Veleidosa [microform]
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Veleidosa [microform]
m \Z- vK; 869.1 ?!P39v ée^é peoip g ©orptpepai». MÉXICO IMPRENTA DE FKANCISCO DÍAZ DE LEOX, Avenida Oriente •^ •- '" - '^ 6, N9 163. 1891 ^ fV- -*^ *.. •^>" 5í, UlMlViRSUY QP ILLINOIS LIBRARV ^ AT Uíí3ANA^CNAM2AKSH STACKS 1 :S- f,; \;t, « * VELEIDOSA VELEIDOSA POR José Peón y Contreras. MÉXICO IMPRENTA DE FRANCISCO DÍAZ DE LEÜN, Avenida Oriente 189I 6, N9 163. fc^s propiedad del autor. 1 W- PRÓLOGO. STA novela es un poemita. tá en verso ? de esos ¡ Cuánto mas ciendo á Por qué no Peón á oro, sus ideas, ha- esta, princesa; á esa, infanta; á aquella, rei- na. Él, tan pródigo de talento, de amor, fué avaro ? Pido versos para esta obra dad, vista por unos ojos sía. es- con uno luciría recamados de trajes fastuosos, salpicados de perlas, que da ¿ ¡Amor tristes, al que ¿ por qué es la ver- través de la poe- aquí; olvido allá: lo que soñamos; lo que vemos! • : • Parece, aunque no tiene las divagaciones filosóficas y humorísticas, propias de Campoamor, uno de esos " Pequeños Poemas " que tanto y tan samente hacen V sufrir. Corretea la poesía, delicio- abre una PRÓLOGO VIH puerta, y se encuentra á la triste verdad vestida de luto. do, la Huye; amigo cierra los ojos; canta para del silencio, que cree del jardín. no la siga; que el mie- abre otra puerta, detrás de ella está la ... ¡y del vestido negro! Dando cueq)0 y figuro como la Mártir Así es Veleidosa. me novela la color á esta Cristiana de Paul Delaroche. Es blanca, es rubia, está pálida y flota muerta, sonriendo, en las ondas azules adormidas. Pero esa mártir no la alma triste no es Veleidosa, sino de su doliente enamorado. Tiene suprema belleza sufrido es ella, mucho y : la que da el la haber amado mucho, morir perdonando. Esa es la belle- za que arrodilló á la humanidad ante el profeta ese- nio de la dulce mirada. No puede se leer sin enternecimiento el libro de Peón. Es una historia vulgar, narrada con emoción y con talento; y porque es vulgar, conmueve. Ni siquiera es de las ocurrencias sociales que dan asun- to á la crónica escandalosa ó á la crónica del cri- men. Es de los dramas ignorados que gacetilla titulada " Defunción" ú otra gace- tras una tilla titulada " Matrimonio." Salvador dosa — la desplace llamo — se así aman se ocultan ama á Velei- porque su nombre propio los dos-; me Veleidosa olvida; Sal- vador sigue amando, y después muere. Esto es co- PROLOGO mente, llano, se mueve más. Es la vida, ó es y por eso condolor que ya sufrimos, salvando ve todos el IX ^ : los días á que estamos expuestos. Unos, el riesgo recuerdan con tristeza; otros, preven asustados; todos los que aman ó ya amaron, pero leen el libro. No me antipatiza Veleidosa. Es mujer, y no tiene culpa de la ello. Vega cuando dijo Ya había conocido Lope de la que la mujer es tornadiza como viento y las olas; y ya la había pintado Francis- el co I en de un la vidriera xima famosa: : : castillo al a' -/i Souvent femme varié Bien ya ¿ lo fol est grabar la má- ' qui s'y , fie; -' '^' sabemos todos, aunque siempre .' - :» ; lo olvidemos. Podéis casar indisolublemente á una mariposa con un mirto ? Imposible ¿ verdad ? Y tal vez por esa mis- ma volubilidad la mariposa y la mujer son tan bonitas. Al guijarro pisamos ; tras de la alondra corremos. Nos agua que travesea y que salta; la luz que muda de trajes, ya vistiendo el de oro, ya el azul, ya el encanta el y que viene, se va, nos ama y nos olvida; nos hechiza todo lo que vuela, todo lo inconstante, de plata, como el mo espuma efímera; como el la pez que aparece, brilla y se escabulle; co- el iris rápido. Tal vez diamante nos parezca hermoso porque cambia de luces. En cambio, el ciprés impasible, móvil, casi nos infunde tristeza inmutable, in- Solo que, sabiendo .; — PRÓLOGO X todo esto, eterno. vel ? ¿ aspiramos con ¿Buscarán infinita aspiración á algo las almas, Vendrán de cimas como el cerúleas en agua, su ni- donde las ro- ¿Vamos á esas cúspide Jacob, como creen los sas viven vida perdurable? des por otra nueva escala magos del espiritismo caímos de ellas, flamantes mo ; asegura la doctrina cristiana, para volver á en- cumbramos por el camino del Calvario; ó enfermos, dementados, pedimos á lo mudable. dice : , . . ? lo infinito Shakespeare embargo, sin tituciones en en la alo y lo eterno finito —^mal traducido Fragilidad, tienes nombre de mujer. cierto: la fi-agilidad es tan Y co- Eso no femenina como las aspiraciones nuestras que las y es la vida. las ins- hemos corporizado, descansan perpetuidad del sentimiento. Veleidosa porque no — nombre alado — no me es responsable. Un antipatiza, niño ve un juguete y quiere cogerlo, se lo dan y lo rompe se acerca á una bujía, palpa la flama, quémase y llora. Y Ve; leidosa es niña, no es mujer, porque las mujeres no son mujeres sino después de haber amado mucho, sufrido mucho ó haber Veleidosa quiso sido madres. al artista, su amante, como la ni- muñeco de porcelana que vio en la juguetería. Y le rompió la vida, como la traviesa rompe su muñeco ¿ No os han dado tristeza nunña quiere al ca los juguetes rotos? ! PRU oGo I. XI - Salvador era para Veleidosa un juguete encantador. Dice un poeta: La mujer, De todo lo que brilla y hace ruido. como el ave, se '-' enamora ' , Y Salvador brillaba, hacía ruido, era un color her» moso, como de el los vestidos como sica agradable de la la en moda, era una mú- danza que se baila de preferencia en los salones; era un pompón de plumas para su tocado; un clavel escarlata para su cabello. Tomar el alma de aquel como artista se toma una con su corazón como con sonajita de plata; jugar un volante de raqueta; verse retratada por ese cel ¡ mágico impedir que Y irresistible Y ¡ /<f Después que cabe hace duermen cansados fué Qué linda travesura amo. Son tres sílabas ! se dice en esos la eternidad da sueño, amores. frío por breve se bosteza Qué ¿ ra- y culpa tiene y de que dé sueño ? que Salvador era soñador. Pintaba paisajes en su vida, allá, ¡ frío, los Veleidosa de que haga Lo malo ! amaré eternamente te instantes en los to. tentación es tan fácil decir: casi dos. se retratara á otras hermosas, ; qué pin- como en el lienzo. Aquí flores; aguas bullidoras, y cubriendo todo un cielo azul que parece no acabarse nunca. Él creía en eterno ¡ Algunos creen no habría logrado hacer el así ! Acaso él amor mismo el suyo inmortal, porque se ; PRÓLOGO XII requiere que venga la desgracia para que, convir- tiendo en marmóreas estatuas yacentes los recuer- haga que vivan luengos años dos, Qué ¡ los amores. bien nos pinta Peón Contreras el contraste que, al nacer, presentaron esas dos simpatías á él de ella, la momento, como Ama por á ella rehilete clavado que cae de la paleta que nombre de él, por brilla, por la la de Veleidosa se detiene un él! con á Salvador por su donairoso la luz : ventana la la alfiler de oro. de artista, traje al caballete, por marina empezada, por el aureola de gloria que rodea esa hermosa y varonil cabeza. Salvador la llega á querer, más que por bella, por porque está enferma. Su alma de débil, menina; también ama lo bello artista es fe- por ser bello; pero luego ese amor se convierte en hijo suyo, y entonces como una madre. Y por eso, por ser como de madre, vive el amor de Salvador más que el de Vequiere leidosa. ¿ En cuál cariño canta la maternidad cuando la heroina de rir ? ¿ En No; en el la el novela está pálida, enferma, y va á mo- de Genoveva que es la madre humana ? de Salvador. Ese pintor se vuelve médi- co; deja la alegre luz de su taller por la amarilla de la veladora; ya no oye á para tener música en el los pájaros alma al en el bosque, pintar sus paisajes, sino la tosecita de la pobre tísica ; prepara la tisana : PROLOGO Xin estudia en libros la dolencia de su amada, mientras ella reposa; corre al hospital á consultar á sus amigos médicos; á ver cómo son, cómo están las atacadas de ese propio mal; tiembla cuando cuando sacrificios tura, más cuando llovizna, hoja amarillea, la y á costa de el aire enfría; y de esfuerzos, salva por fin á aquella como salva una madre á su cria- para que hija tarde se la lleve algún amante. Todo ello está dicho con becqueriana poesía en algunos capítulos de la novela. Ya namos va á ser pronto feliz. lo que seguirá. Salvador al leerlos adivi- in- ¡Es tan bueno! Veleidosa recobra y pierde el cariño romántico, de convaleciente, que la unía á Salvador. Vuelve á la salud ser Veleidosa. Antes había dejado de serlo porque estaba como postrada en su ma. El crepúsculo vespertino de sillón este todavía queda cariño y gratitud, y de enfer- amor en que deseo de el irse desasiendo dulcemente, sin forzar, sin ofender la mano, todavía ardorosa, que detiene á está pintado afuera — dice admirablemente por Peón. el corazón á los ojos para ver si — y á cada llueve. la helada, Hay rato se Sobrecoge frío asoma el espíritu miedo vago. Está nublado. Se presiente, un casi se cree; pero no se quiere creer. — La que ya no ama, como Veleidosa, se pregunta ¿ cómo seré algo buena, al ser mala con el ? — — PRÓLOGO XIV Quiere que su novio entienda selo ella. que pasa lo sin decír- Daría algunos años porque coqueteara nada más coqueteara — con alguna otra. ¡ Ah, pero muy fieles Temen sus corazones y por nada salen de aventura. De modo que entonces los amantes son ! algo brusco es necesario para desatar ó romper el nudo. com- Entristece ese Salvador que se resiste á prender; apena cuando transige; conmueve cuan- do ¿ se queda solo en su cuarto, y solo Por qué amó á Veleidosa biera amado á á ella Ya otra ? ? ¿ Y si ya en Pero ¿ la vida. y si hu- se hubiera unido ? vendió sus bienes más queridos para el artista marcharse á Europa; ya va en el barco dice adiós á todo como lo suyo, tado por Gleyre se despedía, en mar, y desde el la orilla, el poeta pin- de sus ven- turas y sus sueños. De resa Veleidosa nada se nos dice, ni tampoco inte- que nos hablen de ella. Baila, juega, rie, ma- riposea. Salvador es apuesto, joven, tiene genio, y más ó menos otras mujeres veleidosas le sonrien. Pero pertenece á esa casta de soñadores que aman el dolor más que para siempre á El dolor, en va á las el amor, y cuando lo hallan se unen él. el cumbres hombre de , genio, cuando no altísimas, lo lleva al vicio. lo lle- El ajen- PROLOGO jo atrae, como la \V mirada verde de una mujer con la que solo pensamos pasar algunas horas. Se quiere como volverse cuerdo enloqueciéndose. Para des- preciar á la mujer, se buscan tas confesiones y mudas oye muchas mujeres. ¡Cuánel los labios, ahí suele estar el vaso! Entre la copa drama. Y en los le- chos impuros cuántas veces se ha refugiado un sue¡ ño casto, un recuerdo reza, algo tierno, una memoria de pu- hermoso que fué bueno! ' ;: . Salvador no se corrompe, se profana. Se mancha y no se limpia, porque ya no necesita estar aseado. una inmensa necesidad de sueño y bebe para dormir. Pero no se ahoga su bondad en esas charSiente cas á que ha caído. Una suave resignación exhala su alma. ¿Por qué culpar á Veleidosa? Tal vez tu- vo razón; era vicioso tal vez ? Y no, la habría hecho desdichada; ¿no no era vicioso era desventura: do. Pero quería afearse amor, para disculpar á moralmente él mismo, por la traidora. Por fin, enferma y muere. Muere perdonando. Su última carta es de una delicadeza extrema. Parece auténtica, escrita por Salvador, y este es elogio que En sía. más alto puedo hacer de Peón Contreras. Veleidosa hay verdad, hay ternura y hay poe- Chispean entre sus hojas, como brillantes luciér- nagas, frases luminosas. Se ve que ese pasado diríase que Peón : el asistió drama ha como doctor al mo- XW' PRÓLOGO . ribundo y que escuchó como poeta sus íntimas con- fidencias. Al cerrar el libro, se aplica el oido á la cubierta para oír los latidos de un corazón que en él Está en prosa; pero esa prosa es como fronda de los árboles abriga : muchos nidos y en la queda. los nidos mu- chos cantos. ¿ Por qué I es tan breve ? ¿ Porqué no está en verso? M. Gutiérrez Nájera. México, Mayo 1891. ELE! i A luz de la alborada entra por los qui- cios de ^^^ mente indeciso pertino. los objetos iluminando débil- con ese resplandor y opaco, semejante al crepúsculo vesAmanece. La lámpara que ardió toda noche en la las puertas, la estancia, moribunda ya, apenas deja ver claramente la mesa cubierta con un mantel de lino y los vivos dorados del hábito negro de una imagen de Santa Rita, gada de imposibles. Cuando y la la abo- llama resuella se enciende á intervalos, se ven, bosquejadas en la sombra, las dulces y juveniles facciones de 2 VELEIDOSA ::,::. la religiosa, envueltas suavemente en el blan- quísimo tocado de su Orden, y aun pueden sorprenderse un segundo, el ne con su mano derecha y el libro Cristo y que la sostie- calavera descansando en su otra mano. Poco á poco, á lo, la claridad van apareciendo más muebles, todo loro; nada más se muy negro: que surge del sue- las sillas, el sofá sin líneas, detalla lo y los de- esfumado, inco- muy blanco ó lo un sombrero de mujer, con plumas, pendiente de una perilla, el mármol del tocador con multitud de juguetillos de porcelana y de cristal, frascos de aguas de olor, de esencias, pomadas y otras baratijas femeniles, indispen- sables; todo herido con puntos luminosos ó rayas brillantes. Las ondas de chan, pero un rincón el luz y las día invade. el lecho, masas de sombra Ya lu- se distingue en un verdadero lecho de jo- ven, de niña mimada, de mujer bonita y ele- gante; angosto, de bronce bruñido, con finísi- mas colgaduras de encajes flotantes, y con lazos de cinta de color azul Y allí celeste. están, junto al rodapié, sobre el res- paldar de una gondolita forrada de moire h]an- VELEIDOSA ^ V : $« co, las ropas, ropa interior bordada, acuchi- llada, finísima; con la cifra en monograma, se (Anselma González), El vestido de ve: A. G. seda, las cintas, todo en desorden, tirado como quien de prisa; las tido, color coquetas; allí flor las ligas, una botina encantadora, calzado, junto, en el suelo, sobre la alfombra, la que anoche entre se marchitó descolorida: un príncipe. Sobre de muy unas ligas con moño, con hebilla sobredorada, chiquitita, y ha acostado de mal humor y medias caladas, del color del vesse de rosa; el allí, la ;^^ mesa de noche, al ^ ^ : lado de la terna delgado, la palmatoria y cristal el cabello, el reloj, un enorme boa blanco como armiño, una pulsera de nueve mascota, y un cofrecillo chi- anillos, no, abierto y, dentro el él, un paquetito de una cinta de color de cartas liadas con Junto con de lila. paquete de cartas un retrato en miniatura extraído de su medallón de oro, que se ve también allí, vacío. Las cortinas del lecho están ve á nadie; pero el corridas, no se bronce cruje; de cuando en cuando un suspiro, un quejido, se escapa del interior. La que allí se acuesta, va á despertar 4, VELEIDOSA \ Ó quiere dormirse; quién sabe! De repente un movimiento brusco hace que todo han vuelto estalle: se del otro lado, del lado de afuera, no del lado de la pared. Una mano pequeña, blanca, ase la cortina, la levanta, se ve un bra- zo torneado, lindísimo, y en seguida, saliendo, muy viva, muy despierta. Semblante contrariado, uraño, la ojera muy extendida, muy morada, mucho. Aquella muuna cabecita de mujer, jer no ha dormido. •t: m ALTA del lecho, y en un instante está vestida, vestida á la ligera, "^^^ bata y unas con una chinelas, hoja seca, bor- dadas con hilos de colores. ; Qué linda Anselma González pero más que ; linda, graciosa. Es rubia; pero no oro de su cabellera parece tostado playa y le Lo primero mucho; el de la al sol rastrea hasta la mitad del muslo. es verse al espejo; de entrar su tía. Su tía es allí está! su Acaba tía: muy gruesa, ni joven ni vieja, ni alta ni baja; regular; nada importa, se llama Genoveva. . o . ! VELEIDOSA ', Genoveva, muerde abre tamaños ojos y se al verla, labio inferior, de enojo. el — Muy bien no has dormido. — ¿Y qué culpa tengo yo?. do sueño. — ... ; . . . No he teni- Pálida, ojerosa. ... —Tía. ... —Y de — ¿Y cómo es? — Amarilla. verdosa. gueña. — ¿Trigueña yó? ojalá fuera palidez . . — ¡ . . . esa. . . . . como eres tri- . Pero no eres blanca Efectivamente, no era blanca; pero eso valía más que el blanco. Tez color de piñón, fina, sedosa, limpia, cubierta de un bello, al trasluz, dorado, transparente, casi imperceptible .... había que buscarlo. — Pero eso por sí, gracias á Dios, tú no te apenas eso. — Te parece; sí me apeno. Y ahora más, pues necesito no parecer mal, porque estoy decidida. .... — Decidida —A á qué? dejarle lo he pensado toda la . : VELEIDOSA . me Carlos es un infame, y noche 7 en- gaña. — Sin embargo. usted. —Y — Tú no portas muy — Pero no — Di que ya no . bien, tía, hija. . . siga le -o,.:,i así fuese? Esto último — ¿Si la así lo dice ; . . acuérdate. . . . .; . . que : gusta te -;,_. :: ' ; .; ; / : con imperio, como voluntad de su in- í tía. Yo fuese? Será lo que tú quieras. . . mira, . voluntariosa. ;- consentida.... aquí . .• _-; ¿ ;;i, no puedo negarte nada. — Pues . ... quieres. otro. ... quiriendo tú. . lo sabe. él si . bien. te — ¿Y . tía, anoche . . . . v^ escribí la carta. . está. Debajo de una estatuita que representaba á Apolo cogido de por un cupidillo ala- la oreja y en actitud de lanzar con la mano que le quedaba libre una de sus traidoras flechas, yado, cía una esquelita que Anselma extrae cuidado- samente para no — ¿Es — la carta Sí. ... las, sobre ajarla. el y allí ¿;/m de. . . La forma . vale. , . despedida? están sus cartas. . . . tóma- . o ! VELEIDOSA .: Genoveva, muerde abre tamaños ojos al verla, el labio inferior, y se de enojo. — Muy no has dormido. — ¿Y qué culpa tengo yo?. No he do sueño. — — Tía. —Y de — ¿Y cómo es? — Amarilla. verdosa. como gueña. — ¿Trigueña yó? bien; ... . . . teni- Pálida, ojerosa. ... ... ojalá fuera palidez . . — ¡ . esa. ... . . . eres tri- . . Pero no eres blanca Efectivamente, no era blanca; pero eso valía más que el blanco. Tez color de piñón, sedosa, limpia, cubierta de un fina, bello, al trasluz, dorado, transparente, casi imperceptible .... había que buscarlo. — Pero eso por — Te parece; sí, gracias á Dios, tú no te apenas eso. sí me apeno. Y ahora más, pues necesito no parecer mal, porque estoy decidida. ... — Decidida á qué? —A dejarle lo he pensado toda la . . VELEIDOSA 7 Carlos es un infame, noche y me en- gaña. — Sin embargo. —Y — Tú no — Pero no — Di que ya no bien, tía, . le otro. ... ' así fuese? Esto último así . . lo dice acuérdate. . . . . que gusta te ;--v;- - • \ V con imperio, como . . mira, . . ; . tía. ' tia, anoche in- : Yo . . - escribí la carta. ... - está. , . voluntariosa. : ' . fuese? Será lo que tú quieras. consentida.... aquí . }'-'}'\í.,,.; no puedo negarte nada. — Pues . ;.;'.~:\-:;_ quiriendo la voluntad de su — ¿Si tú. . . quieres. .- si . muy bien. lo sabe. él . siga usted. ... te portas — ¿Y hija. . . -. Debajo de una estatuita que representaba á Apolo cogido de por un cupidillo ala- la oreja y en actitud de lanzar con la mano que le quedaba libre una de sus traidoras flechas, yado, cía una esquelita que Anselma extrae cuidado- samente para no — ¿Es — la carta Sí. ... las, sobre ajarla. y allí el duró. de. . . La forma . vale. despedida? están sus cartas. ,, . . . tóma- . VELEIDOSA S.' — .! Bien, se lo enviaré todo. niña, diez y seis años, ¡y Y apenas tienes, van cuatro! | Por toda respuesta, Anselma hace un gra- y una sonrisa de cioso mohín, dibuja en sus labios rojos satisfacción se y húmedos como una guinda reventada. I Genoveva vuelve á poco. Ha entregado carta, un criado un criado posilla porque se la sale el ha llevado. amor de la En manos de aquella casa. Mari- de alas doradas, ayer viva, hoy muerta; así mata Anselma; sin piedad, sin mi- sericordia. ... — ¿Ya está? — Yá. ... ya no remedio. — Mejor. — ¿Adonde vamos ahora? — ¿Adonde dónde iremos qué tiene ? ¿ ? ¡ ¡Ni á dónde —A —A — Iremos. — fastidio ir! de Plateros. la calle ver. ... ¿lo de siempre?. ... nó. allí . . nó. . Calla; sé . adonde. ... sí. A la Academia de San Carlos. Y cantando, alegre, risueña, Anselma se vis- í; VELEIDOSA tió, se emperejiló, se que le se llama puso guapa, muy guapa, porque podía negar; y se asomó de su para tía el 9 al sí señor; lo lo era; no se balcón en espera Genoveva, que aun daba sus órdenes buen servicio de la casa. ;' III S natural, lector, que desees informarte de quién era Anselma, y no te cansaré ^^^ mucho para dártela á conocer. Huérfana á los cinco años, había sido re- cogida por Genoveva, hermana de su padre. Genoveva gozaba de cierta posición, era in- y además, que económica como buena dustriosa de profesión, si así puede esto es lo principal, solterona; solterona decirse, pues jamás pensó en casarse. Casa propia en dice, el centro la Alcaicería, como quien de México, y una renta de dos VELEIDOSA 12 mil cuatrocientos pesos anuales le aseguraban más que holgada, para ella y para á quien tenía la debilidad de amar subsistencia, su sobrina, hasta exageración. la Habíala educado como á señorita de casa grande, cuidando, á consecuencia de aquel mi- mo, más del cuerpo que del alma de más de las prendas físicas que de la niña, las cualida- des morales de aquella criatura, por otra parte bastante bien inclinada. Aprendió á Dios y leer, escribir ella quisieron; y contar porque porque el cielo la dotó de inteligencia y porque su curiosidad, que era mucha, la arrastraba á indagar lo que decían aquellos libros que su tía leía con tanta avidez y con tan sobrada tenacidad, incesantemente; pues Genoveva no hizo nunca otra cosa en su vida, que leer cuanta novela Anselma, desde los once cayó en sus manos. abriles, fuera ratos que dedicaba voluntariamente y de la hora destinada á la lección, de los al estudio, ocupaba él día en componerse, en mirarse al espejo, en ju- muñeca y en asomarse al balcón. El balcón sobre todo. Puede decirse que en él vivía. Su casa, por consiguiente, era la calle. gar algo á la VELEIDOSA La calle ;> 1||^ de su casa, concurrida siempre, era su teatro. Conocía á todos los personajes que frecuentaban su largo escenario y estaba altante del papel más que representaban, Pero le entretenía, lo que absorbiendo su atención, eran las escenas amorosas del vecindario. Se sabía al dedillo la hora de las citas allí esta- en todo tiempo, testigo implacable ba, firme, Tomasa, del coloquio del amor. ra, y Exaltación, Lucía. . sobre todo Lucía, . . Elisa, Isido- su vecina de enfrente; hábil, traviesa, interesante, muchacha de flores, de cartas, de besos volados, de suspiros y de lá- grimas. que . . . todo allí. . . . venir, de delante de Anselma miraba llena de contentamiento, embe- lo lesada, que hasta la oía, su amorosa exaltación los, y ir Lucía dejaba cuando en medio de y en el calor de sus ce- caer, balcón abajo, sobre su novio, aquella tempestad de enojosas palabras, de amenazas, de imprecaciones, que termina- ban siempre en un diluvio de llenas frases cariñosas de arrepentimiento y de pasión. Sistema admirable: enseñanza- objetiva. Genoveva entretanto devoraba á Escrich, Dumas y á Fernández y González, y se empa- . VELEIDOSA Hí paba lla, la fantasía en las inspiraciones de Zorri- Campoamor y Becquer Espronceda, sus poetas favoritos, y en lo cual razón tenía. Era preciso, necesario, indispensable Anselma, al de divagar el muy poco cabo de ánimo en que tiempo, dejase los entretenimientos de sus vecinas. Ella debía también tener un novio; pero comenzó por cuatro ó Corrió los chicuelos seis, señitas, el recados. de . . la . vecindad, nada. . . tiempo. Era preciso un novio for- mal, y lo tuvo. A Genoveva le cayó muy en gracia y le pareuna monada, y hasta se imaginó quién sabe qué cosas de su sobrina, al pensar en la preco- ció cidad de aquel corazoncito, impresionado vi- va y profundamente — "¡Qué al comenzar sus latidos. sensibilidad tan exquisita revelaba aquella inocente alma, entregada tierna aún! ¡Qué le reservaría el al amor tan porvenir de su- y amarguras, cuando tan niña y tan pura, derramaba en el altar del amor las primi- frimientos cias de su llanto; Era el las lágrimas del infortunio!" amante también un niño; alumno del Colegio Militar, imberbe y bonito con su uni- forme nuevo de gala. VELEIDOSA ' Una noche Anselma Acababan de sonar de Lucía sultaba - . ! el balcón. El amante las oraciones. por tres veces. Apa- arde Troya. El amante re- . de todo punto. infiel; desleal me, villano prueba, estaba en llega, silba, silba rece Lucía y. 15 — — exclama Lucía. —Aquí tienes la de tu traición y de tus el testigo dades. — Le coge, enmudece y Lucía continúa: arroja un papel, el ¡Infa- amante false- lo re- — ¡Niega, niégalo ahora, malvado! ¡Todos los hombres son iguales! ¡Adiós! de — Y desapareciendo balcón en ademán vio- la persiana, cierra el lento y tras trágico. — ¡Todos los hombres son igun.les! repite Anselma, más conmovida aún que su vecina. Al alumno de día siguiente, el Militar fué despedido la porque "todos Escuela los hom- bres son iguales." Y terminó An- así la primera aventura de se rió mucho, á más no poder. selma. Genoveva Anselma al contrario, lloró trascurrido apenas ña el sustituto. leyes, acicalado un mes, entraba en campa- Era un y mucho; pero rico, jovencillo, pasante de bastante rico; buen ji- . |6 VELEIDOSA ¡i A los seis nete, valsador incansable. meses de relaciones fué reprobado, por tercera vez, en exámenes y su padre sus envió á educarse lo á los Estados Unidos. Aquello fué espantoso. Duró ocho días el extrago que comenzó á di- siparse con la lectura de la primera carta del ausente; una carta de ocho pliegos. Carta vá y carta viene; muchas impaciencias, muchos viajes al correo, viajes personales; poco á poco aquel amor epistolar murió de frío; mejor dicho, de cansancio. Anselma se aburría; fué necesario llevarla á toda clase de diversiones, y una noche en teatro. ... en el teatro se melos fijó en que unos ge- disparaban con tenacidad le foco de sus lentes, y el el poderoso por vencida. se dio El tercero entonces se presentó en escena. amante vulgar, cribir. . . . ma, ya en fastidioso, muy aficionado á es- Cada vez que hablaba con Ansella casa, la plática, le ya en el balcón, después de entregaba un papelito que exigía una respuesta. Aquello era con al los extras, desdoblar cayó al con las sorpresas: v. gr.: la servilleta suelo un terrible sin contar billetito. un día, á la hora de comer, Otra vez en la igle- VELEIDOSA •sia, al La última abrir el libro de misa. un al ir á baile, oculta en guante izquierdo, una 17 ocasión dedo pequeño del el de papel delgado tira con dos cuartetas copiadas de una bellísima poesía popular, en voga entonces. Intolerable, perfectamente intolerable, cayó encima Anselma la sentencia: y le despedido. se pasó los días decepcionada, in- quieta, sin sosiego, sin alegrías, sin sueño; pero ,.;-.: sin novio. La temporada fué larga: bíase, Y le le la misma hacía falta aquel bultito como ella misma :, más de un Eso era excesivo; hasta á noveva 1. - al año. tía Ge- cual ha- solía decir, habituado. tocó su turno, pasado este tiempo, á Carlos; al Carlos cuya época alcanzamos aún, en su última noche, Dos años aves en al comenzar este libro. vivieron estos amores el nido. v como '-: . .; : -. las I V NSELMA acababa de cumplir diez y nueve años; pero Genoveva, que con- a^^^' taba mal cuando le parecía conveniente, se los tasaba El corazón de do ya, y este en diez y la muchacha le - se había forma- amor de Carlos habíala impresio- nado vivamente, Carlos seis. í' '- •'( ; enseñó muchas cosas que ella ig- noraba, la dedicó á la lectura de los buenos libros, se jiera al empeñó en que bordara, en que gancho, en ocuparla, así fin, te- hizo todo lo posible por como quien no quiere la cosa; to- VELEIDOSA 20 do para substraerla del balcón, de la novelería y de los chismes de la calle. Genoveva observaba aquel cambio de los hábitos exteriores de su sobrina con indiferencia, sin darle ninguna importancia; era igual, como que la niña solamente lo hacía por sa- de un novio temático y hasta cierto punto ridículo. Así al menos le tisfacer los caprichos parecía á Genoveva. Mas en la aconteció que Carlos recibió su título Escuela de Ingenieros. Su posición so- cial sufrió un cambio favorable. Tenía tección del Ministerio de Fomento. emparentado con un y se le pero jefe de tío al fin, le tenada suya, Estaba de los trabajos límites. de sección, su mismo tiempo pro- de sección, influente; propuso un destino en la cuestión Este jefe la le tío en cuarto grado, hizo las proposiciones, y al metía por los ojos á una en- muy bella, juiciosa, que nunca había tenido novio, un poco tontuna y here dera al mismo tiempo de un • capital de consi- deración. El porvenir así estaba hecho. Carlos meditó, reflexionó, pidió consejos aquí y allá ó se los dieron á veces sin pedirlos y. . . . te- • VELEIDOSA nía lo V:.J. •;_ . Jf;i: que suceder: Anselma era un estorbo. Ella comprendió. lo adivinó. ... se conven- y después de muchos días muy largos y de muchas noches más largas aún, de ció al cabo, celos, de insomnio, de desesperación; después de buscar por todas partes algo que jera, otro á fin, la distra- quien querer, una nueva ilusión en antes de despachar á Carlos con la música á otra parte; una tarde, después de una escena violenta entre ambos, durante la cual ella afir- maba y y con él fi-ases solución. negaba, pero negando con tibieza entrecortadas y vagas, su re- El amor propio antes que nada: es- cribió la carta aquella de despedida, lacónica, terminante. día, tras ' ^ Ya sabemos cómo de ese tomó ñié enviada, al amanecer una noche de desesperación y de mal dormir, y ya sabemos también que acababa de vestirse para Academia de Bellas Anselma tenía un ir á entretenerse á la Artes. plan. , '-' .; \J 'y.- BA por la acera seguida de su llando con su hermosura lo '^^^ un arro- mismo que brazo de mar. Alta y delgada, envidia en las mujeres y ad- miración en los hombres despertaba ta, tía, al ser vis- aquella mujer tan joven, tan esbelta, tan airosa; y qué original el ligero movimiento on- dulante y voluptuoso de su cabeza; y qué donaire, al andar, en el estrecho círculo de la cintura, sosteniendo el busto elegante, sobre la movible y desenvuelta cadera que parecía derrumbarse. Y así iba, así, tocando apenas el VELEIDOSA 24 suelo con los diminutos pies primorosamente calzados. Altiva y majestuosa, mirada á al sentir la veces inquisidora, á veces impertinente de unas y al oír el ¡ ah de ! la las sorpresa de los otros, dejaba vagar una sonrisa sobre sus labios en- y desdeñosos, y afirmaba el paso y seguía su marcha imperturbable lo mismo que treabiertos una reina orguUosa cruzando por en medio de sus cortesanos. De cuando en cuando miraba á alguno con esa mirada penetrante que sabe cuánto vale, y luminosa de y la mujer satisfecha de su triun- fo, cerraba un rápido instante cel de sus largas pestañas, instantánea sombra el enrejado can- que pasaba sobre sus pupilas como una nube obscura por Entró en el sol. la Academia cuando acababan de abrirse las puertas de sus vastas galerías. Poca gente había bre, especie allí. Era aún temprano, y un hom- de cicerone, trigueño, melenudo, se les acercó para servirles de guía. en el salón de la pintura antigua, Anselma se Acababa de mirar lo que había Apoyado con el hombro en el mar- estremeció. ido á ver. Al entrar ';:?$ VELEIDOSA co de una puerta, con cierto abandono, con aire triste, con la vista clavada en una figura de Baltasar de Echave, estaba un mo hombre de veintiocho á treinta años, moreno, pá- mirada abierta en unos ojos obscuros y lu- lido, cientes, rizado el pelo el traje, toro, menos la y negro, y negro también corbata color de sangre de hecha lazo por delante de un cuello blan- como blancura de Ni en Anselma ni en su tía co y lustroso otros grupos de visitantes mento invadían tiempo, en saba se así co- el dintel de la reparó, ni en que en aquel mo- pero pasado algún la sala; que Anselma traspa- instante en el porcelana. puerta en que mantenía- apoyado aquel hombre, atraído mente por la voluntariosa hirió sus ojos, volviólos irresistible- y tenaz mirada que bruscamente apartán- dolos del cuadro, hacia la resuelta dama, ba- jándolos en el acto, desviándolos de aquella y poderosa pupila que le bañó el semblante en luz, como la llamarada de un reardiente lámpago. Anselma pasó; pero escuchando de una pisada que tras ella la suya andaba, dejándola de oír iba, si el rumor sonando se detenía. si 26 . VELEIDOSA . Penetraron así en el salón del paisaje. An- selma se detuvo frente á uno, hermosísimo, lle- no de verdad y de seducción. Un rincón del mundo en un pedazo cua- drangular de tela preparada. El la como cielo, azul hora de el cielo puesta del la sol. del Anáhuac, á Una ráfaga de viento movía aquellas ramas, aquellas hojas, y sonaba entre el follaje con melancólido ruido. y una paloma Se desbordaba la fuente prendida por golpe del agua la baldosa, el al sor- caer sobre tendía las alas para emprender el vuelo, sin satisfacer, acaso, la sed que la devoraba. Así se explicó respondiendo tos, el pintura, vez á sus propios pensamien- temerosa de que más ella tal Anselma aquella el amor que la seguía, por ligero incidente volara lejos de ella, de que tenía en su pecho apagar sin límites, para alma sedienta de la la caricias fuente de ternura sed abrasadora de y de amores. — ¿Quién ha pintado ese lienzo? preguntó al cicerone. — Está firmado, — Ah! verdad. no había reparado, — exclamó Anselma, — y aproximóseñorita. ¡ sí. . . . es - ... " lo VELEIDOSA , se al cuadro rojos: — y leyó en caracteres diminutos y Salvador Morello. Allí está muró el él, señorita; detrás de usted; mur- cicerone. — ¿quién? — Salvador Morello. Allí está al 2"! . v ;• : . . Cí ^ .' , Anselma volvió el rostro y miró de nuevo hombre pálido y vestido de negro. Pero esta vez fué ella quien bajó los ojos. E conoció en lo la calle; dos ó tres veces había visto, impresionándose con Wi.<^^ aquella fisonomía franca, hermosa y simpática, fuertemente simpática. Aquel día, al pasar junto á él, rado con intención. Le gustaba, Anselma ignoraba quién v lo - había mi- lo quería. era; eso nada im- porta á una mujer. ¿Por qué los sentidos, le habían herido profundamente primero el hombre y después pintura? ¡Quién sabe! Eso no lo sabe nadie. la ! 30 VELEIDOSA r Desconocidas atracciones, lazos misteriosos, un rayo de de luz, roza la luz que se encuentra con otro rayo una ola con otra ola, el ala del hoja del árbol. . Anselma en alegres, soñó el . . ¿Por qué?. sus tristes horas amor de un ave que y en artista. sus horas . . .¡cuán- sueñan tas lo Entre artista, el cuadro, delante de sus ojos, inmóvil á su espalda, sorprendió mundo, en un instante. Un mundo y ella el un que era suyo. Se volvió, arrastrando á andar, pasó junto á él, sangre, arrojada por el Genoveva; echó á volvió á mirarlo y la corazón en brusca sa- cudida á su cabeza, enrojeció sus Como ya era, se le conocía, creyó con el como mejillas. sabía ya quién derecho de saludarlo y le saludó con un ligero movimiento, imperceptible casi. Salvador Morello se ella. salió á la calle tras de VII LLÁ iban, el uno en pos de la otra, arrastrados por — 7)^:^^<r i el destino. Has reparado, que nos sigue? ^ tía, en ese hombre -r — — Pues yo amo á hombre. — ¡Anselma! —Y me ama también. — ¿Y cómo sabes? — Una mujer como yo nunca equivoca. — Presuntuosa. —Ya "•^- Sí. - -----y ese bien, él ; , í^ lo se . lo verás. ^ '; "^^ ^ ; - . . VELEIDOSA 32 — Pero ¿quién es?. .. Por su parte, Salvador, que muraba entre — ¿Quién yo tengo que las seguía, mur- dientes: será esta mujer? decididamente ir tras ella hasta el fin del Marchaban muy de mundo. prisa. paso un ami— ¿Salvador?. llamándole. — Hasta luego — Oye, Salvador. — Hasta después, contestaba á — Una Salvador. — Más ahora no. — ¡Moreilo! — gritaba un — Un . . . decíale al go, chico, adiós. ... otro. le palabra, tarde. . ... . . . . tercero. le instante. ... — Está — Pero. — No. bien. . ... es . . nos veremos. ... que tengo que hablarte. ahora no. . do detenerme. — Es que. ... — Voy muy ocupado! ¡ . . . . . por favor, no pue- VIII INTOR, alumno de sajista, discípulo ^^^ tudioso, muy la Academia, pai- muy es- de Landesio; pobre; alma de corazón de oro, artista, '! Eso era Salvador Morello. Habitaba una vivienda en la calle Su el número 13 de de Tacuba. familia, para sus recursos, numerosa. El arte no daba, y menos encerrado en taller del maestro. Se emancipó, el Era preciso hacer esfuerzos. se declaró en rebeldía. Pintó sólo. Iba á buscar al campo en las ma- VELEIDOSA 34 ñañas y en las tardes, la verdad de sus concep- La ciones, lo real de sus ensueños. tronco, la rama, la hoja, la flor, la corteza, el piedra; el co- lorido, el tono, la distancia. ... Buscaba la composición en su armonía en sus recuerdos, la espíritu, la belleza en su genio. Pasaba encerrado en su estudio largas horas del día, solo, delante de su caballete, con su pa- mezclando leta; los colores, emborronando los lienzos. Era admirable en el detalle. precisión de su dibujo. Pintaba Sorprendía triste, la melancó- En el azul de sus lagos se reflejaba, casi siempre, el azul del cielo de las tardes inver- lico. nales. el Lo ansiaba y nunca había contemplado mar; fué á playa y pintó una docena de uno de estos lienzos el agua esla marinas. En piraba en la ribera el sol trasponía el en mansos rizos de espuma, horizonte, cruzaba y un lirio, solitario y de un médano de arena. espacio, pie En su estudio, triste, se como quien su templo, se sentía bien, una ave muy el abría al dice, su hogar, bien; sólo allí. Del lado del Norte una gran vidriera cubierta . VELEIDOSA ;.; 3$ :" con una cortina de color obscuro, corrediza; hacía él la luz á su antojo. Sobre la mesa, sobre arrimados á las sillas, de estudio, los lienzos un . . sin fin. . cartones en bastidores, á medio preparadas. Cuadros comen- restirar, las tablas zados. las paredes, los muchos. Bocetos. . . . apuntes. . . Algunas pinturas de su maestro, de sus compañeros, de los muertos sobre todo; varios cuadros místicos que tenía taurar; remiendos. muy lindos, glesa, Dos para res- cuadritos de paisaje, de Apián; paisajes de escuela y un manequí que á veces, sus figuras, De allí le servía in- para diseñar, ..v' repente llamaron á la puerta; tres gol- pecitos dados con timidez. — Adelante, dijo, í- -1 Entró una mujer del pueblo con una esquela en la mano, :; — Buenos — Buenos — Traigo á usted — ¿Una esquela?. ¿de quién? — No me dieron para días. V ' i^- días. esto. ... ... lo sé, señor, la traer. Adiós, señor. — Adiós. ": ^ ' — :V • /" VELEIDOSA 36 Abrió Morello el sobre. Temblaba de emo- ción; lo presentía, lo adivinaba. " Estoy decidida á estudiar pintar lo mismo que el usted, ó al dibujo quiero ; menos lo pre- tendo. ¿Podría usted darme una lección diaria, Sr. Morello? Si no tiene usted inconveniente, espera á usted en esta su casa. Su servidora Q. B. S. M., Anselma González." Alcaicería, o. Ante la audacia de un hombre, la mujer casi siempre se iergue, combate, rechaza; ante más ligera insinuación de más si do, cae. es bella, el la una mujer audaz, hombre, mareado, aturdi- .-S-'f . IX A sala á media luz. frente al balcón, en ^^^ cierto resortes muelles, Cerca del ángulo, un sofá amplio, de Anselma echada con abandono y vestida con un traje blanco y vaporoso. El iris de sus ojos de un azul transparente y límpido contrastaba con de su pupila dilatada y En el la negrura intensa brillante. otro extremo del sofá, en actitud con- templativa y absorto, el pintor. Genoveva sentada en un leyendo á favor de la luz sillón, algo lejos, que entraba por una . . VELEIDOSA 38 puerta entornada. y llete No lejos del balcón Sobre una el lienzo. silla la Las pinturas de caja de colores. muchos días que no ¿Para qué? Era un pretexto. cas. . . hacía — Y. . la el caba- paleta y la paleta se- se pintaba. ¿nunca pensó usted en casarse? pre- guntó Anselma interrumpiendo bruscamente el silencio. — Nunca. — Sin embargo, habrá usted tenido relacio- nes. ... es decir, se habrá usted enamorado. — Muchas — ¿Muchas veces? — — Entonces usted un hombre — Seguramente, veces. ... • Sí, señorita. será tante. . . . incons- veleidoso. señorita. Otro silencio más prolongado aún que el an- terior. — ¿No usted hoy? Pintamos y después. — No, hoy no; mañana. no me pinta días sólo tres . . ... siento bien. — Entonces. de levantarse. ... Y Salvador hizo ademán ,. VELEIDOSA — ¿Se va usted? á pesar mío. — — ¿Tan pronto? No. no Sí, r'39 w- señorita; ... -v J.-' ... vaya usted se tan pronto, converse usted un rato más. un . . ratito. — Con mucho gusto. — — con mucho ... -- " Gracias. Sí, señorita, gusto. Morello volvió á sentarse, acomodándose co- mo el que se va á quedar; pero sin hablar palabra más. Genoveva una -; ; se hallaba engolfada en un terri- ble pasaje del Judío Errante. Leía en el capítulo el aquel que refiere cómo Rodín, azotado por colera asiático, lucha á brazo partido con la muerte. Genoveva pues, no estaba allí, se en- contraba en París en plena epidemia. — Y. . dígame usted; pero con franqueza. Antes de todo ¿será usted franco conmigo? — Lo seré ¿por Diga pre. usted. — Actualmente. de. . . . sí. . . . ¿está usted . . . . enamorado alguien? — Actualmente. que qué no? Lo he sido siem- la verdad. .... creo . VELEIDOSA 40 —Y ¿ella? — Pues ella. ... sará, señorita, no yo no sé. ... le no sé qué pen- he dicho nada. — Teme usted acaso. — todo temo. ... Tengo miedo de no ser correspondido y tengo más miedo aún de serlo. Es incomprensible ¿no es verdad? Pues, lo Sí, . . . parece incomprensible; pero no es mujer me desdeñara, sentir el dolor se, creo que me dolería; yo no quiero de su desdén. Pero, me Si esa así. si me ama- enamoraría locamente de ella y yo no quiero enamorarme locamente ¿comprende usted? Necesito arte. el arte, adoro en él. . . arte para la vida y la vida para el Esa mujer absorbería mi ser entero; para el mis pensamientos, mis aspiraciones, mis ella delirios, tista rra Amo mis días y mis noches. Necesita el ar- tener ojos para la naturaleza, para la con sus límites; para ojos en los ojos de su irían á el cielo sin ellos. tie- Sus amada ¿ qué verían ? ¿ qué buscar con ávida mirada en los reduci- dos círculos de dos pupilas de fuego, negras como los abismos, profundas como los abismos ? Nada y todo ¿ me entiende usted ? Todo, porque allí está el amor y el amor enaltece el . .. VELEIDOSA 41 espíritu, lo ilumina, lo inflama; el za. .. despierta. . Nada, porque me está el . . . . de sombras, . lo hiela; el debilita. . . fondo de su corazón. el ¿cree usted que yo lo sé? ¿Puedo adi- ¿Qué vinarlo acaso? sí, amo, la . . lo sé. ... Así no he amado. . mí? será esa mujer para Hasta hoy, un enigma. amo empuja. . amor y el amor depri- adormece. de su pecho, en . . pupila negra de la mujer adorada, den- la tro . fuer- Todo depende de lo que hay allí detrás enerva. Y. remora. es conmueve. . . llena el espíritu, lo amor de allí . amor es . . un misterio. no . me queda Amar de . La . duda. esta manera, amar; y por eso vacilo y por eso dudo y tiemblo y tengo miedo. Si esa mujer me coes y olvidándome después me engañara, causaría mi muerte. Me mataría rrespondiera . yo me ó, dejaría morir Basta Y es lo mismo, y. Adiós, señorita, adiós mañana ¿ eh ?. á usted. que . . . . . . . . . . hasta cuántas tonterías ¡cuántas tonterías!. . he dicho le . diciendo y haciendo, dominado por los pensamientos que expresaba, maquinalmente había tomado su sombrero y dando golpes con él sobre su rodilla derecha; andando mientras 6 . . VELEIDOSA 42 hablaba, andando — andando. tró fuera de la sala y ganando se encon- la escalera, cu- yos peldaños bajó de dos en dos, salió á la calle. — Y bien viendo en sí exclamó Anselma, vol- tía. de su estupefacción. ... —Y bien ¿qué?. . . . ¿Tú sabes, hija ' mía que Eugenio Sué tenía mucho talento? Rodín es un gran los escritores, los tipo. . . . Sólo que hacen j Ay así se ¡ los pintores no han escribir, tocar y pincomprende que hagan lo Qué Rodín. pedazo de mi vida leas esto. ... Seguramente que . músicos y de hacer otra cosa que tar. . . Este ! . . . qué Rodín es necesario que ! . tú ,,: -y: L salir Salvador á la calle y emprender el camino de su casa, se encontró W^<§>'^ ^^ antiguo discípulo suyo, bía dado en la Academia al con cual ha- lecciones de dibujo y perspectiva. Era Antonio Rojaso, precisamente aquel jo- lineal vencito alumno de la Escuela Militar, novio de Anselma. El muchacho había crecido; con gún trabajo se atusaba ya algunas veces la al- ex- tremidad de un bigotillo naciente. Aunque mucho menor que Morello, era sin embargo Rojaso como se dice vulgarmente, un . . . . VELEIDOSA 44 tanto igualado y trataba á las gentes mayores de tú por vamos, tú, sin etiquetas, ni reparos; se subía á las barbas. — ¡Hola, tamos?. y ¿ qué . . tal ? . hola!. . . Sr. Morello. . ¡si usted supiera!. . ¡si diferencia, afectada . in- por supuesto, porque cada "si usted supiera" había llegado á su co- razón lo mismo que un —Y va á aprender que . usted su- — ¿Qué cosa? respondió Salvador con uno es- mucho gusto de ver á usted. ¿ Muy bien ? ¿ La discípula es apli- cada?. ... ¡Si usted supiera!. ... piera! .... ¿cómo . es el dibujo. ... la martillazo. pintura ¿No? Pues no dibuja mal. . lo . dibujos suyos? — ¿Usted había — ¿Pues no había de ver? — ¿Sí? Y. ¿cuándo? — Hace ya algún tiempo Al visto los . . . fin no ted es persona reservada usted á nadie me us- se lo dirá guardará usted el se- creto. — Sí, por supuesto. .. El corazón de Morello violenta latía de una manera y un malestar desconocido ba su cabeza. trastorna- . . ¡^ VELEIDOSA 45 á — Porque no quiero que Anselma que yo — No, hombre, no. y ¡cómo ha de saber llegue lo cuento. decir ... que hemos hablado! — Eso sí. no ha de . . . tiene usted razón. . . . usted decirle nada. ... ni en chanza. . . Pues ha de saber usted que fué mi novia. . . ¡yo la enseñé á querer! — ¡Ah! ¿Sí? pues debe usted de satisfecho — Que porque es una mujer. vale mucho ¿no es . estar muy . verdad? qué in- ¡qué ardiente! qué graciosa, y. ¡No he conocido yo una muchacha más ar- teresante, . . . ' ~ diente! ;'\ Salvador se puso pálido. ... — Lástima. . . . continuó Rojaso, es lástima que sea tan vanidosa y tan coqueta co- queta sobre todo. ... — ¿Coqueta? No me ha parecido. — Con parecer formal y serio .... ese aire al ¡ ha tenido tantos amoríos ra!. ... ¡si ... ! . . . usted supiera!. ... ¡si usted supie- Ir XI E pasaron muchos días sin que Salva- dor apareciese de nuevo por casa de Genoveva. ^p^^* Anselma lo que ¿ Qué se había hecho de él ? se desesperaba. es dormir, nada. . . . . . . Casi no comía y Testigo de aquel gabinetito que ya conocemos. ello, La lám- para de Santa Rita ardía incesantemente. Todo lo . . . que deseaba, cuanto quería, sus me- nores caprichos, eran pedidos á la milagrosa abogada que parecía mirar á su devota con dulce lástima, con expresión compasiva; y da, imperturbable, aparentaba ofrecerle á muAn- VELEIDOSA 48 selma con la todo cuanto serenidad de su mirada cariñosa, le pedía. En aquella mirada leía siempre una esperanza; adivinaba la pedigüe- ña una promesa. En este ! punto conservaba Anselma dorosa y sencilla fe dad de conseguir como realmente ras su de la quería can- niñez; tenía la seguri- que deseaba de lo la al pintor, la santa, como de pensamiento no tenía más norte, ni y ve- más más objeto que aquel hombre que surante sus ojos, de todas partes; su misma mira, ni gía, sinceridad la alentaba en su de las misma la interior, el triunfo Rezaba todas se, y noches, antes de recoger- además de la oraciones que ella sabía improvisaba allí, de la primo- novena, multitud de y sin darse inspiración valiente prometía, de sus anhelos. rodillas, al pie del altarcillo rosa imagen, le otras muchas que cuenta de aquella y generosa que ponía palabra en sus labios, para volar ra, ferviente, suplicante, llena la al cielo, cla- de unción y de ternura. Nunca, y era la verdad, había experimenta- do Anselma ese doloroso malestar que hoy afligía y en medio de la ser doloroso, le gustaba; . ! ! VELEIDOSA con se sentía bien ' 49 deseaba él; el placer, la sa- tisfacción de sus deseos; pero no quería dejar de Con aquel sufrir. fundo sentía acabamiento pero sen- físico; noble satisfacción y la virtuosa entere- la Y luego. za de todos los martirios legítimos! la y pro- también llena de fortaleza moral. Gozaba tíase de el martirio pausado duda. ... la espantosa duda con su cortejo de negras sombras y de heladas cumbres y de Mo- insondables abismos. Esa mujer á quien amaba ¿quién rello Y ¡si allí. . era otra! . . con su dose en sus era? ¿ Era Anselma? momento estaba en aquel ¡si ídolo, ojos, Ella? ¿ con su adoración, mirán- respirando su aliento, opri- miendo sus manos, besando su boca i no ¡ no ! Cuando " . . . " ¡ Oh estas bárbaras ideas entraban en su cerebro para atenacearlo, aun cuando estuviera de levantaba, tiraba el rodillas rezando, se cuadernito de y arrojándose sobre su la novena, lecho, desesperada, gi- miendo, con incoherencias de loca, se deshacía en lágrimas que no acertaba á contener, que no se atajaban como no se ataja la sangre de una herida que está abierta. Todos los días, Anselma, escribía cinco ó seis VELEIDOSA 5° billetitos llamando á Salvador con tal 6 cual pretexto; pero cinco ó seis veces se arrepentía, haciéndolos pedazos. uno, el honda desaliento, Cada vez que rompía una especie de desmayo, de tristeza, tristeza de cuerpo y de alma, se apoderaba de su organismo, aniquilándola, hundiéndola en la impotencia, en más amar- el go desconsuelo, y clavaba los ojos en los pedacitos de papel que arrastraba el viento por el piso, porque esto lo hacía de su casa, donde había en la azotehuela aire, luz, flores Aire, flores y luz que necesitaba la pobrecita, la pobrecita que se moría por primera vez de enamorada. , Como era de suponerse, este alboroto alcan- zó también á Genoveva. Dio de libros, porque era natural: la taba desarrollando á sus ojos, de ella, la mano á los novela que se esallí mismo, cerca abstraía con sus escenas palpitantes y vivas. La novela escrita era novela muerta. ¿Qué podría interesarle más que Anselma? Nada. Intentó llevarla al teatro; imposible. Habíanla invitado á pasar un día, santo; la fiesta era en Santa Anita, un día de el viaje en canoas, con músicas, con flores, gran comida, . VELEIDOSA 51 Antes, Anselma se moría canto baile, ' í; por todas estas cosas. La muchacha no . . ¡imposible también! . más que quería el encierro, eso le gustaba. Sola, en la soledad de su gabinete se sentía mejor que en ninguna otra parte. El balcón estaba tapiado para un muro de cal y había faltado un lazo en la con Hasta en su vestido canto. se notaba negligencia, descuido. en ella . el cuello, . Jamás le ni una flor . cabeza; acostumbraba atar la extremidad de su cabellera trenzada, con una cinta roja ó azul. . . . ahora no,. ... cadejos al final el y flotaban cabello se abría en hebras de oro las virgen, sueltas al viento. Genoveva no soportaba ya aquella situación; su deidad languidecía. — Se acabó, al cabo lo . se acabó, . murmuraba. Sucedió que tanto temía yo da, perdida, de remate. . . Está enamora- Y se resolvió á hacer lo que tantas veces había pensado, Llamó á Morello. Pero Morello estaba en sin atreverse. .^ el campo, lejos, quién :^ sabe dónde. Entonces tomó una nueva determinación. Se propuso regañarla. í ^ VELEIDOSA 52 Inútil, inútil sin en todo: Anselma murmurar; bajaba llanto. Era peor. oía los regaños cabeza y se deshacía la Cada lágrima de aquellas caía sobre el corazón de Genoveva como una gota de plomo derretido, Había que esperar. Genoveva hizo ' lo que hacen todos. Se entregó en brazos del tiempo. ^•3»r XII RA una noche baile, ^^^ rello á ñol. la un gran A espléndida, dábase un baile en el Casino las diez Espa- en punto llegaba Mo- puerta del hermoso edificio iluminado como el día. Vaciló al entrar. te estaba allí, ella, Ella seguramen- á quien no había vuelto á ver durante cuatro meses. Todo ese tiempo se pasó fuera de México. Creyóse curado hasta aquel instante, hasta aquel que herido por de un til, vals, se la luz mismo y herido por imaginó á Anselma, alegre, cogida de la instante en los acordes bella, gen- cintura por un galán, 54 VELEIDOSA : con los brazos descubiertos y seno desnudo, el delizándose por los salones en voluptuosos giros en el vértigo de la alegría. — No murmuró ' no no la quiero ver. ... I ' Pero su vacilación duró nada más que unos segundos despojóse del sobretodo y aplastando su klac, entró resueltamente. ; Nada más de grato que penetrar en un salón nada más halagüeño, nada más baile: cemente conmovedor. trajes, qué atavío, elegancia en los qué limpieza. Todos brillantes, todas las frentes serenas. Qué No los ojos bocas sonrientes, todas las se habla de negocios, no sombra de las se habla de tristezas; hasta la desdichas humanas huye de las dul- allí espantada, y lúgubres ideas se escapan del cerebro de los mortales para refugiarse en venir. .. Un . las lejanías del por- ¡donde hay nada! I instante, Salvador, al respirar aquel am- biente tibio y perfumado con cien perfumes, se olvidó de todo. De repente llevó la mano á su pecho para oprimirlo, su corazón acababa de dar un vuelco, y por un segundo creyó que no volvería á latir. Vio á Anselma y Anselma lo VELEIDOSA miró á ^ Sintió en su rostro él. sajero frío y Toda tosió. 55 í • un extraño y pa- sangre había acu- la dido á sus pulmones cortándole el resuello. Hizo un esfuerzo supremo y volvió para seguir con de aquella visión vestida la vista raso color de granate con adornos y tul los ojos negros, que había pasado á corta distancia del en que se hallaba. Volvió á sitio res á buscar aire y garrillo, dos. tres . . . distracción. humo de arrojar el capaba con él que Le . . . un ci- parecía que más al se es- se llevaba el viento el viento? Ilusio- nerviosidades. Cuando volvió al salón estaban haciendo una figura de mento corredo- Fumó su pecho, algo Pero ¿qué se había de llevar nes. los cuadrillas lanceras; era del paseo, la marcha triunfal de el la mobe- lleza; sorprendido en su camino se replegó hacia el marco de una puerta, pegándose ' al quicio para dejar trecho á la tropa de parejas que desfilaban delante de Las faldas de al pasar. La él, de dos en dos. rozaban sus rodillas los vestidos vio. ... se atrevió á mirarla. ... venía. ... se acercaba. . .V. Anselma, ya próxima á él, ' llevó la mano de- VELEIDOSA 56 recha á su pecho, y arrancó de un ramito de flores una. y le que llevaba prendido sobre su corazón, Ya junto de Salvador, extendió entregó la flor. do, la cogió con El, aturdido, mano el brazo deslumbra- temblorosa, y oyó, mur- murada en voz baja, pero al mismo tiempo breve, distinta, como una orden, como un mandato, esta sola palabra: — Mañana. XIII E levantó llante. ^^^ ció á . . el sol brillante. . . . . muy ¡Qué hermoso día le bri- pare- Salvador después de tantos tan y tan mudos! ¡Todo le hablaba al alma esa mañana! ¡todo tenía para él encantos y tristes sonidos! Y ¿qué sería para Anselma?. de madrugada abrió . . . ¿que se- y apenas amaneciendo, se envolvió el cuerpo en una bata, la cabeza en un rebozo, y se salió á su ría? Casi jardincito á buscar que acababa de una flor, la abrirse, los ojos más bonita, la para regalarla á su . VELEIDOSA 58 santa, á su adorada santa, que la noche ante- rior le hizo el milagro. Genoveva no cabía en sí de gozo, de satisfacción; ambas tenían 11o iría. Anselma la seguridad de que More- compuso, se se arregló cuan- to la fué posible, se vio al espejo mil veces aguardó. Serían las y aguardaron. nueve de la mañana cuando oye- ron pasos de alguno que subía se á escuchar. de nuevo . . silencio profundo; . . labios, con el volviéron- . ... cada uno estaba oyendo adelante. . la . pase usted . . un Genoveva extendién- articuló mano . el silencio. respiración de sus pulmones. — Adelante. bien venido — Los la escalera. pasos se detuvieron un instante. dole la y á Morello, con en los la sonrisa agasajo en la mirada, avanzó Salvador cobró aliento entró en la sala. ... ¡ Anselma se puso de da;. ... se fueron y. . . cida, de . aproximando como impulsados por movidos por un la felicidad qué pie, pálida, en los se abrazaron? el conmovi- uno al otro fuerza descono- resorte, con la sonrisa labios, se abrazaron. ¿ Por Nunca, jamás se dirigieron ! ',"'"':/:'' -'.•'«ÍS: VELEIDOSA 59 antes una sola palabra de amor. se encontraba Morello estuvo la allí, como y en el el día en que en mismo última vez. Allí estaba el caballete lugar, Pero duran- ¡ hablado tanto! te la ausencia se habían Todo mismo el y lugar, la caja la paleta con sus promontorios de pintura endurecida, como pedazos de — Qué — Y qué piedras de colores pálida estás fea ¿no y qué desmejorada " es cierto? - —-¿Fea? No, Anselma, tú no podrás nunca estar fea; tu belleza ridad ni en otra cosa que no consiste en no se pierde nunca. — ¿En qué, pues? — En expresión la movimientos, en tu voz. te rodea. . . . el ¡ en atmósfera la ¿Has estado enferma? lo lo \ el hechizo de tus — Y preguntas — ¿De qué? ¿qué has tenido? — Y preguntas — Te vas á poner buena. — ¡Ingrato!.... ¡ , de tu semblante, en resplandor de tu mirada, en que la regula- color de tus facciones; está en el *^ : í .-/,- ., - ' . . ..'• XIV N realidad Todos ^^^ Anselma estaba enferma. los días iba el desde tarla, la médico á ausencia de Morello, é inútiles fueron todos sus esfuerzos la. ¡ Nada ! ¡ para aliviar- La enfermedad seguía debilitando, aniquilando aquel cuerpecito que era de Genoveva, Los visi- días se el el ídolo ídolo también de Salvador! pasaban tal cual; pero las no- ¡qué noches tan llenas de desvelo y de inquietud Se quejaba dormida como si le ches. . . . ! hicieran daño, — ¿Qué como si alguien la martirizara. tienes? niña, despierta. ... . . . . VELEIDOSA 62 — no tengo nada. nada. — ¿Amas mucho hombre, Anselma? — Mucho, muchísimo. ¡soñaba con — Lo mismo ha ocurrido veces. Cuando — ¡Qué — No Sin embargo. Tía, . . . . . . . . á ese él! otras te Carlos. . . . diferencia! lo niego. . . —¿Qué? — Podría suceder que — No imposible Pero yo olvidaras á Salvador. es ! i siento hoy. es eso lo — . . . ¿me hoy. te digo lo entiendes? que ¿No que me preguntas? I Pero tu enfermedad. ... si eso es lo que te tiene enferma, prescinde. ... — me | ¿ Prescindir ? de Salvador dijo ¡ lo que te dijo? médico que me está curando, se es verdad; pero que él el mos! que si se empeñara más. do esfuerzos supremos ciencia. Sabes anoche? — ¿Qué — Que empeña ¿ ! . . . En fin. . . . cree que ¡va. . que hacien- torturando á la . que él, Salvador, iba á curarme. ¿Comprendes? ¡ — Extravagancias de enamorado. — De todas maneras, hay que agradecérselo. ' . ! VELEIDOSA 63 — No digo que — Me mucho. — Indudablemente, adora —¿Porqué? — Porque no debía enamorarse — ¿Sí? Adivino que me no. quiere te ¡ Pobrecillo tanto. quieres decir. lo dado caso de que eso sucediera Pero quiero suponerlo, suponerlo no más, olvidara. ... él me olvidaría también me? ¿Yo me do? Una sabe! y ¿y por qué has de inculparhice? no. ¿Puedo ser de otro mo... sacudida de Duró media si así soy. ... tos, violenta, rrumpió á Anselma. largo. le .: . Entonces. ... no. yo %", ¡ya está! — ¡Quién — Bueno. si Un hueca, inte- acceso terrible. ... hora. Después, rendida, agotadas las fuerzas, ba- ñada en sudor, se quedó dormida, pensando en su Salvador, pensando en que mado en médico, ella el bienestar le y él, transfor- devolvería la salud la ventura. y con XV STAMOS en el Hospital de Jesús, en un pequeño gabinete del departamento de í^J^ los practicantes. Este departamento era, y probablemente lo es todavía, un gran salón dividido en seis compartimientos, tres en cada lado, y separados por tabiques de madera que no llegaban techo. Tenían acceso por un pasillo que al re- mataba en una gran ventana. lo El techo era común, lo mismo que y los trabajos las ideas de los que mismo que los allí el aire, pensamientos y habitaban. Cada VELEIDOSA 66 uno de estos compartimientos pertenecía á interno, alojado la. allí, como un un pájaro en su jau- Había cuatro internos, las plazas se ganaban por oposición; era un honor obtenerlas y en la escuela alcanzaba consideración y distinciones de profesores y alumnos, llas plazas. Había además, el que servía aque- casi siempre, un su- pernumerario, aspirante, y algunas veces dos. Por aquellos días uno. De manera que esta- ba vacío un compartimiento; la el de enmedio, á derecha. Allí, al derredor de una mesa de pino, pin- tada de color de caoba, sin hule, sin mantel, sentados en unas malas sillas, envueltos en sus capotes, ó en sus gabanes, porque hacía intenso, estaban cuatro de ellos, un frío descoloridos, maltratados por los desvelos y el estudio. época de exámenes; se perdió el Era tiempo, mal- gastado: había por fuerza que reponerlo. Acababan de dar las cuatro de da uno tenía delante un medio, la libro abierto. lámpara de alcohol de Ca- la tarde. la . . . En greca del café arrojaba su llama rojiza con lengüetas azuladas. Allí estaba el vaso esperando para todos! j un vaso . . . . VELEIDOSA 67 Sonaron de repente pasos, afuera, en el co- rredor, > Empujaron la puerta, se goznes y alguien entró. . oyeron chirrear los . uno de — ¿Eres Díaz?. — No, no soy Díaz, soy mi querido Or;vañanos. — ¡Hola! adelante. Salvador. tú, . los cuatro. dijo yo, %í . . . . . ¿tú por aquí? / i — ¡Qué milagro!. — Buenas .. cuánto tardes, caballeros mismo gusto de verte, Jesús Sánchez, .... lo te . digo mi querido Castañares. tudiando ¿eh?; les felicito . . Aquí, es- . muy sinceramente, futuros amigos de los pobres, bienhechores del Y tú, buen Villada, gordiflón, género humano. siempre lo mismo. — Siempre. . . .. y ¡qué milagro, vuelvo á petirte, es mirarte por estos lugares ! . . . ¿ re- Qué paisajes vas á encontrar aquí tú, pintor de mis pecados? ¡ Qué habrás venido — Pues no ha de nos riendo, porque — Tienes ser la salud, dijo le á buscar! Orvaña- sobra. razón, la salud no. Busco la en- fermedad. ... . VELEIDOSA 68 — ¿La enfermedad? más vengo á pedir á ustedes un — interrumpió — El que ¡cosa rara! señores; Sí, servicio. ... quieras, Castañares, sabes que te queremos, que te queremos cho, y te admitamos; que quieras, lo mu- di. — Pero con una condición — agregó Orvañanos apagando momento las el porque en aquel el alcohol, vapor del café se escapaba ya por junturas de la greca. — ¿Cuál condición?. sonriendo. — Que nos pidas . respondió Salva- . . dor, menos dinero todo, chico, ¡aquí no hay de eso! — Convenido. pero no dinero que — ¿Y qué — Busco una enferma. — ¡Ah! eso cosa . es no, . . no hay cuidado, busco. lo es? dijeron todos. . . es otra ¿te interesa alguna enferma? i —Sí. i — ¿Cómo —No se llama?. lo sé. . . . tísica. ... . . me han nen ustedes aquí, en enferma . ¿En qué número? asegurado que la sala tie- de mujeres, una • I ' VELEIDOSA —¿Una tísica?. ... Sí €9 por cierto. el 3. ¿Y para qué quieres ver una tísica? ¿ Has abandonado el paisaje? — No de ningún modo; pero estudio medicina. ... Todos — Con rieron. ^ ¿! realmente formalidad, señores no estudio medicina; estudio í - la tisis. . . . Me interesa esta enfermedad; quiero conocerla, quiero curarla. .. . :,-::¿' — ¿Curarla tú? — ¿Por qué no? — ¡Ah! persigues un — Tal vez. ¿Qué . . , Villada extendía daba vuelta á el la llave largo, estrecho, ''-, f'[y V específico. haces, Villada? de la greca. la tinta, hirviente, — Servirme unos sorbos de Villada, para He tomado — acompañarte á eso en serio Gracias. la encorvado y con una cabecita de víbora por remate, comenzó á negro como mesa y Por un tubo brazo sobre salir el café, aromático. café, respondió la sala, Salvador. y voy á complacerte. XVI SiS^A sala de mujeres del hospital de Jesús, ^^ lo mismo que W^^ veinte camas. la de hombres, consta de Nunca son más menos. Cada cama está separada de por un cancel de madera. ... En para colocar en mos de las mer, y dos sillas. una mepo- más baja para co- y el ajuar. cama y el vestido pertenecen establecimiento. Todo es allí modesto, pero Las ropas de al Es todo una los ella las botellas medicinas, otra son las otras frente cortina que la aisla del todo. El lecho, sita ni limpio la y cómodo. ..! . VELEIDOSA 7* Villada y Salvador Morello, levantando la • número cortina, entraron en el La enferma 3. tendría veinte años á lo sumo. ' —¿Cuánto tiempo hace que usted preguntó — Un año Usted médico? ¿Viene su- está friendo? Morello. señor. ' es ¿ usted á curarme ? Gracias, muchas gracias, señor. ¡ Si usted supiera Yo me sentía muy bien, ! Murió mi pobre estaba buena, robusta madre. . . . del. pecho; dicen que no se conta- gia la enfermedad del pecho sí. . . . Ya usted lo ve. . madre ? Nadie más que pesar fué muy sucedió. ¿ ¡ . . les sucede! Caí enferma. . . A mí. perdí el ! ¡ co. ya no pueden . yo no . lo estar más notaba. . . flacos Una nada más que irritación todos los días, eso sí: á mi ! . me sí apetito. ¡ Dios mío Poco á po- irritación; sin faltar uno! pero La tos Recéteme usted alguna cosa para no toser tanto. me . calenturita. poca, al principio; después, ¡mucha! noche es más. Cuando el ¡Pero tantas quedan Ve usted mis brazos ? Qué flacos Si asistía Es verdad que yo. grande. huérfanas y nada ¿Quién . . pero yo digo que ; de quiero dormir I la tos i esta tos ! me despierta y me ahoga . . ' VELEIDOSA ' me ahoga, sí, duermen y yo ellas me señor. ¡ ;^: Todas mis compañeras oigo dormir! Si cada una de las diera una noche, ¡qué dichosa sería yo, señor doctor! —Y ¿no ?. se hizo usted — No, Ya señor. usted sabe. qué pagar tenía con -v : nada para curarse principio de la enfermedad? yo no 13 . al ~ íi- los pobres. médico. ... al médicos que no cobran á — Hay pobres! — Pero yo no conocía ninguno. Eso tantos ¡ los " * á me han Ya aliviada bien; estoy muy ! . . . . . lo que Tóqueme queman. Ponga usted su aquí, en el duele, ahí estoy sí me deAquí me tratan muy Era mentira agradecida usted las manos. me estoy mejor, mentira. mano. . yo no hubiera tenido tanto ¡Si al hospital cían . dicho: que dejé á la enfermedad que avanzara miedo . pecho ¿ve usted? ¡Ahí donde tiene usted sus dedos! ¡Qué flaca estoy! ¿No es cierto? Doy lástima, ^Y¿qué está usted tomando? — — ¿De medicinas? —Sí. — Arsénico. : ---:';' " '^-' ' ^y/ :'-:''': , r_ . VELEIDOSA 74 — — ^Y ¿qué más? cuando tengo Quinina muy fuerte, me la calentura dan quinina. — qué me hace — ¿Eso?. muy bueno, mucho —Y nada más hacen á usted Este señor — y á Vi— enflaquecida mano — me con ^Y esto ¿ es ? . . señor; es bien. ... es alquitrán, le ¿ Sí, sí tal. . ? señaló . . su llada aplica, aquí, en el pecho, unos cáusticos; lestan. ... un poco. un poco; pero me jor. ¿Me han sí. . . , alivian la tos no me mo- nada más que y respiro me- de poner más? — Seguramente que ¿sanaré? —Y usted que — ¡Pues no ha de —Yo pienso. —Y hace usted bien de — ¿Sanan muchas de que yo tengo? — Muchas.... — me consuela — Adiós. — ¿Ya va usted? ¿volverá usted? — tenga para cuando sí. cree. sanar! ... así lo pensarlo. esto Gracias, señor, usted. . . se esto Sí, Salvador le puso en salga. la mano unas monedas , . VELEIDOSA — Ah! Dios se lo pague á Villada, mañana un cáustico. - usted. i que son muy Villada . . . . . . — Sr. Ya oye usted buenos. ... y Morello 75 '. ? En salieron. la puer- ta se encontraron con el supernumerario de la sala, que entraba. — Hola, Peón, como ve. . le ofrecí, ''->::-'' . — ¿Se i- • conocían? — ya usted lo -'- dijo Villada, interrum- ^ piendo. ^ , : — Pues cómo — Respondió Morello. no. ^Tanto, añadió á lo que vino. el supernumerario, que sé , Y^ XVII A situación de Anselma más en más. su salud decaía de Una ^^:f^^ era alarmante, calentura todas las tardes. enflaquecimiento. . . . tos. . . . "¡Como la . . . en- ferma del 3!" pensaba Morello. Genoveva y Morello hablaban de eso á escondidas; tenían miedo de que ella, de que Anselma se preocupara, —Y ¿qué noveva — ¿que — Que teme. — La ¿no : dice el médico? le . tisis — preguntaba Ge- ha dicho á usted? . . es : v; verdad? \ ' t . VELEIDOSA 7»;' — ¡Eso! ¡Y como — Ese mal no es tan joven! tiene remedio. ... se des- si arrolla. ... ¡en esa edad!. ... ' — Pero no tenga usted cuidado, Genoveva. Sobre todo, yo estoy haciendo un estudio pecial de este ve. . . . ¿No lo Ya mal desde que toma es notable. misma terrible el arsénico, la es- usted lo mejoría ha observado usted? Ella lo confiesa. ... se siente mejor. — ¡Ahí no fuera por usted, Salvador; si no fuera por usted que la ha cuidado tanto si . con tanto interés. ... — ¿Y de qué - otra , manera podría — Anselma se moriría. ... sí. ser? ! ... se mori- y yo ... ¡ni quiero pensar en eso Hará usted muy bien. ría .... . — — No tendremos nunca usted muy ! . . .; | ni ella ni yo, óigalo bien; ni ella ni yo, con qué pagar á usted, lo que usted, Morello, ha hecho por salvarla. Y era I la verdad. 1 Salvador estaba tan enamorado de Anselma que no podía estarlo más. enteras, inmóvil, más que en ella. Pasábase pensando en las ella Si pintaba, pintaba horas nada maqui- VELEIDOSA 79 ^t^ nalmente, en fuerza de hábito y en fuerza de Cuando genio. la hora. del crepúsculo invadía con sus melancólicos pores la y tintes sus sombríos va- soledad de su estudio, apoderaba de su espíritu el desaliento se levantando en su ima- ginación los sombríos fantasmas del terror. las lobregueces del cerebro, lo lobregueces de La espantan. que en el mismo que en las transformaciones la tierra, las fantasía es la misma en hombre; pero ante se espanto, el ni- el en un bulto negro; movía extendiendo el los cabellos; los árboles niño el ño se paraliza y el hombre huye. Su manequi, al entrar las sombras por driera, se convertía En el la vi- bulto brazo para cogerlo de de los cuadros se trans- formaban en animales extraños, en insectos horrorosos de . . . Asomaban en los ángulos, las sillas, entre los cartones de debajo los dibujos, muchas cabezas; cabezas de iguanas, de pientes, de perros con hasta cabezas las ser- lenguas de fuera, humanos con los ojos bizcos y y las bocas enormemente abiertas. Salvador huía. Y sin embargo, no podía huir de su propio pensamiento. ... Se lanzaba fuera de su casa; pero en las calles, en las plazas, en el templo. . VELEIDOSA 8o en todas partes pensaba en Anselma muerta. Lo pensaba y la veía y se llenaban de humedad sus ojos. I Anselma, por feliz. lo contrario, se sentía dichosa, Amaba y era amada. La mejor época de su vida; esa vida, creía, sería interminable con sus goces, con sus ternuras, con sus halagos. Las sonrisas de su labio eran sonrisas libres, espontáneas, del alma, como que eran verdaderas y se creía que así eran también las sonrisas de Genoveva y de Salvador. ¡Qué engañada vivía el ! Salvador y Genoveva sonreían alma llena ; pero con de funestos presentimientos. . . XVIII RUZANDO Morello una mañana la pla- za mayor, se encontró á Villada. ^^^ —Malas ^¿Malas? — más malas no podrían — Ah murió — Murió. —Y ¿cómo eso? — La entrada invierno. ... noticias, le dijo éste, del 3. ser. Sí, ! ¡ . . . . ? i . . ' '-'r/ "':''}''[ fué del y la tisis. . el frío. ... . Corrió á casa de Anselma, lo hizo cerrar to- do. .. . todo. puertas y le . . . calafateó las rendijas de las prohibió que saliese. . . VELEIDOSA fp;- — ¿Ni — Ni — ¿Tomaste — Lo tomé. de hígado de bacalao. — Pero murmuró Genoveva, — ¡Imposible! Anselma. yo no á la sala? '^ á la sala. el . alquitrán? . el aceite . . no, dijo mo ... eso ... su vista solamente toda. . . . me ' to- me descompone trastorna. i — Lo tomarás. morirme! — No tomaré. morirte? — —Sí. — Entonces. que venga médico. — Menos; aseguro que menos entonces abando— ¿De qué me ha todo para ocuparme nada más que de — Pues ya de nada; no culpa tuya. — Pero — ¿Mía? — No tomas — Esa — La más — ¿Lo ' lo . . . ¡prefiero ¿Prefieres I- . . el . lo tomaría. te servido narlo tí? lo ves, Salvador, ... tuya, sí. la medicina. no. eficaz. crees? es . VELEIDOSA — Traiga usted el B^ frasco del aceite, Geno- veva. — Salvador, — Lo veremos es inútil. - v ; quiero ver cómo, dán- . dotelo yo, lo rechazas. ... lo quiero ver. — Pues lo verás. Genoveva lar y una . ^ -o v ; trajo el frasco, un frasco triangu- cuchara. Salvador en virtió ella el aceite, aceite Hogg. Se acercó á Anselma; quedo, de muy que- do, para no derramar la cucharada; le pasó la mano por cabeza, le acarició la mejilla, la muy suave, muy cariñoso dio un pellizco hoyuelo de la barba y la cuchara. . . ¡ no hables. ¡ ya ! . cias; ¿ya . . . ¡ . debimos Aquí sí. ! . . . . Espera chiquitína, ahí viene. ... no hables. ... . . bien ahora lo . . . torpes, Dios mío, antes prepararlo todo!. un momento. - vermout ¡pronto! Qué - boca el vino el el ' bebió. — la en '^ ^ ^^ Anselma Ahora Genoveva aproximó á le le . . . . . está. ... el vermout. gracias, eres Anselma, . . . . . gra- una buena muchacha; ves? — Sólo porque te quiero mucho. . . . • • . . VELEIDOSA 84 — Pues, por supuesto. bía de ser ! . . , . ¡que por algo ha . — ¡Te amo —Y me amarás, así. Anselma un instante antes de tanto! vaciló . . . ponder. — No, así no. . . , ¡más! ¿siempre?. . . res - . \>~-, XIX NSELMA comenzaba á experimentar, á Comen B^^^* zaba á levantarse en su espíritu, como una atmósfera de indiferencia, como se levanpesar suyo, cierto cansancio. ta, al En caer sombra de la tarde, la todo era lo mismo. En la noche. sus menores in- clinaciones, en sus amistades, en sus trajes Veía un mueble. . . y después de paba más de él! nía. ... Lo mismo con las flores. le . le . . gustaba. ... lo te- tenerlo, ... ¡no se ocu;:í acontecía con los pájaros .... \v -.-- m VELEIDOSA Hoy amiga SU un encanto. fulanita era podía pasársela sin ella. . . No ¡qué linda! ¡qué . simpática! Quería estarla viendo por la maña- medio na, al duraba esto. en . después . . Todo cualidad! la Dos meses noche. día, ¡Cuánta mala era falso en su amiga ¡qué pe- sada! ¡qué tonta! Delante de un aparador de teros, se extasiaba la calle de Pla- mirando un sombrero con- feccionado por Mad. Arnaud. "¿Es muy caro? pues no importa. Tía, cómpramelo." Y Genoveva, sucumbiendo, tenía que com- prarlo. Llegaba el trémula por como si la sombrero á emoción, la casa. Anselma, lo extraía de su caja mayor tesoro del extrajera de ella el mundo. Lo alzaba á la altura de sus ojos, lo contemplaba sonriente, palpitante, y en seguida, al espejo. ... i y tan acabadas! ¡Qué cintas y qué blondas! ¡Y qué bien le sentaba á aquel rostro de querubín el más encantador ¡Qué de los ya no. flores tan bellas sombreros . . . ! . . . para tres días. Al cuarto había que comprar otro mejor. ¡mucho mejor! VELEIDOSA 87 Entonces Anselma, dueña ya de la nueva prenda, regalaba la anterior á alguna pobre muchacha que todo ella protegía; Anselma esto, pues en medio de tenía el corazón más bue- no que imaginarse puede. Tenía sus pobres de sábados y jamás se excusó de dar limosna los cuando podía, y ¡hasta cuando no podía! Siempre que la desgracia tocó á su puerta, salióle al vuelta en encuentro la el silencio, caridad de su alma, en- ocultándose, ciega da, sin esperar siquiera una mirada de y sor- gratitud, una palabra de reconocimiento. Extraños fenómenos del corazón humano, i Cómo podían amalgamarse en su pecho, alo- jándose en él simultáneamente, tanta ternura, tan bondadosos sentimientos y la y la mudabilidad inconstancia! Y no á ser así se crea que Anselma había aprendido de alguien, de alguna amiga suya por mal ejemplo. No. Cuando era el ñuela hacía lo las mismo con sus juguetes. Todas mañanas quería uno nuevo. El único juguete que no que muy peque- la le fastidió nunca y entretuvo sin llegarla á aburrir, durante meses enteros, fué un kaleidoscopio. 1., " . i XX ENOVEVA 'SM menzó se volvía loca de gusto. Co- á leer de nuevo sus novelas, -s^-:f^ porque Anselma, restableciéndose á gran prisa, recobraba su antigua lozanía. Salvador la salvaba. Ella, envolviéndolo las Su triunfo era seguro. en esa dorada nube de seducciones femeniles, lo dominaba, lo ha- cía su esclavo. vista dulce raba, y fija, De repente, clavando en él la y penetrante, lo miraba. ... lo mi- inmóvil, aquella pupila negra, dila- tándose, arrojaba sobre sus ojos, como un rrente de explendores, quién sabe to- qué luz que '.>;• VELEIDOSA 90 lo desvanecía, quién sabe qué mágicas exha- laciones poderosas, irresistibles, dominadoras. Con qué . frases tan llenas firmeza y de verdad le de seducción, de pintaba su cariño, su amor sin límites, su pasión inmensa y profunda. Le cogía una mano y oprimiéndola suavemente entre las suyas, blancas y delicadas, lo en tanto que, aproximando su atraía hacia sí, cabeza á de Salvador, hacía rozar la tantes rizos del fleco, los flo- que caían sobre su frente como un dosel dorado, con las sienes de aquel hombre que se extremecía, que sentía la sangre subir en olas zumbando en sus oídos, y lo agotaba y lo rendía, haciéndole aspirar el aliento escapado de aquella boca llena de gracia, de hechizo y de voluptuosidad. Una tarde, al oscurecer de una hermosa de, , tar- después de una de estas violentas escenas de ardoroso entusiasmo y de ternura infinita, él, después de jurarse en su interior amor eter- no y lealtad inacabable á aquella criatura que, más que mujer, en el se le aparecía camino de su — Así — Y yo. así . . . ¡te vida, como una murmuró: ¡siempre! ¡cuánto te adoro! diosa | amo! . . VELEIDOSA — ¿Me adoras? pre? — No — Pues ¿no — Por ahora • lo sé. . . ¡ah!. . . . Morello sintió cho la fría . . Pero ¿será siem- '.^S^.-^.V::.-.- dices sabe!. . 91 -;].> me que adoras? sí; mañana vi >^ como si le ¡quién atravesara el pe- hoja de un puñal, y se quedó mi- rándola, pálido, serio. .. — ¿Es posible? añadió pasado un ¿Es formal eso que me has respondido — No. no creas he chanceado rato. ? ... lo contigo nada más. XXI UÉ trabajo costó al pintor dormirse aquella noche '^:f^ ! Hacía muchos días que observaba algo extraño en de Anselma, en su modo de la conducta ser. Menos expansión, menos ternura. También notó que entre ella y Genoveva pasaba algo. Un día, al entrar bruscamente en la sala él, ha- bía sorprendido estas palabras de la tía: " Pues dícelo; vale más," y Genoveva estuvo después, contrariada, pensativa, indiferente con su sobrina, sin dirigirle la palabra, la ocasión de reñirla. como si esperara " - . .. VELEIDOSA 94 —¿Qué algo? — Nada. les ' pasa? preguntó Morello ¿acon- tece Y los dos, i . . contestó Genoveva, no tal. . . después de mirarse rápidamente soslayo, bajaron los ojos. al I Muchas veces la mirada de Anselma, en otro tiempo clavada siempre en Salvador y siguien- do sus movimientos, vaga. . . . se perdía en el espacio. indefinible. . . . Parecía que su pen- samiento estaba en otra parte. Además, y esto sí tud y de amargura, chas veces en ¡ el llenó á Morello de inquiela había encontrado balcón al pasar por mu- la calle. Hacía muchos meses, muchos, que Anselma no se asomaba á su balcón! Todo che esto lo recordó Morello aquella no- Los celos entraban en su mados de todas armas, lentamente, que un ejército pecho lo ar- mismo de verdugos: heríanlo, tortu- rábanlo. Se acordaba de aquel Rojaso y de sus misteriosas palabras. do "coqueta;" él, Al preguntarle ella le Además, la había llama- Antonio Rojaso; un si lo niño. amaría siempre, cuando respondió "quién sabe," su expresión era sencilla, natural, su acento sincero, el mis- VELEIDOSA mo 95 ::^ . acento con que tantas veces le había di- cho: "te quiero, te amo." Después, sorprendida, cogida, había tratado de componerlo, La duda corazón humano y tiene de componerlo; pero ya era duerme siempre en el el sueño ligero: ¡es tan Qué tristeza, apoderó del como ras; la luz despertarla! espíritu del pintor que y que se vivía, el día tan contento de su ca- Una palabra es á veces se hace en un cuarto á obscu- de sus amores. riño, fácil tarde. qué amargura tan grande anterior, tan dichoso sí, todo aparece á un tiempo á nuestros ojos. Deseaba ardientemente que amaneciera; quería volver á verla, á hablarla, á que Anselma fácilmente aquella pena, como le oiría. Creía arrancaría del alma cree el enfermo que va á arrancarle su médico el dolor que lo tortura, con sólo su voz, con su presencia Cjqv sólo. # W XXII pbTA escena se repetía frecuentemente, con más ó menos variantes; pero en fondo — ¿Tienes — Así — ¿No la misma: algo, Salvador? seno, con- trariado. es. estás contento? —No. — ¿No me amas ya? .1*, — Mucho. — Parece — Nunca amé . lo contrario. te el tanto. «s . 9^ ' VELEIDOSA ;': — Entonces ¿qué — Que no tengo — Me — Me — No — ¡Quién sabe! — Pues es lo te que tienes ? confianza. ... ofendes. quejo. tienes razón. si desconfias, paciencia, hijo, pa Y Anselma tarareaba, ciencia. mirando el te- cho, una tonadilla entre dientes, llevando compás con los dedos sobre Salvador se ponía más llón. ma de cuando en cuando le y al brazo de su el serio. dirigía . . . el si- Ansel- una mirada, notar en su semblante tanta sombra, tan- ta abstracción, le ternezas tomaba la mano y y le decía primores, tan losa, tan llena le hablaba dulce, tan me- i de gracia y de suavidad, que su- I cedía lo que sucede siempre cuando se está enamorado: Salvador se dejaba halagar yse-¡ ducir ría . . . tanto Pero nes, los ¡ ! . Ay, era Anselma tan . bella y la que- ^ . al día siguiente volvían las distraccio- embelesamientos. ... y las salidas al balcón. Aquello no tenía remedio. taba enamorada nuevamente. I . . Anselma . . . . es- ¿De quién? XXIII s temprano: Anselma, apoyada en antepecho del balcón, con ^^^ echado afuera, sigue con la el busto el mirada á un hombre, un caballero, elegante, vestido de negro, que va ya lejos que da vuelta á la y esquina. lo En sigue hasta el momento en que ha desaparecido, Anselma desaparece también. Salvador lo ha visto todo. . casualidad. ... así pasan estas cosas. . Una . . . . ¡La casualidad interviene en todo!. ... Salvador echa á andar, á prisa, muy llega á la calle para la cual aquel dado vuelta. . . . allá va. . . . á prisa, hombre ha distante; pero lo .... .. VELEIDOSA lOO alcanza. . . Tiene . que alcanza, sino Pero no solamente alas. lo llama por su nombre lo . . quiere convencerse, nada más; porque antes ya ha conocido, de espaldas; como que es le amigo suyo, muy amigo. diputado Congreso de al mucho simpático, Es Diego Vargas, la talento, muy Unión gran orador. i — Hola Diego. ... — Ah, Morello! —Y — Chico, no andas. — ¿Por qué? — Desde Alcaicería vengo dando — ¿De veras? ¿Desde Alcaicería? por que había — ¡ se detiene. . . . . . vuelas. ... te la caza, la Si tal. . . . en un balcón. . cierto . — ¿Lo reparaste? — Hombre, ga mía; más . . digo. ... . sí. allí. . . ¿la conoces?. . la te diré: es . . conozco. ... es ami- mi discípula. — Pues vaya que me — ¿Te. — No, palabra de honor, pero alegro. ... . ¿cómo . interesa? . . en su balcón. . se llama? — Anselma. — Siempre la casi guapa. es veo todos los días. allá. . . Z't' XXIV NA noche, Salvador anticipó la hora de sofá un pe- su visita. -s^:f^¡s- riódico. para No el Al entrar vio sobre el Esto significaba un acontecimiento que conocía las costumbres de la casa. estaban suscritos á ningún diario. Anselma aún en su gabinete y Geencontraba sola en la sala, al se vestía noveva, que se mirar á Salvador, así quien pone arreglo en enfilar los sillones, como distraída, las cosas, de empujar al como después de centro de la mesita redonda un florero que estaba cerca de .. VELEIDOSA I02 y de componer el mechero del quinqué, que estaba demasiado salido, dejándolo la orilla todo envuelto en una suave y misteriosa media mano echó luz, periódico. ... al — Con permiso, do el | dijo á Genoveva extendien- brazo, ¿qué papel es ese? La nido aquí? ¡Ah! ¿cómo ha ve- Excelentes co- Iberia. como que lumnas. ... ¡ya lo creo! D. Anselmo de la Portilla, el distinguido es- critor. . ¿ las redacta Quién ha traído á ustedes La Iberia? — La verdad. — murmuró Genoveva — . quiere usted que yo Ah lo sé. . . es. . porque se en . . . ¡ mano la ! con franqueza, no le diga, es probable sí lo vi á Orsini el en la . . . . . . . ya . se necesita- Tendremos pronto que cambiar uno americano. fuertes se lo vi el . sí. ba. . lo dejó olvidado. —Y. ¿afinó piano? — Por supuesto que . mano. eso afinador de pianos. estuvo aquí esta mañana; si . . esos eternos sí ese por que son buenos. ¿ Conoce usted . los pianos americanos, Salvador? I Pero Salvador no oía. ... no entendía. . . Salvador estaba leyendo un largo artículo encomiástico, muy encomiástico, referente á Die- . . . ^rl VELEIDOSA go Vargas, en mente, hasta el las 103 cual elevábanlo, muy justa- quemando incienso en nubes, aras de su talento, de su elocuencia, de su ilus- y tración del ruidoso triunfo nido en una de :/••'•::;' — Ah! murmuraba ¡ . . . zando ^:';'.-' . . . . . y ¿creerá usted que no nos '^'= '- " Entró Anselma. Sí, Genoveva en el al- Anselma y yo no Aquí hemos es- . curiosidad? — ¿Leyendo — ¿quién . leído este periódico? leemos nunca periódicos. la sí. ' leer!. ha tentado . - —Y ¿Anselma ha — ¡Qué ha de las dos, . duda. ... y luego la voz, dijo: tado juntas :}'C •U",' entre dientes. me queda ya no Con- las últimas sesiones del greso. .. sí. que había obte- periódico? dijo ^ al entrar. te lo trajo? este instante se salió de la sala, tosiendo. — Que. ... ¿quién me lo trajo? —Sí. Jv^;.'--"^::V — ¿Y eso qué importa? ¡vaya una bagatela! — ¿Quién ha traído? — Jesús! que exigente una lo . ; lo trajo i amiga. ... r ¿Y qué? s v;P'^-. VELEIDOSA 104 — ¡Nada!. Toca un poco — Está — ¿Pues no vino hoy Orsini? —No. — Entonces. leeremos . . . al piano, desafinado. i ;;. . . este artículo en . que se habla de mi amigo Diego Vargas. — ¿Ese?. leído ya. ; . . - . —^¿Te — ¿A mí?. . . Léelo ¿Es interesa . . . tu tú, si quieres, yo amigo? Diego Vargas?. ... Nada. lo he XXV ASARON dos ro T¡^:^^5- : días. Anocheció el terce- un domingo de carnaval. Salvador fué al baile. Multitud de máscaras llenaban el salón y Salvador buscaba. De repente vio venir, á cierta distancia, una pareja. El, alto, bien formado, raso color de plomo á listas con dominó de negras. Ella, con dominó negro y capucha blanca. Su mismo andar, sus mismos movimientos trataba de disimularlos; pero no podía. Era Anselma. . . . . VELEIDOSA Io6 Salvador la reconoció en alcance y pasando cerca de — y dándole acto el ella, le dijo al oído: ¡Diviértete! ' Pocos momentos después Anselma y Salvador estaban juntos. compañero, Anselma? — ¿Quién — Diego Vargas. —¿Le conocías — conocía y no — Pero nunca — Hasta hoy. es tu . . . ? lo ignorabas. tú Sí, le le trataste. ¡No me dijiste que — A última hora. ¿Qué piezas . acompañaría!. . . un compromiso. . . te ... . vamos á . bailar? — ¡Quién que — ¡Anselma! eso quiere — ¿Ya empiezas con — No. no empiezo. no sabe!. ... las puedan. se decir. . . . . . tus celos? . selma. . . acabando Y . No. . ! . . . . . . . lo creas, ¡No empiezo!. . se alejó de ella para siempre. . . . An- ¡estoy . XXVI NSELMA el Eso con su compañero en torbellino de la ^^^ naval ¡ se lanzó es el ! . . ¡ mascarada Carnaval ! . mundo siempre . . ¡ . . . ¡ Car- Carnaval ! . para quien sabe p-arlo! juzs ¿ Qué le importaba ya á Anselma ¿Quién era yapara ¡Nadie! ella el pintor? Salvador Morello? XXVII ENTÓSE en una ces sobre la ^^^p* Era cemos, á y se echó de brumesa que tenía delante, silla esto en su estudio, las tres de la que ya cono- mañana para amanecer lunes de carnaval. Volvía del baile, ebrio ; En pero de dolor. aquella actitud apretaba los párpados para comprimir sus ojos porque así le parecía que torturaba su cerebro para reconcentrar sus le iban. Y masa confusa de sus pensamientos, se- ideas, locas, desperdigadas, entre la que se mejante á una penumbra sin límites, aparecían . ! no VELEIDOSA no más aquellas dos figuras, aquel máscara al- robusto, hermoso, y su compañera, ella, con aquellos graciosos y gentiles movimientos lleto, nos de soltura, de nerviosidad, de histerismo, de gracia él, y con la cabeza vuelta hacia los ojos, al través de la careta, brillantes, infantil, luminosos, ardientes: dos ascuas, dos soles, dos que alumbraban á otro que no era soles para el máscara eterna. ¡ No para Morello, el día; volvería á la él; noche amanecer para su cora- zón y para su alma Cayó sobre lo él el | sueño, brusco, aplastándo- de repente, y durmió, despertándose á seis, con los ojos hinchados y las las escleróticas inyectadas de sangre. Salvador, dormido, había llorado. lias la . . . Conservaba aún en humedad de las meji-! sus lágrimas, la cabeza pe- sada, aturdida. | Sintió la un horrible desconsuelo, soledad y el el vacío. . ansia intensa, desesperante, de ver á Anselma, de oírla, de hablarla. ¡Ay, nunca! Volvió la vista en derredor, experi- mentó vehementes deseos de le espantó su locura, su correr, delirio, la de gritar, ebriedad de su pasión profunda, arraigada en su pecho VELEIDOSA III ;;^ como árbol secular en la tierra de la montaña, y exhalando un suspiro rencoroso y apasionado, de desaliento, de estupor, tomó una determinación rápida, instantánea, pero decisiva. "Lo venderé todo y me iré lejos, muy lejos". dijo y se salió á la calle á buscar un . . . un conocido, cualquiera, á quien amigo contarle sus penas, sus dolores, su resolución. El despecho abriría sus labios; necesitaba consuelo, necesitaba socorro. Era raposo que salía en busca de la centavo, para satisfacer la sed y le mendigo ha- el miseria de un el hambre que devoraban, necesidad del alma, cruel, el la sed más hambre más exigente, más punzado- ra, irresistible. El Miércoles de Ceniza, á las seis de la tarde, había vendido ya sus muebles, sus prendas, prendas de su corazón, allí tenía, las las obras de arte que acumuladas una á una, en medio de su pobreza, con sólo su voluntad, con el "quiero," sin haciendo esfuerzos supremos, sacrificios ;,-.:- nombre. Tres días antes no hubiera dado sus cuadros por todo que el oro del lo recreaban, mundo; aquellas pinturas que levantaban su espíritu VELEIDOSA 112 vislumbrador y activo á donde están de las soñadas alturas, en las águilas del arte, los genios luce, plandece con donde el brillo la donde el sol inmortalidad res- eterno de la gloria. Nada quedaba ya en aquel espacio desnudo y triste como la losa de un sepulcro. Al entrar imaginábase al pintor muerto, cualquiera creería que acababa de salir de allí el cadáver de Morello. I A la semana siguiente se leía esto en las columnas de un diario: i "Copiamos de un colega de la capital: ' "Salvador Morello, nuestro insigne pintor, se en ha embarcado para Europa, tomando pasaje el vapor francés "Etoile" que zarpó ayer de Veracruz. I Deseamos á nuestro amigo un viaje feliz, gran cosecha de triunfos y laureles y pronto regreso." ' "Nosotros, admiradores entusiastas del notable viajero, abundamos en los mismos mientos. R. R." senti- XXVIII LEGÓ Los primeros á París Morello. días fueron dichosos. ... ^^^ la ánimo de La novedad, vivísima impresión que causó en su artista, de verdadero artista, la gran ciudad, emperatriz del mundo: sus calles, sus edificios, sus plazas, sus museos; el monumentos, Bosque, las iglesias, las tabernas, la los Mor- gue, el Sena con sus aguas sombrías y sus puentes más sombríos aún;. . . . cuanto contado, lo que había leído en le habían y la novela, la novela sobre todo. Se encontraba él allí, en el la historia terreno, en el escenario, en los luga- VELEIDOSA 114 res mismos donde se habían desarrollado, en otro tiempo, ante su ardiente imaginación de niño cas, joven, los dramas de distintas épo- y de maravillosamente referidos por Dumás, Víctor Hugo, Sué, y tantos otros privilegiados ingenios. . . . de Anselma. Pudo . . . así olvidarse algunos ratos Esto era algo. j Nada más algunos ratos. Después, como si su espíritu buscara reposo, ¡cosa rara! se em- peñaba de nuevo en aquella con terrible lucha de imágenes del pasa- los recuerdos llenos do. Pretendía sondear el corazón de echábase á nadar en el Anselma; mar de fuego de aquella alma adorada, donde tantas tempestades se habían levantado bajo un cielo azul y sereno, y como el náufrago que salta al fin se sienta á descansar, presa de los á la orilla gos pensamientos, disculpaba á Anselma, rodeaba de sus afectos, y más amar- de sus ternuras, la la en- volvía en la aureola luminosa de su perdida gloria de artista y, divinizándola, le entregaba allí, de solo, el mundo de sus los suspiros ilusiones, el torrente de su pecho, el caudal de sus lágrimas, amargas "Sí, — y silenciosas. murmuraba ella no tiene — la culpa. VELKIDOSA es buena, muy ftv '^S buena; su amor, aquel amor tantas veces jurado, era sincero. ¿Por qué ha- bía de ser eterno? ¿Por tanto como los afectos el con mío ? el ¿ qué había de durar Han de perecer siempre barro quebradizo, con la ma- humano sentimiento ? No. Esto es lo real Pobre Anselma mía! Yo mismo, continuaba: ¿No creí amar tantas veces? ¿No huyeron de mi memoria visiones del amor que creí también duteria vil y deleznable que guarda ! ¡ el ¡ raderas? ¡Ah! dichosas, dichosas, mil veces, las , la almas mellizas que han de parecerse como fisonomía de los seres que juntos, y con al mundo misma identidad de la llegan facciones y de movimientos bajan al sepulcro un día. ¡Qué multitud de ideas, extravagantes y extrañas, pululaban en la mente de Morello! Ideas que en el reducido espacio de su cráneo, se mezclaban, se confundían, como en inmensa plaza en día de carnestolendas, las gentes de distintas razas, con diferentes dos, de diverso idioma, trajes, que codean, ganando y perdiendo se el abigarra- empujan, se terreno, dis- putándoselo, vociferando, sin comprenderse, hasta que la noche sobreviene y las dispersa. VELEIDOSA Il6 quedando el sitio, donde hubo tanto movi- miento y vida, envuelto en sombras, desolado, yermo, lóbrego como, el caos. Tal quedaba el cerebro de Morello después de uno de estos frecuentes accesos de sentimentalismo tan po- hombre que no tiene ya poderoso incentivo de la pasión más grande sitivo, el tan natural en de su vida: Al el ser el amado. día siguiente, después del escaso y cori^ turbado sueño, Salvador saltaba del lecho, tigado, con torturas de cuerpo salía á la calle. tas! Una tras . . . fa- y de alma, y ¡Cuántas mujeres! ¡cuán- de otra pasaban ante sus ojos, deslumbrantes de hermosura, de belleza, en plenitud de sus abriles, llenas de de yas, cintas, flores, la de jo- de encajes, y llenas sobre todo de seductora gracia y femenil hechizo. Pero, ¡ay! ninguna de esas mujeres era Anselma, ella había de ser. ¡Ninguna Una noche, pasado el en el Teatro de espléndido. un la tiempo, se encontraba Opera, grandioso, soberbio, Terminada pasillo, se acercó á la función, al salir, él un lacayo y le y leyó esto, escrito de prisa y con en entre- gó una esquela, pequeña, perfumada. Rasgó sobre y otra! el lápiz: VELEIDOSA " Caballero: si en tratar á una y de sa no 117 tiene usted inconveniente dama que se precia de hermo- discreta, siga usted al portador." --^'Aquella era una aventura. na aventura. Siguió al criado ;"v - / . . . una peregri- í y á algunos pasos del pór- gran Coliseo, su guía se detuvo junto tico del á un magnífico carruaje tirado por dos soberbios caballos negros y lustrosos como el aza- bache. Abrió la portezuela y quitándose el sombre- ro respetuosamente, dijo; — Pase usted, señor. Morello subió y sentóse jer que allí Ni estaba. al lado de una ella ni él mu- hablaron una y nada más. puerta de un palacio, palabra. ... él saludó Se detuvieron á la ce- rrado todo por fuera. Por dentro, profusamente iluminado. Al , *> . ^ v pie de la escalera de aquella mujer pidió el de embarazo, confuso. v mármol blanco, brazo á Salvador lleno . . . aturdido No tenía la costumbre. Entonces fué cuando pudo la, y extasiarse, porque la verla, dama examinar- era hermosa . VELEIDOSA ii8 y muy bella; una rubia soberanamente bella. ¡Qué lujo, qué suntuosidad! El piso, las paredes, los techos. . . columnas, estatuas, regio. za!. . por todas partes luces, flores. . . ostentoso. . . . Llegaron á un pequeño gabinete, . á media luz, y correctamente amuebla- tibio, do. . . .. . colgaduras. las . sobre ¡Cuánto buen gusto. . lo cogía á cuánta rique- mismo tiem- dejó caer, al el cual ella se po que . las sillas. ... el sofá . . . de él la mano y lo hacía ro dar á su lado Cuando Morello salió de aquel palacio era ya de día. Al obscurecer, después de algunas horas de fiebre, de vacilaciones, de dudas, Morello vol- vió Quería verla otra vez ¡ ! Un lacayo estaba encargado de no dejarlo subir. ... ¡lo echaron ! . . . Después . la vio en el teatro dos veces, en su palco, arrobadora con su original belleza; pero ella dignó mirarlo. sa . le reconoció ni aun se Dijéronle que era una con- amiga de un embajador belga. Aquel placer satánico de unas breves horas; desa el . no italiana, extraño capricho de aquella mujer misterio- y extravagante, no hicieron otra cosa que . ! VELEIDOSA más despertar de nuevo, 119 más intenso, recuerdo de Anselma en el vivo, el corazón de Salva- dor. Volvía á presentársele en todas partes, risueña, seductora, llena de aquel amor tan puro, tan dulce, tan lleno de ilusiones para porvenir y. El pintor ¡tan falso!. era, impresionable. . . . el ¡tan pasajero! desgraciadamente, demasiado . . Así había nacido, era su temperamento, y se entregó al dolor de aquella pasión tan mal correspondida. Vinieron, primero, la honda amargura, después triste abandono. ... embriaguez, res la y de enervantes el Más la inacción la orgía pereza y tarde la con su cadena de horroplaceres, y por y ¡la enfermedad! La una del alma! la otra último, la miseria. ... — — . i dijo Morello —y . j del cuerpo se acostó en el lecho del dolor « > '"-ir" i-t'' XXIX OMü no recibían periódicos, selma Genoveva ni An- ni se informaron del '^Tf^r párrafo que anunciaba el viaje de Salvador. Supieron, pasado el tiempo, por casualidad, dad que el pintor vivía en París; pero la ver- es que, eso, Una en nada les interesaba. . , noche, serían las diez, cuando se pre- aposento de Anselma sentó una criada en el con una carta en mano. la La muchacha se preparaba para concurrir á un baile en casa de su amiga Rosa Beltrán, hermana, precisamen- te, de un gallardísimo joven, poeta novel, pero 16 . . yH--^ VELEIDOSA 122 de claro ingenio y donosa inspiración y que pasaba en aquellos días por rival (afortunado) de Diego Vargas, cuyo sol trasponía el hori- zonte. Así, á lo menos, la crónica lo aseguraba. — ¿Una carta? — Y Sí, señorita. cartero aguarda el va- el lor del porte. — ¿Cómo — Viene — ¿Y quién puede escribirme á mí así? del extranjero, tranjero? ¡ Ah, sí!. . del ex- . Cruzó una idea por cerebro de Anselma. el — paga porte de Sabes qué me he imaginado?. — ¿Qué? — Genoveva entregando una — Que me — Después de tiempo. imposible. Tía, esta carta. el ¿ ... á la dijo criada peseta. escribe Morello. tanto . ¿Y qué ha de ¡más de ocho meses!. ... birte?. ¿para qué? — ¡Quién sabe! aguarda. Anselma rompió — escri- Vístete. . . curiosidad!. ... . el . . . Voy á ver. . . sobre. niña;. . . . después. . . . ¡qué . VELEIDOSA ' — dad es mucha sa. .. . tal me Bien que sólo los pendientes. ... Anselma ;." - . V;}ia3 verdad es que mi curiosi- la Sí, tía .. y el polvo. . . . ¡ faltan Ah!. . . dio un grito, un grito de sorpre- vez de vanidad. . . — ¿Qué pasa? murmuró Genoveva. — Él decía yo Aquí — "Salvador"— ¿A ver?. su firma. mírala ¡ ! . . . . ¡ te lo ! . . . está . . Pasó la vista por primeras las En seguida se puso voz sombría, — dijo, carta: — ¡Qué cosas tan lívida líneas. y balbuciente, con apartando los ojos de la .^ tristes hay aquí!. ... . XXX "_-:' Anselma: OMO " Enero París, tí podré tomar despida . . . .. en breve no pluma entre mis dedos. la me vieras, no me conocerías. es vivir, en me y te hable unos momentos. Me apresuro, porque conozco que Si - tanto has influido en mi vida, es natural que antes de morir ^^^ de 6. '~^':' Vivo, si esto un aposento tan pequeño, que ape- mi lecho y una silla. Es bastante para mí que no puedo moverme; estoy nas caben en paralítico. puloso que él Me me un criado imbécil y craolvida, que me deja casi siem- sirve . VELEIDOSA IZÓ pre sin alimentos y sin medicinas ...... Esto No último no importa quiero es no sufrir Anselma, ¡ soledad y la quiero sanar, lo que el Qué horribles son, abandono Ni una ! palabra de consuelo, ni una amiga mano, ni una ¡ mirada de compasión y de ternura. sola Se respira aquí la Cuando menterios! helada tristeza de los ceestuviste enferma. . . ¡qué diferencia!. ... ¿te acuerdas? Anoche estuve recordando aquellos hermo- sos días del amor cuando á tu lado bebecía mirándote acabada de me em- salir del baño, envuelta en la lluvia de oro de tu copiosa cabellera, todavía Me húmeda, oliendo á limpio. he acordado de tus palabras, de las y de tanto delirio Todo ¿para qué? Mi amor al arte, mi amor al trabajo, mi amor á mis hermanos á mi madre todos mis amores, perdidos por tu amor que era nada: un capricho tuyo, pasajemías, de tanta locura ¡ ! ro, la . . fugaz - . . - . ¡ Eso fué ! Para tí muerte. ¡Ya lo ves! mi corazón, lo mismo que un la vida, Tú para mí despedazaste niño hace peda- zos la luna del espejo ante la cual se divirtió mirándose, algunas horas antes de romperlo! . •:?»*• VELEIDOSA No puedo más. . me mi memoria. ... y trabajo, recordar. Hoy ha Mañana dicho iré al . . ; así me de esta casa. me lo . . • • íC: doctor que el mucho cuesta trabajo, confiese - acaba de re¡Mejor! Si . ¡qué horribles penas!. ... de día . . . hospital petir la portera supieras. todo se va borrando en . . 127 ?^; > descanso pero de noche qué dolores se ha! ; ¡ cen pedazos mis huesos. ... mi cuerpo todo es la una lástima. . . una miseria. . manera de que esto termine. be pronto. . . . . . . . . . Yo veré que se aca- pronto. ... Adiós. Salvador." Dentro de ta la misma cubierta venía otra car- más pequeña en papel de abrió. Decía luto. la así: "Enero ' r Señorita: me recomendó al 7. - El enfermo que escribió el Anselma la adjunta carta y entrar hoy, que la pusiera en correo; poco después, inadvertidamente, por una inconcebible equivocación, dicina del numero 7, se bebió la me- que estaba destinada para uso externo, en lugar de las cucharadas que le 'i 128 VELEIDOSA había ordenado el médico en A pesar de los esfuerzos ha fallecido sia, jefe de la sala. hechos para salvarlo, hoy mismo, en á las lUieve y media de el la seno de la Igle- noche. Vuestra respetuoso servidor, A. JaNIN, i '••*,> Interno del hospital de San Luis." Wl 'tílg"*S»Z" Mérida, Feb. Marzo, 1891. .^: »;-•- i V'