El Gran Flamenco y otros cuentos

Transcripción

El Gran Flamenco y otros cuentos
El Gran Flamenco y otros cuentos
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Álvaro Valenzuela Fuenzalida
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El Gran Flamenco y otros cuentos
EL GRAN FLAMENCO
Y OTROS CUENTOS
Álvaro M. Valenzuela Fuenzalida
Ediciones Universitarias de Valparaíso
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Valparaíso - Chile - 2013
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Álvaro Valenzuela Fuenzalida
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El Gran Flamenco y otros cuentos
Í N D I CE
El Gran Flamenco. Saga Andina. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Pág. 7
La Herencia. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 9
Pari y Ckirckir . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 15
En Camino. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 33
Sickor . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 55
La Alianza . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 77
El Regreso. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 81
© Álvaro Valenzuela Fuenzalida, 2013
Registro de Propiedad Intelectual Nº 210.737
ISBN: 978-956-17-0549-4
El Filatélico. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 93
La Conexión. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 117
Derechos Reservados
Tirada: 500 ejemplares
Lohengrin . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 137
Fotografía de Portada: Francisco Alviña Sánchez
Excelsior. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 157
Ediciones Universitarias de Valparaíso
Pontificia Universidad Católica de Valparaíso
Calle 12 de Febrero 187, Valparaíso
E-mail: [email protected]
www.euv.cl
Kane . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 175
Impreso por Salesianos S.A.
HECHO EN CHILE
Colofón . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 177
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E L G RA N FLA M E NCO
SAGA ANDINA
“A la sombra de tus alas me ampararé,
mientras dure la maldad”.
(Salmo 57)
“¡Forastero!” Ante todo quiero hacerte yo misma
estas preguntas: ¿Quién eres y de qué país
procedes? ¿Dónde se hallan tu ciudad y tus
padres?
Odisea. Rapsodia XIX,
Penélope interroga a Odiseo (Ulises),
de regreso a Ítaca, después de su largo viaje.
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L A HER ENC IA
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o cabía duda, en alguna parte del desierto debía estar. Se sabía por antiguas leyendas que se trataba de un lugar espectacular, una gran extensión de, tal vez, muchos miles de hectáreas, no muy diferente del resto del
desierto y por ese mismo motivo difícil de hallar. Pero, allí había un tesoro, o
eso decían.
Y, no faltaban los interesados en los tesoros de la pampa. Una y otra vez la
surcaban cateadores que, picota en mano, agujereaban por aquí y por allá, sin
mayor fruto. Uno de ellos, Konte1, avanzaba ese día bebiendo el último sorbo
de agua de su calabaza, digamos… de su cantimplora, luego de una agotadora jornada. Terciada a su espalda la escopeta de un cañón, era un peso
muerto, bueno para nada. Ya no tenía cartuchos. El último lo había disparado
contra un guanaco al que no había logrado ni tocarlo. Pensaba que estaba en
la buena senda, creía que iba hacia el fondo de la quebrada. No la veía, pero
sentía que el terreno tenía una suave pendiente.
¿Cuándo y cómo se había convertido en cateador? Ni él mismo lo sabía. Allá
en Baina2 había trabajado en los huertos y de tarde en tarde su pala había desenterrado cerámica “pintada” de los antiguos. Allí había que dejarla y cubrirla
nuevamente con la negra tierra, porque sus espíritus las necesitaban. En el
otro mundo había maíz, quínoa y tal vez licor hecho con la pulpa del cactus y
necesitaban esos cacharros.
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Konte: “gente” (kunza). Todos los términos kunza, están tomados del Diccionario “Ser
Indígena”. Culturas originarias de Chile.
Baina: “querido” (kunza).
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La vida del pueblo al pie de los volcanes era plácida. Pocas veces algo alteraba el rimo de los días y de las celebraciones estacionales por las cosechas,
de la parición de cabritos y de las fiestas cristianas, ya muy entrelazadas con
las costumbres atacameñas. Pero “siempre pasa algo” y ese día se vio llegar a
una comitiva de gente “de a caballo”, con rasgos claramente diferentes de los
habitantes del lugar.
estaba saliendo con ellos explorando los alrededores. La babel de lenguas era
inigualable: el kunza, el español y el inglés disputaban el favor de ser el idioma
preferido. Pronto se dieron cuenta de que ciertas cosas solo se podían nombrar en kunza y que las traducciones siempre cojeaban. Al cabo de pocos días
el lenguaraz ya no era indispensable y hasta los niños chicos se entendían con
los “huéspedes”.
En lengua kunza, uno de los viajeros, aparentemente un lenguaraz, saludó:
Buenas tardes a todos, venimos en paz y queremos pasar la noche aquí.
¿Podemos quedarnos? Pagaremos lo que corresponda. Ya en ese momento
estaban rodeados por una turba de niños, que tocaban todo lo que podían y
se reían de lo que veían. Con un leve crujido de puerta de madera de algarrobo, se hizo presente alguien que parecía estar revestido de autoridad. Era
un hombre de piel cobriza, ya muy ajada por el sol y el viento de la puna. Su
pelo era escaso y cano. Vestía una túnica que le llegaba a los talones y de su
cuello colgaba una diadema. Los recién llegados desmontaron y uno de ellos
se acercó al “jefe” y haciendo una reverencia hizo entrega de una manta tejida
con lana de alpaca. El hermoso poncho fue recibido por uno de los hombres
del pueblo, que luego se colocó al lado del anciano. Él levantó su cabeza y los
miró atentamente, hizo un largo silencio y luego dijo: Pueden quedarse aquí
esta noche y el tiempo que necesiten. Se les dará dos habitaciones. Serán
bien atendidos como huéspedes. Luego el Taita Aitzir3 se dio media vuelta y
entró a su choza.
En el trayecto de una breve visita, uno de los forasteros trató de saber qué
idioma se hablaba en el pueblo. Pregunta que Konte, por supuesto, no comprendió, luego el gringo4 la repitió en castellano, idioma que Konte tampoco
conocía. Él hablaba sólo el atacameño (kunza); el lenguaraz sí sabía cómo
comunicarse y pronto supo que eran “geólogos ingleses” –palabras sin equivalentes en la lengua kunza (“la de nosotros”) de los likan antai– de un kingdom
–otra palabra incomprensible–, muy, pero muy lejano –que estaban buscando
minerales con el propósito de “explotarlos”– ¿qué podría ser eso? Si él quería
unírseles sería bienvenido, ya que conocía mejor que nadie los senderos y
rincones del desierto y de la montaña.
A Konte le tocó llevar los caballos a un corral en que podían comer pasto de
la cordillera, tomar agua y reponerse del viaje. El Llano del Olvido no sólo era
interminable, sino extremadamente agotador. Ya habían tenido varias caídas y
“bajas” en los animales de montura y de tiro que no estaban preparados para
esos pedregales. Así es que les venía bien un descanso.
El grupo se arranchó en dos habitaciones y descansó un par de días. Konte estaba atento a cualquier necesidad y poco a poco comenzó a nacer la
confianza. Por los “geólogos” fue bautizado como “Lupe” y a los dos días ya
Esa segunda noche, el Taita Aitzir llamó a Konte a su choza. A la luz de las
rojas brasas y de una suave lámpara de aceite, el anciano parecía aun más
solemne e impresionante. Sobre su pecho colgaba la diadema que él había
visto desde que comenzó a caminar y salió de la casa en que había nacido
y había sido criado. Era un medallón de cobre del porte de un puño, con una
estrella de cinco puntas plateadas de largos desiguales – que parecían indicar
una constelación estelar, sobre un gran círculo de lapislázuli, que llegaba a su
borde. Al centro en un campo negro de mármol, había un óvalo en que se veía
un paisaje de montañas enmarcando una gran hendidura. Era algo así como
una puerta magna. En las montañas del fondo se percibía un punto dorado y
refulgente. A un costado, al costado inferior izquierdo, había una pequeña figura como de llamas pastando y al otro lado una ballena con un chorro que salía
de su espiráculo. Pero, si se la miraba con mayor atención se podía ver que
sobre todo el conjunto, justo sobre el círculo de las puntas, había un flamenco,
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Aitzir: “viscacha” (kunza).
Gringo: “extranjero”, especialmente de habla inglesa, y en general hablante de una
lengua que no sea la española (RAE).
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que con sus patas, cuerpo y largo cuello las rodeaba. Cuando el Taita lo miró
tan extasiado por la visión de su diadema, le dijo: Algún día te voy a explicar
el medallón.
Y, dime, ¿qué están haciendo estos viajeros? –Dicen que están buscando “minerales”, o sea, unas piedras especiales, con colores. –Y ¿para qué buscan
esas piedras?– No lo sé bien. Parece que es para sacarlas y llevárselas lejos.
En ese momento el Taita enmudeció y su mirada se dirigió a la tierra del piso.
Luego cerró los ojos y por un largo rato calló. Finalmente, mirando a Konte,
dijo: No me parece bien. Todo lo que está bajo la tierra, y también lo que está
sobre ella, es de ellos y nadie puede hacerse dueño, sin su permiso. Nosotros
sacamos unas piedras verdosas, las calentamos y construimos herramientas.
Lo hacemos así, porque tenemos su permiso. Y cada vez al inicio y al final
de la labor, hacemos libaciones y les damos gracias. En ese momento, y sobreponiéndose al temor reverencial que aumentaba a cada instante, el joven
preguntó: Y, ¿quiénes son esos dueños? –Son los antiguos, los viejos abuelos
y las ancianas abuelas, son los que están enterrados bajo la costra del desierto. Ellos son los dueños de todo y nos lo han dado a nosotros como herencia.
–Eso significa, Taita, ¿que nosotros y todo lo que hay aquí, en las montañas
y en los lagos en medio de los volcanes, somos la herencia que ellos nos
dejaron?–Así es, hijo, y por eso debemos cuidarla y no cedérsela a nadie. –Y,
¿dónde están enterrados ellos, los antiguos? –Los más viejos lo saben y tú
algún día lo sabrás. En ese momento, entró una mujer con un cazo de mate
y un pan de quínoa, que muy silenciosa y cuidadosamente colocó en tierra, y
Konte supo que la conversación había terminado.
Los extraños sólo estuvieron unos cuantos días. Salían y volvían al pueblo. Y
se notaba que su decepción era muy grande. Habían hecho una larga expedición y lo que habían encontrado era muy poca cosa. Unas cuantas piedras
de diversos colores, unos cerros desprovistos de vegetación, poca agua, un
pueblo sencillo que no tenía más que unos cuantos animalitos y sembraba
algo que se parecía al maíz, y que hablaba una lengua incomprensible. La
cosa –la estadía– no daba para más. Reunidos con el lenguaraz se escuchó
la siguiente conversación: ¿por qué nos trajo hasta aquí? Aquí no hay nada.
Nada de nada. No hemos visto en años lugar más pobre y desolado. No hay
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riquezas y mucho menos hay tesoros. Si hubiera gente primitiva, ésta estaría
en primer lugar. Ni siquiera parece que tengan religión alguna, ni ritos sociales.
Además, viven en el mayor aislamiento, ni los incas debieron saber de ellos.
Su tecnología es muy primitiva, son agricultores, cazadores y no “progresarán”
nunca. En la Bolsa de Londres no darían ni un penique por la hectárea de
este desierto. Avise que nos vamos mañana, dijo al lenguaraz. Vamos a dejar
algunos regalos como pago: el caballo viejo que llevamos, una mula –la que se
cayó al precipicio–, una lupa que puede servirles para encender fuego y alguna
ropa que ya no usamos. Aquí no usan dinero y no tiene sentido alguno dejarles
monedas. Seguramente las fundirían para hacer quién sabe qué cosa.
A esa hora ya hacía mucho frío y el “jefe” necesitaba algo fuerte para reponerse del frío y del mal rato: Ayudante, ¡tráigame un vaso de whisky! –Lo siento,
señor, la última botella se quebró cuando la mula se desbarrancó en ese cerro
alto. Ya no queda whisky. –¡Maldita sea, maldita expedición!
Y, así fue, muy temprano en la mañana, tomaron sus cosas y casi sin despedirse se alejaron por la ruta que iba al poniente. Nunca más se los vio. Y la vida
en el pueblo siguió con su ritmo circadiano y estacional.
***
Baina era el nombre del pueblo, pero había más que casas y ganado. Las
leyendas eran parte esencial de su modo de vida. Se las oía desde la primera
infancia y se las recordaba en los himnos y en las baladas de las noches de
fiesta. Y hubo quienes las aprendieron con tal fidelidad que podían estar días
y noches recitándolas y cantándolas.
Con los años, algunos personajes adquirieron más realidad que los mismos
jefes y ancianos. Se los veía en las montañas, en las lagunas en los animales
del desierto y en las plantas de los cerros. Fue así, por el cantar de las leyendas que entró Pari a las más antiguas historias de Baina.

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