de la noche se tornará en alba adelantada cuando el
bosque luminoso de la resplandeciente candelería del paso de palio de la
Virgen aniñada bañe, con relumbres de oro, los muros de las fachadas.
Amargura, tu singular belleza, que posee la blancura de la
azucena en la tierna expresión de tu rostro dulce como la miel, hace
que irradies allá por donde pasas tu amor y que infundas en el alma una
comunicación espiritual que provoca las virtudes mas puras y cristalinas
de nuestra fe.
A ti, asunta, corredentora y mediadora universal, que nadie te
llame Noemí, que te llamen Mara porque el Todopoderoso te ha llenado
de Amargura. Déjanos aliviar tus penas, tejerte un pañuelo de oro fino
para secar tus delicadas mejillas cuajadas de amargas lágrimas, besar
tus inmaculadas manos, embriagarte con la dulce melodía de las flores
y balancearnos como angelitos juguetones en las caídas de catedralicios
borlones.
Tú, bálsamo consolador, que has llorado siete mares de lágrimas
amargas, esperamos confiados nos libres por tu divina intercesión de las
siete cadenas del pecado.
Y aunque sea sólo para este único momento y para ti, Madre mía
de la Amargura, con el beneplácito de mi hermano José Antonio, tu
capataz, deseo hacer sonar hoy de nuevo Tu llamador para que, a golpe
seco de corazón y al son de estas palabras, seas consolada mientras
subes a los cielos con el amor de tus valientes costaleros.
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¡No llores más Madre Mía!
que treinta y Cinco almas costaleras
suspiran en sus desvelos
bajo idéntico peso en primavera
surcando los mares del cielo.
¡No llores más Madre Mía!
que por ti la vida entera
bajo su blanco costal dieran
si algún día Tú, así lo quisieras
¡No llores más Madre Mía!
que la daga de amargura
queda por siempre prisionera
en cada vuelta con dulzura
de moradas fajas costaleras.
¡No llores más Madre Mía!
Que al crujir las trabajaderas
cuando el llamador suena,
es himno triunfal sin esperas
y al reino de los cielos
¡tus costaleros con el corazón te elevan!
Cuando la luna de la Parasceve inunde aún de color de plata la
penumbra de las calles, dos filas de nazarenos de negro ruán bañarán de
riguroso luto la coqueta plaza de San Juan. Y la emoción abrumará a los
presentes al contemplar la figura vencida del Redentor sacando fuerzas
de su agotamiento, coronado de espinas, con la pesada cruz a cuestas en
soberana zancada, solo, sin ayuda de nadie y con una agónica mirada
al frente.
Ecijanos, fijaos bien en el divino Nazareno, en su expresión, en
sus ojos y en su boca entreabierta. Si lo hacéis con la misma devoción de
este que os habla, podréis oírle musitar, ¿no veis el peso que soporto?...
¡ayudadme! Y, si finalmente lográis escucharlo, no dudéis en sumar
vuestras fuerzas a la de esos angelitos que sustentan el extremo de la
Cruz y con ellos en Simón de Cirene.
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A todos aquellos que nunca hayáis experimentado callejear con la
Cofradía de San Juan desde el principio de su estación de penitencia, os
invito a hacerlo. Es convertirte en un nazareno más, ver matices y colores
que solo se pueden ver este día y en este momento. Esa suntuosidad de
tonalidades en el cielo, aromas en el sentido y sensaciones que recorren
el cuerpo, mezclado con el monumental entorno de las calles, hacen
indescriptible e inquebrantable este mágico momento.
La tosca oscuridad de la noche dará paso a los primeros rayos de
sol del Viernes Santo, que iluminarán la senda de las calles para que no
tropiecen las agotadas zancadas de Jesús Nazareno. Y un año más, la
imagen del Nazareno recorrerá las arterias y plazas de Écija, acariciará
con sus pies esta bendita tierra y resolverá con arte y amor, por la gracia
de Dios, el milagro de incorporar a la ciudad transfigurada la Pasión por
los siglos de los siglos.
Madrugá… sublime madruga Ecijana
abriendo los sentidos de par en par
el Nazareno que con la cruz carga.
Arrepentido te quiero confesar
los pecados que me embargan
en flor de lirio transformar
oraciones hecha plegarias.
No me dejes marchitar
ni que enmudezca mi garganta
para decirte todo mi ser
lo que siento con palabras.
Seguirte desde el amanecer
y por Santa Cruz al alba
que Écija es Jerusalén
¡y entera se rinde a tus plantas!
Y en primavera, solo en primavera, puede abrirse, como se abre una
flor, la hermosura del rostro de María Santísima de las Misericordias.
Y lo hará al alba, para que pueda salir por las calles de nuestra mariana
ciudad, bajo un primoroso palio tejido de brisas, encajes de estrellas
63
y por gloria la luna, a proclamar la certeza del amparo que nos tiene
prometido a los que, confiados, siempre recurrimos a Ella.
Bajo el mismo palio y sobre el soberbio paso en íntimo, consolador
e insonoro diálogo se encuentran María Virgen y Madre y Juan el
Evangelista; aquel joven imberbe y fiel discípulo que sintió el magno
regalo del amor de Cristo.
Aún hay quien dice que esta cofradía es completa sólo por el peso
del arte en el valor de su cortejo. Pero es necesario recordar también,
para que no todo parezca externo, que remata su perfección con la
llama de amor inquebrantable que arde en los ojos de la Virgen y que
proclama, entre tanto dolor, que el Nazareno es luz para los humanos.
Y cuando ese palio se vaya alejando y no podamos consolarnos
por ello ni aún contemplando la cascada espléndida del bordado de su
manto, el aura de sus cirios o la armoniosa melodía de sus candelabros
de cola, nos quedaremos estremecidos al sentir que la Virgen, al
mirarnos, nos ha revelado su entera Misericordia.
De regreso viene rezando
ya se colma de dulzura
cuando lo oscuro se hace luz,
y todo se torna en ternura.
Y las Hermanas de la Cruz
brotan de su clausura
en la mañana de contraluz
y el cosmos de hermosura.
Ya apaciguan su llanto
con celestial armonía
de dulces y afinados cantos
entonados a Ti, Madre Mía.
Y alteran tu semblante,
en agradable sonrisa
¡porque son fieles navegantes
en tu mar de misericordia infinita!
64
Tristeza en Viernes Santo
Tarde del Viernes Santo en Écija. Ya todo estará cumplido. Una
sensación inexplicable se sentirá. El alma se entristecerá y el corazón
se parará cuando las puertas de Santa Bárbara se abran de par en par
para mostrarnos el blanco e inmaculado silencio de Jesús Sin Soga.
Expresión dulce, sosegada, amorosa de un Nazareno que reafirma su
entrega por todos los hombres.
Écija entiende perfectamente en su imaginería, con nuestros
Cristos, Nazarenos y nuestras bellísimas dolorosas, la pasión de
nuestro Señor Jesucristo, pero tiene especialmente nuestra Ciudad,
la maravillosa talla del nazareno de Jesús Sin Soga, obra más divina
que humana, como modelo clásico de perfección y canon. Ese manso
cordero con sencilla túnica morada al aire, que por haberlo entregado
todo, entrega hasta la humilde soga que poseía por cíngulo, y carga en
silencio con su pesada cruz por su amor a nosotros, dejándonos a su
paso un remanso de paz.
Paz y Amor están en esa Cruz, donde nuestro Señor muere
perdonando. Esa paz y ese amor solo pueden salir del corazón, cuando
éste, por la caridad y el sacrificio, haya lapidado el instinto del odio, del
egoísmo, de la ambición y sepa darse todo entero, porque supo hacer
suya aquella doctrina, de la que dio testimonio desde una cruz, otro
Corazón, abierto a la magnificencia del perdón, haciendo realidad las
palabras que desde una montaña derramaron, como rocío de vida nueva,
sobre la Humanidad oprimida, las Bienaventuranzas del Amor.
Y siguiendo su ejemplo, ese mismo amor y paz mostrarán los
penitentes en la tarde del Viernes Santo. Tomando su cruz en el más
absoluto de los silencios. Con Humildad, pobreza, sencillez y huyendo
de elementos mundanos, ostensibles de riquezas, aunque enormemente
rico en valores espirituales.
Señor, quiero ser tu cireneo,
virar el Pecado en sacrificio;
enjuagar mi apasionada fe con mi deseo,
y cargar sobre mis hombros tu suplicio.
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Señor, yo quiero ser el velo,
para secar tu faz sangrante, dolorida,
y tornar tu sufrimiento por mi vida;
limpiar mi ardiente fe, mi eterno vuelo.
¡Permíteme, Señor, en tu calvario,
posar en mis brazos tu desconsuelo,
hilar con penitencia tu sudario!
¡Permíteme, Señor, como a María,
llorar sobre tu pecho mis sufrimientos,
y salvar de humana culpa el alma mía!
Y tras el bendito arado de la Cruz del Nazareno Jesús Sin Soga
pasará abriendo y sembrando los surcos donde, de nuevo, volverán a
germinar unas flores que solo pueden surgir por obra del cielo, una
Celestial Señora que tiene la advocación de una virtud sustentada sobre
el firme pilar del amor, la Santísima Virgen de la Fe.
¡Cuánto significado encierra tu nombre, Madre Mía! Porque fe y
amor sorprendieron a María en la calle de la amargura. Porque amor y
fe fueron las que contemplaron su rostro resplandeciente por la luz de la
esperanza. Porque esa fe y ese amor la vieron arrasarse en el torrente de
su llanto, Valle de Lágrimas de nuestros consuelos; y ese amor y esa fe
la miraron, al regreso de la gran tragedia, muda y sin llorar, sin fuerzas.
Y es que la fe es una consecuencia del amor. Se tiene fe, se tiene
confianza y esos afectos tienen como base al amor. Y, si Nuestro Señor
Jesucristo supo morir como Hombre para resucitar como Dios, fue,
precisamente, por ese divino amor que consumía a su deífico corazón.
No sé qué siento cuando pasas
Que hasta el mismo trance se detiene
¿será lo que tu linda fragancia me sugiere?
¿o serán tus blancas manos entrelazadas?
66
No sé lo que me ocurre cuando pasas
que encauzas mis sentimientos,
en la Fé sublime y azulada
al derramarse por tu manto
un manantial de cristalinas cascadas.
En silencio queda el llanto
al ocaso de la tarde enlutada,
cuando Écija refleja su blanco
con penitentes de filas ordenadas.
¿Qué será lo que siento cuando pasas?
que mi espíritu se colma de gracias,
que mis manos quedan abiertas
y mis rodillas en tierra clavadas
¿qué será lo que me pasa?
que el alma de FE, me dejas colmada.
A la caída de la tarde, en el altozano de la Merced, recordaremos
aquellas palabras de Jesús a Nicodemo: “lo mismo que Moisés elevó la
serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del Hombre
para que, el que crea en Él, tenga vida eterna”. Y así fue exaltado
Jesús en la Cruz, como referendo y aseveración ante su pueblo de una
donación sin medida al Padre.
Allí, en el barrio mercedario convertido en Gólgota ecijano, se
presentará al Verbo Humano cruelmente clavado de pies y manos en el
madero. Es el conmovedor relato de varios soldados que, habiéndose
repartido las pocas pertenencias de Nuestro Señor Jesucristo y sortearse
su humilde túnica, se afanan en elevar una Cruz en la que puede leerse
“Jesús de Nazaret, Rey de los Judíos”.
Los dolorosos gemidos del Santísimo Cristo de la Exaltación se
clavarán como afilados puñales en los angustiados corazones de los
allí presentes. Y, bajo la Cruz, se escucharán las voces más santas del
mundo, las de las mujeres que imploran clemencia entre sollozos y la de
sus costaleros, que consolarán con sus “vivas” al Rey de Reyes.
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Pero, cuando la Cruz se hunda en el hoyo de la roca transformado
en rojo clavel por la sangre de Cristo derramada, se formará un gran
estruendo que desembocará en solemne silencio. Será el momento en el
que la Sagrada Cruz se eleve por primera vez en medio de la tierra, y de
las llagas de Jesús manen cuatro arroyos sagrados para fertilizar la tierra
y hacer de ella el nuevo Paraíso.
En Ti Cristo de la Exaltación
nace y acaba nuestra vida,
porque Tú, Pelícano de Amor glorificado,
pasas de lo humano a lo sagrado
y en Ti vive el Amor y se anida.
Amor de nueva primavera florecida
sobre un leño crucificado
para olvidarnos del pecado,
y nos dejas el alma renacida.
Amor en la Merced,
Amor en la desazón,
Amor que sacia la sed,
Amor en la incertidumbre,
Amor de tu inmenso corazón,
Amor a la muchedumbre,
Amor en lo más profundo,
dulce Amor para el hombre
¡Exaltado para el mundo!
Muy cerca de Jesús, su Madre y el discípulo amado, San Juan.
En la noche del Viernes Santo, Écija será testigo de cómo se transmite
la maternidad espiritual de María, que recibe toda la humanidad en el
apóstol.
Esta ciudad, tras más de cinco siglos, seguirá ofreciendo todo su
amor a la Madre de la Piedad. Y para mitigar ese dolor que rompe tu
corazón, espléndida Virgen morena, te aclamarán cuando aparezcas por
tu barrio en tu celestial paso. Allí serás ensalzada, cual faro reluciente
al pasear tras las huellas de tu gracia divina, descubriendo a las almas
que eres la Omnipotencia Suplicante de Piedad. Y miles de corazones
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te rezarán como Madre Clemente y como templo del Espíritu Santo.
Te admirarán como Madre Fiel por haber permanecido en el templo
desde que fuiste consagrada a Dios por Joaquín y Ana, e impregnarás
los efluvios de una Rosa Mística escogida como la más preciosa del
jardín de virtudes.
En esta mariana tierra
quisiste por siempre habitar
para que Écija gozara
de tu amparo maternal.
Cinco siglos nos separan
Desde que Tú vinieras a mostrar,
sublime grandeza y majestad
Y las faltas cometidas bajo tu manto arropar.
Rodillas al suelo hay que clavar
para librar la angosta puerta
que conduce hasta tu altar
y un año más el milagro se producirá.
Y al mirarte a los ojos cada día
mi corazón llora de felicidad.
No me dejes solo Virgen mía
Y de mí ten piedad.
El Convento de los Descalzos, sagrado lugar donde germinó todo
hace unos años, abrirá de nuevo sus puertas para mostrar no solo su
barroco conjunto singular e incomparable, sino que se hará Cofradía
la noche del Viernes Santo para mostrarnos el tesoro más grande
que guarda bajo sus remozados muros y valiosas cúpulas. Jesús ha
consumado su obra redentora sobre la Santa Cruz.
Envueltos en ese halo que envuelve silenciosa la noche, un
tremendo escalofrío recorrerá todo nuestro cuerpo ante la sobria escena
de la Sagrada Mortaja. Los acompasados pasos de sus costaleros
conmoverán nuestros sentimientos, una nube de incienso ceñirá todo
el cortejo y, sobre su grandioso canasto, en el calvario del Carmelo,
María Santísima de la Piedad llorará desconsoladamente. A su lado,
69
se confundirán los llantos de María de Salomé y María de Cleofás, así
como se podrá apreciar el triste gesto que dibuja la faz de los Santos
Varones.
El sepulcral silencio se romperá, el latir acelerado de cada corazón
se disparará y, entonces, de las alturas parecerá descender un coro de
ángeles para ayudar a terminar de amortajar, con lienzos perfumados de
mirra y aloe, el cuerpo de Cristo.
Una madre Ecijana
de los descalzos viene,
y tan divina como humana
a su vástago sostiene.
Madre carmelitana de Piedad
tu nombre suena a bronce
de enlutado tañido celestial
en la lóbrega y afligida noche.
Lo igual se hace distinto
mientras esta ciudad reza
a Cristo descendido
¡y de su muerte se queda presa!
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Enlutado Sabado Santo
Tarde del Sábado Santo. La Iglesia del Carmen transformará su
azulado e inmenso mar en oscuros y espigados cipreses para custodiar el
Santo Sepulcro ecijano. Los últimos rayos del sol acariciarán la cándida
fachada del templo y, tras el lúgubre cortejo de enlutados nazarenos,
se hará más patente que nunca la Angustia de una madre que dirige la
mirada con ternura a su Hijo, ante una Cruz con blanco sudario.
El brillo de sus misericordiosos ojos dejará traslucir el dolor sufrido,
el cual, en ese mismo momento, llegará a la cumbre en la realidad cruel
y sangrienta del calvario. El sentimiento, hasta el momento contenido,
desembocará en un doloroso llanto.
En el cuerpo inerte de Jesús se hallan los signos de una muerte
segura, la cabeza abandonada hacia su lado derecho y el torso doblado
con la evidente rigidez. Pero antes de este triste final, Él dictó su último
testamento desde la Cruz: “el tesoro de su sangre nos abría ya las puertas
de la celestial Sión”.
Dios te Salve, Madre de Amor y Consuelo.
Dios te Salve, Rostro virginal del Cielo,
Angustias de mis desvelos.
Que traigo una flor para Tí
vengo a ponerla en tu regazo
que es una flor de lis
y la tengo entre mis brazos.
Que pese a estar inerte su tallo
Perennes son sus bellos pétalos
y aunque esté la cruz sin halo,
del mismo fulgor se cubrirá en Mayo.
El crepúsculo de la tarde dará paso a la secularísima solemnidad
del Santo Entierro de Nuestro Señor Jesucristo, ante el que la ciudad
entera, representada en la escolta de la policromía seglar, civil y
religiosa, rendirá pleitesía.
71
Sobre severa peana dorada y en su inefable, única y maravillosa
urna de carey y plata, avanzará la imagen muerta del Señor. En la
indecisa luz del ocaso se apreciará el tenue reflejo de sus hermosos
faroles descomponiéndose en la cromática del iris y en torno al divino
cadáver.
Las bocas enmudecerán, es el espíritu tremente de fervor captando
la estética del momento.
Silencio. Silencio que pasa muerto Cristo. Silencio para llorar.
Silencio para rezar con el corazón esa oración que no pronuncian los
labios, y que es la más sincera porque tiene su raíz en lo más noble del
alma. Silencio para embriagarse de belleza. Y silencio para arrepentirse
de las culpas que ocasionaron la sublime tragedia que en el Gólgota
culminó.
Y para cerrar la pasión y muerte de Nuestro Señor, como si
nos faltase un haz de aire para sobrevivir, iremos al encuentro de La
Soledad. Final de la vida, principio de la muerte. Y lo haremos con
pisada arrastrada al peso del cansancio y como sostenidos por ese hilo
suspirante que parece surgir de cada esquina cubierta por la húmeda
hiedra de la noche. Marcharemos al encuentro de la Soledad mientras
llueven las estrellas expectantes. Y sola ya la noche, la sangre, la mirada,
el silencio, la frente, la ilusión. Sola la voz cansada y hueca del capataz,
que, después de pasear en triunfo a la Madre de Dios por las calles
ecijanas, se encuentra inesperadamente apagada y sola ante su bendita
Soledad.
Todo solo ante la Soledad. Solo la brisa, el espíritu. Solo el recuerdo
y el grito, que, de hacerse saeta, exclamaría por el espacio huérfano de
música y sonido en la triste y más enlutada noche penitencial.
Resplandece tu rostro en hermosura
surcado por las joyas de tu pena
que exhalando fragancias de azucena
forman mares de plácida dulzura.
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Dulce tu soledad en la amargura
de sentirte vacía estando plena
de ese amor infinito que te llena
derramándose en ríos de ternura.
Fría tu soledad, frío el tormento
de tener unos brazos sin abrazo
y unos labios vacíos para el beso.
Frío llanto pues dice tu sufrimiento
que una madre sin hijo en su regazo
no siente las mieles de su peso.
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Luminoso
Domingo de Resurreccion
Cae la noche y nuestro espíritu evocará las últimas luces dolorosas
del Sábado Santo con el fuego nuevo, el cirio Pascual, símbolo de la
carne de Cristo poniendo fin al sufrimiento.
El gozo, con epicentro en la Iglesia Mayor de Santa Cruz, se
extenderá por todas los rincones y un resplandor inigualable llenará
de alegría el rostro de los ecijanos. La esperanza de la resurrección
descenderá sobre nosotros. Y, nada mas verte aparecer victorioso y
derramando tu bendición, te pediré, Señor, que tu resurrección venga
acompañada de la de Écija para que así se hagan realidad las palabras
del Prefacio Pascual: “Cristo, con su muerte, destruyó nuestra muerte y,
con su Resurrección, restauró nuestra vida”.
La tristeza será entonces alegría, la oscuridad será luz, el temor
será confianza y la tentación será perdón. La luna brillará tanto como el
sol. Y tú Madre mía de la Alegría, reflejarás a tu Hijo como la luna al sol
y nos revelarás al Espíritu Santo para ver más clara su obra, pues, antes
que a nadie, vino a ti, y, además de la inmensa alegría que percibimos
en tu bellísimo rostro, se alegrarán también con la resurrección cielo y
tierra, cantarán los coros de los ángeles y aclamarán las voces de los
hombres que ésta es la fiesta Pascual.
Resucitó colmado de justicia y amor,
Heridas y penas sufrió
al cargar nuestro pecado y dolor
en la cruz por nuestra salvación.
Tras un lamento en la cerrazón,
de su consuelo me colmó
y con su preciosa sangre, mis pesares lavó
sanando de heridas mi lacerado corazón.
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¡Colma mi espíritu de vida nueva!
deja que junto a ti camine, Señor,
por la senda que nos salva
y nos muestra tu tierno amor.
Alegría de gozo de la Madre de Dios,
Alegría en la mañana
de Domingo de Resurrección.
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Y no termina aqui,
todo comienza de nuevo
Va llegando el final de este pregón y toca despertar de este bonito
sueño del que os he querido hacer partícipe.
Poco a poco despierto. Todo está en calma. Amanece. El templo está
vacío, silente, y un penetrante olor a cera quemada y a flores marchitas
se adentra en los pulmones. Al fondo, una pequeña lamparilla que ahora
llamea entrecortada por el soplo imperceptible de la brisa, es testigo
del divino misterio que, tan solo unas horas antes, había derramado su
gracia y bendición por toda la ciudad. Y, si embargo, permanece ahí
ahora sin gentío ni bullicio, sin tambores y cornetas…
Aparto por un instante mi mirada de ti, y observo la mecha aún
casi blanquecina del Cirio Pascual. Muestra inequívoca de que todo está
consumado. A las afueras del templo en el que me encuentro, Écija
vuelve a su vida normal, y desplomado ya nuestro sueño, dejaremos
de identificar sus rincones con la ciudad mágica que habíamos soñado
durante todo este pregón.
Y, de nuevo, esperaremos ansiosos la llegada de un nuevo ciclo que
se estrena en Pentecostés, con la llegada del Espíritu Santo. Momento
en el que nuestra Hermandad rociera peregrina por los caminos donde
granan las espigas y verdeguean las uvas, cruzando serenas aguas y
recorriendo veredas y senderos por donde crecen jacintos y jaras. Un
agotador esfuerzo que abre un inmenso caudal de amores para llevarte
la oración y la plegaria hecha cante y sufrimiento a ti, Maria, sublime
gozo. Porque gracias a ti llegó al mundo la gran alegría que fue tu Hijo,
el mismo Cristo.
Y aguardaremos un mes de mayo para que nos ofrezcas tu
protección y amparo evocando a nuestros días el espíritu salesiano,
María Auxiliadora de los cristianos. No sin antes, un puñado de
chiquillos, cantera de futuros costaleros, alcen a lo más alto de los
cielos sus pequeños pasos con floridas cruces.
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Y acompañaremos una mañana con aromas de romero a Su Divina
Majestad por las calles ecijanas, entre altares celestiales.
Y será en Septiembre cuando la Santísima Virgen del Valle
Coronada, reina de las imágenes de Nuestra Señora, vinculada a nuestra
tierra para siempre, a su espiritualidad, desprenda toda la afectividad
posible a través de su mirada y de esa tierna sonrisa en su rostro que no
descansa nunca, bendiga a su paso hasta el último rincón de la ciudad
más mariana, enjunciando el aire con fina fragancia de nardos, bajo
cielo turquesa, con relumbres del sol que se asomarán a su elegante
vergel de plata.
Y bajo un relicario de belleza sin igual, la Santísima Virgen del
Rosario patrona de Capataces y Costaleros, recibirá gozosa un mes de
Octubre, entre plegarias y oraciones convirtiéndolas en mil favores a
sus devotos hijos.
Y como punto y final, este que os habla quiere suplicar y decir, con
el último eco de su voz y con el acento agotado de su última palabra, la
siguiente plegaría a la Madre de Dios.
¿Pensabas que me olvidaría de Ti?
Y soy incapaz de concebir
qué sucedería si Écija no tuviera
tu hermoso rostro Madre
Santísima Virgen del Valle,
ni tu sonrisa hecha pena,
o sin la dulzura eterna
de tu inocente mirada,
sin tus ojos, sin tus labios,
sin tu belleza extremada,
sin las cuentas de tu rosario.
Sin que detrás fueras,
del que abraza una Cruz enhiesta,
sin que pueda contemplarte
cuando la luna te refleja,
sin que te entone una voz
una oración hecha saeta,
sin la plaza florecida,
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que año tras año te sueña,
sin tu luminosidad cautiva
en Florentina, puerta Cerrá,
o por Santa Cruz cuando regresas,
sin que te bese la brisa
que arrecia por Carreras.
sin costaleros que te mezan,
sin la madre que da gracias,
sin la niña que te reza,
sin el padre que te ruega,
y sin que el capataz te diga:
¡Venga de frente con Ella!
Y es que vives tan presente
que Écija perenne te espera
y sueña con poder verte
otra madrugá eterna.
Qué honor Madre mía,
Fue acompañarte tan cerca,
ir delante de tu paso
apreciando el aire que brota
de tus bambalinas de seda;
y sentir a tus costaleros
a los que jamás solos dejas.
Que honor Madre Mía
al hablar contigo
y en Ti hallar la respuesta.
Aquí me tienes hoy, Madre,
para cumplir mi promesa
Y aunque por siempre
en tu regazo me tengas,
sueño que al llegar el día
en el que el alma a la Gloria se entrega,
alcanzarla sin angostura
y estar siempre junto a Tí
¡Madre mía de la Amargura!
He dicho.
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Éste pregón se terminó de escribir ante la
Sagrada Imagen de Ntro. Padre Jesús
Nazareno Abrazado a la Cruz,
En la Ciudad de Écija, el día Nueve de
Marzo de Dos Mil Once.
Miércoles de Ceniza.
…….Abraza tu Cruz y síguele
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