PORTADA: Duporté. Salvadera (hura crepitans) 1998. (Homenaje a
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PORTADA: Duporté. Salvadera (hura crepitans) 1998. (Homenaje a
4 8 11 21 22 PORTADA: Duporté. Salvadera (hura crepitans) 1998. (Homenaje a Mackandal). Foto: Steve Winter. CONTRAPORTADA: Duporté. Girafa (brassia caudata), 1986, acuarela sobre cartulina, 76 x 56 cm. (Foto: Alejandro G. Alonso). REVERSO DE PORTADA: Escultura griega. REVERSO DE CONTRAPORTADA: Collage textil de Alejandrina Cué. CROMOS INTERIORES: Obras de Duporté, la temática deportiva en el arte de la Grecia antigua y obras de la serie Baseball de Marlon Castellanos. 23 27 31 34 37 39 Directora Luisa Campuzano Subdirector editorial José León Díaz Consejo asesor Graziella Pogolotti, Ambrosio Fornet y Antón Arrufat Administrador Iván Bar rera Jefe de redacción Luis Felipe Calvo Redacción Jaime Sar usky y Amado del Pino Diseño Ar turo Bustillo Solís Edición Digital Luis Augusto González Pastrana Cor rección Surelys Álvarez Relaciones públicas Rosario Parodi Composición Maritza Alonso Redacción y Oficinas Calle 4 # 205, e/ Línea y 11, Vedado, Plaza de la Revolución Telf: 830-3665 E-mail: [email protected] Web site: www.cubarte.cult.cu Precio del ejemplar: $ 5.00 atrasado: 5.50 Fotomecánica e impresión: Merci Group Corporation 42 46 47 55 57 58 Permiso # 81279/143. Publicación financiada por el FONCE 68 De sobresalto en sobresalto Jaime Sarusky | Las vicisitudes de los inmigrantes haitianos en la Cuba de las primeras décadas del siglo XX. Cómo hacer que vibre un siglo Reinaldo Cedeño Pineda | Electo Silva habla en esta entrevista de su infancia en tier ras haitianas y de una trayectoria vital que le mereciera el Premio Nacional de la Música en el año 2002. El «quartier français» de santiago de cuba María Elena Orozco | La presencia francesa en la arquitectura santiaguera de los siglos xviii y xix . Duporté en RC Luisa Campuzano | Palabras de presentación de la exposición Flora de luz, exhibida recientemente en la g alería Espacio Abier to de Revolución y Cultura. Duporté, pintor entre flores Reynaldo González | Un acercamiento a la obra pictórica de Jorge Duporté. Paulina bonaparte en El reino de este mundo de alejo carpentier Angela Willis | La autora hurga en fuentes históricas que revelan la transculturación de Paulina Bonaparte en la novela del escritor cubano. Retrato a línea Marilyn Bobes | Entrevista a Reynaldo González, Premio Nacional de Literatura 2003. El callado tumulto de los recuerdos Gregorio Ortega | El autor rescata de «las confusiones de la memoria», lejanas vivencias de su niñez en Unión de Reyes. Dios... ¿es brasileño? Frank Padrón | Una mirada crítica a los filmes brasileños exhibidos durante el xxv Festi val Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. En algún lugar de europa Mario Naito | Muestra alemana en el xxv Festi val Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano. Acto y contacto de una pasión teatral Amado del Pino | Conversación con el actor y director teatral Carlos Pérez Peña. Índice 2001-2003 Ana Alicia Vázquez (compiladora) Deportes (poema) Nicolás Guillén Juegos olímpicos: poesía y deporte Elina Miranda Cancela | De Homero a Píndaro, la lírica grie ga canta al depor te. Baseball o el ejercicio de la pasión Fernando Sáez Carvajal | A f inales del pasado año, como par te de la muestras de la viii Bienal de La Habana, Marlon Castellanos exhibió en la galería Espacio Abierto su serie Baseball. Estas fueron las palabras del catálogo. Pío tai (poema) Roberto Fernández Retamar A tiempo Raquel (Graziella Pogolotti) | Trascendiendo la memoria (Surelys Álvarez) | A propósito de Juzgar a primera vista de Luis Amado-Blanco (Gustavo Pita) | Más allá del cine (Luis Felipe Calvo) | Yo sí creo en la Revolución (Suleidy Peñate Ramos) | Otro Saavedra de estirpe quijotesca (Erena Her nández) | Alejandrina Cué, artista cubana, entre sueño y realidad (Claudio Nembrini) Vistazos No. 1| enero-febrero-marzo de 2004 | Época V Año 46 de la Revolución, La Habana, Cuba Cada trabajo expresa la opinión de su autor. Revolución y Cultura DE SoBrEsAlTo EN sObReSaLtO Los haitianos en Cuba Jaime Sarusky A comienzos de los setenta, andábamos el fotógrafo Gilberto Ante y yo realizando varios reportajes en Santiago de Cuba y sus alrededores, cuando encontramos a protagonistas y testigos excepcionales de lo que fuera la vida cotidiana de los haitianos en colonias de caña y en cafetales de la provincia de Oriente. Con uno de ellos, al que llamaremos Nando, establecimos contacto en Barrancas, caserío y colonia de caña próxima al central «Dos Ríos »; y éste , a su vez, nos presentó en ese ingenio a un carretero que desde viejos tiempos había tenido vívidas experiencias en el trasiego y contrabando de haitianos, pero en territorio cubano. Otro amigo de éstos, bien informado sobre el tema, se sumó al grupo. Acor damos entonces realizar la entrevista, y ningún sitio y momento más adecuado que la trastienda de una bodega en el bate y de aquella industria del azúcar, sentados a la caída de la tarde, bajo la luz triste de una bombilla polvorienta, ante una mesa donde reposaban la grabadora, varios vasos y una botella de ron Paticruzao. Sin dudas, sería un buen estímulo para abordar –o por lo menos evitar inhibirse ante– algunos asuntos escabrosos que serían tratados en el curso de la conversación. Me parecía que las historias que contaban eran de tal riqueza humana y social que sólo cesaría el diálogo bien entrada la madrugada. Hoy, transcurridos treinta años, sigo pensando que estos testimonios merecían ser registrados para que la memoria de aquellos tiempos de borrascas y humillaciones no quede atrapada, una vez más, en la tela de araña del olvido. Así pues, a este texto seguirán otros que narran las tan diversas y a veces inesperadas, insólitas, dramáticas circunstancias, de la que fuera entonces primera oleada y presencia de los haitianos en Cuba durante el siglo XX. a inmigración de miles y miles de braceros haitianos y jamaicanos –es decir, mano de obra barata en Cuba–, en las primeras décadas del siglo xx, está estrechamente vinculada a las inversiones y expansión de la industria azucarera del país por parte de empresas norteamericanas. En 1917, durante el gobierno de Mario García Menocal, se sancionó una ley que autorizaba «toda inmigración de braceros o trabajadores» hasta dos años después de terminada la guerra mundial que se estaba librando. Revolución y Cultura 04 No obstante, la realidad se encargaba de imponer su propia ley, diferente, por no decir opuesta, a los designios de quienes la impulsaron. Se corroboraba, por ejemplo, que al concluir 1921, habían entrado al territorio cubano más de ciento cincuenta mil haitianos y jamaicanos. Éstos aceptaban recibir jornales de miseria que desplazaban a los nativos, un modo efectivo de envilecer los salarios, agudizando las precarias condiciones en que se vivía en las zonas rurales del país. Reclutaban braceros en Haití De Cuba partían en las primeras décadas del siglo xx rumbo a Haití, agentes, también llamados guinchos, a reclutar braceros para cortar caña durante la zafra o para la cosecha de café. La primera condición: debían ser fuer tes y jovencitos. Los enganchadores o guinchos: blancos, negros, mulatos, tenían negocios con los propietarios de colonias de caña o de cafetales y también con hacendados. Así se iniciaban las emigr aciones, término que usaban para ese tráf ico humano. Tales agentes –también llamados contratistas en esa época– se dirigían a Haití a «escoger la mercancía» y los seleccionaban en diferentes puertos. Algunas redes, explicaba Nando, uno de los testimoniantes, compuestas por tres o cuatro agentes, ya en contacto directo, traían sus grupos, al igual que pasajeros y carga en las naves de distintas empresas cubanas y de otras procedencias. En cada viaje las embarcaciones transportaban cientos de braceros. El número estaba sujeto al tamaño de las mismas y en correspondencia con el pedido que hacían los propietarios de colonias de caña y los hacendados. Ese tráf ico humano estaba controlado por el agente o guincho, algunos directamente al servicio de aquéllos. Si a partir de 1959 se tuvieron que movilizar unos doce mil voluntarios, no sería exagerado calcular que por lo menos diez mil braceros procedentes de Haití y de los cañaverales cubanos en tiempo muerto, participaban en la cosecha cafetalera. En las regiones montañosas y aisladas, en San Bernardo y Reisú, y en Ramón de Guaninao y Filé, se veían muchos más haitianos que cubanos. Lo invertido en el pasaje, cinco dólares o pesos, y otros gastos, se les descontaba de su trabajo cortando caña. No obstante, el jornal en las zonas cafetaleras, las lomas de Yateras, Imías, Guantánamo y Baracoa, se pagaba en dólares. No todos venían enganchados como braceros, ya que los hubo que pagaban su pasaje. Venían a Cuba al encuentro con los familiares que habían permanecido aquí y tenían algún modo de vida. Inclusive, dentro del contrabando se habían inf iltrado jóv enes cuyas familias disponían de algunos recursos y tenían relaciones con los guinchos. A los braceros no se les adjudicaba un nombre en particular como ocurría durante la trata, cuando al referirse a los esclavos traídos de Africa, enmascaraban a veces el hecho usando términos como piezas de ébano o carbón. En cuba se gana mucha plata –En Cuba se gana mucha plata –así les decían– y allá estarán mucho mejor que en su tierra, donde no les garantizan un trabajo estable. El precio de un haitiano –¿Cuál era el precio de un haitiano, cuánto se pagaba? –Por lo general compraban lotes de diez o doce haitianos a quince pesos per capita. Cortar caña y recoger café se diferenciaban Vendrían a cortar caña y a recoger café, pero ambas labores se diferenciaban en más de un sentido. Mientras que los “enganchados” para el corte de caña permanecían o trataban de permanecer en Cuba, los que recogían café se caracterizaban por ser una migración golondrina, pues regresaban a Haití al concluir la cosecha. Los sitios donde desembarcaban en cuba Como su status de inmigrantes era casi siempre ir regular, clandestino, los desembarcaban en diferentes puntos de la costa sur de Cuba, cercanos a Guantánamo; pero, a veces, en la bahía de Nipe o en Santiago de Cuba. También se dirigían hacia las zonas intrincadas donde les resultaba más fácil trabajar en la ilegalidad. Por el contrario, los macizos cañeros estaban mucho más vigilados por la Guardia Rural y por las autoridades a cargo del carnet de extranjería. En caso de tener legalizado su status prefería mantenerse cortando caña. Muchachos jovencitos mal vestidos Según el carretero, que conocía muy bien el trasiego y tráf ico de haitianos, sobre todo dentro de Cuba, arriba- ban en bandadas, muy mal vestidos y calzados con alpargatas de listas. –Venían muchachos nuevos –expresa el carretero al que llamaremos Laureano– con la camisa toda marcada y los pantaloncitos estrechos. La ropa era azul, una especie de mezclilla. Como estaban en una situación que no habían imaginado, se dieron cuenta de que no tenían más remedio que adaptarse. Muchas veces los vieron agrupados en la avenida Michelson de Santiago de Cuba, a la espera de los trenes que los trasladarían por grupos a diferentes zonas y colonias de caña, sobre todo de las antiguas provincias de Oriente y de Camagüey. Eran muy atrasados en sus siembras Aunque conf iaban que en Cuba su vida mejoraría, no podían dejar de recordar el país que habían dejado atrás, a pesar del atraso y la pobreza extrema. Así, explicaban que allá los modos de sembrar eran muy distintos a los de Cuba. Primero, ellos no araban con bueyes. Como herramienta se valían de un pico, y levantaban una loma de tierra para plantar, por ejemplo, boniato. Nando, criado entre inmigrantes haitianos en una colonia de caña próxima al central “Dos Ríos”, explica: –Ellos me decían que eran campesinos, que no procedían del “centro civilizado”, y yo les preguntaba intrigado: –¿Cómo campesino con esa manera de sembrar? Respondían que en Haití la vida era muy dura y que si lo hacían de ese modo era para poder subsistir, que el atraso era tanto que no les permitía vivir de esos productos. Es decir, una agricultura sin arado, ni bueyes, ni otros animales. Con el pico trazaban un círculo y allí iban levantando en el centro una loma de tierra donde sembraban las matas de boniato. – Po rque el boniato –precisa Nando– se luce pariendo ahí. Para los otros tipos de cultivo hacen lo mismo. Y, además, yuca, calabaza y también frijol gandul, es decir, que sabían que podían contar con variedad de viandas. De cómo aprendieron a cortar caña A pesar de la pobre alimentación, el trabajo en Haití y en Cuba era duro. Por ejemplo, cada car retero en las colonias de caña o en los centrales azucareros en Cuba, cargaba con una cuadrilla de diez, doce o quince haitianos que garantizarían el suministro de la que tiraban, pero ninguno sabía cortarla, explica Laureano. –Y yo tuve que desmontarme, hacer la operación de cómo debían picarla, y cómo debía quedar la tonga a la hora de cargar la carreta, porque ellos creían que las dejarían allí. Además, había que cortarlas en la joroba para que cupieran. Ilustraciones: Hilda Vidal Se robó a los haitianos, los llevó para el “america” y les puso nombre –Varias veces me robé a los haitianos del central “Dos Ríos” y los llevé para el “América”–dice el carretero–. Yo no hablaba créole, quiero decir, patois, ni ellos español, así que me entendía con ellos por señas. Además de esa cuadrilla tenía a mi cargo otros haitianos. Se acos- 05 Revolución y Cultura tumbraron conmigo. Un agente o contratista me pidió que le llevara personal. Estaba cómodo ese agente. Se hizo de una f inquita, de una buena casa y se buscó unos cuantos pesos en aquella zafra. Era fiestero y tenía muchos contactos con los carreteros. Él y yo éramos peleadores de gallos. Aunque poco, en el “América” los haitianos veían su dinero. Por medio del traguito yo los dominaba en el juego de dados y las barajas. Y también les hacían trampas, los timaban en el basculador, en la romana. Nunca se les pagaba lo que les correspondía, lo legal. Siempre cortaban más cañas porque los paquetes no eran de veinticinco arrobas sino de veintiocho o treinta. Y a la hora de pesar en la romana no les decían, por ejemplo, que cien, sino muchas menos ar robas. Al final no protestaban, se conformaban con lo que les dieran. Para colmo, tampoco conocían de números ni lo que era el peso de la romana. El carretero conf iesa: primero llevé dos haitianos a los que les puse nombre. A los otros les expliqué dónde me encontrarían. A uno le puse el mote de Lampuso. Un Lampuso es alguien que está en un lugar que no conoce y que sobresale entre los demás. A Fernando le puse Bongó porque siempre estaba con unas laticas que ellos acostumbraban a tocar en Haití. Por cierto, se dio muy buen bongosero. Ése hizo familia con una cubana. A otro lo identif icaba como Enrique y al siguiente, Ñato, porque era ñato de naturaleza y hablaba fañoso. Al que seguía, Ventura, por que se aventuraba dondequiera a buscar cosas, cosas no mal habidas. Ya ellos estaban advertidos de que la jornada de trabajo se iniciaba a las cuatro de la madrugada y duraba hasta que se ponía el sol o aún más tarde. Otros contrabandistas más profesionales hablaban créole o patois, sabían Revolución y Cultura 06 lo que tenían que hacer para llevarlos a otro lugar. Generalmente, el contrabando se producía de noche con el grupo de haitianos listos a partir a la hora señalada. Ese traficante los esperaba, los conducía y se los entregaba al colono o al mayoral. Columbinas de palo rollizo Con los haitianos, o detrás de ellos, llegaban las mujeres a las que llamaban codazas. Venían cargadas de problemas familiares o económicos. Algunas, las mejor dotadas, eran atraídas por los dueños de bares y prostíbulos para explotarlas. En muy corto tiempo, después de su arribo, ya dominaban el idioma español. En f iestas de las zonas cañeras, enseguida empezaban las codazas a hacer lo que llamaban columbina de palo rollizo y también cama de cuje. Es decir, que les ponían yaguas o cualquier otro material a las camas donde empezaban a ejercer el of icio. Sin embargo, aclara Nando, aquellas mujeres no eran iguales a otras porque llegaban, entraban en funciones, se buscaban unos dólares y regresaban a su tierra. Los negocios más prósperos en la región de Guantánamo eran el café y la prostitución, sobre todo la que atendía a los marineros norteamericanos de servicio o de visita en la base de Caimanera. Por esa razón era muy difícil encontrar pesos cubanos, ya que casi todas las operaciones se hacían en dólares que también circulaban en los propios cafetales. Cuando regresaban a su isla llevaban consigo una suma respetable al multiplicar por diez o doce gourdes –la moneda de su país– que al cambio de aquella época les entregaban por un dólar. Así, de la misma forma clandestina que aparecían los braceros y las codazas haitianas, se esfumaban al concluir sus respectivas cosechas. Los haitianos: marcados por la ilegalidad, el contrabando y el engaño Como era difícil hallar a un haitiano amparado por los documentos en regla, su vida en Cuba estaba marcada por la ilegalidad , el contrabando y el engaño. Generalmente, era mucha la demanda de fuerza laboral y muy reducida la disponibilidad de brazos. Sus relaciones con los carreteros se sustentaban solamente en el trabajo. A ellos los explotaban el carretero, el colono, los que pesaban en la romana, el hacendado y hasta el más simple mortal conformando una brutal cadena. Del haitiano se decía: es una mano dura para el trabajo. Por eso mismo, siempre encontraba quién se lo ofreciera. Cuando se hablaba de contrato para cortar caña o recoger café, el agente o el carretero respondían cínicamente: –El contrato lo tienen ahí –y señalaban hacia los brazos. Aprendieron cómo los engañaban y a tomar el rumbo por sí mismos –Al f inal, tales ofrecimientos de trabajo eran mentiras y cuentos –decía un pichón de haitiano. Así aprendieron a conocer cómo los engañaban y también a no conf iar. Por ello, decidieron tomar el r umbo por sí mismos, y no a través de intermediarios, al emigrar dentro del país: hoy en esta colonia de caña, mañana en la otra, luego se iban a las lomas, a las f incas cafetaleras. Siempre en busca de la tierra de promisión. Pero esa tier ra no la encontraban porque no existía, así que muy pronto comprendían que todo no había sido más que un espejismo. Para colmo, el contrabandista no lo reconocía cuando merodeaba cerca de los barracones, porque un día a ese haitiano le ponían por nombre Juan Miguel y al siguiente le llamaban José P acheco. Pero como casi todos se parecían ante una mirada deshumanizada, era muy difícil identif icarlos, salv o para aquellos bien entrenados en esos menesteres. Los que preferían no permanecer en un mismo sitio, partían rumbo a los cafetales con paquetes en la cabeza y gallos debajo del brazo que los propios carreteros y otros contrabandistas les vendían. Allí, la posibilidad de albergarse era crítica. Llegaban, desmochaban las palmas reales y se inventaban de alguna forma un ranchito para cobijarse. Les gustaba vivir solos, no así en la caña. Des-conf iaban porque temían ser asal-tados o engañados y perder los ahorros que quizás guardaban. Al trasladarse, dormían donde les cogía la noche y no molestaban a nadie. Y si no les convenían las condiciones para realizar cualquier labor, emprendían la marcha de nuevo en busca del sitio que les pareciera menos peligroso o con menos riesgos de ser descubier tos. Por esa misma razón, casi siempre sabían dónde localizar a sus paisanos y hacia allá se dirigían. La vida en los cafetales La vida en los cafetales era peor que en la caña. Por ejemplo, durante la dictadura de Machado les pagaban a cinco o diez centavos la lata de café que recogían. Según el carretero, época mala fue la Moratoria en tiempos de Menocal: quebraron los bancos. Aunque Machado con fue peor que durante la Moratoria. Lo que sembraban no valía nada. El barril de maíz de ciento sesenta y seis libras, con saco y todo, se pagaba con vales o f ichas de veinte centavos que cambiaban por productos en la bodega. El barracón Durante la zafra, sus días y sus noches transcurrían entre la caña y el barracón donde vivían hacinados. Eran de los llamados “de palo parao”, abiertos, sin paredes. Pero les dejaban una puertecita de madera. Las hamacas, de saco de azúcar o de yute, las colgaban, y conseguían otras para cubrirse. En las guardarrayas sembraban boniatos que asaban, acompañándolos con arencas o bacalao, y frijoles negros que sancochaban. Las jerarquías eran tan sencillas como elementales. Primero, el patrón, propietario de la colonia; después el mayoral: el azote, el hombre del foete al que había que obedecer. Para impedir que los haitianos escaparan, adiestraba a algunos en la tarea de vigilar a los demás, y los premiaba con un trato preferencial al alimentarlos, vestirlos, calzarlos y otor garles otros privilegios. Y cuando llegaba un extraño, le exigía identif icarse: –Bueno, ¿y tú qué buscas? ¿de dónde tú eres? ¡Te vas de aquí! Esta era una manera de contener a los que iban a secuestrarlos. Por lo menos así lo veía el contrabandista. Después, los que manejaban esa fuerza de trabajo la negociaban por una suma de dinero. Por ello utilizaban el término contrabando para calificar tal acción. La comida y la muda de ropa en “dos ríos” Laureano recordaba que en el central “Dos Ríos”, además de las comidas, les entregaban un par de alpargaticas y una muda de ropa sin calzoncillos. Más nada. En el “américa” vieron la plata Pero cuando los llevaron al central “América” se acostumbraron a ver la plata, ya que antes, nada de eso. Por supuesto que se les entre gaba una suma irrisoria hasta tanto no pagaran lo inver tido para su traslado en el barco y otros gastos. Esa deuda la irían satisfaciendo con las cañas que cortaran. P or ello, si no les convenían las condiciones en algún lugar, dejaban aquel sitio y partían. Jugar a los gallos, a los dados y a las barajas Los carreteros, los agentes y los contrabandistas les enseñaron a jugar y a apostar a los gallos y hasta se los vendían. También a los dados y a las barajas; y después los explotaban en esos juegos porque les ganaban. Los dados no estaban cargados, simplemente que ellos no conocían las trampas en el juego. Por supuesto que a veces los dejaban ganar para que se ilusionaran y después los copaban en un dos por tres. Las trampas para todo, incluso con los gallos. Decía el carretero que al gallo de un amigo suyo lo picó un ciempiés y lo dejó ciego. Entonces se lo pidió y se lo vendió a un haitiano. Otro haitiano más despierto comentó: –¡Pero ese gallo está ciego! Lo descubrió porque el gallo hacía gu gu gu, decía Laureano, y al final tuvo que matarlo. Sin embargo, después no le devolvió el dinero al haitiano que no reaccionó ni se le enfrentó, no por cobarde, sino porque en Cuba no existía como persona, estaba fuera de la ley. Los inspectores de extranjería que supervisaban los documentos de los inmigrantes hacían muy buenos negocios extorsionando a propietarios de f incas que explotaban la mano de obra haitiana o jamaicana. Fungir como inspector de extranjería era en la práctica una “botella” del gobierno de turno. Aquel que designaba a un funcionario del carnet de extranjería, en un período electoral, se hacía rico. Se dirigía a las zonas cafetaleras y desde que llegaba ya se hacía de una buena suma de dinero que serviría para silenciarlo a cambio de no revelar la presencia de los haitianos indocumentados. Para desempeñar sus labores, los funcionarios requerían la protección de las autoridades militares. Se personaban en el cuartel, y el jefe del puesto designaba a los soldados que quería favorecer, y escogía la pareja de la Guardia Rural y al inspector. Eran muchos los temores de los haitianos: a los uniformados, a los inspectores de extranjería, a la posibilidad de que los deportaran, como les había sucedido con frecuencia a muchos otros a lo largo de varias generaciones. Y sin embargo, el círculo endemoniado, y al mismo tiempo salv ador, el drama que debían afrontar año tras año, en cada estación, volvía a reproducirse en la siguiente zafra azucarera o en la cosecha del café. Revolución y Cultura Electo Silva: lo sig un re ce mo ha Có Cómo hacer que vibre un siglo cerr qu quee vib vibre siglo Donde se habla de su entrañable relación con Haití y de una trayectoria de leyenda Reinaldo Cedeño Pineda Reinaldo Cedeño Pineda. Poeta y periodista. Sus traba-jos aparecen en diversas publicaciones periódicas cubanas. Electo quiere decir elegido. Las manos suben, como una evocación, y cuando las baja, se hace la música. Su antológica obsesión por lo perfecto es bien conocida por los discípulos de varias generaciones; pero su obra siempre le rescata. Ha desandado por el puente fusionador entre lo culto y lo popular sin que ninguna ortodoxia le haya marcado. Su volumen 30 canciones populares cubanas es un clásico de la música coral, y la relación con la poesía, un matrimonio sin final. El Orf eón Santiago es la joya de sus grandes triunfos. Electo Silva Gaínza mereció en el 2002 el Premio Nacional de la Música, por toda una vida dedicada a la composición, la dirección y la enseñanza de la música. En este año, el reconocimiento La utilidad de la virtud, por su estrecha relación con la obra martiana. Sin embargo, al mirar en sus memorias, no es difícil descubrir que una nación del Caribe, cargada con toda su historia y misticismo, circula por sus venas, ya para siempre. Haití: Sole oh La goleta “Saint Domingue” surca el mar que separa una isla de otra (o que las une). No será la primera vez; pero esta de 1936, no es una más. Un niño de ocho años quisiera alcanzar desde cubierta su casa en la isla grande, Cuba. Su terruño, Santiago, su casa en la calle Trocha, y el terral, el charco, el húmedo alboroto tras la lluvia... Su padre Eduardo había llegado años antes a Haití, sabida la oportunidad que representaba en el vecino país, su sapiencia de marino y fundidor. Orgulloso de él, estaba Méndez, su maestro fundidor, quien también había enseñado el retador oficio a Ñico Saquito. No era nada extraño verle tirando los calderos por las calles, a modo de infalible anuncio. Era ya todo un personaje cuando se lleva a su esposa Sixta y al resto de la familia para la Rue Prisom. A pesar de la distancia, el niño Electo no quiso renunciar a su nostalgia. Desnudo, disfrutó su primer aguacer o haitiano como hacía en su casa lejana, y se dio cuenta de que era la misma lluvia. Una sonrisa intensa se asomó a su rostro, y se guardó allá dentro, una alegría que no se apaga. Esa luz lo estaría bañando mucho después, cuando volvió al Caribe, para impartir cursos o contribuir en la formación de coros en Guadalupe, Barbados, Granada, Curazao, Martinica, Guyana... Revolución y Cultura 08 ecuerdo que mi papá solía llegar a la casa con alguna salpicadura en la pierna, en el pecho, en cualquier hace a mano y con sudor. He dicho que los coros se hacen a mano. En los teclados electrónicos y las grabaciones, se crea un ambiente que no es el natural de las cuerdas. Creo que se va volviendo a la cuerda pulsada, al dedo puesto en la sensibilidad de uno mismo. –Haití es la primera nación libre de América, su historia está marcada de profundo naciona-lismo, de los ritos del vodú, del sonido constante... ¿Cómo esa atmósfera fue modelando al Electo niño? –En Haití estaba viva la tradición de los cuentos infantiles, de los cuentos en familia..., y en ausencia de mi papá, mi mamá solía contarlos, y cantar muchas frases que contenían. Aprendí el francés, el créole, un idioma cuya musicalidad no se oye fácil en el español corriente, tal vez porque es una lengua más cercana a la oralidad. En quinto grado estaba yo con un redoblante en la banda de la escuela, y aquello no ‘redoblaba’; pero yo tenía un flautín de lata, y eso sí me gustaba. Luego, vino una flauta de bambú hasta que se dieron cuenta de que yo sacaba bien las notas y tuve una flauta negra con llaves, como a los catorce años. Todo lo hice, mirando en los libros que tenía al alcance, nada modernos; y seguía en la banda. Toqué violín primo en un cuar teto de cuerdas de un amigo mío, de obras nacionales, porque coincidí con un sentido nacionalista en la plástica y las artes haitianas; aunque tocamos alguna obra de Schubert o Mozart. Mis clases de violín se reducían a unos seis meses con el profesor español Salvador Mestre, y con el francés Mauricio Michelotti, que venía de la Guyana... – Pero, el coro, ¿de dónde viene el coro? –Era una escuela religiosa, porque era miembro de la juventud católica. Asistíamos a las procesiones del Corpus Christi. Un día estábamos ensayando unas canciones gregorianas; y como estaba en la banda, me puse al frente, a pasarle eso..., cosas de adolescente. Volviendo a la escuela haitiana de mi juventud, allí todo era el clasicismo francés; pero en la calle estaba Haití. Nos decían que el vodú era pecado; y aunque yo no asistía a las ceremonias, me asomaba por encima del tablado de la cerca y veía cortarle la cabeza al chivo, lo veía todo... El sonido me entró primero por los ojos, aunque a los tambores, nada podía acallarlos. –Y Haití le sale a cada paso Oh... es un fondo anímico de historias, una reserva de sonidos que tengo incorporada, no me la impongo, sale. Sole oh, que tanto éxito tiene, es la canción del amante ausente que llega a la ciudad buscando su amor y no lo encuentra: Sole oh: ¿Dónde estás?. Fue arreglado para coro masculino y voz solista por el compositor haitiano Jaeger Hubert, y yo lo traspasé para voz solista y coro mixto. La Misa Marassa e ieu, estrenada en el Festival del Caribe de 1998, es la historia de los dioses jimaguas... La hago tomando como inspiración y elemento base una historia popular o folclórica haitiana. Tengo otras canciones arregladas para coro como los merengues Haití cherie, Chouconne; o una conga carnavalesca, Guedé nibó. Es el créole con su magia. El verso inflamado Bajo el influjo de las fiestas de la patrona de Cuba, la Virgen de la Caridad de El Cobre, un 8 de septiembre de 1947, Electo regresa a Cuba desde Haití. Apenas dos jornadas después, se inaugura en Santiago de Cuba la Universidad de Oriente, y el joven decide matricular Pedagogía. Entre sus profesores f iguran ilustres intelectuales españoles emigrados y cubanos, de la talla de Herminio Almendros, Juan Chabás, Francisco Prat Puig o Manuel Moreno Fraginals. –Eran gente de poca solfa..., ¡pero mucha letra! Me apegaron espiritualmente a la lírica hispana del siglo xvi, y comprendí que el romancero español era una cantera inf inita. He cantado mucha polifonía española. Llegué de las letras a la música, al contrario de muchos de los directores de coros que conozco. Siempre he escogido una letra cálida, un texto cantabile, que llegue; no una letra críptica. Versos de Guillén, Fayad Jamís, Alberti, Rafaela Chacón Nardi... El canto coral se puede hacer sin letras, con onomatopeyas, con gritos, si se quiere: no tengo nada en contra. Pero yo apuesto por lo cantabile. Poesía y música van unidas. Unas requieren más trabajo, otras salen más espontáneas. He entendido el canto como lo que es: la palabra llevada a su expresión sonora, el verso inflamado. Será el propio Chabás quien lo ponga al corriente de la primera convocatoria para una beca de la Alianza Francesa que f inalmente obtiene. La prensa pone el grito en el cielo: ¡Un «nativo» ha ganado la beca! Apenas descendido del Reina del Pacífico, París abre sus puertas al cubano, en 1952. ¡Otra vez será con rostro haitiano! Un antiguo condiscípulo le da la bienvenida a la Casa Cuba de una Ciudad Universitaria, que incluso llegará a presidir. Allí se graduará de prof esor de francés, y luego toma un diploma de Psicología Pedagógica en el Insti-tuto de Psicología de París... Pero la música no queda a la zaga. Desenfunda el violín para integrar la orquesta universitaria y cruza las fronteras galas. Teatro en grande: la Comedia y el Teatro Nacional Francés. Conoce a Eduardo Manet, Silvio Rodríguez Cárdenas, Tomás Gutiérrez Alea, Julio García Espinosa, Wifredo Lam, Vicente Revuelta, Servando Cabrera, Nicolás Guillén y otros. Al volver a Santiago con aquellas luces, un intenso trabajo le espera. Imparte clases de psicología infantil, del adolescente y g eneral, dirige el Departamento de Psicometría, y es decano de la Facultad de Educación... Pero, ¿dónde hallar los vasos comunicantes entre esa materia y la dir ección coral? –Imagínese usted a una orquesta integrada por músicos expertos, viene un director flamante... pero usted se da cuenta al cabo de unos minutos de que la orquesta no marcha. Imagínese nuevamente a un director ya viejo, al que tienen que ayudar a subir al podio, pero que antes de dar la orden de empezar, ya la orquesta está lista, ya está sonando... ¿Es o no es psicología? Todo director es pedagogo, enseña y a la vez tiene que saber conocer sus instrumentos. En el caso de un coro, los instrumentos son los cantantes, y ha y que convencer de todas, todas. El director tiene un imán, la fuerza en las manos, en la palabra y hasta en la mirada. Tiene que unir y ser f irme para que la música caiga donde debe. Para llevar el concepto, penetrar en el mundo del compositor que realiza, en el estilo de la época. El director tiene la posibilidad de hacer vibrar todo un siglo. Y todo eso, son aspectos de la Sicología que no se pueden dejar de tener en cuenta. Electo inte gra la Coral Univer sitaria como cantante desde su fundación, en 1950. Un día el director Foto:Juvenal 09 Revolución y Cultura debe ausentarse, y le pide que sea él quien tome los ensayos. Era entonces recién estrenado pr ofesor de psicología e impuso estricto respeto. –Pero, mire usted que hombre tan fresco. Mantenernos aquí hora y media sin hablar. Así comentó Dolores Lora, joven estudiante contralto del coro, con quien contraerá matrimonio tres años después, hasta hoy su inseparable compañera. Fue esa la primera vez que sintió la vocación de director en serio. Corría el año de 1954. Tributo a orfeo A mediados de los 50, Electo compone su primera obra, basada en versos de Martí: Yo pienso cuando me alegro. Comienza a dirigir Los Cantores Polifónicos, coro masculino que tiene que desinte grar ante la difícil situación política de finales de esa propia década. En el ínterin compone en su casa, «a diapasón limpio». A finales de 1960, y sin cobrar un centavo por ello, nace un coro que hará época en Cuba y más allá, el Orfeón Santiago. Para algunos es «un coro sonero». Para todos, es un coro grande . Así lo ha podido comprobar el público cubano, o el europeo en aquella extensa gira por la Europa del Este en 1979. En Budapest, la emoción no tuvo límites. –Señor, esta medalla era de mi esposo , director de coros. Por favor, acéptela. Empero, la galería de acontecimientos no tiene límites. El envío de Roberto Valera de un arreglo sobre versos de Lorca es impresionante: «si montas este son, tómate con él las libertades como si se tratara de una obra tuya; lo más importante es que suene sabroso, y eso, tratándose de música cubana para coros, nadie como tú para lograrlo». Se trata de un himno estrenado en 1970 y que ha recorrido el mundo: Iré a Santiago. En 1996, en el Festival del Caribe, pude presenciar la escena. Gabriel García Márquez disfrutaba de una gala de canciones folclóricas de su país en las voces del Orfeón. Al terminar, Electo se acerca para saludarle: «Gracias, poeta». –De ninguna manera. No acepto. Revolución y Cultura 10 Los poetas son ustedes. En la apertura del Milenio, en el Templo de la Valenciana en México, el púb lico y los cantantes lloran con el Juramento de Matamoros, la más universal de las composiciones de Silva. El canto de su coro, ha provocado el saludo de un Nobel, el tributo íntimo en la patria de Bartok y las lágrimas aztecas. –Mi vida está ligada al Orfeón. Su resultado, su brillo tan especial, lo diferencia de los demás. Todo es como un juego de espejos: el Orfeón brilla porque lo he incitado a brillar; pero él me exige que yo lo incite a brillar más. No es que tenga a los mejores cantores del mundo, es un problema de sintonía. Tiene la capacidad de hacer que el público sintonice con él. Tienen el espíritu, ese que cataliza todo lo demás, lo que hace que una voz sencilla suene maravillosa. Es lo que se llama canto subjetivo. Yo creo que todo arte es culto, lo que tiene que ser es auténtico. En su casa de Cuabitas, en las afueras de Santiago, un duende parece revolverlo todo: partituras, pinturas, discos y libros, muchos libros; pero nada le impide crear. Compositores de la talla de Leo Brouwer, dedican temas especiales para su coro, y Roberto Fabelo, le regala una imagen. Sacó las lágrimas a Ignacio Piñeiro con su versión de El Castigador, y es capaz de abordar con maestría a Lennon, Esteban Salas, Debussy, Hindemith o Ravel. Ha sido jurado de los más prestigiosos f estivales en Europa y América. Electo, el fundador de los Festivales de Coros en 1962, es ya un septuagenario; pero siente por su edad una suave indiferencia, cuando a estas alturas ha fundado también el Orfeón Infantil, un sueño largamente acariciado. Y sigue componiendo. –Alguna vez pensé dejar de componer; pero la composición no me deja nunca. A veces tengo la par titura en el piano, está el fa sostenido, empiezo a elegir cual de los dos usar, hasta que eso se aclara por sí solo. Dicen que a eso le llaman inspiración. No sé lo que es, pero siempre la estoy esperando. Entre sus momentos emocionantes, dos han estado ligados a la cultura francesa y franco-haitiana: la entrega de la Orden de las Letras y las Artes, en el grado de Caballero, por el Ministerio de Cultura de Francia; y, por supuesto, su vuelta a Haití. –Yo había regresado a Haití en 1954; pero entonces era muy joven. Al volver en los noventa, a la toma de posesión del presidente Jean Bertrand Aristide, recorrí los lugares de mi niñez, el colegio San Luis Gonzaga, y vi todos los cambios. Fui a visitar a un amigo mío, pero con pesar recibí la noticia de que había muerto. Sin embargo, me recibió su hijo y al decirle mi nombre, se asombró. ¿Pero usted es aquel que tocaba violín...? Que alguien me recordara más de treinta años después, era como vivir una leyenda. Era la persistencia de la oralidad en una nación tan necesitada, era encontrarme con mi Haití, mi caro Haití. Estoy preparando algunas sor presas para el 2004, para el bicentenario de la fundación de la República de Haití como la primera nación independiente de América Latina, después de la revolución iniciada por Louver ture y Dessalines. A veces, me sorprendo haciendo cosas de raíz haitiana. Mira, en esa ocasión que pisé Haití, pude apreciar los contrastes, las calles llenas de vendedores ambulantes y también autos de última marca. Vi a un señor pidiendo limosnas y cantando, acompañado de un niño que tocaba latas de diferente tamaño. Lo hacía con unos palitos, tal vez como si fuera un xilófono. Es la imagen de una nación que pese a su pobreza, sabe cantar. Una nación que no se rinde, y eso me conmovió. –¿Hasta cuando, Electo? Nada, nada es capaz de borrar el regocijo, el imán que constituye una voz organizada colectivamente, esa divina medianía. Ese es mi mundo, y me voy con Guillén, a quien tanto he cantado: «La vida empieza a correr/ de un manantial como un río/ a veces, el cauce sube/, y otras se queda vacío .../ Yo no pienso en el tiempo que se va, pienso constantemente en lo que me queda por hacer. TIER EL «QUA UATIER FRANÇAIS » de Santiago de Cuba A la memoria del Dr. Francisco Prat Puig, maestro. María Elena Orozco I ste artículo resume una parte del trabajo de campo realizado entre 1981y 1986 en Santiago de Cuba bajo la dirección del Dr. Francisco Prat Puig, cuyos resultados publicamos en la revista Santiago con el título de «La arquitectura santiaguera de estirpe tradicional con apor tes neoclásicos». Aquel trabajo, esencialmente arqueológico, se completó con búsquedas documentales realizadas en diferentes archivos cubanos y españoles. De entrada, el trabajo de campo arrojó una transformación en la arquitectura de Santiago de Cuba de f inales del siglo xviii y principios del xix, la cual implicaba dos vertientes estéticas que nos la hacían muy extraña, y en la época nos limitamos a señalarla sin tener las herramientas documentales necesarias para explicar ese fenómeno. No cambiaba la planimetría de la casa, que se seguía estructurando con volúmenes modulares yuxtapuestos organizados en general en torno a un patio central con valores prácticos, como la recogida de las aguas de los tejados en un aljibe o pozo. Pero sin dudas lo que cambiaba era la inspiración estética y la combinación de elementos tradicionales con los modernos en boga en otras colonias caribeñas como Saint Domingue, con la que Cuba mantenía lazos de diferente índole. Para entenderlo sería necesario, primero, conocer cuál era la situación de la ciudad en la época y cómo influiría en ella la inmigra ción pro- veniente de Saint-Domingue, que comienza a llegar en el año 1791. ii Santiago de Cuba: de lo rural a lo urbano: el quehacer constructivo tradicional En los últimos decenios del siglo xviii, antes de iniciarse los sucesos de Saint Domingue que provocarían varios flujos migratorios en especial hacia el Oriente cubano, los patricios santiagueros tomaron conciencia de la necesidad de transformar la economía regional y convertir la ciudad en un centro político de prestigio capaz de representarlos dignamente.1 La fundación de la Real Sociedad Económica de los Amigos del País en 1783, primera de Cuba y de América, es muestra patente de su afán renovador. Por su par te, el regidor Juan Francisco Creagh enviaba a la Corte en 1788 un pormenorizado informe,2 a nombre de la ciudad, donde solicitaba catorce gracias para fomentar la parte oriental y que esta región produjera a la Corona los mis mos dividendos que las colonias vecinas (Saint- Domingue y Jamaica, respectivamente) reportaban a Francia e Inglaterra. Entre las solicitudes se encon traban la libre entrada de esclavos, de utensilios para la industria azucarera y la agricultura, la exoneración de impuestos a las nuevas producciones, la creación de una factoría de tabacos independiente de la de La Habana, la conversión del Colegio Seminario San Basilio el Magno en Uni versidad; 3 en f in, mayor independencia con respecto a la capital de la Isla, a f in de que el Oriente cubano se desar rollara... Por su parte el gobernador de la época, Juan Bautista Vaillant Ber thier, 4 se dirigió en diferentes ocasiones a la Corte para proponer «los medios más fáciles para fomentar esa parte orien- María Elena Orozco. Profesora Titular del Dpto. de Historia del Arte de la Universidad de Oriente. Se ha dedicado al estudio del desarrollo urbanoarquitectónico y social de la ciudad de Santiago de Cuba durante la época colonial. Plano de la ciudad de Santiago de Cuba del año 17515, cuya imagen urbana corresponde con la de fines del siglo XVIII, en la época del gobierno de J.B. Vaillant 11 Revolución y Cultura tal sin mayores gravámenes del Real Erario». 6 La ciudad tenía fresca la impronta del seísmo de 1766: la Catedral, la casa Consistorial y la del Gobernador; en ruinas; las calles sin empedrar, los caminos, intransitables. El gobernador destacaba en su informe «la buena disposición de ánimo» de los habitantes de Santiago de Cuba para sobreponerse a las dificultades, desar rollar la economía local y reconstr uir la ciudad. Así, según él, los vecinos, «trabajan sin cesar en su reedificación», sin que los hayan hecho descaecer los quebrantos que han padecido...7 En el informe de Vaillant resaltan las consecuencias del seísmo de 1766 todavía palpables en 1789, y, en segundo lugar, el olvido de prácticas constructivas anteriores que ahora se recuperaban, pues como dice, el terremoto del 66 arruinó enteramente la ciudad «por haber olvidado [los habitantes] las precauciones con que fabricaban los que havían experimentado el del año [16]78» (ibid). Así pues, el gobernador precisaba que no sólo se estaba reconstr uyendo la ciudad, sino que se rescataba un quehacer práctico perdido que se reno vaba y adecuaba a una nueva realidad. Posteriormente, Vaillant eleva un informe a la Corona sobre la construcción de la cuarta catedral, el 12 de marzo de 1791, 8 y en él señala cómo se construían en la región los edif icios tanto civiles como militares, de acuerdo con «un conocimiento adquirido a fuerza de práctica en las construcciones...». 9 De manera que en 1791 se reconocía que se respetaba un quehacer constructivo recobrado y que en la parte oriental del país era imposible construir de otra manera. Vaillant resaltó el sentido orgánicofuncional de la arquitectura local, demostrado por Prat Puig en un vasto y excelente estudio arqueológico por los años cuarenta del pasado siglo. 10 Todos los edificios ci viles terminan su fábrica por lo regular con sus techos, aquí es al contrario: primero se concluye el techo, y sucesivamente siguen a terminarlos, cerrándolos con paredes... Para asegurar geneRevolución y Cultura 12 ralmente las Fábricas Civiles sean o no de corpulencia, designan el edif icio y a proporción van clavando en la Tierra..., unas vigas (que aquí llaman horcones) de una madera de consistencia... Aseguran sobre estas pilas, ú horcones, los techos de un genero de estribadura que aqui llaman Ar rocado ó medio Ar rocado, colocando los malbates y almisatas, en otra diversa forma que la hace al mismo tiempo robusta que de agradable vista.11 Este sistema constructivo típico de la arquitectura maderera transmite los empujes de manera uniforme y únicamente en sentido vertical, y fue la respuesta que la praxis colectiva encontró a situaciones adversas: hacer construcciones perdurables en una ciudad cuyo desarrollo socioeconómico había progresado hasta el momento con lentitud, y resistentes a las sacudidas sísmicas tan frecuentes en la región. En su informe acusa la utilización de un mismo lenguaje constructivo para edificaciones de usos dife-rentes: destaca cómo las iglesias de la ciudad se construyen sobre la base de los mismos principios que se advierten en la arquitectura doméstica, cómo los arcos de comunicación entre la nave central y las laterales se apoyaban en horcones que «por sus ir regulares superf icies y tortuosidades, las revisten de piedras labradas ó Ladrillo, siguiendo el orden columnario o apilastrado, Architrave (sic), F riso y cornisa: Dórico sobre toscano», 12 y por qué no se utilizaban bóvedas de yeso en tanto los constructores no poseían las experiencias prácticas, además de ser muy vulnerables a las sacudidas telúricas. Como se puede colegir, el resultado era muy sencillo, las decoraciones eran mínimas a nivel fachadista y en el interior mismo de la vivienda, como diría unos años después el viajero francés Auguste Le Moyne: «las casas antiguas, generalmente de un solo piso y construidas al estilo morisco con ventanas enrejadas, la mayoría sin cristales... Las piezas bastantes espaciosas se sucedían en general alrededor de un patio central y a menudo bajo una galería de arcadas...»13 Como resulta evidente, las fechas de esos informes, 1789 y 1791, coinciden con la llegada de los primeros inmigrantes franceses que huyen de la Revolución haitiana. En SaintDomingue existían situaciones similares en relación con la construcción de viviendas: se buscaba también la resistencia y la perdurabilidad para responder a las inclemencias de la naturaleza, los temblores de tierra, al excesivo calor , etc. Si Santiago había sido semidestruida por un terremoto en 1766, seis años antes el Cap Français había sido fuertemente sacudido por un gran seísmo, y entre 1750 y 1771 Port-au-Prince había cor rido la misma suerte. El investig ador francés Philippe Loupès, al hablar de la casa en ciudades haitianas señala: «Generalmente, la vivienda de Cap Français presenta dos cuer pos de edif icio que forman un ángulo recto, construidos directamente en dos calles que forman esquina: a veces, dos piezas de buenas dimensiones sobre una calle, y dos más pequeñas sobre la otra; pero más frecuentemente cinco piezas de importancia equivalente, dos sobre una calle y dos más pequeñas y una de ángulo» .14 Como se ve, se trata de la casa de un nivel con martillo y cuarto esquinero, descrita por Palm para Santo Domingo, y que se desarrolla profusamente en Santiago de Cuba. La riqueza que experimentaba la colonia francesa a f inales del siglo xviii permitirá una modernización de la arquitectura, y la aparición con ello de las casas de dos plantas, con entresuelo, como en La Habana. Otra similitud entre las viviendas del Cap F rançais, de Por t-au-Prince y de Santiago de Cuba es, en la casa de un nivel, la construcción de una habitación «alta» sobre el martillo. Como diría Moreau de Saint-Méry «Cada casa tiene una torre en escua-dra, arreglada para los incendios». 15 Estas son las torres miradores o habitaciones de un solo alto de mu-chas casas santiagueras... En esas ciudades existía el temor a los incendios por la profusa utilización de la madera en las construcciones. No obstante, creemos que son estas habitaciones de un solo alto, como señalaba el obispo Osés Alzúa para Santiago de Cuba, una especie de miradores abiertos al paisaje pin-toreco que ofrecen estas ciudades desarrolladas en anchura frente a la bahía (Por t-au-Prince, Cap-Français), o en anf iteatro al fondo de la rada, como Santiago; ciudades que bus-can la ventilación como condición sine-qua-non para hacerles la vida más agradable a sus habitantes. La madera es el material de constr ucción de las Antillas. Techos de madera y cubiertas de tejamanil hermanarán a Haití y a Santiago de Cuba. Ventanas y celosías con persianerías, «boiseries» de Por t-auPrince en Haití, son muy frecuentes en Santiago de Cuba a partir de la presencia francesa. Además, en estas ciudades se utilizaron como mate-riales de construcción la mampostería, el ladrillo, el adobe y el cuje. Este último corresponde a la «casa levantada con horcones de madera enterrados en el suelo y paredes con estructura tejida en valla de palmito» 16 que recuerda las casas de cuje17 de Santiago de Cuba. La casa santiaguera del período que nos ocupa es un producto evolucionado de la tradición constructiva heredada de España, recreada y adecuada a las necesidades locales.18 La documentación encontrada y el trabajo de campo realizado en la ciudad bajo la dirección de Prat Puig, nos muestra una casa de planta baja, asentada generalmente en solares rectangulares de veinte a treinta varas de frente por cuarenta a cincuenta de fondo. Esta casa, que se formulaba con una sola planta, generalmente se organizaba en torno a un patio central que le servía de pulmón para enfrentar un clima caluroso y húmedo. Como ha dicho Roberto Segre, la recurrencia técnica –osatura de madera, muros de mampostería, techos de madera y tejas, revoque de cal y demás interpretaciones populares de elementos básicos de la arquitectura– conf igura una unidad continental que permite hablar , a escala de territorio, de un diseño ambiental.19 Si el panorama del quehacer constructivo y del diseño ambiental era similar, las influencias artísticas que traen los emigrados van a marcar fuertemente la arquitectura de Santiago de Cuba, y a partir de ese momento Francia a será uno de los patrones culturales más impor-tantes para Cuba, con gran impacto, por todo el siglo xix en la parte oriental, especialmente en Santia-go, Baracoa y Guantánamo. Los viajeros de la época, como el ya citado Moreau de Saint-Méry, Descourtilz, el barón de Wimpffen, et al., hablan de cómo ciertos sectores criollos ricos de SaintDomingue imitaban la moda francesa: hacían traer sus muebles de Francia, decoraban las habitaciones con papel pintado,20 etc., de manera que cuando ellos llegan a Cuba tratan de mostrarse más cultos de lo que fueron en su tierra, impresionando así a la sociedad pastoral de Santiago. Algunos lleg an con parte de su capital y de sus pertenencias; muchos, sin embargo, lo harán sin medios, fundarán escuelas para niños y niñas, participarán como médicos, farmacéuticos, etc., en el mejoramiento de la atención médica. Igualmente Santiago se convierte en una gran base corsaria donde actuaban al unísono los santiagueros y los franceses. El intercambio no cesó en esos años... Cuando se mira el monto y la calificación de la emigración francesa de los últimos años del siglo xviii y principios del xix, comprendemos que la ciudad de Santiago de Cuba se vio obligada a cambiar.21 El primer elemento de cambio fue el demográfico: la pob lación aumentó considerablemente a causa de esta inmigración. Y también los esclavos, imprescindibles para desarrollar la agricultura de acuerdo con las peticiones que desde años atrás hacían los patricios santiagueros a la Corona. En 1799 las Actas Capitulares señalaban que unos mil franceses estaban ya asentados en la ciudad.22 El censo del 180023 muestra que los inmigrantes se instalaron en los diferentes barrios en que estaba dividida la ciudad, pero concentrados en los barrios n°1 y n°8, donde había trescientos ochenta y dos franceses. Barrio N°1: 228 franceses, 94 familias Barrio N°2: 40 franceses, 7 familias Barrio N°3: 14 franceses, 3 familias Barrio N°4: 7 franceses, 3 familias Barrio N°5: 18 franceses, 4 familias Barrio N°6: 23 franceses, 5 familias Barrio N°7: 71 personas 27 familias Barrio N°8: 154 personas, 59 familias La ciudad estaba dividida en ocho barrios o cuarteles. Los barrios n°1 y n°8, divididos por la calle San Jerónimo, estaban situados desde la calle San Juan Nepomuceno (hoy Corona) al norte, hasta la bahía, al sur. En ellos se gestará el llamado, por los inmig rantes, quartel francés o barrio no9, como se aprecia en el plano del año 1803.24 Los recién llegados, pues, se van a asentar en la parte urbanizada de los barrios no1 y n o8, cuya periferia se encontraba al oeste de la ciudad, colindando con la rada, área que se convertirá en el barrio de los franceses, especialmente a partir de 1803, año del gran éxodo, que obligará al gobernador Kindelán a situarlos allí y a urbanizar esa zona limítrofe con la bahía, ganada al mar unos años antes. Plano de la ciudad de Santiago de Cuba del año 1803. División en barrios realizada por la autora. Igualmente, este censo muestra las profesiones de los inmigrantes. Para una ciudad pastoral, letárgica y rural como Santiago de Cuba, cuyo patriciado deseaba una transforma13 Revolución y Cultura ción económica y social expresada en documentos elevados a la Corona que planteaban la necesidad de mano de obra calif icada, esta inmigración francesa venía a colmar sus expectativas. ¿Cuáles eran entonces las profesiones de los inmigrantes censados? Profesiones 1 Albañiles Carpinteros Costureras Curtidores de pieles Fabricantes de Velas Labradores Lavanderas Marinos Médicos Navegantes Orfebres Panaderos Peluqueros Planchadoras Sastres Toneleros Vendedores Republicanos 2 14 13 Hotel La Caridad en la calle del Gallo, hoy 10 de Octubre. V ivienda de la calle Gallo y Toro, conocida como “la casa francesa”, Santiago de Cuba. Revolución y Cultura 14 2 3 4 5 to al comercio entre Estados Unidos, Saint-Domingue y Cuba, y era un reputado republicano, se vio obligado a convertirse en agricultor para poder tener el derecho a asentarse en la Isla y a obtener la carta de naturalización de ciudadano español, una vez que las aspiraciones de volver a Saint-Domingue se esfumaban. 6 7 5 7 1 2 8 2 8 total 1 3 12 3 24 43 4 4 2 2 3 3 1 1 1 1 7 3 4 1 5 1 1 3 3 1 5 4 6 6 3 1 Resalta la cantidad de artesanos, albañiles y orfebres, además de toda una serie de profesiones urbanas como los panaderos, bodegueros, costureras, sastres, peluqueros, etc., portadores de un nuevo gusto y una modernización que contribuirían a calif icar el registro urbano de la localidad. Este cuadro también muestra que los barrios o cuarteles con más inmigrantes censados son el 1 y el 8 (ciento cuarenta y noventa respectivamente), es decir, los dos cuya parte inferior colindaba con la bahía, franja que se convertirá hacia 1803 en el llamado Barrio Francés (Vid plano nº2). La emigración que arribó entre 1801 y 1803 fue cuantif icada por el gobernador Kindelán en diecinueve mil trescientos seis25 individuos. En ese mismo año, el bearnés Prudencio Casama yor, 26 y una de las f iguras más notables de esa emigración, quien se dedicara hasta ese momen- 3 1 6 12 Y es ese el año en que se consolidará el Barrio Francés, área sin urbanizar designada por el Gobernador para los inmigrantes situada en las inmediaciones del litoral, donde estos construyeron «frágiles casas al extremo sur de la ciudad sobre una dilatada extensión de la bahía y sobre la planicie de la Loma Hueca hoy llamada Tivolí...».27 El gobernador Kindelán se ref iere a esta zona en estos términos: «quar tel francés». Este «Bar rio Francés» comprendía al noroeste, las calles Gallo (hoy 10 de Octubre) y la calle Matadero (hoy Jobito); al suroeste, la calle Barracones (hoy Carlos Dubois); en los alrededores del caféconcert francés en el Tivolí, las calles Gral. Tor res (hoy Jesús Rabí), Teniente Rey (hoy B. Varona), Virgen (hoy Gral. Tomás Padró), hasta nivel de la calle San Carlos (hoy R. Salcedo), incluyendo las prolongaciones de las calles Santa Rita (hoy Diego Palacios) y Santa Lucía ( hoy B. Masó) hasta la bahía. Según Lemonnier Delafosse, testigo de la época, si las primeras viviendas construidas en el mismo litoral fueron endebles ranchos, cubiertos de paja y cogollo, o de madera y tejamanil, en pocos años, se renovaron: «las piedras, con el tiempo, reemplazaron las maderas de las primitivas construcciones» 28 y se sustituyeron por otras atemperadas al quehacer constructivo local pero mostrando, muchas de ellas, su f iliación francesa, como la casa de la calle del Gallo, esquina a Toro y el Hotel La Caridad. Lo que no era nuevo para esos inmigrantes, pues Pierre Pluchon comenta las anotaciones del barón Wimpffen, quien a f ines del siglo xviii diría, en su visita a la floreciente colonia de SaintDomingue, cómo los colonos continuaban haciendo vivir Francia en sus realizaciones: La vida cotidiana forja los comportamientos. Muchos dueños de plantaciones, pequeños burgueses nuevos ricos adaptan sus costumbres francesas a su nuevo marco de vida. Durante mucho tiempo han vivido en casas de madera con mimbre y adobe, con techos de palma o de tejamanil... Cuando las ganancias se lo permiten ellos viven en unas casonas de mampostería, bajas, pesadas y anchas rodeadas de galerías que procuran el frescor. Siempre con el propósito de atemperar el calor, las ventanas no llevan cristales... el mobilario no evoca la opulencia, sino, al contrario los apartamentos de gentes modestas de Francia, medio de procedencia original de la mayoría de los propietarios... 29 No es de extrañar que algunas realizaciones de esos primeros años, como el teatro de la calle Santo Tomás N° 8 y el café cantante del Tivolí, hechas con el f in de ganar dinero, sobrevivir e impactar al público santiaguero, llevaran en germen los elementos de transformación de influencia neoclásica que caracterizarán el gusto que empieza a generalizarse en la época, lo que permitirá al viajero francés Julian Mellet, en 1819 , hablar de los altares a la romana de la recién concluída catedral de Santiago de Cuba, que ponen en evidencia un neoclasicismo precoz en la ciudad. iii Transforma ciones en el uso del espacio público y privado. El aumento demográfico transformó de facto la ciudad y entonces, se pudieron materializar las aspiraciones de los notables santiagueros en relación con el progreso económico y el deseo de conver tir a Santiago en el núcleo urbano que los prestigiara. Testigos de la época como Agustín de la Texera y José María Callejas supieron destacarlo. El primero dijo: Época de ventura fue ésa para esta capital que de improviso vio cambiado su aspecto, adquiriendo ideas que no pudiera antes concebir, reconociendo elementos para labrar la prosperidad del país [Santiago de Cuba] y elevarlo a un auge en que no habían pensado pues ni imaginaban la existencia de los recursos propios que en manos de los industriosos y activos franceses produjeron las ventajas inmensas que son notorias en la agricultura y el comercio...; no menos en las artes y oficios y en las mil ocupaciones industriales...30 La emigración francesa llega a Santiago en el momento en que se buscan alternativas técnicas para reconstruir la ciudad y para f ijar un quehacer práctico que se renovaba en ese momento. La participación de franceses como el arquitectoingeniero François Gigaud, de her reros como Claude Cordier , carpinteros como Juan Ancoin, entre otros, hizo que aparecieran elementos neoclásicos de la época: la utilización del trompe-l’œil para decorar plafones y muros, el mobilario y los ambientes Luis xvi , así como la temprana presencia una pieza o salón de comedor que aparece por primera vez en Francia en ese reinado. Todos estos elementos, ya en boga en SaintDomingue, junto a otros tradicionales, hicieron de Santiago un ejemplo singular dentro de la arquitectura cubana. Ese proceso de transformación urbano-arquitectónico de los primeros años del xix ofrecía, por todo ello, dos aspectos estilísticos aparentemente contradictorios, que culminaron en un ar monioso movimiento considerado arquetípico de la arquitectura local: la aparición de elementos –en canes, ménsulas, zapatas y pies derechos–, de f iliación mudéjar, unida a la adopción de soluciones decorativas de espíritu neoclásico, que se traducían a las exigencias materiales y los recursos técnicos de la localidad. Esta simbiosis de lo culto y lo popular resultó realmente intrigante en la arquitectura citadina, y se entiende sólo a partir de la búsqueda teórico-práctica que se venía haciendo en la época.31 El hecho o realización arquitectónica arroja un saldo positivo en el período estudiado. A las tipolo gías edif icatorias tradicionales: casa de colgadizo y casa de planta baja, se añaden dos: la casa de corredor, ejemplo de adecuación de la arquitectura a las condiciones ecológicas locales – tipología que prolifera en esos años como lo muestran las repetidas peticiones de fabricar «una enramada de teja volada sin pilares sino en pie de amigo para guarecerse del sol y otras intemperies»32 –, y la casa de dos plantas,33 cuya tímida aparición presagia su generalización como vivienda señorial hacia el tercer decenio decimonónico. La intervenciones realizadas por los inmigrantes a la mayor brevedad en 1803, 34 como el café concert del Tivolí o el teatro de Santo Tomás N°8, muestran que se da a conocer la arquitectura de inspiración neoclásica con el objetivo de impresionar y de convencer a un público que no conocen, que no habla su lengua, a una sociedad pastoral a la que había que deslumbrar con el uso del trompe-l’œil, por ejemplo. En este sentido, el historiador Gabriel Debien 35 ha señalado atinadamente que estos franceses de ultramar eran por tadores de una cultura refinada, pero matizada y mestizada por el largo período de aclimatación colonial V iviendas de corredor de la calle San Carlos, en el Tivolí V iviendas de planta baja o de fachada simple de la calle Padre Pico. 15 Revolución y Cultura «Arco triunfal», San Basilio n° 128 antiguo Barrio Francés Boiseries de la casa Heredia n° 24 Revolución y Cultura 16 y criolla, y se hacían pasar por hombres y mujeres más cultos de lo que habían sido en su tierra. Es desde esta perspectiva, que debemos considerar como vector de la modernidad las realizaciones efectuadas en el café concer t Tivolí y en el teatro de Santo Tomás N°8. Sobre éste Callejas nos dice: A aquella numerosa población extranjera importaba darle algún recreo y no faltando entre ella muchos amaestrados en los dramas, se les inclinó a levantar un teatro provisional de guano, pero lo ejecutaron con tal primor y arreglado al arte, que llamó toda la atención de la población, gastaron algunos miles de pesos en la obra, imitando los mejores géneros de la arquitectura. Cubierto en su interior de lienzo bien pintado con cielos rasos.36 Todo ello fue una verdadera novedad en la época. Como sabemos, los prácticos o constructores locales daban más importancia a los problemas estáticos que a los estéticos, el miedo a los temblores de tierra y el afán de hacer construcciones resistentes y perdurables, dejó a un lado la apariencia de las costrucciones, que presentaban apenas una deco- ración f achadista. Pero un sentido estético diferente, de corte culto, daría un aspecto más armonioso a realizaciones arquitectónicas con la equilibrada sencillez que el gusto neoclásico aporta. Igualmente, el café cantante del Tivolí mostró de manera sencilla el nuevo gusto clásico, como cuenta Callejas: Otra sociedad francesa inventó, para sacar dinero, la formación de un laberinto, en la Altura de Loma Hueca, cercado de tablas, con un frontispicio majestuoso y arreglado a uno de los órdenes de la arquitectura; hicieron sus figuras y sembrados en la tierra, propios para el caso, y en su fondo fabricaron tejado de tejamán que contenía de tres a cuatrocientas personas con cielo raso de lienzo y forradas de lo de tablones con bordes redondeados por las divisiones. Estos revestimientos parecen un remedo de las llamadas «boiseries» francesas (Heredia n°24.) Otros elementos que contribuyen a dar apariencia neoclásica son las puer tas y ventanas. Tendrá un tratamiento jerarquizado la puerta que lleva de la sala al aposento. Se produce entonces una evolución de los tableros de talla rehundida y de perfil curvilíneo que evoca el estilo ro- mismo sus paredes, todo pintado al mayor gusto, que se le dio el nombre de Tivolí 37 En nuestro trabajo de campo comprobamos que las innovaciones clasicistas aparecieron de modo más generalizado que las de tipo mudéjar y presentaron un aspecto más variado. Un elemento nuevo es el tratamiento jerarquizado de la divi-són sala/ saleta, llamada por Prat Puig «arcos triunfales», que se podían hacer mediante arcos de comunicación en semicircunferencia, carpaneles, simples y dobles (Santa Lucía 74, Aguilera 100, San Basilio 128 ) o de uno o dos vanos adintela-dos –dinteles clásicos– (Teniente Rey n°4 del antiguo barrio francés Aguilera 465 ) La tendencia a infundir carácter de arquitectura sabia a las humildes construcciones en la madera de las divisiones, se evidencia en el enchapado de paredes y el revestimiento cocó, al tablero liso, todavía flanqueado por un rico molduraje. El tablero liso afecta formas distintas y puede ser uno solo enterizo que alterna con la puerta que llamamos Luis xvi (tableros verticales y horizontales). Se decoraba con colores diferentes la peinacería y los resaltos de los tableros, de manera análoga a las puertas Luis xvi . Después recibirán en los documentos el nombre de puertas «a la francesa» (casas de Aguilera 110, Heredia 24, Teniente Rey 4) o bien de tableros lisos (casas de Enramadas 135 y Jagüey 166 ). Sucedía algo similar en los soportes de madera y elementos de sustentación –pies derechos, zapatas– donde vemos irrumpir formas clásicas que alternan con elementos tradicionales. Zapatas de orden toscano y jónico se usa ron profusamente en el barrio francés y se extendieron a toda la ciudad. (Heredia 24 , San Basilio 125, Santa Lucía 74). Elemento aportador de modernidad fueron los hierros forjados de las ventanas y balconajes de Santiago de Cuba. Entre los inmigrantes hubo numerosos herreros como Claude Cordier, que conocían en Saint-Domingue y trabajaban el hierro como elemento portador de modernidad. Santiago de Cuba es hoy una de las ciudades cubanas que muestra un conjunto rico y variado de bellos ejemplares forjados cuya f iliación con el sudoeste francés es indiscutible. Se destaca la decoración en rombos con cenefas y flores forjadas muy similares a las que podemos encontrar en los balcones de la Avenue de la Libération en Talence, cerca de Burdeos, por ejemplo. (Otros bellos ejemplares: Heredia n°56, Padre Pico y Aguilera, Santa Rita N°410, Santa Lucía N° 74, etc). Las Actas Capitulares reflejan la intensa actividad constructiva llevada a cabo en el primer decenio del xix , que incluyó desde edif icios simbólicos del poder hasta espacios públicos de connotación social y edif icaciones privadas. Se reedif icaron el edif icio del Ayuntamiento y la residencia de los gobernadores, y aunque la Catedral se concluyó en 1818, mostró de manera prematura la influencia del neoclasicismo. Una identidad urbana se fue forjando en esos años en que se dejaba poco a poco la impronta rural que había caracterizado el núcleo poblacional de Santiago de Cuba; esta nueva signif icación se fue poniendo en evidencia gracias a distintos componentes que incidieron en la recalif icación citadina y en la de sus diferentes par tidos. Al aumento demog ráfico, se unieron una serie de cambios en la imagen citadina y en el imaginario colectivo e indivi dual cubenses .38 iv En resumen, podemos decir que los franceses llegan a Santiago de Cuba en el momento que se está fraguan- do una conciencia criolla oriental que busca la modernidad económica y espacial como elemento de identidad y de diferencia con La Habana. Los emigrados franceses contribuirán al desarrollo económico regional con la economía de plantación, la aparición de la cafetalera y el despegue de la azucarera; y también al despertar ciudadano a través de comportamientos y hábitos urbanos que dejan atrás la ruralidad anterior. La asimilación del aporte francés por la población de Santiago de Cuba no se asumió en términos de colonizado-colonizador, sino en términos de progreso y de modernidad. A esto contribuyeron las características de la inmigración francesa y en particular el gran número de artesanos que ayudará a transformar la ciudad. Si bien la expulsión de los franceses a consecuencia de la invasión napoleónica a España retardó el desarrollo iniciado en Santiago a comienzos del xix, los que se naturalizaron permanecieron en la región con sus bienes embargados hasta aproximadamente el año 1814, en que pudieron volver a disfrutar de ellos. Una nueva oleada se produjo en esos años, proveniente mayormente de Nueva Orleans, adonde habían ido los antiguos emigrados de Saint-Domingue expulsados entre 1809 y 1810 de Santiago. Esta oleada se incrementaría con las leyes de blanqueamiento dictadas por la Corona en 1817, las que promovieron una emigración directa desde Francia hacia Cuba. Todo ello permitió la consolidación en Santiago de Cuba de una colonia francesa, que incidió notablemente en el desarrollo citadino alcanzado por la localidad hacia 1840, momento de eclosión del centro urbano santiaguero. El censo del año 1846 muestra un grupo de cuatrocientos cincuenta y ocho individuos franceses (trescientos setenta y cinco hombres y ochenta y tres mujeres), solamente sobrepasado por los residentes latinoamericanos llegados A la izquierda: Puerta Luis XVI de la casa de Aguilera 110 Puer tas de tablero liso de la vivienda Jagüey 111 de Tierra Firme después de las guerras de independencia. El antiguo barrio francés continuaba habitado por una gran mayoría de familias francesas. La calle del Gallo era una arteria comercial llena de almacenes y tiendas como la del Sr. Baccarisse o la del Sr. Rafael Cabe, donde se vendían mercancías francesas que se anunciaban en el periódico local de la siguiente manera: « saucisse truffés (sic) Id de cepes à l’ail (sic), Id. de cepes truffés au nature l (sic), Id. de pate de chapon con truffés (sic)...; vinos de Burdeos, del Medoc, como St. Julien y St Estephe (sic) Chateau Carbonnieux de Leognan, Haut Sauterne, Haut Saint Emilion, Graves, Pomerol (sic).39 Otros productos llegaban desde Francia en los paquebots «E l joven Eduardo», «El paquete bordelés» o en fragatas y bergantines franceses como «Trois Frères» o «Grandville», cuyos consignatarios eran los señores Casamayor y Cia. Rejas tapiz de balcón con motivos de rombos (Heredia 24) Revolución y Cultura Revolución y Cultura 18 La moda y el ceremonial francés, junto a los artículos de lujo procedentes del país galo, ofrecen una variedad y modernidad insospechadas. Vajillas con cubiertos dorados y pintados, cristalería de porcelana, bibelots; sastrerías, modistas, sombrererías con artículos llegados directamente desde París ponen en evidencia el modus vivendi de una élite culta, de una sociedad cuyo modelo de modernidad era Francia. Por otra parte, los anuncios en el periódico local destinados a un público más popular invitan a los cafés franceses del Barrio de La Marina (parte del antiguo barrio francés) donde «se permite jugar a las personas comme il faut».40 No es de extrañar , pues, que Rosemond de Beauvallon dijera, cuando visita La Marina en 1840 , que donde se tra- bajaba sólo se hablaba francés. En realidad son años en que la élite santiaguera tiene como segunda lengua el francés, a lo que contribuyeron las escuelas privadas regenteadas por franceses, de educación totalmente bilingüe. Una ciudad portuaria y marinera como Santiago, con un clima caliente y húmedo, necesitaba un sistema de higiene más desarrollado que el que tenía. La emigración francesa, especialmente la que llega a partir del año 1817, aportó la primera red de salud concebida como sistema, con médicos, enfermeras y centros de asistencia hospitalaria. Las Casas de Salud se instalaron en lo que fue el antiguo Barrio Francés, entre las calles Heredia y Factoría, cerca de la rada. Se ocupaban principalmente de los marinos o de los enfer- mos dejados por los barcos en el puerto: entre 1840 y 1850 existían nueve, todas atendidas por personal francés.41 La integración de los franceses en Santiago de Cuba fue un hecho cuya herencia se perpetúa en la formación de la personalidad cultural de los santiagueros, y esta influencia se prolonga hasta nuestros días. La presencia francesa ha llenado una de las páginas más hermosas de nuestra historia local. Numerosos hijos de esos emigrados, libres o esclavos, regaron con su sangre el suelo patrio, en la conquista de la independencia y de la identidad nacional, y en la lucha contra la metrópoli española... Pero esas son otras páginas de la historia. Notas: 1 Vid. María Elena Orozco. «Juan Bautista Vaillant y la ciudad de Santiago de Cuba» en Santiago, 1995, N° 79, p. 93 - 105. 2AGI. Santo Domingo 969. Infor me del regidor y apoderado de la ciudad de Cuba Juan Francisco Creagh y Montoya. Madrid, 13 de junio de 1788. 3Ibid. Ultr amar 83. Informe de Juan Bautista Vaillant. 4Ibid. Vaillant se había compenetrado con los criollos santiagueros por diferentes razones, entre ellas, su matrimonio con una criolla habanera y el asentamiento de una par te de su familia, en Santiago de Cuba. Todo ello levantó la desconfianza de la Cor te hacia su persona y sería la causa principal de su deposición del cargo en el año 1795. 5 Ibid. M y P Santo Domingo 284. Plano de la ciudad de Santiago de Cuba del año 1751. 6Ibid. Santo Domingo 969 . Informe del regidor y apoderado de la ciudad de Cuba Juan Francisco Creagh y Montoya. Madrid, 13 de junio de 1788. 7 Ibid. Ultramar 83. Carta de Juan Bautista Vaillant a Antonio Valdés. Santiago de Cuba, 17 de febrero de 1789. El énf asis es nuestro. 8 AHNM. Consejo de Indias, legajo 21. 401. Informe de Juan Bautista Vaillant. Santiago de Cuba, 12 de marzo de 1791. Cf. Ramón Gutiér rez y Cristina Esteras. «La distancia entre Europa y la América colonial. A propósito de la catedral de Santiago de Cuba» en Cuadernos de Arte Colonial N° 1. Museo de América, Madrid, octubre de 1986, p. 47-63. 9Ibid. 10 Vid. Francisco Prat Puig. El Pre-Barroco en Cuba. Una escuela criolla de arquitectura morisca. La Habana: Burgay y Cia., 1949. El Dr. Prat Puig, de origen catalán, asentado en Cuba desde el año 1939, Profesor de Mérito de la Universidad de Oriente, fue el primero en señalar el sentido orgánicofuncional de la arquitectura de Cuba, especialmente en lo que él denomina Primera Etapa de la arquitectura en Cuba (siglos xvi-xviii) y su profunda raigambre morisca, que es lo que va a caracterizar a Santiago de Cuba, incluso hasta bien entrado el siglo xx. 11AHNM.- Consejo de Indias , le gajo 21401 . Informe de Juan Bautista Vaillant. Santiago de Cuba, 12 de marzo de 1791. 12Ibid. 13 Antonio Benítez Rojo. «Para una valoración del libro de viajes y tres visitas a Santiago» en Santiago, 1977, n° 26-27, julio-septiembre 1977. Visita de Auguste Le Moyne, p. 245 . Philippe Loupès. «Le modèle urbain à Saint Domingue au xviii e siècle: la maison et l’habitat au Cap Français et à Port-au-Prince» en Cities and Merchants: French and Irish Perspectives on Urban Development. 1500-1900, Congrès d’Histoire Urbaine de Dublin. Dublin: 1985, p. 166 . 15Moreau de Saint-Mér y. Description topographique, physique, civile, politique et historique de la partie française de lisle de Saint-Domingue, Paris, Société de l’histoire des colonies françaises, 1958, t. 1. Apud. Philippe Loupes. Le modèle urbain à Saint-Domingue au XVIII e sièc le: la maison et l’habitat au Cap-Français et à Port-au-Princè, Op. Cit. p. 166 . 16Philipe Loupè s. «Le modèle urbain à SaintDomingue au xviii° siècle : la maison et l’habitat au Cap Français et au Port-au-Prince», en Cities and Merchants: French and Irish Perspectives on Urban Development. 1500-1900, Op. Cit. p. 168. 17Malla entretejida formada por fibras vegetales (cujes)dispuestos en sentido ver tical y horizontal, rellenada con barro y recubier ta con un mortero de cal y arena. Las paredes de cuje fueron utilizadas tanto en el exterior como en el interior de las casas más modestas. En general se caracterizaron por su flexibilidad, su durabilidad y baratura. 18 El análisis de la correspondencia entre la casa cubana, la española y la latinoamericana rebasa los límites del presente trabajo, no obastante, como lo demostró ya Prat Puig, la vivienda cubana y la andaluza tienen como sustrato común los elementos definidos en la casa medieval española y esta misma posee una fuer te influencia de las tradiciones constructivas de origen musulmán. Otras similitudes se observan entre Cuba y algunas regiones caribeñas como Venezuela y Colombia, todo ello requiere de otro estudio. Vid Alicia García Santana. Trinidad: arquitectura doméstica y sociedad colonial. Tesis de doctorado. Santiago de Cuba, Universidad de Oriente, 1986. 19Rober to Segre. «Comunicación y particpación social» en América Latina en su arquitectura. México: Siglo xxi Editores, 1975, p. 20Philippe Loupès. «Le modèle urbain à Saint Domingue au XVIII e siècle: la maison et l’habitat au Cap Français et à Port-au-Prince»...Op Cit, p. 171-172 21Vid. María Elena Orozco. Presencia francesa e identidad urbana en Santiago de Cuba. Santiago de Cuba: Ediciones Santiago, 2002. 22AHPPSC.- Acta Capitular, libro 18, 21 de enero de 1799. Santiago de Cuba. AGI. Cuba 1534. Censo de franceses instalados en Santiago de Cuba. Agradecemos a Agnès Renault su ayuda en la localización de este legajo. 24Ibid. M y P Santo Domingo 643 bis. Plano del año 1803 con la división en barrios realizada por la autora. 25María Elena Orozco y Jean Lamore. «Tradición e inno vación en el gobierno de Sebastián Kindelán. Santiago de Cuba (1799-1810 )», en Europa e Iberoamérica: Cinco siglos de intercambios. Sevilla: IX Cong reso Internacional AHILA, 1992, p. 343. 26 Vid. María Elena Orozco. «Le Bearnais Prudent Casamayor et les Aquitains à Santiago de Cuba première moitié du xixe siècle» in L’Emigration Aquitaine en Amérique Latine au XIXe siècle, Burdeos: Maison des Pays Ibériques, 1995. 27 Agustín de la Te xera. «Santiago de Cuba a principios del siglo XIX» en revista Del Caribe, n° 13/89, p.93 y José María Callejas. Historia de Santiago de Cuba, La Habana, 1911, p. 75. 28Lemonnier-Delafosse. Seconde Campagne de Saint Domingue… Le Havre, 1846, . p. 102. 29Alexandre-Stanislas de Wimpffen. Haïti au XVIIIe siècle. Richesse et esclavage dans une colonie française . Paris, 1993, p.16. 30Agustín de la Texera. «Santiago de Cuba a principios del siglo xix». Op. Cit. p. 95-96 . 31 Vid. María Elena Orozco. «Juan Bautista Vaillant y la ciudad de Santiago de Cuba», Op Cit, p. 93105. 32AHPPSC. Acta Capitular, libros 14, 15 y 16. En estos libros aparecen referencias en relación con la constr ucción de corredores. 33Vid. Francisco Prat. M. Morales y Ma. Elena Orozco. «La ar quitectura santiaguera...» en Santiago, junio 1984, n° 54, p. 44. 34Gabriel Debien. Les colons de Saint-Domingue réfugiés à Cuba (1793-1815 )» in Revista de Indias, 1954, Año xiii, n°54, p.567. 35Ibid. p.558-601 . 36 José María Callejas . Historia de Santiago de Cuba. Op. Cit, p. 67. 37Ibid. p. 69. 38 Así se autonombraban los santiagueros de la época. 39El Redactor . Santiago de Cuba, Año 12, 9 de julio de 1845, N° 1873. 40Ibid. lunes 15 de diciembre de 1845. 41 Vid. María Elena Orozco. «Le Bearnais P. Casamayor et les Aquitains à Santiago de Cuba. Première moitié du xixe siècle» en L’Emigration Aquitaine en Amérique Latine au XIXe Siècle. Burdeos: Maison des Pays Ibériques, 199 5, p.68 14 23 Explosión en una catedral (homenaje a Carpentier), 1979, acuarela sobre cartulina, 80 x 110 cm Fotos: Steve Winter Erytrina crista galli (Flor nacional de Argentina y Ur uguay), 1999, acuarela sobre cartulina, 56 x76 cm Foto: Alejandro G. Alonso Oncidium luridum, acuarela sobre cartulina, 1989, 19 x 14 cm Revolución y Cultura Salvadera (hura cr epitans) 1998. (Homenaje a Mackandal). Foto: Steve Winter. Vadeé un riachuelo, que al otro lado tiene un jabillal, de WINTER Foto: STEVE fronda alta y clara, por donde cae, ar rasando hojas y quebrando ramos, la jabilla madura que revienta. José Mar tí | Diarios La mano traía alpistes sin nombre, alcaparras de azufre, ajíes minúsculos; bejucos que tejían redes entre las piedras; matas solitarias, de hojas velludas, que sudaban en la noche; sensitivas que se dob laban al mero sonido de la voz humana; cápsulas que estallaban, a mediodía, con chasquido de uñas aplastando una pul-ga; lianas rastreras, que se trababan, lejos del sol, en babeantes marañas. Alejo Carpentier. El reino de este mundo Majagua (hibiscus elatus), 1977, acuarela sobre cartulina, 75 x 55 cm. Foto: Steve Winter. Revolución y Cultura Duporté en RC Luisa Campuzano l ar te de Duporté, nacido y desar rollado, en sus primeros tiempos, de una paleta colocada al servicio de la botánica, hereda toda una larga historia insular de dibujo científico que se remonta a los tiempos en que la Real Comisión de Guantánamo iniciara los estudios de la flora cubana; continúa con los sucesivos intentos de fundar un jardín botánico, se imbrica con la aparición de la primera imprenta litográfica de Cuba y, por supuesto, se emparienta, en el ámbito de las Américas, con el arte de Audobon en el Norte –quien, por cier to, naciera en Haití–, y en el Centro y Sur con la pléyade de artis-tas que plasmaron en papel la magna tarea desar rollada por las grandes expediciones científicas provenientes de Europa que caracterizan la segunda mitad del siglo XVIII y las primeras décadas del XIX. Expediciones e imprenta van de la mano en una época en que la palabra ilustración denotaba tanto a ese siglo de luces, de saberes, como al arte que per mitía la multiplicación de imágenes de aquello que en tiempos anteriores fuera sólo la disección de plantas, útil nada más para quienes pudieran disponer de abultados y siempre perecederos herbarios. Pero precisamente a partir de este ejercicio en apariencias ancilar, de sus reglas de estricto cumplimiento, Dupor té, en singular cimarronaje, ha logrado desarrollar un arte totalmente libre, exento de otra servidumbre que no fuera la debida a la belleza. Porque el dibujante científico, como sabemos, debe reproducir la planta en sus rasgos fundamentales, pero estos nunca coinciden, o no se muestran ante nuestros ojos, porque las flores anteceden al fruto, éste no exhibe su interior, las hojas no muestran sus dos faces... Y precisamente por eso, el ar te del dibujante botánico es muy realista pero, al mismo tiempo, muy irreal, muy mágico. De modo que se podría pensar que es en estos intersticios mágicos, en los entrelugares de esta multiplicidad ir real, donde el ar te de Duporté hunde sus raíces de libertad, de encanto, de belleza. Mas hay también rizomas con los que su pasión de pintar busca alimento, y así se nutre de otro de los constituyentes más importantes de su arte: las letras de esta isla, la literatura surgida del canto a su naturaleza, siempre presente en sus autores imprescindibles. Cuando Duporté decidió, hace décadas, pintar la flora de Alejo Carpentier y la flora de José Mar tí, su ar te, sin dejar de ser el mismo, se volvió otro, cargado de múltiples sentidos, de acrecentadas resonancias. Uno de los más elocuentes ejemplos lo encontramos en su fruto de la jabilla o salvadera, captado – nueva “Explosión en la catedral”– en el momento mitad estático, mitad movimiento expansivo, en que estalla resonan-temente, lanzando al aire todo su futuro, en una nevada de semillas. Pintada con el rigor del más ortodoxo dibujo botánico, la acuarela de Duporté acumula toda la fuerza con que Carpentier –en página memorable de El reino de este mundo– coloca este fr uto entre los dedos de la mano sana de Mackandal; dedos que buscan en la fuerza más oculta de la naturaleza, sus v enenos, los instrumentos con los cuales acabar con los amos franceses. Fuerza y velocidad, multiplicación en el espacio, tal como Martí anota la gracia de esta explosión en su diario haitiano, de camino hacia Cuba. Ya lo decía Goethe refiriéndose a sus contemporáneos protagonistas de notables expediciones: “Nadie pasea impunemente bajo las palmeras”, y el caso es que de tanto pintar la naturaleza, Duporté decidió integrarse a uno de los más hermosos paisajes de la Isla, y, sin duda, el proyecto socioambiental que mayor cuidado otorga, desde hace treinta años, a un entorno cuyos fundadores contribuyeron a recrear casi a par tir de cero: Las Terrazas. Y allí, en las estribaciones de la Sierra del Rosario, en medio de una bellísima y lujuriante vegetación renacida a la velocidad que sólo este clima puede permitir, Duporté vive y crea, en comunión con la naturaleza. A continuación reproducimos las palabras cómplices, de bucólico caminante montés que, para el catálog o de esta muestra, escribiera Reynaldo González, otro hombre de Las Terrazas y de Revolución y Cultura, cuyo reciente Premio Nacional de Literatura también celebramos en esta entrega. Con Flora de Luz, exposición de acuarelas, grabados y vitrales de Jorge Duporté, inaugurada a fines de enero en nuestra galería, Revolución y Cultura ha querido celebrar el bicentenario de la independencia de Haití, y al mismo tiempo, homenajear, en su creador, a los descendientes de la diáspo-ra haitiana que en sucesivas migraciones, siempre determinadas por la violencia: del amo, de la guerra, del ham-bre, llegaron a nuestra isla para traernos ideas y ejemplos de rebelión y libertad, y también nuevos cultivos, platos humildes y deliciosos, ritmos inacallables, y tanta belleza como la que se exhibe en esa muestra. Reproducimos las palabras pronunciadas por nuestra directora en esa ocasión y el texto escrito por Reynaldo González para el catálogo. Foto: Steve Winter 21 Revolución y Cultura s or lore f nt pi tre en Du po rté , Reynaldo González Reynaldo González. Narrador, ensayista y poeta. Premio Nacional de Literatura 2003. Revolución y Cultura 22 o pintor de flores, algo frecuente desde la antigua manía de los bodegones, sino pintor entre flores, entorno que ha preferido como tema y dedicación. Y con las flores, la flora. Duporté –de quien pocos recuerdan el nombr e, o no lo dicen porque su apellido ha pasado a sintetizar su vida y su obra–, es, posiblemente, nuestro pintor más afortunado: vive en el entorno que ama, que alimenta su espíritu y su oficio. Hay una pródiga simbiosis entre este hombre y su materia de estudio y veneración, en su cabaña rodeada de plantas, desde donde ve correr un río de mariposas, la flor nacional de Cuba. Con trazos de delicadeza extrema lleva las flores a convivir con él, en su cabaña. No sabría decir qué es más vegetal, si la seductora maraña de sus ventanas y el soportal volado hacia el paisaje, abier ta respiración de amaneceres y atar deceres de las montañas que pugnan por entrar, celosas de tanta dicha, o su propio ánimo, connaturalizado con hojas y bejucos. Cuando achina los ojos de mulato sabio y mesurado, parece que hur ta trozos de vegetación para de volverlos en sus dibujos, ennoblecidos por el arte. De sus paredes saltan orquídeas gigantes, obsequian su colorido de íntima firmeza, cuidadas por arcoiris de sutileza suma, todavía húmedas de las noches montañeras y las madrugadas que las acariciaron en el silencio. Las orquídeas nos miran e interrogan, nos cuentan de su mundo y sus caprichos. Tienen la sutileza de un encaje antiguo cuando apenas parece recuerdo del encaje que fue, pero sigue siendo. Poseen la inmarcesible firmeza de lo que estuvo antes de nosotros y con nosotros está porque persistirá después de nuestra mirada, intrusa ante su perfección, sorprendida y agradecida del milagro. La orquídea es la perfección que no se conoce a sí misma sin la observación de otros. Nos necesita para ser. Entonces reina, domina, nos captura. En ese encantamiento radica la fuerza de la orquídea, cuando en su bondad nos apresa y somos suyos desde la ilusión de poseerla. Duporté sabe que nada es más intenso que el diálogo entre la mirada y la orquídea. Por eso las pinta, nos provoca. Cuando los pasos susurrantes del pintor van sobre el espartillo del monte sin apenas rozarlo, lianas, ramas y hojas se inclinan para decir su nombre. Los curujeyes se estremecen, las pomarrosas bailan, la despeinada güira cimarrona procura un orden para el jubiloso abanico de sus gajos. Quieren ganar su atención, se la disputan. Y allí, donde los helechos juegan a ser soldados de un castillo invisible, se apartan para que el pintor descubra nuevas enredaderas, diminutos tesoros, intocados laberintos. Escudriña él y vuelve lentamente a su guarida. No toca ni marchita ni molesta. Le basta la mirada, en la retina lleva la belleza y con esmero la coloca sobre el papel, la lleva al encristalado, le busca sitios donde mejor agraden y enamoren. Son las sorpresas que seducen en su obra, que no es suya, sino una extensión del generoso monte que le abre sus secretos. Al principio Duporté trasladaba con timidez las hojas y flores de su seducción, intocadas. Poco a poco se hizo parte del monte y ensayó atrevimientos más audaces. Debió entrenarse, camuflar hasta la respiración e integrarse a ese mundo vegetal de su preferencia. Largo ha sido el camino recorrido en lo que ahora es su reino. Pero no es solamente el trasmisor de esas bondades vegetales, sino quien tiraniza nuestra obser vación con un subrayado de la luz, un toque mágico de la mano diestra. Cada vez es más monte él mismo, y tan creador como la naturaleza. Cada vez más seguro en su conocimiento, ha decidido transformar la realidad en realidad más firme. Conoce nuestra ineptitud y asume su labor de esclarecedor, eso ennoblece su entrega. Al permitirse libertades, libera la magia y su perfume. Ahora cada pétalo que sale de su mano lleva el añadido de su talento cultivado y deleitoso. Cada hoja pequeña se agiganta y es la misma, pero otra, trocada por su artesanía de prodigios, sabiduría acendrada que asoma para informarnos de cuidados y preferencias. Este hombre-monte ya nos tiene entre sus redes. Por supuesto, que goza de complicidades. Como pocos se adueñó de las páginas martianas, volcó en espacios y colores el Diario de Campaña de quien amansó el ánimo dolido en observaciones de la naturaleza amada. Las líneas de la escritura hallaron reflejo y exaltación entre sus manos. Sus trazos fueron nuevos versos, destellos del patriciado que se reconcilió con lo selvático y allí tuvo cobijo y reafirmación. Aunadas, letra y pincelada formaron un cuerpo poderoso, que en la fragilidad de la hoja y en los deslumbres de la luz atisbaron un noviazgo imperecedero. En el eco que le daban sus pinceles el canto martiano a la naturaleza insular halló la confirmación y la gracia que le daba la tierra. Los vasos comunicantes de la savia y las resinas allanaron el camino, hicieron amable el vivaqueo, rozaron el jolongo del poeta soldado, untaron su fusil. Salud y apoyo dio el monte cubano a quien en él buscó resonancia para sus pisadas de ciudad y calma a la poderosa angustia que le daban las ingratitudes. La lectura que Duporté hizo de Martí pasó el tamiz de un sentimiento que desde la naturaleza exalta las conquistas del ingenio. Cómo recorrió esas páginas, cómo bebió la intensidad de aquellos presagios, cómo quiso amoldar la almohada de hojas bajo la atribulada cabeza del poeta. En su cabaña de Las Terrazas, aldea pintada por Víctor Manuel y consagrada por Duporté como santuario de delicias, con la pausa que le otorgan los ancestros que en el monte encontraron el renacer de la raza y la potencia para afrontar los vendavales del odio, quien teje más que pinta, este hombre espera cada llamada de la vegetación, que solo él escucha y pondera. Música inaudible para los profanos, esa llamada le domina el pulso y le impele el gesto. Es el mensajero de un misterio bueno y perdurable. Sus avisos da en lienzos y papeles, escalan paredes como los bejucos se apoderan del árbol, alcanzan la ductilidad del cristal y de todo espacio hacen su reino. Luego el pintor reposa mecido por guitarras y tambores de la Isla. Déjenlo entre sus flores, flor él y flores sus habilidades. Nos toca agradecer su cubanía, su hermosa obstinación, su persistencia. «Pas de documents, pas d’histoire»1 Angela L. Willis n 1802, las fuerzas de los esclavos haitianos comandadas por el regimiento de Toussaint Louverture se sublevaron contra la opresión francesa, esgrimiendo el hecho de que la Revolución Francesa de 1789 había garantizado la libertad para todos, inclusive para los de ascendencia africana. Entonces Napoleón mandó al General Leclerc a Saint-Domingue para vencer a estas fuerzas rebeldes. El Capitán General Leclerc llegó a Haití en febrero de 1802, acompañado por treinta y cinco mil soldados, su esposa Paulina -hermana menor de Napoleón- y su hijo de tres años, Dermide. La fiebre amarilla, además de la guerra, asoló la isla en 1802. Aproximadamente veintiún mil soldados franceses murieron de la enfermedad en aquel año, entre ellos, el General Leclerc. Tras de la muer te de su esposo, Paulina Bonaparte, su hijo y los soldados supervivientes regresaron a Europa. En 1804, Haití se convirtió en una república independiente, aunque siguió siendo atormentada por una turbulenta historia. En El reino de este mundo (1949), Alejo Carpentier presenta esta etapa de la historia haitiana; pero al tiempo que escribe fielmente sobre la historia de la isla, ofrece una reescritura y una relectura alternativas con respecto a la interpretación occidental de cuanto allí ocurrió. En el prólogo de El reino de este mundo, donde Carpentier presenta su tan comentada poética de lo real-maravilloso americano, admite la imposibilidad de encuadrar la historia haitiana dentro de los parámetros del pensamiento europeo. Desde este prólogo, además, Carpentier comienza a inquietar a sus lectores, pues, a pesar de los aspectos mágicos que ya ha anunciado, afirma la completa veracidad de su novela: ...el relato que va a leerse ha sido establecido sobre una documentación rigurosa que no solamente respeta la verdad histórica de los acontecimientos, los nombres de personajes -incluso secundarios- de lugares y hasta de calles... (11)2 Conforme a esta afirmación, nos encontramos entre los personajes a Paulina Bonaparte, una figura histórica-princesa de Borghese, duquesa de Guastalla, títulos que obtendrá por ser hermana de Napoleón-, que vivió entre los años 17801825. A pesar de su pequeño papel en la novela, Paulina resulta un personaje sumamente importante e inolvidable, y esto en parte se debe al hecho de ser «transculturada», como resultado del intercambio entre las culturas africana y europea. Además de examinar la transculturación de la Paulina personaje de la novela, en estas páginas me interesa detenerme en las posibles fuentes históricas usadas por Carpentier en su creación. Propongo que el palim-psesto que empleó era el «archivo del chisme», o lo que he designado como «la chismografía»; es decir, textos de la época similares en estilo de Hola o People; es decir, memorias de sus contemporáneos y escritos de los panfletistas antinapoleónicos. Tanto en las fuentes históricas de la «chismografía» como en El reino de este mundo, se revela a Paulina Bonaparte como devota de las orgías, los esclavos negros y los baños incesantes -baños, por lo demás, que presenciaban sus aficionados. Por los comentarios del mismo Carpentier, sabemos que en su reconstrucción novelística de la historia haitiana utilizó las memorias de Madame d’Abrantès3 -contemporánea de Napoleón y asidua a la corte del Emperador francés/corso, la cual obtendría el título de duquesa de su cetro. Al citar directamente a Madame d’Abrantès en el epígrafe que precede a la segunda parte de la novela (51), Carpentier revela la exsa: su fama de ser escandalosa, su hipocondría, su vanidad, sus múltiples amoríos, su deseo de ser objeto de admiración, y, lo más importante para nosotros en la discusión de su transculturación, su obsesión con los baños. Carpentier no menciona, sin embargo, al hijo que la acompañó a Haití. Sugiero que la presencia del hijo habría estorbado el tema de los baños sensuales y el de la transculturación. Pero antes de seguir con nuestro examen de las fuentes «chismográficas», deberíamos detenernos un momento en precisar brevemente el uso que haremos de «transculturación». En el prólogo de Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar de Fernando Ortiz, Bronislaw Malinowski recapitula los conceptos principales de la ‘transculturación’ tal como la concibiera Fernando Ortiz: ...[es un] cambio de cultura...es un proceso en el cual siempre se da algo a cambio de lo que se recibe; es un ‘toma y daca’, como dicen los castellanos. Es un proceso en el cual ambas partes de la ecuación resultan modificadas. Un proceso en el cual emerge una nueva realidad, compuesta y compleja...(7) Veamos, pues, cómo Paulina se transcultura y cómo, al mismo tiempo, Carpentier también respetó la promesa de haber basado la representación no-velística de los personajes, inclusive secundarios, «sobre una documentación rigurosa» (11). Angela Willis. Profesora de Literatura de los Siglos de oro en Davidson College, (Carolina del Norte), estudia actualmente las relaciones de la novela latinoamericana contemporánea con la picaresca española. 23 Revolución y Cultura Del «archivo del chisme», además de la ya señalada obra de Madame d’Abrantès, sugiero que Carpentier particularmente se valió de un texto de Hector Fleischman: Paulina Bonapar te and Her Lover s (As revealed by contemporary witnesses, by her own letters, and the Anti-Napoleonic Pampleteer s), publicado en 1914 en inglés y francés, y también de otra obra supuestamente biográfica: The Sisters of Napoleon: Elisa, Pauline, and Caroline Bonaparte, de Joseph Turquan, traducido al inglés -de no sé qué idioma- en 1909. Claro que igualmente habría que reconocer la posibilidad de que Carpentier, Fleischman y Turquan utilizaran otras fuentes comunes, que no conozco. Algunos textos publicados después de la aparición de El reino de este mundo en 1949 podrían ofrecer más pistas acerca de los orígenes de la Paulina carpenteriana. Ellos son: Pauline: Napoleon’s Favourite Sister, de Pierson Dixon (1964), e Imperial Venus, de Len Ortzen (1974), los dos en inglés. Quizás el resultado más significativo de mi investigación es que no pude localizar ni un texto que tratara de ella de otro modo que no fuera como una revista de sociedad, o como Hola. Todos hablan de sus amantes, su ropa, su coiffeur. Tanto «la chismografía» como la novela de Carpentier presentan a una Paulina bella, tonta, inmadura, erótica. Pero, asimismo, casi todos insinúan que tuvo contacto «ilícito» con la cultura africana en Haití. El erotismo y una falta de pudor desproporcionada son algunas de las características principales de Paulina que Carpentier recupera del «archivo del chisme». En su libro, Joseph Turquan nos ayuda a entender mejor a la diva corsa cuando denuncia su hedonismo en estos términos: «Ella también se enfermó, pero no de cólera, sino del entusiasmo con que había perseguido el placer desde su llegada a Haití»(141), y añade que «...era víctima de algún tipo de histeria erótica...» (121). Fiel a la mala reputación de la hermana de Napoleón, Carpentier ofrece la visión de una Paulina excesivamente sensual. En la primera escena en que aparece, se descubre a una mujer que, en su viaje a SaintDomingue, había adquirido la costumbre de dormir desnuda en la cubierta del alcázar de la fragata Océano, donde se apiñaban sus admiradores. Carpentier nos da la siguiente descripción de una Paulina «soberana», sensual, exhibicionista, casi una sirena: Revolución y Cultura 24 ... Paulina se había sentido un poco reina a bordo de aquella fragata cargada de tropas que navegaba ahora hacia las Antillas [...] Su amante, el actor Lafont, la había familiarizado con los papeles de soberana [...] Paulina, buena catadora de varones [...] se sentía deliciosamente halagada por la creciente codicia que ocultaban las reverencias y cuidados de que era objeto [...] Una noche particularmente sofocante, Paulina abandonó su camarote, envuelta en una dormilona, y fue a acostarse sobre la cubierta del alcázar [...] Al alba, el vigía descubrió [...] la presencia de una mujer desnuda, dormida [...] Desde aquella noche durmió siempre al aire libre, y de tantos fue conocido su generoso descuido que hasta el seco Monsieur d’Esmenard [...] llegó a soñar despierto ante su academia, evocando en su honor la Galatea de los griegos. (78-80, mi énfasis) En este pasaje, se muestran el erotismo y la actitud altanera de Paulina. En la obra de Pierson Dixon, se revela una escritura muy parecida a la de Carpentier. Dixon cita a un «miembro de la expedición» (desafortunadamente, sin dar su nombre), que había escrito: «...la vida a bordo del Océan se hizo positivamente alegre. Paulina, se divertía de lo lindo como centro de un tropel de jóvenes oficiales que la admiraban, cuando reunía su pequeña corte en el alcázar, mostrándose ‘en todo el resplandor de su belleza’, como anotó un miembro de la expedi-ción, ‘como estatua viva que recordaba a la Galatea de los antiguos, una Venus marina’» (51, mi énfasis). En esta descripción de Dixon se observan los elementos básicos de la escena de Carpentier. La Paulina novelesca, pues, no se diferencia mucho de su hermana histórica. En buena medida, fue su fetichismo por los baños lo que fomentó las murmuraciones sobre la impudicia de Paulina, y como vimos en la cita de Dixon, el gusto -relacionado con los baños- de exponer su cuerpo desnudo en público. Esta obsesión de Paulina es tal vez el rasgo más notable, tanto en los documentos históricos como en la novela de Carpentier. Sobre los hábitos higiénicos de Paulina, Fleischman nos ofrece informaciones reveladoras. En su estilo de novela rosa, escribe: «De acuerdo con lo dicho por Peltier [en un diario inglés: Ambigu ], Paulina tuvo su primer amante en Marsella, en 1794, es decir, cuando tenía catorce años. [Peltier] omite su nombre, pero nos recompensa de su omisión diciéndonos que ella se bañaba desnuda en el puerto» (Fleischman 10). Es evidente que también podríamos relacionar esta cita con la escena que la presenta durmiendo desnuda a bordo de la fragata. Más tarde, en un tono incluso más melodramático, Fleischman añade: «De baño en baño, [Paulina] serpenteará en obediencia a su deseo de movimiento y cambio, como judía errante con sufrimientos imaginarios, siempre sedienta de aventuras, buscando solaz en la intriga y recompensa en el erotismo» (134). Así pues, Dixon confirma la aserción de Fleischman, y agrega que se trataba de un fetichismo de toda la familia: «...los Bonaparte, todos adictos a bañarse, habían instalado espléndidas salas de baño en sus palacios y castillos» (40). Esta adic-ción a la higiene física se vincula a la presentación de imágenes eróticas de Paulina en la obra carpenteriana. El cubano escribe: «...[Paulina] había hecho cavar una piscina, revestida de mosaico azul, en la que se bañaba desnuda» (Carpentier 81). En El reino, hay copiosas referencias a los baños de Paulina. En el viaje a Saint-Domingue, se baña y expone su cuerpo otra vez: «...creyéndose protegida de las miradas por las lonas que le ocultaban el resto de la cubierta, se vació varios baldes de agua dulce sobre los hombros» (80). Cuando el paludismo empieza a diezmar a los habitantes de Saint-Domingue, Paulina y su esposo huy en a la Isla de la Tortuga donde: «...se distrajo bañándose en una ensenada arenosa...»(83). En las únicas tres escenas en que aparece una Paulina viva -en la fragata, en Haití y en la Tortuga- se presenta la obsesión que tenía con su cuerpo desnudo en el agua. En la novela, se evidencia la fama de una Paulina histórica erótica, y su tangencial adicción a los baños en relación con su sir viente negro, Solimán. En la obra de Carpentier, de hecho, Solimán es, «antiguo camarero de una casa de baños» (81). En los documentos del «archivo del chisme» hay muchas habladurías en cuanto a relaciones íntimas de la hermana de Napoleón con negros de la isla. Muchos de estos rumores mencionan en particular a un tal «Paul» o «Rode» que la ayudaba con sus baños. En la siguiente referencia, Fleischman discute la manía de Paulina de bañarse, su actitud exhibicionista y su relación con un criado negro. Inclusive cita directamente a Paulina: Por otra parte, faltan por ser examinadas algunas otras características suyas, que nos serían de gran ayuda a la hora de definir su psicología y de formarnos una idea acerca de su neurosis histérica –su deseo de que la visitaran hombres cuando se estaba bañando, por ejemplo. Hemos encontrado esta nota suya a Forbin: «Estoy haciendo arreglos que le permitan venir a mi baño y permanecer todo el tiempo que yo esté allí» ...Ella era llevada a sus baños de leche... por un negro que estaba a su servicio, llamado Paul o Rode, no sé bien el nombre... (Fleischman 193). Fleischman hace referencia al negro sirviente y a las inquietudes de Paulina por la blancura de su piel. Es evidente que, después de su estancia en SaintDomingue, Paulina in tentó recuperar el color marfileño de su cuerpo con estos baños de leche. De hecho, en cuanto a la salud y la piel de Paulina después de su estadía en Haití, Ortzen relata que: El clima tórrido de Haití y la angustia por la enfermedad de su esposo le costaron caro. Se le formó una úlcera en una mano, rebelde a todos los tratamientos médicos. Y más aún, el pelo comenzó a caérsele, y su bellísima tez se arruinó con el fuerte sol tropical, lo que fue desastroso para su espíritu. Era, realmente, digna de lástima.(65) En El reino, Carpentier transforma esta preocupación de Paulina por su piel en un placer. Describe así su transfor mación física: «Se reía cuando el espejo de su alco- ba le revelaba que su tez, bronceada por el sol, se había vuelto la de una espléndida mulata» (83). En contraste con lo que dicen los documentos históricos, al personaje de ficción le gusta el cambio del color de la tez. Incluso, le da risa. Simultáneamente, este cambio físico supone su transcul-turación espiritual. Regresemos, pues, al tema del sirviente Solimán, y al tema del erotismo de Paulina. En su texto, Fleischman habla de otro sirviente, un masajista que cuidaba del cuerpo de Paulina. En un tono casi voyeurista, Fleischman cuenta: «Él [un sirviente blanco] colocó un cojín de terciopelo sobre la silla, la Princesa adelantó graciosamente una de sus piernas, y el pajecito le quitó la media, también la liga, me parece, y comenzó a masajear, frotar, secar lo, perfumar este hermoso pie que era, realmente, incomparable» (196). Carpentier asimismo presenta una escena de masaje en la que Solimán excita a Paulina. Y también es importante notar que los dos, tanto el cubano como Fleischman, hablan del pie de la Venus de Cánova. El escritor cubano escribe: ... se aseguró los servicios de Solimán [...] quien, además de cuidar su cuerpo, la frotaba con cremas de almendra, la depilaba y le pulía las uñas de los pies. (81) Comparando las citas de Fleischman y de Carpentier en cuanto a las referencias a la limpieza y masaje de los pies de Paulina, hallamos aún más indicios de que la fuente principal para El reino es Fleischman. Pero como Carpentier ha optado por un sirviente negro para esta escena (en contraste con el paje blanco del texto de Fleischman), en la novela no sólo se reproduce el deseo reprimido entre las clases sociales, sino que, con la participación de un sirviente negro, se añade, además, el elemento del deseo prohibido entre la población europea y la africana de la colonia francesa. La relación existente entre el africano trasladado y la corsa trasladada simboliza el deseo sexual insatisfecho entre blancos y negros y, como consecuencia, la aculturación y la transculturación. De nuevo, en los documentos históricos se encuentran muchos rumores sobre Paulina y su interacción íntima con la gente negra de la isla. Fleischman revela que, «...Paulina se mostraba demasiado complaciente con los nativos del lugar... De acuerdo con él [Barras], Paulina tuvo aventuras ‘no solo con to- dos los blancos del ejército, sino también con los negros’» (80). A igual que los documentos «chismográficos», Carpentier insinúa una relación sexual entre Paulina y Solimán: Cuando se hacía bañar por él, Paulina sentía un placer maligno en rozar, dentro del agua de la piscina, los duros flancos de aquel servidor a quien sabía eternamente atormentado por el deseo [...Ella s]olía pegarle con una rama verde, sin hacerle daño, riendo de sus visajes de fingido dolor. A la verdad, le estaba agradecida por la enamorada solicitud que ponía en todo lo que fuera atención a su belleza. Por eso permitía a veces que el negro [...] le besara las piernas, de rodillas en el suelo...(81) En este ambiente colonial, los dos parecen encontrar más placer en esta relación de ama y sir viente. Incluso parecen tener una relación sadomasoquista: cuando ella le pega, él finge dolor, y ella se ríe. Carpentier otra vez refleja el tan comentado erotismo de la Paulina del archivo histórico-chismográfico. Después de la muerte de su marido, Paulina -el personaje- teme por su vida. Para intentar salvarse de la fiebre amarilla, ella y Solimán bailan juntos, desnudos, una calenda, o baile encantado del vudú. Su interacción llega entonces a ser aún más erótica. En esta escena sexual/ voduísta, Carpentier presenta la culminación del erotismo que simboliza el enlace de Paulina y Solimán: Ya no eran esencias odorantes, frescas aguas de menta, las que Solimán derramaba sobre su pecho, sino untos de aguardiente, semillas machacadas, zumos pringosos y sangre de aves. Una mañana, las camaristas francesas descubrieron con espanto, que el negro ejecutaba una extraña danza en torno a Paulina, arrodillada en el piso con la cabellera suelta. Sin más vestimenta que un cinturón del que colgaba un pañuelo blanco a modo de cubre sexo, el cuello adornado de collares azules y rojos, Solimán saltaba como un pájaro, blandiendo un machete enmohecido. Ambos lanzaban gemidos largos, como sacados del fondo del pecho, que parecían aullidos de perro en noche de luna. (85) En la escena de la calenda, no cabe duda de que Paulina ha experimentado una transformación espiritual. Durante este rito, Solimán la baña de nuevo; sin em25 Revolución y Cultura bargo, esta vez la baña con un brebaje mágico del vudú. El novelista cubano, que ha extraído la manía de Paulina de bañarse del «archivo del chisme», la transforma completamente mediante el elemento del vudú. El tópico del baño, pues, ha sido transcultu-rado. En el primer caso, el baño es decorativo, ornamental e higiénico. Ahora es sacramental, trascendental y contaminante. También es interesante analizar la relación que implican las posiciones físicas de Paulina y Solimán en la escena de la calenda. Los dos están básicamente desnudos y gimen como en el acto sexual. Ya no hay nada de formalidad entre ellos. En la calenda, ya no es Solimán el que está arrodillado (como en la escena del masaje y la rama verde), sino Paulina. Se ha invertido la relación de «amo y esclavo», mientras que simultáneamente se ha conser vado la polaridad: ahora él es amo, y ella la sir vienta. Ella adopta las creencias africanas de Solimán: se trans-cultura. Carpentier incluso nos informa que, para Paulina, Solimán es «único defensor contra el azote de la otra orilla [la m uerte], único doctor probable ante la inutilidad de los recetarios» (84-85). Una posible pista de dónde se puede encontrar la fuente de la escena de la calenda es el libro de Dixon. Hay grandes semejanzas entre el texto de Dixon y El reino. Dixon pre-senta y resume la cita de un «miembro del estado mayor de Leclerc»: La llegada de Paulina causó sensación entre los negros que trabajaban en la isla [Tortuga]. Aceptó asistir a uno de sus bailes tradicionales, y el miembro del estado mayor de Leclerc que Notas: 1 Dicho que se hizo famoso en el siglo diecinueve por Lanlois y Seingobos. 2Carpentier, Alejo, El reino de este mundo (Barcelona: Seix Barral, 2000).Todas las citas han sido tomadas de esta edición; de aquí en adelante, sólo se indicará el número de la página entre paréntesis. 3Consulté una traducción al inglés de estas memorias, publicadas originalmente en francés entre los años 1831-1835; supuestamente, Balzac animó a la duquesa a publi-carlas. Revolución y Cultura 26 Bibliografía citada: Abrantès Laure Juno, Duchesse d’. At the Court of Napoleon: Memoirs of the Duchesse D’Abrantès. New York: Doubleday, 1989. Dixon, Pierson. Pauline: Napoleon’s F avourite Sister. London: Collins, 1964. Fleischman, Hector . Pauline Bonaparte and Her Lovers. London: J ohn Lane, The Bodley Head, 1914. Ortzen, Len. Imperial Venus: The Stor y of PaulineBonapar te-Borghese. Briarcliff Manor (NY): Stein and Day, 1974. Ortiz, Fernando. Contrapunteo cubano del tabaco y el azúcar. Barcelona: Editorial Ariel, 1973. Turquan, Joseph. The Sisters of Napoleon: Elisa, Pauline, and Caroline Bonaparte. Ne w York: Charles Scribner’s Sons, 1909. tomó nota de esta sor prendente escena estaba choqueado por el hecho de que la esposa del General hubiese podido estar presente en esa exhibición orgiástica y presenciado tan innombrables indecencias. (53, mi énfasis) Estas menciones de «bailes tradicionales» y «exhibición orgiástica» traen a la mente la escena de la calenda en El Reino. Lamentablemente, Dixon no da el nombre de «el miembro del estado mayor de Leclerc». Ortzen también comenta el interés de Paulina por el vudú: «Paulina se fascinó con historias de ritos y mitología del vudú –quizá debido a lo pagano de su curiosidad- y quería conocer al Barón Samedi, que vagaba por los cementerios vestido con frac y sombrero de copa, y fumando un gran tabaco» (60). Desafortunadamente, tampoco Ortzen nos revela dónde obtuvo esta información. Concluyo, con respecto a las fuentes que Alejo Carpentier utilizó en su reescritura de la historia haitiana, que el novelista consultó no sólo los textos de los historiógrafos tradicionales, sino también los «archivos» extraoficiales de la chismografía y del vudú. Carpentier mantiene las características más sobresalientes de la impúdica mujer histórica, pero también le imparte un carácter dispuesto a grandes cambios espirituales. Recorda- mos que se nos presen ta una Paulina transformada en la escena en que se alegra de que su tez se haya bronceado, lo que simboliza una transformación. La Paulina histórica se preocupaba por la blancura de su piel, pero la Paulina de la novela está muy contenta con su piel color café. Mas Carpentier presenta la prueba quizás más importante de la transculturación de la hermana de Napoleón en el momento en que se aleja para siempre de Haití, pues Paulina parte con el amuleto de Papá Legba, dios del vudú, en su maleta. Así pues, no sólo lleva consigo recuerdos marcados en su piel, sino que el amuleto, por lo que significa, implica también un cambio de su espíritu: se lleva en su alma creencias africanas. Ya no es «francesa», sino una «mulata espléndida.» Mediante la transculturación de Paulina, figura femenina erótica y transgresora de tabúes, Carpentier ofrece una historia alternativa y no occidental de Haití. Por la relación entre Paulina y Solimán, el escritor cubano muestra a Saint-Domingue como un mundo maravilloso en que dos culturas muy distintas pueden chocar, pero también fundirse. Reynaldo González RETRATO A LÍNEA Marilyn Bobes ablemos de tu infancia, tu adolescencia y tus primeros acercamientos a la literatura. –No nací en un hogar culto, ni en casa tuvimos una biblioteca que sobrepasara las lecturas elementales, nada de teoría y menos de cultura científica, solo manuales prácticos y obras narrativas que entonces armaban el librero de una familia humilde. En las circunstancias cubanas prerrevolucionarias las “infancias letradas” pudieron contarse con los dedos. La mía no fue letrada, sino esforzada, en un barrio periférico de Ciego de Ávila. Los tres hijos que crecimos al amparo de una jo ven madre viuda, escuchamos frases exhortativas: “Hay que echar pa´lante, hay que hacerse gente”. Quería que superáramos el que parecía irrefutable destino de la pobreza. No olvido las circunstancias de nuestra infancia y de su muerte, los años cincuenta, en un barrio de trabajadores que se implicaron en la resistencia a la dictadura de Batista y, como corolario, en la revolución. A las aulas fui hasta que pude y traduje las órdenes de mi madre en el esfuerzo del autodidactismo. –Eso lo describiste en tu novela Siempre la muerte, su paso breve. Pero en ella, y en toda tu obra, asoman elementos de una formación literaria que no encaja en ese panorama. Además de la vocación, debiste dedicarle tiempo y esfuerzo. –Hubo una circunstancia estimulante, también propia de la época. ¿Sabes a quién llamaban “tuberculoso encartonado”? Al enfer mo tratado con tantos antibióticos sintéticos que podría morirse de un retortijón de barriga, de un callo, una emoción a destiempo, de cualquier cosa menos de los pulmones. A fuerza de antibióticos casi lo cristalizaban y lo daban por curado, pero ya no sería un hombre realmente sano, sino un convaleciente per petuo. En mi familia hubo un caso de esos, un primo al que quisimos mucho. Empleó su obligado reposo en consumir insaciablemente todo tipo de libros, traducciones que le llegaban por un tráfico underground entre quienes no podían adquirirlos. De sus manos caían en las mías. Contraje el virus de la lectura, bebía más que leía novelas de la posguer ra europea, clásicos, libros de historia y de filosofía, la poesía y el teatro castellano. En mi mente adolescente se armó un berenjenal de dimensiones colosales, lo menos indicado para una mente en formación, pero el puntillazo inicial para un cachorro de escritor. Por aquel cóctel literario y el esfuerzo para cubrir las lagunas culturales que dejaba, mi formación ya seguiría una senda propia. Mis libros de ensayos que hoy recomiendan en algunas universidades – La fiesta de los tib urones , Llorar es un placer, Contradanzas y latigazos – fueron pasos en mi formación, satisficieron mis búsquedas e inter rogantes. Esto no entraña un desprecio a la formación tradicional, aunque tampoco una envidia. A cada cual su camino. Marilyn Bobes. Narradora, poetisa y periodista. Premio Casa de las Américas 1995 con Alguien tiene que llorar (cuento). –¿Qué significó para ti obtener una mención en un concurso tan prestigioso como Casa de las Américas con tu primera novela? –Una sorpresa. Recuerda que no estaba de moda la juvenilia que hoy se advier te en las ediciones, todo lo contrario. El peruano José María Arguedas, jurado del premio, no creía que con mis veintiocho años hubiera escrito esa novela calificada por un crítico como “asombrosamente técnica” (no entendí si fue ironía o elogio en un país cuya narrativa, aunque sobre asuntos de interés, solo en casos excepcionales alcanzaba un nivel “técnico” atendible). Fue la destilación de mis desaforadas lecturas. Y ya no me detuv e, ni cuando inmediatamente después la cultura cubana padeció la aberración que of iciosamente llaman “quinquenio gris”. Ese ciclón 27 Revolución y Cultura me agarró en su mismo vórtice. Cuando la intolerancia casi me echaba de mi país, acuñé una frase def initoria: “otros se exilian, yo me incilio”. Me amarré al mástil de mi propia embarcación. Del silencio y del desprecio me sanaron las traducciones internacionales de la novela y las g anas de trabajar, buena medicina para no guardar resentimiento. Cuando me permitieron salir a flote traía La fiesta de los tiburones bajo el brazo, el mismo libro que los mandamases habían detenido en segundas galeradas diez años antes –¿Qué importancia ha tenido para ti ejercer el periodismo? –Fue el descubrimiento de muchos aspectos novedosos de la vida. Con veintidós años caí como llovido en la jefatura de redacción de Pueblo y Cultura, órgano del Consejo Nacional de Cultura, antecedente de nuestro actual ministerio. Pueblo y Cultura fue el ancestro directo de la revista para la cual me entrevistas, Revolución y Cultura, de la que fui su fundador como redactor jefe. Desarrollaba una actividad enorme, en la revista, dirigiendo la “Página Tres” del periódico Revolución –que puso en mis manos Enrique de la Osa–, como co-laborador en Bohemia, el suplemento del periódico Hoy, La Gaceta de Cuba, Unión, Cuba Internacional... Eran años de verdadera eclosión cultural y yo lo reportaba todo, los nuevos museos, lo que ocurría en la música, el teatro, la literatura. Mi ansiedad de conocimientos no tenía límites. Me quedaba hasta la madrugada con Chago Armada, el humorista y diseñador, para aprender el emplane del periódico, como luego hice con Raúl Martínez, Umberto Peña, Darío Mora, José Manuel Villa, Héctor Villaverde. Investigaba en hemerotecas y viajaba la Isla entera, junto a Onelio Jorge Cardoso, Odilio Urfé y otros amigos. Los reportajes culturales me sintonizaban con quienes vivían la cultura cubana desde adentro, en los ensayos de la Sinfónica o en el escenario del Lorca, con José Luciano Franco en el Archivo Nacional o Zoila Lapique y Juan Pérez de la Riva en la Colección Cubana, con Félix Chapotín o Virgilio Piñera, Leo Brouwer Revolución y Cultura o Titón Gutiérrez Alea, el Chori, Bola de Nieve o José Antonio Alonso. Iba de una conferencia de Alejo Carpentier a la casa de José Lezama Lima, de una descarga en La Peña de Sirique a un despojo en la casa de Arcadio... El periodismo abrió una compuerta maravillosa ante mis ojos. No renuncio a él, ni creo que dañe la obra de un escritor, sino todo lo contrario. El purismo en géneros literarios es un invento de escritores sedentarios, con el riesgo de que la vida huya de sus páginas y se queden secos, en una perpetua autobiografía, imaginando que sus asuntos interesan a los demás, lo que pocas veces sucede. –Has cultivado casi todos los géneros de la literatura. ¿Cuál prefieres y por qué? ¿A qué se debe que hayas publicado poesía tan t arde? –¿Por qué tarde si la poesía es obra de madurez? La idea del poeta adolescente queda en permanente búsqueda de un Rimbaud extraviado, alimenta la prisa en publicar poemarios carentes de f ijeza, el descubrimiento de astros que se desvanecen con prontitud. ¿En cuanto a los géneros? Odio la rutina, no podría escribir siempre sobre lo mismo ni de la misma manera. Cada libro exige su expresión, su carácter. Viví desde adentro el proceso de fusión de los géneros que hoy se reconoce bajo rótulos posmodernos. Cuando publiqué mi primer libro (de cuentos) ya venía del periodismo, experiencia plural que alimentó mi visión del mundo. Tuv e acceso directo a los libros del boom latinoamericano, de las manos de sus autores llegaban a las mías. Conocí inmediatamente el vértigo de traducciones que a partir de los sesenta comenzaron a vivir las ediciones en castellano. Siempre me interesó estar informado, tengo sensibilidad de esponja, seleccionaba y procesaba con mucha rapidez. Mi novela, Siempre la muerte, su paso breve, estuvo armada con cuentos que recuperaban su independencia si el lector lo deseaba. En su segunda edición cubana, mi preferida, le fusioné partes del libro anterior, Miel sobr e hojuelas, en un juego instado por Julio Cortázar, quien me demostró que ambos eran un mismo texto. La fiesta de los tiburones ya no podía ser un típico libro testimonial, si eso existe, se sirvió de ardides propios de la novela. Los críticos han notado que en mis ensayos la argumentación participa del reportaje y de elementos narrativos. Me niego a inyectarles prestamos del universo teórico porque contraen el texto a metalenguaje de iniciados y enrarecen la lectura. Pero valoro cualquier recurso para persuadir a los lectores. Lo esencial poético –que no habita solo en “renglones cortos”– siempre fue una apropiación de la narrativa, tácitamente aceptado por narradores o ensayistas. Las dos novelas cubanas ganadoras del premio Casa que evocas, la de P ablo Ar mando Fer nández y la mía, las consideran ejemplares en la fusión de poesía y narración, algo dictado por los asuntos que trataron. Intenté con largueza la poesía, pero no fue hasta mi “edad de la razón” –puede ser del dislate– que reuní poemas en un libro. Ya no soy el “atrevido joven del trapecio”, después de unos quince libros la salida del poemario Envidia de Adriano me tiene anhelante, por el respeto a la poesía, género de esencias. –En tu libro Llorar es un placer te acercas a la llamada cultura de masas. ¿Ha influido en tu literatura? ¿Qué opinión te merece? –“Cultura de masas” es un apelativo dado por los estudiosos para diferenciarla de la “alta cultura”. Se ref ieren a mensajes utilizados por los mass media, que intentan pasar por popular lo que ellos mismos han popularizado, una interesada subeducación impuesta desde esferas de poder, conducida hacia el consumismo o la diseminación de ideas en benef icio de determinados intereses. Cierto que los media no se aplican solo al trabajo cultural, ámbito en que son útiles si promocionan la cultura verdadera, no lo fácil y epigonal. La llamada cultura de masas ha estado en manos de gente más dotada para el mercado o la agitación que para una labor cultural. Asentados en la improvisación y el desg ano, la reducen a una gestión machacona y vulgar. No es un mal localizable en una zona geográf ica o en un país, sino un padecimiento general. No se salva quien se justif ica acogiéndose a enunciados signif icativos en otras esferas de las ideas, la conducta individual o social. En Llorar es un placer estudié uno de sus fenómenos característicos, el melodrama radiofónico y televisivo. Evidencié que a pesar de esfuerzos loables, el mecanismo traiciona las mejores ideas, sin negar la posibilidad de una e xperiencia contraria, que aproveche su sembrada popularidad. El melodrama radial y televisivo quedó visto como una droga para su consumidor habitual. Desentrañé sus enzimas y vías de intoxicación que minan la capacidad de iniciativa e imponen contenidos travestidos de ingenuos lugares comunes, debilitan la v oluntad, estab lecen un nivel de percepción desde una tabla rasa colocada en el nivel más bajo. La reiteración banaliza cualquier contenido, incluidos los más elevados y comprometedores. Llorar es un placer ganó el Premio de la Crítica en su momento, tuvo cierta repercusión internacional, me propició vínculos con especialistas de diferentes partes del mundo, en congresos y cursos académicos latinoamericanos y europeos. No creo que haya influido en los medios cubanos, muy apegados a fórmulas que consideran exitosas. Tampoco la cultura de masas influyó en mi obra, aunque utilicé sus tópicos, para subvertirlos, en lo que fue maestro el narrador argentino Manuel Puig. –¿Para quién escribes? –Para los lectores cubanos en primer lugar , y para los de cualquier parte del mundo que obtengan mis libros. Una publicación extranjera es g ratificante como extensión de la onda, pero pensar en ella durante el período de creación le impondría a la obra impostaciones de la voz literaria, adulteraciones que acondicionarían el mensaje a esa sensibilidad distante, sus preconceptos y hasta exigencias. Digo esto y de inmediato pienso en la otra tendencia, la de adecuar el “discurso” literario a un determinado “oído y gusto cubano” –el cubaneo ramplón–, una forzada caracterización de la literatura para ser entendida “dentro”. Me parece caricaturesco, otra imposición, nacida de criterios falsos. Haber escrito libros tan diferentes como el testimonio La fiesta de los tiburones, uno de los más citados por Argelio Santiesteban en El habla popular de Cuba y saludado en España como “la fiesta del lenguaje popular cubano”, y veinte años después la novela Al cielo sometidos, que transcurre en el siglo xv, en el sur de España, supuso una aplicación profunda al lenguaje. Ambos son libros de gran demanda entre los lectores cubanos. Por igual los escribí pensando en mis vecinos, incluso cuando les impuse elevarse para mayor comprensión del texto. –¿Qué piensas de la narrativa que se escribe actualmente en Cuba? –Me pones en una disyuntiva, pues no deseo mencionar nombres y detesto los catálogos a manera de pases de lista. Dejo sentado que en Cuba se han escrito y escriben buenas y g randes novelas y colecciones de relatos –se entiende que un cuento no hace a un cuentista ni un libro una reputación de narrador–, tradición a la que podemos y debemos recurrir, en ella he querido insertar me. Pero sabes que en la segunda mitad del siglo xx nuestra narrativa atravesó períodos terribles, ensañados con los autores emergentes, a quienes consideraron víctimas propicias para imponerles normativas maniqueas; influyeron en sus obras y en sus vidas, condicionaron sus ediciones e incluso la valoración que se les daba. Fijaron ideas sobre la literatura como algo pertinente, o no, aceptable, o no, según catecismos impuestos por una taimada conducción de la vida cultural. Siempre se habla de un período difícil, pero fueron dos: la pretendida imposición del realismo socialista en los años setenta, y la reacción, nacida de una buena intención opuesta, que podemos llamar “socialismo realista a la inversa”. Fue una respuesta mecánica y poco meditada, que generó idénticos enfoques, elementales juegos de artif icio en la voz que nar ra o el punto de vista aplicado, pero una abrumadora reiteración en los argumentos, en un reducido radio de acción y de experiencias generacionales. Ambos polos aprovecharon una innegable vocación de servicio político desde la literatura –elevado a piedra fundamental–, validado por recetarios inducidos. Una porción de nuestra narrativa realista pareció constreñida a anécdotas extremadamente parecidas, como si varios autores escribieran un mismo libro. Era la resaca de las primeras imposiciones, a las que se respondía con métodos similares, en desconocimiento del saludable riesgo de la individualidad creadora. Lucraron los adalides de lo correcto y lo bien hecho, que nunca faltan. Ambas tendencias, en su turno, fueron benef iciadas por la promoción y alcanzaron convenientes teorías. Por no dejar de teorizar, lle garon al vaticinio para obras emergentes como si ya estuvieran asentadas. La reacción a ese facilismo docto sería una racha minimalista, factográfica, retratismo de una inmediatez deprimida, versión criolla del realismo sucio, unida a la búsqueda de un éxito rápido, precisamente la complacencia con ese lector extranjero del que hablamos antes. Si de eso algo quizás perdure, será su saludable irreverencia, pues 29 Revolución y Cultura como la poesía, una cultura puede padecer entre superlativos. Esa operación de marketing durará lo que la racha que ya fatiga. En el conjunto abrumaba la falta de imaginación, lo último que busca un lector que se precie. Y lle gamos a una encrucijada que parece prometedora, donde se cruzan obras de tradicional ef icacia con las que buscan su propio derrotero. Se reponen autores que estuvieron afectados por alguna de las epidemias mencionadas, y afloran otros, incluida una narrativa escrita por mujeres, de peculiar sensibilidad y pericia no alcanzada en número que abulte por las escritoras anteriores. Parece que nuestra literatura se aviene a una visión más compleja y variada de la realidad y del mundo, una apertura en asuntos que le permitirán confrontarse con obras de otras latitudes. Es como si nuestros escritores se desperezaran luego de un interesado tironeo y empezaran a ser ellos mismos, responsables de sus propias f abulaciones. Ahora dependen de su laboriosidad. En eso estoy esperanzado. No me pidas vaticinios, las dotes adivinatorias, ciertas o atribuidas, me parecen ridículas. –¿Cómo definirías a Reynaldo González? –Me pones la pica en Flandes al proponerme ese retrato del escritor sexagenario par lui même. Lo intentaré desde la sinceridad que nuestra amistad impone. Apar te de un sentido del humor que tú agradeces, no te sorprendas si te digo que soy un solitario, sin llegar a raro, ni contraído, mucho menos aspirante a ermitaño. Mi soledad es la del golpeado que en cualquier momento espera la vuelta del tapabocas. Eso no me hace timorato, ni acaricio la paranoia que muchos de mi generación llevamos dentro. Tengo el perdón por asunto místico y el olvido como pendejada. Sigo siendo el lanzado del principio, lo opuesto se descubriría como disfraz, pero no me fío. Frente a males reales o posibles de un medio que por oleadas muestra el vicio salonnier , tengo por brújula el trabajo. Soy uno que currala, eso se sabe. Cierto que salvo en ocasiones insoslayables huyo de brindis y repudios, of icinas y pasillos que no traen beneficios duraderos. Sospecho de quienes acuRevolución y Cultura 30 den a cuanto brete ocurre, amantes de su propia voz, bufones de una corte solo existente en sus cabezas. Son personalidades febles, por más que se enmascaren en una solemnidad de opereta. Dosifico mi participación, aunque esto provoque enconos. Nunca for mé parte de grupos, ni seguí los corrillos que enferman el cotarro. Mi divisa sería “hacer bien y dejar que digan”. Cada vez aprecio más las pequeñas cosas y los íntimos regocijos, me gusta estar en casa, defiendo mi intimidad de intromisiones y devaneos. En casa trabajo y gozo los placeres que me son afines, mis libros e videncian mis intereses públicos. Salí a la vida junto a unos cuantos apasionados por el conocimiento y la defensa de la cultura cubana, sus fuentes y una ética que últimamente veo vulnerada con el pretexto de una modernidad aparente. En un período de veintiocho años dedicados a la edición de libros y revistas tuve la suerte de trabajar junto a Alejo Carpentier, Lezama Lima, Carlos Rafael Rodríguez, Nicolás Guillén, Rodríguez Feo, y propiciar el nacimiento de obras fundamentales. Conocí y admiré a Fernando Ortiz, uno de los padres de la cultura cubana verdadera. En asuntos históricos fui hijo putativo de Manuel Moreno Fraginals, cuya muerte todavía lloro. De manera explícita o implícita ellos alcanzan eco en mis páginas, como parte de un panteón cultural recio y perdurable. Emularlos sería pretensión, me conformo con recordarlos con la veneración que merecen. Estas líneas quiero que sean mi retrato. Regreso a Unión de Reyes Gregorio Ortega os primeros recuerdos de mi infancia copiosos en pormenores se remontan a los años treinta del pasado siglo y se sitúan en el pueblo de Unión de Reyes, en la provincia de Matanzas. Un día, hace años, tuve el antojo de rebañar mis recuerdos de aquel pasado antes de que se me desvanecieran. No se trataba, y quiero precisarlo, de discernir entre los reales y los imaginados, porque creo que de ambos se arma la memoria. Fijar nombres, fechas, y exactas líneas de precedencias es tarea de historiadores; yo siempre he creído que hay algo de hermoso y muy vital en las confusiones de la memoria, en su caprichosa manera de repartir y estructurar los recuerdos, de forma que a veces los imaginados concluy en por triunfar, y ser los que más añoramos. Tomé en Matanzas un auto de alquiler desvencijado, un Cadillac antediluviano, uno de aquellos colas de pato de los años cincuenta, pintado de un insólito color mamey. Iba encajado entre otros dos pasajeros en el asiento posterior. La cabeza de un gallo emergía de una cesta de yare y junto a mi pierna derecha; el filoso ángulo de un huacal, sostenido sobre unas rodillas, a mi izquierda, se me clavaba en las costillas a cada tumbo del carricoche. Afuera, mares de caña, donde ya comenzaba a proliferar el caguazo, y de tiempo en tiempo, más allá de las cercas de piedra, bohíos, palmas y platanales entre malezas. Cada kilómetro iba dejando sobre el asfalto años, lustros, décadas, y al llegar al parque de Unión de Reyes me topé con mi infancia. Salvo que las calles estaban ahora asfaltadas, nada había cambiado. Allí, en la esquina, descubrí enseguida la casa donde viví. El pasillo lateral era una larga placa de cemento, nada quedaba de la enredadera de picuala que trepaba por las rejas de las ventanas y se poblaba de cocuy os en las noches. Adentro, se veían mujeres atareadas frente a máquinas de escribir, y flotaba el inevitable vaho soñoliento de las of icinas en horas matinales. Enfrente se levantaba la pequeña iglesia con su campanario sobre la puerta y su tejado a dos aguas; la glorieta de las retretas dominicales por la banda municipal; y más allá del parque, el portal y el techo de tejas del antiguo Ayuntamiento. Algo faltaba, recordé en otra esquina el bodegón de madera verde de La Reguladora, su portal con mesitas donde se jugaba al dominó; ahora un solar yermo, ásperos yerbajos brotan entre los viejos cimientos. Fui hacia el río, su barranco estaba apenas a dos cuadras. Desde allí se divisaba el puente de piedra de tres arcos del ferrocarril; pero donde antes había una poceta que casi cubría a un hombre, ahora se pudría un charco negro, hediondo. Extrañé las bandadas de caballitos del diablo, sus alas rojas y transparentes, las espirales de mariposas amarillas; el curso de agua verde, rumorosa, había sido sorbido por un surco de fango entre matorrales y guizazos. Por sus már genes, en mis fugas con otros niños del tedio de la casa y de la escuela, cacé lagartijas, ranas y grillos, como si fueran tigres y rinocerontes, jugué a los vaqueros y los bandidos, preparé arteras emboscadas. Nada me era reconocible en aquella hondonada agreste, reseca, ajena, abandonada al sol y al silencio. Regresé al parque, al vórtice de mi infancia. Volví a escuchar, venían de muy lejos, los cascos del penco en la calle de tierra, algo apagados en el polvo, cantarinos en las piedras, el tintineo de las botijas en la alforja, y le vi llegar frente al portal, las polainas embarradas de tierra colorada, el sombrero de yarey hasta los ojos azules, la piel requemada de soles, las manos con raíces de gruesas venas, en una, las riendas, en la otra, el jabuco lleno de huevos. Y el regateo de mi tía Carmelina, la docena de huevos comprada por centavos, cada huevo visto al trasluz, contra el cielo limpio, terso, de cristal, de la mañana fresca, y luego la leche volcada de la botija a la jarra, espumante, perfumada. El serón sobre la acera, las malangas, las yucas, el trozo de ñame, escogidos uno a uno, cortados con el cuchillo que llevaba el guajiro en la cintura, junto al machete, examinados, rechazados, y otra yuca que se pica para mostrar su pulpa blanca, f ibrosa. En las tardes era Chucho, el dulcero, alto, muy largo, flaco, la nariz afilada –los niños decían que por la noche empataba dos camas para dormir–, sus grandes cajas con golosinas de todos los colores. Pero, sobre todo, era ir al fondo de la casa, a la cochera que daba a una Gregorio Ortega. Narrador y periodista. Recientemente obtuvo el premio Plaza Mayor por su novela Cundo Macao. Ilustraciones: Hilda Vidal 31 Revolución y Cultura calle lateral, y rodear la tarima donde Quintín, el negro casi centenario, que había sido esclavo, que ignoraba la fecha de su nacimiento, cruzaba las piernas y sostenía en sus rodillas la kímbila, algo así como una lata de aceite con una abertura circular en el centro, un hueco cruzado por vibrantes flejes metálicos, y mientras pulsaba la teclas con los índices y los pulgares, oírle contar, recitar, cantar, en lengua que se me escapaba, no sé si melancólicas canciones o historias de regiones y épocas lejanas, de un pasado impreciso, fuera de nuestros calendarios y mapas de entonces. De niño me fascinaba, aunque no lo comprendía, luego supe que se refería a un tiempo que era sólo suyo y de sus fantasmas, de él y de nadie más, un tiempo que se diluiría definitivamente, como así ocurrió, cuando se oscurecieron su memoria y sus ojos, que ya sin que yo me percatara veían otra cosa detrás de cada cosa, se f ijaban por encima de nuestras cabezas en un punto lejano, inasible para los demás, como yo ahora que al evocarlo, vuelvo a ver algo que ya nadie puede ver. Según caía la noche, se apagaba el alboroto de los pájaros que mi tío Randolfo tenía en una enorme jaula en el patio. Allí había r uiseñores, tocoloros, tomeguines, cateyes, cotorras, carpinteros, bijiritas, totíes, mayitos, y otros que llamaban mariposas y cardenales. Mi tío era inspector de ferrocarriles, y como los jefes de estación conocían su af ición a las aves siempre andaban buscándole alguna especie rara. Mi tío solía regresar en las noches a la casa con una pequeña jaula de mimbre en la mano, nos la mostraba a todos, y luego iba hacia la pajarera. Cuando las sombras reinaban en el patio y en la cocina de ancha campana y grandes fogones, eran como rubíes en las tinieblas los puntos rojos de los últimos rescoldos. Aunque ya era fácil percibir que cada noche eran menos, que día a día los fuegos en las hornillas se extinguían más temprano. Eran ya tiempos de yuca y ñame, mejor: época de harina de maiz y boniato, sobre todo desde que por la crisis los ferrocarriles ingleses redujeron viajes, y abandonaron a la herrumbre, a las yerbas y al polvo, ramales y trenes. Un día mi padre, entonces vivíamos en Pinar del Río, se quedó sin trabajo, cesanteado, como escuché en mi casa, «por razones de economía», algo que me resultaba incomprensible, pero que, por el tono con que se decía y las consecuencias que trajo a mi familia, debía ser terrible. El hermano de mi padre, Randolfo, que como toda mi familia pater na era también ferroviario, nos acogió en su casa en Unión de Reyes. Manuel, mi padre, para agregar unos pesos a la precaria jubilación, andaba siempre con alguna chivichana entre manos. No sé quién, que había pasado por el pueblo, le dejó unas tarjetas con “gallo tapao” y un radio Deleite como modelo de lo que se podía ganar en la rifa. Las tarjetas tenían unos redondeles y al pie un cuadrado. Por un peso se podía destapar uno de los redondeles y descubrir el número que se escondía debajo. Cuando toda la tarjeta se había vendido se procedía a la solemne ceremonia, en presencia de todos los poseedores de números, de arrancar el cuadrado y hacer aparecer el número g anador. No recuerdo en que Revolución yy Cultura Revolución Cultura 32 concluyó la rifa; pero no olvido a Isabelita Pajares, la rompecorazones del pueblo, con sus pechos enhiestos, retadores, y la mirada entre coqueta y severa tras los impertinentes de carey, exclamar a todo galillo en el portal: “A ver Manolo cuando los vendes todos, porque como me den la mala se va a ar mar un titingó.” Algunos domingos venían todos los colonos del municipio –es decir, los guajiros que sembraban las cañas que molían en los vecinos centrales–, a reunirse en una casona cercana, ataban sus caballos en las barandas de los portales, en f ilas interminables, y era una fiesta de sillas relucientes, de crujir de cinchas de cuero, de espuma verde en los belfos, y la calle se iba cubriendo de cagajones y de burbujeantes chorros amarillos, hasta que se levantaba un alboroto de relinchos y coces, y mi madre y mi tía Carmelina llegaban apresuradas a recoger las niñas y esconderlas en la casa, acaso cerrar puertas y ventanas, porque algún caballo rijoso, el cuello arqueado, los ojos relampagueantes y el miembro enorme, en flecha, quería montar una yegua. Espejos de resol eran el cemento del parque, el asfalto, las fachadas encaladas. El sol caía a plomo, inclemente, aplastando un paisaje deshabitado, desierto hasta de perros. Tal vez, como ahora, fue así durante mucho tiempo. Hubo un día, sin embargo, en que todo empezó a cambiar, en que todo cambió; no sé, tal vez para siempre. Aunque ahora este mediodía me engañe, sé muy bien que no es más que impostura este silencio, esta desolación. Este desamparo, este vacío, están demasiado poblados de voces y tumultos. Una mañana, aún me parece verlo, estalló la conmoción que quebró def initivamente el sopor pueblerino: del fondo de la calle venía una manifestación encabezada por Pelón, un joven de piel bronceada y cabello revuelto. Flameaba banderas cubanas y reiteraba a gritos: “¡Cayó el Tirano! ¡Cayó Machado!” Mi tío sacó un gran revólver pavonado, no sé de dónde, se asomó al portal, y, como se hacía entonces, lo descargó al aire. El parque se llenó de la trepidación de efusivos disparos y la atmósfera cobró la acidez de la pólvora; todos se abrazaban, hasta quienes nunca se trataban; se izó la bandera en el Ayuntamiento a los acordes del himno nacional interpretado por la banda municipal, convocada precipitadamente, olvidada de los ajados y pretenciosos uniformes que lucía, bajo las estrellas y los escasos focos, en las retretas dominicales. Habían pautado la vida del pueblo, concertado sus relojes, diríase que desde tiempos inmemoriales, en un orbe congelado, la sirena de la fundición de los Per ret con las primeras luces del día; al anochecer, las campanadas del tren de La Habana cuando llegaba a la estación. Muchachas y jóvenes, con sus mejores galas, acudían desde la tarde al andén, a pasearse por él, en espera de ese vecino que inesperadamente había partido días antes hacia la lejana capital, o el forastero, quizás un viajante, que se apea maletín en mano, incierto, sin saber a dónde dirigir sus pasos, mientras todos cuchichean y lo observan de soslayo, inquietos, como si fuera un ornitorrinco. Súbitamente, todo se desquició con la caída de Machado, no sólo se quebró la modorra, sino que hasta los cimientos del pueblo parecían sacu- didos por la fuerza descomunal de ese King Kong que colmaba la pantalla del cine local. Mi tío y mi padre, tan apacibles, se enredaban en conversaciones con vecinos bajando la voz en un ángulo del patio, lejos de las indiscretas miradas de la calle. Una noche escuché que se citaban con otros para la iglesia presbiteriana situada detrás de la casa, donde cierto rumor sostenía que a veces se escondía Pelón. Ya sabía que Randolfo había militado en el ABC durante la lucha contra Machado. Esa noche oí por primera vez pronunciar el nombre misterioso de Joven Cuba. En una ocasión mi tío dijo preocupado «cualquier día van a venir los americanos», y, al poco tiempo, en una tapia junto a las líneas del ferrocarril, apareció un letrero a brochazos rojos que proclamaba: “Abajo el imperialismo yanqui.” Siempre me gustaron los grandes caballos bronceados, castaños, rubios, gordos, cuidados y pulidos –“los caballos americanos”– de la Guardia Rural. Todos parecían iguales, como salidos de un molde; majestuosos, solemnes, frente a los escuálidos pencos de los guajiros, y soñaba con montar uno. Por la tarde pasaba altanera calle abajo la pareja de guardias que regresaba al cuartel después de recorrer las guardarrayas y los bateyes. La cor rea trenzada colgando del revólver, el machete golpeando rítmicamente el vientre del caballo, el máuser al hombro, la canana terciada en el pecho. De pronto, inesperadamente, los guardias comenzaron a verse a todas horas. En cuanto aparecían, todos callaban, las mujeres recogían los niños en los portales, los metían dentro de las casas, cerraban puertas y ventanas, los grupos se disolvían en silencio, todo lo envolvía un aura de temor. Las voces de los guardias se tornaron agrias, chillonas, conminatorias; g ritaban apoyando la mano en el machete o en el revólver; en ocasiones tiraban el pecho de los caballos contra las barandas de los portales, los encabritaban en las esquinas, y hasta atravesaron una noche el parque al galope persiguiendo a dos jóvenes que huían. Dor míamos, pasada la medianoche, cuando se oyeron disparos y gritos de ¡fuego!, ¡fuego! Ni a mis hermanas, ni a mi prima ni a mi, nos dejaron llegar al portal, desde las ventanas enrejadas de la sala veíamos las llamas alzarse sobre la iglesia, lamer el campanario, brotar con crujidos por las ventanas. Entró en el parque la bomba tirada por dos gruesos caballos, desatada en furioso campaneo, pero no traía agua –en el pueblo la suspendían de noche. Los vecinos se volcaron sobre tanques y bañaderas –algunas de hierro esmaltado con cuatro patas como garras–, llenados por precaución en las tardes, cargaron baldes chorreantes, arrojaron aquella escasa agua contra la puerta y las calientes paredes del templo. Enseguida se esparció el rumor de que Pelón, responsable de todo lo imprevisto en el pueblo, era el autor del incendio; pero al correr desesperadas las viejas beatas hacia la candela para sacar los santos – “¡San Antonio!, ¡San Antonio!”, gritaba una–, Pelón se arrojó entre las vigas que caían carbonizadas, aún ardiendo, y regresó con una pequeña imagen, bastante chamuscada, entre los brazos. Hubo un gran estruendo y se desplomó el techo, se elevó una espesa nube de humo y pavesas, las centellas se abrieron en abanico y descendieron sobre nuestro portal y patio. Todavía, en la mañana, bajo el sol, humeaba la iglesia, se erguían desoladas, tiznadas, las paredes laterales y el campanario, y guardias apostados por el parque alejaban a los curiosos por temor a que se desprendiera la campana. Otra noche, en 1935, las puertas de la sala y de los cuartos que daban al patio, casi fueron derribadas a culatazos. Nos despertamos asustados, temblando; abrimos, y por ellas entraron de sopetón guardias con los máuseres en las manos, las caras tensas, desencajadas, los cuellos de las sudadas camisas abiertos, el sombrero tirado sobre la nuca. Un teniente bramaba órdenes de registrarlo todo y preguntaba por Randolfo. Supe entonces que esa noche mi tío no había venido a dormir, algo que rara vez ocurría. Punzaban con las armas bajo las camas, volcaban las ropas de los escaparates, empujaban a las mujeres, y cuando se cercioraron de que no encontrarían lo que buscaban, dejaron durante varios días una posta en el portal y otra en la reja posterior de la casa, frente a la cochera, hasta que fue derrotada la huelga general. Mi tío volvió al cabo de no sé cuánto tiempo, demacrado, sin afeitar, se reunió en un cuar to con la parte adulta de la familia, a los niños nos dejaron fuera, y cerraron la puer ta. Al salir , unas dos horas después, tenían los rostros estirados, muy serios. Días más tarde, se empezó a hablar de mudada, de empaquetar las cosas, de regresar a La Habana, escuché algo así como que habían cesanteado a mi Revolución y Cultura tío «por economía», y que la familia debía dispersarse. Sin duda, los ferrocarriles ingleses habían dejado de ser esa compañía paternal, casi patriarcal, donde cuando se entraba a trabajar en ella, si uno cumplía, se podía conf iar en tener el sustento asegurado por el resto de la vida. Randolfo, Carmelina y su hija Gledys, fueron a vivir a Santiago de las Vegas, donde mi tío intentó subsistir con un modesto taller de arreglar radios y la cría de conejos. Mis padres se mudaron para Guanabacoa, cera de los antiguos jardines de La Cotorra. Mis maestras de primaria se asombraban de mis conocimientos de geografía. Nunca les confesé que los había adquirido en los libros de Salgari. El León de Damasco, como más tarde Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, Ivanhoe, de Walter Scott, o El último mohicano, de Fenimore Cooper, me darían humos de sabichoso en temas de historia. Creo que fue en Unión de Reyes donde se despertó mi avidez por la biblioteca de mi abuelo, el mambí, el obrero ferroviario, tenaz lector de Víctor Hugo, Julio Ver ne, Jules Michelet y Chateaubriand. Ella me contagió su pasión por la Revolución Francesa, la historia y la aventura. Los libros de mi abuelo y los sucesos presenciados en Unión de Reyes fueron durante un tiempo el barómetro a mano para juzgar nuevos acontecimientos y lecturas. A lo largo de los años, y por noticias captadas al azar, me llevaron algunas informaciones, que nunca he confirmado, ignoro si son ciertas, sobre Pelón, el pirómano, el enfant terrible, sin duda el más fabuloso de los personajes de aquella época en Unión de Reyes. Me han dicho que, durante la Guerra Civil Española, una noche entró en el Casino Español, amontonó los muebles, los roció con gasolina, y les prendió fuego, por considerar el Casino un antro de falangistas. Otros cuentan que en tiempos del presidente Carlos Prío aspiró a alcalde por los auténticos, perdió las elecciones, asaltó los colegios electorales y quemó las ur nas. Alguien me afir mó que al final de la insur rección contra Batista, subió al Escambray, y sin disparar un tiro regresó después del triunfo con estrellas de comandante en el hombro; anduvo en chanchullos de repartos de puestos municipales, conver tido en una especie de suprema autoridad local sin cargo, parece que lo relacionaron con ciertos robos de ganado y otros de armas en un cuartel, estuvo unos meses preso, regresó al pueblo y fue a refugiarse en la f inca de su suegro. Un día alguien lo vio extraviado por las calles de Miami, en la Florida. Quizás canceló así, más que una vida pintoresca, inconsecuente y turbulenta, una época. Revolución y Cultura Como siempre, cada edición del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano es ocasión propicia para algunas felices confirmaciones. Dos cinematografías descollaron el pasado año por la calidad de sus propuestas. Por nuestra América, Brasil desplegó un catálogo de filmes que legitiman el hablar de una recuperación no sólo en cifras sino también cualitativa; Alemania, por su par te –una presencia ya frecuen-te en las muestras del cine interna-cional que acoge el Festival–, parece recobrar el liderazgo que décadas atrás le otorgaran cineastas como Herzog o Fassbinder. R y C –que ya publicara en ediciones del 2003 valoraciones críticas sobre las cintas que representaron a Cuba en el evento– propone ahora dos reflexiones de sendos críticos que nos aproximan a varios de los filmes que justificaron el protagonismo de las cinematografías alemana y brasileña en el XXV Festival de Cine de La Habana. DIOS. Frank Padrón l cine brasileño cerró un año, si no extraordinario, muy pro-metedor para los rumbos del audiovisual en el gigante suramericano. Al menos a nivel de recepción, se aprecian avances considerables. Se han estrenado más de treinta filmes nacionales, y la producción del año ha rondado los cincuenta títulos. Tanto cintas deliberadamente comerciales como Xuxa e os duendes 3, Didi O cupido trapalhão, Separações, Lisbela e o prisioneiro, Os normais..., como otras de mayores exigencias, tales Carandiru (la más vista del año, con cuatro millones seiscientos mil espectadores) o Cidade de Deus, pasando por el extraño fenómeno de la película evangelizadora Maria, mae do filho de deus, han funcionado muy bien en taquilla. Por otro lado, el gobierno Lula ha apostado de manera ambiciosa por el cine, que asegura es un valor estratégico de exportación, de manera que podríamos no estar ante un buen año aislado, sino ante el inicio de una época dorada y prolongada. De cualquier manera, según lo apreciado en la más reciente edición, la vigésimo quinta, del Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, el cine brasile- S... ¿ es brasileño? ño ha recuperado su majestad, su protagonismo y su esplendor, tanto en una línea más ligera como en otra que intenta profundizaciones en temas complejos, siempre motivando al público e inquietando, al menos, a la más exigente crítica. Frente a la pérdida casi absoluta de perspectivas de su colega mexicano, y la competencia nada desdeñable de un resucitado Chile (aún sin lograr una empatía generalizada con la gran mayoría de lo espectadores ni el visto bueno unánime de la crítica), el casi continente verdeamarillo se levanta desafiante, al estilo de sus esplendores en los 80. Acerquémonos a varios filmes que pueden llegar a erigirse en paradigmas de tendencias concretas dentro de la producción contemporánea. Carandiru, digamos, el gran suceso de taquilla del 2003, dividió sin embargo a la crítica. La nueva cinta del mítico Héctor Babenco (El beso de la mujer araña, Pixote...) molestó a quienes vieron esta vez, en el carioca-porteño, un sistematizador de esa estética hollywoodense de seguro impacto en el más amplio público, mediante una preparación manipuladora de casos en la famosa cárcel emblemática, que orquestan un golpe de efecto final que reproduce con despliegue ciertamente impresionante de la técnica, la masacre que constituyó la desaparición del inmenso local de São Paolo (el mayor centro penitenciario de toda América Latina) en 1992. Soy de los que opinan, sin embargo, que Babenco ha logrado más que un disparo efectista: la película avanza con fluidez hacia su desenlace sin que ninguna de las coordenadas diegéticas importen menos que esa avalancha final; hay que reconocer en el director, una vez más, indudable maestría en encontrar un tono que mezcla varios registros: el humor, la gravedad, el sicologismo; que mediante una magistral edición logra combinar sutilmente los más variopintos personajes y anécdotas (ciertamente, algunos insertos de manera un tanto gratuita o forzada), y sobre todo, que es dueño de una narración limpia, sin escollos, que lo mismo dentro de las anticipaciones o los flashbacks se exhibe madura, resuelta, apoyada siempre en una labor actoral que reúne excelentes desempeños dentro del sistema coral que implica el relato. Toda la complejidad del ser humano se muestra en amplia gama de matices den- tro de la fauna que puebla la megacárcel, dentro de retratos que sobresalen tanto por su densidad como por su fuerza expresiva, sin descontar los guiños irónicos que algunos de ellos portan. Ahora bien, la famosa escena de la masacre, que tanto ha molestado a algunos, para mí figura entre los grandes momentos del cine; perfectamente integrada al discurso central, por sí sola, sin embargo, merece todo tipo de elogio. El verismo que logra la cámara, la alternancia de soberbios travellings con planos interiores de concentrada intensidad, la contrastada iluminación que explora sabiamente la penumbra de los rincones y la variedad cromática de los grandes espacios, la monstruosa sinfonía de cuerpos entremezclados, la sangre, el horror, hilados sutilmente mediante la música, los ruidos, suman una secuencia memorable, que pudiera situarse en la galería que preside ilustremente la homóloga de Odessa, en El Acorazado Potiemkim, de Einsenstein. Dentro de esa comedia agridulce, reflexiva, con pretensiones filosóficas que en el fondo son un barniz sobre una estética que no se aleja mucho de la telenovela, Separações, del veterano Domingos de Oliveira, resulta una muestra elocuente. Ya en su anterior filme, visto también en Cuba, Amores (1997), el guionista y realizador proyectaba semejantes defectos y virtudes que los ahora detectados en su nueva obra, lo cual va conformando todo un estilo: varias parejas, otros tantos narradores, sendas historias entrecruzadas, y las complejidades de Eros en medio de la sociedad contemporánea, en medio de ese mundo cosmopolita que es Río de Janeiro, con personajes generalmente relacionados con el mundo del arte (esta vez el teatro). La cinta está resuelta con sentido del humor, y descansa fundamentalmente en el desempeño de los actores protagónicos (los cuales, a propósito, no disimulan para nada su procedencia teatral), pero los excesos la afectan notablemente: el retoricismo a ultranza, en primerí-simo lugar ; si bien se encuentran oportunos sondeos por el mundo siempre misterioso e impredecible del erotismo, la convivencia, el paso (y el peso) de la edad, la (in)fidelidad y otros ítems muy interrelacionados, a De Oliveira se le va la mano en la carga verbal; piénsese, digamos, en la última escena: como si no quedaran claras las principales ideas que han animado el sujeto, el pro- Frank Padrón. Crítico de artes, ensayista y escritor. Su más reciente libro, Pura semejanza (Ed.Loynaz) había recibido mención en una de las ediciones del Concurso de Poesía de nuestra revista. Tiene en prensa La profesión maldita (ensayo). 35 Revolución y Cultura tagonista tiene que dispararnos un tratado caldeo sobre el amor que lee con toda parsimonia. Hablando de veteranía, Carlos Diegues no corrió muy buena fortuna entre nosotros (tengo entendido que tampoco en su país) con su más reciente filme: Deus é brasileiro, otra comedia. Y es que el nombre clave del Cinema Novo, autor de títulos imprescindibles, fuera o dentro de ese período, tales como Ganga Zunga, Bye, bye Brasil o Tieta do Agreste, desperdicia una historia indudablemente simpática (el Creador, ya anciano y por ello cansado, baja a la Tierra en persona buscando un sustituto) mediante un guión inflado, que languidece tras la primera parte, malogrando un tanto lo que pudo ser un chispeante mediometraje. Tampoco los nuevos han cor rido mejor suerte, si pensamos que O caminho das nuvens, de Vicente Amorim, es uno de esos viajes a ninguna parte; historia real de un camionero analfabeto y en paro que junto con su mujer y sus cinco hijos recorrió medio Brasil (desde Paraíba, en el empobrecido Nordeste, hasta Río) en busca de un trabajo digno, la cinta pretende ser una apología tanto a los empedernidos soñadores, como a la bicicleta, un transporte fundamental en el país, sobre todo para la gente sin recursos; pero las incongruencias del guión, el anecdotismo vacío, la saturación de la banda sonora (como el filme se dedica al cantautor Roberto Carlos, su música aparece a cada momento, indiscriminada Revolución y Cultura y abusivamente) y el moralismo explícito, molesto de los personajes (sobre todo el del padre, aún cuando lo encarne una especie de “actor del momento” en Brasil: Wagner Moura), tachonado por un final desconcertante y hueco, arruinan sin remedio las potencialidades de la historia. Mucho mejor se antoja O homen do ano, de José Henrique Fonseca. Estamos en presencia de un thriller que se aleja de las vacuidades “made in Hollywood”, según nos tiene tan acostumbrados el espacio televisual «La película del Sábado» y las salas de video, para encaminarse por la senda del suspense sicológico: el trayecto recor rido por un joven gris, desde un puesto anodino (vendedor de autos) a la tristemente célebre condición de asesino a sueldo, su relación con amigos y gente bien que solicita sus ser vicios y sus dos amores con sendas mujeres totalmente diferentes, no sólo asimila plenamente la mejor herencia del género, sino que realiza un sólido estudio de caracteres; la trayectoria de ese personaje está realizada con verdadero tacto, el ritmo trepidante del filme, auxiliado por una creativa edición, no impide un buceo inteligente por seres y contexto, ni la crítica social (esa alta sociedad que no vacila en ser virse de los peores elementos para su “seguridad”, que incluso carece de los escrúpulos suficientes como para arrojar a un joven al abismo de la marginalidad siempre que su fachada respetable pueda verse resguardada) limita el ner vio y la fibra que se le exige a toda buena muestra del género. A todo ello, se suma una notable dirección de actores, que tiene en los desempeños de Murilo Benicio, Claudia Abreu, Natalia Lage y el experimentado José Wilker, otra carta de triunfo, como la tiene también, en definitiva, el escaño por el que este filme obtuvo un Coral en la edición pasada del festival habanero: la dirección artística. En efecto, Kiti Duarte logró aquí proyectar no sólo los distintos estamentos sociales que confluyen en el filme, sino el proceso de evolución social / involución humana del protagonista, reflejado en sus cambios de look y en un énfasis del decorado donde se mueve, tan elocuente como los diálogos o las acciones. Muestra de violencia justificada artísticamente, nada que ver, por ejemplo, con esa tendencia que hace de la misma un espectáculo cuasi turístico, ajeno a las profundizaciones sico-sociológicas que incluye desde ciertos valores estéticos (Cidade de Deus) hasta la ausencia absoluta de ellos ( O matador); era, en puridad, O homen do ano una legítima merecedora del premio de opera prima, que sin embargo se llevó una cinta a todas luces sobrestimada: Amar elo manga, de Claudio Assis. He aquí una de esas películas «de personaje», donde la personalidad de los mismos importa más que sus propias acciones, o ellas aparecen en función de reforzar ante los ojos del espectador su esencia; el guión de Hilton Lacerda diseñó con esmero un grupo de seres que conviven en una vecindad de Recife para armar un mosaico (estilo Payton Place ) cuya ecuación suma (y rezuma) mezquindad, miseria moral, egoísmo y frustración como resultante de casi todos los intentos de realización; dentro de ese caldo de cultivo hay especímenes, sobre todo femeninos, simplemente inolvidables (aquella mujer madura que no sabe más que estimularse con un artefacto eléctrico, o la beata que no sólo oculta pasiones bien terrenales, sino que justificará plenamente el apodo que presuntamente, le han encajado por culpa del marido). Con este guión a simple vista tan redon- do, con caracteres tan atractivos, ¿qué falla en Amar elo...? Pues algo también tan elemental como la puesta en pantalla, donde las impericias de su joven realizador, sobre todo en cuanto a narrativa, afloran casi desde las primeras imágenes: la torpeza con que maneja seres e historias que por sí mismos detentan un atractivo y una fuerza irresistibles bastan para conferir a la diégesis una anemia perniciosa, que prácticamente anula el impacto original del relato. Le falta vida a Amarelo mang a; si seguimos con atención personajes y móviles de los mismos, es sólo por su notable hechura a nivel de letra, no porque en pantalla las acciones se encadenen con un mínimo de energía ni vitalidad, todo EN ALGÚN lo contrario, y aún cuando las actuaciones (Jonas Bloch, Matheus Nachtergaele, Dira Pires, Chico Días...) no demeritan su valiosa conformación. De cualquier manera, más allá de las preferencias y pretericiones personales, lo cierto es que el cine brasileño, tal como lo apreciamos en el más reciente Festival del Nuevo Cine latinoamericano, ha vuelto a echar a andar, como un Lázaro rebelde a los sudarios de las polí-ticas neoliberales y las tiranías hollywoodenses, que continúan su política hegemónica en detrimento de las cinematografías modestas; dentro de ellas, es evidente que Brasil, si no lleva la delantera, al menos anda por tal camino. LUGAR Muestra alemana en el XXV Festival del Nuevo Cine Latinoamericano DE Mario Naito López principios de la década de los noventa era un imposible pensar que el cine alemán ocupaba una posición importante en el panorama cinematográfico internacional. Tras la muerte de Rainer Werner Fassbinder, el alejamiento temporal del cine de Alexander Kluge, la introducción de la televisión privada y las estrategias neoconservadoras del gobierno de Helmut Kohl, parecía haberse quebrado aquella corriente de talento renovador germano que dominara las pantallas de los más importantes festivales fílmicos del mundo durante los años setenta y buena parte de los ochenta. Ello no significaba que algunos cineastas de esa nación carecieran de un auténtico espíritu creador, pero la percepción del público general, así como la de los más avezados críticos no lo encontraban en la mayoría de sus filmes, donde temas como la política y la historia parecían desacreditados. Pero un pequeño grupo de jóvenes directores reclamaba para el celuloide el tratamiento de estos asuntos. Dos o tres lustros más tarde la situación ha cambiado. El cine alemán contemporáneo muestra “en los filmes de la generación de realizadores nacidos mayormente entre 1959 y 1965, profundidad expresiva, precisión, sagacidad analítica y genuino entusiasmo,” como ha expresado el director de la Cinemateca Austriaca,Alexander Horwath. Y esto fue corroborado con la muestra exhibida en el XXV Festival del Nuevo Cine Latinoamericano de La Habana. EUROPA Tres títulos constituyeron el plato fuerte de esta selección: Good Bye, Lenin! (2003), de Wolfgang Becker; En ningún lugar de África (2001), de Caroline Link; y El milagro de Berna (2003), de Sönke Wortmann. Good Bye, Lenin!, premiada tanto en el Festival de Berlín del 2003 como posteriormente por la Academia del Cine Europeo, como la mejor cinta europea del año, es una ácida comedia dramática que recoge los sinsabores por los que atraviesa una familia residente en la ex Alemania Oriental, después de la caída del Muro. Una madre partidaria del socialismo observa cómo su joven hijo es arrestado mientras participa en una manifestación de protesta contra el gobier no. A causa de ello, sufre un ataque al corazón y queda en estado de coma. Meses después, la RDA desaparece como Estado y la mujer despierta de su larga enfermedad, pero como los médicos han ordenado evitarle cualquier tipo de emoción fuerte, el hijo intenta hacerle ver, desde el piso en que viven, que el antiguo régimen permanece incólume. Esta trama, con personajes muy bien delineados, a más de mostrar los conflictos de la doble moral, contiene también elementos críticos y satíricos sobre la irrupción del consumo en la sociedad socialista. Quizás el filme de Becker no muestre en su factura las excelencias que sí presentan las otras dos películas antes mencionadas, pero el guión refleja una sólida labor dramatúrgica y las interpretaciones alcanzan un elevado nivel de naturalidad y convencimiento. Mario Naito López. Crítico de cine. Sus trabajos aparecen con regularidad en la prensa periódica cubana. 37 Revolución y Cultura La audacia de abordar un tema tan complejo desde una perspectiva rigurosa, y al mismo tiempo con humor, pero sin ánimo insidioso, es uno de los grandes logros de la cinta. En ningún lugar de África, ganadora del Óscar a la mejor película extranjera, se basa en una novela autobiográfica de la escritora Stefanie Zweig, en la que la autora narra las vicisitudes de su familia judía en Kenya, adonde viaja a fines de los años 30 para unida a su esposo, escapar del Holocausto. La cinta expone no sólo los problemas afectivos que enfrenta la pareja, sino también las dificultades que encuentra el inmigrante en un país donde están instauradas otras costumbres. A ello se añaden los conflictos raciales que afloran en la mente de estos recién llegados inmigrantes, desterra-dos de su tierra y discriminados en ella, pero que se creen inconsciente o conscientemente superiores a los po-bladores locales. La principal virtud del filme de Link radica ya no sólo en el notable soporte técnico de la realización, a nivel de la del más do-tado artesano de Hollywood, sino en la capacidad de la cineasta para explorar y reflejar este universo ajeno con la suficiente diversidad de matices, sin enfoques didácticos. El resultado es una cinta sumamente hermosa y conmovedora, pero no edulcorada como si lo fue Africa mía, de Sydney Pollack. Aunque El milagro de Berna se exhibió inicialmente en el XXV Festival como parte del panorama cinematográfico inter- nacional que el certamen viene presentando desde hace algunos años, dicho filme fue también incluido en la programación de la sala por la cual pasaron las películas de la muestra alemana. Sin conocimiento previo de este reciente título germano, fue agradable ratificar el alto grado artístico alcanzado por el cine de este país, sin dejar de reconocer que la cinta, como integrante del puñado de obras vistas, no emprende riesgos estéticos de ele vado vuelo al estilo de Herzog, Wenders o Fassbinder. Se trata más bien de una suprema asimilación de las mejores técnicas narrativas del cine hollywoodense con todos sus recursos sofisticados, pero con un factor adicional del que hoy carece la mayoría de las películas provenientes del imperio fílmico: el ideario humanista, que sí en cambio nutrió el mejor cine norteamericano de décadas anteriores. La cinta de Wortmann, en cierto modo, está emparentada con Los mejores años de nuestra vida, de Wyler; pero ahora no se trata de la vuelta al hogar de tres combatientes estadounidenses después de la Segunda Guerra Mundial, sino del regreso a casa de un ex oficial nazi que ha cumplido condena por su participación como agresor en la contienda. El guión se halla soberbiamente urdido, de manera que no sólo permite revelar y resolver las contradic-ciones que surgen en el seno de la familia tras el retorno del padre, sino que paralelamente desarrolla un argumento en donde desempeña un rol fundamental Revolución y Cultura 38 el fanatismo del hijo menor hacia el fútbol y la previa sustitución paternal por la figura de su joven entrenador, que es jugador primordial en la participación por la lucha del campeonato mundial de este deporte. La última parte del filme está dedicada a mostrar el desenlace del partido clave, y la cámara se las ingenia para captar la emoción del juego, como pocas veces hemos apreciado en las cintas habituales de temas deportivos. La película incluye numerosos personajes, no sólo los de la familia del muchacho, sino además los relacionados con el del asunto futbolístico; todos muy bien caracterizados y cumpliendo una función precisa en la trama. La muestra incluyó otros interesantes filmes de ficción como Desnudos (2002), de Doris Dörrie; Aimée y Jaguar (1999), de Max Färberböck; Oskar y Leni (1999), de Petra Katharina Wagner; El verano de Ana (2001), de Jeanine Meerapfel, y el largometraje documental Cásate conmigo (2001), de Uli Gaulke y Jeannette Eggert, este último muy por debajo de la calidad artística del resto de las obras. La cinta sigue los preparativos de la boda de una cubana, madre de un hijo de ocho años, con un alemán, y el viaje posterior de los tres al país europeo, donde la mujer y su retoño tienen que adaptarse a las nuevas condiciones de vida en el lugar. Con un tema tan rico y contradictorio como este, el documental desaprovecha muchas de las aristas que el mismo podría proporcionar, además de ser demasiado amateur en su realización. Desde hace varios años la presencia del cine alemán en las pantallas del Festival del Nuevo Cine Latinoamericano posibilita mantener actualizado al espectador cubano en las últimas producciones de una cinematografía que ha vuelto a ocupar un puesto importante en la arena internacional. ACTOyCONTACTO de una pasión teatral Amado del Pino Habla levemente alto, con un timbre a la vez dulce y firme. Siempre he pensado que en esa forma de proyectar su voz quedó la huella de los primeros tiempos de Teatro Escambray y aquellas funciones al aire libre, para cientos de campesinos que descubrían la magia del teatro y lo llamaban “cine personal”. La trayectoria de Carlos Pérez Peña tiene que ver con muchos de los momentos más significativos de nuestra historia teatral en las últimas cinco décadas. Es de esas figuras que suelen propiciar algo cercano a la unanimidad. Excelente actor de diverso registro, director sensible, hombre de teatro integral. Además, Carlos se mantiene actualizado y atento al acontecer de nuestra vida escénica, como si se tratara de un joven que comienza su vida sobre las tablas. En su memoria siguen nítidos los nombres y las instituciones de su intensa carrera, pero lo más importan- te para él es lo que se puede hacer ahora mismo por Teatro Escambray y por la escena cubana. ué cadena de motivaciones lo llevan a pensar en la arquitectura como carrera? ¿Había un ambiente artístico o de consumo de cultura en su familia? ¿Recuerda el primer contacto con un espectáculo teatral? Además de su incursión en la escenografía, ¿qué utilidad para su vida como teatrista le dejó aquel proyecto inconcluso de convertirse en arquitecto? –Las preguntas que remiten al pasado y que obligan, además de ir “en busca del tiempo perdido”, a encontrar tu propia imagen, te hacen sentir una curiosa extrañeza: ahí está uno pero no es uno exactamente. Como profesión, en mi familia más o menos cercana, sólo se dedicó al ar te el pintor Jorge Arche, que era primo de mi mamá y a quien vi nada más que una vez. Pero sí tuve algunas importantes influencias espirituales. Recuerdo un verano en Isabela de Sagua donde descubrí, con sorpresa y deleite, que algunas de las músicas que acompañaban a Tamakún, el vengador errante o a Los Ángeles de la calle, se llamaban “concierto” o “sinfonía”. Esa revelación se produjo gracias a programas de música clásica o discos que escuchaba mi primo Roberto, algo mayor que yo. Mi contacto con un mundo de alguna manera cultural se establece cuando vine para La Habana a estudiar Bachillerato y pasaba los domingos en casa de otros primos que eran abogados o profesores universitarios. Con ellos vi las primeras películas europeas. Ya desde antes el cine era mi pasión y también mi refugio; de ahí la pasividad que me llega hasta hoy, ante la pantalla y sus imágenes. En esos años me incliné por la arquitectura por una razón tan banal como que me gustaba ver el crecimiento de los rascacielos del Vedado o las casas de la Quinta Avenida, aunque supongo que detrás, agazapado, pueda haber estado algún impulso artístico. Curiosamente yo hice teatro antes de ver teatro. Comencé la carrera en la Uni versidad de Villanueva y, para aumentar el promedio del año, me incorporé al grupo de la universidad. Hice el personaje de El Padre en Petición de mano, de Chejov. Una de mis compañeras de estudio era Silvia Upman, hija de Cuqui Ponce de León, que no era la directora, pero asistía a algunos ensayos y nos daba indicaciones. Después, con la universidad cerrada, fui por primera vez público, nada menos que de Viaje de un largo día hacia la noche y creo que ver aquella puesta fundadora de Vicente Revuelta sí me def inió. Aquel año y pico de estudios de arquitectura ayudaron a mis intentos posteriores como escenográfo, propiciaron el gusto por las artes visuales y fueron el contexto en que comencé a descubrir lo que ha sido el resto de mi vida. –Entre las grandes fundaciones de las que le ha tocado formar parte está la consolidación del Guiñol de Cuba, con los hermanos Camejo y Pepe Carril. ¿Cómo surge ese vínculo? ¿De qué forma lograban los Camejo un re39 Revolución y Cultura pertorio tan amplio y una obra tan vital en tan pocos años? ¿Cómo ve desde ahora las posibilidades del títere para adultos? –Ya decidido por el teatro, la Revolución en el poder y engañando a los míos, estudiaba en la Academia Municipal de Ar te Dramático. Allí llegaron los Camejo buscando prospectos. Fui de los primeros en ser recomendado por los profesores. Además de querer (y parece que poder) ser actor, tenía el diseño a mi favor. Esto es por el año 60 y permanecí en el Guiñol hasta 1963. Mis últimos trabajos como actor y diseñador fueron Pedro y el lobo , para niños, y La loca de Chaillot, para adultos. Sólo fui espectador de a- quella explosión de arte que vino después con espectáculos como La celestina, Changó de Imá o La caja de los juguetes. Te ref ieres al Guiñol de aquellos años como “taller renacentista y no creo que se pueda encontrar mejor calif icativo. Allí se vivía en la fiebre de la creación y también se confrontaba a gente como Estorino, Arrufat, Gilda Hernández, Raúl Martínez, Vicente Lanz, Isabel Monal... para un joven artista aquello era más que un privilegio. Creo que Pepe y Car ucha Camejo y Pepe Car ril traían desde siempre, quizás como información genética, las ideas que lograron fraguar. Una de las más poderosas era la labor de los títeres para adultos. Ese es un camino de infinitas posibilidades, pero creo que para que en estos tiempos ocurra otra “explosión” falta mecha y falta fuego”. Revolución Revolución y Cultura 40 –Del Guiñol, usted pasa al Conjunto Dramático Nacional. ¿Cómo se organizaba este colectivo? ¿Qué personajes recuerda más de esa etapa? –En realidad pasé al Conjunto Dramático en sus estertores. Ya no era más que una agrupación de excelentes actores sujetos a un repertorio bastante caprichoso. Mario Rodríguez Alemán era el director de la Academia y del Conjunto al mismo tiempo y cuando nos graduamos tuvimos que realizar audiciones para entrar en el Conjunto o en Teatro Estudio. El tribunal era imponente. Recuerdo a Vicente, Eduardo Manet, Alber to Alano, Adela Escartín. Salir del taller renacentista y del claustro para “chocar” Asenneh Rodríguez, Adolfo Llauradó, Omar Valdés, Eduardo Moure, Helmo Hernández, Miriam Acevedo y el resto del all stars no fue fácil. Pronto me di cuenta de que no eran tan malos como se decía o como parecían. –¿Qué recuerdos atesora del fugaz, pero importante grupo La rueda? –La Rueda fue uno de los grupos que se formaron al desaparecer el Conjunto, el otro fue Taller Dramático, que dirigía Gilda Hernández. En la Rueda seguí trabajando con muchos de los actores que ya mencioné. Eran grandes espectáculos como Volpone, La f ierecilla domada y La ópera de tres centavos , que dirigían Néstor Raimondi y Nelson Dor r. También participé en exquisiteces como los programas de teatro japonés con Ferrer y Guido González del Valle. Por entonces los jóvenes éramos Luis Alberto y Noel García, Ricardo Balber, Carlos Gilí, Aramís Delg ado, Gladys Anreus y otros que se me esfuman. –Usted ha contado con especial lucidez la experiencia del grupo Los Doce. ¿Cómo resumiría en la distancia aquel proceso y el diálogo personal y artístico con el formidable fundador Vicente Revuelta? –Resumir la experiencia de Los Doce es difícil, más para una mente impresionista como la mía. Podría decir que fue el intento del riesgo total mediante la restitución a nuestros cuerpos de la riqueza expresiva del lenguaje físico y su lógica propia: fuerza, desgaste, transgresión. Cito el programa de Peer Gynt que, como se sabe, fue nuestra primera y última realización: “Este teatro, que se quiere materialista tiene por materia prima al actor. Todo está concentrado en la “maduración” de éste expresada por una tensión hacia lo externo, por un completo desnudarse. (...) Por este camino el actor se convierte en una especie de otro yo del espectador, en un espejo singular en el que éste se observa fascinado –se está viendo a sí mismo– y a través de la entrega total del actor aprende a conocerse”. Para mí Vicente fue ese espejo. Creo que para casi todos en el teatro cubano –no sólo para Los Doce– lo ha sido. Es un diálogo que no cesa y por tanto no tiene que ser “real”. Es un diálogo desde la imaginación y la inteligencia. –Entre lo mucho que tiene de paradigmático la creación y el desarrollo de Teatro Escambray está el hecho de haber rehuido el panfleto y asumido un arte revolucionario, también en el sentido de un teatro crítico. ¿Cuáles fueron las circunstancias que permitieron ese logro? ¿Suponía desde el principio que a Teatro Escambray dedicaría la mayor parte de su vida artística? ¿Cómo se dio la relación entre el hombre de formación totalmente urbana que es usted y las condiciones de vida del Escambray? –Me decidí por el Escambray al f inalizar la experiencia de Los doce. Nosotros trabajábamos en el antiguo Lyceum, hoy Casa de la Cultura de Plaza. En junio del 70, nos desollábamos en nuestro tabloncillo del segundo piso ante la imposibilidad de seguir. Mientras, abajo, la gente del Escambray celebraba su primer Seminario, así se llamaban a las reuniones de análisis del Grupo. Yo sentía que después de aquel año en Los Doce, no podía, no debía retroceder y que, de otra manera, en el Escambray podía seguir ese nuevo destino. No tenía muchas esperanzas de ser aceptado, pero lo fui. Recuerdo que cuando me iba regalé muchos libros y objetos a Tomás y Teresa González. Me estaba dependiendo de cosas. No sabía que me estaba despidiendo. Yo no me sé de memoria, nunca hubo que aprendérselos, los Mandamientos del grupo. Creo que lo que se logró obedeció, más que nada, a la inteligencia de todos al saber qué hacer, hacia dónde apuntar con el arma que estábamos construyendo al ver que funcionaba. Fue fundamental la sapiencia de Sergio Corrieri y de Gilda. También el hecho de que Albio Paz se lanzara a escribir La vitrina. Y bueno, no se trata de repetir la historia tantas veces contada, pero sí destacar la sensibilidad y la conf ianza de la dirigencia política de la región. El arma que estábamos creando fue también producto de la voluntad de Nicolás Chaos. En cuanto a mi permanencia de más de treinta años en el campamento del grupo, en La Macagua, creo que entra a jugar mi karma. Desde niño rechacé “el verde”. Mi padre era amante del campo, poseía alguna tierra, era una cazador furibundo. Yo negaba y me escapaba de todo eso, lo cual, lógicamente enrareció nuestras relaciones de una manera irreversible. Parece que esa renuncia tendría que ser compensada. Pero el destino no fue dogmático: lo que debía ser un castigo no lo fue de ninguna manera. Allí con el acto apareció el contacto, algo fundamental en las búsquedas de Grotowski de aquellos años. No tenía que inventarme a quién ofrecer la entrega: allí estaban los otros, tan sufrientes y desgarrados como yo. –Muchos recuerdan su formidable caracterización de aquel robotizado director de escuela en Molinos de viento. ¿Qué recursos técnicos de su formación entraron en juego? –¿Recursos técnicos? Todos a los que pude echar mano. Pero fue un hecho de alguna manera fortuito lo que me iluminó. Por ese tiempo leía un libro que fue premio Casa de las Américas, ahora no recuerdo el título pero sí que era algo sobre El Grotesco Criollo. La autora, Claudia Kaiser, hablaba mucho de la máscara como concepto, de la tensión entre la máscara y el rostro. Esa lectura determinó la manera en que asumí y trabajé el personaje. –¿Será posible o deseable que el grupo produzca en los próximos años una obra con el poder de convocatoria y de debate que tuvo ese título de Rafael González? –No sé si sería posible. Lo deseo con todas mis fuerzas. –Usted se ha movido entre la actuación y la dirección. ¿Có-mo ha hecho para equilibrar esas dos funciones? –Si mi imagen como actor que dirige parece equilibrada, tengo que felicitarme. Yo nunca me siento Director; el oficio es algo de lo que carezco. Yo veo, por citar a uno, a Carlos Díaz cuando la noche del estreno ya saber cuál obra vendrá después, y la siguiente y la otra. En mi caso, cada vez que me enfrento a un texto o proyecto de otro tipo con un grupo de actores (da igual si experimentados o bisoños) me aterro. Entonces me planteo ese tiempo que viene, el de los ensayos, como un viaje en el que quizás yo sea el timonel pero en el que todos tienen que remar conmigo para llegar y descubrir todos a la vez. Yo soy actor: me entiendo y me asumo como un ente creador, tan creador como Picasso. Esa es mi lucha y lo que creo mejor para los que viajan conmigo. –En el espectáculo Como caña al viento, acude a los poetas – Eliseo Diego sobre todo– a la memoria de estas décadas en El Escambray, ahí usted canta, improvisa, confiesa. Ahora ha dirigido una singular lectura o puesta en espacio de la biografía de José Martí, escrita por Mañach, con la que obtuviera el Premio Villanueva de la Crítica. ¿Cómo ve, a estas alturas, la relación entre la poesía que viene de la palabra y la otra, la que, como diría Lorca, “se levanta del libro y se hace humana”? –Esa pregunta me rebasa. Pienso, y te robo la cita lorquiana, que “levantar la poesía y hacerla humana” no puede estar en el hecho de decir poemas, que no es decir poesía. La poesía es un sistema, un generador de sentidos. Y más: inagotable, fecunda, inf inita. –¿Ha valorado la posibilidad de asumir como puesta en escena algún texto martiano? –Si te ref ieres a algunos de sus obras para el teatro, francamente no. Pero me f ascinaría ver, aunque no fuera yo el autor, algunos de sus discursos traducidos en imágenes teatrales. Me parece que Los Pinos Nue vos, ¡A caballo!, el Diario de Campaña y mucho más de su entrega descomunal pudieran desatar fabulosas propuestas. Tengo que mencionar a Roberto Blanco. Él lo hizo. –Ahora Te atro Escambray ha cumplido 35 años de fundado. Si pudiera escoger, ¿con qué perfil artístico le gustaría que arribara el grupo a sus cuatro décadas de vida? –En mis peores momentos siento que no pertenezco a estos tiempos. Me pregunto como será “después que pasen cinco años”. De cualquier manera, hago votos porque persista, con o sin mi presencia, que no sea una supervivencia arqueológica ni se convierta en contenedor de una historia que fue y que no importa si no recoge, como dice Lorca, el drama de sus gentes. Que el diálogo continúe, que lo virtual no nos devore, que el espejo refleje, que el teatro pueda seguir siendo como una catacumba del espíritu. No me importan los perf iles, sino las esencias. 41 Revolución RevoluciónyyCultura Cultura 2001-1 2001-2003 Compilado por: Ana Alicia Vázquez Núñez Revolución y Cultura 42 2001-2 ABREU, Alberto. Feo cantidad (AT). No. 2-01: 64. ABREU, Andrés D. Pasos en la arcilla (AT). No. 5/6-01: 8688/ La libertad, el desparpajo y lo re-re-re- revolucionario (AT). No. 4-03: 61-62. ACOSTA DE ARRIBA, Rafael. Otra fiesta para el arte. No. 303: 33. Alba de Céspedes vuelve a su isla. No. 2-01: 4-13. ALEMAÑY, Aniuska. Cineplaza 2003: un festival para respetar (AT). No. 4-03: 57. ALFONSO, Carlos Augusto. Cerval (P). No. 5/6-01: 5-18. ALONSO TEJADA, Aurelio. La ensayística social de Cintio Vitier. No. 1-02: 46-48. ÁLVAREZ, Enrique. Lavour arcaica, labor poética (AT). No. 303: 62-63. ARAÚJO, Nara. La teoría no ha muerto. No. 5/6-01: 61-65/ Una genealogía de la sexualidad, desde la periferia (AT). No. 2-01: 57-59. ARCOS, Jorge Luis. La patria secreta (AT). No. 3-01: 64-66. ARCOS FERNÁNDEZ-BRITO, Gustavo. Ruidos en el almacén (AT). No. 1-03: 69-71. ARENAL, Humberto. El misterio concatenado de las palabras (AT). No. 4-01: 62-63/ Un viaje providencial (AT). No. 402: 64-65. ARIAS, Salvador. Rosa Hilda Zell: ¿Literatura vs. cocina? No. 4-01: 27-32. ARIEL, Sigfredo. Escuchando el 2001-3 nancífono (AT). No. 1-03: 7374. BALLÓN AGUIRRE, José. Martí y el periodismo norteamericano. No. 1-03: 9-12. BÁRCENAS, Araceli. Un mundo de fantasía. (Ent. a Eduardo Muñoz Bachs). No. 5/6-01: 5760. BARQUET, Jesús J. La guer ra est finie, de Alain Resnais (P). No. 4-03: 30. BARRADAS, Efraín. Veracruz, Toña la Negra y Don Quijote. No. 4-01: 17-20. BEALS, Gregory. Asiawood y Para que no se pierdan los nombres (AT). No. 3-01: 56-58. BIANCHI ROSS, Ciro. Portillo de la Luz: vivo cuando canto. (Ent. a este compositor cuba-no). No. 4-01: 13-16. BLANCO, Nilda. Los muer tos “hablan”. No. 1-01: 23-26. BOMNIN,Amalia. Los trazos de una imago mundi (AT). No. 5/ 6-01: 88-90. BORGES- TRIANA, J oaquín. Conciertos en La Habana (AT). No. 4-03: 58-60. CABALLERO, Rufo. Ilu-siones de diciembre. No. 1-01: 2732/Los girasoles. No. 2-01: 19-21/ Dos ami-gos que se quieren. No. 3-01: 27-31/ El hombro tatuado de Dios. No. 5/6-01: 48-56/ Saña de Juliette (AT). No. 5/6-01: 9697/ Vuelvo a roturar los campos. No. 1-02: 4-13/ Humores del súbito. No. 2-02: 4653/ Relato con intriga y trofeo. 2001-4 No. 3-02: 12-21/ Rosebud (AT). No. 3-02: 66-68/ Por Benigno. No. 4-02: 14-20/ Lo que labra el conocimiento no lo derrumba nada (AT). No. 402: 65-66/ La fuerza de los vientos. No. 1-03: 74-76/ Pertenencia y destino en el arte contemporáneo. No. 2-03: 59/ El rincón de la paciencia. No. 3-03: 10-16. CALVO, Luis Felipe. Las paradojas de Basquiat. No. 2-01: 43-47/ ¿Qvo vadis, Ridley? (AT). No. 4-01: 556-57/ ¿Quién dijo que todo está perdido? (AT). No. 1-02: 63/ De un cubano y otras perlas del Edén. No. 2-03: 68-70. CAMPUZANO, Luisa. Sab: la novela del prefacio. No. 2-03: 27-33. CARO, Boris. Páginas manuscritas. (Ent. a Miguel Barnet). No. 1-02: 14-18. CARPENTIER, Alejo. Car tas a Roberto Fernández Retamar. No. 1-01: 5-12. CARRICARTE, Ber ta, Una tarde para Kcho (AT). No. 2-01: 6465/ Del roble sólo las sombras (AT). No. 4-03: 56-57. CASA DE LAS AMÉRICAS. Renée Méndez Capote: viajar en el siglo. No. 3-01: 4-14. CASTAÑEDA, Mireya. Un museo no es un museo. No. 4-01: 3343. CASTELLANOS, Er nesto Juan. Roll over Formell. (Ent. a Juan Formell). No. 2-03: 14-16. CASTILLO, Ana Luisa. ¿Hasta 2001-5/6 cuándo el cuento del folclor? (AT). No. 2-03: 60-61. CASTILLO, Héctor Antón. Copyright, o el “derecho a la copia” tras una larga espera (AT). No. 4-02: 60. CASTRO, Elvia Rosa. Rocío pone la cabeza mala (AT). No. 3-01: 63/ Escándalo en la bolsa (AT). No. 3-02: 60-62/ Los discípulos cubanos de Pitágoras (AT). No. 2-03: 65. CEPERO, Iris. Ángel Alonso, entre el ordenador y el pincel (T). No. 1-02: 71-72. CHAPPI, Tania. Vistazos. No. 102: 63-66/ No. 2-01: 67-68/ No. 3-01: 67-69/ No. 4-01: 67-69/ No. 5/6-01: 98-99/ No. 1-02: 69/ No. 2-01: 6970/ No.3-02: 69-70/ No. 302: 60-70/ No. 4-02: 67-69/ No. 1-03: 77-79/ No. 203;54-55/ No. 3-03: 55-57/ No. 4-03: 65-66. CHINEA, Renay. Ir y venir de la pérdida. No. 2-03: 38-39. COYULA, Mario. Playa frente al espejo: desafíos del XXI. No. 201: 4-11/ P astorita tiene guararey. No. 5/6-01: 75-77/ Antonio frente al tranvía. No. 203: 43-47/ Historia de una mala pasión. No. 3-03: 22-32/ La ciudad rampante. No. 4-03: 14-27 CROWE, Cameron. Billy Wilder, soy demasiado listo (AT). No. 4-02: 54-57. CURBELO, Jesús David. Las vivencias son decisivas (AT). No. 2-03: 62. 2002-1 CURTIS, Anthon y de. The Beatles desde el ojo del pez (AT). No. 1-02: 66-68. DÍAZ, Desirée. La felicidad fugaz (AT). No. 2-01: 60-61. ESCUELA INTERNACIONAL DE CINE DE LA HABANA. Siempre me vuelvo al pozo. (Ent. a Steven Spielberg) No. 1-03: 64-66. FADRAGA, Lillebit. El arte en la maleta (AT). No. 1-02: 5557. FERNÁNDEZ, Jorge. Carlos Fariñas: la permanencia del amigo. No. 4-02: 9-13. FERNÁNDEZ, Miguel Ángel. La poesía de Josefina Pla. No. 403: 38-39. FERNÁNDEZ, Pablo Armando. Aprendiendo a morir (P). No. 1-03: 13-14. FERNÁNDEZ RETAMAR, Roberto. Sobre estas cartas de Alejo Carpentier. No. 1-01: 5-12. FULLEDA LEÓN, Gerardo. Vivir, otra vez, mi vida (AT). No. 201: 61-63. Gaccio, Roberto. Nuevo encuentro feliz entre Quintero y su público (AT). No. 4-03: 6364. GARCÍA ABREU, Eber to. Confesiones desde el camino. No. 2-01: 4-42. GARRANDÉS, Alberto. Presunciones (AT). No. 5/6-01: 8283/ Rufo caballero y las insubordinaciones del cine. No. 2-03: 22-23. GOLDCHLUK, Graciela. Más mujeres que matan. No. 3-01: 15-20. GONZÁLEZ, Omar. La leyenda del jardinero: un texto inédito de Alejo Carpentier. No. 5/601: 29-32. GONZÁLEZ, Reynaldo. Las sinrazones de Piranesi. No. 101: 41-44/ Caravaggio, Ribera Gentileschi, la insolencia del arte. No. 1-03: 37-41/ Singularidad de Marc Chagall. No.2-03: 48-53/ Ninón Sevilla y el cine de rumberas. No. 3-03: 50-54/ El divino andrógino (AT). No. 4-03: 4853. GONZÁLEZ MELO, Abel. Para bailar eternamente (AT). No. 101: 58/ Bueno es (si así parece) (AT). No. 2-01: 5859/ Lo difícil es permanecer (AT). No. 1-02: 60-61/ Las huellas (AT). No. 2-02: 6264/ Entre el desdén y el encomio, Tartufo (también) soy yo (AT). No. 2-03: 59/ Y yo moriré si me abandonas (AT). No. 3-03: 64-65. HOZ, Pedro de la. ECCE HOMO: Otero. (Ent. a Lisandro Otero). No. 4-01: 49-52/ La plástica cubana de hoy: mutación, mercado y diversidad. (Ent. a Rafael Acosta de Arriba). No. 302: 22-30. J OUFFROY, Alain. La gran espiral colectiva de Cuba. No. 4-01: 10-13. JUAN, Adelaida de. Duchamps: el siglo XX. No. 1-02: 33-39/ El apóstol de los impresionistas, según Martí. No. 4-03: 42-44. La inteligencia del otro. No. 3-02: 4-11. LAGE, J. El movimiento cyberpunk (AT). No. 4-01: 65-66. LEKSZYCKA, Wanda. Todo termina con canciones. No. 102: 25-29. LEÓN DÍAZ, José. Hecho a mano. (Ent. a William Her nández). No. 2-03: 32-34/ En Bizancio, la televisión... (AT). No. 4-02: 5859/ En su día, en el futuro. No. 3-03: 7-9. LEZCANO, J osé Alber to. La linterna del cine, y la del crítico (AT). No. 5/6-01: 92-93. LLANES, Llilian. Belleza que viene del escarnio, otro misterio del arte. No. 4-02: 61-62. LLANO, Eduardo del. Los japoneses, las putas y los Beatles (AT). No. 1-01: 62/ Alicia. No. 1-02: 54-57/ Geografía. No. 2-02: 54-56/ Mejor solas (AT). No.3-02: 6566/ Calandraca para los críticos. No. 4-02: 51-53. LOYNAZ, Dulce María. Gertrudis Gómez de Avellanada: la gran desdeñada. No. 4-02: 48. LÓPEZ CALAHORRO, Inmaculada. Intertexto y recepción. No. 5/6-01: 66-71. LÓPEZ OLIVA, Manuel. Japón, esa ópera acabada (AT). No. 1-03: 67-68. LUBRICH, Oliver. La Cuba de Alejandro de Humboldt. No. 401: 4-12. MACHADO, Mailyn. Chicago: 43 Revolución y Cultura 2002-2 una suerte que existan los otros (AT). No. 3-03: 60-61. MARRÓN, Eugenio. Conversación con un caballero providencial. No. 4-03: 31-33. MARTÍNEZ TABARES, Vivian. Mover la palabra, ritualizar el gesto. No. 1-01: 45-48/ La realidad sube la parada (AT). No. 5/6-01: 91-92/ Memoria y sentidos del espectador. No. 3-02: 34-39/ Compases para una suite cubana. No.203: 11-13. MATEO, David. Riesgos del arte como escamoteo y protocolo (AT). No. 5/6-01: 8486/ Indicios (AT). No. 2-02: 66-68. MATTEOU, Demetrios. No hay nada mágico en el cine (AT). No. 2-03: 66-67. MELO PEREIRA, Mercedes. Sospecho, desconfío (AT). No. 4-02: 63-64. MENÉNDEZ, Lázara. Después del sol. No. 4-02: 31-40. MONTERO, Oscar. ¿Son los latinos pésimos amantes? No. 2-01: 22-26. MOORE, Michael. Carta abierta de Michael Moore a George Bush (AT). No. 2-03: 56-57. MORALES, Eduardo. Cuando la serpiente se muerde la cola (AT). No. 3-03: 67-68. MOREJÓN, Nancy. Acerca de la francofonía. No. 1-02: 19-21. La respetuosa creatividad de un director de orquesta. No. 1-03: 61-63. Revolución y Cultura 44 2002-3 MORIS, Judith. El caso Cela, testimonios de una vocación agresiva. No. 1-01: 18-20. MUÑIZ, Ivonne. De(s)bordes y entrecruzamientos. No. 2-01: 39-42/ El domador y la violencia del cuerpo como placer dislocado. No. 3-03: 34-38. OCHOA ALOMÁ, Alina. La Habana del nove-cientos (I). No. 3-02: 40-48/ La Habana del novecientos (II). No. 4-02: 42-50. ORAÁ, Pedro de. Agustín Cárdenas: libertad de la forma. No. 1-01: 33-40/ Áng el Ramírez, el iconostasio cotidiano. No. 2-03: 68-70. ORAMAS, Ada. Otro rey en el jardín (AT). No. 1-01: 59-61/ 4 joyas. (Ent. a Josefina Méndez, Mirta Pla, Aurora Bosch y Loipa Araújo). No. 303: 39-43. ORDAZ, Lupe. Omara, una vez más (AT). No. 4-01: 60-61. ORTEGA, Gregorio. Todo sobre el barrio chino. No. 3-01: 4953/ Aventura que no es memorable no es aventura (AT). No. 3-02: 63-64/ Mil cordones umbilicales. No. 4-02: 39-41/ Aquella vieja Habana. No. 3-03: 44-45/ Paris, mayo del 68. No. 4-03: 28-29. OSTROV, Andrea. Silvina Ocampo: la escritora frente al espejo. No. 4-03: 34-37. OTERO, Lisandro. Bushismos (AT). No. 2-03: 57/ Virgilio en sosiego (AT). No. 2-03: 58. 2002-4 PACHECO, José Emilio. Nota sobre treinta años de poesía (P). No. 1-02: 13. PADRÓN, Frank. Un clip en los dominios de Sófocles (AT). No. 3-01: 59/ Aunque sea gris la tarde (AT). No. 1-02: 64-65/ A precio de qué (AT). No. 2-02: 59-61. PADRÓN, Sigryd. El ingenio del arte ingenuo. No. 2-01: 35-38/ Llenura de Habana (AT). No. 201: 65-66. PASTRANA, Mayra . Historias para contar, en otra televisión (AT). No. 3-03: 58-59. PÉREZ, Omar (comp.) Poesía que encoge (P). No. 2-02: 1831/ Mar tí y Buda. No. 4-03: 40-41. PICART, Gina. Alberto Garrandés, la nar ración y el espectáculo de la escritura (AT). No. 3-03: 68-70. PINO, Amado del. Sumatoria con lucidez. No. 2-01: 69-70/ De una isla a la otra. No. 4-01: 24-26/ Daaalí, el retorno de la leyenda (AT). No. 4-01: 64/ Recuperación: acto primero. No. 5/6-01: 72-74/ María Antonia y Camila: gracia y castigo. No. 4-02: 26-30/ Una clase de espiritua-lidad desde los muros. No. 1-03: 80-82/ Del cálamo a la red. No. 3-03: 2-5/ Flora de la autenticidad y el rigor. (Ent. a Flora Lauten.) No. 4-03: 4547. PINO-SANTOS, Carina. Contingencias y utopía: el arte con la vida. No. 4-03: 4-9. 2003-1 PLESCH, Svend. Larga(s) sombra(s) de la(s) memoria(s). (La R.D.A., su “después” y los intelectuales en tres novelas de 2002). No. 1-03: 42-47. POGOLOTTI, Graziella. La bulla. No. 1-01: 49-51/ El paso de las flotas. No. 2-01: 53-55/ La familia se retrata. No. 3-01: 54-55/ En la periferia del mundo. No. 4-01: 53-55/ Reina del mar. No. 5/6 01: 78-81/ El siglo tenía dos años... No. 1-02: 24-24/ Una nueva mirada al cabo de una larga espera. No.2-03: 2426/ Laurette. No. 3-03: 2021. PORTELLI, Alessandro. Homeless Indianas, Wannabe Indians. No. 1-03: 21-27. POUMIER, María. “El mejor pintor de la cuadra”. No. 2-02: 39-41. QUINTERO, Áng el. Montenegro en mis recuerdos. No. 1-01: 14-17. REVOLUCIÓN Y CULTURA. Espacio Abierto. No. 1-01: 66/ Espacio abierto. No. 2-01: 68/ ¿Cómo nos sentamos en el malecón? No. 3-01: 3243/ Espacio abierto. No. 301: 70/ Espacio Abierto. No. 4-01: 70/ Espacio abierto. No. 5/6-01: 100/ Espacio Abierto. No. 1-02: 70/ Espacio Abierto. No. 2-02: 70/ Espacio Abierto. No. 3-02: 70/ Lisandro en RC. No. 1-03: 48/ Espacio Abierto. No. 1-03: 2003-2 79/ Espacio Abierto. No. 2-03: 55/ Espacio Abierto. No. 3-03: 57/ Espacio Abierto. No. 4.03: 66. RIGOL, Isabel. El Cementerio Macabeo de Guanabacoa. No. 4-01: 44-48. RÍO, Joel del. Saqueo (AT). No. 4-01: 58-59/ Resplandor y palidez de Nicole Kidman (AT). No. 5/6-01: 94-95. RIVERO, Augusto. “Biógrafo” de mi tiempo (Ent. a Abel García). No. 2-01: 15-18. ROA KOURÍ, Raúl. Retrato de don Luis en dos tiempos. No. 2-03: 34-37. RODRÍGUEZ BLANCO, Mayté. Alguien que escucha los colores. (Ent. a Ruperto Jay Matamoros). No. 2-01: 27-32. RODRÍGUEZ CUESTA, Mabel. Un catálogo de mascotas. No. 3-02: 31-33/ Ruido (AT). No. 4-02: 62-63. RUEDA, María Alicia. De lo contrario no canto. No. 3-03: 17-21. RUFFINELLI, Jorge. Adolfo Llauradó: la pasión por actuar. (Ent. a este actor). No. 1-02: 49-53. SAER, Juan José. La vanguardia r egresa como clásico. No. 1-02: 30-32. SÁNCHEZ, Joel. ¿Qué pasó con el humor en Cuba?. (AT). No. 1-02: 58-60. SÁNCHEZ, Matilde. La ilustración hecha añicos. (Ent. a Jean Franco). No. 1-03: 18-20. SÁNCHEZ, Suset. Inquietantes 2003-3 lejanías, portentosas, confluencias (AT). No. 1-01: 5254/ Judas también puede besar (AT). No. 3-01: 60-62/ En el borde (AT). No. 3-02: 5960/ El peor de los sentidos: La domesticidad del arte cubano contemporáneo (AT). No. 2-03: 63-64. SARDIÑAS, José Miguel. El cuento fantástico cubano entre dos siglos. No. 2-03: 1721. SARLO, Beatriz. La belleza política: los dos cuerpos de Eva Perón. No. 1-03: 48-53. SARUSKY, Jaime. Un joven “conservador”. (Ent. a Pablo Menéndez). No. 2-01: 48-52/ La memoria de una utopía. (Ent. a Leonardo Acosta). No. 3-01: 44-48/ Un destino para Sara. (Ent. a Sara González) No. 4-01: 21-23/ La mundialización en estos tiempos. (Ent. a Ignacio Ramonet). No. 1-02: 40-45./ Las disyuntivas de un músico de hoy. (Ent. a Ernán López-Nussa). No. 2-02: 41-45/ Una infatigable voracidad artística. (Ent. a Nelson Domínguez). No. 3-02: 49-55/ El dilema de Tina Modotti. No. 4-02: 2124/ Las mil caras de la música cubana. (Ent. a Gonzalo Rubalcaba). No. 1-03: 5460/ Hebreos en cuba. No. 303: 46-49. SEGRE, Roberto. El paraíso recuperado. No. 2-01: 12-14. SOBERÓN TORCHIA, Édgar. El regreso de los hermanos 2003-4 Cuarón (AT). No. 1-02: 6263/ (Auto)crítica a los críticos latinoamericanos en el siglo XXI (AT). No. 3-02: 56-58. SOTOLONGO, Car los Enrique. Mi deuda con Benito Ortiz. No. 2-01: 33-34. SU ARDÍAZ, Luis. “I, too an America”. No. 2-02: 14-17. T AMAYO, Caridad. Ma yra Santos Febres: la respuesta como obsesión. No. 3-01: 2126. TEJ ADA, Aurelio Alonso. La ensayística social de Cintio Vitier. No. 1-02: 446-48. VÁZQUEZ, Ana Alicia (Comp.) Índice 1999-2000. No. 1-01: 67-70. 45 Revolución y Cultura Nicolás Guillén Deportes ¿Qué sé yo de boxeo, yo, que confundo el jab con el upper cut? Y sin embargo, a veces sube desde mi infancia como una nube inmensa desde el fondo de un valle, sube, me llega Johnson, el negro montañoso, el dandy atlético magnético de betún. Es un aparecido f amiliar, melón redondo y cráneo, sonrisa de abanico de plumas y la azucena prohibida que hacía rabiar a Lynch. O bien, si no, percibo un rayo de la gloria de Wills y Carpentier; o de la gloria de Sam Langford... Gloria de cuando ellos piafaban en sus guantes, relinchaban, altos los puros cuellos, húmedo el ojo casto y la feroz manera de retozar en un pasto de soga y de madera. Mas sobre todo, pienso en Kid Charol, el gran rey sin corona, y en Chocolate, el gran rey coronado, y en Black Bill, con sus nervios de goma. Yo, que confundo el jab con el upper cut, canto el cuero, los guantes, el ring... Busco palabras, las robo a los cronistas deportivos y grito entonces: ¡Salud, músculo y sang re, victoria vuestra y nuestra! Héroes también, titanes. Sus peleas fueron como claros poemas. ¿Pensáis tal vez que yo no puedo decir tanto, porque confundo el jab con el upper cut? ¿Pensáis que yo exagero? Junto a los yanquis y el francés, los míos, mis campeones de amargos puños y sólidos pies, son sus iguales, son como espejos que el tiempo no empaña, mástiles másculos donde también ondea nuestra bandera al fúlgido y álgido viento que sopla en la montaña. Tomado de: Guillén, Nicolás, Obra Poética, Editorial Letras Cubanas, La Habana, 1985, pp. 10-13. Revolución y Cultura 46 ¿Qué sé yo de ajedrez? Nunca moví un alf il, un peón. Tengo los ojos ciegos para el álgebra, los caracteres g riegos y ese tablero filosóf ico donde cada f igura es una interrogación. Pero recuerdo a Capablanca, me lo recuerdan. En los caminos me asaltan voces como lanzas. —Tú, que vienes de Cuba, ¿no has visto a Capablanca? (Yo respondo que Cuba se hunde en los ríos como un cocodrilo verde.) —Tú, que vienes de Cuba, ¿cómo era Capablanca? (Yo respondo que Cuba vuela en la tarde como una paloma triste.) —Tú, que vienes de Cuba, ¿no vendrá Capablanca? (Yo respondo que Cuba suena en la noche como una guitarra sola.) —Tú, que vienes de Cuba, ¿dónde está Capablanca? (Yo respondo que Cuba es una lágrima.) Pero las voces me vigilan, me tienden trampas, me rodean y me acuchillan y desangran; pero las voces se levantan como unas duras, finas bardas; pero las voces se deslizan como serpientes largas, húmedas; pero las voces me persiguen como alas... Así pues Capablanca no está en su trono, sino que anda, camina, ejerce su gobierno en las calles del mundo. Bien está que nos lleve de Noruega a Zanzíbar, de Cáncer a la nieve. Va en un caballo blanco, caracoleando sobre puentes y ríos, junto a torres y alfiles, el sombrero en la mano (para las damas) la sonrisa en el aire (para los caballeros) y su caballo blanco sacando chispas puras del empedrado... Niño, jugué al béisbol. Amé a Rubén Darío, es cierto, con sus violentas rosas sobre todas las cosas. Él fue mi rey, mi sol. Pero allá en lo más alto de mi sueño un sitio puro y verde guardé siempre para Méndez, el pitcher –mi otro dueño. No me miréis con esos ojos. ¿Me permitís que ponga, junto al metal del héroe y la palma del mártir, me permitís que ponga estos nombres sin pólvora y sin sangre? Juegos Olímpicos: Poesía y Deporte Elina Miranda Cancela índaro –y el calif icativo pindárico que selecciona José Martí para trasladar a su lector los acentos de fuerza, imaginación, entusiasmo y altura poética presentes en la obra de José María Heredia, a quien reconoce como el primer poeta americano– devino por siglos sinónimo de excelencia, pero sobre todo de una vertiente signada por la grandiosidad y aún desborde, desde que el poeta latino Horacio lo comparara con un águila o con un cisne y lo contrapusiera a quien, como él mismo, compone a la manera de la abeja, laboriosa y diligente, mientras liba y armoniza gotas de fragancias deleitosas. Sin embargo, muchos olvidan que el beocio, nacido en Tebas unos dieciocho años antes de que comenzara el siglo v a.n.e y cumbre de la lírica coral griega, alcanzó su fama principalmente con odas en las cuales honraba a los vencedores de distintos certámenes deportivos, entre los cuales los juegos olímpicos eran, sin duda, los de mayor prestigio y convocatoria. Celebrados cada cuatro años en Olimpia, no una ciudad sino un santuario dedicado a Zeus en la región de la Élide, en el occidente de la península del Peloponeso, sus inicios se remontaban, según la tradición, hasta el mítico Pélope, de quien deriva el nombre de la península y que en Pisa contendiera, en una carrera de carros, para obtener en matrimonio a la princesa Hipodamia. En su recuerdo se establecieron estos juegos, aunque más tarde se sobrepusiera otro mito que atribuía su fundación a Heracles, después de la guerra contra el eleo Augias. Mas, si el momento primero se pierde en el mito, el cómputo de estos juegos se estableció a partir del siglo viii a.n.e., en el 776, considerado el año de la primera olimpíada o ciclo olímpico, díriamos nosotros, en la medida que el término también comprendía el período que mediaba entre estos encuentros en el santurario de Zeus; espacio temporal en el cual se celebraban otras competencias, como los juegos píticos, nemeos e ístmicos. Estos también eran considerados panhelénicos, al tiempo que la frecuencia con que se celebraban, permitía una conjugación tal que llegar a ser un periodonikes, es decir, un vencedor de los cuatro con- Elina Miranda Cancela. Profesora de lengua y literatura griegas de la Universidad de La Habana. Su último libro, La traducción helénica en Cuba, se publicó a fines del pasado año. 47 Revolución y Cultura cursos comprendidos dentro de una olimpíada, era la mayor aspiración de un atleta. En alguna medida los juegos mencionados, celebrados en Delfos, Nemea y Corinto, también servían a manera de entrenamiento o preparación para la mayor cita, no solo deportiva, sino de todos los g riegos, sin importar la ciudad, cercana o remota, de donde procedían. A partir del siglo viii a.n.e. el mundo helénico no solo abarcaba el territorio de la península balcánica que actualmente ocupa, sino una franja del Asia Menor donde precisamente surgieron los poemas homéricos y, más tarde, nacieron los primeros filósofos, así como numerosas ciudades fundadas en las costas del Mar Negro y del Mediter ráneo. Pero el concepto de polis no equivalía exactamente al término de ciudad, pues eran verdaderos estados independientes con sus propias leyes, gobiernos, desarrollo económico y aun variantes en la forma de hablar, en los ritos y en las costumbres. Estas poleis con frecuencia entraban en conflicto y no era raro que hasta se desataran guerras entre ellas. Sin embargo, a pesar de las diferencias y rivalidades, todos los helenos sentían que entre ellos había nexos que los identificaban frente a los demás, aquellos que no hablaban griego y a los que denominaban bárbaros, como onomatopeya de la forma balbuciente, a los oídos helenos, con que estos se expresaban. De tal manera Heródoto, el llamado padre de la historia, en el siglo v, subrayaba la comunidad de f actores de identidad de índole cultural, cuando consideraba que eran «de la misma raza y de igual idioma, comunes los altares y los ritos de nuestros dioses, semejantes nuestras costumbres» (viii, 144), enumeración en que se incluían los juegos en tanto estos eran parte del culto y solo en aquellos de carácter panhelénico, como los olímpicos, era posible que confraternizaran y se encontraran los griegos, aun aquellos que venían de los puntos más alejados, puesto que, al convocarse los juegos, también se proclamaba la tregua olímpica: las guerras y las rivalidades quedaban en suspenso y todos podían sin dificultad dirigirse a Olimpia y allí confrater nizar. El ser admitido en estas competencias era la constancia de reconocimiento como parte de la comunidad helena. Eran los días del festival un momento único no solo para demostrar las aptitudes físicas, sino para establecer nexos, intercambiar experiencias, oír a los poetas, ver obras artísticas, regocijarse con los logros y aun por el mismo encuentro. Por ello el cómputo de los perío- Revolución y Cultura dos olímpicos, devino el referente por antonomasia para establecer cualquier cronología y se solía decir que tal o cual acontecimiento había tenido lugar no en determinado año, sino durante la olimpíada correspondiente. Así, por ejemplo, nos ha sido trasmitida la noticia de que Píndaro nació en el tercer año de la Olimpíada 65, es decir, en el 518 a.n.e. Al principio se celebraban los juegos en un solo día y el stadion, es decir la carrera de velocidad a lo largo de esa unidad de medida equivalente a 185 metros, era la prueba decisiva, pero pronto alcanzaron una duración de una semana y se concursaba no solo en carreras de distintas distancias, sino en lucha, pugilato y pancracio, en el pentatlón que comprendía un conjunto de cinco pruebas: salto de longitud, luchas, lanzamiento de disco y jabalina y carrera de velocidad, así como en carreras con armas, de carros y ecuestres. Las premiaciones tenían lugar el séptimo día y los vencedores, tras una procesión solemne y un banquete, recibían una corona de hojas de olivo. Los heraldos proclamaban el nombre del vencedor, el de su padre y el de su patria; entonces se formaban regocijados cortejos donde se entonaban himnos de agradecimiento y alabanza mientras se recorría los doce altares de los dioses; pero el verdadero premio lo recibía el atleta al retornar a su suelo natal. Allí se le recibía con grandes agasajos y era ocasión propicia para que el coro de la ciudad –aunando poesía, música y danza– estrenara la oda especialmente solicitada a una poeta de fama y quien a veces acudía para dirigirlo personalmente. Si bien en los juegos olímpicos nunca se celebraron competencias musicales, como sí sucedía en otros festivales, la gran cantidad de personas que a ellos acudían, constituían un público apreciado para que los autores dieran a conocer sus obras. Así se cuenta que la historia de Heródoto se leyó en unos juegos olímpicos y de igual modo Lisias e Isócrates aprovecharon la ocasión para dirigirse a los allí reunidos con discursos en que se referían a temas de interés para todos los griegos. Sin embargo, los vínculos entre literatura y deportes son mucho más antiguos que los epinicios o cantos de victoria pindáricos y aún quizás que los juegos iniciales, celebrados en honor del dios que presidía a las divinidades asentadas, según se creía, en el monte Olimpo, cuyas cimas se perdían entre nubes a la vista de los mortales, puesto que los poemas homéricos, si bien parecen haber alcanzado la configuración en que, con mayor o menor certeza, han llegado hasta nosotros en el propio siglo viii, se nutrían de tradiciones y mitos tan antiguos como los de Pélope o Heracles. En efecto, en el canto xxiii de la Ilíada Homero, o quienquiera que haya sido, narra los juegos con los cuales los aqueos, convocados por Aquiles, honraron a Patroclo una vez que sus cenizas fueron colocadas en el túmulo erigido con este f in. Compitieron entonces los héroes en carreras de carros, pugilato, lucha, carrera de velocidad, combates con armas, el disparo de redondas y pesadas bolas así como de lanzas y flechas; en fin, todo un programa competitivo, puesto que en aquella sociedad, tanto la heroica referida por el poema como la receptora, aquella para la cual el aeda, el poeta-intérprete, desplegaba su arte de manera oral, estimaba que la máxima valía del hombre, su areté, se asentaba en su fuerza y en su destreza físicas, pero que estas debían ser demostradas y reconocidas por el número de enemigos muertos en la guerra o por los triunfos en las competencias deportivas. Por ello ningún homenaje mejor al héroe muerto que sus iguales, los aristoi o nobles, le recordaran demostrando su excelencia física. En tiempos de paz solo en la rivalidad deportiva los héroes homéricos podían poner de manifiesto su v alía. Por ello Odiseo en la corte de los feacios, en donde aún no se había dado a conocer, no puede resistir la duda sobre su persona, de manera que lanza un disco, mucho más grande y pesado que los usados por los contendientes feacios y con su triunfo no tiene a menos declarar que igualmente está dispuesto a competir con quien así lo desee, en la carrera, en la lucha o en las pruebas con arco. Con ello no solo gana la admiración de los presentes, sino que los nobles feacios ya no tienen ninguna reserva sobre que el desconocido es también uno de ellos, un aristos, una vez que ha demostrado su areté , asociada invariablemente con esta clase social, pero reconocida por todos como la mayor expresión de valor del ser humano, aunque ya en la propia Odisea comienza a asociarse además con otros rasgos, como aquellos de sagacidad y tacto en las relaciones con sus semejantes, tan distintivos del protagonista y puestos de manif iesto por sus acciones en el largo recorrido de vuelta a la patria y al hogar. No en balde Atenea lo pref iere por «afable, perspicaz y sensato» (canto xiii) y la leyenda cuenta que a él y no a Áyax, representante por antonomasia de la fuerza como combatiente, le fueron otorgadas las armas de Aquiles, con lo cual el mito se hacía eco del cambio de los tiempos. Sin embargo, la referencia más antigua a un festival semejante al que se celebraba en Olimpia, la hallamos en uno de los himnos que la tradición suele atribuir a Homero, aunque sepamos que se trata de una colección conformada por poemas de autores y épocas diversas, pero inmersos dentro de la misma tradición rapsódica. Uno de los más extensos y también de los más antiguos, posiblemente del siglo vii, es el dedicado a Apolo, en el cual se asegura: «...pero es en Delos donde más se regocija tu corazón, oh Febo, que allí se reúnen en tu honor los jonios de rozagantes vestiduras juntamente con sus hijos y sus venerandas esposas. Ellos, acordándose de ti, te deleitan con el pugilato, la lanza y el canto, cada vez que celebran sus juegos».1 49 Revolución y Cultura A su vez, frente a dioses y héroes se af irma el ser humano en la lírica convertida en género literario en el siglo vii y surgen nuevas consideraciones en torno a los patrones v alorativos. Para Tir teo, uno de los primeros elegíacos, ya no es digno de alabanza el que prevalece en la car rera o en el pugilato, si no defiende a su patria (9 d). A Arquíloco, quien como ninguno af irmó su yo frente al antiguo ideario nobiliario en los mismos inicios del siglo vii, se le suele atribuir el himno a Heracles cuyo estribillo ténella kalínike2 se usaba a manera de saludo de los vencedores en los juegos; mientras Jenófanes, ya en el siglo vi, opone la excelencia de su propio saber, al juzgar en función del servicio prestado a la ciudad, de modo que: ...si por la rapidez de sus pies la victoria uno logra, o en el pentlo –allí en el reciento sagrado de Zeus, junto al río de Pisa, en Olimpia–, o bien en la lucha, o en el pugilato que causa tremendos dolores, o bien en ese espantoso certamen que llaman «pancracio», muy ilustre se hace a los ojos de sus convecinos, y puede alcanzar la gloriosa «proedría» en los Juegos, y recibir alimentos a cargo del público erario, y de su ciudad un regalo, que tenga por premio. Incluso lo puede lograr con caballos todo eso, sin ser tan valioso como yo. Pues mejor que la fuerza de los caballos y los hombres es nuestro saber.3 El racionalismo jonio también hará su aporte a la lírica coral en la obra de Simónides de Ceos, nacido a mediados del siglo vi. Con su poesía, compuesta para ser cantada por un coro, se consuma la desacralización de un género tan unido a las f iestas religiosas desde sus inicios. El hombre es el centro de su producción y el epinicio es una de las vertientes que cultiva. Lamentablemente muy poco queda de ellos, pero lo suf iciente para saber que se diferenciaban de los de Píndaro y que su autor no rehuía la inclusión de rasgos de humor, como cuando e xagera las posibilidades de un joven púgil v encedor, de quien sonriente asegura que ni el gran Pólux ni el férreo Heracles lo hubieran podido resistir (23d) o cuando juega con el nombre de un boxeador llamado Crío, literalmente «carnero», para asegurar que fue esquilado cuando peleó en Nemea (22d). Pero si a Simónides se le considera como el inicia-dor de esta modalidad, cultivada también por su sobrino Baquílides, aquel que ya en tan temprana fecha constatara lo difícil que es transitar en poesía por las sendas de palabras aún no pronunciadas (Snell 5), es en Píndaro donde culmina la lírica coral y el epinicio en par ticular. Revolución y Cultura 50 Había nacido el gran lírico coral en Tebas, ciudad al margen de los procesos económicos y de las inquietudes políticas y espirituales vividos en otras zonas del mundo griego y donde la aristocracia mantenía su hegemonía y modo de vida tradicional. Formado en este ambiente, su obra es un canto a los valores de un mundo aristocrático que ya era cosa del pasado para sus contemporáneo atenienses y de otras ciudades del ámbito helénico, pero que Píndaro se empeñaba en mantener como presente. Por ello su obra deviene en un nostálgico monumento a un tipo de vida que se extinguía, un consciente mirar al pasado en medio de la turbulenta agitación económica, política, intelectual, emocional, que sacude a Atenas, el gran centro de la vida griega del siglo v, aunque, por supuesto, tampoco podía ignorar su propia época; pero elige aquello que se aviene con su forma de pensar y de sentir. De ahí su predilección por los epinicios en honor del triunfador en juegos panhelénicos, el cual así conquistaba la gloria personal pero también la de su tierra de origen, al tiempo que ponía de manif iesto las cualidades tradicionalmente aristocráticas. No se encuentra, pues, en las odas pindáricas la descripción de la lucha deportiva, sino se procura extraer la lección vital patentizada en la victoria del atleta. Es por ello el mito un elemento indispensable como medio de proyectar la circunstancia individual a la esfera axiológica del comportamiento humano, al tiempo que la gnóme, la sentencia, breve y concisa, a manera de conclusión explícita, subraya la enseñanza necesaria. Es tarea del lírico coral conjugar los datos específicos con el mito y la gnóme, para desentrañar el significado que tal victoria supone. De ahí que el tebano se sienta, no como un poeta por encargo, sino en pie de igualdad con su patrocinador, e insista en la superioridad de su poesía como «necesidad cósmica»: solo mediante ella se descubre el sentido último del mundo y la misión del poeta es mostrarlo a los demás. El canto, representado por la lira de oro en la «Pítica i», es complemento, perfección y, en tanto armonía, parte esencial del ordenamiento universal: Lira de oro, que en común gobierna Apolo con las Musas de violadas trenzas: a tus acentos sigue la danza, inicio de las fiestas, y obedecen tus señas los cantores, cuando, vibrante, al aire das las notas del preludio ductor del coro. Tú apagas, lira, incluso el rayo hiriente de eterno fuego; y duerme sobre el cetro de Zeus, el águila, la reina de las aves, aflojando su ágil ala...4 Este concepto de la poesía ha de tenerse presente para entender rasgos es pecíf icos de su obra, como el tratamiento del mito. No pretende desarrollarlo, sino selecciona momentos específ icos y se lanza en medio de su narración para luego, a saltos posiblemente, referirse a fases anteriores y posteriores. Procede más bien por alusiones que por detalles, sin desdeñar el empleo del discurso. A menudo sorprende una interrupción brusca. El poeta nos hace saber que se ha desviado, que ha dicho algo no apropiado o que ha omitido un aspecto necesario, o sencillamente irrumpe para dar su opinión o un vuelco a la narración. Todo ello, junto con la riqueza de su métrica y los cánones de composición tan alejados de nuestra costumbre, con su desarrollo por asociación, sus inicios espléndidos y sus lánguidos f inales, la composición anular y, sobre todo, la primacía de la emoción estética, ha dificultado la lectura y disfr ute de los epinicios, pero quien sobrepasa tales barreras queda siempre sorprendido por el genio poético de Píndaro y entiende el porqué de su bien merecida fama. Solo en la «Olímpica i», dedicada al triunfo de Hierón, tirano de Siracusa, en la carrera ecuestre de los juegos celebrados en Olimpia en el 472 a.n.e., encontramos una referencia glorif icante a estas competencias y también el mito fundacional de Pélope. Con su poder de transformar ideas y emociones en imagen plástica comienza Píndaro la oda: Lo mejor, el agua. Y el oro como fuego incandescente se destaca de noche sobre la soberbia riqueza. Mas si es cantar unos juegos lo que anhelas, corazón mío, no busques ya de día con tu mirada por el cielo desierto un astro esplendoroso más ardiente que el sol, y no podremos hablar de certamen más ilustre que el de Olimpia.5 En tanto, después de evocar la hazaña de Pélope, entre la cuarta estrofa y su antistrofa concluye el mito subrayando su proyección posterior: La gloria de Pélope de lejos resplandece por las carreras de las Olimpíadas, donde la rapidez de las piernas rivaliza con las cimas denodadas del vigor. Y el vencedor goza el resto de su vida una bonanza dulce como la miel a causa de los juegos. La perenne dicha cotidiana es lo más excelso que a cualquier mortal puede lle garle. P ero yo he de coronar a Hierón...6 Mas, si buscáramos la transposición del hecho deportiva en los epinicios, es Baquílides, tradicionalmente oscurecido ante el deslumbre provocado por Píndaro, quien nos proporciona el referente: ¡Ilustres entre los mortales aquellos que pueden ceñir su rubia caballera con la corona bienal! Es a Automede, vencedor, que los dioses se la han otor gado hoy. Porque brilló en el pentatlón como la luna centelleante brilla entre el fuego de los astros en la noche que parte en dos el mes. Tal, en el círculo infinito de los griegos, mostró él su cuerpo admirable cuando lanzó el redondo disco, cuando de la mano proyectó en el aire profundo la jabalina de sauco al negro follaje, y levantó las aclamaciones de la multitud, o cuando sus miembros resplandecían en los últimos sobresaltos de la lucha (ix, 22). Pero los epinicios de Píndaro no solo constituyen la culminación del género, sino también marcan un hito. Integrada la lírica coral dentro de las manifestaciones teatrales, ya no tendrá igual importancia como género independiente ni los epinicios mantendrán la misma Revolución y Cultura importancia al cambiar también la representatividad de los contendientes en los juegos deportivos desde fines del siglo v. Sin embargo, las referencias a tales pruebas siguen presentes en la literatura griega, como en el pasaje de la Electra de Sófocles, en que Orestes, devenido mensajero de su supuesta muerte, narra su participación en los juegos píticos. Pasaje que muchos siglos después Yorgos Seféris, premio Nobel de literatura en 1963, recrea en un espléndido poema, el número dieciséis de su libro Mythistórima . Los juegos olímpicos en la Antigüedad continuaron celebrándose casi hasta el siglo v de nuestra era; pero las odas del tebano, que en su momento glorif icaron al atleta vencedor y por extensión al ser humano capaz de tales hazañas, devinieron, tal como aspirara Horacio para su propia obra, un monumento más perenne que el bronce (iii, 30, 1). Sus ecos resuenan hasta nuestros días en la obra de muchos poetas, entre ellos Heredia, como advirtiera Martí; los estudiosos develan la cuidadosa labor oculta por la esplendorosa impresión que los epincios provocan, al tiempo que el nombre de Píndaro se mantiene como paradigma y máxima aspiración de excelencia poética. Citas 1 Trad. de Se galá y Estaella en Homero, Obras completas, Barcelona: Montaner y Simón editores, 1927, t.i, p.533. 2 Ténela, vencedor glorioso traduce Rodríguez Adrados en Líricos Griegos, Madrid: CSIC, 1990, t.i, p.103. 3 Trad. de García Gual en Antología de la poesía lírica griega, Madrid: Alianza Editorial, 1989, p. 48. 4 Primera estrofa de la Pítica i en traducción de Juan Fer raté en Líricos griegos arcaicos, Barcelona: Sirmio, 1991, p.339. 5 Traducción de Pedro Bádenas y Alberto Ber nabé en Píndaro, Epinicios: Madrid, Alianza Editorial, 1984, p. 41. 6 Ibid. p. 44. Revolución y Cultura 52 Revolución y Cultura Revolución y Cultura 54 Baseball o el ejercicio de la pasión Fernando Sáez Carvajal atalizador de asociaciones complejas, la experiencia artística opera como anzuelo de la emoción; nos remite con frecuencia a zonas dormidas del alma, del propio pasado, activando el ejercicio de la memoria, de la búsqueda de continuidad y sentido. Entre los recuerdos nítidos de mi primera infancia aparecen, a veces mezclados, las pesquerías de trucha y de pez sol en la presa Miner va y los dramáticos swines de Antonio Muñoz, el gigante del Escambray, que conmocionaban a los miles de espectadores reunidos en el estadio Augusto César Sandino de la ciudad de Santa Clara. Eran los años gloriosos del equipo Azucareros de Serbio Borges. En la novena sobresalían también el tercera base Owen Blandino, el Gallo de Cabaiguán; el jardinero central Silvio Montejo, Caballo Loco; el brillante receptor Lázaro Pérez, de mascoteo virtuoso; el novato Pedro Jova, con uniforme siempre ceñido y pulcro; el lanzador Aquino Abreu, con sus míticos dos no-hit, no-run consecutivos a cuestas... Nunca usé chaqueta marinera, aunque la pesca fue siempre una de mis pasiones dominantes, pero a menudo salía a jugar vestido con mi flamante trajecito de pelotero. Cortado y cosido impecablemente por la abuela paterna, el uniforme de caqui gris llevaba en rojo el número uno en la espalda. El número del legendario pitcher José Antonio Huelg a, que nunca más ha vuelto a ser usado por pelotero alguno en los equipos centrales, en homenaje a su malogrado ídolo muerto en trágico accidente. Indagación en la memoria, Baseball muestra de manera contrastada los puntos de partida y arribo de un proceso. La sensibilidad detectivesca o antropológica de Marlon Castellanos queda expuesta explícitamente, al desnudo. Se trata de una serie de imágenes de los años cuarenta sacadas de la galería depor tiva de la re vista Carteles. Son rostros en contraportada de jóvenes peloteros pertenecientes a distintos clubes: Cubanaleco, Regla Baseball, Loma Tennis, Círculo de Ar tesanos, Fortuna Sport, Deportivo Matanzas, Círculo Militar y Naval, Vedado Tennis, Deportivo Cárdenas, Universidad de La Habana, Hershey Sports... Retocadas a color de forma manual, las fotos en blanco y negro fueron impresas y reproducidas. Resulta notable el afán “embellecedor” (el esmero en las dentaduras impecables y los labios rosa intenso). Los hallazgos o tesoros arqueológicos son entonces sometidos a escrutinio, a un viaje inverso. Parte de las imágenes coloreadas que, des- pués de escaneadas y registradas en papel, terminan impresas en blanco y negro, en sacos de azúcar vacíos, mediante un tramado serigráfico. Rastrear el pasado, encontrar claves que ayuden a anclarnos al presente, parecen obsesión favorita del artista. No son ahora los rostros plasmados sobre sacos de lienzo rellenos en Isla de azúcar, que amontonados o en forma de columna aludían a la compleja relación entre seres humanos anónimos y una industria ligada indisolublemente a la existencia y la condición cultural cubanas. Tampoco se trata de las cajas de luces a partir de transparencias que documentan el viaje privado de una familia camagüeyana a la Feria Internacional de Bruselas, Bélgica, en pleno año 1958. Esta vez son retratos coleccionables de héroes humildes (peloteros de la Liga Nacional Amateur). Encuentro a mitad de camino entre lo público y lo privado, las imágenes “embellecidas” intencionadamente y editadas de forma masiva eran señuelos destinados a tentar y satisfacer la vocación coleccionista, íntima, de individuos concretos. Respondían, por tanto, a las expectativas y gustos de destinatarios precisos en un momento dado. Y de aquí, también, su valor documental. El ejercicio de la pasión parece ser el verdadero tema de la muestra. De una parte, la pasión historiográfica del artista; de otra, la pasión por un juego que ha atravesado circunstancias disímiles de orden histórico, político, social y económico. Es además la historia de un viaje, la huella de un proceso voraz de asimilación. A través del Estrecho de la Florida, poco antes del estallido de las guerras de independencia, llega el béisbol al puerto de Matanzas en el año 1866, por medio de marinos norteamericanos. Ocho años después se celebraba el primer partido oficial en el actual Palmar de Junco. Cuba sería el segundo país del mundo en organizar una liga profesional beisbolera. La pelota se convirtió en el deporte nacional. Su vocabulario de términos indistintamente en inglés o español (algunos no traducidos en absoluto) delata la hibridez –curiosamente, a principios del pasado siglo, las truchas boquigrandes (largemouth bass) y los peces soles (sunfish) siguieron la misma ruta. Y se encuentran hoy en abundancia y a gusto en casi todos los espejos de agua de la Isla–. Es difícil saber con certeza qué mueve a la pasión, al desenfreno, a la polémica tenaz, a las llamadas peñas deportivas en los campos y ciudades del país; cómo en naciones disímiles Fernando Sáez Carvajal. Especialista de teatro de la Fundación Ludwig de Cuba. Profesor de la Facultad de Artes Escénicas del ISA. Página en colores: Obras de la serie Baseball. Impresión digital y serigrafía sobre saco de azúcar. Papel, tinta textil y tela. 55 Revolución y Cultura –Japón, Estados Unidos o Nicaragua– resulta de veras atractivo un juego a primera vista aburrido, donde de forma a ratos conmovedora, seres humanos adultos se afanan con absoluta seriedad y denuedo en el dominio de una pelota pequeña, forrada de cuero blanco, dura y saltarina. Si se compara con otras disciplinas deportivas, el baseball resulta estático y con escaso margen de improvisación individual. De los nueve jugadores en el terreno sólo uno se mantiene de frente a sus compañeros: el catcher, el único que posee una visión de conjunto. Pero todos a su vez han de obedecer las órdenes del director o manager, acompañado de su estado mayor, que teje estrategias e indicaciones de acción que habrán de llegar al campo de juego a través de los asistentes o coaches. El team incluye además carg abates, masajistas y sicólogos. El lanzador es, sin duda, pieza clave. De su efectividad, de su poder de seducción y engaño, de su repertorio y capacidad combinativa de bolas rápidas, de nudillos, tenedores, cambios de velocidad, sinkers y curvas de toda laya, dependerá en gran medida el éxito del equipo, aunque el ataque y la defensa sean esenciales. Como muchos otros juegos, el béisbol no es sólo ventana de creatividad. Manifestación de la vida, establece con ella, a un tiempo, relaciones análogas, contrapuestas o de equivalencia (a esto parece remitirnos el efecto de extrañamiento producido por los rostros impresos sobre el soporte saco de azúcar) -el lienzo sir ve además de envase a otros productos primarios como la harina de trigo, pero también contiene la perspectiva cúbica y algunas de las imágenes e iconos paradigmáticos de la cultura occidental. Se sigue un sistema de reglas rígidas, hay que aprenderlas y dominar las, corporeizarlas, expresarse en ellas. El trabajo de equipo es aquí fundamental. Difícil resulta ganar sin la cohesión colectiva, aun contando con una constelación de estrellas. Vistas de cerca, las carreras o score son el resultado de un viaje exitoso, de retorno, un recorrido de trescientos sesenta Revolución y Cultura 56 pies que comienza en casa (home) y ha de realizarse alrededor del cuadro a través de tres estaciones o almohadillas. Extraño pudiera parecer que el ganador sea el equipo capaz de retornar más veces con éxito al punto de partida. Se pueden anotar carreras a golpe y porrazo, bateando la pelota fuera de los límites del terreno, pero la aventura puede implicar también un duro bregar preñado de obstáculos y celadas, pelotazos, robos de base, corridos y bateo, sacrificios y squeeze plays suicidas... Y el espectáculo se desar rolla en medio de un magnífico diálogo de formas y colores: la alfombra rojiza y verde; los uniformes; los guantes, petos, caretas, rodilleras, bates y cascos –como implementos de gladiadores–; la pizarra lumínica; los estandartes y banderas; los minúsculos espectadores en la distancia. El despliegue seriado de las obras puede ser otra clave. Establece una relación enfática, deliberadamente redundante con la serialidad intrínseca del béisbol: universo competitivo dentro de otro mayor –más competitivo aún– hecho de la sucesión inexorable de los innings, de la materia de múltiples campeonatos, de estadísticas acuciosas, de promedios y récords de toda clase. Pero, ciertamente, con relativa frecuencia se pierde el norte. El puro placer del juego (el de las relaciones flexibles, efímeras, no trascendentes, que viven y mueren en el aquí y el ahora) cede su ámbito a la rutina, al oficio mondo u otras motivaciones extradeportivas. No es tarea ardua imaginar al niño Marlon, de la mano de su padre, en el umbral de dos mundos complementarios (el de la sujeción de la vida cotidiana y el lúdico), atravesar la puerta enrejada de acceso al estadio Cándido González y penetrar el espacio de la arena iluminada, del diamante, de la malla protectora, de la bulla, de la bruma formada por el humo dulzón y penetrante de miles de tabacos. Todo para asistir al juego de su equipo Camagüey... En el terreno los árbitros. Discutidas las reglas. Play ball! Y que gane el mejor. Inolvidables her manos mayores: dondequiera que estén, Hundidos en la tierra que ustedes midieron a batazos En la Tropical o en el Almendares Park; Bajo el polvo levantado al deslizarse en segunda, Alimentando la hierba que se extiende en los jardines y es surcada por los roletazos; O felizmente vivos aún, mereciendo el gran sol de la una y la lluvia que hacía interrumpir el juego Y hoy acaso sigue cayendo sobre otras gorras: dondequiera Que estén, reciban los saludos De estos jugadores en cuya ilusión vivieron ustedes Antes (y no menos profundamente) Que Joyce, Mayacovski, Strawinski, Picasso o Klee, Esos bateadores de 400. pío tai* Y ahora, pasen la bola. (Al comenzar el campeonato de pelota de los escritores y artistas) Con ag radecimiento para Rolfe Humphries y Er nesto Cardenal *“Pío tai” es la forma infantil, en Cuba, de “pido time”,“pido una tregua en el juego”. Tomado de: Fernández Retamar, Roberto, Palabra de mi pueblo, editorial Letras Cubanas, La Habana, 1980, pp.89-90. Roberto Fernández Retamar Compañeros: que antes de empezar, nuestro primer recuerdo Sea para Quilla Valdés, Mosquito Ordeñana, el Guajiro Marrero, Cocaína García, La Montaña Guantanamera, Roberto Ortiz, Natilla (Desde luego), el Jiquí Moreno de la bola de humo, el Jibarito, y más atrás Adolfo Luque, Miguel Ángel, Marsans, Y el Diamante Méndez, que no llegó a las Mayores porque era negro, Y siempre el inmortal Mar tín Dihigo. (Y también, claro, Amado Maestri, y tantos más...) 57 Revolución y Cultura RAQUELRAQUELRAQUELRAQUELRAQUEL Graziella Pogolotti unto a su cuna, las hadas de los cuentos infantiles parecían haber depositado todos los dones. Un rostro hermoso de sonrisa carismática, una impresionante presencia escénica, una voz inconfundible, una pasión indomeñable. La magnanimidad de las hadas le había entregado el germen de lo posible. Lo otro, los arraigados valores éticos, artísticos, político, todo cuanto per manece en nuestra memoria personal fue obra de su esfuerzo, alimentado por la violencia de los huracanes. Los sueños cristalizaron en convicciones, ar te y revolución se fundieron en un mismo proyecto. Durante muchos años, sentí la necesidad de pasar con cierta frecuencia por su pequeño despacho de Teatro Estudio. A pesar de las numerosas interrupciones, sentada a uno y otro lado de la mesa, conversábamos libremente de cualquier cosa. Los acontecimientos de la inmediatez conducían a la evocación de conflictos de otro tiempo, al ejercicio de la crítica implacable respecto a otras tendencias artísticas, a la reflexión en voz alta respecto a las decisiones que le imponían las circunstancias. Más allá del ámbito teatral, fustigaba la manipulación de falsas jerarquías. En una de nuestras últimas conversaciones, ahora telefónicas, reconocía a la indoblegable Raquel de siempre en su indignación ante un hecho de esa naturaleza. En el fondo, subsistía en ella el inveterado rechazo por los valores de un mundo light, dominantes en los días que corren. Un breve ensayo de F ina García Marruz sobre Gracián y Martí contrapone la cautela del primero a la pasión del segundo. Raquel pertenece a la estirpe de los apasionados. La causa del teatro, la defensa de los valores éticos y estéticos estuvieron para ella indisolublemente unidos a un proyecto revolucionario de justicia social. Obra humana, respondía a un mismo propósito emancipatorio. En su fidelidad sin fisuras, sabía emprender el combate cuando las aguas se enturbiaban, cuando lo fenoménico nacido del error, de los prejuicios, de oscuros rencores traicionaba la fuente viva de la verdad. Padeció las amarguras del quinquenio Revolución y Cultura 58 gris y diseño estrategias para detener el golpe. Puso al servicio de ese empeño su prestigio personal, el magnetismo de la otrora estrella de televisión, el respeto ganado a través de su impecable historia política. En esta batalla convergían la solidaridad con sus compañeros de oficio dentro y fuera del teatro y la salvaguarda de los mejores principios revolucionarios. Asumió entonces en la vida, como antes lo había desempeñado admirablemente en el teatro, el papel de Laurencia de Fuenteovejuna, voz de mujer justiciera de profunda raigambre popular. Supo asumir también las responsabilidades correspondientes a una generación de fundadores. Se estrenó en la 1010, la emisora radial de los comunistas cubanos, simiente de talentos, atenida a la sostenida calidad de sus programas. Fue en los cincuenta la estrella indiscutible de la naciente televisión. Su imagen quede grabada en la memoria de millones de espectadores. Pero su vocación más profunda la destinaba al teatro, ese acto de re-creación cotidiana, irrepetible, artesanal, donde hombres y mujeres de carne y hueso dialogan con otros de su misma condición. No había terminado la década, eran las vísperas del triunfo de la revolución cuando Teatro Estudio re-fundaba la escena nacional. Fue su verdadera casa. A los principios de su manifiesto germinal, a ese modo particular de establecer los vínculos entre arte y sociedad se mantuvo ligada hasta los últimos momentos. Siempre soñó con hacer cine desde Cuba. La fundación del ICAIC le ofreció esa oportunidad. Desde Lucía hasta Un hombre de éxito , sus extraordinarias dotes facultades de actriz han quedado grabados en el celuloide. Allí el gran público encontró nuevamente la íntima y poderosa expresividad de su rostro, de su gesto, de su voz, la misma voz reconocible en el comunicado de la batalla de Girón. Porque para Raquel, ese hermoso nombre bíblico, el teatro, la cultura nacional, la solidaridad y la Revolución integraban una misma realidad, una misma concepción. Quiso que no vieran en ella el rostro de la muerte. Sobre el féretro cerrado, descansaba la bandera. El mito se había transformado en símbolo. Trascendiendo la memoria Surelys Álvarez n valioso testimonio de la cultura cubana promovida por la Revolución nos lo ofrece Marta Arjona, una de sus grandes protagonistas, en su libro Recuento (Consejo Nacional de Patrimonio Cultural, 2003). En sus páginas, dirigidas principalmente a orientar a los estudiantes e instructores de arte, se recogen textos escritos a lo largo de décadas por la autora, quien ahora nos los entrega agrupados en dos secciones. En la primera aparecen las palabras pronunciadas por ella en muy diversos e importantes eventos culturales, como las inauguraciones de las muestras “El mueble en Cuba” y “Cerámicas de Amelia” o de la retrospectiva dedicada a Rita Longa, por ejemplo; la segunda sección agrupa los escritos publicados en diferentes revistas (la mayor par te en Revolución y Cultura, publicación de la que ha sido una asidua colaboradora), entre los que cabe destacar títulos como “Nelson Domínguez, artista multidisciplinario”, en el que nos ofrece un sugerente acercamiento a la obra de este entonces muy joven creador de la plástica, y “Museos ¿sólo para matar el aburrimiento?”, en el que se detiene en el que ha sido, sin dudas, uno de los espacios más significativos de su trabajo, para hablarnos del surgimiento de los museos en Cuba, de su “función de conservación, investigación y exposición de los testimonios del pensamiento humano y de la naturaleza”, así como de la importancia del desarrollo artístico de la juventud. Es Recuento un libro que posee un doble y precioso valor. Por un lado, el que proviene de ser su autora muy importante testigo y partícipe del devenir de la cultura cubana de la Revolución. Palabras como las que pronunciara en el Castillo de la Fuerza con motivo de la inauguración de la exposición de planos y mapas de La Habana Vieja conservados en los archivos de España, o aquellas dichas en la Feria del Libro del 2000 cuando abordó, entre otros aspectos, la labor de restauración y conservación de monumentos de La Habana Vieja, son ejemplos de su incansable defensa del patrimonio de la Nación, defensa que tuvo sus comienzos a partir del mismo triunfo revolucionario, cuando desde su dirección del Consejo Nacional de Cultura estuvo al frente del rescate y conser vación de los bienes culturales dejados atrás por la burguesía al abandonar el país. Esta trayectoria se evidencia a lo largo de otros pasajes del libro, como la historia de la creación del Museo de Artes Decorativas y las “memorias”, muchos años después, de la Sociedad Cultural “Nuestro Tiempo”, en la cual desempeñó un importante papel. Pero por otro lado, muchos de estos trabajos ostentan méritos que van mucho más allá de su valor testimonial, porque logran apresar en su brevedad valederas aproximaciones a la obra de pintores como Alfredo Sosabravo, Adigio Benítez, Pedro Pablo Oliva y Jorge Duporté, entre otros. Este libro, que nos seduce desde el inicio por todo lo que aporta a un muy directo y cercano conocimiento de cómo se ha desarrollado a lo largo de más de cuatro décadas la tesonera y fundadora labor de la autora, en los campos del patrimonio nacional, la museología y las artes plásticas, es realzado por su cuidadoso diseño. Con sencillez y rig or, Ar turo Bustillo otorga su lugar preciso, a las ilustraciones que sir ven de apoyo a los textos, las cuales, por lo demás, pertenecen al rico archivo personal de Marta Arjona. El prólogo, a cargo de la periodista y escritora Marta Rojas, a más de destacar la “labor de fundación y organización institucional en el vasto campo del patrimonio cultural”, llevada a cabo por la autora, se detiene a celebrar su trabajo como ceramista, con el que obtuvo importantes galardones y que le permitió colaborar, además, con artistas de la talla de Amelia Peláez, René Portocarrero y Mariano Rodríguez. Pero quien mejor define el alcance del texto que reseñamos es su propia autora cuando expresa: “No puedo decir que es un material abarcador de todo el proceso transformador ocurrido, específicamente en el ámbito del patrimonio, los museos y las artes plásticas, pero sí que se completa en la ubicación de una serie de figuras y momentos conformadores de una memoria que, sin dudas, enriquecerá el conocimiento de nuestra cultura.” 59 Revolución y Cultura A propósito de juzgar a primera vista de Luis Amado–Blanco Gustavo Pita Céspedes omo un cronista clásico de los que tras larga travesía regresaban a contar la historia de sus descubrimientos y andanzas, nos habla Luis Amado Blanco de «un mundo sorprendente, resto angustiado del Paraíso, plantado de árboles milenarios de impenetrable ramaje, poblado de prehistóricos monstruos y con el cielo mezclado de tal manera con la tierra que no se sabe nunca lo que es una flor y es una estrella, o un racimo de frutas y una constelación de luceros. Soles y lunas junto a la bota y el sombrero...»1 El lugar que la cita describe y que, desde que lo descubriera en una edad bien temprana –en la misma seguramente en la que descubrió su condición humana–, solía frecuentar a diario el autor, es el de la poesía, el topos desde el cual escribía y obraba, y el lugar de su nacimiento verdadero o metafísico, porque fue allí donde nació en verdad Luis Amado-Blanco, si bien Luis Blanco había nacido físicamente en Asturias, como naciera un Pablo Ruiz en Málaga, un Juan Ruiz en Alcalá de Henares, un Jesús en Belén o un Siddhartha en Kapilavastu. Y es que ni como médico, ni como diplomático, ni como activista cultural, ni como peRevolución y Cultura 60 riodista o padre de familia nunca dejó de ser Luis Amado-Blanco, porque era justamente el poeta, testigo y partícipe de la creación del mundo, el que vestía la bata, el frac o el traje de uso diario para atender a un paciente, firmar un acta protocolar compartir con la familia, escribir un cuento, una novela o una crónica. El verdadero poeta no se ve en el verso, el verso es apenas la isla que anuncia el continente, la hoja caída que el aire arrastra lejos del árbol el agua llovida del charco que refleja la perenne promesa de la nube. Un poema es un testimonio necesario, pero no suficiente de poesía. Como esperma de una vela que alumbró una sola noche, puede ser la cristalización maravillosa de un momento de claridad suprema, aunque excepcional. La vida diaria del poeta, por el contrario, fuera de sus poemas, no deja un testimonio perceptible ni duradero. Uno tiene que adivinar el latir de la savia en el torrente detenido de la corteza, en la venosidad de las hojas, en el rubor recatado de cada flor. Luis Amado-Blanco, el poeta, afortunadamente nos dejó sus crónicas periodísticas en las que la poesía es el objeto y el sujeto; es no solo el tema de muchas reflexiones, sino el funcionamiento de la propia reflexión, el ejercicio de la capacidad de ver y de juzgar – de la única manera posible, es decir, «a primera vista», cuando el juicio es inteligencia viva y no sentencia–, es, en suma, «el alma de las artes» 2 que se descubre a sí misma en todas ellas y en cada página del diario vivir. Acaso sea difícil encontrar un lugar más propicio para sorprender a la poesía en plena faena, construyendo su panal a la vista de todos como una abeja obrera en una colmena de cristal. Porque, por muy concreto que sea el tema de las crónicas, al leerlas nos embarcamos «en una constante expedición en pos de ese algo que nunca llegaremos a tocar, pero cuya cerca- nía, cuya aproximación nos alegra casi definitivamente» 3 Y terminada su lectura, más que conocimientos librescos que nos instruyen, pero no nos mejoran, más que nostálgicas remembranzas que nos hacen más viejos, pesero no más sabios, nos queda en el alma «el reconocimiento intuitivo de que únicamente en la belleza, en la armonía está nuestra salvación. De que sin estética ni la ética puede realizarse»4 La poesía ni se inventa ni necesita del recuerdo porque es Luis Felipe Calvo verdad que no se olvida, belleza que es su propia memoria, bondad que es su propio monumento. No se mide su pulso por el ritmo de los relojes, ni su alcance por la suma de kilómetros o de letras –espacio, tiempo y lenguaje son, ellos mismos, invenciones poéticas–. Al final, es ella la que remata la historia, la que reserva siempre otro ayer antes del ayer, después del mañana otro mañana, y así, en los pasados mañana y los antes de ayer está la poesía de la historia que vuelve, lo ineluctable de la crónica, el cuento y el recuento: belleza que destila el amado blanco del olvido... Poesía del nacimiento metafísico del hombre, de la esposa del alma que protege a los hijos del espíritu como a los de la naturaleza, del amarillento recorte de periódico que se vuelve blanca página de libro recién impreso... En la cubierta de Juzgar a primera vista , Luis Amado-Blanco y Luis Blanco se miran el uno al otro desde los despejados horizontes de un espacio de juventud que nos incita a preguntarnos dónde estamos nosotros. Notas: 1 Amado-Blanco, Luis. “Estrambote con Lezama”. Información. Columna “Blancos”. 19 de septiembre de 1950. 2 Amado-Blanco, Luis. “Car ta a Cintio. Postdata”. Infor mación. Columna “Blancos”. 7 de noviembre de 1950. 3 Amado-Blanco, Luis. “De mi provincia”. Información. Columna “Blancos”. 27 de enero de 1946. 4Ibidem. MÁS ALLÁ DEL CINE iempre he descreído de los libros de memorias. No solo porque suelen escribirse a una edad en que los eventos memorados se distancian de lo vivido por olvidos irrecuperables u omisiones inconscientes, sino también porque en ocasiones la vida que se nos cuenta acostumbra rendirle al presente el tributo de la respetabilidad en detrimento de la credibilidad. Alfredo Guevara (La Habana, 1925) no ha incurrido en ello. Los textos ag rupados en Tiempo de fundación (Iberautor Promociones Culturales S.L., 2003), aunque el autor los coloque en un plano más modesto (“...serán acaso, tal vez, si pudiera, si alcanzara el tiempo, el fundamento o trazo de eventuales Memorias”) son la presencia documentada del Guevara público (del fundador y durante tres décadas director del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográf icos, del embajador de Cuba ante la UNESCO, del presidente del Festival Inter nacional del Nuevo Cine Latinoamericano) y, por serlo, son también la memoria documentada de más de cuarenta años de cultura revolucionaria, tal como la vivenció y, en muchos casos, protagonizó uno de su principales animadores. En ello radica el mérito primero del libro, en el cual, para que la manif iesta vocación testimonial del texto no se viera lastrada por una subjetividad sospechosa aun si se explicitaran sus coordenadas, para que ésta surgiera del mismo sin temor a que el presente apostillara el ayer con el amparo de la experiencia, Guevara ha preferido que los numerosos documentos que ha gestado a lo largo de su extensa –e intensa– vida pública hablen con la autoridad que les conf iere el ser parejamente memoria viva de un acontecer histórico y de una historia personal y no un cúmulo de letras muertas sin otro mérito que el haber fijado fugaces instantes, meras circunstancias. Y esa es su otra gran virtud. Porque en esa papelería rescatada al silencio, que antecede y pref igura al olvido, palpita el escabroso devenir de un proceso cultural en forja, cuatro décadas con sus conflictos, sus flujos y reflujos, sus certezas, sus conmociones... En ella encontrará el lector desde las polémicas sostenida por el autor con los intelectuales agrupados en torno a Lunes de Revolución hasta las resonancias del “Caso Padilla”; 61 Revolución y Cultura desde las circunstancias que viciaron los respectivos estrenos de cintas como Cecilia y Alicia en el pueblo de Maravillas hasta las que motivaron la decisión de cancelar el rodaje del f ilme Cerrado por reformas; desde las palabras de presentación de los primeros documentales realizados por el ICAIC hacia 1960 hasta las pronunciadas en ocasión de recibir, en el año 2003, el Premio Nacional de Cine. Buena parte de ella conserva aún hoy el aliento beligerante que impulsó su escritura, certidumbre de una época en la que ideologías divergentes, y a veces francamente encontradas, pugnaban por un protagonismo que en ocasiones desbordaba lo cultural; toda ella, la unicidad y eticidad (causa uno) de un pensamiento creador que si bien lo vertebran tópicos recur rentes –Patria, identidad, arte, cine, poesía...– jamás degenera en uniformidad deformadora, si cabe un juego de palabras que quiero suponer grato al autor de Tiempo de fundación, pues como anuncia el mismo Guevara apenas se abre el libro “no hay creación donde hay moldes estrechos”. Agradezcamos entonces a Alfredo Guevara el haberse sustraído a su vocación primera de en sayista y filósofo en favor del memorante; el habernos develado desde las historias que nacen con el sello de la tras cendencia hasta los relatos mínimos pero nunca prescindibles que conforman la otra Historia; el habernos enseñado desde el ejemplo y nunca desde el sermón, que aun en medio de las más grandes conmociones, de las transformaciones más radicales, por difícil que pueda parecer, siempre hay tiempo para fundar. Revolución y Cultura 62 Suleidy Peñate Ramos a primera vez que estuvo en Cienfuegos fue en 1999 para presentar La vida es silbar, de gran acogida por el público sureño. En esa ocasión me quedé con ganas de hablarle. Luego volví a verlo andar las calles de La Habana, o sentado en alguna que otra de las avenidas más concurridas. Otra vez la maldita timidez me impidió acercármele. Lo volví a ver y esta vez no lo iba a dejar escapar. Se sentó delante de mí en la Asamblea de Balance del Centro Provincial de Cine de Cienfuegos: entonces supe que el 2004 había comenzado bien. Le pasé una nota pidiéndole una entrevista; le re-sultó gracioso saber que me iba a ayudar a matar un “enano gigante”. El día anterior se había estrenado Suite Habana en el cine teatro Luisa de la llamada P erla del Sur. Las cuatro tandas no fueron suficientes y ese fue el motivo de mi primera pregunta. –¿E STABA FERNANDO PREPARADO PARA EL ÉXITO QUE HA TENIDO EN TODAS PARTES SUITE HABANA? –La experiencia de la reacción del público con Suite Habana, es algo que estoy tratando de asimilar todavía, realmente a mi nunca me había pasado algo así y es una emoción que va más allá de la película, me ha reafirmado muchísimas cosas. Yo quiero mucho mi realidad, la quiero entrañablemente, quiero mucho a la gente que me rodea y compartir los problemas que tienen, los sueños, las dificultades. Me animó la idea de ser sincero con esa realidad que uno obser va, no maquillarla, no ocultarla, no edulcorarla. No tratar de darla como modelo cuando todavía no lo es. Ese es un sentimiento que nosotros tenemos y ese es el cine que yo siempre he querido hacer. –¿C UÁL ES LA GÉNESIS DE ESTA CINTA ? –Me estás haciendo pensar un poco. Recuerdo que cuando hice Madagascar me inspiré cruzando el puente de hierro en bicicleta; con Suite Habana yo creo que ha habido varios momentos o un cúmulo de momentos que yo he vivido caminando por las calles, viendo personas que sin conocerlas las he convertido en personajes de mi historia: viejitas que venden maní, el que está tratando de arreglar su casa... Claro, investigué muchas Habanas, porque hay muchas, como hay muchos Cienfuegos, depende de cómo tú lo vivas, pero al final decido quedarme con la más representativa, porque es la más popular aunque no es la más representada en los medios de comunicación, tanto los nuestros como los de afuera, esa es La Habana que yo más quiero, porque formo par te de ella. Ha sido un cúmulo de sentimientos, de vivencias y luego el momento de encontrar los personajes. –¿Y QUÉ TIPO DE CINE SE PROPUSO HACER? –Un cine del que participe con amor y positivamente, sin ánimo destructivo, que sí refleje con claridad y sin complacencias una realidad, pero con amor, que es lo que me mueve. –A SU JUICIO, ¿CUÁL ES EL PAPEL QUE DEBE JUGAR EL CINE DE HOY? –Siento que a veces la mirada sobre la complejidad de la realidad no está muy representada en los medios y eso me hace preguntarme por qué. El papel del arte o una función del arte es esa, al menos ese es el cine que a mí me interesa hacer, y lo hago desde aquí, participando, más allá de la crítica. No me considero crítico de nada, lo que trato es de expresar lo complejo de la realidad, aunque muchos me han llamado y me han dicho que es una película subversiva y reaccionaria y le dan esa lectura. El cine no debe dar la espalda a la realidad, a esa otra cara de la realidad que, como te decía, no siempre es la más representada. –¿ENTONCES PODRÍA PREGUNTARLE CUÁL ES LA RESPUESTA DE F ERNANDO PÉREZ A QUIENES TILDAN A SU PELÍCULA DE REACCIONARIA Y SUBVERSIVA? –Muchas veces me han preguntado “¿usted cree o no en la Revolución?”, y siempre he contestado: yo sí creo en la Revolución como el grado más alto del mejoramiento humano, no creo en la Revolución cuando se convierte en burocracia, dogmatismo, fanatismo, porque en definitiva la Revolución la hacemos seres humanos y los seres humanos nos equivocamos, y yo creo que de la dinámica, de la participación, de la crítica, de la autocrítica, se llega al mejoramiento del proceso. Mi respuesta para quienes dicen que Suite Habana es subversiva y reaccionaria es una sola: yo sí creo en la Revolución. 63 Revolución y Cultura OTRO SAAVEDRA DE E Erena Hernández El método se autorretrata l único animal que ríe fue el título de la última exposición de Lázaro Saavedra en una salita transitoria del Museo Nacional de Bellas Artes, efectuada entre el 12 de septiembre y el 20 de octubre. Había obras ya conocidas y otras facturadas en el 2003. Siempre la misma impresión ante su trabajo: la sonrisa inevitable y la sensación que se burla de todo: del propio arte y del espectador. Lázaro es una especie de negativista, de alguien para quien ir en contra de todo parece ser una especie de principio. Por otro lado es una suerte de deconstructor nato. Piezas específicas sugieren estas ideas, como Joshimon , instalación con diversos soportes de papel, dedicada al karate. Por otro lado, su afán conceptualista del documento como instancia prevaleciente se manifiesta en Las cosas no son lo que aparentan, serie fotográfica digital, realizada para internet y convertida a soRevolución y Cultura 64 porte de video. Estas resultan imágenes aparentemente convencionales, de paisajitos abstractos, lindones, inocuos; pero si uno lee los impresos donde viene la documentación que comenta lo que dicen los navegantes de internet, resultan frases tan “picúas” y cursis que una se percata que el chiste no está en el uso de la tecnología, sino en la burla sardónica que él hace de los usuarios del medio. En Todo final es el comienzo de alg o que nunca se sabe, conjunto de ocho fotografías en colores, donde destacan Paisaje suizo, Sobre la imposibilidad de encontrar la fuente de todas las fuentes, y No todos los chacras son redondos, aparentemente pareciera afirmarse más en lo estético; pero lo gracioso es que son caprichosos “cuadritos” elaborados a partir de la repetición de fragmentos de imágenes tontas, que dan un poco la sensación de abstracciones geométricas. Igual sucede cuando pone tres refrigera- dores en el espacio museable, o en El método se retrata, donde usa recursos del Pop y a la vez parece atenerse al manido gesto duchampiano que establece algo así como que “esto es arte porque está puesto aquí por mí y yo decido que lo sea”. Y uno se encuentra con arte hecho con cualquier cosa, siempre con abundante graffitti desacralizador, que en Lázaro apabulla hasta el cansancio. En resumen, es cuestionar todo, todo el tiempo, hasta las mismas interrogantes de ¿qué es arte y qué no?, ¿qué es lo artístico?, ¿para qué lo estético?… (Después de Dadá, Duchamp, el Pop y Beuys ya casi no hay nada nuevo bajo el sol). Es un querer desconcertar, molestar, provocar reacciones psicológicas y emotivas en el espectador. Recuerda preceptos de Kosuth y Beuys – citados en las páginas 328 y 329 respectivamente de Del Pop al Post, antología de Gerardo Mosquera, Editorial Arte ESTIRPE QUIJOTESC y Literatura, 1993–: “El arte no está en el objeto, sino en la concepción que el artista tiene del arte a la cual se subordinan los objetos”. Y, “La formación de una idea es en sí una escultura”. Lázaro todo el tiempo desconcierta, molesta, en el sentido de querer bajar los humos al arte, al artista, a la institución… al propio discurso. Es la irreverencia como norma, como método, esa que brota de la propia mirada de él como persona, que cuando enfoca a los demás parece querer desnudarles, adivinarles el pensamiento, y estar presto al ataque o a la defensa, pero siempre en guardia. Ofensiva desde quien tiene la conciencia de que, a fin de cuentas, en realidad, nada ni nadie es verdaderamente importante, o mejor, trascendente, como si dijera: “total, todo es mierda”. Pero a la misma vez es capaz de enfocar hacia los micro detalles de la vida, y se fija de pronto en las actividades de unas avispas muy inteligentes en un charco fangoso, en lo aparentemente banal, siempre con agudeza fuera de lo común, y siempre desde la burla o la ironía. Al igual que en las fotos donde los chacras son tapas de tragantes de agua de la calle; o en la fuente, un simple chorrito de agua que tiene por paisaje fondos inconexos; o en Paisaje suizo, donde da el todo por la unión de las partes, que no parecen ser otra cosa que cachitos de puertas. Son lugares comunes las frases que la crítica adjudica a la labor de Lázaro. Mosquera ha señalado “que practica un humor deconstructor del absurdo y de la retórica de la realidad […] Es una voz de la calle metida dentro de la galería […] Un representante de los estratos populares.” Quizá la idea más certera es como se da en él “el quiebre del aura de la obra con mayúscula”. Abdel Hernández, por su par te, ha dicho: “La obra como ejercicio y el papel de los juegos en la configuración de las ediciones obras”. Mientras que Rafael López ha mencionado que “sus recursos comunicacionales y expresivos provienen, en parte, de la tradición gráfica más pura –humorismo, diseño gráfico– y cobran ese carácter inusitado al ser mezclados desembarazadamente con ciertas soluciones del oficio plástico y al usar estas últimas como referencia irónica, llamando la a-tención en ocasiones sobre su peculiar carácter de “pintura” en un v erdadero ejercicio metalinguístico”. Entonces, no habría nada más nuevo que decir de él que no haya sido dicho ya. Lo más asombroso de su caso, siendo un creador para quien la actitud ante el arte es algo consustancial al ejercicio de éste, es que habiendo tomado la producción simbólica los derroteros que ha tomado en el 2003 (y ya desde los noventa, “money talks”), cuando los artistas se han buscado sus galerías y hasta museos “afuera”, volcándose al mercado, o concesiones mediante o exponiendo lo mejor en el extranjero y la paja “adentro”, porque van y vienen. Lázaro, sin embargo, si acaso, obtiene la ventaja de alguna que otra bequita, pero se mantiene “islado” y sin hacer indulgencias, con nada ni con nadie. Es el mismo artista y la misma persona de siempre. Escasa virtud hoy día, lo que es de encomiar. Sobre todo, la necesaria presencia de un creador como éste en el depauperado magisterio del Instituto Superior de Arte, donde ojalá se mantenga por largo tiempo. Aire frío 65 Revolución y Cultura Alejandrina, artista cubana, entre O Ñ U E S y REALIDAD Claudio Nembrini Paisaje, acuarela 45 x 60 cm Revolución y Cultura 66 n Cuba, a algunos artistas de nuestro tiempo les ha tocado dar vida a un género que de alguna manera recuerda una cultura antigua como la andina, en las distintas ramificaciones territoriales, con las historias y los sentimientos de sus pro-tagonistas, pequeños y grandes. Una cultura fundada en la iconografía, a la vez sacra y profana, de los objetos rituales dorados y plateados, derivados de las tradiciones preincaicas, retomadas para nuevos usos por la colonización española, con su matriz católica, y heredadas por las generaciones posteriores. El soporte más difundido y sugestivo de las imágenes propias de esta tradición ha sido el material textil, que unía las modalidades del mundo popular con la tradición aristocrática, como pasó (en algunos sentidos en Occidente) con el gran arte bizantino. Como premisa, el mundo caribeño, el cubano en particular, ha estado sustancialmente ajeno a esta tradición. Por lo menos hasta donde sepamos no hay testimonios importantes en este sentido. De manera que son recientes y sorprendentes los cimientos fundados en el soporte textil, que se manifiestan en una línea expresiva que aúne la riqueza del mundo popular (sus creencias, sus ingenuidades, sus rituales) con los refinamientos de un mundo culto. A este proceso se une el sentido del ritmo, de la música, muy caribeño, que se obtiene, sin embargo, no volviendo a visitar los arquetipos clásicos del mundo afrocubano como lo practican artistas locales, incluso los excepcionales como Wifredo Lam, sino con los colores, con su fragancia cromática, que a su vez hace pensar en la iconografía de los ritos religiosos locales muy frecuentes, incluso, en la decoración doméstica. Es posible que sólo el material textil podía restituir, en forma de cuento, de narración a través de las imágenes, el encanto de un universo real y fantástico, conservando su unicidad, y es posible que sólo una artista culta y desmistificada como Alejandrina, pero con una energía creativa intacta, totalmente auténtica, preservada desde la infancia transcurrida en Cárdenas, (pueblo tan mágico y misterioso como el Macondo inventado por García Márquez en la cercana ribera caribeña colombiana), podía dar vida en Cuba a un intento tan original, en el que la naturaleza y la cultura se funden, concurren en la creación de un mundo nuevo, donde lo cotidiano con sus alegrías, sus dolores, sus peripecias, sus absurdos, sus excesos, sus verdades, sus mentiras, sus esperanzas, pudiera encontrar una representación no mimética, realística, fantástica, más real que lo real, gracias a los medios expresivos recordados. El llamado a la tradición del continente latinoamericano por una parte, y por la otra, la atención por los lenguajes modernos, aprendidos por la artista en Cuba y durante sus estancias en Europa. De allí el recurso –aunque contenido– al juego surrealista, con su vocación por lo absurdo, por alternar, hasta confundir, el plano real con el fantástico, a cuya atención contribuye la futilidad sugestiva de los ornamentos, incluidos los «toques» de oro y plata, que le confieren magia al conjunto, como en los antiguos tapices preincaicos o en las tablas bizantinas. En Alejandrina los brillanticos parecen dar vida a copos de nieve coloreada, que en Cuba no existe, ni blanca ni coloreada, pero que se vuelve ilusión, evasión de lo cotidiano, del lugar real del acontecimiento, como en los cuentos de hadas. Las figuras que pueblan sus «cuentos» con los ojos bien abiertos, a veces en forma desmedida, que hacen pensar en un estupor frente al mundo, pueden sonreír o lamentarse, ser amigos o implorar, pero están siempre en un frágil equilibrio entre la comedia y la tragedia, aun cuando su tono ingenuo tienda a reducir la cifra culta y devolverla a un universo popular. Es el juego de ilusiones alcanzado con el medio expresivo, una vez más lo que lleva al observar a ser sorprendido, a impedirle encerrar su lectura en los esquemas canónicos que El ángel del cañaveral, óleo/lienzo 60 x 50 cm posee. También porque, en este proceso, contribuyen otras categorías a las que Alejandrina recurre con maestría: la ironía, lo grotesco, categorías acentuadas por el empleo de materiales «espurios» en forma de collages: pequeños cuerpos (botones, costuras, telas superpuestas, otros elementos de lo cotidiano) que asumen una fuerza expresiva, se funden con el óleo y la tempera, dialogan con la acuarela, se convierten en lenguaje y no en descubrimientos o ensamblajes de objetos según las modalidades intelectualísticas del «nuevo realismo» de moda en Europa durante los años sesenta. A lo sumo, alguna afinidad con la moderna cultura europea puede localizarse en el arte «brut» de Dubuffet y de los otros exponentes de esta tendencia de oposición a las formas cultas, en la que aparecen materiales varios, orgánicos o no (arena, repello, fango, basuras, etc., fundidos con papel periódico, vegetales, alas de mariposa, fósiles). Una especie de inmersión en los meandros del mundo primogénito, liberada de las incursiones culturales académicas y también en el de la memoria, que en Alejandrina, de forma personal, original, lleva a la infancia, la cual, vuelta a visitar con un probable toque de nostalgia, viene trasladada al mundo creado y recreado, con el necesario distanciamiento, para que las experiencias de la vida, ya consumadas, no la asedien, para ni celebrarla ni negarla. De manera que lo real, con sus durezas y sus absurdos, asumido a medio camino entre memoria y presente, termina por parecerse siempre más a las imágenes inventadas dentro de las cuales se esconde, creando una combinación continua de los planos, entre la realidad vivida y el sueño. Pero también en el observador provocan un traslado geográfico, capturando del mundo mágico y funambólico que estas imágenes liberan: ese también es el misterio del arte. Sembrando la dulzura, óleo/lienzo 60 x 50 cm 67 Revolución y Cultura Otros (muchos) Premios A cargo de Tania Chappi Reynaldo González, Premio Nacional de Literatura El amigo y colaborador asiduo de nuestras páginas, Reynaldo González, obtuvo el Premio Nacional de Literatura 2003, al imponerse por unanimidad entre once candidatos propuestos por treinta y cuatro instituciones de la Isla. Al frente del jurado, Lisandro Otero, cumpliendo la tradición de que el premio del año anterior encabece el grupo que elegirá al sucesor, destacó que la coincidencia que hubo desde el principio en galardonar a este autor en plena madurez y dominio de sus recursos expresivos, y de intensa huella en la vida cultural cubana. Novelista, ensayista y periodista de largo ejercicio, Reynaldo atesora una obra abarcadora de altos méritos artísticos, que conjuga varios estilos con idéntica hondura, gracia y erudición filtrada por la maestría y la sensibilidad popular. A juicio de la crítica, él es dueño de una prosa siempre documentada y enriquecida con un peculiar sentido del humor, tan seductor como polémico y en ocasiones sardónico. En su caso es un vehículo idóneo –añaden– para abordar temas que van desde la historia y el recuerdo hasta la inmediatez. A su pluma se deben textos medulares para el conocimiento de la identidad nacional, en particular La fiesta de los tiburones, que lo revela como un antro-pólogo de primera línea. Nacido en Ciego de Avila, en 1940, Reynaldo González suma este Premio a otros no menos importantes como el Italo Calvino de novela, y el Juan Rulfo de Radio Francia Internacional en cuento. Ha merecido, además, por cuatro veces el Premio Nacional de la Crítica Literaria y el Premio Nacional de Periodismo. Llegue nuestra felicitación a él, quien fuera fundador y redactor-jefe de esta revista. (Fuente: PL) Revolución y Cultura Como en ocasiones anteriores, el encuentro entre dos años, uno que acaba y otro que comienza, trae la satisfacción de que numerosas personalidades reciban el reconocimiento por toda una vida dedicada a la cultura. Lo que sigue es una apretada lista de la mayoría de ellos: en Ciencias Sociales lo mereció la investigadora, historiadora y profesora María del Carmen Barcia Zequeira, doctora en Filosofía y Letras, en Ciencias Históricas, Profesora Titular e Investig adora Titular de la Universidad de La Habana. De su amplia bibliog rafía, el último título, La otra familia (Parientes, redes y descendencia de los esclavos en Cuba), resultó ganador del Premio Casa de las Américas 2003 en la categoría de ensayo histórico social. En Edición, el lauro correspondió a Esteban Llorach por su trabajo de treinta años, extensa trayectoria en la que destaca su quehacer con el sello Gente Nueva y el haber sido distinguido en cinco ocasiones con el Premio La Rosa Blanca de la UNEAC. En Música fueron varios los homenajeados esta vez: Juan Formell, Luis Carbonell, Celina González, Manuel Duchesne Cuzán, Domingo Aragú y Lázaro Ross, todos de imborrable huella. En cuanto a los correspondientes a la Enseñanaza Ar tística, lo recibieron maestros de la talla de Harold Gramatges, Raúl Eguren y Adigio Benítez. Y finalmente, J oel James Figarola, en Investigación Cultural, e Hilda Oates y Héctor Quintero, en Teatro, venían a confirmar la justeza del camino seguido por todos estos creadores. Y los Carpentier La obra Viudas de sangre, del escritor uruguayo residente en Cuba Daniel Chavarría, obtuvo el premio Alejo Carpentier de novela 2004, que conceden anualmente el Instituto Cubano del Libro y la Editorial Letras Cubanas. El libro trata sobre un asesinato ocurrido en la Ciénaga de Zapata, en la década del cincuenta, y según su autor: «Es una novela cosmopolita, en la que involucro, entre otros, a personajes norteamericanos y de la Rusia zarista». En la categoría de cuento, por otro lado, el lauro recayó en Lázaro Zamora Jo por Luna Poo y el paraíso, mientras que Mayerín Bello fue galardonada por el ensayo Los riesgos del equilibrista (De la poética y la narrativa de Eliseo Diego). Así que los lectores deben estar atentos, para el próximo año. Cuando estos sean publicados, buenos libros caerán en sus manos. Leal, Miembro de la Academia Mexicana de la Lengua La Academia Mexicana de la Lengua, eligió por unanimidad como su Académico Correspondiente en Cuba, al Doctor Eusebio Leal Spengler, Historiador de la Ciudad de La Habana. “Estoy seguro de que esta designación contribuirá a estrechar el nexo cultural entre nuestro país y la gran Isla de donde nos vino a nosotros la lengua castellana”, expresó en una misiva oficial el secretario de dicha Academia, Salvador Díaz Cíntora. Desde la muerte en 1977 del escritor Raimundo Lazo, Cuba no contaba con un representante en tan respetada institución. Se trata, pues, de un acto largamente deseado por los amantes de las artes y las letras en Hispanoamérica y en especial de las dos naciones latinoamericanas. Leal, quien es miembro de la Academia Cubana de la Lengua, manifestó su gratitud ante tan alto reconocimiento, conmovedor para él, al evocar la memoria del laureado Profesor Raimundo Lazo: “a quien tuve el honor de conocer, gracias a mi inolvidable amiga y benefactora Dulce María Loynaz. Me honra sucederle –subrayó Leal–, a pesar de la modestia de mis merecimientos.” FIART, la magia de los manos La IX Feria Inter nacional de Artesanía propuso en PABEXPO un redescubrimiento del mundo, con la presencia de creadores de diecisiete países, incluida Cuba. La muestra de la Isla, por cierto, fue de un muy alto nivel, coloca a nuestros artífices en un lugar prominente dentro del panorama de las artes aplicadas en la región. De la foránea no abundaremos en tan breve espacio. Vale decir que brillaron como en anteriores ocasiones representantes de pueblos con una gran Amor eterno en puntas Un triunfo absoluto constituyó el inicio de la temporada por el LV aniversario del Ballet Nacional de Cuba con el estreno de Shakespeare y sus máscaras, ganadora de uno de los dos premios Villanueva 2004 en danza. Una de las obras del bardo de Stratfordon-Avon que ha encontrado los más diversos canales de comunicación es Romeo y Julieta, hasta el punto que esos nombres se han convertido en iconos de la más exquisita expresión del amor. Un peligroso reto, por tanto, es retomarla. Incluso, el Ballet Nacional de Cuba ha incorporado las versiones de varios coreógrafos, desde aquella antológica en que, con el soporte de la música d e Prokófiev, la coreografía de Alberto Alonso y los diseños de Leovildo González, estrenara Alicia Alonso en el Auditorium de 1956. Pero en la que nos ocupa ahora, resulta deslumbrante la conceptualización tradición en este quehacer: Perú, México, Brasil y Guatemala. Sorprendieron los cubanos con muebles bellísimos en maderas preciosas y bambúes; y en cuero, pudieron apreciarse piezas de gran vuelo artístico, por su trabajo en técnicas mixtas que conciliaban pirograbado y repujado. Gran relevancia tuvo el conjunto de lámparas, entre las cuales reinaron las del maestro Marfil, punto de partida para otros artesanos que han decidido continuar de un modo muy peculiar los códigos del art nouv eau. Muy destacado también fue el trabajo de los orfebres, con mención especial para Raúl Valladares y sus insectos prodigiosos, sin olvidar su escultura Orfebre , hecha en plata, granito y cobre. Es una estructura coreográfica que le imprimió Alicia, en la cual prevalece la danza sobre la pantomima, aunque sin desdeñar la teatralidad. La acción fluye con agilidad, y llega en ocasiones a lo vertiginoso, gracias a los clímax dramáticos, a la impetuosidad en los duelos, o a determinadas danzas que conforman una cadena de acciones muy bien imbricadas por el libreto de José Ramón Neyra. La Prima ballerina assoluta optó por la música de Charles Gounod en lugar de la tradicional de Prokófiev. Ella consideró que “reorquestada en versión instrumental, y con algunos ajustes imprescindibles, era idónea para lo que deseaba expresar, pues se trata de una obra compuesta a partir de la misma idea dramática con notables valores artísticos y de una gran riqueza y variedad”. Recursos que sirvieron a Alicia para que sus personajes lograran transmitir el encubrimiento de sus sentimientos y personalidades, características de esta puesta balletística. No por gusto ella incluyó como personaje a un vendedor de máscaras, que representa al propio Shakespeare. Todo en la escena destila una atmósfera histórica y social de la intransigencia en el siglo XVI (y por supuesto, de hoy), que otorga una categoría de signo y símbolo a las máscaras como objetos alegóricos al arte de la transfiguración dentro y fuera de la escena. Exitoso fue su estreno mundial el verano del pasado año en la Nave de Sagunto, como resultado de una coproducción entre la Generalitat de Valencia y el BNC. Y no menos lo fue su presentación en la complejísima, pues está conformada por miles de piececillas. En la muestra cubana, por último, los materiales formaron parte de las trampas que tienden creadores como Isabel Santos, con sus trabajos en cera que parecen alabastro; o la torre de gran formato en papier maché, estructurada como un tótem, del binomio Blasnel (Blas Mora y Nelso Rodríguez) que exhibe un mosaico de la arquitectura colonial habanera. Lo que parece haber sido creado en cerámica por su perfecto acabado y brillo o en bronce por su color y solidez es papier maché. FIART fue toda una fiesta que, y es lo mejor, continúa anunciando un gran futuro para la artesanía en Cuba y en toda la región latinoamericana. (A. O.) sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana. En todas debe significarse la organicidad y excelencia con que funcionó el diálogo de pareja entre los diferentes bailarines que asumieron los roles protagónicos; así como, dada la importancia que adquiere en la trama el vendedor de máscaras, a los que lo encarnaron. En cuanto a la escenografía, Ricardo Reymena logró con síntesis admirable mostrar la plaza, el palacio y las salidas del inmueble en un entramado bellísimo de madera, gracias al empleo de códigos minimalistas. El decorado, muy funcional, posee como punto focal un retablo multipropósito al centro del escenario. De igual modo, con un vuelo imaginativo espectacular resulta el vestuario de Pedro Moreno, que se atiene a los lineamientos característicos de la época en trajes, tocados y otros atributos del vestir. El diseño de luces, por su parte, es un regodeo de la atmósfera shakespereana, a cargo de Gloria Montesinos, magistral en la Nave de Sagunto, en Valencia, y que se adaptó a las condiciones técnicas de la sala García Lorca. Sin duda, Shakespeare y sus máscaras puede ocupar un plano cimero dentro del arte coreográfico de Alicia Alonso. Constituye una verdadera elegía gestual tributada a la fuerza de un amor que so-brevivió a la muerte y la intransigencia, a pesar del tiempo. (A. O.) Lettres de Cuba, revista cultural cubana en francés Presentada simultáneamente en La Habana y París, la revista cultural digital en francés Lettres de Cuba se propone ofrecer muestras de la cultura cubana al público francófono, así como noticias e información acerca del trabajo que en nuestro país o fuera de él se hace en estos días en el campo de las artes y las letras. Este esfuerzo del Ministerio de Cultura de Cuba de destacar en particular el diálogo de nuestra cultura con las culturas de lengua francesa, en cualquier parte del mundo, se sustenta en el precepto martiano de que los pueblos deben vivir reconociéndose y enseñándose porque la obra humana es una y todos crecemos con ella. Con una periodicidad mensual en sus principales secciones, pondrá énfasis en la cultura artística y literaria, sin menoscabo de otras expresiones de la creación humana que se erigen sobre un pensamiento y una ética humanistas. Así comienza Lettres de Cuba, como ventana al mundo de la cultura cubana y sus conexiones con el mundo de la francofonía. (Fuente: CUBARTE) Revolución y Cultura Redford presenta película sobre el Che Robert Redford presentó en La Habana su última película como productor, Diarios en moto, a la viuda e hijos del legendario guerrillero argentino. El filme, rodado en México, Argentina y Chile, dirigido por el brasileño Walter Salles e interpretado por el mexicano Gael García Bernal, se basa en los diarios del viaje de nueve meses en motocicleta que realizó el Che por América del Sur cuando era estudiante de medicina y tenía veintitrés años Redford fue recibido a la entrada del Cine Chaplin por Aleida March, viuda del Che, y sus hijos Camilo, Celia y Aleidita. «La película es excelente, se basa en un libro que nosotros le dimos a ellos para que la hicieran: Notas de viaje, que son las notas que él tomó durante ese viaje. El discurso que él dio cuando su cumpleaños es real, las palabras finales son reales», afirmó Aleida March a la salida del cine. «La película me pareció muy buena. A la familia nos gustó muchísimo, estamos muy agradecidos de ello, de haber hecho una cosa tan linda, con tanto sentimiento», dijo la hija del guerrillero, Celia Guevara. (Fuente: CUBARTE)