¡Descárgalo gratis! - Como dos lunas llenas
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Y así siguió Sol, escupiendo pequeñas bolitas de fuego, cada vez más lejos, y creando nuevos dioses a los que dio distintos nombres: Marte, Júpiter, Saturno, Urano y, el más lejano, Neptuno. La niña bonita de Sol Sol, claro está, tenía a sus preferidos. Le gustaba mucho Saturno, con sus anillos y sus colores cambiantes. Mercurio era un buen jugador de ajedrez, pasaban horas y horas enfrascados en larguísimas partidas. No hace falta que os diga quién ganaba siempre, ¿verdad? Pero de entre todos los dioses, Sol prefería a Tierra. Le maravillaban su riqueza, sus mares, sus montañas, sus animales, sus personas... Ella era su «niña bonita» y le encantaba alumbrarla con sus poderosos rayos. Tierra sabía que, gracias a la potente energía de Sol, conservaba en su interior toda esa belleza y, siempre que podía, le daba las gracias mostrándole alguna de sus maravillas: que si una tormenta de estrellas, que si una aurora boreal... Sol disfrutaba de lo lindo con los volcanes. Cuando le pedía a Tierra que le enseñase alguna explosión, ésta siempre vigilaba que no hubiese personas cerca del volcán, para que nadie sufriera heridas durante el espectáculo. Después de crear a todos sus amigos, Sol se sintió completamente feliz. Ya no estaba solo en el mundo. Ahora podía hablar y hacer cosas con otros dioses, pero, sobre todo, lo que más le llenaba de alegría, es que, por fin, escucharía su nombre cuando lo llamaran. Sol se dio cuenta de que cada dios tenía su propia forma de ser. Todos eran diferentes y, cuando conversaban entre ellos, las opiniones también eran muy distintas unas de otras. Pero el viejo astro, que continuaba siendo el más poderoso, siempre acababa, de una forma u otra, imponiendo su opinión y sus ideas a todos los demás. No es que eso les hiciera mucha gracia al resto de compañeros, pero se conformaban y no le daban importancia. El círculo del Sol 44 Luna la envidiosa había hecho a Luna enormes agujeros en su superficie. Pensó que podría pedirle a una de esas tropas de asteroides que la ayudaran a moverse con el fin de colocarse entre Sol y Tierra. De esa manera, ingeniaba Luna, Sol ya no la podría ver. Además, conseguiría que sus rayos no pudiesen iluminar su superficie, con lo que Tierra y todos sus paisajes dejarían de llamar la atención del gran astro. Así iba pasando el tiempo y Sol disfrutaba cada vez más de su círculo de amigos. Pero Luna sentía, cada vez, más envidia de Tierra porque no era tan agraciada como ella. No tenía bosques ni mares ni agua y, aunque era un dios muy querido y admirado por los habitantes de la diosa Tierra, no podía soportar que fuese ella la que llamase toda la atención del astro rey. Así que comenzó a pensar en cómo podría conseguir que Sol se fijase en ella y que, al mismo tiempo, dejase de admirar a la cursi de su compañera. Tras mucho cavilar, Luna ideó un malvado plan. Ese era el malicioso plan de Luna, y, tal como os lo he contado, lo llevó a cabo tras acordarlo con unos asteroides que pasaban por ahí. Enormes rocas sujetaron a Luna con unas cuerdas trenzadas y la llevaron hasta donde ella les indicó. La diosa Tierra quedó oculta de los rayos de Sol, de tal forma que la oscuridad y el frío empezaron a reinar en ese astro. Y, poco a poco, comenzó a apagarse. Conocía de la existencia de enormes grupos de rocas malvadas que flotaban por el espacio sin rumbo, siempre intentando chocar contra los dioses. Alguno de ellos ya le El círculo del Sol 45 Una larga partida de ajedrez Sol, por aquel entonces, se hallaba enfrascado en una de sus larguísimas partidas de ajedrez con Mercurio, y tardó mucho tiempo en volver a prestar atención a Tierra. No es que se hubiese olvidado de ella, pero la partida era muy complicada, tanto que Sol no levantaba cabeza del tablero. Y así iba pasando el tiempo. Luna estaba loca de contenta porque veía cómo Tierra iba apagándose y acercándose a su fin. Quizás, cuando Sol se diese cuenta, Tierra ya no sería tan bonita y ella pasaría a ser, finalmente, la preferida. El plan de Luna estaba funcionando a la perfección. desaparecer. Le advirtieron también de que, si eso ocurría, Sol se enfadaría tanto, que la vida de todos los dioses se iba a volver muy complicada. atentamente la nota entregada por aquel simpático cometa, levantó los ojos del tablero y vio que todos los dioses, a lo lejos, lo miraban con gesto de gran preocupación. Algunos dioses, como Marte y Venus, intentaron avisar a Sol de los planes maléficos de Luna, pero éste no les prestaba la más mínima atención, porque seguía intentando salvar su partida de ajedrez. Decidieron, entonces, avisar a Mercurio. Un veloz cometa que iba en esa dirección fue el encargado de cumplir con la misión. En el mensaje le habían escrito que debía dejarse ganar la partida rápidamente, porque Tierra estaba en peligro y, si Sol no ponía remedio, podría El cometa tardó en entregarle el mensaje a Mercurio, pues tuvo que viajar desde el lugar más lejano del Espacio. Mercurio leyó La sorpresa de Sol Mercurio, que ya estaba acostumbrado a dejarse ganar, hizo rodar su rey por el tablero con la punta del dedo. En ese momento, Sol, colmado de felicidad, comenzó a saltar de alegría por haber vuelto a ganar la partida a Mercurio. Le dijo que debió haberse rendido mucho antes porque llevaba demasiado tiempo acorralado, pero que, aún así, había sido de nuevo un digno rival. Sol se desperezó, levantó por fin la cabeza del tablero y echó un vistazo sonriente a su alrededor. Al principio, no se dio cuenta de la ausencia de su querida Tierra, pero, de pronto, volvió a mirar donde solía encontrarse y vio que no estaba. En su lugar, Luna lo miraba con una extraña y coqueta sonrisa. El astro rey no entendía nada. ¿Cómo había podido llegar Luna hasta ahí? ¿Cómo había osado a rebelarse de esa manera? ¿Qué la había movido a cometer semejante locura, poniendo en peligro la vida de su gran amiga Tierra? ¿Y por qué la diosa Luna le miraba con esa tonta sonrisa dibujada en su cara? Todos los dioses, por su parte, pensaron que Luna, en su intento de eclipsar a Tierra para siempre, había provocado su ruina y su final. El círculo del Sol 46 El círculo del Sol 47 ¿Por qué giran los planetas? Sol se quedó por unos instantes pensativo y un gran silencio inundó el espacio. Todos los dioses, atemorizados, esperaban una gran explosión solar o un huracán de estrellas y meteoros que se lo llevase todo por delante. Rezaban para que la furia de Sol no acabase con sus vidas. En ese momento, el viejo astro se levantó por primera vez en mucho tiempo y, con la tranquilidad de los dioses más antiguos y poderosos, trazó un pequeño gesto circular con su brazo. El resto no entendía nada de lo que estaba sucediendo pero, de pronto, todos notaron que empezaban a moverse, primero, a girar sobre sí mismos como una peonza; después, moviéndose en círculo de tal forma, que llegaron a completar una vuelta alrededor de Sol. Así fue como Luna, en seguida, se quitó de en medio, dejando que los rayos solares volvieran a calentar la superficie de Tierra, que no tardó mucho tiempo en recuperar su alegría y su radiante color verde azulado. Desde entonces, Luna, gira sin cesar alrededor de Tierra y cumple con la tarea de acompañarla en su viaje alrededor de Sol sin rechistar. Sólo una vez cada cierto tiempo, se coloca entre Sol y Tierra para poder, así, disfrutar de unos breves minutos de gloria. El círculo del Sol 48 Como dos lunas llenas 49