Notas sobre `The cask of Amontillado` de EA Poe.p65

Transcripción

Notas sobre `The cask of Amontillado` de EA Poe.p65
Notas acerca de «The cask of Amontillado» de E. A. Poe.
El narrador y protagonista de «The cask of Amontillado»,
Montresor, cuenta que emparedó a su supuesto amigo Fortunato
hace 50 años como justo castigo a las “mil ofensas” (1:17) que le
hiciera, las cuales no especifica. Es más, nadie parece pedirle o haberle pedido que lo cuente. Entonces, ¿por qué lo hace?, ¿para qué?
Aparte de no enumerar las supuestas «mil ofensas» que
declara haber recibido, insiste en haber llevado a cabo tal acto
«con impunidad» (1:25) y «definitivamente» (1:22). Sin embargo,
apostilla que cuando lo hizo sintió miedo y náuseas: «my heart
grew sick / Sentí que una náusea me envolvía» (8:23-4), lo que nos
lleva a pensar, entre otras cosas, que la expiación, entonces, no
ha sido todo lo impune y definitiva que pretendió.
De las palabras de M o n t r e s o r surgen reticencias o soterradas ironías, c o n t r a d i c c i o n e s , ambigüedades, perversiones
(1:33-6; 3:15-19) y /o falsedades (4:6) q u e ponen en entredicho
su fiabilidad, por lo que tendre m o s q u e despejar por nosotros
mismos su verdadero significado. La complejidad de algunas
ambigüedades se hará más inteligible si abordamos primero
algunas más sencill as que nos allanen el cami no.
Al comienzo de la narración Montresor se dirige a un anónimo
« y o u » (1:19) q u e s e g ú n é l , conoce « harto bien mi alma»
(1:19-20). Pero no sabemos con seguridad quién pueda ser
ese «you» hipotético y ambiguo de la forma inglesa en singular o plural. Al final Montresor cierra su narración con las palabras «In pace requiescat», las cuales no se sabe tampoco muy
bien a quién están dirigidas.
Montresor parece pretender que el «you» referido reconoce
que el castigo aplicado por él a Fortunato es justo de acuerdo con
los atributos tradicionales del escudo familiar cuyo lema proclama «nemo me impune lacessit», ‘nadie me hiere sin impunidad’ y en el que se ilustra la imagen de un pie humano aplastando la cabeza de una serpiente cuyos colmillos se hunden
en el talón. Sin embargo, este castigo o aplicación de la ley del
Talión con el que Montresor cree haber llevado a cabo hace
cincuenta años con impunidad y definitivamente (1:22-4) la
expiación no parece que en realidad h a ya tenido ese efecto. Si no,
¿por qué después de tantos años su conciencia le acucia o ‘clava
los colmillos en su talón’?
Además de las diversas contradicciones, abundan las ambigüedades. El nombre de Fortunato, por un lado, hace honor a
su suerte en cuanto se refiere a su nuevo status social de
nouveau riche en el que se ha consolidado, mas, por otra
parte, es esa posición social afortunada l a que desata la envidia de Montresor y revierte su fortuna en infortunio.
Otro ejemplo tiene lugar cu a n d o Montresor s e e n c u e n t r a en
la calle con Fortunato en el mismo día que lleva a cabo su
secreta inmolación. Montresor le hace saber cuán feliz es el
acontecimiento y qué buen aspecto tiene (2:7-8); de hecho, el
acontecimiento no puede ser más desafortunado para la inminente víctima. Además, con una tos (3:48-9) tan recalcitrante como la que tiene, haremos mal en suponer que tenga el
aspecto tan bueno que le atribuye.
Los locuaces intercambios a lo largo del peregrino descenso en busca del Amontillado son, igualmente, ambiguos.
En uno de éstos, Fortunato, reconociendo no recordar los
elementos que componen el escudo heráldico de los
Montresor, es informado con la descripción que queda referida más arriba. Sin perder de vista que es Montresor quien
cuenta la historia, la pregunta de Fortunato puede estar
revelando, entre otras cosas, que la posición de Montresor
no tiene ya la popularidad, el interés, la admiración y el
respeto sociales de que hubiera podido vanagloriarse en
épocas pasadas y que son ahora dispensados a los «nuevos ricos» como Fortunato (4:5-6; 4:37-8).
Montresor intenta convencer a ese «you» interlocutor de lo
inapropiado que era que Fortunato hubiese llegado a ostentar
una posición social privilegiada cuando él ha perdido la suya. En
cierto momento, Montresor reconoce ante Fortunato a lo largo del peregrinaje por los ampulosos sótanos de la mansión
de los Montresor, que los suyos «fueron una distinguida y
numerosa familia» (4:37-8). A este reconocimiento de la pérdida de una posición social elevada se contrapone el ascenso
de los nuevos ricos a cuyo rango Fortunato pertenece ahora
y que según la solapada envidia de Montresor es una clase
social común a los tiempos que corren. La reinversión social
de sendas trayectorias familiares subsume y rezuma ambigüedad en el brindis. Fortunato brinda «por los enterrados que re-
posan en torno de nosotros.» (4:28-9) y Montresor, en un tono
más irónico y ocultando una cínica despedida, «a tu larga
vida» (4:31), ya que está a punto de emparedarlo.
Justo cuando Fortunato hace un gesto especial en el momento de brindar y Montresor supuestamente dice no entender, tiene
lugar el siguiente pasaje:
Lo miré, sorprendido. Repitió el movimiento, un movimiento grotesco.
—¿No comprendes?
—No —repuse.
—Entonces no eres de la hermandad.
—¿Cómo?
—No eres un masón.
—¡Oh, sí! —exclamé—. ¡Sí lo soy!
—¿Tú, un masón? ¡Imposible!
—Un masón —insistí.
—Haz un signo —dijo él—. Un signo.
—Mira —repuse, extrayendo de entre los pliegues de mi
roquelaire una pal[et] a de albañil.
—Te estás burlando —exclamó Fortunato, retrocediendo
algunos pasos—. Pero vamos a ver ese Amontillado. (5:20-46)
La dramatización de este pasaje de la paleta de albañil, en
el momento de la primera lectura, parece una broma visual, pero a
medida que nos adentramos en el desarrollo del relato, pronto nos damos cuenta de que tiene que ver con el minuciosamente premeditado diseño del vengativo emparedamiento para
el que tenía preparado hasta el mortero (7:1-2).
Deducimos, sobre todo, de este suceso que el establecimiento y
consolidación de la posición económica y social de Fortunato está
históricamente ligada a una supuesta conexión con la Masonería y
que la paleta de albañil mostrada por Montresor, con la cual llevará a cabo la venganza así lo sugiere al Fortunato tener que admitirlo con sorpresa, a pesar de la señal equívoca de la paleta,
que Montresor es un masón, aun cuando está seguro de que es
‘católico’ y de que la Iglesia Católica tenía prohibido a sus fieles
ser miembros de la Hermandad precisamente en el momento en
que la historia tiene lugar. Sería conveniente recordar a este respecto que la prohibición de Roma a sus miembros de entrar a
formar parte de la Masonería data de principios del siglo XVIII
como consta en diversas bulas papales. Las causas que dieron
origen a tal prohibición y los avatares y luchas en los distintos
países son oscuras. Sin embargo, las diferencias estaban claras
entre las dos instituciones: una era jerárquica, autocrática y ortodoxa, y la otra, democrática, secreta y fraterna. Todo lo antedicho nos
induce a pensar que el antagonismo de Montresor conecta con una
envidia social y una intolerancia religiosa recalcitrantes.
Bien se considere pertinente o no la referencia histórica previa, lo que sí es cierto es que existen además otras alusiones
religiosas con la suficiente importancia a lo largo del relato como
para que nos demos cuenta de que la intolerancia religiosa de
Montresor está en la base y es el fundamento de su acción. ¿Cómo
explicar si no el hecho de que Montresor repita las palabras de
Fortunato cuando éste le suplica por la salvación con el «Por el
amor de Dios» con un «Sí, por el amor de Dios” (8:8-10) y continúe precisamente con su implacable emparedamiento, hilada
tras hilada, hasta las once hileras, que, según los misterios
cabalísticos, es el número del martirio infernal? La súplica religiosa que obliga a Fortunato a implorar al Dios de la religión
de su agresor, aunque muy bien pudiera no haber creído en él
(Poe resalta en cursiva la súplica de Fortunato), pone indudablemente a uno en el desenlace funesto, y a otro, del lado de la
intransigente intolerancia religiosa, volviendo a representarse
en el escenario de las catacumbas el ritual del martirio del que son
testimonio los huesos inmemoriales:
Puse la última piedra en su sitio y la fijé con el mortero.
Contra la nueva mampostería volví a alzar la antigua pila
de huesos. (8:26-29)
Montresor acaba de asociar inconscientemente, un poco antes, estas pilas de huesos con las que podían verse en las
catacumbas de París (6:5-6), dándose así al relato una dimensión universal.
Se van confirmando las sospechas de que el solapado
a n t a g o n i s m o t i e n e visos d e i n t r a n s i g e n c i a r e l i g i o s a y
convierte la inmolación de Fortunato en una parodia d e l martirio
cristiano , tal y como lo fundamenta la acción, así como la
motivac i ó n del nada fiable punto de vista del narrador y e l
f u n c i o n a m i e n t o del resto d e e l e m e n t o s l i t e r a r i o s que también
configuran la parodia demoníaca que pasamos a abordar en lo
referente a escenarios e imaginería.
Los distintos escenarios por los que transcurre la acción son
igualmente paródicos. La inmolación tiene lugar en Carnaval,
durante cuya festividad el Rey normalmente tomaba el papel
de bufón por un día, algo para lo que Fortunato, dada su posición social con respecto a Montresor, adopta en su vestimenta en Carnaval.
Esta festividad ti e n e q u e v e r c o n ‘c a r n e m l e v a r e ’ o
‘saturnalias’ en las que se rinde tributo al dios Saturno, o al lento e implacable paso del tiempo que lo devora todo, incluso a
sus hijos, como se observa en el cuadro de Goya que contiene ese motivo. Saturno, como Drácula, basa su existencia en
la carne y la sangre de sus víctimas, o lo que es lo mismo, la
anulación vital de otros seres humanos en aras de su propia
supervivencia, algo que es muy similar a lo que Montresor hace
con Fortunato: le amuralla en una cripta o sarcófago cuya etimología quiere decir ‘consumidor de carnes’ como atestigua e l
«montón de huesos» (6:54) que prolifera en el panteón subterráneo de la familia de Montresor. Montresor es el oficiante demoníaco y el escenario resulta ritualmente apropiado para llevar
a c a b o s u a c c i ó n e n el lugar y el momento, literaria o
imaginativamente, adecuados como son las catacumbas de sus
antepasados e inmediatamente antes de la Cuaresma.
Montresor va vestido, para estas festividades, con una ominosa capa o «roquelaire» (3:10), bajo la cual oculta la paleta de
albañil. La capa en la simbología tradicional aísla del mundo a la
persona que la lleva, expresando la posesión de sí mismo; la
lleva Drácula, los dignatarios y el clero, así como los toreros de
forma más estilizada. La capa da cobijo a los contenidos psíquicos positivos o negativos según la tonalidad en la que se revelen. La capa con la que va vestido Montresor no es la púrpura de
la autoridad eclesial; ni protege ni sublima las corrientes instintivas de la psique; todo lo contrario. Montresor lleva bajo ella oculta
la paleta con la que dará rienda suelta a los contenidos instintivos de su impulso justiciero, vengativo e intolerante. Además de
ir ceñido con la capa en el momento en que el peregrinaje comienza, también se coloca sobre su cara «un antifaz de seda
negra» (3:9), por lo que nos es dado a entender que la ejecución
del rito demoníaco de anónimo verdugo comienza.
La vestimenta de Fortunato no es menos paródica que la
de Montresor. Fortunato viste el traje de bufón, inversión de
la figura real. Los abigarrados colores sin orden ni concierto
recuerdan las múltiples y caóticas influencias a las que se
haya sometido. El gorro o caperuza si pensamos en la niña
del cuento infantil, cuya inmadurez psíquica le impedía reconocer al Lobo con el que acababa de estar hablando en el
bosque en la cama de su recién desaparecida abuelita, no
connota madurez ni dignidad alguna.
Los cascabeles del gorro, además de ser propios del traje
de bufón, tienen también una significación paródica con relación al opuesto sonido ideal de las campanillas tintineantes
de la consagración en la Eucaristía o el repique de la campana eclesial que convoca una comunidad. Los cascabeles,
contrariamente al sonido de la campana que hace de símbolo mediador entre la comunidad a la que llama a la hora
del Angelus y el orden celestial, sonarán una y otra vez a lo
largo de todo el peregrinaje como un continuo y constante
acompañamiento paródico o invertido de ese ideal.
Una inversión más es la invisibilidad del rito sacrificial.
(Recordemos que l a i n m o l a c i ó n d e F o r t u n a t o ha pasado
ocultada durante cincuenta años al menos a los ojos de la sociedad y hasta que el narrador hace partícipe y cómplice al lector. ) Este rito en vez de tener lugar tras una ascensión al
Monte Calvario desde donde todo es más visible, aquí, tras
un laberinto de calles, pasajes, arcos, bóvedas y escaleras
de caracol descendentes, la peregrinación hacia el equívoco
objetivo es siempre un descenso al «más remoto abismo de
la cripta»: todas estas imágenes demoníacas del descenso infernal hacia el ilusorio “vino” Amontillado.
Durante el caminar por los subterráneos, Fortunato no cesa
de impacientarse y preguntar a Montresor por el Amontillado;
éste desatiende su pregunta y convoca su atención para que
observe «las blancas telarañas que brillan en las paredes de estas
cavernas.» (3:36-7), a lo que Fortunato, creyendo haber oído
campanas sin saber dónde, pregunta, «Whither? / ¿Adónde?»
(2:42) Bien podríamos asociar la tela de araña al diseño de
Montresor, cuyas tortuosas maquinaciones están atrapando al
embriagado, inconsciente y delirante Fortunato con el objetivo
de anular su identidad individual, social y religiosa.
La imagen de centro ideal que en la simbología bíblica
está representada por el corazón sagrado, está aquí invertida. La confesión de Montresor de que su «my heart grew
sick / Sentí que una náusea me envolvía» (8:23-4) es el c e n -
t r o nauseabundo que da expresión al relato con el que parece
que desea que empaticemos.
La imaginería de disolución subraya constantemente el peregrinaje. Los muros rezuman humedad y están cubiertos
de salitre, elementos ambos en los cuales el hombre no
puede vivir a pesar de ser imprescindibles para la vida.
Montresor explica a Fortunato, cuando éste se pregunta el
porqué de tanta humedad, que ésta se debe al hecho de
que «Estamos debajo del lecho del río.» (5:8), así conjuntamente la imagen de ‘liquidación’ con la de irreversibilidad
del decurso del río de la vida queda unida inextricablemente.
Mientras que una imaginería opuesta a ésta configuraría
una sacralidad, una inmortalidad, aquí es signo de pérdida
de identidad, de oscuridad fagocita, de funesta entrada al
reino del Hades o pérdida de identidad.
Durante este descenso Montresor y Fortunato se paran
tres veces: una durante el brindis; otra cuando conversan sobre el escudo de armas y una tercera cuando Montresor
muestra a Fortunato la paleta de albañil. Esta referencia numérica asume la versión negra del Calvario.
Hay otros elementos de igual paralelismo paródico del
sacrificio. Fortunato no sólo viste el traje de bufón como rey
por un día y lleva un gorro de cascabeles arlequinescos como
corona de espinas, sino que sobre todo insistirá en la deg u s ta c i ó n d e l i l u s o r i o A m o n t i l l a d o . Montresor engaña a
Fortunato con el Amonti l l a d o ; la víctima no elige consciente y
voluntariamente ser llevado a un sacrificio que ni se imagina.
Es más, l e h a c e b e b e r ta n t o d u r a n t e e l p e r e g r i n a j e q u e
F o r t u n a t o e s t á e n t a l e s t a d o d e e m b r i a g u e z que en e l m o m e n t o de la inmolación no opone resistencia.
En lo que parece un tour de force final ingeniado por
Montresor, Fortunato muere detrás de un muro, en absoluto
anonimato, invisible al mundo, privándosele de cualquier reconocimiento social (de aquí la verosimilitud de que nadie le
echase en falta), paradójicamente como si sólo existiese en
el perverso acto de la enfermiza mente de Montresor.
Conviene aclarar un último punto sobre ‘sacrificio’, ‘oficiante’
y ‘víctima’. Por un lado, todo sacrificio es de signo sacramental o
ideal cuando la víctima inocente o voluntaria es ofrecida y se
ofrece a la divinidad. Obviamente en el presente caso, la inmolación de Fortunato no es en aras de una vinculación divin a o
sacramental sino en aras a la diosa de la venganza; tampoco
es víctima propiciatoria o voluntaria ya que su comportamiento
inconsciente y etílico le hacen perder toda dignidad y le convierten
así en chivo expiatorio tanto desde el punto de vista de Montresor
como desde el suyo propio. El efecto final no es sacramental sino
de muy distinto signo, ‘excremental’, es decir, de fuera del
cuerpo o lo que es lo mismo sin encarnación, al menos tal
c o m o s e m a n i f i e s t a el discurso v e r b a l d e m o n í a c o d e
Montresor; nada que ver con la visión opuesta del Ágape o Encarnación divina o ideal en la que la palabra se hace vida y
renueva la vida individual y social en comunidad.
En el caso de «The cask of Amontillado», el sacrificio, la
víctima y el ejecutor son inversiones de lo ideal o parodia
demoníaca. La t o n a l i d a d es, pues, i r ó n i c a y está expresad a
no sólo p o r l a i n v e r s i ó n d e l os elementos literarios ideales,
s i n o ta m b i é n en l a n e c e s i d a d c o m p u l s i v a d e M o n t r e s o r
de c o n ta r s u h i s t o r i a a u n «you» i n t e r l o c u t o r q u e empatice
c o n s u perversa visión. Es comprensible que Montresor busque la complicidad de ese interlocutor en un «you» que comulgue con su ejecutoria. Sin embargo, desde el momento en
que el lector toma conciencia de una perspectiva más amp l i a de l a q u e l a i n t e n c i o n a l i d a d d e l d i s c u r s o unifocal d e
M o n t r e s o r intenta imponer, el lector n o e s tá y a t o ta l me n t e
ap r e sado e n l a s l i m i ta c i o n e s m e n ta l e s d e l n a r r a d o r , s i n o
q u e pa r t i c i pa e n una c o m u n i d a d verbal polisémica, a u n q u e
ta m b i é n p o d í a h a b e r s i d o atrapado en l a c o munidad i r ó n i ca del narrador. Sin embargo, desde el momento en que el
lector se da cuenta del argumento demoníaco d el discurso
de Montreso r, ya no está completamente atrapado en él.
Una de las conclusiones de este análisis es que el acto narrativo llevado a cabo por Montresor sólo rinde tributo a las fuerzas demoníacas; no reconoce otra v i s i ó n individual o social
q u e n o s e a l a e gocentrista, intolerante y fundamentalista.
Su discurso o supuesta confesión, refleja, por última vez, si
es que está en una última agonía rememorando el hecho,
que su actitud no le ha integrado a o identificado con una comunidad social y cultural democrática, tolerante y c r e a t i v a . Mas
bien todo lo contrario.
Julián Rodríguez

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