175-194 - Sociedad Española de Emblemática

Transcripción

175-194 - Sociedad Española de Emblemática
ORACIÓN FÚNEBRE, EMBLEMÁTICA Y JEROGLÍFICOS EN
LAS EXEQUIAS REALES: PALABRA E IMAGEN AL SERVICIO DE
LA EXALTACIÓN REGIA
José Javier Azanza López
Universidad de Navarra
«¿Qué es el Sermón? Díjolo Solino: pictura quedam, et imago objecti, una Pintura, un
Retrato del Objeto. Porque Pintor, y Orador, en el pintar no se distinguen: diferencianse
sí en los colores con que pintan. Pues lo que el Pintor estampa en el lienzo con muertos
colores, procura el Orador dibujar en los corazones, con colores vivos»1.
la oración fúnebre, punto culminante del ceremonial funerario
La oración fúnebre, presente en cualquier época de la oratoria sagrada, adquiere
especial relevancia en los siglos del Barroco, sobre todo cuando se trata de la muerte de una persona importante en la jerarquía de los diferentes estamentos de la
sociedad2. En este contexto, la oración fúnebre por los miembros de la familia real
se construye en términos laudatorios a la vez que de cristiana instrucción de los
fieles. Para componer su discurso, los oradores acudían a la consulta de las Sagradas
Escrituras, así como a los Padres de la Iglesia y a los escolásticos medievales de mayor relieve; también los poetas clásicos, oradores, filósofos e historiadores forman
parte del repertorio de obras citadas, y no faltan referencias simbólicas y emblemáticas, evidenciando así su erudición y vasta cultura literaria. El resultado es un texto
hiperbólico y ampuloso, salpicado de epítetos grandilocuentes, en el que sutilezas
literarias y combinaciones ingeniosas se ponen al servicio del halago monárquico.
En la mayoría de las ocasiones, y con independencia de la persona real a que se
dedique, la oración fúnebre participa de una estructura claramente definida que
resume el sentido último del acto: invitación y lamento, reflexión acerca del poder
igualador de la muerte, elogio de las virtudes del difunto, y elevación al reino de los
justos, a los que se suma la mitificación del sucesor al trono. Desde este punto de
vista, existe un evidente paralelismo con los programas iconográficos elaborados
con destino a los aparatos fúnebres, en los que cada uno de los jeroglíficos que lo
integran ocupa un lugar concreto, de manera que su significado particular debe
entenderse a la luz del conjunto3. Es más, como tendremos oportunidad de comprobar en las exequias reales pamplonesas, se produce en muchas ocasiones una
Pérez, Sermones Panegyricos y Morales, 1745, p. 78.
Ver al respecto Cerdán, 1985, pp. 79-102.
3
Manifiesta en este sentido R. de la Flor que, en el contexto del ceremonial barroco, los jeroglíficos
actuarían «como eslabones de un recorrido de piedad —próximo al Rosario, al Vía Crucis—, pensado
para ser paseado y meditado y para que del mismo se extrajeran los efectos piadosos que habían arquitecturizado su programa». Rodríguez de la Flor, 1982, p. 92.
1
2
176
José Javier Azanza López
retroalimentación entre los contenidos de la oración fúnebre y de los jeroglíficos,
de tal forma que aquélla encuentra su plasmación pictórica en las composiciones
que decoran el túmulo, a la vez que éstas son explicadas en el discurso retórico del
orador, que actúa casi como si de una «declaratio» se tratase. La idea de «predicar
a los ojos», que como analiza G. Ledda promueve la presencia de la ausencia4, adquiere así pleno significado, merced a que la imagen —en este caso real— actúa
como eco y caja de resonancia de la palabra, y viceversa.
Dolor y llanto por la muerte regia
La oración fúnebre comienza indefectiblemente por manifestar el dolor que
embarga los corazones de sus súbditos al conocer la fatal noticia de la muerte del
monarca. Así por ejemplo, en los funerales de Carlos III celebrados en enero de
1789 por el Regimiento pamplonés, don Domingo Balerdi exhortaba a cuantos
se congregaron en la Catedral a «llorar la muerte de tal Rey tan querido, que para
tener algún consuelo en la desgracia, éste es el único alivio que os queda»5. Es tan
intenso el dolor por su pérdida que no existen palabras para manifestarlo, y sólo el
llanto se convierte en expresión del sentimiento. Callen pues las bocas y hablen los
ojos, y hágase presente en medio de las naves catedralicias el dios del silencio Harpócrates, «aquel que reprime la voz y con el dedo aconseja silencio», lo describe
Ovidio en sus Metamorfosis. La alusión a Harpócrates es una constante en las oraciones fúnebres pamplonesas, a la que acuden entre otros fray Miguel de Cárdenas
en el sermón predicado en 1665 por el alma de Felipe IV6, fray Buenaventura de
Arévalo en las exequias por la reina Luisa de Orleáns en 17427, o el mencionado
Balerdi en los funerales de Carlos III8. En los tres casos, los oradores citaban el
Libro XXXVI de los Hieroglyphica de Pierio Valeriano9 como fuente de inspiración de una imagen que también aparece recogida en la Iconología de Ripa10 y en
diversos repertorios emblemáticos, caso de Quinti Horatii Flacci Emblemata de Otto
Vaenius, que muestra en su emblema 28 una figura juvenil alada, sentada con los
pies cruzados entre los símbolos del vino y la ira, que se lleva un dedo a los labios;
lleva por mote «Nihil silentio utilius» (Nada más provechoso que el silencio)11.
Ledda, 1989, pp. 129-142; 1996, pp. 111-118; y 2003.
Balerdi, Lamentos tristes, sentidas quejas, 1789, pp. 145-146.
6
«Los egipcios colocaron sobre una Urna a Arpocrates Dios del Silencio, con el dedo cerrando los
labios». Cárdenas, Oracion Fvneral en las Honras de la Catholica Magestad del Rey Nuestro Señor Don Felipe
Quarto, 1665, p. 95.
7
«En día tan trágico sería el mayor acierto fiar a los sollozos el desempeño del discurso, ciñendo
toda la elocuencia a la muda retórica del llanto. Que por esto los Atenienses discretos colocaron a
Harpócrates Dios del silencio en los sepulcros, sirviendo el dedo de candado a los labios, porque más
elocuentes que los labios, son los ojos, cuando son vivos los sentimientos». Arévalo, Threno Fidelísimo en
que desahogó su amante pecho la Nobilísima Invicta Ciudad de Pamplona, 1742, p. 1.
8
«Qué discreta fue la atención de los egipcios. Colocaban a Harpócrates, Dios del Silencio, sobre los
sepulcros de sus amados; porque hay unas desgracias, tan lastimosas al decirse, que aun mucho mejor se
explican con callarse. Calle pues la lengua, pero no calle la pupila de los ojos». Balerdi, Lamentos tristes,
sentidas quejas, 1789, pp. 149-150.
9
Valeriano, Hieroglyphica, 1575, fols. 260v-261r.
10
Ripa, 1987, pp. 314-315.
11
Sebastián, 1995, pp. 303-304. La virtud del Silencio, que en la Edad Media tuvo un sentido
4
5
Oración fúnebre, emblemática y jeroglíficos…
177
Esta llamada del orador al silencio y
al llanto como manifestación de dolor
tuvo igualmente su plasmación gráfica
en los jeroglíficos destinados al túmulo
pamplonés, por cuanto una de las composiciones para los funerales de Bárbara
de Braganza en 1758 estaba protagonizada por un joven que se llevaba el
dedo índice a los labios, solicitando el
silencio de cuantos lo contemplaban,
y acompañado del mote «Occupat me
dolor»12 (Fig. 1). De igual forma, el segundo de los emblemas destinados dos
años más tarde al túmulo de María
Amalia de Sajonia, insistía en la misma idea que el anterior al representar a
«una Matrona llorosa, con el dedo en la
boca, intimando a todas las naciones al
Fig. 1. Exequias de Bárbara de Braganza,
silencio, y haciendo mayor con el silenjerog. 37, Occupat me dolor
cio su llanto»13.
En ocasiones, los fallecimientos de miembros de la familia real son tan seguidos
que el dolor parece no tener fin; así aconteció con la muerte del Gran Delfín Luis
de Francia, padre de Felipe V, en 1711, y de los Delfines el Duque de Borgoña,
María Adelaida de Saboya, y el Duque de Bretaña al año siguiente.Tal circunstancia
es comparada por fray Miguel de Lasaga en la oración fúnebre de estos últimos
con las verdes ramas de amaranto que cubrían sin marchitarse la tumba de Aquiles,
al igual que las lágrimas de los pamploneses reverdecen una y otra vez ante los
trágicos sucesos14. Lasaga cita los Hieroglyplica de Valeriano y el Mondo Simbolico de
Picinelli como sus fuentes de inspiración15. También Alciato recoge el tema en su
emblema «Strenuorum immortale nomen», que muestra a Tetis, la madre de Aquiles, ante la tumba de su hijo cubierta por ramos de amaranto, pues sus heroicas
acciones merecieron fama eterna16.
El dolor por la muerte del monarca es universal, y afecta por tanto a todos
sus súbditos; pero no resulta extraño que el orador lo «personalice» en sus leales
vasallos pamploneses, acudiendo para ello a elementos que constituyen símbolos
y señas de identidad de la ciudad, fácilmente identificables por los asistentes a la
ceremonia religiosa. Es el caso del capuchino fray Tomás de Burgui, que en la
oración fúnebre por Fernando VI llevó a cabo una emblematización de la medalla
fundamentalmente religioso, adquiere a partir del Renacimiento una mayor riqueza y variedad de
significados aplicables al terreno religioso, político, militar o literario. Sobre el tema puede consultarse
Pedraza, 1985, pp. 37-46; Egido, 1986, pp. 93-120; y Egido, 1989, pp. 229-244.
12
Azanza López y Molins Mugueta, 2005, pp. 211-213; Azanza López, 2008, p. 349.
13
Azanza López, 2006, p. 440.
14
Lasaga, Oración Fúnebre y Panegírica, 1712, pp. 3-4.
15
Valeriano, Hieroglyphica, 1575, fol. 403v. Picinelli, Mondo simbolico, 1670, c.3.
16
Alciato, 1993, pp. 175-176.
178
José Javier Azanza López
de oro que lucían en su pecho los regidores del Ayuntamiento que ocupaban
los enlutados bancos junto al túmulo,
con el león coronado entre cadenas en
el anverso, y las Cinco Llagas rodeadas
por la corona de espinas de la Pasión de
Cristo en el reverso17. Por su parte, fray
Buenaventura de Arévalo acudía también a la imagen del león para manifestar el luto de los pamploneses ante la
presencia del túmulo en las exequias de
Luisa de Orleáns18. Esta «apropiación»
del dolor no resulta ajena a los propios
jeroglíficos del túmulo, de manera que
uno de los diez emblemas compuestos
para los funerales de Felipe II en 1598
mostraba «un león que con bramidos
daba espíritu a sus hijuelos», metáfora
del león de Pamplona que trataba de
Fig. 2. Exequias de Carlos III, jerog. 2,
Circundederunt me dolores mortis
reanimar de esta manera al «león de España», imagen por otra parte que goza de tradición emblemática. Un león desfallecido y tendido en la selva, las Cinco Llagas de las que mana abundante sangre al
ser golpeadas con un martillo, y las cadenas del escudo de Navarra fragmentadas
por la huesuda mano de un esqueleto, protagonizan otros tantos jeroglíficos de los
funerales de Bárbara de Braganza como muestra del dolor de los pamploneses y
navarros ante la pérdida de la reina19; y en las exequias de Carlos III, al león que
sufre el ataque del basilisco (Fig. 2) se une el río Arga para testimoniar el amor que
profesaba la ciudad hacia su difunto monarca20.
Los despojos de la Parca y el poder igualador de la muerte
Una vez ha quedado constancia del dolor, la oración fúnebre avanza hacia el
acontecimiento que lo ha provocado, que no es otro que la muerte del monarca:
el tiempo y la muerte que todo lo consumen no pueden faltar en el ceremonial de exequias de la Edad Moderna, no sólo porque constituyen un destino
17
«Cabeza Regia, Imperial Pamplona, ya cayó tu Corona. Porque espiró el LEÓN CORONADO,
que por amor vivía entre las CADENAS de tu pecho; y con desprenderse su Regio Espíritu de las
cadenas de la mortalidad, convirtió en trofeos de la muerte las CADENAS de tu honor, dejándote viva
con LLAGAS, y ESPINAS en tu Escudo; para que simbolicen las interiores, que martirizan a tu pecho».
Burgui, El Salomon Catholico, 1759, p. 3.
18
«Porque si el León a nadie teme, como escribe Salomón en los Proverbios, no obstante cede su
fortaleza generosa, si le ponen a la vista la llama. Esas llamas melancólicas del túmulo, no dudo, hagan
rugir en quejidos de tristeza al fortísimo León de Pamplona, porque León que mucho llora, mucho
ama». Arévalo, Threno Fidelísimo en que desahogó su amante pecho la Nobilísima Invicta Ciudad de Pamplona,
1742, p. 6.
19
Azanza López y Molins Mugueta, 2005, pp. 187-190; Azanza López, 2008, pp. 341-342.
20
Azanza López, 2000a, pp. 551-586. Azanza López y Molins Mugueta, 2005, pp. 239-243.
Oración fúnebre, emblemática y jeroglíficos…
179
común al hombre, sino también por el
sentido trascendental que impregna el
pensamiento cristiano21. Los oradores se
sirven de diversas imágenes para hacer
presente esta realidad, como el eclipse
de sol o de luna, la guadaña o segur que
cortan el tronco del árbol, la centella
que reduce a pavesas la corona, el río
cuyas aguas desembocan en el mar, o
la flor que se marchita, ejemplos todos
ellos que forman parte una y otra vez
de los programas iconográficos compuestos para el túmulo22. Pero si hay
un elemento que adquiere el verdadero
significado de la muerte, éste es el propio catafalco que se aparece tétrico y
lúgubre a los ojos de los asistentes, enlutado de bayeta negra, decorado con
Fig. 3. Exequias de Bárbara de Braganza,
tarjetas de esqueletos y calaveras, e ilujerog. 34, Terribile spectaculum
minado por la trémula luz de centenares de velas que lo convierten en «ardiente y tembloroso Mongibelo». El catafalco,
desde cuyo púlpito portátil predica el orador, sirve a éste para «pintar» la muerte
de una manera directa y eficaz, que llega con nitidez a cuantos escuchan su declamación.
Muchos predicadores comienzan su exordio haciendo explícita alusión al túmulo que el auditorio tiene ante sus ojos. En las exequias por la reina Luisa de
Orleans, fray Buenaventura de Arévalo enfrenta a los asistentes con el catafalco
y su trágico significado: «¿Qué nos anunciáis melancólicas bayetas, opacas luces,
más que de ese túmulo, de los corazones todos? Un susto, una congoja, una triste
muerte»23. Por su parte, fray José Martínez Sicilia se refiere al catafalco levantado
en los funerales de Bárbara de Braganza en los siguientes términos: «Bien entiendo,
funesta tumba de lutos, trémulas luces de palpitantes llamas, lo que nos decís, en
lenguaje tanto más significativo, cuanto menos locuaz, y más silencioso. Ya percibo, que en ese aparato expresáis la funesta noticia de la muerte de nuestra Reyna
Doña Bárbara»24. En esta ocasión además, una representación del túmulo cubierto
de bayeta negra y flanqueado por dos candelabros con cirios ardiendo a cada lado,
protagonizaba uno de los jeroglíficos dispuestos en el cuerpo bajo de la máquina,
21
Ver al respecto Bialostocki, 1973, pp. 185-226. Obligada es también la cita a a Gállego, 1972, pp.
243-251.
22
Incluso el cinocéfalo, animal al que la progresiva muerte de cada uno de sus 72 huesos se convierte en premonición de su fin, es puesto como ejemplo del fallecimiento de Felipe IV en la oración
fúnebre predicada por fray Miguel de Cárdenas, ejemplo que toma del Libro VI de los Hieroglyphica de
Valeriano.Valeriano, Hieroglyphica, 1575, fol. 45.
23
Arévalo, Threno Fidelísimo en que desahogó su amante pecho la Nobilísima Invicta Ciudad de Pamplona,
1742, p. 1.
24
Martínez de Sicilia, Nombre bueno en el nacimiento, y vivir, 1758, pp. 1-2.
180
José Javier Azanza López
de manera que la propuesta del catafalco como metáfora de la muerte redoblaba
su significado (Fig. 3). Incluso entrado el siglo XIX, el catafalco como máxima
expresión de la muerte sigue teniendo protagonismo, como pone de manifiesto la
exhortación de don Ángel Carlos en los funerales de Isabel de Braganza oficiados
en enero de 181925. En su discurso, establece un paralelismo entre la «Real Cuna»
y el «triste féretro» de la reina difunta que en absoluto resulta gratuito si tenemos
en cuenta que uno de los jeroglíficos del túmulo mostraba una cuna junto a un
ataúd cubierto de bayeta, con el mote «Melior est dies mortis, die Nativitatis», en
referencia a la muerte como el momento culminante de todo ser humano porque
a través de ella se alcanza la vida eterna26.
A propósito de la muerte, una idea se repite constante en la mayoría de las oraciones fúnebres, como es su poder igualador, por cuanto a nadie perdona. La «guadaña niveladora» de la muerte pone de manifiesto la condición perecedera de las
glorias mundanas y permite extraer una clara lección moral de desengaño: la dignidad y el poder, la riqueza y el saber, son efímeras apariencias que se desvanecen
ante su triunfo. Hasta los propios monarcas parecen ser conscientes de ello, según
refiere don Domingo Balerdi a propósito de Carlos III, quien, viendo próximo el
momento de su muerte, llamó a sus hijos «y les hizo este razonamiento breve en
trémulas palabras: Mirad, a lo que vienen a parar todas las grandezas, y glorias de
la tierra. Todo es vanidad de vanidades. De una misma manera morimos los Reyes
más poderosos, y los Vasallos más humildes»27. Ahora bien, ¿qué sentimiento provocaba en los asistentes a los funerales el mensaje del poder igualador de la muerte?
Quizás ejerciera un efecto balsámico y reparador pues, a fin de cuentas, también
los señores de la tierra que habían disfrutado de riquezas quedaban reducidos a
polvo, como el más humilde de los mortales; o quizás los llenase de mayor temor,
al comprobar que ni siquiera los poderosos escapaban a su afilada guadaña. Quién
sabe si el predicador de la oración fúnebre no pretendía suscitar lo uno y lo otro,
buscando aplacar y remover los corazones al mismo tiempo.
Uno de los ejemplos más significativos se encuentra en la relación de exequias
escrita por el licenciado López de Cuéllar con motivo de los funerales celebrados
en 1696 por Mariana de Austria; aunque no se trata de la oración fúnebre, parece
oportuno incluirlo por la calidad visual de la imagen y su inspiración emblemática:
«O muerte que a todos igualas! Para todos eres igualmente poderosa. Si eres cruel
para los miserables, soberbia para con los humildes, y fuerte para con los flacos;
estas mismas armas empleas contra los dichosos, contra los soberbios, y contra
25
«Mirad Cristianos que me escucháis, poned la vista en ese lúgubre y melancólico aparato, y encontraréis en él tristes desengaños de la verdad que os anuncio: hallaréis entre las obscuras sombras de
esa enlutada y majestuosa tumba derribada la más brillante corona del Universo, arrojado el cetro más
ilustre, y convertida en triste féretro la Real Cuna de la más augusta de todas las Princesas: veréis tristes
imágenes que os recuerdan la muerte de vuestra Reina María Isabel de Braganza. O muerte cruel!
Qué golpe has dado tan funesto para la España!». Arvizu y Echeverría, Parentación y afectuoso sentimiento,
1819, pp. 66-67.
26
En realidad, el jeroglífico era reaprovechado de los que se confeccionaron para las exequias de
Felipe V en 1746, inspirado a su vez en los que casi un siglo atrás adornaron los muros del convento de
la Encarnación durante los funerales de Felipe IV. Azanza López, 2000b, pp. 33-55.
27
Balerdi, Lamentos tristes, sentidas quejas, 1789, pp. 198-199.
Oración fúnebre, emblemática y jeroglíficos…
181
los fuertes. No exceptúas a ninguno de
alta, o baja calidad, sin que sirva de refugio a la Majestad venerada el trono,
ni de escondrijo al humilde Pastor su
cabaña. Permítaseme copiar la Epigrama de Othovenio, ya que me he valido
de su concepto en esta exclamación…
»28. En efecto, la imagen está tomada
del emblema 99 de Quinti Horatii Flacci
Emblemata de Vaenius que, con el mote
«Cunctos mors una manet» (La muerte
a todos iguala) muestra que ni siquiera los reyes que viven en sus palacios
escapan a la muerte, a la que acaban
rindiendo vasallaje el rico y el pobre,
el monarca y el papa (Fig. 4). Debemos
significar que, en su reflexión, López de
Fig. 4. Vaenius, emblema 99,
Cuéllar copia literalmente la traducción
Quinti Horatii Flacci Emblemata
al español que con el título Theatro moral de la Vida humana en cien emblemas vio la luz en Bruselas en 1672.
La imagen igualitaria de la muerte se mantiene constante a lo largo del siglo
XVIII, y ya en 1711 fray Jacinto de Aranaz reflexionaba a este propósito en las
honras fúnebres por el Delfín Luis: «Profundo desengaño dicta un Príncipe en el
sepulcro, porque allí se mira sin el resplandor de la corona, que tanto deslumbra en
la vida»29. El ejemplo nos recuerda uno de los jeroglíficos compuestos en 1766 para
las exequias de Isabel de Farnesio, cuya pictura mostraba un sepulcro con la lápida
entreabierta que permite contemplar en su interior un esqueleto coronado, en alusión a la muerte de la reina.Tampoco falta en la oración fúnebre predicada por fray
José Martínez de Sicilia en 1758 por el eterno descanso de Bárbara de Braganza,
cuando se lamenta por su temprana desaparición: «O rigores de la muerte! Cómo
arrebatas de nuestra vida lo que nos es más amable! Aprende, hombre, desengaños,
y advierte que lo más alto, lo más soberano del mundo, mira en términos abreviados limitadas sus duraciones»30. A la vez que escuchaban estas palabras, los asistentes
al funeral podían dirigir su mirada a sendos jeroglíficos que insistían en su poder
igualador: las tres Parcas cortando el frágil hilo de la vida, con su explícito epigrama copiado de los Emblemas Morales de Sebastián de Covarrubias31, y el esqueleto
que desde un sepulcro extiende sus brazos para alcanzar a la reina, quien sorprendida al no obtener el perdón de la muerte corre a refugiarse a la puerta de un palacio
(Fig. 5). Todavía en una fecha tan tardía como 1829, fray Vicente de Santa Teresa,
28
López de Cuéllar, Batallas y Triumphos de la Serenissima Señora Doña Mariana de Austria, s.a., pp.
10-12.
29
Aranaz, Sermon funebre que en las reales Exequias del Serenissimo Señor Luis de Borbon…, 1711, p. 27.
30
Martínez de Sicilia, Nombre bueno en el nacimiento, y vivir, 1758, pp. 34-35.
31
En concreto del emblema 19 de la primera Centuria, que bajo el mote «Nulli sua mansit imago»,
está protagonizado por varios esqueletos tendidos sobre la tierra que forman un osario, rodeados de
tiaras papales y coronas reales en clara alusión a lo efímero del poder terrenal.
182
José Javier Azanza López
en su oración fúnebre predicada en las
exequias del Consejo Real por la reina
María Josefa Amalia de Sajonia, insistía
en el poder igualador de la muerte32.
Pero cuando el triunfo de la muerte
parece inevitable y su poder destructor
ha quedado de manifiesto, la oración
fúnebre da un giro total a partir de la
pregunta retórica: «¿Ubi est mors, victoria tua? », tomada de la Primera Carta
de San Pablo a los Corintios33. En una
sociedad como la barroca que cree en
la inmortalidad, la muerte no puede
triunfar si hay esperanza de una vida
ulterior. Por tal motivo, ni el contenido
de la oración fúnebre, ni el programa
iconográfico destinado al túmulo, representan el triunfo de la muerte como
pudiera parecer en primera instancia,
Fig. 5. Exequias de Bárbara de Braganza,
sino el triunfo sobre la muerte que sujerog. 24, Nemine parco
pone el paso del monarca desde la esfera terrenal a la celestial; el rey no conoce sino dos coronas, la de la tierra y la de
la gloria, y si abandona la una es para ingresar de inmediato en la otra34. Por eso
entre los símbolos funerarios no faltan imágenes a las que F. Revilla se refiere acertadamente como «frustraciones de la Muerte», dado que pese a su poder no puede
impedir que se alcance la eternidad, lo cual significa vencer a la muerte desde la
misma muerte35.
Son varios los ejemplos recogidos en las oraciones fúnebres pamplonesas, pero
sin duda uno de los más significativos es el de don José Gil de Jaz, quien articula
gran parte de su sermón predicado en las exequias del Consejo Real por Felipe V
en torno a la cita paulina, resistiéndose a proclamar la victoria de la muerte sobre el
monarca: «No cuentes, cruel Parca, aún por Tropheo, el despojo que intentas de su
vida, hasta que veas primero sus hazañas; y la misma admiración, y pasmo, hará que
no cantes la victoria: Absorta est mors in victoria. Ubi est mors victoria tua? ¿Te admirarás, horrible Parca, de las hazañas de este incomparable monarca, a quien en vano
intentas perseguir con tu guadaña? Pues llegan más allá de la mortalidad los mere32
«¡Qué lección ésta, amados hermanos míos! Aun los Reyes, hasta esos adulados semidioses de la
tierra, son mortales como nosotros. ¡O vanidad de las cosas humanas! Hoy brillan cercados de gloria y
majestad, de todos los prestigios del poder; y mañana yacen en un féretro, rodeados de las sombras de
la muerte. ¿Quién de vosotros duda de la certeza de este oráculo?». Santa Teresa, Oración Fúnebre de la
Reina Nuestra Señora María Josefa Amalia de Sajonia, 1829, p. 9.
33
«Y cuando este ser corruptible se vista de incorruptibilidad y este ser mortal se vista de inmortalidad, entonces se cumplirá lo que dice la Escritura: La muerte ha sido vencida. ¿Dónde está, muerte,
tu victoria? ¿Dónde está, muerte, tu aguijón?». 1 Corintios 15, 54-55.
34
Varela, 1990, p. 125.
35
Revilla, 1983, p. 18.
Oración fúnebre, emblemática y jeroglíficos…
183
cimientos de la Virtud»36. El asunto no
sólo tendrá su reflejo en las oraciones
fúnebres, sino que también los jeroglíficos del túmulo dan testimonio de ello.
«Frustraciones de la muerte» serían la
disputa mantenida entre María Amalia
de Sajonia y la Muerte, en el transcurso
de la cual la reina logra arrebatarle la
corona de laurel que luce la Parca sobre su cabeza37; o la flor de lis que, tras
ser cercenada de su tallo por la afilada
guadaña de la Muerte, asciende gloriosa
al cielo, escena que recoge uno de los
jeroglíficos de las exequias de Carlos
III38 (Fig. 6). Precisamente esta última
imagen sigue muy de cerca el mensaje
de esperanza que transmitía fray Jacinto de Aranaz en su oración fúnebre por
el Delfín Luis, al afirmar que «era flor
Fig. 6. Exequias de Carlos III, jerog. 17,
de Lys el señor Delfín; cortó la muerte
Ubi est mors victoria tua?
esta azucena de la tierra de los vivientes,
para colocarla en el cuadro de la eternidad»39.
Aludía don José Gil de Jaz en su oración fúnebre por Felipe V a los méritos
contraídos por la virtud, por cuanto en la práctica y ejercicio de las virtudes radica
precisamente el triunfo sobre la muerte. Será una vida virtuosa la que garantice
al monarca la vida eterna y lo convierta en modelo de conducta para sus vasallos.
La conducta virtuosa como salvoconducto para la eternidad
En efecto, en esta nueva y triunfante dirección hacia la que encamina el predicador su oración fúnebre, la vida virtuosa del monarca constituye la clave para
alcanzar la eternidad. La muerte se convierte por tanto en triunfo a través de la
virtud, como significa López de Cuéllar en la relación de exequias de Mariana de
Austria: «Murió triunfando la Reyna, mejor diré: Triunfó muriendo Nuestra Real
Heroyna. Pero, ¿con qué armas consiguió tan señalada victoria? No se extrañe
el modo de hablar, que Armas llamó el Apóstol escribiendo a los Efesios, a las
virtudes»40.Y en la oración fúnebre por la reina difunta, fray José de la Encarnación
insiste en la misma idea: «Por sus ponderadas virtudes, pasó de los Palacios del
Mundo, a los Alcázares del Cielo»41. Idéntica reflexión hacía fray Tomás de Burgui
Gil de Jaz, Sermón fúnebre de Phelipe Quinto el Animoso, s.a., pp. 1-9.
Azanza López, 2006, p. 447.
38
Azanza López y Molins Mugueta, 2005, pp. 246-247.
39
Aranaz, Sermon funebre que en las reales Exequias del Serenissimo Señor Luis de Borbon…, 1711, p. 27.
40
López de Cuéllar, Batallas y Triumphos de la Serenissima Señora Doña Mariana de Austria, s.a., p. 62.
Se refiere el orador a la Carta de San Pablo a los Efesios 6, 10-17.
41
López de Cuéllar, Batallas y Triumphos de la Serenissima Señora Doña Mariana…, pp. 250-251.
36
37
184
José Javier Azanza López
a propósito de la muerte de Fernando VI, quien reinaba ya en reino de mayor
ostentación, por cuanto «de un Rey tan soberanamente Virtuoso, gran consuelo
es poder decir que murió, pero no del todo; que dejó de ser Rey, para reinar con
mejor Corona obtenida con los méritos de su vida regiamente Cristiana»42.
Para llevar a cabo una vida virtuosa, la educación en la virtud desde la infancia
resulta fundamental, más si cabe en las personas de alta dignidad. Así lo manifiesta
fray José Martínez de Sicilia a propósito de Bárbara de Braganza, a quien sus padres
proporcionaron una educación cristiana en las virtudes, siguiendo el ejemplo de
los reyes de Persia que daban a sus hijos maestros ilustres para encaminarlos hacia el
buen gobierno43. El predicador se sirve para su ejemplo del emblema XXV de los
Emblemas Regio-Políticos de Juan de Solórzano, que bajo el lema «Educationis vis»
hace referencia a la importancia de la educación del príncipe en la virtud desde
temprana edad para poder acometer con garantía sus deberes como gobernante44.
A partir de aquí, la relación de virtudes cristianas a las que aluden los oradores
resulta interminable. En algunos casos se trata de un compendio con carácter generalista que personifica las virtudes siguiendo muy de cerca la Iconología de Ripa.
Así por ejemplo, Fernando VI fue un monarca pacífico, misericordioso, verdadero
y justo, virtudes sobre las que asentó su reinado, afirmaba fray Tomás de Burgui en
su paralelismo fernandino con el rey Salomón45. Apenas un año más tarde, las interminables virtudes con que fray Francisco de San Miguel revestía a María Amalia
de Sajonia le llevaban a concluir que «no hubo efigie de virtud que no se hallase
esculpida en el Sagrario de nuestra difunta Reina»46.
Pero en otras ocasiones, los oradores abundan en alguna de las virtudes concretas del monarca. De esta manera, el amor y dedicación, ya sea hacia su familia,
ya hacia sus súbditos, se convierten en prendas de incalculable valor cuando de
desgranar sus cualidades se trata, lo cual les induce a establecer una comparación
emblemática con el águila. Es el caso de fray José Martínez de Sicilia, quien propone a la reina Bárbara de Braganza como maestra y protectora de sus vasallos, al
igual que la reina de las aves lo es de sus crías, a las que enseña a volar y protege con
sus alas47. La metáfora viene recogida en diversos repertorios emblemáticos como
Burgui, El Salomon Catholico, 1759, p. 7.
«Fue de los primeros cuidados, que ocuparon la atención de sus Fidelísimos Padres, educarla al
nivel cristiano de las virtudes, que deben adornar a hijas de tan altos Señores.Y sin esta formación, que
perfecciona a los Príncipes, sería tan difícil el logro de la felicidad, y salud pública en los miembros de la
Monarquía, como tirar una línea derecha por una regla torcida. Aun por eso los Reyes de Persia daban a
sus hijos Maestros insignes, y corriendo al cargo de unos el formarlos en las Artes, que los dirigiesen en
las máximas, y operaciones del gobierno, y administración de la justicia; les señalaban otros, que amoldasen sus afectos, y corrigiesen sus apetitos. Y esta educación cuidadosa fue la noble turquesa de que
salió nuestra Reina tan primorosamente formada en las virtudes, que admiramos en España». Martínez
de Sicilia, Nombre bueno en el nacimiento, y vivir, 1758, pp. 18-21.
44
Solórzano, 1987, pp. 72-74.
45
Burgui, El Salomon Catholico, 1759, p. 32.
46
San Miguel, Sacrificio a Dios Inmortal, 1761, pp. 41-42.
47
«Aquella Señora tan amante de sus Vasallos, que cual Águila generosa amante de sus polluelos,
que al mismo tiempo se les propone como Maestra, a quien imiten en volar sublimes a la esfera, y cual
Madre amorosa extiende sus alas para la protección de ellos; se nos proponía a todos sus Vasallos como
Maestra, y ejemplar de virtudes, a quien imitásemos en dar vuelos sublimes a la esfera de la inmortalidad, y piadosa extendía las alas de su protección para amparo universal de toda la Monarquía». Martínez
42
43
Oración fúnebre, emblemática y jeroglíficos…
185
símbolo de los padres que se encargan
de la recta educación de sus hijos, caso
de Bargagli o Camerarius; este último,
bajo el lema «Coelo ut se permittant»,
muestra al águila instalada en el nido y
batiendo sus alas para enseñar a volar a
sus polluelos, uno de los cuales aparece
ya iniciando el vuelo48.
En el mismo terreno del amor y
protección hacia sus súbditos, la generosidad fue una de las virtudes más
apreciadas en príncipes y gobernantes,
atendiendo tanto a las necesidades materiales como espirituales de cuantos
se encontraban bajo su protección. La
caridad del monarca tuvo muchas representaciones en los jeroglíficos de
las exequias reales pamplonesas, desde
la fuente que generosa distribuye sus
aguas y riega las plantas del campo en
Fig. 7. Exequias de Isabel de Farnesio,
las de Bárbara de Braganza y Carlos III,
jerog. 17, Omnibus
al sol que alumbra un paisaje con sus rayos y permite crecer la vida, en el caso de Isabel de Farnesio (Fig. 7). Precisamente
la metáfora solar es la más habitual en las oraciones fúnebres pamplonesas a la hora
de significar la generosidad y desprendimiento del difunto monarca.
En las exequias por Mariana de Austria, fray José de la Encarnación alude en
primer lugar al hecho de que el sol se convierte en símbolo del poder de la monarquía española, según sentencia recogida en el Mondo Simbolico de Picinelli49;
y concluye que como sol actuó la reina en su liberalidad hacia sus súbditos50. La
imagen solar encontraba además su correspondencia en uno de los jeroglíficos
elaborados para la ocasión, dedicado al justo gobierno de la reina51. En la idea
del sol que sale para todos sin esperar ruegos ni méritos insiste don Domingo
de Sicilia, Nombre bueno en el nacimiento, y vivir, 1758, pp. 6-7.
48
El emblemista recurre a la Historia de los Animales de Aristóteles, y al Cántico de Moisés recogido
en el Deuteronomio, para ilustrar las enseñanzas que el águila ofrece a su prole, e insta a los padres a introducir a sus hijos en las virtudes que les elevarán paulatinamente hacia una vida mejor. García Arranz,
1996, pp. 208-211; y 2010, pp. 157-158.
49
En el libro I dedicado a los cuerpos celestes, significa Picinelli que «el inmenso poder del monarca español que rige muchas provincias con su cetro fue representado por el sol que gira alrededor de
tierras, mares e islas, con el mote: “Unus ubique potens” (Uno y poderoso en todas partes)». Picinelli,
1999, p. 200.
50
«Nace para todos este grande luminar, sin esperar méritos para ser generoso, y liberal en sus
influencias; muchos gozan de sus rayos, siendo indignos, de que el Presidente del día los alumbre. Sol
nació la Reina Madre Nuestra Señora, que en la beneficencia fue singularísima, y siempre en su elogio
quedará corta la mayor piedad». López de Cuéllar, Batallas y Triumphos de la Serenissima Señora Doña
Mariana de Austria, s.a., pp. 190-191.
51
López de Cuéllar, Batallas y Triumphos de la Serenissima Señora Doña Mariana…, p. 94.
186
José Javier Azanza López
Balerdi a propósito de la generosidad
de Carlos III52; y para ilustrar el comportamiento del monarca se sirve de la
imagen del Mondo simbolico en la que
con el mote «Non exoratus exorior»,
figura el sol que con sus fecundos rayos ilumina gratuitamente a todas las
partes del mundo, como ejemplo de la
gracia divina53. La metáfora solar sirve
igualmente a Balerdi para abundar en la
perseverancia del monarca y su ánimo
siempre sereno ante las adversidades,
merced a su vida piadosa y a su santo
temor de Dios54; de nuevo una imagen
de Picinelli se encuentra en el origen
de la comparación, la que con el mote
«Semper idem sub eodem», recogida en
el capítulo VI del Libro I dedicado al
sol en el Zodíaco, muestra al astro rey
dibujado sobre la elíptica como ejemplo de la perseverancia e inmutabilidad,
Fig. 8. Saavedra Fajardo, Idea de un príncipe popues su trayectoria siempre es fija y no
litico christiano, Empresa IV, Non solum armis
55
vacila en su camino .
Algunos monarcas se significaron por el valor y fortaleza con que se condujeron
a lo largo de su vida. Es el caso de Felipe V, a quien don José Gil de Jaz compara, a
propósito de las batallas libradas en Italia en los primeros años de su reinado, con la
palmera cuyas ramas resisten el peso56, imagen que en Alciato y Valeriano se convierte en símbolo de la fortaleza ante la adversidad57. No estará de más recordar a
este respecto que una de las empresas que adornaba el túmulo del monarca aludía
igualmente a su fortaleza, si bien en este caso mostraba en su pictura «una Pieza de
Artillería, nivelada para el acierto; símbolo de la Paz, y de la Guerra, que apuntando
al blanco de la razón, con este Lema: Non solum armis»58. El mensaje que quería
52
«Era su bizarría tan sagradamente pródiga, que como sol, que sin ruegos, súplicas o peticiones de
alguno, sale a beneficiar a todos con sus influjos, luces y reflejos, se anticipaba su generosidad al socorro,
aun antes, que explicase su necesidad el mendigo. Fue el Padre de los pobres, el alivio, y remedio de
los necesitados, el Monarca conocido por su excelente caridad». Balerdi, Lamentos tristes, sentidas quejas,
1789, pp. 189-90.
53
Picinelli, Mondo simbolico, 1670, p. 6. Picinelli, 1999, p. 140.
54
Balerdi, Lamentos tristes, sentidas quejas, 1789, pp. 185-187.
55
Picinelli, 1999, pp. 208-209.
56
Gil de Jaz, Sermón fúnebre de Phelipe Quinto el Animoso, s.a., pp. 19-20.
57
Valeriano trae por imagen de la fortaleza una palma de cuyas hojas pende un cocodrilo, sin que
el peso del animal llegue a doblegarla. Alciato recurre a la imagen de la palmera en su emblema «Obdurandum adversus urgentia», para expresar que del sufrimiento de trabajos y dificultades se obtendrá
gran provecho, pues no se pueden alcanzar grandes honras sin haber padecido antes grandes trabajos.
Valeriano, Hieroglyphica, 1575, fols. 205-208. Alciato, 1993, p. 70-71.
58
Gil de Jaz, Sermón fúnebre de Phelipe Quinto el Animoso, s.a., p. 30.
Oración fúnebre, emblemática y jeroglíficos…
187
transmitir era el de un monarca que empleó las armas cuando era preciso, pero
también supo echar mano de otras cualidades como la magnanimidad y la paciencia para alcanzar la paz. En este caso, la imagen está inspirada en la empresa IV de
Saavedra Fajardo, que con idéntico mote y dibujo que el jeroglífico pamplonés
insiste en que la paz y la guerra se han de ajustar con prudencia para que no se
aparten de lo que es justo y ambas miren al blanco de la razón59 (Fig. 8).
La fortaleza resulta a priori una cualidad varonil, pero también algunas reinas
se distinguieron por poseer un comportamiento firme y valeroso; no en vano, un
jeroglífico de Isabel de Farnesio nos hablaba de su fortaleza a través del diamante
que se resiste a los golpes de martillo.Y en la oración fúnebre por Mariana de Austria, fray José de la Encarnación compara la fortaleza de la reina con la resistencia
del olivo, que ante los embates del viento hunde con mayor profundidad sus raíces
en la tierra60, ejemplo tomado de una sentencia del jesuita Jacob Masen recogida
en el Mondo Simbolico de Picinelli61. Conviene recordar que uno de los jeroglíficos
elaborados para las exequias pamplonesas mostraba también una verde y hermosa
oliva cargada de fruto, en alusión a la fecundidad de la reina; aunque el contenido
no era el mismo, quedaba ya implícita a través de la imagen la identificación de la
oliva con Mariana de Austria62.
La prudencia es otra de las virtudes que adornaron a nuestros monarcas, como
queda de manifiesto en más de una ocasión en los jeroglíficos pamploneses destinados al túmulo, donde no resulta extraña la presencia de la serpiente siguiendo la
cita evangélica de Mateo 10, 16: «Estote prudentes sicut serpentes». Fray Francisco
de San Miguel asegura que la paz con que reinaron Carlos III y María Amalia de
Sajonia fue fruto de los prudentes consejos de la reina, que siempre influyeron en
su esposo a la hora de tomar una decisión; y para explicarlo establece una comparación con la figura de Ganímedes, «cuyo nombre, dice Alciato, significa el que
halla en el consejo alegría»63. En la elaboración de la imagen el orador recurre a
las acepciones de Ganímedes recogidas en los Hieroglyphica de Valeriano y en el
Thesoro de la Lengua Castellana de Covarrubias, así como al emblema alciatino «In
Deo laetandum», que muestra el rapto de Ganímedes por el águila de Júpiter, interpretado por Diego López como imagen de la gracia que eleva al hombre hacia
Dios64.También María Amalia de Sajonia actuó como águila que arrebató a Carlos
III, quien como nuevo Ganímedes recibió con alegría los prudentes consejos de su
esposa para elevarse a la alta esfera del acierto en sus decisiones que garantizaron
el progreso del reino.
Precisamente el recuerdo de su esposa permaneció imborrable en Carlos III,
de manera que tras su muerte en 1760 no quiso ofender la pureza de su recuerdo,
acogiéndose siempre bajo el amparo y protección de la Virgen Inmaculada. Para
don Domingo Balerdi, una de las grandes virtudes del rey fue su castidad, tal es
Saavedra Fajardo, 1999, p. 221.
López de Cuéllar, Batallas y Triumphos de la Serenissima Señora Doña Mariana de Austria, s.a., pp.
226-228.
61
Picinelli, Mondo simbolico, 1670, Lib 9.cap. 25.num. 328.
62
López de Cuéllar, Batallas y Triumphos de la Serenissima Señora Doña Mariana de Austria, s.a., p. 93.
63
San Miguel, Sacrificio a Dios Inmortal, 1761, pp. 48-51.
64
Valeriano, Hieroglyphica, 1575, lib.50. Covarrubias, 2006, pp. 955-956. Alciato, 1993, pp. 30-32.
59
60
188
José Javier Azanza López
Fig. 9. Exequias de Carlos III, jerog. 33,
In puritate decor
Fig. 10. Exequias de Carlos III, jerog. 6,
Tutelae pignora certae
así que «no se le pudo advertir acción alguna, ni palabra, que pudiese empañar el
limpio y terso cristal de su pureza»65. El espejo como imagen de la pureza del príncipe, cuyo corazón no debe permitir vicios que lo empañen, cuenta con tradición
emblemática, como podemos comprobar en Saavedra Fajardo, Solórzano o Mendo
entre otros; pero además en este caso, la imagen resultaba visible a los asistentes a
las exequias, pues protagonizaba uno de los jeroglíficos elaborados para la ocasión,
que con el lema «In puritate decor», mostraba un reluciente espejo limpio de toda
mancha como símbolo de la pureza y castidad del monarca (Fig. 9).
La religiosidad del monarca no puede faltar en las cuentas de su rosario de
virtudes. Ésta se manifiesta de múltiples maneras, pero una de las más significativas
es la devoción mariana, que viene a culminar una vida devota y se convierte en
garante de la eternidad. Fray Miguel de Cárdenas ensalza el amor de Felipe IV
hacia la Virgen que le asegura su salvación66; y don Domingo Balerdi no olvida
que Carlos III se condujo con especial singularidad, como puso de manifiesto en
la creación de la insigne Orden de Carlos III en honor de la Inmaculada, para
premiar con ella la virtud y el mérito de sus vasallos, todo lo cual le hacía gozar ya
de la patria celestial67. Precisamente uno de los jeroglíficos del túmulo corroboraBalerdi, Lamentos tristes, sentidas quejas, 1789, pp. 167-168.
Cárdenas, Oracion Fvneral en las Honras de la Catholica Magestad del Rey Nuestro Señor Don Felipe
Quarto, 1665, p. 107.
67
«Pero aún hallo otro nuevo fundamento para persuadirnos, vive ya nuestro amado Rey en la
celestial Patria. Porque si ésta se vincula a los verdaderamente devotos de María, ¿No se esmeró con
singularidad en la devoción de esta Emperatriz Soberana? ¿No la tomó, aun desde niño, por su especial
Madre, Protectora, y Abogada? ¿Quién, en fin, sino su filial, y tierno afecto a esta Señora, le movió, a
que instituyendo el Orden de su Nombre, mandase llevar siempre impresa en la divisa la imagen de
su Concepción Inmaculada? O Rey ejemplarísimo, no sólo provoca tu devoción a la ternura, sino
65
66
Oración fúnebre, emblemática y jeroglíficos…
189
ba las palabras del orador, pues con el mote «Tutelae pignora certae», mostraba a
la Inmaculada Concepción en una gloria de nubes y aferrando con sus manos la
banda de la Orden de Carlos III, de cuyos extremos pendía la Gran Cruz de cuatro
brazos iguales y escudo ovalado en el centro; a su lado quedaba el escudo de armas
de Castilla y León timbrado por corona real (Fig. 10).
La última travesía para renacer a la vida eterna
Tras el extenso recorrido por las virtudes del monarca, el predicador invita a
los fieles a cambiar el sentimiento de tristeza y dolor con que empezó, por el de
alegría y felicidad ante la seguridad de que el monarca goza ya de la vida eterna.
Significativo resulta al respecto la exhortación de fray José de la Encarnación para
concluir su sermón por Mariana de Austria, pues considera que «sólo es ya tiempo
de darnos gustosos parabienes, y muy festivos plácemes, por haber conocido, y sido
Vasallos de una Reyna de tan singulares Virtudes, y de prendas tan admirables»68.
La alegría por tanto debe ser el sentimiento que domine el corazón de los
pamploneses al saber que el monarca ha emprendido ya el viaje definitivo que
le conducirá al puerto eterno de la gloria. Para manifestar el descanso eterno del
monarca, el orador acude con suma frecuencia a la metáfora de la vida entendida como navegación, de manera que
el navío que surca el mar es la imagen
del propio rey que, fijando el rumbo en
su conducta virtuosa y en el temor de
Dios, ha sido capaz de sortear las tempestades y borrascas ocasionadas por el
pecado, para arribar así a buen puerto.
Explícito se muestra en este sentido
fray José Martínez Sicilia cuando, a propósito de Bárbara de Braganza, afirma
que «el bajel de esta vida, y los mortales que en él navegan fluctuantes en
las olas de este mundo, solamente hallan
sosiego cuando toman tierra a las orillas
de la muerte; puerto que abre entrada
a la tierra de los que viven sin temores de morir»69. Y en parecidos términos se expresa tres décadas más tarde
don Domingo Balerdi en su oración
Fig. 11. Exequias de Carlos III, jerog. 7,
por Carlos III, al entender igualmente
Ut portu meliore quiescam
la vida del monarca como navegación
que funda todo esto esperanza cierta, de que siendo la memoria de la muerte tan amarga, ha sido para
vos María el antídoto, que ha servido a suavizarla, y el camino, que os dirigió a la deseada patria de la
Gloria». Balerdi, Lamentos tristes, sentidas quejas, 1789, pp. 209-212.
68
López de Cuéllar, Batallas y Triumphos de la Serenissima Señora Doña Mariana de Austria, s.a., pp. 251-52.
69
Martínez de Sicilia, Nombre bueno en el nacimiento, y vivir, 1758, pp. 30-31.
190
José Javier Azanza López
que ha llegado a su destino final70. Tengamos presente en este último caso que
los pamploneses podían ver «dibujadas»
las palabras del orador en uno de los
jeroglíficos que con el mote «Ut portu
meliore quiescam», mostraba un navío
con las velas desplegadas, significando la
feliz bonanza con que navegó el monarca en confianza de sus virtudes hasta descansar en el puerto de la gloria71
(Fig. 11).
Precisamente en el puerto de la gloria, libre ya de tormentas y tempestades, es donde el monarca renacerá a una
nueva vida de gozo y contemplación
divina. Por tal motivo, no resulta extraño que la oración fúnebre concluya en
ocasiones con la idea de la necesidad de
morir para vivir eternamente. Sin lugar a dudas, este mensaje de inmortaliFig. 12. Exequias de Felipe V,
dad y resurrección encuentra su mejor
Non moriar, sed vivam
plasmación en la imagen del ave fénix,
cuyo mito de resurgir de sus propias cenizas constituye una de las leyendas más
universales y que mayor interés ha despertado en el mundo occidental desde que
fuera importada de Egipto por los viajeros o geógrafos griegos72. El legado de los
autores latinos es recogido por los Padres de la Iglesia y escritores eclesiásticos, y no
tardará en pasar a los repertorios emblemáticos, que la muestran como símbolo del
cristiano que ha de morir para vivir eternamente73. Por todo ello, la imagen del ave
fénix goza de tradición en las exequias reales pamplonesas, pues ya protagonizaba
uno de los jeroglíficos elaborados en 1598 para los funerales de Felipe II; y en el
siglo XVIII es recogido en diversas honras fúnebres, como las de Felipe V (Fig. 12)
y Carlos III, insistiendo en ambos casos en que la muerte del rey en el amor divino
le permite renacer a la vida eterna74. De igual forma, los asistentes a las exequias
de María Amalia de Sajonia pudieron «ver» con sus propios ojos el ave fénix que
les proponía fray Francisco de San Miguel desde el púlpito, por cuanto el primer
70
«Los que creemos con cristiana confianza, que es la muerte embarcación venturosa para el más
seguro puerto de la Gloria, encontramos en la ausencia de nuestro amado Carlos mayor motivo de
gusto. Porque si el justo mientras vive en este mundo es, en frase de San Efrén, un navegante proceloso;
falseará nuestro amor no expresando con gozosos aplausos, y alegrías verle ya libre de escollos, y borrascas». Balerdi, Lamentos tristes, sentidas quejas, 1789, pp. 203-205.
71
Azanza López, 2000a, p. 563. Azanza López y Molins Mugueta, 2005, pp. 244-245.
72
Ver al respecto García Arranz, 1996, pp. 333-361; y 2010, pp. 358-375.
73
Así por ejemplo, Ripa incluye el ave como atributo de las alegorías de la Inmortalidad y la Resurrección, en tanto que Joachim Camerarius le dedica especial atención en su emblema «Vita mihi mors
est», que muestra al ave en lo alto de un promontorio sobre la pira que acaba de construir, rodeada de
llamas que aviva con sus alas mientras mira al sol.
74
Azanza López y Molins Mugueta, 2005, pp. 161-163 y 268-269.
Oración fúnebre, emblemática y jeroglíficos…
191
jeroglífico que decoraba el túmulo mostraba «un Fénix, abrasándose sobre unos
corazones, orlados de cadenas, índice de las armas de Navarra», con el lema «Non
morior, sed orior»75. Una vez más, imagen y palabra vuelven a tener feliz encuentro
para clarificar mutuamente el mensaje de ambas.
El sucesor en el trono, garante de la continuidad dinástica
Una vez el monarca disfruta ya del descanso eterno, el predicador se dispone a
concluir su oración, momento que aprovecha para introducir una alusión al sucesor en el trono, que se convierte en garante de la continuidad dinástica y de la estabilidad política. Sin duda, una de las principales lecciones del ceremonial fúnebre
consiste en mostrar el carácter imperecedero de la monarquía como institución; de
ahí la necesidad de proclamar que la muerte del rey no supone quiebra alguna del
sistema y de resaltar su lógica continuidad en la persona del heredero.
La sucesión dinástica resulta de obligada mención en la mayoría de las oraciones fúnebres. Así, a partir de la cita del Eclesiástico 30, 4: «Mortuus es Pater eius,
et quasi non est mortuus»76, don José Gil de Jaz certifica que Felipe V nos deja a
su amado hijo Fernando, semejante a su padre en comportamiento virtuoso y en
espíritu heroico77. La idea sucesoria quedaba recogida igualmente en el programa
iconográfico destinado al túmulo, por cuanto el jeroglífico núm. 12, bajo el lema
«Abscissum Repullulat», mostraba una azucena que las Parcas cortaban con unas
tijeras; pero a su vez, otra azucena ocupaba su lugar. El epigrama explicitaba el sentido de la imagen78. En fin, otras imágenes como el águila que vuela dejando en el
nido a su cría, o el nuevo sol que ocupa el lugar del que se pone por el horizonte,
deben ser interpretadas igualmente en clave sucesoria.
Concluye así la oración fúnebre, en la que la congoja inicial queda trocada en
regocijo final merced a la erudición y elocuencia del orador, recursos a los que
acude para «dibujar» una imagen del monarca virtuoso que triunfa sobre el poder
destructor de la muerte y es propuesto como modelo de conducta a imitar para
alcanzar la vida eterna. Muchos de los mensajes «pintados» desde el púlpito tienen
origen emblemático, e incluso podían ser contemplados por los asistentes a la ceremonia fúnebre en los jeroglíficos destinados al túmulo, que a su vez adquirían
pleno significado en la disertación del orador. «De la palabra a la imagen, de la
imagen a la palabra»; y, a través de ambas, la transmisión de un mensaje que debe
quedar indeleblemente grabado en los fieles. Ésta es en última instancia la verdadera esencia y significado de la ceremonia de exequias reales.
Azanza López, 2006, pp. 439-440.
«Muere el padre, y es como si no muriese, pues deja tras de sí un hijo como él».
77
Gil de Jaz, Sermón fúnebre de Phelipe Quinto el Animoso, s.a., p. 57.
78
«La Lis en Felipe yace, / Cuando en Fernando florece, / y un solo momento hace, / que aquella
Flor, que fallece, / sea la misma, que nace».
75
76
192
José Javier Azanza López
Bibliografía
Alciato, A., Emblemas, ed. S. Sebastián, Madrid, Akal, 1993.
Aranaz, J., Sermon funebre que en las reales
Exequias del Serenissimo Señor Luis de
Borbon Delfin de Francia, y Padre de N.
Catholico Rey de las Españas, el Señor
Phelipe V, celebradas en la Santa Iglesia
Cathedral de la Ciudad de Pamplona, dia
1 de junio, dixo fr. Jacinto de Aranaz, del
Orden de N.S. del Carmen. Año 1711. En
Pamplona: por Juan Joseph Ezquerro,
Impressor del Reyno.
Arévalo, B., Threno Fidelísimo en que desahogó
su amante pecho la Nobilísima Invicta Ciudad de Pamplona, Cabeza y Corte del Reyno de Navarra. En la muerte de la Augustíssima Señora Reyna Viuda de España, Doña
Luisa María Isabel de Orleans. Viendo publicado sus lamentos en esta Oración Fúnebre, que de su orden dixo Fr. Buenaventura
de Arévalo, Religioso del Sagrado Orden del
Carmen Observante. En Pamplona, en la
Oficina de Pedro Joseph Ezquerro. Año
1742.
Arvizu y Echeverría, X. M., Parentación y
afectuoso sentimiento, que la M.N. y M.L.
Ciudad de Pamplona, cabeza del Fidelísimo
Reyno de Navarra, consagró a la memoria
de la Señora doña Isabel Francisca de Braganza y Borbón, Reina de las Españas, en
las Magestuosas Exequias que con fúnebre
pompa celebró en su Iglesia Catedral en
los días 19 y 20 del mes de Enero del año
1819. Escritas por el Lic. D. Xavier María
Arvizu y Echeverría. Pamplona, Imprenta
de Longás, 1819.
Azanza López, J. J., «Del libro de emblemas
al ceremonial funerario: la emblemática
como fuente de inspiración en las exequias de Carlos III en Pamplona», en
Del libro de emblemas a la ciudad simbólica.
Actas del III Simposio Internacional de Emblemática Hispánica, ed. V. Mínguez, vol.
II, Castellón, Publicacions de la Universitat Jaume I, 2000a, pp. 551-586.
— «Los jeroglíficos de Felipe IV en la Encarnación de Madrid como fuente de
inspiración en las exequias pamplone-
sas de Felipe V», en Emblemata Aurea. La
Emblemática en el Arte y la Literatura del
Siglo de Oro, ed. R. Zafra y J. J. Azanza,
Madrid, Akal Ediciones, 2000b, pp. 3355.
— «La catedral de Pamplona como escenario del drama barroco. Las exequias
de María Amalia de Sajonia (1760)», en
Cuadernos de la Cátedra de Patrimonio y
Arte Navarro, núm. 1. Estudios sobre la catedral de Pamplona in memoriam Jesús Mª
Omeñaca, Pamplona, Cátedra de Patrimonio y Arte Navarro, 2006, pp. 433455.
— «Jeroglíficos en las exequias pamplonesas
de una reina portuguesa: Bárbara de
Braganza (1758)», en Paisajes emblemáticos: la construcción de la imagen simbólica en
Europa y América, ed. C. Chaparro, J. J.
García, J. Roso y J. Ureña, Mérida, Junta
de Extremadura y Editora Regional de
Extremadura, 2008, Tomo I, pp. 339360.
Azanza López, J. J. y Molins Mugueta, J. L.,
Exequias reales del Regimiento pamplonés
en la Edad Moderna. Ceremonial funerario, arte efímero y emblemática, Pamplona,
Ayuntamiento de Pamplona, 2005.
Balerdi, D., Lamentos tristes, sentidas quejas.
Oración fúnebre, que en las Exequias de el
Catholico Rey de las Españas D. Carlos
III, celebradas por la Nobilísima Ciudad
de Pamplona Cabeza del Reyno de Navarra, en la Santa Iglesia Cathedral el día 15
de Enero del año 1789, dixo D. Domingo
Balerdi. Año 1789. En Pamplona: en la
Imprenta de Benito Cosculluela.
Bialostocki, J., Estilo e iconografía. Contribución a una ciencia de las artes, Barcelona,
Barral Editores, 1973.
Burgui, T., El Salomon Catholico, el Amable
Rey Pacifico, don Fernando VI de Castilla, y II de Navarra. Representado como
vivo, y llorado como difunto, en la Fúnebre
Oración Panegyrica, que en sus solemnísimas Exequias, celebradas en la Santa Iglesia
Cathedral, por la Nobilisima Ciudad de
Pamplona, dixo el P. Fr. Thomás de Burgui,
Oración fúnebre, emblemática y jeroglíficos…
Religioso del Convento de PP. Capuchinos
de la misma Ciudad. Año de 1759. En
Pamplona: Por Antonio Castilla, Impressor, y Librero.
Cárdenas, M., Oracion Fvneral en las Honras
de la Catholica Magestad del Rey Nuestro
Señor Don Felipe Quarto. Díxola el Padre Maestro Fr. Migvel de Cárdenas, de la
Orden de N.S. del Carmen de la Antigua
Observancia. Año 1665.
Cerdán, F., «La oración fúnebre del Siglo de
Oro. Entre sermón evangélico y panegírico sobre fondo de teatro», Criticón,
núm. 30, 1985, pp. 79-102.
Covarrubias, S., Tesoro de la lengua castellana
o española, ed. de I. Arellano y R. Zafra,
Madrid, Iberoamericana, 2006.
Egido, A., «La poética del silencio en el
Siglo de Oro. Su pervivencia», Bulletin
Hispanique, LXXXVIII, 1986, pp. 93120.
— «La vida es sueño y los idiomas del silencio», en Homenaje al profesor Antonio
Vilanova, Barcelona, Universidad de
Barcelona, 1989, pp. 229-244.
Gállego, J., Visión y símbolos en la pintura española del Siglo de Oro, Madrid, Aguilar,
1972.
García Arranz, J. J., Ornitología Emblemática.
Las aves en la literatura simbólica ilustrada
en Europa durante los siglos XVI y XVII,
Cáceres, Universidad de Extremadura,
1996.
— Symbola et emblemata avium. Las aves en
los libros de emblemas y empresas de los siglos XVI y XVII, A Coruña, SIELAE &
Sociedad de Cultura Valle Inclán, 2010.
Gil de Jaz, J., Sermón fúnebre de Phelipe Quinto el Animoso, que al Real, y Supremo
Consejo de Navarra, presidiéndole el Excelentísimo Señor Conde de Maceda, Virrey
y Capitán General de este Reyno, predicó
en la Santa Iglesia Cathedral de Pamplona,
el Dr. Don Joseph Gil de Jaz, al presente
Maestre Escuela, Dignidad y Canónigo de
la Santa Iglesia Cathedral de Orihuela. En
la oficina de Pedro Joseph de Ezquerro,
Impressor de los Reales Tribunales de
este Reyno.
193
Lasaga, M., Oración Fúnebre y Panegírica con
que en las Reales Exequias expressó la muy
Illustre Ciudad de Pamplona su gran sentimiento, de las muertes de los Serenísimos
Señores Delphines de Francia. Predicada por
el M.R.P.M. Fray Miguel de Lassaga, de la
Sagrada Orden de Predicadores. En Pamplona, por Juan Joseph Ezquerro, Impressor del Reyno. Año de 1712.
Ledda, G., «Predicar a los ojos», Edad de Oro,
vol. 8, 1989, pp. 129-42.
— «Los jeroglíficos en los Sermones barrocos. Desde la palabra a la imagen, desde la imagen a la palabra», en Literatura
emblemática hispánica: actas del I Simposio
Internacional, ed. S. López Poza, La Coruña, Universidade da Coruña, 1996,
pp. 111-118.
— La parola e l’ immagine. Strategie della persuasione religiosa nella Spagna secentesca.
Pisa, Edizioni ETS, 2003.
López de Cuéllar, J., Batallas y Triumphos de
la Serenissima Señora Doña Mariana de
Austria Reyna Madre de España Nuestra
Señora. En la pompa funeral que el día diez
y ocho de Junio celebraron los Tribunales
Reales de Navarra, siendo Virrey, y Capitán General el Excelentísimo Señor Don
Balthasar de Zuñiga, y Guzmán Marqués
de Balero… Dedícalos a Su Excelencia,
el Licenciado Don Juan López de Cuéllar, y Vega del Consejo de Su Magestad,
y su Oydor más antiguo en el Real, y
Supremo de este Reyno. En Pamplona:
Por Francisco Antonio de Neyra Impressor, s.a.
Martínez de Sicilia, J., Nombre bueno en el
nacimiento, y vivir; en el día de la muerte
mejorado… Oracion funebre en las solemnes exequias por su amada Reyna, y Señora
Doña Maria Bárbara de Portugal, Reyna
de las Españas. La dixo el Rmo.P.M.Fr.
Joseph Martínez de Sicilia, de el Orden de
Predicadores. Año 1758. En la Oficina
de Joseph Miguel de Ezquerro, Impressor de los Tribunales Reales de Navarra.
Pedraza, P., «El silencio del príncipe», Goya,
núms. 187-88, 1985, pp. 37-46.
Pérez, D., Sermones Panegyricos y Morales, que
194
José Javier Azanza López
a diversos assumptos, y en las fiestas más
solemnes del año, predicó el Rmo. Padre
Maestro Fray Domingo Pérez (conocido por
el nombre de Espanta Madrid), de la Orden
de Predicadores… Tomo Segundo. Sermones
de María Santísima, Dedicaciones, y Honras. En Madrid: en la Imprenta, y Librería de Manuel Fernández, Impressor de
la Reverenda Cámara Apostólica, en la
Caba Baxa. Año de 1745.
Picinelli, F., Mondo simbolico,Venetiae, Presso
Combe e La Nou, 1670.
Picinelli, F., El Mundo simbólico, vol. I. Los
cuerpos celestes, ed. E. Gómez Bravo, R.
Lucas González y B. Skinfill Nogal, Zamora, Michoacán, El Colegio de Michoacán, 1999.
Revilla, F., «Particularidades de la simbología funeraria dieciochesca: tres ejemplos
representativos», Cuadernos Internacionales de Historia Psicosocial del Arte, núm. 3,
1983, p. 18.
Ripa, C., Iconología, Madrid, Akal, 1987.
Rodríguez de la Flor, F., «El jeroglífico y su
función dentro de la arquitectura efímera barroca», Boletín del Museo e Instituto
Camón Aznar, T.VIII, 1982, pp. 84-102.
Saavedra Fajardo, D., Empresas políticas, ed. S.
López Poza, Madrid, Cátedra, 1999.
San Miguel, F., Sacrificio a Dios Inmortal, Regia Parentación, y Magestuosas Exequias,
que dictaron poseída del dolor la Fineza, y
de sagrados respetos la Piedad.Y consagra a
ambas magestades Dios Vivo, y la Raquel
Doña María Amalia de Saxonia, Reyna de
las Españas Difunta. Dixo el R.P.Fr. Francisco de San Miguel, Colegial, que fue en
su Colegio Apostólico de Roma, Lector de
Artes, y de Prima Theología en Salamanca,
y al presente de este su Colegio de Trinitarios Descalzos. Año 1761. En Pamplona:
En la Imprenta de D. Miguel Antonio
Domech.
Santa Teresa, V., Oración Fúnebre de la Reina
Nuestra Señora María Josefa Amalia de Sajonia, predicada al Real Consejo de Navarra
en la Catedral de Pamplona el día 15 de
junio del presente año. Por el R. P. Fr.Vicente de Santa Teresa. Año 1829, Pamplona,
Imprenta de Javier Goyeneche.
Sebastián, S., Emblemática e historia del arte,
Madrid, Cátedra, 1995.
Solórzano, J. de, Emblemas Regio-Políticos, ed.
J. M. González de Zárate, Madrid, Tuero, 1987.
Valeriano, P., Hieroglyphica, Basileae, per
Thomam Guarinum, 1575.
Varela, J., La muerte del rey. El ceremonial funerario de la monarquía española (15001885), Madrid, Turner, 1990.
Zafra, R., Los emblemas de Alciato traducidos
en rimas españolas, Lion, 1549, Palma de
Mallorca, José J. de Olañeta. Universitat
de les Illes Balears, 2003.

Documentos relacionados