Escudo Orden - Agustinos Recoletos
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Escudo Orden - Agustinos Recoletos
RETOS DE FUTURO DEL CARISMA AGUSTINO RECOLETO “Responder de forma creativa a los desafíos actuales de la misión evangelizadora” Fr. Miguel Miró SEMANA DE FORMACIÓN MARCILLA, 24-26 DE AGOSTO, 2009 RETOS DE FUTURO DEL CARISMA AGUSTINO RECOLETO “RESPONDER DE FORMA CREATIVA A LOS DESAFÍOS ACTUALES DE LA MISIÓN EVANGELIZADORA” I. ¿POR QUÉ NOS PLANTEAMOS RETOS? Presentación 1. En la Iglesia y en el mundo Misión y renovación Un dinamismo de fidelidad Cambios de fondo y de estructuras ¿Qué nos está pasando? 2. Amor recibido y ofrecido Identidad y sentido de pertenencia Con realismo y esperanza 3. Una mirada de fe Testigos de la esperanza 4. Discernimiento espiritual 2 “Es necesario que seamos siempre nuevos, sin dejar que lo viejo se introduzca en nosotros furtivamente, creciendo, adelantando y renovándose nuestro hombre interior de día en día; no adelantemos envejeciendo, sino haciendo que la novedad misma crezca siempre en nosotros”. SAN AGUSTÍN, Sermón 131, 1 PRESENTACIÓN Todos nosotros hemos sido llamados a vivir con esperanza el carisma de agustinos recoletos y tenemos la misión de hacerlo vida y servicio en la Iglesia y en el mundo del hoy. Podemos plantear el carisma desde una perspectiva teológica o histórica, pero no podemos quedarnos en una formulación teórica; el carisma es un don del Padre y una experiencia del Espíritu que nos une en el amor de Cristo y nos impulsa también hoy a continuar su misión evangelizadora. Si con humildad somos fieles al Espíritu y nos animamos mutuamente, podremos afrontar espiritual y apostólicamente los nuevos desafíos que desde la Iglesia y el mundo se nos presentan. Se me ha encomendado tratar sobre los “Retos de futuro del carisma agustino recoleto”. La situación actual de la sociedad y de nuestra vida consagrada es bastante compleja y pueden hacerse muchas lecturas de la misma. Si hablar del carisma es ya de por si difícil, más lo es hablar sobre los retos que el mismo carisma nos presenta con vistas al futuro. Me anima la convicción de que hay que vivir el presente, haciendo memoria del pasado, pero también mirando abiertamente hacia el futuro para saber qué queremos y reafirmar nuestra esperanza en el Señor Resucitado. Yo no soy profeta ni hijo de profetas (cf. Am 7,14), pero creo que todas las personas consagradas somos enviadas a dar testimonio profético de la primacía de Dios en el mundo. Espero, por tanto, vuestras aportaciones y experiencias en el diálogo posterior para intentar vislumbrar entre todos qué es lo que el Señor hoy nos pide y enunciar algunos retos desde nuestro carisma. Para desarrollar el tema voy a partir de unas consideraciones previas. Situaré, en primer lugar, el sentido que tiene la vivencia del carisma en la Iglesia y en el mundo de hoy, propondré afrontar la realidad con una mirada de fe e indicaré la importancia del discernimiento espiritual en los retos del carisma. Con estas premisas voy a sugerir diez retos de futuro para responder desde el carisma a los desafíos de la misión evangelizadora. En mi exposición buscaré con cierta frecuencia apoyarme en los documentos del Magisterio; creo que nos pueden ayudar a considerar qué es lo que la Iglesia espera hoy de nosotros y nos pueden animar a abrir el corazón a la acción del Espíritu, quien, sea 3 cual sea la etapa de la vida en que nos encontremos, nos renueva interiormente y nos impulsa a trabajar con sencillez, fidelidad y audacia. I. EN LA IGLESIA Y EN EL MUNDO Si consideramos la situación actual de la Orden y buscamos en nuestra historia no sólo las acciones de los hombres, sino también la intervención divina en las vicisitudes humanas 1 , podremos percibir que los agustinos recoletos no tenemos sólo una historia gloriosa para recordar y contar, sino ¡una historia que construir! 2 . Juan Pablo II en Vita consecrata invitaba a todas las personas consagradas a poner los ojos en el futuro para que el Espíritu siguiera actuando a través de ellas. «Estad siempre preparados, –decía– sed siempre fieles a Cristo, a la Iglesia, a vuestro Instituto y al hombre de nuestro tiempo. De este modo Cristo os renovará día a día, para construir con su Espíritu comunidades fraternas, para lavar con Él los pies a los pobres, y para dar vuestra aportación insustituible a la transformación del mundo» 3 . Para llevar a cabo la misión que la Iglesia espera de nosotros no podemos quedarnos recordando con nostalgia el pasado y lamentando las penurias y dificultades del tiempo presente. Tenemos que aprovechar las oportunidades y afrontar las dificultades con la confianza puesta en el Señor. San Agustín a los que en su tiempo se desanimaban por las aflicciones y tribulaciones les decía: «¿O es que ahora tenemos que sufrir desgracias tan extraordinarias que no las han sufrido, ni parecidas, nuestro antepasados? ¿O no nos damos cuenta, al sufrirlas, de que se diferencian muy poco de las suyas? En realidad juzgas que estos tiempos pasados son buenos, porque no son los tuyos… Así es que tenemos más motivos para alegrarnos de vivir en este tiempo que para quejarnos de él» 4 . Vivimos en una sociedad preocupada por la crisis económica y financiera, pero no podemos dejar de constatar también una profunda crisis de valores, una crisis religiosa y moral. Como se ha dicho, "más que ante una crisis coyuntural estamos en una encrucijada de caminos: por un lado, la dirección que lleva a crecer en humanidad. Por otro, la que puede sumirnos en un escalofriante egoísmo global que hunde en la miseria económica a más de dos mil millones de personas y en la miseria moral al resto de la humanidad" 5 . Constatamos cómo «la sociedad cada vez más globalizada nos hace más cercanos, pero no más hermanos» 6 o que el relativismo contemporáneo mortifica la 1 Cf. JUAN PABLO II, Tertio millennio adveniente 17. 2 Cf. JUAN PABLO II, Vita consecrata (en adelante VC) 110. 3 VC 110. 4 SAN AGUSTÍN, Sermón Caillau–Saint-Ives 2, 92 (Puede verse en Liturgia Horas IV, 99). 5 F. AIZPURÚA, “Folletos Con Él” (Revista CONFER y Vida Nueva), n. 298, (2009) 1. 6 BENEDICTO XVI, Caritas in Veritate, 19. 4 razón cuando sostiene que no se puede conocer nada más allá del campo científico positivo 7 . Como en tantas ocasiones, al situarnos en la sociedad nos movemos en dos niveles, uno general y otro personal. En el primero, también nosotros estamos llamados a ser voz profética que proponga una cultura fundamentada en el amor de Cristo y que denuncie con libertad y coherencia sistemas que generan injusticia, explotación e inmoralidad. Y en el nivel personal, podemos «intensificar el trabajo humilde y cotidiano de la conversión de los corazones» 8 . Este es un trabajo que involucra a las comunidades y ministerios de la Orden. Ahora bien, ante la situación del mundo y de nuestros pueblos podemos quedarnos en formulaciones teóricas, dejar que los problemas nos afecten de oídas y seguir tan tranquilos en nuestro mundo de seguridades intocables. Por fidelidad al carisma no podemos desentendernos de la misión evangelizadora de la Iglesia ni de las necesidades de los hombres. Misión y renovación En esta época de cambios tan acelerados y profundos no resulta fácil el seguimiento de Cristo según la identidad carismática y la misión de la Orden. Hoy en la reflexión teológica sobre la vida consagrada se pone de relieve la importancia de la misión. En la llamada está incluida la tarea de dedicarse totalmente a la misión. «La vida consagrada, bajo la acción del Espíritu Santo que es la fuente de toda vocación y de todo carisma, se hace misión, como lo ha sido la vida entera de Jesús» 9 . Se trata, por tanto, de continuar la misión de Cristo desde la configuración personal con él y la vivencia del propio carisma en la comunión misionera de la Iglesia. La misión es ante todo, experiencia de gracia, es verse envuelto en el amor del Padre, en la oblación de Cristo y en el impulso del Espíritu. La misión no se entiende sólo como acción, sino como contemplación y pasión. La misión no significa únicamente “ir o hacer”, sino “servicio de caridad”. La misión es testimonio, es liturgia, profecía y servicio. Evangelizar no es un simple acto individual, el sujeto de la misión es la Iglesia y la comunidad de la Orden 10 . Para comprender mejor la situación actual vamos a mirar hacia atrás y considerar algunos aspectos de la etapa que se inicia al concluir el Concilio Vaticano II. En estos años de cambio se ha desarrollado la vida de la mayoría de nuestros religiosos. Desde entonces se ha ido profundizando sobre la índole misionera de la Iglesia a partir del 7 BENEDICTO XVI, Audiencia (6. 8. 2009). 8 BENEDICTO XVI, Encuentro con los sacerdotes de Roma (27. 2. 2009), <http://www.zenit.org/article-30404?l=spanish> 9 VC 72. 10 Cf. A. BOCOS, “Imaginación misionera e innovación estructural” en Revista CONFER (2007) 46, 922-924. 5 misterio trinitario. Para los institutos religiosos este tiempo ha sido un largo y complejo periodo en el que de una parte ha surgido una fuerte necesidad de renovación y por otra se está de acuerdo que en un mundo que cambiaba en profundidad y con rapidez no se podía permanecer como espectadores impasibles. Han sido cuarenta y cuatro años que no han pasado en balde para la vida consagrada. En el camino de renovación hubo coraje y riesgo. Los religiosos podemos haber errado en algunos momentos o, acaso, haber sido infieles en otros, pero el resultado ha sido positivo. Probablemente, los datos más favorables son: la comprensión de la vida consagrada en la Iglesia, el estudio de los carismas fundacionales, la elaboración de las nuevas constituciones y la expansión misionera. Durante todos estos años se ha hecho evidente la necesidad de lograr una síntesis completa de la evolución de la doctrina conciliar. Sería interesante conocer la aceptación y los efectos de esta doctrina en la Orden. No es el momento de hacer un estudio crítico de esta etapa dura y esperanzadora de nuestra historia. Me llamó la atención esta descripción caricaturizada que refleja tres momentos del proceso posconciliar de la vida religiosa 11 . Antes del Concilio la vida religiosa estaba muy estructurada. Se viajaba por caminos conocidos, como un tren que tiene itinerarios fijos y probados, con estaciones bien delimitadas, por rieles que no dejaban la posibilidad de trazados alternativos. Se podía uno bajar del tren, pero la consistencia institucional y comunitaria era indudable. En la formación se encarrilaba a las personas, ayudándoles a entrar en un cuerpo bien organizado y con muchas vocaciones. Se sabía la dirección y las etapas del recorrido. Las comunidades eran numerosas y se organizaban con uniformidad. Había normas que regulaban la vida entera. Viajar de un continente a otro no era problema ya que no se notaban grandes diferencias. Se valoraba mucho la disponibilidad evangélica para hacer cualquier tarea y en cualquier lugar, pero en este sistema compacto podían subsistir relaciones muy formales con el individualismo de intimidades replegadas sobre sí mismas y poco comunicadas… A raíz del Concilio se experimentaron una serie de cambios profundos e inevitables, en medio de una crisis que estremeció a toda la Iglesia. La inculturación y la inserción impactaron la vida apostólica y comunitaria. Unas veces se hizo con sereno discernimiento y otras no. Flotaba la sospecha de que más que responder a exigencias evangélicas, en realidad se buscaba satisfacer necesidades sicológicas personales, o responder a presiones sociológicas y a presupuestos ideológicos. Se dejó de viajar en tren y se viajaba en automóviles manejables por rutas nunca recorridas antes. El coche de uso personal o de pocos viajeros se mueve con agilidad de un sitio para otro. Los religiosos gozaban de gran autonomía para organizarse. Se valoró más a la persona y se buscó la cercanía con la gente, pero con frecuencia se buscaba también la 11 Cf. B. GONZÁLEZ BUELTA, “Identidad corporativa: ¿Dónde estamos? ¿A dónde queremos ir?” en Manresa 76 (2004) 213-230. 6 autorrealización personal. Y tal vez podemos ver en este modelo el reflejo del individualismo competitivo de la modernidad. El activismo que somete a las personas a un ritmo estresante urgido por los grandes desafíos o seducido por el horizonte de una sociedad más justa dificulta la vida comunitaria. Posteriormente, han surgido nuevas generaciones que han crecido en la posmodernidad, son jóvenes a quienes les gusta sentir emociones fuertes y provocar admiración. Les gusta subir a la montaña en un “todo-terreno” y lanzarse de cuando en cuando con el ala delta desde lo alto dejándose llevar por el espacio dialogando con las corrientes imprevisibles de los vientos, inventando constantemente su itinerario, sintiendo la sensación de sobrevolar la tierra común y cotidiana, la rutinas implacables y las estructuras de las instituciones y comunidades. Buscan una nueva manera de sentir y gustar la realidad y reflejan un individualismo narcisista y hedonista. Se sienten atraídos por la vida religiosa y sus propuestas radicales. La dificultad está cuando este vuelo solitario y gratificante aterriza en grupos humanos concretos con la exigencia ineludible de las instituciones y de las comunidades y sienten el peso de la vida cotidiana. Entonces con frecuencia sus sueños se desvanecen y buscan aterrizar en otros tipos de vida menos exigente y en los que esperan sentirse más acogidos. El individualismo y las otras dificultades de estos tres modelos pueden seguir vivos entre nosotros, aunque de manera desigual, según las generaciones y las comunidades. Pero también siguen vivas las dimensiones constructivas de estos tres modelos de vida religiosa. El desafío es crear hoy una vida comunitaria desde las raíces mismas de nuestra identidad, que nos permita vivir nuestra vocación de agustinos recoletos de manera integrada y feliz, y que sea también signo de la novedad del evangelio que sigue generando futuro en medio de nuestra realidad. Un dinamismo de fidelidad Podemos completar esta síntesis con una alusión al proceso personal de cada religioso. Creo que hay que conjugar los dos aspectos. En el apartado Mirando hacia el futuro, dedicado a la formación, de la exhortación Vita consecrata hay un número que me llama siempre la atención, el número 70: En un dinamismo de fidelidad. En este número se afirma que «hay una juventud del espíritu que tiene que ver con el hecho de que el religioso busca y encuentra en cada ciclo vital un cometido diverso que realizar, un modo específico de ser, de servir y de amar». Y se indican las dificultades de los primeros años de actividad apostólica, el riesgo de rutina de las personas de media edad, el peligro de un cierto individualismo de la edad madura y la oportunidad de la edad avanzada para dejarse plasmar por la experiencia pascual. Los momentos de prueba se pueden convertir incluso en instrumentos providenciales de formación en las manos del Padre 12 . Sabemos que nuestra historia personal está marcada, entre otros factores, por la relación con el Señor, la madurez humana y espiritual, el proceso de formación personal 12 Cf. VC 70. 7 y permanente, la experiencia de la vida familiar y comunitaria y el ministerio desempeñado. La sociedad evoluciona constantemente y los religiosos, que viven en el mundo, experimentan sus influencias. «La cultura de las sociedades occidentales, centrada fuertemente sobre el sujeto, ha contribuido a difundir el valor del respeto hacia la dignidad de la persona humana, favoreciendo así positivamente el libre desarrollo y la autonomía de ésta» 13 . A medida que se ha ido subrayando la visión de la persona como ser en relación, sujeto libre y responsable, se han ido replanteando la vida comunitaria, la formación, el apostolado, el gobierno, la administración de bienes. «Sin embargo, considerando algunos elementos del presente influjo cultural, hemos de recordar que el deseo de autorrealizarse puede entrar a veces en colisión con los proyectos comunitarios; y que la búsqueda del bienestar personal, sea éste espiritual o material, puede hacer dificultosa la entrega personal al servicio de la misión común; y, en fin, que las visiones excesivamente subjetivas del carisma y el servicio apostólico pueden debilitar la colaboración y la condivisión fraternas. Pero por otro lado, la excesiva uniformidad puede amenazar el crecimiento y la responsabilidad de los individuos» 14 . No es fácil el equilibrio y la armonía entre sujeto y comunidad. Cambios de fondo y de estructuras En los últimos años se habla de reestructuración, reorganización e innovación 15 . No se ha dado suficiente importancia a las estructuras y a los cambios de las mismas, se pensaba que eran secundarias y que bastaba con cambiar el espíritu. «No se ha sabido ajustar espíritu y estructura y conseguir que ésta sea viva y vivificadora, flexible y capaz de encarnar lo mejor de la persona y del grupo; tiene no sólo que acoger espíritu sino darlo» 16 . El cambio de estructuras es un proceso que requiere tiempo; pasa por la capacidad de relativizar lo que no es absoluto, creatividad, fuerza interior, fortaleza para superar las dificultades. Se parte de la situación vital en que estamos y se inicia un camino; atentos a lo que emerge sabiendo que es el Espíritu quien revitaliza el carisma e impulsa a la misión. «Lo que se reestructura son las instituciones, las organizaciones, el sistema de formación, pero lo que termina reestructurándose es el religioso y la vida consagrada. Cuando las estructuras son de tamaño humano, sanas, transparentes, 13 CIVCSVA, El servicio de la autoridad y la obediencia, 2 14 CIVCSVA, El servicio de la autoridad y la obediencia, 3 15 Se han empelado diversas palabras para explicar la renovación de la vida consagrada: revitalización, fidelidad creativa, refundación, reestructuración, reorganización e innovación. 16 J.M. ARNÁIZ, “El fenómeno de la preocupación por la reorganización” en Vida Religiosa 106 (2009) 179. 8 adecuadas, misioneras y sencillas el religioso comienza a respirar aire fresco. Para ello se tiene que poner en camino y observar las señales de ruta» 17 . La reestructuración de una congregación «no es un simple ejercicio lógico e intelectual sobre la creación de estructuras. Un instituto religioso no es un organigrama. Lo integran seres humanos comprometidos y sujetos de vidas entregadas y entrelazadas y animadas por un nuevo dinamismo hacia el futuro; por una espiritualidad que nos entrega sabiduría para conocer y valentía para actuar» 18 . La reorganización de las estructuras requiere humildad, responsabilidad, confianza, serenidad, disponibilidad y configuración con Cristo crucificado 19 . ¿Qué nos está pasando? Quizá no nos plantearíamos muchas de estas cosas si no nos viéramos acuciados por la escasez de vocaciones, la escasa consistencia vocacional, la alta media de edad de los religiosos o la dificultad por mantener las obras. La situación se hace más dolorosa cuando parece que sabemos más del carisma y de la Orden, de la comunión en la Iglesia, pero en el fondo sabemos que hay cierta dicotomía entre el saber y el hacer, una ruptura entre lo que decimos y hacemos y la fisura influye en nuestra vida comunitaria y en la misión 20 . Todos conocemos religiosos admirables que con sencillez y alegría están siempre disponibles, tienen vida de oración, una mentalidad abierta y un corazón grande, reflejan unidad de vida, se esfuerzan en la formación permanente y son una bendición en la comunidad. Pero no faltan en el momento presente también escollos y actitudes que dificultan la auténtica renovación. Sabemos que a veces cunde el desaliento, surgen sentimientos de culpa y la tentación del victimismo y hay religiosos que se quedan en los propios males restando energías para nuevas iniciativas. Por otra parte, también se da una evasión autosuficiente. Constatamos el voluntarismo de quien cree que con la voluntad, con disciplina, con normas claras va a cambiar la Provincia y la Orden. Es también una fuga y más frecuente dejarse llevar por la hiperactividad, que lejos de ser una actividad unificada y unificadora del evangelio provoca stress, vacío interior y cansancio. Los logros y las dificultades de la vida consagrada señalados por Benedicto XVI a los superiores y superioras generales en el año 2006 los podemos aplicar a la Orden. «En los últimos años –dijo el Papa– se ha comprendido la vida consagrada con un espíritu más evangélico, más eclesial y más apostólico; pero no podemos ignorar que 17 J.M. ARNÁIZ, “El fenómeno de la preocupación por la reorganización” en Vida Religiosa 106 (2009) 183. 18 J.M. ARNÁIZ, “El fenómeno de la preocupación por la reorganización” en Vida Religiosa 106 (2009) 185. 19 B. FERNÁNDEZ, “Actitudes ante la reestructuración” en Vida Religiosa 106 (2009) 210-215. 20 Cf. J.M. ARREGUI, “La belleza de seguir a Jesús” en el Curso de Renovación OAR para Europa (San Millán, 2007). Apuntes. 9 algunas opciones concretas no han presentado al mundo el rostro auténtico y vivificante de Cristo. De hecho, la cultura secularizada ha penetrado en la mente y en el corazón de no pocos consagrados, que la entienden como una forma de acceso a la modernidad y una modalidad de acercamiento al mundo contemporáneo. La consecuencia es que, juntamente con un indudable impulso generoso, capaz de testimonio y de entrega total, la vida consagrada experimenta hoy la insidia de la mediocridad, del aburguesamiento y de la mentalidad consumista» 21 . No deja de ser sintomático que con demasiada frecuencia sentimos que nos falta vida y experimentamos o percibimos cierto desencanto. ¿Cómo explicamos nuestras reticencias para asumir las dificultades con espíritu de fe? ¿Por qué preferimos con frecuencia lamentarnos y recordar con nostalgia el pasado en vez de intuir el momento presente como una oportunidad para unirse a la cruz de Cristo y reavivar nuestra esperanza? A veces nos ponemos a la defensiva para salvaguardar nuestras seguridades, se bloquea nuestro corazón y buscamos justificaciones racionales acordes con la mentalidad de la sociedad. ¿Dónde está la fidelidad y la creatividad del amor? ¿Por qué surgen tantas dificultades para la contemplación y la vida fraterna? ¿Cómo explicamos el abandono de la Orden de tantos hermanos? ¿Por qué escasean los maestros de vida espiritual y somos tan propensos a multiplicar las actividades? ¿Qué podemos aportar como agustinos recoletos a la Iglesia y al mundo de hoy? Ante estas preguntas sentimos la necesidad de reavivar el amor (cf. Ap 2, 4) en el momento presente de nuestra vida, sea cual sea la etapa en que nos encontremos. Es cuestión de ver las cosas con humildad y afrontar la realidad, escuchar con actitud orante la Palabra y vivir con renovada fidelidad el propio carisma. La renovación es un proceso de conversión, de formación permanente y de discernimiento en el amor. II. AMOR RECIBIDO Y OFRECIDO Por fidelidad a Dios y al carisma recibido, el agustino recoleto está llamado a seguir a Cristo junto con los hermanos de la comunidad para buscar con pasión la belleza de Dios, la belleza del amor que no se marchita ni envejece 22 . La vida y la misión de todo agustino recoleto sólo tiene sentido desde el amor. El Espíritu nos hace capaces de amar y nos impulsa a crecer en el amor, a dar la vida por amor, como lo hizo Jesús. El amor y la unión con Cristo podemos decir que es la fuerza extraordinaria y la gracia que mueve a las personas y genera siempre contemplación, vida fraterna y pasión por servir a la humanidad. «Es una fuerza que tiene su origen en Dios, Amor eterno y Verdad absoluta. Cada uno encuentra su propio bien asumiendo el proyecto que Dios tiene sobre él, para realizarlo plenamente: en efecto, encuentra en dicho proyecto su verdad y, aceptando esta verdad, se hace libre (cf. Jn 8, 22)» 23 . El amor de 21 BENEDICTO XVI, Discurso a las superioras y superiores generales (22. 5. 2006). 22 Cf. SAN AGUSTÍN, Regla 8, 1. 23 BENEDICTO XVI, Caritas in Veritate, 1 10 Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que nos ha sido dado (cf. Rm 5, 5), y este amor nos impulsó y nos sigue impulsando a proclamar el Evangelio. Además, el hecho de que seamos religiosos no puede hacernos perder de vista nuestro sacerdocio en la comunión con los laicos y los otros ministros ordenados de la Iglesia. Para san Agustín Cristo es el único y verdadero mediador que en la cruz se ofreció al Padre para la salvación del mundo 24 . El sacerdocio no es un título honorífico, ni puede entenderse en menoscabo de la misión de los religiosos hermanos que tienen su propio servicio de caridad en nuestras comunidades y en la Iglesia. Con los religiosos hermanos somos agustinos recoletos, para ellos y para todo el pueblo somos sacerdotes 25 . También nosotros como agustinos recoletos y sacerdotes de Cristo tenemos que sentirnos motivados por la caridad pastoral y aportar a las iglesias locales la riqueza de nuestro carisma. En este año sacerdotal se nos invita a considerar la consagración religiosa y el sacerdocio como dones del Señor y vivirlos como tales. 26 Nuestra vocación concreta de agustinos recoletos, nuestra vida comunitaria y nuestra misión son una respuesta de amor. El carisma –según las Constituciones– se nos ha transmitido como una experiencia del Espíritu para ser vivida, custodiada, profundizada y desarrollada constantemente, bajo la acción del mismo Espíritu y esta experiencia es la que nos impulsa a la comunión y a la misión eclesial 27 . Recordemos que «El carisma agustiniano se resume en el amor a Dios sin condición, que une las almas y los corazones en convivencia comunitaria de hermanos, y que se difunde hacia todos los hombres para ganarlos y unirlos en Cristo dentro de su Iglesia» 28 . Las Constituciones destacan el amor y la unión con Cristo al buscar reflejar el espíritu de la Forma de Vivir: «La especial vocación del agustino recoleto es la continua conversación con Cristo, y su cuidado principal es atender a todo lo que más de cerca lo pueda encender en su amor 29 . El carisma es una gracia que no concierne sólo a la Orden, sino que incumbe y beneficia a toda la Iglesia 30 . Nuestra vida consagrada –con sus logros, sus deficiencias y sus esperanzas– hay que situarla en la Iglesia y en el mundo de hoy. Las personas 24 Cf. SAN AGUSTÍN, La Ciudad de Dios 4; Confesiones 10, 69; Sermones (Dolbeau) 26. 25 Cf. SAN AGUSTÍN, Sermón 340, 1. 26 Benedicto XVI ha destacado en el Cura de Ars la humilde fidelidad a la misión a la que Dios le había llamado; su constante abandono de confianza absoluta en las manos de la Providencia divina. «El Cura de Ars llegó a tocar el corazón de la gente transmitiendo lo que íntimamente vivía: su amistad con Cristo. Fue un enamorado de Cristo, y el verdadero secreto de su éxito pastoral fue el amor que alimentaba por el Misterio eucarístico anunciado, celebrado y vivido» Audiencia (6. 8. 2009). 27 Cf. Constituciones, 2. 28 Constituciones OAR, 6. En las Constituciones se distinguen tres modalidades: amor castus (n.9), amor ordinatus (n. 46) y amor diffusivus (n. 23). 29 30 Cf. Forma de Vivir, 1.2.9 Cf. VC 49. 11 consagradas están llamadas a realizar su servicio apostólico en la Iglesia y con la Iglesia, con un espíritu de comunión sin reservas, comunicando a los demás sus carismas y testimoniando, en primer lugar, el carisma mayor, que es la caridad 31 . «El amor de Cristo nos apremia» (2 Co 5, 14) a la comunión y a la misión. La comunión se abre a la misión, haciéndose ella misma misión 32 . Una misión compartida con los laicos, ministros ordenados y otras congregaciones religiosas que alcanza a todos los pueblos, razas y culturas. La misión nos hace ver la necesidad de vivir nuestra propia identidad y organizarnos mejor para poder responder a los nuevos desafíos 33 . Identidad y sentido de pertenencia «El carisma implica un modo específico de ser y de estar en relación, una específica misión y espiritualidad, estilo de vida fraterna y estructura del Instituto, al servicio de la misión eclesial. El carisma, don del Espíritu, es un impulso dinámico que se desarrolla continuamente en sintonía con el Cuerpo de Cristo en constante crecimiento; es confiado al Instituto para ser vivificado e interpretado, para hacerlo fecundo y testimoniarlo en comunión con la Iglesia en los diferentes contextos culturales» 34 . La profesión es el comienzo de un compromiso y de un itinerario que alcanza al religioso en todo su ser y le da un nuevo sentido de pertenencia. El sentido de identidad y pertenencia representan los elementos estructurales del yo. Toda persona se define a partir de aquello que es y en lo que se reconoce, o bien por aquello a lo que pertenece o por lo que se entrega. Lo que uno es necesariamente está ligado a aquello de lo que forma parte. En el caso de la persona consagrada la identidad personal es definida por el carisma, o bien por aquel modo de ser, de orar, de vivir la relación con Cristo, de dedicarse a los otros, de vivir los votos, de anunciar el Evangelio… Este es su nombre, aquello que Dios le ha preparado y le ha dado, el hombre nuevo que espera realizar 35 . De la convicción de que uno está llamado a vivir un determinado carisma deriva el sentido de pertenencia, que es su reflejo en el plano relacional social del sentido de identidad. Cuanto más fuerte es éste, más lo será aquel. No se entiende la identidad carismática sin la pertenencia. La pertenencia es formar parte de una familia religiosa en la cual el carisma es concretamente expresado, codificado en las constituciones, visible en la existencia de otras personas que lo han reconocido como el proyecto de 31 Cf. BENEDICTO XVI, Homilía en la Jornada de la Vida Consagrada (Roma, 2. 2, 2009). 32 Cf. VC 46. 33 Cf. N. FERNÁNDEZ, “La misión del instituto ilumina y empuja” en Vida Religiosa (2009) 34, 194-201. 34 Cf. USG, «Documento final del Congreso. La vida consagrada hoy. Carismas en la Iglesia para el mundo», en USG, Carismas en la Iglesia para el mundo. La vida consagrada hoy, Madrid 1994, 286. 35 Cf. A. CENCINI, Los sentimientos del Hijo. Itinerario formativo de la vida consagrada, Salamanca 2003, 163-178. 12 vida pensado por Dios para ellos, confirmado por la Iglesia como lectura auténtica de la Palabra, rico de una historia y de una tradición que revelan su vitalidad 36 . Creo que es importante que tengamos presente el significado funcional del carisma. No es una mera formulación teórica sino que está en el fondo de lo que vivimos, deseamos y hacemos; está constituido por los elementos místico, ascético y apostólico de mi propio yo y de la vida de mi comunidad. Ahí puede estar uno de los motivos de la crisis de la vida consagrada aún no resuelto del todo y que ha desembocado en la “crisis de identidad” o en el fenómeno especial de la doble identidad 37 . El sentido de pertenencia se hace creíble cuando hace nacer en el corazón no sólo el amor por el Instituto en general o por el carisma en abstracto, sino el afecto sincero por la comunidad tal como es, por las personas con carne y hueso que la componen, con sus límites y debilidades, dones y achaques. Pertenecer a una familia religiosa implica la decisión de vivir con las personas que la componen 38 . El sentido de pertenencia nos 36 Cf. A. CENCINI, Il senso d’apparteneza nel nostro istituto. Tema impartido en el curso de Espiritualidad y Derecho de la CIVCSVA (no publicado). 37 Cf. A. CENCINI, Los sentimientos del Hijo. Itinerario formativo de la vida consagrada, Salamanca 2003, 163-177. 38 Cf. A. CENCINI, Los sentimientos del Hijo. Itinerario formativo de la vida consagrada, Salamanca 2003, 163-177. 13 hace sentir miembros de la Orden y de nuestra propia comunidad local donde día a día se comparte la vida en el amor. Con realismo y esperanza En las consideraciones sobre la vida comunitaria existe el riesgo de irse por las nubes y olvidarse de lo humano, y también el riesgo de quedarse en lo meramente humano prescindiendo de que tiene su origen en el amor de Dios y es un don del Espíritu. Existe el riesgo de psicologizar reduciendo la vida fraterna a técnicas de convivencia y existe también el riesgo de espiritualizar reduciendo la comunidad a pura fantasía espiritual sin conexión con la vida real. El carisma es don y tarea, hay que esforzarse en integrar las dos dimensiones en una relación interpersonal fundamentada en el carisma y en una espiritualidad de comunión que nos ayude a amarnos como hermanos, a tener una calidad humana de vida, a crecer en común en la formación permanente y a trabajar en equipo. Para eso es necesaria la confianza, la comunicación y el diálogo. Hay momentos en la vida de las personas y de las instituciones en que es necesario ponerse a cierta distancia de las preocupaciones inmediatas, para ver las cosas con cierta objetividad, decirse la verdad, preguntarnos cuáles son nuestras motivaciones, para abrir el corazón y dejar que Cristo, el Maestro interior, nos ilumine. Se suele decir, que a la larga en la vida, vale más una debilidad conocida que una inocencia engañada. No se pueden cerrar heridas en falso. Necesitamos ser humildes y reconocer con sencillez y realismo nuestras posibilidades y limitaciones para poder plantearnos nuevos retos. Ante la actual situación de la Orden y de la Provincia tenemos que ser realistas, es verdad; pero no hasta el punto de verlo todo negativo. Es realista quien asume la realidad en su totalidad y mantiene la convicción de que ésta es emergente, rica en posibilidades y generosa en oportunidades, para afirmar otra perspectiva de futuro no menos valiosa. La disminución y la precariedad no son, de por sí, preanuncio de muerte. La poda contribuye al fortalecimiento de las plantas. De la herida, del despojo y de la purificación suele surgir nueva vida. Depende de la respuesta que demos al momento presente 39 . No somos una empresa ni tenemos que competir con otras instituciones eclesiales. Las múltiples necesidades de la humanidad y el deseo de salvar las antiguas obras no han de convertirnos en activistas neuróticos, pero también hay que decir que, si queremos ser coherentes, no podemos convertirnos en pensionistas prematuros. Hay congregaciones que ante la actual situación optan por vivir con sencillez y aceptan el bien morir con serenidad y paz contribuyendo mientras puedan al apostolado. Otras buscan la reorganización de sus obras y se arriesgan dejando unos ministerios 39 Cf. A. BOCOS, “Cincuenta años de Vida Consagrada en España (1958-2008)” en Pliegos de Vida Nueva (14.11.2008) 14 para abrir nuevos campos de misión más acordes con su carisma y las necesidades de la Iglesia. Nosotros también tendremos que plantearnos qué es lo que el Señor nos pide y qué camino seguimos. Necesitamos encontrar nuevas energías, ofrecer con radicalidad respuestas nuevas ante los nuevos problemas, pero surge la pregunta: ¿cómo lo hacemos? Quizá tengamos que releer el carisma y replantear nuestra misión, con la convicción de que la misión no es algo genérico sino que surge del amor contemplativo, de la vida fraterna y la comunión eclesial. La fidelidad al carisma nos lleva a reproducir con valor y audacia, la creatividad y la santidad de san Agustín y de tantos recoletos que no se han resistido al Espíritu y así poder dar respuesta a los signos de los tiempos que surgen en el mundo de hoy 40 . Poner lo ojos en el futuro supone superar todo narcisismo y autosuficiencia y esforzarse por pasar de las intuiciones teóricas a las actuaciones prácticas; de las convicciones individuales a la implicación comunitaria; de la preocupación por la cantidad (obras, vocaciones…) a la calidad de vida; de la preocupación por los propios recursos, al compartir con otros en la construcción del Reino de Dios 41 . Avivar el don de Dios (cf. 2 Tm 1,6) no es obsesionarse o angustiarse, sino reconocer la misericordia del Señor, tener una visión de fe y con la sabiduría que viene de lo alto recuperar el encanto de nuestra vocación. III. UNA MIRADA DE FE La sociedad, la cultura reinante y los medios de comunicación tienen su influencia en nuestra visión de la vida religiosa, en nuestras comunidades y en nuestros pueblos. Como ya he indicado, a veces se hacen planteamientos meramente horizontales de la vida consagrada, prescindiendo de su dimensión trascendente. Antes de plantearnos los retos de la Orden, me parece necesaria una mirada de fe sobre nuestra vida, la vida que nosotros vivimos y estamos llamados a vivir; una vida real, con sus luces y sus sombras. No podemos olvidar que la Orden, como «la comunidad religiosa, es un don del Espíritu, antes de ser una construcción humana» 42 . En la contemplación de Cristo crucificado y resucitado se inspiran todas las vocaciones; en ella tienen su origen, con el don fundamental del Espíritu y todos los dones 43 . Una experiencia singular de la luz que emana de Cristo la tienen los llamados a 40 Cf. VC 36-37. 41 A. CENCINI, Relacionarse para compartir. El futuro de la vida consagrada, Santander 2003, 21. Cf. A. BOCOS, “Imaginación misionera e innovación estructural” en Revista CONFER (2007) 46, 917-962. 42 CIVCSVA, La Vida fraterna en comunidad (en adelante VFC) 8. 43 Cf. VC 23. 15 la vida consagrada. En efecto, la profesión de los consejos evangélicos los presenta como signo y profecía para la Iglesia y para el mundo 44 . Da la impresión de que ante la indiferencia y las críticas que recibe la Iglesia se debilitan nuestras convicciones profundas y no nos atrevemos a manifestar con gozo que hemos optado por vivir la castidad consagrada para amar a Cristo con todo el corazón; que, aunque no aparezcamos como pobres materiales, trabajamos, deseamos vivir con sencillez y austeridad y queremos acercarnos a los más pobres y a los que sufren; que queremos hacer la voluntad del Señor y nos sentimos libres para la misión, incluso a través de las mediaciones humanas del servicio de autoridad y obediencia. Necesitamos contemplar el rostro de Cristo y escuchar sus palabras de aliento, para entender el sentido de la cruz en los momentos de dificultad e incomprensión. No nos engañemos, si queremos seguir a Cristo, tenemos que seguirle por el camino de la cruz. Con razón, nos recuerda san Agustín, «no te apartes de la cruz de Cristo» 45 . Benedicto XVI, en la Jornada mundial de la Juventud, dijo con claridad: «El Reino pasa por la cruz. Puesto que Jesús se entrega totalmente, como Resucitado puede pertenecer a todos y hacerse presente a todos» 46 . Esto es lo que nos tiene que dar confianza para mirar al futuro a pesar de las dificultades. Hace falta abrir los ojos del corazón para comprender que, precisamente en la Cruz, se manifiesta en plenitud la belleza y el poder del amor de Dios 47 . «La vida consagrada refleja el esplendor del amor, porque confiesa, con su fidelidad al misterio de la Cruz, creer y vivir del amor del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. De este modo, contribuye a mantener viva en la Iglesia la conciencia de que la Cruz es la sobreabundancia del amor de Dios que se derrama sobre este mundo, el gran signo de la presencia salvífica de Cristo. Y esto, especialmente en las dificultades y pruebas. Es lo que testimonian continuamente, y con un valor digno de profunda admiración, un gran número de personas consagradas, que con frecuencia viven en situaciones difíciles, incluso de persecución y martirio» 48 . Testigos de la esperanza También a nosotros se nos pide en este momento de la historia que seamos testigos de la esperanza como lo fueron en otro tiempo san Ezequiel, que no dudó en ir a restaurar la Provincia de la Candelaria, o aquellos religiosos que, después de la revolución filipina, movidos por el espíritu misionero fueron a América. Vamos a detenernos en éstos últimos. 44 Cf. VC 15. 45 SAN AGUSTÍN, en. Ps. 91, 8. 46 BENEDICTO XVI, Homilía en la XXIV Jornada Mundial de la Juventud (5. 4. 2009). 47 Cf. VC 24. 48 VC 24. 16 El Beato Vicente Soler, mártir de Motril, en su primera circular como prior general decía que «el fuego divino del amor» que san Agustín quería para sus hijos es el que caldeó el espíritu y el corazón de los reformadores y el que impulsó luego a los agustinos recoletos. Dice en su circular: «Todos recuerdan aún aquellos días de angustia y de amarga incertidumbre de la revolución filipina, durante la cual muchos de nuestros religiosos, aterrados por la violenta persecución que había estallado contra las Órdenes religiosas, daban por muerta y casi enterrada a la nuestra. Pero cuando todos los poderes de la tierra se habían conjurado para suprimimos y borrarnos, entonces fue precisamente cuando el dedo de Dios nos señaló el camino que debíamos seguir, y nos repitió las palabras que en otro tiempo había dicho a nuestros gloriosos antepasados: Id al mundo entero... y, obediente a la voz soberana del Señor, nuestra Orden, cuya labor evangélica estaba entonces limitada a Filipinas, se extendió por todo el mundo y envió mensajeros de buena nueva a las regiones más apartadas y difíciles de conquistar para nuestra madre la Iglesia» 49 Ciertamente, en 1898 Patricio Adell, Mariano Bernad y otros agustinos recoletos no se contentaron con refugiarse en los conventos para lamentarse de la salida de Filipinas, sino que buscaron nuevos campos de acción en América. Buscaron nuevos caminos, impulsaron el espíritu misionero e hicieron descubrir nuevos horizontes a la misma Orden, ante una situación de desaliento y pesimismo. Se arriesgaron a misiones difíciles con una enorme confianza en el Señor. Ante el cansancio y el desaliento, tenemos que resaltar la dimensión pascual de la vida consagrada, porque sólo con la luz de Cristo y la gracia del Espíritu, podemos discernir y afrontar los retos de una auténtica renovación. No podemos quedarnos con una vida religiosa que se limite a ir cumpliendo y a esperar tiempos mejores. Nuestro objetivo no es el éxito ni el reconocimiento social, sino seguir a Cristo con audacia y fidelidad en el momento providencial que nos toca vivir; eso supone cruz y gozo pascual. Los retos implican riesgo y requieren el sacrificio de afrontar las nuevas situaciones. Desde una mirada de fe, la situación actual de la vida de la Orden se puede convertir en una ocasión propicia para reafirmar nuestra esperanza, contemplar la cruz como misterio de amor y sacar fuerza para discernir y responder a los nuevos retos que se nos plantean. «Desde la Cruz, brota la alegría y la paz del corazón, que nos hace testigos de esa esperanza de la que se advierte una gran necesidad en este tiempo de crisis económica difundida y generalizada» 50 . 49 V. SOLER, “Circular a la Orden” en Boletín de la Provincia de Santo Tomás de Villanueva (Granada 1926) 106-109. 50 BENEDICTO XVI, Discurso a la Delegación del Círculo de San Pedro (3. 4. 2009). 17 IV. DISCERNIMIENTO ESPIRITUAL La Iglesia nos invita constantemente a mirar al futuro con esperanza y leer los signos de la acción providencial de Dios en la historia. Sabemos que el Evangelio siempre ha sido una propuesta de vida nueva y que ha sido un reto para la humanidad. En ciertas épocas, la sociedad podía ser más receptiva, pero siempre ha habido que afrontar el reto de vivir el propio carisma y los retos de la evangelización. El “cómo” afrontarlos sí que tiene que ver con el momento que nos toca vivir. Si no queremos resistirnos a la acción del Espíritu, los agustinos recoletos tenemos que vivir con renovada fidelidad y dinamismo el carisma que hemos recibido, descubrir la vida que genera y transformar toda situación de desaliento en motivo de amor a Cristo y servicio a los hombres de hoy. El carisma agustino recoleto tiene sentido cuando refleja el evangelio, transmite vida y puede responder a las inquietudes profundas del hombre de hoy. Para llevar a cabo una auténtica renovación, necesitamos «poseer una profunda experiencia de Dios y tomar conciencia de los retos del propio tiempo, captando su sentido teológico profundo mediante el discernimiento efectuado con la ayuda del Espíritu Santo. En realidad, tras los acontecimientos de la historia se esconde frecuentemente la llamada de Dios a trabajar según sus planes, con una inserción activa y fecunda en los acontecimientos de nuestro tiempo» 51 . La renovación evidentemente supone riesgos, pero es un riesgo mayor quedarse en la historia pasada, en la preocupación por el mantenimiento de las propias obras, en formulaciones repetitivas o en definiciones petrificadas del carisma. El Espíritu transmite vida y el carisma agustino recoleto en un don que se hace vida evangélica en los miembros de la Orden. «Es necesario, pues, estar abiertos a la voz interior del Espíritu que invita a acoger en lo más hondo los designios de la Providencia. Él llama a la vida consagrada para que elabore nuevas respuestas a los nuevos problemas del mundo de hoy. Son un reclamo divino del que sólo las almas habituadas a buscar en todo la voluntad de Dios saben percibir con nitidez y traducir después con valentía en opciones coherentes, tanto con el carisma original, como con las exigencias de la situación histórica concreta» 52 . Tenemos que responder desde nuestra identidad agustiniana y desde la radicalidad evangélica de la Recolección para aportar lo propio del carisma y contribuir así al bien de toda la Iglesia y llevar a cabo nuevos proyectos de evangelización. No se trata, por tanto, de ejercer un ministerio o emprender una obra según nuestro gusto o visión particular sino en consonancia con la misión que tenemos encomendada. «Ante los numerosos problemas y urgencias que en ocasiones parecen comprometer y avasallar incluso la vida consagrada, los llamados sienten la exigencia 51 VC 73. 52 VC 73. 18 de llevar en el corazón y en la oración las muchas necesidades del mundo entero, actuando con audacia en los campos respectivos del propio carisma fundacional. Su entrega deberá ser, obviamente, guiada por el discernimiento sobrenatural, que sabe distinguir entre lo que viene del Espíritu y lo que le es contrario. Mediante la fidelidad a la Regla y a las Constituciones, conservan la plena comunión con la Iglesia» 53 . Libres de prejuicios, de apegos excesivos a las propias ideas, de esquemas de percepción rígidos o distorsionados, de alineamientos de grupo, de nostalgias del pasado o de afanes de prestigio, tenemos que discernir la voluntad de Dios. Todos tenemos que discernir y aportar nuestras propuestas, tanto los que ejercen el servicio de autoridad como los que ejercen la obediencia fraterna, todos tienen que buscar hacer la voluntad de Dios 54 . Tenemos que confiar en el Señor para afrontar personal y comunitariamente los retos del carisma, ser capaces de entusiasmarnos en un proyecto común y asumir nuestra responsabilidad para llevar a cabo las decisiones tomadas. 53 VC 73. 54 Cf. CIVCSVA, El servicio de la autoridad y de la obediencia, 20. 19