tradición y vanguardia en la poesia de miguel hernández
Transcripción
tradición y vanguardia en la poesia de miguel hernández
TRADICIÓN Y VANGUARDIA EN LA POESíA DE MIGUEL HERNÁNDEZ Miguel Hernández absorbió desde sus ávidas lecturas de adolescente a nuestros clásicos y, muy pronto, a los poetas de la generación del 27. Fue Dámaso Alonso quien lo nombró genial epígono del 27; era un elogio a medias, no exento de ironía, ya que, en general, los poetas del 27 lo consideraban “un provinciano” y, quizá por su procedencia y formación, no lo veían como a uno de los suyos: Miguel Hernández los admiraba, pero sólo Vicente Aleixandre tuvo con él una relación más cercana. Lo cierto es que Hernández aprendió la poética de la G. 27 moviéndose en torno a su estela, homenajeándola en su poesía, a la vez tan personal y original; de ahí que la fusión entre tradición y vanguardia sea una característica que una a Hernández y al grupo poético del 27. En esta fusión intervienen: la tradición literaria, la generación inmediatamente anterior y las vanguardias literarias. 1. LA TRADICIÓN LITERARIA: Los clásicos de los Siglos de Oro, sobre todo, la metáfora culterana de Góngora; la poesía de Bécquer; el neopopularismo -versión culta de nuestras formas populares (el romancero, el cancionero tradicional…). 2. LA GENERACIÓN INMEDIATAMENTE ANTERIOR: La poesía simbolista de Rubén Darío y la poesía pura de Juan Ramón Jiménez. 3. LAS VANGUARDIAS LITERARIAS Las vanguardias (Ultraísmo y Creacionismo) buscaron un lenguaje propio, basado sobre todo en la audacia de la metáfora; una poesía pura que está dentro del concepto de deshumanización del arte. Tanto Hernández como los poetas del 27 absorbieron estas audacias vanguardistas en su primera etapa. Más adelante aparece otro movimiento de vanguardia, el Surrealismo, que implica una rehumanización del arte. Este movimiento dará cabida a lo humano, e incluso a lo social y a lo político: es la poesía impura. El más claro exponente es el poemario La destrucción o el amor de Vicente Aleixandre, que se convirtió en el libro de cabecera de Miguel Hernández. No podemos olvidar la influencia de las greguerías de Ramón Gómez de la Serna (metáforas insólitas y conceptuales que nos vienen a la cabeza cuando leemos los “acertijos poéticos” encerrados en Perito en lunas.) La magistral simbiosis de estas influencias y una enorme originalidad darán lugar a la obra poética de Miguel Hernández Los orígenes de Hernández están marcados por las lecturas de Virgilio, Garcilaso. Fray Luís de León, Quevedo, Calderón, Lope de Vega y Góngora. En esta etapa se encuentra bajo el influjo de Ramón Sijé, quien forjó en él la militancia católica y el amor por los clásicos. A partir de 1927 entra en contacto con Góngora a través de la generación del 27. En este momento escribe Perito en lunas (1933) que se adscribe a la poesía pura. Las octavas reales de esta obra son acertijos poéticos, que transmutan metafóricamente motivos cotidianos del entorno del poeta. Cuando Hernández escribe El rayo que no cesa (1935), vive una crisis amorosa y personal que tiene su correlación en un cambio estético de su obra. El poeta abandona ya el influjo religioso y clasicista de Sijé así como la poesía pura y sigue la estela de la poesía surrealista, poesía impura de Pablo Neruda y Vicente Aleixandre. Este poemario de amor trágico funde la poesía impura surrealista con la tradición. LA TRADICIÓN viene marcada por la métrica clásica, sonetos quevedescos, silvas, redondillas y tercetos encadenados, y por los componentes temáticos que nos remiten a la tradición del amor cortés petrarquista ya que la experiencia amorosa del poeta se entiende como sufrimiento y se articula en torno a tres tópicos: la queja dolorida, el desdén de la amada y el amor como muerte. Al empezar la guerra Miguel Hernández se convierte en un “poeta soldado” con Viento del pueblo comienza el tiempo de la poesía comprometida, poesía de guerra y de denuncia y poesía de solidaridad con el pueblo oprimido. Hernández busca ahora una poesía más directa, abunda el romance y el octosílabo (metro popular de la poesía tradicional), pero junto a estas formas el poeta también cultiva metros más solemnes que remiten a la poesía impura (“Canción del esposo soldado”). Después, el tono vigoroso, entusiasta y combativo de Viento del pueblo se atempera en El hombre acecha, ante la realidad brutal del curso de la guerra comienza la introspección pesimista; ahora el verso de arte menor y la rima asonante dejan paso al endecasílabo y el alejandrino y al verso libre de la poesía impura. Finalmente con Cancionero y Romancero de ausencias (1938-1941), intenso diario íntimo de un tiempo de desgracias, Hernández completa el profundo proceso de introspección que venía experimentando desde El hombre acecha. En él, de nuevo, encontramos la fusión de tradición y vanguardia, ya que los símbolos e imágenes poéticas surrealistas y expresionistas se ciñen a los escuetos esquemas de la canción tradicional y romance con dominio de la rima asonante. Nuevamente la tradición ofrece sus moldes a la vanguardia.