Prilidiano Pueyrredon

Transcripción

Prilidiano Pueyrredon
Museo, Biblioteca y Archivo Histórico Municipal “Dr. Horacio Beccar Varela"
Quinta Los Ombúes
Prilidiano Pueyrredon, el pintor de San Isidro
Vio su primera luz en Buenos Aires, en la quinta denominada “Santa Calixta” que sus padres tenían
en la actual calle Libertad esquina Juncal, lugar conocido por el nombre de las “cinco esquinas”. Su
partida bautismal custodiada en la iglesia de La Merced nos informa que: “en siete de febrero de
1823 con mi licencia, el Dr.Dn. Domingo Caviedes bautizó solemnemente a un párvulo
que nació el día 24 de enero próximo pasado, y se llamó Prilidiano, hijo legítimo de Dn.
Juan Martín de Pueyrredon y de Da. María Calixta Tellechea, natural de esta ciudad;
fueron sus padrinos Dn. Manuel Martínez y García y Da. Dámasa Concepción Caviedes...
y de verdad la firmo el Dr. Julián Segundo de Agüero”.
Pueyrredon estudió en Buenos Aires en el Colegio de la Independencia, demostrando desde niño
tener vocación por el dibujo. A los doce años de edad, en 1835, viajó a España con sus padres,
regresando en 1841 luego de seis años, con una recalada de tres años de permanencia en Rio de
Janeiro. Contando 21 años, en 1844, emprendió nuevamente un viaje a Europa, realizando estudios
de pintura en Florencia y posteriormente en París donde concurrió al prestigioso Instituto
Politécnico, egresando con el título de ingeniero, a la vez que perfeccionó sus conocimientos
pictóricos. Su formación artística es europea, especialmente francesa, influjo éste que se percibirá
nítidamente en los aspectos formales y cromáticos de sus pinturas.
De regreso en Buenos Aires en 1848, ejerció su profesión de ingeniero realizando obras realmente
importantes, entre las que se destacan la mansión que le construyera a don Miguel de
Azcuénaga, actual residencia presidencial de Olivos, el puente sobre el Riachuelo, las
modificaciones de la antigua pirámide de Mayo, la refacción de la iglesia del Pilar y la restauración
en 1858 de la Casa de Gobierno. Dentro de las reformas y ampliaciones que realizara en su chacra
de San Isidro (actual Museo Juan Martín de Pueyrredon) se destaca la gran galería que da frente al
Río de la Plata, como las habitaciones en los altos donde dispuso su bien iluminado atelier, en que
pasaba varios días en total reclusión dedicado por entero a pintar.
En 1850-1851 pintó el célebre retrato de Manuelita Rosas, obra que presentaba serias
dificultades cromáticas originadas por el predominante color punzó del traje que debía vestir la hija
del Restaurador. No obstante pudo superar airosamente el desafío recurriendo a distintas gamas de
aquel color para pintar el tapizado del sillón ubicado a la diestra, el cortinado en el lado opuesto y
la alfombra, obteniendo un contraste neutralizante.
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Posiblemente la obra más destacada de la paleta de Prilidiano Pueyrredon deba ser el retrato de su
padre, don Juan Martín, debiendo convenirse “en que el artista es, para entonces, poseedor
de un oficio muy completo”.
Nuestro biografiado fue un hombre de gustos refinados, con una cultura poco común –tenía
conocimientos de música, letras, ciencias naturales, filosofía y dominaba las ciencias exactas en sus
disciplinas de la física, química, matemáticas y hablaba varios idiomas– estaba rodeado de un velo
de misterio, posiblemente por su conducta reservada, casi melancólica, de estados anímicos
inestables, sin llegar a ser una persona antisociable. Según nos lo describe Marcos de Estrada sus
caracteres físicos eran: “altura, corpulencia, ojos grandes e inquietos y un poco de
sordera. Muy atrayente para las mujeres, no era fácil de persuadir y estaba a la defensiva por su espíritu libre y su deseo de consagrarse exclusivamente a su trabajo”.
Las famosas tres letras P (P.P.P.) con que firmaba sus cuadros e incluso utilizó en su papel para
correspondencia, originaron y siguen ocasionando más de una polémica, ya que nadie ha podido
aclarar fehacientemente la misteriosa P que agregaba a las dos que le corresponden como iniciales
de su único nombre y apellido. Hay quien sostiene que el 24 de enero, día de la santa patrona
toledana Nuestra Señora de la Paz, coincidente con su nacimiento, influyera para que adoptara esa
otra P para invocar su recuerdo. Otros han supuesto caprichosamente que se llamaba Prilidiano
Pedro Pueyrredon. También se conjetura que las tres P significaban Prilidiano Pueyrredon
pinxit, según la costumbre latina.
En tren de misterios, existe una obra de Prilidiano Pueyrredon que guarda un secreto familiar, y
que felizmente el Museo Juan Martín de Pueyrredon pudo adquirir –durante la dirección de quien
esto escribe y merced a la generosa colaboración de Margarita Perkins de Anchorena, a la
sazón Presidente de la Asociación Amigos de este Museo– para exhibirla en una de sus salas. Nos
referimos al retrato de Magdalena Costa Ituarte, sobrina segunda del pintor y su festejada, que
presenta su mano derecha inconclusa –sin pintar– detalle éste que responde a un estado anímico
del pretendiente y pintor, ocasionado por la negativa de los padres de la dama, a la solicitud de la
mano, para formalizar el matrimonio.
José León Pagano opina que el retrato de Magdalena Costa Ituarte “es una pieza
inapreciable y reveladora como organismo de puro contenido estético. No conozco suyo
nada más representativo. Es la obra de un gran colorista”.
Como retratista Pueyrredon pintó a personas pertenecientes a la clase social de la que formaba
parte, como el ya comentado de Manuelita Rosas y Magdalena Costa Ituarte, a los que
podemos agregar –para nombrar solamente algunos– los de: Adela Bustamante de Jiménez,
Cecilia Robles de Peralta Ramos y su hijo Jorge (1861), Miguel de Azcuénaga (1864),
Isidora Peralta Ramos, Estela Eastman de Barros (1865), el brigadier Manuel Guillermo
Pinto y su esposa doña Juana García, Nicolás Avellaneda, Jacoba Cueto de Paz (1866),
Juan Bautista Peña, Santiago Calzadilla, Elvira Lavalleja de Calzadilla (1859), Juan
Martín de Pueyrredon (1870), Autorretrato; mereciendo comentario aparte los de: José Ignacio
de Iraola, Enrique de Lezica, el Canónigo Gabriel Fuentes, Francisca Badaraco de Antola,
Personaje anónimo, otros dos de damas anónimas y la acuarela que representa el escudo del linaje
Pueyrredon-Dogan, todos estos pertenecientes a la pinacoteca del Museo Pueyrredon de San
Isidro.
También se dedicó a pintar escenas y costumbres rurales, paisajes tomados de la campaña
bonaerense, algunos ejecutados en San Isidro, como el autorretrato del pintor cazando en los
alrededores de la quinta, “Recorriendo la estancia” (1865), “San Isidro” (1867) y “Paisaje de la
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Costa”, los que además de poseer una elevada fuerza de comunicación guardando una grata
armonía cromática, tienen un elevado valor iconográfico y testimonial.
Según Jorge Romero Brest “el último período de su vida, Pueyrredon no acusa mayores
influencias; parece haberse desprendido de toda preocupación estética y abordado la
expresión, tanto del hombre como de la naturaleza, libre de prejuicios”.
Víctima de la diabetes, Prilidiano Pueyrredon, vivió sus últimos años aquejado por esta
enfermedad hasta que, en el mes de octubre de 1870, cuando contaba con tan solo 47 años de
edad, su mal se agravó por lo que abandonó su refugio de San Isidro para trasladarse a su otra
residencia porteña. Un mes después, el 3 de noviembre, moría en la más completa soledad. Su
pariente, Nicolás Granada, anunciaría en el matutino La Tribuna el triste desenlace con estas
patéticas palabras: “Prilidiano Pueyrredon acaba de morir en su patria, entre extraños, e
ignorado”.
[Fuente: Nueva reseña histórica del partido de San Isidro – Bernardo Lozier Almazán – Sammartino Ediciones ]
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