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Zugspitze Tragedia en el Zugspitze El pasado 13 de julio, a las nueve de la mañana, más de seiscientos corredores nos dimos cita en la Martinsplatz de la localidad austríaca de Ehrwald (1.020 metros de altitud) para cubrir los 16 kilómetros de distancia que nos separaban de la cima del Zugspitze (2.944 m), la montaña más alta de Alemania. Nadie podía entonces imaginar la tragedia que se iba a desencadenar. Las previsiones meteorológicas que se hicieron públicas la víspera ya eran malas. Apuntaban lluvia y frío. Y, con puntualidad germana, hacia las ocho y veinte de la mañana, el cielo se cubrió por completo y las montañas que rodean Ehrwald dejaron de ser visibles, mientras caía una cortina de agua. La organización optó sin embargo por dar la salida, esperando que las condiciones mejoraran y los periodos de lluvia alternaran con otros más benévolos. Pero todavía no habíamos recorrido ni un kilómetro cuando un trueno ensordecedor procedente de las montañas dejó 32 atemorizado hasta al más calmado. Entre Ehrwald y el monte Zugspitze se extienden una serie de refugios que en la carrera hacían las veces de puestos de avituallamiento: Ehrwalder Alm (1.502 m), Hochfeldern Alm (1.732 m), Brandjoch (2.110 m), Knorrhütte (2.051 m) y Sonnalpin (2.576 m). El primer tramo por asfalto se convertía pronto en pistas de tierra y luego en caminos de montaña llenos de barro o de peligrosas piedras mojadas. Los tramos más difíciles y resbaladizos estaban dotados de cuerdas fijas, aunque en una muestra de improvisación, algunos anclajes estaban siendo instalados mientras pasaban los corredores. Llegué al penúltimo refugio, Knorrhütte, exactamente a las once y media. La pertinaz lluvia no había cesado ni un solo instante desde la salida. Con la ropa completamente mojada y los primeros síntomas de calambres debido al frío, me dispuse a afrontar los últimos cuatro kilómetros de carrera. Veinte minutos después, la lluvia arreciaba aún con más fuerza. Pronto se convirtió en granizo y, a continuación, en una terrible ventisca de nieve. La temperatura se situó por debajo de cero, pero el viento helado hacía Texto y fotografías: Jorge González de Matauco que la sensación térmica fuera todavía mucho menor. Con las manos hinchadas debido al frío y sintiendo cómo los copos de nieve congelaban mi cabeza conseguí llegar a Sonnalpin, el último refugio antes de la cima. Eran las doce y media. Rápidamente me condujeron a una estancia con otros corredores. Al pararme, quitarme las ropas mojadas, cubrirme con una manta y meter los pies en un balde con agua caliente, comenzaron unos persistentes temblores. Por fortuna, diez minutos después ya estaba recuperado y tomando té caliente. Entonces comencé a ser testigo del desastre de los corredores que continuaban llegando, completamente exhaustos y con síntomas claros de hipotermia. Tumbados en sacos y temblando compulsivamente, esperaban los primeros auxilios. Las bolsas de suero y los secadores de pelo corrían de mano en mano en un recinto que parecía más bien un hospital de campaña. Pero, apenas unos metros más arriba, el drama se vivía en toda su extensión. La carrera se había cortado en Sonnalpin apenas unos minutos antes de mi llegada, por lo que otros corredores más rápidos habían seguido su calvario hacia la meta, que seguía instalada en la cima del Zugspitze. Nadie detuvo a estos participantes, así que se encontraron en medio de un temporal aún más feroz: más nieve, más frío y más viento. Como resultado, dos corredores fallecieron apenas a unos metros de la cima, víctimas de la hipotermia y el agotamiento. Al menos otros seis participantes tuvieron que ser hospitalizados, con síntomas de hipotermia grave. Cabe preguntarse cómo pudo ocurrir tamaña tragedia. Los accidentes en montaña son relativamente frecuentes. Infartos o caídas graves no se pueden excluir en ninguna competición. Pero morir de frío en una carrera es algo perfectamente evitable. Las pésimas condiciones meteorológicas, obviamente imprevistas en pleno verano, no justifican lo ocurrido. En primer lugar, la organización optó imprudentemente no sólo por celebrar la competición, sino también por mantener el recorrido como estaba previsto, es decir, con la meta en la misma cima, cuando lo más lógico, dadas las condiciones, hubiese sido terminar la carrera en Sonnalpin. En segundo lugar, muchos participantes estaban pésimamente equipados, abundaban camisetas y pantalones cortos. Y, en tercer lugar, cabría hablar de las campañas publicitarias y mediáticas que animan a acudir a estos eventos a gente que quizá no esté preparada para ello. Muchos corredores precisaron de asistencia debido a la tormenta