marta - 2.0.1.3.editorial

Transcripción

marta - 2.0.1.3.editorial
MARTA
David Meza
2.0.1.2. editorial
Marta
DAVID MEZA
1a edición virtual
Cosmópolis
año 2013
imagen portada: Paz Brarda
Capítulo VII
MARTA (O EN LAS IDEAS DE LA IMPOSIBILIDAD)1
a Nueva Tribu
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El poema es muerte (río).
Testamento Marino del Ángel
Caminando un día Jesús por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos,
Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, echando la red al mar (pues
eran pescadores) y les dijo: Seguidme a mí, y yo haré que vengáis a ser
pescadores de hombres.
La Biblia
Padre, no me mates. Padre, no me mates. Padre, no me mates. La
luna está sobre nosotros. Un charco de sangre en el suelo. Recoger
la sangre, recoger la sangre. La muerte está bajo mi cama. Recoger
la sangre, recogerla. Alto. No más cicatrices en mi frente. En mi
frente en la que caminan los decapitados, dejar que corran los
decapitados. Alto, la muerte está de frente al espejo. La imagen
cambia. En un momento es un niño junto a un caballo muerto.
Luego el caballo está clavado a los muros. Luego el niño se come
al caballo. Luego el caballo recita el Padre Nuestro. En otro
momento la muerte se ve como una muchacha con un caparazón
de tortuga como cuna. Luego se mece de un lado a otro mientras
de sus ojos brota una sustancia negra. Flores quemadas, semillas
quemadas. La muerte es el diablo con una corona de espigas. Una
flor azul brota de la palma de su mano, cada pétalo dice una
oración. Los pétalos son siete. No seis, ni tres, ni dos, ni uno. Los
pétalos son siete. El primero tiene un relámpago negro. Yo pienso
que ese relámpago negro es una escalera, o una culebra de líneas,
o una l torcida como un cable. El diablo tiene un ojo de madera,
un ojo azul, y un ojo de lodo. El lodo es el símbolo de la creación.
El rostro de un niño brota repentinamente de su hombro. El
niño continúa diciendo el Padre Nuestro. Charcos de sangre.
Carreteras en mi frente bajando en curvas por mi torso hasta
llegar a mis piernas, porque en mis piernas hay una cortada que
es el verdadero infierno de la carne. El diablo lleva los tres ojos de
todos los ángeles. La muerte se quita la primera capa de la piel.
Esa primera capa es un manto de escamas, las escamas caen al
suelo. Se habla de los otros pétalos, pues bien, de esos pétalos se
alimenta el diablo. Los pétalos son azules, por lo que los órganos
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internos del diablo son también azules. Terriblemente azules,
como el mar cuando echa abajo caprichosamente a las
embarcaciones temerarias. Temerario es enfrentarse a los temores,
es mirar las olas y despegarlas de las aguas con algún cuchillo.
Temerario es decir el nombre del diablo, mientras las agujas de tu
alma se desprenden. Padre, no me mates. Temerario es hincarse
ante el pan quemado. Temerario es mirar la imagen de Cristo y
suponer que es el diablo el crucificado. Y reírse, y reírse, eso
también es temerario. Coser las heridas de la carne con estambre,
coser las heridas de la frente con alambre. Dispararle al pianista,
ser seducido por tu padre. Morir cuatro veces en los brazos del
diablo. Un colmillo de lobo, un crecimiento de calcio. Romper la
rama milenaria como el báculo de Cristo, como el cayado de
Cristo con el que convocaba a los peces. Muerte, un charco de
sangre. Recoger las venas, atarlas a los puños. Recoger los órganos.
Azul es el trueno en la frente del diablo. Maté a mi madre. Maté
a mi madre. La hija de la bruja me persigue, en un ritual antiguo
dibujó un borrego en mi palma derecha. Desde entonces miro en
las piedras sacerdotes, desde entonces sueño con Cristo. Cristo
me dice que él es el diablo, y que nos ama. Cristo lleva una capa
de magia, y lleva una cicatriz entre las costillas que aún no le sana.
El diablo es Cristo pero con un tercer ojo que nunca pudieron ver
los humanos. Esto me lo enseñó mi padre, mientras tocaba mi
entrepierna con un gesto de ternura. El tercer ojo de Cristo es un
caballito de mar que mide lo mismo que una palmera. El caballito
del mar derrumba los barcos como una rompiente marina. La
muerte de Cristo es el abandono de los hombres. Un sello todavía
caliente sobre la hoja antigua. En esa hoja se revelaban los demás
pétalos. El segundo pétalo tenía la forma de un ángel. El ángel es
negro y sostiene una copa con la derecha y una espada con la
izquierda. El mar ondea mientras sus coníferas acuáticas se
pudren. Hay abajo otra civilización. Otra forma de ser humanos,
una ética menos sangrienta que chorrea sin embargo por los
arrecifes. Tritones crucificados vi en un sueño. Era Cristo un
profeta marino, los cementerios se llenaron de sus palabras. Era
Cristo un extraterrestre con cola de serpiente. Pero no me mates,
padre. Todo esto lo vi en sueño. Es Cristo el que me habla, el que
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me lanza pétalos que se hunden en mi frente. Cristo quiere agua,
eso es todo lo que quiere. Un mar tan pequeño que quepa en un
vaso, un mar miniatura donde caigan sus labios. La muerte es
Cristo, la muerte es el mar. El mar es un pañuelo donde en las
profundidades hay un coro de monjes cantando oscuramente. El
tercer pétalo tiene la forma de una trompeta. Hay noches en las
que sueño a mi padre tocando esa trompeta. Llama mi padre a los
caballos que en este momento están descuartizando al uni-verso.
Llama mi padre a los demonios que se miran en el espejo durante
horas, maravillados por sus ojos y sus cabellos en caireles. Hay
demonios detrás de los más lejanos planetas. Los demonios son
tan hermosos como una sirena, las sirenas conocen lo que Cristo
escribió en el agua hace unos años. A ellos era el verdadero
mensaje, a ellos era su palabra. Y no era nieve, y no era fuego, y
no era canto. Su palabra cayó en las aguas, como una hueste de
anclas a las ciudades marinas. Tritones a su entorno. Cristo habló
con los delfines, y los delfines se volvieron esqueletos que seguían
nadando. Un desfile horroroso eran las culturas marinas, pero los
verdaderos cristianos lo cambiaron todo. Una ética menos terrible,
una ética basada en el rumor de las aguas y en los alerones. Tinta
era la sangre que manaba en el borde de los continentes. La
palabra de Cristo que también era la palabra de la muerte había
caído como una bola de cañón perdida, o un viejo barco cayendo
lentamente hasta la arena. Destruyendo un cementerio de
tritones. No, padre, no me mates. El relato ha comenzado. Te
digo que es un sueño. Todo yo lo he visto en sueño. Cristo con
cabeza de pez ángel. Todo yo lo he visto en sueño. Cristo con
agallas bajo los caireles suaves de su frente. Cristo como el profeta
de las aguas. El caballo se desprende de los muros, cae de golpe
contra el suelo. Y el Padre Nuestro le sale como una sustancia
azul y viscosa de la boca. Yo tomo el Padre Nuestro con las manos.
Me lo unto por todo el cuerpo. Estoy bendito, aleluya. Estoy
bendito y una aureola de escamas me crece en la nuca. Pero no la
quiero, padre. Yo no la merezco. Maté a mi madre. No maté a mi
madre. Un charco de sangre. Pero ese charco de sangre es mío. Lo
notas, sé que lo notas, y que por eso copulas con mi cuerpo
dormido. Sé que lo sabes, padre, yo maté a mi madre. Aunque lo
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digas, aunque lo digas. Ahora que me rompes la piel con tus
manos. Bendito seas, te digo entonces muerto. Y tú me abofeteas
hasta que me rompes la mandíbula. Besas mis dientes. Yo maté a
mi madre. Yo no maté a mi madre. Es mi padre muerto con el
que copulo. Le unto la pintura por el cuerpo. Canto Padre
Nuestro. Y el Padre Nuestro canta mi nombre, ante las atrocidades
canta mi nombre. Satanás está crucificado, su madre llora bajo
mis prendas. Es un tatuaje en donde llevo esto. Clavo las manos
de Satanás a mis costillas, y me río, y me río. Mi padre se levanta
con la cabeza de una ballena y se va de lado. Me como la cabeza.
Arranco sus testículos y los adoro. Yo no maté a mi madre. Yo sí
maté a mi madre. No, no, Cristo no es mi padre. Yo no he sido
violado por Cristo, yo no sentí su barba como un risco en
desplome por mi espalda. Yo no he sido violado por Cristo, yo
nunca sentí sus muslos agitándose contra los míos. Y no, y no, yo
tampoco soy Cristo. Yo no soy el profeta de las aguas. Yo no he
educado a los tritones a tratarse como tritones. Yo no conozco el
cetáceo lenguaje del abismo. Yo no soy la muerte hablando sobre
la costa, una sarta de inventivas religiosas. Yo no tengo el cabello
acairelado, ni una facción de ángel camicace. He ahí el atentado
celeste, el ancla portentosa que solo pudo mandar un reptil desde
los cielos. Yo no soy Cristo vagando por Francia. Yo no soy Cristo
penetrando analmente a los corales. Yo no soy una turba de
historias balsámicas, como una lluvia de piedras al océano. Yo no
soy la guerra sónica contra los delfines, una catapulta cargada de
biblias para pegarle a las nubes. No, yo no he matado a mi padre.
No veo en el vaso de agua mi última memoria. Yo no tengo agallas
en los brazos, ni unas membranas azules en los dedos. No puedo
viajar a kilómetros de distancia de la superficie marina. Carezco
de cola reptiliana para hundirme en las ondas. Una mancha de
sangre. Una mancha de sangre sobre el piso. Una mancha de
sangre con vida propia. Una mancha en la sala con su propia
diversidad biológica. Una mancha donde los coágulos son los
arrecifes, y las moscas muertas las ballenas varadas en la costa.
Recogerla, recogerla. Es necesario recogerla. La muerte juega con
su hoz a partir planetas en el cielo. Los planetas caen rebanados
en misteriosas mitades a la nada. El mar es la figura de la nada.
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Los ángeles yacen en las costas cantando en las piedras. Dios
descargó su ira sobre el mar, porque el mar es el verdadero ángel
malvado que nunca obedeció sus órdenes. El mar es el ángel
condenado a ver la vida como un fenómeno atroz y despiadado.
El mar es el ángel maldito que verdaderamente comprende lo que
es el tiempo. Él que es noche y día y tarde al mismo instante. El
mar es el único ángel que comprende lo que es el espacio. Él que
es norte y sur, este y oeste simultáneamente. He ahí su desgracia,
su omnisciencia lamentable, como una tormenta de agujas que
nace de adentro. No, padre, yo no me corté las venas. No, no, el
cuchillo junto a mi cadáver en la tina es una coincidencia. Ignora
esa sangre, ignora esa palidez en mis mejillas. No, no, no es mía
esa sangre. No es mía esa frente con un clavo en el centro. No es
mía esa mano con un borrego miniatura contenido. No es mía
esa gota roja todavía titubeante de correr sobre mi dedo. No es
mía esa pierna desnuda con un bosque negro floreciendo. No, no
es mi boca esa la que escurre una sustancia viscosa y azulada. No
son mías esas moscas como gaviotas en la costa. No son mías esas
uñas horrorosas con sangre en los bordes. No es mío el dibujo del
diablo en mi costado, con una estrella invertida derramando su
luz negra. No es mío ese pene encogido por el frío, ni mío ese
semen azulado que escurre como un Padre Nuestro por mis
órganos. No, padre, no es mi madre la que está clavada sobre el
vidrio. No son sus piernas las que cuelgan lateralmente del espejo.
Fueron los tritones, las sirenas que salieron de este grifo. Fueron
ellos, armados con sus lanzas y sus cantos celestiales. Vienen
predicando la palabra de Cristo. Yo escuché esa palabra como un
ancla que cayó a mi pecho y me hundió a mí mismo en un acto
irrefutable. Fueron los tritones los que te mataron. Fueron ellos
que hicieron de la bañera una costa con piedras y largas oleadas.
Pero no, padre, no fueron ellos, no los culpes. No rebanes sus
cabezas como peces sobre aquella tabla. Cristo es un ángel que al
poner su dedo sobre la punta del mar se volvió el océano. No
retes a Cristo, él es poderoso. Una civilización oculta hay debajo
de las olas. Una mancha de sangre, este es mi último sueño.
Sangre en la alfombra, sangre como una desembocadura hacia los
muebles. No, no es mi madre con la que copulas ahora que estás
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muerto. Y yo no soy mi madre, no hay por qué ponerme esas
pantimedias, ni esas faldas, ni este sostén medio vacío, padre. No,
yo no soy mi madre. Quita tus manos de mis nalgas, quita tus
manos de mis piernas. Son los tritones los culpables. Ella estaba
jugando con una sirena en el lavabo, irritó las iras de las aguas.
Siempre hay que tener un respeto enorme hacia las aguas. Ahí
radica la palabra de Cristo, que es el rey de los tritones. Pero no,
padre, no tienes por qué pintarme los labios. No tienes por qué
arrancarme las pestañas, yo no soy mi madre. Saca tu pene de mi
ano y ya no beses mi cuello. No me gusta, yo no soy mi madre.
Deja ya de repetirlo. Ese rímel mal puesto en mis mejillas no me
pertenece. Yo no soy mi madre y no me llamo como ella. Fueron
los tritones, los tritones rubios los que la mataron. No yo. No yo.
Fue Cristo, en un sueño él me lo decía. Pero mi madre no quiso
entenderlo. Las sirenas cortaban sus dedos. Yo no maté a mi
madre. Yo sí maté a mi madre. Yo no maté a mi madre. Un ángel
era Cristo, su corona risueña era el agua en su frente, su trono
divino un pedazo de arena, su cetro era el viento deshecho, sus
súbditos sus mejores amigos. Un ángel era Cristo, de eso no me
queda la más pequeña duda. He ahí a los homínidos, con su
frente cetácea y divina. Nadan a una velocidad impresionante,
cazan con lanzas hechas de huesos. No, no hay quién los detenga
cuando derriban un embarcadero. Padre Nuestro que estás en el
cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, en las
aguas como en el cielo. Repetían los caballos muertos en las
costas. Repetían como un coro eclesiástico, donde la muerte era
el tema central de las notas. Y así las aguas se iban congregando.
Agua tras agua tras agua. Niños mordisqueaban los cadáveres de
los caballos. Usaban sus costillas como espadas, jugaban a ser
piratas en la playa. Nunca faltaba el niño inquieto y más fuerte
que en verdad mataba a uno de sus compañeros. Entonces las
gaviotas que son como las moscas de la playa, llegaban y se comían
su cadáver. Padre Nuestro, decían las estrellas como un coro
eclesiástico sobre las aguas. Padre Nuestro, entonces dije, junto a
mi madre que estaba en la playa mirando las olas.
El cuarto pétalo era una niña. Una niña o una pequeña sirena.
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Cristo se acercó a las aguas y dibujó una pequeña biblia para los
cetáceos. Los cetáceos estaban en su tercera guerra mundial para
ese entonces. Grandes tsunamis provocaban sus hechizos. Siempre
me he preguntado cómo se ven las estrellas a través del agua. La
astrología de los tritones debe ser en verdad extraordinaria. La
sangre de mi padre cae por la repisa. Mi padre muerto está
guardado en la repisa. Su olor es una fuente diabólica y sinuosa
para la escritura. Y el diablo se acercó a la pista de baile que para
él eran las olas así pareadas con la música de los vientos que
hermosamente las entrechocaban. El diablo se acercó y recitó un
Padre Nuestro mientras degollaba a los caballos como un tributo
especial a los delfines. Los cangrejillos llegaban como una
marabunta y arrancaban trozos de carne de esos caballos y luego
se hundían rápidamente en la arena. Satanás cuidaba que la sangre
de aquellos caballos no se mezclara con la sangre con la que se
alimentan las palmeras, porque de así serlo las palmeras
desarrollaban rostros de caballos en sus troncos o emitían una
especie de relincho cada vez que el viento las tocaba. Pero pese al
cuidado y total diligencia de Cristo, algunas palmeras junto al
mar tenían en el tronco una cabeza de caballo a la que por
supuesto se le debía alimentar de forma independiente. Mi madre,
a la que yo nunca maté, miraba el espectáculo con especial tristeza.
Ella creía en el diablo como en un ángel risueño, rebelde,
incomprendido. Es decir, creía en el diablo como en un diablo
romántico. Por lo que un tatuaje que le iba de seno a seno con
Satanás crucificado la identificaba. Yo nunca entendí bien eso de
la muerte, por lo que me daba la oportunidad de jugar a las
cuchilladas con mis primos sin que nadie nos dijera nada. No,
padre, este no es otro de mis sueños. Deja ya de copular conmigo.
Tú también apareces en mi historia, llevas una peluca rubia y una
faldita azulada. Se trata la historia de tu romance con Cristo. Se
trata de que lo llevas a la cama y hundes tu lengua en sus tiernas
agallas. La historia comienza contigo matando a tus padres en la
bañera. Se trata de que actúes natural y trates de comprender al
personaje. Tu deber es soñar con una civilización de homínidos
marinos. Tu deber es evitar que nazca la biblia marina. Tu deber
es evitarlo con todas tus fuerzas. Ya no mates a mi madre. Tú serás
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protagonista. Y aunque nunca sepas muy bien lo que está pasando
tú debes de seguir adelante. Te prometo que mi historia será más
linda que una orgía de santos. Ignora mi sangre. Yo sigo vivo y la
prueba es mi historia. Ahora deja de hundir tus uñas en mis
piernas y escucha. Tu papel es importante. Es el más importante
de todos. Digamos que Cristo, debajo de esas túnicas y de esas
prendas, tiene una aleta como la de los delfines. Digamos que
Cristo es más pez que hombre, para pronto. Ahora bien, suelta
ese cuchillo y podrás entenderlo plenamente. Como sea, ese
diablo planetario llamado Satanás, tiene que tomar una decisión:
salvar a una raza de homínidos. Las opciones son claras, padre,
por lo que no tendrás de qué preocuparte. Los homínidos
marinos, y los homínidos terrestres. Digamos que tú lo debes
seducir, lo debes enamorar de los terrestres. Olvida ese charco de
sangre. Olvida mis pezones endurecidos. Olvida la culpa de
haberme violado. En el fondo sabes que no fue una violación, en
el fondo sabes que eso es lo que yo quería. Sí, sí, lo sabes. Pero
intenta seguir con el hilo. Mamá volverá a la casa en unas horas,
y no querrás que nos encuentre así, desnudos. Por lo pronto
intenta mantener la erección, y concéntrate en esta historia. Tu
papel es el de la Magdalena global. Tu papel consiste en alagarlo.
Dile nube. Dile cielo. Dile rey. Dile astro. Dile lo que le tengas
que decir, pero alágalo. Eso es lo importante. Nuestra raza
depende de tu desempeño. En el futuro habrá guerras si no lo
entiendes. Tu papel es el eje, es la secreta rotación de esta gran
historia. Acaricia mi ombligo cuanto quieras, pero no lo olvides:
de tu papel depende el futuro de la historia. Ya cuando llegue
mamá la matarás, ya tendrás tiempo para tirar su cadáver a los
mares. Quizá termine en ese antiguo museo de los sabios tritones
donde se exhiben los cuerpos de los ahogados. De aquellos que
entraron al mar y a la muerte al mismo tiempo. Cuando te
pregunte de mis labios pintados, tú responde que fue Cristo
quien lo hizo. Muéstrale mis tatuajes diabólicos en mis costados.
Cuenta las historias que ahora te cuento, desovíllala como a un
pescado, dulcemente copula con ella una vez más. Pero no lo
olvides, dentro de mi historia debes evitar que Cristo elija a los
peces. El diablo no debe predicarles su palabra. Satanás no debe
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escribir su lenguaje sobre la tersa superficie marina. Ni una letra,
padre. Ignora los caballos. Recuerda que el quinto pétalo tenía la
silueta de una ola. Y que precisamente esa era la señal de los
lamentos. Los oráculos fueron a negociar con las sirenas. Los
regalos para ser escuchados fueron elefantes. Sí, elefantes con las
piernas rebanadas. Los reyes de las costas los mandaban. Iban
cargados de oro y joyas preciosas. Hay que recordar, padre, que
para los tritones las perlas son las pequeñas risas de los mares, y
por eso no las tocan. Pero que para los hombres las joyas, los
diamantes, las amatistas, solo eran razón de orgullo, aunque ellos
no fueran quienes las formaban delicadamente con el tiempo.
Hay que recordar, padre. Hay que recordarlo. Olvida ese charco.
No, no es sangre. Y no, no son moscas las paradas en mi boca
mientras tú me besas. Hay que empezar todo de nuevo. Tregua,
solo pido un momento de tregua. Pero volvamos a la historia.
Digamos que tú besas la corona fálica de Cristo, digamos que a él
le gusta. Digamos que lo llevas a una tocada de blues, y él mueve
la rodilla en un ritmo inevitable y portentoso. Solo una cosa,
padre, no lo lleves con los poetas. Ellos son la cosa más horrorosa
del mundo, bueno, solo los poetas profesionales. Ellos son la
principal razón por la que Cristo, que es un artista alienígena,
podría no elegirnos. Recuerda, de los poetas, ni media palabra.
Además, nuestras obras más preciadas no son nada en comparación
con las peores obras que se han escrito allá abajo, entre las aguas.
No lo olvides, de la poesía, nada. Así, llévalo con los monstruos
de la genética. Dile que hemos descifrado el libro del cuerpo, y en
caso de que él se ría, tú entonces dile que era una broma y sigan
adelante. Ofrécele un vaso de agua a cada rato. El diablo es capaz
de ver en el agua su recuerdo del cielo. Porque sí, padre, el cielo,
el paraíso, es de agua. De hecho el plan original de Dios era una
vida en el agua, pero algo salió mal, algo se estropeó con el crecer
de las tierras. No olvides que por esta razón somos los desterrados
del Edén, que es como se llamaba el mar en ese entonces. No
olvides, por último, el nombre actual de nuestro mar. Y no olvides
que el mar cambia de nombre cada cuatrocientos años a causa de
un fenómeno para nosotros del todo desconocido. Así, pues, vive
con Cristo. Besa sus labios, que penetre tu cuerpo, que descubra
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los pequeños mares de la boca. Muéstrale nuestros avances
arquitectónicos más grandes. Habla de La muralla china, pero
cuando te pregunte su función para los hombres, miente. Habla
también del Coliseo, y cuando pregunte por su función, lo
mismo. Di que La muralla china es la estatua de un dragón
larguísimo y punto. Y del Coliseo di que era una obra arquitectónica
construida para los planetas, y punto. Mi historia no debe tener
muchos recovecos, siento poca sangre. Siento cada vez menos mi
cuerpo, y más el tuyo. Pido tregua, es todo lo que pido. Ya tendrás
tiempo de matar a mamá en la bañera. Solo deja de decir el Padre
Nuestro, porque me recuerdas a los miles de caballos tirados en la
costa. Me recuerdas a los caballos con la lengua extendida y
cubierta de arena. Me recuerdas a su coro infernal que se repite
ante el nacimiento y desnacimiento de los soles. Pienso en esos
caballos sangrando una sustancia azul y viscosa por la playa.
Pienso en los caracoles subiendo hasta la piedra más alta para ver
los mares. Pienso en que has muerto. Pienso en que no has
muerto. Pienso en tu revólver de carne entre mis tripas. Pienso en
mi revólver de carne entre tus tripas, y el gato muerto de la
entrada. Pienso en que maté a ese gato en un arranque de ira,
pienso en las líneas de sus garras defendiéndose en mi cuerpo.
Pienso en la mierda de mi padre por su aro insólito. No, Cristo,
ya no me penetres. Lamento haber intentado cambiar la historia.
Bendito sea el reinado de las sirenas. Bendito sea el reinado de los
tritones. A ellos debemos nuestra existencia. Cristo, ángel, pez,
príncipe. A ti debemos la divina ancla. Tu palabra cayó en mi
ombligo y formó un remolino. Mi carne giró en círculos
centrífugos al interior de mí mismo. Y por eso sigo aquí, en esta
tina. No, yo no maté a mi madre. Y no, tampoco ella me mató a
mí. No fueron los tritones aparecidos en sus sueños los que la
engañaron. No fueron sus bocas las que le pidieron que me
ahogara en la bañera. No fueron las sirenas del lavabo las que la
convencieron con sus cantos de sopranos sobre la vajilla. No
fueron las palabras de la biblia marina, aquella que Cristo dibujó
no sobre la arena, sino sobre el agua. No fueron las palabras, no
fueron esas ganas repentinas de ser una pececilla. Mi madre no
pudo matarme. En todo caso fue mi padre. O en todo caso yo
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maté a mi padre. Pero mi madre jamás pudo matarme. No fue
ella la que me arrancó el pene a petición de las olas. No fue ella la
que me disfrazó de chica y perdió el control de sí misma. No fue
mi madre tras la cena quien pudo haberme asesinado. Sí fue mi
madre tras la cena quien pudo haberme asesinado. No fue mi
madre tras la cena quien pudo haberme asesinado. Los ángeles
están sentados en el borde de la bañera, están en una hermosa
actitud contemplativa. Yo los miro, y río, y río, y río. Entonces
una cola de serpiente me sale entre las nalgas. Entonces unas
agallas hechas por mi madre con el cuchillo de la coincidencia me
dejan respirar bajo la tina. Entonces una aleta me crece en la
espalda. Y entonces una membrana azul y maravillosa me crece
en los dedos. He ahí, he ahí, que yo soy Cristo. Y entonces debo
tomar una decisión: salvar a la raza homínida terrestre, o a la raza
homínida marina. La decisión no me parece tan difícil en realidad.
Conozco mi cultura, no creo que pueda haber algo más terrible
en este mundo.
Cuando fui a escribir la biblia marina a los cetáceos, a los primates
acuáticos, a aquellos seres cuyo destino era la liberación y, sobre
todo, que no me crucificarían; pude entender una cosa: en algún
momento ambas culturas se enfrentarían. Es decir, la guerra era
inminente. Yo sabía que los terrestres terminarían conquistando a
los seres marinos. Entonces le dije a mi madre, María, que tendría
que fingir una especie de prédica para los humanos. Y así fue. Y
fue por esa especie de prédica por la que me mataron. Todo lo
que les dije era mentira. Así que le encargué a mi hijo que se fuera
a Francia, y que viviera lo más feliz que pudiera con su madre, mi
esposa. Así, también, le pedí a los tritones que se ocultaran de los
hombres. Ellos lo hicieron de ese modo. La historia ya la conocen.
Lo último que recuerdo es que pedí un vaso de agua y no me lo
dieron. Ahí, con los brazos totalmente extendidos en la cruz, dije
una última oración, algo como: Padre Nuestro que estás en el
cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, en
las aguas como en el cielo. Y fue así como los ángeles dejaron de
tirar sus redes a las aguas. Un acuerdo cósmico se había realizado.
Quedaba prohibido lastimar a los tritones, sirenas, ondinas, y
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demás criaturas marinas. El proceso de ocultamiento había
iniciado, los demonios dejaron de sentarse frente al mar para
custodiar a los peces. Una época de profundo respeto a las olas
se había desatado. Los niños tritones rompieron inmediatamente
sus amistades con los niños humanos, aunque es bien sabido
que muchas amistades se sostuvieron secretamente durante vidas
enteras. Las sirenas adolescentes que se habían enamorado de
los humanos adolescentes, tuvieron que prontamente romper
sus romances. Muchas canciones en los mares se escribieron al
respecto, todavía se les puede oír a ciertas horas de la noche. Y
una mancha de sangre. Y una mancha de sangre sobre el suelo,
eso es lo único que queda.
El sexto pétalo tenía la forma de una montaña. Mi padre
inmediatamente pensó en las montañas de los obispos crucificados.
Mi padre pensó en ello, mientras alisaba sus faldas azules bajo las
piernas maravillosas de Cristo. Que no, madre, yo no maté al
gato de la entrada. Te digo que fue mi padre. Y sí, hay algo, pero
no sé. No importa, no importa. Ahora los tritones han inundado
las calles. Permisos son necesarios para cruzar las casas. Los
caballos han aprendido a nadar, cada día se parecen más a los
delfines. Pero es el símbolo en el pétalo el que no debe alertarnos.
La montaña es el símbolo de la tierra, o de la tierra en ascensión
al cielo. La tierra levantada, erguida como una cresta de gallo en
cortejo. Es necesario que lamas todas las secretas comisuras de mi
cuerpo para seducirme. Los obispos crucificados quién sabe qué
siguen diciendo. Ya están en los huesos, los tejidos se les han
gastado. Son un coro de esqueletos que recitan el Padre Nuestro.
Una corona de cuervos les ciñe las frentes. Una corona de buitres
que huelen a kilómetros de distancia la muerte de un sueño. Hay
que ver a los obispos, ellos saben que el cielo por la tarde es una
planta de cristales aplastada. Padre, lleva a Cristo. No, que no es
sangre la pegada a tu ropa. No, nadie va a notarla. Y no, el olor a
mi cuerpo descompuesto en la repisa no va a traspasar las paredes
del piso. Ningún vecino va a culparte. Ellos saben que yo quise
provocarte. Ellos entenderán que mi madre golpeó su cabeza
contra la tina, porque una nostalgia enorme la había invadido.
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No, no te preocupes. Tú sigue con la historia. Recuerda que lavar
los pies de Cristo es un símbolo de profundo respeto. Lava los
pies de Cristo. Usa la sangre de mi cuerpo, pero si quiere ver mi
cuerpo, entonces solo arranca con el cuchillo de la coincidencia
mi tatuaje del diablo en mi costado. De lo contrario podría notar
que todo esto es una broma del tiempo, y entonces los tritones ya
no serían nuestros amigos, sino nuestros enemigos. Los tritones
son nuestros amigos. Los tritones no son nuestros amigos. Mi
sombra se desgarra entre las piedras. Tajos de mí quedan en las
piedras. Los tritones son azules y en este momento están recitando
el Padre Nuestro ante una columna de huesos quemados. Sí, sí,
van a las costas a quemar a los terrestres. Dicen que su olor es
insoportable, que su descomposición es un acto pusilánime,
porque algunas veces se quedan flotando a media marea durante
años. Madre, no, no. Tú no tienes por qué enamorarte de Cristo.
Pero sí, tú tienes que lograr que él se enamore de ti. Usa tus
caderas, tus manos blancas, di que te llamas María. Menciona
eventualmente la idea de algún hijo. No, no lo presiones. Dale
agua, dale agua. Pocos recuerdan el gran milagro que es dar un
vaso de agua desinteresadamente. Lo tuyo, claro, no será
desinteresadamente. Pero no dejes de darle agua. Que el vaso sea
vidrio, que sea un cilindro portentoso. Permite, madre, que mire
con un poco de nostalgia hacia los mares. Luego bésalo. Luego
bésame. Yo te diré que en la tierra hay cierta calidez que no podría
encontrar en otra parte. Permite, madre, amante, que te hable de
Dios. Permite que lance piedras a las dunas mientras lo hago. No
olvides que si yo no cumplo seré castigado. No olvides que el
coro de obispos crucificados en el monte me presiona. No olvides
que soy tu hijo y que de las aguas inmaculadas de tu vientre fui
creado. No dejes que me enamore de mi padre. No dejes que mi
padre me hable de los volúmenes ocultos de los mares. Cuando
pregunte con mi tierna voz por los caballos muertos de la costa,
di tan solo que son una nueva especie, o más bien di que los
caballos siempre han sido originarios de los mares. Pero que al
respirar la peste de los obispos muertos, cayeron fríamente y de
un golpe a la arena. No le digas que la arena son los huesos de los
ángeles que copularon con las sirenas. No le digas que las piedras
19
son los cráneos de los tritones enamorados de nuestras muchachas.
No le digas que secretamente hay una nueva especie híbrida de
seres. No le digas que las piedras copulan entre sí y se multiplican,
y que un lejano día serán tantas que terminarán hundiendo al
planeta en un océano más grande. Recuerda, madre, medir la
profundidad de sus ojos. Recuerda, padre, medir la profundidad
de sus ojos. Nunca te quites la peluca repentinamente. En el
momento preciso de su enamoramiento, lentamente lleva tus
manos a la nuca y, gradualmente, ve quitándote le peluca. Cuando
vea que eres hombre, él sonreirá mientras mira la tierra. Cuando
vea que eres hombre, yo sonreiré mientras miro la tierra. Entonces
bésame, bésame, bésame. No hay tiempo que perder. Si yo decido
besarte, todo irá bien. Pero si Cristo te empuja, entonces su
prédica en el monte será una prédica de homosexualidad, y no de
amor. En ese caso deberá de matársele. No puede elegir a los
homínidos marinos. Entonces ve con los fariseos, ellos, ellos, que
han sido educados para hablar con los delfines, aunque nunca
tengan nada interesante que decirles. Cristo, ese ángel marino, de
ninguna manera debe seguir vivo. Ideen la forma más humillante
para matarlo. Y jamás permitan que lo suplanten, eso ya pasó con
Gandhi y no fue muy lindo. Recuerda que no fueron los ingleses
quienes lo mataron. Recuerda que sí fueron los ingleses quienes
lo mataron. Y una bomba de corales nos caería a la tierra. En el
fin del mundo Cristo vendría montando un caballito marino, y
su espada sería una cola delfina. Los cometas se definirían como
tiburones espaciales, y caerían a la tierra para hundir todas las
islas, que son las pecas de los mares. Los sietes ángeles serían
tritones alados, y sus trompetas serían grandes caracolas alzadas al
viento. Pero, madre, madre, ignora ya esa sangre. Que no, no es
mi mano quieta la que está en el suelo. Y no, no es mi padre el
que está en la repisa. Y no, no es Cristo el acuchillado en nuestra
entrada. Es un gato, madre. Es un gato, madre. El Padre Nuestro
es el que sale de su boca, a través de los pelos de su lengua, de sus
pequeños dientes, como una sustancia azul y viscosa. Es el
recuerdo del cielo, ya lo he dicho. Y eso es lo único que quiero:
un vaso de agua. Mátenme, está bien. Escriban la biblia que no
me dejaron, está bien. Hagan de mi cuerpo un personaje, está
20
bien. Pero solo denme un vaso de agua, y ya. Ningún diluvio para
corregir los planes. Ningún derretimiento de los polos, para que
se alcen los tritones como reyes de este mundo. Ninguna Atlántida
sumergida como una base secreta. Solo un vaso de agua, eso pido.
Acérquenme, acérquenme con esa lanza unas gotas de cielo. Unas
gotas de Dios Padre como órganos diminutos en mi boca.
Acérquenme ese vaso. Así, así, muy bien. Pero esa mancha de
sangre sobre el suelo no podrá borrarse. Cristo está disfrazado de
mi madre y copulan sobre el cobertizo. Cristo usa un labial muy
rojo, y muerde el cuello de mi padre. Mi padre le dice: córrete,
María, córrete. Pero no se da cuenta que María ya está más corrida
que mi sangre. Mi sangre llega a las pantimedias de Cristo, y
Cristo comienza a gemir como un desfile de delfines saltando en
la costa. Pero yo le digo a mi sangre, como quien le habla a su mar
pequeñito, la historia debe continuar. Entones los obispos bajan
de sus cruces. Los obispos son totalmente unos huesos, pero
caminan. Una sustancia azulosa y viscosa les escurre por sus bocas.
Es un acto abominable, pero siguen. Hablan con los delfines, y
las ballenas, y las focas, porque todas ellas conocen un mismo
lenguaje. Hablan de un falso profeta. Hablan de mí, claro. Las
estrellas marinas, con la sola voz de los obispos se deshacen. De
lejos se ven como un grupo de esqueletos predicando no sé qué
cosa ante las olas. La muerte reflejada en el espejo cambia de
forma. Ahora es una serpiente en la cuna de Cristo, la serpiente
es roja. Esto se ve muy bien porque está contrastando con la paja,
madre. Y tú que eres María, debes tomar la serpiente entre tus
manos, arrancarle la cabeza con tu boca, escupir la cabeza detrás
de los bueyes, y juntar tus manos blancas como una oración hacia
el cielo. Así Cristo, que secretamente será mi padre, porque el
nacimiento de Cristo Pez fue muy anterior a esto, te verá con una
gracia inaudita por su expresividad tan bien lograda. Así Cristo
dará sus sermones, hará sus milagros, y todo perfecto. Los
evangelios hablarán sobre sus obras, sobre sus gestos, sobre su
vida. Por supuesto, los que escriban los evangelios, no todos, solo
los cuatro más convenientes, no conocerán a Cristo. Esto
envolverá a la historia en un aire de misticismo impresionante.
Lo del tiempo partido será fácil, bueno, nosotros no haremos ya
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gran cosa. Entonces a mi madre le creció una cabeza de caballito
de mar, y empezó a decir el Padre Nuestro, primero en español,
luego en una lengua que no me resultaba conocida. Mi padre
comenzó a reírse por toda la casa, y tuvo la no tan genial idea de
inundarla. Y así lo hizo. Mi padre rompía las cañerías, mientras
mi madre hundía su cabeza marina en el agua del lavabo. En
tanto lo hacía, agitaba sus pies como de una alegría incontenible.
Luego la casa empezó a inundarse y padre dijo: al fin ha llegado
el diluvio. El Cristo de los cuadros de la sala, como una figura en
miniatura, se echó a nadar por las diferentes habitaciones.
Supongo que para su tamaño la casa le debía parecer un mar. Yo,
que para ese entonces ya estaba muerto, sentí el agua entrar por
mi boca y las comisuras de mi ano. Fue como una cópula inaudita
con las olas. Recuerdo a mi madre sentada en una silla de madera,
con su gran cabeza de caballito marino, reconociendo las
transformaciones de su nueva casa. Recuerdo a mi padre. Y no,
esto no es otro de mis sueños. Una música de burbujas me recorría
el espinazo. Y como estaba muerto. Y como no estaba muerto,
decidí hacerme unas agallas en mi cuello con el cuchillo de la
coincidencia. Hecho esto, comencé a respirar con una profundidad
y calma que nunca antes había sentido. Mi padre, no tan calmo
como yo, decía: no, no, el diluvio no es para que te reconcilies
con las aguas, sino para que te mueras. Y como vio que mi madre
también estaba respirando bajo el agua, tomó el cuchillo, por
alguna razón aquí llamado el cuchillo de la coincidencia, y
decapitó a mi madre. Pude ver la cabeza de mi madre flotar en la
sala. Luego mi padre fue por mí, pero yo le dije que no, que la
historia no podía acabar aquí todavía. Así que él se conformó con
clavarme la mano del borreguito a la tina, la cual todavía tenía
profundas manchas de sangre. Luego recordé que mi padre se
moriría si no lo ayudaba, así que tomé el cuchillo de la coincidencia
y, mientras él estaba comiendo la cabeza de caballito de mar de
mi madre, yo le corté el cuello. Siendo éste mi último acto de
ternura a su persona, lo prometo.
Fue mi padre quien con un martillo aplastó mi cráneo. No fue mi
padre quien con un martillo aplastó mi cráneo. Las olas venían y
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se iban, venían y se iban. Trataban de decirnos algo, las ballenas
tenían historias grabadas en las panzas con navajas. Era un acto
maravilloso verlas encallar sobre la arena. Luego los niños iban a
leer esas historias hasta quedarse dormidos, una fogata hecha con
leña seca y escamas de iguanas los calentaba. La historia hablaba
de Cristo. Se trataba básicamente de Cristo como un homínido
marino que había salido de las aguas para traer las nuevas noticias.
Las noticias eran que él era Dios, y que la raza de primates acuáticos
eran sus ángeles. Pero esto no era ninguna novedad, lo que sí
lo era, era que habían decidido salir a evangelizarnos. Porque,
sí, Cristo también había escrito unos evangelios en el agua. Los
evangelios eran llamados Los Evangelios de los Cuatro Tritones.
El nombre se debía a que Cristo se los había dictado a sus cuatro
escribas simultáneamente. Ello debido a que Cristo, en un acto
milagroso, había desarrollado tres bocas más sobre su cuerpo. La
primera estaba en el rostro, claro. La segunda estaba en el pecho.
La tercera estaba en la mano derecha. Y la cuarta boca estaba sobre
su hombro izquierdo. La novedad, entonces era que para facilitar
a los humanos el proceso de evangelización, de ser necesario, se
recurriría a la fuerza bruta. En ese momento de la historia, los
niños no podían evitar sentir una culebra eléctrica que les entraba
por los pantalones. La guerra, de alguna forma, estaba declarada.
Así, salieron los homínidos con armas impresionantes de las
aguas. No misteriosamente se hundieron todas las flotas navales.
No misteriosamente gigantescos tsunamis arrasaron con medio
continente en todos lados. Para ellos éramos una raza violenta
e incivilizada. Luego, el único modo de tratar con nosotros era
de forma violenta e incivilizada. Habían desarrollado habilidades
asombrosas como la invisibilidad, y la desmaterialización de la
materia en agua. Ahí entendimos que de así quererlo, ellos ya
hubieran transformado todo en agua. Pero no fue así, en verdad
pretendían evangelizarnos con la verdadera palabra de Cristo Pez.
Nuestras armas eran inútiles, las balas entraban y salían por sus
cuerpos sin producir ningún estrago. Tenían los ojos grandes.
Grandes como dos esferas de vidrio. Todos ellos eran azules,
y mientras nos mataban decían Padre Nuestro. En realidad,
olvidando que nos profundamente despreciaban, esas criaturas
23
erguidas eran tremendamente hermosas. Al llegar a esa otra
parte, los niños que leían la historia en el vientre de la ballena,
comenzaban, ligeramente, a tener un poco de sueño. Ellos, o más
bien, algunos de ellos, usaban la aleta de la ballena como cobija
y entrecerraban los ojos. No se hicieron esperar los bostezos,
no los repentinos cabezazos, al llegar a la parte en que todos los
hombres debíamos hacerles una majestuosa reverencia. Ya cuando
en la historia, los tritones nos habían aceptado como mascotas,
prácticamente todas las cabezas estaban zurcidas al sueño. Pero en
el vientre de la ballena seguían brillando aquellas letras, con esa
luz tan peculiar que solo ellas conocían. La fogata, ahora reducida
a una minúscula llama que se columpiaba de rama en rama, estaba
a punto de apagarse. Y, padre, puedes creerme. Nada aquí dicho
es parte de mis sueños. En todo caso, nosotros somos una parte
de esos sueños. De esos sueños que ahora mismo están teniendo
aquellos niños en la arena. Por lo que, de cierta forma, tú no eres
Cristo. Y por lo que, de cierta forma, yo no soy María, padre. Es
decir, tú no eres mi hijo. Ni tampoco está mamá crucificada en
el armario. Tan solo somos el sueño de esos niños con sombreros
piratas bajo la luna. ¿No es gracioso cómo van pasando las cosas
desde acá abajo? Pero creo que yo también tengo las letras de
aquellas ballenas en mis dedos. Y quisiera continuar, pero un aire
como de foca muerta me lo impide. Es mi madre, es mi madre.
Ella está tendida sobre el sofá con las piernas abiertas. Ella no está
decapitada. Ella sí está decapitada. Ella no está decapitada, y las
iguanas de la sala no le están mordisqueando las orejas. Luego
las gaviotas circundaron todos nuestros edificios. Los tritones nos
enseñaron su lengua y sus costumbres. Poco a poco desarrollamos
nuestra capacidad para contener la respiración por doce o catorce
horas. Una tela azulada y delgadita comenzó a crecer entre los
ángulos de nuestros dedos. Con ella lográbamos impulsarnos
con tremenda facilidad por las aguas. Un complejo sistema de
comunicaciones sónicas nos alertaban de los maremotos. Las
pigmentaciones de la piel se habían puesto ligeramente diferentes.
Nuestras piernas cobraron una musculatura extraordinaria.
Nuestros ojos se volvieron grandes, mucho más grandes de lo que
creíamos era posible. Finalmente una cola, una cola nos brotó
24
de entre las nalgas. Con ella nos impulsábamos a velocidades
insólitas. Entendimos el lenguaje de las olas, de la arena, de las
piedras. Los tritones nos enseñaron que todas las cosas de la tierra
habían desarrollado su propio lenguaje. He ahí que su literatura
haya sido tan magnánima en tan poco tiempo. Cada sirena vivía
alrededor de cuatrocientos años, tenían una habilidad mental solo
comparada con los grandes genios. Y así lentamente la ballena se
descomponía hasta la mañana. Porque en la mañana, los niños, lo
único que encontraban era un gigantesco esqueleto de pescado.
Tenían que esperar unos dos meses en la costa para que llegara la
otra ballena y terminara de contar su historia. Mientras tanto, los
niños construían casas con la estructura ósea de los cetáceos. Era
un acto maravilloso verlos jugando. Había rubios, negros, blancos,
amarillos, morados, rosas. En fin, de todos tipos. Lo importante
era sobrevivir en esa pequeña tribu junto a los océanos, en lo que
llegaban las nuevas historias.
El séptimo pétalo tenía la forma de un tambor. Esto lo sé porque
la muerte reflejada en el espejo era también uno de esos cadetes
para la guerra. Padre, no, no, todo esto no es otro de mis sueños.
La conquista no se llevó a cabo entre las ruinas de los continentes.
Una corona de fuego para los hombres. Una corona de agua para
los tritones. Un cielo de escamas con ojos de iguanas colgando
del tiempo. Iguanas derretidas. Iguanas crucificadas. Es decir,
obispos crucificados. Al tercer día empezaron a vomitar dinero,
sus bocas eran un manantial siempre vivo de monedas. De este
modo el monte de sus más profundos crucifijos y secretos estaba
cubierto de oro. La montaña resplandecía tremendamente por
la tarde. Padre, no, no, tu cuchillo no es un cuchillo de oro. Y si
lo fuera mi muerte no sería más valiosa. Esto debes entenderlo.
Satanás está en la cochera fornicando con mi madre, mi madre
lleva los dientes de María en la boca. Mi madre lleva la piel de
María sobre las carnes. Mi madre lleva los huesos de María muy
adentro de su cuerpo. Siete ángeles con cerbatanas de colores
miran el acto. Con las cerbatanas cubren la espalda del diablo
con bolitas de papel, y se ríen por la noche. Es el séptimo pétalo
en la mano de Cristo lo que representa el renacimiento de Lázaro.
25
Padre, no, esto no es un giro en mi pequeña historia. La sangre
de mi sexo abierto parece una pintura sobre la tina en blanco
como lienzo. Lázaro ha muerto ya cuatrocientas veces, a él Cristo
le dio una corona de tierra. El bautizo es con agua, y no con
nube. El paraíso es de agua, se le puede ver desde las costas. Los
tritones conocen las estrellas, porque para ellos el agua es una
especie de lente. Gracias a ese lente pueden predecir la cabeza
nebulosa de un caballo a punto de ser destrozada por la muerte.
Los planetas cayeron partidos en dos mitades perfectas al fondo
de un segundo océano. Padre, padre, no me mates. Soy culpable,
yo maté el cuerpo de Cristo. Yo hundí su frente a las aguas quietas
de las cruces. Escuché cada clavo mientras se hundía y desgarraba
las membranas musculares de Cristo. Luego Cristo me confundió
con el diablo y me pidió disculpas. Yo besé a Cristo como jamás
volveré a besar a nadie en esta tierra. Mío es el reino de Cristo,
mías son las marejadas y el revolcadero de olas. Míos los tesoros
ahogados de los grandes navegantes. Mías las costillas de aquel
tritón castigado por hablar con humanos. Entonces, padre, ahora
que yaces amarrado a las bolas de cañón en el fondo de los mares.
Entonces, padre, ahora que el amor es un pececillo mordiendo
tu cuerpo. Entonces, padre, ahora que ves en cámara lenta el
descenso de los barcos heridos en una tormenta. Entonces, padre.
Entonces, padre, deja te digo una última cosa: perdón. Los pétalos
del diablo son la inscripción más antigua en este mundo. La flor
naciente y tierna en la palma de Cristo, es el poema más hermoso
de la vida. He aquí la muerte, te la regalo. Mediste los años a través
de las ballenas que migraban, a través del crecimiento hermoso
de las tortugas. Miraste un coral alzarse como una corona para
el mar entero, presenciaste el hundimiento de todas las estatuas
romanas. Miraste a los profetas renacer y aprender a nadar en
no tan profundos estanques. El grupo de niños de la playa
desarmó el arca divina, los elefantes cayeron e instintivamente ya
nadaban. Moisés, Isaías, Daniel, Noé, Mateo; todos miraban el
atardecer desde una roca. Padre, ahora que estás en el fondo de
los mares, bajo la pena de haberme matado. Padre, ahora que los
cangrejillos son como las ratas marinas y te destrozan las piernas,
debo decirte, debo decirte, debo decirte: perdón. Nunca fui el
26
hijo que deseabas. En mi defensa saltan las aves a los mares y te
pican el cráneo. Pues ya no puedo más. Dejemos que el telón se
caiga, dejemos que el teatro se quede vacío. Satanás ha decidido,
la tierra se viene abajo. Mira, mira cómo El Quijote se desintegra.
Sus palabras más bellas se van deshaciendo. Sus palabras menos
bellas también se van deshaciendo. Las perlas caen de nuevo a las
ostras que abren la boca y exclaman un grito como quien mira a
un hijo que regresa. Dejemos que la sangre se seque, resultó que
los caballos del apocalipsis eran nuestros continentes. Resultó que
los jinetes horrendos éramos nosotros. No padre, no ocultes mi
cuerpo en la repisa. Mamá vuelve del trabajo con dos serpientes
en las bolsas, una nos dirá el verdadero significado de esta historia,
la otra nos cantará una canción para dormirnos. La flor entera
ha quedado revelada. La flor como un truco de magia, donde el
público repentinamente comienza a llorar pétalos. Los pétalos
son el nuevo tapiz del anfiteatro en Francia, en la última fila yace
el cadáver del hijo de Cristo. Lamento haber contado todo esto,
pero los tritones han hecho del mundo un paraíso. La escritura ya
no es necesaria. Las nubes son nuestros nuevos poemas. La vida
en el océano nuestros nuevos ensayos. Los tiburones nos aman,
han crecido a la altura de seiscientas olas. Los tritones han hecho
del mundo un paraíso. Los tritones no han hecho del mundo un
paraíso. Los tritones han hecho del mundo un paraíso, y la tele
trasportación es posible porque prácticamente todo está hecho de
agua. Juan fue un tritón que bautizó al diablo que era mi padre
golpeando a mi madre, que era yo en una tina llena de pétalos.
Mamá, lo mismo te digo: jamás pude ser quien tú esperabas. La
noche estaba enamorada de mi traviesa corona de pelos en la
frente, y yo comencé a gritar los milagros de Cristo por la calle.
Mejor que todo acabe, mejor que los tritones sigan nadando en el
agua de mi palma. Los obispos crucificados comenzaron a nadar,
pero en cuanto sus huesos tocaron el agua quedaron deshechos.
Las pequeñas sirenas jugaban con sus húmeros, y usaban sus
cueros cabelludos como pequeñas peluquitas. No más vómitos
de agujas, mientras un Padre Nuestro azulado y viscoso escurre
por sus bocas clericales. Todo ha terminado, mi madre entra, y
un golpe de bate le pega en la nuca.
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Te perdono, padre. Te perdono, madre. Te perdono, hijo. Te
perdono, Cristo. La muerte seguía rebanando las cabezas de los
delfines que saltaban entre olas. No he seguido rebanando las
cabezas de los delfines que saltaban entre olas. Ahora únicamente
los cuelgo por las colas de todas las estrellas que se ven desde este
lado de la noche. Me gusta el sonido que hacen estas criaturas,
me parece que tratan de decirnos algo. Yo no hablo el lenguaje
de las sirenas. Las mato, sí, pero jamás he entendido lo que
dicen. Cuando los humanos descubrieron a esta raza secreta de
homínidos, yo no sé cuál fue toda la sorpresa. Filósofos largamente
debatiendo con los biólogos, biólogos largamente debatiendo con
poetas, poetas largamente debatiendo con políticos, los cuales
desde el principio ya querían cobrarles impuestos. Ninguna
sorpresa fue llegada a mis oídos cuando me enteré de las nuevas.
El adjetivo “buenas” quedará en el armario todavía por un rato.
Recuerdo que mis amigos los ángeles, durante una partida de
cartas en mi casa, estaban muy entusiasmados con este puente de
razas. Te perdono, padre. Te perdono, madre. Te perdono, hijo.
Lo cierto es que yo por mi parte estaba un tanto preocupado. Los
humanos con sus rápidas enredaderas de egocentrismo, y sus rojas
espinas de vanidad que les brotan de la frente, me tenían un tanto
intranquilo. Predecía entonces un intento de evangelización por
su parte. Nada más terrible se me ocurría, así que por esa tarde,
ya cuando había matado a catorce niñas, a treinta hombres, a dos
mujeres, y cuatro ancianos, decidí ir a la costa. Moisés, Isaías,
Daniel, Noé, Mateo; todos miraban el atardecer desde una roca.
Intenté hablar con ellos, pero sus lenguas habían sido suplantadas
por pedazos de tela. Lo único que pude entender aquella noche,
después de haber matado a cuatro marineros, dos atletas, seis
policías, fue que un colapso ideológico se nos estaba viniendo
encima. Luego fui, ya a la mitad de la noche, a mi casa en la copa
de un árbol. Ahí vi que el ejército había iniciado una guerra contra
los tritones, porque éstos se habían apoderado de las cuencas
petroleras. Yo me reí del absurdo, porque los tritones no usan el
petróleo de ninguna forma. Luego entendí que la evangelización
del siglo XXI había comenzado. Negar culturas, negar culturas.
28
Tiremos los ídolos hechos de arrecife, arranquemos la maldad de
estos seres sub acuáticos. Necesitamos de todo el apoyo del pueblo.
Los terribles tritones han comenzado a tirar los palafitos de los
pueblos costeros. Ellos son los responsables de tantos maremotos,
ellos y no el reacomodamiento de placas. Oh, tierra, jamás te
habías visto cuestionada desde las aguas tan seriamente. Ninguna
sirena malvada volverá a comerse a nuestros hijos. Ningún tritón
volverá a echar abajo nuestras embarcaciones. Guerra, guerra. La
raza humana volverá a ser la copa del árbol. Y sin más aviso,
en realidad sin ningún aviso al adversario, comenzaron a lanzar
balas de cañón a los océanos. Miles de avionetas planeaban las
olas, mientras arrojaban cientos de bombas que destrozaban los
cuerpos de los tritones. Te perdono, padre. Te perdono, madre.
Escuchaba a una velocidad impresionante mientras recorría en
una carroza de huesos las profundidades marinas. Recuerdo que
en el fondo de una casa, en una tina blanca cubierta de pétalos,
había el cuerpo de un hombre viejo que decía: te perdono, hijo.
Yo sin poder ahondar más en el tema, tomaba sus almas como
se toman las perlas de las ostras. Largas horas pasaron de trabajo
extremo, y no pudiendo yo solo con mis inacabables labores,
llamé a mis amigos los ángeles para que me ayudaran. Un cuchillo
completamente negro junto a la bañera. A éstos no los mataron
los hombres, me dije. Mientras los ángeles se llevaban sus cuerpos
a través de las olas.
29
Testamento Terráqueo del Niño
Por aquel tiempo exclamó Jesús, diciendo: Yo te glorifico, Padre mío, Señor
de cielo y tierra, porque has tenido encubiertas estas cosas, a los sabios y
prudentes del siglo y las has revelado a los pequeñuelos.
La Biblia
No, no me sueltes. Mis huesos están hechos de zafiro. No, no me
sueltes. Mis huesos no están hechos de zafiro. He aquí mis ojos.
He aquí mis manos. He aquí mis dedos con las uñas de plata.
Hay un momento en que la gota deja de ser gota y se vuelve
océano. Hay un momento en que la planta deja de ser planta y se
vuelve selva. De ese modo, de ese modo. Deja de tirar mi sangre.
Las hormigas la beben con desprecio. Mis huesos pesan porque
están azules. Los años han desfilado ante mí como unos soldados
de plomo que van a la hoguera. Somos una sola cosa todavía. No,
no me sueltes. En la oscuridad del sueño las perlas se vuelven
lágrimas. En la oscuridad del sueño el brillo de las amatistas se
vuelve una lámpara con la que podemos ver a los mutantes
dormidos todavía. Menos, menos ruido. No hay que despertarlos.
En esa gota de sangre yace mi historia. Está a punto de caer al
suelo. Escucha, escucha. He ahí el terremoto miniatura, la
sacudida terrestre y sagrada, acaso percibida por los grillos
aferrados a los filamentos de una hoja. Pero no, procura no
soltarme. Lento, lento. El descenso debe ser muy lento. Casi tan
lento como la caída de un sueño. Un sueño en el que alguien dice
un poema, tú te levantas a escribir ese poema, pero el poema se
ha ido. En su lugar a quedado un puñadito de briznas en la cama.
Mis huesos están hechos de zafiro. Son azules y ligeros. Tengo
trece años. No tengo trece años. La vida es bella como la planta
que desenrolla su hoja a la hora adecuada. Fracaso, fracaso. Esa es
la palabra a la que tanto temen, pero la palabra no es un ratoncillo.
La palabra Fracaso es una ardilla con las garras de las patas
pintadas de verde. Hoy es martes, mañana jueves, ayer mañana.
No, procura no soltarme. La cuerda está muy tensa, siento sus
tendones como una red que carga a un niño que tiene los huesos
de zafiro. Decía, hay un momento en que el grano de arena deja
31
de ser arena y se vuelve desierto. Decía, hay un momento en que
el minuto deja de ser minuto y se vuelve una hora. Decía, no
decía. La vida pasa ante mí con una sonrisa de ángel en cueva. Ha
de saberse que todo mutante primero fue un ángel. Las alas se las
cortaron con navajas de jade. Hay un cementerio para esas alas.
Todavía se agitan las muy locas, pese a todo el peso de la tierra,
todavía se agitan las muy locas. Ahora, ahora. Es buen momento.
Corta la cuerda, sí, sí. Corta la cuerda. Fracaso es la palabra por
la que tan poco se escribe, se sueña, se pinta, se vive. Pero bien
vista la palabra no es tan mala. Te digo que es una ardilla. Te digo
que no es una ardilla. Te digo que es una especie de ave con los
ojos azules. Te digo que bien vista no es tan mala. Estamos en
febrero, pero en unos segundos será diciembre. No, no es una
mariposa la atorada en los cabellos de esa chica. Escucha, escucha.
Mi sangre se derrama sobre el piso como un pequeño tsunami,
vida hay en las costas que deshace. Las hormigas andan por la
frente de los niños mutantes. Ellos también conocen la palabra
Fracaso, pero no le temen. Muchos los llamaron el fracaso del
siglo. No, no al principio, obviamente. Sí, sí al principio, ¿qué ya
no lo recuerdas? Bueno, bueno, tú concéntrate en bajar la cuerda.
Hoy es martes y mañana será domingo, tendremos que ir con la
abuela que seguramente está colgada de los tendederos con dos
pinzas plásticas, porque sí, sí, a alguien se le ocurrió mojarla para
ver si crecía. Pero calma, el Fracaso es una palabra muy bonita.
Mira: yo fracaso, tú fracasas, él-ella fracasa, nosotros fracasamos.
Pero el viento sigue pronunciando los nombres de los ángeles
caídos. Los ángeles eran los más bellos, tenían los ojos en blanco
para que luego los científicos bajaran a los sótanos y se los pintaran
con sus delicados pinceles de un tenue ondeante color azulado.
La humanidad fracasa, la tierra fracasa. Pero yo no creo que el
fracaso sea tan malo, y es por eso, y es por eso, que ahora bajo.
Tranquilo, tranquilo, la historia va comenzando. Tú sigue viendo
mi sangre cómo se balancea de un lado a otro en ese frasco.
Contempla, contempla. Mira su redondez exacta, su brillo de
joya sagrada y deshecha. No, no te sueltes. La cuerda está hecha
con los cabellos de mi hermana, por lo que presiento que
aguantará bastante bien nuestro descenso. Ocho ángeles yacen
32
allá abajo. ¿Cuántos de ellos aún son niños? Tres, me parece. Seis,
me parece. Es verdad, sus ojos son rojos como joyas. Están
dormidos, menos ruido. Calma, calma. La soga se rompe. ¿Qué
día es hoy, me dijiste? Martes, martes. Bien, sabes el plan. Mañana
será sábado y tendremos que lavar la escuela. Quemaste la
bandera, y casi te expulsan. Fue lindo mirar la bandera mientras
se quemaba, ondeaba como la piel de un demonio rayoneada por
niños. ¿Pero por qué te disfrazaste de chica? ¿Pero por qué no te
disfrazaste de chica? El profesor me obliga, eso es todo. Eran
ángeles. No, no, aún son ángeles. Pero el cementerio de alas,
bueno eso es otra cosa. Fracaso la vida, fracaso los sueños, fracaso
la muerte. No me gusta esa palabra. Sí me gusta esa palabra.
Es un ángel, también esta palabra es como un ángel. Una gota de
sangre más se va cayendo. No, no las derrames. Son las lágrimas
del cuerpo, y de esas lágrimas se alimentan los mutantes. Fracaso
fueron los mutantes. Todo parecía tan claro esta mañana, la luna
flotaba en el florero de la mesa. Los peces alrededor de ella la iban
mordisqueando. Todo parecía tan claro, pero date prisa. Mañana
a las tres en punto será noviembre. Pasado mañana a las cuatro y
media será enero, ya nos veo celebrando con flores en los ojos, ya
me veo celebrando con el polvo de los gises que ha formado una
nube. Esa nube va escribiendo las lecciones del día sobre el cielo.
Como ahora son las cuatro, la nube escribió algo sobre los
beneficios de no mirar la luna. Después serán las tres, y la nube
escribirá algo sobre lavarse las manos. No, te digo que no son
mariposas. No, me digo que no son mariposas. Y los murciélagos
hacen un torbellino entorno a mi cuerpo. Son tres, o cuatro, o
dos, los que se aferran a mis tobillos y beben mi sangre. Debiste
traer mezclilla, debiste traer mezclilla. Y un mutante pasa
corriendo por debajo de mí. El cementerio de alas se vislumbra a
lo lejos. No, no son azules ya sus ojos. ¿Era un niño? ¿Era un
niño? Pero la cuerda repentinamente se rompe. Una larga playa
de velas prendidas alumbra mi sueño. No, maestro, no es un
sueño. He aquí mi tobillo, he aquí las mordeduras. Mire mi
sombra, ha quedado partida en dos mitades a causa de una
estalactita que la ha cortado. Vea mi sombra como la lengua de
una serpiente que se agita en el viento. No, maestro, no quiero
33
ese rímel en mi rostro. Ya son las cuatro y debo marcharme a la
casa. Claro, al principio sí eran ángeles. ¿Pero la humanidad no
fue eso en un inicio? ¿Acaso no construimos nuestro propio
cementerio de alas? No, maestro, quite sus manos de esa parte de
mi cuerpo. No fui yo solo. Sí fui yo solo. No fui yo solo, éramos
una docena de niños cuando menos. Todos llevamos frasquitos
de sangre. Y mi sangre era color amatista. Bajen, bajen esa cuerda,
les digo. Pero los muy tontos tiraban mi sangre en el suelo. El
hoyo en la tierra ahí estaba. Eran hoyos circulares y hondos los
que ahí estaban. No, maestro, hoy no es martes, y no debo de
usar aquel vestidito como castigo. Le digo que hoy no es martes,
y le digo que aquel hoyo no lo hicimos nosotros. Pues así ya
estaba, le digo, le digo. Maestro, la nube de gis en el cielo no
escribe mi nombre. Yo mismo rehúso mi nombre. No lo quiero,
no lo quiero. O en todo caso que mi nombre sea Fracaso. Sí, sí.
Fracaso debería de ser mi nombre. Ocho ángeles no son nada
para mi descubrimiento. Ocho ángeles cantando alrededor de mi
tumba, no son nada para mi descubrimiento. Luego el chorrito
de sangre caliente cayó en la frente de un mutante que estaba
dormido. Los hombres le llamaron ángel, pero algo salió mal. Eso
todos lo sabemos. Los misterios de la carne siguen siendo misterios
de la carne. Algo, algo. No tan visible, es cierto. Uno de ellos,
maestro, uno de ellos, con sus batas blancas, como los nuevos
sacerdotes de este siglo. Uno de ellos, me lo dijo en sueño, me lo
dijo en sueño: esta tierra será el paraíso. Primero ángeles, luego
ángeles, deberán poblarla. No más mortales con sus ojos negros,
y las mandíbulas rompibles al contacto. No más hombres, eso ha
terminado, mi niño. Eso ha terminado, y una corona con espinas
de oro se puso en la frente. La tierra será el paraíso que el cosmos
merece. Pero nada, maestro. Pero nada. Los misterios de la sangre
siguen siendo los misterios de la sangre. No era tan claro como les
parecía. Y los ángeles, ay, ay. Los hoyos ya estaban hechos, y, uno
a uno, los fueron arrojando. Un corte de espada caía en sus
columnas para arrancarles el vuelo. Y así fue hecho. Maestro,
puede creerme. Fracaso será mi verdadero nombre. No, ese labial
rojo en mis labios ya no es necesario. Nunca más quemaré mi
bandera. Pero es que si las banderas se agitan demasiado rápido
34
entonces se encienden. Pues bien, eso yo no lo sabía. Pero no,
pero no, ese beso en mis labios no me corresponde. Retire su
barba, me pica. Siento cada vello como una aguja perforando mi
espalda. Por eso es que bajé, por eso es que descendí a las entrañas
del mundo. Su boca era un manantial de aguas claras, su garganta
un túnel ríspido de joyas, su esófago un acantilado de alas blancas,
y su estómago un entramado complejo de joyas. Ocho ángeles he
visto, ya sin alas, por supuesto. Los misterios de la sangre siguen
siendo misterios de la sangre. Maestro, los mutantes se alimentan
de esos misterios. Por suerte he bajado solo. Por suerte no he
bajado solo. Por suerte doce niños me ataron a una cuerda. Iba yo
atado de piernas y brazos, una gota de sangre por mi nariz escurría.
No me quieren mis amigos, algo encuentran de terrible que no
veo. Pero no los culpo, mi nombre es Fracaso. Y fracaso respiro,
y fracaso como, y fracaso bebo. No los culpo, no los culpo. Mis
huesos están hechos de zafiro, azul zafiro, tremendamente azul
zafiro. Y no los culpo. Yo también soy un ángel, imparto clases de
español a estos muchachos. Heme aquí que me dicen maestro.
Heme aquí que los beso y los visto de chicas. Mis alas cayeron a
las fauces del tiempo. Pero hoy es martes, y una gota de sangre, y
una gota de sangre yacerá rebosante en el centro de mi plato. No,
maestro, le digo que usted no es un mutante. Le digo que no es
mi intención el que me bese con mi historia. Mis huesos están
hechos de zafiro, y como todos los lunes los siento más pesados.
Una falda de seda azulada se me desliza en las piernas, mi pene se
alcanza a ver como un pequeño bulto en esas telas. Pero nada
importa, yo soy el niño fracaso. Acaban de dar las tres, pero en
siete minutos serán las ocho. Te digo, hay un momento en que las
horas dejan de ser horas y se vuelven días. Y un momento en que
los días dejan de ser días y se vuelven meses. No, maestro, no más
besos en mis piernas. Le digo que no he bajado a un túnel, le digo
que no he visto a ocho ángeles sin alas danzando en un edén
subterráneo. Le digo que los misterios de la carne ya no son los
misterios de la carne, sino un poema cuyas letras han sido
recortadas y alineadas afanosamente. Le digo que solo hay una
forma de arreglar aquel texto, y que Fracaso no es el apellido
secreto de todos los hombres. Le digo que me gusta que me bese,
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que lo siga haciendo pero con más arrebato. Los días se van
pegando como en un disturbio, llevan los hombros amarrados
con cintas. Los días usan un cráneo luminoso para no dejar salir
sus ideas que son las nubes. Pero las nubes traspasan la barrera
cálcica, y dejan un collage de pensamiento sobre el mundo.
Maestro, quien mira fijamente el cielo se entera de lo que piensa
el día de las olas, el día de los montes, el día de los sueños. No, no
intente callarme. Lo que le digo es algo importante. La historia va
comenzando. Calma, calma. Luego la soga hecha con las pestañas
de todos mis ancestros se iba rompiendo. Y yo caía y caía y caía.
Tierra más tierra congregada. Algún topo brotó de la nada y
mordió mis zapatos, como creyendo que mordía a un insecto. Yo
le di una patada a ese topo, porque uno de sus dientes había
traspasado las carnes de mi dedo gordo. Maestro, maestro, fue
entonces que pude ver que mis huesos estaban hechos de zafiro.
Y no mentía, y no miento: un azul deslumbrante salía de entre las
telas de mi ya roto calzado. Y no mentía, y no miento: vi a tres
mutantes con los ojos enormes jugando atrapadas. Yo entonces
cubrí el azul deslumbrante que salía de mi dedo gordo como una
cascada. Pero no, pero no, aquel azul en mi zapato ya me había
delatado. No, amigos, dejen de pegarme. Mi padre no es mi
maestro. Y este vestido en mi cuerpo es solo una coincidencia.
No, no. Dejen de rasgarme ya la falda. La historia que les doy a
cambio es verdadera. No, el maestro no es mi novio. Y no, nada
de lo que les cuento es solo un sueño. Esto yo lo he visto. He aquí
mi sombra dividida. He aquí el hueso de mi dedo gordo. No, yo
no soy un mutante que ha salido de aquel hoyo. No me he comido
a su amigo, ni a su maestro que ahora yace destrozado en la
banqueta. Los misterios de la carne siguen siendo los misterios de
la carne. Pero ya, les decía: siempre hay un momento donde la
gota de agua deja de ser gota de agua y se vuelve mar, y donde el
grano de arena deja de ser un grano de arena y se vuelve desierto.
Escuchen, escuchen: las nubes le están diciendo algo a los montes.
Hoy es miércoles y ayer fue jueves. Siempre hay un momento,
estudiantes, en que el hombre deja de ser hombre y se vuelve
tribu, o sociedad, o nación, o continente. Y en este caso,
muchachos, todo ha fracasado. Conviene abandonar toda
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esperanza. Los sacerdotes del siglo nos han dejado a la mitad del
miedo. Y por eso comenzamos a lanzar a los mutantes a las cuevas.
Ellos se alimentaban de carne, como nosotros, pero eran diferentes.
Terriblemente diferentes, se me ocurre. Pero esta clase, muchachos,
terminaré de escribirla en el cielo.
En el principio fueron los leprosos. Después fueron los mutantes.
La humanidad oculta en la tierra todo aquello que abomina. Solo
las semillas, con sus báculos verdes que vencen el peso, logran ser
queridas. Pero ni siquiera ellas, pero ni siquiera ellas. Y es que
los deformes tenían la boca en el sitio equivocado. Tenían las
manos en desproporción al resto de su cuerpo. Las piernas eran
largas, y las extremidades delanteras eran cortas. Los ojos, desde
el principio planeados para ser azules, se pusieron rojos. Las alas
eran negras, la nariz reducida, las uñas largas. Nuestros ángeles
terminaron por ser nuestros demonios. Una vez abajo, una vez
abajo, ninguno pudo adaptarse a las pesadas tierras. Tiramos
cientos de velas encendidas a los hoyos donde fueron arrojados.
Todos los ángeles que brotaron del ombligo de la ciencia, fueron
un fracaso. No, no, ya basta. Deje en paz esa palabra. Mañana
fui a las grutas del pueblo, bajé por una cuerda hecha con las
sábanas de mi cuarto. Y sí, y sí, vi a nueve de esos ángeles feos.
Jugaron conmigo y no me parecieron tan malos. Tenía yo una
cortada en el dedo gordo, y ellos la sanaron. Son tremendamente
inteligentes. Navegan en los huecos terrenos, sus carrozas están
hechas de piedras preciosas. Topos del tamaño de un caballo
las arrastran. Esos topos son los delfines de los tritones. Llevan
las garras pintadas de azul. Fue acaso eso lo que los motivó a
ayudarme. O acaso su temperamento amable y cuidadoso. Torres
de huesos de murciélagos sostienen su mundo. Hablan todas las
lenguas de los gusanos, de los topos, y de las piedras. No tienen sol
y tampoco ven las estrellas. Pero sí tienen constelaciones, éstas son
las esmeraldas en el techo de sus cuevas. Una de sus constelaciones
tiene la forma de un insecto con las alas abiertas. El tiempo no
existe debajo de la tierra, pero eso ya lo saben. No, maestro, deje
de tocar mis prendas. La historia termina con un muchacho que
lleva un letrero de madera que dice en letras grandes Fracasado.
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Ese muchacho es más bien un niño, el niño pesa unos cuarenta
kilos y asegura dos cosas: las nubes están hechas del polvo que
hacen los gises, y que sus huesos están hechos de amatista. El color
de la amatista me recuerda mi infancia. Mi madre dijo en broma
que la amatista era la piedra preciosa que ama. Yo deduje que el
zafiro era la piedra preciosa que zafa. Obviamente la frase de mi
madre es más hermosa que la mía, pero poco importa para el caso.
Maestro, maestro, deje de besar mi nuca con su lengua. La historia
todavía no ha acabado, y no creo que acabe si sigue rozando mi
ano. He olvidado decirle que los topos gigantes tenían grabados
en sus dientes, creo que esos grabados representan sus poemas.
Se alumbran de la misma forma que en la tierra, básicamente
con fósforo. No son una civilización muy avanzada. Sí son una
civilización muy avanzada. No son una civilización avanzada, y sus
cascos están hechos con pedazos de cráneos de nuestros muertos.
No, no, para ellos no es un sacrilegio. La lava que corre como
las venas secretas del mundo, les inspiran un profundo miedo.
Hablan poco, pese a todo, hablan poco. Fracaso es una palabra
que no entienden. Frasco, acaso, asco, sí. Pero Fracaso no. En
realidad no son una civilización muy avanzada. En realidad sí son
una civilización muy avanzada. Llevan cascos de amatista, y unos
guantes blancos. No son ángeles, pero se comportan como ellos.
Mejor que ellos, acaso. Tiene un mundo más bello que el nuestro.
Han dominado al petróleo, pero no han dejado que el petróleo
los domine a ellos. Son tremendamente sabios. Su astrología se
basa en las estrellas del cielo. Disimuladamente salen en largas
canoas por las corrientes magmáticas a la superficie. Una vez en
las bocas de los volcanes más altos y fuertes del mundo, lanzan
intensas fumarolas para no ser vistos. Esperan pacientemente a
la noche y contemplan el cielo estrellado. Luego regresan a las
profundidades y recrean lo que sus grandes ojos vieron allá arriba,
valiéndose, claro, de los rubíes, de las gemas, de los zafiros, para
ello. Sus ciclos de vida son muy largos. Es verdad, es verdad, han
perdido sus alas. Pero trabajan en sus laboratorios para escapar de
esos lugares. No pretenden regresar a la tierra que los sepultó con
vida. No odian, pero tampoco quieren saber nada de nosotros.
Recuerdan a los sacerdotes del siglo, como sus creadores, mas no
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como sus padres. Ya han salvado a la tierra de cincuenta grandes
terremotos, de noventa y nueve sismos menores, de quince
erupciones, y de cuatro bombas atómicas que secretamente
habían estallado. Nada nos cobran, nada nos cobran. Pero vamos,
amigos, tengan más cuidado con esos frascos. El rumor es claro:
un poco de sangre es un símbolo de profundo respeto. Vamos,
amigos, suelten la cuerda poco a poco. Y no, dejen de hacer ya
tanto ruido. Los sueños no pasan en vano. Hace un tiempo, por
ejemplo, tuve uno, recuerdan, en el que todo lo que hacemos,
hasta el más mínimo movimiento, va a parar a un gran libro
invisible. Me estuve preguntando durante los últimos cuatro
años: quién leería ese libro. Luego entendí que los libros no han
sido escritos para leerse, sino que son escritos para vivirse. De ahí
que mis huesos estén hechos de zafiro. Sí, sí, todos mis huesos.
Hasta mi cráneo es azul zafiro. Hasta mi pelvis es azul zafiro.
Pero esto no me hace más pesado, sino más ligero. Por eso he
decidido bajar, amigos. Miren, miren, mi lámpara está a punto
de quedarse ciega. Hemos bajado ya unos quince kilómetros. Fue
una fortuna encontrar este hoyo. Hoy que es jueves y no mañana,
martes, porque los sábados hay toque de queda. Y hay toque de
queda porque todas las naciones se están peleando. Nosotros ya
tampoco vemos las estrellas, maestro. Las nubes negras lo han
borrado todo. Las nubes negras deben ser los pensamientos
suicidas del día. Nunca veremos al día como un mago que al
cerrar los ojos saca estrellas de su boca. Nunca ya veremos al día
como una serpiente colorida que deja su piel vieja entre las rocas
del tiempo. Nunca veremos nuestro horóscopo de nuevo como
un presagio celeste de nuestra vida terrena. Ni tampoco veremos
a los largos cometas como un lejano recuerdo del cielo. No, maestro, deje de taparme la boca con aquella tela. Deje de
morder mi nuca, como si esperara que de mi cráneo saliera una
nube. No, yo no soy el día. Escuche, escuche, la historia trata
de los hombres, no de los deformes genéticos del nuevo siglo.
No, no, amigo, nosotros, los intraterrestres, no somos los hijos
del Fracaso de su tiempo. Pero ya, ven aquí. Te has lastimado,
permite que te cure. La baba de lagarto es muy buena para estas
heridas. Y sí, sí, también hay lagartos de este lado del suelo. ¿Sabes
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que para nosotros su asfalto es también como un pequeño cielo?
La muerte casi no nos visita por acá abajo. El asunto es que al ser
la tierra casi redonda, no hay abajo, ni arriba, ni un lado, ni al
otro. Y no, claro, no nos conocen. El punto es que la tierra es tan
profunda como el mar. Más aun, al fondo del mar siempre hay
un poco de tierra. Tenemos una larga vida desde acá en la tierra.
Tenemos parajes mil veces más bellos que allá arriba. Pero no, no
nos metemos con ustedes. Hemos visto su civilización alzarse y
derrumbarse como una ola. Nada tenemos en contra de ustedes,
pero queremos seguir acá abajo.
Tengo trece años. Curioso, curioso, yo tengo cuatrocientos
trece. Él es mi hermano. Sí, ha muerto mientras bajamos. Sus
huesos están hechos de zafiro y se llama. Espera, qué haces. Lo
revivo. No, no, maestro, esto no es otro de mis sueños. Esto pasó
ayer, cinco minutos antes de volverse mañana. Que no, no es
una broma. El cráneo de mi hermano se rompió en dos mitades
exactas. Un líquido escurrió por el suelo, lo tomé entre mis manos
y lo bendije. Era su imaginación, se lo digo. Llega un momento
donde la letra deja de ser letra y se vuelve palabra, y en donde
la palabra deja de ser palabra y se vuelve paloma. No, niño, la
metáfora correcta es que la palabra se vuelve una frase. Me decía
mientras yo hacía bolita la tela que antes estaba en mi boca, y la
ocultaba en mis bolsos. Pero luego la imaginación de mi hermano
muerto se volvió una con la estalactita. La estalactita se puso
toda de colores, mientras seguía con su lento crecimiento. Luego
llegaron los intraterrestres. Eran seres en verdad hermosos. Sus
ojos, pese a todo, sí eran azules. Medían lo mismo que dos pisos.
Hablaban con una suavidad insospechable. Llevaba una cortada
yo en el pie derecho, ellos me curaron con un solo movimiento
de su mano. Luego, en un solo segundo, habían transformado su
titánica figura por una más parecida a la de nosotros. Mi hermano
estaba vivo, y ellos comenzaron a decirnos poemas que de tan
bellos nos hicieron llorar como nunca antes. Nos contaron que
durante años la única forma de enfrentarse a la oscuridad, había
sido emitiendo ondas de sonido con sus bocas. Es decir, que las
palabras habían sido sus pequeñas lámparas. De ese modo fue
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como no tardaron en entender que todas las cosas en aquellas
grutas tenían un lenguaje, y que con el lenguaje se podían curar
las heridas del cuerpo. No, maestro, esto no es una broma. Sí,
maestro, sí limpiaré la pizarra.
Hay un momento en el que la paloma deja de ser paloma y se
vuelve parvada. Hoy es martes, mañana será marzo, pasado
cuarenta. Hay un momento en que la espiga deja de ser espiga y
se vuelve cultivo. Hoy es jueves, mañana cuatro, pasado ayer. Mis
huesos están hechos de rubíes, digo, de zafiro. Los años pasan
desfilando. He dicho que son como soldados. El primero tiene el
traje de una carta de póker. Maestro, más despacio, baje más
despacio. Estudiante, más despacio, baje más despacio. Las perlas
al fondo del mar, las gemas al fondo del mundo. Dinosaurios en
el fondo. Dientes de sable en el fondo. Dios dormido en el fondo,
bajo esas sábanas geológicas. Más lento, más lento. Hay un
momento en que la cuerda deja de ser cuerda y se vuelve arpa.
No, no, tenga usted más cuidado con la sangre. Sí, sí, sujete bien
esta cuerda que estamos solos. Mamá debe estar preocupada por
la hora. Tu mamá debe estar preocupada por la hora. No, maestro,
no quiero ponerme ese vestido. Le digo que vamos bajando, que
lentamente vamos bajando. No temeremos a las rompientes de
piedra. No temeremos a los fuegos del infierno tras mi espalda.
Otro de mis años estaba vestido de negro, pero tenía la cabeza de
un dado. Es duro vencer a la muerte. Fracaso, fracaso. La palabra
estira sus articulaciones por toda la hoja, no sé si bosteza o quiere
alcanzarme la cara con sus uñas. Bueno, bueno, al final no hubo
contexto. Bueno, bueno, al final sí hubo contexto. ¿Cuál es el
contexto de su historia, querido maestro? La guerra nuclear. Tras
la guerra nuclear los mineros se volvieron ángeles. Brevemente
circundaron el cielo con sus largas alas. Iban volando bellamente
con sus picos, con sus overoles, con sus cascos. Llevaban cientos
de pepitas de oro en las bolsas, y las dejaban caer
despreocupadamente entre las nubes. Los mineros se volvieron
ángeles, pero no por mucho, pero no por mucho. Los hombres se
levantaron nuevamente. Miles de misiles persiguieron su vuelo.
Entonces ellos se refugiaron en las cuevas. Debe mencionarse que
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al principio todos los ángeles dieron batalla, golpeaban los misiles,
y las bombas, y las balas, con sus picos. A veces una legión fabulosa
de ellos contraatacaba a un aeroplano. Y los aeroplanos caían en
curvas centrífugas hasta las olas. Cuando los pilotos escapaban de
su vuelo, a través de un paracaídas pintado de nubes, los ángeles
mineros sujetaban sus piernas, brazos y cabeza, para después
desmembrarlo en el centro del cielo. Pero los misiles eran muchos,
demasiados. Así que los ángeles tuvieron que hundirse en las
tierras. Sus antiguas minas se volvieron refugio. Cavaron cada día
más profundo, cada día más profundo. Maestro, puede creerme,
esto no lo he visto en sueño. En ese bálsamo psíquico llamado
sueño. Luego las personas del metro, que a las alturas de estos
años, ya era una ciudad subterránea. Sí, sí, con transporte, con
comida, con hospedaje. Una ciudad donde los ricos
sepultaban a los pobres. Por ese motivo los ricos veían en los
vagones largas tumbas, y en los transeúntes bellos cadáveres. Un
cementerio era para ellos el metro. Un cementerio de mutantes
feos. Pero ellos también se volvieron ángeles. Y como había niños,
pues ellos se volvieron ángeles niños. Tras las guerras nucleares,
tras las guerras nucleares, hubo una época de ensueño. Miraba los
ángeles sobre los techos, sobre los montes, sobre los valles.
Prontamente desarrollaron un propio lenguaje. Hablaban con las
nubes, con las aves, con los vientos. Sus sueños al entre abrir los
ojos, era el rocío de nuestras plantas muy temprano. Pero el
hombre no toleró ese momento, ese momento del que tanto te
hablo. El hombre estaba bien sujeto a su trono de carne, con su
corona de pelos, y su cetro de hueso. No, no, el hombre no quería
no ser el príncipe del cosmos. Y comenzaron los misiles.
Explosiones en el cielo. Bombas de aire contra las nubes. Meses y
meses pasaron, las tripas de los ángeles seguían cayendo a los
patios de las casas. Las familias pobres que sobrevivieron las
asaban para comerlas por las tardes. Y así fue, maestro. Y así fue,
maestro. No fueron los sacerdotes del siglo, con sus batas blancas,
como alas de ángel que no vuelan; con sus estetoscopios, con sus
libros, con sus lentes. Ellos no crearon a los deformes. Ellos sí
crearon a los deformes. Ellos no crearon a los deformes. Ellos sí
crearon a los deformes, y los misterios de la carne se volvieron los
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misterios de la mente. Más altos los hombres, más fuertes los
hombres, más listos los hombres. Más máquina, más máquina,
más máquina, más máquina, más máquina, más máquina, más
máquina, o ángel. El hombre se volvió una cuerda tendida entre
lo mecánico y lo divino. Entonces los científicos decidieron
repoblar la tierra. Pero los misterios, pero los misterios. He ahí
que nuestra corona de pelos no fue suficiente. Las puertas secretas
de la sangre siguieron cerradas. Algo salió mal, algo salió mal.
Luego las bocas dejaron de decir ángel, y dijeron bestia. Luego los
ojos dejaron de ver cielo, y vieron tierra. Luego las mentes dejaron
de ver esperanza, y vieron olvido. Fracaso es el nombre secreto del
hombre. No fueron muchos, pero fueron. Luego empezaron a
tirar los deformes por los riscos. Ningún beso para ellos, ninguna
caricia para ellos. Así los mutantes usaron sus particulares cuerpos
para cavar en la tierra. Sus largas uñas fueron sus palas. Sus
grandes ojos sus linternas. Sus fuertes brazos su lenguaje. Y su
lenguaje se componía de una sola palabra para ese entonces:
sobrevivencia. Así lo pensaron, y así lo hicieron. Maestro, vamos,
escuche. No, no quiero ese listón rojo en mi cabello. No quiero
su sangre celeste en mi espalda. La dureza de su pene me borra la
historia, la dureza de su pene es como una rama sobre el castillo
de arena recién hecho. No, no, deje de decirme que es un sueño.
Deje de besar mis piernas blancas, tiemblo de miedo, no de gozo.
La historia todavía no se acaba. No le he hablado de la conquista.
No le he dicho quién es que hace la conquista. Atención, amigos,
conciudadanos, ángeles, las negociaciones hostiles han comenzado.
Debemos tomar una decisión a la mayor prontitud posible. Nos
han declarado la guerra, nos han declarado la guerra. Estamos
listos para responder: somos muchos y somos fuertes. Salgamos,
salgamos. Fracaso fue el nombre con el que nos recibieron al
mundo. Y Fracaso será el nombre que les devolvamos.
Compañeros, ataquemos. La noche en la que hemos vivido será
nuestra arma. La luna velará nuestros combates y triunfos. Un
laurel serán las estrellas a nuestras victorias. Hemos perdido las
alas, mas no el espíritu. Hemos perdido la luz de los soles, mas no
la fuerza. Hemos perdido la dicha de la vida, mas no la vida.
Luego los ángeles salieron apenas el ocaso había sellado su carta
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nocturna con los últimos resplandores. Iban montados en topos
gigantes, las puntas de sus lanzas eran rubíes tremendamente
afilados. Sus cascos eran amatistas pulidas que resistían el choque
de las balas. Medían cuatro veces nuestra altura. Y al ver el tamaño
de sus músculos, el mundo entendió de pronto por qué habían
sido sepultados. Por escudos llevaban rocas, por antorchas su
mirada. El ataque humano había comenzado en el día. Bombas
de gas azules descendían por las grutas, luego estallaban. Murieron
muchos de los ángeles. Pero ellos estaban debajo de nosotros. No,
profesor, no es esto una broma. Lo de la bandera fue mi
circunstancia. Supongo no debo usar este vestido todo el día. No
me gusta que sus dientes se incrusten en mi oreja. Las gotitas de
sangre que van cayendo son sagradas. Imagino que cada gotita es
una estrella. Leo mi astrología sobre el suelo, mi constelación es
un cangrejito de sangre que baila en la nada. Su vaticinio es claro:
deja de contar tu historia. Nadie acabara leyéndola, lo sabes, lo
sabes. Me decía el cangrejito mientras sujetaba al niño por las
manos, y lentamente metía mi pene por su ano. Su ano, su ano,
libre de mácula y protesta. En todo caso su ano de niño, era la
única cueva que yo imaginaba. Historia tras historia me contaba
mi estudiante, mientras yo condecoraba su lindura con mi cetro
de carne. Él había quemado la bandera, yo sus prendas. Me puse
a ondearlas por toda la sala. Una espátula de cocina fue el mástil
de mi nueva patria. Y mi nuevo himno fue su garganta toda llena
de perlas. Pero él me seguía contando. Pero yo le seguía contando.
Maestro, maestro, escuche: solo pido un poco de tregua. La
historia no está escrita en mi libreta, usted es el primero que la
escucha. Solo déjeme un momento, tan solo eso pido. Un
momento, un momento. Le decía. Hoy es lunes y yo sé que todos
los lunes están cosidos a los jueves, así como sé que todos los
jueves están cosidos a los martes, y que los martes están cosidos a
los domingos. Los domingos, los domingos, que ondean como
una bandera hecha de minutos sobre un planeta lejano. Los
domingos donde los niños salen a correr y a cazar segundos como
insectos. Ay, ay, los ángeles. Todavía los recuerdo. En medio de la
sangre, en medio de la risa de estar comiendo y que de pronto te
caiga una cabeza de topo gigante a la mitad de la mesa. En medio
44
de las tripas de mutante alrededor de mi cuello, en medio de la
broma nacional que son los países: una luz. Una luz brotando del
dedo gordo de un niño que se había caído a una de las fosas. El
niño era yo. Decía que sus años marchaban como soldados de
plomo hacia la hoguera. El niño no era yo, pero así hubiera sido.
De no ser, de no ser. Bueno, el caso es que una luz azul como
cascada le brotaba del zapato a aquel muchacho. Los topos
comenzaron a recitar algo que a simple vista parecía un poema. Y
los deformes lo protegieron de las bombas que seguían cayendo,
indistintamente sobre los pobres que sobre los deformes, porque
para las personas que hacen la guerra ambas especies son, al fin y
al cabo, la misma. Luego el niño se cosió unas alas de ángel a la
espalda. Y aunque las alas estaban un poco carcomidas por los
años, las alas volaban. Teniendo esto por ejemplo, todos los
mutantes comenzaron a coserse alas en la espalda. También a los
topos les cosieron alas de ángel en la espalda. Y así la batalla
terrestre se volvió de pronto a los cielos. Y ya cuando todos los
tanques habían apuntado su tiro a las nubes, los mutantes
comenzaron un sismo que hundió todas las armas en largos
despeñaderos. Luego los murciélagos de las cuevas más grandes,
esos que medían lo mismo que un auto, comenzaron a salir y a
comerse a los soldados. Los soldados estaban todos enloquecidos,
lo mismo era para ellos matar a un hombre armado que a un niño
apuntándole a un círculo en el suelo con un trompo. Los soldados
habían perdido los cabales. Así que en un arranque de ira
empezaron a matar a sus caballos con sus lanzas. Fue así como los
caballos decidieron unirse a las tropas intraterrestres. Los niños
cuyos huesos estaban hechos de zafiro, estaban empeñados en
coser alas a esos caballos, y a esos topos, y a esos deformes en cuya
pupila se reflejaba un misil cayendo. Muchacho, ya cállate por un
momento. No ves que los otros maestros podrían encontrarnos.
Deja ya de hablar tonterías, los muebles en esta sala se van
volviendo más pequeños. Si, las paredes se están achicando, la
pizarra ya tiene la forma de un borrador, y el borrador tiene la
forma de un gis cortado. Ya calla, te conviene. Pronto nos aplastará
este silencio, y el letrero de Fracasado me lo colgarán a mí a la
mitad del mundo. Nunca bajaste solo a esa gruta, nunca la
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oscuridad total de las cuevas te dejaron quieto. Termina ya tu
historia, que a nadie le importa. Fracaso, Fracaso, termina ya tu
historia. Hoy es jueves, mañana viernes, pasado sábado. No
puedes escapar de esta escuela que se llama mundo. Deja que te
enseñe el verdadero arte de contar un cuento. He ganado muchos
premios haciendo esto. Fracaso no es mi secreto apellido. Soy la
cumbre de esta tierra, las madres quieren hijos que de grandes
sean como yo. Sigue conmigo, sigue conmigo, y te mostraré que
la palabra Fracaso es un conejo al que se le debe dar tres golpes
secos a la nuca. Sigue conmigo, y te enseñaré que Fracaso es un
látigo, o un infierno que se guarda en la bolsa derecha del saco.
Un infierno con el que se asusta a las personas que han envejecido
demasiado pronto. Fracaso, Fracaso, cómo retumba esa palabra
en la vitrina que es el mundo. Porque a un hombre le asusta más
una vitrina vacía, que una vida vacía. Ven conmigo, ven conmigo,
no te quedes todo quieto. Disimula la palidez de tu rostro con
esas gotitas de sangre en el suelo. No, no es una constelación la
que se ha formado, sino una mancha regada en el mármol. Mira,
mira, la habitación apenas deja que me mueva. Y si tus huesos
están hechos de zafiro, entonces soportarás el peso de mi cuerpo
encima. Y si tus huesos están hechos de zafiro, entonces mi semen
es una mancha azulada en tus piernas. No, no hay que limpiar esa
estela. Dejemos que mi semen penetre tus poros, muchacho.
¿Cómo se siente? ¿Cómo se siente estar abajo? Bien, bien, ahora
dime que en mi semen azulado hay una constelación secreta que
se está dibujando. Bien, bien, dímelo. Tú, muchachito, no me vas
a enseñar a contar una historia. Bien, bien, dime que en mi semen
hay una civilización secreta, una forma distinta de ser humano.
Vamos, vamos, di que lo de bajar a la tierra era una metáfora de
mi pene entrando a tu ano. Vamos, vamos, sigue con tu historia.
No te quedes ahí como un muerto. Pero si el juego apenas iba
comenzando. Fracaso, Fracaso, arriba. Mira, los caballos alados
van pasando junto a la ventana. La guerra que me cuentas es muy
cierta. Oh sí, es muy cierta. Pero ya, pero ya, dime cómo acaba
todo esto. Entonces todo muerto me levanté y, palpando los
dientes que me quedaban con la lengua, continué mi historia.
Pero lo único que pude recordar fue lo siguiente: más máquina,
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más máquina, más máquina, más máquina, más máquina, más
máquina, más máquina, más máquina, más máquina, más
máquina, más mÁquina, más máquina, más máquina, más
máquina, más máquina, o ángel.
El cuarto de mis años pasó frente a mí con un traje de marinero.
Tal hecho me recordó que yo no conocía el mar. Tal hecho me
recordó que tal vez ningún hombre nunca conozca el mar. Hay
un momento en que la rosa deja de ser rosa y se vuelve un jardín.
Hay un momento, te digo, en que la hiena deja de ser hiena y
se vuelve jauría. Hay un momento en que el poema deja de ser
poema y se vuelve libro. Te digo, madre. Te digo, madre. Mis
años han desfilado como un sueño. Otro de mis años se volvió
un soldado con la cabeza de tiburón, e iba mordisqueando el
aire. Te digo, madre. Lo del maestro no es uno de mis sueños. No
quiero volver a la escuela, pero sobre todo no quiero que te rías.
No es otra de mis bromas. Que no, no es otra de mis bromas.
La muerte tiene un peso imaginario sobre todos nosotros. La
muerte es una pequeña lápida que guardamos en el centro de
la panza. Esa lápida dice una sola palabra: Fracaso. Pero Fracaso
no es una palabra tan mala. De hecho, ni siquiera pienso que sea
una palabra. Fracaso es algo como un frasco lleno de ocaso, o
un ocaso cuyas estrellas lejanas son frasquitos de vidrio. No creo
que haya por qué tenerle miedo. Mejor es vomitar aquella lápida,
aquella lápida que tan pesados nos vuelve en las carreras. Aquella
lápida que retumba con nuestras costillas como una melodía
temeraria. Mejor será vomitar aquella lápida, como los mutantes
que hay bajo la tierra. Mejor hacer una lápida para la lápida, una
tumba para la tumba, un cementerio para el cementerio. Mis
huesos están hechos de jade, digo, de amatista, digo, de zafiro.
Mejor hacer una lápida para la lápida, una tumba para la tumba,
una muerte para la muerte. El sexto de mis años era un soldado
con cabeza de pájaro, el pájaro iba diciendo: la guerra se acerca,
la guerra se acerca, los intraterrestres se han despertado. Yo tomé
a aquel soldado y le arranqué la cabeza de un solo mordisco.
Una sustancia verde, muy verde, brotó de su cuello. Entonces
recordé una cosa: la tierra es tan profunda como el mar, más
47
aun: al fondo del mar siempre hay un poco de tierra. Esto me
hizo pensar en las posibilidades del juego. Escribir es un juego,
vivir es un juego, morir es un juego. Los poemas son camaleones
cuyo un ojo lo tienen puesto en la muerte, y el otro en la vida. Su
lengua extendida es la música y las imágenes, brota velozmente
de su boca y se pega a las paredes de tu pecho. O en el mejor
de los casos, a tu corazón. Los camaleones a veces son lentos,
otras veces miden lo doble que un edificio, y unas más tienen
el color de una zanahoria. Mis huesos están hechos, ya lo dije,
ya lo dije, de zafiro. Bueno, maestro, hoy es miércoles. Toca la
materia de historia, matemáticas, y español. Mañana será viernes,
traeremos las libretas de ciencias naturales, formación cívica,
lecturas. Entonces yo abriré mañana una de esas libretas y veré
la mano de uno de los muertos de esta guerra. La mano escribirá
mágicamente sobre mi cuerpo un poema, como el tatuaje de un
camaleón sobre mis pieles. Luego el maestro me pedirá que me
desnude enfrente de mis compañeros. Lo haré, lo haré. Pero por
favor no lea en voz alta lo que dice. Por favor no lea en voz alta
lo que dice. Mis compañeros se reirán y yo desnudo comenzaré a
llorar sobre el poema. Entonces el camaleón saldrá de mi cuerpo,
se irá hasta la jardinera donde comenzará a comer de las hierbitas
que de ahí se asoman. Yo muerto de pena, de tristeza, me cortaré
los tobillos con las navajas de mi madre. Intentaré ver en las
gotitas de sangre una nueva constelación que dance, un sagitario,
un cáncer, un libra. Pero nada hallaré, por lo que tomando una
cuerda del patio me iré al nuevo hoyo que se hizo repentinamente
en la calle. Descenderé llevando como lámparas unas velas de mi
cumpleaños pasado. Fingiré tener un amigo. No fingiré tener un
amigo. Fingiré tener un amigo, y conversaré con él durante horas.
Me sentiré el más pequeño del mundo. Será temprano, por lo que
el canto de las aves matutinas será mi oda a la esperanza. Pensaré
en rendirme después de bajar durante quince años. Luego me
diré que exagero, que en realidad solo he bajado durante quince
minutos. Luego la cuerda se me habrá acabado. Y bien, tendré
dos opciones: saltar, o quedarme pendiendo hasta mi muerte.
Allá abajo, donde no hay sol, y por lo tanto el horario solar es un
absurdo, las horas se volverán números que intentamos pegar a
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un cilindro gigante que es la realidad en sí misma. No sabré en
verdad, no sabré en verdad si han pasado días, meses, o años. Una
nostalgia enorme me habrá poseído. Fracaso entonces ya no será
una palabra tan buena. Mis huesos, que están hechos de zafiro,
tratarán de zafarse de mi carne. Se harán quinientas veces más
pesados. Y después de horas de pensarlo, madre, soltaré la cuerda.
Mi caída será como la de Adán cuando fue empujado por Dios
del paraíso. Solo que yo nunca sabré bien si estaba entrando o
saliendo de aquello que comúnmente llamamos cielo. Imaginaré
caballos, o más bien mitades de caballos asomándose de las
paredes de aquel hoyo. Me sentiré solo, y diré que el infierno de los
hombres está en sentirse solo. Porque hay un momento en que la
flama deja de ser flama y se vuelve incendio. Hay un momento en
que el ladrillo deja de ser ladrillo y se vuelve un muro. Entonces
sabré que el infierno es una cosa que llevo conmigo, y que no me
lo podré quitar ni con la muerte. Por tal razonamiento, maestro,
romperé la cuerda. Mi caída será como la del trapecista que se
sentía seguro antes del acto. Yo y mis doce amigos imaginarios,
con sus doce frasquitos rellenos de sangre, caeremos al fondo
del fondo de la tierra. Una luz, una luz, sin embargo. Una luz
estará allí para salvarme la vida. Me darán guirnaldas de piedras
cuando esté en el fondo. Seré dichoso, seré dichoso. Hablaré con
los niños intraterrestres, ellos serán tres veces más altos que el
más alto de mi escuela. Andarán desnudos y un penacho de rocas
coronará sus cabezas. Ellos hablarán un español deslumbrante.
Me parecerá que todo lo que dicen es poesía. Notarán que tengo
una herida en el dedo gordo de mi pie derecho, ellos beberán de
mi sangre, luego esparcirán un poco de tierra sobre mi zapato y
estaré curado. Me llevarán a conocer sus gigantescas ciudades. Yo
les diré que en una perspectiva relativa, lo que habíamos hecho
de la superficie era un Fracaso. Ellos no entenderán esa palabra, y
yo entenderé que lo mejor sería no explicárselas.
Ha llegado el momento de hablar del séptimo de mis años. El
séptimo de mis años era una lagartija con cabeza de hombre.
La lagartija decía: más máquina, más máquina, más máquina,
más máquina, o ángel. Yo crucifiqué a esa lagartija en un tubo
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de ensayo. Luego con un mechero pequeño le quemé las patas.
Los ojos se le pusieron morados, y aunque yo esperaba que
repentinamente le salieran alas, no fue así. Lo único que pasó fue
que tras quemarle todas las carnes reptilianas, sus huesos cayeron
a la mesa blanca del laboratorio. Maestro, maestro, nada de esto
sucedió en un sueño. Le digo que son los niños bajo la tierra
los que me lo dicen. Ellos aparecen de pronto a la mitad de mi
cuarto, se sientan alrededor de mi cama y comienzan a decirme
historias acerca de antiguas guerras entre los hombres y ellos.
Lamento el peso de esas historias, me dicen que los dioses son la
metáfora de los humanos, y que los titanes son la metáfora de los
intraterrestres. Yo les lanzo velas y trocitos de madera. Pero ellos
entonces me amarran las extremidades a las extremidades de la
cama, y siguen contando sus sueños. Hablan de forma horrorosa.
Su español apenas se entiende. Tienen los párpados gruesos y
negros como de lagartos. Pero esto no es otro de mis sueños,
madre. Pero ¿esto no es otro de tus sueños, hijo? No, no, no
quiero más historias. Recoge tus sueños y vete a la cama. Dijo la
madre mientras se iba a alimentar a un topo en la alacena. Luego
el niño cuyos huesos estaban hechos de zafiro, comenzó a excavar
un túnel en su cuarto hasta llegar a una gigantesca ciudad bajo la
tierra. El maestro que había transformado su vida en una tortura,
yacía tendido boca arriba mirando el cielo. Pensaba en una nueva
metáfora para sus alumnos. Masticaba en su cabeza una y otra
vez la idea: hay un momento en que la casa deja de ser casa y se
vuelve un poblado. Pero la metáfora no lo convencía del todo.
Así que empezó a masturbarse pensando en disfrazar a uno de sus
estudiantes de una chica. Imaginó el rímel mezclado con sangre,
y un puñado de semen azul le saltó al cielo. La madre comenzó
a pensar en comerse al topo, pero le faltaron ganas. Entonces el
topo continuó escribiendo su poema en las paredes de madera
donde estaba encerrado. El poema era malo, pero el topo pensaba
que era muy bueno, y de habérselo comido la madre, el topo
seguramente hubiera muerto pensando en la grandiosidad de
su texto. Fracaso, Fracaso, esa era la palabra que secretamente
todos tenían entre los labios. Todos, he dicho. O casi todos, por
que los intraterrestres nunca entendieron totalmente esa palabra,
50
que ya tantas veces le habían escuchado a los hombres. En tanto,
el niño cuyos huesos estaban hechos de zafiro, caminaba entre
los deformes de la tierra. Él era sumamente querido. Una hora
allá abajo equivalía a unos segundos acá arriba. Pero bueno,
ha llegado el momento de hablarles de mi octavo año. Este era
un soldado vestido de sacerdote. El sacerdote comenzó a decir
Fracaso, Fracaso, la vida entera es un Fracaso. Yo aplasté a ese
sacerdote con mi regla, porque francamente me parecía aburrido.
Pero luego me di cuenta de que todo mi cuarto estaba lleno de
sacerdotes, por lo que ya no sabía si estaba o no soñando. En
fin, mi noveno sueño, digo, año, pasó desfilando ante mí como
un soldado con un hueco en la panza. Yo me alegré porque ello
quería decir que mi soldado no tenía una lápida metida en el
cuerpo. Luego me pregunté. Luego se preguntó por qué razón
aquel muñeco no había mejor vomitado su lápida. El punto acá
era que ese año, al no tener la muerte cargada en la panza, era mil
veces más libre que el hombre más rico del mundo. No, no, rico
no. Dijeron simultáneamente todos los sacerdotes miniatura de
mi cuarto. Por lo que yo me hice bolita, y esperé al amanecer que
ya estaba rasgando los montes.
De vuelta a los intraterrestres. La guerra estaba terminando, eso se
notaba por que casi todas las tropas estaban muertas. De cualquier
forma, el paisaje era el siguiente en el cielo: cientos de topos
con alas, ángeles mutantes armados con joyas, aviones feroces
surcando los cielos, misiles detonando a la mitad de las nubes. Y
en la tierra: tropas de soldados con lodo en la cara, muchachos
dando un último beso a sus madres, carreteras estropeadas por
las bombas de jade, mujeres atravesadas por las estalactitas que
caían del cielo. Y en la sub tierra: escuelas llenas de intraterrestres,
super mercados bien abarrotados, jardines cubiertos de rosas,
margaritas, y alelís. Pero en la escuela, volviendo a la escuela:
un maestro intraterrestre abusando de uno de sus estudiantes.
Probablemente haya más terror en esta escena que en toda la
guerra de allá arriba. El niño intraterrestre debe medir unos seis
metros, el maestro unos nueve. La fuerza es inaudita. Un rímel
de obsidiana le escurre al chico por la frente. Los golpes orillan
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al chico a contar su ascenso a las nubes, donde una civilización
de hombres lo protege. Pero no, maestro, esto no es un sueño.
Disculpe no contar la historia como bien se debe, pero la sangre,
pero la sangre. Bueno, el caso es que mi décimo año tenía la
forma de un soldado con la cabeza de burro. Yo puse al soldado
con la cabeza de burro en un tablero de ajedrez en el lugar de la
reina, lo primero que hizo fue vomitar unas piedritas rojas que se
había robado del subsuelo de mi sueño, luego comenzó a correr
por todo el tablero gritando: paz, paz. Detengan la guerra, no hay
razón para seguir peleando. La muerte es una lápida que llevamos
en medio de las tripas. Esa lápida dice una sola cosa: Fracaso.
Pero Fracaso es un tiburón de tierra que no es tan malo. Sus
dientes están hechos de cuchillos. Miren, miren, la guerra entre
nosotros ha durado mil años. Es momento de cambiar las reglas
de este juego. Supongamos que los peones son los más valiosos,
por ejemplo. Que las torres solo se pueden mover una casilla, y
que no pueden matar a nadie. Digamos que el caballo solo puede
matar a un caballo, y que la reina puede tele transportarse a fuera
del juego. Digamos que el rey está en jaque desde el comienzo, y
que su enroque puede ser por debajo del tablero. Juguemos a que
los cuatro cuadritos del centro son un mar, y que no deben ser
tocados por nadie. Y así, y así, continuaba hablando mi soldado,
pero nadie, claro, le hacía caso. Así que terminé mi juego, la
partida se la gané al viejo intraterrestre con el que estaba jugando.
Estrechamos las manos, y nada. Hay un momento en que los años
dejan de ser años y se vuelven vida, repetía un colibrí de plata
que estrellaba su pico finísimo en la ventana. Pero bueno, pero
bueno, mi onceavo año era un soldadito con la cabeza de pera.
No tenía cuello, por lo que su cabeza flotaba permanentemente
a no más de dos o tres milímetros sobre sus hombros. La pera
era amarilla, pero estaba moteada de verde. Mientras yo pensaba
en esto, el viejo intraterrestre entró de un giro a la sólida tierra.
Y bien, y bien, hay un momento en que las notas dejan de ser
notas y se vuelven música. Recuerdo a mi maestro quemando
mis poemas, señalando las tremendas faltas que yo cometía.
Recuerdo que dejé de escribir porque pensé que mis lágrimas
jamás podrían convertirse en versos. Luego pasó mi doceavo año.
52
Éste no era un soldado, sino una chica. La chica me dio un beso
que todavía conservo en una cajita morada. Ella me enseñó que
la vida es un juego, y luego se deshizo en un destello de luces. Mis
amigos y yo la buscamos, inútilmente. Pero cada vez que pinto mi
lápida, que ahora más bien es la almohada en la que me recuesto,
pienso que ella estaría contenta de verme soñando con nuevos
mundos. Finalmente, finalmente, mi último año pasó frente a
mí como una canica. Cuando tomé la canica entre las manos,
la canica se volvió una paloma. Y de pronto yo era también
una paloma, en medio de una parvada que surcaba el cielo.
53
Testamento Celeste del Diablo
En esta misma ocasión se acercaron los discípulos a Jesús, y le hicieron esta
pregunta: ¿Quién será el mayor en el reino de los cielos? Y Jesús, llamando a
sí a un niño, le colocó en medio de ellos.
La Biblia
No, no. La galaxia de Andrómeda se fusionará con la nuestra. Sí,
sí. La galaxia de Andrómeda no se fusionará con la nuestra.
Bueno, bueno, supongo que no pasa nada. En la mañana soñé
con una bandera de nubes. La bandera se agitaba sobre todas las
casas. Luego, luego, la bandera se ponía naranja como si estuviera
en fuego. Pasaban las horas, que son las yardas que recorre la
tierra, y la bandera se ponía negra, pero unas pecas como estrellas
le brotaban. Es el cielo, es el cielo. En la mañana soñaste con una
bandera de nubes. Mirabas la bandera cambiar de colores, sentada
en una piedrita en la cima del monte. Las hormigas se trepaban
por tu cuerpo, pero tú no quitabas la vista de aquella bandera. En
la noche creías ver un pegaso corriendo velozmente en las estrellas.
No, no. La historia no comienza de ese modo. Inicia de nuevo,
pero trata de definir bien a tu sujeto lírico. Digamos que tu sujeto
lírico es el diablo. Digamos que mi sujeto lírico es el diablo.
Digamos que es el diablo, y también digamos que en el centro de
su frente hay una galaxia en espiral llamada Andrómeda. Bueno,
una vez planteado eso, deja que la historia suelte sus cadenas
sobre el libro. Muchacha, no puedes alterar lo ya dicho. Por
ejemplo, si dices Pequeña Nube de Magallanes, deja que la
Pequeña Nube de Magallanes pase alrededor de tu cabeza. Luego,
luego, las estrellas giraban en torno al mástil como en una danza.
No, muchacha, te digo que las estrellas no pueden aparecer en un
orden descuidado. Digamos que hay brujas comiendo el corazón
de una estrella. Dale un nombre a esa estrella. Caballo tuerto, por
ejemplo. Pero bueno, pero bueno, comencemos de nuevo. Tú
estabas en una piedrita mirando las nubes. Yo estaba en una
piedrita mirando las nubes. De pronto una luz como violeta
coronó los montes. Los montes estaban delante de mí, por lo que
los montes parecían príncipes con los ojos demasiado claros.
55
Después, de los montes bajaron unos niños. Esos niños eran
verdes, morados, grises, y rojos. Uno de los niños verdes se acercó
a un grupo de ruiseñores que estaban a punto de dormirse en sus
nidos. Como los pájaros tenían los ojos entrecerrados, el niño
sacudió la rama con un dedo. Entonces los pájaros se despertaron
y dijeron qué pasa. El niño comenzó a hablar como lo hacen los
pájaros, y los pájaros comenzaron a conversar con éste. Pero no,
no. Mejor digamos que el diablo se llama Sagitario, luego digamos
que une dos galaxias espirales. Digamos que la nueva galaxia se
llama Canto de ave. En 1957 un profeta parado en la última
piedra del sueño ya lo había vaticinado. El profeta fue crucificado
ante un tumulto de rayos. Pero digamos que el diablo es un ángel
que mueve las cuerdas de los mundos. Basta, en la mañana fui al
colegio. Llevaba una falda azulada y de cuadros. Hablé con mis
compañeros sobre los terrones de azúcar que para nosotros eran
los besos del tiempo. Luego los segundos iban cayendo de nuestros
relojes, y notamos que los segundos impares pesaban tres veces
más que los pares. Molestábamos a nuestros peces, arrojando esos
números a las peceras, pero los peces comenzaron a comérselos.
Uno de ellos se infló tanto que se transformó en un globo. Para
evitar que el globo se fuera, mejor lo atamos al zapato del niño
más gordo de la clase. Pero el globo seguía creciendo, y el niño se
fue volando por una de las ventanas que estaban abiertas. Fue
maravilloso ver al niño entre las nubes. No fue maravilloso ver al
niño entre las nubes. Él era mi novio, y aunque lo quería, sabía
que jamás volvería a verlo. Fue ahí cuando descubrimos que el
tiempo son los mismos minutos que le dan la vuelta a una hora,
una y otra vez, una y otra vez, de nuevo. Así, mi novio seguiría
flotando hasta llegar a ver las galaxias como dibujos sobre una
pizarra. Luego empecé a llorar por que yo nunca vería al pegaso
de cuyos belfos brota un aire que empuja a las nubes. Mis lágrimas
rodaron por mi suéter, y mis amigos se las arrojaron con una
cerbatana al maestro en turno. Pero no, pero no. Esta historia no
comienza de esa forma. Esta historia se trata del diablo. El diablo
tiene una galaxia llamada Draco en la palma derecha de su mano,
por lo que su destino es una constante revolución de líneas.
Muchacha, muchacha, pero cuida más el ritmo. No hables de la
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pequeña nube de Magallanes, hasta que los niños azules vayan al
arroyo y hablen con él acerca de sus sueños. En ese momento, en
ese momento, habla de Magallanes como una brisa fresca sobre el
rostro. Luego me fui a dormir, pero las hormigas todavía seguían
por dentro de mi cuerpo. Millones de huevecillos dejaron bajo
mis axilas, los huevecillos eran azules, por lo que vistos desde
arriba, más bien parecían una constelación de estrellas tiernas. La
historia del diablo debe ser la historia de las colisiones. Es decir,
orden dentro del caos, o caos dentro del orden. Meteoros
golpeando una tierra naciente, y una florecita que se levanta
después de tal acto. La historia del diablo debe ser la historia de
tu novio. Luego los niños morados sacaron de sus bolsas una
nube chiquita, y se la daban a los borrachos del pueblo que
andaban por el bosque. Los niños morados, recuerda, son el
símbolo de la nostalgia. Por lo que no dejan de decir que esa nube
es la pequeña nube de Magallanes. Imagino que los borrachos,
entonces, son el símbolo de los hombres. Bien, bien, no es la idea
básica, pero creo que funciona. El caso es que los borrachos son
los primeros en hacer contacto. No, el caso es que yo soy la
primera en hacer contacto. Mira, yo estaba en el colegio, en el
patio del colegio, y una nave un poco chistosa aterrizaba. Los
niños extraterrestres, mirando mi azul uniforme, pensaron que
estaba disfrazada de una nube. Eso, para ellos, fue una buena
señal, por lo que me dieron un beso en la mejilla. De pronto que
gritan mi nombre. La voz me es conocida, alzo la frente, miro a
mi novio atado a los cables eléctricos. El globo que lo ataba ya
parecía un gigantesco satélite de escamas. No, no, nada de esto es
creíble. Pero se trata de que no lo sea, se trata de mi cuerpo relleno
de hormigas. Por lo que una de ellas baja por mi naricita, mientras
todos los borrachos me miran. Yo estoy en medio del bosque,
llevo mi traje de escuela, y miro una cometa que a un niño le está
saliendo por la boca. De pronto todas las ramas del bosque
sostienen una piel de muchacha pequeña. Las pieles son claras, y
se puede ver las comisuras del ano, el sexo, los ojos, y la boca.
Luego, harta por el rumbo de la historia, relleno las pieles con
hojas verdes y un poco de tierra. Una niña, una niña. Pero antes,
la historia comienza con el diablo sentado sobre una roca en la
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cima del monte. El diablo dice algo como: hay que nombrar
todas las constelaciones de este cielo. Las hormigas hacen un
monumento con baba y tierra a sus pies para adorarlo. El diablo
en agradecimiento les dice su nombre: Tiempo. Luego las
hormigas dicen una oración intraducible para nuestro idioma.
Mientras tanto, un niño uniformado pasa volando a la distancia.
El niño está de cabeza y parece que va flotando de un pez globo.
Se escucha al final de la sala que el cielo es la piel natural del
mundo. El exponente, que es un niño con la cabeza de un planeta
con anillos, le avienta uno de sus libros. El burlón se vuelve una
estatua con la cara de espanto. No, no, te has vuelto a salir de los
bordes. Mira, todo relato es algo como un beso. Todo beso debe
de llevar su pulso. Todo beso debe de llevar cierta violencia, cierta
ternura, cierta locura. Maestro, pero esa es una idea tan antigua.
Luego la chica notó que su maestro tenía cuatro brazos. Con un
brazo tomaba un vaso de agua, con el otro sujetaba un libro,
mientras los dos restantes buscaban algo en sus bolsos. Los
extraterrestres son reales. Los extraterrestres son nuestros grandes
científicos. Los extraterrestres no son reales. Los extraterrestres no
son nuestros grandes científicos. Ellos solo existen en mi libreta
donde los dibujo. ¿O será que ellos son los que a mí me dibujan?
Bueno, el caso es que al fondo de la gran pecera, unas brujas se
están comiendo el corazón de una estrella. La estrella se llama
Caballo manco, o algo por el estilo. Has dicho corazón. He dicho
corazón, pero he querido decir riñones. Sí, sí, las brujas se están
comiendo los órganos internos de una estrella. No, muchacha, si
quieres conmover a tu público di. No, yo no quiero conmover a
mi público, quiero que ellos conmuevan a mi texto. Quiero que
mi texto se conmueva tanto que mis lágrimas parezcan como
hechas de plastilina. ¿Por qué tus lágrimas están hechas de
plastilina? Porque mi madre me odia. Resulta que no soy tan
guapa, resulta que no soy tan lista, resulta que mis uñas crecen y
nadie lo nota. Podría hacer una montañita con la plastilina de mi
llanto. Una montañita con un castillo en la cima. La montañita
tendría un bosque que son mis pestañas. Y el castillo estaría hecho
con las tapas de las plumas que siempre he perdido. Pero no, pero
no. Es que todo esto no es creíble, decían los borrachos mientras
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me quitaban la ropa. Docenas de ruiseñores miraban mi tristeza
desde un árbol, y por cada golpe que me daban los borrachos
ellos cerraban los ojos. Entonces yo dije que los sueños eran los
mensajes telepáticos de los extraterrestres en otro planeta.
Ninguno me hizo caso, pero una extraña luz violeta coronó mi
ultrajo tras los montes. Luego los muchachos extraterrestres.
Digamos, antes, que el diablo es mi novio. Luego los niños
extraterrestres. No, los niños, recuerda, recuerda, es más
conmovedor para tu público. El cielo es la piel natural del planeta.
Bajaron en una forma misteriosa, y con tan solo chasquear los
dedos redujeron a los borrachos del tamaño de dos hormigas
paradas. Cuando digo misteriosa. Cuando dices misteriosa.
Cuando digo misteriosa, bueno, estoy adjetivando
innecesariamente, porque mi novio es el diablo flotando de un
globo entre las nubes. Pero las hormigas seguían saliendo por mi
boca, el maestro tomó una con sus manos y la aplastó entre sus
dedos. Pero ya, pero ya. Volvamos con los extraterrestres. El tema
es que los extraterrestres hablaban mi idioma. Todos ellos muy
cordiales, claro, claro. Y los borrachos pequeñitos seguían
copulando con mis prendas. No, no. La historia del diablo con
una galaxia llamada NGC 253 como un tatuaje en la nalga,
empieza en una pequeña choza. En esa choza habitaba un viejo
escritor que a pesar de haber escrito toda su vida nunca había
conseguido mejorar ni un poco. El escritor se llamaba Magallanes.
El escritor no se llamaba Magallanes. El escritor se llamaba
Magallanes, y creía que las nubes eran mensajes telepáticos que
una tribu de homínidos lunares le mandaban día tras día. Todos
sus libros eran la transcripción de esos mensajes. Y aunque los
mensajes nunca eran muy claros, el viejo escritor que se llamaba
NGC 147, no perdía la esperanza de encontrarles algún sentido.
Un día, mientras miraba las nubes desde su vieja avioneta,
comprendió una cosa: en algún lejano lugar del cosmos, una
chica miraba a un grupo de brujas devorando una estrella. El
escritor, que en realidad era el diablo, dedujo que la estrella se
llamaba Caballo sordo, o algo por el estilo. Luego la historia
transcurría velozmente entre las piedras como el río. No hay por
qué mencionar que ese viejo escritor es quien verdaderamente
59
está danzando en la luna. Mira, mira bien. Decía el viejo
Magallanes, sin prestar importancia al muchacho que pasaba
flotando junto a la luna, atado del pie derecho por un pez globo
que a estas alturas ya estaba muerto. Mira, mira bien. Decía el
profesor de cuatro brazos a una muchacha que seguía llorando
plastilina. Todo está mal hecho, las velas narrativas no se inflan
con el viento que producen mis labios al leer el texto. Verás, todo
relato es como un golpe. Decía, decía, mientras golpeaba mi
rostro con cierta ternura. Luego mi llanto formó un charco
plástico, multicolor, hermoso, que lentamente humedeció mis
piernas. El profesor tocó mi cuerpo con sus cuatro brazos. Era
insoportable, era insoportable. Mientras tanto las brujas jugaban
con las venas de una estrella. Pero yo no sabía todo esto. Lo
lamento, yo estaba flotando por todo el espacio. Miré, miré, siete
cometas que se mordisqueaban alrededor de un satélite inservible.
Miré una ciudad de hombres viviendo en un pequeño planeta
congelado. Miré 1957 lunas, 364 niños en escuelas cósmicas, 213
ballenas de arena, 14 astronautas perdidos, y a 2 estudiantes como
yo en el espacio. Después el maestro se vistió de chica, mientras
una tormenta grandilocuente se desataba a su espalda. Entonces
la chica comprendió que el diablo siempre guarda una pequeña
tormenta bajo el saco. El maestro agitaba sus brazos como en un
baile, consiente que esto era una fantasía suya, y de que nunca
lastimaría en verdad a nadie. Luego los niños naranjas comenzaron
a hablar con las flores, y las flores le dijeron que los hombres no
eran criaturas honestas. ¿Por qué, florecita, florecita? Decían los
borrachos que se sentían extraterrestres, mientras algunos
vomitaban sobre mi cuerpo indecente. Lo más raro fue que, a
pesar de la hora, una de las flores, llamada Vía Láctea por su
blanca belleza, le dijo al extraterrestre: no importa, no importa,
está perdonado. Luego, ya cuando todos los borrachos se habían
marchado, yo hablé durante horas con aquella florecita, que
mirada cuidadosamente bajo la luna, parecía como hecha de yeso.
La flor Vía Láctea me dijo que su nombre verdadero era Tristeza,
pero que nunca se lo decía a nadie porque no confiaba en ellos.
El diablo, entonces, tomó la florecita como de yeso desde las
raíces. No está por demás decir. No está por demás decir, que los
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homínidos lunares seguían danzando en la luna. ¿Alguna vez has
visto a unos gorilas danzar en la luna? Le decía Magallanes al
diablo, mientras éste se quitaba su piel de chica. Bueno, bueno,
pues resulta que el diablo era un astronauta. Sí, sí, un astronauta.
Pero, muchacha, acá tu texto se vuelve gracioso. Bueno, no
importa, así va la historia. Su misión era llevar una especie de flor
capaz de resucitar a los muertos. Bueno, muchacha, acá es
necesario que hagas una pausa. Explica a tu público que todos los
diablos viven en un planeta no muy lejano, aquí, aquí, en la
galaxia NGC 134. Y que por lo tanto, aquello que intentas
sugerirnos es que hay vida humana en otras galaxias. No estoy
afirmando nada, no estoy afirmando nada. Pero dadas las
circunstancias, hablo, claro, del niño gigante que encontramos
flotando cerca de nuestras órbitas, es posible hablar. Bueno, eso
es lo que creo. No hay que tener miedo, no hay que tener miedo.
Decían los profesores, mientras una niña, a la distancia, estaba
mirando la luna.
Esta mañana desperté con la cabeza de un planeta con anillos.
Digamos que el sujeto lírico soy yo. Digamos que me llamo
la bruja tercera. Digamos que me alimento de los órganos de
las estrellas. Digamos que no me gusta, pero lo necesito con
todas las ganas. Digamos, digamos. Luego la pequeña nube
de Magallanes cruzó el cielo. Magallanes iba arriba. Él era un
muchacho que llevaba la piel de un oso blanco en la espalda y un
cetro luminoso que al parecer estaba hecho de mármol. Con ese
cetro, Magallanes hacía brotar florecitas de la tierra. Oye, chica,
¿no crees que lo de tu sueño ha llegado muy lejos? Decían los
pequeños borrachos que se bañaban en un manantial de llanto.
Bueno, bueno. Entonces, a la mitad de la plaza pública, en pleno
día, ante todo el mundo, una nave espacial descendió lenta,
muy lentamente. La gente se congregó como en las fuentes se
congregan las aguas, o como en el cielo se congregan las nubes.
Decía la chica, cuya cabeza tenía la forma de Saturno. El platillo
extraterrestre estaba pintado con nubes. En la punta había una
esfera blanca, blanca. Y aunque la esfera era pequeña, producía
una luz que misteriosamente hizo calmar a todos. Continuaba
61
recitando el muchacho rojo para su público que cada vez se iba
internando más y más en la historia. La sombra de los burlones,
que ahora eran estatuas había casi totalmente desaparecido.
Y el muchacho rojo, con su vestido blanco de novias, y con
sus negros cuernos, continuaba su historia. Entonces, decía.
Entonces, decía. Las nubes en la nave comenzaron a girar. La
gente miraba el espectáculo con singular alegría, mientras unas
brujas uniformadas se comían las manos de una estrella. No, no,
maestro, no toque ya mi cuerpo. En la galaxia Pegaso había una
constelación donde una estrella, particularmente noble, algunos
dirían, proporciona la energía necesaria para dar vida a una
avanzada civilización de muchachos. Esos muchachos son. Esos
muchachos no son. Esos muchachos son. No, esos muchachos
no son, una extraña civilización de ángeles. La envidia, el coraje,
la muerte, les es indiferente. Seguía contando la niña con sus
lágrimas de plastilina entre las manos. Detrás de ella un ruiseñor
explicaba qué es la melancolía a sus hijos. No, no. El cielo es el
misterio de lo revelado. Helo ahí, helo ahí, con sus cohetes atados
a ligas plásticas. Helo, con sus agujeros sobre el muro, y sus
nebulosas como criaturas salvajes. Una niña, que en realidad no
es el sujeto lírico de este texto, está siendo abusada por su maestro.
La niña todavía no ha desarrollado totalmente el crecimiento de
sus senos, y se siente insegura ante la noche. El maestro le escribe
unas notas horribles sobre su espalda. La niña vive en Pegaso,
pero piensa que vive en Andrómeda. Pocos saben que en realidad
todas las galaxias están tatuadas en las piernas del diablo. Cerca de
la galaxia Pequeña Nube de Magallanes hay dos estrellas enanas
que son los pendientes en las orejas del diablo. Una planicie de
orejas son las nubes para los muchachos y los ruiseñores. ¿No
crees que tu sueño ha llegado muy lejos? Me dicen entonces los
borrachos mientras me sujetan por los senos, y las prendas. Yo
les digo que me disculpen, mientras miro en las flores las nuevas
galaxias. Firmemente creo que esas flores me están pidiendo ser
acariciadas. Luego Magallanes rompe la foto de la estrella que se
llama Caballo mudo, el público llora sobre sus asientos. No, no,
esta historia no va a ninguna parte. Me digo. Te dices. Me dices,
mientras los niños grises conversan con las piedras en la cima del
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monte. Miro a mi novio cerca de un satélite viejo, y le mando un
beso. Miro a mi novia sobre un monte rodeada por otros niños
de colores. Espero tenga la paciencia para mi regreso, desde acá
le mandaré unas fotos sobre cosas insólitas. Por ejemplo aquella
que tomé cuando vi a un grupo de monos en la luna encender
una pequeña fogata. O también aquella en la que un diablo está
llorando plastilina sobre unas rocas. O aquella en la que una
conferencia de prensa interplanetaria, me tomaba fotos. Ven, ven,
pequeña. Deja tu libreta, ven, vamos. Recuerdas aquello de los
besos. Bueno, bueno. Escribía el viejo hombre de la choza, como
un mensaje sideral que no entendía. Pero él seguía escribiendo.
Heme aquí, ante el más estrellado de los cielos, el cielo de mis
ojos cerrados. Golpeo estrellas con los dedos, el uni-verso entero
es una pequeña maqueta para escuela. Con un poco de plastilina
morada para Saturno, con un poco de plastilina verde para Júpiter,
con un poco más de plastilina roja para Marte. Bueno, bueno. El
resto lo saben: los niños extraterrestres comenzaron a bajar de la
nave. Todos eran azules como el agua del río por la mañana. Y
su forma, y su forma. Sí, bueno, en realidad eran como hombres.
La única diferencia estaba en que nunca se quitaban sus cascos
de astronautas. Hablaron con nosotros. Pero alguien, a lo lejos,
disparó una bala. La bala entró al casco de uno de ellos. La bala
no entró al casco de uno de ellos. Media esfera de unicel, y listo.
Pintamos el sol color naranja, y listo. El fuego que produce mi
sistema me aterra. No tengo nada más qué decir, yo soy la bruja.
Me alimento de estrellas. Las cazo, las destrozo. Mi vagina es blanca
como aquella flor que una vez soñé, y que se llamaba Vía Láctea,
creo. Pero la bruja estaba en lo cierto, mientras una rompiente
de cometas giraba a su espalda. La bruja se llamaba Mentira. Su
traje era negro y una hiena siempre iba tras ella, no importando
a dónde fuera ésta. Todos sabían que la columna de aquella
bruja era de madera, y que por lo tanto le había desarrollado un
miedo a la lluvia que era extraordinario. Los ángeles con cascos
de astronautas bailaban en torno a la luna. Todos esos ángeles se
llamaban Magallanes. Un viento tenue como de niño soplando la
pintura fresca de su maqueta, los inspiraba para seguir cantando.
Eran estos Magallanes los encargados de estirar los brazos de las
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galaxias espirales. Cada ángel tenía una estrella en la mano que
usaban a modo de linterna en caso de perderse. El niño sabía
esto, por lo que había dibujado a un pequeño ángel con palillos
de madera en su recreación del cosmos. No, no. La historia del
diablo no es como un beso, ni como un golpe. La historia del
diablo es como una mentira. O al menos tan suave como una
mentira. No hay contactos con extraterrestres en mi historia, lo
que hay es un niño que viaja en el cosmos. El niño tiene cuatro
brazos, como usted, maestro. Pero no tiene un sombrero donde
cabe toda la luz de siete soles. Draco, no es una galaxia habitada
por dragones. Pegaso, no es una ciudad costera donde los pegasos
van a beber agua de las olas. Y Vía Láctea no es una mancha
de leche sobre la maqueta, aunque bien pudiera serlo. Seguía
contando el diablo a su tan querido público, que a estas alturas
ya eran puras estatuas. Luego los borrachos subieron a las flores, y
comenzaron a cantar un himno al ultrajamiento de la niña. Todo
esto mientras las hormigas brotaban del orificio que toda chica
tiene en sus pezones. Decía, decía. Así, el castillo sobre la montaña
de plastilina, había sido aplastado por el casco de oro de uno
de los pegasos. Y a lo lejos 500 platillos voladores sobrevolaban
por encima de los mares, buscando una cosa que todavía nos es
desconocida. La niña que vive en Pegaso descubre en el cielo de
su mundo algo así como un niño vestido de cuadros azules, que
está atado a un pez globo que sigue flotando. Escribir a estas
alturas se le ha vuelto un infierno a la chica. Se mira en el espejo
y sabe que tiene la cabeza de un planeta con anillos. ¿Cuál es el
planeta de ésta chica? Repiten los ruiseñores en un tono burlón.
Parece que ya encontramos al sujeto lírico de esta historia.
Un hombre con cuatro brazos sujeta a la luna. Ese hombre es
mi maestro. No, no, maestro. Esto no es un intento de alagarlo.
Le digo a uno de los borrachos que ha estado sobre mí durante
horas. La erección la perdió hace mucho, pero el tipo no se me
quita de encima. Las hormigas siguen depositando sus huevecillos
azules en mi cuerpo. Creo que es una constelación de insectos.
Me pregunto si mis pecas en la espalda significan algo para este
borracho. He olvidado la arquitectura de un tenue murmullo.
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Esa melodía de agua que se levanta por un segundo de las olas,
para luego morir en el silencio. Los huesos se me han puesto
muy pesados. No hay niños a mi alrededor, solo árboles y árboles
de los que cuelgan pieles de chicas. Ojalá mis violadores fueran
astronautas. O al menos ángeles para divertirme mientras cuento
sus plumas. Detrás del cielo hay otro cielo. A las plantas se les
llama planetas, a las nubes se les llama nebulosas. Una nostalgia
enorme representa estar con vida. Existir es una curiosidad. No
estoy obligado a seguir escribiendo, dicen los simios en la luna.
Pero lo hacen. Pero lo hacemos. Fuimos enviados hace tiempo.
Logramos sobrevivir y evolucionamos. Una broma somos a
la ciencia. Y los mensajes seguían llegando como nubes a los
pequeños poemas del viejo de la choza. Pero nada. Después de
que el diablo tenía siete soles negros dibujados en sus cuernos,
nada. Las brujas del salón comenzaron a comerse a los niños, que
son la otra forma que siempre toman las estrellas. Pero nada. Los
moretones en mi espalda no son una constelación. Y mis lágrimas
sobre la libreta no son nada.
Entonces la bruja tercera reveló que tenía una galaxia llamada
Magallanes en su palma. Digamos que el diablo no se llama
Sagitario, sino Leo. Todo el desprecio de aquel que tiene un sueño
a la tristeza. Y la bruja le sacó las tripas a la estrella. Un bosque
con pieles de chicas rellenas con hojas está debajo. Decían las
otras brujas. Pero la bruja tercera no soltó las tripas por ningún
motivo. Las tripas eran de colores. Casi parecían de plastilina. ¿Y
si el uni-verso entero es solo una maqueta de plastilina? Digamos
que el diablo es tan solo un 10 que alguna maestra marcó sobre
el trabajo. Pensemos que los ángeles son las plumas que dejaron
las aves que pasaban. El uni-verso no es tan grande. Grande es la
mente del niño que lo hizo. Ese niño, muchacha, no puede ser tu
sujeto lírico. A menos claro, que ese niño sea el que está flotando
de cabeza por el espacio. Entonces sí. Por lo pronto, te sugiero
que sigas hablando de la galaxia Pegaso. El público siempre se
conmueve cuando se habla de casa. Ya, ya sé que tu intención no
es conmoverlos. Pero ellos tampoco van a conmover a tu texto, si
tu texto no se vuelve la foto de una chica que tiene una lágrima
65
de plastilina rodando por su mejilla. Es decir, ellos no van a
conmover a tu relato, a menos de que tu relato indirectamente los
involucre. Habla de los ángeles con cascos de astronautas. Decían
los monos entre los árboles de la luna. Sí, sí, ellos son el sujeto
lírico de mi historia. ¿De tu historia? Sí, sí. ¿No ves? Mis lágrimas
son las que siguen cayendo de tanto hablar con los arroyos.
No dejaré mi sangre sobre tu libreta. Tu libreta está llena de
ángeles. Para algunas personas los ángeles usan una diadema de
oro, para otros no. Mi muerte será un acto bello. Los ángeles de
tu libreta llevarán mi ataúd sobre sus hombros. Un desfile daré
por el cielo. Algunas nubes se preguntarán por mi presencia. Los
ángeles deberán inventar una mentira, o quizá dos para explicarlo.
Mi muerte es un acto legítimo. Pero no, pero no. No dejaré
ninguna mancha sobre tu libreta. Esos ángeles también los he
visto. Llevan nombres muy raros, y tatuajes en la frente. Decir
que cada ángel es la representación hermosa de las galaxias.
Bueno, eso es algo que quisiera. El ángel Octavio sería la
representación de la galaxia NGC 2997. Estiraría sus brazos
tatuados de estrellas, y escribiría un verso con el sonido de los
arroyos cuando creen haberse enamorado de una rosa. Este ángel
vendría montado en un dragón morado, mi funeral sería lo de
menos. Luego la gente empezaría a llorar y sus lágrimas serían las
rosas que me tiren al abismo de la muerte. Esas rosas llegarán a
mí, y mientras las deshojo notaré que mis huellas se quedan en
cada uno de sus pétalos. Sí, sí. El ángel Gonzalo tendría un arpa
misteriosamente manchada de sangre. Gonzalo vendría montado
en un caballo, el caballo tendría las crines azules. Mi cadáver
inmediatamente empezaría a flotar unos centímetros, y mi cabello
caería como una pequeña cascada al fondo blanco de la caja. En
esa caja yo querré escribir un poema. Pero luego recordaré que
sigo muerta, así que tendré que guardarme todas esas avispas en
mi boca, que es lo que en verdad son las palabras. Pero hablando
de Gonzalo, pero hablando de Gonzalo. Bueno, él sería la galaxia
M32, por aquello del aire portentoso de los sueños. Pero no, pero
no. Mi sangre no caerá a tu libreta, los aros metálicos estarán
limpios, los márgenes rojos seguirán intactos, los cuadrados
perfectos seguirán en su sitio. Sobre esa libreta habrá ángeles mal
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trazados, casi como una broma. Llevarán una corona de hierbas,
y un brazalete morado. Morir, morir, morir. Pensar en la muerte
es como pensar en el sexo, a uno le interesa más de lo que le
aterra. Bien vista la muerte no es tan mala. En tanto, la niña
bajaba las escaleras con su uniforme de escuela. Unas lágrimas
llevaba pegadas a su suéter. Las lágrimas no se rompían,
evaporaban, absorbían, o cualquiera de esas cosas que les pasa.
Una libreta llevaba la niña. La libreta era una libreta secreta. Pero
como la niña ya estaba muerta, todo aquello que escribía lo hacia
sobre el cielo. Luego pensé que los poetas son como dibujos que
alguien hace en una libreta. Los diálogos en globos sobre sus
cabezas son sus obras. Digamos que el diablo soy yo, y digamos
que me llamo Capricornio. Luego los borrachos miniatura
comenzaron a nadar en el mar de mi llanto. Mi llanto era una
gama tremenda de colores. A mi maestro le cambió la cabeza de
hombre por una cabeza de pájaro. Le pregunté su nombre y me
dijo: yo soy el viejo de la choza. Las brujas devoraban el hígado
de aquella estrella, cuyo nombre es Caballo castrado. Pero no,
muchacha, el niño no es mío. Decía el diablo borracho, mientras
acariciaba la cabeza redonda de la chica. El amor de la muchacha
se destrozó como aquel terrón de azúcar en la escuela. Luego
llegaron los extraterrestres. Uno se llamaba Géminis. Medía lo
mismo que ocho pisos, tenía los ojos como una corona por toda
la frente, era verde, y hablaba en inglés. Todos quisieron
preguntarle de dónde venía, pero él dijo que debido a un accidente
él tampoco lo sabía. Entonces las brujas comenzaron a morderle
una pierna. No, no, maestro. Esta ya no es mi historia. Me niego
a seguirla escribiendo. No quiero hablar de los extraterrestres,
quiero hablar de los Extracelestes. Es decir, quiero hablar de
aquellos seres que existen fuera del uni-verso. La galaxia NGC
240, la galaxia NGC 3998, la galaxia Andrómeda, la galaxia tal,
poco, más bien nada, me importan. Que siga la vida en ellos.
Creo en sus civilizaciones. Mientras el maestro hundía su dedo
en la vagina de la chica. El maestro estaba borracho, y sentía su
cabeza como la de un hermoso ruiseñor que canta. Pero no estaba
cantando, pero no estaba cantando. En realidad, el maestro estaba
flotando en el espacio. Un pez globo atado a su pie derecho lo
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elevaba. Pero esto es un sueño del diablo. El diablo se llama
Magallanes, o Tauro. Y corre con su maqueta hacia la escuela. Sus
compañeros lo molestan, por lo que tiene que fingir que ata sus
zapatos para no ser visto. Mentira es el otro nombre de esta
historia, decían las brujas tras haber devorado a todos los niños
de la clase. El sujeto lírico es el lector de esta historia. El sujeto
lírico no es el lector de esta historia, sino un montón de naves
espaciales cortando el cielo con tijera. Con el cielo recortado
hacen una gigantesca carpa de circo. En ese circo desfilan todos
los posibles lectores de este relato. El diablo que tiene cuatro
brazos dirige la orquesta. La orquesta está conformada por unos
monos lunares que lograron sobreponerse a las adversidades. Mi
lector es mi sujeto lírico, por eso cuando se mire de nuevo al
espejo, notará que su cabeza ha sido cambiada por un planeta con
bellos anillos. Entonces intentará hablar, pero por cada palabra
contenida nacerá una especie. Así, así, hasta que, como la tierra,
aprenda a quedarse callada, por miedo a empeorar las cosas.
Meteoros lanza el niño a su maqueta que ha ido agrandando hasta
el mismo tamaño de su cuarto. Es más fácil pensar en un uni.verso dentro de otro uni-verso, que en las dimensiones de ese
cuarto. La maqueta del niño no tenía un 10, sino un 4, porque el
modelo del cosmos estaba errado. Sucede que el diablo es uno de
mis lectores. El diablo, o Dios. Quizá él no lo sepa. Y con decírselo
tampoco va a creerlo. Pero es muy cierto, pero es muy cierto.
Continuaba diciendo la muchacha que estaba sentada en la cima
del monte sobre una piedrita mirando la luna. Creía que la luna
era como un hoyo en la bandera del cielo. Todo esto prueba que
la carpa celeste sí existe, decía. Mientras las hormigas ya dormían
en sus orejas con la música que hacía el viento al pasar por su
frente. La chica tenía los senos blancos. Luego los monos
comenzaron a llorar plastilina sobre sus instrumentos musicales,
porque intentaron reproducir el sonido de una lágrima cayendo
al suelo. Solamente el diablo sabe que una lágrima cayendo al
suelo es tan hermoso como el nacimiento de un planeta. Pero,
muchacha, para ya con tu historia. Pero, muchacha, para ya con
tu historia, le decían los borrachos con cabezas de múltiples
animales, mientras copulaban con ella. Uno de ellos tenía la
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cabeza de un caracol, y no paraba de besarla. Mientras Dios, que
es uno de mis más grandes lectores, iba flotando por toda la
galaxia. Estaba atado a un pez globo que se había alimentado de
arena, que es como se medían los segundos en la época antigua.
Magallanes es el nombre de Dios, y Dios no es más que el nombre
de otras de mis galaxias en mis piernas. Un frío enorme hizo que
la chica se emborrachara, mientras unos enanos la miraban
secretamente de entre los verdes matorrales. Lejos, lejos de la
montañita de plastilina, un hombre con la Biblia en la mano
decía que el uni-verso era una maqueta. Ay, ay, de mis huesos que
están hechos de magia, o de imagen. Los enanos se llamaban
Magallanes, venían de la galaxia NGC 314 que está por
descubrirse. Luego Dios llegó al borde de la maqueta, y se
desintegró como una bolita de polvo. No, no. El cielo no es la
bandera de los hombres. El cielo es la bandera de la vida. Ay, ay,
se escuchaba a la niña gritando entre los brazos de su admirable
maestro. Una bruja, lector, está a punto de comerse tu estrella.
Digo, una bruja, Magallanes, está a punto de comerse tu estrella.
Parto de que todas las personas que me lean se llaman Magallanes.
De eso o de que todas las personas que me lean serán los simios
de la luna. En caso de que yo me lea en el futuro. Bueno, bueno,
no tengo ningún mensaje para mí. Mi vagina se llama Vía Láctea,
y de ella beben los pájaros por la mañana. En mi seno derecho
tengo una ciudad tatuada, la ciudad corresponde a una ciudad
del planeta Saturno. Mi cabeza está en Saturno, mi brazo en la
Tierra, mi sexo en Marte, mi torso en Júpiter, mis senos en Venus,
mi pie en la luna. Lamento haber dejado mi pie en la luna. Una
horda de mimos, digo, de micos, me lo quitaron. Se alimentaron
de mi pie durante años. Y aunque a mí me dio mucha pena, dije:
bueno, supongo que es por una buena causa. Entonces los monos
hicieron un altar con la forma de mi pie. Entonces vi cómo
lloraban plastilina y la luna se ponía de todos colores, porque
entonces también se había cubierto de plastilina. Fue ahí,
muchacha. Fue ahí, muchacha. Ahora puedes evolucionar tu
metáfora de la luna. Recuerda, recuerda. Esa de la soledad. Ahora
evoluciónala y di que al ser la luna de colores, ahora la luna es el
símbolo de la esperanza. Muy bien, muy bien. Así se hace.
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Entonces, mejor, comencemos de nuevo. Esta historia comienza
con una tierna muchachita que hablaba con las hormigas. Para
ello, claro, tenía que subir a la cima de un monte. En el monte,
una vez sentada en una piedrita, miraba la luna. La luna era de
colores. Excelente. No, es que no puedo escribir así. Imagina,
imagina, imagina. Todo lo que quiero es imaginar. Quiero
imaginar una nube con monos con las cabezas como planetas
girantes. Quiero imaginar un planeta llamado tierra donde
alguien solitario me escriba y escriba lo que yo no escribo. Quiero
soltar los petardos del sueño en las almohadas de Pegaso. Mi
galaxia se cae a pedazos, y usted quiere que me ponga seria.
Bueno, bueno. Eso de la piel del mundo no estaba tan volado.
Pero se trata de que esté volado. La maqueta del niño es la maqueta
de un niño de la galaxia NGC 28, galaxia donde las brujas
entierran los huesos de sus estrellas asesinadas. Se dice: mar. Se
dice: fuego. Se dice que el diablo se llama Cáncer. El diablo es un
cangrejo aferrado a las quillas de un barco en otro mundo. Somos
el pensamiento de ese cangrejo. Lector, Dios, ayúdame, socórreme,
auxíliame. Mis brazos se han caído y las hormigas se los comen.
Pero todavía mueven los dedos. Lector, Dios, Diablo, Magallanes,
Maestro, tiempo, ayúdame, socórreme, auxíliame. Mi cráneo
tiene una fractura por donde chorrean las imágenes. Algunas las
escribo, otras me escurren a mis pechos. Froto mis pechos con el
líquido espeso de la imagen. Pinto mis pestañas con ese líquido.
Llevo una tormenta en la bolsa del saco. La saco y hago florecer a
una paloma. Arranco a la paloma y la paloma se deshace en
cientos de pétalos. Tomo los pétalos y chillan. Lector, salva tu
vida, porque esta historia nunca se trató de mí. Entonces las
brujas comienzan a matar a todo mundo, incluso al pegaso que
tan poco salió durante el cuento. Toman el cetro de carne del
pegaso y bailan. Una de la brujas llora y sus lágrimas son palomas,
pero las palomas son de plastilina. Cada paloma es un poeta, o un
diablo, o una flor enamorada de los ríos. Tan solo espero que el
borracho se me quite de encima. Ha perdido la erección desde
hace horas, pero él insiste. Ya no tengo llanto. No es una historia,
sino 1965 historias. El caso con los borrachos es que vomitan
sobre mis pezones. Siento el tacto de las piedras sobre mis piernas.
70
Espero poder vivir para contar esto. Pero ninguna chica está en el
bosque. El maestro sigue bailando con su fantasía como un boleto
al paraíso. El paraíso es una cosa de tuercas y llanto. El niño que
nos hizo estaba borracho, yo también estoy borracha. El chiste es
hacer una lluvia de meteoros, y al final hacer florecer a una
plantita.
Lector, salva tu vida, porque esta historia nunca se trató de mí. He
soñado con este texto durante años, pero nunca tuve el valor de
escribirlo. Ahora lo hago y fracaso, por que lo escribí tal como lo
vi en mi sueño. El lenguaje del sueño es un tanto incomprensible.
Digamos que es un mapa. Sí, sí, un mapa. Digamos que los
moretones en mi espalda son un mapa. Un mapa que lleva al
fondo de una pecera donde las brujas se comen a un niño. El niño
tiene la fe puesta como un sombrero, que se puede encontrar a la
venta en prácticamente cualquier aparador de la calle. El frío del
bosque alberga un secreto. Lector, salva tu vida, los ángeles lloran
plastilina y manchan sus cascos. Todos somos una maqueta, pero
los años me pesan y la mente me salta encima como un grupo
miniatura de borrachos. Los extraterrestres, bien, bien, no me
interesa hablar de ellos. Millones de rosas caen al suelo por la
mente. Mi novio es el diablo y pronto fusionará dos galaxias. La
colisión no será catastrófica, pero será. Entonces, los hombres que
habían vivido en esas islas llamadas planetas se verán de nuevo.
La familia humanoide se encontrará de nuevo. Algo así como
cuando la Pangea se formó otra vez. He ahí, he ahí que estaremos
más cerca. No, maestro, ya sé que no tiene sentido. No, maestro,
ya sé que los niños extraterrestres no han salido de nuevo, y es
que ellos también están llorando plastilina junto al río. La luna
policromática mira la escena. Morir, morir, morir. He dicho.
Digamos que mi novio se llama Piscis. Digamos que yo soy el
diablo soñando la maqueta para mañana en la escuela. Imagina
un 10, o un 8, o un 4, o un 0, sobre tu cielo en la mañana. Pues
bien, es posible. Tal vez mañana te levantes y mires tu cara como
un planeta con anillos. Uno nunca sabe, uno nunca sabe. Hacer
poesía es fácil, tan fácil, tan fácil, que se vuelve difícil. Y al decir
poesía digo vida, obviamente. Y al decir vida digo Andrómeda,
71
claro. Imagina a tu sol con una carita feliz de repente. Si yo quiero
puedo hacerlo. Una carita feliz es más revolucionario que una
metralleta. Y todavía más revolucionario es un corazón tallado
sobre un árbol. Maestro, maestro, mi texto se está poniendo a
hablar con sus lectores. Decía la niña, mientras el maestro rozaba
su ano con los dedos. Espere, espere. El diablo es mi novio, y su
mente es una galaxia en espiral. El nombre del corazón del diablo
es la canción que repiten los vientos sobre las olas. No, maestro,
esta maqueta no la hice repentinamente. Pero soñé que un chico
hablaba de mí en otro sitio. Entonces pensé que ese otro sitio era
un sueño, y como todos los sueños, son una cosa en espiral que
gira dentro de los cráneos. Y sí, pensé que sería lo correcto hacer
mi maqueta del uni-verso que hay en mis sueños. No, maestro,
no quiero ese uniforme de chica. Luego el maestro le cortó la
mano al pequeño diablo, y la puso en el fondo de una pecera.
Dentro de la pecera había algunas brujas que de inmediato se
comieron los dedos rojos del diablo. Un diez se dibujó sobre mi
cielo. No, en realidad fue un cuatro el dibujado. Pero de este
lado del sueño se abren ventanas, pero uno nunca sabe a qué
casa, o qué calle, o qué parque, se estará asomando. Entonces las
ventanas del sueño. Bueno, eso ya lo saben. Pero las brujas seguían
comiendo la mano del pequeño diablo, jugaban con las líneas de
su vida, se las colgaban como bufandas por el cuello. La pequeña
nube de Magallanes es algo que vi como lágrimas pegadas como
calcomanías a mis libretas. Mi novio lloraba porque él era uno de
mis lectores y se había enterado de que no existía. Yo tampoco
existía. Estas letras ante tus ojos tampoco existen. Son tan solo
la sombra de tus pensamientos sobre la hoja. Es decir, si alguien,
lector, te matara en este momento, la hoja se pondría en blanco.
Las manos reflejadas sobre un muro es también un poema. Tu
cuerpo sobre la chica o el chico que amas es también un poema.
Pero en el caso de las hojas, bueno, eso ya todos lo saben. Hay
cuatro brujas que se ponen el sexo de una estrella sobre el suyo.
No, muchacha, mejor empecemos de nuevo. Terrestres, a los
que viven en la tierra. Lunares, a los que viven en la luna. ¿Y los
del uni-verso? ¿Y los que están más allá del uni-verso? Ahí está
el diablo jugando con la galaxia de Draco como un puñado de
72
arena. Mi novia me espera detrás de los montes. Un pez globo
de color rojo me lleva. Está tan inflado que pareciera que en
cualquier momento se va a transformar en un planeta. Yo escribo
tu historia, como el pegaso que corre velozmente en las estrellas.
Imagino a ese pegaso comiendo los dedos de cientos de diablos.
Una planicie de dedos de diablos, esa sería mi gran galaxia. Decía
el maestro, mientras sujetaba con violencia a su estudiante. Con
una de sus manos acariciaba su cabello, con la otra limpiaba sus
lágrimas, con una más sujetaba sus muslos, con la última rasgaba
sus prendas. El maestro era azul, pero tenía los cabellos rubios.
El pene suyo era grandioso, pero tenía unas motitas de sangre de
la chica. A mí, el narrador, me dio una tristeza enorme, por lo
que me fui a la historia y golpee con un palo al querido maestro.
Luego, al darme la vuelta, vi a una chica desnuda con llanto en
los ojos. Yo tomé el llanto de esa chica y le hice un barquito
de plastilina. Le dije que buscara al verdadero sujeto lírico de
esta historia, y ella empezó a reírse, y me dijo que el verdadero
protagonista de esta historia era el maestro, pero ahora que estaba
muerto ya no tenía sentido terminarla. Entonces empecé a besarla
tiernamente, mientras detrás de nosotros cientos de lectores
pasaban volando por el cielo. Estaban atados a unos globos y
eran un gran espectáculo para los cielos. Los lectores comenzaron
a decir: No, muchacha, así no se cuenta una historia. Porque
todos los lectores son secretamente escritores, pero están atados a
los libros que son los globos de los otros. Y esos otros son los que
van en caída libre, y que saben que en sus bolsos hay infiernos,
paraísos, tierras, pequeñitos. Pero el barco de plastilina pasó
volando sobre el mar aéreo de los lectores. Cuando yo dije todo
esto en voz alta, los globos se transformaron en ojos grandes que
flotaban. Entonces los ojos parpadeaban pegados al cielo. Y la
chica, conmigo, el narrador, empezó a buscar a un nuevo sujeto
lírico o a Magallanes, lo que sucediera primero. Pero al pasar
entre los planetas, en uno vimos a Magallanes siendo atacado por
un grupo de monos. Oye, narrador, tienes dos opciones: o te vas
y concluyes mi historia, o te vuelves el sujeto lírico de este relajo,
digo, relato. Entonces yo noté que estaba rojo. Sí, sí, lector, yo
era el diablo. Miré los dedos de mi mano derecha, pero ya no
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estaban. Luego miré mi cabeza en el espejo de las velas internas
del barco, y noté que en lugar de una cabeza tenía un planeta
con grandes anillos. Paciencia, eso es lo que nos enseñan todos
los planetas. Así que me senté a ver el desfile de ojos por el cielo,
algunos tiraban lágrimas sobre los países. Y sí, y sí, sus lágrimas
también eran plastilina.
El diablo se llama Capricornio, digamos. Lector, salva tu vida,
porque esta historia nunca se trató de mí. En tu mano derecha
tienes la estrella del tiempo. Tu corazón es imaginario, pero no
por eso late más lento. Bendito sea tu corazón, lector. Bendita sea
tu angustia ante la vida, las cobras de colores con los ojos negros.
Encuentra alegría bajo las piedras. Habla con el mar, perdónalo.
Tregua, tregua, aire que respiro. Tregua, océano imperante y
tierno, violento y tranquilo. Canto a las olas procelosas de la
orilla, esas que tienen un lenguaje tan rico como el nuestro. Me
siento vacío, soy el mar hueco de los hombres. Una vez escuché
que al mar le hacía falta una gota. Luego miré al mar y lo sentí
incompleto. ¿Dónde está tu lágrima perdida? ¿Es acaso que la
perdiste porque un barco descuidado partió en dos tu corazón?
Sabemos que tu corazón es un coral hermoso. ¿Será tu lágrima
faltante la que ahora escurre por mis ojos? Es tuya, es tuya. Esta
lágrima mía es tuya. Acepta mi llanto como mi bien más preciado.
Que los relámpagos sigan cayendo, yo caeré a un hoyo negro en
la mano del diablo. Lector, salva tu vida, porque esta historia
nunca se trató de mí. Tus sueños son corales y ante ellos recito.
Secretamente he dejado mi lengua bajo tu almohada. Sueña con
ella, vive con ella. Las coníferas marinas son las vértebras de los
océanos. Lector, es tuyo. Este libro es tuyo. Pero no dejes que te
lleve por el cielo. Rompe esa cadena, baila en la pupila de mis
años. Una estrella está en tu mano. ¿La sientes? ¿La sientes?
Yo, el narrador, comencé a tocar un violín hecho con los cabellos
de las brujas. La música era el nombre verdadero de esta historia.
Y los extraterrestres mitraron el barco de plastilina sobre el cielo.
No, muchacha, mejor digamos los extracelestes. He ahí que el
uni-verso sea un unicornio formado con las gomas de mi escuela
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y un solo lápiz. Luego uno de mis lectores me dibujó una galaxia
llamada Octavio en la espalda. Yo quise verla pero no pude.
Dentro de cada átomo yace el uni-verso, escuché una vez a un
maestro con cuatrocientas manos. Con cada una de sus manos
acarreaba a una ola. Ya cuando la ola llegaba a la orilla comenzaba
de nuevo. Le dije a mi lector que su corazón era imaginario, y él
me dio un beso. Yo comencé a llorar y mis lágrimas revolvieron
todas las historias volviéndolas una. Intenté contarla a los satélites
artificiales del cosmos, pero ellos solo escupían tuercas y pedazos
de humo. Intenté contárselas a los niños de colores del principio,
pero ellos seguían conversando con los árboles, con los arroyos,
con los valles. Esos niños no eran extraterrestres, sino que eran
los amigos del diablo que nos hizo la maqueta. Luego mi lector
se volvió una tabla donde flotó mi libro hasta el centro de todos
los mares. Una chica sentada en una piedrita sobre los montes me
cuenta una historia. A esta hora mi rostro se ha llenado de estrellas
que son mis pecas cuando me da sueño. Yo soy el cielo, he mirado
a esta chica porque ella me leyó un poema que a pesar de no ser
tan bueno me había conmovido. El poema era también un relato.
Pero el relato era también una posibilidad cósmica que nunca
antes había pensado. En el poema se hablaba de mí con mucho
respeto. Mis constelaciones que son mis tatuajes sobre el cuerpo,
eran los diversos nombres del niño que me hizo. El niño a veces
se llamaba Virgo, otras Leo, otras Géminis. Yo entendí que esa
chica tenía derecho a mirar mis entrañas. Entonces encarné en
un grupo de borrachos. Los borrachos empezaron a contar una
historia sobre OVNIS y otras cosas. Pero algo salió mal, porque
los borrachos tenían cabezas de estrellas pequeñitas o de lunas. La
niña corrió, y corrió, y corrió. Desde entonces no ve en el cielo
una bandera, o la corona natural de todos los hombres. Sino una
frontera digna de ser destrozada. Y así, y así, la niña conversó
durante horas con la luna. El diablo eres tú, lector. Lo mejor
es que tires tu maqueta hacia los mares. Lo mejor es que dejes
tu tarea en las alcantarillas. Todas las alcantarillas son árboles
en un bosque citadino y frío. Ha de saberse que en las ciudades
todos los corazones crecen hacia dentro, de modo que al final
siempre queda un hoyito por adentro del pecho. Por ese hoyito se
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te escurre la sangre imaginaria, lector. Los poemas son boquetes
para evitar morir desangrados. Mi cabeza es una luna, por lo que
mis pensamientos son cráteres y huecos. Los poemas son costras
que lentamente sanan las heridas, me decía el lector. Yo tomé
al cielo como un pañuelo y lo metí en mi bolso. Sentí el peso
de los futuros arcoíris, de las estrellas, de los vuelos frustrados,
de los aviones, de los cometas. Luego entendí que el cielo es la
proyección de una película muy vieja. El lenguaje que se usa en
esa película es el lenguaje del movimiento. Una sala paralizada de
miedo no la entiende. Hace falta un público valiente para mirar
las estrellas. El diablo también nos mira sentado en una estrella.
Nuestro sol en otra galaxia tiene otro nombre. Se llama, me dice
Magallanes que está metido en mi pupitre, Caballo decapitado.
Yo me río porque el sol está también en mi bolso, y mide lo
mismo que una moneda.
Muerte, salva tu vida, porque esta historia nunca se trató de mí. Un
libro cerrado es igual a una tumba. En esa tumba las palabras son
comidas por los gusanitos del tiempo. Un libro abierto es como
el parto de una idea. Nace la imagen de una estrella en la lengua
del diablo, y todos los símbolos vuelan dentro de los cuerpos
como una parvada de pájaros azules. Esos pájaros vuelan sobre la
maqueta que también cabe en la mano de un niño. Mi lector es
la causa de que me vuelva un ángel. Estoy sentado en una isla en
el espacio, todos los planetas giran en torno mío. Soy el centro de
la maqueta, y como estoy solo mis lágrimas pesan lo mismo que
los mares. Narrador, salva tu vida, porque esta historia nunca se
trató de mí. Y el diablo venía cabalgando a una estrella llamada
Caballo, bueno, no importa. Lo cierto es que esto no son 1965
historias, sino una sola. Una sola historia que amanece, atardece,
y se pone triste. He aquí la historia que unas brujas recitan ante
el cuerpo destrozado de una estrella. No sé cuándo los borrachos
pequeñitos se volvieron los poetas de las hormigas. Me llamo
Capricornio, y sé que afuera del uni-verso está su centro. Pero,
Capricornio, salva tu vida, porque esta historia nunca se trató de
mí. Un segundo es el enamoramiento, hermanas. Una eternidad
es la sonrisa. La distancia entre continente y continente es agua.
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La distancia entre cabeza y cabeza es un sueño. El diablo duerme
como un capullo entre mis manos. La mariposa roja espero un
día se abra. Soñar, soñar, soñar. Esta historia nunca se trató de mí.
Solar, solar, solar, la vida es una lágrima súbitamente iluminada
por un rayo. Vivan, mis pequeñas. He aquí que soy tan débil como
la flor que se levanta. Nunca llegaré al otro lado del mundo. A mi
izquierda hay una cantidad infinita de estrellas, a mi derecha hay
una cantidad infinita de estrellas, bajo mí hay una cantidad infinita
de estrellas, sobre mí hay una infinita cantidad de estrellas. Salva
tu vida, uni-verso, porque esta historia nunca se trató de mí. Al
norte hay una infinita cantidad de estrellas, al sur hay una infinita
cantidad de estrellas, al este hay una infinita cantidad de estrellas,
al oeste hay una infinita cantidad de estrellas. Sus lágrimas son
más valiosas que un océano pacífico, sus caricias más duraderas
que la rotación de esta tierra. Levanten el rostro y vean al cosmos
como un caballo en el pasto. Hay más amor en una sola de sus
risas, que en todos los tréboles del mundo ofreciendo un deseo.
Yo veo más vivacidad en sus ojitos, que en todas las lluvias sobre
los campos. Una sola de sus pestañas tiene más divinidad, que
todos los dioses del planeta. Nunca lo olviden, nunca lo olviden.
Que el viento recorra sus cabellos, que el agua empape sus labios,
que la tierra acaricie sus plantas. Nunca lo olviden. En el cielo
nocturno están mis últimos deseos. Levanten la vista, el mundo
está delante de ustedes. Y antes de dormir, hermanas, repitan: A
mi izquierda hay una cantidad infinita de estrellas, a mi derecha
hay una cantidad infinita de estrellas, bajo mí hay una cantidad
infinita de estrellas, sobre mí hay una infinita cantidad de estrellas.
Yo soy el centro del uni-verso.
77
Testamento Ígneo de Marta
Pero luego después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la
luna no alumbrará, y las estrellas caerán del cielo, y las virtudes o los ángeles
de los cielos temblarán.
La Biblia
Ella escribe un poema sobre las pieles del bosque. Las pieles son
de sus amigos. Las pieles no son de sus amigos. Luego las estira y
se mete en ellas. Ya con el rostro de ellos camina sobre la hojarasca.
No, no. Ella no es la muerte. Ella tan solo escribe la crueldad de
los castillos. Las flores se levantan como un pequeño sol sobre los
pastos, y las piedrillas giran al ser pateadas como planetas. Hay
una secreta transcripción de la vida sobre las palmas de los árboles.
Los fantasmas existen. Los fantasmas no existen. Ella sabe, ella
sabe. La luna es un diente de león que se deshace con el viento de
mis labios. No puedo aguantar más mis ganas. Estoy en el bosque
y miro las pieles de mis amigos. Escribo sobre ellas, luego me las
pongo como prendas, como prendas más cercanas a mí que mis
carnes. He aquí mis carnes, tiempo. He aquí mis huesos, noche.
La chica recitaba a la mitad de un bosque. Recordaba la muerte
de las estrellas en su mano. Y las estrellas muertas se veían como
en el campo después de una guerra. El campo era la palma de su
mano. Montes de carne, sierras de músculos, valles de vellos. La
chica con cientos de rostros ante ella. Escribía sobre las pieles
poemas a las flores. Pero como los poemas son flores, escribía
flores a las flores, hasta que la piel que cubría a los amigos se
volvía una piel de pétalos. Entonces una sociedad era como un
jardín a punto de pudrirse. Luego tomaba las pieles que eran mis
hojas de literatura, y las colgaba por todas las ramas. Me quité la
piel y adentro tenía un montón de semillas. Y yo pregunté por
qué mis lágrimas no podían ser como semillas, y entonces me
respondí que mis lágrimas sí eran semillas. Dejé caer una sobre
un cráneo, y una florecita creció por el ojo de éste. Estaba triste,
estaba triste. Mis amigos habían muerto, mis amigos como
conchas marinas dejadas y tomadas por las mismas olas. Esas
conchas como una estela de agua, o algún dibujo hecho sobre
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una servilleta que se moja. Pero ella no es la muerte. Pero ella sí
es la muerte. ¿Es que no lo ves? Ella recubre todos los árboles con
la piel de sus amigos. De así quererlo se haría un collar con sus
dedos. He aquí mi boca, día. Perdón, perdón. Mis sueños se caen
como monedas al abismo, o como flores que envejecen, que se
encorvan, y hacen de un grupo de hierbitas su sepulcro. La música
de su muerte es el aroma del bosque. Luego las estrellas muertas
se caen de su mano como estampitas. Las estampitas vuelan por
el viento como mariposas hechas por el hombre. Duran mucho,
yo diría. La gracia de la vida es que es muy corta. La gracia de la
vida es que es muy larga. La gracia de la vida es que es como una
estampa en forma de corazón para la novia. Pero yo he venido
para contarles mi historia. La chica tomó las piedras y rellenó las
pieles de sus amigos, luego continuó su historia. Los arroyos, los
valles, los desiertos. Monjes con cabezas de caballos ofrecían su
misa, una lágrima corría por sus rostros. Estaba triste, estaba
triste. Mis lágrimas eran semillas pero no germinaban. Mis amigos
muertos cantaban alrededor de una rosa. Mi padre estaba triste.
Morir es un acto triste, como la estampita de corazón que se
desprende. La mariposa destinada a volar por dentro de la mente.
Una estampita para pegar por dentro de los cráneos. Emociones,
pensamientos, tristezas. ¿Qué estampitas habrá en los cráneos de
las mujerzuelas? Ellas también son flores, caminan largamente
por las calles, y dejan los cuartos de los hoteles llenos de pétalos.
Una lágrima se mece en alguno de esos pétalos, es cierto, es cierto.
Pero hay flores que se abren paso entre los grandes peñascos. Lo
sabemos. Lo sabes. Lo sé, y una estampita me crece por dentro
del cráneo. La estampita es roja, pesa lo mismo que una duda. Ha
recubierto el interior de mi mente, por lo que me vuelvo una
bolsa de estampas. Uno de mis amigos. Uno de tus amigos se
llama, se llama. Bueno, el caso es que la estampa que lleva en el
cráneo es un Pitufo. Poco importa para el caso, pero es curioso.
Estamos muertos, estamos muertos. La esperanza, los anhelos, la
fuerza. ¿Cuál será el último pensamiento del soldado? Miro los
errores como torres, o terrores. He aquí que el estrechar las manos
no es un saludo, sino un revolver de líneas que se viven. Estrechen
las manos con todo mundo, o no lo hagan con nadie. El fuego
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del infierno que llevamos en la boca. Hacemos antorchas, o
hacemos incendios. La antorcha sirve para ver los rostros, el
incendio para devorarlos. He aquí mis huesos que se caen sobre
la hoja, mi piel se evapora como un pigmento en el aire. Estoy
achicharrado en medio de todas estas letras, que a la larga me
parecen piedras ardientes en las bolsas. La vela es la infancia de la
antorcha, como la antorcha es la infancia del conocimiento. Pero
de qué hablas, me decía. Las pieles se balanceaban de un lado
para el otro entre las ramas. Luego los fantasmas miraban la luna.
La luna se llamaba rosa y tiraba sus pétalos por todo el cielo.
Entonces yo no entendí cuál era el último pensamiento de la
luna. Mis amigos son estampitas pegadas a mi libreta. Uno es un
ratón que anda en dos patas y se viste de rojo. Él me ha enseñado
que los errores son terrones que se caen a la leche. Entonces
equivocarme ya no asusta. Pero las estrellas que me pone el
maestro sobre el cuerpo, bueno, eso es otra cosa. El caso es que
ahora estoy muy triste. El infierno de mi boca arde, y ha quemado
mis pensamientos, por lo que una tenue capa de ceniza ha caído
en la hoja. No, no son letras lo que está ante tus ojos. Es la ceniza
que se me ha caído, es la madera quemada como una gran hoguera
en el centro de mis sueños. Pero no, no es un poema. Es la casa
quemada con los niños dentro. Es la hierba seca en el otoño que
esperaba disolverse en el viento, pero que en su lugar fue apilada
para el fuego. Un pequeño fósforo, como un sol que se acerca
demasiado. Todo a su distancia, me decía, me decía aquella sirena
de cabello rojo. Ella me hacía mucha gracia, porque un pez
amarillo la seguía como un satélite. Luego el fuego que llevaba en
las mandíbulas ponía muy negros mis dientes. No, no. Yo no soy
una flor, continuó escribiendo la chica sobre las pieles pequeñas
de sus amigos. Ese bosque era imaginario. Ese bosque no era
imaginario. Ese bosque era mi casa antes de que la quemara,
porque ahí todos me obligaban a ir a la escuela. Pero en la escuela
mis únicos amigos eran las estampitas de mis libros, y cuando mis
lágrimas caían sobre el hule, mis lágrimas se conservaban como
para no dejarme sola. Muchacha, ven, ven. Tengo una estrella
para tu cuerpo. Decía el maestro mientras tocaba mis piernas. Yo
entonces tomaba mi libreta de Matemáticas, donde mi mejor
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amigo que es un peluche me consolaba. El peluche era rosa, pero
no era muy conocido. Entonces el maestro me construía una
constelación por todo el cuerpo. Y el infierno de mi boca me
quemaba las estampillas de mi cráneo. Pensar que tenemos que
tenemos el interior del cráneo cubierto de mariposas, bueno, este
no es el caso. El caso es que estamos muertos. El caso es que la
luna es ahora tan solo un tallo desnudo. ¿Cuál será el último
pensamiento de un esclavo? Muerte, muerte, perdona. Te heredo
mis manos, mis pies, mis trenzas. Detesto que deshaga mis
trenzas. Luego los fantasmas vomitaban las almas de las rosas. Un
ocaso invertido. Pero los monjes con cabezas de caballos dicen
que los errores son horrores como flores deformes. Y así, y así, la
chica escribía todo su pensamiento sobre los cuerpos de sus
amigos. La guerra había empezado cuando una anterior había
acabado, y las aves estaban paradas sobre la última hora del siglo.
Una tormenta de llamas le había torturado el corazón dentro del
pecho. Después de pensar en su pasado, cuando era una niña que
veía en el caballito del diablo un espanto, y en las estampitas de
las golosinas una risa, fue al bosque y empezó a orinar sobre la
corteza de un árbol. La orina era terriblemente caliente, por lo
que la chica pensó que el infierno le había bajado hasta el sexo. La
orina era terriblemente caliente, por lo que pensé que el infierno
habitaba en mi vientre. Y no, y no, no sentí en mi orina a cientos
de caballos que bajaban. En todo caso, sentí a cientos de estampitas
que bajaban. Pero eso es algo que jamás se podrá comprender del
todo. Entonces, sigo. Una noche invertida, divertida, es algo
como un calcetín moteado. Mis amigos muertos en la guerra. Si
yo estuviera muerta, ellos también hubieran dibujado un paisaje
sobre mi cuerpo. Bueno, lo cierto es que yo no sé pintar, por eso
escribo. Pintar es una forma más libre de escribir, y escribir es una
forma más barata de pintar. Esto se lo aprendí a uno de mis
amigos que era un oso bastante amarillo. El oso hablaba, y estaba
dispuesto a llenarse la mano de aguijones con tal de comerse un
poquito de miel. Pero esto ha acabado, muchacha. Ya no eres una
niña, ahora eres una rosa en estampilla que pego a mi cuarto. El
infierno llegaba a mis pies, y me calcinaba las uñas. Recuerdo que
el maestro arrancaba mis estampitas de las libretas, decía que
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hablaba mucho, y que no era amable. Luego me llenaba el cuerpo
de estrellas. Pero nunca me sentí la única constelación andante en
clase. De hecho, nunca me sentí como una cosa a la que se le
voltea a ver por las noches. Lo que sucedía, en todo caso, es que
el infierno quemaba a las estrellas. Mi piel era un caldero al que
se le aventaban astros. ¿Cuál será el último pensamiento de un
terrorista? Me decía el tigre amigo del oso, y se iba saltando por
todos los márgenes. Yo pensé que ese tigre, de así quererlo, podría
saltar tan alto, hasta tocar el cielo, y también volverse una
constelación andante. Pero yo jamás me he sentido como una
constelación andante. Pero tú jamás te has sentido como una
constelación andante. La caldera de mi cuerpo se vuelve una
revolvedera de cometas. Pero ella es la muerte. No, no. No puede
serlo. La muerte es una flor que solo podemos oler después de la
vida. ¿Pero si los terroristas son también como flores? El olor de
mi boca es como el de semillas quemadas. Estaba triste. Estabas
triste, digo. Y mi orina formó un riachuelo donde los pequeños
indios oficiaban rituales. Pero ya no sé de lo que hablo. Los meses
pasaron como los caballos del diablo de mi infancia. Mis amigos
eran mis estampitas, en el bosque que era mi libreta. Pero no, esa
es otra de mis mentiras. ¿Cuál será el último pensamiento de un
poeta? Miro la ceniza sobre esta hoja, y siento pena. Intento pasar
mis dedos sobre el desastre, pero recuerdo que no sé pintar.
Entonces contemplo la ceniza, hasta que la ceniza se vuelve una
extraña escritura. Pues bien, pues bien. Y aunque yo solo sea una
taza que habla en un castillo encantado, y mi mamá una tetera
que envejece en una antigua repisa, puedo decir que esa niña es
hermosa. Lamento los golpes que le otorga el maestro, lamento
las caricias de sus manos por sus piernas. Esa chica es más agua
que toda el agua en el océano. Lamento las estrellas en las partes
silenciosas de su cuerpo. Basta, basta. Lo de la casa fue un error,
ya se los dije. No, no, el fósforo no es la infancia de la vela. Mis
amigos están muertos. Tus amigos están muertos. Mis amigos
son velas, y con su cera ardiente resano las fracturas de mi mano.
Tengo una vida muy larga, demasiado larga. Me digo, mientras
las estrellas que son estampitas de mi infancia se caen de mi mano.
¿Cuál será el último pensamiento de una rosa? Me dices, mientras
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mis amigos se vuelven fantasmas. Tú eres la muerte. Le digo, y el
infierno que soy por dentro me rompe los huesos. Cubro a mis
amigos de ceniza. No cubro a mis amigos de ceniza. Luego les
pinto paisajes de hermosas montañas. Las montañas empiezan
con dos riscos; algo como esto: M. Luego sigue con un lago
floreciente; algo como: O. Después viene una montaña custodiada
por un árbol; me refiero a: N. Y así, y así, sobre sus cuerpos. Yo
siento como que mis amigos se estremecen de ternura, pero ya no
es cierto. Ellos han muerto, ellos han muerto. Decía la fantasma
entorno a una piedra. Mis amigos también eran flores. ¿Han visto
las flores cubiertas de polvo? El infierno se sale de mi cuerpo,
consume mis prendas, mi libreta, mi silla, mis textos. Lo único
que escribí fueron montañas. Mi maestro tenía la calcomanía de
un auto en su cabeza. Entonces miré al cielo, y noté que mi amigo
el tigre parlante ya era una constelación deslumbrante. Una
alegría enorme me creció por dentro, fue como si todas las semillas
de las que estoy rellena florecieran. Hace tanto que no siento
esto. Él ahora debe estar en su tumba, rodeado de siete serpientes.
Noche, noche, he aquí mis labios. El infierno como una montaña
en el centro de mi lengua. Aunque cien hombres tiren de ese
infierno, ya nadie podrá sacarlo. Lamento mis dibujos sobre su
cuerpo. Estamos muertos, ahora todo irá bien en adelante. La
muerte es una flor que tarda toda una vida en abrirse, pero vale la
pena. Por ahora solo siento a los dragones que van de un lado a
otro entre mis dientes. Las rasgaduras de sus uñas me parecen un
poema misterioso. Pero sigo. Pero sigues, niña, con tu falda lo
bastante larga, con tus trenzas como dos arcoíris amarrados. Y te
pongo estrellas de aluminio sobre el cuerpo, te digo lo de la baba,
y tú ya sabes. Desde mi tumba te sigo hablando, te sigo tocando
las piernas largamente. No, no te lamentes, eso en tu libreta no
tenía importancia. Pero las pieles de mis amigos se mecen ante la
luna naciente. Mi orina llena de calcomanías los arbustos. He ahí
mi infancia, como una fuente amarilla que se seca. Pero tú estabas
contando una historia. ¿Pero yo estaba contando una historia?
Los fantasmas bailaban entorno a una rosa. Desde la muerte toda
rosa se ve como una antorcha. He aquí mi historia. Cuando yo
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era más grande toqué el pene de mi primo pequeño. La muerte
detrás de la muerte. Una piel llena de agua como un globo. La
luna invertida es igual a un niño que desciende de los cielos.
Recuerdo que mi sirena de cabellos rojos comenzaba a nadar por
todo el salón. Nadie podía verla. Todos podían verla. Nadie salvo
el efecto de la luz entrando en mis pupilas. Ella me decía que no
hay nada más hermoso que una barca balanceándose de un lado
a otro sobre una ola. Eso me hacía pensar que esa ola bien pudiera
ser el dedo índice de Dios. Pero bueno, pero bueno. Ahora que
soy un fantasma, me pregunto acerca de los montes. El mundo es
como una célula que se divide. Hay un mundo igual a éste, pero
el mundo es fantasma. Llenar la vida con cordones. Atar el alma
a un farolito en la noche. La luna se divide como una célula. Dos,
cuatro, ocho. Exponencialmente. Un mundo junto al mundo.
Una rosa junto a la rosa. Un río junto al río. Una piedra junto a
la piedra. Millones de papalotes brotaban de mi boca, y se
desplazaban largamente por el cielo. Mi boca también se dividía
como una célula. En mi cráneo nacía otro cráneo. En mis dos
manos hallaba cuatro manos, en mis diez dedos, veinte. Las nubes
se dividían. Hay un mundo alterno. No hay un mundo alterno.
Sí hay un mundo alterno. Luego quemaba las pieles de mis amigos
en la hoguera de mi boca. Piel tras piel, como leño tras leño. Los
cuerpos pintados de mis amigos ardían en mi boca. Llegó la
guerra. Las madres comenzaron a comerse a sus hijos para
aguantar el hambre. Los arcoíris habían enflaquecido y se les
veían los huesos. Pero del otro lado de los ojos. Un niño robó mi
estampita favorita, la del peluche rosa, y le dibujó unos cuernos.
Entonces yo le metí un lápiz al ojo del niño, y fue como si le
hubiera dibujado un paisaje en su cerebro. Desde entonces el
niño siempre parecía consternado ante la luz del día. El día con
todas sus marcas en el cielo. Pienso en mi maestro, ahí, ahí, en su
tumba. Toda tumba es un acto de consuelo. Tumba sobre tumba
como una torre. Una torre tan alta que llega hasta las nubes. De
niña yo hacía una pequeña tumba para las rosas que morían.
Niña, ven, ven. Tengo más estrellas para tu cuerpo. Decía el
maestro, mientras tocaba mis pechos nacientes. Una civilización
alterna, una civilización de fantasmas. Maestros fantasmas,
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estudiantes fantasmas, escuelas fantasmas. Y el infierno de mi
boca era un revolcadero de leños. Cada leño era un pensamiento.
Poemas fantasmas, libretas fantasmas, plumas fantasmas. Pero yo
estoy muerta. Pero yo estaré muerta. Pero yo estoy muerta y
comprendo a la garra en el cerebro del puma. Comprendo el
pensamiento del trébol que tiene tres hojas y se siente triste.
Comprendo el miedo del terrón de azúcar al caer en mis labios.
Ella seguía mirando los árboles del bosque. Y una serpiente de
colores le rodeaba la mano. El infierno de su boca se había
transformado en el infierno de dos bocas. Las nubes entonces
cayeron como tristes cadáveres sobre los montes. Llegó la guerra.
Bombas, tanques, balas, trombas. El hambre del hombre se volvió
una hoguera de libretas. Miré a mis amigos achicharrarse. El
ratón que andaba en dos patas se abrió el cráneo con una piedra,
porque un miedo misterioso le había crecido por dentro. Una
bala rozó mi brazo, y una cascada de semillas se había desatado.
Todas mis semillas rodaron al suelo, como una tormenta de
posibles y plausibles germinaciones. Ya fuera de mí, pero completa.
Una realidad fantasma, una calca del cosmos hecha monocroma.
Fuera de mí, pero completa. Más en ti que en mí, pero yo misma.
Parecida y diferente, azúcar derretida en unos labios. Ser diferente
a ti me reafirmaba. Ser distinta nos asemejaba. El fuego parecía
un estado del agua. Era un cuerpo. Tenía un cuerpo. Toda yo
rellena de semillas. Cada semilla una forma distinta de parecerme.
Un yo rosa que se abriera en la mañana. Un yo cactus para hablarle
al desierto. En todo caso, el desierto también se dividía como una
célula. Otro de mis amigos, el oso amarillo vestido de rojo, se
partió en dos por el torso, y una cascada de espuma le brotó por
el vientre. La chica seguía llorando, pero pensaba que la forma
correcta de escribir esa palabra era “yorando”. Porque las lágrimas
siempre eran una reafirmación del yo. Del yo respecto al otro. O
del otro respecto al yo, como una margarita que florece hacia
dentro. Pero el llorar siempre era un desbordamiento del yo.
Entonces las manitas que colgaban como un collar de su pecho
agitaron sus dedos. Un cosquilleo enorme sintió. Un cosquilleo
enorme sentí sobre mis senos. Ser fantasma es ser yo en el otro:
mis dientes están en tu boca, mis uñas están en tus dedos, mis
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órganos están en tu cuerpo. El humano también puede florecer
hacia dentro. Mi peluche rosa ahora con cuernos, me decía. El
bosque creció tan alto que pronto tomó las dimensiones de una
mano. Y mis amigos rodaban por las colinas como troncos. Mi
orina era un torrente de serpientes. Las serpientes se llamaban de
una forma distinta cada día. Yo me debería de llamar de una
forma distinta cada día. Es decir, si fuera más honesta, me debería
de llamar de una forma distinta cada día. He aquí mis testamentos,
una misma historia, pero contada por diversas flores. El coral
contó su parte desde el agua. La orquídea contó su parte desde
tierra. El cielo, que es otra forma de ser rosa, contó su parte desde
la cópula del mundo. La nieve se pegaba a las ventanas de una
casa que no existía. Pero como yo era esa casa, no era una niña,
sino dos niñas. En realidad era cuatro niños. Y cuatro maestros
me tocaban ante los eclipses. Cuatro maestros en cuatro diferentes
habitaciones. Cuatro días clavados a los muros de mi mente.
Cuatro días como cuatro manos de colores clavadas al muro. Una
mano era negra, y escribía algo en el aire que no entendía. La otra
mano era roja, como la sería la de un diablo. Esa mano se movía
como palpando las nalgas del tiempo. Una mano más era verde.
Sí, era verde. Te lo digo. Pero esa siempre estaba quieta, por lo
que era la que siempre me llevaba conmigo. Te digo, niña, será
mejor que ya continúes con esa historia. Ordené a mis amigos
como una pila de troncos. Oriné sus cuerpos para bendecirlos, y
ése ha sido el acto más fraterno que he tenido. Millones de
serpientes los rodearon; ellas entraron a sus cuerpos por las bocas,
los oídos, los anos, apenas el primer chisporroteo había caído
sobre ellos. ¿Cuál fue el último pensamiento de mis amigos?
Terrible, a veces soy terrible. Graciosa, a veces soy graciosa, y una
corona de flamas me ciñe la frente. La última de mis manos
memoriales es naranja, mucho tiempo esperé para encontrarla.
La verdad está en el otro. Un yo invertido es un nosotros. Si Dios
invirtiese a un hombre como a una naranja, saldrían muchos
hombres, o muchas naranjas. Nunca gajos, nunca trozos, nunca
cachos. ¿Cuál fue el último pensamiento del cielo ante la guerra?
El cielo invertido es un océano. La tierra invertida es una estrella.
Me decía un vaquero en mi libreta. El vaquero llevaba una cobra
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en la bota, pero al parecer nunca le hacía daño. El ano del diablo
invertido es una estrella. El pene invertido de Dios es un como
iceberg. Helado el sueño permanece ante la lejanía de los astros
reyes. Nunca trozos, nunca cachos. Hubo un día en que el diablo
y Dios estrecharon las manos, y entre los átomos que había entre
esas manos se creó el uni-verso. Las líneas en la mano de Dios se
mezclaron con las líneas en las manos del diablo. He ahí que
estrechar las manos es más significativo que un beso. No más
bello, niña. No más bello, niña. Pero sí más significativo, le decía
a mis amigos muertos. Ellos ahora eran tan solo huesos. Y las
líneas de sus manos se habían vuelto fantasmas. Esta es la misma
historia. Tierna, a veces también soy tierna, como la guayaba que
lentamente va creciendo. Yo también me divido como una célula.
Soy dos, soy cuatro. Si fuera más honesta solo conjugaría en
plural mi vida. Pero entonces el infierno en mi boca es también
un paraíso. Por lo que los ángeles también se achicharran a la
mitad de las nubes.
El bosque cabe en la bolsa derecha de mi pantalón. He cortado
todas las cuerdas de los papalotes en mi boca. Maestro, maestro.
¿Cuál es el último pensamiento de una estrella? Los dragones
de mi boca son ángeles invertidos. La estatua de la libertad tiró
su antorcha al océano, y el océano se prendió en llamas desde
entonces. Estoy allá, para asemejarme. Dentro de mi cuerpo, me
distingo. El sol invertido es un cubito de hielo. Esta historia se
puede ver desde los montes. Y la hoguera ardía, y la hoguera
ardía. Uno de mis amigos, el que era una taza parlanchina, se
había puesto negra. Su estructura de porcelana interna se estaba
agrietando. La estatua de la libertad tiró su antorcha al océano,
y el océano apagó la antorcha, lo mismo que un fósforo en una
cubeta. Triste, a veces también soy triste, como el pájaro que
perdió su nido. Soy una niña, soy una muchacha. Una muchacha
que sostiene el pene de su primo como un fósforo. El cielo entero
está debajo de mis pieles. Una niña con un bosque en la mano,
dicen. Los fantasmas celebran el día de su muerte. He aquí que
ellos no tienen líneas en las manos, sino una figura geométrica. El
sol se divide en dos como una célula. Esta hoja entre tus manos
88
se divide en dos como una célula. El paraíso que llevo como una
costa, o una costra, en la lengua me lastima. Yo soy la estatua de
la libertad quemando las nubes con mi antorcha. Entonces me
divido en dos como una célula, y la imagen nos resulta fabulosa.
Mis amigos ahora son calaveras que se levantan de entre la ceniza.
Esa ceniza bien pudiera ser alguna de las páginas en este libro.
Lector, si ves unos dedos, o un cráneo que se levanta de esta hoja,
cierra el libro. Son mis amigos. Ellos han vuelto a bailar y a
decirme que llorando se escribe “iorando” en el país de los
muertos. Otra bala roza mi pierna y una cascada de rosas amarillas
brota de ella. Seguramente es la alegría de saltar la cuerda cuando
niña. De pequeña, el ratón que anda en dos patas y viste de rojo,
me decía que el cielo era como una hoja en blanco. Desde
entonces me dieron ganas de pintar, pero nunca conseguí nada
extraordinariamente bueno. Entonces tomé el pincel del lenguaje
y empecé a escribir en el lienzo de la mente. Hice montañas
invertidas que es como se ven las flores. Pinté robots hechos de
latas caminando en la luna. Dibujé lápices espaciales que es como
se ven de cerca los cometas. Escribí caballos que se alimentaban
de mis trenzas y de dulces. Fabriqué una lata donde pude guardar
mi conciencia. Escribí cuadros profundos con elementos simples,
y cuadros simples con elementos profundos. Dibujé pupilas
azules del tamaño de un astro. Pinté con las brochas del sueño en
los murales del mundo. Hice por lo menos cuatro formas de ser
humanos, pero ninguna acabó bien. Esbocé un corazón sobre los
muros de un muchacho triste. Fabriqué latas imaginarias que al
vaciarse se llenaban, y al llenarse se vaciaban. Pinté a un dragón
que soñaba ser un ángel, y a un ángel que soñaba ser humano.
Escribí fantasmas sobre el tapiz de las viejas habitaciones. Hice
un sistema planetario donde los planetas eran celulares y los
continentes teclas. Dibujé una luna pequeñita en un frasco de
vidrio. Y yo pintaba, y pintaba, y pintaba. El lenguaje era una
cascada siempreviva de pintura. Y yo una niña con ganas de ser
pintura, digo, pintora. Basta, basta. Niña, pasa al frente. Decía el
maestro mientras sostenía con extraña solemnidad su taza en
blanco. Pero el maestro invertido era también un niño, un niño
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con bigote, pero un niño. Entonces las calaveras llegaron hasta la
puerta de mi casa. Era yo una muchacha. Los juegos habían
terminado. Olvidé el olivo triunfante de la infancia. Olvidé el
ovillo triunfante de la infancia. El arcoíris había enflaquecido
tanto, que pronto los huesos de sus costillas se cayeron a la tierra.
Su mandíbula morada yace en el fondo del océano Pacífico.
Muchacha, debes ganarte el pan para tu boca. Me decían los
hombrecillos azules sentados en un hongo. Luego el maestro
vomitó porque al tocar mi ano con su lengua yo solté un pedazo
de mierda. De su vómito salió un monje con cabeza de caballo, y
empezó a decir todos los nombres sagrados de la Biblia. Le dije al
maestro que mi sueño más grande era ser pintora. Ezequiel,
Joaquín, Abrahán, Isaac. La pelvis del arcoíris cayó en un
cementerio antiguo, del cual no sabemos el nombre. Mis amigos
eran flores, estampas de flores sobre mis libretas. Una pierna
naranja del arcoíris cayó del cielo. Pero eso ya lo sabemos todos.
Jacob, Judas, Tamar, Farés. Una civilización de fantasmas existe.
Una civilización de fantasmas no existe. Lo que existe es una
congregación de almas. El amor solo es real de este lado de la
muerte. La mano roja del arcoíris cayó en un lago famoso en todo
el mundo. Y mi amigo, un pato negro muy gracioso, se pegó a la
portada original de la Biblia. Zara, Esrón, Arán, Naasón. Ser
diferente a ti, nos asemeja. Ser semejantes, nos diferencia. El
cráneo azul del arcoíris fue el nuevo casco del sol. Muchacha,
debes continuar tus estudios. El mundo sigue, incluso si tu pincel
se pudre en el agua. Incluso si los óleos de las mentes son llenados
con publicidad y proselitismos. Deja tu paleta de colores, niña.
Ezequiel no tiene las mejillas pintadas de verde. Tira tus brochas
al río, y deja de pensar que el río fue pintado por alguien. No,
muchacha, las nubes no son cachos en blanco. Salomón, Rahab,
Booz, Rut. La tierra es un infierno de ángeles, o un paraíso de
demonios. El pez amarillo de la sirena lo decía. De hecho es lo
único que decía, por lo que tuve que taparle la boca con un poco
de cinta. Pero como el pez nadaba, y nadaba, y nadaba, tuve que
engraparlo a la esquina de mi libro. Permaneció ahí durante años,
hasta que descubrí que lo único que había engrapado era un
montón de huesos marinos. Mi maestro estaba en su tumba
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contando las rosas que le arrojaban sus hijos. No hubo lluvia ese
día, solo un sol empeñado en derretir la caja. Hubieran enterrado
mi cuerpo con el suyo, pensó su esposa. Obed, Jesé, David, Urías.
Entonces, mientras yo resolvía mis acertijos matemáticos, una de
mis estampitas se había despegado. ¿Cuál fue el último
pensamiento de mi estampita al despegarse? Piensa que el pie
derecho del arcoíris cayó a mi cama, piensa que lo cobijé hasta el
tobillo. Piensa que el otro pie derecho cayó en un lago, y que
ahora mismo se lo comen los peces. Salomón, Roboam, Ablas,
Asá. De pronto, de pronto, de pronto. Una de mis estampitas, la
de una chica azul y con súper poderes, me preguntó por qué los
poetas del pasado dibujaban rectángulos con las palabras. Yo le
dije que no eran rectángulos, sino pequeñas casitas donde ponían
a dormir sus poemas. Pero luego pensé que sí eran rectángulos,
como tablas para los naufragios de la época. El monje con cabeza
de caballo comenzó a morderme las manos. Josafat, Joram, Ozías,
Joatam. La séptima costilla morada del arcoíris cayó a este libro.
¿Puedes verla? Maestro, maestro. Y me pregunto, ¿hasta qué
punto la humanidad es el sueño de los tritones? Y me pregunto,
¿hasta qué punto la humanidad es el viaje de los intraterrestres? Y
me pregunto, ¿hasta qué punto los humanos somos los
extraterrestres de otros terrestres? Y me pregunto, ¿hasta qué
punto la humanidad es una invención de los humanos? Acaz,
Ezequías, Manasés, Amón. El hielo es el agua envejecida, repetía
de niña mirando el espejo. Todas las muelas del arcoíris formaron
un cercado entre dos montes. El agua cuando es niña ni siquiera
es agua, maestro. No, pequeña, el agua cuando es niña es una
nube. Decía el maestro mientras tocaba mis piernas. La noche
demolida, la noche triste en mi ventana. Y mis estampitas cerraban
los ojos. El mar. El mar. Heme aquí, noche lastimada. El sueño se
divide en dos como una célula. Josías, Jeconías, Salatiel, Abiud.
Heme aquí, destrozada, ahíta. Como el caracol destrozado en el
zapato. O el grillo derribado de su alta torre de hierba. Heme
aquí, en trizaduras, nostálgica, humana. Mortalmente humana,
repetían los dragoncillos atorados a mis dientes. Noche, leopardo
con las garras extendidas. Y me pregunto, ¿hasta qué punto la
humanidad es una invención de los humanos? Pero Manasés
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insiste en que el arroyo es la ternura de las aguas. Estampitas
pegadas por dentro de mi cráneo, heme aquí, heme aquí. Exprimo
las piedras con mis manos, me dicen las estampitas de princesas.
Exprimo las piedras con mis manos, te dicen las estampitas de
princesas. Y un pato marinero que habla chistoso se come las
letras R de la Biblia. Heme aquí, noche, tumba. Faraónica me
siento sobre las estrellas, y comienzo este cuento. Azor, Sadoc,
Aquim, Eliud. El maestro dice: la poesía es lo que el beso no
alcanza a besar, lo que el grito no alcanza a gritar, y lo que el
llanto no alcanza a llorar. Entonces yo saco a los dragoncillos de
mis dientes, los coloco en una mesa de operaciones, les abro la
capa de escamas, y encuentro a un ángel pequeño en posición de
feto. Noche, noche. No hay metáforas para la luna, y sin embargo.
Heme aquí, entre lo lúcido y lo lúdico de mis poemas. Heme
aquí, noche torturada. Semejante a mí, mas diferente. Diferente
a mí, mas semejante. Hay veces en las que me parezco más a
otras. Y mis estampitas que soñaban con ser aves. Muchacha, no
vemos la tele, conocemos el interior de las personas. Noche, bestia
derrumbada, princesa melancólica. Heme aquí, entre lo lúcido
de la vida, y lo lúdico de la muerte. Poema machacado entre las
piedras del diablo. Eleazar, Matán, Jacob, José. Noche, noche,
noche. Mis compañeros se burlan de mi llanto, y me dicen
chillona. Diferente a mí, mas semejante. Semejante a mí, mas
diferente. Ojalá tus botones se abran como rosas, me decía el
maestro. Mientras la dermis del arcoíris envolvía como un manto
a la gran estatua. Miré en un sueño a una princesa ceniza
crucificada. La poesía es lo que la respiración no alcanza a respirar,
pero que siempre intenta. Y el monje con cabeza de caballo se
volvió un insecto. Y el insecto voló a mi alrededor, creando un
remolino como los cabellos del arcoíris. Noche, noche. ¿Cuál es
el último pensamiento de un arcoíris? La civilización de fantasmas
en el cementerio discute la palabra Humano. Luego uno de ellos
se pregunta por qué el diablo tiene el cerebro del arcoíris en las
manos. Pero mis amigos están muertos, y bien visto nada importa.
Noche, noche, dime cuál es nuestra diferencia. Una chica me
pregunta debajo de su cama, porque ella misma se siente como el
monstruo entre los niños. Pero yo, la noche, nada digo, porque
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lo único que puedo decir lo digo con estrellas. Y ahora resuelvo
que todas las historias que se han dicho de mí son falsas. Pero que
quede claro de una vez, la única que puede contar mi historia, es
aquella chica lastimada por el mundo. De nada sirve, entonces,
aquellos astrónomos con sus compases, y sus hojas. Únicamente
esa niña, sabe que entre ella y yo no hay diferencias. Heme aquí,
también le digo, princesa de las flores. Heme, una lluvia de
meteoros atraviesa mi espalda. Niña, dibujante extraordinaria de
los soles. Derrumbada me encuentro, ahíta. Hay una galaxia en
mi garganta. Niña, niña. Todos los ríos de tu mundo son mis
sueños. Yo, la noche, me pregunto: ¿cuál será el último
pensamiento de los días? Ultrajada, como la manzana aún tierna
bajada del árbol, me siento. Niña, niña. En el infierno de tu boca
hay siete ángeles, pero no olvides que sueñan con volverse
dragones. Sé que debajo de tus pechos nacientes late el corazón
del tiempo. Muchacha, ¿cuántos años llevas mirando la luna?
Heme aquí, heme. Mis cometas son tus luciérnagas en el frasquito.
Enumerar nuestras diferencias, es enumerar nuestras semejanzas.
Porque somos una, y tú lo sabes. No somos otros, somos nosotros.
Aquella flecha con la que me apunta Sagitario, también te apunta.
Lo sé, lo sabes, lo sabemos. Me han despreciado mis primeros
poemas, como se le desprecia al tallo sus primeros verdores. El
cántaro de Acuario guarda mis memorias, como las tuyas. Lo sé,
lo sabes, lo sabemos. Y las nebulosas del tiempo sueñan con ser
caballos. Cada planeta es una de mis estampitas, pero ellas no lo
saben. Los pescadillos de Piscis nadan en mi pecera, y me
divierten. Lo sé, lo sabes, lo sabemos. Luego cambio las estampitas
de su sitio, para crear nuevas combinaciones celestes. Niña, niña,
dime, ¿en qué somos diferentes? Entonces el maestro dijo con
euforia. Entonces les dije con euforia: muchachos, el que poemiza,
genera poemas dentro de una corriente estética. El que poetiza,
genera poemas fuera del tiempo. Recuerdo que una de mis
estampitas, la de un cerdito tartamudo, decía que el amor es una
cascada. Llevo el paraíso como una montaña en la boca. La
montaña está nevada de la copa, y unos demonios recogen los
tréboles que ahí florecen. Los planetas son estampas pegadas a la
libreta de la noche. Y el escroto del arcoíris cae a la gran hoguera.
93
El incendio, el incendio. Un humo colorido se enreda con las
nubes como manos retorcidas. O hacemos ética, o hacemos
estética. Decía el maestro, mientras se preguntaba si no había
sido muy radical. El ano del diablo es el símbolo de mis
austeridades. Cuidado, maestro, que te hago daño. Mis sueños
son como grillos saltando en tu costado. Nocturna, laberinto. Te
pregunto: ¿la humanidad es acaso una invención de los humanos?
De pronto volteo a verme en el espejo, y descubro que yo soy el
monje con cabeza de caballo, y que el insecto era un chica
recordando su infancia. El viento sacude mis crines con ternura.
Y de pronto tengo unas ganas enormes de decir: María, Jesús,
Emmanuel, Herodes, Cristo, Judá, Jeremías, Arquelao, Juan,
Satanás, Simón, Pedro, Andrés, Santiago, Zebedeo, Salomón. Y
así continuaba hasta que algunas flores nacían de mis dientes. Era
yo el monje con cabeza de caballo, y de pronto me empecé a
comer a mi maestro. El insecto comenzó a dar vueltas alrededor
de mí, formando un remolino de colores que me hizo levitar unos
segundos. Y yo relinchaba, y relinchaba, y relinchaba. Pero lo que
en verdad decía era esto: Pedro, Moisés, Abrahán, Isaac, Jacob,
Mateo, Jairo, Felipe, Bartolomé, Tomás. Luego el insecto salió
por la ventana y dibujó un arcoíris. Cientos de hombres le
hicieron una reverencia que duró cien años. Por lo que al final del
Aleluya, Aleluya, solo había cientos de cadáveres sobre sus rodillas.
Pero el insecto siguió dibujando un rebozo alrededor del planeta,
arrullando a éste como si fuera un niño recién nacido. No,
estampitas, todo esto no es un juego. He visto cada cosa, cada
piedra, cada río. Lo que les digo de las flores es muy cierto, yo
estaba rellena de rosas. Y sí, y sí, todos mis amigos se han muerto
sobre una planicie de cuadros. Y el maestro, que ahora es también
una estampita sobre la cabecera de mi cama, me dice: Mateo,
Santiago, Alfeo, Tadeo, Simón, Iscariote. Porque mi maestro es
en verdad el monje, y yo solo soy una fotografía suya en el fondo
de su saco. Me bajó de internet buscando pornografía de infantes,
por lo que las rosas de las que estoy rellena son rosas imaginarias.
O bien, rosas cibernéticas hechas a partir de la acumulación de
datos. Pero no, pero no. Yo sigo siendo Felipe, el compañero de
la niña rara que no le habla a nadie. Y me dicen. Y te dicen. Y nos
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dicen: la mayoría de personas quieren tener la última palabra,
aun desde el principio del diálogo. Y nosotros escuchamos el
relincho de un caballo, algo como un caballo sonoro que galopa
alrededor de nosotros. Pero bueno, pero bueno. El aire frío
congela la baba de mis belfos, mis músculos se rehúsan al trote, y
las estrellas me parecen los puntos de un atrapa sueños celeste.
Heme aquí, Daniel, Ananías, Misael, Joakim. La noche tortura a
mis amigos. Los triza, los rompe. La soledad me muerde las
caderas como una bestia invisible. He venido hasta acá para
decirles una cosa: he muerto, he muerto, y mi libro son dos dados
corriendo en una hoja. El monje con cabeza de caballo se come
al maestro. Aleluya, aleluya, se repite. Noche, trizada compañera,
heme aquí, buscando el corazón del arcoíris en los cuartos.
¿Hasta qué punto la humanidad es una invención de los humanos?
Más rápido, más fuerte, más lejos: nuestro amor. Decía la chica
mientras los fantasmas arrullaban a una estrella muerta. He ahí
mi cuerpo, bajo tierra, muerto. Pero como la estrella era roja,
alguno de los fantasmas la tomó por una rosa. Oh confusión,
espesa neblina que bate a los barcos sobre las olas. Pienso en
las cuatro manos clavadas a las paredes de mi cráneo. Pienso en
que son de colores y por lo tanto sus huellas dactilares deben
ser iguales a las de un niño que tocó la pintura. Un niño toca la
pintura porque todos los niños confunden a su cuerpo con un
lienzo. Las paredes de las casas como lienzos, pintura y lágrimas
por la osadía. Un mundo fantasma, es un mundo de colores.
Y el maestro me obliga a orinarme sobre sus rodillas. Mi orina
caliente cae como una pequeña lluvia de copos de nieve. Una
vez alguien me dijo que los copos de nieve son las lágrimas de
los ángeles. Y como los ángeles que hay dentro de mi cuerpo
sueñan con ser hombres, bueno, ya lo sabes. En los países del
norte los ángeles deben de estar muy tristes. Por allá la nieve
forma naciones sobre las naciones. Eso, o una capa blanca que
simula su muerte. Confusión, confusión. Disparo de una mano
que en realidad es mi cerebro. Sí, sí, mi cerebro es mi primera
mano. En ella los ángeles se bañan con la nostalgia que me da
por la mañana. La vida corre, la vida queda, la vida sueña. He
95
aquí mi juventud, esta hoja negra es la más fidedigna huella de
mi cuerpo. Mis años como copos de nieve cayendo a la lengua de
un niño. El niño es Dios, y en medio de la calle se siente vacío.
Una risa, irisada palabra arcoíris. Un iris, risueño relámpago
morado. He aquí, tiempo, mis manos. Con la una tomo la mano
de mi chico, con la otra escribo un poema, con la otra acaricio las
nubes. Confusión, sentirse solo a la mitad de una casa. Nuestros
planes son los planos del arquitecto sobre una hoja. El destino es
el huracán que vuela la hoja a las ramas de un árbol. Finalmente
se baja la hoja, pero todas las líneas se quedaron pegadas a las
ramas. Risa, confusión, huella. Mi orina cayó por tus piernas,
maestro. Y tú me besabas, me besabas, me besabas. El mundo
de los humanos es el mundo de los fantasmas, insinuaba un
compañero mío. Te amo, no te amo. Una guitarra se abre en
dos como un arroyo. No te amo, te amo. Maestro, maestro, no
destruya mis poemas, que son mis cuadros más logrados. Pero
los copos seguían cayendo como un desfile celeste de tristeza. Te
amo, te amo, y el columpio repentinamente se había quedado
de un solo lado. Mientras las hojas secas del otoño, como en
una instantánea, se habían detenido. Entonces recordé que yo era
pintora, y con la mano guardada en mi cabeza comencé a pintar.
La vida, pintar, la vida, pintarla. Copos de nieve como pequeños
lienzos tirados del cielo. Pintar, la vida, la tristeza. Pintarte, tristeza,
como pintando los muros de una casa. He aquí mis años, como
un chorro de orina que cae sobre un libro. Este libro, digamos.
La Biblia, digamos, solo digamos. Pero entonces, muchacha, esto
es una biografía de todo aquello que fuiste en un sueño. No, esto
es un sueño, solamente un sueño. ¿De quién? De la estatua de
la libertad, digamos. Bueno, mejor digamos que soy el sueño de
una biografía. Es decir, de la pintura de una vida. La muchacha
seguía repitiendo, mientras el maestro besaba sus labios. Pintar,
pintar, pintar. Gracias a mis ojos sobrevivo, gracias a las manos
que son mis ojos. He aquí mi galería de sueños, he aquí mis barcos
cubiertos de nieve. Bueno, esto pretendía ser la historia de un
fantasma. Entonces sigue, entonces sigue. Mis estampitas saben
que ver la tele, es igual a conocer el interior de las personas. Las
estrellas rojas en mi frente se pegan con baba. Las estrellas rojas
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en mi frente no se pegan con baba. Señora, he aquí tus cuadros,
poemas que dijeron verde como una germinación sobre la hoja.
Imagina a cientos de barcos varados en las ramas de un árbol.
He aquí que yo soy la fantasma, la niña, la muchacha. Lector,
¿cuál fue el último pensamiento de la muchacha? Mil novecientas
noventa y nueve lágrimas, equivalen a una estrella. ¿De quién?
Del ángel de la independencia, digamos. Mil novecientas noventa
y nueve estrellas, equivalen a una lágrima. Es cierto, es cierto.
Imagina que abres la Biblia, y nace una flor. Bueno, bueno. La
verdad es que el maestro muerde el labio inferior de la niña, y una
culebrita roja le nace del acto. Muchacha, muchacha, perdona.
Los dos sabemos que las estrellas rojas no se pueden pegar con
llanto. Pequeña, ya no llores. Pequeña. Una muela gigante de
color morada cayó a la clase. Todos empezamos a reírnos, porque
la muela había destrozado a dos niños que nos parecían bastante
traviesos. No, no, mi cuadro era el de cuatro humanos diferentes.
Pintar, pintar. Los ataúdes, las biblias, las lápidas. Pintar los
escapularios mientras los otros lloran sobre unos huesos. Pintar
la noche, las nubes, los rostros. Pintar las plumas tiradas del cielo,
como pequeñas misivas para pensar celeste. Pintar los monitores,
las libretas, los imposibles. Toco las ideas de los gigantes con las
manos. Pintar, pintar el llanto, gota a gota pintar el llanto. Pintar
la escuela, ponerla verde, morada, rosa. Lágrima tras lágrima
formó una constelación de tristeza. Y una de mis estampitas, un
coche rojo obsesionado con ganar carreras, me dijo que pintar
era como patinar sobre los lienzos, y que patinar era como pintar
sobre las calles. Pero mis poemas siempre tenían una pregunta
en la cabeza: ¿hasta qué punto la humanidad es una invención
de los humanos? No, maestro, lo del monje no era una mentira.
El monje era un cuadro de Picasso que se estaba comiendo
las figuras de la Biblia. Muerte, he aquí mis mejores años, mis
mejores trazos sobre el mundo. Muerte, he aquí al inventor de
la rueda. Los años se volvieron larvas después de ser mariposas.
Los años se volvieron larvas después de ser mariposas. Los años se
volvieron larvas después de ser mariposas. Repetía el monje con
cabeza de caballo en el fondo de mis pantalones. Pero yo siempre
lo ignoraba, porque él siempre llevaba un infierno guardado en
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la boca. No puedo dormir, pero los ojos ya pintan cuadros en
mi cerebro. He aquí mi testamento, amigos. He aquí mi lápida
pintada. La muerte del río es el nacimiento del mar. Decía un
fantasma metido en una caja de vidrio, así, pues, que no estén
tristes. Llegarán las olas, las piedras, y las largas ventiscas en el
cabello. Miro ya a los niños con sus grandes castillos de arena.
Miro ya a las focas charlar con los mares. Pero mi boca es joven,
eclipsada rueda contra el destino. Mi boca es un resplandor como
el sol de la tarde. Lamento la muerte de mis amigos, lamento sus
cuadros en blanco por las lágrimas que en ellos tiraron. Me duele
cada palmo de tela vacía, como le duelen los ojos a aquel que
nunca ha visto una cascada. Me duele la fragilidad de sus pinceles.
Me duele imaginar que ellos pintaron, sin embargo, uno de los
paisajes más bellos en mi pecho. Mis amigos son ahora unos
fantasmas que rondan mis ideas, como se rondarían las cuentas
de un rosario. Ay, ay, estamos vivos. Mundo, he aquí las siete
caras del sueño que es mi dado. Pero todo cuerpo celeste, como
lo es el dado, debe ocupar una cara para mirarme. Entonces, solo
entonces, yo soy esa chica. La pintora, digo, la pintura del número
sobre la cara. Heme aquí, noche, princesa despiadada. Una lanza
de luz me cruza el pecho. He leído los signos esta noche: nunca
moriremos.
En el espejo miro el reflejo de mil personas, no el mío. Las venas
del arcoíris están adentro de la estatua de la libertad. Me digo.
Te dicen. Nos dicen, y una certeza de ensueño son los terrores
de la vida. Hay siete dragones rojos dormitando bajo mi lengua.
Toco el portento como un aura que sangra, y lo rompo. He aquí
mis vaticinios. Cada girasol en el campo será condecoración
a mi pecho. Mi pecho se divide como una célula. Pero mis
estampitas siguen pegadas a mi alma. He aquí mi alma, como
un río apresurado y risueño. Nos dicen. Te dicen. Me digo. Y el
cuero cabelludo del arcoíris cae como una sábana sobre la Biblia.
Hermosa es entonces la palabra de los cielos. Nítida como la gota
recién alumbrada por la nube. Ay, ay, estamos vivos. Aleluya,
entonces. Líneas en mis manos, también entonces, formen el
dibujo que tanto desean. La espera termina. El sol nace tras su
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acostumbrada rutina. Retina que siempre ve lo mismo. Maestro,
deje de morder mis piernas. Lo del girasol era una broma, lo
sabemos. Pero no pintaré una casa en su vientre con mis dedos.
Noche, noche. Me dicen los ángeles sentados sobre mis dos cejas:
ay, ay, estás con vida. Ezequiel, Joaquín, Abrahán, Isaac, Jacob,
Judas, Tamar, Farés, Zara, Esrón, Arán, Naasón, Salomón, Rahab,
Booz, Rut, Obed, Jesé, David, Urías, Salomón, Roboam, Ablas,
Asá, Josafat, Joram, Ozías, Joatam, Acaz, Ezequías, Manasés,
Amón, Josías, Jeconías, Salatiel, Abiud, Azor, Sadoc, Aquim,
Eliud. Estamos vivos. Hermana noche, estamos vivos.
Una corona de olivo, o una corona de olvido, para nosotros. He
aquí que he muerto, garra del puma en su cerebro. Traviesa, como
la enredadera que gira en el torso de un árbol. He muerto, he
muerto. Noche, ¿puedes oírme? He aquí mi eco, mi ego. Paloma,
o pluma melancólica. Mi egosistema naciente como una orquídea.
Y mi ecocentrismo titubeante ante el abismo. Noche, hermana
mía, paloma negra recostada en arcoíris. He aquí la estampita del
mundo, inútil a causa de tantos giros. Una corona de olivo, o una
corona de olvido, para nosotros. La chica continuaba hablando
con la noche desde su castillo, que es como ella presentía su cama.
Sí, sí. También soy bella, a veces, como el crecimiento de un lago.
Pero tranquila, el maestro no pudo romper las cadenas del sueño.
Él ahora yace bajo tierra, pensando en la fragilidad de los ataúdes.
Pero la chica recordó de pronto. “En la tierra nadie muere, ahí
nada más se quedan dormidos”. Pero yo recordé de pronto, como
el rehilete que se detiene repentinamente, un verso que escribí
en un sueño: “Nadie en la tierra muere, ahí solamente se quedan
dormidos”. Pero como no estaba muy segura, comencé a charlar
con la luna, que para mí no era sino otra estampita en el cielo. Sí,
también histérica, como la araña guardada en una caja. Entonces
yo acaricié mi cabello rojo, usando por peine una concha marina.
Recuerdo que mi pez amarillo con líneas azules no dejaba de
aletear travieso. Él me decía que la vida en la tierra era terrible.
Pero, amigo, no puede ser tan mala. Los niños corren por sus largos
campos, las piedras se apilan como monumentos. Muchacha, por
favor, deja al narrador, digo, nadador, que termine su punto. Es
99
fácil la muerte, como el castillo de arena. Hombre, hombre, la
tierra siempre ha sido el centro del uni-verso. Escucha la voz de
los niños bíblicos tras la ventana. Mira las flores, son como dedos
que acarician el aire. Muchacha, por favor, deja al nadador, digo,
narrador, que termine su historia. Luego arranqué la estampita
de la tierna sirena, porque pensé que había comenzado a delirar
demasiado. Mi mente, al parecer, se había trasladado al cráneo de
aquella figura. Aunque la posibilidad de que mi yo verdadero, no.
He dicho. Has dicho: la tierra era plana, pero alguien descubrió
que era plana, y se volvió redonda. Muerte, he ahí mi argumento,
como un equilibrista que cruza dos montes. Tierna, a veces, como
la gota de agua que se duerme en la hoja. La tierra es otra de mis
estampitas, pegadas firmemente a mi lonchera. Has dicho. He
dicho: la tierra era el centro del sistema, pero alguien descubrió
que era el centro, y cambió de sitio. Ay, ay, mis huesos yacen dentro
de tu cuerpo. He aquí la semejanza, distinta. La noche atada al
suelo por una larga hilera de tabiques. Mis amigos muertos son
más semejantes a mí, que yo misma, lo sabemos. Lo sabemos:
el tiempo es la estampa más grande del mundo. Una corona de
olivo, o una corona de olvido, para. Seguía repitiendo el maestro
en un tono solemne a sus alumnos, pero ellos no hacían nada
sino mirarlo con gracia. Ay, ay, mis latidos yacen dentro de tu
pecho. Es el corazón otra estampita, una que simboliza la ternura
del mundo. La niña es tierna, como la fruta infante. Narrador, te
suplico termines ya con esta obra. La ópera se compone de todos
los muertos del mundo. Ay, ay, mis costillas son un abrazo en tu
costado. De pronto el monje con cabeza de caballo, y. Honesta, a
veces, como la tórtola que cruza el cielo.
En la tierra nadie muere, ahí nada más se quedan dormidos.
Mateo, lo sabes, lo sabemos. El maestro comenzó a tocar mi
naciente vello púbico, mientras uno de sus dedos empezó a
hundirse en mi vagina. Entonces que me harto, y me echo al
vuelo, y no me detengo hasta que estoy en las nubes. Lo sabemos,
lo sabes, Mateo. Oh, tiempo, hermano mío. El mar nunca habla
cosas verdaderas. Pero, ¿quién es el mar? He ahí la semejanza
con los pantalones sucios. Mateo, tú has escrito todo esto. Tú
100
has pintado este paisaje en mi cabeza. Oh, tiempo, hermano
mío. Y las dudas de la muerte se volvieron las deudas de la vida.
Pero, ¿cuándo es el mar? Mateo, han muerto mis amigos, la. ¿Es
entonces mío este testamento? Oh, tiempo, oh, tiempo. Y las
deudas de la muerte se volvieron las dudas de la vida. Mateo: el
puño se siente beso, la lágrima se sueña risa, el carcaj se siente
carcajada. Tú eres el autor secreto de todos mis sueños, siento tu
firma caliente todavía en la cabeza. Hermano mío, hermano mío.
El mar nunca habla cosas verdaderas. Esto me lo confesó una
noche de marzo. Pero, ¿cómo es marzo? ¿de qué color son sus
cabellos? Las mentes son los montes más altos de los hombres. Lo
sabemos, lo sabemos. Mi corazón es un río que marcha de prisa.
Y: Oh, tiempo, hermano mío, suspiro a suspiro, me marcho a
construir el cielo. Oh, tiempo, hermano mío, grano a grano, me
marcho a construir la tierra. Oh, tiempo, hermano mío, chispa
a chispa, me marcho a construir el fuego. Oh, tiempo, hermano
mío, gota a gota, me marcho a construir el mar.
101
David Meza
Estado de México, 1990
Ha publicado En la boca de la simetría, y El sueño de Visnu.
2012
es una editorial que germina entre el humus de publicaciones
cartoneras, alternativas y subterráneas de
el final de los tiempos, como decía
Hispanoamérica. Libros para
Ulises Carrión, más que libros, arte
de hacer libros y mostrar que lo posible en poesía es también lo posible
de los soportes.
Publica géneros híbridos y salvajes del mundo desde su
México.
centro de operaciones en la ex ciudad de
radiopirataediciones.blogspot.com
2013editorial.wordpress.com

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