La construcción del proceso formativo en educación no
Transcripción
La construcción del proceso formativo en educación no
Hilos para no perder el sentido en lo no formal Rafael Lamata Cotanda, et al. (coords.). La construcción del proceso formativo en educación no formal. Madrid: Narcea ediciones y Consejería de Educación, 2003, 333 p. X MARÍA LETICIA GALVÁN SILVA Es importante abordar los procesos formativos en educación no formal para conocer más sobre todo aquello que está directa o indirectamente al servicio del crecimiento de las personas, así como para crear puentes entre los distintos agentes que hacen posible estos procesos a través de la experiencia educativa. Además, un tema como la educación no formal toca a casi todas las sociedades del mundo, pues en diversas latitudes la movilidad humana (como la provocada por las migraciones del campo a la ciudad, del país sin fuentes de empleo al país industrializado, de comunidades en guerra a otras comunidades en tranquilidad política) acentuada a últimas fechas por los conflictos bélicos, por la pobreza económica y por la falta de políticas interculturales flexibles, nos sitúa cada vez más frente a procesos formativos que escapan al sistema educativo oficial o de cada Estado. Aquí entra la fuerza y la acción de diversos agentes de la educación que laboran bajo múltiples responsabilidades, pues cada situación es única y genera sus propias complejidades. Aun cuando la obra que nos ocupa es un estudio sobre formación sociocultural realizado en “España, país occidental”, como lo definen sus autores, no por eso resulta fuera de nuestro contexto latinoamericano, con sus propias características socioculturales, económicas y políticas. Rafael Lamata, Rosa Domínguez, José M. Baráibar, Lars Bonell, Lorenzo Casellas y Antonio Gamona basaron el contenido de este título en la experiencia educativa desarrollada en la “Escuela Pública de la Comunidad de Madrid”, donde se ofrecen cursos para formar monitoras y coordinadores de tiempo libre. En esta escuela, la formación que se oferta se enfoca a capacitar a “personas para realizar actividades socioculturales para la infancia y la juventud, tanto en el medio urbano como en la naturaleza. El perfil de ingreso de los interesados en ser monitores es de personas mayores de 17 años que trabajen o deseen trabajar en el ámbito del ocio y el tiempo libre con niños o jóvenes.”1 Aunque el libro se imprimió en 2003 y es resultado de una ardua labor que duró más de dos años, a más de un lustro la escuela sigue funcionando con amplia cobertura y sus experiencias pueden ser valiosas para instituciones y asociaciones que aborden la formación de personas jóvenes y adultas para la coordinación de procesos formativos no formales. La estructura de la obra reclama una lectura pausada por su densidad temática. Se compone de tres partes: I. El modelo educativo; II. La construcción del proceso formativo, y III. Las personas, protagonistas del proceso formativo. Cada parte cuenta con una introducción y un conjunto de reflexiones articuladas entre sí, de tal manera que cada parte significa una lectura individual, y simultáneamente un antecedente imprescindible para la comprensión general. El texto es enriquecedor y denso a la vez, no por el lenguaje utilizado sino por los contenidos, por la cantidad de temas y la naturaleza de los tópicos abordados. Se trata de una obra escrita de forma clara y sencilla. Lamata recurre a la formulación de preguntas relacionadas con la vida cotidiana como una forma de despertar la curiosidad del lector y de remitirlo a su realidad. Por otra parte, para guiar y agilizar la comprensión de lo que se explica, Lamata, Baráibar y Bonell utilizan mapas mentales, tablas y esquemas para proyectar visualmente explicaciones de procesos formativos, para detallar dinámicas grupales, para mostrar las características de un modelo o describir la construcción de un proceso. Conforme se avanza en la lectura, la introducción de cada apartado va llevando al lector por los caminos y temáticas que los autores desean profundizar, tales como la construcción de modelos teóricos, las necesidades formativas y la evaluación y coordinación de los procesos educativos. Además, hay una permanente invitación a reflexionar algunas propuestas de “criterios y herramientas para el desempeño de la función docente” de aquellas personas que “son, o van a hacer de formadores o formadoras.” Una meta del libro es procurar que “no se pierda el sentido de la labor do- 229 230 cente en contextos locales”. Se encontrará en la obra un marcado interés en conceptuar, es decir, en definir criterios, factores, elementos, así como en desarrollar conceptos que ayuden a dilucidar confusiones teóricas del campo estudiado, por ejemplo: método-metodología, deconstrucción-reconstrucción y plan-proyecto-programa educativos, entre otros. Las y los autores parten de distintas concepciones sobre un elemento que al final sintetizan y acompañan de una propuesta de concepto. Pero lo más interesante es que lo hacen en un lenguaje sencillo, que interactúa con la cotidianidad de las actividades del formador. Esta adaptación del lenguaje denso a uno coloquial permite que el público lector sea amplio, es decir, no sólo tiene utilidad para personal directivo, coordinadores de proyectos o formadores de larga trayectoria académica, sino para educadores que se estén iniciando en la tarea de la educación no formal. Podría decirse que, como guía didáctica y teórica en el campo abordado es, hasta este momento, una obra única. Sin embargo, requiere del lector un conocimiento previo del campo educativo para la comprensión de cada ejemplo o situación que se describe. En las líneas que siguen se comentan algunos ejes temáticos y transversales con el propósito de aportar un panorama de la diversidad de contenidos abordados en la obra. Uno de ellos es la perspectiva histórica y el contexto en el que se enmarcan los procesos formativos en educación no formal. Lamata, en el primer capítulo de “Fuentes educativas”, aborda “El sentido de la evolución de la educación: marco general”, donde resalta la importancia de “la ubicación geográfica y cultural”, y la necesidad de “aprender de la historia los aspectos que han cambiado, los que permanecen y por qué, para ser conscientes del papel que desempeñamos en la sociedad actual”. Pero no solamente le dedica varias páginas a estos dos aspectos, sino que además cada autor hace referencia al pasado y a la forma en que han evolucionado los distintos elementos de los procesos formativos. Por ejemplo, Lamata hace una minuciosa síntesis de las tendencias educativas que sobresalieron y marcaron al siglo XX y que influyen en el siglo XXI: la escuela nueva, la escuela moderna (C. Freinet); derivaciones de autoorganización (Lobrot, Illich, Neil); derivaciones no-directivas (Carl Rogers); derivaciones creativas, y derivaciones comunitarias (educación popular). Otra temática que se aborda en forma particular y que atraviesa toda la obra, es la sistematización de prácticas educativas. Lamata afirma que “En lo no formal, que con frecuencia trabaja en la urgencia, muchas veces se han dejado relegadas las sistematizaciones, las ‘memorias’ de lo que se había vivido. Esto ha supuesto repetir fórmulas, no verificar la utilidad de lo que se hacía, no contrarrestar experiencias similares, etcétera.” Él mismo titula un capítulo: “Cómo sistematizar información”, donde hace una propuesta en este sentido. Además, propone tres actividades fundamentales de la función del formador, una de las cuales consiste en: “sistematizar su experiencia, ordenar sus ideas, elaborar sus guías didácticas, esquemas de contenido, sobre todo el orden de los contenidos”. Al respecto, Rosa Domínguez dice que la sistematización de la práctica es “hacer teoría desde la práctica” y que ayuda a buscar explicaciones a través de procesos que “tenemos entre manos, y a pesar de todos estos avances la sensación es que no conseguimos estructurar el nuestro, nuestro modelo educativo”. Los otros autores no retoman en forma particular el tema de la sistematización, pero utilizan el vocablo como elemento para explicar procesos educativos de construcción. Otro eje temático y transversal es el lenguaje y la comunicación. Lamata considera que el lenguaje y el consumo de bienes son medios a través de los cuales se comprende la realidad particular de cada grupo social. Bonell habla de la comunicación entre personas como un elemento modificador de esquemas o estructuras mentales, que posibilita la interpretación y la comprensión de la realidad. Además, dedica un pequeño subapartado a la “Transmisión y diálogo” donde, con base en los teóricos de la comunicación popular, plantea tres modelos de comunicación educativa: el primero es el “modelo unidireccional” o de la transmisión; un segundo es el “modelo de persuasión”, el cual pone el énfasis en los objetivos; en este modelo aparentemente hay un diálogo, pero la meta es evaluar objetivos. El tercero es el “modelo dialógico”, que pone el énfasis en el proceso e implica un diálogo en forma horizontal. Bonell concluye diciendo que “No es posible cooperar, participar y ser personas activas en un proceso formativo sin comunicarse”. Antonio Gamonal, por su parte, desarrolla un capítulo sobre “Habilidades comunicativas de los formadores”, donde intenta apoyar la labor formativa a través de estimular al educador para que reflexione sobre la importancia de la comunicación y el logro de objetivos formativos y comunicativos. Dicho autor plantea la necesidad de que los formadores de adultos se hagan preguntas como ¿qué queremos conseguir?, ¿informar o informarnos?, ¿persuadir o convencer? O si lo que nos proponemos es facilitar un cambio de conducta en la otra persona. Antes de concluir, quiero detenerme en una apreciación sobre el aprendizaje en la formación de personas adultas como educadores. Lamata Cotanda hace una afirmación al respecto: “Las personas, por el hecho de estar vivas, incorporamos información diariamente. Para que esta información adquiera la categoría de aprendizaje en una persona adulta, supone por un lado, llevar a cabo un proceso que se haga consciente, y por otro, que la información obtenida desarrolle o mejore las capacidades que previamente tenía la persona”. Es pertinente agregar que esta aportación de Lamata podrá ser más completa en la medida que se plantee de una forma más flexible. Por ejemplo, una persona adulta incorpora información de forma inconsciente o consciente, pero no por ser de forma inconsciente deja de ser un aprendizaje capaz de modificar sus capacidades y de mejorar sus actividades diarias.2 Es por esto que la sistematización de experiencias es de suma importancia para sacar a relucir aprendizajes y habilidades adquiridos con el tiempo y que aún no son de plena conciencia de los mismos educadores. A manera de conclusión, deseo enfatizar que la obra cumple detenidamente sus objetivos. Esta reseña tiene el propósito de invitar a las personas que están involucradas en el quehacer educativo, ya sea en las aulas o desde la construcción y diseño de programas formativos no formales, a que se acerquen a este libro, el cual, con seguridad, les aclarará dudas y confusiones que son habituales en las ciencias y oficios que tocan lo social y al ser humano en particular. Notas: 1 Para mayor información sobre esta escuela y su funcionamiento, consúltese la página web http://www.madrid.org/escueladeanimacion/ 2 Por ejemplo, una alfabetizadora que trabaja con una persona adulta con problemas auditivos, suele ir construyendo y aprendiendo una forma en particular para comunicarse y facilitar el conocimiento a esta persona. De inicio, la alfabetizadora puede o no considerarlo un aprendizaje, pero continúa su labor y cuando vuelve a trabajar con otra persona o con algún miembro de su familia en condiciones similares, aplicará este mismo aprendizaje. Esto le ayudará a mejorar su labor como educadora de personas adultas, pero ella no siempre considerará que se ha apropiado de un aprendizaje formativo. 231