Mesa 1: Las imágenes y el relato histórico. ¿Ilustración o fuente
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Mesa 1: Las imágenes y el relato histórico. ¿Ilustración o fuente
Mesa 1: Las imágenes y el relato histórico. ¿Ilustración o fuente? Coordinadoras: Carolina Vanegas Carrasco, Georgina Gluzman, Julia Ariza Listado de ponencias 1 La memoria del horror: fotografía, crónica y argumentación en Cuaderno de Sarajevo de Juan Goytisolo Ludmila Sol Vergini (UBA) Correo electrónico: [email protected] En su indagación en torno a los múltiples usos de la fotografía, John Berger (2005) se pregunta si es posible construir una práctica alternativa a la actual que pueda incorporarse a la memoria social y política, en lugar de servirle de sustituto en el eterno presente de expectación inmediata creado por el espectáculo. En este trabajo, nos proponemos abordar una posible respuesta a este interrogante a través del análisis de la función que cumple, en Cuaderno de Sarajevo (1993), de Juan Goytisolo, la inclusión de fotografías de Gervasio Sánchez. Para esto, indagaremos las relaciones que se entablan entre textos e imágenes en la configuración de “la memoria del horror” -el sitio de la ciudad bosnia. Asimismo, buscaremos dar cuenta de la incidencia que en esta relación tiene la materialidad del soporte –en especial, el dispositivo de visibilidad (Rancière, 2010) que este construye–, en tanto, como señala Judith Butler, la fotografía “puede ser instrumentalizada en direcciones radicalmente diferentes, según cómo esté enmarcada discursivamente y en qué medio de comunicación sea presentada o mostrada” (Butler 2010, 133). En el verano europeo de 1993, el escritor español Juan Goytisolo viajó a la ciudad de Sarajevo, sitiada entonces por el ejército nacionalista serbio en el contexto de la guerra de Bosnia-Herzegovina. Fruto de este viaje fue la publicación en el diario madrileño El País, entre el 23 y el 31 de agosto de ese mismo año, de nueve artículos acompañados por fotografías de Gervasio Sánchez. Solo unos meses más tarde, estos escritos fueron recopilados en un libro, Cuaderno de Sarajevo. Anotaciones de un viaje a la barbarie. En el nuevo formato, los ensayos –además de presentar algunas modificaciones-, se ven suplementados por un epílogo de análisis socio-histórico. Asimismo, las varias fotografías que acompañaron a cada texto en el periódico son agrupadas en las páginas centrales, y se insertan en los márgenes reproducciones facsímiles en tinta azul de la grafía del autor, cuya firma impresa en la contratapa cierra el libro. Un primer aspecto a destacar es que tanto el relato verbal como el visual ponen en su centro (artículo central, fotografía central) lo que Juan Goytisolo ha denominado memoricidio: la destrucción de la biblioteca de Sarajevo, considerada como “el espectáculo de mayor desolación” en el infierno en que se ha convertido la ciudad bosnia. En oposición a esta aniquilación de la “memoria colectiva del pueblo bosnio”, Cuaderno de Sarajevo buscará constituirse en locus de “La memoria del horror”. Para esto, recogerá e inscribirá en la compleja materialidad de su espacio textual los restos y ruinas que amenazan con desaparecer. Al testimonio del corresponsal Goytisolo se sumarán, por un lado, las voces de los habitantes de Sarajevo, dispersas a lo largo de todo el texto, mostrando que “a pesar del éxito de la obra destructora, el asesinato de la memoria no es completo mientras vivan los testigos” (Rigoni 2008, 96). Por otro lado, la inclusión de las fotografías incorpora la memoria visual de Gervasio Sánchez. Ahora bien, esta articulación entre texto y fotografías nos pone, en primer lugar, ante la tarea de abordar la antigua polémica que, a lo largo de la historia occidental –y desde la alegoría platónica de la caverna-, ha tendido a oponer y jerarquizar el lenguaje verbal por sobre la imagen (Huyssen 2009)1. Si bien, según Berger (2005), la invención de la fotografía dio lugar a un primer momento de confianza en la “veracidad” del nuevo medio –en su capacidad de dar acceso a lo real de manera transparente-, con la generalización de su uso deliberado como instrumento de propaganda, la imagen fotográfica fue también presa del descrédito que impregna lo visual en la cultura occidental (Berger 2005, 68). Este descrédito encuentra su expresión contemporánea, por un lado, en la crítica hacia los medios masivos de comunicación, considerados intrínsecamente engañosos y manipuladores (Huyssen 2009, 16). Asimismo, se impugna la banalización del horror operada por el exceso de imágenes que en ellos circulan, exceso que nos volvería insensibles ante tales horrores (Rancière 2010, 96). Por otro lado, se ha cuestionado la legitimidad de representar visualmente acontecimientos conflictivos o traumáticos, como guerras, masacres o genocidios. Esto ha dado lugar a la crítica de la imagen en nombre de un discurso sobre lo inimaginable2 –especialmente, en relación con el genocidio nazi. De acuerdo con Feld y Stites Mor (2009), esta objeción pone en juego por los menos dos dilemas interrelacionados: uno de orden expresivo, que cuestiona cuál es el lenguaje adecuado para dar cuenta de lo sucedido; y uno de orden ético, que interroga sobre cómo comunicar la experiencia límite sin profanar la memoria del acontecimiento ni trivializarlo (Feld and Stites Mor 2009, 28). Parte de estas críticas se encuentran formuladas al interior de Cuaderno de Sarajevo. En efecto, el primer artículo, “Tirador de élite”, define el lugar de enunciación del corresponsal de guerra y su modo de relacionarse con la realidad que va a testimoniar en oposición a otros dos usos sociales de las imágenes: el turismo y los medios masivos de comunicación. En el primero de estos, se cuestiona la banalización del horror que hace de la guerra un espectáculo y un artículo de consumo más entre tantos que compiten en el mercado. En la descripción de los turistas que Goytisolo se encuentra en el aeropuerto camino a Sarajevo, predominan los verbos relacionados con la vista: contemplar, husmear, examinar, rastrear las huellas y, finalmente, fotografiar. Las preguntas retóricas que modalizan este fragmento subrayan tanto el contraste entre la indiferencia de los turistas y la crudeza de las escenas objeto de su contemplación, como la distancia que el enunciador establece frente a estas prácticas3. En cuanto a los medios masivos de comunicación, se cuestiona su manipulación de la información y su “poderoso efecto hipnótico”. Esta línea se retoma en el “Prólogo” a Paisajes de guerra –libro que recopila la actividad de Goytisolo como 1 “El lenguaje verbal siempre ha monopolizado el poder de clarificar, de argumentar, de crear conocimiento. Las imágenes, en el mejor de los casos, ilustran. Se dice que carecen de autorreflexión y transparencia de significado” (Huyssen 2009, 16) 2 Según Didi-Huberman (2003, 40), el discurso sobre lo inimaginable se presenta en dos regímenes diferentes, pero simétricos: por un lado, el esteticismo, que tiende a desconocer la historia en sus singularidades concretas; por otro lado, el historicismo, que tiende a desconocer la imagen en sus especificidades formales. 3 “El grupo que se embarca conmigo con destino a Split ¿lo hace a fin de contemplar […] las cenizas de la desaparecida aldea musulmana de Grapka, en la que ardieron todos sus habitantes después del atávico ritual de mutilaciones, violación colectiva y deguello en honor del dios purificador y el invicto san Sava? (Goytisolo 1993, 13)(13) ¿a fotografiar a las mujeres y niños hacinados en los vagones de deportación después de una esmerada operación de limpieza, muertos de deshidratación en Prejidor, como los judíos de Treblinka?” (14) corresponsal: en él, la manipulación de los medios se presenta como el motivo principal que llevó al escritor español a “intervenir como testigo en algunos de los conflictos más duros de la pasada década” (Goytisolo 2010, 221)4. Ahora bien, pese a esta impugnación de ciertos usos sociales de las imágenes, Cuaderno de Sarajevo parece sostener en su conjunto que el horror no puede solamente ser dicho: también debe ser mostrado. Además de incorporar en un lugar central las fotografías de Gervasio Sánchez, la escritura de las crónicas asocia reiteradamente en un mismo sintagma los campos semánticos del horror y la ruina y de la visión: las imágenes son crudas (47) e insoportables (33); el espectáculo de la devastación es sobrecogedor (28)5. La pregunta que habría que formular entonces es qué diferencia el uso de las fotografías en Cuaderno de Sarajevo de los otros usos sociales impugnados; de qué manera su incorporación escaparía a los riesgos de la banalización y de la manipulación en la construcción de “la memoria del horror”. Retomando los planteos de Rancière (2008, 2010), se trataría de analizar el tipo de dispositivo de visibilidad que se pone en juego en este libro. En efecto, este autor, en su intento por superar la clásica oposición entre palabras e imágenes, sostiene que la cuestión no radica en la legitimidad o no de representar visualmente horrores y violencias, sino en el modo en que esto se lleva a cabo. En particular, en el tipo de dispositivo de visibilidad en que dichas imágenes se insertan –es decir, el tipo de dispositivo espacio-temporal “en el seno del cual son reunidas palabras y formas visibles como datos comunes, como maneras comunes de percibir, de ser afectado y de dar sentido” (Rancière 2010, 102). Si el sistema de información dominante opera mediante la reducción de las imágenes a una función redundante de reproducción del contenido enunciado por una única voz autorizada, el desafío consiste en construir “otras comunidades de las palabras y las cosas, de las formas y de las significaciones” (Rancière 2010, 102). Desde esta perspectiva, un primer aspecto a tener en cuenta es la manera diferencial en que se legitima la veracidad de los artículos y de las fotografías. La autenticidad del libro en su conjunto se cimienta en una doble dependencia respecto de la figura de Juan Goytisolo. Por un lado, por su presencia directa en el lugar de los hechos –certificada por la fotografía que inicia la secuencia visual. Por otro lado, por su propia reputación como “autor comprometido con décadas de resistencia contra la opresión y la injusticia” (Ribeiro de Menezes 2009, 234). Esta dependencia conlleva un fuerte énfasis en la figura del cronista tanto al interior de los textos como en la constitución de la materialidad del libro: la fotografía que documenta su presencia en Sarajevo, la reproducción de su grafía en los márgenes y su firma que, al cerrar el libro desde la contratapa, lo coloca en su conjunto bajo su propia certificación6. Frente a esto, la manera en que se incorporan las imágenes produce un efecto de borramiento de su instancia autoral. La única mención a Gervasio Sánchez como responsable de estas fotografías se reduce al copyright de la página de legales. Al interior de las crónicas, aparece en tanto “personaje” que coincidió con Goytisolo en su 4 “me involucré en ellos […] por un afán de conocer y dar a conocer una verdad forzosamente parcial […] pero ajena a la forjada con manipulaciones y amaños por los medios de comunicación de masas: los canales de la televisión global y las principales agencias informativas. Todo empezó con la guerra del Golfo o, para ser más preciso, con la videoguerra del Golfo. En ella se verificó de forma rotunda el axioma de que quien controla la imagen controla la verdad o al menos su apariencia” (221) 5 “Imágenes insoportables de tres mujeres recién ingresadas” (33), “imágenes crudas de miseria y dolor en el corazón de esta Europa de epidermis dura y egoísmo pétreo” (47); “el espectáculo sobrecoge el ánimo: pasillo cubiertos de escombros, despachos destrozados, techos hundidos […]” (28) 6 Así, “autobiography is fused with autograph and with photograph as modes of documenting the truth and of testimoinal responsibility” (Monegal 2002, 37). visita a la ciudad, pero no se hace referencia a su actividad fotográfica. Por el contrario, es el mismo Goytisolo quien se presenta en una ocasión tomando fotos. La autenticidad de las imágenes radicaría entonces en su propia “fuerza constatativa”7 (Barthes, p. 861) y en su inclusión en un dispositivo certificado por Juan Goytisolo, dispositivo que a la vez ellas mismas contribuirían a autorizar en su carácter de documentos. Hasta aquí, las imágenes parecerían subordinarse a la palabra del enunciador de las crónicas, por lo que el dispositivo de visibilidad construido no se distinguiría de la manera en que, según Rancière, funciona el sistema de información oficial en su selección de imágenes de autoridad: “imágenes que dicen por sí mismas que todos no son igualmente capaces de llevar la cuenta de las imágenes, igualmente capaces de hablar y de ver” (Rancière 2008, 78). Sin embargo, es preciso tener en cuenta un segundo aspecto que viene a socavar esta aparente subordinación: la disposición en el espacio textual. En efecto, como señalamos, las varias fotografías que acompañaron a cada artículo en el periódico son agrupadas en las páginas centrales, por lo que adquieren una cierta independencia (relativa) de las crónicas que las enmarcan. El vínculo que con ellas se entabla no es univoco, en tanto el establecimiento de dos espacios diferenciados al interior del libro – uno verbal y otro visual- supone la necesidad de recorrer cada uno en su propia especificidad y la imposibilidad de realizar ambos trayectos en forma simultánea. Es el receptor quien debe operar los vínculos entre estas dos zonas, a través de la recuperación de ciertos elementos, lugares –como la biblioteca de Sarajevo o el hotel Holiday Inn en que se alojó Goytisolo- y motivos –la ruina, la supervivencia, la muerte. En este punto, cumplen un papel decisivo los pie de foto, que ponen en diálogo lo visual con lo textual: no se limitan a “informar” qué es lo que se muestra –a desambiguar la referencia-, sino que también retoman la axiología y parte de la argumentación desplegada en los artículos, en algunos casos de manera literal. Sin embargo, los pie de foto no anclan el sentido de las fotografías, en tanto en ellas permanece un resto que escapa a la posibilidad de verbalización. Como sostiene Roger Chartier (2001), el texto y la imagen son dos formas irreductibles e intrincadas, que “siempre se exceden una a otra” -“se cruzan, se vinculan, se responden, pero nunca se confunden”- (Chartier 2001, 76). En esta línea, un aspecto importante a tener en cuenta en la especificidad de las fotografías es el marco que delimita y selecciona el contenido explícito y, a la vez, instaura un afuera de la representación. En efecto, según Judith Butler, el ámbito de la representabilidad está constituido por aquello que se excluye (Butler 2010, 108). Para esta autora, los marcos que rigen lo perceptible operan en función de normas, explícitas o tácticas, que definen nuestra capacidad de respuesta ética al sufrimiento, al dictaminar cuándo y dónde la pérdida de una vida es digna de ser llorada. En las fotografías de Cuaderno de Sarajevo, el ámbito de representabilidad se circunscribe a la parte bosnia del conflicto, con un pathos que argumenta a favor de que son éstas las vidas que cuentan como humanas y que, por tanto, merecen llorarse. En contraste, los serbios quedan fuera del marco así delimitado, en tanto enemigo ausente, sin acceso al espacio visual. Las normas que se ponen en funcionamiento en esta demarcación se vinculan con la axiología desplegada en el texto de las crónicas, en las que hay una clara toma de partido contra el ejército nacionalista serbio. Sin embargo, en cada una de las modalidades – visual y verbal - estas normas operan de manera específica: mediante la 7 “L’important, c’est que la photo possède une force constatative et que le constatatif de la Photographie porte, non sur l’objet, mais sur le temps. D’un point de vue phénoménologique, dans la Photographie, le pouvoir d’authentification prime le pouvoir de représentation” (Barthes, 2002, 861). exclusión del ámbito enmarcado y mediante la puesta en juego de una axiología negativa, respectivamente. En el recorrido visual, el orden en que son montadas las imágenes construye una trama en la que el significado de cada una se desprende tanto de su interrelación con las otras como de la resonancia de algunos de los motivos principales tratados en los artículos. En este sentido, la respuesta que aquí se pone en juego frente al dilema de las imágenes puede relacionarse con las consideraciones de Georges Didi-Huberman (2003) contra la proclamada inimaginabilidad de Auschwitz. Si la supuesta incapacidad de la imagen para dar cuenta del genocidio nazi radica en parte en su inherente incompletud –su imposibilidad de mostrar “toda la verdad”-, a esta pretensión de una imagen-total, integral y única Didi-Huberman opondrá la necesidad de recurrir a imágenes “laguna” y múltiples cuya legibilidad esté dada por el montaje que las constituye y las hace “resonar junto a otras fuentes, otras imágenes y otros testimonios” (Didi-Huberman 2003, 179). En cada acto de memoria, lenguaje e imagen son para este autor absolutamente solidarios, intercambiando de manera constante sus lagunas recíprocas: “une image vient souvient là où semble faillir le mot, un mot vient souvent là où semble faillir l’imagination » (Didi-Huberman 2003, 39). En Cuaderno de Sarajevo, el montaje de las imágenes se organiza en torno a la fotografía central del memoricidio. Podemos pensar que esta divide la secuencia visual en dos sectores. Antes de ella, predomina el motivo de la supervivencia: las actividades de los habitantes de la ciudad para subsistir durante el asedio, como la búsqueda de agua y la distribución de alimentos; la población civil más afectada, niños y ancianos. Después de ella, los sentidos se desplazan de manera progresiva hacia la muerte: el llanto de civiles y militares por los caídos, cementerios, entierros y, finalmente, la tumba colectiva que cierra la secuencia. Desde el centro, la fotografía de la destrucción de la biblioteca irradia al resto de las imágenes el motivo predominante de la ruina. De esta manera, a través del montaje y del diálogo con los artículos de Goytisolo, la secuencia visual argumenta desde su propia especificidad en contra del memoricidio. El dispositivo de visibilidad que así queda configurado plantea una modalidad a través de la cual la fotografía también puede funcionar en pos de la construcción de una memoria social que permita hacer visible –aunque de manera parcial e incompleta- el horror que muchas veces no se quiere ver, pero que aún así es necesario imaginar. Bibliografía Barthes, Roland (2002). “La chambre claire”, en Œuvres complètes V. Livres, textes, entretiens (1977-1980). París: Seuil. Butler, Judith (2010). "La tortura y la ética de la fotografía: pensar con Sontag" en Marcos de guerra. Las vidas lloradas. Buenos Aires: Paidós, pp. 95-144. Berger, John (2005). "Usos de la fotografía” en Mirar. Buenos Aires: Ediciones de la Flor, pp. 67-84. Calvelo, Oscar (1999). "La construcción de la utopía ciudadana en la obra de Juan Goytisolo" en Lugares. Estudios sobre el espacio literario. Buenos Aires: Facultad de Filosofía y Letras. Universidad de Buenos Aires, pp. 13-38. Chartier, Roger (2001). “Poderes y límites de la representación. Marin, el discurso y la imagen” en Escribir las prácticas. Foucault, de Certeau, Marin. Buenos Aires: Manantial, pp. 75-99. Didi-Huberman, Georges (2003). Images malgré tout. París, Éditions de Minuit. Feld, Claudia, y Jessica Stites Mor (2009). "Introducción. Imagen y memoria: apuntes para una exploración" en Claudia Feld y Jessica Stites Mor (comps.) El pasado que miramos. Memoria e imagen ante la historia reciente. Buenos Aires: Paidós, pp. 25-42. Goytisolo, Juan (1993). Cuaderno de Sarajevo. Anotaciones de un viaje a la barbarie. Madrid: El País/Aguilar. -------------------- (2010). "Paisajes de guerra (Sarajevo-Argelia-Palestina-Chechenia" en Obras completas VIII. Guerra, periodismo y literatura. Barcelona: Galaxia Gutenberg. Huyssen, Andreas (2009). "Prólogo. Medios y memoria" en Feld, Claudia y Jessica Stites Mor (comps.) El pasado que miramos. Memoria e imagen ante la historia reciente. 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Frantz Fanon, Los condenados de la Tierra (1961) Las líneas que siguen habrán de perdurar en el tiempo en tanto vibren las rebeldías y las ideas liberadoras de las multitudes oprimidas, de esos “condenados de la tierra” de las que el maestro Oesterheld sigue siendo parte. Juan Manuel Viniegra, “Palabras del Editor” en Latinoamérica y el imperialismo. 450 años de guerra (2004) A partir de 1968, cuando es publicada Vida del Che (posteriormente retitulada Che. Vida de Ernesto Che Guevara), Héctor Oesterheld hizo explícita su creciente radicalización política. A esta obra se le suma la reversión de El Eternauta en la revista GENTE (mayo a septiembre de 1969) y Evita. Vida y obra de Eva Perón (1970). El acercamiento del escritor a Montoneros – donde militaban sus cuatro hijas: Beatriz, Diana, Estela y Marina – cristalizaría de manera trágica y definitiva el camino elegido. Es en este sentido que Latinoamérica y el Imperialismo se propone como un punto de no retorno en la obra/vida del escritor. Ciertamente, sus obras tuvieron un factor clave: Alberto Breccia – sus otros dibujantes fueron Enrique Breccia y Leopoldo Durañona, hijo y discípulo respectivamente -. Volveré más adelante sobre esto. De esta manera, al revisar sus propios postulados acerca de qué y para qué hacer historietas, Oesterheld entró en un campo de batalla donde la cultura como corpus en construcción se proponía revertir la colonización cultural y reinventar a los sujetos sociales para proceder así a la liberación definitiva y total. Desde un inicio Oesterheld había entendido la historieta como herramienta pedagógica y popular, pero es a mediados de la década de 1960 cuando esta tarea se resignifica con un propósito más específico en su ambición ideológica. La presentación (Fig. 1) era clara al respecto, y puede pensarse como manifiesto. Se hace foco en tres elementos: 1) el imperialismo es una continuidad que toma diferentes formas – Europa, Estados Unidos – pero siempre actúa en base al mismo principio de injusticia y explotación; 2) el verdadero protagonista es el Pueblo, y el efecto desenmascarador revela su potencia presentando la Historia Verdadera; 3) todo análisis parte del supuesto que se está siempre en una situación de guerra, con diferentes fases pero sin detenerse (explicitado en el título: 450 años de guerra)1. Este prefacio no puede separarse de las tres primeras páginas de la serie (Fig. 2). Ellas son un resumen de cómo entender gráficamente el objetivo didáctico de la propuesta de Oesterheld/Durañona: una serie de estampas donde el texto ocupa dos tercios de las viñetas, mientras el dibujo sitúa/denuncia históricamente al imperialismo 1 En su reedición de 2004, de Doedytores, el título fue modificado por Latinoamérica y el Imperialismo. 450 años de guerra. como una fuerza criminal y reclama para sí la reconstrucción de una identidad latinoamericana justificada y formulada a partir de ese crimen primero, el de la conquista. No deja de estar presente cierta paradoja: se reclama una herencia americana que no podría existir sin la presencia europea – agregando cierta estereotipación indigenista, pero es entendible como argumento efectivo dentro del objetivo general -, y al mismo tiempo – un análisis lúcido por parte de Oesterheld – Europa no existiría sin América. Esto ha sido señalado y tratado de manera notable por Aníbal Quijano: […] el éxito de Europa Occidental en convertirse en el centro del moderno sistema-mundo, según la apta formulación de Wallerstein, desarrolló en los europeos un rasgo común a todos los dominadores coloniales e imperiales de la historia, el etnocentrismo. Pero en el caso europeo ese rasgo tenía un fundamento y una justificación peculiar: la clasificación racial de la población del mundo después de América […] los europeos generaron una nueva perspectiva temporal de la historia y re-ubicaron a los pueblos colonizados, y a sus respectivas historias y culturas, en el pasado de una trayectoria histórica cuya culminación era Europa. (Quijano: 2000, 210) La denuncia, entonces, fue contra esa relación que siempre se ha dado y se sigue dando hasta el presente en términos de desigualdad de condiciones y sometimiento. De esta manera, el tiempo histórico nunca abandona del todo ese pasado, sino que lo replica especularmente devolviéndose a sí mismo su propia imagen de la cual debe huir inevitablemente porque en algún punto la larga serie de crímenes – que son uno y el mismo: el imperialismo capitalista – sería revelada. De ahí el objetivo desenmascarador: la evidencia contra el sistema y su Historia suma todas las potencias obturadas por el imperialismo – la fuerza negativa - devolviéndolas positivamente sobre América Latina como espacio concreto donde la lucha ancestral encuentra al sujeto que la haga efectiva y final, las masas populares. El remate es una doble cita – textual y (foto)gráfica - de Juan Domingo Perón, quien al no aparecer dibujado enfatiza su pertenencia a un presente inmediato e identificable, separándolo de la historia trágica para enfrentarlo a ella. El tercer episodio de la serie (Fig. 3), se suma al análisis sintético donde se presenta la matriz lógica – y las consecuencias – del funcionamiento del imperialismo como fuerza predatoria desde un sistema eficiente y organizado que, en términos de Ruy Mauro Marini, funciona en base a la sobreexplotación de la mano de obra latinoamericana como respuesta compensatoria a la progresiva alza en las tasas de productividad europeas – principalmente Inglaterra - : […] la participación de América Latina en el mercado mundial contribuirá a que el eje de la acumulación de la economía industrial se desplace de la producción de plusvalía relativa, es decir, que la acumulación pase a depender más del aumento de la capacidad productiva del trabajo que simplemente de la explotación del trabajador. Sin embargo, el desarrollo de la producción latinoamericana, que permite a la región coadyuvar a este cambio cualitativo en los países centrales, se dará fundamentalmente con base en una mayor explotación del trabajador. (Marini: 1991 [1973], 23) La identificación de Inglaterra será central en toda la trama, ya que termina desplazando a los Estados Unidos como enemigo señalado debido a la interrupción de la serie que no llega más allá del tercer cuarto del siglo XIX. Pero sin duda cumple su función como cristalización de lo que una potencia imperialista – y por extensión, el imperialismo – es, y cómo actúa. Ahora bien, el enemigo ha sido introducido y estará siempre presente actuando en la misma dirección. ¿Pero qué queda del otro actor, el Pueblo? El capítulo siguiente titulado Las Invasiones Inglesas presenta al arquetipo que atravesará paralelamente la trama del imperialismo y sus cómplices como contracara y antítesis: Juan Cualquiera. La denominación no pretende ser sutil, sino efectiva. Los mismos dibujos de Durañona – que en el capítulo anterior (Fig. 3) evidenciaban el apuro resuelto con ciertas dosis de abstracción – aquí se detienen un poco más para delinear el cuerpo de ese joven que se encuentra con la historia y con su destino latinoamericano al ser atravesado por una bala inglesa (Fig. 4). La batalla – siempre habrá un ¡Viva la Patria! en los combates de la serie - se desvanece y la viñeta ofrenda el cuerpo joven y hermoso al vacío de la muerte. Esa lógica político-estética estará inscrita en todo combate entendido como sacrificio, una apuesta riesgosa ya que convierte a la serie en “una historia que cuenta con héroes, pero sobre todo con mártires, y que es contada, en cada número de El Descamisado, de modo que cada personaje sea un doble fantasmático de los actores que ocupan la escena política, tal como la describe la JP en 1973” (Sigal&Verón: 2010 [2003], 196). Estaban frescas las palabras escritas por Jean Paul Sartre en su prólogo a Los Condenados de la Tierra: Desde que empieza, es una guerra sin piedad. O se sigue aterrorizado o se vuelve uno terrible; es decir: o se abandona uno a las disociaciones de una vida falseada o se conquista la unidad innata. Cuando los campesinos reciben los fusiles, los viejos mitos palidecen, las prohibiciones desaparecen una por una; el arma de un combatiente es su humanidad. Porque, en los primeros momentos de la rebelión, hay que matar: matar a un europeo es matar dos pájaros de un tiro, suprimir a la vez a un opresor y a un oprimido: quedan un hombre muerto y un hombre libre; el superviviente, por primera vez, siente un suelo nacional bajo la planta de los pies […] hay que unirse o dejarse matar. (Sartre: 1983 [1961], 14) El arquetipo de Oesterheld/Durañona servirá para definir a esos héroes/mártires anónimos a los que se les debe la libertad y las conquistas conseguidas en base al sacrificio de la sangre. El Imperialismo es un imperio de lágrimas que deben ser honradas pero no vueltas a llorar; admiradas, nunca temidas. De esta manera se completa la concepción del cuadro histórico del conflicto integrando a los sujetos que combaten dentro del marco racial y étnico del imperialismo (indios, gauchos, negros, mestizos y mujeres), pero invirtiendo su negatividad: ahí donde hubo cuerpos dóciles y obedientes hay ahora – porque hubo entonces – una comunión de seres diferentes devenidos iguales al haberse ganado su lugar luchando contra el imperialismo y sus aliados. No se les reclama a los sujetos que evidencien un conocimiento del sistema en el que existen sino que hayan sabido identificar correctamente al enemigo en su momento y su lugar, para luego haberlo enfrentado. Volvemos a Quijano para entender cómo el funcionamiento de un sistema económico, político y legal no puede ser separado de su contenido ideológico racial: América se constituyó como el primer espacio/tiempo de un nuevo patrón de poder de vocación mundial y, de ese modo y por eso, como la primera identidad de la modernidad […] De una parte, la codificación de las diferencias entre conquistadores y conquistados en la idea de raza, es decir, una supuesta diferente estructura biológica que ubicaba a los unos en situación natural de inferioridad respecto de los otros […] De otra parte, la articulación de todas las formas históricas de control del trabajo, de sus recursos y de sus productos, en torno del capital y del mercado mundial. (Quijano: op. cit; 202. Las cursivas pertenecen al texto original). La historia nacional, esa aventura Hemos visto cómo rápidamente aparece la figura del mártir joven y hermoso – juventud y belleza suelen implicarse la una a la otra como Hombre Nuevo y socialismo se implicaron en ese momento -. Sin embargo, el ideal del Hombre Nuevo en la lógica de El Descamisado más bien podría llamar el Viejo Hombre Nuevo: […] la presencia de estos combatientes no tiene un comienzo: siempre han estado allí, contemporáneos del nacimiento de la Patria, dejándose matar, resistiendo, obteniendo pasajeras victorias. La JP es simplemente un nuevo avatar, la reencarnación de aquellos que desde siempre defendieron al Pueblo-Patria y que supieron reconocer a quienes sabían conducir la lucha. (Sigal&Verón, op. cit; 197) Y los mismos autores agregan más adelante: […] El imaginario Montonero trata, por el contrario, de construir el colectivo Pueblo como una entidad mítica, situada ella también, como los héroes, en el tiempo “fuerte” de la Patria: este Pueblo es activo, resiste desde siempre y lucha desde siempre contra el imperialismo. Lo cual era una manera de decirle a Perón: nosotros ya estábamos allí, en ese lugar al que usted llegó en un momento dado”. (Sigal&Verón, op. cit; 202) En el que acaso sea el episodio más polémico de la serie, El “17” de los orilleros (Fig. 5), se presenta la radicalidad del discurso montonero en el sentido que señalaban Sigal y Verón. Oesterheld/Durañona recuperan el levantamiento de los orilleros habitantes de la campaña bonaerense - del 5 de abril de 1811. En esa ocasión, un levantamiento popular reclamó que Cornelio Saavedra asumiera como jefe de gobierno frente a lo que se interpretaba como una avanzada de los sectores liberales que dañaban la economía local debido a la preferencia por las importaciones. La elección de estos orilleros como actores no identificables con ninguno de los partidos históricos – a pesar de su reconocimiento de Saavedra como líder –, implica una ruptura importante con las tradiciones de la izquierda revolucionaria en su legitimación de un pasado histórico con las figuras más afines al jacobinismo en el Río de la Plata. La posición discursiva que genera polémica es el ataque contra Mariano Moreno, a quien se lo presenta como un agente al servicio del imperialismo británico. La historieta concluye con la derrota de los orilleros al ser encarcelado el incorruptible Campana y sobornados los jefes regimentales: Como vemos, el Imperialismo ha aprendido la lección. Nunca más mandará tropas. Le bastará usar a los “Moreno” de turno para derribar los gobiernos populares y poder hacer impunemente su negocio. El Moreno de entonces frustró la Patria Grande y comenzó el empobrecimiento del interior. Los “Moreno” de hoy siguen en lo mismo, pero aumentados. Por algo, cada año se nos mueren de miseria tantos pibitos como yanquis murieron en Vietnam. (Oesterheld&Durañona: 2004 [1973], 34) La violencia textual supera la violencia gráfica, que por otra parte básicamente no presenta acción. El recurso suele ser el inverso al del decurso histórico lineal: es el presente el que se vuelca en el pasado, y no a la inversa. Los enemigos de hoy son/eran Moreno y viceversa; los orilleros actúan como si hubieran leído el “Programa de Huerta Grande”, etc. El episodio generó la réplica, entre otros, del historiador Norberto Galasso, quien señaló las imprecisiones y anacronismos y lo equivocado de deshacerse de una figura como Moreno entregándosela al enemigo. La respuesta editorial aceptaba el exceso: “Sí, es cierto. Con Moreno se nos fue la mano”, pero lo relativizaba argumentando que se debía a los tiempos de una escritura periodística y militante, distanciada de los tiempos de una investigación académica. Y defendía la posición del episodio que, por cierto, era la línea editorial y no a la inversa. Pero hay un factor fundamental al que Oesterheld no renuncia, y es al hacer historieta. Más específicamente, al género de la aventura que él mismo junto con otros redefinió desde Editorial Frontera en la segunda mitad de la década de 1950. En todo caso, esa radicalización política lo es también del contenido político-ideológico que se encuentra en el género de la aventura tal como se lo presenta en lenguaje historietístico. A diferencia de los escritores que se debatían entre continuar escribiendo o dejarlo todo por las armas, Oesterheld nunca dejó de escribir historietas: Oesterheld irrumpe en un lugar que no condice con su trayectoria esperada e incorpora a la historieta un interés profesional […] y un capital cultural – científico y literario – que lo ponen entre géneros “mayores” y “menores”, entre la “alta literatura” y los medios de masas. Oesterheld es a la vez un asalariado de las industrias culturales y un propietario, fallido pero central, de un medio de producción. Oesterheld es, finalmente, un productor intelectual y un militante y ambas elecciones lo acompañarán hasta su desaparición en manos de la dictadura militar. (Reggiani&Von Sprecher: 2010, 7) Esta posición particular y marginal de la historieta y del historietista como productor cultural hacían del lenguaje un medio sumamente efectivo para trasladar masivamente una serie de mensajes y de discursos, y le dio la posibilidad a Oesterheld de intervenir políticamente en esa misma sociedad de masas de la manera que mejor sabía: escribiendo guiones. Esto implicaba toda una tradición moderna de reapropiación y devolución de esas formas que habían llegado con los syndicates norteamericanos a principios del siglo XX – la fuerza del capital mediático – y que habían sido rápidamente subvertidos a favor de una versión más afín a los gustos locales. Lo que en principio era una cuestión de ajuste a un público en formación, desde la experiencia de Editorial Frontera se había convertido en ejercicio consciente de un decir diferente utilizando las mismas herramientas. Juan Sasturain ha propuesto lo que podríamos considerar una variable de la Teoría de la Dependencia cultural aplicada a este devenir argentino de la historieta: Parece más fructífero para el debate acerca de nuestra cultura nacional indagar acerca de los mecanismos de cristalización expresiva y colonización cultural que nos convierten en poleas de transmisión de una mitología que incluye nuestra insignificancia y nos coloca en una periferia desde la cual la Aventura e incluso la Historia parecen resolverse en espectáculo. La apropiación del neocolonialismo […] va más allá de la dependencia económica y la subsidariedad con los centros hegemónicos; suele, en el campo de la cultura, manifestarse como internalización de pautas alienadas de la circunstancia nacional. (Sasturain: 1995, 60) La fórmula se resume en la suma de los siguientes factores: Género Narrativo/Historieta + Campo Temático (Aventura) + Circunstancia Argentina (Sasturain: íbidem, 56)2. En este sentido, el paradigma oesterheldiano de la historieta – y de una parte importante de la cultura nacional de la segunda mitad del siglo XX – encuentra su cristalización en El Eternauta. A tal punto que cuando la obra es reeditada por la Editorial Récord en 1975, Oesterheld escribe en el prólogo una relectura de su obra y genera un concepto político-filosófico: el héroe colectivo. La matriz ideológica es revisada y puesta a funcionar en favor de la coyuntura redirigiendo lo que ya se encontraba ahí3. Es posible entender la formulación que la historieta argentina hizo de sí misma desde esa perspectiva, es decir, teniendo los medios a disposición, generar preguntas y respuestas propias, y no meras copias. Oesterheld señalaba: Un héroe importado es más barato que un héroe local, y además ya viene fabricado, no hay más que traducirlo: el resultado es que el personaje que viene de afuera provoca en el lector un alejamiento de lo nuestro. Una de esas deformaciones se advierte cuando, a través de la historieta clásica, un chico argentino sabe más sobre la guerra de secesión norteamericana que sobre las guerras civiles en el país […] Quizás todo resida en que nosotros no nos consideramos capaces de 2 Desde la perspectiva de este trabajo, y en consonancia con otras interpretaciones en torno a la historieta, se entiende a ésta no como género sino como lenguaje específico donde pueden encontrarse géneros narrativos. 3 La cuestión en torno a la historieta contó en este período con dos obras seminales, polémicas, que se debatían entre la condena del medio y la indagación de sus posibilidades emancipatorias. Me refiero a Para leer al Pato Donald. Comunicación de masas y colonialismo (1972) de Ariel Dorfman y Armand Mattelart; y Superman y sus amigos del alma (1974), del mismo Dorfman y Manuel Jofré. ser protagonistas. (Oesterheld entrevistado en Siete Días Ilustrado, 1971. Citado en Vazquez: 2010, 172). Es notable la manera en que la producción de un discurso de género narrativo es puesta en términos de importación de un producto manufacturado – “ya viene fabricado” -. El combate contra el agresor, antes que suplantarse por las armas como forma de superar los otros medios de denuncia/resistencia, es presentado simultáneamente como dos formas o dos tiempos de la misma lucha. Dentro del esquema actancial que Fernández (2010) identifica como el antagonismo entre actantes agresores/actantes rebeldes, encontramos un mal al que nunca se llega más que de manera indirecta en sus intermediarios, que cambian de faz – en especial la burguesía porteña y sus aliados provinciales y regionales, pero también el sub-imperialismo brasileño como lo definió Marini). Son ni más ni menos que los Ellos de El Eternauta, que arrojaban un arsenal infinito de criaturas pero nunca se presentaban ante los agredidos: El intermediario del poder utiliza un lenguaje de pura violencia. El intermediario no aligera la opresión, no hace más velado el dominio. Los expone, los manifiesta con la buena conciencia de las fuerzas del orden. El intermediario lleva la violencia a la casa y al cerebro del colonizado. (Fanon: op. cit; 22) Y de cerebros justamente se trata. Lucas Berone (2010, 20) recuerda una escena estremecedora de la primera parte de El Eternauta: Juan Salvo cae prisionero de los invasores y el encargado de custodiarlo es un hombre-robot, es decir un hombre que ha sido esclavizado por un dispositivo extraterrestre implantando en su cráneo que lo convierte en una máquina a control remoto. Salvo lo reconoce: es Roura, antiguo compañero del Colegio Nacional. Pero su mirada no encuentra receptor, sólo vacío. Es la metáfora del hombre mecanizado, des-historizado, alienado de sí mismo; el hombre colonizado (Fig. 6). Oesterheld se contesta a sí mismo a través del tiempo otorgando una solución posible: Juan Cualquiera, sujeto del Pueblo-Patria. Sólo luchando, aventurándose, es posible la liberación. Durañona (o sobre cómo dibujar una genealogía de la violencia) En un principio, Durañona se limitó en general a dibujar estampas históricas cuyo sentido terminaba de ser definido por los textos. Esto también hacía a una tradición donde A. Breccia había tenido una larga experiencia: la ilustración escolar. Pero también recurre a la abstracción expresionista que el mismo Breccia – junto con Hugo Pratt – había aplicado a la historieta de aventuras, y a las historietas de guerra en particular. En los primeros episodios habíamos señalado cómo este recurso ayudaba a disimular el apuro y la improvisación en la realización de la serie, un momento de gestación de una fórmula que aún no estaba definida. El dibujo se sostiene entonces en base a una tradición de ilustración, de experimentación gráfica y de ambos recursos aplicados a la historieta de guerra. Pero justamente, existe ahí un inconveniente ¿cómo modificar esos parámetros para librar una guerra justificada contra un enemigo histórico y real? ¿Cómo hacer de la violencia un acto legitimado y legitimador? Podemos identificar algunas de los siguientes recursos: 1) La resolución gráfica de esa dialéctica entre pasado y presente que supone un continuum histórico en revisión, y por lo tanto, inacabado y fluido. ¿Cómo destilar la potencia subversiva de ese reencuentro con los hechos? Una manera es la utilización de anacronismos irónicos, como el panel donde se ve claramente el estereotipo de un petrolero texano en el mercado de esclavos durante el gobierno rivadaviano (Fig. 7); o la introducción contemporánea que traslada el relato hacia la Conquista del Desierto (Fig. 8). La otra es transportar, apoyándose en el texto como reforzador del sentido, el mismo concepto a través del tiempo, en particular aquel que recorre y denomina toda la serie: la guerra (Fig. 9). 2) Una segunda estrategia gráfica es aquello que he definido como principio de continuidad iterativa, es decir, el orden coherente construido en el tiempo por todo esquematismo narrativo. Este esquema es un campo de disputa por el sentido, y se define como estrategia de control basado en la iteración que un público pasa a decodificar e internalizar4. Tomemos por ejemplo el mate como elemento definitorio de una identidad y de las posiciones de clase. En la serie se repite varias veces para identificar al sujeto popular y a los líderes (Fig. 10, 11, 12, 13 y 14) – figuras en general conflictivas, relativizadas casi siempre, excepto en casos excepcionales como el del mencionado alcalde Campana y Artigas -; pero también a la corrupción de ese símbolo en manos – literalmente – de la burguesía local, los intermediarios del Imperialismo (Fig. 15). 3) La manera en que la guerra es presentada utilizando la secuenciación de la lectura de izquierda a derecha (Fig. 16), pero también la posibilidad de la vectorización vertical que funciona magníficamente en ese cuadro donde la resistencia oriental se lanza sobre el ejército imperial brasileño (Fig. 17). Son escenas celebratorias, donde la fuerza de las imágenes invita al lector a unirse reconstruyendo la aventura terrible de la batalla. Pero también está la guerra como crimen, tal como la ejerce el enemigo: con la traición (Fig. 18), retratando Caseros como un caos expresionista, con los pabellones como siniestros arañazos que cortan el cielo. O las imágenes de torturas y ejecuciones, que remiten a Goya, al desvanecimiento de los cuerpos en el horror de su destrucción (Figs. 19, 20 y 21). No casualmente estas imágenes corresponden en general a los últimos episodios, cuando la relación entre Montoneros y Perón estaba degradada hasta el punto de no retorno, con el in crescendo del accionar parapolicial de la Triple A. Algunas posibles conclusiones La violencia, como la lanza de Aquiles, puede cicatrizar las heridas que ha infligido. Jean Paul Sartre, prólogo a Los Condenados de la tierra (1961). Toda reflexión sobre la obra de Oesterheld corre el riesgo de caer en la obviedad de no poder dejar de mencionar su destino como desaparecido, junto a sus cuatro hijas y dos cuñados, víctimas de la dictadura militar de 1976-1984. Y ciertamente, la pregunta es si acaso sea posible hacerlo, porque obra y vida se han fusionado de tal manera en su figura que no es posible pensar la una sin la otra, aunque eso conlleve el riesgo mencionado. Otra falta importante suele ser la banalización o la subestimación del rol de los dibujantes. En un lenguaje como la historieta donde todo es gráfico eso supone un error fatal para cualquier aproximación crítica sobre el tema. Como hemos visto, el dibujo acarrea y construye su propia tradición, fórmulas, recursos. Estrategias que tienen esos asalariados de explicitar su existencia como presencia autoral dentro de la maquinaria despiadada del capital, en la obsolescencia de la mercancía. El relato, lejos de ser propiedad exclusiva del escritor, es también un campo disputado, falsamente dialéctico porque no hay verdadera síntesis, sino un funcionamiento oximorónico entre dos factores que nunca pueden reducirse el uno al otro pero que sí comparten una conflictiva dimensión gráfica. 4 Este concepto ha sido desarrollado en mi tesis de maestría Viñetas Subversivas. La experiencia estética de la historieta en Alack Sinner (1975 – 1986) de José Muñoz y Carlos Sampayo (2011, inédita). No es difícil entender por qué, desde este punto de vista, la historieta es un lenguaje intrínsecamente político: propone – y en el mejor de los casos desafía – al lector a construir su propio relato con lo dado. Incluso en una serie con un marcado significado político-pedagógico, la trama se vuelve por momentos sobre sí misma, señala un afuera, se muestra como relato, provoca respuestas de sus lectores. Tal vez en eso el objetivo político de la serie haya sido más exitoso que en la reconstrucción histórica. El 8 de abril de 1974, el ministro del Interior Benito Llambí firmó el decreto 1100/74 lo que implicó la clausura de El Descamisado, por “promover caos ideológico y conceptual”. Era el fin del proyecto montonero que pasó a la clandestinidad, y de la serie de Oesterheld/Durañona. En este punto, las cosas parecieran retrotraerse a un principio de disyunción – aunque no necesariamente en el sentido en que lo planteara Erwin Panofsky -: imagen/texto; guionista/dibujante; asalariado/militante clandestino. Como en esa impresionante página donde se muestra el asesinato de Facundo Quiroga, cuando la herida lo aniquila, la fuerza de la muerte separa el texto de la imagen. A ambas les está vedado representar lo irrepresentable, la muerte (Fig. 22). Las dos últimas obras escritas por Oesterheld fueron El Eternauta II y Camote. Mientras que la primera fue publicada completa en la revista Skorpio de la Editorial Récord entre 1976-1977, la segunda no pasó de seis episodios aparecidos en la publicación clandestina Evita Montonera entre junio y julio de 1975. Ironía cruel: el lector masivo (popular) obtenía en los kioscos de revista un relato crudo, verdadero testimonio del final de un proyecto político revolucionario; los militantes ocultos leían sus mensajes subterráneos desde esa edición precaria mientras el cerco se cerraba en torno a ellos. La primera estaba dibujada por Francisco Solano López, consagrado y reconocido por sus lectores. De la segunda no nos quedan datos de su dibujante. Y las dos estaban escritas por el mismo hombre. No se trata, en todo caso, simplemente de renunciar a la lanza de Aquiles – o de la montonera, para el caso - sino de recuperarla de formas vitales. Recordando, en principio, que la lanza no sirve exclusivamente para herir, sino también para sanar. Esto no excluye la violencia porque la política nunca puede hacerlo verdaderamente: es parte constitutiva de las relaciones sociales del animal humano: […] el colonizado se estremece y decide recordar […] Viejos episodios de la infancia serán recogidos del fondo de la memoria; viejas leyendas serán reinterpretadas en función de una estética prestada y de una concepción del mundo descubierta bajo otros cielos. Algunas veces esa literatura previa al combate estará dominada por el buen humor y la alegoría. Periodo de angustia, de malestar, experiencia de la muerte, experiencia de la náusea. Se vomita, pero ya, por debajo, se prepara la risa. (Fanon: op. cit; 136). Quisiera terminar con esta conclusión: recuperar viejos relatos presentes para ayudarnos a aprender cómo contarnos el mundo de otra manera, una mejor. Sin olvidar la violencia, pero deseando el estremecimiento y la risa. Bibliografía BERONE, Lucas (2010). “El humanismo de Oesterheld. 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VINIEGRA, Juan Manuel (2004). “Palabras del Editor” en DURAÑONA, Leopoldo y OESTERHELD, Héctor G., Latinoamérica y el imperialismo. 450 años de guerra, Doedytores, Buenos Aires. 3 Identidad impresa. La estética del nativismo y las revistas ilustradas en Argentina, 1930-1940 Pablo Fasce (CONICET/IDAES-UNSAM) Correo electrónico: [email protected] En el inicio del libro Visto y no visto, Peter Burke plantea una reflexión que puede servir de máxima y de advertencia para todo historiador que reflexione sobre (o trabaje con) imágenes: si bien pueden ser pensadas como testimonios históricos (particularmente útiles cuando elaboran temas que la cultura escrita no privilegia) no son “reflejos”, en tanto nos muestran una versión mediada y elaborada (o hasta distorsionada, según el autor) de la realidad social. Dada esta naturaleza, afirma Burke, las imágenes son un terreno fértil para descubrir indicios de mentalidades, ideologías o construcciones mentales (Burke, 2001: 37). Estos objetos se inscriben en una trama de prácticas, tradiciones y discursos que determinan sus usos y significados. Los condicionamientos pueden adquirir mayor peso si, además, consideramos la posibilidad de encontrarnos con la característica añadida de “obra de arte”: los modos de vinculación y consumo generados alrededor de las imágenes artísticas ha gestado un espacio de especificidad con su propio grado de autonomía. Pero esta autonomía es siempre relativa. En diálogo permanente con el resto de las esferas de lo social, el campo artístico contamina a su entorno y es a su vez perneado por él. Este tipo de contactos son el tema de este trabajo. Pretendo indagar aquí sobre un caso de diálogo entre el campo artístico y los medios gráficos en Argentina, durante la década de 1930; diálogo que aconteció fundamentalmente a través de las imágenes. En términos concretos, me interesa rastrear la presencia de elementos de la estética del nativismo en algunas revistas ilustradas que circularon en nuestro país durante ese tiempo. Creo que en esta trayectoria de una temática de origen plástico que se infiltra en otras esferas podemos encontrar un ejemplo de cómo un núcleo de representaciones acerca de la identidad nacional circularon y perduraron a través de nuestro campo cultural durante buena parte de la primera mitad del siglo XX. En este contexto, las imágenes pueden volverse índices de la vigencia de estas representaciones. Un recorrido historiográfico sobre el Nativismo La historiografía del arte ha abordado en varias ocasiones el tema del nativismo, principalmente vinculado a la consolidación del campo artístico y la formación de la diversidad de tendencias en su interior a inicios del siglo XX. En varios de sus trabajos, Miguel Ángel Muñoz ha demostrado como esta estética fue promovida por los grupos que detentaron los espacios hegemónicos en las primeras instancias oficiales de la vida institucional del campo (Muñoz, 1995, 1998, 1999). Siguiendo a este autor, en un escenario artístico que desde la Exposición Internacional de Arte del Centenario adquiere una dimensión cada vez más sólida, la discusión acerca de la necesidad de gestar un arte de carácter nacional adquiere un carácter central. Esta directiva es inicialmente sostenida por los artistas y gestores culturales de la generación del 80, que en el contexto del impulso modernizador de finales del siglo XIX y de ideas provenientes de la filosofía positivista, afirman el deber de producir un arte con características propias que, como máxima expresión del espíritu humano, nos dará un lugar entre de las naciones avanzadas. No obstante, si bien ellos inauguran la problemática, finalmente son desplazados del centro del campo. En los años próximos al centenario se produce un recambio, en el que una generación posterior de artistas (con el grupo Nexus como una de sus caras más visibles) accede a las distinciones y los puestos de gestión al interior de las instituciones. Abiertamente en contra del cosmopolitismo que evidencia el arte de sus predecesores, estos nuevos agentes del campo proponen (en consonancia con los escritos de intelectuales como Ricardo Rojas y Leopoldo Lugones) una estética vinculada con elementos propios del imaginario geográfico y folklórico, considerados como depositarios de una esencia de lo nacional. Es en este conjunto donde se condensan los principios de lo que denominamos Nativismo: un arte donde el paisaje y los tipos regionales son los temas exclusivos, abordados desde un tratamiento que borra marcas temporales y particulares, mostrando a los protagonistas (el gaucho, el indio) en “comunión” con su entorno, reflejándose uno en el otro y en ambos aquello que es concebido como propio del espíritu de la nación. Estas imágenes, lejos de mostrarnos una realidad concreta, abordan su concepción de lo identitario desde un espiritualismo idealista a partir del que, según Diana Wechsler, “(…) se cristaliza lo social, se desdibuja toda posible conflictividad y se omiten las variedades regionales (…)” (Wechsler, 1999: 280). El Nativismo tuvo una vida larga en nuestro campo artístico. Marta Penhos ha estudiado las ediciones del Salón Nacional de Bellas Artes (una de las instituciones de mayor relevancia a la hora de dar cuenta de las líneas estéticas legitimadas) durante la primer mitad del siglo XX en función de dar cuenta del nivel de visibilidad de esta tendencia (Penhos, 1993 y 1999). La autora demuestra como, organizado en un conjunto de tipologías estables (la galería de tipos, el nativo en su entorno, el desnudo femenino) el Nativismo mantiene una presencia estable durante todo el período y acapara en más de una ocasión las distinciones que ofrece la institución (siendo uno de los casos más emblemáticos el primer premio en pintura otorgado en 1924 a “La chola desnuda” de Alfredo Guido). Por otra parte, el Salón Nacional también fue un índice de políticas culturales que, a lo largo de este amplio período, favorecieron al arte nativista: Andrea Giunta demuestra esto cuando, en su análisis sobre el campo artístico durante los primeros años del peronismo, menciona la creación del Premio Adquisición Presidente de la Nación Argentina y los premios ministeriales, orientados a la adquisición de obras vinculadas con el carácter de estas entidades gubernamentales (lo que hacía de esperar que, por ejemplo, el Ministerio del Interior y el de Agricultura privilegiaran opciones nativistas) (Giunta, 1999). Es importante notar que, más allá de la existencia de esta línea estética consolidada, la pregunta por lo nacional en el arte siguió siendo un tema vital a lo largo del siglo para otras tendencias. Diana Wechsler afirma que, durante los años de irrupción del llamado arte nuevo, las nuevas agrupaciones despliegan estrategias para insertarse en el campo por múltiples vías, ya sea desde los espacios privados (galerías) o públicos (Salón); entre las líneas de acción se cuenta la construcción de una plataforma discursiva (representada principalmente por la revista Martín Fierro) desde la cual plantear una oposición directa con el arte anterior (Wechsler, 1998). No obstante, la misma autora ha afirmado que, en relación al paisaje como tema pictórico, la posición moderna no ofrece una contraimagen tan clara: si bien críticos alineados con la novedad rechazan a estos viejos artistas (entre los que Fader está a la cabeza), no cuestionan la idea de la centralidad del paisaje dentro de la búsqueda de un arte que exprese el espíritu nacional (Wechsler, 1991). También podemos ver, si nos remitimos a textos de la época, que lo nativo es considerado por varios modernos como un tema viable para su propuesta estética. Podemos encontrar un ejemplo de ello en el teórico Romualdo Brughetti, uno de los defensores del arte moderno, que en su libro De la jóven pintura rioplatense afirma que en los iniciadores de un arte nuevo (entre los que destaca a Figari y a Gómez Cornet) se encuentra el principio de un camino que plantea la superación del esteticismo de las vanguardias europeas para llenar la nueva sensibilidad de un sentido profundo que nace del vínculo entre el hombre americano y la tierra (Brughetti, 1942). En definitiva, esto nos plantea a lo nativo como terreno de disputa, dominado por una estética vinculada al nacionalismo cultural que es puesta en cuestión por las corrientes de vanguardia, desde las que aparecen nuevas maneras de abordar el problema. Luego de este breve recorrido historiográfico, podemos dedicarnos a seguir el rumbo del nativismo por fuera de la especificidad del campo artístico. Lo nativo en las revistas ilustradas. Los casos de Nativa, la Revista Geográfica Americana y Aconcagua Las revistas ilustradas han sido tema de análisis de varios autores1. La diversidad de publicaciones existentes durante la primera mitad del siglo XX y el amplio público por el que circularon nos ofrecen una oportunidad para estudiar un universo de representaciones vigentes en la sociedad de la época. La profusión de imágenes que podemos encontrar en estas publicaciones da cuenta del peso de lo visual en la construcción simbólica de estos imaginarios. Para este estudio he seleccionado tres revistas que se constituyen como tres ejemplos de orientaciones editoriales diferentes: Nativa, la Revista Geográfica Americana y Aconcagua. La primera coincidencia entre ellas nos da el marco temporal del análisis: las tres coexisten durante la década de 1930. Sin embargo, como veremos, sus enfoques y contenidos no coinciden. Esto quizás hace más curiosa a la segunda coincidencia: en cada una de ellas podemos encontrar elementos visuales asociables con la estética del arte nativista. Desarrollaré este punto ahora en cada caso. La revista Nativa es quizás el objeto en el que esta presencia es más evidente. Publicada mensualmente entre los años 1924 y 1964, la revista se presenta a si misma como una “empresa patriótica”: su director, Julio Diaz Usandivaras, pretende transformar a la publicación en “(…) un exponente poderoso de la tradición campera, cuyo culto se lo rinden los sanos espíritus patrióticos”2. Esta declaración da cuenta de una toma de posición al interior del campo cultural. Según Paula Hrycyk, la revista se construye a si misma como órgano de difusión de un ideario nacionalista nacido alrededor de las figuras intelectuales del Centenario que, rechazando los efectos de la inmigración y la democratización de las prácticas políticas, afirman la necesidad de consolidar y defender la identidad nacional de los efectos disipadores que la amenazan (Hrycyk, 2011). En el contexto de esta defensa sobre una identidad telúrica y esencial, el arte ocupa un lugar central en la constitución de un ideario nacionalista; por ende, la revista se atribuye a si misma el papel de tutora cultural de sus lectores. El aparato visual desplegado por Nativa es uno de sus puntos más notorios; profusamente ilustrada, la revista construye lo que Hryrcyk ha leído como una serie iconográfica que, en conjunción con los artículos, reesfuerza el propósito global de la publicación. Las artes plásticas ocupan un lugar destacado en la revista. En cada edición, la portada está dominada por una reproducción de una obra pictórica que aborda un tema del abanico nativista: el paisaje rural y el gaucho son los temas más repetidos, aunque encontramos a veces escenas de la vida urbana, frecuentemente vinculadas al trabajo y la vida de las clases populares (figura 1). Entre sus autores encontramos nombres legitimados al interior del campo artístico, como son Carlos Ripamonte, José Malanca, Isoleri Pescetto, Fernando Pascual Ayllón, Ceferino Carnacini, y Quinquela Martín, entre otros. Estas portadas se complementan con notas 1 2 Entre ellos, podemos citar a (Malosetti Costa y Gené, 2009) y (Artundo, 2008). Usandivaras, Julio, “A los lectores y al público”, en Nativa, nº 1, enero de 1924. al interior de la revista, generalmente en la sección “Arte argentino” (que era frecuentemente redactada por el mismo Usandivaras), en las que se realiza un elogio de la trayectoria del artista destacado en portada, presentado como un valor dentro del conjunto de la plástica que representa el espíritu nacional. Pero la aparición de imágenes de corte nativista no termina aquí. En algunos números podemos encontrarnos también con reproducciones de obras de índole nacionalista presentes en colecciones de museos del país 3 o en exhibiciones y salones en curso 4 . De este modo, a partir de los mecanismos de selección que despliega por sobre las tendencias del campo artístico, Nativa opera como un agente que elabora un discurso posicionado sobre la plástica nacional, otorgándole a su vez al conjunto elegido una coherencia y visibilidad acordes al proyecto de difusión que la revista aspira a cumplir. El rol de la imagen en Nativa no está únicamente ligado a la reproducción de obras. Los elementos del Nativismo se despliegan en dos vertientes más: las ilustraciones y las fotografías. Prácticamente no se encuentran en la revista artículos que no sean acompañados al menos de una imagen. Entre los que no hablan de temas del ámbito de la plástica, lo más frecuente es encontrar una ilustración vinculada a su temática. Los motivos que más se repiten son dibujos de paisajes, escenas de la vida rural o tipos regionales; también es frecuente encontrar pequeñas guardas o motivos que remiten al arte indígena de nuestro país (figura 2). En algunos casos la ilustración llega a transformarse en un tema en si mismo, como se ve en las páginas en las que se exhiben muestrarios de tipos sociales, completamente tipificados según las reglas de la estética nativista5. En cuanto a la fotografía, se la emplea mayormente en los artículos que refieren al paisaje de localidades de distintos puntos de la Argentina, a los que la revista describe siempre como rincones característicos de la identidad patria. Resulta notorio como las fotografías emulan los códigos que se encuentran en la pintura de paisajes: composiciones apaisadas que suelen mostrar escenas de la pampa rural, la sierra cordobeza, o el noroeste andino, en donde la presencia humana (mayormente gauchos y ranchos) se encuentra empequeñecida y entremezclada con el ambiente6. En definitiva, esta batería de imágenes dialoga con la selección exhibida de obras artísticas, extrapolando las categorías y criterios artísticos a una instancia visual más amplia, que dota de una coherencia en si misma al proyecto de la revista. El caso de la Revista Geográfica Americana (RGA) reviste particularidades diferentes. La revista comienza a ser editada mensualmente en el año 1933 por iniciativa de José Anesi (licenciado en estudios clásicos y dueño de una editorial cartográfica) y tendrá continuidad hasta el año 19567. De acuerdo con Perla Zusman, la RGA (cuyo diseño y contenidos guardan una similitud notable con la contemporánea National Geographic) se presentaba como una publicación que, a través de su tratamiento sobre las regiones, localidades y etnias que componen nuestro país, contribuía a la construcción de una idea de nación moderna, unificada mediante el conocimiento la difusión de su acervo paisajístico (lo que alimentaba, a su vez, a la práctica turística en notable expansión); además, la RGA proponía una imagen de una 3 “Episodios nacionales (cuadros existentes en el museo de Luján)”, en Nativa, nº 76, mayo de 1930. “Cuadros premiados en el último Salón de Acuarelistas, Pastelistas y Grabadores”, en Nativa, nº 79, julio de 1930. 5 Por ejemplo: “Tipos populares de Salta”, en Nativa, nº 89, agosto de 1930. 6 Algunos ejemplos de este empleo de la fotografía se hayan en los siguientes artículos: “El barrio de San Vicente” (nº 78, julio de 1930), “El sosneado del sur mendocino” (nº 80, agosto de 1930), “San Lorenzo” (nº 81, septiembre de 1930), “Paisajes andinos” (nº 81, octubre de 1930). 7 A efectos de nuestro estudio, es relevante mencionar que la revista mantiene la estructura que presenta desde sus inicios hasta el año 1939; la fundación de la Sociedad Geográfica Argentina en ese año suscitará el rediseño de la publicación. 4 América unificada, lo que podía contribuir a generar lazos más fluidos con Estados Unidos a través de su política del Panamericanismo (Zusman, 2011). En la revista, el componente visual ocupa un lugar central: esto queda explicitado en cada una de las tapas, donde podemos encontrar la cantidad de imágenes a color y en blanco y negro contenidas en el interior. Como es esperable, la fotografía de paisajes es uno de los temas privilegiados en este universo visual y las implicancias que esto tiene para este estudio son mayores. Ya se advierte el diálogo con el campo artístico desde el primer número, donde el mismo Anesi advierte que la misión de la RGA consiste en contribuir al “conocimiento de los lugares pintorescos y típicos de la Argentina”8. En este mismo sentido, Zusman ha destacado que el componente estético es un elemento relevante en los paisajes presentes en la RGA, en contraposición a aquellos construidos por la Sociedad Argentina de Estudios Geográficos en los que, a la manera de las escuelas americana y alemana del paisaje, los elementos morfológicos pretenden excluir cualquier tipo de valoración subjetiva (Zusman, 2011). Es justamente en la dimensión compositiva de las fotografías de paisajes donde se observa esta afinidad con la estética nativista: la profundidad de campo acentuada por elementos que generan una lectura sucesiva de planos (cardones en el norte, árboles en los paisajes serranos y del sur), figuras humanas escasas y empequeñecidas por su entorno, horizontes enmarcados por cadenas montañosas o insinuando la infinitud de la llanura pampeana (figura 3). Pero el vínculo con el Nativismo se evidencia a través de una vía más. En el artículo ya citado, Anesi afirma que las obras artísticas “(…) contribuyen a hacer comprender mejor el espíritu del paisaje que las más perfectas máquinas modernas”. Esto justifica la inclusión de artículos dedicados a reseñar el trabajo de artistas paisajistas9 o incluir obras plásticas como ilustraciones de artículos10 (figura 4). Pero además, da cuenta de una estrategia de parte de la revista. Al apropiarse del discurso de las obras plásticas, la revista se apoya sobre la tradición legitimada del nativisimo y, de este modo, justifica la introducción de sus criterios estéticos. El último caso, la revista Aconcagua, nos sitúa en otro contexto discursivo. Si bien no conozco el lapso de existencia de esta publicación, su primer número aparece con certeza en enero de 1930. El director Félix Foullier la presenta como “revista de la vida argentina”, de corte periodístico general, ubicándola de este modo entre el conjunto de revistas ilustradas de variedades, entre las que el semanario Caras y Caretas (1898 – 1939) se constituye como uno de los ejemplos más difundidos (y estudiados). A su modo, Aconcagua abordó la cuestión de la construcción de un imaginario nacional: “Queremos que Aconcagua sea, en el hogar común, la revista predilecta de todos, pero queremos también que cuando salve las fronteras de la patria, sea un exponente de cultura, de progreso y de belleza, digno de la grandeza argentina”11. La revista se piensa a si misma desde su génesis como una publicación embajadora, encargada de representar los valores sociales y culturales de nuestro país. Entre los temas abordados, el arte tiene un lugar asiduo. Desde su abordaje como revista de variedades, las notas de Aconcagua proponen una mirada de panorama sobre le campo artístico, dando lugar a una muestra de las tendencias existentes al interior del campo, sin efectuar un posicionamiento a favor de alguna. Así, si bien podemos 8 “El encanto del paisaje argentino”, en Revista Geográfica Americana, Buenos Aires, nº 1, octubre de 1933. 9 Por ejemplo: “Nahuel Huapi en la visión de un artista”, en Revista Geográfica Americana, nº 11, agosto de 1934. 10 Entre ellos, pueden citarse: “La llanura bonaerense” (nº 13, octubre de 1934), “Las serranías cordobesas” (nº 14, noviembre de 1934), “La Quebrada de Humahuaca” y “El lago Titicaca y sus características” (nº 24, septiembre de 1935). 11 “Palabras propias. En la liza”, en Aconcagua, nº1, Buenos Aires, enero de 1930. encontrar notas dedicadas a artistas relacionados con el Nativismo 12 , también los modernos tuvieron su lugar13. También es notable la aparición de notas dedicadas a arte de otros tiempos y de variadas procedencias14. En el concierto de valores y prácticas que teje la revista, el campo artístico es retratado en su pluralidad de posiciones; las disputas entre cada tendencia resultan suavizadas por un tratamiento editorial que presenta los artistas activos como casos en si mismos, cada uno aportando a la construcción de una escena artística nacional en la cuestión de hegemonía queda eludida por la revista. Hay una serie de artículos en Aconcagua que nos permiten trazar el vínculo con el Nativismo (y que acercan a este caso a las reflexiones planteadas para la RGA). Una de las secciones más repetidas de la revista está dedicada al paisaje del país: a lo largo de cada número se van desplegando artículos sobre algunos de los puntos más emblemáticos de la geografía argentina (las cataratas de Iguazú, la Quebrada de Humahuaca, el lago Nahuel Huapi), profusamente ilustradas con fotografías que replican los códigos provenientes de la pintura de paisajes (figura 5). Nuevamente podemos encontrar marcas discursivas que orientan estos artículos hacia una posición nacionalista. En el primer número de la revista, la nota que inaugura el segmento dice: “Dentro del vasto programa de Nacionalismo integral que define el espíritu de ACONCAGUA, dará ésta, como es lógico, particular importancia al conocimiento de nuestro propio suelo, destacando así, al par de sus incalculables posibilidades, la múltiple sugestión de su natural belleza”15. No creo que deba entenderse esta apelación al nacionalismo en un sentido similar al que encontramos en Nativa; no hay en este último caso una apelación a las ideas de los intelectuales del Centenario ni una insistencia tan grande en la iconografía regionalista. En cambio, la posición se aproxima a la de la RGA en su posicionamiento frente al fenómeno del turismo, según queda expreso en un artículo del año inicial de la revista: “ACONCAGUA, órgano patriótico de la vida nacional, no puede permanecer impasible ante la seria anomalía que significa la huída de los viajeros argentinos al extranjero, y se propone a partir de este número, encauzar la atención de ellos hacia la infinidad de bellísimas regiones que posee nuestra nación”16. Esta cercanía de ambas revistas respecto de esta problemática parece ser una causa factible de sus similitudes en el manejo de la imagen fotográfica. Consideraciones finales Quisiera en este punto, luego del recorrido realizado, plantear algunas reflexiones generales acerca de los tránsitos de imágenes y discursos que rastreamos. El orden en el que efectuamos el seguimiento, desde el campo artístico hacia las revistas ilustradas, reviste un sentido de lectura. En el inicio del texto recordé que, lejos de ser meras “ilustraciones” de procesos históricos, las imágenes son productos de procesos y tradiciones que las constituyen como objetos con una dinámica propia; su génesis no es el desprendimiento de un contexto socio histórico sino un proceso al interior de ese contexto, con el cual establece diálogos y tensiones. De este modo, 12 Por ejemplo: “El artista José Martorell” (nº 2, febrero de 1930), “Dos pintores regionales” (nº 3, marzo de 1930), “El pintor Adolfo Montero” (nº 4, abril de 1930). 13 Algunas notas: “Una visita al taller de Fioravanti” (nº 3, marzo de 1930), “El futurista Petorutti en la dirección del Museo Provincial de Bellas Artes” (nº 17, junio de 1931), “Los grandes pintores de América: Pedro Figari” (nº 18, julio de 1931). 14 “Los Incas nos han legado esculturas de alto valor artístico” (nº 2, febrero de 1930), “Estampas de Alberto Durero” (Nº4, abril de 1930), “Motivos decorativos en el instrumental lítico de la Patagonia prehistórica” (nº 8, agosto de 1930). 15 “Paisajes argentinos. El Iguazú”, en Aconcagua, nº 1, enero de 1930. 16 “Es obra patriótica fomentar el turismo en nuestro país”, en Aconcagua, nº 11, diciembre de 1930. reconstruir el desarrollo específico del Nativismo para luego ver su vínculo con el campo más amplio de la cultura implica considerar a estas imágenes en su condición de “artefactos”, que ofrecen una respuesta en términos visuales a interrogantes circulantes en una determinada época. Posiblemente esta sea una vía que nos permita explicar la pervivencia y expansión de la estética del Nativismo durante un período tan amplio del siglo pasado. Las revistas elegidas no agotan el mundo de las publicaciones que podrían ser objeto de un estudio de este tipo. Pero, a pesar de lo breve, la aproximación ensayada en este texto puede señalar un hecho llamativo: si las tres publicaciones se posicionan en lugares tan distantes entre si en el mundo de la prensa, la convergencia alrededor de la cuestión del paisaje y lo regional adquiere entonces mayor brillo. El tema adquiere una dimensión mayor en la que las artes plásticas ocuparon un lugar simbólico relevante. Creo que es posible pensar que si estas publicaciones precisan seguir recurriendo a estos códigos visuales, se debe a que la estética del Nativismo continúa proporcionando en la década de 1930 un conjunto de representaciones y fórmulas que la sociedad argentina considera válidos, aún cuando al interior del campo artístico la posición de esta corriente tradicional está siendo disputada por el arte nuevo, que adquiere cada vez mayor visibilidad y se hace del capital específico del ámbito. A pesar de ser desplazadas gradualmente hacia el ámbito de lo antiguo y obsoleto en materia artística, las soluciones del Nativismo encuentran una continuidad a través de otros ámbitos. Concebidas de este modo, las imágenes se alejan del concepto de ilustración para transformarse en enunciados que, desde el campo de la cultura, dialogaron con un proceso que atravesó a múltiples esferas de lo social: la construcción de la identidad nacional. Bibliografía citada ARTUNDO, Patricia (dir.) (2008), Arte en revistas. Publicaciones culturales en la Argentina 1900-1950, Buenos Aires, Beatriz Viterbo BRUGHETTI, Romualdo (1942), De la joven pintura rioplatense, Buenos Aires, Ediciones Plástica BURKE, Peter (2001), Visto y no visto. El uso de la imagen como documento histórico, Barcelona, Crítica HRYCYK, Paula Cecilia (2011), “Nacionalismo telúrico y discurso plástico. La revista Nativa y su propuesta estético-política en l Argentina de los albores de los 30”, en: Revista Eletrônica da NPHLAC, nº 11, julio/diciembre GIUNTA, Andrea (1999), “Las batallas de la vanguardia entre el peronismo y el desarrollismo”, en: Burucúa, José Emilio (comp.), Nueva Historia Argentina. Arte, sociedad y política (tomo 1), Buenos Aires, Sudamericana [2010] MALOSETTI COSTA, Laura y GENÉ, Marcela (comps.) (2009), Impresiones porteñas. Imagen y palabra en la historia cultural de Buenos Aires, Buenos Aires, Edhasa MUÑOZ, Miguel Ángel (1995), “El ‘arte nacional’: un modelo para armar”, en: El arte entre lo público y lo privado. VI jornadas de Teoría e Historia de las Artes, Buenos Aires, CAIA --- (1998), “Un campo para el arte argentino”, en: Wechsler, Diana (coord.), Desde la otra vereda. Momentos en el debate por un arte moderno en la Argentina (1880-1960), Buenos Aires, Ediciones del Jilguero --- (1999) “Obertura 1910: la Exposición Internacional de Arte del Centenario”, en: Penhos, Marta y Wechsler, Diana (coord.), Tras los pasos de la norma. Salones Nacionales de Bellas Artes (1911-1989), Buenos Aires, Ediciones del Jilguero PENHOS, Marta (1993), “Indios de salón: aspectos de la presencia de lo nativo en el Salón Nacional [1911-1945]”, en: Arte y poder. V jornadas de Teoría e Historia de las Artes, Buenos Aires, CAIA, FFyL-UBA --- (1999), “Nativos en el salón. Artes plásticas e identidad en la primera mitad del siglo XX”, en: Penhos, Marta y Wechsler, Diana (coord.), Tras los pasos de la norma. Salones Nacionales de Bellas Artes (1911-1989), Buenos Aires, Ediciones del Jilguero WECHSLER, Diana (1991), “Paisaje, crítica e ideología”, en: Ciudad-campo en las artes de Argentina y Latinoamérica, III jornadas de Historia y Teoría de las Artes, Buenos Aires, CAIA --- (1998), “Nuevas miradas, nuevas estrategias, nuevas contraseñas”, en: Wechsler, Diana (coord.), Desde la otra vereda. Momentos en el debate por un arte moderno en la Argentina (1880-1960), Buenos Aires, Ediciones del Jilguero --- (1999), “Impacto y matices de una modernidad en los márgenes. Las artes plásticas entre 1920 y 1945”, en: Burucúa, José Emilio (comp.), Nueva Historia Argentina. Arte, sociedad y política (tomo 1), Buenos Aires, Sudamericana [2010] ZUSMAN, Perla (2011), “Educando la imaginación geográfica en el marco del Panamericanismo. La revista Geográfica Americana en la década de 1930”, trabajo presentado en las 2º Jornadas de Ciencias Sociales. Espacios, culturas e identidades, Buenos Aires, UNSAM, 17 de junio Fuentes Revista Nativa, años 1924 – 1940, Buenos Aires. Archivo de la Biblioteca Ricardo Güiraldes Revista Geográfica Argentina, años 1933 -1939, Buenos Aires. Archivo de la Biblioteca del Instituto de Geografía “Romualdo Ardissone”, FFyL, UBA Revista Aconcagua, años 1930 – 1931, Buenos Aires. Archivo Fundación Espigas Apéndice de imágenes Figura 2: ilustración presente en Nativa Figura 1: ejemplo de portada de Nativa Figura 3: fotografía de paisaje en la RGA Figura 5: fotografía de paisaje en Aconcagua Figura 4: pintura como ilustración de artículo en la RGA 4 Historiofotía y cine no histórico en la representación de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto Gilda Bevilacqua (Instituto Interdisciplinario de Estudios e Investigaciones de América Latina, Facultad de Filosofía y Letras, UBA) Correo electrónico: [email protected] Introducción En las prácticas historiográficas actuales, generalmente, se aborda la relación entre el cine y la Historia de un modo en que no todas las ficciones cinematográficas relativas a lo pasado humano son capaces de construir discursos válidos para el conocimiento histórico. La noción de “cine histórico” ha dado lugar a trabajos sólo sobre ficciones a las que se adjudica validez porque son consideradas representaciones acordes al contenido provisto por la ciencia histórica moderna. Hayden White, en “Historiografía e historiofotía”, nos advierte que los historiadores “no hemos explotado en profundidad las posibilidades del uso de imágenes como medio principal de la representación discursiva”, y analiza estas posibilidades a través del concepto de “historiofotía”, al cual define como “la representación de la historia y nuestro pensamiento acerca de ella en imágenes visuales y discurso fílmico”.1 Sin embargo, entendido así, este concepto parece estar sujeto a la noción de “cine histórico”, que, de hecho, White analiza cuando presenta las problemáticas surgidas a raíz del trabajo de Robert Rosenstone sobre el tema.2 Entendemos que el vínculo tácito entre historiofotía y cine histórico limita las potencialidades de la teoría de White en relación a las herramientas que provee la teoría literaria para el análisis de la escritura de la historia (por ejemplo, la tropología). Si el aporte del cine al conocimiento de lo pasado está supeditado a ser sólo fuente histórica y representación audiovisual de las interpretaciones de la historiografía académica moderna, como en el cine histórico, no podríamos tener en cuenta películas que construyen sentidos sobre lo pasado sin que su aporte esté sujeto fielmente al corpus de la historiografía. Por ello, encontramos necesario repensar la noción de cine histórico, para, luego, trabajar en un desarrollo alternativo del concepto de historiofotía, entendida ahora como un nuevo modo de concebir, analizar y presentar relatos cinematográficos válidos para el conocimiento sobre lo pasado humano. Trabajaremos esta problemática mediante el análisis de dos representaciones de “acontecimientos modernistas”3, la Segunda Guerra Mundial (en adelante SGM) y el Holocausto, en las películas Doce del patíbulo (Robert Aldrich, 1967) y Bastardos sin gloria (Quentin Tarantino, 2009). Ambas podrían clasificarse como cine “no histórico”, pero, sin embargo, construyen sentidos que habilitan aportes relevantes al conocimiento de estos eventos. Por un lado, nos sirven para revisar los sentidos y conocimientos 1 Hayden White. “Historiografía e historiofotía”, en Hayden White. Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica; Buenos Aires, Prometeo Libros, 2010, pág. 217-218. 2 Ver Robert Rosenstone. El pasado en imágenes. El desafío del cine a nuestra idea de la historia; Barcelona, Ariel, 1997. 3 Para White, estos acontecimientos son eventos propios del siglo XX, que lo hacen diferente de los anteriores, ya que sólo en este siglo “fueron consagradas todas las implicaciones de la industrialización (expansión masiva de la población, urbanización y economías internacionales) y sus efectos (hambruna masiva, ciclos económicos de alzas y caídas, contaminación de la ecoesfera, guerras mundiales y muertes masivas gracias a armas tecnológicas como la bomba de hidrógeno)”, ver, Hayden White. “El posmodernismo y las ansiedades textuales”, en Hayden White. Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica; Buenos Aires, Prometeo Libros, 2010, pág. 154. producidos por interpretaciones historiográficas previas y/o coexistentes. Por otro, nos permiten trabajar en la construcción de un nuevo tipo de conocimiento histórico al utilizar otras metodologías de investigación y, junto con ellas, desarrollar una forma de entender “lo histórico” diferente a la estipulada por la ciencia histórica moderna. Aplicaremos, en el análisis de estos films, la teoría crítica de la narración histórica desarrollada por White, y trataremos de demostrar cómo, desde la pareja tropo-trama ironía-parodia, ambas películas nos conducen a nuevos caminos, a través de los aportes mencionados. Por otro lado, señalaremos cómo, para la representación del tipo de acontecimientos modernistas que ofrecen estos films, el cine (y no sólo el histórico, que tampoco escapa a los tropos y las tramas) posee un lenguaje que tiene virtudes diferentes muy importantes con respecto a la representación escrita. Además, pareciera necesario que la ciencia histórica contemple, en alguna medida, el plano expresivo del cine, su capacidad de poder dar cuenta de aquello inefable que la ciencia no puede traer a la luz porque lo busca en la realidad, pero en verdad sólo existe cuando es expresado en la experiencia o en el arte. La Historia en el cine histórico y el cine en la historiofotía En trabajos anteriores, nos focalizamos en dos cuestiones entrelazadas que debemos retomar y profundizar para dar cuenta de nuestro problema actual. Primero, analizamos cómo la noción de cine histórico restringe la posibilidad de trabajar con un corpus de películas que, si bien no se sujetan plenamente a los conocimientos producidos por la ciencia histórica moderna, en sus distintas vertientes historiográficas, sí construyen y nos transmiten ideas, preguntas e inquietudes que dialogan, no sólo con la historiografía, sino también con nuevos modos de entender y representar acontecimientos de lo pasado humano. En esa ocasión utilizamos como caso de estudio Bastardos sin gloria, y concluimos que esta película nos proponía una nueva visión de la SGM y el Holocausto, diferenciándose de los grandes relatos que podemos encontrar en el cine histórico dramático hollywoodense. No es anti-guerra y no apuesta por la reconciliación. Los héroes son bastardos, sádicos, sin códigos, frente a antagonistas que son igual de brutales y sanguinarios.4 Luego, nos centramos en una idea, enunciada por Michel de Certeau, citada y sostenida por White, según la cual “la ficción es el otro reprimido del discurso histórico”. Y encontramos que lo que se esconde detrás de esta represión es que en todo discurso histórico considerado legítimo por la academia operan y confluyen “el entrecruzamiento de la historia y de la ficción”, “el efecto de realidad” y “el entramado histórico”.5 Presentamos Doce del Patíbulo como ejemplo de film no histórico que, no obstante, produce conocimiento sobre lo pasado, en particular, a partir del carácter irónico-paródico de su entramado narrativo. Allí nos preguntamos, y nos queremos volver a preguntar ahora, ¿qué es lo que permite trazar la frontera que distingue cine histórico de no histórico? Si el contenido siempre se verá alterado por los procedimientos cinematográficos, es decir, si contenido y forma resultan inescindibles en su mutuo condicionamiento, ¿cómo mantener el criterio del ajuste al contenido del relato historiográfico en tanto criterio que permite establecer aquella división?6 Retomaremos algunas de estas problemáticas e introduciremos la noción de historiofotía, trabajada por White. ¿Por qué creemos que la noción de historiofotía, en la 4 Ver, Gilda Bevilacqua. “Del discurso ‘histórico’ al ‘cinematográfico’: Bastardos sin gloria y la construcción de la Historia”, en Fabio Nigra (comp.). Visiones gratas del pasado. Hollywood y la construcción de la Segunda Guerra Mundial; Buenos Aires, Imago Mundi, 2012. 5 Aquí tomamos a Paul Ricoeur, Roland Barthes y Hayden White, respectivamente. 6 Ver, Gilda Bevilacqua. “Doce del patíbulo: la Segunda Guerra Mundial entre lo pasado y lo posible”, en http://www.asaeca.org/actas.php?pg=6&anio=2012 definición de White, está vinculada implícitamente a la noción de cine histórico, tal y como la define y utiliza Rosenstone? ¿Por qué decimos que este vínculo tácito entre historiofotía y cine histórico limita las potencialidades de la teoría de White en relación a las herramientas que provee la teoría literaria para el análisis de la escritura de la historia? Según Rosenstone: “para ser considerado ‘histórico’, un film debe ocuparse, abierta o indirectamente, de los temas, las ideas y los razonamientos del discurso histórico. Por tanto, es obligado a rechazar aquellos largometrajes que utilizan el pasado como un decorado más o menos exótico o lejano para narrar aventuras y amores. (…) debe incardinarse en el corpus de los conocimientos sobre el tema histórico del que se trate y en el actual debate a propósito de la importancia y el significado del pasado”.7 Rosenstone sostiene, también, que no debemos hablar de cine histórico en singular, ya que existen muchas maneras de plasmar la Historia en la pantalla. Las clasificó en tres grandes grupos: como documento, como experimentación y como drama.8 En “Historiografía e Historiofotía”, White desarrolla una serie de comentarios críticos a los aportes de Rosenstone y brinda análisis propios sobre dos cuestiones que este último plantea en sus trabajos y que, según White, deberían ser de fundamental preocupación para los historiadores profesionales. En primer lugar, plantea el problema que conlleva “la relativa adecuación de lo que podríamos llamar ‘historiofotía’ (…) a los criterios de verdad y exactitud que se supone gobiernan la práctica profesional de la historiografía (…). Aquí la cuestión es si es posible ‘traducir’ un relato histórico escrito dado a un equivalente visual-auditivo sin pérdidas significativas de contenido”. 9 El segundo problema que White encuentra tiene que ver con “lo que Rosenstone llama el ‘desafío’ presentado por la historiofotía a la historiografía. (…) ¿Puede la historiofotía trasladar adecuadamente las dimensiones complejas, cualitativas y críticas del pensamiento histórico sobre eventos, las cuales, según Ian Jarvie al menos, es lo que hace de cualquier representación dada del pasado un relato claramente ‘histórico’?”.10 A estos problemas, White responde: “ninguna historia, visual o verbal, ‘refleja’ todos, o incluso la mayor parte de los eventos o escenas de los que se propone ser un relato, y esto es cierto aún en la más estrictamente restringida ‘micro-historia’. Toda historia escrita es producto de procesos de condensación, desplazamiento, simbolización y clasificación, exactamente, como aquellos usados en la producción de una representación fílmica. Es sólo el medio el que difiere, no la forma en que los mensajes son producidos”.11 El autor enfatiza que “como la novela histórica, el film histórico llama la atención en la medida en que es un constructo o, como lo llama Rosenstone, una representación ‘modelada’ de la realidad que los historiadores preferiríamos considerar ser ‘encontrada’ en los acontecimientos mismos o, si no allí, entonces al menos en los ‘hechos’ que han sido establecidos por la investigación de los historiadores sobre los registros del pasado”.12 Por último, sostiene que “las demandas sobre la verosimilitud en las películas que es imposible en cualquier medio de representación, incluyendo a la historia escrita, derivan de la confusión de individuos históricos con clases de ‘caracterización’ de ellos requeridas para propósitos discursivos, ya sea en medios verbales o visuales”.13 7 Robert Rosenstone. El pasado en…, op. cit., pág. 59-60. Ibíd., pág. 47. 9 Hayden White. “Historiografía e historiofotía”, op. cit., pág. 217. 10 Ibídem. 11 Ibíd., pág. 219. 12 Ibíd., pág. 221. 13 Ibíd., pág. 225. 8 Pero, si bien White nos advierte acerca de los problemas e implicancias que tiene la propuesta de Rosenstone, no cuestiona su idea base, el cine histórico, categoría que utiliza explícitamente. Entendemos que el problema está en la propia definición de historiofotía: “la representación de la historia y nuestro pensamiento acerca de ella en imágenes visuales y discurso fílmico”. Cuando dice “representación de la historia”, podemos interpretar que se refiere a una representación del contenido de la historiografía. Y como el objeto de su comparación con la historiografía escrita, y materia prima de análisis, es el film histórico, tal y como lo define y caracteriza Rosenstone, creemos que ahí está el vínculo tácito entre ambos autores y la limitación a la idea de historiofotía. Así, esta noción de historiofotía, vinculada a la noción de cine histórico, parece limitar las potencialidades de la teoría de White en relación a las herramientas que provee la teoría literaria para el análisis de la escritura de la historia. Creemos esto porque justamente el aporte principal de las películas que estamos analizando radica en su prefiguración tropológica y su entramado genérico. Constituyen formas no tradicionales de representar (y repensar) estos eventos modernistas. Estas películas no históricas quedarían afuera de un posible análisis, si seguimos adhiriendo a la noción desarrollada por Rosenstone y sostenida, implícitamente, en la idea de White. El propio Rosenstone advierte que “nadie ha empezado a pensar sistemáticamente sobre lo que Hayden White ha definido como la ‘historiofoto’”.14 Y tampoco White ha seguido desarrollándolo. Por ello, creemos que es necesario ampliar la noción de historiofotía para que podamos incluir en nuestros análisis de “el pasado en imágenes” a aquellas películas que nos hablan de él pero desde formas que escapan al anclaje establecido por Rosenstone. La historiofotía podría trascender al cine histórico para constituirse en un espacio donde investigar y explotar al máximo las potencialidades narrativas y no narrativas que tiene el lenguaje cinematográfico para hablarnos de lo pasado, que, además, como todo lenguaje, está en constante transformación. En esta dirección es que nos parece interesante la observación que hace White al decir que, “cuando se considera la utilidad o adecuación de los relatos filmados de acontecimientos históricos, entonces, sería bueno reflexionar sobre las formas en que un discurso distintivamente en imágenes (imagistic discourse) puede o no transformar la información sobre el pasado en hechos de un tipo específico”.15 Doce del patíbulo, Bastardos –y– sin gloria en la representación de SGM y el Holocausto Doce del patíbulo16 y Bastardos sin gloria17 relatan dos misiones militares que tienen varios puntos en común: el contexto espacio-temporal, la ocupación nazi de Europa occidental en la SGM; el objetivo de la misión, aniquilar como sea a los nazis; 14 Robert Rosenstone. El pasado en…, op. cit., pág. 45. Hayden White. “Historiografía e historiofotía”, op. cit., pág. 222. Los subrayados son del original. 16 Ficha técnica / Título original: The dirty dozen / Año: 1967 / Duración: 145 min. / País: Estados Unidos – Reino Unido / Director: Robert Aldrich / Guión: Nunnally Johnson & Lukas Heller / Música: Frank Devol / Fotografía: Ted Scaife / Reparto: Lee Marvin, Charles Bronson, Donald Sutherland, Ernest Borgnine, George Kennedy, Ralph Meeker, John Cassavetes, Telly Savalas / Productora: MetroGoldwyn-Mayer / Género: bélico / Lenguaje: inglés, alemán, francés, español. 17 Ficha Técnica / Título original: Inglorious Basterds / Dirección: Quentin Tarantino / Actores: Brad Pitt, Mélanie Laurent, Christoph Waltz, Eli Roth, Michael Fassbender / Guión: Quentin Tarantino / Producción: Lawrence Bender / Compañías: Universal Pictures /The Weinstein Company / A Band Apart / Zehnte Babelsberg / Visiona Romantica / Género: Drama / País: Estados Unidos - Alemania / Duración: 153 min. / Idioma: Inglés - Francés - Italiano – Alemán / Año: 2009 / Estreno en Argentina: 3 de septiembre de 2009. 15 su carácter, clandestino, asesino y suicida; su líder y el grupo de protagonistas que tendrá que realizarla, un jefe temerario de alto rango del ejército aliado y un grupo de soldados sucios, bastardos y sin gloria; la caracterización del líder del bando enemigo, Hitler, y de sus seguidores y subordinados, los soldados nazis del Eje, un hombre ridículo, omnipotente, y soldados igualmente sucios, sanguinarios y brutales a los del bando aliado; un final explosivo y espectacular, que no forma parte, en ninguno de los dos casos, del contenido fáctico documentado por la historiografía. Dos historias bélicas que, en definitiva, convergen en su representación irónica y paródica de las características que tradicionalmente se asignaron, en la cinematografía e historiografía, a los dos bandos de la guerra, a las causas y los objetivos que motivaron la confrontación y a su desarrollo y desenlace final. Doce del Patíbulo es una adaptación cinematográfica de la novela titulada The Dirty Dozen, escrita por E.M. Nathanson, convertida en un best-seller luego de su publicación en 1965. Esta novela, a su vez, se inspiró “en un auténtico grupo de paracaidistas que participó en numerosos combates de la SGM, incluido el esencial Día D. ‘Los 13 Roñosos’ podría ser una traducción fiel del apodo que sus camaradas de armas les pusieron a los 101st Airborne Paratroopers, ‘The Filthy Thirteen’, que por una extraña cuestión ritual de fraternidad, o tal vez un raro caso de alergia colectiva al jabón, se negaban a asearse o afeitarse antes de una misión”.18 Pero, Doce del patíbulo nos dice que hubo un grupo reducido de soldados y generales aliados que pelearon con un sentido e interés propio, personal, sobre la guerra; soldados que pelearon una guerra que no sentían propia, en la que no siempre estaba muy claro y demarcado el límite de cuál era el enemigo al que se debía exterminar. Soldados cuyo perfil lejos estaba de hacer mérito a la imagen democrática, liberal, humanitaria y justa que pregonaba la doctrina oficial del bando aliado occidental. Lo mismo vimos con Bastardos sin gloria, en cuyo final, el malo, el coronel nazi Hans Landa con tal de estar del lado vencedor, no muy distinto al perdedor por otra parte, no tiene ningún reparo en cambiar de bandera. Bastardos sin gloria, como guiño a Doce del patíbulo, nos vuelve a presentar también un grupo reducido y secreto del ejército norteamericano que tiene permiso para “torturar y exterminar” a los nazis, en el contexto de la SGM. Este grupo se encuentra en la Francia ocupada con la misión de elaborar y llevar a cabo un plan para asesinar a Hitler. Lo logran y es entonces el ejército estadounidense quien pone fin al conflicto. Nos preguntamos, ¿el asesinato inventado de Hitler invalida la puesta en escena de la persecución nazi a los judíos de las comunidades de la campiña francesa ocupada? ¿Invalida los razonamientos y las reflexiones que puede disparar el conjunto del film y las preguntas que pueden surgir acerca del rol de los norteamericanos y de los aliados en general en la finalización de la guerra? ¿No son presentadas, de todos modos, las fuerzas armadas estadounidenses como las que habilitan el final del conflicto? ¿Cómo pelearon los aliados? ¿De qué manera ganaron? Bastardos… nos habilita a pensar también en lo que significó el final de la guerra que aparece desarrollado, con mayor o menor detalle, en la historiografía académica: el genocidio atómico de Hiroshima y Nagazaki. Entonces, nos preguntamos: ¿es “mejor” torturar y/o matar a unos cientos de soldados y a su líder que masacrar dos pueblos completos? ¿Qué lógicas políticas están detrás de cada una de estas opciones? Las huellas de interdiscursividad e intertextualidad entre lo documentado por la ciencia, la novela y estas películas quedan demostradas, por ejemplo, así: los 13 roñosos “también se cortaban el pelo o se maquillaban al estilo apache, lo que servía perfectamente a los fines de la propaganda bélica que difundía en cada ocasión que se 18 Ver, Alfredo García. “Feos, sucios y malos”, en http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-5502-2009-08-28.html presentara las imágenes de estos bravucones en cuanto noticiero fuera posible. En este sentido, se puede ver un guiño de Tarantino a la verdadera historia detrás de los Doce del patíbulo, ya que el personaje de Brad Pitt, o sea el líder de los Bastardos sin gloria, tiene el sobrenombre de ‘El Apache’ y les pide a sus hombres que le quiten el cuero cabelludo a todas sus bajas enemigas”.19 El contenido de la parodia o la parodia del contenido Si mantenemos el vínculo, aunque tácito, entre la noción de historiofotía y la de cine histórico, estas películas quedarían afuera del corpus de films que podríamos analizar para investigar y aportar conocimiento sobre la SGM y el Holocausto. Con la categoría de acontecimiento modernista, White nos alerta de la necesidad de una continua revisión y reflexión en torno de las formas de la escritura de la historia y las implicancias de sus modos de representación. Indagarnos conduce a pensar acerca de cuáles podrían ser las formas más adecuadas para representar estos acontecimientos, que escapan a la lógica representacional narrativa realista decimonónica de la literatura y también de la ciencia histórica. White propone considerar las características del estilo modernista literario, que Erich Auerbach resume en Mimesis20 y que encuentra en lo que Barthes y Derrida llamaron el estilo de la “voz media”. White, siguiendo a Auerbach, sostiene que este estilo “aún procura representar la realidad ‘realísticamente’, y sigue identificando realidad con historia. Sólo que la historia a la que se enfrenta ya no es la historia que viera el realismo del siglo XIX. Y eso se debe a que el orden social que es el sujeto de esa historia ha padecido una transformación radical”.21 Y los eventos que dieron lugar a esta transformación son los acontecimientos modernistas. Entonces, para dar cuenta de esta transformación, el modernismo “libera al evento histórico de las persuasiones domesticadoras de ‘la trama’, anulando ‘la trama’ misma. (…) muestra cuánto de lo fantástico está contenido en ‘lo real’. (…) no sólo extiende horizontalmente el alcance del evento histórico, permitiéndole tomar contacto con áreas adyacentes del tiempo, sino que también revela su profundidad, mostrando cuántas capas de significado oculta, cuán lábiles son sus pulsiones, cuán resistente es a la concreción”.22 Ni Doce… ni Bastardos… se corresponden con las características del estilo literario modernista. Por el contrario, tienen en común estructuras narrativas entramadas predominantemente como parodias. ¿No podríamos agregar también como una forma adecuada de representación de estos acontecimientos modernistas a estas parodias cinematográficas? Por otro lado, estas películas ¿son sólo parodias en el sentido tradicional del término? ¿O podríamos hacer intervenir para interpretarlas la noción de “parodia postmoderna” elaborada por Linda Hutcheon? Pero, además, ¿no es el cine en sí mismo, y no sólo el cine histórico, un lenguaje que tiene características quizás hasta más apropiadas para dar cuenta de este tipo de acontecimientos? Creemos necesario responder primero afirmativamente este último interrogante, a través de una de las ideas sostenidas por Anton Kaes en su artículo “El Holocausto y el fin de la historia: la historiografía posmoderna en el cine”. Coincidimos con este autor 19 Ver, Alfredo García. “Feos, sucios y malos”, en http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-5502-2009-08-28.html 20 Ver, Hayden White. “La historia literaria de Auerbach. Causalidad figural e historicismo modernista”, en Hayden White. Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica; Buenos Aires, Prometeo Libros, 2010, pág. 52. 21 Hayden White. “El entramado histórico y el problema de la verdad”, en Saul Friedlander (comp.). En torno a los límites de la representación. El nazismo y la solución final; Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 2007, pág. 88. 22 Hayden White. “El evento histórico”, en Hayden White. Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica; Buenos Aires, Prometeo Libros, 2010, pág. 144. en su análisis de las ventajas que tiene el discurso cinematográfico frente al historiográfico a la hora de generar conocimiento sobre los acontecimientos modernistas y con el lugar privilegiado que le otorga al cine ante la necesidad de desarrollar un nuevo tipo de forma para abordarlos y representarlos. Dice así: “Lo que Lyotard le reclama al historiador de Auschwitz, es decir, que escuche ‘lo que no se puede presentar según las reglas del conocimiento’, bien puede ser el dominio legítimo del cineasta; (…) es el cineasta el que puede arrojar alguna luz sobre la imaginación social, por muy perversa que sea, subyacente a los hechos inefables. (…) puede traducir los miedos y los sentimientos, las esperanzas y las desilusiones y las penurias de las víctimas, sin registro ni documento, volcándolas en imágenes preverbales, disparando así recuerdos, asociaciones y emociones que anteceden al razonamiento racional y el discurso lógico-lineal que la escritura historiográfica requiere. Si coincidimos en que el cataclismo masivo que ocurrió hace medio siglo desafía no sólo la descripción histórica y la ponderación cuantitativa, sino también la explicación racional y la articulación lingüística, entonces se impone una nueva forma autorreflexiva de codificar la historia”.23 Y, esta nueva forma, creemos, es la que tiene que desarrollar la historiofotía. Como dice Jacques Rancière, “hay que invertir, entonces, la por demás célebre frase de Adorno que decretaba la imposibilidad del arte después de Auschwitz. Es lo contrario lo que es verdadero: después de Auschwitz, para mostrar Auschwitz, solo el arte es posible, porque siempre es lo presente de una ausencia, porque su trabajo mismo es el de dar a ver algo invisible, a través de la potencia regulada de las palabras y de las imágenes, juntas o disjuntas, porque es, entonces, lo único capaz de volver sensible lo inhumano”.24 Retomemos ahora los interrogantes que quedaron abiertos. ¿Son Doce… y Bastardos… parodias postmodernas? En ese caso, ¿no podríamos agregar también como una forma, si no adecuada al menos posible, de representación de los acontecimientos modernistas a las parodias posmodernas cinematográficas? La parodia postmoderna es, siguiendo a Hutcheon, “fundamentalmente irónica y crítica en su relación con el pasado, no nostálgica o semejante a un anticuario. Desnaturaliza nuestros supuestos sobre esas representaciones de ese pasado (…) es desconstructivamente crítica y constructivamente creativa a la vez, haciendo paradójicamente que tengamos conciencia tanto de los límites como de los poderes de la representación –en cualquier medio”. 25 Hutcheon señala también diferencias importantes en el impacto de dos empleos distintos de la parodia, el empleo modernista y el postmodernista. Dice: “La del postmodernismo es una ironía que ‘a diferencia de la ironía balanceada y solucionadora del modernismo, se niega a satisfacer la expectativa de clausura o a proporcionar la certeza distanciadora que la tradición literaria [y artística] ha inscrito en la conciencia colectiva de los lectores occidentales’ –y de los espectadores occidentales. Los supuestos no reconocidos de esa ‘conciencia colectiva’ son lo que el postmodernismo se propone revelar y deconstruir: supuestos sobre la clausura, la distancia, la autonomía artística, y la naturaleza apolítica de la representación”.26 23 Anton Kaes. “El Holocausto y el fin de la historia: la historiografía posmoderna en el cine”, en Saul Friedlander (comp.). En torno a los límites de la representación. El nazismo y la solución final; Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 2007, pág. 315. Los subrayados son nuestros. 24 Jacques Rancière. Figuras de la historia; Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2013, pág. 47. 25 Linda Hutcheon. “La política de la parodia postmoderna”, en Criterios, La Habana, edición especial de homenaje a Bajtín, julio 1993, pág. 5-6. 26 Ibíd., pág. 7. La ironía y la parodia, en sus empleos postmodernos, evidencian el juego de la intertextualidad y de la interdiscursividad que podemos encontrar en todo discurso social27 y por ello en todo discurso sobre lo pasado. Allí, encontramos una de las aristas de los aportes de estas películas al conocimiento que señalábamos al principio. Doce… y Bastardos… pertenecen más a esta forma postmoderna que a parodias entendidas en su acepción genérica tradicional o en el del empleo moderno distinguido por Hutcheon. Porque, mediante esta trama paródica postmoderna, redoblan la mirada crítica de los relatos sobre los eventos modernistas. Juegan con el componente fáctico de la historiografía moderna, no intentan reproducirlo, y por esto no quedan atadas a la misma noción de historia, como queda sujeta la noción de cine histórico. Trabajan con la representación de la SGM y el Holocausto de un modo multiplicador de sentidos, a la vez que abierto a la interrogación y reflexión continua sobre ellos. Esto permite no clausurarlos y mantenerlos en diálogo con lo decible y lo dicho, con lo conocido y con lo por conocer. Por ello, creemos que, si bien no por el mismo camino que el estilo modernista o la voz media que plantea White, llegamos a un propósito similar, que es el de no crear y brindar representaciones completas y acabadas, unidireccionales y concluyentes, sino más bien generar como horizonte lo abierto. Así, habilitaríamos la reflexión de que la verdad de lo pasado en la historia es una búsqueda que necesariamente no se consigue de una vez y para siempre, porque esa verdad de lo pasado está inextricablemente vinculada a una pregunta que se formula desde un presente, siempre movedizo, y que no tiene un borde preciso más que el impuesto por el orden, léase, el ordenamiento de nuestro lenguaje y su versión predilecta, el de la ciencia. Entonces esa pregunta va a ser siempre diferente a la vez que la misma, y eso es lo que habilita la posibilidad de la memoria y de la no caducidad de lo pasado en un relato que lo degluta y expulse, dejándolo así afuera del devenir y fluir de la historia. Conclusión (hacia una noción alternativa de historiofotía) Doce… y Bastardos…, a través de la ironía y la parodia, presentan acontecimientos modernistas de un modo diferente al relato bélico tradicional del cine histórico dramático hollywoodense. Pero también, distinto del estilo modernista que plantea White. Estos films son ejemplos de una forma alternativa. Hutcheon la denominó parodia postmoderna. Creemos entonces que es necesaria una noción alternativa de historiofotía, que se despegue de la idea positivista de historia que tiene la ciencia moderna. Preferiríamos que la entienda como discursos y relatos sobre acontecimientos sucedidos en lo pasado, construidos y presentados a través del lenguaje cinematográfico. Así, encontraríamos, más sencilla y asiduamente, herramientas teóricas diversas para trabajar con los problemas y aprovechar mejor las virtudes de entender el conocimiento histórico como una interrelación de lenguajes distintos que tienden a la construcción de la historia, y en la que la historiofotía tendría mucho para aportar. Si ampliamos sus posibilidades analíticas y la abrimos explícitamente a todo film que de algún modo u otro nos hable de lo pasado, podríamos dar cuenta de películas que todavía hoy son catalogadas como no históricas, y dejadas fuera de “La Historia”. Bibliografía Alfredo García. “Feos, sucios y malos”, en http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/radar/9-5502-2009-08-28.html 27 Marc Angenot. El discurso social. Los límites históricos de lo pensable y lo decible; Buenos Aires, Siglo XXI, 2010, pág. 24-25. Anton Kaes. “El Holocausto y el fin de la historia: la historiografía posmoderna en el cine”, en Saul Friedlander (comp.). En torno a los límites de la representación. El nazismo y la solución final; Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 2007. Gilda Bevilacqua. “Del discurso ‘histórico’ al ‘cinematográfico’: Bastardos sin gloria y la construcción de la Historia”, en Fabio Nigra (comp.). Visiones gratas del pasado. Hollywood y la construcción de la Segunda Guerra Mundial; Buenos Aires, Imago Mundi, 2012. Gilda Bevilacqua. “Doce del patíbulo: la Segunda Guerra Mundial entre lo pasado y lo posible”, en http://www.asaeca.org/actas.php?pg=6&anio=2012 Jacques Rancière. Figuras de la historia; Buenos Aires, Eterna Cadencia, 2013. Linda Hutcheon. “La política de la parodia postmoderna”, en Criterios, La Habana, edición especial de homenaje a Bajtín, julio 1993. Marc Angenot. El discurso social. Los límites históricos de lo pensable y lo decible; Buenos Aires, Siglo XXI, 2010. Hayden White. “El entramado histórico y el problema de la verdad”, en Saul Friedlander (comp.). En torno a los límites de la representación. El nazismo y la solución final; Buenos Aires, Universidad Nacional de Quilmes, 2007. Hayden White. “El evento histórico”, en Hayden White. Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica; Buenos Aires, Prometeo Libros, 2010. Hayden White, “El posmodernismo y las ansiedades textuales”, en Hayden White. Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica; Buenos Aires, Prometeo Libros, 2010. Hayden White. “Historiografía e historiofotía”, en Hayden White. Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica; Buenos Aires, Prometeo Libros, 2010. Hayden White. “La historia literaria de Auerbach. Causalidad figural e historicismo modernista”, en Hayden White. Ficción histórica, historia ficcional y realidad histórica; Buenos Aires, Prometeo Libros, 2010. Robert Rosenstone. El pasado en imágenes. El desafío del cine a nuestra idea de la historia; Barcelona, Ariel, 1997. 5 Hacia una semiótica no iconográfica de la imagen: uso de la imagen en el relato histórico, en clave a los enfoques de Georges Didi-Huberman y Jaques Rancière Lucas Reydó (UBA) Correo electrónico: [email protected] Introducción Aproximarse a un estudio de la imagen como una herramienta para la producción del relato histórico implica un retorno a la conceptualización misma de la imagen. Esto supone entender a la “imagen” como un concepto sujeto a las diferentes corrientes de pensamiento que han variado su sentido (aquello que se quiere expresar con la enunciación de la palabra imagen) (Deleuze, 2005). Así entonces, ¿por qué decimos que se debe practicar una semiótica de la imagen y por qué esta ha de rehuir de un enfoque iconográfico? La razón que nos invita a analizar a la imagen bajo este planteo es comenzar a indagar sobre la potencialidad de una radicalización hermenéutica que escape de cualquier tipo de afirmación con valor universal sobre la imagen. Este trabajo no pretende, entonces, desentrañar una supuesta “esencia” de la imagen (al menos no en el sentido del eidos platónico), sino más bien dar cuenta de los posibles usos de la misma en clave a las perspectivas llamadas posfundacionalistas (Marchart, 2009) en las que se enmarcan los trabajos de los filósofos franceses Georges Didi-Huberman y Jaques Ranciere. Huberman (2008) enmarca su trabajo principalmente en el campo de la historia del arte (refiriéndose específicamente a la pintura renacentista), y Ranciere (2010, 2011) por su parte hace lo suyo en clave a los diferentes entrecruzamientos que se dan entre la estética y lo social, situando a la obra de arte como expresión de aquella relación. Si bien estos trabajos no centran específicamente su estudio en los usos de la imagen para la construcción del relato histórico, considero que sus aportes teóricoepistemológicos sobre la imagen constituyen un punto de partida para un análisis en esa clave. En este sentido, comenzaremos por explayar los principales lineamientos de las corrientes consideradas por estos autores hegemónicas1 (Angenot, 2010) en el estudio de la imagen: el positivismo y el antifudacionalismo. Luego se dará lugar a sus posturas superadoras. La disputa por la imagen Afirma Martin Seel (2011) en su “Estética del aparecer”: “(…) las imágenes no son unicamente patrones visuales más o menos complejos; no son simplemente lo que son. Se refieren a algo que son, o que no son (…). Las imágenes son, en una palabra un tipo particular de signo.”2 (p. 244). 1 Comprendo a aquellas corrientes como hegemónicas en clave a la interpretación angenotiana del término, a saber: “La hegemonía es, fundamentalmente, un conjunto de mecanismos unificadores y reguladores que aseguran a la vez la división del trabajo discursivo y un grado de homogeneización de retóricas, tópicas y doxas discursivas” (Angenot, 2010: 31). Escapa a los límites de este trabajo la exposición de las diferentes variantes de los paradigmas que se expondrán en el siguiente apartado, por lo que la decisión de ilustrar al paradigma positivista con Martin Seel y al antifundacionalismo con Jean Baudrillard se debe al supuesto de que ambos comparten ciertos rasgos comunes a cada corriente. 2 Las cursivas pertenecen al autor. Seel aparece como un ejemplo claro de la corriente positivista iconológica en su estudio de la imagen, considerándo a esta como un tipo de signo. Este signo, la imagen, tendría la función de re-presentar un objeto de la realidad. La representación no implicaría traer la cosa misma a la presencia, sino la posibilidad de ver la cosa a través de su mediación sígnica. En tanto representativa la imagen se presenta como un espejo de lo real, que no puede reemplazar a lo real en tanto se limita a captar solo uno de sus escorzos. La imagen sería entonces, un mero medio a través del cual la realidad es representada. A los fines de esclarecer la diferencia entre cosa representada e imagen representante sería necesario, según Seel aclarar “las conexiones involucradas –entre la cosa y la imagen, entre la imagen y el lenguaje, entre las cosas externas a las imágenes y las que están en las imágenes-” (Seel 2011: 247). En estas lineas se esbozarían los principios metodológicos para un estudio de la imagen. Bajo esta perspectiva, bastaría encontrar la conexión “necesaria” que existe entre la imagen y la cosa; la imagen representaría siempre una única cosa. La concepción de la imagen en calidad de signo es propia del discurso tanto académico como cotidiano. El discurso diario le otorga a la imagen un estatus superior al lenguaje mismo: “Una imagen vale más que mil palabras” bien podría decirse, en palabras de Seel: “En muchas imágenes, cualquier fragmento suele brindar una rica caracterización de los objetos visibles en ellas. En su calidad de signo, la imagen presenta algo con mucha mayor abundancia de detalles que una frase”3 (Seel, 2011: 249). La imagen cobraría así un carácter ilustrativo, hablaría por sí misma, sin necesidad de prestarse a una intepretación que la interpele, pues esta no haría más que redundar en lo que la imagen ya está diciendo en la potencia de su representación. En tanto el principio de representación de la imagen se presenta como inmune a todo tipo de revisión (pues reviste un carácter ontológico fundamental4), podemos decir que la concepción positivista de la imagen es fundacionalista (Marchart 2009). En respuesta a la postura positivista (funcacionalista) de la imagen se erige su antítesis, el antifundacionalismo, que ilustraré con uno de sus mayores exponentes: Jean Baudrillard. La crítica antifundacionalista opera en una radical negación del principio de representación: “El aspecto imaginario de la representación (…) es barrido por la simulación —cuya operación es nuclear y genética, en modo alguno especular y discursiva. La metafísica entera desaparece. No más espejo del ser y de las apariencias, de lo real y de su concepto” (Baudrillard, 1978: 10). Según Baudrillard, no habría motivo alguno para pensar existe un fundamento último que legitime el principio de representación. Nada trasciende a la imagen, no existe ningún velo en la imagen que al ser atravezado nos lleve a la Realidad, pues esta ha sido anulada por la imagen misma. La potencia de la imagen ya no radicaría entonces en su capacidad de representar lo real, sino más bien en su capacidad de anular lo real. La imagen baudrillariana expresa su capacidad de anular lo real en tanto simulacro. No debe confundirse el concepto de simulacro con el de copia de lo real, a 3 Ídem. 4 Debe hacerse incapié en que se trata del principio de representación y no de la imagen el que tiene carácter ontológico fundamental bajo la corriente positivista. La imagen en esta corriente se trata de un mero dispositivo a través de la cual se representa a sí misma (Rancierè, 2009). riesgo de volver a caer en la lógica de la imagen representativa. La imagen en tanto simulacro cumple la función que otrora tenía la realidad. Es así que podemos pensar que la divinidad no existe sino en la imagen que la produce como simulacro: “«Prohibí que hubiera imágenes en los templos porque la divinidad que anima la naturaleza no puede ser representada.» (…) ¿qué va a ser de ella si se la divulga en iconos, si se la disgrega en simulacros? (…) Debido en gran parte a que presentían la todopoderosidad de los simulacros, la facultad que poseen de borrar a Dios de la conciencia de los hombres; la verdad que permiten entrever, destructora y anonadante, de que en el fondo Dios no ha sido nunca, que sólo ha existido su simulacro, en definitiva, que el mismo Dios nunca ha sido otra cosa que su propio simulacro, ahí estaba el germen de su furia destructora de imágenes” (Baudrillard, 1978: 15). Un estudio de la imagen bajo la perspectiva antifundacionalista debería dejarse llevar por la fuerza expresiva de la imagen, sin buscar nada real que lo trascienda, pues no existe más tal cosa como lo real. La imagen como simulacro nos dice que no hay algo así como un “otro de la imagen” (Ranciere, 2009) y es por eso que debemos quedarnos en la imagen misma. La crítica posfundacional Oliver Marchart (2009) define al posfundacionalismo como “una constante interrogación por las figuras metafísicas fundacionales, tales como al totalidad, la universalidad, la esencia y el fundamento”. Esta corriente “no debe confundirse con el antifundacionalismo o con el vulgar posmodernismo del “todo vale” (…) un enfoque posfundacional no intenta borrar por completo esas figuras del fundamento, sino debilitar su estatus ontológico” (p. 14). Esto implica reconocer ciertos fundamentos como válidos para el análisis pero que estos no remiten a un fundamento último, a una verdad necesaria que los legitime, sino que reposan en su propia contingencia, en la imposibilidad misma del fundamento último. ¿Cómo pensar, entonces, un análisis posfundacional de la imagen? En su crítica a las posturas fundacionalistas y antifundacionalistas, Jaques Rancière (2009) comienza a darnos los primeros indicios: “¿De qué se habla (…) cuando se afirma que a partir de ahora ya no hay realidad sino solo imágenes o, a la inversa, que a partir de ahora ya no hay imágenes sino sólo una realidad que permanentemente se representa a sí misma 5 ? Estos dos discursos parecen ser opuestos. Sin embargo, sabemos que no dejan de convertirse el uno en el otro en nombre de un razonamiento elemental: si ya sólo hay imágenes, no hay otro de la imagen. Y si ya no hay otro de la imagen, el propio concepto de la “imagen” pierde su contenido, ya no hay imagen” (p. 23). Rancière entiende a la imagen como una operación compleja, que establece relaciones entre lo visible y lo decible de ella misma. No se preocupa por afirmar su existencia en un sentido ontológico. Podríamos decir que en la perspectiva ranceriana la imagen no existe, sino más bien que insiste (Deleuze, 2005). Es en su insistencia que podemos encontrar lo otro de la imagen. Para ello es preciso poner en suspenso (Husserl, 1985) la idea de la imagen como representación (o doble no real de la realidad) y la imagen como pura expresividad (o doble más real que lo real) para dar lugar a pensar en una imagen en una tercera función6 que se inscribe en la tensión de las 5 Ver nota 4. 6 Se entiende así a la imagen en términos funcionalistas, en el sentido que le otorgan Deleuze y Guattari (2006): “lo que nos interesa es cómo funcionan las cosas, cómo se disponen, cómo maquinan. El significante pertenece aún al dominio de la pregunta: “¿Qué quiere decir esto?”. (…) Para nosotros el inconciente no quiere decir nada, ni tampoco el lenguaje” (p. 37-38). Lo mismo puede es aquí aplicado a la imagen. dos funciones anteriores: “aquella que define la relación de un ser con su origen y su destino, aquella que descarta al espejo a favor de la relación inmediata del progenitor y lo engendrado. (…) la semejanza originaria que no otorga la réplica de una realidad, sino que da testimonio inmediato de ese lugar otro del que proviene”. La imagen en su insistencia, provoca así una apertura, un desocultamiento (Heidegger, 2003) de su otro. Sin embargo, la apertura a lo otro de la imagen no se da por sí misma. Es necesario interpretar a la imagen para fijar la medida de relación entre ella y su otro. De todos modos nos invade aún la pregunta de cómo es entonces que la imagen insiste, mediante qué proceso se produce esta apertura a lo otro de la imagen. Para comenzar a resolver estos interrogantes revisemos la caracterización que Georges DidiHuberman (2008) le otorga a la imagen: “Ante una imagen, tenemos humildemente que reconocer lo siguiente: que probablemente ella nos sobrevivirá, que ante ella somos el elemento frágil, el elemento de paso, y que ante nosotros ella es el elemento del futuro, el elemento de la duración” (p, 13). Si la imagen nos sobrevive en el tiempo, interrogarla es interrogar al tiempo. E interrogar al tiempo nos llevará inevitablemente a interrogar al objeto de la historia, a la misma historicidad (Huberman, 2008). Es sólo así que podremos saber cómo se produce esta insistencia de la imagen. La imagen en la historia “Partamos, justamente, de lo que parece constituir la evidencia de las evidencias: el rechazo del anacronismo para el historiador. Esta es la regla de oro: sobre todo no “proyectar”, como suele decirse, nuestras propias realidades –nuestros conceptos, nuestros gustos, nuestros valores- sobre las realidades del pasado, objeto de nuestra investigación histórica” (Huberman, 2008: 16). Rehuir al anacronismo se ha entendido como una parte fundamental de la propedéutica de la producción historiográfica. Atribuir categorías del presente a los sucesos del pasado constituiría una argumentación falaz en tanto que la construcción del suceso histórico en sí mismo se daría a partir de los elementos de su propio tiempo. Sin embargo el suceso histórico, ¿no deviene producto de una ruptura con el darse cotidiano de la historia?: “La emergencia del objeto histórico como tal no habría sido fruto de un recorrido histórico standard -factual, contextual, eucrónico-, sino de un momento anacrónico casi aberrante, algo como un síntoma en el saber histórico” (Huberman, 2008: 24). Huberman rescata el valor heurístico del anacronismo como una herramienta fecunda para el análisis histórico. Es ahí donde entra en escena la apertura de la imagen. Ella produce su apertura en su anacronismo, en la ruptura con el devenir normal de la historia. Ya Rancière (2009) advierte la potencia estética de la imagen en su capacidad de producir una nueva “reparticion de lo sensible”, una nueva reconfiguración de los modos de ser de lo social que “fija entonces, al mismo tiempo, un común repartido y partes exclusivas” (Rancière, 2009: 9). Así se le atribuye a la imagen una caracterización íntimamente política, a partir de su apertura temporal que la expone a una constante sobredeterminación histórica que la vuelve compleja al análisis. Huberman adhiere “que a estos objetos sobredeterminados corresponde un saber sobreinterpretativo”. Es aquí donde la radicalización hermenéutica la que activa la apertura de la imagen. Una imagen ya se encuentra sobredeterminada en su propia producción, pues es en ella en la que recaen las múltiples exégesis de su propio tiempo, lo que “implica reconocer el principio funcional dentro de una cierta dinámica de la memoria” (Huberman, 2008: 22). Las imágenes producen memoria, y una historia de las imagenes debería entonces poner en práctica una exégesis sobre ella a los fines de provocar su apertura. Ahora sabemos qué es lo otro de la imagen: aquella tercera función que es producto de la tensión indeterminada entre los regímenes de expresividad y representación en Rancière, y que luego es profundizada con Huberman como la múltiple sobredeterminación anacrónica de la imagen a la cual corresponde para su análisis una sobreintepretación. Es así que entonces podemos preguntarnos por su modo de insistencia: sabemos que la imagen es política e histórica. ¿Pero como aparece en la historia?: “Las imagenes, desde luego, tienen una historia; pero lo que ellas son, su movimiento propio, su poder específico, no aparece en la historia más que como un síntoma -un malestar, una dementida más o menos violenta, una suspensión” (Huberman 2008: 28). La imagen insiste como síntoma, interrumpiendo el curso normal de la representación. La imagen-síntoma no puede descomponerse en una cantidad determinada de elementos ni produce su apertura dentro de los márgenes de la cronología historiográfica, sino más bien, es en su virtud anacrónica que “jamás sobreviene en el momento correcto, aparece siempre a destiempo, como una vieja enfermedad que vuelve a importunar nuestro presente” (Huberman 2008: 29). Esto no implica entender a las imágenes como un elemento atemporal, absoluto y universal en términos fundacionalistas, sino justamente afirmar la temporalidad de las imágenes en cuanto a su insistencia anacrónica, “que toman el tiempo al revés, que hacen circular el sentido de una manera que escapa a toda contemporaneidad, a toda identidad del tiempo consigo mismo...” (Huberman 2008: 36). La historia en la imagen La pregunta que nos invitaba a pensar a la imagen era cómo usarla a los fines de la producción historiográfica. Hemos visto que bajo las perspectivas posfundacionalistas analizadas la imagen se escapaba de su concepción más clásica, la de la imagen como representación. En Ante el Tiempo, Georges Didi-Huberman propone una semiótica no iconológica de la imagen histórica. Esto significa no recaer en el relato fundacional que afirma existe una única y universal lógica intrínseca a cada imagen en particular. Aquí, si bien se acepta la tesis hubermaniana, se hace más incapié en la propuesta de una semiótica no iconográfica de la imagen, a los fines de no recaer en la idea de una imágen como soporte de iconografía, sino más bien como un concepto operatorio (Huberman, 2008) cuya medida de relación con su otro es fijado a partir de las distintas prácticas exegéticas que la interpelan (Rancière, 2010). Consideramos en este sentido hablar de exégesis antes que de mera interpretación de la imagen. Una interpretación de la imagen pareciera dar a la hermenéutica el poder absoluto de determinación de la misma, en el sentido de las corrientes relativistas del “todo vale” y “todo es interpretación” (Feyerabend, 2007). La palabra exégesis usualmente remite (valga decirse, por su sobredeterminación lingüística) a la interpretación de los textos sagrados. Si admitimos que en su insistencia como síntoma la imagen nos excede, nos resulta en parte autónoma, podemos decir que al igual que en la interpretación religiosa, las diversas exégesis de la imágen corren el riesgo de caer en la herejía. Y en parte, este trabajo propone comenzar a pensar a la imagen heréticamente, entendiendo a la herejía como una herramienta epistemológica que nos ayude a abrir a la imagen en su sobredeterminación. Volviendo a la pregunta que nos convoca: ¿es la imagen posfundacional una ilustración de lo real como representación, o una fuente (en tanto testimonio) a partir de la cual construir el relato? La imagen presentada aquí ha demostrado rehuir de su función ilustrativa. La idea misma de la imagen como ilustración remite a una imagen que bien podría no estar allí, pues no hace más que acompañar al relato no aportando nada nuevo a lo que este dice. Este trabajo no pretende por supuesto deshacerse de una vez y para siempre de la idea de una imagen representativa que funcione como ilustración (se ha tenido la prudencia de poner “en suspenso”, en términos husserlianos, al principio de representación y no descartarlo por completo), sino más bien de entender a la imagen en otra clave. ¿Es aquella otra clave la del uso de la imagen como fuente? La respuesta sería que sí, pero deben hacerse ciertas salvedades. La imagen pensada como fuente del relato histórico es una clase especial de imagen 7 . La imagen-síntoma establece puntos de ruptura, siempre anacrónicos, con el curso normal de la historia. Es por esto que si deseamos pensar una historia fundada en las imágenes-síntoma, deberemos atrevernos a pensar a la historia como una disciplina fundamentalmente anacrónica, que no tiene como objeto al pasado, sino a la memoria. Este anacronismo, debe advertirse, no debe ser usado de forma anárquica en el relato histórico, sino fundado en la apertura que produce la imagen sobre un campo de sensibilidad en un momento histórico (sobre)determinado. En el Atlas Mnemosyne, una obra inacabada (producida entre 1924 y 1929) por el historiador del arte Aby Warburg, se pretendía narrar la historia de la civilización europea solo a través de imágenes, con una mínima cantidad de texto. Allí no había pautas para la interpretación de las imágenes más que las imágenes mismas. Se buscaba en el lector la exégesis de la imagen, la exigencia hacia la imagen de abrirse en sus múltiples determinaciones históricas. Ya no se pensaba a la imagen como una herramienta a los fines de la producción histórica, sino a una historia que devenía imagen. Bibliografía Angenot, M. (2010). El discurso social; los límites históricos de lo pensable y lo decible. Buenos Aires: Siglo XXI Editores. Baudrillard, J. (1978). Cultura y Simulacro. Barcelona: Kairós. Deleuze, G. (2005). Lógica del sentido. Buenos Aires: Paidós. (2006). Conversaciones. Valencia: Pre-textos. Didi-Huberman, G. (2008). Ante el tiempo; Historia del arte y anacronismo de las imágenes. Buenos Aires: Adriana Hidalgo editora. Feyerabend, P. (2007). Tratado contra el método. Madrid: Tecnos. Heidegger, M. (2003). Caminos de bosque. Madrid: Alianza Editorial. Husserl, E. (1985). Ideas relativas a una fenomenología pura y una filosofía fenomenológica. México: Fondo de Cultura Económica. Marchart, O. (2009). El pensamiento político posfundacional. Buenos Aires: Fondo de Cultura Económica. Rancière, J. (2010). El espectador emancipado. Buenos Aires: Bordes Manantial. (2011). El destino de las imágenes. Buenos Aires: Prometeo libros. Seel, M. (2011). Estética del aparecer. Buenos Aires: Katz Editores. 7 Así como advertimos que no debe desecharse por completo la idea de la imagen como representación, tampoco afirmamos que toda imagen opere en su insistencia como imagen-síntoma. 6 Archivo fotográfico y publicaciones ilustradas de una institución científica: aportes y limitaciones de las fuentes visuales en la investigación histórica María Claudia Pantoja (IDAES-UNSAM) Correo electrónico: [email protected] Introducción La disciplina histórica, sobre todo a partir de los cambios introducidos por la historia cultural, ha abierto sus puertas a las fuentes visuales, sus contribuciones a la historiografía resultan cada vez más indiscutibles, sin embargo, quedan aún muchas cuestiones por analizar y debatir, sobre todo en cuanto a su uso concreto en el día a día de la investigación. La importancia de las fotografías como artefactos de una época, llenas de datos sobre el arte y la técnica, pareciera no haber sido del todo percibida: la riquísima información que contiene ha sido tímidamente empleada en el trabajo historiográfico. Del mismo modo, son muy pocos los ejemplos de investigaciones de la historia de la fotografía que se alejan de las cronologías de fotógrafos de estudio y que, en cambio, se acercan a insertarla en un contexto más amplio de la historia del arte, la cultura y la ciencia. En este trabajo utilizaré mi experiencia en el intento de centrar una investigación en las imágenes para reflexionar sobre sus alcances y limitaciones. Específicamente me refiero al camino recorrido durante la pesquisa para la elaboración de mi tesis de licenciatura en historia en la Universidad Nacional de Tucumán. En la misma tuve como objeto de estudio a la Estación Experimental Agrícola, institución dedicada a la investigación científica agroindustrial, poseedora de un importante fondo institucional fotográfico y publicaciones periódicas ilustradas. Propongo en esta ponencia reflexionar y traer al debate la problemática del uso de las fuentes visuales como documento para la historia, tomando el caso de un archivo institucional con las especificidades que esto implica. No intentaré en este trabajo realizar una reflexión teórica, sino más bien una de corte metodológica, relatando cuáles fueron los modos de acercamiento a las fuentes, cuáles fueron las preguntas que surgieron y las hipótesis que pude formular. La fotografía analógica y su dimensión material. El fondo de la EEAOC Hoy podemos mirar las fotografías del pasado como huellas de realidades que se han transformado1 o que, en algunos casos inclusive, ya no existen, que no están más para ser ni observadas, ni retratadas. La fotografía, a través de la materia que le da cuerpo y del registro visual que contiene, constituye una fuente importantísima para la historia. Como lo plantea Boris Kossoy (2001), se trata de un binomio indivisible imagen/objeto, un doble testimonio por aquello que nos muestra, tanto de la escena documentada como de lo que nos informa acerca de su autor y su contexto de creación. Son variados los caminos que llevan hacia la definición de un determinado objeto de estudio y, en líneas generales, los historiadores revisan en primer lugar los documentos escritos antes de examinar los archivos fotográficos o visuales. En este 1. 1 Philippe Dubois en un recorrido por la cuestión del realismo en la fotografía plantea que aquellas posiciones que ven a la fotografía como huella de lo real intentan superar, no sólo a las posturas que la ven como un espejo de lo real (mera mímesis de la realidad), sino principalmente a aquellas – estructuralistas- que denuncian el efecto de realidad (como codificación de apariencias), postulando “volver a la cuestión del realismo referencial sin la obsesión de verse atrapado por el analogismo mimético y liberado de la angustia del ilusionismo”. (Dubois, 1986:43) caso, la situación sucedió a la inversa, antes de conocer prácticamente nada sobre la historia de la institución me sumergí en su fascinante universo visual. Una conocida que trabajaba en el área de comunicación de la Estación Experimental Agroindustrial Obispo Colombres (EEAOC) 2 me invitó a conocer el fondo fotográfico de esta institución centenaria, de financiación mixta (publica y privada), de mucho prestigio en el norte argentino por su histórico trabajo en relación a la caña de azúcar (cultivo que durante muchos años fue el sostén de la economía tucumana) y luego por sus estudios sobre cítricos y otros cultivos. Con gusto acepté la propuesta y mucha fue mi sorpresa cuando descubrí la cantidad y variedad de material que contenía. Hallé un viejo archivador de madera junto a cajas de cartón repletas de material, todo en un pequeño cuarto que servía de depósito para muchos otros objetos. Por suerte para las fotografías, las condiciones ambientales no eran del todo malas, no encontré manchas de humedad en las paredes (tan común en la subtropical Tucumán) y una buena parte de las mismas se encontraban en sobres, cajas y cajones que las resguardaban del polvo. Es probable que esta situación haya sido clave para su conservación, a pesar de la situación de semi abandono en la que se encontraban. La dimensión tangible de la fotografía venía siendo una inquietud personal desde hacía varios años y estar ante un material a simple vista3 tan vasto y valioso fue como una sacudida. Muchas preguntas se dispararon, ¿Quiénes habían tomado las fotos? ¿Con qué finalidad? ¿Existía un interés en el resguardo de las mismas? ¿Cómo se relacionaban las fotografías con la historia de la institución? En el archivo me encontré con ejemplares muy variados que recorrían un arco temporal desde principios de siglo XX hasta aproximadamente los años 80, siendo las fotografías antiguas las más voluminosas. Se trataba de negativos de vidrio y copias de época que documentaban las actividades de la institución desde 1910 hasta aproximadamente los años 1940, bastante avanzado si se tiene en cuenta que ya existían opciones de negativos flexibles; las placas en su mayoría eran de 17,5 x 13 cm. y en menor cantidad de 9 x 12 cm. Casi todas las copias de época poseían una breve descripción de la imagen que las ubicaban en un espacio/tiempo más concreto, por ejemplo: “Plantación de naranjas, EEAT, 1919” o, en el caso de que se tratara de un retrato, se consignaban los nombres de los protagonistas: “H. Schultz, W. Cross, EEAT, 1916”. Este cuidadoso registro en el anverso de la fotografía o en los sobres de papel manteca que contenía los negativos de vidrio, su conservación en un conjunto relativamente coherente, así como ciertos indicios de viejas catalogaciones (perdida en la actualidad), puso en evidencia una explícita función documental otorgada a la fotografía por la institución, pero también un valor simbólico particular. Esta importancia otorgada al fondo inmediatamente me hizo formular la pregunta de ¿para qué/por qué eran importantes las fotografías? “Una imagen vale más que mil palabras” dice el refrán, pues esto es cierto en algún sentido y falso en otro. Es cierto en tanto que una imagen puede ilustrar, aportar y decir cosas de una manera diferente a la que pueden hacerlo las palabras, tiene el poder de condensar una amplia variedad de sentidos, nos obliga a realizar un trabajo de asociación con cosas que ya conocemos, nos muestra jerarquías, etc. Sin embargo, una imagen puede ser absolutamente muda si no conocemos su contexto, en esos casos casi 2 La EEAOC modificó su nombre en la década del 70, siendo su nombre original Estación Experimental Agrícola de Tucumán (EEAT). 3 “A simple vista” dado que no existe un número exacto de la cantidad de piezas, ni tampoco el fondo ha sido nunca valuado por un experto. que debemos limitarnos a una descripción (pre)iconográfica de la misma, en donde sólo podemos inferir cosas muy básicas sobre ella. En el caso del las fotografías de la EEAOC, a pesar de poseer un mínimo de descripción contextual, (sabía quiénes o qué era lo que estaba fotografiado) seguía siendo una incógnita quién o quiénes habían sido los fotógrafos, si existía algún tipo de intencionalidad, además de la meramente documental, y si tenía alguna relación con su historia institucional. 2. La Estación Experimental y la fotografía Para intentar responder las diversas preguntas debí acercarme a la bibliografía y a las publicaciones de la institución. En ninguno de los dos casos encontré ninguna referencia a las fotografías, ni su rol o importancia. Recorriendo un camino inverso busqué, sin ningún resultado, referencias sobre la institución en los artículos sobre historia de la fotografía en Tucumán. He aquí que no sólo la historiografía había descuidado a la fotografía sino que tampoco la historia de la fotografía se había ocupado de ningún área además de aquellos retratistas y paisajistas de fines del siglo XIX y principios del XX, dejando de lado cualquier otro tipo de uso social de la misma. Quien haya estudiado aunque sea tangencialmente a la EEAOC sabe que el primer lugar donde se debe buscar información sobre su historia es la Revista Industrial y Agrícola de Tucumán (RIAT), dado que comenzó a publicarse en los inicios de la institución (1910) y que no existen otros documentos escritos, además de los medios de prensa periódicos, que puedan aportar más información. La RIAT fue un medio importantísimo de vinculación con el sector cañero e industrial. Los artículos consistían en traducciones de otras revistas especializadas a los que progresivamente fueron incorporándose artículos producidos por el plantel técnico. Pero, ¿Quiénes eran los técnicos de la Estación? ¿Cuáles fueron sus itinerarios profesionales? En la primera década del siglo XX, el campo científico tucumano estaba aún en formación, y los técnicos dedicados a la agroindustria (en su mayoría franceses que trabajaban en ingenios) escaseaban, y es por este motivo que los industriales a cargo del proyecto de institución debieron buscarlos en instituciones similares ubicadas en diversos lugares: Luisiana, Java, Alemania, entre otros. Químicos y entomólogos llegaron a la EEAT luego de haber circulado por numerosas instituciones alrededor del mundo4, algunos especializados en la caña de azúcar, otros en sus plagas. De las páginas de la RIAT se desprende que durante los primeros años de la institución existieron muchas presiones en cuanto a las expectativas de soluciones a los problemas que aquejaban a la industria. El proyecto de la “estación experimental” tenía como objetivo proporcionar “cientificidad” a la producción cañera, la cual desde hacía varios años tenía altibajos que implicaban pérdidas muy importantes para todos los eslabones de la producción. En este contexto, los científicos extranjeros eran vistos como la clave para la problemática azucarera. Pasado el primer año, el sector cañero e industrial, qué no parecía comprender qué era exactamente una “estación experimental”, comenzó a preguntar dónde estaban las soluciones de las que tanto habían hablado sus fundadores. Los técnicos, a través de la revista y la prensa, intentaron explicar que para que hubiera resultados certeros precisaban de varios años de ensayo de nuevas variedades y de estudios comparativos en el laboratorio, sin embargo, el “público” continuaba impaciente. El cuestionamiento a la Estación dejó entrever un problema de legitimidad que se trataría de encauzar por varias vías. 4 Sobre el tema de la circulación de los científicos a finales del siglo XIX y principios del XX, cf Vessuri, (1998). 3. La búsqueda de la legitimidad Un importante instrumento de legitimación fue la misma RIAT, en donde los científicos podían exponer sus puntos de vista, pero asimismo podían relatar los avances de los experimentos tanto en el laboratorio como en los campos. Durante el período 1910 – 1920 describieron minuciosamente los ensayos con diferentes variedades de caña y los estudios realizados con plagas. Estos artículos estaban acompañados por una gran cantidad de fotografías, la mayoría coincide con las halladas en el fondo. De esta coincidencia se desprendieron varias cuestiones, por un lado, algunas de las fotografías llevaban la firma de los científicos y, si bien se trata de un ínfimo porcentaje5, es posible inferir que las demás fotografías por lo menos durante el primer decenio de la institución también habían sido tomadas por los técnicos, quienes registraron meticulosamente las actividades realizadas para luego archivarlas. No resulta para nada desatinado vincular a estos técnicos extranjeros, en su mayoría químicos, con las “artes fotográficas”, las cuales estaban supeditadas a procedimientos físico-químicos en las diferentes etapas de exposición, fijado y revelado. En la biblioteca de la EEAT es posible hallar manuales de fotografía e inclusive sabemos por “discípulos” sobre la afinidad que tenían estos técnicos con la fotografía.6 La fotografía estuvo vinculada a la ciencia desde sus orígenes, sólo basta recordar que su “presentación en sociedad” sucedió justamente en la Academia de Ciencias de París de la mano del físico y astrónomo François Aragó quien la introdujo como un gran avance para diversas ramas de la ciencia. Si bien los usos de la fotografía serían amplísimos, siendo el retrato burgués uno de los más estudiados, el uso de la fotografía como herramienta para la ciencia se extendió desde sus primeros años de vida. No exenta de manipulaciones y fiel servidora de los Estados como herramienta de control social7, la fotografía acompañó miles de expediciones antropológicas, arqueológicas e inclusive de conquista. Allí donde hubiera “progreso” (y la ciencia era un motor importantísimo) habría una cámara fotográfica lista para inmortalizar el momento, o para escenificarlo, si así fuera necesario. En este caso, la categoría de “fotografía científica”, se yuxtapone con la de “fotografía institucional”, reflexión necesaria para “hacer hablar” a las fotografías producidas no por un científico en particular, sino por una institución científica. La fotografía institucional realiza una representación de aquello que a la institución le parece apropiado mostrar y tiene como finalidad última la perpetuación de esa representación. Esta intención documental está ligada a las características propias de la fotografía institucional. John Tagg (2005) propone que las imágenes contenidas en un archivo oficial son producidas de acuerdo con determinadas normas formales y procedimientos técnicos de carácter institucionalizado que definen cuales son las manipulaciones legítimas y las distorsiones permisibles, de modo que puedan extraerse conclusiones de ellas, sobre la base de convenciones establecidas. En la RIAT, los editores debían efectuar una segunda selección (la primera es la realizada por el fotógrafo) y sólo sería publicado aquello que consideraran relevante. Como ya lo he planteado, la fotografía tenía una clara intención documental, es decir, registrar los trabajos realizados con el objeto de tener una memoria de las actividades. Sin embargo, su funcionalidad no se limitó al registro, sino que gracias a la publicación 5 Las excepciones serán los nombres de T.C. Barber, entomólogo y J.A. Hall químico de la EEAT, ambos entre 1911 y 1914. 6 Este es el caso de George L. Fawcett, quien se desempeñó en la EEAT entre 1915 y 1947, y es descripto por Ramón H. Moreno como un “aficionado a la fotografía técnica”, La Gaceta, 30/11/1981. 7 Sobre la fotografía de “mujeres publicas”, presos y conductores de carros, cf Paola Cortés Rocca (2011) en su revista las imágenes fueron capaces de contribuir a la creación de un imaginario alrededor de la ellas8. Lo publicado en la RIAT es una ínfima parte de lo que compone el fondo, el cual cuenta con una abrumadora mayoría de fotos de cultivos en diversas áreas de la provincia, además de otras más de corte institucional. La selección realizada por la revista resultó sumamente útil para analizar las intenciones de estos técnicos/editores. Tal como lo sugiere Kossoy (2001:36) busqué repeticiones temáticas dentro de las fotografías publicadas en la revista. En aquellas a las que clasifiqué como “infraestructurales” (que si bien son importantes en el fondo están lejos de ser mayoría) se hace presente el deseo de mostrar a la institución, sus edificios, oficinas y máquinas. A pesar de las numerosas quejas por las falencias en caminos e instalaciones publicadas en los textos, las imágenes muestran exuberantes jardines y modernos laboratorios que, lejos de probar las faltas, mostraron una suerte de “misión modernizadora” a cargo de los técnicos de la EEAT. Las imágenes de instituciones extranjeras similares, en particular las Estaciones Experimentales de Luisiana Java y Hawai, servían de ejemplo y de expresión de deseo, ese “lugar de modernidad” adonde querían llegar. Figura 1 – Laboratorio de la EEAT. En las imágenes que pueden ser considerabas bajo el nombre de “cultivos”, puede observarse el predominio de la caña de azúcar y que responde al objetivo principal con que nació la institución en relación a la resolución de los problemas que agobiaron a la industria a partir de 1905 y, por supuesto, al hecho de que se trataba del cultivo más importante de la región. Del mismo modo, una gran variedad de otros cultivos fueron ensayados en los campos experimentales, muchos de los cuales son hoy considerados como grandes logros de la EEAT, tales como la soja, la Grama Rhodes y diversas variedades de citrus. 8 Verónica Tell considera al ingreso de la fotografía en los objetos editoriales, por medio de los sistemas fotomecánicos de reproducción de las imágenes, como una segunda industrialización, “una difusión masiva que pasa a otorgar a estas imágenes anexas a distintos tipos de textos una fuerte resonancia en la creación de imaginarios históricos y sociales, identificaciones, etc.” (Tell, 2009: 142) Las fotografías en esta categoría adquieren un alto valor por ser explícitamente funcionales a los deseos de la institución en pos de generar cambios en los hábitos de cultivo, al tiempo que fomentaban la diversificación productiva. Resultan un excelente ejemplo de la función pedagógica de la imagen las fotografías comparativas entre las distintas variedades de caña9 o entre campos de maíz cultivados de manera diferente: alguien sin muchos conocimientos agronómicos puede observar las diferencias de tamaño en muestras visualmente comparativas, sin necesidad de recurrir a ningún cuadro estadístico o explicación compleja.10 (fig 2) Figura 2 - Caña Criolla a la izquierda y Caña Java a la derecha. La ansiada legitimidad fue reforzada por la anexión con la naciente Universidad de Tucumán en 1914 en donde, según lo planteo en mi tesis, existió un intenso intercambio de capitales. La Estación Experimental después de cinco años contaba con una infraestructura, aunque no suficiente, sí considerable como para desempeñar en buenas condiciones sus actividades y también, a partir de 1914, había conformado un plantel técnico de calidad, que en lo sucesivo se mantendría estable. Este capital era muy atractivo para la universidad, que además de compartir el objetivo de la Estación (promover el desarrollo de la agroindustria) necesitaba de infraestructura y capital humano para crecer. La cuestión económica sería un factor contra el que la universidad debería luchar todavía varios años y, en este sentido, la Estación Experimental pudo salvar las carencias básicas proporcionándole profesores, laboratorios y campos de cultivo donde realizar clases prácticas. Ahora bien, ¿Cuál era el capital que la EEAT podía obtener de la Universidad de Tucumán? La Universidad, a pesar de que su fundación generó escepticismos en ciertos sectores, particularmente en lo referente a su sostén, dado su pobre presupuesto e 9 RIAT, año 7, Nº 1 y 2, Tucumán, junio y julio de 1916, p. 24. Es notable la diferencia de altura entre variedades de caña, siendo la más alta, la Java, la que finalmente triunfó sobre la débil “Criolla”. 10 RIAT, año 4, Nº 2, Tucumán, julio de 1913, p. 53 en esta página hay dos imágenes, una pertenece a un campo de maíz cultivado mediante el sistema “checkrow” a mano y otro a uno cultivado mediante el mismo sistema pero con máquina, siendo evidente el mayor tamaño del segundo. infraestructura, no dejaba de ser un espacio con un potencial científico y cultural enorme. En tal sentido podemos afirmar que poseía un capital simbólico que fue de gran interés para la EEAT dado que durante el crítico período de inestabilidad azucarera, tuvo que enfrentar el cuestionamiento de industriales y cañeros que exigían soluciones inmediatas a los problemas productivos. Por otro lado, por tratarse de una institución inédita en la región, durante sus primeros años debió enfrentar el desconocimiento sobre la naturaleza y objetivos, cuestión que traía consigo malos entendidos e indiferencia de parte de aquellos que supuestamente debían ser sus beneficiarios. La asociación con la Universidad les significó una nueva vía de legitimación en los difíciles años 1914 – 1918. Pudieron darse a conocer, mostrar sus avances y difundirlos en una comunidad científica interesada. Es así como el año de la inauguración de la Universidad fue una importante fecha en materia de comunicación ya que se multiplicaron las consultas y las visitas al predio ubicado en El Colmenar, en las afueras de la ciudad. Este vínculo fue inmortalizado en imágenes que pueden ser halladas tanto dentro de la RIAT como en otros archivos. En el fondo fotográfico de la EEAOC pueden hallarse ejemplares de “clases prácticas impartidas a los alumnos de la Universidad” por los técnicos (fig 3), asimismo, en el Archivo General de la Nación existen fotografías del Director Técnico de la EEAOC, William Cross, junto a Juan B. Terán (fig 4), ideólogo y fundador de la Universidad lo que habla de cierta circulación de las imágenes en otros espacios geográficos. (fig 3) EEAT - 1915 - Estudiantes de la Universidad de Tucumán. Injertos de cítricos – Fondo EEAOC (Fig 4) EEAT – 1915 – William Cross, Arthur Rosenfeld y Juan B. Terán – Sección archivos fotográficos AGN Si bien en este caso podría argumentarse que “las fotografías vienen a afirmar algo que ya se sabía previamente”, creo que es válido aclarar que fue el hallazgo de las fotografías que unían a ambas instituciones el disparador para el análisis realizado, ya que la vinculación entre ellas fue un tema muy poco desarrollado por la historiografía tucumana. Hecha esta aclaración, es posible afirmar una vez más la intensa capacidad de la fotografía de generar interrogantes y, de este modo, colaborar con la problematización del relato histórico. A modo de conclusión He intentado trazar un recorrido por los pasos de una investigación que, si bien no derivó en una tesis centrada en las imágenes, sí las tuvo como importantes fuentes “tras bambalinas”. Luego de muchos años de existencia, la disciplina histórica tiene la obligación de formular nuevas preguntas a viejos temas. Esto puede hacerse a la luz de nuevos enfoques teóricos pero también a través de nuevos acercamientos metodológicos. Observar la historia a través de las imágenes es una manera válida de hacerlo. La observación preliminar de las imágenes del fondo fotográfico permite hacernos una idea de cuales son los temas retratados preferidos por la institución y quiénes, o cuales son sus protagonistas; una suerte de paneo general de su universo visual. El acercamiento a la dimensión material de las fotografías, su soporte, su técnica, su catalogación, su preservación, son datos fundamentales en la investigación, habla de su contexto de realización, de sus productores y de sus conservadores. La consulta bibliográfica y de fuentes escritas resulta fundamental para comprender el mundo institucional que contiene – y produce- a esas fotografías. Una vez consultada las fuentes escritas, un segundo análisis más detallado, cualitativo y cuantitativo, de su contenido visual y de su materialidad puede perfectamente llevar a la construcción y comprobación de diversas hipótesis de trabajo. Así como ha sucedido en el caso analizado, las imágenes no pueden ser las únicas fuentes a consultar, es necesario cruzarlas con otras “tradicionales” que puedan hacerlas “hablar” con fluidez. Esta fuerte dependencia de las imágenes pudiera ser vista como un obstáculo, o como un “defecto”, sin embargo, creo que la función fundamental de las imágenes es la de servir de disparador de preguntas y es sabido que sin preguntas una investigación no tiene razón de ser. Entonces, es posible concluir que lo que puede ser considerado como una falencia de las fuentes visuales, es decir, todo aquello que una imagen no puede decirnos sin un complemento escrito, puede servir para disparar interrogantes que quizás no hubieran sido tan evidentes en una investigación limitada a las fuentes tradicionales; las fotografías, y su contenido, al tiempo que revelan información, detonan emociones. El análisis de la fotografía, tanto en sus dimensiones simbólicas como materiales, tiene el potencial de proveer un amplio panel de informaciones visuales para una mejor comprensión del pasado en múltiples aspectos. Bibliografía CORTÉS-ROCCA, Paola (2011) El tiempo de la máquina. 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Fondo Fotográfico de la Estación Experimental Obispo Colombres Revista Industrial y Agrícola de Tucumán 1910 - 1920 Diario La Gaceta 1914 -1920 Diario El Orden 1900 - 1918 Sección Fotográfica Archivo General de la Nación 7 La palabra y la imagen: la transmisión de símbolos culturales a través de la(s) iconografía(s) en el arte prehispánico surandino María Paula Costas (UBA) Correo electrónico: [email protected] Introducción En las sociedades prehispánicas surandinas llamadas “orales” (debido a la ausencia de escritura alfabética) la relación entre palabra e imagen ha constituido una de las formas más eficaces de “hacer memoria” (Severi, 2010:42). Partimos de considerar que, si la imagen nunca es una imitación de la forma de un objeto sino una construcción surgida y configurada a partir de la selección de ciertos aspectos y convenciones plásticas (Bovisio, 2012:28), una representación (en apariencia simple) puede revelarse como marcada por el “retorno” de una serie de temas iconográficos que la precedieron (Severi, 2010:44), indicando la persistencia de un mismo complejo de ideas que podría seguirse como una herencia cultural transmitida a través de los años. El presente trabajo no pretende demostrar una interpretación sino ensayar un modo de construir hipótesis que den cuenta de la problemática del estatuto de la imagen/relato prehispánica surandina como instrumento instaurador de memoria, determinado por el funcionamiento de la misma en sus contextos de producción, uso y circulación (Bovisio, 2011:2). Esta propuesta hace eco de los abordajes planteados desde el campo de la antropología y la historia del arte por autores como Descola, Gell, Severi, Pasztory y Bovisio, quienes abogan por la aplicación de herramientas teóricometodológicas que permitan atender a la cuestión de la generación de significados en imágenes producidas en contextos diferentes al del occidente moderno. El interés que anima este análisis es contribuir al desarrollo de una aproximación interdisciplinaria en las interpretaciones del arte prehispánico surandino a partir del caso de las cabezas “trofeo” momificadas paracas-nasca, ya que ofrecen abundante material arqueológico e iconográfico para discutir la cuestión acerca de la relación entre el cuerpo real sobre el que se opera el sacrificio por decapitación, la construcción de un objeto ritual y su posterior representación iconográfica. Nuestro objetivo principal consistirá en establecer los rasgos diagnósticos que permitan identificar las cabezas “trofeo” momificadas y su iconografía en la producción plástica de las culturas ParacasNasca entre el 700 a.C y el 600 d.C.1 a fin de abordar el estudio de estas piezas como imágenes que dan cuenta de su rol como agentes activos en la configuración de cosmologías que sustentan un determinado orden socio-político y religioso. Desde la perspectiva semiológica a la de la antropología del arte Mientras que en la semiótica de Pierce un índice es un “signo natural”, una entidad desde la cual el observador puede hacer una inferencia causal de algún tipo, en el campo de la psicología de la percepción los términos signo, representación y símbolo no refieren a tres clases de imágenes sino que describen tres funciones que una imagen puede cumplir. Una imagen puede ser signo, en la medida en que denota un contenido 1 Durante este período se dio el florecimiento de culturas regionales tras la desaparición de Chavín como centro de poder político-religioso. Aparecieron centros urbanos que concentraron la actividad política, religiosa, militar y la producción de manufacturas. Asimismo, aumentó la diferenciación social y la especialización en el trabajo y las tecnologías. En la costa sur, en el valle de Ica, la cultura Paracas continuó hacia el 200 d.C. en la de Nasca. Los Nasca desarrollaron una civilización superior que controlaba un territorio que se extendía desde el Valle de Pisco, al norte, hasta los valles de Yauca y Acarí. particular sin reflejar sus características visualmente; representación, en la medida en que capta y evidencia alguna cualidad pertinente de los objetos o actividades que describe; y, símbolo, en la medida en que retrata cosas ubicadas a un más alto nivel de abstracción que el símbolo mismo (Arnheim, 1985:133-136). En el caso del arte prehispánico, el hecho de que exista una ausencia de fuentes escritas en la época en que fueron producidas estas imágenes y que, en muchas ocasiones, tampoco contemos con evidencia arqueológica que nos permita desentrañar su sentido ha llevado a asumir el “mito del realismo” fundado en la creencia de la “imagen reflejo”, representación mimética (o imitación) de algo existente (Bovisio, 2012:25). Para los propósitos de la teoría antropológica de Gell un índice es visto en sí mismo como resultado y/o instrumento de agencia social2, vale decir, con la capacidad de ser agente y/o paciente dentro de las relaciones sociales. Desde esta perspectiva, la teoría antropológica del arte tiende a explorar un dominio en el cual los “objetos” se unen a la “gente” mediante la existencia de relaciones sociales entre las personas y las cosas, y las personas y las personas vía los objetos (Gell, 1997:12-15). Belting (2011), por su parte, plantea la necesidad de una comprensión abierta e interdisciplinaria de la imagen como resultado de la simbolización colectiva, en la medida en que nuestra percepción individual está supeditada a una forma determinada por la época. De este modo, prestar atención a aquello que no puede ser leído, a lo que excede las posibilidades de una interpretación semiótica y a lo que desafía la comprensión sobre la base de la convención, ofrecería un contraste con los paradigmas disciplinarios dominantes para el análisis del arte prehispánico (Moxey, 2009). Sistemas de representación y sistemas cosmológicos Si bien percepción y pensamiento interactúan en la práctica en la medida en que los pensamientos influyen en lo que vemos y viceversa (Arnheim, 1985:15) el arte prehispánico, en general, elige representar los objetos mediante un proceso mental de concentración de la imagen en un pequeño número de rasgos distintivos (Severi, 2010:85). Es decir, si bien las imágenes tienen su origen en una experiencia de la realidad física, su estatuto no estaría definido a partir de la relación que establecen con el objeto representado sino por su funcionamiento en el contexto de la praxis ritual, al cumplir un rol activo en la configuración/reproducción de cosmovisiones (Bovisio, 2011). Por ello, la iconoclastia no sería imaginable en estas culturas ya que, si bien las imágenes construidas sobre determinados soportes materiales podían ser intencionalmente dañadas por razones religiosas (Pasztory, 2005), nunca eran destruidas por imitar un prototipo que dictaba su apariencia sino por lo que representaban en sí mismas3. Según Descola, frente a otro (humano o no humano) puedo suponer que posee elementos de materialidad e interioridad análogos o distintos a los míos, que tenemos materialidades distintas e interioridades similares, o bien, que nuestras materialidades son análogas aunque las interioridades difieran. Estas fórmulas definen cuatro grandes 2 Las relaciones entre los agentes y pacientes sociales, para los propósitos de la teoría antropológica del arte, se obtienen entre cuatro “términos”: 1) Índices: entidades materiales que motivan inferencias abductivas, interpretaciones cognitivas, etc; 2) Artistas: a quienes se adscribe, por abducción, responsabilidad causal por la existencia y características del índice; 3) Recipientes: aquellos en relación a los cuales, por abducción, los índices se consideran como portadores de agencia, o quienes ejercen agencia vía índice; 4) Prototipos: entidades que, por abducción, son representadas en el índice, frecuentemente por virtud de similitud visual, aunque no necesariamente. Los cuatro términos pueden ser considerados agentes sociales de diferentes tipos, y como tales, son capaces de ser agentes o pacientes (Gell, 1997:26-28). 3 Bovisio denomina este tipo de imágenes rituales “presentificaciones” (Bovisio, 2011:1). tipos de ontologías o sistemas de propiedades que sirven de punto de anclaje de las formas cosmológicas, de los modelos de lazo social y de las teorías de la alteridad. Los sistemas anímicos (como es el caso de las sociedades prehispánicas surandinas) en los que se cree en una homología de interioridades aunque las materialidades sean diferentes, se sirven de categorías elementales de la práctica social para pensar las relaciones de los hombres con los seres naturales (Descola, 2001:87-88). El caso de las cabezas “trofeo” momificadas paracas-nasca: la construcción de una imagen/relato 1) Cuerpo real Tal como lo confirma el registro arqueológico, un aspecto importante de la religión nasca fue el uso ritual de cabezas humanas capturadas durante batalla4, que posteriormente eran momificadas. A diferencia del caso paracas (donde las representaciones iconográficas en textiles son muy frecuentes pero los hallazgos arqueológicos escasos), en diversos sitios nasca se lograron recuperar numerosos ejemplares. Baraybar (1987) documentó más de setenta cabezas momificadas pertenecientes a diferentes colecciones pero, debido a que muchas provienen de sitios saqueados, son pocos los casos en los que contamos con buena documentación sobre sus contextos arqueológicos. Algunos de los ejemplares excavados científicamente, sin embargo, nos brindan información sobre los posibles contextos en los que se depositaban estas cabezas. La mayoría de las cabezas “trofeo” aparecía en forma aislada, es decir, como ofrendas a las deidades o wakas5 en espacios ceremoniales, sin asociación a entierros u otros objetos, en las plataformas de relleno o en pequeños agujeros excavados en suelos de tierra endurecida 6 (Verano, 1995:211). 4 Si bien parece evidente que las cabezas “trofeo” humanas estaban destinadas a un uso ritual, la manera mediante la cual se obtenían fue tema de debate durante algún tiempo. Actualmente existe un acuerdo general en considerar que las víctimas de decapitación eran miembros de grupos vecinos, descabezados durante la batalla o, si el enemigo era tomado prisionero, inmediatamente después (Proulx, 2006). 5 El término huaca, o uaca, del quechua wak'a designaba a todos aquellos ídolos, templos, tumbas, momias, lugares y/o animales que se consideraban sagrados. 6 En el sitio de Cahuachi, el centro habitacional y ritual más importante de la cultura nasca (ubicado en el valle nasca y configurado por cuatro grandes conjuntos de edificios que suman más de 31 montículos y pirámides), se realizaron diferentes campañas a lo largo del siglo XX conducidas por A. Kroeber, D. Strong, H. Silverman y G. Orefici, donde se recuperó un total de 21 cabezas. En las plataformas de la etapa 2 (fase 3, 50 a.C.-250 d.C.) de construcción del Gran Templo se encontraron una cabeza “trofeo” mirando hacia el este, acompañada de antaras (especie de flauta de Pan, formada por una hilera de cañas dispuestas en escalera y aseguradas por amarras) rotas y un tambor de cerámica junto a fragmentos de cerámica Nasca 3. En las plataformas de la etapa arquitectónica 3 (fase 4, 250-400 d.C) se hallaron dardos, una cabeza “trofeo” en buen estado de conservación, tres momias y un fardo. Dos de las momias estaban cubiertas por un textil simple y no estaban asociadas a otros elementos funerarios mientras que, la tercera, descabezada, estaba amarrada con trenzas de cabello humano y tenía una gran pieza cerámica ubicada en lugar de la cabeza. La etapa 4 (fase 5, 400-450 d.C) del Gran Templo corresponde a la fase 5 de Cahuachi y está marcada por la clausura del sitio. Al igual que en las etapas precedentes, aquí también se celebraron algunos ritos y se depositaron ofrendas en lugares seleccionados, antes de proceder a cubrir el relleno (Bachi Bacha y otro, 2006). Uno de los hallazgos más impresionantes fuera del sitio de Cahuachi fue el de Cerro Carapo en el valle de Palpa: 41 cabezas de adultos masculinos, entre 20 y 45 años, enterradas juntas configurando una única ofrenda (Proulx 2001:130). Riddell (1987), por su parte, durante excavaciones en Tambo Viejo en el valle de Acan halló cinco cabezas “trofeo” pertenecientes a Paracas Tardío o Nasca Temprano. Las cabezas estaban colocadas en ollas cerámicas enterradas en pozos debajo de los cuatro cuartos que excavó. Algunas se encontraban envueltas en textiles de algodón liso pero no había otros objetos asociados (Verano, 1995:210). Otro caso es el de los hallazgos en la periferia del cementerio nasca de Chaviña, en el valle Acari donde Neira y Coelho (1972) descubrieron once cabezas “trofeo” ubicadas en forma lineal a lo largo de la cara oeste de un muro de ladrillos de adobe en el perímetro de un cementerio saqueado y cubierto por desechos de material ocupacional que contenía Excepcionalmente, también pudieron funcionar como ajuar funerario7, posiblemente de un personaje de alto rango vinculado al poder político-religioso, vale decir, a quienes encarnaban, representaban o se comunicaban con lo divino (Bovisio y otro, 2012:4). 2) Objeto ritual Estas cabezas humanas cercenadas eran posteriormente momificadas como resultado de un procedimiento que puede reconstruirse a través del examen físico de los ejemplares bien conservados, gracias a las condiciones ambientales desérticas de la costa sur del Perú. La cabeza era cortada a la altura del cuello y se removían la vértebra cervical y las estructuras de los tejidos blandos en la base del cráneo. Esta base se abría por medio de una ligera ampliación del forámen mágnum o se quitaba completamente con la finalidad de extraer la masa encefálica. Se perforaba el hueso frontal, aproximadamente en el centro de la frente, para atravesar una cuerda atada al interior del cráneo. Los labios, y a veces los párpados, eran cosidos con espinas de algarrobo o cactus y la mandíbula inferior se ataba a los arcos zigomáticos para mantenerla en su ubicación original. Las mejillas se rellenaban con fibra de algodón o vegetal o cabello cortado de la misma cabeza de la víctima. El resultado final era una cabeza completa con piel y cabello, con una cuerda, de fibras vegetales, algodón, lana o incluso de cabello del sacrificado, que permitía transportarla (Fig. 1). 3) Representación iconográfica8 Estas cabezas “trofeo” momificadas también aparecen representadas en su arte: individualmente o asociadas a seres míticos. El cuchillo de obsidiana, lanzas, hondas y mazo son las armas que aparecen de manera recurrente en la mano de los personajes que sujetan, con la otra, una cabeza humana cortada9. Si consideramos que las imágenes dan cuenta de los modos de construir y trasmitir conceptos, nos interesa aquí contrastar los rasgos que definen la cabeza momificada, en tanto objeto construido, con los de su fragmentos de cerámica nasca. Nueve de ellas estaban dentro de pequeños agujeros circulares excavados en el suelo duro de caliche, y las otras dos (una de las cuales estaba dentro de una olla) sobre la superficie endurecida cubiertas por arena y desechos domésticos. La mayoría estaba envuelta en textiles simples de algodón, pero se halló una con un textil azul con bordes policromos y fragmentos de textiles policromos asociados a otras cabezas, como así también ajíes al interior de la envoltura de tres cabezas. También se encontraron pares de espinas de huarango cerca de la boca de tres cabezas que podrían haber servido para coserlas. La cavidad craneal de una de las cabezas estaba rellena con hojas de maíz, cáscaras de maní y pacae, y espinas de cactus, entre otros vegetales. Verano señala que, si bien los arqueólogos responsables del hallazgo interpretan estos materiales como ofrendas intencionales, pudieron haber servido para secar y conservar la cabeza (Verano, 1995:211-212). Pese a que no se logró establecer la naturaleza específica de la arquitectura asociada a las cabezas, Neira y Coelho interpretaron la pared como parte de algún tipo de estructura ceremonial y a las cabezas “trofeo” como ofrendas. 7 Otro hallazgo realizado en el sitio de Cahuachi, de carácter excepcional, consiste en un conjunto de nueve cabezas que formaba parte del ajuar funerario de una tumba de alto rango, dos de las cuales estaban envueltas en textiles de algodón (Verano, 1995:211). 8 En 1925 Julio C. Tello descubrió en el cementerio llamado la Necrópolis de Wari Kayan, ubicado en el flanco norte del Cerro Colorado, 429 fardos funerarios que correspondían a los dirigentes del gobierno de Paracas. En los textiles se pueden distinguir dos estilos principales de construcción formal de imágenes: Lineal y Bloques de color (Paul, 1993). Proulx (2006) organiza los diferentes estilos de la cerámica nasca en cinco periodos: Pre-Nasca, Monumental, Transicional, Prolífero y Disyuntivo. En el presente trabajo nos concentraremos en los estilos Monumental, Transicional y Prolífero que hacen al período medular de la historia nasca. (100 a.C – 600 d.C.). Las categorías propuestas para el análisis iconográfico son una reformulación de las utilizadas en trabajo realizado en 2008 a partir del relevamiento de 101 piezas, textiles paracas y cerámicas nasca, pertenecientes a las colecciones privadas Velazco, González Garaño, y Pando, que fueron patrimonio del Museo de Ciencias Naturales de la ciudad de La Plata hasta 1928 y actualmente forman parte del acervo del Museo Etnográfico “Juan B. Ambrosetti” (Costas, 2006/09). 9 Estos elementos que aparecen en la iconografía, también han sido recuperadas de contextos arqueológicos. En tumbas de Cahuachi, por ejemplo, se hallaron lanzas de madera de huarango, mazas de piedra, cuchillos de obsidiana y metal, dardos y lanzaderas tejidas. representación iconográfica, con el fin de indagar cuales son los aspectos que definen su identidad y su eficacia simbólica (Bovisio y otro, 2012:8). En primer lugar, suponemos que en todos los casos se trata de cabezas masculinas ya que contamos, sobre todo a partir del estilo Transicional (300 d.C.), con una imagen “arquetípica” femenina caracterizada por su peinado arreglado en pares de mechones simétricos a los costados de la cara, ausencia de tatuajes y/o pinturas faciales, deformación craneana plana, y una fisonomía distintiva de ojos almendrados grandes y boca pequeña (Cornejo y otros, 1996:28-30; Bovisio y otro, 2012:8). a. Cabezas sueltas Las vasijas cefalomorfas del estilo Monumental se caracterizan por presentar un rostro frontal con orejas y/o nariz modeladas, ausencia de cuello, pinturas faciales debajo de los ojos, tocados o adornos cefálicos, y cabello. Al igual que en el caso del arquetipo femenino, no advertimos aquí la intención de plasmar la individualidad de un sujeto a través de la representación realista, expresiva y variada de sus rasgos fisonómicos, sino de establecer una tipología formal mediante la selección de un pequeño número de rasgos distintivos. Dentro de este primer grupo podemos distinguir dos tipos: el primero se reconoce por presentar algunos aspectos que coinciden con los de las cabezas “trofeo” del registro arqueológico (los ojos están cerrados y la boca se figura mediante una línea simple atravesada por otras dos líneas más pequeñas que sugieren la alusión a la boca “cosida” y, algunas veces, también se muestra la soga para transportarla) (Fig. 2); el segundo, en cambio, se identifica por los ojos abiertos (con la pupila hacia arriba o en el centro) y la presencia de grandes tocados decorados. En otros casos, si bien la cabeza suelta continúa siendo el único motivo representado, la decoración de las piezas se organiza en guardas. En los ejemplares del estilo Monumental las cabezas pueden disponerse de frente o de perfil, y ubicarse en posición vertical u horizontal alrededor del vaso. Como rasgos constantes se mantienen el corte a la altura del cuello y la presencia de cabello. Los ojos pueden estar abiertos (con la pupila hacia arriba) o cerrados, pero la boca siempre se muestra cerrada (“en forma de salchicha” o figurada mediante una línea simple) y puede o no estar cosida. Si bien en ningún caso exhiben pinturas faciales, los colores de los rostros pueden variar, lo que podría estar sugiriendo diferencias en la pertenencia territorial de las cabezas (Fig. 3). En la variante del estilo Prolífero el vaso se organiza en dos o tres registros de guardas. Las cabezas pueden aparecer en uno o varios registros, asociadas a escenas con seres míticos y/o a lanzas, serpientes estilizadas, escalonados u otros motivos geométricos. En algunos casos aparecen líneas rojas cerca de las orejas, la nariz o la base del cráneo que interpretamos como sangre (Fig. 4). b. Cabezas asociadas a seres míticos10 En nuestro análisis de textiles paracas advertimos que las representaciones de las cabezas “trofeo” siempre aparecen, tanto en el estilo Lineal como en el de Bloques de color, asociadas a seres míticos o a personajes rituales. En todos los casos se muestran de frente y pueden relacionarse con el personaje principal de tres maneras: como cabezas portadas, como terminación de apéndices o como amuletos y/o decoración. En el estilo Lineal, aparecen siendo portadas y/o como terminaciones de apéndices del Ser Oculado (Fig. 5). En el estilo Bloques de color las cabezas aparecen asociadas a figuras humanas con complejos trajes rituales. Paul ha interpretado estos personajes como danzantes que imitaban las imágenes y los espíritus de culto en las festividades religiosas, en las cuales se cantaba, danzaba e invocaba a las fuerzas deificadas de la 10 Con el término “ser mítico” se define una variedad de seres con atributos antropozoomorfos. Aquí nos concentramos en el análisis de la iconografía de las cabezas asociadas al Ser Oculado y al Ser Mítico Antropomorfo, los cuales ocupan el primer lugar en importancia en Paracas y Nasca, respectivamente. naturaleza. Como indumentaria ritual usada por los danzantes humanos, los animales simbólicos y las criaturas compuestas cobraban vida en el contexto ceremonial (Paul, 1993:286-88). En ambos casos, si bien los rostros se asemejan a los de los personajes principales, son más pequeños y sintéticos, y ostentan líneas en la base de su cráneo y/o parte superior de la cabeza que podemos entender como alusión a la sangre y el cabello (Fig. 6). Cuando la cabeza aparece asociada a un ser mítico en la cerámica nasca, éste la puede portar como trofeo (sostenida de una cuerda o tomada del cabello) en una mano mientras lleva un arma en la otra, como parte de su manto o “significador”, o como adorno en orejeras, tocado y/o cinturón (Fig. 7). Una variante es el “ser mítico con lengua extendida” (presente tanto en Paracas como en Nasca) caracterizado por los ojos abiertos con la pupila en el centro y la presencia de una lengua en forma de serpentina saliendo de su boca. En algunos casos, esta lengua termina en cabeza (con los ojos abiertos con la pupila hacia arriba11) (Figs. 8 y 9). Esta variante iconográfica en ocasiones se ha interpretado como una alusión a la importancia del consumo ritual de ciertos alimentos e incluso se ha llegado a señalar el poder activo de estas lenguas como símbolo de poder y autoridad, en relación a su importancia para la oratoria pública (Arnold y otro, 2008:223). En el mundo andino, las ocasiones en que se ofrecían sacrificios humanos eran de suma importancia para el destino de la comunidad, y el cuerpo humano constituía la máxima ofrenda que garantizaba al hombre el establecimiento de una comunicación con el ámbito de lo sagrado (Bovisio 1995 y 2011). Los datos etnográficos (a través de la reconstrucción de relatos y rituales que aún hoy perviven en el área surandina) muestran cómo las cabezas capturadas eran consideradas portadoras de una fuerza vital derivada de la “cabeza-semilla” de un enemigo que diseminaba y proliferaba procesos productivos en una serie de diferentes niveles, desde la cabeza hacia la esposa del guerrero (encargada de prepararla y convertirla en “trofeo” para dotarla de los poderes sobrenaturales que le permitirían articular la muerte con la regeneración de la vida), luego hacia la familia y por último hacia el territorio del ayllu y a los dominios de los animales, las plantas y la sociedad en general (Arnold y otro, 2008:130-31). Las cabezas, por lo tanto, eran intencionalmente momificadas con el propósito de conservar la piel, el cuero cabelludo y el cabello, lo que podría estar indicando la importancia simbólica que estos elementos poseyeron (Verano, 2003:2). En cuanto a los elementos simbólicos que definen la representación iconográfica de la cabeza “trofeo” momificada, los rasgos reconocibles que aparecen de manera constante a lo largo del tiempo son la cabeza cercenada a la altura del cuello, la identificación de un rostro humano masculino, y la presencia/alusión al cabello y/o la sangre (asociados con la regeneración y la fertilidad, respectivamente). Además, el grado en que estos rasgos son formalmente consistentes a pesar de las variantes tipológicas y los cambios estilísticos, los diferentes soportes, técnicas y materiales nos permitiría afirmar que, aparentemente, existió un modo fijo de representar estos componentes de la imagen en la medida en que funcionaron como portadores de determinados sentidos ideológicos. Más aún, podría plantearse que el significado atribuido a la iconografía de las cabezas variara de acuerdo a su aparición en forma aislada o en asociación con seres míticos: mientras que en el primer caso se estaría expresando su valor en sí mismas como portadoras del poder de dar vida, en el segundo el énfasis estaría puesto en la idea de las cabezas “trofeo” como las ofrendas 11 Según Ríos Valladares (2006) este tipo de ojo se denomina “excéntrico” y remite a los ojos de los individuos muertos. presentadas a las deidades para que éstas garantizasen la restauración del orden social, natural y cósmico (Bovisio y otro, 2012). Podemos asumir que estas representaciones fueron producidas por los “artistas” que habitaron los centros urbanos donde se concentraba la producción de manufacturas y, en la medida en que la imagen del prototipo (objeto ritual) estaba controlada por los medios del índice (representación iconográfica) que seleccionaba el “artista”, éste funcionaba como agente social (Gell, 1997). Sin embargo, su libertad creadora e imaginativa se veía limitada por un discurso controlado desde la clase gobernante. En el caso de la representación de la cabeza como adorno y/o amuleto, en donde la selección de aspectos era aún más simplificada, estaríamos ante un tercer nivel de construcción de la imagen (construcción de la cabeza como objeto ritual – representación iconográfica de la cabeza como objeto ritual– representación de la representación iconográfica de la cabeza como objeto ritual) en el cual, ya no sería el objeto ritual sino su representación iconográfica la que estaría ejerciendo su agencia como prototipo. Si pensamos que estas iconografías fueron plasmadas en diversas piezas plásticas que se produjeron y circularon durante siglos por el área surandina, podríamos entenderlas como imágenes de larga duración y pensarlas, en términos warbuguianos, como pathosformel (Costas, 2006/9). El análisis de los modelos iconográficos, y en particular de las pathosformel implica, en la obra de Warbug, la idea de una vida póstuma no sólo de las formas, sino también de su eficacia y de su capacidad para suscitar determinadas creencias (Severi, 2010:320). Al igual que la vestimenta usada por los dirigentes paracas durante los rituales daba testimonio de su condición social (Paul, 1993:279) las cerámicas nasca operaban como una forma de comunicación visual que funcionaba dentro de un complejo sistema de símbolos culturales que vinculaba al ritual y la formulación icónica del conocimiento como método de “hacer memoria” (Severi, 2010). La construcción de imágenes/relatos memorables supone, en los contextos estudiados, la puesta en marcha de una relación particular entre aspectos visibles e invisibles de la representación (Severi, 2010:105); por ello, si bien la construcción de una imagen tiene su origen en la experiencia de la realidad física, su función no reside en describir cosas reales sino en articular lo percibido con lo conocido y lo imaginado. Entonces, la construcción de la cabeza “trofeo” momificada como objeto ritual y su representación iconográfica habrían operado como símbolo de la concentración de los poderes en la cabeza, responsables de legitimar su papel como mediadora entre los hombres y el ámbito de lo sagrado, más que como descripciones literales de cabezas humanas. En el contexto ritual, la apelación a otros sentidos que van más allá del efecto visual se hace evidente en la importancia otorgada a la música, la danza y/o el consumo de ciertos alimentos. De este modo, la memoria social de estas tradiciones no estaría fundada ni en un análogo de la escritura alfabética, ni en una tradición oral, sino más bien en la relación que se establece entre una iconografía relativamente estable y un uso rigurosamente controlado de la palabra por parte de los gobernantes, quienes cumplían funciones duales como shamanes/guerreros (Severi, 2010:208). Bibliografía ARHEIM, R. (1985) Cap. II: “La inteligencia de la percepción visual”, Cap. VI: “Las imágenes del pensamiento” y Cap. VIII: “Representaciones, símbolos y signos”. El pensamiento visual. Buenos Aires, EUDEBA. [1º edición en inglés 1969]. ARNOLD, D. y HASTORF C. A. (2008) Heads of State. Icons, power, and politics in the Ancient and Modern Andes. United States of America, Left Coast Press Inc. ARNOLD, D., YAPITA, J. y AYCA, E. (2007) Cap. III: “Las cabezas de la periferia, del centro y del mundo interior”. “Hilos sueltos”: los Andes desde el textil. La Paz, ILCA. 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Museo Nacional de Antropología y Arqueología de Lima. AF: 7508. Foto tomada de VERANO, J. (1995:208, Fig. 9). (Fig. 2) Vasija cefalomorfa, estilo Monumental. Colección Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, pieza nº 34429, Buenos Aires. Foto tomada por COSTAS, M. P. (2008). (Fig. 3) Guardas con cabezas sueltas, estilo Monumental. Colección Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, pieza nº 33489, Buenos Aires. Foto tomada por COSTAS, M. P. (2008). (Fig. 4) Guardas con cabezas sueltas, estilo Prolifero. Colección Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, pieza nº 30-23, Buenos Aires. Foto tomada por COSTAS, M. P. (2008). (Fig. 5) Detalle del Ser Oculado portando una cabeza y con cabezas como terminación de apéndices, estilo Lineal. Colección Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, pieza nº 331187, 52 x 12 cm., Buenos Aires. Foto tomada por COSTAS, M. P. (2008). (Fig. 6) Detalle de Personajes Rituales portando cabezas bordados en el borde de un manto, estilo Bloques de Color. Colección Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, pieza nº 175, 56 x 41 cm., Buenos Aires. Foto tomada por COSTAS, M. P. (2008). (Fig. 7) Ser Mítico Antropomorfo portando cabeza, estilo Monumental. Colección Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, pieza nº 34287, Buenos Aires. Foto tomada por COSTAS, M. P. (2008). (Fig. 8) Ser Mítico “con lengua extendida”, estilo Lineal. Colección Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, pieza nº 25169, 14.5 x 8 cm., Buenos Aires. Foto tomada por COSTAS, M. P. (2008). (Fig. 9) Ser Mítico “con lengua extendida”, estilo Monumental. Colección Museo Etnográfico Juan B. Ambrosetti, pieza nº 34326, Buenos Aires. Foto tomada por COSTAS, M. P. (2008). 8 El arte misional, en dibujo, pintura y cerámica: una perspectiva artística e histórico antropológica Lorena Halberstadt (CONICET-CEDIT, Universidad Nacional de Misiones) Correo electrónico: [email protected] Introducción El presente trabajo forma parte de mi tesis doctoral en Antropología Social que se encuentra en instancia de investigación, denominada: “Arte, visualidad y vida cotidiana en el espacio misional. La Reducción de Santa Ana, entre los siglos XVII y XIII”. Por lo tanto esta ponencia manifiesta una fracción de ese conjunto, consistente en mostrar la importancia de la materialidad artística como fuente de información y documento para el estudio del arte y la vida cotidiana en las misiones. Éstas reducciones fueron establecidas por la Compañía de Jesús en la región del Paraguay en 1610 y persistieron hasta 1768, momento en que los jesuitas fueron expulsados por la corona española; emplearon el lenguaje visual y plástico como medio de comunicación y enseñanza de la doctrina cristiana, desarrollándose a través de diversos oficios y talleres dentro de las misiones. Este trabajo interdisciplinario abarca las artes plásticas visuales, la historia y la antropología; centra su atención en los dibujos, pinturas, cerámicas y esculturas elaboradas en los antiguos talleres misionales y presenta algunos ejemplos que permiten señalar la importancia de la imagen como documento. Las imágenes se analizaron en base a conocimientos sobre las Artes Plásticas teniendo presente: materiales utilizados; técnicas de elaboración; tratamientos de superficies y elementos compositivos de la imagen. Éstos análisis en conjunción con bases teóricas que se asientan en: trabajos sobre pinturas y esculturas del ámbito misional (Sustersic 2010); referencias a la participación indígena (Plá 2006, Furlong 1969); abordaje metodológico al estudio de la imagen (Siracusano 2005) y desde la antropología del arte (Belting, 2007). Los principales objetivos son: abordar la imagen como fuente de información y documento; analizar la misma desde aspectos teórico metodológicos; demostrar que la imagen es un documento; presentar los resultados y compartir las conclusiones arribadas. Es una primera aproximación a la producción de visualidad, entendida esta categoría como carácter construido y social de lo visual. Las imágenes seleccionadas (una o dos de cada disciplina artística) son obras que se han conservado de la época misional: en pintura una imagen de la “Virgen María”, porque ha estado latente durante mi estudio de posgrado en la temática jesuítica y existen diversas acepciones respecto a sus autores, fechas y motivos de realización; en escultura un “San Lorenzo” que por sus características fue realizado por el Hermano Coadjutor José Brasanelli quien trabajó en los talleres de dibujo, pintura y arquitectura en la reducción de Santa Ana; también en escultura una “Santa Bárbara”, que se encuentra en una Ermita en Candelaria, la cual continúa tejiendo una red simbólica de sentimientos y creencias; por último, una imagen de fragmentos de cerámica que evidencian una iconografía de tradición netamente guaraní. Metodología El abordaje metodológico de la Dra. Siracusano respecto al estudio de la imagen desde lo material, me permite abrir un abanico de posibilidades hacia el conocimiento de otros aspectos de la vida cotidiana en las misiones jesuíticas y del arte específicamente. Su planteamiento corresponde con la contrastación de imágenes, textos, materiales y técnicas (tanto homogéneas: imagen con imagen, o heterogéneas: imágenes con textos) y el cruce de estas imágenes, textos, materiales y técnicas, como un eje cartesiano; cruce desde lo diacrónico (hacia atrás: imagen con imagen, imagen con texto) y también de manera diacrónica. Es en este cruce donde surgen o se dejan ver las muestras de lo real. Este método utilizó la Dra. Siracusano para abordar su trabajo denominado “El Poder de los colores. De lo material a los simbólico en las prácticas culturales andinas. Siglos XVI-XVIII” (2005), en congruencia con un trabajo interdisciplinario (química, historiografía y conservación). Me parece importante y necesario citar dicho trabajo, ya que corresponde a una investigación que parte de la materia como documento y debido que su metodología permite desarrollar y profundizar cuestiones similares; como así también temas de áreas diferentes. La Dra. Siracusano propone pensar en los materiales y su manipulación como portadores de cargas significantes al servicio de ciertas prácticas culturales y necesidades sociales, políticas o económicas; refiriéndose al “cuerpo” de las imágenes (Siracusano: 2009, 156). El historiador de arte Alemán Hans Belting en “Antropología de la Imagen” (2007) se refiere a “Medio – Imagen – Cuerpo”. Los medios concebidos como géneros y materiales, como medios del arte. “La imagen, tiene siempre una cualidad mental y el medio siempre una cualidad material…” asevera el autor (Belting: 2007, 39). Para la Dra. Siracusano, la materialidad de una imagen guarda en sí misma las señas y las marcas de intencionalidades y significaciones atribuidas a ella en un tiempo pasado por las voluntades de muchas personas que intervinieron directa o indirectamente en su fabricación (Siracusano: 2009, 156). Centramos la atención aquí, en categorías que hacen a la imagen, la constituyen como tal, permiten que la misma sea ella por si sola, quien habla o permite a quien contempla y la estudia: ahondar en estas intencionalidades y significaciones; la imagen puede mostrar una parte de la realidad pasada. Explícitamente la Dra. Siracusano refiere a la materia como documento y me pareció imprescindible no dejar de citar el siguiente párrafo: “Un concierto de voces se eleva ni bien comenzamos a convertir esas presencias materiales en restos arqueológicos del “hacer”, en disposiciones efectivas de gestos e intencionalidades, en índices materiales de prácticas concretas e ideales, es decir, cuando convertimos la materia en “documento”. Documento porque muestra o enseña una parte, una fracción de dicha realidad pasada en su supervivencia material presente. Documento que, como señaló Le Goff, no expone una verdad objetiva, pues requiere preguntas formuladas por el historiador, cuya condición de tal mostrará nuestras propias intencionalidades.” (Siracusano: 2009, 157). En este último punto recalco el papel del antropólogo al formular y realizar preguntas. La antropología histórica aborda un método similar al explicitado, contrastando fuentes, ubicando las mismas en determinados contextos, tratando de esclarecer de lo que se lee, por qué se lee determinadas cuestiones y no otras, si corresponde a un discurso oficial y se analiza el contexto de lo que se dijo; en este caso de la imagen, ¿por qué? ¿Quién? ¿Se pintó o esculpió de determinada manera?, ¿por qué ciertos materiales y pinturas?, ¿qué se quiso expresar?, ¿qué expresan hoy esas imágenes? Las imágenes siguen presentes, esta “vida” que se le atribuye desde ciertas categorías, es palpable y continúa un ciclo. Esas imágenes son resultados de una simbolización personal o colectiva y atañe al estudio antropológico. La contrastación de imágenes, textos, técnicas y materiales realizadas desde preguntas y formulación específica de interrogantes, permite encontrar o visualizar las “muestras de lo real” en ese cruce perpendicular. Aproximación a los ejemplos de producción estética Imagen en pintura de “La Virgen María” Traigo a escena en primer momento, una imagen realizada en la disciplina de la pintura, una de las pocas que ha perdurado hasta el presente, ya que de la época misional existen en menor cantidad imágenes en pinturas que en esculturas, debido a su material por la perdurabilidad en el tiempo, además hay que tener en cuenta que algunas reducciones sufrieron ataques, destrozos, incendios y saqueos; quizás asimismo porque las pinturas se han llevado a otros lugares con mayor facilidad que las esculturas por su peso y formatos; otra explicación radicaría en que se han realizado mayor cantidad de esculturas en los talleres misionales que pinturas, debido que la estatuaria tridimensional fue mejor recibida y aceptada por los guaraníes que las imágenes en dos dimensiones. Imagen de La Virgen María (pintura y boceto preparatorio visto por rayos infrarrojos). Fotografía: Darko Sustersic. Ubicación actual de la imagen: museo de Luján. Buenos Aires El Dr. Darko Sustersic afirma que la pintura fue ejecutada por un indígena, discípulo del Hermano Coadjutor Luis Berger. En 1992 se realizó una restauración de dicha imagen por la Fundación Tarea1, donde el Dr. Sustersic tuvo conocimiento de una inscripción al dorso de la imagen que dice “M. Habiyú fecit. Itapúa 1618”. Se realizó un estudio de rayos infrarrojos a la imagen que permitió observar un dibujo previo con características estilísticas disímiles a la pintura. La investigadora Josefina Plá en su libro “El barroco hispano-guaraní” (2006) alude que la imagen fue realizada en 1718 por Kabiyú ya que la lectura al dorso era entendida como: “J. M. Kabiyú Fecit Itapúa 1718”, también citada por Guillermo Furlong en “Historia Social y Cultural del Río de la Plata 1536-1810. El trasplante Cultural: Arte” (1969). Respecto a la base o modelo utilizado para la realización de la 1 Fundación Tarea: entidad sin fines de lucro, creada por la Academia Nacional de Bellas Artes juntamente con la Fundación Antorchas, para contribuir a la conservación y restauración del arte colonial argentino. imagen, estos dos autores infirieron que la imagen fue copia de un retrato de Isabel la Católica. Esta pintura que representa a la Virgen María se encuentra actualmente en el museo Enrique Udaondo de Luján, Buenos Aires. Es una pintura, realizada en la técnica del óleo sobre tela que mide 24 cm x 20,2 cm. Sustersic en su libro “Imágenes GuaraníJesuíticas”, refiere que la imagen fue traída por Rafael Trelles desde Paraguay e integró la colección de Manuel Ricardo Trelles, después la de Enrique Peña y la de su hija Elisa Peña. De allí pasó al museo de Luján. Afirma que la pintura fue realizada en base a efigies llamadas Verónicas, muy difundidas en España y traídas a América en el siglo XVI. “Las Verónicas de Cristo o de la Virgen se veneraban unidas en un solo díptico o también independiente, como la imagen de la Catedral de Valencia conocida con el nombre de La Madre de Deu o también como la Verónica del rey Martín. Alrededor de esta imagen surgieron una gran multitud de Verónicas de aspecto seudo-bizantino. En esa misma época estuvieron de moda, sobre todo en Cataluña y Valencia, pequeñas tablas con Madonnas de estilo bizantino…” (Sustersic: 2010, 52-53) En el libro de Pbro, Manuel Trens “María: Iconografía de la Virgen en el Arte Español” pude encontrar similitudes de esta imagen de la Virgen María con varias imágenes de Verónicas del arte español. Respecto a las diferencias entre el boceto preparatorio y la pintura, comparto con el Dr. Sustersic, que el primero alude a un diseño renacentista, europeo, de trazos firmes, sensibles y lineales; en cambio en la pintura se centra de manera impactante la mirada y ojos de la Virgen. Quien pintó agrandó el tamaño de los ojos e intensificó la pincelada en lo que él consideró como más significativo e importante de la imagen. El contraste entre luces y sombras de la pintura crean volúmenes redondeados en el rostro. Es una imagen enigmática y cautivadora, que deja ver el diseño (dibujo) europeo y la pintura indígena, dos tradiciones que confluyen en una misma imagen; éste discípulo con una gran tradición milenaria en el uso del color y la línea, en pinturas corporales y máscaras, en cerámicas pintadas y cesterías; la mano europea, que proviene de una larga data respecto al color, el diseño y la temática sobre imágenes mitológicas de la mujer, efigies, Madonnas, Vírgenes y retratos de la madre de Dios. Cabe destacar, las preguntas no están agotadas ni la totalidad de respuestas esclarecidas, pero es una aproximación a profundizar mayor cantidad de documentos, ahondar en los archivos de la Fundación Tarea, en textos de Adolfo Rivera, Héctor Schenone y José Burucúa. Además, contrastar con otras imágenes misionales donde la mirada sea la principal protagonista y revisar textos que aludan a la cosmogonía y mitología guaraní. Imagen de escultura “San Lorenzo” En segundo momento me pareció oportuno traer a escena una imagen de género masculino, que dentro de las categorías temáticas de las imágenes misionales podemos clasificar en “Sántos o Mártires”; el “San Lorenzo” que se encuentra actualmente en el museo de San Miguel en Brasil. También es una obra que durante mi estudio en la temática jesuítica ha llamado mi atención; el recuerdo de haber estado frente a la imagen ha sido trascendente y me lleva una y otra vez que vivencie aquel momento: en el museo de San Miguel por el año 2006, cuando tenía ante mí una obra monumental que permite visualizar características del David de Miguel Ángel. Otra cuestión importante, es que fue realizada por el Hermano Coadjutor: José Brasanelli, italiano, nacido en Milán en 1659. Según diversos autores que han investigado respecto a la imaginería guaraní jesuítica, aseveran que Brasanelli fue uno de los máximos exponentes de las artes en las misiones. Es importante traer a escena esta imagen y su autor, porque el mismo ha trabajado y dirigido los talleres de escultura, pintura y arquitectura en la reducción de Santa Ana, sitio que atañe a mi investigación (sus restos se encuentran debajo del altar mayor del Templo de esa reducción, ya que falleció en Santa Ana el 17 de agosto de 1728, según memoriales de la época). Además, porque son pocas las imágenes que están catalogadas de este sitio e introducirme al arte desarrollado por Brasanelli en las misiones, permite visualizar como pudo haber sido la estatuaria, la pintura y los diseños arquitectónicos de Santa Ana. De éste sitio, en pintura no se sabe al momento si ha quedado alguna imagen, respecto a la estatuaria existen algunas imágenes en el museo Andrés Guacuarí en Posadas, Misiones y seguramente en otros museos o colecciones privadas (pero no se conoce al momento su lugar de procedencia o catálogos que figuren la inscripción que sean de Santa Ana); respecto a la arquitectura quedan algunos vestigios y conocimientos a raíz de estudios arqueológicos y restauraciones en la zona, pero prácticamente las edificaciones fueron desplomadas con el incendio del año 1817. Talla en madera, San Lorenzo. Museo de San Miguel Brasil. Fotografía: Paulo Magro Este “San Lorenzo” está tallado en madera y mide 2,30 m. Las características del barroco se observan en los movimientos de la vestimenta, en los diseños de la estola los cuales fueron tratados en su superficie con la técnica del estofado2; pero prevalecen características renacentistas y manieristas. Los elementos que identifican con el David de Miguel Angel radican en los detalles y expresiones del rostro y las direcciones generales del cuerpo (brazos y piernas); a pesar que uno de sus brazos no se encuentra actualmente en la configuración de la imagen. Es una escultura ahuecada en la parte de atrás, para que la misma resulte más liviana y ser vista de frente; seguramente 2 Estofado: El material principal es el pan de oro (también se utiliza el pan de plata o de cobre); consiste en unas láminas que imprimen esta tonalidad sobre las superficies en las que se desea aplicar. Luego con diferentes pigmentos se cubren esas láminas y finalmente mediante el raspado de estas últimas capas se hacen dibujos, de manera tal que quede descubierto el oro subyacente. perteneció a una parte importante dentro de los retablos de la Iglesia de la reducción de “San Lorenzo Mártir”, a quien alude la imagen. También queda por ahondar en los restos de policromía, contrastar con otras imágenes de la reducción de San Lorenzo, ubicar documentos que mencionen sobre traslados o circuitos de la obra hasta llegar al sitio actual, comparar con otras imágenes de San Lorenzo, consultar “martirológios” y estudios sobre la santidad; y reconstruir el recorrido de Brasanelli por las misiones, a fin de establecer características de sus obras y talleres que dirigió, para puntualizar en las imágenes de la reducción de Santa Ana. Imagen de escultura “Santa Bárbara” Otra imagen en escultura es una “Santa Bárbara” que al igual que la imagen anterior podemos clasificar dentro de “Mártires”. Pertenece a la reducción de “Candelaria” (ubicada a 22 km de Santa Ana), ya que fue encontrada en las “ruinas” de ese lugar y trasladada por los pobladores a 100 mts de allí a una Ermita dedicada a la Virgen María (también de características misionales traída de Paraguay). Durante este año 2013 pude visualizar varias Ermitas similares en Candelaria que contienen imágenes misionales, las cuales al momento habían sido inadvertidas por quienes investigan respecto a la temática en la zona; lo cual me lleva a investigar en Santa Ana Ermitas que puedan tener imágenes misionales. El interés por incluir esta imagen dentro del círculo de ejemplos, radica que la misma sigue estableciendo un contacto directo con quienes profesan la doctrina cristiana y permite contrastar con la imagen escultórica anterior respecto al contexto de ubicación actual. A diferencia del “San Lorenzo” que se halla en el museo (nuevo templo de la imagen, pero que no cumple los fines como tal); en la Ermita el día ocho de diciembre se festeja (según los lugareños), traen comida, le traen flores a la Virgen y la Santa, arreglan el lugar, decoran el sitio y celebran durante todo el día. Una vecina que vive frente a la Ermita, comentaba que antes, varios años atrás los festejos eran más grandes, venían gentes de otros lugares, músicos, tocaban la guitarra, el acordeón, se armaban bailes; pero ahora ya no se hacen así… comentaba la Sra. Duarte. Igual, se juntan todos los ocho de diciembre. El día de Santa Bárbara es el cuatro de diciembre, pero festejan el ocho, el día de la Virgen María. Esta imagen es ella misma una representación, que adquiere relevancia y poder. Un cuidador de la Ermita me comentaba, mientras observaba la imagen y hacía preguntas al respecto, que “Santa Bárbara” es la Santa de los rayos y cuando hay truenos o tormenta siempre le pide a ella que lo proteja. Está realizada en madera; la policromía original se ha perdido a simple vista ya que fue repintada con sintético en verde y negro. El rostro no es el original, fue roto para ver si tenía oro en su interior; se construyó posteriormente con arcilla el rostro que se observa actualmente. No posee las manos (se han perdido), por ende, tampoco los elementos que suelen tener las imágenes de Santa Bárbara: una torre con tres ventanas, o un cáliz, o una rama de olivo, o una espada. Sus características estilísticas son: simetría; paños rectos (respecto a los pliegues de la vestimenta); corresponde a las estatuas horcones y con brazos ensamblados. Imagen de Sánta Bárbara en la Ermita en Candelaria, Misiones. Fotografía: Lorena Halberstadt (2013) Respecto a esta imagen, me encuentro en una primera instancia a fin de profundizar: textos o documentos que relaten respecto a la imagen; revisar periódicos de la época, de Candelaria; comparar entrevistas; contrastar diversas imágenes de “Santa Bárbara” misionales y del siglo III - IV en Europa y anteriores a esa época; ahondar en imágenes que pertenezcan a la reducción de Candelaria con el fin de comparar con esta imagen. Principalmente, ahondar en imágenes que se encuentren en Ermitas en el municipio de Santa Ana. “Cerámicas” Como cierre de este círculo de ejemplos, traigo a escena una imagen en cerámica producida en el contexto misional. Las cerámicas a diferencia de las disciplinas anteriores, corresponde también a un área artística y me interesa catalogarla cerca de la pintura y la escultura. En la historiografía los objetos considerados para su estudio fueron adquiriendo relevancia con el tiempo, objetos que en épocas anteriores fueron de menor importancia hoy son de suma categoría. Los historiadores y teóricos que relatan sobre la imagen en el contexto misional, siempre centran su atención en la pintura y escultura, incorporando en algunos casos los grabados; en cambio la disciplina cerámica aparece muy poco o prácticamente no se la nombra, a excepción de trabajos que aludan específicamente a la cerámica guaraní o alfarería misional. Por ende, expongo a continuación un ejemplo en cerámicas encontrada en el contexto de Santa Ana. Fragmentos de cerámica. Reducción de Santa Ana Fotografía: Lorena Halberstadt (2007) La fotografía alude a un conjunto de fragmentos de cerámica realizados con arcilla (conocido en la zona como barro ñai ü) e incorporado en la pasta: hueso de animales, calcinados y molidos (que los antiguos guaraníes mezclaban para que la pasta resulte más plástica, no se quiebre y raje, reaccione mejor a las determinadas temperaturas de cocción). Está pintado con engobe3 rojo, y los fragmentos refieren a una misma pieza, aunque no es posible unir las partes entre sí; en tres de ellos se observa en su superficie externa grafismos, líneas rectas diagonales paralelas que forman trazos zigzagueantes y una pieza presenta círculos concéntricos. De 183 tiestos 4 analizados del sector del estanque del huerto de la reducción, se encontraron solamente estos cuatro fragmentos; en otros análisis de tiestos recuperados de una de las canaletas del sistema fluvial se halló un fragmento, que presenta grafismos en su superficie externa, de 154. Este tipo de grafismos o dibujos “pintados en otros casos”, fue perdiendo relevancia con la llegada de los europeos a América y se fue sustituyendo por otro tipo de tratamientos de superficies plásticas: cepillada o escobada5. Respecto a la cerámica se ha profundizado en la tesis de posgrado (Halberstadt, 2010) respecto a otras técnicas desarrolladas en el contexto misional: vidriado o esmaltado; cerámicas lisas realizadas en el torno alfarero; con texturas en tratamientos de superficies (imbricado, corrugado, escobado); queda aún por ahondar en un significado más profundo de estas líneas zigzagueantes y círculos concéntricos, que se infiere responden a la cosmogonía y mitología guraní, a partir de la comparación con imágenes realizadas en contextos similares o diferentes y textos que aludan al respecto. Conclusiones Este trabajo muestra una perspectiva de abordaje teórico-metodológico de la imagen, como fuente de información y documento. Una matiz interdisciplinaria (artes, 3 El engobe es una técnica decorativa que surgió en América antes de la llegada de los europeos, que se realiza mezclando arcilla líquida (barbotina) con óxidos metálicos o colorantes; en la actualidad se agrega bicarbonato de sodio o fundente (para que el engobe se adhiera mejor a la pieza cerámica). 4 Tiestos: fragmentos de cerámica. 5 Corrugado o escobado: cuando se presentan líneas rectas seguidas y paralelas, lo cual se produce con elementos naturales o alguna escobilla, también de allí el término. historia y antropología) donde cada disciplina se halla al servicio del objeto, producto cultural del pasado, a fin de desentrañar el contenido de la imagen desde cada ángulo; donde el tiempo pasado, presente, futuro, se encuentran en un punto y las distancias espaciales aúnan en un mismo contexto. Las imágenes exhibidas son ejemplos de la cultura guaraní jesuítica que aún sigue latente y los estudios de las imágenes no se agotan, brotan cada día y con preguntas diferentes. La tradición tupíguaraní en dibujos esgrafiados sobre engobe rojo en cerámicas, líneas rectas y formas geométricas que aluden a su cosmogonía y visualidad; permite profundizar en imágenes de arte concreto y abstracto de culturas nativas. Tradición guaraní que también se observa en detalles de la pintura de la Virgen María, en la simetría y rectitud de la vestimenta de la Santa Bárbara. La escultura del “San Lorenzo” de Brasanelli inicia una reconstrucción respecto a sus obras y talleres que dirigió con el fin de establecer estilos y periodizaciones, para caracterizar las imágenes realizadas en Santa Ana; la “Santa Bárbara” admite acceder al estudio misional desde una configuración religiosa de creencias y ahondar en cuestiones similares también en Santa Ana. Aunque los ejemplos parezcan disímiles, pertenezcan a disciplinas artísticas diferentes y realizados en otros sitios reduccionales, todas las imágenes aluden al contexto misional y su historia, a la comprensión de lo social y a una interpretación de su relación con el mundo natural y lo sagrado. Esta metodología puede ser abordada desde otras disciplinas de las ciencias sociales e incluir otros ángulos de referencias. Principalmente, para mi trabajo de tesis, es una aproximación y un camino a seguir para analizar las imágenes del contexto misional y principalmente de Brasanelli y Santa Ana. Referencias bibliográficas BELTING, Hans (2007). Antropología de la imagen. Katz ediciones. Buenos Aires/Madrid.Catálogo de imágenes del museo de San Miguel Brasil. Imaginería del Museo de las Misiones. IBRAM/ Minc. Fotógrafo: Paulo Magro. Fotografía: DSCF7167B. Halberstadt, Lorena (2010). (Inédito) Tesis de Maestría en Cultura Guaraní Jesuítica: Puesta en valor de fragmentos cerámicos recuperados en intervenciones arqueológicas concretadas en la reducción jesuita de Santa Ana. Directora: Ruth Adela Poujade. UNaM, Facultad de Artes - Maestría en Culturas Guaraní Jesuítica. Misiones.FURLONG, Guillermo (1969). Historia Social y Cultural del Rio de la Plata 15361810. El trasplante Cultural: Arte. Tea Tipográfica editora argentina, Buenos Aires.PLÁ, Josefina (2006). El Barroco Hispano-Guaraní. Universidad Católica “Nuestra Señora de la Asunción”. Intercontinental Editora (última edición). Asunción, Paraguay.PRO, Manuel Trens. MARIA: Iconografía de la Virgen en el Arte Español. Conservador del Museo Diocesano de Barcelona. Editorial Plus Ultra, Lagasca I02. MADRID SIRACUSANO, Gabriela (2005). El poder de los colores. De lo material a lo simbólico en las prácticas culturales andinas (siglos XVI-XVIII). Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.(2009). El “cuerpo” de las imágenes andinas. Una mirada interdisciplinaria. Anales del Instituto de Investigaciones Estéticas, Vol. XXXI, Núm. 94, pp. 155-162. Universidad Nacional Autónoma de México. México.SUSTERSIC, Darko Bozidar (2010). Imágenes Guaraní-Jesuíticas. Centro de Artes Visuales/ Museo del Barro, con el patrocinio cultural de la Entidad Binacional Yacyreta. Asunción, Paraguay.-