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I
—¡No puede ser! ¡No puede ser! ¡Y tenía que tocar precisamente en mi turno!
El ángel Bechamel, recluta del Primer Regimiento de Observadores de los Ejércitos Celestiales, corría como alma que lleva
el diablo por el largo pasillo que llevaba a los ascensores. Todavía no se había ganado las alas y debía recorrer, a la escasa velocidad que le permitían sus incómodas sandalias de recluta, el
casi infinito camino hasta su superior. Si tuviera esas malditas
alas tardaría muy poco en llegar, pero no, aún no tenía suficiente currículum para conseguirlas.
—Alístate, alístate, que verás qué pronto consigues las alas
—se repetía en tono de burla.
No le había parecido tan mala la idea de alistarse. La vida civil en el Cielo era un verdadero tostón. Nunca fue bueno con la
lira y no tenía voz para ser de ningún coro celestial. Y era demasiado alto para entrar en el cuerpo de Ángeles de la Guarda.
En el Ejército Celestial le aseguraban un rápido ascenso y un
futuro prometedor, y eso en un lugar tan tedioso como el Cielo
ya era mucho. Había imaginado un sinfín de batallas apocalípticas en los Ejércitos del Señor, matando a la bestia de siete cabezas y tomando Babilonia en nombre del Altísimo. Pero, una vez
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alistado, se dio cuenta de que el panorama era muy distinto. Las
relaciones Cielo-Infierno eran frías y quizá tensas, pero no beligerantes, al menos a corto plazo. Las tropas se habían relajado
y los mandos no sabían ya qué trabajos encargar a los soldados.
Por muchas ganas de entrar en combate que hubiera tenido en
su día Bechamel, eso ya pertenecía al pasado. No estaba preparado para ninguna guerra, y menos para la definitiva: «la madre
de todas las batallas».
Ya hacía unos doscientos cincuenta años que le destinaron a
un puesto de control de Tierra. Su zona de influencia iba cambiando, pero en todo ese tiempo nunca le había tocado ningún
lugar interesante. Los últimos cien años se los había pasado vigilando una ciudad a orillas del Mediterráneo llamada Barcelona en la que no había pasado nada digno de destacar excepto la
invención del Chupa Chups.
Y a media hora de acabar su turno se había disparado la alarma en su zona, y nada menos que un código 666. Eso significaba algo malo, muy malo. No sabía qué pero no pintaban bien las
cosas. Lo único que recordaba es que los códigos que empezaban
por 6 no debían comunicarse por radio, ni por telepatía, ni por
señales de nubes, ya que podían ser interceptados por los agentes de Satán. Se tenían que comunicar en persona. Debería haber
estado más atento en la Academia Militar, pero es que Bechamel
no estaba hecho para el estudio. Tanto código, tanto protocolo… Su único propósito cuando se alistó era entrar en combate contra el Maligno, decapitar demonios, arrasar el Infierno.
Pero esas ansias le parecían lejanas, muy lejanas. Si hubiera tenido aparato genital se podría decir que en ese momento estaba
acojonado. Acojonado por dos cosas: por el muy probable Juicio Final y, peor aún, por tener que comunicar la noticia al ángel sargento Moscatel, que había sido su pesadilla particular en
la Academia Celestial.
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Ya no estaba en forma y le faltaba el aire. Sudaba como le habían contado que lo hacían las almas condenadas en el Infierno. Dios, en su infinita sabiduría, había creado a los ángeles sin
sexo, pero no sin glándulas sudoríparas. En teoría en el Cielo no
hacían falta, la temperatura es constante e ideal y tocar la lira y
cantar alabanzas al Señor no requiere un esfuerzo sobreangélico. Pero Bechamel sudaba, y sudaba mucho. Ése era un hecho
que le había convertido en blanco de las continuas burlas de sus
compañeros y especialmente de su sargento. En ocasiones había
deseado estar en el Averno y poder sudar libremente, a borbotones, como todos allí, sin que nadie le dijera nada al respecto.
En seguida el miedo le hizo obviar sus sudorosos pensamientos. El código 666 ocupaba plenamente su cerebro. Tanto que se
descubrió a sí mismo repitiendo el número durante todo el trayecto hacia el ascensor que conducía al puesto de mando. Allí
estaría su pesadilla: el ángel sargento Moscatel. Y ese pensamiento le hizo sudar todavía más.
La música de ascensor en el Cielo era más aburrida, incluso, que la más aburrida música de ascensor de la Creación, y los
Aleluyas por minuto eran prácticamente infinitos. Bechamel se
preguntó quién sería el compositor de semejante aberración y si
realmente complacía al Altísimo. Pensó que el Altísimo no necesitaba ascensores, porque ya estaba en el lugar adonde éstos se
dirigían. Era omnipresente, pero si estaba en todas partes también estaba en los ascensores... La omnipresencia de Dios solía
superar los razonamientos de los ángeles inferiores, y en particular les creaba una psicosis y un sentimiento de falta de intimidad que les producía una gran inseguridad. Intentó no pensar
en la omnipresencia y volvió a pensar en la música. En el Cielo estaba prohibida cualquier música que no fuera celestial. Bechamel sabía de la existencia de otras músicas en la Tierra, se lo
había contado un Ángel de la Guarda retirado que había pasado
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muchas centurias entre los humanos, pero en el Cielo la SGAE
(Sólo Gozaremos de Aquello Excelso) se encargaba de controlar que la música humana no llegara a corromper a los moradores celestiales.
Pensar en la música le había hecho olvidar por breves momentos el código 666, pero el sonido que indicaba la apertura
del ascensor le devolvió de golpe a la realidad. Las puertas se
abrieron y Bechamel accedió al puesto de mando. La sala no era
muy grande y estaba llena de monitores. A la izquierda, cuatro
ángeles de un rango similar a Bechamel cantaban alabanzas con
algo de desidia. A la derecha dormía frente a los monitores el temible ángel sargento Moscatel.
—Con la mala hostia que tiene y encima le tengo que despertar para comunicarle un código 666 —se dijo Bechamel en voz
baja, y acto seguido cayó en la cuenta de que el haber pronunciado la palabra «hostia» supondría una amonestación. Pero ése era
un problema menor en aquellos momentos.
Se detuvo unos segundos frente al sargento durmiente. Intentó reunir fuerzas e impostar una voz marcial pero a la vez
dulce para poder arrancar a su superior de los brazos de Morfeo
sin provocar una hecatombe.
—Señor, emergencia en mi puesto de control, señor —dijo
Bechamel en un tono más parecido al de una madre que intenta
despertar a su hijo para ir al colegio que el de alguien que ha de
comunicar el inicio del Fin de los Tiempos—. Señor, señor.
—Mmmmmh.
—Señor, emergencia en mi puesto de control, señor.
—¿Qué coño dices?
El ángel sargento Moscatel usaba siempre un lenguaje ina­
propiado para el Cielo. Cada frase que pronunciaba contenía al
Para saber más acerca de este tema recomendamos encarecidamente las lecturas de los teólogos Tadeus Bautisti y Ramoncinius. (Nota del autor).
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menos una palabra prohibida. Quizá por eso nunca había prosperado en su carrera militar, aunque él tenía otras teorías acerca de eso.
—¡Señor, emergencia en mi puesto de control, señor!
—¡Venga, no me jodas!
—¡Señor, código 666, señor!
—¡Joder, soldado, no me vengas con gilipolleces, eso es imposible!
—¡Señor, se lo juro, es un 666, señor!
—¡Me cago en D… —Ni siquiera el ángel sargento Moscatel se atrevía a completar esa frase—. ¡Cabo Furriel! —Furriel
era el nombre del ángel, no la graduación—. ¡Compruebe esa
mierda!
Uno de los ángeles que cantaban se dirigió con desgana a los
monitores y tecleó en uno de los vetustos ordenadores. Lo cierto
es que la tecnología celestial dejaba bastante que desear, se invertía poco en I+D+I, la mayoría del material procedía de donaciones desinteresadas y los hackers infernales los llenaban de
virus continuamente. Se rumoreaba que el Infierno estaba mucho mejor dotado en ese sentido.
—Señor, confirmado. Código 666, señor —dijo el cabo Furriel.
—¡Joder, joder, joder! ¡Coordenadas! —Esperó varios segundos una respuesta que no se producía—. ¡Coordenadas, coño!
—Señor, 41º Norte, 2º Este aproximadamente, señor. Señor,
corresponde a la población de Barcelona, al sur de Europa, pero
el sistema no es capaz de precisar más, señor.
—¡Me cago en mi puta sangre! ¡Hay que informar al puto
Alto Mando! ¡Señores, el momento ha llegado, prepárense para
el jodido Armagedón!
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II
—¿Todavía duerme?
—Como un “bendito”, mi Señor —Fede marcó las comillas
con los dedos mientras le sonreía a Azrael.
Federico, Fede para sus enemigos y nada para sus amigos ya
que nunca los tuvo, hacía apenas cinco años que había muerto a
manos de su despechada mujer. Ella no había podido soportar
que le pusiera los cuernos con sus dos hermanas pequeñas, de
12 y 14 años, a la vez, aunque ésa era una mínima parte del catálogo de perversiones habituales de Fede, que ella no conocía. Él,
por su parte, no pudo tampoco soportar el peso de un gran cenicero de alabastro lanzado repetidamente contra su cráneo. Fede
era quizá el humano más malvado que había nacido en la Tierra. Sus maldades no tenían fin y muy pocos pecados mortales,
por no decir ninguno, faltaban en su colección. Al llegar al Infierno su expediente pasó rápidamente a manos de Azrael, siempre atento a posibles nuevos talentos del mal y no tardó mucho
en convertirse en su secretario personal.
Azrael estaba muy contento con Fede. De todos los humanos
que había conocido era sin duda el más perverso. Ni Mengele, ni
Hitler, ni Stalin, ni J.R. Ewing, ni Ángela Channing, ni Mourinho, ni Darth Vader, ni Sauron... todos niños de pecho, inocentes
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en comparación con él. Todavía no había encontrado el límite a
su maldad. Incluso a veces se asustaba de la malignidad de aquel
hombre. Pero Azrael estaba convencido de que él, el Ángel de la
Muerte en persona, era infinitamente más malo y cruel.
Hacía relativamente poco que Azrael residía en el Infierno.
Fue creado ángel por ese gordo omnipotente y omniestúpido (una
de las múltiples definiciones con las que se refería a Dios), pero
en seguida vio que aquello no era para él. Escribir en el Libro los
nombres de los nacidos y borrar los de los muertos, misión que se
le había encomendado hasta el fin de los tiempos, no era algo que
le apasionara. Rápidamente vio que lo suyo era el mal y no escribir durante toda la eternidad. Empezó con una chiquillada, haciendo mala letra, lo cual dificultaba la labor de los empleados de
los departamentos de Nacimientos y Muertes. Pero pronto se dio
cuenta de que si borraba un nombre, esta persona moría aunque
no hubiera llegado su hora. Primero borró uno, luego dos, más
tarde diez, y sin darse cuenta ya estaba borrando páginas enteras.
Y ése fue su gran error, ya que los empleados del departamento
de Muertes no daban abasto (con las consiguientes quejas de los
sindicatos respecto a los convenios y las horas extras), las salas de
espera en las puertas del Cielo y el Infierno se empezaron a saturar y los de Asuntos Internos sospecharon que ahí estaba pasando algo raro. Hubo una investigación y pronto se comprobó que
el problema venía de muy arriba, del propio Azrael. Fue degradado por el mismísimo Dios y expulsado del Cielo por el arcángel San Miguel, ese maldito engreído. Pero el Infierno le esperaba
con las puertas abiertas. Lucifer en persona le acogió en su seno
y le nombró Consejero Delegado. Aquel caso de expulsión-transfuguismo era una gran victoria para el Mal. Pero los humanos no
llegaron a entender lo que sucedió y algunas tradiciones sitúan a
Azrael como ángel y otras como demonio, aunque la mayoría lo
sitúan como el gato de Gargamel, el enemigo de los pitufos.
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—¿Lo conseguiste? —preguntó Azrael a Fede.
—Por supuesto, yo siempre cumplo. Me costó, eso sí. Ni os
imagináis cuánto. Pero al final se ha consumado.
—¿Quién es la madre?
—Bah, una cualquiera que buscaba consuelo por un desengaño amoroso. No se pudo negar a los encantos del Príncipe de las
Tinieblas. Iba tan borracha que ni siquiera advirtió mi presencia.
Y, la verdad, nuestro Señor Satanás también iba bastante pasado de vueltas. Suerte que llevaba unas pastillas para «levantarle
el ánimo». —Aquí no marcó las comillas sino que hizo un gesto
mucho más soez simulando una erección con su antebrazo.
—¿Pero seguro que ha concebido?
—Sí, mi Señor, tranquilo. Ella, muy previsora, llevaba un
preservativo. Pero no era del tamaño apropiado para la herramienta de nuestro Señor. Satán es infalible y ella estaba en el día
idóneo para la concepción.
—¿Eso cómo lo sabes?
—Lo sé. Soy consultor. Tranquilo que lo sé.
—Excelente, Fede, excelente. ¿Cómo he podido estar todos
estos años sin ti?
—Para mí también es un placer trabajar aquí, mi Señor.
—A partir de ahora las cosas van a mejorar, y mucho. Por
cierto, ¿dónde fue?
—En la ciudad de Barcelona.
—Barcelona… Me suena pero no la ubico. ¿Por qué precisamente en Barcelona?
—Porque me la conozco bien y sé dónde encontrar a la madre idónea. —Fede sonrió con un fulgor malévolo en los ojos, y
Azrael no pudo evitar sentir un escalofrío.
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III
El ángel sargento Moscatel entró con decisión en la sala
del Alto Mando. Era un ángel de acción, no un maldito burócrata que no está preparado para la batalla. Esos burócratas
eran los que, según él, le habían impedido hacer carrera en las
huestes celestiales. Las normas, las normas, siempre las malditas normas: no escupas, no digas palabras soeces, no golpees a
los reclutas, no pronuncies el nombre de Dios en vano. ¿Pero
qué mierda de ejército era ése? ¿Un ejército sin pelotas? Bueno, sí, es cierto, los ángeles son asexuados, quizá no era una
buena metáfora. Moscatel no era un literato, pero la verdad es
que aquel ejército no estaba preparado para lo que se les venía
encima. Había esperado esos acontecimientos durante siglos y
ahora dudaba de su propio ejército y de sus propios mandos.
Esperaba que el Jefazo, es decir, Dios, tuviera algo preparado, un arma secreta, o un ejército escondido, o un T1000, o un
bruto mecánico, o un arcángel nuevo y vengador con una mega
espada invencible de la hostia… Los ángeles ya no eran buenos
guerreros y los humanos muertos con formación militar estaban todos en el Infierno.
La única excepción a esta afirmación es el Generalísimo Franco, que por mantener la «reserva espiritual de occidente» había hecho un pacto en la Tierra
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El panorama que se encontró en el Alto Mando confirmó los
pensamientos de Moscatel. Un grupo de ángeles tocando la lira,
otros bailando en corro al son de la música (celestial, por supuesto), un ángel cantando alabanzas al Señor… Todo un poema castrense.
—¡Quiero ver al Comandante en Jefe, cojones! —le gritó al
ángel más próximo. El ángel dio un respingo asustado y con voz
aniñada contestó:
—No está aquí. Soy el ángel Pastel y soy precisamente el ángel de mayor graduación. Ven y canta con nosotros. ¿En qué
puedo servirte?
—¡Tú no me sirves ni para rascarme los forúnculos del trasero, nenaza! ¡Quiero ver al arcángel San Miguel y lo quiero ver
ahora!
—Creo que el lenguaje que estás utilizando es inapropiado.
Te he dicho que yo soy el ángel de mayor graduación aquí.
—¡Y yo te digo que tienes suerte de ser un ángel porque si
no te arrancaría las pelotas y te haría un adorno para tu jodida
lira! ¡QUIERO VER A SAN MIGUEL AHORA!
Una de las puertas del fondo se abrió para dar paso a un ángel majestuoso.
—¿Se puede saber qué pasa aquí? ¿Qué es este griterío que
trastorna la paz divina?
—¿Quién coño eres tú?
—Soy el arcángel San Gabriel, el Anunciador, el Mensajero de D…
—Vale, vale, corta el rollo. La cosa va mejorando pero tú
tampoco me sirves. Quiero hablar con el Capo, con San Miguel
con la Iglesia para conseguir una plaza. Todo lo que atareis en la Tierra quedará atado en el Cielo (Mateo 18,18). Desgraciadamente, ya no estaba para guerras: se pasaba el día orando y añorando la caza, la pesca y las inauguraciones
de pantanos. (Nota del autor).
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en persona. O mejor dicho, en arcángel. Creo que la información
que traigo lo vale, ¿capisci?
—¿Información? ¿Qué tipo de información?
—Según la ordenanza 6758/45/34, epígrafe A del Código Militar Celestial, sólo lo puedo comunicar al Comandante en Jefe.
—Manda c… —San Gabriel estuvo a punto de emplear
también un lenguaje inapropiado pero en su casi infinita sabiduría logró domar su lengua a tiempo—. Espera aquí, que ahora vendrá.
Salió de la sala por la misma puerta por la que había entrado. Durante unos minutos Moscatel esperó nervioso y enfadado mientras observaba la purria que había salido de la academia
militar estos últimos siglos. Esos ángeles blandengues con rizos dorados que no servían ni para limpiarle las sandalias y que
le habían impedido progresar en la cadena de mando. Si al menos hubiera podido disfrutar de alguna destrucción del Antiguo
Testamento, pero ni eso.
San Gabriel volvió a entrar seguido de otro arcángel también
majestuoso. Sin duda era San Miguel, el que conduciría los Ejércitos Celestiales a la victoria final. Ante tan imponente visión,
Moscatel empezaba a recuperar la confianza en la derrota del
enemigo maligno hasta que el arcángel abrió la boca.
—¿Qué deseas de mí?
Su voz atiplada, casi femenina, y sus gestos amanerados retornaron la desconfianza a Moscatel, que dudó unos instantes
antes de contestar.
—¡Señor, tenemos un código 666 en la Tierra, señor! —dijo
Moscatel con toda la marcialidad que fue capaz de recopilar a
pesar de su desasosiego.
—¿666? Uy, si es capicúa. ¿Y qué es un 666? —contestó San
Miguel emocionado y dando palmas como si fuera un niño ante
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un nuevo juego—. Espera, no me lo digas... Un ateo nuevo, un
falso profeta, otra escapadita de Jesucristo…
—¡Señor —interrumpió Moscatel—, lo que hemos estado esperando tantos siglos, señor! ¡666 es el código de concepción del
Anticristo! ¡Satán lo acaba de engendrar en la Tierra!
San Miguel puso cara de no entender y fue San Gabriel el
que tomó las riendas de la situación.
—Eso es imposible, en los acuerdos del lago Tiberíades firmados con Satanás se creaba una moratoria para el Apocalipsis hasta dentro de siete siglos. No creo que haya sido capaz de
tanto.
—Señor, las lecturas son correctas. No hay posibilidad de
error, señor.
—Vamos a comprobarlo.
Pasaron todos (incluidos Moscatel y el resto de ángeles, que
ya habían dejado de cantar alabanzas y estaban llenos de curiosidad) a una sala repleta de ordenadores. Dos ángeles, uno con camiseta de los Lakers, auriculares y cabello demasiado largo para
las ordenanzas celestiales miraba una de las pantallas hipnotizado. El otro dormía sin enterarse de nada.
—Sí, nena, sí… así me gusta —decía el ángel.
San Gabriel se acercó a la pantalla y comprobó que era material pornográfico procedente de la Tierra.
—¡La pornografía en el Cielo está prohibida! —gritó al ángel, que dio un respingo en su silla.
El ángel estaba paralizado. San Gabriel le arrancó los auriculares y escuchó la música que salía de ellos.
—¿Qué coñ…? —San Gabriel se volvió a dominar aunque
esta vez más cerca del pecado—. ¿Qué es esto?
—Señor, mh… mmmúsica.
—¿Música? No oigo las palabras Señor, Dios o Aleluya por
ninguna parte. Esto no puede ser música, es ruido. ¿Qué es?
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—AC/DC, un grupo de la Tierra. Son la caña, señor.
—AC/DC es un grupo prohibido. No está permitido perturbar la armonía celestial con semejantes ruidos satánicos. Corrompen el espíritu.
San Gabriel vio la carátula del CD encima de la mesa, junto con otros CDs con extraños nombres: Metallica, Motorhead,
Gigatrón, Lordi… Cogió la caja más alta de la pila y leyó la contraportada.
—Highway to hell… Hell’s bells… ¿pero esto qué es? —Su indignación crecía—. ¿Y tú cómo c… has conseguido esto?
—Ehhh… en el top-nube, señor. Se puede encontrar cualquier CD o película procedente de la Tierra.
—¿Cómo os llamáis? —dijo dando un grito que despertó al
otro ángel.
—Señor, soy el ángel Appel, analista, y éste es el ángel Intel,
programador junior —respondió con miedo a su superior.
—¡Joder, dejémonos de mariconadas y centrémonos en lo que
hacemos aquí, hostia! —interrumpió Moscatel, cada vez más enfadado.
Todos le miraron estupefactos, tanto por su actitud desafiante con los mandos como por su lenguaje.
—Está bien —dijo San Gabriel intentando aplacar su ira—,
vamos a lo realmente importante. Comprueba la veracidad de un
código 666 en la Tierra.
El ángel Appel puso sus dedos en el teclado y empezó a escribir un código incomprensible para el resto de los que se hallaban en la sala. Tras unos segundos la pantalla se tiñó de rojo
con un número parpadeante en amarillo: 666.
—Afirmativo, señor. Es un 666 en toda regla.
—¿Puedes ampliar esa información?
—La concepción se produjo anoche hacia las 5, hora zulú.
Las coordenadas son 41º 23’ Norte, 2º 10’ Este aproximadamente, que corresponden a… Barcelona.
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—¿Barcelona? —preguntó San Miguel, que creía que debía
decir algo para dar la sensación de que estaba al mando—. No
me suena.
—Barcelona, señor —dijo el ángel Intel—. Una pequeña ciudad de la península ibérica a orillas del Mediterráneo.
—¿Sale en la Biblia?
—No me suena, señor. Pero creo que un Papa estuvo allí alguna vez.
—Eso no me da muchas pistas. ¿A cuánto queda de Jericó?
—Dejémonos de chorradas y volvamos al 666 —interrumpió
San Gabriel con voz poco amigable—. ¿Qué es eso de «aproximadamente»?
—No podemos afinar mucho más —respondió Appel—. El
software que tenemos es el Antichristconceptiontracer de Heavensoft, pero nosotros utilizamos la versión 7.1, que tiene un
margen de error de varias decenas de metros. Creo que con la
versión 8 podríamos haber trabajado con mucho menos error.
—¿Y dónde podemos conseguir esa versión?
—El Mossad ya la tiene. Pero de todas maneras la concepción
ya ha sido consumada. De nada serviría ya una versión superior.
—¿Quieres decir que no tenemos localizada a la madre?
—Negativo, señor. Sólo le puedo decir que la concepción fue
hecha en algún edificio de la calle Petritxol de Barcelona. Entre
los números 8 y 16 de esa calle. Pero no podemos saber quién es
la portadora de la semilla de Satán.
Todos los presentes estaban paralizados y se miraban unos
a otros sin saber qué hacer, aunque no todos eran plenamente
conscientes de la verdadera magnitud de la situación. De pronto, Moscatel reaccionó.
—¡Me cago en el puto misterio! Hay que actuar y rápido.
¿Cómo me puedo comunicar con nuestros Ángeles de la Guarda en la Tierra?
Nadie le contestó.
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—¡Joder! ¿Estáis agilipollados o qué? ¿Dónde hay una jodida radio?
El ángel programador junior señaló un aparato de radio que
había en la pared de la derecha. Moscatel asió el micro con fuerza.
—Atención, atención, a todas las unidades de Ángeles de la
Guarda en la zona mediterránea. Desplácense inmediatamente
a la ciudad de Barcelona, repito, Barcelona… Bravo, Alfa, Romeo, Charlie, Eco, Lima, Oscar, Noviembre, Alfa... Bar-ce-lo-na.
—Moscatel siempre había querido utilizar ese código, daba muchísima más sensación de marcialidad y de importancia a lo que
se decía, fuera lo que fuera—. Formen un perímetro de unos 200
metros alrededor de la calle Petritxol, repito, Petritxol, Papa,
Eco, Tango, Romeo, India… India… India... —Segundos de vacilación—. ¡Petritxol! ¡Coño! ¡Como suena! Peinen la zona y sigan a todas las mujeres que allí se encuentren.
—Esperemos que no sea demasiado tarde —dijo San Gabriel,
un poco avergonzado de que aquel sargento hubiera demostrado más iniciativa que él.
—Señor —dijo el ángel Appel—. Hemos monitorizado otro
dato: el momento del alumbramiento. Será el 6 de junio de
2006.
—Seis del seis del seis. Qué listo este Satanás. Sin duda es
él —dijo Gabriel recuperando el control de la situación—. Hay
que informar al Altísimo y convocar una reunión de urgencia.
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