muerte en la escupidera
Transcripción
muerte en la escupidera
FERNANDO SÁEZ ALDANA Muerte en la Escupidera Ediciones SAL 2011 Muerte en la escupidera Edición digital de descarga libre Muerte en la escupidera © Fernando Sáez Aldana Ediciones SAL, 2011 (Foto de portada: el autor ante la Escupidera del Monte Perdido en junio de 2001) Fernando Sáez Aldana 2 Muerte en la escupidera Presentación “Muerte en la Escupidera” es una novela corta que escribí de un tirón hace tres años. La idea surgió de una desagradable experiencia personal vivida en el resbaladizo tramo de la ascensión al Monte Perdido conocido como la Escupidera, el 16 de junio de 2007. Aquella mañana, soleada al principio, se echó de repente una densa niebla helada que me dejó literalmente clavado en medio de aquel peligroso tobogán de nieve endurecida, sin arrestos ni para continuar hasta la cima tan cercana ni para emprender el arriesgado descenso. Obviamente salí del trance y, a partir de aquella inolvidable vivencia montañera, la imaginación literaria se encargó del resto. Dadas las penalidades que tan difícil nos pone a los modestos escritores de provincias publicar y distribuir nuestras obras, he resuelto dar a conocer esta www.escritoresriojanos.com novelita de intriga que comparto con en tres la página meritorios compañeros de fatigas literarias. El lector interesado podrá leer o descargarse el texto completo de la obra gratis et amore, dado que a este literato no le anima ya otro móvil que difundir lo que con tanto esfuerzo teclea en sus escasos ratos libres. Que alguien lo lea, y no digamos si disfruta haciéndolo, será suficiente recompensa. Lardero, diciembre de 2011 Fernando Sáez Aldana 3 Muerte en la escupidera Para Alberto Fernández, Esteban Campeny, Javier Salcedo y José Luis Monzón, hermanos en la Montaña. Fernando Sáez Aldana 4 Muerte en la escupidera “FALLECE UN MONTAÑERO RIOJANO EN EL PIRINEO OSCENSE E.P. MADRID. Un montañero, de 42 años, falleció ayer al caer por un cortado en el paraje denominado 'La Escupidera' de Monte Perdido, en el término municipal de Fanlo, en Huesca, según informó la Subdelegación del Gobierno en esa provincia. Se trata de O.Z.A., vecino de Logroño (La Rioja), cuyo cadáver ha sido trasladado al depósito municipal de Boltaña por la unidad de Helicóptero de la Guardia Civil de Huesca UHEL-41, precisaron las mismas fuentes. En las tareas de rescate del cadáver, que concluyeron a las 18:30 horas, intervinieron efectivos del GREIM de Boltaña que acudieron al lugar del accidente con un médico del 061, el cual sólo pudo certificar su muerte.” Por deformación profesional, lo primero que buscaba Gustavo Viguera cuando caía un periódico en sus manos era la sección de sucesos. Siniestros, que dicen los peritos de seguros como él. A continuación ojeaba los deportes y, los días con menos prisa, las noticias locales. Por las nacionales, y no digamos de las internacionales, pasaba de largo. Su cotidiano recorrido por la actualidad entre sorbo y sorbo del cortado con la leche fría con que se desayunaba en la barra del Ibiza finalizaba, indefectiblemente, en la página de las esquelas. Pues, además de su interés profesional por saber quién había palmado, coleccionaba motes de difuntos que los deudos colocan bajo su auténtico nombre para que la Fernando Sáez Aldana 5 Muerte en la escupidera gente se enterase del óbito. Los últimos que había recolectado no tenían desperdicio: las familias de “Bocapocha”, “Corquete” y “Pichorras” no hubiesen logrado una entrada aceptable en el funeral corpore insepulto de no haber insertado los respectivos apodos junto al nombre de los muertos. Pero aquel lunes de mayo excepcionalmente frío para la época del año Viguera rompió con el protocolo de hojeo y a pesar de la jornada liguera de la víspera pasó directamente de los sucesos a las esquelas. La razón, unas siglas, O.Z.A., las del montañero de cuyo mortal despeño mortal acababa de enterarse por un breve de agencia. Lamentablemente para él, su sospecha era acertada. DON ÓSCAR ZABALA ARPÓN FALLECIÓ EN EL DÍA DE AYER, A LOS 42 AÑOS DE EDAD, EN EL MONTE PERDIDO (HUESCA) Habiendo recibido los Santos Sacramentos. -R.I.P.SU ESPOSA, DOÑA ANA MARÍA SÁENZ ISLALLANA; HIJA: PATRICIA; MADRE: DOÑA UBALDA ARPÓN LEIVA; HERMANOS, DON BERNABÉ Y DOÑA ESPERANZA; HERMANOS POLÍTICOS, SOBRINOS, PRIMOS Y DEMÁS FAMILIA… «¡Qué cabrón!», exclamó en voz alta, y toda la barra se volvió hacia él. Para tratar de arreglarlo, el asiduo cliente del local entre las nueve y las nueve y cuarto tuvo que mentirle a Rafa, el viejo barman que de lunes a viernes desde hacía un montón de años le preparaba el café en cuanto lo veía cruzar la puerta. ¿Cómo era posible que Fernando Alonso no hubiera sido capaz de ganar la carrera en la que se jugaba el mundial? La Fernando Sáez Aldana 6 Muerte en la escupidera parroquia se mostró conforme con el exabrupto y Gustavo Viguera, agente de seguros, logró mantener el secreto de su fastidioso descubrimiento. Apuró el café de un trago, pagó y salió del café sin esperar al tique. En la calle hacía casi más frío que antes y con las manos hundidas en los bolsillos del tabardo cruzó el Espolón a grandes zancadas en dirección a la oficina mientras se preguntaba cómo demonios se las arreglaba para recibir los santos sacramentos alguien que se rompe la crisma en la montaña. La semana no podía comenzar peor para él. Menudo marrón le esperaba. & & & INFORME DEL RESCATE DEL MONTAÑERO ÓSCAR ZABALA EN EL MONTE PERDIDO. A las 15:18 h de la tarde de hoy domingo se recibe una llamada del guarda de Góriz comunicando la posible desaparición de un montañero que tras pernoctar la noche del sábado en el refugio emprendió la ascensión al Monte Perdido por la vía normal (corredor NO) con intención de regresar antes del mediodía. Hacia las diez y media el montañero desaparecido se cruzó con otro que descendía a la altura del lago helado de Marboré, con mala visibilidad debido a la intensa niebla, que fue la última persona que lo vio con vida. Ante la posibilidad de que hubiera sufrido un accidente en el descenso se puso en marcha el dispositivo de rescate movilizando el helicóptero UHEL-1 de la base de Huesca donde se trasladaron efectivos del GREIM y un médico especialista. Las condiciones climatológicas habían mejorado y a las 16:30 horas pudo avistarse el cuerpo del montañero en la cara sur del pico, a los pies Fernando Sáez Aldana 7 Muerte en la escupidera de la falla del corredor conocido como la Escupidera, a 3140 metros de altitud, tras haber caído al vacío desde una altura de 60 metros. Una vez recuperado el cuerpo fue trasladado al depósito de Boltaña a la espera de la decisión judicial pertinente. Firmado: Abelardo Orjas, Subteniente-Jefe del Grupo de Rescate de Intervención de Montaña. Boltaña, 4 de Mayo de 20.. & & & Óscar Zabala era un pediatra muy conocido en la ciudad donde, a pesar de su relativa juventud, ya llevaba quince años de actividad profesional. Alto, atlético, moreno y sumamente apuesto, las malas lenguas aseguraban que muchas mamás llevaban los niños a su consulta atraídas más por su físico de galán de cine que por su reconocido prestigio profesional. El doctor Zabala, con sus exquisitos modales, su inmaculada bata blanca, su fonendo sobre los hombros, su impecable corbata, su inquebrantable simpatía y su eterna sonrisa de anuncio dentífrico cautivaba a todas las madres ya cuarentonas como él que iban recomendándoselo unas a otras con la esperanza de sufrir en la consulta un desvanecimiento merecedor de reanimación boca a boca. Al fin y al cabo los demás pediatras acababan recomendando el mismo jarabe pero ninguno daba la sensación de ser George Clooney en bata quien lo recetaba. Así que su consulta era, con diferencia, la más frecuentada de la ciudad, en buena parte gracias a su programa semanal en la televisión local. Óscar Zabala compartía el espacio televisivo con colegas de otras especialidades que se turnaban en el plató de lunes a viernes a las diez de Fernando Sáez Aldana 8 Muerte en la escupidera la noche, pero ninguno obtenía tanta audiencia como Pediatra de cabecera, espacio en el que el fotogénico doctor Zabala demostraba jueves tras jueves que, además de competente puericultor, era un excelente comunicador gracias a su innato don de gentes que cautivaba al telespectador pero especialmente a la telespectadora. Así que eran muchos los que opinaban que Óscar Zabala se había equivocado de carrera. Pero cuando alguna mamá le decía que debía haber sido actor de cine, el médico siempre reía a carcajadas y a continuación aseguraba que no, que le encantaba su trabajo, que no lo cambiaría por nada y que en su casa ya tenían suficiente con un Óscar. Y lo cierto era que los niños se le daban de maravilla. Ser pediatra exige una gran paciencia, no tanto para aguantar críos llorones como a unos padres o abuelos ansiosos. Nadie sabe cómo lo conseguía, pero cuando una criatura se ponía a berrear en su consulta lograba que la familia saliera y al cabo de unos minutos el niño o la niña salían tan campantes por la puerta chuperreteando la golosina sin azúcar por supuesto con que el atento doctor siempre obsequiaba a los niños que se portaban bien durante la exploración. Tal hazaña sólo era posible por el infalible modo en que el pediatra sabía ganarse la confianza primero de los mayores y a continuación de los pequeños ejerciendo unas habilidades de comunicación que no estaban al alcance de la mayoría de sus compañeros. El hecho era que muchos niños que lloraban nada más ver una bata blanca no lo hacían si quien la llevaba puesta era el doctor que siempre les daba una chuchería al final de la consulta. De modo que la noticia de su trágica muerte en la montaña fue uno de esos mazazos que conmocionan a cualquier sociedad provinciana cuando desaparece del modo más absurdo uno de sus individuos más apreciados. Un pediatra tan bueno. Tan joven. Y tan Fernando Sáez Aldana 9 Muerte en la escupidera guapo. Fueron muchas las madres que el día siguiente a la muerte del doctor Zabala se convocaron al café matutino en torno al que solían reunirse después de dejar a los hijos en el colegio o antes de recogerlos para intercambiar chismes, compartir su condición de amas de casa hartas de serlo y desahogar sus tensiones domésticas cotidianas. En esta ocasión el tema del conciliábulo extraordinario fue monográfico: la increíble muerte de Óscar, como lo llamaban entre ellas como si fuera su amigo, en un monte del Pirineo. Con lo prudente que él era. Y lo fuerte que parecía. ¿Pues no dicen que había sido un experto montañero y que de joven había participado en expediciones hasta en el Himalaya? Sí, mujer, pero como médico, él no debía escalar y cosas así. ¿Cómo médico? ¿Un pediatra en una expedición de alta montaña? ¡Anda ya! No, mujer, que entonces no era ni pediatra, había hecho cursos de medicina deportiva o algo así y él se quedaba siempre en el campamento mientras los alpinistas subían las montañas. Que sí, que me lo dijo una vez la pobre Ana Mari. Hija, pues aún así, no me digas que para ir por esos sitios… ¿cómo ha podido matarse en un monte de Huesca después de haber andado por los Alpes, el Tibet y así? Chica, no me digas, qué mala suerte. Ya lo creo, ¿y ahora qué haremos sin Óscar? ¿Dónde encontraremos otro pediatra tan bueno? En todos los sentidos, ¿eh? ¡Ya te digo, ja, ja! ¡Hala!, también vosotras, que no es momento de hacer esas bromas. Pobre Óscar. Y pobre Ana Mari, menudo palo. Sobre todo, pobre Patricia. La chiquilla adoraba a su padre y se le ha ido cuando más lo necesitaba. ¡Qué horror!, pobrecita… Por cierto, vaya frío otra vez, ¿eh? Ay sí, vaya lata, ya me veo sacando otra vez las pieles del armario… & & & Fernando Sáez Aldana 10 Muerte en la escupidera Gustavo Viguera llegó a la oficina resoplando. Cuando estaba excitado nunca esperaba al ascensor si no estaba en el portal y subió las escaleras de dos en dos. En la delegación de Estigia Seguros se respiraba una atmósfera funeraria. Aparte de ser el primer día de trabajo después de un puente el jefe había soltado el primer berrido sin dar ni los buenos días. Estaba muy cabreado y sólo quería ver a Viguera en cuanto llegara. Piluca, la secretaria, se lo transmitió elevando repetidamente las cejas mientras ladeaba la cabeza en dirección a la jaula de Don Germán. En cuanto tuvo delante a su responsable de Vida y Accidentes, Germán Terroba le demostró lo enfadado que estaba como acostumbraba, moviéndose de un rincón de su despacho al otro sin parar, con las manos entralazadas en la espalda y sin mirar a los ojos del abroncado. Y esta vez razón no le faltaba. Terroba tenía olfato de guepardo y rara vez se equivocaba con los clientes. Se lo había advertido bien claro en su día: seiscientos mil euros era una barbaridad, para qué coño querría un pediatra más sano que un astronauta semejante cobertura en caso de muerte por accidente. Ahí había algo raro y aquella póliza no debió firmarse nunca. Pero Gustavo Viguera no le hizo caso, pues según él Zabala no presentaba riesgo elevado y en cuanto a la cantidad asegurada, era una forma de conjurar el miedo a morir. Les pasaba a muchos clientes con la pasta suficiente para pagar una póliza muy cara a cambio de un riesgo mínimo. Y ese era su trabajo, contratar pólizas y cuanto más caras mejor, ¿no era eso lo que el jefe le dejó bien claro cuando le dio el trabajo? Pero el jefe no asintió ni con la cabeza y en ocasiones así su silencio significaba un sí en toda regla. El caso era que Óscar Zabala acababa de contratar una póliza de Estigia Vida que aseguraba un capital Fernando Sáez Aldana 11 Muerte en la escupidera de cien de los antiguos quilos a sus beneficiarias en caso de accidente con resultado de muerte o gran invalidez y que dos meses después de firmar los papeles el tipo se había matado de una hostia en el monte. Menudo negocio tan cojonudo que habían hecho. Cien quilos. Y todo por hacerte caso, Gustavo, coño, no me jodas, a ver cómo explico yo esto en Madrid, una póliza con autorización de un incremento del trescientos por cien y al mes, el tomador fiambre. ¡Cagüenn…! El límite ordinario de la cuantía por fallecimiento en accidente en cualquier póliza del mercado no superaba los doscientos mil, pero Viguera aprobó negociar con el pediatra una cantidad tres veces superior. Era una práctica excepcional pero fue incapaz de negárselo al doctor que había salvado la vida de su hijo pequeño cuando tenía seis años. En urgencias les aseguraron que aquellas manchitas rojas eran sarpullido pero fue el pediatra de pago el que descubrió la meningitis que pudo haber matado al chaval de haberse retrasado unas horas el diagnóstico. Cómo iba a negarle nada al médico que salvó la vida de su ojito derecho. Vito. Gustavito. Pero ahora el médico estaba muerto y él, Gustavo padre, tenía un problema. «¿Es que no me estás escuchando?, ¡joder, Gustavo, que te estoy hablando!» Y lo peor era que su jefe, por una vez, le estaba regañando con razón. A él también le había avisado su instinto de que algo raro podía encerrarse en aquella insistencia por una cantidad tan alta, pero su deuda impagable con el doctor le impidió aplicar la razón en lugar del sentimiento. Craso error, poner el corazón entre el negocio y el cerebro. La bronca amainó y el delegado Terroba trató de reaccionar del modo que él siempre presumía ante los conflictos: con profesionalidad. A ver, ¿de qué ha palmado? De una caída en el monte, ¿verdad? Sí, jefe, contestó Viguera con mansedumbre. Vale, pues Fernando Sáez Aldana 12 Muerte en la escupidera alegaremos riesgo excluido. ¿Excluido? Venga don Germán, que se ha debido resbalar en un nevero, que eso es montañismo, no escalada ni cosas raras. Eso, amenazó el jefe mientras encendía un purito, ya se vería. Terroba ordenó a su empleado ponerse inmediatamente a trabajar en esa dirección y Viguera no se encontró con fuerzas ni argumentos para discutir con él. Las actividades de alto riesgo excluidas por todas las pólizas de accidentes eran deportes como el parapente, la espeleología, la escalada o el submarinismo, pero para nada el senderismo o el montañismo, aunque a veces la mala suerte o la imprudencia temeraria se cebe con excursionistas de mochila y bastoncito que acaban matándose en senderos frecuentados hasta por prejubilados. Había demasiados precedentes como para embarcarse en un pleito que acabaría condenando a la compañía a sacudirle toda la pasta a la inconsolable viuda y su desamparada huerfanita por la desgraciada muerte accidental de un excelente esposo, padre y en este caso encima buen médico mientras se daba un paseo por el pirineo aragonés. Otros palmaban bajando las escaleras del adosado, cruzando el paso de cebra o bañándose en el Cantábrico y nadie consideraría tales actividades de alto riesgo, como tampoco un desgraciado resbalón por la nieve helada de una montaña a la que suben todos los años miles de personas hasta con deportivas. Mala suerte. Qué se le va a hacer. A pagar. ¿Seiscientos mil? Como si es un millón. Lo que estipule la póliza, amigo mío. Caso cerrado. Gustavo Viguera tenía el culo pelado de vérselas con jueces que no perdían el tiempo con esas tonterías. Como ellos no ponen la pasta… Germán Terroba terminó la conversación con su empleado tirándole casi encima el ejemplar de La Rioja doblado por la página de las esquelas. Fernando Sáez Aldana 13 Muerte en la escupidera - Y a ver si te enteras de qué coño es eso de la Escupidera. No me gusta un pelo ese nombre, ¿entendido? & & & “Las rutas que se van a recomendar para acceder por las diversas “vías normales” hasta lo más alto de la cadena de los Marborés discurren en su mayoría por sendas muy frecuentadas, en general con señalizaciones más o menos espaciadas, balizadas con hitos de piedras y, a veces, con diseminados manchones de pintura. Sin embargo, jamás debe olvidarse ni la cota del Perdido (3555 metros, la tercera altura de la cordillera) ni su ubicación en un medio que puede resultar muy hostil: los conocimientos previos en montañismo y la apropiada preparación física tendrán que ser quienes, junto con la omnipresente prudencia, determinen el recorrido y el tipo de ascensión seleccionados (excursión con club, con guía profesional, con otros compañeros expertos, etc). Las Treserols concentran en verano y en vías técnicamente sencillas una triste marca de accidentes. Para ser exactos, hemos de puntualizar que sólo la Escupidera del Monte Perdido se ha cobrado en los últimos veinte años la vida de cincuenta y muchos montañeros. Un dato para no olvidar.” … “Cuando hablamos de Monte Perdido, estamos ante uno de los emblemas del Pirineo. No sólo porque es su tercera montaña más alta. El submacizo al que da nombre es uno de los más majestuosos de la cordillera y acoge algunos de sus parajes más espectaculares, como el de Ordesa. Sus vistas desde la cumbre son un regalo inigualable y su ascensión normal por el refugio de Góriz, aunque larga, no ofrece dificultades técnicas. Comentario aparte merece La Escupidera, tristemente famosa por ser uno de los puntos negros de los Pirineos. Un escenario habitual de accidentes Fernando Sáez Aldana 14 Muerte en la escupidera mortales fácilmente evitables si se va equipado de crampones y piolet, por si el tramo presenta nieve helada.” … “Si nos encontramos con nieve o hielo, deberemos tomar mucha precaución. Desde el lago subiremos por el reborde rocoso de la derecha del nevero, aunque más arriba habrá que entrar en la pedrera, si está descubierta, o en el nevero, en el único paso verdaderamente peligroso de toda la ascensión, ya que un resbalón puede ocasionar la caída fatal por el lugar llamado "La Escupidera", donde se han producido muchos accidentes.” … “Cuando ya has subido la mitad de la canal, la arista por la que vas se acaba y debes hacer un flanqueo a la izquierda. Lo que era una canal protegida se convierte en una pala bastante inclinada hacia la dcha. y muy expuesta por haber una falla en la banda rocosa que la protegía. Se entra en la Escupidera propiamente dicha. Paraje tristemente famoso por ostentar el record de accidentes mortales de todos los Pirineos. Solo en este corto tramo han perdido la vida más de 60 montañeros en los últimos 30 años. Desde luego las cifras espantan y hacen que cuando te enfrentas a este tramo con nieve, por primera vez, no puedas evitar sentir una cierta "intranquilidad". … “El tema es que a la pendiente de la canal, que será en esta zona de unos 35-40 grados, se une que está bastante inclinada hacia la derecha, de forma que si resbalas y no estás atento para frenarte rápidamente con el piolet, coges velocidad y ya nada te detiene. Sales despedido por el hueco en la barrera rocosa y caes al vacío aterrizando en las rocas 100 metros más abajo. La pendiente se hace más fuerte aquí, yo diría que de hasta el 40%. En este lugar, hay que reconocerlo, vas subiendo teniendo permanentemente presente el precipicio que tienes a tu derecha y da un pelín de culo. Pero vas mirando al frente, mientras agarras la cruz del piolet preparado para usarlo Fernando Sáez Aldana 15 Muerte en la escupidera al más mínimo indicio de resbalar. Se empieza a notar el esfuerzo, las rampas son más cada vez más pronunciadas…” … “Parece ser que estoy equivocado, pues toda la gente habla de 35º, yo creía que algo más. Como dicen todos el lugar no es especialmente difícil, lo único saber que estás en un lugar expuesto, en concreto el que acumula más muertes del Pirineo, y no siempre de novatos e inexpertos que se ponen por primera vez un crampón. Sin ir más lejos, una semana antes de estar yo allí, se mató un montañero vasco con experiencia, que hacía fotografía de montaña, lo recuerdo bien, porque nos hizo pasar bastante suave por la escupidera.” … “Mira, yo subi al Perdido en Abril con mas de dos metros supongo que habría, de hecho colgué una foto hace tiempo, muy bonita por cierto, y no tuve ninguna sensación de miedo ni peligro, salvo por el que me habían infundido comentarios anteriores. Con eso no es que diga que no sea peligroso, pero vamos a ver: si por una escalera de mano suben 15000 personas al año, y se caen 30 y se matan 10, es peligroso subir por una escalera de mano? Pues hombre, depende quien suba y la mala suerte que haya tenido. En resumen sube con material adecuado y precaución y baja con muchísimo cuidado y no tengas temores adelantados, que son los peores. Saludos.” … “La famosa escupidera del Monte Perdido es uno de los lugares de los Pirineos que más accidentes registra, posiblemente por la cantidad de personas que pasan por allí. La escupidera sin nieve no es mas que una cuesta bastante empinada y con muchas piedras sueltas, con nieve y sobre todo con hielo puede ser muy peligrosa ya que un resbalón sería fatal. Conviene llevar crampones, yo lo subí en pleno mes de agosto con nieve recién caída y los necesité. No hay que confiarse con ella porque no tiene ninguna protección en caso de caída, es conveniente pasar despacio, seguro y con mucho Fernando Sáez Aldana 16 Muerte en la escupidera tiento. Saludos.” … “La Escupidera es el punto negro del Pirineo, el lugar donde más personas han muerto en los últimos años. "Llevo trabajando en Boltaña 32 años y creo recordar que ha habido en este tramo más de 60 muertos", dice Orjas, que explica que "va mucha gente al Monte Perdido durante todo el año. Sólo conozco a dos o tres personas que se hayan librado de la muerte al caer por el precipicio y quedaron parapléjicos", apunta Orjas. La mayor parte de las muertes de La Escupidera se producen bajando. "Están terminando la actividad, cansados y pierden reflejos. Se despistan y caen al vacío", dice Orjas. El rescate se vio dificultado por el viento que tuvo que sufrir el helicóptero de la Guardia Civil. A las tres de la tarde del domingo pasado el cadáver ya estaba en el depósito de Boltaña.” … -¡Me cagüen mi puta vida!, ¿pero de verdad se puede subir por ahí? Y esos puntitos negros que se ven en la nieve qué son, ¿tíos? ¡No me jodas! ¡Están chalaos! Nada más llegar a casa a la hora de comer Gustavo Viguera se metió en su leonera, se conectó a internet, introdujo en la barra de Google “Escupidera” y “Monte Perdido” y al instante la pantalla se llenó de referencias. La mayoría relataban experiencias de montañeros que intercambiaban sus impresiones en foros y páginas dedicadas al montañismo en general y al pirineísmo en particular. Algunas incluían reportajes fotográficos que ofrecían estampas de aquel monte al que al parecer todos querían subir desde todas las vertientes y ángulos, pero entre ellas una llamó vivamente su atención. Estaba tomada desde la vecina cumbre del Cilindro de Marboré, que junto con la del Soum de Fernando Sáez Aldana 17 Muerte en la escupidera Ramond flanquean a la mayor y más esbelta de las tres hermanas. Desde la cima del Cilindro la vista de la vertiente noroeste del Perdido era magnífica y el aspecto de su famoso corredor, tan espectacular como sobrecogedor. La foto se había tomado una espléndida mañana de abril y tanto la cumbre como el corredor estaban cubiertos por abundante nieve que sólo dejaba al descubierto los dientes de las crestas calizas que limitan a ambos lados un impresionante y gigantesco tobogán sobre cuya pulida superficie destacaban media docena de puntitos negros distribuidos a diferentes alturas de un estrecho zigzag apenas perceptible entre la nieve que serpenteaba antes de enderezarse en dirección a la cima. La imagen había sido tomada con teleobjetivo y el efecto de aplastamiento del corredor contra la cámara le proporcionaba un aspecto aún más impactante de inaccesibilidad, de inclinación sobrehumana, de locura apoderada de las hormiguitas humanas que se empeñaban en coronar un vertiginoso ventisquero helado por el cual, lo que parecía aún más arriesgado, tendrían por fuerza que descender después. Uno de los puntitos oscuros se encontraba en solitario sobre el vértice de la capucha blanca que cubría el pico y Gustavo Viguera se preguntó qué demonios haría allí. Qué le habría impulsado a realizar semejante esfuerzo despreciando el peligro que sin duda habría que arrostrar para encaramarse hasta lo más alto del imponente pico. Qué coño podía sentirse allí en lo más alto aparte de frío, cansancio y acojono. Chiflados. Eso es lo que le parecían los tipos diminutos posados en el manto de nieve empinado como moscas en un cono de nata montada. Pirados inconscientes a los que ni borracho se le ocurriría venderles un seguro de accidentes. Asegurar de muerte o gran invalidez a individuos que arriesgaban alegremente su vida para contemplar unas montañas desde lo Fernando Sáez Aldana 18 Muerte en la escupidera más alto de otra pudiendo hacerlo desde casita a través de internet sería incurrir en grave irresponsabilidad profesional. Sesenta muertos en veinte años, casi tres por año, en un tramo de apenas un centenar de metros convertían a ese lugar, la Escupidera, en un auténtico punto negro de esos de los que las aseguradoras huyen como del infierno. Contemplando aquella foto el agente de seguros se dio cuenta de que Óscar Zabala era uno de esos locos y se le puso tan mal cuerpo de repente que se le quitaron las ganas de comer hasta las patatas con chorizo que le había suplicado a Marta mientras desayunaban. ¡Sesenta muertos! Mejor dicho, sesenta y uno. Y menudo muerto le había caído a él encima desde lo alto de la Escupidera. & & & INFORME DE NECROPSIA En cumplimiento de lo dispuesto por el Magistrado-Juez del Juzgado de Primera Instancia e Instrucción nº 1 de Jaca, a las 10 horas de hoy se practica la autopsia al cadáver identificado como Óscar Zabala Arpón en la sala de necropsias del Hospital Comarcal de Jaca, con el siguiente resultado: Además de la ropa interior el cuerpo vestía indumentaria de montaña compuesta por camiseta transpirable de manga larga, chaqueta polar y chubasquero con capucha sobre pantalones de esquí con tirantes; calcetines gruesos de lana, botas de montaña provistas de crampones y guantes. El cuerpo no presentaba heridas ni laceraciones en la piel; a nivel de la pierna derecha se apreció deformidad con herida abierta. La región cervical mostraba movilidad anormal con crepitación. El posterior examen radiográfico del Fernando Sáez Aldana 19 Muerte en la escupidera cadáver confirmó la existencia de fractura abierta de tibia y peroné derechos y fractura-luxación cervical a nivel del espacio C6-C7 con desplazamiento, lesión ésta mortal de necesidad. Los análisis de sangre y vísceras abdominales no evidenciaron presencia de alcohol ni sustancias estupefacientes. Tampoco se detectaron signos de hemorragia o de infarto cerebral ni miocárdico. En conclusión, la muerte se produjo debido a una fractura con luxación de la sexta vértebra cervical producida por traumatismo de alta energía ocasionado por caída libre desde una gran altura. En Jaca, a 5 de Mayo de 20.. Firmado: Dr. Enrique Berzosa Ameyugo, Médico Forense & & & A las cinco de la tarde la delegación de Estigia Seguros abría de nuevo y cuando Gustavo Viguera hizo su entrada más puntual que nunca. Piluca le indicó con una inclinación de cabeza en dirección a su despacho que el jefe ya le estaba esperando. Por un momento se temió lo peor, pero el acceso de miedo apenas duró segundos. Germán Terroba hablaba por teléfono cuando su empleado abrió tímidamente la puerta, pero el jefe le invitó a sentarse con el gesto y un guiño de complicidad que lo dejó desconcertado. O al jefe lo estaban ascendiendo en ese momento y las cosas de la oficina le importaban ya un pimiento o no entendía nada. Al cabo de un rato Terroba se despidió calurosamente de su interlocutor, colgó y encendió un purito antes de soltar palabra. Fernando Sáez Aldana 20 Muerte en la escupidera - Ese hijoputa nos la ha jugado, amigo Gustavo. «Amigo Gustavo» significaba que ya no estaba enfadado y «nos la ha jugado» que el jefe asumía su parte en el marrón, y eso lo tranquilizó aunque siguiera sin comprender hasta que Terroba acabó aclarándoselo entre bocanadas de humo azulado. El delegado de Estigia se tomaba unos vinos todos los días laborables antes de comer con cuatro amigotes y algún colega del sector, que lo cortés no quitaba lo valiente y amigos antes que competencia. Y resultaba que uno de ellos, el jefazo de Crepúsculo, se había desahogado en un aparte con el de Estigia contándole que “el tipo éste”, y le daba golpecitos con el índice a la esquela de Óscar Zabala Arpón, le había contratado hacía dos meses y medio un autorizado de vida de seiscientos mil pavos en caso de muerte por accidente. A Terroba le dio entonces un ataque de risa nerviosa pero antes de que su confidente se lo tomase mal le contó que a él también se la había armado. «¡No me jodas!», «Como lo oyes, amigo Emilio, y lo más probable es que no seamos los únicos estafados por este tío». Era un alivio para ambos y para celebrarlo se pidieron otro vino y quedaron en llamarse si averiguaban algo más. Insensibles a las protestas de sus esposas, ambos delegados almorzaron ese día con el móvil pegado a la oreja y apenas tres horas después el pastel quedaba al descubierto: en los meses de febrero y marzo anteriores a su muerte Óscar Zabala Arpón había contratado nada menos que cinco pólizas de vida y accidente con una indemnización de seiscientos mil euros cada una en sendas aseguradoras: Estigia Seguros, Crepúsculo, Mutual Ícaro, Jungfrau Seguros y Previsión. Como la indemnización contratada superaba en mucho a la máxima habitual en caso de muerte por accidente, Óscar Fernando Sáez Aldana 21 Muerte en la escupidera Zabala debió negociar personalmente la cuantía en las cinco compañías. Y en las cinco, si no eran más, había conseguido una póliza tan excepcional que sólo se concedía a individuos sanos como atletas olímpicos que hubieran obtenido un éxito social y un prestigio profesional tales que lo último que pudiera pasarles por la cabeza fuese abandonar una vida que, más que sonreírles, les reía a carcajadas. El doctorcito nos la ha preparado, Gustavo, aseguró Don Germán echando medio cuerpo sobre la mesa para reforzar su argumentación. Quién nos lo iba a decir, ¿verdad?, y le dio una palmadita en el hombro. Pero tranquilo, hombre, también se la ha metido doblada a otros cuatro linces como tú, así que mal de muchos… ¡Qué cabrón! No hay cosa que más me joda que esos defraudadores que se creen con buen corazón. El tipo se suicida pero eso sí, dejándoles la vida solucionada a su mujer y a su hijita para demostrarles cuánto las quería. Que la cosa no era por ellas, vamos. Que se preocupaba por ellas a pesar de todo y ahí están los quinientos quilos de herencia para demostrarlo. ¡Quinientos kilos, Gustavo!, y de ellos cien nuestros. Valiente canalla el mediquito. Pero le va a salir el tiro por la culata porque ninguna de las cinco pólizas que contrató cubren en caso de suicidio hasta pasados uno o dos años y el tipo las contrató en los dos meses anteriores a tirarse por ese jodido monte…. Como se llame. Perdido, eso. Así que, amigo Gustavo, estamos sin ninguna duda ante un caso de fraude por suicidio disimulado a gran escala y hay que ponerse rápidamente en marcha. Pero Viguera no lo tenía tan claro y le expuso sus reparos al jefe. ¿Cómo podía estar tan seguro de que Zabala se había quitado la vida? ¿No podría haber contratado esas pólizas ante el riesgo real que supone la Escupidera por la que pensaba subir y bajar unas semanas después? El Fernando Sáez Aldana 22 Muerte en la escupidera jefe le respondió con vehemencia que no fuera tan ingenuo. Nadie contrata esa millonada en cinco aseguradoras por una simple excursión a la montaña; y además, ni que fuera el Everest. Claro que no lo era, pero Viguera le puso al corriente de sus averiguaciones en internet haciendo énfasis en los sesenta muertos de los últimos años. Pero inmediatamente Terroba les daba la vuelta a todos sus razonamientos. ¿Es que no te das cuenta? Ha escogido para matarse un lugar donde no es raro que la gente se mate pero por el que al mismo tiempo suben hasta abuelos, aunque escogió un momento en el que no había ni Dios por allí. ¡Qué listo el jodido! Un modo aparentemente extraño de suicidarse, pero que muy bien pensado. Claro que nosotros somos más listos, o por lo menos somos más, a secas, y tenemos los mejores abogados. Y por la leche que mamé, amigo Gustavo, que ese sinvergüenza no va a salirse con la suya. Encima de cobarde e hijoputa, ladrón. Te juro que no conseguirá los doscientos años de perdón que pensaba conseguir estafándonos, ¡ja, ja!, ¿lo pillas? Con el Consorcio ha topado. Porque aún en el caso de tener que soltar la pasta, cosa que no va a suceder, te lo digo yo, ya sería cosa del Consorcio, pero da igual, lo vamos a pelear como si tuviésemos que sacudir nosotros los quinientos quilos. De Germán Terroba no se cachondea nadie, y menos un medicucho que se cree más listo que todos. ¿Entendido? Gustavo Viguera apenas asintió con la cabeza. Seguía sin verlo claro. Era cierto que muchas muertes violentas con apariencia de accidentes involuntarios resultan ser suicidios camuflados de fatalidad. Pero incluso en colisiones frontales en largas rectas y a plena luz del día era tan difícil demostrarlo que si el kamikaze no avisaba o dejaba una nota –lo que sucedía rara vez- el fraude quedaba sin demostrar. ¿Cómo podía estar tan Fernando Sáez Aldana 23 Muerte en la escupidera seguro su jefe de que el trágico accidente montañero de un triunfador en su apogeo existencial era un suicidio encubierto? Y, sobre todo, ¿cómo demonios pensaba demostrarlo? Los únicos hechos ciertos de la historia era que Óscar Zabala había contratado legalmente varias pólizas de vida con la indemnización que las aseguradoras le habían permitido y que unas semanas más tarde había perecido precipitándose al vacío por la temible Escupidera del Monte Perdido. Punto. Lo demás eran conjeturas. La sospecha, terrible, de que el médico hubiera montado la ascensión al pico como pretexto para poner voluntariamente fin a su vida era, para empezar, un asunto muy delicado en una capital de provincias donde un caso así provoca un escándalo que marcará de por vida a la familia del presunto suicida. Ya tenían la mala experiencia de alguna buena gente destrozada más por las insinuaciones que nunca pudieron ser demostradas que por la propia desaparición de un ser querido. Desde el punto de vista humano había que actuar por tanto con prudencia y discreción máximas, sin falsos pasos que siempre acaban volviéndose contra las compañías de seguros, esas panda de buitres capaces de enmerdar el honor de una persona y hundir a su familia en la ignominia con tal de no soltar la pasta, que para cobrar las cuotas ya andan listos pero anda que para pagar, menudos carroñeros los seguros. Claro que el dinero no tiene corazón y desde una óptica profesional el deber de Estigia Seguros, como el de todas las demás, era investigar hasta asegurarse de que algunos siniestros razonablemente sospechosos de fraude no lo eran. Ya que el fraude, además de un delito, repercute negativamente en los asegurados legales al encarecerse su póliza para hacer frente a las indemnizaciones de los que no lo son. Fernando Sáez Aldana 24 Muerte en la escupidera - Por eso, amigo Gustavo, y sin esperar a lo que decidamos las cinco aseguradoras en la reunión que vamos a celebrar esta semana para diseñar una estrategia común, nosotros vamos a ponernos manos a la obra sin demora, ¿entendido? Para empezar, te vas a ir ver a la viuda. ¿Qué para qué? Pues ya sabes, lo de siempre, primero le das nuestro más sentido pésame y a continuación le preguntas si estaba al corriente de lo mucho que le quería su marido. ¡Coño, Gustavo, claro que no!, cómo le vas a decir de esa manera si sabía lo de la superpóliza hombre, se lo dices así, directo y con normalidad, ¿entiendes? A ver cómo reacciona, es importante saberlo antes de que se le echen encima los demás y se ponga en guardia echando mano de un jodido abogado que no la deje abrir la boca sin su presencia. Hay que pillarla in albis, ¿me comprendes? Sin malear, Gustavo. Si puede ser, hoy mismo. ¿Qué dónde? A ver, a ti dónde se te ocurre que pueden pasar la tarde las viudas antes de enterrar al muerto, ¿eh? Pues claro, hombre, no va a ser en el bingo, coño. Así que, en marcha. A por ella. Ya estás tardando. & & & El Tanatorio Caronte es un moderno edificio asomado a la orilla derecha del río Ebro, estratégicamente situado frente al cementerio en la ribera opuesta. Su diseño funcional y su discreta fachada de caravista marrón le proporcionan el aséptico aspecto que disimula bien su infausta actividad. Cuando maldiciendo su maldita suerte Gustavo Viguera se encaminó a la Fernando Sáez Aldana 25 Muerte en la escupidera sala 3, donde se velaba el cadáver de Óscar Zabala Arpón, eran las siete de la tarde y el horario de visitas acaba a las ocho, de modo que en esa última hora es cuando se dejan ver sobre todo las personas que ejercen la condolencia más como un acto social que como una sincera muestra de compasión. Llegan, sueltan un cumplido con el ceño fruncido y se largan enseguida («porque estaréis muy cansados y todavía habrá de venir más gente»), la que espera al último cuarto de hora para no tener que permanecer más tiempo plantados como pasmarotes con los brazos cruzados sin saber qué decir ni adonde mirar. Gustavo hubiera preferido mucha gente entre la que pasar desapercibido mientras cumplía su ingrata misión, pero en la sala 3 sólo había ocho personas. Cerca de la puerta tres hombres conversaban en voz baja, un matrimonio mayor hacía guardia frente al cristal que separaba la sala del cadáver amortajado y en el sofá dos mujeres custodiaban en silencio a una tercera forrada de negro que se tapaba media cara con un moquero con flores estampadas. Gustavo Viguera estuvo a punto de poner cara de equivocado y darse media vuelta cuando una voz conocida, hombre Gusti, tú por aquí, le impidió rajarse. Era Antonio Anguiano, un colega del mundillo al que no veía hacía tiempo. Su mujer, muy amiga de Ana Mari, la ya viuda de Óscar Zabala, era una de las dos que la acompañaban en el sofá. Gusti le explicó al compañero de AMA Seguros que el motivo de su visita era profesional, sin darle más detalles, y Anguiano se ofreció a presentársela. Quizá no era momento, alegó Viguera, pero el otro le aseguró que al contrario, que Ana estaba muy entera y que le vendría bien distraerse un rato oyendo algo distinto de un pésame. Pero cuando acabó convenciéndolo una pareja de la edad del difunto entró en la sala y se Fernando Sáez Aldana 26 Muerte en la escupidera fueron derechos al sofá, con lo que Gustavo tuvo que esperar su turno escuchando lo que hablaban Anguiano y sus amigos. - Estábamos comentando, Gustavo, que parece mentira lo que le ha pasado a Óscar. Un montañero tan experimentado como él, que ha pisado casi todos los tresmiles del Pirineo, algunos de ellos con nosotros, ¿verdad? Verdad. Los amigos de Anguiano habían coronado en compañía de Zabala cumbres míticas de la cordillera como Vignemale, Balaitús, Aneto, Posets, Bachimala o el Midi d’Ossau («que no será un tresmil pero ojito») y muchas más. Los tres coincidían en que el pediatra era un tipo en forma que corría más de una hora tres veces a la semana durante todo el año sólo para llegar bien preparado a los ansiados días de la montaña. Desde hacía casi veinte años, un pequeño grupo de amigos del que ellos formaban parte lo dejaban todo el último jueves de junio y se iban a patear otro trocito de Pirineo así se estuviera hundiendo el mundo. Como había tantos picos que subir y tan pocos años por delante nunca repetían excursión, pero desde la fallida ascensión al Perdido, siete años antes, Óscar había llegado a obsesionarse con la idea de subir a la única montaña importante de la cadena que se le había resistido. Aquel año cayó una nevada tardía a finales de mayo y a partir de los dos mil seiscientos ya sólo pisabas nieve. Hasta el Lago Helado subieron bien pero fue allí donde Enrique Pomar empezó a sentirse mal, a marearse y vomitar, y tuvieron que bajarlo a Góriz casi en volandas aquejado de una gastroenteritis que por poco acaba con él. La noche anterior habían vivaqueado a los pies del glaciar de la cara norte, adonde habían subido Fernando Sáez Aldana 27 Muerte en la escupidera desde Pineta por el balcón, y al sibarita de Javi Aguilar no se le ocurrió otra cosa que llevar en secreto en su mochila unas ostras y una botella de Möet & Chandon para celebrar la hazaña por adelantado. Le llamaron pijo, y chalado, pero al final todos chuparon del frasco. La intoxicación de Pomar les obligó a descender por la vertiente opuesta hasta el refugio de Góriz, mucho más cerca del Lago Helado de Marboré que el parador de Pineta. Una vez pasado el susto evacuaron al enfermo por su propio pie hasta el cuello Arenas donde el autobús 4x4 los bajó hasta Nerín. Recuperar el coche en Pineta fue un lío y al final la excursión resultó un fracaso por culpa de una maldita ostra en mal estado. Los demás juraron que no volverían por allí pero Óscar Zabala insistiría año tras año en regresar al Perdido, la única gran cumbre del pirineo central que les quedaba por conquistar. La oposición de los amigos había sido inútil: este año tocaba Perdiguero y aunque a todos les hubiera apetecido subir al Perdido las reglas eran las reglas y no se repetía excursión, así que Zabala decidió intentarlo sólo pero sin renunciar a la excursión anual con los compañeros en junio, así que planeó su ascensión en solitario el único fin de semana que su agenda le permitía: el primero de mayo. El invierno había sido extraordinariamente suave incluso en la alta montaña, donde había nevado menos de lo habitual, así que las condiciones del corredor noroeste aquel mayo no serían mucho peores que las de algunos junios e incluso julios. - Y allá se fue, el muy cabezota, ya ves, para no volver. Tras el relato los camaradas del muerto permanecieron en un silencio finalmente roto por los renovados sollozos de la viuda provocados por Fernando Sáez Aldana 28 Muerte en la escupidera otra visita. Gustavo lo aprovechó para ir a lo suyo y les preguntó si la famosa Escupidera era tan peligrosa como su mala fama aseguraba. La discusión que siguió fue tan apasionada como poco aclaratoria para su promotor. Uno de los dos amigos de Anguiano, que se había retirado del grupo para saludar a alguien, le aseguró que lo de la Escupidera era un mito. Que no era para tanto. Que bien pertrechado (y eso incluía crampones y piolet siempre que hubiera nieve, así fuera verano) y, desde luego, con una mínima experiencia montañera, era difícil matarse. Los que lo habían hecho habían sido imprudentes o ignorantes. Y Óscar Zabala no había sido nunca ni lo uno ni lo otro. Para rematar su argumentación recordó el memorable resbalón del pediatra bajando por el glaciar helado de la Brecha hacia el refugio de Sarradets y el modo perfecto como usó el piolet para frenar la caída. Entonces, replicó el otro, ¿por qué se precipitó al vacío? Mira, le explicó a Gustavo Viguera, la montaña es como un droga que todos creemos controlar pero que puede acabar llevándose al tipo más experto del mundo. Y puso el ejemplo del escalador de cascadas heladas que se había jugado el tipo cientos de veces sin el menor percance pero que se mató en una excursión dominguera en la cara norte del pico San Lorenzo a dos mil metros escasos. Y la Escupidera es la hostia, por mucha experiencia que tengas y por mucho crampón y mucho piolet que lleves como esté la nieve helada y des un resbalón, sobre todo bajando, ¡te vas a tomar por culo!, exclamó en voz tan alta que hasta la viuda se volvió hacia él. Anguiano aprovechó el embarazo del momento para despedirse junto con su mujer. Los compañeros de fatigas montañeras del fallecido hicieron lo mismo y Viguera se vio de repente sólo en la sala, frente a Fernando Sáez Aldana 29 Muerte en la escupidera dos mujeres acurrucadas en el sofá. Ana Mari Sáenz reparó entonces en él e instintivamente se incorporó y se dirigió hacia él. - No nos conocemos, creo, ¿era usted amigo de mi marido? Viguera carraspeó y le pidió hablar a solas. La mujer le aclaró que la otra era su hermana y que podía decirle lo que fuera delante de ella. Gustavo dudó pero no fue capaz de intentar separarlas y fue directo al asunto. Ana Mari Sáenz, primogénita de un rico bodeguero que la desheredó por no asistir a sus segundas nupcias con una venezolana treinta años más joven que él, no sabía nada de los seguros de vida de su esposo y reaccionó arrojándose entre lágrimas a los brazos de su hermana. Viguera se sintió culpable de la nueva lanzada en el corazón desgarrado de la viuda y trató de superar el trago imaginando la maldad que el burro de su jefe soltaría cuando se lo contara: lloraría de alegría la muy zorra, Gustavo, no te confundas, de alegría, si lo sabré yo. La vergüenza ajena que sintió sólo por pensarlo le movió a tratar de confortar a la pobre viuda. Fue a decirle que su marido, el doctor Zabala, seguramente le había salvado la vida a su hijo Gustavito pero entonces sucedió algo inesperado que elevaría el nivel de la sofocante emoción que se respiraba en la sala 3 hasta el límite de lo soportable. La puerta se abrió y una muchacha de trece años hizo su entrada con los brazos caídos, las manos entrelazadas y la mirada clavada en el suelo. Le acompañaba una mujer rubia de la edad de su madre, enlutada de pies a cabeza, que guiaba a la niña con una mano sobre su hombro, como si fuera ciega. Cuando las vio llegar Ana Mari estuvo a punto de sufrir un desmayo y hubo que medio acostarla en el sofá. Cómo tendría el valor de presentarse allí la Fernando Sáez Aldana 30 Muerte en la escupidera barragana de su padre, como llamaba injustamente a Mercedes, su legítima segunda esposa. Pero Mercedes adoraba a Patricia, la única hija de Óscar Zabala y de la hija de su marido, y lo que era peor, la niña también simpatizaba con ella. Ana Mari no hubiera soportado la presencia de su padre en aquella sala pero la de su hija del brazo de Mercedes fue demasiado también. Cuando se repuso del sofocón se abalanzó sobre su hija, la abrazó hasta hacerle daño y ambas se fundieron en un mismo llanto inconsolable y desgarrado que emocionó a los demás también hasta las lágrimas. «¿Por qué, mamá, por qué?», aullaba la niña con el rostro desfigurado y enrojecido por el berrinche. Dios se nos lo ha llevado, Elsita cariño, sólo Él sabe por qué y nosotras aún tenemos que darle las gracias por el buen papi que hemos tenido, a que sí cariño…» Sin dejar de llorar, la niña asentía con la cabeza apretada contra el regazo de su madre y hasta Gustavo Viguera, un tipo con fama de inconmovible, tuvo que morderse los labios y apretar fuerte para que el daño le sujetara los ojos. Tratando de contrarrestar la emoción se acordó del cabrón de su jefe y se preguntó para qué le habría obligado a pasar tan mal rato. Había sido una estupidez presentarse en el tanatorio, estaba claro que la viuda no sabía nada de las pólizas de su marido, como casi todas, pero aunque lo supiera, ¿de verdad esperaba Terroba que le hubiese contestado: «¡Ah! sí, los seguros de vida, menuda se la ha jugado este pillín de maridito tan paliducho que tengo metido en esa caja, ¿eh?» Viguera maldijo una vez más su puta vida pero antes de marcharse decidió que, ya que se encontraba ante la inconsolable viuda de su cliente de cuerpo presente, al menos actuaría con profesionalidad y aprovechando el viaje. Fernando Sáez Aldana 31 Muerte en la escupidera - Señora, sé que no es el momento más apropiado pero es mi deber pedirle que en cuanto le sea posible se pase usted por nuestra oficina para ultimar el tema de la póliza. Aquí tiene mi tarjeta, estamos mañana y tarde, de lunes a viernes. Y lo siento de veras. Verá, hace unos años, el doctor Zabala, su marido… Pero la madre e hija permanecían abrazadas y fue la cuñada del muerto quien recogió la tarjeta, le dio las gracias y le indicó con el gesto que no era momento. Que se marchara. Un viento desapacible lo aguardaba en el exterior pero antes de refugiarse en el coche Viguera se asomó al río, que bajaba crecido por el deshielo de la Demanda, y dejó que la corriente arrastrara su mirada perdida en dirección al pozo Cubillas. - «Nuestras vidas son los ríos que van a dar a la mar, que es el morir…» No supo de dónde pero la frase surgió, se apoderó de su pensamiento y no pudo librarse de ella hasta que le volvió la espalda al Ebro. Ya apenas quedaban coches en el incómodo aparcamiento y el perito de Estigia abandonó el tanatorio pensando que muchas vidas ni siquiera llegaban a la fase de río. La del doctor Zabala, por ejemplo, estampada contra la nieve de la alta montaña a los pies de un gigantesco tobogán de hielo al que locos que jugaban a matarse en él llamaban la Escupidera. El resto de la semana siguiente al mortal despeñamiento de Óscar Zabala transcurrió sin novedad hasta que el viernes a media mañana Germán Terroba ordenó que Viguera se presentara inmediatamente en su Fernando Sáez Aldana 32 Muerte en la escupidera despacho. El jefe acababa de reunirse con los delegados de las otras compañías “estafadas por ese cabrón de mediquito” y echaba las muelas. - Malas noticias, Gustavo, para todos pero especialmente para ti: el Consorcio dice que allá películas. Que no es un caso de riesgo extraordinario. Que cada palo aguante su vela. O sea que a pagar, ¿lo pillas? ¡seiscientos mil eurazos por una sola cuota! Suficiente para jodernos el ejercicio, ¡mecagüenn…! Gustavo fue a decir que lo sentía pero se contuvo a tiempo. No era momento de sentimientos sino de ponerse manos a la obra para evitar la catástrofe. - ¿Qué cómo? ¡Hay que joderse! Tú le firmaste la póliza, así que el marrón es tuyo, amigo mío. De momento te toca decirle a la viuda del pediatra que no pensamos pagar ni un céntimo mientras no nos demuestren que su marido se cayó accidentalmente y no se tiró de cuernos por el Escupitajo ese de los cojones, o como se llame. Mira, ese sinvergüenza se suicidó, seguro, de qué iba a contratar tanto seguro de vida si no. Se creía muy listo, ¿verdad? pero mira tú, no sabía que nosotros somos mucho más listos que él, y que de Germán Terroba no se ríe ni Dios. Así que, ¡hala!, manos a la obra. De nada sirvieron los reparos que se le fueron ocurriendo a Viguera. Su jefe sabía de sobra que no sería tarea fácil pero, y en eso llevaba razón, no sería ni la primera ni la última vez que descubrían un fraude por Fernando Sáez Aldana 33 Muerte en la escupidera suicidio encubierto y lograban el fallo favorable de un juez sin necesidad de aportar una nota de despedida. Ahí estaba el reciente caso del empresario arruinado por un timo financiero que se lanzó contra un camión en una recta con perfecta visibilidad. La indemnización no era ni la cuarta parte pero peleando como era debido consiguieron no soltarla. Así que con más razón en este caso. Pero, ¿qué quería decirle con “manos a la obra”’? ¿Qué pretendía que hiciera? Terroba se lo aclaró de un tirón. Aquella misma mañana se había reunido con los otros delegados de compañías afectadas por el “caso Zabala” y tras mucho discutir habían acordado investigar con discreción la posible existencia de un móvil de suicidio en la inesperada muerte del pediatra más famoso de la ciudad. La gente de la calle ya sabía algo sobre un seguro de vida millonario, aunque al parecer no había trascendido lo de las cinco pólizas, y desde los cafés de amigas se estaba creando un estado general de compasión hacia las pobres viuda e hijita del doctor; a ninguna de las compañías les interesaba aparecer como quebrantahuesos insensibles a la tragedia, siempre dispuestos a cobrar pero nunca a soltar la pasta. Antes de llevar el caso a los tribunales –¡menudo escándalo!querían asegurarse de no meter la pata y eso exigía investigar. En una capital de provincias donde todos se conocen resulta imposible no hacer algo por lo que decidas quitarte la vida sin que llegue a saberse, y menos si se trata de un personaje tan conocido y relacionado como un médico de prestigio. Así que “manos a la obra” significaba ponerse a investigar un caso más que probable de suicidio disimulado como accidente. Los delegados habían decidido repartirse el trabajo en varias líneas de investigación. Germán Terroba lo tenía más claro que el agua que jamás bebía. Fernando Sáez Aldana 34 Muerte en la escupidera - “Tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor, y el que tenga las tres cosas que le dé gracias a Dios”, Te suena, ¿verdad’ Pues la gente sólo se mata cuando pierde para siempre alguna o algunas de ellas. No falla, amigo Gustavo. Así de simple, te lo digo yo. De indagar acerca de un posible móvil económico se encargaría uno de los delegados cuyo cuñado era el director del banco que era el único cesto donde imprudentemente Óscar Zabala tenía depositados al parecer todos sus huevos: cuenta corriente, acciones y fondos de inversión. Para confirmar o descartar un supuesto móvil sentimental iban a contratar los servicios de un detective especializado, el mismo que descubrió la increíble relación amorosa entre la presidenta de la asociación “Familia Cristiana” y el hijo de su tesorero sorprendiéndolos con las manos en la masa – literalmente- en un hostal de Pamplona, menudo bombazo para el cotilleo de la ciudad. En lo referente a una posible grave enfermedad de Zabala, consultarían su historial clínico del Hospital, al alcance de cualquier empleado desde que se informatizó el sistema, y rastrearían las bases de datos de clínicas privadas y laboratorios de análisis clínicos y anatomía patológica en busca de cualquier indicio, tarea relativamente fácil por estar la mayoría de esos centros participados por las compañías de seguros. Caso de no encontrar nada, estaban dispuestos a solicitar a la Justicia una segunda autopsia. Pero ahí no quedaba la cosa. - Por lo visto es imprescindible para la investigación reconstruir hora a , ¡qué digo, minuto a minuto!, las últimas veinticuatro Fernando Sáez Aldana 35 Muerte en la escupidera horas que vivió ese desgraciado, y eso significa que alguien tiene que seguir sus pasos, pero literalmente, vamos, hasta la mismísima Escupitajera esa donde se metió la hostia, ¿me comprendes? Autopsia psicológica lo llaman ahora, hay que ver lo que se inventan los psiquiatras para no perder comba. Como Gustavo Viguera no sospechaba que se estaba refiriendo a él asintió con vehemencia, claro que le comprendía, era lo habitual en esos casos, interrogar a todo el que hubiera tenido el menor contacto con la víctima buscando cualquier muestra de comportamiento anormal o sospechoso. - Perfecto, amigo Gustavo, me alegro de que lo entiendas tan bien, así que, lo dicho: ya puedes ir poniéndote en marcha. Sí, había oído bien. A propuesta de su jefe, aprobada por el resto de los delegados, sería él, Gustavo Viguera, el encargado de investigar sobre el terreno los últimos movimientos, los últimos encuentros, las últimas palabras y hasta los últimos gestos del doctor Zabala el fatídico primer fin de semana de mayo en el que había perecido cayendo al vacío en un monte perdido. Terroba no le dio opción: no admitiría una negativa so amenaza de despido. Y la razón de su designación no era sólo que hubiera sido precisamente Viguera el irresponsable agente que le aseguró cien kilos en caso de fallecimiento. Además era un buen investigador, inteligente y perspicaz, como había demostrado en otros casos de intento de fraude a la compañía. Claro que tirarse peñas abajo no era lo mismo que quemar el taller o estrellarse contra un muro, naturalmente que era Fernando Sáez Aldana 36 Muerte en la escupidera un caso difícil, atípico y sin precedentes, pero para eso estaba él, Gustavo Viguera, para salir airoso de la empresa gracias a sus excelentes recursos como perito todo terreno con justa fama de lince a pesar del patinazo con Zabala, pero quién podía imaginar algo así, los demás también picaron, era comprensible… Tanto elogio después de la bronca convenció a Viguera de que su jefe iba completamente en serio y entonces trató desesperadamente de improvisar todas las pegas que se le ocurriesen para evitar la misión más complicada y posiblemente disparatada que nunca le habían encomendado. Pero fue inútil. - El tiempo corre en nuestra contra, las cosas se olvidan con rapidez, así que tendrás que hacerlo cuanto antes. Ya mismo, Gustavo. A poder ser, mañana. Naturalmente no tendrás que subir hasta esa maldita… ¿cómo?, eso, Escupidera, no te quiero tan mal, pero sí hasta un refugio situado en la base de ese jodido monte, donde al parecer muchos chalados duermen antes de subir a la cima. Lo tengo aquí apuntado, espera… eso es: Góriz. Refugio de Góriz. Y no me preguntes por dónde cae porque no tengo ni puta idea, eso ya es cosa tuya. Además de la visita al refugio, donde debía sonsacar a los guardas cualquier información que pudiesen proporcionar sobre el montañero Óscar Zabala, Viguera tendría que apañárselas para entrevistarse con el responsable del equipo de salvamento que rescató el cadáver y con el forense que firmó la autopsia. De nada sirvieron las protestas de Viguera por su sobrepeso, su sedentarismo militante, su baja forma. Y su Fernando Sáez Aldana 37 Muerte en la escupidera absoluto desconocimiento de la montaña. Nada de eso sería un obstáculo. Terroba lo había planeado todo. - Te acompañará hasta el refugio un guía que vamos a contratar en uno de esos puebluchos perdidos del Pirineo. Un todoterreno os subirá hasta casadiós y desde allí hasta el refugio será un paseo por una senda me han asegurado que cómoda, sin pendientes empinadas. Por lo visto se puede recorrer el trayecto con las manos en los bolsillos, amigo Gustavo, pero ya sabes que tienes que llevarlas fuera y ponerlas… ¡a la obra! ¡Ja, ja, ja! Y eso significa, no lo olvides, desenmascarar a ese cabrón de médico muerto que quiere robarnos las perras. ¡Hala!, muchacho, a deshacer el entuerto. & & & Muchos sábados por la tarde la familia Viguera se iba de compras al Centro. No al centro de la ciudad, donde estaban las tiendas y los colmados de toda la vida, sino al gigantesco Centro Comercial plantado en las afueras. Un hipermercado con ochenta tiendas, diez cafeterías, ocho cines, una bolera, agencias de viajes, sucursales bancarias, farmacia y hasta oficina de correos: una ciudad condensada en dos plantas protegidas de la intemperie donde los niños podían corretear sin miedo a los coches y los padres tomarse una cañita en una terraza en pleno invierno. Cuando se anunció su construcción el comercio local se movilizó en contra pero nada pudo evitarlo y el éxito de la megatienda fue inmediato. Aparcamiento seguro y gratuito, horarios amplios, una Fernando Sáez Aldana 38 Muerte en la escupidera completa oferta de ocio y de consumo y temperatura agradable durante los doce meses del año, constituían un atractivo irresistible para las familias, sobre todo con niños pequeños. A Vito, el único hijo de Gustavo Viguera y Marta Briones, le encantaba ir al Centro. Para un chaval de ocho años aquello era mejor que las barracas de las fiestas. Se lo pasaba pipa subiendo y bajando por las escaleras mecánicas, montándose en el caballito mecánico, resbalando por el suelo con carrerilla y enredando en todas las tiendas que podía. Si además caían unos chuches o un helado, lo que sucedía casi siempre, tarde perfecta. Viéndole corretear tan lleno de vida por el pasillo nadie sospecharía que cuatro años antes ese niño estuvo a punto de morir. Una tarde volvió del colegio vomitando a chorro, con fiebre alta y mucho dolor de cabeza. Llevaba varios días acatarrado, tosiendo y con mocos, como casi todos los niños en octubre, y el pediatra del Centro de Salud no le había dado mayor importancia. Pero la cosa tenía ya otra cara y esa misma tarde lo llevaron a las sobresaturadas Urgencias del hospital, donde después de cuatro horas de espera los despacharon a casa con el mismo diagnóstico: “proceso catarral de origen vírico”. Tras una noche en vela el niño no mejoraba y su madre, desesperada, despertó a una amiga para que le diese el nombre y el teléfono de aquel pediatra que según ella además de estar tan bueno era muy bueno. Apenas una hora más tarde el doctor Oscar Zabala les abría la puerta de su casa con una abierta sonrisa a pesar de que hasta mediodía no comenzaba la consulta. Mientras desnudaban al niño les hizo varias preguntas y cuando descubrió unas pequeñas manchitas en la piel no perdió ni un segundo. Les ordenó que lo sujetaran para ponerle una inyección y les apremió para que se dirigieran inmediatamente al Hospital mientras él llamaba para avisarles Fernando Sáez Aldana 39 Muerte en la escupidera de que acudiría un niño con una posible sepsis meningocócica por meningitis. Una enfermedad potencialmente mortal si no se trata a tiempo. Cuando llegaron a Urgencias no tuvieron que esperar ni un minuto y unas horas más tarde el niño estaba fuera de peligro. Aún tuvieron que escuchar críticas hacia la actuación de Zabala por haberle inyectado un antibiótico antes de realizarle los cultivos de sangre para identificar la bacteria causante de la enfermedad, pero lo cierto fue, como reconocieron los pediatras del hospital más tarde, que aquella inyección posiblemente le salvó la vida. Cuando fueron a darle las gracias al doctor Zabala, ni les cobró (“Me considero más que pagado con que su hijo se haya curado”) y encima obsequió al niño con una de las célebres piruletas gigantes sin azúcar con las que sabía ganarse la confianza de sus berreones pacientes cuando se quedaba a solas con ellos. Chapó. Hay cosas que nunca se olvidan, y cuando casi cuatro años después de aquello Gustavo Viguera volvió a ver a Oscar Zabala, esta vez en su oficina de Estigia, el responsable de Vida y Accidentes no fue capaz de ponerle ninguna pega a la desmesurada póliza de vida que quería suscribir el médico al que seguramente debía que Vito continuara subiendo en dirección contraria por las escaleras mecánicas del Centro Comercial. Seiscientos mil euros. Cien quilos. ¡Qué cabrón! - Gus, vamos a entrar en esta tienda de deportes a mirar un chándal para Vito, ¿vale? La dulce voz de Marta no logró rescatar a su marido de sus cavilaciones y tuvo que zarandearlo por el brazo, siempre con suavidad. Fernando Sáez Aldana 40 Muerte en la escupidera - ¿Me has oído, Gustavo? Que vamos a entrar aquí un momento, ¿en qué estás pensando, cariño? El padre de familia asintió y entraron en una enorme tienda de deportes donde había de todo, ordenado por actividades: fútbol, baloncesto, ciclismo, tenis… y hasta montañismo. En esta última sección había un expositor de libros y Gustavo les dijo que les esperaría allí, mirando. Marta se detuvo y lo miró, perpleja. Era la primera vez que mostraba interés por la montaña. Pero Vito tiraba fuerte de la mano de su madre y acabó arrastrándola hacia el interior del establecimiento. Al ya perito montañero le llamó la atención la cantidad de libros, revistas y publicaciones que existían sobre el montañismo, en todos sus aspectos. En seguida se fijó en un voluminoso tomo cuya foto de portada identificó inmediatamente. Era una impresionante imagen de la cara noroeste del Monte Perdido en la que destacaba el corredor nevado que desde la cima parecía descender como una rampa gigantesca que se ensanchaba oblicuamente hacia la izquierda e iba a parar directamente a una pequeña laguna situada en la base. Reconoció perfectamente en la zona más estrecha del tobogán la Escupidera, vertiginosamente erguida hacia la cima y al mismo tiempo inclinada hacia la derecha hasta la orilla que, a diferencia de la opuesta, protegida por un imponente muro de roca, terminaba en el mismísimo borde de un abismo por el que nunca se terminaría de caer. Era aún más impresionante que las vistas que encontró en Internet, sobre todo la tomada con teleobjetivo y donde aún así los montañeros parecían pulgas. Como aquélla, estaba tomada desde el Cilindro pero a su distancia real, con lo que la perspectiva de la Fernando Sáez Aldana 41 Muerte en la escupidera inclinación del corredor era mucho más imponente todavía. De nada le sirvió recordar las palabras de Anguiano cuando le habló de aquella foto. - Hombre, desde arriba sí, parece inaccesible, pero cuando comienzas a subir desde la Laguna Helada tú no tienes esa perspectiva, el corredor parece más tumbado y, por supuesto, más ancho, nada que ver, en serio, subir por allí no acojona para nada, no es nada aéreo, y en agosto, sin nieve, desde luego no hay ningún peligro, sólo que resulta un coñazo porque las botas se te hunden en la piedra y parece que no llegarás nunca arriba; con nieve es mejor, y si vas equipado como Dios manda, ningún problema… “¡Ya, ¿y entonces Óscar Zabala, qué?”. Lo dijo en voz alta sin darse cuenta y otro curioseador de libros lo miró de reojo. Además, ¡qué tontería!, él no tendría que subir por el corredor, ni siquiera hasta la Laguna, tan sólo hasta el refugio de Góriz, un paseo desde la parada del autobús. Pero cuando miraba y remiraba la foto no podía dejar de pensar en el doctor Zabala, el salvador de su hijo Vito, resbalando por la maldita Escupidera aquella, en dirección a una muerte segura. Un escalofrío entre las paletillas le movió a devolver el libro a su estante. Había muchos más, sobre los Pirineos, los Alpes, los Montes Vacos, la Montaña Palentina, Gredos, los Picos de Europa y hasta un “Montes de la Rioja” donde descubrió que aquel montículo situado junto al pantano de la Grajera al que lo subió una vez el canso de su cuñado porque tenía unas vistas maravillosas de Logroño y su valle, el popular “monte la Pila”, estaba catalogado en una guía montañera con 565 metros de Fernando Sáez Aldana 42 Muerte en la escupidera altitud. ¡No me jodas que he subido a un monte sin saberlo!, se dijo, pero la diversión le duró poco cuando recordó que el Perdido levantaba casi tres kilómetros más. ¡Chalados, eso es lo que son!, continuó pensando mientras dejaba el libro en su sitio. Otra estantería exhibía unos libritos cuadrados y delgaditos, casi folletos, que formaban una colección de guías prácticas. Los había de todo: sobre nudos, escalada, manejo de crampones y piolet, curas y vendajes… ¡y hasta sobre cómo cagar en el monte!. En la portada del dedicado al piolet y los crampones le pareció ver a dos astronautas unidos por una cuerda caminando por un satélite desierto cubierto de nieve y lo cogió para echarle un vistazo. Las fotos mostraban chalados y más chalados trepando o bajando por neveros inclinados pero un párrafo llamó su atención. La autodetención es quizá la primera técnica que hay que aprender para escalar sobre nieve, y uno de los principales usos del piolet como elemento de seguridad. La primera línea de defensa ante las caídas, como es lógico, es la prevención. Utilizar el piolet para autoasegurarte, clavándolo en la nieve de la montaña cada dos pasos mientras te encuentras en posición equilibrada, constituye la mejor manera de evitar que un resbalón o tropiezo llegue a convertirse en una caída. A pesar de observar metódicamente esta norma, no resulta tan raro caerse. La distracción, la fatiga y mil causas diferentes originan estos sustos, para los que conviene estar preparados y con el piolet en ristre. Gran parte de las caídas en nieve se producen durante el descenso; entonces la nieve se acumula más fácilmente bajo los crampones formando los temidos zuecos. El cansancio de la jornada te lleva a bajar la guardia, pierdes la concentración en los pies, lo cual propicia los enganchones de las puntas de un Fernando Sáez Aldana 43 Muerte en la escupidera crampón con la pierna contraria… por eso conviene agarrar el piolet con el pico mirando hacia atrás, hacia la nieve en las bajadas, así se acelera el tránsito a la posición de autodetención sin tener que girar la cabeza con la herramienta. Con eso se ahorran unos segundos preciosos…1 - Gus, Gus, ¡Gustavo!, ¿no me oyes?, venga, que nos vamos, te esperamos en la caja, anda Vito, enséñale a papi el chándal tan chulo que te va a comprar... & & & La oficina de Antonio Anguiano estaba a dos manzanas de la de Gustavo Viguera. A pesar de ser compañeros del mismo gremio apenas se veían y nunca quedaban, pero se profesaban mutua simpatía y cuando Anguiano recibió la inusual invitación de Viguera para tomarse un café a media mañana aceptó encantado. Como en todas las semanas siguientes a un largo puente la oficina de AMA Seguros recibía un aluvión de partes por accidentes de tráfico. - La gente es la hostia, Gusti, se meten unas castañas del copón por llegar cinco minutos antes a casa, yo es que prohibía que los coches pudieran pasar de cuarenta, y eso que vivimos de esto, ¿eh?, de verdad te lo digo. ¿Sabes cuántos partes me han caído hoy? Bueno, pero qué te voy a contar a ti, joder, si lo mismo tienes más que yo. ¿Qué tomas? ¿un cortadito? Pues yo me voy a meter una pinta bien fría. Con dos cojones, sí señor, que 1 Tomado del libro “Manejo básico de piolet y crampones”, de Toño Guerra, Desnivel ediciones. Fernando Sáez Aldana 44 Muerte en la escupidera pasan de las doce y yo nunca bebo por las mañanas. Bueno, tú dirás, compañero… Viguera le contó la historia que Anguiano escuchó con atención entre sorbos y chasquidos y a renglón seguido le pidió su experta opinión sobre la excursioncita a la montaña que le había preparado su jefe. - Qué cabronazo, este Germán. Te la ha preparado buena, sí, pero tiene razón, investigar esas horas previas a la muerte de un posible suicida encubierto es la clave para pillarlos. Y seguro que tú lo haces bien, lo has demostrado otras veces. Lo que me jode es que te lo imponga como un castigo, como si tú tuvieses la culpa, vamos. Viguera insistió para que su camarada le hablara de la montaña. Era lo que más le preocupaba. - Creo que no debe inquietarte, en serio te lo digo. Verás. Al refugio de Góriz se puede llegar por varios caminos. Yo me los conozco todos. Mira, te lo voy a pintar en una servilleta de papel. Esto es el refugio, ¿vale? Su verdadero nombre es Delgado Úbeda pero todos lo conocemos como Góriz, a secas. Está a dos pasos de la divisoria entre España y Francia, y todos los años pernoctan en él miles de montañeros de todas partes, casi siempre para atacar el Perdido al día siguiente. Ten en cuenta que la cumbre está a más de 3300 metros y la aproximación a su base desde cualquier punto es muy larga y Fernando Sáez Aldana 45 Muerte en la escupidera con bastante desnivel, así que Góriz, que está a 2200, es ideal para reparar fuerzas y coronar cómodamente una de las cimas más apetecibles del Pirineo. Mira, esto que pinto ahora es el valle de Ordesa, seguro que has oído hablar de él porque es más famoso que el copón. Bueno, pues desde España la vía normal para subir al perdido es por aquí, ¿ves? Se recorre el valle, que es una pasada de bonito aunque esté petado de gente, y si el día está despejado cuando llegas a este punto ya podrás ver el imponente circo donde termina, a los pies de las fabulosas cumbres de las tres Sorores: el Soum de Ramond a la derecha, el Cilindro de Marboré a la izquierda y en medio de los dos el puto amo del valle, amigo Gustavo: el Perdido. ¿La Escupidera, dices? ¡Tranquilo, hombre!, que ya llegaremos. Bueno, a partir de este punto, junto a la cascada de la cola de Caballo, la cosa se pone más chunga; hasta aquí llegan como mucho los domingueros y hasta abuelitos paseando a los nietos, pero desde ahí ya sólo siguen los montañeros, subiendo por esta pared, ¿ves?, hasta el refugio. Bueno, aquí hay unas clavijas pero eso no te interesa porque se pueden evitar. Hay otros caminos desde el aparcamiento hasta la Cola, como el de la faja de Pelay, que bordea el valle por aquí; es más tranquilo pero hay que subir unas rampas de la hostia, la Senda de los Cazadores, y por ahí tú echas el bofe seguro, compañero. A mí el camino que más me gusta es el que sale de Torla, el pueblito que está a la entrada del valle, o sea por aquí, y va subiendo hasta una especie de balcón gigantesco sobre el valle por el que no suele pasar ni Dios, donde te vas encontrando unos cuantos Fernando Sáez Aldana 46 Muerte en la escupidera miradores impresionantes sobre el valle y las cumbres que lo flanquean. Bueno, pues muy cerquita de este camino, justamente aquí, en collado Arenas, es donde te dejará seguramente el todoterreno en el que te van a subir desde Nerín. ¿Difícil? ¡Qué va, hombre! Para que te hagas idea es una pista asfaltada por la que circula un autobusillo que recorre los miradores para que los turistas hagan sus fotos y luego presuman de haber estado en lo alto de Ordesa sin haber andado cien metros,¡bah!, una mierda, pero es lo que hay, majo. El perito montañero en ciernes seguía sin tenerlo claro. - Tranquilo, hombre, que ahora te lo cuento. Mira, desde collado Arenas, ya sabes, donde te dejará, bueno, os dejará porque vas con guía, ¿no?, vale, pues desde ahí hasta la senda que recorre la cornisa que asoma al valle habrá media hora andando como mucho, sin apenas pendiente, hasta este punto, cuello Gordo. Y desde aquí hasta Góriz te espera un paseo de hora y cuarto aproximadamente, por una senda cómoda y prácticamente a la misma cota que el refugio, o sea unos 2200. Con un calzado adecuado, eso sí, no me vayas con playeras, ¿eh?, hasta una abuela con reuma llegaría sin ningún problema. Góriz, ¡qué buenos recuerdos! Si tienes la suerte de pillar cielo despejado con luna nueva prepárate a ver el espectáculo más acojonante de tu vida, nunca hubieras imaginado que hay tantas estrellas. ¡Buah!, la hostia, Gustavo. ¿Qué si está bien qué? ¿El refugio? ¿Confortable? ¡Ja, ja, ja! Ese es el precio que hay que pagar por ver nebulosas y tener el Fernando Sáez Aldana 47 Muerte en la escupidera Perdido a tiro de piedra, amigo mío. Prepárate a alojarte en lo más parecido al barracón de un campo de concentración que verás en tu vida. Jevi total, tío. ¡Lo que daría por verte en aquella puta litera, con lo tiquismiquis que tú eres! Y no digamos cuando te dé el apretón. ¿Qué por qué? Ya lo verás, hombre, no te impacientes, ¡ja, ja!, Gustavo Viguera en Góriz, si no lo veo no lo creo, menuda te la ha preparado ese hijoputa de jefe que tienes… Antes de dar por terminada la entrevista Viguera le recordó a su colega que en el tanatorio le dijo haber compartido alguna excursión montañera con Óscar Zabala. - Dime cómo crees tú que se comportaba en el monte, quiero decir, si era prudente, si sabía por dónde se andaba y todo eso. Hacía años que no habían coincidido pero Anguiano le recordó que Zabala había sido un montañero experimentado y consumado pirineísta. - Un poco venado, eso sí. Le gustaba trepar por paredes muy aéreas, asomarse a abismos vertiginosos y hacer el hostia por las crestas más afiladas. No tenía miedo pero tampoco era un temerario. Por lo que me han dicho estos días quienes más fueron con él al monte aseguran que era un montañero valiente pero no un loco. Nunca se arriesgó a dar un paso en falso y era bueno echando las manos. Desconocía el vértigo, y eso en el monte es una ventaja, pero no significa que fuera un suicida. En cuanto a la nieve, conocía perfectamente las técnicas del piolet y los Fernando Sáez Aldana 48 Muerte en la escupidera crampones y había seguido cursillos de escalada en nieve. Me consta que hace dos o tres años siguió un buen cursillo de autodetención, bueno, de saber frenar si resbalas por una pendiente helada, hay varias maneras de hacerlo y él las conocía todas. Eso es lo que más extraña, que un tipo con esa preparación, sangre fría, crampones y un buen piolet se haya ido a tomar por culo en la Escupidera. ¿Mi opinión? No sé, exceso de confianza quizás, o que pudo darle un jamacuco y perder el conocimiento, vete tú a saber, aunque en ese caso la autopsia hubiese encontrado algo. En fin, que no me gustaría estar en el pellejo del pobre perito encargado de averiguarlo… Venga, hombre, que es broma, tú puedes con eso y con más. - “La Rioja es mi tierraaa…. Logroño es mi pueblooo…” El peculiar aviso de llamada del móvil de Viguera puso fin a la conversación. - Tío, no me jodas que tienes una jota de tono. ¿Terroba? Pues nada, el jefe es lo primero, y si necesitas alguna cosa más, pues ya sabes donde estoy, amigo, en esa oficina siniestra de ahí enfrente, ¡ja, ja, ja! Anguiano pagó sin que su camarada pudiera evitarlo y salió de la cafetería como si lo persiguieran. Viguera pensó que su jefe iba a echarle una bronca por faltar tanto rato de la oficina, pero se equivocaba. La semana comenzaba con novedades y buenas, pero Fernando Sáez Aldana 49 Muerte en la escupidera no para contarlas por teléfono. Ni diez minutos más tarde el perito llamaba a la puerta del delegado de Estigia Seguros. - Pasa, Gustavo, pasa y siéntate. Qué tal el finde, como se dice ahora, ¿bien?, me alegro, hombre. A mí en cambio me ha tocado arrinconarme, bueno, ya me entiendes, ¿no? Viguera no podía creer que su jefe fuese a contarle por enésima vez que su mujer era de Rincón de Soto y le obligaba a pasar algún fin de semana en casa de sus suegros, o sea a arrinconarse, pero lo hizo. - Eso sí, mi suegra sigue preparando una menestra que sólo por eso vale la pena. Bueno, pues como te decía hay importantes novedades en el caso Óscar Zabala. Ése no sabía con quién se jugaba los cuartos. Mira, esto que te voy a contar es solo para ti, ¿entendido? Ni a tu mujer, Gustavo, que nos la jugamos. Ya te dije que varios delegados íbamos a unir esfuerzos con el fin de investigar a nuestro común defraudado ¿verdad? Pues la investigación ya está dando frutos interesantes. Verás, no me preguntes por qué lo sé y si algún día cuentas esto date por echado, ¿entendido? Vale, ya lo sé, pero tengo que asegurarme de que eres consciente de la gravedad de la información que voy a darte. ¿Un purito? Es verdad, que tú no fumas, te vas a morir sanísimo… Viguera salió del despacho tan preocupado que ni respondió al saludo de la fiel Piluca. No le gustaba nada lo que acababa de oír: que el doctor Fernando Sáez Aldana 50 Muerte en la escupidera Zabala había ido retirando personalmente de su banco cantidades de dinero en los últimos meses hasta quedarse casi sin blanca. La información era completamente fiable: el director de la sucursal bancaria donde Zabala tenía el dinero era cuñado del delegado de Crepúsculo, una de las agencias presuntamente estafadas por el pediatra. Primero echó mano de varios depósitos a plazo, más tarde vendió las acciones y acabó tirando de la cuenta a la vista, en la que siempre tenía un buen saldo. Terroba no le concretó las cantidades pero le aseguró que se trataba de “dinero”. - “Tres cosas hay en la vida, salud, dinero y amor, y el que tenga las tres cosas que le dé gracias a Dios”, Te suena, ¿verdad’ Pues la gente sólo se mata cuando pierde para siempre alguna o algunas de ellas. No falla, amigo Gustavo. Así de simple, te lo digo yo. La tesis de su jefe le pareció demasiado simplista la primera vez que se la planteó pero ahora reconocía que llevaba toda la razón. Era así de elemental pero igual de cierto. Si Óscar Zabala había simulado una muerte accidental en la Escupidera del Monte Perdido pero en realidad se había quitado la vida debía ser por una de las famosas tres cosas que hay en la vida. Y la de la pasta comenzaba a destacarse sobre las otras dos como la cima del Perdido por encima de las de sus dos hermanas. Pero abrir esa puerta entre las tres significaba encontrarse con otras tantas cerradas, nuevas incógnitas en busca de respuesta, la primera de las cuales era obligada: ¿Por qué habría dilapidado el doctor Zabala su capital en los meses previos a su muerte? Fernando Sáez Aldana 51 Muerte en la escupidera - A ti qué te parece, hombre… Venga, Gustavo, no me digas que no sabes por qué. ¿Deudas? ¡Nos ha jodido!, pues claro, no van a ser donativos a Cáritas. Pero no estamos ante pagos, digamos normales, yo que sé, Hacienda, un plan de pensiones, hipotecas, préstamos y todo o demás. No, hombre, esos son pagos normales, conocidos, comprobables… Este tío fue sacando la pasta ¡en-me-tá-li-co!, Gustavo, en crudo que se dice, y de mil en mil euros, no te vayas a pensar. En su maletín de médico se los llevaba, muchacho. Y te puedes imaginar que no los ingresaba en otras cuentas, ni suyas, que no tiene, ni de nadie. Eso, descartado. Así que le entregaba el dinero a alguien ¡enma-no! ¿Qué a quién? Joder Gustavo, te estás quedando conmigo o qué, yo qué coño sé a quién, si lo supiera ya estaría el caso resuelto. Mira, como te veo que estás un poco espesito esta mañana te diré que eso huele a la legua a chantaje. ¿Me oyes? ¡Chan-ta-je!, Gustavín, no te confundas… Camino de su casa, con las manos en los bolsillos y la vista clavada en la acera, Gustavo Viguera no podía quitarse de la cabeza las cosas que acababa de contarle su jefe. - Y si se trata de eso, como parece, lo que hasta ahora resultaba incomprensible empiezan a tener sentido, ¿no? El fulano contrató las pólizas para reponerse de la sangría que no me digas quién ni por qué le estaba provocando, aunque me juego contigo lo que quieras a que era o por un lío de faldas o por Fernando Sáez Aldana 52 Muerte en la escupidera algo profesional. Éste o se la pegaba a la mujer con alguna de esas mamás que se le abrían de piernas en la sala de espera o metió la pata bien metida con algún niño y le estaban sacando las perras a cambio de no contarlo y hundirlo en la miseria. A ver, qué nos jugamos. A Viguera le fastidiaba reconocerlo pero Germán Terroba seguramente no iba desencaminado con sus sospechas. Eran tan probables que había puesto de acuerdo a todos los delegados para contratar un detective que se pusiera inmediatamente a investigar ambas pistas: la del adulterio y la del niño o niña víctima de una posible negligencia médica de fatales consecuencias. ¿Entonces? - De eso nada, majito, tú no te libras de la jodida montaña esa, esto no cambia para nada los planes respecto a ti. No sólo eso, sino que ya puedes preparar la mochila porque vas a ir pero ya. Cada día que pasa disminuyen nuestras posibilidades de demostrar el fraude. Hoy es lunes, ¿verdad? Pues mira, antes del domingo tienes que estar de vuelta porque al día siguiente nos volvemos a reunir los delegados y tengo que ofrecerles algo o me cortarán los huevos. Aunque antes yo te machacaré los tuyos con dos cantos rodados del Iregua, ¿me has entendido? Así que ya sabes, de hoy en ocho te quiero aquí con buenas noticias. De lo contrario, y mira que me jode tener que decírtelo, ya te puedes ir buscando otra compañía. Y después de esto lo veo complicado, por lo menos en esta ciudad, amigo Gustavo. Muy complicado. Eso sí, desde ahora mismo estás Fernando Sáez Aldana 53 Muerte en la escupidera eximido del trabajo, así que dedícate por entero a este asunto, que es muy serio. Y no repares en gastos, lo que haga falta, ¿me oyes? Como el Consorcio se llama Andana los pagaremos entre las cinco compañías, y a escote no hay nada caro. Aquella noche, mientras preparaban la cena, Gustavo le contó a su mujer que tendría que salir de viaje esa misma semana. Estaba indignado por la manera en que su jefe lo estaba tratando pero en el fondo reconocía su buena parte de culpa. Él nunca hubiera vendido una póliza como aquella si no fuera porque se lo había pedido el doctor al que debía que su hijo lo estuviera mirando en esos momentos con los ojos bien abiertos mientras se tomaba el cuenco de colacao a sorbos cada vez más ruidosos. Fue una debilidad, le pudo el corazón, era un gran riesgo, y ahora su trabajo dependía de que aportara alguna prueba de que su cliente no se había muerto sino que se había matado. Le estaba bien empleado, sí pero en este asunto su jefe se estaba portando como una auténtico cabrón. - Gusti, por favor, que está el niño delante… Gustavo padre sonrió al pequeño para compensar el exabrupto. El niño hundió la mirada en el fondo del cuenco y continuó vaciando aquel pozo sin fondo. Era el niño más precioso para su madre y el más listo para su padre. Ambos sabían que muchos niños que sobreviven a la meningitis quedan con algún retraso, pero Vito era tan vivo y crecía tan sano que ese temor había dejado ya de atormentar a sus padres. La enfermedad se cogió a tiempo, por los pelos. Y todo gracias a la inyección que el doctor Zabala le puso al crío en cuanto le vio las manchitas en la piel. Fernando Sáez Aldana 54 Muerte en la escupidera - ¡Por fin!, hala, Vito, dale un beso a papi y vamos a la cama, que mañana también hay cole. El niño se lo dio sin rechistar y a continuación dijo algo que los dejó helados. - Ese médico que se ha muerto, el que me curó, estará ya en el cielo porque era bueno, ¿verdad? «Claro, mi vida», contestó la madre mientras se lo llevaba a su cuarto. «No se le escapa nada al puñetero», se dijo el padre con una sonrisa de satisfacción. Cualquiera le explicaba que aquel médico al que seguramente le debía la vida igual podía acabar en el cielo como en el infierno y que él, su papá, era uno de los jueces que habría de juzgarlo para absolverlo o condenarlo. &&& “El piolet y los crampones son los utensilios fundamentales para progresar por la nieve dura y el hielo que tapiza las altas montañas, y las bajas durante el período invernal…” - ¡Ahí va Dios!, mira esto, ¿a que parece Terminator? Antes de dormirse Marta siempre leía. Era su inductor del sueño perfecto y aunque se acostara reventada de cansancio no era capaz de Fernando Sáez Aldana 55 Muerte en la escupidera cerrar los ojos sin haber pasado antes algunas páginas del tocho que siempre la aguardaba sobre la mesilla. Gustavo, en cambio, noche tras noche se ajustaba los auriculares de su pequeña radio digital y se enganchaba a la tertulia que más caña le estuviese sacudiendo al gobierno en ese momento. Pero aquella noche, excepcionalmente, encendió también su lamparita de noche y abrió el librillo de montañismo que había comprado el sábado anterior en el centro comercial, dispuesto a empaparse del asunto. Nada más hacerlo descubrió la fotografía de un sonriente montañero bien pertrechado en medio de un nevero. - Mira, ¿ves esos pinchos que le salen de las suelas de las botas? Son crampones. Y ese pico tan raro que lleva en la mano se llama piolet. ¿A que parece uno de esos chiflados que se cargan a la gente por nada en las películas de terror? “El piolet nos permite avanzar sobre la nieve y el hielo sirviéndonos de él como apoyo, presa, medio de aseguramiento, freno, sonda, azadilla…” Le sorprendió la cantidad de cosas que se podían decir de un instrumento aparentemente tan elemental. Que existieran tantos tipos y que el adecuado dependía tanto del terreno que se pretenda atravesar como de la estatura de su empuñador. Que hubiese diferentes técnicas de agarre y progresión: piolet apoyo, puñal, ancla, tracción, barandilla, escoba o bastón... Que se utilizara incluso para tallar peldaños en la nieve. Y, sobre todo, que pudiera salvar la vida del montañero capaz de utilizar esa herramienta para detener la caída libre por una superficie tan deslizante como la nieve helada. Entonces recordó que, según Anguiano, Fernando Sáez Aldana 56 Muerte en la escupidera Oscar Zabala había seguido un cursillo de autodetención pocos años antes; ¿cómo entonces alguien tan experimentado como él pudo caer en la trampa de la Escupidera? “En teoría no debería ocurrir una caída en nieve sin llevar el piolet en la mano. Sin embargo, quizá lo pierdas en el transcurso de la misma.” «Eso sería, digo yo», comentó a media voz sin darse cuenta. «¿El qué, Gusti?», respondió Marta mientras colocaba el señalapáginas hacia la mitad del tocho. Gustavo quiso explicárselo pero su mujer estaba demasiado cansada para escucharlo y dio por zanjado el día besándolo en la frente y dándose media vuelta. - Apaga la luz, anda, que es muy tarde. Ya me lo contarás mañana. Buenas noches, cariño, que descanses. Pero no pudo dejarlo y continuó con los capítulos dedicados al cramponaje. Y lo mismo que con el piolet le llamó la atención la existencia de diferentes técnicas descritas para algo tan elemental en apariencia como pisar por nieve aunque sea con un calzado lleno de pinchos: francesa o de pies planos, de puntas delanteras… - Un mundo, tío, ¡un mundo! –exclamó en voz alta sin darse cuenta. - Gusti, anda, por favor, apaga ya… &&& Fernando Sáez Aldana 57 Muerte en la escupidera “La autopsia psicológica es una de las herramientas más valiosas de la investigación sobre el suicidio consumado. El método implica recoger toda la información disponible sobre el fallecido por entrevistas estructuradas de los miembros de la familia, los parientes o los amigos, así como del personal sanitario que le atendió. Además, se recoge información de las historias médicas y psiquiátricas disponibles, otros documentos y el examen forense. Así, una autopsia psicológica sintetiza la información de múltiples informantes y registros. La primera generación de autopsias psicológicas estableció que más del 90% de los suicidas que consumaron el acto había sufrido trastornos mentales, la mayoría de ellos trastornos del estado de ánimo, trastornos por uso de sustancias o ambos. La autopsia psicológica, por tanto, es una técnica que trata de reflejar cuál era la situación psíquica de la persona en el momento del suicidio. Para ello se entrevista a las personas cercanas a la víctima, se recoge información de los tratamientos que tenía, de sus circunstancias en las semanas previas, etc. Es la única forma de acercarse a lo que le sucede a una persona antes de suicidarse. Desgraciadamente este acercamiento es indirecto y puede tener importantes sesgos de información. Es de relevante importancia dejar esclarecido que el perito no es quien sale a buscar la información y a entrevistar fuentes, esto es responsabilidad de la parte judicial, nosotros hemos adoptado el estilo de trabajar en conjunto peritos e investigador judicial, estilo que nos permite que todo documento que vaya a emplearse en el análisis sea ocupado judicialmente para formar parte del expediente como prueba documental, así como que toda persona que sea entrevistada que tenga información valiosa para el objetivo pericial que nos trazamos lo haga ante la autoridad judicial, impuesta así de la responsabilidad penal que contrae, estas declaraciones también pasan a formar parte del Fernando Sáez Aldana 58 Muerte en la escupidera expediente judicial. A través de estudios se ha podido conocer que casi todos los suicidas emiten señales de aviso presuicida, por tanto el suicidio puede prevenirse. El gran problema es que aquellos que rodean al presuicida no toman en cuenta esas señales y minimizan su importancia Por ejemplo, existe la falsa creencia popular de que quien se va a matar no lo anuncia, pero esto es absolutamente falso, pues más de la tercera parte de las víctimas estudiadas realizan verbalizaciones suicidas tales como comentarios pesimistas acerca del futuro, la desesperanza y la expresión de sentimientos de soledad, inutilidad, incapacidad o incompetencia, las señales de aviso más frecuentes encontradas.” Liberado del trabajo rutinario del día a día, Gustavo Viguera se documentaba en internet para la tarea que le aguardaba cuando le interrumpió el móvil. Ni en casa lograba librarse del jefe. - Dos cosas, Gustavo. La primera era que, a excepción de los reintegros de efectivo en el banco, la investigación desplegada por las aseguradoras no había avanzado nada. Oscar Zabala llevaba una vida tan rutinaria y confinada en su casaconsulta que le resultaría casi imposible mantener una relación extramatrimonial. El pediatra no había asistido a congresos médicos ni había pasado una sola noche fuera de su casa sin su esposa durante el último año. Respecto a su salud, a finales de noviembre, tan sólo cinco meses antes de morir, Zabala pasó un gripazo tan fuerte que un amigo internista, por si fuera algo peor, le pidió una batería de pruebas y análisis tan completa que hubiera detectado cualquier enfermedad grave. Así que sólo les quedaba la pista del dinero, evidente pero perdida en medio de Fernando Sáez Aldana 59 Muerte en la escupidera una espesa niebla. La mayoría de los chantajistas sólo caen por denuncia del chantajeado porque pillarlos in fraganti siempre es difícil pero resulta imposible si ya no es posible seguir los movimientos de éste hasta que conduzca al extorsionador. Aún era pronto, claro, pero el tiempo corría en su contra y urgía llevar a cabo la investigación de campo, o sea visitar el lugar de los hechos. Es decir, que Gustavo Viguera se calzara las botas y se dirigiera a un refugio de montaña perdido en el corazón de los Pirineos, a los pies de un inmenso resbaladero helado potencialmente mortal conocido como la Escupidera. Y ahora venía la segunda cosa. - Tengo una sorpresita para ti, creo que no te disgustará porque me consta que os lleváis bastante bien, cosa rara en este jodido gremio. Tenía que salir corriendo a una reunión para la que le habían convocado urgentemente ese mismo día en la central de Madrid, así que se lo resumió en dos palabras: dada la dificultad para encontrar con dos días de antelación a un guía que acompañara a Viguera hasta Góriz y vuelta al día siguiente habían pensado que Anguiano el de AMA, experto montañero que incluso compartió excursiones con el difunto, sería la persona ideal para acompañarlo. Se lo habían propuesto esa misma mañana y había aceptado encantado. - Así que ponte inmediatamente en contacto con él porque salís pasado mañana jueves. Según Anguiano podéis estar de vuelta el sábado, pero ten en cuenta que además de subir hasta ese Fernando Sáez Aldana 60 Muerte en la escupidera refugio tendrás que hablar como sea con dos testigos importantes, im-por-tan-ti-si-mos, Gustavo: el jefe del grupo especial de rescate que encontró el cadáver y el forense que le hizo la autopsia. El primero vive en Boltaña y el segundo en Jaca, los dos pueblos están bastante cerca se conoce, y os pillan casi de paso. Tenemos la gran suerte de que nuestro delegado en Huesca es pareja de mus del subdelegado del Gobierno y nos ha asegurado que estarán los dos a vuestra disposición y a la hora que sea. Compra lo que necesites, ¡sin pasarte, ¿eh?!, y no olvides entregarle los tiques a Piluca, ¿entendido?, sin recibo no hay reintegro Gustavo, no me hagas la de siempre porque esta vez no te lo paso. Hala, ya estás tardando en ponerte en marcha, y yo también, no sé que coño querrán en Central con tantas prisas, espero que no se hayan enterado de esto porque lo mismo nos cortan los huevos. Los tuyos los primeros, ni lo dudes, ¡ja, ja!, venga, mañana por la mañana hablamos, hasta la vuelta. Nada más colgar no supo cómo le pudo venir a la cabeza la imagen del BMW de Terroba saliéndose en la curva de Peñaclara y cayendo en picado al Iregua, pero le vino. Nunca había sentido no ya afecto sino simple simpatía hacia su jefe, pero el injusto modo como lo estaba tratando en los últimos días había prendido en el almacén emocional de Viguera la chispa del resentimiento. Cómo podía ser tan cabrón con él después de haberse dejado la piel por la empresa durante los diez años que llevaba en ella. Fernando Sáez Aldana 61 Muerte en la escupidera El móvil otra vez acabó con su amarga reflexión. Era Anguiano y estaba entusiasmado. - ¡Gustavo, que nos vamos al Piri, y de trabajo!, al monte y cobrando dietas, tío, ¡Qué de puta madre! Salimos el jueves, ¿no? Han anunciado cielo radiante, ¡buah!, qué gozada, por cierto, ¿tienes ropa adecuada, botas, bastones y todo eso? ¿no?, pues dentro de una hora nos vemos en la puerta del Pentatlón, y no repararemos en gastos, que paga la Camorra, muchacho. A las diez y veinte en punto, ¿vale? Definitivamente aquello iba en serio y Gus se lo fue contando a Marta mientras pelaba la borraja. Además de ponerle al corriente del plan se despachó a gusto contra su jefe y cuando terminó ella le contestó que era parte de su trabajo, que lo hiciera lo mejor posible y que tuviera mucho cuidado porque tenía una mujer y un hijo al que por cierto le vendría bien que recogiese a la salida del cole aprovechando que podía y así a ella le cundiría más la mañana. Entonces él le quitó el cuchillo de la mano y la abrazó con fuerza, convencido de que no hubiese encontrado en el mundo entero otra compañera mejor que ella. Media hora después se reunía con Antonio Anguiano ante la tienda de deportes más grande de la ciudad. Su guía se había movido con rapidez. - Verás, como después de esta experiencia seguramente no volverás al monte en tu vida, ¡venga, que es broma!, no necesitamos comprar un equipamiento que además de caro seguramente no utilizarás nunca más. He hablado con mi club Fernando Sáez Aldana 62 Muerte en la escupidera de montaña y te van a dejar lo gordo: ropa de nieve, crampones, piolet, bastones y demás, pero tendrás que pillar las prendas personales: camisetas, calcetines, gorro, guantes y demás pero sobre todo hacerte con unas buenas botas, imprescindible, que siempre te vendrán bien por si un día te animas a salir otra vez de esta ciudad y pisar otra vez algo que no sea asfalto o baldosas, hombre. ¿Crampones? ¿Piolet? Gustavo se alarmó y le recordó a su colega que según su jefe sólo iba a ser un paseo hasta un refugio y que de ningún modo pondría los pies sobre nieve helada ni con todos los crampones del mundo. - Tranquilo, hombre, seguro que no los necesitamos, pero ir al Pirineo en esta época sin ellos es como ir a una playa en verano sin bañador ni toalla. Nosotros somos montañeros, muchacho, no domingueros en deportivas, así que iremos equipados como Dios manda, aunque al final no hiciera falta, ¿estamos? ¡Ah!, y que no se nos olviden las fundas para los colchones, tío, imprescindibles si no queremos coger el SIDA. ¿Qué por qué? Ya lo verás cuando lleguemos al barracón de Treblinka, ¡ja, ja! Anda, no pongas esa cara, relájate y goza… & & & El jueves 14 de Mayo a las siete de la mañana, once días después de la muerte de Oscar Zabala, Antonio Anguiano recogía con su Touareg a Fernando Sáez Aldana 63 Muerte en la escupidera Gustavo Viguera ante la puerta de su casa. Éste había insistido en viajar con su coche pero Anguiano le convenció de que con un Opel Corsa podían pasarlas canutas en caso de nieve o pistas en mal estado – era un pretexto porque no se anunciaba mal tiempo- y que para el monte nada como un buen 4x4. Además, al contrario que a su compañero, disfrutaba conduciendo y aunque aquel bicho tragaba más que un tanque pagaba la empresa, así que ninguna pega. Amanecía un día frío pero despejado y Anguiano, excitado de emoción, hablaba sin parar. - Bueno, te cuento el plan. Anteyer llamé al refugio y están abiertos y sin problema de espacio, claro, entre semana y en estas fechas por allí no va ni San Pedro. En teoría abren todo el año pero en febrero les cayó un alud del Perdido por primera vez en su historia (a los guardas tuvieron que rescatarlos en helicóptero, imagínate) y ha estado cerrado mientras arreglaban los desperfectos. Esperemos que haya techo… Gustavo no conocía ningún refugio de montaña y aunque al parecer sólo iban a pasar una noche en el de Góriz le confesó a su guía la inquietud que le ocasionaban sus negativos comentarios. - Tranquilo, hombre, Góriz es un lugar maravilloso, pero sólo para los amantes de la montaña, ¿me entiendes? Aquello no es un hotel, no tiene ninguna comodidad, es cuartelero y espartano, duermes tirado en una litera corrida petada de gente que huele mal y no para de roncar, te duchas con agua fría, o sea no te duchas, y si te da el apretón por la noche tienes que Fernando Sáez Aldana 64 Muerte en la escupidera salir a oscuras a un giñadero apartado del refugio donde después de limpiarte el culo tienes que dejar el papel en una bolsa con los de los demás, pero qué quieres por ocho euros la pernocta, bueno tú algo más, que no estás federado. Por lo demás la comida es buena y es una suerte que esté ahí, a los pies del Perdido. Somos montañeros, Gustavo, no nenazas, y el que quiera lujo, espá y esas chorradas, que se vaya a Panticosa si quiere decir que ha estado en el Pirineo. Cada vez se lo ponía peor. Él no era precisamente un sibarita amante del lujo pero le gustaban los sitios confortables y sobre todo limpios, por modestos que fueran. Gustavo Viguera maldijo entre dientes a su maldita suerte, a su jefe, a la montaña y sus refugios, a los piolets y los crampones pero sobre todo al difunto doctor Zabala por el marrón que se estaba comiendo por su culpa. Pero Anguiano no reparó en su disgusto y le pidió que sacara un mapa de carreteras de la guantera para explicarle el itinerario. - De Pamplona nos tiramos para Jaca, sí, por Yesa, un coñazo las curvas pero es el camino más corto y hoy no habrá mucho tráfico. De Jaca subimos a Biescas, eso es, sin llegar a Sabiñánigo, y de ahí tiramos a la derecha, a Broto, ¿vale? y de ahí otra vez para abajo, por aquí, y al llegar a este pueblito, Sarvisé, nos desviaremos a la izquierda por Fanlo hasta Nerín. Si todo va bien estaremos allí a mediodía, parando a estirar las piernas y tomar un café. Comeremos pronto allí, en Nerín, y a las tres nos subirán por la pista hasta collado Arenas, pero Fernando Sáez Aldana 65 Muerte en la escupidera ahora tienes que dejar el mapa y coger el plano de Alpina, está en ese folletito rojo donde pone “Parque Nacional Ordesa”…. Sí, es un poco incómodo de desplegar en el coche, si quieres déjalo y te lo enseño cuando paremos al café. Qué, ¿cómo vas? Gustavo le contestó que, a diferencia suya, él no disfrutaba nada con aquel viaje, que para él no se trataba de una excursión sino del peor trabajo de su vida, y qué tal si hablaban algo del asunto que les llevaba hasta el culo del mundo. Anguiano se mostró conforme y Gustavo le contó cuanto sabía. - ¡Joder!, si está más claro que el agua. Al tío lo estaban chantajeando por algo muy gordo y cuando se vio sin blanca decidió quitarse de en medio compensando a su mujer y su hija de por vida por la faena de matarse con un pastón a costa de varaias compañías de seguros que se creen más listas que el copón pero que han sido engañadas por un mediquito de provincias que estaba mal de la cabeza. Ya sabes que en todo suicidio hay un fondo de trastorno mental, ¿no? Porque, a mí no me digas, por muy gordo que fuera lo que hizo, yo que sé, dejarse morir a un niño o dejar preñada a la enfermera después de tirárserla en la camilla de la consulta, digo yo por lo menos, hay que estar además chalado para matarse por eso y no digamos de ese modo, subiéndose hasta la Escupidera para tirarse, no me jodas, con lo fácil que es hacerlo desde el undécimo piso donde vivía, o si quieres matarte en la intimidad y con las botas puestas pues tírate desde la Peña Bajenza, que Fernando Sáez Aldana 66 Muerte en la escupidera desde ahí te metes una hostia que no te identifican ni los del ceseí, ¿no te parece? Ya, pero ahí estaba el meollo del asunto: Zabala posiblemente quiso aparentar un accidente porque sabía que ninguna de sus cinco pólizas le cubría el suicidio. Y si lo fue, lo había planeado muy bien. El mismo Anguiano le contó en el tanatorio que Zabala siempre quiso sacarse la espina del Perdido y que había anunciado su intención de conquistarlo aunque fuese sólo. Lo de la Escupidera no fue una estupidez porque todos saben que allí es posible matarse aún sin quererlo. De la Peña Bajenza, en cambio, y del balcón de casa no digamos, hay que coger impulso para tirarse. El móvil del chantaje parecía claro, pero ¿quién le había extorsionado y por qué? - Ese no es nuestro cometido –añadió Viguera-, ya se está investigando por otros, esperemos que con éxito y rápido, porque de ese modo esta absurda misión no tendría ningún sentido. - ¿Absurda? Qué dices muchacho, ¡mira, mira allí, a la izquierda! ¡Buah! Qué maravilla, Anie, la Mesa, Petrechema, Alanos, ¡qué de puta madre! - ¡Joder, tío, mira a la carretera, me cagüen mi vida! Desde el alto de Loiti el pirineo navarro-aragonés apareció de pronto como un lejano decorado blanquiazul recortado contra el azul del cielo despejado. Para Anguiano era un espectáculo excitante y la irresistible distracción estuvo a punto de sacarlos de la curva. El conductor se Fernando Sáez Aldana 67 Muerte en la escupidera disculpó y le prometió que no se repetiría pero a la altura de Berdún volvió a jugársela, en recta al menos. - Mira, ¿ves ese piedro? Ahí, a la izquierda, es el Bisaurín, el gigante local, ahí donde lo ves no llega a los 2700, a que parece la hostia, ¿eh? Pues el Perdido tira seiscientos más arriba. ¿Y un ocho mil, tío? Imagina tres bisaurines uno encima del otro y te harás una idea de lo que levanta el Annapurna, por ejemplo. Acojonante, ¿eh, Gusti? Pero Gusti no tenía precisamente el ánimo para apilar bisaurines. A medida que se acercaban a su destino se iba apoderando de él un desasosiego indudable pero cuya causa no alcanzaba a comprender. Vistas de tan cerca, aquellas moles imponentes cubiertas de nieve le inspiraban un respeto que rayaba con el miedo. No era la primera vez que veía montañas nevadas pero nunca hasta ese día las había percibido como una amenaza hostil. El disgusto que le producía todo aquello atrajo a su mente la imagen del cerdo de su jefe fumándose un puro con los pies encima de la mesa justo cuando sonó de nuevo la estridente jota de su móvil. Increíble premonición: era Germán Terroba en persona. - Gustavo… Gustavo… ¿me oyes? A ver, párate quieto que se me va la cobertura, coño… Estuvo a punto de colgarle pero sabía que el jefe volvería a insistir una y otra vez, así que se resignó y le pidió a su compañero que se detuviera, justo cuando llegaron a la altura de un hostal de carretera en Puente la Fernando Sáez Aldana 68 Muerte en la escupidera Reina. Anguiano le preguntó por señas si quería un café y Gustavo le contestó que los fuera pidiendo mientras hablaba con su jefe. - A ver, novedades. Acaba de llamarme la viuda de Óscar Zabala, Ana Mari se llama creo, para dos cosas. La importante es que a primera hora de la mañana se ha presentado la policía en su domicilio con una orden de registro tanto de la casa como de la consulta, como lo oyes majo, y a resultas se han llevado un montón de papeles y los dos ordenadores que tenía el doctorcito, el portátil que llevaba a la consulta y el fijo de la vivienda. La mujer estaba hecha una furia porque pensaba que era cosa nuestra, por el tema de las pólizas, que ya lo sabe todo, claro, y no sabes lo que me ha costado tranquilizarla y convencerla de que no teníamos nada que ver. Al final hasta me ha pedido disculpas y cuando le he contado lo de vuestro viaje, que la mujer ha entendido lo que estamos haciendo, me ha pedido el favor de que le traigáis las cosas de su marido, que son la cartera con la documentación, las tarjetas y demás, por una parte, que la debe tener la guardia civil de Boltaña, y por otra la mochila que dejó en el refugio ese de Guarriz, o como se llame. Se conoce que los guardas tenían su teléfono de cuando hizo la reserva y la llamaron para ver qué hacían con la mochila. Como por lo visto desde allí no se puede mandar nada a ninguna parte más que en burro me ha pedido si se la podíais traer, que le haríais un gran favor, por el valor sentimental, así que ya sabes. Por cierto, un detalle importante. Cuando le he preguntado por el coche de su marido, dónde lo había dejado Fernando Sáez Aldana 69 Muerte en la escupidera aparcado y cómo pensaba recuperarlo, me ha dicho que viajó en taxi hasta el mismo pueblajo ese al que vais, creo. A ella no le extrañó porque se conoce que no le gustaba mucho conducir, y menos sólo, y solía coger taxis las pocas veces que viajaba, pero no estaría mal enterarse de si apalabró el viaje de vuelta, de eso ya procuraré enterarme yo. Bueno, ¿cómo lo lleváis? El Antonio Anguiano estará encantado, ¿no?, creo que es uno de esos chiflados que disfrutan haciendo el cabra por el monte, bueno, no te quejarás de guía, al menos lo conoces y os lleváis bien… ¿qué por qué le han registrado la casa? ¡Ay majo!, y yo qué sé, si no se lo explicaron ni a la viuda, lo que está claro es que esto cada vez se pone más interesante. Aquí hay una historia muy, pe-ro-que-muy fea, Gustavo. La policía no entra en las casas por nada y no será casualidad que lo haga en la de un tipo que acaba de matarse después de darle toda su pasta a alguien y de contratar pólizas de vida por quinientos quilos. En fin, que me llaman de Madrid, seguiremos en contacto y si sé algo nuevo os llamo. Que tengáis buen viaje. En el interior del bar, que apestaba a una tóxica mezcla de tabaco y fritanga, Anguiano le esperaba sentado junto a dos cafés humeantes sobre un mapa desplegado que ocupaba casi toda la mesa. Viguera le contó las impactantes novedades pero al guía de la expedición sólo pareció preocuparle el tema de la mochila. - ¡Qué majo!, ¿sabes las cosas que tenemos llevar encima como para tener que cargar con las de otro? ¡Los cojones, que venga Fernando Sáez Aldana 70 Muerte en la escupidera él a por ella, no te jode! Como se nota que no ha pisado un monte en su vida. Anda, tómate el café, que está asqueroso dicho de paso, mientras te explico el paseíto de esta tarde. Mira, nosotros entramos en el mapa por aquí, Linás de Broto, y seguimos por la carretera roja por aquí por aquí hasta Nerín, ¿vale? Aquí comeremos ligerito como te dije y a las tres nos subirán por esta pista hasta Cuello Arenas, que está a dos mil metros, y desde aquí ya a patita. En algo más de media hora estaremos aquí, en Cuello Gordo, es una subidita suave, unos 150 de desnivel, o sea nada, y luego ya por esta otra senda derechitos por la misma cota casi hasta esa casita roja, que es el refugio de Góriz. Yo calculo que si no pasa nada llegaremos hacia las seis. Gustavo reparó en que un poco más arriba a la derecha de la casita roja un doble triangulito señalaba la cima del Monte Perdido y comentó lo “a mano” que estaba del refugio. Anguiano estalló en una carcajada. - ¿A mano? ¡Ja, ja! Parece cerca, ¿verdad? No, y lo está, es cierto, pero mil cien metros más arriba, muchacho. Fíjate, ¿ves esas rayitas onduladas? Pues entre una y otra hay 20 metros de desnivel, o sea… casi 120 escalones. Así que subir desde el refugio de Góriz a la cumbre del Perdido es como subir por una escalera de, a ver… ¡más de siete mil peldaños!, si echo bien la cuenta. Para que te hagas una idea de lo “a mano” que está, animal de ciudad, ¡ja, ja! Fernando Sáez Aldana 71 Muerte en la escupidera Lejos de molestarse por la burla de su compañero, Gustavo meneó la cabeza con una sonrisa que se esfumó cuando le pidió que le indicara en el mapa dónde estaba la Escupidera. - Aquí, exactamente aquí, entre donde pone “Dedo del Monte Perdido”, ¿lo ves?, y el triangulito que señala la cima. Ahí tienes tu Escupidera. Mira, esta línea de puntitos rojos señala más o menos por dónde sube la senda desde el refugio, hasta el Cuello del Cilindro, y desde aquí hay que tirarse por la canal bien pegadito a la izquierda, pim-pom-pim-pom, hasta la cumbre. Chupado. De nuevo en la carretera Anguiano ya no paraba de hablar de montañas, entusiasmado con encontrarse otra vez y de modo imprevisto tan cerca de ellas. Se refería a la Mesa, la Collarada, el Tallón o los Infiernos como si fueran amigos suyos. Una tras otra le fue contando a su copiloto sus excursiones por aquellos valles maravillosos, Roncal, Ansó y Echo, Tena, Canal Roya, Añisclo, Ordesa, Pineta, donde había pasado “los mejores días de su vida”. Sus heroicos baños en pelotas en ibones, Acherito, Brazato, Arrieles, Perramó. Sus interminables travesías, de Sallent a Panticosa por Tebarray, de Panticosa a Bujaruelo por el valle del Ara vuelta por Otal, la vuelta al Posets por los tres refugios y, sobre todo, aquella inolvidable machada iniciática de Ordesa-Góriz-Brecha de Rolando-Bujaruelo, doce horas de marcha para acabar casi de noche a kilómetros del coche. Se rió sólo recordando el día en que pudo haberse roto la crisma tirándose por el glaciar del Aneto sobre una bolsa de plástico hasta que lo frenó un pedrusco, se puso tierno recordando las Fernando Sáez Aldana 72 Muerte en la escupidera borracheras de estrellas con luna nueva y suspiró añorando los mejores momentos pasados en el monte con sus amigos del alma, “la cordada”, cuando al final de cada jornada montañera compartían carcajada, ensalada y amor a la montaña en torno a la botellas de rioja que hiciera falta. Luego se quedó un buen rato callado, pensativo, antes de soltar su sorprendente conclusión a todo aquello: - ¿Sabes? Yo no me creo que Zabala se tirara. Él era un auténtico montañero y los buenos montañeros somos amantes de la vida porque para sentirnos felices sólo necesitamos un buen monte. Además, estamos acostumbrados a sufrir lo inimaginable, ¿sabes?, a superar todos los obstáculos, a tirar para arriba como sea. Él acababa de coronar el Perdido en solitario, era su saldo pendiente con ese pico y debió sentirse en lo más alto tan inmensamente feliz como fuerte. Nadie que haya cumplido un sueño así se mata en la bajada, ¿sabes? No me lo creo, Gustavo, porque ningún montañero renunciaría a contarlo a la vuelta ni a recordar su hazaña el resto de su vida. Si quería matarse simulando un accidente podía haberlo hecho de mil maneras, qué te voy a contar a ti, pero jamás escogería la de despeñarse desde la Escupidera minutos después de cumbrear la cima del Perdido. Germán Terroba y el resto de buitres no pueden entenderlo, pero tú sí, amigo mío. ¿Tú te dejarías matar por la mujer a la que quieres un huevo? Pues te aseguro que ningún amante de la montaña como lo era Óscar Zabala tampoco permitiría eso, porque es lo mismo. Fernando Sáez Aldana 73 Muerte en la escupidera En primer lugar, objetó Gustavo, no se podía asegurar que Zabala hubiese ascendido hasta la cumbre del Perdido, nadie lo vio allí y seguramente sólo llegó hasta el punto donde planeó poner fin a la excursión de su vida. Y en todo caso, si Anguiano estuviera en lo cierto, ¿por qué habría contratado las pólizas? - A un montañero vasco compañero de su promoción lo mató un alud el verano pasado en el Mont Blanc, ¿lo sabías? En pleno agosto, tío, el Mont Blanc es la hostia. Lo sé por Enrique Pomar, el que se puso malo en el Lago Helado el año que Zabala se quedó por eso sin rematar el Perdido, ¿te acuerdas? Sí, hombre, que te lo conté en el tanatorio. Bueno, pues Enrique es un buen cliente y el otro día hablando de todo esto me dijo que Zabala quedó muy impresionado y posiblemente esa fue la razón de que pretendiera compensar a su familia a base de bien caso de hacerles la putada matándose él también. Bien, ¿y por qué habría ido retirando poco a poco sus fondos del banco hasta quedarse con cuatro euros en la cuenta? - Yo qué sé, Gusti, a lo mejor tiene la pasta en casa, en alguna caja fuerte. Con esto de la crisis financiera y de la posible quiebra de la banca hay mucha gente que lo está haciendo, tú lo sabes, hay mucho miedo a un posible corralito español, y total, para lo que te rinde ahora el dinero en el banco… Fernando Sáez Aldana 74 Muerte en la escupidera Vale, pero ¿por qué habría registrado la policía su casa y su consulta y se habían llevado sus ordenadores por orden judicial? - Pues mira, tampoco lo sé pero lo más frecuente siempre es lo más probable, y a mí me huele a tema fiscal. Zabala era autónomo y sólo atendía a pacientes privados, muchos al parecer, que le pagaban en mano. ¿Cómo controla Hacienda los ingresos de un profesional como él? Pues de ninguna manera, majo, ni destacando a un inspector permanentemente en la sala de espera. Seguramente le avisaron de una inspección y por eso fue retirando el dinero del banco. Pero seguro que llevaba una contabilidad y eso hoy día no se registra en un dietario sino en una hoja Excel, ¿verdad? Yo conozco por lo menos dos casos igualitos sin salir de Logroño, de un abogado y un arquitecto. Un día se plantó la policía fiscal en sus despachos y les quitaron el portátil de las manos, con dos cojones. Si la orden de hacer lo mismo con Zabala ya estaba dada no pienses que se iban a echar atrás porque hubiese muerto. Aparte de que a los carroñeros es lo que más les gusta, los muertos, la burocracia de la Administración es como una apisonadora conducida por un sordomudo ciego. ¡Mira!, ahí a la izquierda, ¿ves?, ahí estaba aquel camping “Las Nieves” que se llevó por delante una riada, ¿te acuerdas? Ochenta y siete muertos, tío, aquello fue tremendo. El 7 de Agosto del 96, no lo olvidaré nunca porque ese mismo jueves nació mi Antoñito, hay que joderse, mi mujer rompiendo aguas ese día. Bueno, pues como te decía yo creo que este pobre hombre se mató sin querer, seguramente por Fernando Sáez Aldana 75 Muerte en la escupidera exceso de confianza en la bajada, iría eufórico y a toda hostia, bajó la guardia, seguro, suele pasar, siempre es igual, en la bajada, ¡bah! Así que no creo que saquemos nada en claro de este viaje pero, qué quieres, a mi me da lo mismo, ¡unf, unf!, ¿no hueles, Gustavo? La alta montaña está cerca… Aparentemente convencido por los argumentos de su colega, Gustavo Viguera dejó de preguntarse cosas en voz alta, entornó los ojos fingiendo echar una cabezada y no volvió a abrirlos hasta que Anguiano le anunció que habían llegado a Nerín. El viaje se le había hecho eterno. Eran las doce y media, lucía el sol a ratos y por entre aquellas cuatro casas de piedra y pizarra acurrucadas de frío sobre una ladera a 1280 metros sobre el nivel del mar no se veía ni un perro. & & & Los dos comerciales de seguros convertidos en perito de montaña y su guía dieron un paseo para estirar las piernas antes de comer. Era un valle bonito, sí, reconoció Gustavo, pero lo que más le llamaba la atención era el silencio que reinaba. Para un urbanita como él la ausencia de ruidos, sobre todo el del tráfico, era una experiencia extraña y, confesó, desasosegante. No era un silencio de paraíso sino de cementerio. Hasta que la jota del móvil lo devolvió súbitamente al mundo de los vivos. Germán Terroba de nuevo. - ¡Joder, qué canso! Fernando Sáez Aldana 76 Muerte en la escupidera A través de su influyente amigo de Huesca, el jefe les había organizado la dichosa reunión con el subteniente Abelardo Orjas y con el forense el viernes por la tarde en un pueblo que les quedaba a medio camino y además estaba en la ruta de regreso a Logroño. - ¡No me jodas que hay un pueblo que se llama Fiscal! - exclamó asombrado Gustavo Viguera- ¿seguro que no es una broma de este tío? Es que ni pintado para el caso, ¿eh? Anguiano rezongó cuando lo supo porque volver por Fiscal suponía dar un rodeo por una carretera infame, pero lo aceptó con resignación. No entendía muy bien por qué tenían que entrevistarse con la persona que dirigió el rescate de Zabala y menos aún con el médico que le practicó la necropsia. ¿Qué podrían aportar al caso? Nada, según él. Sólo serviría para retrasarles y dificultar más el viaje la vuelta después de una larga y dura jornada, sobre todo para él, que guardaba para sí un plan que Gustavo Viguera ignoraba. - ¿Ves aquél piedro que asoma por el fondo del valle? Es la Peña Montañesa, chaval. No llega a 2300 pero es imponente, ¿verdad? Sólo he subido ahí arriba una vez, y no más. Es fácil, no creas, pero cuando te pones a los pies del pico y te parece que ya lo tienes en la mochila te espera un puta pedrera que es la peor que he pisado en mi vida, de esas que das un paso y retrocedes tres, ¡buah! Eso sí, unas vistas cojonudas. Aunque desde el Perdido, que sube mil metros más, son mucho mejores. Lo único malo que tiene la cima del Perdido es que no Fernando Sáez Aldana 77 Muerte en la escupidera ves el Perdido. Por cierto que hablando de pedreras, la de éste tampoco es manca, casi es peor subir la canal con piedra que con nieve. Claro que por las piedras si te resbalas no te vas a tomar por culo como por el hielo. Que se lo digan al cabezorro de Zabala, que si se hubiese esperado a agosto para sacarse la espinita aún estaría vivo. Claro que a lo mejor era precisamente lo que buscaba, una pendiente helada que justificara su caída mortal, pero ya te digo que a mí no me cuadra eso. Para nada. Anguiano miró el reloj, decidió que era hora de comer y condujo a su compañero hasta la pensión “El Turista” donde un hombre rechoncho pero corpulento de pocas palabras les echó de comer una fuente de pasta y otra de carne guisada. Eran los únicos clientes y mientras sorbían el café trataron de entablar conversación con él, qué tal tiempo estaba haciendo, si se notaba la crisis y esas cosas, pero lo más que pudieron arrancarle fue el mismo bisílabo por toda respuesta. - Bueno… Gustavo Viguera necesitaba echar una cabezada después de comer casi tanto como el alimento y mientras se recostaba en su asiento del Touareg Anguiano prefirió dar otro paseo. Media hora más tarde despertaba a su compañero para prepararse porque en quince minutos llegaría el vehículo que los habría de subir hasta el collado, ya que no estaba permitida la circulación por la pista de vehículos no autorizados. A las tres y diez de la tarde el extraño autobús todoterreno que transportaba turistas dispuestos a sacar fotos mezclados con montañeros prestos a lograr hazañas partió renqueante hacia collado Arenas con sólo Fernando Sáez Aldana 78 Muerte en la escupidera dos pasajeros a bordo que veinte minutos después se apeaban e iniciaban la marcha. Era la primera vez que Gustavo Viguera se colgaba una mochila, se calzaba unas botas de montaña y empuñaba dos bastones, y en contra de la suposición de Anguiano, apenas protestó por nada. Resignado a su suerte, ya sólo pensaba en el regreso del día siguiente a casa. Veinticuatro horas, por malas que fuesen, se aguantaban como fuera. Ante el imponente paisaje de piedra nevada que iba asomando a medida que se acercaban al cuello Gordo se preguntaba una vez más qué demonios pensaría su jefe que podrían averiguar sobre la muerte de Óscar Zabala en un escenario del suceso tan inmenso e inhóspito como aquél. El cielo estaba casi despejado sobre el valle de Ordesa. Sólo unas nubecillas de algodón deshilachado parecían aferradas a la cumbres más altas. A partir de los 2100 ó 2200 metros sucesivos estratos de nieve escalonados hasta lo más alto proporcionaban a la cara sur de la cordillera un aspecto cebrado. Ante el espectáculo blanquiazul de los Marborés y las Sorores medio cubiertos de nieve asomados al Circo de Soaso, Anguiano extendió los brazos y lanzó en dirección al cielo tal grito de júbilo que casi asustó a su compañero. - Mira ahí abajo, ¿ves aquella cascada brotando de aquel cortado entre las rocas? Es la “cola de caballo”, tío, que ahora da gusto verla. ¿Oyes el murmullo del agua en el fondo del valle? Música celestial, amigo. Y mira, aquel pico que parece inclinarse a la derecha es el Cilindro, ¿sí? Pues el que está a su derecha es el Perdido, ¿a que parece mucho más alto? Pues no, es por efecto de la perspectiva porque sólo sube treinta metros más. Suficientes para hacer de él el puto amo. El jefe, Gustavo. Eso Fernando Sáez Aldana 79 Muerte en la escupidera sí que es un jefe y no el impresentable de Terroba. ¡Buah! Bueno, pues ahora fíjate, si vas subiendo la vista desde la cascada pero un poco hacia la derecha te encontrarás con un puntito blanco, ¿lo ves? ¿sí? Góriz, muchacho. Nuestro destino. ¿Cómo vas, a todo esto? Bien, iba bien. Gustavo Viguera no practicaba ejercicio físico pero era un hombre sumamente activo que nunca estaba quieto. Iba andando a todas partes y al cabo de un día de trabajo yendo de aquí para allá podía caminar perfectamente los seis kilómetros largos que les separaban desde la parada del autobús hasta el refugio sin apenas altibajos. A lo que no estaba acostumbrado era, desde luego, a caminar por piedras. Cuando llevaban recorrido la mitad del camino se reafirmó en su incomprensión de que triscar como cabras por el monte pudiera agradar a ningún ser humano en sus cabales. La recta final hacia Góriz bajaba en suave pendiente y cuando tuvieron a la vista sus inconfundibles ventanas amarillas Anguiano acabó de animarle a su colega la excursión. - Ahí lo tienes, Góriz, un mito del pirineísmo, muchacho, una referencia imprescindible cuando se atraviesan estos maravillosos parajes. Mira, por allí al fondo arriba te tiras para Marboré, el Casco, el Tallón y la Brecha de Rolando, ¡buah!, qué sitio tan… tan… si es que no hay palabras, hombre. Por cierto que menuda hostia me metí bajando por el glaciar de la Brecha al refugio de Sarradets, por hacer el gilipollas… ¿La caseta esa de la derecha, dices? Las letrinas, majo, tranquilo que Fernando Sáez Aldana 80 Muerte en la escupidera pronto vas a tener el gusto. Yo pensaba que habían comenzado las obras de reforma pero ya veo que aún no… Mientras llegaban a su destino le fue contando cosas del lugar donde pasarían aquella inolvidable noche. El refugio, propiedad de la Federación Aragonesa de Montañismo, se había construido en 1962 y desde entonces se mantenía prácticamente igual. Es decir, con habitaciones para 40 montañeros hacinados en literas corridas, una cocina de siete metros cuadrados que obliga a servir las comidas en turnos pero, sobre todo, sin un sistema de depuración de aguas. La caseta que albergaba las letrinas incumplía todas las normas de salud pública y en 2001 el ayuntamiento de Fanlo armó la de Dios en el mundo pirineísta ordenando el cierre del refugio, y no sólo por carecer de un tratamiento adecuado de aguas residuales. Es que, además, debido a las grandes distancias los montañeros que quieren ascender al Perdido o que recorren el sendero de gran recorrido que atraviesa la cara sur del macizo tienen que hacer noche por fuerza en el camino. Como el refugio suele estar repleto en los meses de verano muchos optan por acampar en sus alrededores y algunas noches pueden plantarse hasta doscientas tiendas. Sin un punto limpio, unas letrinas y un sistema de depuración de aguas, semejante cantidad de gente concentrada en una pequeña área de la alta montaña, haciendo sus cosas durante meses donde les viniera en gana acabarían degradando un ecosistema tan delicado, teóricamente protegido por encontrarse dentro de un Parque Nacional tan prestigioso como Ordesa. Fernando Sáez Aldana 81 Muerte en la escupidera - Pero la peor parte se la llevan los pobres guardas del refugio, ¿sabes?, porque al vivir allí son los que más sufren las consecuencias. Dentro del refugio están rodeados de incomodidades pero cuando está lleno tienen que dormir fuera, a la intemperie y en el puto suelo, amigo, que comparado con eso la litera corrida es colchón de látex. Así que cuando lo reformen ellos serán los primeros beneficiados, y bien que lo merecen, que hay que tener agallas para vivir en un sitio así todo el año, majo. Mira por donde, Gusti, vas a conocer el Góriz de siempre, el Góriz entrañable, o sea el Góriz guarro, tío. Una batallita más para contar a los nietos. Y no creas que es el peor del Pirineo, ¡qué va!, yo me los conozco casi todos y desde luego el de Estós, si no lo han arreglado, para mí se lleva la palma de la incomodidad, sobre todo si dando la vuelta al Posets vienes del Ángel Orús, que es un Parador en comparación. Bueno, pues ya estamos en casita, ¿a que no ha sido para tanto? Eran las cinco y media pasadas y en el exterior del refugio una pareja disfrutaba del sol en un banco de madera junto a la puerta de entrada, obstaculizada por un enorme perro acostado. Como no se retiraba tuvieron que saltar sobre él para acceder a un oscuro zaguán atiborrado de taquillas. Anguiano enseñó a su novato que debía quitarse las botas antes de entrar y calzarse uno de los pares de zuecos impregnados del sudor de mil pies que el refugio ponía a disposición de los montañeros. Viguera hizo una mueca de asco y prefirió entrar en calcetines. En un minúsculo habitáculo incluido en la estancia, que hacía las veces de Fernando Sáez Aldana 82 Muerte en la escupidera comedor y zona de estar, encontraron a dos hombres jóvenes absortos ante el monitor de un ordenador que ni les devolvieron las buenas tardes. Anguiano le explicó que el cubículo, comunicado con la cocina, cumplía las funciones de recepción y barra y que la escalera contigua conducía a los dormitorios. Al cabo de un rato los guardas desistieron entre juramentos de conseguir lo que estuvieran intentando y el que respondía por Unai se ocupó por fin de los recién llegados. La reserva estaba a nombre de Anguiano. - ¿Estáis federados? Vale, él no. ¿Habíais estado antes? Vale, él no. Bueno, pues aquí tenéis las llaves de las taquillas, las botas fuera, ya sabes. La cena es a las siete y el desayuno a partir de las cinco y media. ¿Mañana os tiráis para el Perdido? Anguiano carraspeó antes de contestar con un gesto que Viguera, entretenido leyendo letreros, no pudo captar. En uno de ellos se informaba de la previsión del tiempo para el día siguiente: despejado a primera hora y nubosidad a partir de mediodía. Luego dejaron las cosas en las taquillas y subieron al dormitorio, donde un grupo de montañeros jóvenes se acomodaban ruidosamente en las literas del nivel inferior. Había otros dos pisos por encima y Anguiano escogió un hueco libre de sacos en el intermedio donde depositó los suyos bajo la mirada horrorizada de Viguera. ¿De veras se podía dormir allí? Aquella especie de estanterías humanas destartaladas recordaba en efecto a los barracones de los campos de concentración de las películas. Cuando salieron preguntó a su compañero si no había otra habitación donde Fernando Sáez Aldana 83 Muerte en la escupidera dormir y Anguiano, aguantándose la risa, le abrió la puerta de otro barracón aún más pequeño y le invitó a elegir. - Es lo que hay, muchacho, y contentos que por lo que veo hay poca gente. Mañana habrá más y el sábado puede estar a tope, así que no te quejes. Esta noche tendremos una tercera parte de los ronquidos y olores posibles. Hala, vamos a estirar un poco las piernas antes de la cena. Aunque todavía lucía el sol ya se sentía el frío. Anguiano invitó a su amigo a sentarse en la ladera herbosa que se extendía en la zona más resguardada, al sur del edificio. Viguera consultó el móvil y celebró alborozado el hallazgo de que allí no había cobertura. Sentía no poder llamar a Marta pero saberse a salvo del pelmazo de Terroba era un alivio que casi le compensaba la caminata. Para su sorpresa no se sentía más cansado que después de un duro día de trabajo y no pudo evitar que la serena paz de la tarde que rodeaba aquel pintoresco lugar se apoderase de su espíritu. Se tumbó de espaldas, perdió la vista contra el cielo y dejó que todos sus músculos se relajaran como cuando se tumbaba en la hamaca de la playa. Anguiano permanecía sentado, de espaldas al valle, sujetándose las rodillas con los brazos y con la mirada fija en la montaña. Era un relajo estupendo pero ellos no habían llegado allí sólo para admirar el paisaje y Viguera dio por finalizado el recreo. Tenían poco tiempo y había que hablar con los guardas, sacarles lo que pudieran del accidente de Zabala, recoger sus cosas y todo lo demás. Anguiano preveía que hasta después de recoger la cena sería imposible hablar con ellos y que probablemente esa misma noche no sería el mejor momento. Fernando Sáez Aldana 84 Muerte en la escupidera Por la mañana temprano, sin embargo, cuando todos los montañeros hubieran abandonado el refugio y los guardas hubiesen recogido los desayunos, podría hablar con ellos con mucha más tranquilidad. ¡Cómo que “podrías”! ¿Y tú?, le replicó Gustavo, me echarás una mano, ¿verdad? Fue entonces cuando Antonio Anguiano decidió soltárselo. - Verás, mi querido amigo, cuando me propusieron esta expedición acepté encantado, primero porque te aprecio aunque nunca hasta hoy te lo haya podido demostrar, y porque Germán Terroba es un hijoputa capaz de ponerte en la calle si no le llevas algo. Tampoco puedo ocultar que esto me encanta, a lo mejor si hubiera que ir, yo que sé, a un desierto, o a una playa del Mediterráneo no habría aceptado, las cosas como son. Pero lo que quiero que sepas, y comprendas, es que yo no soy capaz de dormir en ese chamizo de ahí atrás si no es para darme un paseo al día siguiente por alguno de esos piedros tan de puta madre que tengo delante, tú me comprendes, ¿verdad? Yo soy montañero, Gusti, ya sabes, un chalado de esos. ¿Qué dices? ¡Qué cabrón! Anguiano le había utilizado para perder de vista dos días la oficina y darse un garbeo por aquel paisaje marciano nevado a su costa. Gustavo se incorporó de un brinco y no se cortó echándoselo en cara. - Tranquilo, coño, no te enfades, anda, siéntate y escucha. Mira, es cierto que el momento ideal para hablar con los guardas será mañana por la mañanita, cuando se queden solos. Hombre, ese es tu trabajo, no me jodas, o qué quieres, ¿qué les interrogue yo Fernando Sáez Aldana 85 Muerte en la escupidera mientras te recuperas en la litera de no pegar el ojo en toda la noche? ¡tranquilo!, es broma. Mira, ese momento no llegará hasta las diez, si no son las once, y para entonces yo ya estaré de vuelta. Sí, no me mires así, aquí hay que ponerse en marcha muy temprano, en cuanto empieza a clarear, a las seis como tarde hay que estar andando. Mira, yo me comprometo a estar en el refugio a las once como tarde. Suficiente para que el Unai ese del pendiente te cuente su vida si quiere. ¿Qué dices? ¡hala!, que son casi las siete, tío, vamos o nos quedaremos sin cena. Piénsalo y si tú no quieres no subiré, prometido. En el comedor una veintena de montañeros compartían las mesas más próximas a la chimenea. Se sentaron en una a medio ocupar y enseguida acudieron los guardas con los platos, el pan y los cubiertos que los propios comensales se encargaban de distribuir. Parecería una escena de cuartel o de prisión incluso si no fuese por el buen humor y la camaradería que se respiraba en extraña mezcla con el humo del fuego y el olor de la sopa que llegaban desde lo extremos de la sala. Tallarines, pollo asado y plátano completaron un menú regado, para asombro de Viguera, con vino o cerveza. Él pensaba que los deportistas sólo bebían agua. Sin dejar de engullir como si llevaran días sin hacerlo, los montañeros sólo hablaban de montañas. Un grupo estaba haciéndose el tramo aragonés de la GR-11, desde Zuriza hasta Benasque. La siguiente etapa era Góriz – Pineta y discutían acaloradamente sobre el camino a seguir. Una de las dos parejas, la más lanzada, abogaba por tirarse hacia el collado de Añisclo atravesando las fajas que contornean la Punta de las Olas, que era la derecha... y la arriesgada, por aérea y complicada; la otra Fernando Sáez Aldana 86 Muerte en la escupidera pareja, más prudente, defendía bajar desde Arrablo a la Fuen Blanca para alcanzar sin problemas el collado. Un rodeo, sí, y más desnivel, pero completamente seguro. A un tipo solitario, tan alto como flaco y con un rostro curtido como el pellejo y cubierto de una cerrada barba canosa que rumiaba con la calma de un herbívoro en el extremo de la mesa le preguntaron adonde iba y sin dejar de masticar dejó escapar al cabo del rato y con evidente desgana una sola palabra. - Cilindro. Alguien advirtió entonces que ojito con el Cilindro porque la chimenea podía estar helada, pero el montañero solitario se encogió de hombros y siguió rumiando sin levantar siquiera la vista del plato. Una parejita de franceses que chapurreaban español habían subido por Ordesa y al día siguiente pretendían llegar hasta el aparcamiento próximo al puerto de Bujaruelo por Millaris y el Descargador atravesando la Brecha y el refugio de Sarradets. Pero no llevaban ni crampones ni piolet y los de la GR se lo desaconsejaron porque en el glaciar podían pasarlas putas. Todos le parecían planes estupendos pero la excursión que le puso los dientes largos a Anguiano fue la de sus compañeros de mesa, tres montañeros guipuzcoanos. Los muy cabrones pensaban hacerse las tres Sorores al día siguiente, ¡de una tacada! ¿era eso posible? - Pues claro. Primero hay que subir la Punta de las Olas, en menos de tres horitas estás allí. Luego tiras por la cresta hacia el Soum, por la cara este, ¿me sigues? Bueno, pues después se continúa por la cresta norte, algo chunga y con pasos de tres, y Fernando Sáez Aldana 87 Muerte en la escupidera un poco a la derecha pasas por el collado del Perdido y escalando una barrerita de dos que defiende el acceso a la cresta oriental te plantas en la cumbre del Perdido para sorpresa de los pringadillos que han subido por la canal pensando que han hecho una hazaña. El resto está chupado: por la canal al Lago y de aquí al Cilindro y vuelta por el camino de Góriz. ¿A que mola? ¡Buah!, ¡qué pasada! exclamó Anguiano con la cuchara suspendida en el aire. ¿Puedo ir con vosotros? ¡tranquilo, Gustavito, que es otra broma!, un paso de tres puede ser demasiado para mí. - Lo de los pringadillos que suben por la canal no lo dirías por el que se mató hace unos días en la Escupidera, ¿verdad? Las primeras palabras que pronunció Gustavo Viguera en toda la cena surtieron el efecto de un estruendo inesperado. Todos callaron y algunos hasta dejaron de comer. Anguiano le dio con la rodilla en el muslo y trató de enmendar la torpeza de su colega. - Oye, ¿y en cuántas horas pensáis hacerlo? Lo de las tres Sorores, me refiero, echaréis el día, ¿no? Pero fue un intento inútil porque a partir se ese momento ya no hubo otro tema de conversación que el montañero despeñado. Que si nunca hay que confiarse. Que si lo peor es la bajada. Que a quién se le ocurre Fernando Sáez Aldana 88 Muerte en la escupidera subir sólo la primera vez. Que en el monte donde menos lo piensas te la pegas. - Sobre todo si no llevas piolet o lo pierdes por el camino. Lo había soltado Javier, el guarda del refugio que no llevaba pendiente, mientras empezaba a recoger las mesas con la ayuda de los montañeros. La revelación originó un pequeño revuelo y alguien le pidió que se explicase. - Cuando salió de aquí hacia las siete de la mañana lo llevaba, me fijé porque era un Camp ultraligero de mango azul, precioso, pequeño pero suficiente para la canal del Perdido. Dejó la mochila grande con el saco y los bastones en la taquilla y se fue para arriba con una más pequeña y con el piolet en la mano. Cuando rescataron su cuerpo horas más tarde no encontraron el piolet por ninguna parte y pensaron que se habría quedado por el camino al despeñarse. Pero el único montañero con el que se había cruzado, que lo vio subiendo del Lago Helado en dirección a la canal, juró y perjuró que el tipo no llevaba piolet ni en la mano ni en la mochila y que le extrañó mucho porque iba perfectamente equipado y llevaba puestos los crampones. Es un viejo conocido y me lo creo. La noticia sembró el desconcierto en el comedor. Era inexplicable. Se podía comprender que alguien intentara subir por la canal sin piolet, pero no que lo llevara y se desprendiera de él justo cuando podría necesitarlo. Fernando Sáez Aldana 89 Muerte en la escupidera Seguro que se paró a descansar y se lo dejó, aventuró uno. Imposible, antes te dejas los huevos, apostilló otro provocando risas. ¿Y si se lo dejó como es que nadie lo vio y lo recogió? ¡Bueno, los montañeros solemos ser gente honrada pero habrá de todo y un piolet nuevito abandonado de ochenta pavos lo menos es muy tentador! Hombre, o que está claro es que ningún montañero en su sano juicio tiraría un piolet de 250 gramos para soltar lastre al pie de la Escupidera, ¿no? Todos celebraron la ocurrencia, menos Gustavo Viguera. Aquella gente no sabía nada de Oscar Zabala, de sus pólizas de vida, de su retirada de fondos, del requisamiento de sus ordenadores. Estaban juzgando la inexplicable conducta de un montañero del que no tenían ni puñetera idea. Desconocían la más que fundada sospecha de que se hubiera suicidado y que ningún suicida está en su sano juicio. No podían imaginar que el detalle del piolet, despachado por la parroquia de Góriz como un olvido aprovechado por un chorizo de alta montaña podría empezar a aclarar las cosas. A resolver el caso de Oscar Zabala. Porque si te dejas caer por una rampa helada en dirección al vacío y un piolet puede salvarte la vida en caso de arrepentimiento de última hora, está claro que si no lo llevas no hay salvación posible. Si pensaba matarse, para evitar esa tentación debió deshacerse de él de un modo definitivo, sin posibilidad de rescatarlo pero además sin que alguien pudiera encontrarlo. En ese momento se le encendió la bombilla. - Ese Lago Helado, ¿está helado de verdad? Fernando Sáez Aldana 90 Muerte en la escupidera Uno de los guiputzis le contestó que gran parte del año, pero dependiendo del invierno que hiciera para esas fechas podía estar sólo medio helado. Como aquel año. Ni siquiera Anguiano se dio cuenta de la sospecha escondida tras la pregunta aparentemente ingenua. En cambio se puso a contarle la historia del origen de la gran cascada del imponente circo de Gavarnie, en la vertiente francesa, aclarado cuando se arrojó en el Lago un colorante que acabaría tiñendo la cascada. Esos gabachos siempre igual, presumiendo de lo que tienen pero no es suyo, concluyó en voz tan baja que no pudiera escucharlo la parejita. De repente se levantó la sesión y casi todos salieron al exterior, la mayoría en dirección al barracón de las letrinas y algunos a fumar. Cuando Anguiano y Viguera se disponían a salir también Unai les hizo señas para que se acercaran a su minúscula oficina. - Vosotros sois los amigos del que se mató, ¿verdad? Después de aclararle su relación con Zabala el guarda les contó que durante la cena había llamado por la radio el mismísimo subdelegado del Gobierno de Huesca para asegurarse de que habían llegado “los de Logroño” y para que colaborasen con ellos, respondieran sin miedo a todas sus preguntas y les entregaran los efectos personales que Oscar Zabala había dejado en su taquilla antes de iniciar la última ascensión de su vida, eso sí, firmando el oportuno recibo. Así que podían contar tanto con su colaboración como con la de su compañero Javier pero no en aquel momento de máximo trabajo. Cualquier momento durante la mañana a partir de la recogida del desayuno era preferible y en eso Fernando Sáez Aldana 91 Muerte en la escupidera quedaron antes de salir a respirar un poco de aire puro. Caía la noche y con ella la temperatura. Anguiano estaba impresionado. - Qué nivel, tío, ¡el subdelegado del Gobierno! Su asombro creció cuando Gustavo le contó que el tipo era pareja de mus del delegado de Estigia Seguros en Huesca y a continuación le preguntó qué opinaba del asunto del piolet que les había contado el otro guarda. - Que no me lo trago, Gustavo. Si quería tirarse sin él, ¿por qué llevarlo en la mano, como asegura el guarda y me lo creo? Seguro que saldría despedido al vacío cuando se cayó y estará enterrado bajo la nieve en algún lugar inaccesible. No me fío del montañero que se cruzó con él. ¿Cómo puede estar tan seguro? Y sobre todo, ¿cómo es que se fijó en eso? Yo me he cruzado con cientos de montañeros y nunca me da tiempo a fijarme en lo que llevan encima, ni me importa. Era un ultraligero, ni medio metro, no como los armatostes de casi 80 centímetros que traemos nosotros. Podía llevarlo dentro de la mochila y casi ni se vería. ¡Bah!, ni caso. Ya verás como cuando se derrita la nieve acabará apareciendo. Te aseguro que ningún montañero se llevaría a casa un piolet perdido por otro cerca de un refugio. ¡Por favor..! Gustavo se quedó pensativo un buen rato antes de decidirse a decirlo. Fernando Sáez Aldana 92 Muerte en la escupidera - Oye, Antonio, ¿sigues con la idea de subir al monte mañana temprano? - Ni lo dudes, compañero. Si no te parece mal, claro. Y si te parece… ¡pues te jodes! ¡ja, ja! - ¿Te… importaría que te acompañara? Anguiano se quedó estupefacto. Era lo menos que podía esperar de aquel urbanita con sobrepeso que pisaba por encima de los dos mil por primera vez en su vida. - ¿Importarme? ¡Qué dices, hombre, encantado, qué cojonudo, tío, me dejas anonadado. Pero, ¿lo dices en serio?, ¿estás seguro? ¿Cómo así te ha dado por ahí? ¡Ah! Ya sé, no me lo digas, esto te mola, ¿verdad que sí?, te está empezando a gustar, o lo que es lo mismo, la montaña ya se está apoderando de ti, comienza a atraerte como un electroimán, como hizo antes con todos esos “chalados” que acaban de inflarse a sopa en ese antro, ¿eh? - ¿A ti te daría igual donde fuésemos? - ¿A mi? Pues claro… pero tú, no sé, en fin, espero que no quieras hacerte las tres Sorores como esos pirados, no te ofendas pero tu forma física, ya sé que hoy has ido muy bien, pero por llano casi, subir por ahí es otra cosa, ¿sabes? Gustavo Viguera tragó saliva antes de sorprender del todo a su compañero. Fernando Sáez Aldana 93 Muerte en la escupidera - Es que me gustaría ver de cerca esa maldita Escupidera. & & & En el barracón modelo Auschwitz podían identificarse al menos cuatro ronquidos distintos y sólo gracias a los tapones para oídos que Anguiano le proporcionó pudo conciliar el sueño Gustavo Viguera. Pero en plena madrugada, como todas las noches, su vejiga repleta lo despertó. En casa sólo tenía que saltar de la cama al baño incluido en el dormitorio, pero allí la cosa sería más complicada. Casi a oscuras tuvo que destrepar primero desde su litera hasta el suelo pero al hacerlo pisó sin darse cuenta al montañero que dormía justo debajo, el cual tartamudeó una blasfemia entre sueños mientras encogía las patas dentro del saco. Fuera del dormitorio le esperaba una escalera tenebrosa por la que fue bajando a tentón hasta que pisó un bulto blando tirado sobre el último peldaño que lo asustó. Era el perrazo del refugio, otra vez cortando el paso. Salvado el obstáculo llegó al zaguán, se calzó un par de zuecos que le venían pequeños y salió al exterior. No había ni una nube y tocaba luna nueva, de manera que el cielo aparecía sembrado de millones de estrellas. Había tantas que más que los puntitos luminosos aislados que apenas se podían ver en la ciudad eran grandes manchas blanquecinas cubriendo casi por completo el fondo negro del cielo. Nunca hubiera sospechado que el cielo fuese realmente así a pesar de los muchos documentales sobre el universo que había visto en la tele, y que le encantaban. Pero nada como aquel fantástico espectáculo en vivo y en directo. Un escalofrío le atravesó el espinazo, exclamó algo en voz baja y sólo al cabo de un buen rato de embelesamiento mirando el firmamento con la boca Fernando Sáez Aldana 94 Muerte en la escupidera abierta se dio cuenta de que hacía un frío que pelaba y se estaba meando. El camino de vuelta desde la cloaca al camastro no fue menos penoso, aunque para su suerte el perro se había quitado de la escalera y esta vez no pisó a nadie mientras subía a su estantería de montañeros ensacados maldiciendo su puta vida. Le costó volver a dormirse porque cada vez que cerraba los ojos le atacaba la mente la imagen de un montañero precipitándose al vacío con las manos vacías y el rostro desencajado. Pero el agotamiento consiguió vencer su resistencia y al cabo de un rato los escandalosos resuellos de Gustavo Viguera se unieron a los del coro de roncadores de Góriz, uno de los más prestigiosos de la cordillera. & & & “Ha llamado al teléfono móvil de Germán Terroba, delegado territorial de Estigia Seguros, en estos momentos no puede atenderle, si lo desea deje su mensaje a partir de la señal y le contestará a la mayor brevedad posible… - Germán, soy Federico García Leza, el inspector-jefe, disculpa la hora pero no he podido llamarte antes porque he tenido un día malísimo. Es por lo de ese médico por el que me preguntaste, Zabala, el que se mató en el monte, verás, no sé de qué va el asunto porque la investigación está bajo secreto de sumario y ya sabes cómo se han puesto últimamente las cosas, lo que sí puedo decirte es que seguramente te quedarás sin saber por qué se llevaron sus ordenadores porque cuando un posible sospechoso muere se acabó la investigación, a ver de qué coño vas a acusar a un muerto, ¿me comprendes?, de hecho se los van a devolver ya mismo, a la viuda, claro. A no ser que la muerte pudiera tener relación con el posible delito, pero si se desnucó en un glaciar como dicen pues tú Fernando Sáez Aldana 95 Muerte en la escupidera me dirás, se acabará sobreseyendo. Si el juez que ordenó el registro supiera que el registrado la había palmado en un accidente seguramente lo hubiese parado, pero así funciona esto, majo, descoordinación a tope, bueno mañana hablamos si quieres pero te prometí llamarte en cuanto supiera algo, ¡hala!, que descanses, y ya me dirás tú también algo de la póliza de mi suegro cuando sepas algo… “ & & & - ¿Qué haces con el móvil? Si aquí no hay cobertura… - Ya, es para hacerte una foto, si no lo veo no lo creo y si no te la hago tampoco me creerá nadie: Gustavo Viguera con traje de alta montaña, bastones y piolet y crampones en la mochila, ¡qué pintas tienes, tío! ¡jua, jua! Sólo eran las seis pero la luz de la alborada era suficiente para ponerse en marcha. El exterior del refugio estaba más animado de montañeros que en ningún otro momento del día. Algunos ya partían hacia los primeros repechos, otros terminaban de equiparse y la explanada ofrecía un aspecto de extraño andén repleto de extraños viajeros esperando su medio de transporte. Anguiano salió por delante y Viguera lo siguió unos pasos atrás preguntándose qué coño hacía él triscando ladera arriba antes de amanecer con un fardo a la espalda. Al segundo repecho comenzó a resoplar. Su guía se volvió y le recomendó calma y que caminara muy despacio, como pisando huevos, y que en ningún momento debía notar fuertes palpitaciones en el pecho, eso sería ir pasado de vueltas, para que Fernando Sáez Aldana 96 Muerte en la escupidera le entendiera. Despacito y controlando el corazón, ese era el secreto para no sucumbir de agotamiento antes de tiempo. Al cabo de la primera hora de continuo ascenso llegaron al pie de un gran nevero escalonado desde el que ya se divisaba la mole retorcida del Cilindro y por la que avanzaban al menos una docena de montañeros separados entre sí como puntos suspensivos en un folio. El sufrimiento era evidente en el rostro de Viguera y Anguiano decidió efectuar un breve descanso. Mascullando una ristra de tacos el neófito se desprendió de la mochila y se derrumbó sobre una piedra. Anguiano permaneció de pie y le recomendó que echara un buen trago de agua. Mientras lo hacía, Anguiano lanzó un profundo suspiro en dirección al collado engañosamente cercano y tradujo en voz alta la emoción que lo embargaba. Aquello era formidable, «lo más grande, Gustavo». Se imaginó a esa misma hora apagando de un manotazo el despertador para ponerse en marcha una rutinaria jornada más en la oficina y lamentó no creer en un Dios al que agradecer el regalo de estar en el corazón de sus amados Pirineos aunque fuese en aquellas extrañas circunstancias. Pero Gustavo no levantaba la vista del suelo ni soltaba palabra. Anguiano le preguntó si estaba seguro de querer continuar y le aseguró con la boca pequeña que en caso contrario no pasaría nada por darse la vuelta. Viguera respondió incorporándose y colgándose la mochila con decisión. La nieve estaba blanda y la pareja atravesó el nevero aprovechando las pisadas de los compañeros que les llevaban ventaja. Cerca ya del collado Anguiano extendió su bastón derecho hacia al Este. Detrás de unas rocas que descansaban sobre la nieve como gigantescas tortugas hibernadas asomó el empinado tramo final del Monte Perdido en el preciso momento en que el sol rebasaba su vértice por la vertiente contraria Fernando Sáez Aldana 97 Muerte en la escupidera proporcionando al pico un brillo diamantino que destacaba aún más la blanca canal nevada sobre la piedra ennegrecida por el contraluz. - Ahí lo tienes, tío, el Perdido, saludándonos con sus mejores galas. ¡Qué de puta madre! Que me perdone el muerto pero no sé cómo darle las gracias. Pocos metros antes de alcanzar el cuello que los separaba del Lago Helado Anguiano se detuvo de nuevo. - Esa pala de nieve inclinada es la Escupidera. ¡Mira!, ya hay unos cuantos mendis subiendo por ella, ¿los ves? ¡qué tíos! Salvo en su tramo final el corredor Noroeste permanecía sombrío pero se distinguían tres grupos de dos a cuatro montañeros desperdigados en dirección a la cima. Desde esa perspectiva la pendiente aún no impresionaba y a Gustavo le costó creer que se tratara del mismo tobogán vertiginoso de las fotos tomadas desde lo alto del Cilindro. Además, ¿cómo podía alguien caer al vacío con semejante barrera rocosa? Desde allí parecía imposible, tanto como alcanzar de una vez el jodido cuello aquél porque cuando creías haber llegado aparecía otro en el horizonte, y luego otro, como si subieran por una colosal escalera sin fin cuyo nuevo escalón superado ocultaba el siguiente. Cuando finalmente lo superaron descargaron las mochilas sobre un peñasco frente a la hondonada que albergaba en su fondo un pequeño ibón con la superficie medio helada, a los pies del collado que lo separa de la vertiente Norte del macizo. Desde ese observatorio la perspectiva de la Fernando Sáez Aldana 98 Muerte en la escupidera canal de subida al Perdido cambiaba por completo al apreciarse ya su impresionante inclinación hacia la derecha, máxima en el tramo desprotegido por la ausencia de roca, que asociada a la inclinación propia de la pendiente hacían de la canal un endemoniado tobogán tridimensional de doble caída. La Escupidera. Viguera se acordó del día que casi se rompió la crisma al resbalar en un charquito helado del parque del Carmen, camino del trabajo. Ahora entendía cómo se podía uno matar por aquella empinada cuesta helada y además inclinada treinta grados hacia la acera derecha. Menudo hostión. - Aquí fue donde vieron a Zabala vivo por última vez. ¿Quieres? Están buenas. Viguera aceptó la manzana que le ofrecía Anguiano y se imaginó a Óscar Zabala arrojando el piolet al fondo del lago medio helado que tenía a sus pies, antes de dirigirse a su encuentro con la muerte. Cuando durante la cena le invadió la sospecha pensó ingenuamente en la posibilidad de descubrirlo en el fondo de las aguas, pero se había equivocado. Aquel ibón no era el estanque del parque, precisamente, sino un pozo oscuro bajo una capa de hielo que cubría las cuatro quintas partes de su superficie, dejando un hueco suficiente para deshacerse del piolet, sospecha que fue ganando crédito a la vista del escenario. Pues para ir desde donde estaban a la canal no era necesario descender hasta al Lago ya que tirando por la derecha se llegaba directamente cresteando por las gibas heladas de una especie de enorme camello enterrado en la nieve. No tenía ningún sentido bajar hasta el Lago para volver a subir inmediatamente hasta el mismo nivel. Pero según lo que le contó el Fernando Sáez Aldana 99 Muerte en la escupidera guarda el montañero que en su descenso vio a Zabala, no se cruzó directamente con él sino que lo vio subiendo del Lago en dirección a la canal, a una distancia tan corta que le llamó la atención su falta de bastones y piolet. Desde luego sin piolet no habría prueba pero la hipótesis le parecía más que probable. - Me tienes impresionado, Gustavo, has subido de puta madre, tú tienes cualidades tío, no es normal que sin haber pisado un monte en tu vida hayas llegado hasta aquí tan entero, bueno, aparentemente al menos… - ¿Entero? Estoy destrozado, majo, me duele todo el cuerpo, en mala hora se me ocurrió la idea de acompañarte tío, estáis locos, locos de remate, no sé qué le veis a esto, de verdad te lo digo. Anguiano negó con la cabeza pero renunció a tratar de convencer de la grandeza de la montaña a alguien incapaz de apreciarla. - Espero que el esfuerzo te haya merecido la pena al menos, me refiero para el asunto que nos ha subido hasta aquí. - Pues sí, mira, creo que me está sirviendo; cada vez tengo más claro que el doctor Zabala vino aquí a quitarse la vida. En esta soledad, tan alejado del mundo, de su mundo, tiene que costar menos abandonarlo porque ya casi lo estás. Fernando Sáez Aldana 100 Muerte en la escupidera Anguiano consultó el reloj y con la mirada puesta en el bonete del Perdido acabó por revelar del todo sus verdaderas intenciones cuando aceptó acompañar a Viguera. - Oye, Gustavo, vamos muy bien de tiempo y… me preguntaba si… si no te importaría que yo… ¡jum!, que rematara la faena, en fin, que para un montañero llegar hasta aquí y quedarse a tiro de piedra de la cima del Perdido es un crimen, vamos, que me gustaría un huevo subir ahí arriba, si no te importa, claro, si tú no quieres lo entenderé, no habíamos venido a eso, y tampoco te pido que me esperes aquí hasta que baje, aunque va a ser en un pispás, en una hora te prometo que estoy de vuelta, si no quieres esperarme puedes ir bajando, el camino está chupado, primero seguir las huellas en el nevero y luego la senda hasta que tengas el refugio a la vista, así… así podrías aprovechar para ir hablando con los guardas, es una hora muy buena, te prometo que antes de mediodía me reuniría contigo, lo siento de veras tío, pero es que no lo puedo remediar, es como un droga, ¿me comprendes? Y permaneció en la misma postura, mirando golosamente el pico, sin atreverse a mirarle a la cara a su compañero. Esperaba de él una reprimenda pero su respuesta le hizo sospechar que quizá estuviera siendo víctima del mal de altura. - Venga, no me llores más. Te acompaño. - ¿Cómo dices? Fernando Sáez Aldana 101 Muerte en la escupidera - Que subo contigo - Pero, ¿e… estás seguro, Gustavo? - Ya que he llegado hasta aquí quiero acabar poniendo los pies en esa maldita Escupidera, ¿sabes? Pensaba que este viaje no serviría para nada pero cuanto más me acerco al final más claro lo veo. Quiero subir ahí arriba y saber lo que tenga que decirme. Seguro que algo. - Tío, me quito el sombrero, bueno el gorro, es acojonante la profesionalidad con la que te estás tomando este asunto. Germán Terroba no sabe lo que tiene en la delegación. - ¡Hala!, menos cháchara y andando. - Tranqui, majito, que hay que sacar el piolet y calzarse los crampones. ¡Buah!, qué gozada… Con los crampones bien ajustados y el pico en la mano fueron recorriendo las sucesivas jorobas nevadas de la cresta y en pocos minutos llegaron al extremo inferior de la estrecha canal que conduce directamente a la cima. Entonces Anguiano se detuvo para tratar de convencer a Viguera de que no debía continuar. La nieve estaba muy dura y aunque seguramente no pasaría nada prefería no asumir esa responsabilidad. Recibir el bautismo de montaña en una canal helada y sin ninguna experiencia en el manejo del piolet ni en la marcha con crampones era una temeridad y no sabía cómo había podido aceptar que su amigo lo acompañara. Sin duda su ambición por coronar la cima lo habría cegado, pero afortunadamente se había dado cuenta a tiempo. De ningún modo permitiría que Gustavo Viguera diese ni un paso más. Fernando Sáez Aldana 102 Muerte en la escupidera Jamás se perdonaría que sufriera un accidente por su culpa. O él se quedaba allí o ambos se daban la vuelta. - Vale, está bien, no sigo, ya la veo bien desde aquí, me quedo un rato y me bajo enseguida, pero tú no te prives, amigo, hala, arriba y no tardes. Te espero ahí abajo, a la altura del laguito, ¿vale? Anguiano afirmó con la cabeza, sonrió de gratitud y empezó a subir. Cada cinco pasos se volvía hacia Viguera y allí estaba, donde lo había dejado pero cada vez un poco más abajo, animándolo con el pulgar levantado. Al cabo de un rato Anguiano dejó de mirar hacia atrás y se concentró en el suelo helado que iba pisando. Entonces sucedió algo imprevisto, o al menos tan temprano. Por detrás de la cumbre, como una súbita humareda surgiendo del cráter de un volcán traicionero, apareció una densa niebla grisácea que en segundos ocultó el sol y borró la silueta de la antecima. Eso podría suponer despedirse de las magníficas vistas que prometía el día y Anguiano juró entre dientes pero continuó subiendo como si nada. La niebla continuó invadiendo el tramo superior de la canal y densificándose a cada momento hasta que la visibilidad se redujo a unos pocos metros. Desde abajo Viguera ya no podía distinguir la figura de Anguiano pegado a la orilla izquierda de la pala y sin pensarlo dos veces se santiguó y se fue para arriba con decisión. & & & Fernando Sáez Aldana 103 Muerte en la escupidera - Buenos días, Don Germán, le ha llamado ya un par de veces el delegado de Crepúsculo, dice que es urgente y que lo llame en cuanto llegue. - ¡Joder!, si no son ni las ocho y media, algo gordo será, anda, pásamelo al despacho. Y buenos días, Piluca, que no te he dicho nada. A las nueve en punto vendrá el canso del gerente de Los Perales a empezar a darme el día, avísame por favor, gracias. - …. - ¿Sí? ¡Alfredo!, buen día, qué te cuentas majo. - Pues nada Germán, que acaba de llamarme mi cuñado desde el banco para darme una noticia que te va a dejar de piedra. - Dispara… Gracias a cierta información privilegiada, la investigación sobre el paradero de los fondos de Óscar Zabala había dado sus frutos. El dinero ni se había esfumado ni se había depositado en un banco suizo ni estaba en ninguna caja fuerte privada. Había ido a parar enterito a una cuenta a nombre de Ana María Sáenz Islallana, la entonces señora y ya viuda de Zabala. El error había sido buscar nuevas cuentas o depósitos a su nombre, cuando estaban al de ella. - No me preguntes la explicación porque no tenemos ni idea. Resulta que las cuentas antiguas estaban a nombre de los dos mientras que las nuevas sólo al de su mujer, de las que él no tenía ni tarjeta. Como siempre cobraba a sus pacientes en mano es posible que tuviera una reserva de “B” de la que iba tirando Fernando Sáez Aldana 104 Muerte en la escupidera para sus pequeños gastos. Es como si hubiera querido desaparecer de su propio dinero, unos ciento cincuenta mil en total. Tampoco era tanto como se decía, ¿verdad? Claro que según mi Charo para esa mujer toda la pasta debía ser poca, se pasaba el día gastando, que si ropitas para ella y para la niña en las mejores boutiques, que si cambiando continuamente la decoración del chalet, que si coche pijo nuevo cada dos o tres años para llevar a la niña al colegio, que si apartamento en Málaga… Lo que no sé es cómo pudo ese hombre mantener esa cantidad en el banco con una mujer así en casa. Bueno, ¿tú que opinas? - Pues chico, que me dejas helado no, totalmente desconcertado, es una cosa muy rara, ¿no? Ahora, desde luego de chantaje nada, claro, casi estamos peor que al principio. - Bueno, menos mal que tu chico y el de AMA nos estarán resolviendo el caso a estas horas, ¿no? - ¿Esos? Menudas vacaciones se están corriendo a nuestra costa, nosotros aquí preocupados por el tema y ellos de fiesta en un refugio, al final para nada, ya verás, la cosa cada vez pinta peor, ya me veo pagando, ¡joder! En fin, Alfredo, es lo que hay, majo, gracias por la información de todos modos, seguimos en contacto. Terroba colgó y mientras se encendía el primer purito del día se preguntó en voz alta qué coño estaría haciendo el botarate de Gustavo Viguera a esas horas. Fernando Sáez Aldana 105 Muerte en la escupidera - ¿A las ocho y media de la madrugada? Durmiendo, como si lo viera… - ¿Decía algo, don Germán? - ¿Eh? ¡Ah!, no, Piluca, nada, nada, si es que ya hasta hablo sólo. Es el estrés, ¿sabes?, el jodido estrés. & & & Hollar una cumbre proporciona al montañero dos satisfacciones. La mayor, sin duda, es la de haberlo conseguido. La otra, las vistas, son además una recompensa. Así que la indescriptible sensación de bienestar que se apodera del espíritu aprisionado en el interior de un cuerpo machacado tras horas de dura ascensión es incompleta en caso de niebla. Contemplar la belleza de un magnífico panorama circular, identificar las otras cimas o simplemente admirar la inmensidad de una cordillera de primera categoría como los Pirineos desde una atalaya de infinito forma parte del premio por superar las enormes exigencias de esfuerzo psíquico y mental que requiere la proeza. Si el observatorio es la cima del Monte Perdido, las vistas en un día despejado son inolvidables: un territorio salvajemente sacudido por el plegamiento alpino que excavó cañones, abrió valles y levantó moles coronadas por picos que ejercen una misteriosa pero irresistible atracción en los afortunados seres humanos capaces de emocionarse conquistándolos. Un buen día pueden distinguirse desde la cumbre del Perdido casi todos los tresmiles de la cadena, más de doscientos, entre los que destacan en la lejanía nombres míticos para los montañeros: Balaitús, Aneto y sus Malditos, Vignemale, Perdiguero, Posets, Bachimala, y mucho más próximos al gigante Taillón, Fernando Sáez Aldana 106 Muerte en la escupidera Picos de la Cascada, Marborés, Astazús, Punta de las Olas y Escaleras, rodeándolo como una corona real ceñida en torno al rey del macizo, el Monte Perdido, y sus dos hermanos y fieles guardianes que lo escoltan por toda la eternidad. Pero aquella mañana una niebla traicionera se echó sobre la cumbre antes de lo previsto y Antonio Anguiano tuvo que conformarse con la incompleta satisfacción de haberla pisado. Un viento helador hacía la invisibilidad aún más penosa. Con toda seguridad haría varios grados bajo cero, así que apenas unos minutos después de cumbrear decidió emprender el descenso. En cuatro zancadas se plantó en la canal y ya habría recorrido su mitad superior cuando, en el punto más crítico de la Escupidera, se topó con un montañero medio helado, aferrado con las dos manos al piolet prácticamente enterrado en la nieve endurecida, inmovilizado por el pánico. - ¡Gustavo!, pero… ¿estás loco o qué, tío? ¡Qué hostias haces aquí!, ¿eh? Gustavo Viguera levantó la cabeza y lo miró. Tenía el rostro desencajado y cubierto de escarcha. Le costó mucho despegar los labios. - ¡Me cago en mi puta vida, quién me mandaría! Me voy a matar, Antonio, ¡me voy a matar! - Venga, no digas chorradas, ya hablaremos luego de eso, ahora vas a bajar de aquí, despacito y detrás de mí, ¿entendido? - ¡De eso nada! Yo no me muevo de aquí, no puedo ni mirar hacia abajo, ¡esto es la hostia! Baja tú y que suban a rescatarme, que manden un helicóptero o lo que sea, tío, pero no pienso dar ni un paso más, y menos hacia abajo. Fernando Sáez Aldana 107 Muerte en la escupidera - ¡Pero qué tonterías estás diciendo, Gustavo!, aquí no va a subir a por ti ni Dios, tenlo por seguro, tienes que bajar tú solito, y si te tranquilizas un poco y me haces caso lo harás sin ningún problema, ¿vale? - … - Gusti, ¿me has oído? Acabó entrando en razón y Anguiano entonces lo rebasó para situarse por delante durante la bajada. Al girar el cuerpo se encaró con la vertiginosa pendiente y la sensación de peligro que percibió fue tan intensa que a punto estuvo de darse de nuevo la vuelta sólo por no verlo. Era la primera vez que ponía en riesgo su vida y si logró sobreponerse al vahído fue porque era plenamente consciente de que un resbalón en ese momento acabaría con ella. Anguiano le enseñó a clavar bien los crampones en la pendiente y a no dar un paso sin asegurarse el apoyo firme en el piolet, le prohibió mirar al vacío y le aseguró que en cinco minutos todo habría terminado. Como así fue. A la altura del Lago Helado se detuvieron para desprenderse de los crampones y descansar antes del descenso al refugio. A Gustavo Viguera aún le temblaban las piernas. Anguiano no podía enfadarse con él por el susto que acababa de darle porque en el fondo se sentía culpable de lo sucedido. Pero no acababa de entenderlo. - Pero, ¿cómo coño se te ha ocurrido meterte ahí tú sólo? ¿sabes el peligro que has corrido, más por tu miedo que por otra cosa? - Vale, no me eches la bronca encima que acabo de pasar el peor rato de mi vida. Lo de que cuando crees que la vas a espichar Fernando Sáez Aldana 108 Muerte en la escupidera ves pasar toda tu vida como en una película es cierto tío, al llegar tú ya iba en la primera comunión… - Ya, sería por la hostia que te podías haber metido ahí arriba, ¿no? Durante un instante se quedaron mirándose el uno al otro muy serios hasta que acabaron estallaron en una misma carcajada liberadora de tanta tensión acumulada. El descenso a Góriz fue rápido y con el cañón de Ordesa como telón de fondo no dejaron de charlar durante casi todo el camino. Gustavo Viguera seguía muy impresionado por la experiencia. - Es acojonante, tío, ¡qué impresión! ¿Cómo podéis subir, bueno, y sobre todo bajar por ahí como si fuera una acera en cuesta? ¡Estáis chalados de verdad! - De eso nada, amigo, lo nuestro es adiestramiento y experiencia, aquí el único chalado es el que se tira por una escupidera casi helada sin puta idea, ¡Dios! Como se entere tu mujer te echa de casa, y con razón. Bueno, ya después de esta lo mismo te aficionas a la montaña, ¿eh?, ¿te ha entrado el gusanillo? - ¡Qué dices!, ya tengo montaña para el resto de mi vida, la próxima vez que venga su padre. - Cuál, ¿el de Germán Terroba? - A ese ni me lo nombres, que es lo único bueno que tiene esto, estar a salvo de sus puñeteras llamadas. - ¡Ja, ja! Fernando Sáez Aldana 109 Muerte en la escupidera Cuando al filo del mediodía llegaron al refugio la única señal exterior de vida era el perrazo que obstruía la entrada. Dejaron las botas junto a las taquillas y entraron. Javier, el guarda sin pendiente, trabajaba ante el ordenador. Le pidieron unas latas de cerveza y se sentaron en el comedor. Las trajo enseguida y se sentó con ellos, dispuesto a contarles lo poco que recordaba del montañero que se había matado apenas dos semanas antes. - Era un tipo muy correcto, y muy callado. Los montañeros solitarios son de pocas palabras, no les gusta que les pregunten de dónde son, adónde piensas subir y esas cosas. Gente rara. Llegó el sábado, día dos, creo, casi a la hora de la cena. Estaba federado y había reservado con antelación, aunque en esas fechas no suele haber problema. Al día siguiente en el desayuno nos dijo que iba a hacer sólo el Perdido, que pensaba subir y bajar seguido porque quería estar ese mismo día de vuelta en Logroño y que si podía dejar la mochila en la taquilla para subir mas ligero y recogerla cuando bajase, hacia mediodía. Salió antes de las siete, o sea que perfectamente podía haber estado de vuelta a las doce. A eso de las doce y media Patxi Altuzarra, un montañero de Ordizia conocido de Unai que bajaba del Perdido, nos dijo que se había cruzado con él como subiendo del Lago en dirección a la canal, no sabemos a qué coño bajaría allí, a beber agua no creo, y que le llamó la atención porque iba sin bastones ni piolet. Aquello nos dio muy mal rollo y decidimos darle más tiempo por si hubiese decidido subirse el Cilindro, muchos lo hacen sin tenerlo planeado, pero eso le Fernando Sáez Aldana 110 Muerte en la escupidera hubiera llevado una hora más como mucho y una pareja que lo había hecho aseguró no haberse encontrado con nadie, así que a las tres de la tarde decidimos que ya le valía y pusimos en marcha el dispositivo de rescate llamando al Grupo de Boltaña. Hora y media más tarde localizaron su cuerpo debajo de la Escupidera. Es todo lo que podemos deciros. ¡Ah!, y aquí tenéis la llave de su taquilla, cuando recojáis sus cosas me la devolvéis y me firmáis un papel con lo que os lleváis, ¿okei? Anguiano y Viguera asintieron y trataron de quitarle hierro al asunto confraternizando con el guarda. El de AMA estaba en su salsa. - Oye, ¿y a vosotros cómo se os ocurrió la idea de veniros aquí? Tiene que ser difícil, ¿no? - Bueno, Unai no sé, yo concretamente llevaba varios años de guía en Aínsa, había trabajado puntualmente en el refugio y esto me gusta. Tampoco es para pasarse aquí toda la vida, es una etapa interesante si te gusta la montaña. - ¿Y cómo es un día normal en el culo del mundo? - ¡Ja, ja! Bueno, pues depende radicalmente de la época y del tiempo que haga. En invierno y entre semana, lo que suele tocar al levantarnos es palear nieve. Luego, si hace sol, podemos desayunar en la terraza, incluso en pelotas. Dos veces al día comunicamos al Instituto de Meteorología la lectura de los datos de la estación que tenemos ahí fuera. Además, hacemos un corte de nieve para elaborar el perfil estratégico del manto de nieve. Entre tanto si el día es bueno podemos salir con los Fernando Sáez Aldana 111 Muerte en la escupidera esquís. Sin embargo, hay muchos días de ventisca en los que permanecemos metiditos en el refugio, tan ricamente. - Ya, ¿y una jornada de verano, en agosto por ejemplo, con el refugio a tope? - ¡Uf!, en verano, hay muchísimo trabajo; a las cinco y media nos levantamos para servir los desayunos entre las seis y las nueve. Luego desayunamos nosotros. Hay que tener en cuenta que en verano llegamos a estar hasta siete compañeros trabajando. Después procedemos a la limpieza y recogida diaria. Y ya a partir de las doce y media comenzamos ya a preparar las cenas, que servimos a las siete y media. Solemos acabar la jornada a eso de las once y media. En verano es la locura. Góriz es el refugio del Pirineo con mayor número de pernoctas, hasta once mil frente a las nueve mil del siguiente, que es la Casa de Piedra en el Balneario de Panticosa. Anguiano apuró su lata y pidió otra. El guarda se la trajo al momento. - Oye Javier, no lo digo por ti, que ya se ve eres un tío de puta madre, pero, ¿por qué los guardas de refugio tenéis esa fama de ariscos? - ¿Ariscos? Mira, yo creo que no es verdad. Lo que ocurre es que no todo el mundo quiere entender que se trata de un refugio a 2200 metros, no un hotel, donde hay privaciones y donde cualquier demanda al guarda requiere un esfuerzo y una incomodidad superiores a la de otros establecimientos. Debemos ser estrictos, es absolutamente necesario para el buen Fernando Sáez Aldana 112 Muerte en la escupidera funcionamiento. Nosotros, además de atender a la gente, ejercemos una labor de control y seguridad, sobre todo desde un trágico suceso que ocurrió hace seis años, cuando murió un chico de Valencia muy cerca del refugio y su compañero tuvo congelaciones. Desde aquel episodio debemos controlar la llegada de los que han solicitado reserva y las actividades que realizan desde el refugio. Por eso estuvimos pendientes de vuestro amigo, bueno, o lo que fuera, y llamamos al Grupo en cuanto nos pareció que tardaba demasiado, Es una responsabilidad muy grande que la gente no es que no valore: ni la conoce. La gente viene a lo suyo y no se da cuenta de lo que es vivir aquí. Bueno, normal por otro lado. - Es que la vida de guarda se parece mucho a le un ermitaño, ¿verdad? - Sí, sobre todo en invierno. Bueno, y eso que yo aprovecho para hacer esquí de montaña, que me encanta y aquí es una gozada. Pero, podemos estar días enteros sin poder salir y el refugio, ya lo veis, está en muy malas condiciones, aunque ya se van a iniciar las obras de mejora, ¡por fin! Anguiano agitó la cerveza ante la cara del guarda. - Oye, ¿cómo subís hasta aquí estas cosas? - Pues mira, complicado. Contratamos cuatro viajes de helicóptero cada año para transportar comida y material: en Semana Santa, verano, final del verano y en invierno. Así traemos la mayor parte de lo que necesitamos, pero además son Fernando Sáez Aldana 113 Muerte en la escupidera necesarios continuos porteos. En verano subimos comida a lomos de yeguas y en invierno a veces no hay otro remedio que realizar los porteos con mochila, desde la sierra de las Cutas. ¡Para que luego os quejéis de que cobramos caras las cervezas! Así que cuando nos llamó no sé quién desde Logroño para ver si les podíamos enviar las cosas del muerto por poco nos da la risa. ¡Sí, hombre, por SEUR se la íbamos a mandar! ¡Ja, ja! Por cierto, no es que a nosotros nos importe, pero, ¿hay algún mal rollo en este asunto? Es que es raro que alguien suba hasta aquí para preguntarnos estas cosas… - No, no hay ningún mal rollo, es por un tema de seguros. - ¡Ah!, vale, bueno, ahora si me disculpáis tengo que volver a la cocina. Viguera agradeció al guarda su valiosa colaboración y dieron por finalizada la reunión. Nada más levantarse Anguiano sufrió una repentina urgencia intestinal y mientras visitaba el barracón de las letrinas Viguera se ocupó de recoger las cosas de Óscar Zabala. En la taquilla encontró una mochila y dos bastones. A pesar de su mediano tamaño la mochila pesaba lo suyo y ya que tenían que cargar con ella decidió abrirla para ver si podrían aligerarla. Junto a una botella medio llena de agua había varias piezas de fruta, un paquete de galletas, algo de chocolate y una bolsa de frutos secos. Ninguna ropa de repuesto, ni siquiera una muda. Un equipaje sólo de ida, pensó. Sin la comida el peso era otra cosa y la dejó fuera para tirarla pero antes de cerrar la mochila le llamó la atención un bolsillo interior cerrado con cremallera. Sin dudarlo un instante lo abrió y encontró dinero suelto, un mapa de montaña plegado y un sobre blanco Fernando Sáez Aldana 114 Muerte en la escupidera cerrado con un nombre escrito: Ana Mari. Su corazón se puso a latir con fuerza e instintivamente miró si alguien lo estaba mirando. El zaguán estaba muy oscuro y salió a la terraza con el sobre en la mano. Anguiano aún no volvía del barracón y en el exterior no había un alma. Podía notar los embates del corazón en las arterias del cuello y las manos comenzaron a temblarle. Se sentó en un banco de madera, tragó saliva y abrió el sobre tan atropelladamente que estuvo a punto de romperlo. Había una nota escrita a mano y antes de leerla volvió a asegurarse de que nadie le observaba. «Querida Ana Mari, cuando leas estas líneas todo habrá terminado para mí. Después de lo que va a suceder no podría seguir viviendo. No puedo pretender que lo comprendas porque ni yo mismo lo he comprendido nunca, pero sí que me perdones. He arreglado las cosas de manera que no os faltará nada ni a ti ni a la niña. Por favor, que nunca sepa lo que hizo su padre y cómo murió de verdad. No lo hagas por mi sino por ella, no dejemos que sufra por esto toda su vida. Nunca debimos tenerla. Nunca debimos casarnos. En realidad nunca debí existir y lamento remediarlo demasiado tarde. Pero ten por seguro que siempre te he querido. Lo siento. Óscar». Tuvo que leerla varias veces antes de asimilar la verdad, como si no quisiera haberla encontrado. Pero era cierto, Óscar Zabala se había quitado la vida, y tenía la prueba irrebatible en sus manos. Boquiabierto y con la vista perdida en el valle quedó a merced de una mezcla de emociones contrapuestas. Por un lado toda aquella extraña aventura Fernando Sáez Aldana 115 Muerte en la escupidera cobraba sentido al culminar con éxito la misión de resolver un caso difícil como pocos. Por tanto debería sentirse legítimamente satisfecho y orgulloso. Pero al mismo tiempo acababa de caerle encima la certeza de una tremenda tragedia humana que hasta un minuto antes sólo era una sospecha. Celebró la suerte de haber encontrado la solución del misterio donde y cuando menos lo esperaba pero a la vez se sintió mal por haber profanado la terrible nota de un atormentado suicida despidiéndose de su familia de un modo tan trágico. La angustiosa experiencia de su atasco en la Escupidera había sido la peor experiencia de su vida sólo durante las pocas horas que habían transcurrido hasta la lectura de las últimas palabras de Óscar Zabala antes de lanzarse por el tobogán helado del Perdido hacia una muerte segura. Notó un escalofrío recorriéndole el espinazo y seguidamente una sensación de insecto correteando por su mejilla y al ir a apartarlo con los dedos descubrió que era una lágrima. Durante unos instantes acabó perdiendo el control emocional; cerró los ojos y una confusa mezcolanza de imágenes se proyectó sobre el fondo negro de sus párpados: su hijo Vito enseñándole sonriente su hombre araña al doctor Zabala en la habitación del hospital, la viuda y la hija del pediatra abrazadas en el tanatorio, Germán Terroba fumándose un puro con los pies sobre al mesa, sus manos aferradas al regatón del piolet en medio de la Escupidera y el cuerpo de un montañero cayendo al vacío con el cuerpo entero agarrotado un segundo antes de partirse el cuello contra una tortuga de piedra semihundida en un mar de nieve dura. La fuente del dolor seguía manando y sin abrir los ojos se mordió los labios por dentro hasta que vertió la última gota. Tuvo que reponerse a toda prisa porque Anguiano se acercaba. Guardó la nota en el bolsillo de su camisa y se secó la cara con los pulpejos. Fernando Sáez Aldana 116 Muerte en la escupidera - ¡Buah, tío, qué apretón! Me he quedado como Dios, y tú qué, ¿es que no te explicas nunca? - … - ¡Eh, Gusti, que te estoy hablando! - Bueno…, me pasa siempre que viajo, hasta que no vuelvo a casa no hay manera… - ¿Te pasa algo? Se te ve pálido de repente, ¿estás bien? - Sí, sí, es que creo que me está saliendo ahora el susto de antes. - Hala, no pienses más en eso, que tampoco ha sido para tanto. Qué, ¿nos vamos? Aún nos queda mucho día, tío, lo que no entiendo es como puedes estar tan entero físicamente, de verdad, y aún nos esperan casi dos horas de marcha… Debía contárselo pero algo le impidió hacerlo. Más adelante, quizás. Aún no había digerido del todo saberse poseedor exclusivo de una información tan importante. Todavía no sabía bien qué hacer con ella y decidió esperar a que su raciocinio volviera en sí antes de dar ningún paso. Que las grandes decisiones deben tomarse con la cabeza tan fría como una cerveza era de las pocas ideas claras que tenía. - ¿Qué tal lo de la mochila de Zabala? - Bien, no es muy grande y sólo había algo de comida, que he tirado, algo de ropa, bueno, y los bastones. - Cojonudo, lo meteremos todo en la mía, que cabe de sobra. Y andando. Fernando Sáez Aldana 117 Muerte en la escupidera Era la una y a las tres tenían que estar de vuelta en cuello Arenas, así que se despidieron de los guardas y se pusieron en marcha. La niebla había continuado descendiendo por la vertiente sur del macizo, la visibilidad llegaría a los dos mil quinientos y amenazaba con ponerse a escupir en cualquier momento. Apretaron la marcha y hora y tres cuartos después llegaban al cuello agotados, hambrientos y completamente empapados. El autobús llegó puntual y a las cuatro de la tarde daban buena cuenta de unos enormes bocadillos en el bar Palazio de Nerín después de cambiarse de ropa. Después echaron una cabezada en los asientos abatidos del coche y antes de las cinco de la tarde ya estaban en la carretera. Entre cinco y media y seis tenían que estar en el bar de la gasolinera de Fiscal donde habían quedado con el forense y el subteniente Orjas. Anguiano se propinó una ruidosa palmada en la frente. - ¡No me jodas!, si casi lo había olvidado, ¡buah!, menudo coñazo, ¡y menuda vuelta! Y encima para nada, pensó Gustavo Viguera. De qué les iba a servir aquello, si todo estaba ya aclarado. Pero esas personas se habrían molestado en acudir allí un sábado por la tarde por hacerles un favor, bueno, a cinco compañías de seguros en realidad, y no les quedaba otra. Llegar a casa algo más tarde, eso sería todo, y eso qué importaba después de un día como aquél. &&& Fernando Sáez Aldana 118 Muerte en la escupidera DESARTICULADA UNA RED DE PORNOGRAFÍA INFANTIL. EFE, ZARAGOZA.- La Guardia Civil ha desarticulado una de las mayores redes individuales de distribución de pornografía infantil descubierta hasta el momento en España en una operación en la que ha identificado a cinco individuos, de los que cuatro ya se encuentran en prisión. En la operación la Guardia Civil se ha incautado de millones de archivos que contenían fotos y vídeos vejatorios para con los menores los cuales eran distribuidos a través de programas de intercambio de archivos por internet. El seguimiento en la red de un fichero denominado 'Querubín' les permitió localizar siete objetivos, cinco en España y dos en un país de Oriente Medio, que difundían individualmente un "enorme" volumen de pornografía infantil a través de programas de intercambios de archivos en internet (P2P). La policía comunicó la existencia del objetivo a las autoridades de aquel país y a la vez centró la investigación en cinco personas, domiciliadas en Zaragoza, Madrid, Sevilla, Alicante y La Rioja, sin relación entre sí. El pasado día 13 de mayo agentes de la B.E.A, (Brigada Especial Antipederastia) se desplazaron a Zaragoza y allí procedieron a la detención de P.G.L., de 53 años, sin antecedentes, y se incautó de un ordenador de sobremesa y otro portátil. Durante el registro domiciliario, los agentes comprobaron que en el ordenador personal tenía instalados, simultáneamente, cuatro discos duros, con una capacidad conjunta de almacenamiento aproximada de un Terabite, cuyo contenido estaba distribuyendo en directo. El número de fotos y vídeos de contenido pornográfico infantil hallados en dichos discos duros y que el detenido poseía y distribuía era tan grande que cuando se culmine su examen pericial se contabilizarán por millones. En los días posteriores la policía actuó en los domicilios de los demás Fernando Sáez Aldana 119 Muerte en la escupidera implicados, incautándose de varios ordenadores con abundante contenido de pornografía infantil. Se da la circunstancia de que uno de los cinco sospechosos había fallecido pocos días antes por lo que el número total de ingresados en prisión es de cuatro, sin que puedan descartarse nuevos arrestos dada la magnitud de la red desarticulada. - ¡Dios, cada vez da más asco leer el periódico! El subteniente Abelardo Orjas cerró el arrugado ejemplar del Heraldo de Aragón que había estado ojeando mientras el doctor Berzosa acercaba los cortados desde la barra, y lo tiró contra la mesa contigua. - ¿Decías algo, Abe? - No, nada, lo de la red esa de pederastas que han descubierto en Zaragoza, chico, ¡cuánta mierda hay por el mundo!, no sé adónde iremos a parar. - Mucho enfermo mental sin diagnosticar es lo que hay, te lo digo yo. Y tan cerca que anda suelta. - Bueno, ¿vendrá esta gente o qué? No llegó ni a consultar otra vez la hora porque en ese instante entraron en el bar las dos personas a las que esperaban, un perito de seguros y su guía de montaña. No había más clientes así que se reconocieron enseguida. Todos se presentaron y el forense les ofreció un café que los recién llegados aceptaron de buena gana. Estaban hechos polvo y aún les quedaba mucho viaje. Fernando Sáez Aldana 120 Muerte en la escupidera - Bueno, pues vosotros diréis en qué podemos ayudaros porque tampoco nos han contado gran cosa. Sólo nos han pedido que viniésemos y aquí estamos. Con el ánimo abatido por su supuesto agotamiento físico, Gustavo Viguera les puso al corriente de su misión. Hasta el momento el viaje no les había servido de mucho, mintió, y se había pensado que el jefe del grupo que rescató el cadáver de Óscar Zabala y el del forense que le practicó la autopsia podrían arrojar alguna luz sobre el caso. Les pidió permiso para tomar notas y el subteniente respondió primero. - Recibimos el aviso pasadas las tres de la tarde. Activamos el dispositivo inmediatamente y una hora larga después sobrevolábamos el macizo. Lo vimos enseguida porque quedó tendido sobre la nieve, unos cincuenta o sesenta metros en la vertical de la Escupidera. Aterrizamos junto al Lago Helado y veinte minutos después llegamos hasta el cadáver. Estaba apoyado sobre el costado izquierdo, como en posición fetal, y tenía la cabeza exageradamente girada hacia la derecha porque se había partido el cuello. Lo único que me llamó la atención fue que llevaba los crampones como recién puestos, cuando lo habitual es que salten o medio se suelten al intentar frenar con las botas en una caída. Claro que pudo caer de espaldas y boca abajo, en cuyo caso no le sirvieron de nada. En cuanto al tema del piolet, nos extrañó no verlo pero luego supimos por los guardas de Góriz que no lo llevaba encima a pesar de ser un montañero experimentado, ¿no?, aunque bueno, muchos no lo Fernando Sáez Aldana 121 Muerte en la escupidera llevan por exceso de confianza. Yo ya le he oído decir a más de un gilipollas que llevar piolet y hasta crampones es de pringaos. Cualquier cosa. Era el turno del forense. - Desde el punto de vista anatómico, digamos, la causa de la muerte era clara, una luxación de la columna cervical. Presentaba también una fractura abierta en la pierna derecha y algunas laceraciones y hematomas de menor consideración. Por lo demás, como escribí en el informe no encontramos indicios de tóxicos en la sangre, ni de alcohol siquiera, y los órganos vitales, corazón, cerebro y demás estaban intactos. Ahora bien, desde un punto de vista conductual, bueno… sé que se está pensando en un suicidio simulado y por eso estáis aquí, ¿verdad? Bien, pues mi opinión es contraria a esa posibilidad. El forense paladeó un sorbo de café ya frío antes de continuar en medio de un expectante silencio. - A ver, si yo quisiera suicidarme tirándome por la Escupidera de modo que pareciese un accidente lo último que haría sería dejar que alguien me viese por allí sin piolet, al contrario, subiría con uno en cada mano, dejando bien claras mis pocas ganas de resbalar, ¿entendéis? Subir por allí sin piolet es asumir un riesgo al que sólo un montañero excesivamente seguro de sí mismo y Fernando Sáez Aldana 122 Muerte en la escupidera con muchas ganas de contarlo a la bajada se expondría. Vamos, digo yo. Viguera dejó de escribir en la libreta y se quedó mirándolo con un meneo de cabeza tan imperceptible que nadie lo vio. El subteniente era de la misma opinión. - Yo también me resisto a creer que un montañero pueda hacer algo así. Este chico, una de dos: o era un temerario inconsciente, que los hay, o era un psicópata peligroso, y bueno, vosotros lo conocíais, así que… Ante semejante alternativa Anguiano, como era lógico, se decantó por la primera posibilidad. Le había visto hacer el chorra demasiadas veces en crestas, paredes y pasos aéreos. Un poco temerario sí que era, bastante a veces, y seguramente eso había terminado costándole muy caro. - Ya, pero no tanto como a mi compañía de seguros, muchacho. Todos rieron la salida de Viguera imitando la voz engolada de Germán Terroba al tiempo que se levantaba para pagar las consumiciones. Aquella reunión no daba más de sí y estaba impaciente por marchar, pero Anguiano no quería desaprovechar la oportunidad de escuchar historias de rescates en la alta montaña y el subteniente Orjas le contó gustosamente unas cuantas. Fernando Sáez Aldana 123 Muerte en la escupidera - La montaña no se queda nada, ¿sabes? También los cadáveres, aunque a veces tarda años. En mis casi treinta años de servicio no ha quedado ningún cuerpo sin recuperar. Hubo un caso complicado en 1974. Una francesa, Catherine Nosequé, cayó en una grieta del glaciar de Aneto. El propio glaciar la movió por su parte inferior y el cadáver no apareció hasta 28 años después. Estaba momificado. Aunque alguna vez no se han identificado los restos. En el Soum de Ramond, por ejemplo, se encontró un esqueleto del que nunca llegó a saberse a quien pertenecía, pese a que se hizo el análisis del ADN. Estaba en una cueva, resguardado por una roca. Creemos que pudo tratarse de algún guerrillero del maquis que murió a causa del frío. - ¡Jo-der! - Una de las intervenciones más dramáticas la realizamos en el 88, creo. Seis jóvenes franceses, cinco chicos y una chica, se introdujeron de forma imprudente en el barranco de Mirabal. Amenazaba tormenta y les sorprendió en la parte más estrecha del barranco. El agua les arrastró. Sacamos uno de los cadáveres en el embalse de Mediano, a 30 kilómetros, y otro, en Hospital de Tella. - ¡Buah! - Pero lo peor ha sido cuando ha habido que acudir a rescatar el cadáver de un chaval. No me acostumbro, me viene a la cabeza la cara de mis hijos. Hace unos años rescatamos el cadáver de un chico catalán que había muerto por hipotermia cerca de Góriz y sus padres nos pidieron ayuda porque necesitaban ver el lugar donde fue encontrado. Les llevamos hasta Cuello Fernando Sáez Aldana 124 Muerte en la escupidera Gordo y luego les acompañamos hasta el punto donde lo encontramos. Cómo agradecerían aquello para enviarnos todavía unas botellas de cava por Navidad. - ¡Qué historia más acojonante! - Pero bueno, tampoco son todo tragedias. Hace ocho años se perdió una chica en Bergua. Era octubre y hacía frío. Estuvimos cinco días buscándola y ya íbamos a descartar la zona para buscar en el río Ara, cuando la encontramos. Había pasado cinco días sin comer y sólo había bebido agua de las tormentas, pero estaba viva. Momentos como ese te compensan de todo lo demás. En el caso de vuestro amigo, en cambio, llegamos tarde aunque posiblemente la muerte fuese instantánea, ¿no doctor? - Pues sí, una lesión de cuello como la suya supone muerte inmediata. - Bueno señores, pues muchísimas gracias, esto nos ha sido de gran utilidad, de veras, no sabemos cómo agradecéroslo… - Bueno, hemos oído que en la Rioja tenéis un vino excelente, ¿no? - Eso dicen, ¡ja, ja!, tomamos nota de la sugerencia… Salieron fuera, se despidieron y mientras Anguiano llenaba el depósito Viguera sintió como si la nota autógrafa de Zabala le quemara el pecho y la sacó para leerla una vez más. «En realidad nunca debí existir y lamento remediarlo demasiado tarde. Pero ten por seguro siempre te he querido. Lo siento. Óscar». Fernando Sáez Aldana 125 Muerte en la escupidera Qué poco sabemos de las personas que tenemos más cerca, concluyó mientras la devolvía al bolsillo de la camisa. El doctor Zabala, la buena persona, el galán apuesto, el prestigioso profesional, el triunfador feliz que todos incluido él pensaban que fue, resultó ser al final un pobre hombre atormentado por su conciencia hasta el extremo de poner fin a su vida de un modo terrible. Posiblemente nunca sabrían por qué lo hizo, quizás ni él mismo lo supo, porque “en todo suicidio hay un fondo de trastorno mental”. Pero lo que estaba fuera de duda era que su muerte en la Escupidera no fue accidental. Debía sentirse satisfecho por haber cumplido todas las expectativas de su misión demostrándolo, pero no era ese su estado de ánimo al iniciar el viaje de vuelta a casa. Por el contrario, seguía sintiendo una inexplicable decepción, como si hubiera preferido no tener la certeza del suicidio a pesar de la pérdida económica que eso supondría para su compañía. Lejos de sentirse contento por haber resuelto el enigma, le agobiaba el peso de tal responsabilidad y le corroía la mala conciencia de haber abierto una terrible carta de despedida que no iba dirigida a él y que sobre todo era una conmovedora declaración de amor hasta más allá de la muerte que le había hecho llorar después de muchos años sin hacerlo. Además sentía mucha lástima por muchas cosas, por la muerte de un buen hombre, por la pérdida de un buen pediatra pero sobre todo por la mujer y la hija de Zabala, cuyo abrazo desgarrador en el Tanatorio no podía quitarse de la cabeza. Él las quería, sin duda, hasta el extremo de asegurarles económicamente el futuro en malos tiempos de crisis, otro en su lugar las hubiera dejado tiradas… Fernando Sáez Aldana 126 Muerte en la escupidera - Ya está, lo he llenado del plus, faltaría más pagando la empresa, ¿nos vamos? - Nos vamos Viguera se ofreció a conducir pero Anguiano le aseguró que estaba entero y que si le daba la pájara ya le pediría el relevo. Entonces reclinó el asiento y cerró los ojos para echar una cabezada por si llegara ese momento. Pero la opresión que parecía ocasionarle un papel doblado en la parte izquierda del pecho como una angina de pecho le impedía coger el sueño. El hecho de que no hubiera sido capaz de contárselo a su compañero era la prueba de que consideraba ilícita su posesión, para empezar, y de que no sabía muy bien qué hacer con ella. Para cualquier observador externo la respuesta sería obvia, pero no para Gustavo Viguera. Para empezar, en el sobre exterior ponía bien claro el nombre de su destinatario: Ana Mari, su esposa. Aparte de consideraciones puramente éticas, llegado el caso un juez podría desestimar como prueba una dramática despedida íntima de un hombre a punto de quitarse la vida, lo cual no es un delito, y más aún si fue sustraída indebidamente por un tercero. O sea por él, Gustavo Viguera. Suponiendo en cambio que la nota se admitiese como demostración válida del suicidio de Zabala, significaría que las pólizas de vida quedarían automáticamente sin efecto. Es decir, que la familia de Zabala se quedaría sin la indemnización que les hubiera asegurado la estabilidad económica, sobre todo a la niña. En sus manos, en su bolsillo más bien, tenía el futuro de una huérfana de catorce años, hija del médico al que su hijo Vito («Ese médico que se ha muerto, el que me curó, estará ya en el cielo porque era bueno, ¿verdad?») le debía la vida. Además, ¿quién podría asegurarle que, a pesar Fernando Sáez Aldana 127 Muerte en la escupidera de haber escrito esa nota, Óscar Zabala realmente se había tirado a posta por la Escupidera del Monte Perdido? Si la nota estaba en su mochila era porque seguramente la escribió en el mismo refugio de Góriz la noche anterior. Si la idea de matarse hubiera sido antigua y firme podía haberla dejado en su casa, o en su consulta, o habérsela enviado por correo a su mujer como hacen muchos suicidas para asegurarse de que les llega y que lo hace con posterioridad a su muerte. Pero si la redactó la víspera de su muerte pudo deberse a un mal momento del que podría haberse recuperado arrepintiéndose en el último momento. ¿Quién podría asegurar, entonces, que a pesar de todos los indicios, Óscar Zabala se había quitado la vida? Y aunque así fuera, ¿con qué derecho se disponía él, Gustavo Viguera, no su jefe, su compañía o las demás aseguradoras, a condenar para siempre a una familia al oprobio, a la muerte social, a un dolor aún mayor y a una ruina segura? La sofocante angustia acumulada en lo más hondo le obligó a abrir los ojos para tratar de escapar de sí mismo al mundo exterior. - Qué, ¿ya has echado la cabezadita? Corta, ¿no? - Qué va, si no puedo dormirme, serán las curvas, o el calor, ¿has puesto la calefacción? - Sí, un poco, pero si quieres la quito. - No, prefiero bajar un poco la ventanilla, si no te importa, sólo un momento… - Sí, claro, ábrela. Fernando Sáez Aldana 128 Muerte en la escupidera Gustavo Viguera sacó el papel doblado del bolsillo, lo rompió varias veces en trocitos, entreabrió la ventanilla y los arrojó a través de la abertura. - ¿Qué haces? No habrás tirado la factura del refugio, ¿eh? Que Terroba no nos la paga, tío… - Tranquilo, no es nada de eso, ¡buah!, qué frío entra, ya la cierro… Por el efecto de remolino del aire, uno de los papelitos se coló en el interior del coche antes de subir el cristal y se quedó como pegado al cinturón del copiloto. «Lo siento» Gustavo Viguera lo leyó, esbozó una sonrisa, lo estrujó con los dedos hasta convertirlo en una pelotilla y se la tragó. Luego se arrellanó, entornó los ojos y segundos después roncaba como sólo es capaz de hacerlo un montañero agotado sobre el camastro de Góriz después de haberlas pasado canutas en la Escupidera. FIN Fernando Sáez Aldana 129 Muerte en la escupidera Médico de formación y escritor vocacional, Fernando Sáez Aldana (Haro, 1953) inició su carrera literaria en 1988 escribiendo relatos breves, con los que obtuvo varios premios y reconocimientos literarios como el Antonio Machado (1988), Silverio Lanza (1988), Círculo de Lectores (1989), Juan de la Cuesta (1989), Tiflos de Cuento (1990), “De buena fuente” (1988) o el “Grano de café de plata” del Café Bretón (1999) por El decatlón riojano, entre los más destacados. La mayoría de los relatos han sido publicados en libros individuales como Armonía y otros cuentos (1989), La ouija y otros relatos (1991) y Sonata patética (2009) o en antologías y publicaciones como El péndulo, Tribuna médica o Fábula. Sin abandonar nunca este género, ha escrito las novelas Kundry (2000), finalista del III Premio “Río Manzanares”, Hasta los huesos (2001, con tres ediciones), El castillo de Barbazul (finalista del IX Premio de Novela Carolina Coronado) y La Casa (2006). Su única incursión poética hasta la fecha es el poemario En el crepúsculo, publicado el mismo año (2004) en que inició su colaboración semanal en el diario La Rioja con la columna de opinión El Bisturí, de la que se publicó una selección en 2008. En 2009 recibió el Premio a las Letras del Centro Riojano de Madrid. Fruto de su pasión por la montaña -y de una amarga experiencia personal-, “Muerte en la Escupidera” narra la investigación del trágico accidente montañero que acaba con la prometedora vida del pediatra logroñés Óscar Zabala, meses después de contratar varios seguros de vida por una suma considerable, bajo la terrible sospecha de que su muerte en el corazón del deslumbrante Pirineo oscense no fue accidental. Fernando Sáez Aldana 130