Pescadores y delfines en el norte de España

Transcripción

Pescadores y delfines en el norte de España
 VALDÉS HANSEN, Felipe: “Pescadores y delfines en el norte de
España. Historia de su interacción desde la Edad Media hasta el
siglo XX”, Itsas Memoria. Revista de Estudios Marítimos del País
Vasco, 6, Untzi Museoa-Museo Naval, Donostia-San Sebastián,
2009, pp. 629-641.
Pescadores y delfines en el norte de España. Historia de su
interacción desde la Edad Media hasta el siglo XX*
Felipe Valdés Hansen
En la Península Ibérica occidental podemos distinguir tres regiones marítimas claramente diferenciadas: el sector andaluz o meridional, desde el estrecho de Gibraltar hasta la frontera con Portugal, es
decir, la costa española del golfo de Cádiz; el sector norte de la Península Ibérica entre los ríos Bidasoa y Miño; y el portugués a medio camino entre una y otra región marítima. Todo el litoral Cantábrico y la fachada occidental de Galicia han conformado históricamente una única región marítima
que, fundamentalmente, se caracterizó por el nexo común en torno a unas pesquerías que fueron el
eje vertebrador de la región. Ésta se puede remontar a la Baja Edad Media, cuando todos los puertos
norteños ya forman parte de la misma unidad política: la Corona de Castilla. A partir de entonces se
inicia un flujo constante de pescadores del Cantábrico oriental hacia Galicia y Asturias, para explotar
la gran riqueza piscícola de estos caladeros, incluyendo la pesquería de ballenas más importante del
continente europeo: la costa gallega. La región marítima del norte de España se conformó sobre la
base de este flujo migratorio y la explotación de las mismas pesquerías que, en el caso de la actividad
ballenera, conllevó también la creación de tripulaciones y sociedades mixtas con pescadores y armadores de una u otra zona entre los siglos XVI y XVIII. Todo ello implicó un importante trasvase de técnicas navales y pesqueras a lo largo del Cantábrico, hasta el punto de encontrar modelos idénticos
de embarcaciones de una punta a otra, como en el caso de la chalupa ballenera de los siglos XVI al
XVIII o las traineras de los siglos XIX y XX.
En el presente trabajo nos centraremos en la interacción del hombre, como pescador, y los delfines en el norte peninsular, analizando el perjuicio o beneficio que supuso la presencia costera de
estos animales. La expansión de la actividad pesquera de bajura, sobre todo desde el siglo XVI, el uso
de artes de pesca cada vez más grandes y de deriva, así como el progresivo abandono de los métodos de pesca tradicionales desde finales del siglo XIX y principios del XX, contribuyó a extender el
odio hacia los delfines entre los pescadores. Los delfines eran considerados como unos «peces»
malignos o nocivos para la pesca, por los destrozos que causaban en las redes al enmallarse y al rapiñar el pescado allí atrapado, además de ser un competidor que depredaba el codiciado recurso natural de los pescadores1. De esta manera, el delfín pasó a ser el chivo expiatorio de los pescadores que
lo convirtieron en una alimaña marina que había que exterminar de las aguas costeras2, a semejanza
de lo que acontecía en tierra, por ejemplo, con los lobos.
Posiblemente, otro de los nombres con el que también se conoce al delfín en castellano (golfín),
gallego (golfiño) y portugués (golfinho), guarde relación con la personificación que el pescador confería a este animal, pues el delfín era considerado un golfo en el sentido explícito de la palabra. El
delfín mular (Tursiops truncatus), el delfín común (Delphinus delphis) y listado (Stenella coeruleoalba), la marsopa (Phocoena phocoena) y los calderones (Globicephala melas) son los cetáceos más frecuentes en la plataforma continental de la Península Ibérica. Por lo tanto, fueron éstos los cetáceos
estigmatizados por los pescadores. De entre todos ellos, la especie más problemática por su acusado
instinto costero era el delfín mular, también llamado arroás, al que podemos considerar como el gran
proscrito de nuestras aguas3.
Su persecución y pesca comprendió dos épocas en lo que atañe a los instrumentos y métodos
empleados en su matanza: la pesca tradicional, desde la Edad Media hasta el siglo XIX, y la moderna
* El presente artículo es una versión ampliada y modificada de la conferencia dada por el autor en el II Marine Mammals History Workshop,
celebrado en Lisboa el 8 de junio de 2007.
1. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero con los delfines y su persecución en Galicia (siglos XIII al XX)”, en Cuadernos de Estudios
Gallegos, nº 117, Santiago de Compostela, 2004, pág. 314.
2. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 339.
3. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 315.
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en el siglo XX4. La primera de éstas se caracteriza por el uso de aparejos (redes) y pertrechos (arpones) artesanales, mientras que en el siglo XX se extiende el uso de las armas de fuego (rifles y ametralladoras) y los explosivos (dinamita)5.
En ambas etapas, tradicional y moderna, la matanza de delfines se llevó a cabo de manera oportunista o premeditada. En el primer caso las muertes de los cetáceos se producían de manera accidental, cuando morían ahogados al enmallarse en una red de pesca o cuando, tras el varamiento de
una manada en la orilla, eran rematados a palos y cuchilladas por la gente que aprovechaba la carne
como alimento y la grasa para aceite. Un ejemplo de esto último nos lo ofrece el ilustrado Padre Sarmiento que asesoró a su hermano, comisario de marina del puerto de Pontevedra, en la manera de
favorecer los cercos para atrapar la sardina en dicha ría y acabar con los perjuicios que ocasionaban
las manadas de arroaces. En 1758, en una de las cartas dirigidas a su hermano, nos dejó constancia
del varamiento de una manada de doce arroaces en la desembocadura de un riachuelo de la ría de
Pontevedra, donde los mataron a palos y se aprovecharon de su carne y grasa6.
En cuanto a las acciones premeditadas por parte del hombre hay que distinguir la matanza ocasional (se arponeaba o disparaba a los delfines que se aproximaban a la proa de los barcos) y las campañas sistemáticas de exterminio (como las «corridas de arroaces» en Pontevedra y las persecuciones
por las patrulleras de la Armada7). Desde el siglo XVIII también hubo varias tentativas frustradas de
industrializar su pesca en el noroeste de España (Galicia), por parte de unos mercaderes de Galicia y
Bilbao. Pero fue el último intento del siglo XX el más interesante de todos, cuando un empresario
catalán trató de convencer a la industria ballenera de Galicia para que se dedicasen, supuestamente
con mayor beneficio, a la pesca del delfín8.
El norte de España se ha caracterizado por una ancestral y estrecha relación de los pescadores con los
delfines, manifestada de forma tan dispar como es la sistemática y, a veces, multitudinaria matanza en
festejos populares o la pacífica coexistencia, aprovechando incluso los avistamientos de delfines para
descubrir los bancos de peces. Ya en el siglo X, gracias a un privilegio del rey Ordoño II, hemos podido
averiguar la existencia de un puerto en el norte de Galicia –posiblemente O Barqueiro (provincia de A
Coruña)–, cuyo nombre medieval, «Portum de Delfino», podría guardar alguna relación con estos cetáceos. En Italia encontramos un paralelismo en la localidad de Portofino, antiguamente denominada
«Portum Delphini», es decir, «Puerto del Delfín» (Cayo Plinio Segundo, Historia Natural, lib. III, cap. V)9.
El «Portum de Delfino», citado en el privilegio real del año 916, se localizaba muy cerca del puerto que
más tarde, a partir del siglo XIII, será la estación ballenera más importante de todo el norte: Bares. De
hecho, el cabo de Estaca de Bares es el punto más septentrional de la Península Ibérica y, además, allí
convergen el Mar Cantábrico y el Océano Atlántico. Si a ello añadimos un fuerte desnivel de la plataforma marina a poca distancia de la costa, no es de extrañar la importancia de este tramo costero como
zona de paso de gran diversidad de cetáceos, desde los más grandes, como la ballena franca (Eubalaena glacialis), hasta los más pequeños, los delfines, cuya abundancia en aquel tiempo podría ser el origen
de este nombre medieval. Sobre la mayor presencia costera de los delfines en esta parte de España e
incluso del continente europeo es interesante traer a colación la información de Duhamel du Monceau
que, en su Traité général des pêches (1782), alude a los lugares donde era más abundante esta especie,
destacando la costa gallega y citando incluso el puerto de La Corogne o Coruña:
«On m’a assuré qu’il y en avoit aussi beacoup dans le Canal de Messine & dans la Mer Adriatique, d’où
il en passe dans les lagunes de Venise, sur les côtes de Galice, même dans le port de La Corogne»10.
Galicia representa el caso más paradigmático de un problema generalizado en toda España, por la
peculiar conformación geográfica de su litoral salpicado de grandes rías. La riqueza pesquera de las mismas se convirtió en un foco de atracción de pescadores y delfines, desencadenándose el consiguiente
problema pesquero que aquí nos ocupa11. Este problema se recrudeció, entre los siglos XVIII y XX, al
4. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 315.
5. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 315.
6. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 321.
7. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 341.
8. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 341.
9. VALDÉS HANSEN, F.: “La conformación de la red portuaria del Arco Cantábrico”, en Estudios Mindonienses , nº 22, Salamanca, 2006,
pp. 663-665.
10. DUHAMEL, H.L.: Traité général des pêches, vol. 4, París, 1782, pág. 40. BONNATERRE, J.P.: Tableau encyclopédique et méthodique de
trois règnes de la nature. Cetologie, París, 1789, pág. 20.
11. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pp. 314, 342.
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intensificarse la actividad pesquera dentro de las rías, por mor del establecimiento de abundantes fábricas de salazón e industrias conserveras12. De este modo, el problema pesquero fue mucho más acuciante en las rías de Galicia y se prolongó durante siglos. Los testimonios de los propios pescadores del
sur de Galicia, en las primeras décadas del siglo XX, así lo refrendan, pues entre ellos mismos existía
cierta extrañeza por la ausencia de problema alguno cuando faenaban en el litoral portugués, mientras
que en la costa y rías gallegas eran constantes los destrozos ocasionados a las redes13. Es por ello que
fue Galicia el único lugar de España en el que se celebraron las «corridas de arroaces» (de delfines
mulares) en el siglo XIX, además de ser la parte de la costa española donde las patrulleras de la Armada se dedicaron más intensamente a la persecución de las manadas de delfines en el siglo XX14.
Actualmente, los enmalles de pequeños cetáceos o el ramoneo de los mismos en las redes no conlleva el mismo perjuicio al pescador. Ello es debido a varios factores que enumeramos a continuación15:
- La confección de las redes con resistentes fibras sintéticas, en vez de las tradicionales redes de
tejidos naturales como el cáñamo.
- La expansión de la pesca de altura en el siglo XX en detrimento de la pesca de bajura, principal
foco del conflicto.
- El mayor poder adquisitivo y aumento del nivel de vida de los pescadores, ampliando el margen
de pérdidas asumible.
- La menor presencia de pequeños cetáceos en el litoral, ya sea por la sobrepesca que ha esquilmado los caladeros costeros de los que también se alimentan los delfines o a un menor número de
estos animales, tras varios siglos de persecución por parte del hombre.
1. LA PERSECUCIÓN DEL ODIADO DELFÍN: EL PLEITO DE LOS DELFINES Y EL CONJURO DE
LOS CALDERONES EN ASTURIAS. LAS CORRIDAS DE ARROACES EN PONTEVEDRA
Las primeras noticias documentadas de capturas de delfines en el norte de España se remontan a la
Edad Media y tienen que ver con el consumo alimenticio de la carne. La primera de ellas nos remite
a la localidad de Padrón (la antigua sede del arzobispado de Santiago de Compostela), en el siglo XIII,
donde se vendía la carne junto a otros muchos pescados. En el siglo XV se alude al correcto corte de
la carne del «tohoyno» (el delfín común o listado) y del «pez mular» (el arroás o delfín mular) en el
tratado de cocina medieval de Enrique de Villena (Ars Cisoria)16.
A medida que se desarrolla la actividad pesquera se aprecia un cambio en el cariz de la información documental17. A partir del siglo XVI los delfines aparecen como auténticas plagas demoniacas
que perjudicaban las pesquerías. Un buen ejemplo de todo ello es la leyenda del «pleito de los delfines» que recoge la obra del cronista Gil González Dávila (Teatro Eclesiástico de la Santa Iglesia de
Oviedo, 1635). Según este autor, varios puertos de Asturias –representados por el cura de la villa de
Candás– ganaron un pleito a los delfines, a los que, incluso, se otorgó el derecho de contar con un
abogado que nada pudo hacer ante las acusaciones de devorar los peces y destrozar las redes, dictándose la sentencia de «destierro» en alta mar18.
Al margen de la verosimilitud del suceso, lo que importa es que es uno de los primeros ejemplos
de la animadversión del pescador hacia los delfines en el pasado19. Verídico y anterior es el no menos
sorprendente «conjuro de los calderones» del que tenemos noticia por una escritura del año 1624.
En la misma se da cuenta del acuerdo entre los pescadores de Candás y Gijón (Asturias), para contratar a un clérigo del Santo Oficio de la Inquisición, al cual se atribuía el don de ahuyentar los peces
dañinos o delfines20. De este modo, al igual que lobos o roedores, los delfínidos entraron a formar
12. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 342.
13. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 333.
14. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 342.
15. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pp. 342-343.
16. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 316.
17. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 318.
18. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 318.
19. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 318.
20. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pp. 318-319.
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parte del conjunto de animales malignos, cuya plaga era obra del diablo para diezmar las cosechas,
los rebaños y las pesquerías que, a través del diezmo, proporcionaban tan buenos réditos para el sostenimiento de la Iglesia21.
En Galicia encontramos casos similares en la ría de Arousa y en Pontevedra. En 1878, con la pretensión de ahuyentar las manadas de delfines que entraban en la ría de Arousa, el arzobispado de
Santiago de Compostela comisionó a dos monjes del monasterio de San Francisco (Santiago) para
que, con sus rogativas, librasen a los marineros de Palmeira y Cabo Cruz de los arroaces22. En cambio
los pescadores de Pontevedra, en el siglo XVIII, en vez de seguir los consejos del Padre Sarmiento
sobre el modo de diezmar estas manadas, recurrieron a prácticas supersticiosas. En este caso a los
conjuros de los «gurumantes» o hechiceros de las islas de Ons, inútil superchería popular muy criticada por Sarmiento como hombre de Iglesia e ilustrado que era23.
Fray Martín Sarmiento estaba muy sensibilizado con el problema en Pontevedra por ser ésta la
ciudad de su infancia y porque su hermano desempeñaba allí el cargo de comisario de marina. Su
hermano pretendía que la ciudad recuperase el esplendor económico de antaño, restableciendo los
famosos cercos que, en el siglo XVI, habían abastecido con ingentes cantidades de pescado a la
Corona de Castilla e incluso a Levante y las posesiones españolas de Italia. En la correspondencia con
su hermano, Sarmiento le recomendaba la colocación de una gran red de un lado a otro de la ría de
Pontevedra, a la altura del barrio pesquero, para impedir así la vuelta al mar de las manadas de delfines que remontaban la ría24. De esta manera, aprovechando la marea baja, se los podría acometer
fácilmente con armas de fuego, francadas, arpones o palos y, con el paso de los años, se lograría
reducir notablemente la población del denostado cetáceo25. Sin embargo, las ideas del Padre Sarmiento, como él sospechaba, no encontraron el eco esperado entre unos mareantes demasiado apegados a sus tradiciones y creencias, por lo que Sarmiento no llegó a ver en vida las famosas «corridas
de arroaces» que, en el siglo siguiente, se harían muy populares. Los primeros intentos no tuvieron
éxito al tratarse de iniciativas ajenas y foráneas al cerrado grupo que constituía el gremio de mareantes, anclado en las ordenanzas. El primer intento corrió a cargo de un mercader de Bilbao de origen
irlandés, cuya red, finalmente, acabó en la cercana ría de Arousa26. Es en esta otra ría donde un mercader de Ferrol sopesó la idea de calar una de estas redes, contando para ello con un privilegio otorgado por el rey Carlos III en 178027. Diez años después Carlos IV concedió otro igual a un mercader
que tampoco llevó a la práctica su iniciativa, pues pretendía que los mareantes contribuyesen económicamente en la empresa, por el supuesto beneficio que les reportaría la progresiva desaparición de
los delfines28.
Las monterías o «corridas de arroaces» sólo se iniciaron en Pontevedra cuando el gremio de
mareantes asumió privadamente este proyecto. Se realizaban coincidiendo con la semana de festejos
de la ciudad, en el mes de agosto, por lo que adquirieron gran popularidad, emulando y tomando el
nombre de las famosas corridas de toros. Es por ello que han pasado a la historia, pero esta costumbre de extender una red de una orilla a otra en las rías era una práctica habitual en el pasado en Galicia para la pesca en general y la captura de delfines, cuando éstos remontaban alguna ría detrás de
un banco de sardinas, según el académico de la Real de Ciencias Paz Graells29.
Estas redes se sujetaban con unas estacas o postes clavados en el limo para empatar los diferentes tramos de red. A medida que subía la marea, la red era levantada por los pescadores y enganchada a los extremos de los varales, impidiendo así la vuelta al mar de los peces. La red que utilizaron
los mareantes de Pontevedra se guardó, durante muchos años, en una casa del puerto junto a otros
pertrechos y redes del gremio, hasta que un incendio, a finales del siglo XIX, la destruyó completamente30. Por lo que respecta a los arpones, se conservan tres de ellos en el Museo de Pontevedra,
aunque lo cierto es que se recurría a cualquier objeto contundente que sirviese para herir y matar los
21. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 319.
22. VÁZQUEZ LIJÓ, J.M.: “Proyectos de pesqueras de peces corsarios en la Galicia del siglo XVIII”, en Universitas, vol. 1, Santiago de Compostela, 2002, pág. 415.
23. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 344.
24. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pp. 320, 343-345.
25. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pp. 320, 343-345.
26. VÁZQUEZ LIJÓ, J.M.: “Proyectos de pesqueras…”, op. cit., pág. 415.
27. VÁZQUEZ LIJÓ, J.M.: “Proyectos de pesqueras…”, op. cit., pp. 415-419.
28. VÁZQUEZ LIJÓ, J.M.: “Proyectos de pesqueras…”, op. cit., pág. 419.
29. GRAELLS, M.P.: Exploración científica de las costas del Departamento Marítimo del Ferrol, Madrid, 1870, pág. 276.
30. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 324.
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cetáceos: piedras, palos, francadas, armas de fuego, etc.31 Contamos con un par de descripciones
del siglo XIX que detallan minuciosamente estos festejos. La primera es un largo poema publicado en
un diario local de Pontevedra, en 1859, en el contexto de exaltación de las fiestas de la ciudad y sus
gentes, por lo que tiende a la exageración con el propósito de resaltar lo épico de la pesca, como si
se tratase de un «género chico» de la pesca de la ballena32. La otra fuente, posiblemente más acorde con la realidad, data de 1890 y describe cómo los delfines eran acometidos por los hombres e
incluso los niños, cuando los cetáceos apenas tenían agua para zafarse de ellos durante la bajamar33.
Por aquel tiempo, en 1890, habían pasado muchos años desde la última «corrida de arroaces»,
sabiendo por la prensa que la del 13 de agosto de 1859 ya no se pudo celebrar por la ausencia total
de delfines en la ría y sus inmediaciones34.
En las últimas décadas del siglo XIX y en el XX, con el uso de las armas de fuego y la generalización de los arpones artesanales entre los pertrechos de los barcos pesqueros, las «corridas de arroaces» dieron paso a las batidas por parte de los pescadores y, sobre todo, a cargo de las lanchas guardacostas de la Armada. En 1879, en Santiago, mientras el arzobispado encomendaba a dos monjes
que rogasen para proteger a los pescadores de los delfines de la ría de Arousa, los prohombres de la
Sociedad Económica de Amigos del País de Santiago elaboraron un extenso informe sobre el problema, proponiendo posibles soluciones y decantándose por la existencia de unos barcos con tiradores
que patrullasen las rías de Arousa y Muros35. De todas las Sociedades Económicas de Amigos del País
que se crearon en toda España, para paliar el atraso económico, es la única del norte que realizó un
estudio de este tipo. Esto demuestra, además del dinamismo del que hizo gala dicha Sociedad en
aquel tiempo, que Galicia era la región de España donde el problema era más acuciante y, especialmente, las Rías Baixas. De hecho, fue el primero de los informes que, durante aquellos años, evacuó
dicha Sociedad sobre el sector pesquero en Galicia36.
2. LA PROTECCIÓN DE LOS DELFINES DURANTE EL PRIMER CUARTO DEL SIGLO XX
Paradójicamente, la irrupción de las armas de fuego conllevó la protección de los delfines, durante el
primer cuarto del siglo XX, coincidiendo con la importancia que había adquirido la pesca a la manjúa
a bordo de traineras y utilizando la red de cerco de jareta o traíña. En este método de pesca, como
veremos con detalle más adelante, los delfines representaron una gran ayuda al convertirse en involuntarios delatores de los bancos de peces que perseguían. Por ello, no es de extrañar que se otorgasen casi una docena de reales órdenes para proteger los delfines, lo cual es notablemente significativo. Estas prohibiciones, pioneras en el contexto de la protección de los pequeños cetáceos, evidencian
un claro desencuentro entre los gobiernos locales (ayuntamientos y diputaciones), que reclamaban
medidas para exterminar los delfines, y la Administración central que, menos permeable a las presiones vecinales, apelaba siempre a la ayuda de los delfines como involuntarios delatores de los bancos
de peces. Sin embargo, esta política conservacionista, que coincide con la segunda etapa del régimen
parlamentario de la Restauración (el reinado de Alfonso XIII: 1902-1923), no tuvo continuidad tras la
instauración de la dictadura de Primo de Rivera, la II República y la dictadura de Franco.
En 1899 todas las cofradías de pescadores del Cantábrico se reunieron en San Sebastián, a petición de la cofradía de Guetaria, para tratar el problema y los medios para destruir las bandas de toninos, pidiendo al Gobierno que dotase a cada trainera de un fusil y municiones37. Sin embargo, en
1902 y en 1905, tras la celebración en Madrid de la asamblea de industrias de la pesca, una Real
Orden prohibía su persecución por la gran ayuda que representaban para muchos pescadores que
pescaban a la manjúa.
En 1906 no se concedió autorización a unos armadores de Vizcaya para llevar armas de fuego a
bordo de sus barcos para matar los delfines y, pocos días después, se desestimó la petición del alcalde
de Mataró (Cataluña) para que se dictasen normas encaminadas a erradicar los pequeños cetáceos.
31. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pp. 325-326.
32. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pp. 323, 346-348.
33. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, pp. 323, 352-353.
34. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 324.
35. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pp. 326-327, 348-352.
36. FERNÁNDEZ CASANOVA, C.: La Sociedad Económica de Amigos del País de Santiago en el siglo XIX, Sada-A Coruña, 1981, pág. 62.
37. ANÓNIMO: Sin título, El Noticiero Bilbaíno, Bilbao, 24 abril 1899.
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En 1910 se prohíbe el uso del arpón y la carabina en los barcos de San Sebastián y, tres años después, no se concede a unos pescadores (sin identificar geográficamente) un permiso para perseguir
los delfines con un barco tripulado por tiradores.
No obstante, en 1911 y 1912 sí hubo autorizaciones para dos de las especies más problemáticas.
En 1911 se permite que ciertos barcos, dotados de ametralladoras, pudiesen perseguir los arroaces.
Y en 1912 se autorizó, a título de ensayo, la persecución de los calderones comunes (Globicephala
melas) o «negros» del estrecho de Gibraltar. Sin embargo, no tenemos noticia alguna de la puesta en
práctica o plasmación real de estas reales órdenes por parte de los pescadores.
En 1916 se prohíbe a la Diputación de Barcelona su decisión de conceder un premio de 500 pesetas a los pescadores que matasen doscientos delfines.
En 1918, 1920 y 1922 se sucedieron las reales órdenes prohibiendo la utilización de las armas y
arpones a bordo de los pesqueros, lo que denota que, a pesar de toda esta normativa proteccionista, los pescadores hacían caso omiso de lo ordenado por las autoridades de marina y pesca. El uso de
arpones estaba tan extendido que, a principios del siglo XX, el técnico pesquero Rodríguez Santamaría calculó en más de 500 los arpones que había en todo el litoral Cantábrico. Igualmente, lamentaba la falta de medios para vigilar a los pescadores en alta mar para garantizar el cumplimiento de
las reales órdenes, habiendo decomisado él mismo, durante su etapa como cabo de mar, carne de
delfín en el puerto cántabro de Laredo38.
3. EL PROBLEMA DE LAS BATIDAS DE DELFINES EN GALICIA Y CANTABRIA
Aparte del convencimiento de la Administración en la utilidad de los delfines, tal como se estableció
en la primera real orden que sentó un precedente al respecto, detrás de todas estas prohibiciones se
encontraba también el temor a que se extendiese el uso de las armas de fuego entre los pescadores.
Sobre todo, hay que tener en cuenta que muchas de estas reales órdenes coinciden en el tiempo con
una guerra de pescadores en Galicia, a finales del siglo XIX y principios del XX, entre los defensores
de la tradición (los propietarios de las redes de deriva o «xeitos») y los partidarios del uso de la trainera y la red de cerco denominada traíña o cerco de jareta39. El binomio trainera-traíña irrumpió en
todo el norte, durante la segunda mitad del siglo XIX, demostrándose rápidamente como un sistema
de pesca mucho más provechoso y en el que los delfines, como ya se dijo anteriormente, eran de
gran ayuda en el caso de la pesca a la manjúa.
Conscientes de la oposición gubernamental al uso de las armas de fuego y con el propósito de
hacer ceder a la Administración, en 1922, la Asociación General de Industrias Pesqueras de Galicia llegó a ofrecer al Ministerio de Marina dos vapores para que, tripulados por marinos de la
Armada, se dedicasen a la persecución de los delfines40. Ni siquiera así los pescadores obtuvieron
una respuesta satisfactoria, perseverando la Administración en su punto de vista inicial del problema.
En 1923, en el ocaso de la Restauración y antes de la dictadura del general Primo de Rivera, tratando de dar respuesta a las constantes demandas de los pescadores en la prensa gallega, el último
gobierno de la democracia envió a Vigo una comisión encargada de estudiar el problema41. En la
comisión, formada por varios especialistas en cuestiones marítimas, se hallaba el citado Rodríguez
Santamaría, autor, por cierto, de magníficos libros descriptivos sobre la pesca y los pescadores de su
época. Esta comisión coincide con la publicación de su gran obra de 1923, el Diccionario de artes de
pesca de España y sus posesiones, en la que adelanta los resultados del estudio, tras recorrer las rías
de Vigo, Pontevedra y Arousa, entrevistándose con los pescadores y entidades perjudicadas. En el
transcurso de los ensayos, la persecución con armas de fuego se demostró inútil, a la vez que no
recomendable por el temor a que se extendiese su uso entre los pescadores y el peligro que podía
conllevar para la seguridad marítima. Finalmente, la comisión recomendó la destrucción de los
38. RODRÍGUEZ SANTAMARÍA, B.: Diccionario ilustrado, descriptivo, valorado, numérico y estadístico de los artes, aparejos e instrumentos
que se usan para la pesca marítima en las costas del Norte y Noroeste de España, Madrid, 1911.
39. GIRÁLDEZ RIVERO, J.: “De cuando la traíña mató al xeito. El Vigo de entresiglos”, en Historia de las Rías, vol. 2, Vigo, 2000, pp. 745-760.
40. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 352.
41. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pp. 328, 353-356.
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Arpones utilizados para la pesca de delfines en el pasado (J. Estévez Cortizo).
pequeños cetáceos por otros medios que no especifica en el libro e, incluso, proponían su explotación industrial a semejanza de lo que ya acontecía en otros países42.
Sin embargo, los pescadores no cejaron en su propósito y entre las conclusiones de la asamblea
pesquera celebrada en Vigo, en el mes de mayo de 1924, se pedía al Gobierno que los vapores de
vigilancia estuviesen artillados con ametralladoras para la persecución de los cetáceos43.
En 1925 y 1926, amparándose en la comisión de 1923, la Dirección general de Pesca desestimó
otra petición de las asociaciones de pescadores y conserveros del Cantábrico (Gremio de Pescadores
de los puertos del Cantábrico y la Unión de Conserveros de la Federación del Cantábrico), para que
las patrulleras de la Armada disparasen contra las manadas de delfines44.
Pero en 1927 el Ministerio de Marina, contradiciendo la decisión de la Dirección general de Pesca, ordenó a los comandantes de marina de las rías del sur de Galicia (Vigo, Pontevedra y Arousa) la
realización de batidas de arroaces por las patrulleras de la Armada45. Lógicamente, al enterarse de
ello por la prensa gallega, la protesta y exigencia de los pescadores de algunos puertos de Cantabria
(Laredo, Santoña, Castro Urdiales y Colindres) no se hizo esperar, aunque tampoco esta vez sus reivindicaciones llegaron a buen puerto46. Los pescadores de Cantabria se quejaban de que la pesca al
cebo de sardinas y anchoas atraía «un ejército inmenso de malditos y feroces arroaces», no pudiendo largar las redes por el riesgo que entrañaba, ni dedicarse a otras pesquerías por la acción devastadora de los barcos de arrastre que habían esquilmado los caladeros de besugo, jurel y merluza47. Al
mismo tiempo, esta última circunstancia también se argumentaba como la causa por la que los delfines se presentaban con más frecuencia dentro de las rías, especialmente en las de Galicia48. Así
pues, entre los pescadores empieza a surgir la plena conciencia de ser los verdaderos culpables del
problema, a la vez que va desapareciendo la secular creencia de que los recursos del mar son inagotables, mientras que los delfínidos van perdiendo su condición y marchamo como chivo expiatorio de
los pescadores.
Mediado el siglo XX, por esta nueva percepción del problema y los argumentos ya expuestos en
torno al menor número de cetáceos y el aumento del nivel de vida de la clase pescadora, las propuestas de pesca de delfines ya nada tienen que ver con su erradicación por el perjuicio que causaban, sino con su explotación industrial y comercial. En 1941 el Gobierno de España, a través del
Ministerio de Industria y Comercio, otorgó a dos particulares una concesión para la explotación del
delfín en la costa mediterránea, desde Torre Guadalmesí hasta el cabo de Gata y desde el cabo de
Tortosa al de Creus49. En los años cincuenta la conservera Carranza, de la ciudad de Ceuta, pretendió
42. RODRÍGUEZ SANTAMARÍA, B.: Diccionario de artes de pesca de España y sus posesiones, Madrid, 1923, pp. 361-362.
43. BERNÁRDEZ, A.: “La pesca en Galicia”, en Geografía General del Reino de Galicia, vol. 2, A Coruña, 1980, pp. 593-594.
44. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 329.
45. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pp. 329-330.
46. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 332.
47. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 332.
48. RODRÍGUEZ SANTAMARÍA, B.: Diccionario de artes…, op. cit., pág. 361.
49. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 335.
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Felipe Valdés Hansen
explotar la carne y grasa del calderón común (Globicephala melas) de las aguas del estrecho de
Gibraltar. Sin embargo, la precariedad de los medios no contribuyó al éxito de esta aventura empresarial que no logró atrapar ni un solo cetáceo50.
La última iniciativa empresarial de la que tenemos noticia y que tampoco se llevó a la práctica
surge a orillas del Mediterráneo, en Barcelona, pero con la mirada puesta en el noroeste de la
Península Ibérica, en Galicia. La idea parte de un empresario catalán, dedicado a la elaboración y
transformación de aceites y grasas con fines industriales. En 1956 este empresario se puso en contacto con la industria ballenera más importante de Galicia (IBSA), para proponerles este negocio
que, según él, era más provechoso que la explotación de las ballenas al tratarse de una pesca más
rentable y menos complicada51. El industrial catalán partía del supuesto que se realizaría cerca de la
costa con las ventajas que ello reportaba (actividad durante todo el año, barcos más pequeños,
menor consumo de combustible, etc.)52. Al mismo tiempo, ello implicaba una mejora en la calidad
de la carne o el aceite por el menor tiempo que transcurría entre la muerte del delfín y su entrada
en la factoría, además de la mayor rapidez de procesamiento industrial de cada ejemplar en comparación a las ballenas53. Sin embargo, a pesar de su razonado análisis, el promotor de la idea se
equivocaba al considerar que una empresa ballenera podía dedicarse, sin apenas transformación
técnica, a una actividad pesquera de este tipo. Por ejemplo, un barco ballenero convencional es
totalmente inadecuado para la captura de pequeños cetáceos, sin olvidar que para igualar la producción de carne y aceite de un rorcual común de tamaño medio sería necesario acabar antes con
varias manadas de delfines, cuya carne y aceite es de peor calidad54. Además, la difícil coyuntura
por la que atravesaba IBSA, tras el inicio de su actividad, desaconsejaban completamente embarcarse en proyectos de riesgo como éste55.
4. LA PESCA TRADICIONAL CON DELFINES: LA MANJÚA Y LA TRAINERA
Los delfines, antes de la introducción de la moderna tecnología de detección por ultrasonidos en los
barcos, representaron una gran ayuda como involuntarios delatadores de la presencia de un banco de
peces. Se puede afirmar incluso que, durante siglos, el pescador contó con un instrumento de ultrasonidos natural y anterior al sónar: el sentido de la ecolocalización del que se valen los delfines para cazar
los peces. Hasta hace muy poco tiempo para localizar y extraer el recurso natural el pescador tenía que
recurrir a métodos tradicionales que, posiblemente, aprendió tan pronto como empezó a pescar alejándose de la orilla en rudimentarias embarcaciones. Además de los delfines, las aves marinas también
eran y son un buen indicio de la presencia de un banco de peces, sobre todo los alcatraces (Sula bassana), cuyo característico vuelo y zambullidas sobre los cardúmenes es visible desde muy lejos. Igualmente, los charranes (Sterna sp.), los araos (Uria aalge) antes de su casi completa extinción en la Península
Ibérica y las pardelas (Puffinus sp.) han sido siempre un buen indicio de pesca56. En el siglo VI a. de C. ya
contamos con un magnífico ejemplo de todo ello en un fresco etrusco de una tumba de Tarquinia (Italia), si es que los delfines y las aves no son un mero elemento decorativo del mismo.
La pesca a la manjúa (también llamada mansío o toliñal en Galicia, toliñada en Asturias, manjuan o
majutan en euskera, etc.) consistía en localizar y perseguir con los barcos a los arroaces y tolinos (también
llamados, según la zona, toninos, tollinos, touliñas, tolinas, etc.) que, a su vez, perseguían y delataban la
presencia de un banco de peces dentro de la ría o cerca de la costa. La pesca a la manjúa estuvo muy
extendida en todo el litoral norteño desde el siglo XIX, hasta el punto de existir lugares específicos para
descubrir las manadas de delfines. Buena prueba de ello es que en el puerto de Viveiro (provincia de
Lugo) hubo antaño un gran árbol llamado «de la paciencia», por encaramarse allí un vigía para divisar las
manadas de delfines o tolinas que entraban en la ría persiguiendo y empujando los bancos de peces57.
Ya en el mar, se sabía cuando se estaba sobre el banco de peces cuando los delfines, alternando las
50. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 335.
51. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pp. 335-339, 358-361.
52. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pp. 336-337.
53. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 336.
54. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 338.
55. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pp. 338-339.
56. Información personal de Miguel López Pérez.
57. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pág. 340.
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inmersiones y salidas a la superficie para respirar, permanecían en una zona determinada que se acotaba
con el cerco de jareta58. Esta red, una versión renovada de los antiguos cercos, tenía una longitud y altura variable. Como el resto de las redes de pesca, tenía en la relinga superior unos corchos y en la inferior
unos pesos para mantenerla en posición vertical. Lo que la diferenciaba era la jareta que daba nombre al
cerco, es decir, una cuerda que pasaba por unas argollas o guías en la relinga inferior para cerrar por
debajo la red a modo de una bolsa gigante. La sardina (Sardina pilchardus) era el pescado de cerco de
jareta por excelencia. Aparte de esta especie los otros peces típicos de los cercos eran el jurel (Trachurus
trachurus), la xarda o verdel (Scomber scombrus), el espadín o trancho (Sprattus sprattus), la anchoa o
bocarte (Engraulis encrasicolus) y la paparda o relanzón (Scomberesox saurus).
Las características del cerco de jareta y la necesidad de una embarcación veloz para llegar lo antes
posible al lugar donde los vigías o el comportamiento de los delfines y las aves delataban la presencia de un banco de peces, resucitó el espíritu de los olvidados galeones y extendió el uso de la trainera desde el País Vasco hasta Galicia. La trainera era una embarcación muy poco usual en Europa,
con unas características muy determinadas para navegar velozmente: la desproporción entre la eslora y la manga, su ligereza y escasa capacidad de carga, el timón de espaldilla en vez de codaste y
unas bordas peligrosamente bajas para faenar en el Cantábrico59. Tenía en torno a los doce metros
de eslora, dos metros de manga y uno de puntal. El casco, con las maderas ensambladas a tope, es
decir, a presión una con otra, era de un ancho uniforme de proa a popa, con forma de U en la sección vertical, casi sin quilla. La popa tenía forma redondeada, mientras que la proa era ligeramente
arrufada y con una cubierta sobre la que se situaba el proel que dirigía al timonel ojeando los delfines y los bancos de peces. Los remos, de cinco a diez por banda, primaban sobre una arboladura
opcional y ocasional, en este caso de dos palos (mayor y trinquete), con velas al tercio. Estaban tripuladas por un número variable de marineros, entre la docena y la veintena. No obstante, en Galicia
se hicieron embarcaciones de mayor tamaño para poder manejar unas redes de cerco de mayor longitud, gracias a la amplitud y tranquilidad de las aguas dentro de las rías60.
Se trataba de una embarcación concebida para responder a las exigencias de una pesca en la que
se perseguía y ponía cerco a un esquivo y rápido banco de sardinas. De la velocidad que los marineros de antaño podían alcanzar remando con una trainera nos da idea la noticia de un diario local de
la época, a propósito del accidente de una lancha de vigilancia cuando perseguía una de estas traineras en la ría de Vigo. En el transcurso de la persecución, al forzar la máquina intentando dar alcance a la trainera que faenaba ilegalmente dentro de la ría, se produjo la explosión de la vieja caldera
de la patrullera causando la muerte de varios tripulantes e hiriendo gravemente al resto, los cuales
fueron rescatados por los pescadores ilegales61.
Como ya aconteció siglos antes con los galeones en Coruña, una embarcación como la trainera
favoreció e incitó la rivalidad entre las tripulaciones de un mismo puerto o vecinos por ser los primeros en llegar al cardumen y, después, a tierra con el pescado más fresco y, por tanto, el más valioso.
Por ello, es fácil comprender la paradoja de la trainera, es decir, la razón por la que una embarcación
de tan corta vida pesquera, pues no tardaron en ser sustituidas por los barcos de vapor en las primeras décadas del siglo XX, ha pervivido hasta nuestros días en el ámbito de las regatas deportivas. Desde el siglo XIX estas competiciones se hicieron muy populares en el País Vasco y Cantabria, despertando, hoy en día, una gran afición y rivalidad en todo el norte peninsular. En Coruña, en los siglos
XVI y XVII, encontramos un claro precedente de las actuales competiciones de traineras en las regatas de galeones, los cuales, al igual que las traineras, también se utilizaban para la pesca de la sardina con cercos. Por la descripción que de estas embarcaciones hace el cardenal Jerónimo del Hoyo en
1607, podemos deducir un tipo de embarcación muy similar o casi idéntico a las traineras de mayor
tamaño del siglo XX: grandes y largas, con la proa y popa diferentes, sin velas y propulsadas por
ocho, diez o doce remos por banda, es decir, entre dieciocho y veintiséis tripulantes por embarcación.
Al comienzo de cada semana, el lunes, se adjudicaban los mejores puestos de pesca de la ría coruñesa a través de una competición. Con los galeones enfilados en paralelo en la orilla, a igual distancia unos de otros y la red de cerco a bordo, los marineros aguardaban la señal de salida vestidos sólo
58. VALDÉS HANSEN, F.: “El problema pesquero…”, op. cit., pp. 339-340.
59. ARBEX SÁNCHEZ, J.C.: “Embarcaciones tradicionales. La vela al tercio y los últimos pesqueros a vela del Golfo de Vizcaya”, en Itsas
memoria. Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, vol. 2, Untzi Museoa-Museo Naval, San Sebastián, 1998, pág. 366.
60. FERNÁNDEZ, X.L.: Etnografía. Cultural Material, Historia de Galiza, vol. 2, Madrid, 1979, pp. 348-350.
61. GIRÁLDEZ RIVERO, J.: “De cuando la traíña…”, op. cit., pág. 758. FERNÁNDEZ CASANOVA, C.: “Cambio económico, adaptacións e
resistencias nos séculos XIX (dende 1870) e XX”, en Historia da pesca en Galicia, Santiago de Compostela, 1998, pp.190-206.
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Felipe Valdés Hansen
con la camisa para, de esta forma, remar cómodamente con todas sus fuerzas a boga arrancada,
hasta el punto de astillar los remos y dar la sensación de volar sobre el agua según el cronista del siglo
XVII. Sin embargo, estas regatas se suspendieron a raíz de los altercados entre las tripulaciones por salir
antes de tiempo o estorbarse durante la navegación, produciéndose incluso violentos enfrentamientos
con víctimas mortales62.
Actualmente, se conserva y exhibe en la sala del mar del Museo do Pobo Galego (Santiago de
Compostela) una de las últimas traineras de la ría de Vigo. Al igual que las otras embarcaciones tradicionales que se conservan en este museo se trata de una pieza de gran valor, dado que es la última
trainera de pesca de Galicia y, posiblemente, de todo el norte de España. Afortunadamente, fue rescatada en 1978 por un particular pionero en el estudio de las embarcaciones tradicionales de Galicia,
cuando ya no tenía otra utilidad que la de servir como depósito de botellas vacías en un almacén de
Bueu (Pontevedra)63.
Avanzado el siglo XX los barcos de vapor dejaron obsoletas las traineras, gracias a su mayor rapidez,
empleándose en cada puerto las embarcaciones con motores más veloces para la pesca a la manjúa64.
En el País Vasco, como evidencia el particular y estudiado caso de Orio, el uso de las nuevas embarcaciones no puso fin a la rivalidad y competencia que hasta entonces había caracterizado este tipo de pesca, recurriéndose incluso a la picaresca, como salir del puerto con el motor apagado65. No obstante, a
veces era preciso acordar ya en el mar la formación de las llamadas compañías, solicitando la admisión
en la misma a la primera embarcación en avistar los tolinos o llegar al cardumen y antes de que ésta
hubiese levantado las redes66. Sin embargo, muchos eran reacios a este tipo de cooperación pesquera,
dado que en no pocas ocasiones los barcos más lentos, peor dotados y que habían invertido menor
capital en su transformación técnica se aprovechaban de dicha costumbre. Ello fue causa de no pocos
problemas entre pescadores que, a veces, era preciso solventar en las comandancias67.
Una vez llegado al lugar donde los delfines habían «avisado» de la existencia de un banco de
peces, se procedía a realizar la misma faena que en las traineras. Sólo resta añadir que, tanto en el
caso de las traineras como en el de las embarcaciones a motor, para evitar que el pescado escapase
cuando todavía no se había completado el cerco o por debajo del barco, mientras se recuperaba la
red, era necesario embalar los peces. Es decir, golpear la superficie del mar para asustarlos y mantenerlos en el interior del cerco. Para embalar los peces, además de los remos, también se utilizaban
algunos objetos específicos. Lo más habitual es que cada embarcación llevase una provisión de piedras a bordo para arrojarlas al agua, las cuales podían estar sujetas a una red y cuerda para poder
recuperarlas. Igualmente, era frecuente que las amuras de proa de los barcos estuviesen reforzadas
con listones de madera, para amortiguar los golpes de un gran mazo sobre el casco que transmitía al
agua el efecto sonoro del mazazo68.
Como ya hemos señalado en trabajos anteriores, el marinero de antaño aprendió a interpretar el
comportamiento de las manadas de delfines para descubrir el lugar donde se encontraban los bancos de peces, conocer el tamaño y dirección de estos cardúmenes, su profundidad e incluso la especie de pez que allí podía capturar69. Por ello, cabe la posibilidad de que esta técnica consistente en
golper la superficie del mar surgiese tras observar e imitar la técnica de caza de los delfines, cuyas
manadas acorralan y embisten los peces contra los cantiles y playas70. Para conseguirlo los delfines
asustan los bancos de peces golpeando la superficie del mar con sus aletas caudales o por medio de
reiterados saltos fuera del agua, mientras nadan a gran velocidad71. El embalo no sólo se utilizó
como recurso para evitar la fuga de los peces en los cercos, sino que también fue una técnica de pesca en sí. En Galicia se practicó la pesca «ó balo» o «baleo» que consistía en espantar los peces con-
62. HOYO, J.: Memorias del Arzobispado de Santiago (1607), edición de B. Varela Jácome y A. Rodríguez González, Santiago de Compostela, 1949, pp. 224-225.
63. PUIALTO, P.: “Fernando Alonso. Hasta hace 30 años, hablar en Galicia de embarcaciones tradicionales era ciencia ficción”, en Náutico.
La revista del Club Náutico de Vigo, nº 22, Vigo, 2005, pág. 18.
64. Información personal de Miguel López Pérez.
65. RUBIO-ARDANAZ, J. A.: “Diferentes etapas en la configuración de la práctica pesquera en Orio (Gipuzkoa). Ramón Solaberrieta”, en
Itsas Memoria. Revista de Estudios Marítimos del País Vasco, Untzi Museoa-Museo Naval, San Sebastián, 2000, p. 521.
66. RUBIO-ARDANAZ, J. A.: “Diferentes etapas…”, op. cit., pág. 522.
67. RUBIO-ARDANAZ, J. A.: “Diferentes etapas…”, op. cit., pág. 522.
68. Información personal de Miguel López Pérez.
69. VALDÉS HANSEN, F.: «El problema pesquero…», op. cit., pág. 340.
70. VALDÉS HANSEN, F.: «El problema pesquero…», op. cit., pág. 340.
71. VALDÉS HANSEN, F.: «El problema pesquero…», op. cit., pág. 340.
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tra las redes, provocando un gran alboroto en el agua a base de golpes y gritos72. Sin embargo, esta
manera tan ancestral de practicar la pesca fue prohibida, ante el temor de que las sardinas asustadas
no volviesen a la costa73.
El posible origen de este método como imitación del comportamiento de los delfínidos podría
cobrar más fuerza si consideramos que, en la actualidad, es practicado por alguna comunidad de
pescadores que ha conservado el carácter más ancestral de su actividad, pescando conjuntamente
con los delfines. Es el caso de los pescadores imraguen de Mauritania, los cuales son una prueba
fehaciente de lo que relatan algunas fuentes de la antigüedad sobre la cooperación pesquera
entre hombres y delfines74. Al igual que acontecía en el norte de España, los imraguen aguardan
pacientemente en la playa la aparición de los delfines de esta parte del Océano Atlántico (Delphinus delphis, Sousa teuszii, etc.). Al avistarlos en el horizonte golpean profusamente la superficie
del agua en la orilla, confiando en que los delfines, al percibir el ruido, conduzcan hacia la playa el
banco de peces que, de esta manera y sin escapatoria posible, es atrapado por pescadores y cetáceos. Plinio el Viejo (siglo I d.C.), al que ya hicimos referencia a propósito del «Portum de Delfino»,
describe en su Historia Natural (libro IX, cap. VIII) antiguos casos de colaboración similar entre pescadores y delfines en el Mediterráneo: en la costa francesa de Narbona y en el golfo de Iassus (Turquía)75. Considerando el caso imraguen es probable que las descripciones de Plinio, al margen de
los datos más o menos fabulosos, tengan un innegable trasfondo verídico. El hombre, desde el
neolítico, ha utilizado ciertos animales para cazar o pescar (perros, aves rapaces, hurones e incluso cormoranes). Sin embargo, en estos casos lo extraordinario es que nos encontramos ante una
libre asociación por parte de unos animales salvajes, los delfines, no domesticados ni controlados
por la mano del hombre.
En el caso de la manjúa se trata de una interacción con los cetáceos meramente oportunista por
parte del pescador. No obstante, tan particular medio para descubrir los peces, así como su vinculación con una embarcación tradicional de tanta significancia como la trainera, sitúan a este método
de pesca entre las páginas más destacadas del pasado marítimo común del norte peninsular.
AGRADECIMIENTOS
Agradezco al ex-arponero y capitán Miguel López Pérez sus valiosas informaciones sobre la pesca tradicional y moderna. También a Javier Estévez Cortizo por su deferencia al realizar la ilustración de los
arpones.
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72. VALDÉS HANSEN, F.: «El problema pesquero…», op. cit., pág. 340.
73. VALDÉS HANSEN, F.: «El problema pesquero…», op. cit., pp. 340-341. ARBEX, J.C. et al. (ed.): “Sucesos acaecidos sobre la pesca de la
sardina desde el establecimiento de jávegas en Galicia, y reflexiones sobre este fruto y modos de cogerlo”, en Pesquerías Tradicionales y conflictos ecológicos, Madrid, 1991, pp. 285-290.
74. VALDÉS HANSEN, F.: «El problema pesquero…», op. cit., pág. 341.
75. HERNÁNDEZ, F. (ed.): Historia Natural de Cayo Plinio Segundo, vol. 2, México, 1998, pág. 17.
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PÁGINAS DE INTERNET
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The mysterious Etruscans [http://www.mysteriousetruscans.com].
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ARCHIVOS
Archivo del Museo de Pontevedra, prensa antigua.
Archivo General de Marina Álvaro de Bazán (Viso del Marqués, Ciudad Real), Fondo documental de Ferrol, leg.
14.412.
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