Hacia un nuevo criterio de restauración de las Misiones Jesuíticas
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Hacia un nuevo criterio de restauración de las Misiones Jesuíticas
REVISTA CONTRATIEMPO AÑO XI - N° 3 / Primavera 2011 Arte, Pensamiento y Política www.revistacontratiempo.com.ar Autenticidad y databilidad: hacia un nuevo criterio de restauración de las Misiones Jesuíticas NORBERTO LEVINTON Autenticidad y databilidad: hacia un nuevo criterio de restauración de las Misiones Jesuíticas NORBERTO LEVINTON Introducción Es necesario dotar a la huella o vestigio de una dimensión semiótica. Estos elementos actúan como signos de un lenguaje y el intento de su organización mediante procedimientos reñidos con las técnicas originales y los avances científicos, que pueden investigar la situación actual, sólo puede obtener la confusión y la igualación asistemática de todas las ruinas destruyendo su identidad histórica. Cada ruina funciona erróneamente como un todo. Al ser desfiguradas las diferencias epocales en cada intervención, el hacer actual construye una falsa réplica. Seguramente, una nueva información causará un disturbio. El futuro estará permanentemente abierto a un conocimiento ampliatorio y, por ende, más preciso. Este tema ha sido profusamente analizado por muchos pensadores. Al respecto, Benjamin dice que “el fruto alimenticio de lo comprendido históricamente tiene en su interior al tiempo como la semilla más preciosa, aunque carente de gusto” (Benjamin, 1982:190). Ricoeur señala que la marca de la anterioridad es lo que implica la distinción entre el antes y el después (Ricoeur 2010: 34). Con estos procedimientos se reverencia nuestro propio “ahora” proyectado hacia atrás en el tiempo. Esto es lo que Virno denomina un “recuerdo del presente” (Virno, 2003: 25). Como dice Liendivit, los museos, la recuperación de sitios históricos, el reciclaje, la preservación del patrimonio y hasta los espectáculos de luz y sonido de los sitios turísticos a veces tienen más en cuenta sus capacidades estéticas de difusión que la fidelidad hacia lo que representan. La verdad va a estar en el impacto que puede generar en el visitante y en la representación (esto es, idea subjetiva que tiene de el) del creador del mismo (Liendivit 2009). Además, Heidegger amplía el tema al incorporar el contexto de significación. Cuando dice que lo que reunimos bajo la idea de huella no llevaría ninguna marca del pasado sino pudiéramos relacionar los indicios con el entorno (Ricoeur 2010: 487). Los vínculos de pertenencia al lugar y a un determinado tiempo histórico deben incluir fragmentos del espacio social. En el caso de una ruina jesuítica, son los detalles propios del vestigio los que referencian ese transcurrir del tiempo pasado, ¿cuál es el “límite de la representación”? (Ricoeur 2010: 333). La propia exigencia del vestigio de ser representado se alza desde el corazón mismo del hecho constructivo. La significatividad sería la expresión recapituladora más apropiada de una Portada del Friso de Las Sirenas. San Ignacio Miní (Pcia. de Misiones, Argentina). Foto anterior a la restauración de la década del 40 (Colección privada) 11 cadena de determinaciones. Por eso, este trabajo analizará tres elementos críticos. El primero trata del uso de la piedra como material de relleno. Conociendo lo hecho en San Ignacio Miní y en Santa Ana (Argentina), hemos llamado al resultado de lo realizado por los restauradores “muro de ruina”. Se trata de la creación de una estructura autoportante surgida de los criterios impuestos por los arquitectos especialistas que les permite satisfacer una concepción pos-modernista de la historia. La esencia de la estructura de los templos era la columna-horcón de madera y el muro de piedra era de simple cerramiento. Olvidar a la columna-horcón produce la hibridación de las ruinas (Cardiel 1953: 154). “Todos estos edificios se hacen de diverso modo que en Europa: porque primero se hace el tejado y después las paredes. Clávanse en tierra grandes troncos de madera, labrados a azuela. Encima de ellos se ponen los tirantes y soleras y encima de estas las tijeras, llaves, latas y tejado; y después se ponen los cimientos de piedra y 2 o 3 palmos hasta encima de la tierra y de ahí arriba es la pared de adobes [o piedras], quedando los troncos o pilares que aquí llaman horcones, en el centro de la pared cargando todo el tejado sobre ellos y nada sobre la pared “. Podemos situar el uso de esta forma de construir hacia 1675 (Brandi 1988: 29). “El tiempo, además de cómo estructura el ritmo, se encuentra en la obra de arte en tres momentos diversos, no ya bajo el aspecto formal, sino en el fenomenológico, cualquiera que sea la obra de arte de que se trate. Es decir, en primer lugar, como duración de la manifestación de la obra de arte mientras está siendo formulada por el artista; en segundo lugar, como intervalo que se interpone entre el final del proceso creativo y el momento en que nuestra conciencia actualiza dentro de sí la obra de arte; en tercer lugar, como instante de esta irrupción de la obra de arte en la conciencia”. En esta época se produjo, con los pueblos en proceso de definición de un asentamiento definitivo, la implementación de piedras de formas con un limitado tratamiento de sus bordes y el uso de diferentes aglomerantes para componer los muros. El segundo elemento crítico también 12 tiene que ver con el uso de la piedra y con la implementación de la cal como material estructural. Es decir, el muro ya no necesita columnas de madera sino que las piedras funcionan como mampuestos y muros portantes. Aquí tenemos que diferenciar ensayos, como en la construcción de la iglesia de San Borja hacia 1690, que incluye el uso de las piedras recortadas como sillares; tentativas, como la de la construcción de la iglesia de San Miguel hacia1730, que no se pudo concretar por la falta de cal, y finalmente el uso de mampuestos de piedra con cal, en las iglesias de Trinidad y Jesús, desde la década del 40. El tercer elemento va a ser el contexto arquitectónico. Una vez datada la ruina, cuando se decide una intervención de restauración se debería hacer “tal como se produjo” (Benjamin 2010: 142), reconociendo la pertenencia al sitio y la ubicación arquitectónica del vestigio o del muro sustentada por iconografías (dibujos o fotografías). “Articular históricamente lo pasado no significa conocerlo “tal como realmente ocurrió”. Significa apoderarse de un recuerdo tal como fulgura en el instante de un peligro”. Desde mi punto de vista, el fragmento de la ruina puede adquirir el estamento de “tal como realmente ocurrió” cuando hay una excavación, lo que lo protegió de la acción de los restauradores o de los salteadores de ruinas, o cuando el fragmento coincide exactamente con lo expuesto en un documento. En este estudio utilizaremos la documentación existente sobre ciertas trazas que se implementaron en algunos pueblos, como Santa Ana, Candelaria, Yapeyú, La Cruz y Santo Tomé. Se trata de hospitales y construcciones militares de la etapa posjesuítica. En el caso de los hospitales, por haber nuevos métodos de curación de la enfermedad de la viruela. Al respecto de la arquitectura militar, porque estos pueblos estaban ubicados en una zona de frontera con potencial conflicto bélico desde 1801. Desde nuestro punto de vista, esta conjunción del conocimiento es la que debería funcionar como el equivalente a la memoria histórica (la memoria como materia prima de la historia). El historiador se apropia de la historia vivida, la ordena y la hace inteligible. La autenticidad: en la búsqueda de una metodología posible de datación para la restauración En las ruinas misioneras las condiciones epocales de la producción de los muros se encuentran en prácticas particulares que se detectan en diversos tratamientos. En los detalles podemos suscitar a la capacidad del tiempo para ser contado. Insistimos sobre la importancia del tema de la cronología, definiéndola desde la arqueología histórica como central para distinguir una tipología constructiva de otra y, por ende, una época de otra. Primeramente, proponemos para dilucidar estas cuestiones una hipótesis sobre el proceso de las construcciones desde 1609 hasta 1768. Hasta ahora no hubo precisiones historiográficas al respecto pero sostenemos que hubo, de compleja determinación de lindes, una primera etapa constructiva (ETAPA I) que tenía una estructura de horcones de madera y cerramientos de tacuaras, tacuarillas y empleites de hojas de palmeras; una segunda etapa (ETAPA II), con la misma estructura y cerramientos de barro, con los pueblos más estabilizados en sus asentamientos. —el llamado estanteo con barro y encofrados perdidos de madera; una tercera etapa (ETAPA III) de horcones y ladrillos de adobe; una cuarta etapa (ETAPA IV) de horcones con fundaciones para los muros con piedra hasta 0,80 m de altura y paredes de ladrillos de adobe y finalmente, entre 1675 y 1768, una quinta etapa (ETAPA V) con cuatro variables. La primera, entre 1675 y 1690, con un sistema de horcones y muros de cerramiento con piedras irregulares acomodadas con ñaú (barro arcilloso), materiales orgánicos (como los excrementos de animales) y piedras más pequeñas. Para analizar esta etapa sugerimos la lectura de un trabajo nuestro sobre la arquitectura practicada cerca de 1675/1680 en San Ignacio Miní (Levinton 2009). Aparentemente los Idóneos de Obra, responsables de las obras hasta la llegada de los arquitectos hacia 1690, no usaron cal de ningún tipo salvo para enlucidos. Podrían haberlo hecho, ya que actualmente todavía existen concentraciones de caracoles en zonas cercanas a San Ignacio Miní y Santa Ana y se utiliza la palabra caracol, Jatytay en guaraní, para designar una zona del río. De cualquier manera, al intentar un blanqueado, el mantenimiento de los muros con aglomerantes de barro hubiera sido complejo, debería haber exigido una gran constancia. Otra cuestión, que debió haber determinado el paso del uso de un material a otro, es la presencia de arañitas en la zona, llamadas Karugua, que se comen la parte viscosa de la arcilla, el ñau o algún tipo especial de mezcla implementada. Hace algún tiempo hemos publicado un trabajo donde mencionamos los errores cometidos por el Padre Sepp en la construcción de la iglesia de San Juan Bautista. Es interesante haber hallado, en los informes producidos por los padres investigadores del problema. la mención de hormigas como las responsables de las destrucciones de las fundaciones (Levinton 1998:22). Seguramente la presencia de los arquitectos implicó una mejor calidad en las construcciones. La segunda variable de la ETAPA V, entre 1690 y 1730, se debió intentar la aplicación de revoques cuando los muros tuvieron una terminación más adecuada para recibir los apliques. Me refiero al corte y al pulimento de las piedras. Es decir, hablamos de una primera etapa de uso de piedras recortadas y emparejadas. Corresponde a las construcciones del Hermano Brasanelli en San Ignacio Miní, como los marcos de los accesos al templo. La tercera variable, alrededor de 1730, tiene que ver con la Iglesia del Pueblo de San Miguel, la primera obra pensada para recibir cal para uso estructural. Entendemos que no llegó a contar con ese material. Seguramente sus muros, de piedras recortadas en forma pareja y de terminación pulida, recibieron algún tipo de enlucido pero la falta de cal de uso estructural impidió la construcción de una bóveda de ladrillo o de piedra. La última variable, de la década del 40 hacia delante, tiene que ver con las iglesias de Trinidad y Jesús. En estos edificios se pensó primero en piedras para las bóvedas con el infortunio de su derrumbe. Posteriormente los Coadjutores se inclinaron por las bóvedas de doble rosca de ladrillo como cerramiento. 13 1- Sobre el uso de la cal. La significativa presencia en un vestigio de muro, del tipo de recorte de la piedra y del material intersticial En un trabajo de Pifferetti y Bolmaro se intenta proponer una revisión sobre el uso de la cal en el Pueblo de Santa Ana. Entendemos que el intento es valioso pero que arriba a un resultado confuso debido a la complejidad de poder discernir claramente la cuestión temporal y la calidad en los tipos de cal utilizados. Esto es un problema que abarca a la totalidad de las construcciones de las Misiones Jesuíticas. Pero esto sigue siendo una problemática secundaria con respecto a la cuestión del uso de la cal como material estructural. El trabajo de Pifferetti y Bolmaro sólo puede indicar el uso de cal para revoques. Esto no constituye una novedad porque sólo con haber leído a Cardiel es posible tomar conciencia de este uso (Cardiel 1953). Carta de Cardiel al Padre Calatayud (1747): “aunque hay piedra en todas partes, toda es arenisca o de fierro, inútil para cal. Para blanquear las paredes hacemos la suficiente de caracoles grandes que en todas partes se hallan algunos. Muélense estos caracoles quemados y se les mezcla agua de cola de cueros blancos y con ella se da un blanqueo lucido a las paredes que por la cola no se pega a la ropa”. Fotos pág. siguiente: Fachada principal del Templo San Ignacio Miní. Fotos anteriores a la restauración de la década del 40 (Colección Particular) 14 En varios pueblos como San Lorenzo, San Juan Bautista y San Luis, que construyeron sus iglesias durante el siglo XVIII, hipotéticamente no habría habido uso de cal estructural pero sí para enlucidos. Pero, en todos estos casos, debería ser paradigmático el hecho de haberse producido la intervención de algún arquitecto. Esto hubiera permitido el recorte de la piedra con algún tipo de molde metálico. Cardiel afirmó en el destierro, en un escrito de 1771 Cardiel 1989: 59: “No se halló cal en aquellos países; y por eso se halló este modo de fabricar. Las dos magníficas iglesias que dije son de piedra de sillería hasta el tejado y son las de San Miguel y la Trinidad las hizo sin cal un hermano Coadjutor, grande arquitecto y esas no pilares, sino que están al modo de Europa y todo se blanquea muy bien”. Otro escrito de Cardiel, correspondiente a 1780, dice referente a la ciudad de Asunción (Cardiel1984: 57): “Cal no la hay, o no se han amañado a hacerla, pues hay piedras y peñascos de varias especies, y algunos serán de cal”. A su vez el Teniente de Gobernador Doblas, en 1785, aseguró que (Doblas1970:28) “De los renglones más necesarios a la conservación y comodidad de los hombres, sólo faltan dos en esta provincia, que son la sal y la cal: del primero es preciso abastecerse de Buenos Aires o del Paraguay, y el segundo se suple, para blanquear las iglesias y habitaciones, con caracoles grandes calcinados, que los hay en los campos con mucha abundancia, y de ellos se hace exquisita cal: pero esta sólo alcanza para blanquear y no más”. 2- Sobre el uso de la cal como material estructural. En la obra de la iglesia de Trinidad, destinada a resolver un tema de resguardo de la frontera y por lo tanto susceptible a ser completada la cubierta con una estructura de piedra o de ladrillos cocidos, encontramos antecedentes para mencionarla especialmente. En 1745 se pidieron 1000 fanegas de cal al Oficio de Santa Fe destinadas para la obra de la Iglesia del Pueblo de Trinidad (AGNA, Sala IX, 6-9-7 y Sala XIII, 47 -3-5). Se trató de cal traída desde La Bajada y, por lo tanto, debido a la exigencia estructural, debió ser de procedencia de piedra caliza. La cuestión es que para terminar esta construcción, debido al costo de la cal traída desde La Bajada, se intentó utilizar cal procedente de canteras de piedras calizas ubicadas en sitios próximos a la obra pero el resultado distó de ser el óptimo. Esta iglesia sufrió varios derrumbes por la falta de cimientos adecuados a la resistencia del terreno y por la escasa resistencia de la cal utilizada. Entretanto, todas las veces que se dio por sentado que se había encontrado una cal apta para el uso estructural las obras tuvieron problemas de diverso tipo o se dejaron inacabadas (Sánchez Labrador 1960: 28). En 1757: “Hallándome de Párroco en el Pueblo de los Apóstoles San Pedro y San Pablo (…) andaba yo con deseos de encontrar cal en sus inmediaciones. El fruto de mis diligencias fue que en unos zanjones profundos que habían hecho las corrientes de las lluvias en laderas de collados, se encontraron terrones de Tierra del grandor de huevos, algunos mayores, algunos menores. Los indios les impusieron el nombre de Ybí Morotí, por su blancura. Hice algunas pruebas. Salió bastantemente un buen suplemento de la cal”. El conflicto entre Trinidad y Jesús por la Calera de Itaendy, hacia 1761, señala la existencia de una cantera que podría haber surtido a la construcción de las iglesias de ambos pueblos. Sin embargo, el derrumbe de la iglesia de Trinidad, la construcción de una iglesia de escaso vuelo para reemplazarla y el lento avance de la obra de Jesús permiten suponer la dificultad para conseguir buena cal. Hasta ahora no hemos encontrado documentación que mencione la explotación posterior a la expulsión de los jesuitas de la Calera de Itaendy y, al contrario, para su utilización en Asunción se seguía trayendo cal desde La Bajada. La iglesia de Jesús, preparada para una cobertura de bóveda cerámica, no se terminó y tenemos nuestras dudas acerca de qué tipo de cal se utilizó en la ornamentación de los muros de sillería de piedra. También Azara, alrededor de 1793, expresó (Azara 1793: 19): “No tengo noticias de canteras de piedra de cal sino de las que hay en las barranqueras de los ríos Paraná y Uruguay en el paralelo de 32 ° y otras en algunas de las serrezuelas de Maldonado. Parece que la del Paraná es una piedra compuesta de conchas marinas aun no bien marmolizadas, que tienen arcilla en muchos de sus intermedios, de donde viene ser su cal de inferior calidad. Las piedras de cal del Uruguay no lo parecen a primera vista ni tienen conchas ni se asemejan al mármol y tampoco dan más que mediana cal. Las que he visto de Maldonado son más pedruscones, como cántaros y tinajas, de mármol blanquizco con el grano fino y se encuentran sin unión unos con otros entre dos muros de pizarra común; dan una cal sobresaliente. También hacen cal de inferior calidad en Buenos Aires de algunos bancos de cochitas fluviales. Aunque yo no conozca otras caleras, es de esperar que el tiempo y la necesidad las descubrirán”. La cuestión es que posteriormente a la expulsión de los jesuitas apareció puntualmente la cal, siempre extraída de lugares ad-novo. En 1793 se compraron para la obra de la iglesia del Pueblo de San Miguel 5000 fanegas de cal (alrededor de 180.300 kg) para abastecer la obra de recomposición del edificio, que venía de una cantera cercana a Santa Tecla (AGNA, Sala IX, 30-5-1. San Miguel, 12 de junio de 1793). (extraída de una Calera ubicada en las cercanías del Fuerte de Santa Tecla) (sobre el tema ver AGNA, Sala IX, 5-4-3. 15 de enero de 1791). Encontramos otras menciones de caleras cercanas a Yapeyú y a La Cruz pero ninguna tuvo una explotación de cierta continuidad y menos de regular importancia. El Ingeniero Vera Vierci, contemporáneamente, tras un detallado estudio, informó sobre la Iglesia de Trinidad que para la construcción de los muros se utilizó como mortero la arcilla del lugar, a la que se le agregaba, para darle porosidad, algún tipo de material orgánico. Esta porosidad apresuraba el secado y consiguiente endurecimiento de los morteros arcillosos. En el caso de la construcción de las bóvedas, derrumbadas tres veces, dice que fue utilizada la cal en el mortero. El crucero de la iglesia de Trinidad estaba cubierto por una bóveda totalmente construida con ladrillos de 15 campo, de dimensiones generosas. Pero afirma que la mezcla utilizada era arcilla con algo de arena y un porcentaje de cal de aproximadamente 15% (Vera Vierci 1996: 109). Es decir, que ese porcentaje podría estar señalando la cantidad de la utilización de cal traída de lugares bastante lejanos para la época. La construcción de una iglesia, en reemplazo de la principal derrumbada, ubicándola en una de las tiras de viviendas. Azara menciona: “la Iglesia que era a sillería se arruinó por que no pudieron sus muros laterales sostener el empuje de la bóveda; h oy sirve d e tal una cuadra” (AGNA, Biblioteca Nacional Legajo 54, pág. 200, año 1793). Esto nos permite suponer que la dificultad de contar con una cal útil para ser utilizada estructuralmente persistió regionalmente hasta muchos años después, bien entrado el siglo XIX (Marbais du Graty 2008: 135 y 136). El autor menciona dos tipos de cales halladas en la zona de La Bajada frente a Santa Fe. Una proveniente de terrenos jurásicos, tierras secundarias con abundancia de conchas y moluscos, poco compactas y formadas en su mayor parte por carbonato de cal cristalizado. Estas se calcinan fácilmente. Pero hay otra que tiene un calcáreo más compacto y duro con participación del silicio y el cuarzo. O sea que hay cales magras y medianamente hidráulicas. Para la iglesia de Trinidad, en la etapa pos-jesuítica, existió un proyecto alternativo con una bóveda de ladrillos que fue descartado (Levinton 2010: 100). 3- Documentación sobre restos de muros de trazas pos-jesuíticas Cuando se produjo la expulsión de los sacerdotes de la Compañía de Jesús hubo cambios cualitativos en la mayoría de los edificios de la planta de los pueblos. En el caso del Colegio, pasó a ser la residencia de los Tenientes de Gobernadores, de los Curas, de los Maestros, los Sangradores y de los Administradores. El Cabildo pasó a tener más predominio, y las viviendas de los corregidores tuvieron mejor ubicación y mayor tamaño. La escuela de español se ubicó afuera del Colegio y varias de las actividades productivas que se desarrollaban 16 en el segundo patio pasaron a realizarse en el interior de galpones, ubicados en la periferia del pueblo. Se le dio mayor importancia a los telares, lo que significó un sitio especialmente dedicado para la producción de lienzos. La cuestión de la aparición de la inoculación de cepas para el tratamiento de la viruela permitió la construcción de hospitales dentro de los pueblos, y la situación permanente de guerra con los portugueses incitó a la construcción de defensas y recintos para el alojamiento de los soldados. Inclusive, la reconstrucción de amplias zonas de los pueblos impulsó la reforma de algunas tiras de viviendas, como en el caso de la sede del cabildo y de la vivienda del Corregidor. La comprensión de estos cambios es fundamental para ofrecer al visitante una reproducción más fiel de la experiencia del espacio en la etapa jesuítica. Desde nuestro punto de vista, es necesario diferenciar claramente una época de la otra, estableciendo claras delimitaciones de los tipos constructivos que tenían que ver con cada uno de los contextos históricos. En el caso del Pueblo de Santo Thomé, hoy prácticamente perdidas las ruinas en su casi totalidad, en 1784 había una Casa para la Escuela de Música, generalmente integrada en la época jesuítica a los Colegios. Asimismo, el inventario habla de Cárceles Reales de Hombres y mujeres, no podemos precisar si estaban o no incluidas en los antiguos Cotiguazú (AGNA, Sala IX, 22-8-2. Santo Thomé 1784, Inventario de los bienes comunes. Primeramente cuarenta casas que forman el cuadro de dicha plaza y en ellas colocadas la Casa de Cabildo y dos Cárceles Reales de hombres y de mujeres). En el mismo pueblo, en el inventario de 1794, aparece un hospital de 10 catres, seguramente con las instalaciones complementarias. En el inventario del año 1799 se completa la descripción: “un Hospital que se halla actualmente concluido con dos salas capaces y sus oficinas afuera en un cercado de postes y estado de techo de paja y el dicho hospital de teja” (AGNA Sala IX, 22-7-7. Inventario de los Bienes que tiene la Comunidad. Santo Thomé. 17 de junio de 1799). A su vez la Casa Capitular tenía 4 escaños, o sea bancos con respaldo para varias personas. Evidentemente, se trataba de un espacio considerable ya que contenía el Real Estandarte con las Armas de S. M., dos escudos (uno de plata y otro de metal) con las Armas de S. M. y el Archivo con los papeles y los mapas que delimitaban las tierras de la comunidad (AGNA, Inventario de Santo Thomé del año 1794). Es interesante la mención en otro Inventario de este Pueblo, correspondiente a 1798, de “la Casa de Cabildo unida, como queda referida, a las hileras antecedentes”(AGNA, Inventario de Santo Thomé del año 1798). En el caso del Pueblo de La Cruz, durante el año 1801 se realizó una gran cantidad de obras que ciertamente debieron cambiarle su fisonomía en varios aspectos. No podemos precisar los alcances de las nuevas trazas, la conformación del antiguo asentamiento. Describe el Administrador : “lo que se ha invertido en las obras nuevas que se han levantado en este Pueblo en el tiempo que obtengo la Administración de él, cuyas obras se han levantado con la Dirección del Maestro de Carpintero Don Miguel de Arquía (…) Una cuadra en la plaza que se compone de dieciséis habitaciones inclusas sus cocinas con ciento y diez varas de cimiento de piedra, sus paredes de adobes, buenos enmaderados con sus correspondientes puertas y ventanas y buenos techos e igualmente corredores de cuatro varas de ancho y sus pilares de piedra (…) otra dicha en la misma plaza que se compone de doce habitaciones con paredes de adobe y unos corredores como arriba se refiere (…) otra dicha en medio del pueblo sin corredores (…) otras tres cuadras dichas en medio del pueblo que forman cuadro y se componen de treinta y cuatro habitaciones y con trescientos treinta varas de cimientos de piedras, sus correspondientes pilares de idem y corredores por uno y otro lado con sus buenos enmaderados, puertas y ventanas de cedro y sus buenos techos de teja (…) otra dicha hecha en el colegio que se compone de dos almacenes y cuatro salas con doscientas cuarenta varas de cimiento de piedra, sus buenas paredes, enmaderados, puertas y ventanas y sus corredores con pilares de piedra labrada y un portón en medio (…) Por cuatro cuartos que se han hecho en el patio del colegio que se componen de cincuenta y cuatro varas de cimiento, su buena portada y portón de madera con sus pilares de piedra (…) por una cocina que se ha hecho en el colegio (…) sala que sirve para vivir veinte personas que se ocupan diariamente en el obraje de tejas, ladrillo y adobe con sus correspondientes puertas y ventanas y sus corredores con pilares de piedras y cimientos de lo mismo (…) un horno que se ha hecho para cocer tejas y ladrillo contiguo a la misma capilla “ (AGNA, Sala IX, 34-3-2. La Cruz, 1801). Con respecto a Yapeyú, el Virrey Avilés ya había advertido en 1801 la situación ruinosa de la iglesia que había sido restaurada hacia fines del siglo XVII (Avilés 1945: 507 y 508). La situación era compleja porque a este pueblo ya se le habían sustraído sus tierras de la Banda Oriental y en ellas se encontraba una Calera para la fabricación del material necesario para las obras (AGNA, Sala IX, 18-3-3. Yapeyú, 31 de agosto de 1803). Sin embargo, en las Cuentas del Administrador correspondientes a 1802 se incluye: “El Colegio en el que se ha reedificado en el presente año todo un ángulo de él con 50 varas de longitud de ladrillo cocido (AGNA. Biblioteca Nacional 190. Yapeyú: Cuentas del Administrador 1802)”. Asimismo, el 4 de febrero de 1803 el Teniente de Gobernador Láriz le participa al Virrey del Pino sobre la realización de otra construcción en Yapeyú: “Pongo en noticia de Vuestra Excelencia haber construido una sala de Armas de la Figura de un octógono irregular; cuya disposición guarda el orden de Arquitectura con una decoración sencilla y en ella se han colocado las Armas de fuego y blancas que existen en este Departamento con la mayor simetría y uniformidad coronando toda la cornisa con las Bayonetas; pero como dichas armas se hallan todas llenas de orín y algunas también descompuestas, convendría que un Armero las recorriese” (AGNA, Sala IX, 18-3-3. Yapeyú, 4 de febrero de 1803. Carta del Teniente de Gobernador José de Láriz al Virrey Don Joaquín del Pino. Posteriormente el Virrey Liniers nombraría un Comandante General de Armas en los Pueblos de Misiones). Volviendo al análisis del proceso de cambio del Pueblo de Santo Thomé, podemos mencionar que el 7 de junio de 1806 el Tte. de Gobernador Láriz escribe al Virrey Sobremonte sobre la necesidad de un espacio destinado a alojar a los soldados: 17 “Exmo. Señor En cumplimiento de la propuesta que hice a Vta. Exa. de que podrían habilitarse para Cuarteles los segundos Patios de los Colegios de los Pueblos donde debía residir la tropa que cubre esta frontera del Uruguay y que V. Excelencia se sirvió aprobar mi pensamiento, en 10 de mayo del año próximo pasado, y sin embargo de que este carecía de segundo patio, he concluido el cuartel en este Pueblo cuyo edificio tiene 68 varas de frente todo de piedra, que he recogido de algunas ruinas de dicho Pueblo, y se ha ejecutado con la mayor solidez, aseo y buen compartimiento. Las ventanas con sus rejas de fierro, sus tameros bien colocados; dos calabozos con sus correspondientes prisiones y contiguas al citado Edificio, dos cocinas bastante capaces, de modo que se hallan en el referido Cuartel” (AGNA, Sala IX, Legajo 18-3.4. Carta del Teniente Gobernador de Yapeyú José de Láriz al Virrey Marqués de Sobremonte). Esta novedad es confirmada por otra carta que intenta atribuirse el mérito de la misma obra. El 18 de julio de 1806, el Gobernador del Paraguay y de las Misiones Bernardo de Velazco le notifica al Virrey Sobremonte que “al tiempo de mi visita en el Pueblo de Santo Thomé encontré la tropa acuartelada en un galpón que no tenía un Pié defendido de la intemperie y de las aguas, las armas con este motivo destruidas y soldados con la libertad de vivir y dormir fuera del cuartel, abandonados a una total indisciplina, en vista de todo y ser aquel Pueblo la situación en que deben acuartelarse con mayor ventaja las tropas destinadas al servicio de aquella frontera, determiné la construcción de un Cuartel cuyo punto traté con mi Subdelegado Don José de Laríz dejándole detallada y encargada la obra, bien satisfecho que trataría con igual celo e interés (…) de proporcionar los medios de ejecutarla con el menor costo posible, como lo ha verificado avisándome hallarse dicho cuartel acabado y colocadas en él la Compañía de Corrientes y la del Escuadrón de Yapeyú a sueldo con proporción de buen acomodo para otra Compañía, aunque no he visto dicha obra concluida hallándome enterado que allí se ha hecho y dejé detallado” (AGNA, Sala VII, Col. A. Lamas, Legajo 2637.Asunción. Carta de Bernardo de Velazco al Virrey Marqués de So18 bremonte. Desde el 12 de septiembre de 1805 Velazco fue nombrado Intendente del Paraguay con agregación de los 30 Pueblos de Misiones). Como hemos visto, hubo cambios en la antigua traza de los Pueblos Jesuíticos y la arqueología histórica debería hacerse responsable de una nítida diferenciación que permita una experienciación más enriquecedora a los visitantes de las ruinas. Conclusiones Como dice Kern, la complejidad del tema es lo que obliga a analizar mediante innumerables variables interdependientes los vestigios materiales del pasado junto con múltiples informaciones documentales escritas e iconográficas (Kern 2002: 45). A esta concepción le agregaríamos que para ubicar esa complejidad en su justo punto es necesario poner en valor arqueológicohistoriográfico la cuestión de las ruinas de tal manera de poder construir una fenomenología de cada elemento subsistente. Esto es, procurar una diferenciación de los múltiples pasados planteando una búsqueda rememorativa de los 200 años de convivencia de cada comunidad misionera. En la Física Aristóteles decía que “el hombre construye porque es constructor pero el constructor construye conforme al arte de construir y esta última es, ciertamente, la causa primera” (Aristóteles, 1993: 83). Un plan de gestión para la restauración de las Misiones Jesuíticas debería tener en cuenta algunas de estas consideraciones. Norberto Levinton (1953) Es Arquitecto y Doctor en Historia. Se ha especializado en el estudio de la Región Histórica Misionera y en el Desarrollo Económico, Social y Espacial de la Provincia de Misiones sustentado por los avances tecnológicos. Ha colaborado con los planes de restauración de los pueblos de Loreto y Santos Cosme y Damián. Fuentes AGNA Archivo General de la Nación Argentina Bibliografía ARISTÓTELES. 1993. Física. Libros I y II. Boeri, Marcelo D. (Trad., int. y comentarios). 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