acompañamiento 2

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acompañamiento 2
 ACOMPAÑAR: ARTE, TÉCNICA Y VOCACIÓN + Fr. José Rodríguez Carballo, ofm Arzobispo Secretario CIVCSVA Cuando, en cuanto Ministro general he convocado este Congreso Internacional para Secretarios de Formación y Estudios de la Orden de Hermanos Menores, era bien consciente de su importancia, sobre todo porque ya entonces se había decidido que el tema del Congreso sería el del acompañamiento vocacional, en sus dimensiones humana, cristiana y franciscana. En mi exposición después de una breve introducción –situándonos-­‐, intentaré clarificar lo que se entiende por acompañamiento y sus objetivos, señalando sus fases y sus dificultades, para luego poner en relación el acompañamiento y el modelo formativo. En todo ello intentaré mantener un carácter muy práctico, partiendo de la propia experiencia en este campo. Situándonos El tema del acompañamiento, tras una larga crisis por la que pasó, está siendo recuperado y valorado de nuevo. Hoy se habla y escribe mucho sobre el tema. Personalmente me alegro pues comparto plenamente la convicción de muchos de que es en el acompañamiento humano, espiritual y vocacional donde nos jugamos la calidad de la formación permanente e inicial, el adecuado discernimiento vocacional, y la fidelidad y perseverancia de nuestros candidatos y de los mismos hermanos, particularmente de los más jóvenes. Para que la praxis del acompañamiento dé los frutos esperados, es necesario, sin embargo, repensar dicha práctica, y, con ella repensar el modelo formativo que estamos utilizando. Siendo el acompañamiento uno de los test más evidentes del modelo formativo que se usa, es necesario clarificar bien el modelo de consagrado, en nuestro caso el modelo de franciscano, para el que queremos formar, pues de ello dependerá el carácter de acompañamiento a utilizar. Si desde la Iglesia se nos pide un “salto de calidad” en la vivencia de la vida consagrada, está claro que también se nos está pidiendo un cambio radical en la formación a la vida consagrada y otro tanto en relación con el acompañamiento y la pastoral vocacional1. ¿Qué queremos decir cuando decimos acompañamiento? La pregunta no es superflua, pues la experiencia nos enseña que no es fácil acompañar, no solo por la complejidad que presenta el joven de hoy, sino por ls falsas concepciones que se 1
Cf. Obra Pontificia para las vocaciones eclesiásticas, Nuevas vocaciones para una nueva Europa (=NVNE), 13. 1 tienen del acompañamiento. ¿Qué queremos decir, pues, cuando decimos acompañamiento? Detengámonos en dos “definiciones” de acompañamiento. 1.-­‐ Condivisión y con-­‐vocación Teniendo en cuenta la etimología del término, acompañar significa, ante todo, compartir el pan con cuantos nos han sido confiados2, el pan de unos determinados valores humanos, cristianos y franciscanos que dan sentido a nuestra vida y que queremos trasmitir a cuantos hacen camino con nosotros, convencidos de la belleza y bondad de dichos valores: “Los jóvenes llevan una sed en su corazón y esa sed es una pregunta de significado y de relaciones humanas auténticas que le ayuden a no sentirse solo ante los desafíos de la vida. Es deseo de futuro, menos incierto gracias a una compañía segura y digna de confianza, que se acerca a cada uno con delicadez y respeto, proponiéndole valores firmes a partir de los cuales poder crecer hacia metas altas, no alcanzables”3. El acompañamiento más que una cosa que hay que hacer es un modo de estar, de caminar con, de ponerse al lado del otro (cf. Lc 24, 13-­‐16), dedicándole tiempo y energía, dejarse disturbar por el otro, y confesar la belleza de una vida que se realiza según el proyecto de Dios. En otras palabras, acompañar significa ayudar al otro a que crezca como persona, como creyente y, si es llamado a ello, como franciscano. El itinerario pedagógico es un viaje que mira a la madurez de la persona, en sus dimensiones humana, cristiana y vocacional. Es como una peregrinación hacia el estado adulto de la persona, llamada a decidir por sí, en libertad y responsabilidad, según la verdad del misterioso proyecto pensado por Dios para ella4. Tal peregrinación se realiza por etapas –se trata de un proceso-­‐, en compañía de un hermano/a mayor en la fe y el discipulado, que conoce el camino, la voz y los pasos del Señor, que ayuda, desde su experiencia, a reconocer al Señor que llama y discierne el camino para llegar a Él y responderle5. El registro comunicativo del acompañamiento no es tanto el didáctico o exhortativo, ni tampoco el de amistad, sino el de la confessio fidei6. En este sentido, lo que se pide de un acompañante es fundamentalmente el que sea un testigo, capaz de narrar su propia opción de 2222
“Hacer acompañamiento vocacional significa, ante todo, compartir: el pan de la fe, la experiencia de Dios, la fatiga de la búsqueda, hasta compartir también la vocación: evidentemente no para imponerla sino para confesar la belleza deuna vida que se realiza según el proyecto de Dios”, NVNE, 34C. 333
Benedicto XVI, Discurso a la CEI, mayo 2010. 4
Hay un proyecto objetivo de la voluntad de Dios que es válido para todos (los mandamientos, el Magisterio de la Iglesia…) y un proyecto subjetivo, que es válido para cada persona. El conocimiento del proyecto objetivo es necesario para todos. Será responsabilidad del acompañante hacer conocer este proyecto y pasar del proyecto objetivo al personal. El acompañamiento está llamado a hacer un diálogo entre el proyecto objetivo y el subjetivo. 4)
Cf NVNE, 34c. 6
Cf. NVNE, 34c 2 vida y su propio camino vocacional. No se le pide que sea un dechado de perfección, sino que cuente su vida con lo que ello comporta: dificultades, riesgos, sorpresas, belleza7. Todo ello mira a ayudar a quien decide ser acompañado a vivir en orden, armonía, esencialidad y equilibrio en una triple relación: consigo mismo, con los otros y con Dios. En este sentido, acompañar es ayudar al otro a tener un rostro propio, unas razones por las cuales vivir la vida en plenitud. No se trata por tanto solamente de ofrecerles ayuda para resolver eventuales problemas o superar posibles crisis, sino también estar atentos al crecimiento normal de cada uno en todas y cada una de las fases y estaciones de la existencia, de manera que quede garantizada esa juventud de espíritu que permanece en el tiempo y que hace al creyente y, particularmente al consagrado, cada vez más conforme a los sentimientos de Cristo (cf. Fil 2, 5)8. “Viendo la multitud sintió compasión” (Lc 9, 36). Frecuentemente el verbo “ver”, cuando se refiere a Jesús, va acompañado del verbo “compadecerse” (cf. Mt 14, 13; Lc 7, 11-­‐15). El “ver” de Jesús es una mirada que va más allá, que entra en el corazón del otro y se deja envolver –compasión-­‐, por el otro a niveles profundos. Esa mirada profunda le permite al acompañante ver lo que el acompañado es y lo que está llamado a ser. Es una “ver” que llega al corazón. De este modo podemos decir que acompañar es “educar” el corazón y parte del encuentro de corazón a corazón. Educar el corazón, acompañar, es capacidad de conocerse mejor a uno mismo pero también de conocer mejor al otro y al Otro; es aprender la gramática del propio mundo afectivo: emociones, sentimientos, afectos, estados de ánimo…; es aprender a expresar el propio mundo emotivo en modo maduro: siento, reconozco mis sentimientos, confronto dichos sentimientos con mis ideales y decido. 2.-­‐ En la búsqueda de sí y de su centro Lo dicho nos lleva a afirmar que el acompañamiento es una ayuda para encontrarse con uno mismo y encontrar el propio centro. A este punto me parece imprescindible recordar las funciones del centro en la vida de una persona. Amadeo Cencini sintetiza esas funciones en tres: Dar identidad y verdad, atraer y unificar las energías afectivas, activar y orientar la capacidad de decisión9. a) Dar identidad y verdad a la persona. 7
Cf. Idem Cf. CIVCSVA, El servicio de la autoridad y la obediencia, Vaticano 2008, 22, 13. 9
Cf. Amadeo Cencini, Il cuore del mondo. Accompagnare il giovane al centro de la vita. Paulinas, Milán 2006, 10-­‐13. 8
3 El centro tiene la función, en primer lugar, de dar identidad y verdad a la persona, ayudándola a descubrir sus potencialidades/posibilidades, su radical positividad, pero también sus límites, en modo tal que pueda vivir plenamente reconciliada consigo misma, con su propia historia. Pero atención: tener un centro no quiere decir simplemente tener una cierta tensión moral ideal, sino haber encontrado la razón que dé sentido al propio ser y al actuar. Otra advertencia: La reconciliación con la propia historia no mira solo al presente, tiene que actuarse con el pasado, en vistas de un futuro por construir, o de una opción vocacional a hacer o continuar a vivir. Esta reconciliación será fuente de estabilidad de la persona y le ayudará a vivir en autenticidad consigo misma, con los demás y con el Señor. Al hablar de autenticidad no quisiera que se pensara inmediatamente a la autenticidad moral. En este contexto se trata, sobre todo, de una autenticidad existencial. Mientras la primera, la autenticidad moral, presupone una vida coherante, de acuerdo con referencias objetivas (reglamentos, normas...), la segunda, la autenticidad existencial es la que hace que la persona se sienta responsable de serla y busque de vivir en la verdad. Esta autenticidad tiene mucho que ver con la libertad no de la norma moral sino la libertad propia de quien se siente profundamente amado por Dios y llamado a responder a un proyecto de amor. Auténtica es la persona capaz de tomar la vida en sus propias manos, la persona fiel a sí misma, más allá del rol que está cubriendo; fidelidad que no se opone a la fidelidad a normas objetivas que regulan la vida del creyente y del consagrado, sino que le da consistencia y razón de ser. b) Actuar y unificar las energías afectivas. El centro, hacia el cual tiende el acompañamiento, tiene, también, la función de actuar y unificar las energías afectivas, es decir: ofrecer un polo de atracción en torno al cual unificar las fuerzas de la afectividad, de la capacidad de relacionarse, de la sexualidad. Dicho polo ha de ser el punto de referencia y criterio de juicio de dichas fuerzas afectivas y emotivas. De este modo, el centro es punto de gravitación, en cuanto lleva a la persona a tender hacia, y, al mismo tiempo le permite acoger integralmente las fuerzas vivas del eros, dándole plenitud de sentido. En este sentido, el acompañamiento hacia el centro permite a la persona integrar la afectividad/sexualidad con el resto de la personalidad, dando unidad a la persona. Esta función del centro me parece importantísima en estos momentos cuando la fragmentación, fenómeno típico de nuestra cultura, alcanza también a la persona que vive dividida, atomizada, hasta del punto de poder decir que vive “varias vidas” al mismo tiempo. El acompañamiento mira a unificar c) Activar y orientar la capacidad de decisión. Finalmente, el centro activa y orienta la capacidad de decisión, convirtiéndose en criterio de discernimiento para las opciones de la persona. 4 Esta tercera función del acompañamiento hacia el centro es la que pone a la persona delante de su responsabilidad y le lleva a asumir unas determinadas opciones de vida a través de las cuales puede realizar su vocación y misión en modo activo y no simplemente sufrirla apáticamente. Como se ve, esta tercera función del centro es la que tiene mucho que ver con la libertad y la responsabilidad en las opciones de vida. El que el acompañado suma su propia responsabilidad en todo el proceso ha de ser considerado el elemento “método” del acompañamiento. La búsqueda del centro de la que hemos hablado supone que el acompañante ayude al acompañado a pasar de una actitud de vagabundeo consumidor de la existencia, a una actitud de mendicante de sentido; a pasar de un caminar hacia la nada, a una actitud de arameo errante hacia la tierra prometida. A través de estas tres funciones, el centro responde a las exigencias fundamentales del ser humano –logos, eros, pathos-­‐, y se convierte en el punto de referencia de toda la vida. Por su parte, el acompañamiento mira a ayudar al acompañado a descubrir la propia vocación en la vida y a asumir la vida como vocación; vocación que, más allá de los modos concretos de realizarla, consiste en participar al amor de Dios Padre10, que se hace realidad gracias a la acción del Espíritu, por la cual viene impresa en la persona del acompañado la imagen del Hijo, en el cual hemos sido creados11. Aparece así clara una de las motivaciones fundamentales del acompañamiento: ayudar a la persona del acompañado a descubrir la propia vida como el tiempo que tiene a su disposición para realizar la vocación a la que Dios Padre le llama en el Hijo y bajo la acción del Espíritu Santo. Y puesto que el hombre existe porque Dios le ha dirigido su palabra, lo ha llamado a ser su interlocutor el acompañamiento no puede prescindir de este objetivo. El acompañamiento espiritual Tocamos, de este modo una dimensión importante del acompañamiento: la dimensión espiriritual. En nuestro caso, sin olvidar las otras dimensiones propias del acompañamiento, esta dimensión espiritual no puede relegarse a un segundo o tercer plano. A este respecto quiero subrayar que la vida en el Espíritu se realiza in itinere, no se llega nunca a la meta, hay que renovarla constantemente en contunuo estado de conversión. En la experiencia constante de la búsqueda de Dios y de dejarse buscar por Dios, cada uno se descubre persona que nunca alcanza la meta. Llamados a caminar delante del rostro de Dios (cf. Gn 17, 1) cada uno es llamado a vivir como peregrino y forastero, en continua búsqueda de él, en la 10
Cf. O. Clément, Alle Fonti con i Padri, Roma 1987, 75-­‐90. Los Padres de la Iglesia insisten mucho en esta realidad. Sobre el particular, cf. M Lot-­‐Borodine, Perchê l’uomo dio, Magnano 1999. 11
5 escucha de la vida que late en cada persona y que espera ser liberada. Esto es válido tanto para los acompañantes, como para los que son acompañados. Hablando ahora de los acompañados bien podríamos decir que lo dicho los coloca en una actitud dinámica, en camino; y su relación con el Señor le permite ser formada constantemente por el Espíritu y colocarse, incluso en medio de la oscuridad, delante del Señor. Desde estas actitudes, la persona acompañada, orientada hacia el Tú eterno de Dios, con los pies bien puestos sobre la propia realidad, se deja interpelar y formar constantemente en y por la relación con el Señor. Viviendo en Dios, en contacto con la Palabra, el acompañado es llamado a narrar la fidelidad de la relación de Dios con la humanidad, colocando la propia existencia cuotidiana en el albun de familia de la Biblia. También hoy, para ser creíbles, es necesario ser testigos como Abraham, Isaac, Jacob, Moisés (cf. Heb 11, 1-­‐40), José, María, Francisco, Clara, Domingo, Ignacio, madre Teresa... Estructurando la existencia en la entrega de sí al Señor, la persona acompañada aprende a ver a Dios en cada acontecimiento, descodificando según el Espíritu las coordenadas de la propia vida y de la vida de los otros. En lo dicho ya aparecen claros algunos objetivos del acompañamiento espiritual: ponerse en camino en la búsqueda de Dios como el Todo en la vida de una persona, descubrir a Dios en los entresijos de la vida y de la historia, ir conformando la propia vida según los sentimientos de Cristo. Por parte del acompañante el acompañamiento espiritual exige sentirse él mismo en búsqueda de Dios y en actitud de dejarse encontrar por él; ponerse a la escucha del otro según el Espíritu, a no interferir en la acción del Espíritu, sino más bien a ser mediación entre el Espíritu y la persona acompañada (no puede pensarse este acompañamiento en clave de sustitución) y cuidar la propia vida según el Espíritu. Tengo la convicción de que si hoy no despega la pastoral vocacional es porque los acompañantes no cuidan suficientemente su vida según el Espíritu, condición para ponerse al lado del otro, en escucha de Dios. El acompañamiento espiritual no es una profesión, no es un conjunto de técnicas o métodos que se deben aplicar, no es un rol a través del cual se imparten instrucciones, sino que es un compartir con el otro la propia vida en Dios con pasión y profecía, en escucha humilde de lo que el Espíritu dice en la vida cotidiana para poder, juntos, siguiendo a Cristo y su mensaje, construir evangélicamente la propia vida. Exigencias mínimas para el acompañamiento Varias son las exigencias que podemos considerar mínimas para que se pueda hablar de acompañamiento. Inicio haciendo dos anotaciones. He aquí algunas: 1.-­‐ El acompañamiento mira al discernimiento. 6 Entendemos por discernimiento la capacidad de comprender lo que viene de Dios y lo que le es contrario (cf. VC 73), lo que corresponde al proyecto de Dios sobre uno y lo que no corresponde. Puesto que la meta del acompañamiento es el discernimiento, sin una estrecha relación entre acompañamiento y discernimiento no se puede hablar de acompañamiento. Si el acompañamiento mira al crecimiento integral de la persona acompañada, dentro de los elementos esenciales para dicho crecimiento está el discernimiento. El acompañamiento es una mediación que pertenece a la tradición de la Iglesia que tiene como finalidad el discernimiento. Acompañamiento y discernimiento van de la mano. En una situación sociocultural y socioeclesial marcada por trasformaciones que no solo tocan a la vida social, sino que están modificando y reestructurando totalmente el modo de vivir, de pensar y de relacionarse, el discernimiento está llamado a convertirse en el camino obligatorio para atravesar la historia, y el acompañamiento la modalidad más adecuada para hacer crecer a las nuevas generaciones. 2. Relación entre acompañamiento y otras mediaciones formativas. Por experiencia hemos de decir que el acompañamiento solo es eficaz cuando el acompañante y el acompañado colocan el acompañamiento al interno de otras mediaciones, particularmente: la comunidad, el compromiso en favor de la misión y la relación asidua con Dios. Una de las exigencias básicas del acompañamiento de la formación es la pedagogía simultánea. El acompañamiento que no pone en evidencia la correlación entre todas las mediaciones formativas puede ser un engaño, creando una dicotomía entre el acompañamiento y la vida real y vocacional. 3.-­‐ Entre acompañante y acompañado tiene que haber un cierto entendimiento o aceptación recíproca. En otras palabras: No es suficiente que la institución nombre un acompañante. Si el acompañado no acepta al acompañante es imposible que se pueda hablar de acompañamiento. El acompañante y acompañado tiene que darse un mínimo de confianza. Por parte del acompañante confianza en el acompañado y su capacidad para resolver sus problemas, aun cuando necesite ayuda. El acompañante no es un salvador, ni siquiera un protector. El acompañante es una simple ayuda. Por parte del acompañante la confianza se muestra en la aceptación del acompañamiento, no como un sustitutivo de su propia autonomía, de su propio proceso y libertad, sino como una simple ayuda. La confianza pronto se vuelve apertura para manifestar con plena libertad lo que está viviendo. El acompañante tiene que estar siempre mu atento para darse cuenta si la relación de confianza con el acompañado parte de necesidades infantiles de dependencia o no. La dependencia nunca es buena en el acompañamiento. 4.-­‐ Escucha activa. 7 Esta es una exigencia fundamental para el acompañante. Por escucha activa entendemos la capacidad situarse en el otro, en el acompañado. El centro de la relación está en el acompañado. Una relación que no es simplemente formal e impersonal, sino una relación auténticamente interpersonal, pues solo así llama a la interacción. Para que haya un escucha activa, una escucha que crea relación, que transforma, se requieren seis cualidades12: Empatía, que no es lo mismo que simpatía. La empatía supone percibir y comunicar con el otro, no solo ni principalmente a nivel objetivo de análisis, de conocimiento de temas, de ideas, sino de percibir al otro en la relación misma. Empatía es capacidad para salir de uno mismo y estar en el otro, recordando que la empatía no quita distanciamiento. Atención a que el acompañante no pierda su propia autonomía. El no poder tomar distancia imposibilita la ayuda, porque imposibilita la objetividad. La empatía es una relación en la que se está en el otro, sin perder la propia autonomía, lo que supone una afectividad y una razón bien estructuradas. La empatía posibilita, además, el percibir el nivel latente, más allá de lo que el otro expresa manifiesta explícitamente. Y, ¡atención!, no basta entender al otro, sino que el otro se sienta entendido. Respeto, que significa aceptar a la persona sin juicio ni valor, más allá del bien y del mal. Esto supone, por parte del acompañante, el no emitir inmediatamente juicios. Los juicios bloquean la relación de ayuda. Supone aceptar al otro como tal como es. Supone fe en el otro, de creer que el otro es capaz de tomar la vida en sus propias manos y de tomar decisiones. Supone, también, el que el acompañante tenga una experiencia básica de aceptación propia. Solo una relación basada en el respeto permitirá al acompañado desplegarse desde u profundidad más profunda. Calor, o lo que es lo mismo: interés vital, cuidado y preocupación por el otro. Todo ello nada tiene con la espontaneidad afectiva que muchas veces responde no a las necesidades del acompañado, sino del acompañante. Honradez, autenticidad. El acompañante debe ser auténtico, mostrarse como es, humano, sin refugiarse en mecanismos de defensa. Honradez es dar información de uno mismo, pero siempre desde una relación asimétrica y no simétrica, al menos al inicio. Inmediatez que es la capacidad de jugar con el presente, lo que se está viviendo en el momento presente, como instrumento básico del proceso mismo. Concreción que es la capacidad para clarificar lo confuso que pueda haber en la comunicación o centrarse en el núcleo de la cuestión. Los jóvenes de hoy y el centro de la vida 12
CF. Javier Garrido, Discernimiento y acompañamiento, Instituto Teológico de Vida religiosa en Victoria, 23-­‐26. 8 Todo esto presupone un conocimiento mínimo por parte del acompañante del joven al que quiere ayudar. Está claro que es difícil catalogar a los jóvenes, pues cada uno tiene su propia historia y cada uno ha recorrido su propio camino. En cualquier caso hay algunas características que pueden servirnos a la hora de describir, aunque solo sea aproximativamente, a los jóvenes de hoy13, que en el fondo son los jóvenes de siempre. 1.-­‐ Egocéntricos o narcisistas Son aquellos jóvenes que permanecen niños, jóvenes adolescentes, eternos buscadores de una auto realización imposible de alcanzar, desconocen el altruismo. Todo lo piensan y viven desde el yo. A menudo con problemas de autoaceptación. A estos jóvenes hay que ayudarles a pasar del “yoyismo” a la donación. Ellos tienen que llegar a entender y luego a vivir aquello de que “es dando como se recibe” y que “hay más alegría en dar que en recibir”. A estos jóvenes no le hará daño alguno saludables baños de realismo y el provocar la crisis de autoestima y de realismo. 2.-­‐ Excéntricos Son jóvenes que ponen el acento y en el centro de su vida pseudo valores que no pueden dar sentido a la propia existencia: sexo, drogas, dinero... Normalmente son jóvenes con comportamientos extraños, necesitados de salir de la norma… Son imprevisibles en sus reacciones. En estos casos es necesario partir de los vacíos en que se encuentran, las ánforas vacías que trasportan, como la autosuficiencia. Al mismo tiempo, el acompañante ha de estar en grado de identificar los pozos de agua viva. Es lo que hace Jesús con la samaritana (cf. Jn 4, 1ss). 3.-­‐ Descentrados Son jóvenes indiferentes, vacíos, que viven relaciones meramente virtuales… Generalmente no llevan ninguna obra a término. Son jóvenes superficiales que nada sienten, nada gozan, nada sufren, nada deciden. Esta es una tipología de jóvenes muy difíciles de acompañar. Se requiere mucha paciencia y mucho tacto para interesarlos por algo que merezca la pena. 4.-­‐ Hiperconcentrados Son jóvenes “obesos” sicológicamente. Enarbolan su centro como una bandera y se protegen detrás de ella, escondiendo complejos de inferioridad, inseguridad, de relación… 13
Amadeo Cencini, o.ct. 19-­‐23. 9 A este tipo de jóvenes hay que desenmascararlos, haciéndoles ver que detrás de la “bandera” se ocultan muchas debilidades. Hay que ayudarles a descubrir la verdad de sí mismo. Aquí la crisis de realismo puede jugar un papel importante. 5.-­‐ Jóvenes en búsqueda de su centro Suelen ser jóvenes inquietos, sanamente insatisfechos consigo mismo, en búsqueda de algo que dé sentido a su vida. Son jóvenes con grandes ideales y muy generosos. A estos hay que ayudarles a vivir la tensión constante hacia la verdad, y desde ahí estimularles a una decisión libre y responsable que les lleve a la donación total de sí mismos, dentro del proyecto de Dios para ellos. Hay que ayudarles y educarles en el sentido de lo objetivo, que existe independientemente del sujeto, más allá de sus sentimientos. Hay que ayudarles a colocar el misterio pascual como el centro de su vida. Ello le dará la certeza definitiva de sentirse amado desde siempre y la fuerza para amar siempre, en todo momento y sin límite alguno. Medios para el acompañamiento Entre los muchos medios para llevar a cabo el acompañamiento, me permito subrayar los siguientes: Preguntas abiertas. Éstas facilitan una relación de confianza, facilita que el acompañante, que es el centro de la relación, lleve la iniciativa y que no se dé la tentación fácil de dirigir a través de la opinión aunque sea correcta. La pregunta abierta no emite juicios –“te sientes incómodo porque tienes miedo a lo desconocido”-­‐, sino que la pregunta abierta deja al acompañado la posibilidad de dirigir la conversación: “Nunca has hablado de ti a estos niveles?”. Hacer paráfrasis, partir de lo que el otro ha dicho, repitiéndolo, y a la vez prolongando la comunicación. Un ejemplo. Si el acompañado dice: “siempre me ha costado comunicar con mi padre”, el acompañante podría decir: “siempre te ha costado hablar con tu padre y quizás te ha ocurrido lo mismo con personas con autoridad”. Se parte de lo que dice y alarga el horizonte, yendo más lejos. Resumen. El acompañante después de escuchar atentamente, intenta captar el núcleo de la cuestión. Siguiendo con el mismo ejemplo de la relación con el padre, el acompañante podría decir: O sea que la figura del padre no la tienes integrada suficientemente. No se dice nada nuevo, sino que simplemente se le hace caer en la cuenta. Es como dar nombre a la problemática. Carga frontal. En ciertas circunstancias este shock puede facilitar la comunicación. La carga frontal puede asustar, pero es importante para que se exprese el trasfondo de la persona. Lo importante es que la carga frontal no bloquee la comunicación. 10 Anticipación. Se trata de pasar de un nivel a otro. Del conflicto con el Padre se pasa al conflicto con Dios Padre. Este es un elemento muy importante desde el punto de vista de la personalización, porque se trabaja la unidad de la persona integrando las distintas dimensiones: la humana y la espiritual. Confrontación. En este momento se debe a ayudar al acompañado a ver la disociación entre lo que dice y la realidad. Partiendo de lo que el acompañado dice, se le hace ver el propio autoengaño. Es un momento muy importante, especialmente cuando hay mecanismos de defensa y dificultades de autoconocimiento. Fases del acompañamiento En el acompañamiento se pueden establecer varias fases. Señalamos cuatro. Exploración – entrevista. Es una introducción a la relación. En las primeras entrevistas aparecerán, sobre todo, los datos externos: ambiente familiar, historia personal, motivaciones vocacionales… Lo ideal sería ayudar al acompañado, a través de preguntas abiertas, a la autoexploración. Pero en este caso el acompañamiento se va a prolongar muchísimo. Lo importante es no hacer diagnósticos por parte del acompañante. Relación que transforma. Aquí ya es indispensable la confianza entre acompañante y acompañado que lleve a una verdadera intercomunicación. Entre acompañante y acompañado hay una relación que interroga, cuestiona, hace crecer… Las crisis. Las crisis son normales en la medida en que se va avanzando en el autoconocimiento. “Pensaba que me conocía, pero no es así. ¿Quién soy yo realmente?”. En momentos de crisis el acompañante debe estar más cercano, pero sin ahorrarle las crisis al acompañado. Éste tiene que vivir las crisis. El acompañante puede ofrecer pistas para caminar, pero nunca dar soluciones prefabricadas. Las crisis que no son vividas en su momento aparecerán después, con todo lo que ello significa. La confrontación. Es una fase muy importante. En ella se vive la tensión dinámica entre autonomía, autodirección por una parte y ayuda, cercanía… del acompañante por otra. La relación debe seguir siendo asimétrica. Durante todas estas fases es fundamental tener en cuenta la tipología de cada joven y desencadenar un proceso gradual que toque estos tres núcleos: • La imagen de Dios, • Las experiencias afectivas familiares, • Confrontación con las motivaciones. 11 Es imprescindible, también, llegar a integrar los objetivos de la personalización, con los objetivos de la asimilación, de tal modo que cada uno vaya incorporando progresivamente su proyecto de vida con el de la fraternidad y el de la misma institución. Dificultades La praxis del acompañamiento no está exenta de dificultades. He aquí algunas. Rechazo. Hay varios tipos de rechazo. El primero podría ser por falta de conexión entre acompañante y acompañado sin saber por qué. Si no hay un mínimo de conexión no puede darse acompañamiento. Hay otro tipo de rechazo que se llama adaptativo. Este rechazo es normal cuando el acompañado está viviendo un momento de ansiedad. Este rechazo puede ser positivo. Basta saber manejarlo. Otro tipo de rechazo es el defensivo. Este es muy peligroso, porque puede bloquear la relación. Se da cuando el acompañado crea mecanismo de defensa para que el acompañante no vea lo que tiene que ver. Aquí se exige por parte del acompañante mucha lucidez. La edad. A veces la excesiva distancia de edad puede dificultar el acompañamiento. Si el acompañante no es valorado, el acompañamiento es inútil, porque no hay un mínimo de autoridad para poder ayudar. La dificultad es real, pero no absoluta. Depende de la capacidad de conexión afectiva. Lo definitivo es que el acompañante ayude al acompañado a vivir, que le dé razones para vivir. Para mí lo importante es que el acompañante tenga una cierta experiencia de vida religiosa. La transferencia. Por transferencia se entiende cuando el acompañado se identifica afectivamente con el acompañante como respuesta al inconsciente o a fijaciones del pasado. Entonces la relación ya no es libre ni hace crecer Estas dificultades reflejan algunos errores que hay que evitar en el acompañamiento y que podríamos sintetizar en tres: errores de estructura, errores de relación, errores de contenido14. Los errores de estructura se pueden deber a los siguientes factores: • No colocar la mediación del acompañamiento al interno del conjunto de las mediaciones. Ya lo hemos dicho anteriormente: El acompañamiento realizará su función solo si se entiende como una mediación –entre otras muchas-­‐, de la Iglesia que ayuda a quien quiere seguir a Jesús, elaborando la propia vida. En este contexto el acompañante debe de estar en grado de mediar para animar, clarificar y discernir la calidad misma de la vida cotidiana según los valores del Evangelio. El acompañamiento pertenece a la tradición de la Iglesia y, como ya hemos dicho, mira al discernimiento. Lo contrario crea una dicotomía en la persona acompañada. 14
Lola çarrieta, Accogliere la vita. L’accom pgnamento nella vita quotidiana e spirituale, EDB, Bologn 2008, 27-­‐43. 12 • No establecer los límites del acompañamiento. Podemos decir que el acompañamiento es una verdadera relación de trabajo que exige unas cláusulas aceptadas por el acompañante y quien es acompañado. La más importante de dichas clausulas es llegar a un acuerdo para hablar desde la propia vida para descubrir en qué modo es iluminada por Jesús y aprender a enfrentarse a situaciones que, sin esa perspectiva, podrían crear confusión. Es importante también establecer la duración y la periodicidad de los encuentros, ya que se trata de un proceso de búsqueda que exige una cierta sistematicidad. Atención a las improvisaciones y a dejar todo a la libertad del acompañado. Es importante la disciplina para mantener una cierta periodicidad en los encuentros. Otra clausula ha de ser la confidencialidad de los encuentros. El acompañante debe gestionar correctamente la intimidad del acompañante. • No mantener claro el papel del acompañante y del acompañado. En este sentido es necesario recordar que el acompañador no es un simple amigo, sino un hermano que se ofrece al otro para desarrollar un servicio que le ha sido asignado. El acompañante necesitará él mismo ser acompañado, pero esta exigencia la realizará en otro momento y con otra persona. Son personas diversas, aunque en estrecha relación. El acompañante aporta al acompañamiento su experiencia, mientras que el acompañando aporta su disponibilidad a ser acompañando. Los errores de relación se dan cuando: • No se crea un vínculo de posibilidad para el acompañamiento que abra a crear un clima de confianza. Hay que crear un clima positivo de confianza y de libertad. Esto será posible gracias a la acogida, la empatía, un afecto sobrio, la espontaneidad lúcida (no visceral), la capacidad de motivar y de animar. • Cuando uno se deja trasportar por los propios sentimientos y por las propias emociones. Esto puede darse fácilmente cuando uno (acompañante y acompañado) se siente agredido, y cuando uno y otro busquen compensaciones afectivas para los propios vacíos, creando dependencias emotivas y relaciones ambiguas, con manifestaciones de sensualidad erótica. El acompañamiento requiere mucha sobriedad. Por parte del acompañante, acompañar sin buscar nada a cambio exige una vida de profunda comunión con Dios. • No confrontarse adecuadamente, usando la confrontación como instrumento para expresar juicios negativos. La confrontación ha de servir a la objetivación, poniendo en evidencia, con sentido de responsabilidad y en el momento justo, las contradicciones, las distorsiones… de modo que venga fuera la verdad. Atención a no abusar de la confrontación. Podría ser signo de rigidez. • Dar consejos y soluciones inmediatas, en lugar de una escucha atenta. La escucha activa es lo más que influye en los resultados del acompañamiento. Atención al acomplejo de “maestros” que siempre tienen algo que decir. El acompañante no debe ni andar delante –decir inmediatamente lo que el acompañado debe hacer-­‐, ni andar detrás, reaccionar fuertemente cuando el acompañando no ha alcanzado las metas, ni andar en otra dirección, consecuencia de la falta de escucha activa y atenta. El acompañante debe andar al lado de… 13 Los errores de contenido se dan cuando: • No se tiene en cuenta la etapa y el momento existencial por el que está pasando el acompañado. Para evitar ese error se deben señalar bien los objetivos de cada etapa y atenerse a ellos. • Se quiere saber todo e inmediatamente de la vida del acompañado. Hace falta tacto. El acompañante debe evitar ansias. Hay que dar tiempo al tiempo. • No uno no se centra en lo que es esencial y se detiene en los detalles insignificantes. • No seguir el hilo conductor de la conversación, sino más bien reducirla a fragmentos. Aquí es importante recordar que ningún cuestionario puede suplir el encuentro. Modelos de formación y de acompañamiento Formación y acompañamiento están llamados a caminar de la mano. El modelo de acompañamiento refleja el modelo de formación y el de formación condiciona el modelo de acompañamiento. He aquí los varios modelos: 1.-­‐ Modelo formativo de asimilación y acompañamiento. Este es el modelo clásico de formación15. Según este modelo de lo que se trata es de transmitir unos valores objetivos. El papel principal es del acompañante o director. Él es el que discierne y programa. Este modelo corresponde al modelo de Iglesia docente e Iglesia discente, donde unos son los que enseñan y otros los que aprenden. Este modelo crea una relación activo-­‐
pasiva. El proceso que se desencadena no es de dentro a fuera, sino desde fuera. La persona es pasiva y se le pide que aprenda unas conductas y comportamientos, y que asimile e interiorice unas normas, unos valores y una determinada doctrina. El acompañante es responsable ante la institución. Él debe transmitir lo que ha decidido la institución. Como consecuencia el papel del acompañante es altamente directivo y la libertad del acompañado es obedecer o estar de acuerdo con los valores preestablecidos desde arriba. Este proceso de acompañamiento responde a un modelo formativo objetivo. Todo está dado por la institución. Tiene la ventaja de que el acompañante y el acompañado conocen, desde un principio, la meta a la que se quiere llegar. El gran inconveniente es que este proceso termine por una simple acomodación exterior, pero que no toque el corazón ni la vida de las personas. 2.-­‐ Modelo formativo de personalización y acompañamiento. En este modelo educativo de personalización el objetivo no es lograr un buen religioso o un buen cristiano, sino que la persona sea ella misma, sea una persona que crezca y aprenda a crecer en su propia identidad personal, de tal manera que a través de ese proceso de identidad personal vaya descubriendo la voluntad de Dios en su vida. El protagonismo principal lo tiene la persona del acompañado. El punto neurálgico de la personalización es que la persona llegue a 1515
Javier Garrido, Personalizzare. Un modo per formare alla vita religiosa, EDB, Bologna 2010, 9ss. 14 hacer un auténtico auto-­‐proceso, que aprenda a descubrirse a sí misma. En último análisis se trata de llegar a la auto-­‐dirección. Este modelo de acompañamiento responde a un modelo de formación que se acerca a la formación subjetiva. Tiene muchos puntos positivos, porque parte del formando, pero también tiene aspectos negativos, en cuanto que es muy largo y muchas veces puede cerrarse al subjetivismo. 3.-­‐ Modelo integrativo personalización-­‐asimilación y acompañamiento. Aquí se trata de situarnos ante la paradoja de la antropología que, por una parte, supone que se da máxima importancia a la autonomía persona, y, sin embargo, que todo consiste en descubrir que esa autonomía se fundamenta y se realiza en la disponibilidad, en proceso de conversión que obliga, en última instancia, a una obediencia de fe. Este modelo integra y armoniza la autonomía con la obediencia a Dios a través del acompañante. Es el acompañamiento que pone en marcha Jesús mismo con los dos de Emaús (cf. Lc 24, 11ss). La meta es que el acompañado vaya percibiendo, poco a poco, la obra de Dios en su vida. Ese es el papel fundamental del acompañante: hacerle percibir al acompañado la obra de Dios en su vida y enseñarle a vivir en una obediencia radical al Señor. En este modelo de formación y acompañamiento, la tarea del acompañante es delicada pues no hay acompañamiento si el acompañado no va más allá de lo que está viviendo el acompañado, y, sin embargo, el secreto del acompañante está en que no vaya más allá, sino que perciba lo que Dios está haciendo en el acompañado respecto a la autonomía de la persona y a la obra de Dios. En esa apertura, más allá de lo controlable, está el verdadero secreto del acompañante si realmente quiere ayudar. A modo de conclusión El acompañamiento es arte que hay que practicar, es técnica que hay que aprender, pero es, sobre todo, vocación/misión a la que hay que responder con mucha generosidad. Tal respuesta exige, por parte del acompañante: tiempo, disponibilidad, humildad para caminar al lado, ni delante ni detrás, sino al lado del joven que le ha sido confiado; exige, sobre todo, testimonio de la belleza del seguimiento de Cristo en un determinado carisma, no siempre hecha de palabras. El acompañante ha de ser un entusiasta de su vocación y de la posibilidad de trasmitirla a otros. Solo así el acompañamiento se convertirá en catequesis vocacional hecha de corazón a corazón, de pasión y fuerza convincente y contagiosa, rica de humanidad y originalidad, sapiencial y experiencial. Un poco como la primera experiencia de los discípulos de Jesús que “fueron y se quedaron con él” (Jn 1, 39) 15 

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