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LA EXPOSICION
VIENA
SE RINDE ANTE
KLIMT
LA CAPITAL AUSTRIACA DEDICA EL MAYOR DESPLIEGUE
DE SU HISTORIA AL
150 ANIVERSARIO DEL PINTOR,
AMADO Y ODIADO A PARTES IGUALES CUANDO ABANDONÓ EL CLASICISMO PARA ABRAZAR LA MODERNIDAD
RAFAEL DE LAS CUEVAS
CON LAS MANOS temblorosas por la excitación, la periodista Berta Zuckerkand l intentaba mantener la compostura mientras
registraba en su cuaderno el torrente verbal que se había desatado ante ella aquella mañana de abril de 1905. “Klimt recorría la estancia hecho una furia –recuerda–, arrancó Se acerca la tormenta
(El gran álamo II),
lienzos de la pared y los arrojó contra una esquina, de- 1903, óleo sobre
rramó un tintero, destrozó dibujos. Nunca olvidaré el lienzo, Viena, Museo
magnífico espectáculo de aquella tormenta atronado- Leopold. Arriba, detalle
ra. Milagro fue que lograse recoger por escrito, pala- de una de las pinturas
bra por palabra, aquel arrebato elemental”. Horas an- del Burgtheater,
1888. El personaje de
tes había leído en un diario de la competencia –muy cuello isabelino es el
amarillista y bastante crítico con el arte modernista– propio Gustav Klimt a
que el maestro se había atrincherado en su estudio, es- la edad de 25 años.
copeta en mano, para impedir que el Estado reclamara sus pinturas para el Aula Magna de la Universidad de Viena.
Cuando llegó no vio escopeta alguna, pero sí a un Klimt iracundo que
caminaba en círculo alrededor de sus tres desgracias. Esos tres lienzos pa20
LA EXPOSICION
ra la universidad eran los más ambiciosos y geniales de su pintura simbolista; posiblemente de toda su carrera.
Sin embargo, la crítica conservadora
había vertido ríos de ponzoña contra
ellos y el Ministerio de Educación, aunque en público le apoyaba, en privado le daba a entender que se había
convertido en un estorbo. Zuckerkandl
sabía que aquel estallido verborreico
era oro puro; Klimt casi nunca hablaba con la prensa ni reflexionaba por
escrito sobre su obra. Una de las escasas veces que lo hizo fue para consignar la que sería su declaración más citada: “El que quiera conocerme como
artista –y eso es lo único que importa– que observe atentamente mis pinturas e intente extraer de ellas lo que
soy y lo que quiero”. Pero esa mañana, harto de polémicas, realizó un alegato contundente y definitivo contra
la politización del arte: “Quiero enfrentarme al modo en que el Estado
austriaco, el Ministerio de Educación,
trata y despacha los asuntos artísticos.
Se aprovecha de cualquier ocasión para ir contra el arte de verdad y los artistas de verdad. Sólo se protege el trabajo falso y de poco mérito (...). No entrego mis cuadros para no tener que
soportar más a clientes tan alejados
del verdadero arte y de los verdaderos artistas”. Con la ayuda de su benefactor August Lederer y su colega secesionista Kolo Moser devolvió el dinero del encargo de la universidad para recuperar la tríada de la discordia.
Ya nunca más volvió a trabajar para organismos públicos.
Hay que tener presente que a finales del XIX Gustav Klimt era algo más
que un jovencito airado. Por sus extraordinarias dotes para el dibujo era
la gran esperanza austriaca del historicismo; el sucesor natural de Makart.
Fotografías de las polémicas
pinturas para el techo del
Aula Magna de la Universidad
de Viena. Arriba, Filosofía;
centro, Medicina; abajo,
Jurisprudencia.
Derecha, una visitante
observa El beso (Los
amantes), 1907-1908, óleo
sobre lienzo, Viena, Museo
Belvedere.
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Ahora, ciento cincuenta años después
de su nacimiento, Viena le dedica el
mayor despliegue expositivo de su historia por razones muy distintas. Y aunque la celebración tenga las mismas
connotaciones de palmada en el hombro institucional –y su obra esté atrapada en postales y salas de espera de
dentistas– podemos dejar a un lado
el cinismo para degustar este momento en el que Viena expresa simbólicamente su rendición, definitiva y sin
condiciones, ante Gustav Klimt. Y no
sólo ante el Klimt dorado de luminosos
retratos burgueses. También ante el
Klimt retorcido y lujurioso del Friso de
Beethoven (recordemos que, deteriorado y troceado, llevaba más de cincuenta años oculto hasta que se volvió a exponer en 1985), el herido, furioso y a la vez lúcido de las citadas pinturas de la universidad, el Klimt abstracto del Palacio Stocklet, el Klimt impresionista con toques surrealistas de lienzos como Se acerca la tormenta, o el
fantástico en sus perturbadoras Sirenas
de cabezas flotantes. Un amplio espectro que pone de manifiesto su búsqueda y compromiso con la verdad del arte, esa Nuda veritas a la que él y los secesionistas rendían pleitesía.
PAGAR ORO CON ORO
Es fácil presentar una visión unidimensional del artista-sacerdote sacrificado en el altar de los viejos cánones estéticos. ¡El convulso fin de siècle! No,
ya sabemos que Gustav Klimt gozó de
amplio reconocimiento en vida. Le llovían los encargos de la alta burguesía vienesa; nuevos ricos ansiosos por
vincular su nombre al credo del Jugendstil. Las mujeres en particular eran
las principales interesadas en ver un
Klimt colgado en sus salones rodeado
de mobiliario especialmente diseñado por Josef Hoffman u otro arquitecto de la Secesión. En la exposición temporal que el Belvedere dedica a ambos se puede apreciar muy bien esta
comunión artística. En cuanto a los retratos, banqueros y magnates de la
construcción estaban encantados de
engarzar a sus esposas en aquellos patrones geométricos de oro. Ellas, por
su parte, organizaban los eventos artísticos de la ciudad y además podían
LA EXPOSICION
Attersee, 1901,
óleo sobre lienzo, Viena, Museo Leopold.
La muerte y la vida, 1910-1915, óleo
sobre lienzo, Viena, Museo Leopold.
LAS MUJERES BURGUESAS ORGANIZABAN LOS EVENTOS ARTÍSTICOS
DE LA CIUDAD Y PODÍAN PASAR MUCHO TIEMPO CON AQUEL PINTOR
REBELDE CUYO EGO HERIDO NECESITABA ATENCIÓN Y AFECTO
pasar mucho tiempo a solas con ese
pintor rebelde cuya herida por los sucios manejos institucionales sin duda
necesitaba afecto. Mucho afecto. Gustav tenía treinta años cuando su padre y su hermano Ernst –con el que inició su carrera profesional– murieron
repentinamente. Con las dos figuras
masculinas más influyentes de su vida
fuera de escena, tuvo que ocuparse
de su madre y el resto de hermanos.
No es extraño que encontrase acomodo emocional y sexual en mujeres adineradas, fuertes y atractivas que representaban la salvación económica
y el motor de su arte.
¿Se refugió Klimt en la placidez de
los retratos y paisajes de encargo, en
los diseños para interiores de sus generosos amigos? Desde luego se dejó
querer y dedicó más tiempo a estos
menesteres. Su producción no eviden-
cia un descarte total de los temas más
complejos pero sí sabemos que el asunto de la tríada universitaria le había
marcado para siempre. Su furia se advierte en la última obra del lote, Jurisprudencia, la más retorcida y osada de
las tres. En ella, una figura agresiva en
forma de pulpo engulle al acusado indefenso mientras la Justicia, alejada,
parece ajena a las desdichas humanas.
Y en lugar de las nebulosas estrelladas de Filosofía y Medicina el fondo es
negro, seco, devastador. Después de
aquello, con la excepción del Friso
de Beethoven, no volvió a acometer
obras tan ambiciosas desde el punto
de vista compositivo.
El friso fue concebido en medio de
la polémica de la facultad pero emana
equilibrio y respira libertad creativa. En
principio iba a ser una pieza efímera,
así que Klimt empleó toda su imagina24
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LA EXPOSICION
Izquierda, Retrato de Fritza
Riedler, 1906, acompañado del
sillón original en el que posó la
modelo y mobiliario secesionista
diseñado por Josef Hoffman.
Arriba, edificio de la Secesión en
Viena. En él se encuentra el Friso
de Beethoven, 1902 (en la página
anterior, sección central de la obra).
ción sin preocuparse de la conservación posterior. Mezcló pigmentos con
piedras translúcidas, materiales propios
de la decoración e incluso marcó algunos detalles con lápices de colores. Parte de las paredes laterales muestran el
estuco blanco vacío, con la excepción
de las figuras femeninas que flotan, etéreas, en búsqueda de la salvación. Y la
sección central, con el gigantesco Tifeo y sus hijas –a la vez demacradas y
seductoras– es una explosión caricaturesca, un festín malvado para los ojos.
Un banquete tan intenso que atragantó el gusto de los críticos, que vieron
un acto blasfemo contra el mismo
EL DISEÑO GRÁFICO E INDUSTRIAL ALEMÁN ES CLARAMENTE DEUDOR DEL RACIONALISMO SECESIONISTA, QUE
DIBUJOS INÉDITOS, POSTALES Y VESTIDOS Además de las
colecciones permanentes con obras maestras en el Belvedere, Albertina, Leopold, Museo
de la Ciudad, Museo de Historia del Arte, Museo Austriaco de Artes Aplicadas, Museo del
Teatro, Künstlerhaus y el Museo Austriaco del Folclore, Viena alberga durante este año
muchas exposiciones temporales dedicadas a Klimt y su época. El próximo 14 de marzo el
Albertina muestra el trazo desnudo por el que suspiraban sus compañeros y profesores de
la Escuela de Artes Aplicadas. Todas sus fases creativas aparecen representadas sobre
papel, desde el realismo historicista a las torsiones sensuales del cuerpo femenino que
tanta impresión causaron a Egon Schiele. El Belvedere presenta los lienzos de Klimt
acompañados del mobiliario original y diseño de interiores de Josef Hoffman (hasta el 4
de marzo). El Museo Leopold ha dedicado los últimos meses a la Secesión en su conjunto
y prepara otra muestra dedicada a la intensa correspondencia de Klimt con Emilie Flöge.
De esta última se mostrarán en el Museo del Folclore sus diseños de vestuario y delicadas
telas con ornamentación de estilo modernista. Toda la información está en
www.wien.info/es/sightseeing/museums-exhibitions/klimt2012.
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sasosiego de la vejez junto a una chica joven que abraza a una recién nacida (por cierto, los vendedores de reproducciones y pósters, en un alarde
de revisionismo kitsch, se empeñan en
dejar a la anciana fuera del cuadro).
Son obras más luminosas, coloristas,
con la carga decorativa de sus patrones geométricos. El soplo de elegancia art nouveau atrae las pupilas juguetonamente hacia ese subconsciente
poderoso que Freud había descubierto a la sociedad vienesa. Cuadros bizarros y voluptuosos como El pez dorado (que Klimt dedicó con sorna a los
críticos), Esperanza I (una huesuda mu-
ficios de Otto Wagner y Adolf Loos proclaman la elegancia racionalista que
impregnaba ya los inicios del siglo XX.
Todos los amigos de Klimt y Hoffman,
judíos en su mayoría, apoyaron el movimiento y recibieron a cambio algunas de las obras más destacadas del período. El Abrazo, por ejemplo, fue un
premio de consolación creado por
Klimt para el matrimonio Stocklet, que
se encaprichó de El Beso y no pudo adquirirlo en su momento.
Muchas de estas obras fueron confiscadas por los nazis y llevaron una
vida ajetreada hasta sus restitución.
Tres cuadros en concreto salieron de
IMPREGNÓ LA CAPITAL AUSTRIACA A PRINCIPIOS DEL SIGLO XX CON SUS CARTELES, MUEBLES Y ARQUITECTURAS
Beethoven. De nuevo volvieron las mofas y el escarnio. “Son las mujeres más
desagradables que he visto nunca”,
bramaba un periodista local, afirmando que el objetivo del artista era provocar la ira del espectador. Aquello fue
la puntilla en el ego de Klimt.
RECLUSIÓN Y PRIVACIDAD
Esto no quiere decir que las críticas le
movieran a dejar de explorar los rincones oscuros del alma. Aquel Klimt no
se perdió, simplemente se volvió más
privado e introspectivo. En La muerte
y la vida, una figura cadavérica blande
el garrote del olvido ante una masa retorcida de cuerpos enajenados, y sus
Tres edades de la mujer proyecta el de-
jer embarazada) o La Novia (con un pubis abierto en primer plano) seguramente pillaron a contrapié a más de
un incauto admirador de ilustradores
de cajas de galletas y carteles de ópera. Egon Schiele, amigo personal y protegido de Klimt, llevaría mas allá esta
expresión sexual del inconsciente desatando sus propios demonios.
El otro gran logro de Klimt fue el de
servir de figura paternal y guía de los
secesionistas. Su relación con Josef
Hoffman, Kolo Moser y Carl Moll ha dejado la ciudad traspasada de “arte total”. Hoffman y Moser en particular diseñaron objetos y mobiliario artesanal
que recuerdan a la producción industrial posterior de la Bauhaus. Y los edi27
Viena durante la ocupación y se perdieron para siempre. Las exposiciones
actuales muestran fotografías en blanco y negro de Filosofía, Medicina y Jurisprudencia como vergonzosa prueba de su existencia. Habían sido depositados en un castillo fronterizo durante la Segunda Guerra mundial y en
1945 las tropas alemanas en retirada
quemaron la fortaleza con las obras
dentro. Esa noche las llamas iluminaron por última vez los colores de las
obras maestras de Klimt, impidiendo
su regreso a la ciudad que las había
repudiado. Seguro que la Nuda veritas, esa diosa de la verdad a la que
tantas veces se encomendó el pintor,
T
tuvo algo que ver. ■

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