marta - 2.0.1.3.editorial
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marta - 2.0.1.3.editorial
MARTA David Meza 2.0.1.2. editorial Marta DAVID MEZA 1a edición virtual Cosmópolis año 2013 imagen portada: Paz Brarda Capítulo VII MARTA (O EN LAS IDEAS DE LA IMPOSIBILIDAD)1 a Nueva Tribu 1 El poema es muerte (río). Testamento Marino del Ángel Caminando un día Jesús por la ribera del mar de Galilea vio a dos hermanos, Simón, llamado Pedro, y Andrés su hermano, echando la red al mar (pues eran pescadores) y les dijo: Seguidme a mí, y yo haré que vengáis a ser pescadores de hombres. La Biblia Padre, no me mates. Padre, no me mates. Padre, no me mates. La luna está sobre nosotros. Un charco de sangre en el suelo. Recoger la sangre, recoger la sangre. La muerte está bajo mi cama. Recoger la sangre, recogerla. Alto. No más cicatrices en mi frente. En mi frente en la que caminan los decapitados, dejar que corran los decapitados. Alto, la muerte está de frente al espejo. La imagen cambia. En un momento es un niño junto a un caballo muerto. Luego el caballo está clavado a los muros. Luego el niño se come al caballo. Luego el caballo recita el Padre Nuestro. En otro momento la muerte se ve como una muchacha con un caparazón de tortuga como cuna. Luego se mece de un lado a otro mientras de sus ojos brota una sustancia negra. Flores quemadas, semillas quemadas. La muerte es el diablo con una corona de espigas. Una flor azul brota de la palma de su mano, cada pétalo dice una oración. Los pétalos son siete. No seis, ni tres, ni dos, ni uno. Los pétalos son siete. El primero tiene un relámpago negro. Yo pienso que ese relámpago negro es una escalera, o una culebra de líneas, o una l torcida como un cable. El diablo tiene un ojo de madera, un ojo azul, y un ojo de lodo. El lodo es el símbolo de la creación. El rostro de un niño brota repentinamente de su hombro. El niño continúa diciendo el Padre Nuestro. Charcos de sangre. Carreteras en mi frente bajando en curvas por mi torso hasta llegar a mis piernas, porque en mis piernas hay una cortada que es el verdadero infierno de la carne. El diablo lleva los tres ojos de todos los ángeles. La muerte se quita la primera capa de la piel. Esa primera capa es un manto de escamas, las escamas caen al suelo. Se habla de los otros pétalos, pues bien, de esos pétalos se alimenta el diablo. Los pétalos son azules, por lo que los órganos 7 internos del diablo son también azules. Terriblemente azules, como el mar cuando echa abajo caprichosamente a las embarcaciones temerarias. Temerario es enfrentarse a los temores, es mirar las olas y despegarlas de las aguas con algún cuchillo. Temerario es decir el nombre del diablo, mientras las agujas de tu alma se desprenden. Padre, no me mates. Temerario es hincarse ante el pan quemado. Temerario es mirar la imagen de Cristo y suponer que es el diablo el crucificado. Y reírse, y reírse, eso también es temerario. Coser las heridas de la carne con estambre, coser las heridas de la frente con alambre. Dispararle al pianista, ser seducido por tu padre. Morir cuatro veces en los brazos del diablo. Un colmillo de lobo, un crecimiento de calcio. Romper la rama milenaria como el báculo de Cristo, como el cayado de Cristo con el que convocaba a los peces. Muerte, un charco de sangre. Recoger las venas, atarlas a los puños. Recoger los órganos. Azul es el trueno en la frente del diablo. Maté a mi madre. Maté a mi madre. La hija de la bruja me persigue, en un ritual antiguo dibujó un borrego en mi palma derecha. Desde entonces miro en las piedras sacerdotes, desde entonces sueño con Cristo. Cristo me dice que él es el diablo, y que nos ama. Cristo lleva una capa de magia, y lleva una cicatriz entre las costillas que aún no le sana. El diablo es Cristo pero con un tercer ojo que nunca pudieron ver los humanos. Esto me lo enseñó mi padre, mientras tocaba mi entrepierna con un gesto de ternura. El tercer ojo de Cristo es un caballito de mar que mide lo mismo que una palmera. El caballito del mar derrumba los barcos como una rompiente marina. La muerte de Cristo es el abandono de los hombres. Un sello todavía caliente sobre la hoja antigua. En esa hoja se revelaban los demás pétalos. El segundo pétalo tenía la forma de un ángel. El ángel es negro y sostiene una copa con la derecha y una espada con la izquierda. El mar ondea mientras sus coníferas acuáticas se pudren. Hay abajo otra civilización. Otra forma de ser humanos, una ética menos sangrienta que chorrea sin embargo por los arrecifes. Tritones crucificados vi en un sueño. Era Cristo un profeta marino, los cementerios se llenaron de sus palabras. Era Cristo un extraterrestre con cola de serpiente. Pero no me mates, padre. Todo esto lo vi en sueño. Es Cristo el que me habla, el que 8 me lanza pétalos que se hunden en mi frente. Cristo quiere agua, eso es todo lo que quiere. Un mar tan pequeño que quepa en un vaso, un mar miniatura donde caigan sus labios. La muerte es Cristo, la muerte es el mar. El mar es un pañuelo donde en las profundidades hay un coro de monjes cantando oscuramente. El tercer pétalo tiene la forma de una trompeta. Hay noches en las que sueño a mi padre tocando esa trompeta. Llama mi padre a los caballos que en este momento están descuartizando al uni-verso. Llama mi padre a los demonios que se miran en el espejo durante horas, maravillados por sus ojos y sus cabellos en caireles. Hay demonios detrás de los más lejanos planetas. Los demonios son tan hermosos como una sirena, las sirenas conocen lo que Cristo escribió en el agua hace unos años. A ellos era el verdadero mensaje, a ellos era su palabra. Y no era nieve, y no era fuego, y no era canto. Su palabra cayó en las aguas, como una hueste de anclas a las ciudades marinas. Tritones a su entorno. Cristo habló con los delfines, y los delfines se volvieron esqueletos que seguían nadando. Un desfile horroroso eran las culturas marinas, pero los verdaderos cristianos lo cambiaron todo. Una ética menos terrible, una ética basada en el rumor de las aguas y en los alerones. Tinta era la sangre que manaba en el borde de los continentes. La palabra de Cristo que también era la palabra de la muerte había caído como una bola de cañón perdida, o un viejo barco cayendo lentamente hasta la arena. Destruyendo un cementerio de tritones. No, padre, no me mates. El relato ha comenzado. Te digo que es un sueño. Todo yo lo he visto en sueño. Cristo con cabeza de pez ángel. Todo yo lo he visto en sueño. Cristo con agallas bajo los caireles suaves de su frente. Cristo como el profeta de las aguas. El caballo se desprende de los muros, cae de golpe contra el suelo. Y el Padre Nuestro le sale como una sustancia azul y viscosa de la boca. Yo tomo el Padre Nuestro con las manos. Me lo unto por todo el cuerpo. Estoy bendito, aleluya. Estoy bendito y una aureola de escamas me crece en la nuca. Pero no la quiero, padre. Yo no la merezco. Maté a mi madre. No maté a mi madre. Un charco de sangre. Pero ese charco de sangre es mío. Lo notas, sé que lo notas, y que por eso copulas con mi cuerpo dormido. Sé que lo sabes, padre, yo maté a mi madre. Aunque lo 9 digas, aunque lo digas. Ahora que me rompes la piel con tus manos. Bendito seas, te digo entonces muerto. Y tú me abofeteas hasta que me rompes la mandíbula. Besas mis dientes. Yo maté a mi madre. Yo no maté a mi madre. Es mi padre muerto con el que copulo. Le unto la pintura por el cuerpo. Canto Padre Nuestro. Y el Padre Nuestro canta mi nombre, ante las atrocidades canta mi nombre. Satanás está crucificado, su madre llora bajo mis prendas. Es un tatuaje en donde llevo esto. Clavo las manos de Satanás a mis costillas, y me río, y me río. Mi padre se levanta con la cabeza de una ballena y se va de lado. Me como la cabeza. Arranco sus testículos y los adoro. Yo no maté a mi madre. Yo sí maté a mi madre. No, no, Cristo no es mi padre. Yo no he sido violado por Cristo, yo no sentí su barba como un risco en desplome por mi espalda. Yo no he sido violado por Cristo, yo nunca sentí sus muslos agitándose contra los míos. Y no, y no, yo tampoco soy Cristo. Yo no soy el profeta de las aguas. Yo no he educado a los tritones a tratarse como tritones. Yo no conozco el cetáceo lenguaje del abismo. Yo no soy la muerte hablando sobre la costa, una sarta de inventivas religiosas. Yo no tengo el cabello acairelado, ni una facción de ángel camicace. He ahí el atentado celeste, el ancla portentosa que solo pudo mandar un reptil desde los cielos. Yo no soy Cristo vagando por Francia. Yo no soy Cristo penetrando analmente a los corales. Yo no soy una turba de historias balsámicas, como una lluvia de piedras al océano. Yo no soy la guerra sónica contra los delfines, una catapulta cargada de biblias para pegarle a las nubes. No, yo no he matado a mi padre. No veo en el vaso de agua mi última memoria. Yo no tengo agallas en los brazos, ni unas membranas azules en los dedos. No puedo viajar a kilómetros de distancia de la superficie marina. Carezco de cola reptiliana para hundirme en las ondas. Una mancha de sangre. Una mancha de sangre sobre el piso. Una mancha de sangre con vida propia. Una mancha en la sala con su propia diversidad biológica. Una mancha donde los coágulos son los arrecifes, y las moscas muertas las ballenas varadas en la costa. Recogerla, recogerla. Es necesario recogerla. La muerte juega con su hoz a partir planetas en el cielo. Los planetas caen rebanados en misteriosas mitades a la nada. El mar es la figura de la nada. 10 Los ángeles yacen en las costas cantando en las piedras. Dios descargó su ira sobre el mar, porque el mar es el verdadero ángel malvado que nunca obedeció sus órdenes. El mar es el ángel condenado a ver la vida como un fenómeno atroz y despiadado. El mar es el ángel maldito que verdaderamente comprende lo que es el tiempo. Él que es noche y día y tarde al mismo instante. El mar es el único ángel que comprende lo que es el espacio. Él que es norte y sur, este y oeste simultáneamente. He ahí su desgracia, su omnisciencia lamentable, como una tormenta de agujas que nace de adentro. No, padre, yo no me corté las venas. No, no, el cuchillo junto a mi cadáver en la tina es una coincidencia. Ignora esa sangre, ignora esa palidez en mis mejillas. No, no, no es mía esa sangre. No es mía esa frente con un clavo en el centro. No es mía esa mano con un borrego miniatura contenido. No es mía esa gota roja todavía titubeante de correr sobre mi dedo. No es mía esa pierna desnuda con un bosque negro floreciendo. No, no es mi boca esa la que escurre una sustancia viscosa y azulada. No son mías esas moscas como gaviotas en la costa. No son mías esas uñas horrorosas con sangre en los bordes. No es mío el dibujo del diablo en mi costado, con una estrella invertida derramando su luz negra. No es mío ese pene encogido por el frío, ni mío ese semen azulado que escurre como un Padre Nuestro por mis órganos. No, padre, no es mi madre la que está clavada sobre el vidrio. No son sus piernas las que cuelgan lateralmente del espejo. Fueron los tritones, las sirenas que salieron de este grifo. Fueron ellos, armados con sus lanzas y sus cantos celestiales. Vienen predicando la palabra de Cristo. Yo escuché esa palabra como un ancla que cayó a mi pecho y me hundió a mí mismo en un acto irrefutable. Fueron los tritones los que te mataron. Fueron ellos que hicieron de la bañera una costa con piedras y largas oleadas. Pero no, padre, no fueron ellos, no los culpes. No rebanes sus cabezas como peces sobre aquella tabla. Cristo es un ángel que al poner su dedo sobre la punta del mar se volvió el océano. No retes a Cristo, él es poderoso. Una civilización oculta hay debajo de las olas. Una mancha de sangre, este es mi último sueño. Sangre en la alfombra, sangre como una desembocadura hacia los muebles. No, no es mi madre con la que copulas ahora que estás 11 muerto. Y yo no soy mi madre, no hay por qué ponerme esas pantimedias, ni esas faldas, ni este sostén medio vacío, padre. No, yo no soy mi madre. Quita tus manos de mis nalgas, quita tus manos de mis piernas. Son los tritones los culpables. Ella estaba jugando con una sirena en el lavabo, irritó las iras de las aguas. Siempre hay que tener un respeto enorme hacia las aguas. Ahí radica la palabra de Cristo, que es el rey de los tritones. Pero no, padre, no tienes por qué pintarme los labios. No tienes por qué arrancarme las pestañas, yo no soy mi madre. Saca tu pene de mi ano y ya no beses mi cuello. No me gusta, yo no soy mi madre. Deja ya de repetirlo. Ese rímel mal puesto en mis mejillas no me pertenece. Yo no soy mi madre y no me llamo como ella. Fueron los tritones, los tritones rubios los que la mataron. No yo. No yo. Fue Cristo, en un sueño él me lo decía. Pero mi madre no quiso entenderlo. Las sirenas cortaban sus dedos. Yo no maté a mi madre. Yo sí maté a mi madre. Yo no maté a mi madre. Un ángel era Cristo, su corona risueña era el agua en su frente, su trono divino un pedazo de arena, su cetro era el viento deshecho, sus súbditos sus mejores amigos. Un ángel era Cristo, de eso no me queda la más pequeña duda. He ahí a los homínidos, con su frente cetácea y divina. Nadan a una velocidad impresionante, cazan con lanzas hechas de huesos. No, no hay quién los detenga cuando derriban un embarcadero. Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, en las aguas como en el cielo. Repetían los caballos muertos en las costas. Repetían como un coro eclesiástico, donde la muerte era el tema central de las notas. Y así las aguas se iban congregando. Agua tras agua tras agua. Niños mordisqueaban los cadáveres de los caballos. Usaban sus costillas como espadas, jugaban a ser piratas en la playa. Nunca faltaba el niño inquieto y más fuerte que en verdad mataba a uno de sus compañeros. Entonces las gaviotas que son como las moscas de la playa, llegaban y se comían su cadáver. Padre Nuestro, decían las estrellas como un coro eclesiástico sobre las aguas. Padre Nuestro, entonces dije, junto a mi madre que estaba en la playa mirando las olas. El cuarto pétalo era una niña. Una niña o una pequeña sirena. 12 Cristo se acercó a las aguas y dibujó una pequeña biblia para los cetáceos. Los cetáceos estaban en su tercera guerra mundial para ese entonces. Grandes tsunamis provocaban sus hechizos. Siempre me he preguntado cómo se ven las estrellas a través del agua. La astrología de los tritones debe ser en verdad extraordinaria. La sangre de mi padre cae por la repisa. Mi padre muerto está guardado en la repisa. Su olor es una fuente diabólica y sinuosa para la escritura. Y el diablo se acercó a la pista de baile que para él eran las olas así pareadas con la música de los vientos que hermosamente las entrechocaban. El diablo se acercó y recitó un Padre Nuestro mientras degollaba a los caballos como un tributo especial a los delfines. Los cangrejillos llegaban como una marabunta y arrancaban trozos de carne de esos caballos y luego se hundían rápidamente en la arena. Satanás cuidaba que la sangre de aquellos caballos no se mezclara con la sangre con la que se alimentan las palmeras, porque de así serlo las palmeras desarrollaban rostros de caballos en sus troncos o emitían una especie de relincho cada vez que el viento las tocaba. Pero pese al cuidado y total diligencia de Cristo, algunas palmeras junto al mar tenían en el tronco una cabeza de caballo a la que por supuesto se le debía alimentar de forma independiente. Mi madre, a la que yo nunca maté, miraba el espectáculo con especial tristeza. Ella creía en el diablo como en un ángel risueño, rebelde, incomprendido. Es decir, creía en el diablo como en un diablo romántico. Por lo que un tatuaje que le iba de seno a seno con Satanás crucificado la identificaba. Yo nunca entendí bien eso de la muerte, por lo que me daba la oportunidad de jugar a las cuchilladas con mis primos sin que nadie nos dijera nada. No, padre, este no es otro de mis sueños. Deja ya de copular conmigo. Tú también apareces en mi historia, llevas una peluca rubia y una faldita azulada. Se trata la historia de tu romance con Cristo. Se trata de que lo llevas a la cama y hundes tu lengua en sus tiernas agallas. La historia comienza contigo matando a tus padres en la bañera. Se trata de que actúes natural y trates de comprender al personaje. Tu deber es soñar con una civilización de homínidos marinos. Tu deber es evitar que nazca la biblia marina. Tu deber es evitarlo con todas tus fuerzas. Ya no mates a mi madre. Tú serás 13 protagonista. Y aunque nunca sepas muy bien lo que está pasando tú debes de seguir adelante. Te prometo que mi historia será más linda que una orgía de santos. Ignora mi sangre. Yo sigo vivo y la prueba es mi historia. Ahora deja de hundir tus uñas en mis piernas y escucha. Tu papel es importante. Es el más importante de todos. Digamos que Cristo, debajo de esas túnicas y de esas prendas, tiene una aleta como la de los delfines. Digamos que Cristo es más pez que hombre, para pronto. Ahora bien, suelta ese cuchillo y podrás entenderlo plenamente. Como sea, ese diablo planetario llamado Satanás, tiene que tomar una decisión: salvar a una raza de homínidos. Las opciones son claras, padre, por lo que no tendrás de qué preocuparte. Los homínidos marinos, y los homínidos terrestres. Digamos que tú lo debes seducir, lo debes enamorar de los terrestres. Olvida ese charco de sangre. Olvida mis pezones endurecidos. Olvida la culpa de haberme violado. En el fondo sabes que no fue una violación, en el fondo sabes que eso es lo que yo quería. Sí, sí, lo sabes. Pero intenta seguir con el hilo. Mamá volverá a la casa en unas horas, y no querrás que nos encuentre así, desnudos. Por lo pronto intenta mantener la erección, y concéntrate en esta historia. Tu papel es el de la Magdalena global. Tu papel consiste en alagarlo. Dile nube. Dile cielo. Dile rey. Dile astro. Dile lo que le tengas que decir, pero alágalo. Eso es lo importante. Nuestra raza depende de tu desempeño. En el futuro habrá guerras si no lo entiendes. Tu papel es el eje, es la secreta rotación de esta gran historia. Acaricia mi ombligo cuanto quieras, pero no lo olvides: de tu papel depende el futuro de la historia. Ya cuando llegue mamá la matarás, ya tendrás tiempo para tirar su cadáver a los mares. Quizá termine en ese antiguo museo de los sabios tritones donde se exhiben los cuerpos de los ahogados. De aquellos que entraron al mar y a la muerte al mismo tiempo. Cuando te pregunte de mis labios pintados, tú responde que fue Cristo quien lo hizo. Muéstrale mis tatuajes diabólicos en mis costados. Cuenta las historias que ahora te cuento, desovíllala como a un pescado, dulcemente copula con ella una vez más. Pero no lo olvides, dentro de mi historia debes evitar que Cristo elija a los peces. El diablo no debe predicarles su palabra. Satanás no debe 14 escribir su lenguaje sobre la tersa superficie marina. Ni una letra, padre. Ignora los caballos. Recuerda que el quinto pétalo tenía la silueta de una ola. Y que precisamente esa era la señal de los lamentos. Los oráculos fueron a negociar con las sirenas. Los regalos para ser escuchados fueron elefantes. Sí, elefantes con las piernas rebanadas. Los reyes de las costas los mandaban. Iban cargados de oro y joyas preciosas. Hay que recordar, padre, que para los tritones las perlas son las pequeñas risas de los mares, y por eso no las tocan. Pero que para los hombres las joyas, los diamantes, las amatistas, solo eran razón de orgullo, aunque ellos no fueran quienes las formaban delicadamente con el tiempo. Hay que recordar, padre. Hay que recordarlo. Olvida ese charco. No, no es sangre. Y no, no son moscas las paradas en mi boca mientras tú me besas. Hay que empezar todo de nuevo. Tregua, solo pido un momento de tregua. Pero volvamos a la historia. Digamos que tú besas la corona fálica de Cristo, digamos que a él le gusta. Digamos que lo llevas a una tocada de blues, y él mueve la rodilla en un ritmo inevitable y portentoso. Solo una cosa, padre, no lo lleves con los poetas. Ellos son la cosa más horrorosa del mundo, bueno, solo los poetas profesionales. Ellos son la principal razón por la que Cristo, que es un artista alienígena, podría no elegirnos. Recuerda, de los poetas, ni media palabra. Además, nuestras obras más preciadas no son nada en comparación con las peores obras que se han escrito allá abajo, entre las aguas. No lo olvides, de la poesía, nada. Así, llévalo con los monstruos de la genética. Dile que hemos descifrado el libro del cuerpo, y en caso de que él se ría, tú entonces dile que era una broma y sigan adelante. Ofrécele un vaso de agua a cada rato. El diablo es capaz de ver en el agua su recuerdo del cielo. Porque sí, padre, el cielo, el paraíso, es de agua. De hecho el plan original de Dios era una vida en el agua, pero algo salió mal, algo se estropeó con el crecer de las tierras. No olvides que por esta razón somos los desterrados del Edén, que es como se llamaba el mar en ese entonces. No olvides, por último, el nombre actual de nuestro mar. Y no olvides que el mar cambia de nombre cada cuatrocientos años a causa de un fenómeno para nosotros del todo desconocido. Así, pues, vive con Cristo. Besa sus labios, que penetre tu cuerpo, que descubra 15 los pequeños mares de la boca. Muéstrale nuestros avances arquitectónicos más grandes. Habla de La muralla china, pero cuando te pregunte su función para los hombres, miente. Habla también del Coliseo, y cuando pregunte por su función, lo mismo. Di que La muralla china es la estatua de un dragón larguísimo y punto. Y del Coliseo di que era una obra arquitectónica construida para los planetas, y punto. Mi historia no debe tener muchos recovecos, siento poca sangre. Siento cada vez menos mi cuerpo, y más el tuyo. Pido tregua, es todo lo que pido. Ya tendrás tiempo de matar a mamá en la bañera. Solo deja de decir el Padre Nuestro, porque me recuerdas a los miles de caballos tirados en la costa. Me recuerdas a los caballos con la lengua extendida y cubierta de arena. Me recuerdas a su coro infernal que se repite ante el nacimiento y desnacimiento de los soles. Pienso en esos caballos sangrando una sustancia azul y viscosa por la playa. Pienso en los caracoles subiendo hasta la piedra más alta para ver los mares. Pienso en que has muerto. Pienso en que no has muerto. Pienso en tu revólver de carne entre mis tripas. Pienso en mi revólver de carne entre tus tripas, y el gato muerto de la entrada. Pienso en que maté a ese gato en un arranque de ira, pienso en las líneas de sus garras defendiéndose en mi cuerpo. Pienso en la mierda de mi padre por su aro insólito. No, Cristo, ya no me penetres. Lamento haber intentado cambiar la historia. Bendito sea el reinado de las sirenas. Bendito sea el reinado de los tritones. A ellos debemos nuestra existencia. Cristo, ángel, pez, príncipe. A ti debemos la divina ancla. Tu palabra cayó en mi ombligo y formó un remolino. Mi carne giró en círculos centrífugos al interior de mí mismo. Y por eso sigo aquí, en esta tina. No, yo no maté a mi madre. Y no, tampoco ella me mató a mí. No fueron los tritones aparecidos en sus sueños los que la engañaron. No fueron sus bocas las que le pidieron que me ahogara en la bañera. No fueron las sirenas del lavabo las que la convencieron con sus cantos de sopranos sobre la vajilla. No fueron las palabras de la biblia marina, aquella que Cristo dibujó no sobre la arena, sino sobre el agua. No fueron las palabras, no fueron esas ganas repentinas de ser una pececilla. Mi madre no pudo matarme. En todo caso fue mi padre. O en todo caso yo 16 maté a mi padre. Pero mi madre jamás pudo matarme. No fue ella la que me arrancó el pene a petición de las olas. No fue ella la que me disfrazó de chica y perdió el control de sí misma. No fue mi madre tras la cena quien pudo haberme asesinado. Sí fue mi madre tras la cena quien pudo haberme asesinado. No fue mi madre tras la cena quien pudo haberme asesinado. Los ángeles están sentados en el borde de la bañera, están en una hermosa actitud contemplativa. Yo los miro, y río, y río, y río. Entonces una cola de serpiente me sale entre las nalgas. Entonces unas agallas hechas por mi madre con el cuchillo de la coincidencia me dejan respirar bajo la tina. Entonces una aleta me crece en la espalda. Y entonces una membrana azul y maravillosa me crece en los dedos. He ahí, he ahí, que yo soy Cristo. Y entonces debo tomar una decisión: salvar a la raza homínida terrestre, o a la raza homínida marina. La decisión no me parece tan difícil en realidad. Conozco mi cultura, no creo que pueda haber algo más terrible en este mundo. Cuando fui a escribir la biblia marina a los cetáceos, a los primates acuáticos, a aquellos seres cuyo destino era la liberación y, sobre todo, que no me crucificarían; pude entender una cosa: en algún momento ambas culturas se enfrentarían. Es decir, la guerra era inminente. Yo sabía que los terrestres terminarían conquistando a los seres marinos. Entonces le dije a mi madre, María, que tendría que fingir una especie de prédica para los humanos. Y así fue. Y fue por esa especie de prédica por la que me mataron. Todo lo que les dije era mentira. Así que le encargué a mi hijo que se fuera a Francia, y que viviera lo más feliz que pudiera con su madre, mi esposa. Así, también, le pedí a los tritones que se ocultaran de los hombres. Ellos lo hicieron de ese modo. La historia ya la conocen. Lo último que recuerdo es que pedí un vaso de agua y no me lo dieron. Ahí, con los brazos totalmente extendidos en la cruz, dije una última oración, algo como: Padre Nuestro que estás en el cielo, santificado sea tu nombre, venga a nosotros tu reino, en las aguas como en el cielo. Y fue así como los ángeles dejaron de tirar sus redes a las aguas. Un acuerdo cósmico se había realizado. Quedaba prohibido lastimar a los tritones, sirenas, ondinas, y 17 demás criaturas marinas. El proceso de ocultamiento había iniciado, los demonios dejaron de sentarse frente al mar para custodiar a los peces. Una época de profundo respeto a las olas se había desatado. Los niños tritones rompieron inmediatamente sus amistades con los niños humanos, aunque es bien sabido que muchas amistades se sostuvieron secretamente durante vidas enteras. Las sirenas adolescentes que se habían enamorado de los humanos adolescentes, tuvieron que prontamente romper sus romances. Muchas canciones en los mares se escribieron al respecto, todavía se les puede oír a ciertas horas de la noche. Y una mancha de sangre. Y una mancha de sangre sobre el suelo, eso es lo único que queda. El sexto pétalo tenía la forma de una montaña. Mi padre inmediatamente pensó en las montañas de los obispos crucificados. Mi padre pensó en ello, mientras alisaba sus faldas azules bajo las piernas maravillosas de Cristo. Que no, madre, yo no maté al gato de la entrada. Te digo que fue mi padre. Y sí, hay algo, pero no sé. No importa, no importa. Ahora los tritones han inundado las calles. Permisos son necesarios para cruzar las casas. Los caballos han aprendido a nadar, cada día se parecen más a los delfines. Pero es el símbolo en el pétalo el que no debe alertarnos. La montaña es el símbolo de la tierra, o de la tierra en ascensión al cielo. La tierra levantada, erguida como una cresta de gallo en cortejo. Es necesario que lamas todas las secretas comisuras de mi cuerpo para seducirme. Los obispos crucificados quién sabe qué siguen diciendo. Ya están en los huesos, los tejidos se les han gastado. Son un coro de esqueletos que recitan el Padre Nuestro. Una corona de cuervos les ciñe las frentes. Una corona de buitres que huelen a kilómetros de distancia la muerte de un sueño. Hay que ver a los obispos, ellos saben que el cielo por la tarde es una planta de cristales aplastada. Padre, lleva a Cristo. No, que no es sangre la pegada a tu ropa. No, nadie va a notarla. Y no, el olor a mi cuerpo descompuesto en la repisa no va a traspasar las paredes del piso. Ningún vecino va a culparte. Ellos saben que yo quise provocarte. Ellos entenderán que mi madre golpeó su cabeza contra la tina, porque una nostalgia enorme la había invadido. 18 No, no te preocupes. Tú sigue con la historia. Recuerda que lavar los pies de Cristo es un símbolo de profundo respeto. Lava los pies de Cristo. Usa la sangre de mi cuerpo, pero si quiere ver mi cuerpo, entonces solo arranca con el cuchillo de la coincidencia mi tatuaje del diablo en mi costado. De lo contrario podría notar que todo esto es una broma del tiempo, y entonces los tritones ya no serían nuestros amigos, sino nuestros enemigos. Los tritones son nuestros amigos. Los tritones no son nuestros amigos. Mi sombra se desgarra entre las piedras. Tajos de mí quedan en las piedras. Los tritones son azules y en este momento están recitando el Padre Nuestro ante una columna de huesos quemados. Sí, sí, van a las costas a quemar a los terrestres. Dicen que su olor es insoportable, que su descomposición es un acto pusilánime, porque algunas veces se quedan flotando a media marea durante años. Madre, no, no. Tú no tienes por qué enamorarte de Cristo. Pero sí, tú tienes que lograr que él se enamore de ti. Usa tus caderas, tus manos blancas, di que te llamas María. Menciona eventualmente la idea de algún hijo. No, no lo presiones. Dale agua, dale agua. Pocos recuerdan el gran milagro que es dar un vaso de agua desinteresadamente. Lo tuyo, claro, no será desinteresadamente. Pero no dejes de darle agua. Que el vaso sea vidrio, que sea un cilindro portentoso. Permite, madre, que mire con un poco de nostalgia hacia los mares. Luego bésalo. Luego bésame. Yo te diré que en la tierra hay cierta calidez que no podría encontrar en otra parte. Permite, madre, amante, que te hable de Dios. Permite que lance piedras a las dunas mientras lo hago. No olvides que si yo no cumplo seré castigado. No olvides que el coro de obispos crucificados en el monte me presiona. No olvides que soy tu hijo y que de las aguas inmaculadas de tu vientre fui creado. No dejes que me enamore de mi padre. No dejes que mi padre me hable de los volúmenes ocultos de los mares. Cuando pregunte con mi tierna voz por los caballos muertos de la costa, di tan solo que son una nueva especie, o más bien di que los caballos siempre han sido originarios de los mares. Pero que al respirar la peste de los obispos muertos, cayeron fríamente y de un golpe a la arena. No le digas que la arena son los huesos de los ángeles que copularon con las sirenas. No le digas que las piedras 19 son los cráneos de los tritones enamorados de nuestras muchachas. No le digas que secretamente hay una nueva especie híbrida de seres. No le digas que las piedras copulan entre sí y se multiplican, y que un lejano día serán tantas que terminarán hundiendo al planeta en un océano más grande. Recuerda, madre, medir la profundidad de sus ojos. Recuerda, padre, medir la profundidad de sus ojos. Nunca te quites la peluca repentinamente. En el momento preciso de su enamoramiento, lentamente lleva tus manos a la nuca y, gradualmente, ve quitándote le peluca. Cuando vea que eres hombre, él sonreirá mientras mira la tierra. Cuando vea que eres hombre, yo sonreiré mientras miro la tierra. Entonces bésame, bésame, bésame. No hay tiempo que perder. Si yo decido besarte, todo irá bien. Pero si Cristo te empuja, entonces su prédica en el monte será una prédica de homosexualidad, y no de amor. En ese caso deberá de matársele. No puede elegir a los homínidos marinos. Entonces ve con los fariseos, ellos, ellos, que han sido educados para hablar con los delfines, aunque nunca tengan nada interesante que decirles. Cristo, ese ángel marino, de ninguna manera debe seguir vivo. Ideen la forma más humillante para matarlo. Y jamás permitan que lo suplanten, eso ya pasó con Gandhi y no fue muy lindo. Recuerda que no fueron los ingleses quienes lo mataron. Recuerda que sí fueron los ingleses quienes lo mataron. Y una bomba de corales nos caería a la tierra. En el fin del mundo Cristo vendría montando un caballito marino, y su espada sería una cola delfina. Los cometas se definirían como tiburones espaciales, y caerían a la tierra para hundir todas las islas, que son las pecas de los mares. Los sietes ángeles serían tritones alados, y sus trompetas serían grandes caracolas alzadas al viento. Pero, madre, madre, ignora ya esa sangre. Que no, no es mi mano quieta la que está en el suelo. Y no, no es mi padre el que está en la repisa. Y no, no es Cristo el acuchillado en nuestra entrada. Es un gato, madre. Es un gato, madre. El Padre Nuestro es el que sale de su boca, a través de los pelos de su lengua, de sus pequeños dientes, como una sustancia azul y viscosa. Es el recuerdo del cielo, ya lo he dicho. Y eso es lo único que quiero: un vaso de agua. Mátenme, está bien. Escriban la biblia que no me dejaron, está bien. Hagan de mi cuerpo un personaje, está 20 bien. Pero solo denme un vaso de agua, y ya. Ningún diluvio para corregir los planes. Ningún derretimiento de los polos, para que se alcen los tritones como reyes de este mundo. Ninguna Atlántida sumergida como una base secreta. Solo un vaso de agua, eso pido. Acérquenme, acérquenme con esa lanza unas gotas de cielo. Unas gotas de Dios Padre como órganos diminutos en mi boca. Acérquenme ese vaso. Así, así, muy bien. Pero esa mancha de sangre sobre el suelo no podrá borrarse. Cristo está disfrazado de mi madre y copulan sobre el cobertizo. Cristo usa un labial muy rojo, y muerde el cuello de mi padre. Mi padre le dice: córrete, María, córrete. Pero no se da cuenta que María ya está más corrida que mi sangre. Mi sangre llega a las pantimedias de Cristo, y Cristo comienza a gemir como un desfile de delfines saltando en la costa. Pero yo le digo a mi sangre, como quien le habla a su mar pequeñito, la historia debe continuar. Entones los obispos bajan de sus cruces. Los obispos son totalmente unos huesos, pero caminan. Una sustancia azulosa y viscosa les escurre por sus bocas. Es un acto abominable, pero siguen. Hablan con los delfines, y las ballenas, y las focas, porque todas ellas conocen un mismo lenguaje. Hablan de un falso profeta. Hablan de mí, claro. Las estrellas marinas, con la sola voz de los obispos se deshacen. De lejos se ven como un grupo de esqueletos predicando no sé qué cosa ante las olas. La muerte reflejada en el espejo cambia de forma. Ahora es una serpiente en la cuna de Cristo, la serpiente es roja. Esto se ve muy bien porque está contrastando con la paja, madre. Y tú que eres María, debes tomar la serpiente entre tus manos, arrancarle la cabeza con tu boca, escupir la cabeza detrás de los bueyes, y juntar tus manos blancas como una oración hacia el cielo. Así Cristo, que secretamente será mi padre, porque el nacimiento de Cristo Pez fue muy anterior a esto, te verá con una gracia inaudita por su expresividad tan bien lograda. Así Cristo dará sus sermones, hará sus milagros, y todo perfecto. Los evangelios hablarán sobre sus obras, sobre sus gestos, sobre su vida. Por supuesto, los que escriban los evangelios, no todos, solo los cuatro más convenientes, no conocerán a Cristo. Esto envolverá a la historia en un aire de misticismo impresionante. Lo del tiempo partido será fácil, bueno, nosotros no haremos ya 21 gran cosa. Entonces a mi madre le creció una cabeza de caballito de mar, y empezó a decir el Padre Nuestro, primero en español, luego en una lengua que no me resultaba conocida. Mi padre comenzó a reírse por toda la casa, y tuvo la no tan genial idea de inundarla. Y así lo hizo. Mi padre rompía las cañerías, mientras mi madre hundía su cabeza marina en el agua del lavabo. En tanto lo hacía, agitaba sus pies como de una alegría incontenible. Luego la casa empezó a inundarse y padre dijo: al fin ha llegado el diluvio. El Cristo de los cuadros de la sala, como una figura en miniatura, se echó a nadar por las diferentes habitaciones. Supongo que para su tamaño la casa le debía parecer un mar. Yo, que para ese entonces ya estaba muerto, sentí el agua entrar por mi boca y las comisuras de mi ano. Fue como una cópula inaudita con las olas. Recuerdo a mi madre sentada en una silla de madera, con su gran cabeza de caballito marino, reconociendo las transformaciones de su nueva casa. Recuerdo a mi padre. Y no, esto no es otro de mis sueños. Una música de burbujas me recorría el espinazo. Y como estaba muerto. Y como no estaba muerto, decidí hacerme unas agallas en mi cuello con el cuchillo de la coincidencia. Hecho esto, comencé a respirar con una profundidad y calma que nunca antes había sentido. Mi padre, no tan calmo como yo, decía: no, no, el diluvio no es para que te reconcilies con las aguas, sino para que te mueras. Y como vio que mi madre también estaba respirando bajo el agua, tomó el cuchillo, por alguna razón aquí llamado el cuchillo de la coincidencia, y decapitó a mi madre. Pude ver la cabeza de mi madre flotar en la sala. Luego mi padre fue por mí, pero yo le dije que no, que la historia no podía acabar aquí todavía. Así que él se conformó con clavarme la mano del borreguito a la tina, la cual todavía tenía profundas manchas de sangre. Luego recordé que mi padre se moriría si no lo ayudaba, así que tomé el cuchillo de la coincidencia y, mientras él estaba comiendo la cabeza de caballito de mar de mi madre, yo le corté el cuello. Siendo éste mi último acto de ternura a su persona, lo prometo. Fue mi padre quien con un martillo aplastó mi cráneo. No fue mi padre quien con un martillo aplastó mi cráneo. Las olas venían y 22 se iban, venían y se iban. Trataban de decirnos algo, las ballenas tenían historias grabadas en las panzas con navajas. Era un acto maravilloso verlas encallar sobre la arena. Luego los niños iban a leer esas historias hasta quedarse dormidos, una fogata hecha con leña seca y escamas de iguanas los calentaba. La historia hablaba de Cristo. Se trataba básicamente de Cristo como un homínido marino que había salido de las aguas para traer las nuevas noticias. Las noticias eran que él era Dios, y que la raza de primates acuáticos eran sus ángeles. Pero esto no era ninguna novedad, lo que sí lo era, era que habían decidido salir a evangelizarnos. Porque, sí, Cristo también había escrito unos evangelios en el agua. Los evangelios eran llamados Los Evangelios de los Cuatro Tritones. El nombre se debía a que Cristo se los había dictado a sus cuatro escribas simultáneamente. Ello debido a que Cristo, en un acto milagroso, había desarrollado tres bocas más sobre su cuerpo. La primera estaba en el rostro, claro. La segunda estaba en el pecho. La tercera estaba en la mano derecha. Y la cuarta boca estaba sobre su hombro izquierdo. La novedad, entonces era que para facilitar a los humanos el proceso de evangelización, de ser necesario, se recurriría a la fuerza bruta. En ese momento de la historia, los niños no podían evitar sentir una culebra eléctrica que les entraba por los pantalones. La guerra, de alguna forma, estaba declarada. Así, salieron los homínidos con armas impresionantes de las aguas. No misteriosamente se hundieron todas las flotas navales. No misteriosamente gigantescos tsunamis arrasaron con medio continente en todos lados. Para ellos éramos una raza violenta e incivilizada. Luego, el único modo de tratar con nosotros era de forma violenta e incivilizada. Habían desarrollado habilidades asombrosas como la invisibilidad, y la desmaterialización de la materia en agua. Ahí entendimos que de así quererlo, ellos ya hubieran transformado todo en agua. Pero no fue así, en verdad pretendían evangelizarnos con la verdadera palabra de Cristo Pez. Nuestras armas eran inútiles, las balas entraban y salían por sus cuerpos sin producir ningún estrago. Tenían los ojos grandes. Grandes como dos esferas de vidrio. Todos ellos eran azules, y mientras nos mataban decían Padre Nuestro. En realidad, olvidando que nos profundamente despreciaban, esas criaturas 23 erguidas eran tremendamente hermosas. Al llegar a esa otra parte, los niños que leían la historia en el vientre de la ballena, comenzaban, ligeramente, a tener un poco de sueño. Ellos, o más bien, algunos de ellos, usaban la aleta de la ballena como cobija y entrecerraban los ojos. No se hicieron esperar los bostezos, no los repentinos cabezazos, al llegar a la parte en que todos los hombres debíamos hacerles una majestuosa reverencia. Ya cuando en la historia, los tritones nos habían aceptado como mascotas, prácticamente todas las cabezas estaban zurcidas al sueño. Pero en el vientre de la ballena seguían brillando aquellas letras, con esa luz tan peculiar que solo ellas conocían. La fogata, ahora reducida a una minúscula llama que se columpiaba de rama en rama, estaba a punto de apagarse. Y, padre, puedes creerme. Nada aquí dicho es parte de mis sueños. En todo caso, nosotros somos una parte de esos sueños. De esos sueños que ahora mismo están teniendo aquellos niños en la arena. Por lo que, de cierta forma, tú no eres Cristo. Y por lo que, de cierta forma, yo no soy María, padre. Es decir, tú no eres mi hijo. Ni tampoco está mamá crucificada en el armario. Tan solo somos el sueño de esos niños con sombreros piratas bajo la luna. ¿No es gracioso cómo van pasando las cosas desde acá abajo? Pero creo que yo también tengo las letras de aquellas ballenas en mis dedos. Y quisiera continuar, pero un aire como de foca muerta me lo impide. Es mi madre, es mi madre. Ella está tendida sobre el sofá con las piernas abiertas. Ella no está decapitada. Ella sí está decapitada. Ella no está decapitada, y las iguanas de la sala no le están mordisqueando las orejas. Luego las gaviotas circundaron todos nuestros edificios. Los tritones nos enseñaron su lengua y sus costumbres. Poco a poco desarrollamos nuestra capacidad para contener la respiración por doce o catorce horas. Una tela azulada y delgadita comenzó a crecer entre los ángulos de nuestros dedos. Con ella lográbamos impulsarnos con tremenda facilidad por las aguas. Un complejo sistema de comunicaciones sónicas nos alertaban de los maremotos. Las pigmentaciones de la piel se habían puesto ligeramente diferentes. Nuestras piernas cobraron una musculatura extraordinaria. Nuestros ojos se volvieron grandes, mucho más grandes de lo que creíamos era posible. Finalmente una cola, una cola nos brotó 24 de entre las nalgas. Con ella nos impulsábamos a velocidades insólitas. Entendimos el lenguaje de las olas, de la arena, de las piedras. Los tritones nos enseñaron que todas las cosas de la tierra habían desarrollado su propio lenguaje. He ahí que su literatura haya sido tan magnánima en tan poco tiempo. Cada sirena vivía alrededor de cuatrocientos años, tenían una habilidad mental solo comparada con los grandes genios. Y así lentamente la ballena se descomponía hasta la mañana. Porque en la mañana, los niños, lo único que encontraban era un gigantesco esqueleto de pescado. Tenían que esperar unos dos meses en la costa para que llegara la otra ballena y terminara de contar su historia. Mientras tanto, los niños construían casas con la estructura ósea de los cetáceos. Era un acto maravilloso verlos jugando. Había rubios, negros, blancos, amarillos, morados, rosas. En fin, de todos tipos. Lo importante era sobrevivir en esa pequeña tribu junto a los océanos, en lo que llegaban las nuevas historias. El séptimo pétalo tenía la forma de un tambor. Esto lo sé porque la muerte reflejada en el espejo era también uno de esos cadetes para la guerra. Padre, no, no, todo esto no es otro de mis sueños. La conquista no se llevó a cabo entre las ruinas de los continentes. Una corona de fuego para los hombres. Una corona de agua para los tritones. Un cielo de escamas con ojos de iguanas colgando del tiempo. Iguanas derretidas. Iguanas crucificadas. Es decir, obispos crucificados. Al tercer día empezaron a vomitar dinero, sus bocas eran un manantial siempre vivo de monedas. De este modo el monte de sus más profundos crucifijos y secretos estaba cubierto de oro. La montaña resplandecía tremendamente por la tarde. Padre, no, no, tu cuchillo no es un cuchillo de oro. Y si lo fuera mi muerte no sería más valiosa. Esto debes entenderlo. Satanás está en la cochera fornicando con mi madre, mi madre lleva los dientes de María en la boca. Mi madre lleva la piel de María sobre las carnes. Mi madre lleva los huesos de María muy adentro de su cuerpo. Siete ángeles con cerbatanas de colores miran el acto. Con las cerbatanas cubren la espalda del diablo con bolitas de papel, y se ríen por la noche. Es el séptimo pétalo en la mano de Cristo lo que representa el renacimiento de Lázaro. 25 Padre, no, esto no es un giro en mi pequeña historia. La sangre de mi sexo abierto parece una pintura sobre la tina en blanco como lienzo. Lázaro ha muerto ya cuatrocientas veces, a él Cristo le dio una corona de tierra. El bautizo es con agua, y no con nube. El paraíso es de agua, se le puede ver desde las costas. Los tritones conocen las estrellas, porque para ellos el agua es una especie de lente. Gracias a ese lente pueden predecir la cabeza nebulosa de un caballo a punto de ser destrozada por la muerte. Los planetas cayeron partidos en dos mitades perfectas al fondo de un segundo océano. Padre, padre, no me mates. Soy culpable, yo maté el cuerpo de Cristo. Yo hundí su frente a las aguas quietas de las cruces. Escuché cada clavo mientras se hundía y desgarraba las membranas musculares de Cristo. Luego Cristo me confundió con el diablo y me pidió disculpas. Yo besé a Cristo como jamás volveré a besar a nadie en esta tierra. Mío es el reino de Cristo, mías son las marejadas y el revolcadero de olas. Míos los tesoros ahogados de los grandes navegantes. Mías las costillas de aquel tritón castigado por hablar con humanos. Entonces, padre, ahora que yaces amarrado a las bolas de cañón en el fondo de los mares. Entonces, padre, ahora que el amor es un pececillo mordiendo tu cuerpo. Entonces, padre, ahora que ves en cámara lenta el descenso de los barcos heridos en una tormenta. Entonces, padre. Entonces, padre, deja te digo una última cosa: perdón. Los pétalos del diablo son la inscripción más antigua en este mundo. La flor naciente y tierna en la palma de Cristo, es el poema más hermoso de la vida. He aquí la muerte, te la regalo. Mediste los años a través de las ballenas que migraban, a través del crecimiento hermoso de las tortugas. Miraste un coral alzarse como una corona para el mar entero, presenciaste el hundimiento de todas las estatuas romanas. Miraste a los profetas renacer y aprender a nadar en no tan profundos estanques. El grupo de niños de la playa desarmó el arca divina, los elefantes cayeron e instintivamente ya nadaban. Moisés, Isaías, Daniel, Noé, Mateo; todos miraban el atardecer desde una roca. Padre, ahora que estás en el fondo de los mares, bajo la pena de haberme matado. Padre, ahora que los cangrejillos son como las ratas marinas y te destrozan las piernas, debo decirte, debo decirte, debo decirte: perdón. Nunca fui el 26 hijo que deseabas. En mi defensa saltan las aves a los mares y te pican el cráneo. Pues ya no puedo más. Dejemos que el telón se caiga, dejemos que el teatro se quede vacío. Satanás ha decidido, la tierra se viene abajo. Mira, mira cómo El Quijote se desintegra. Sus palabras más bellas se van deshaciendo. Sus palabras menos bellas también se van deshaciendo. Las perlas caen de nuevo a las ostras que abren la boca y exclaman un grito como quien mira a un hijo que regresa. Dejemos que la sangre se seque, resultó que los caballos del apocalipsis eran nuestros continentes. Resultó que los jinetes horrendos éramos nosotros. No padre, no ocultes mi cuerpo en la repisa. Mamá vuelve del trabajo con dos serpientes en las bolsas, una nos dirá el verdadero significado de esta historia, la otra nos cantará una canción para dormirnos. La flor entera ha quedado revelada. La flor como un truco de magia, donde el público repentinamente comienza a llorar pétalos. Los pétalos son el nuevo tapiz del anfiteatro en Francia, en la última fila yace el cadáver del hijo de Cristo. Lamento haber contado todo esto, pero los tritones han hecho del mundo un paraíso. La escritura ya no es necesaria. Las nubes son nuestros nuevos poemas. La vida en el océano nuestros nuevos ensayos. Los tiburones nos aman, han crecido a la altura de seiscientas olas. Los tritones han hecho del mundo un paraíso. Los tritones no han hecho del mundo un paraíso. Los tritones han hecho del mundo un paraíso, y la tele trasportación es posible porque prácticamente todo está hecho de agua. Juan fue un tritón que bautizó al diablo que era mi padre golpeando a mi madre, que era yo en una tina llena de pétalos. Mamá, lo mismo te digo: jamás pude ser quien tú esperabas. La noche estaba enamorada de mi traviesa corona de pelos en la frente, y yo comencé a gritar los milagros de Cristo por la calle. Mejor que todo acabe, mejor que los tritones sigan nadando en el agua de mi palma. Los obispos crucificados comenzaron a nadar, pero en cuanto sus huesos tocaron el agua quedaron deshechos. Las pequeñas sirenas jugaban con sus húmeros, y usaban sus cueros cabelludos como pequeñas peluquitas. No más vómitos de agujas, mientras un Padre Nuestro azulado y viscoso escurre por sus bocas clericales. Todo ha terminado, mi madre entra, y un golpe de bate le pega en la nuca. 27 Te perdono, padre. Te perdono, madre. Te perdono, hijo. Te perdono, Cristo. La muerte seguía rebanando las cabezas de los delfines que saltaban entre olas. No he seguido rebanando las cabezas de los delfines que saltaban entre olas. Ahora únicamente los cuelgo por las colas de todas las estrellas que se ven desde este lado de la noche. Me gusta el sonido que hacen estas criaturas, me parece que tratan de decirnos algo. Yo no hablo el lenguaje de las sirenas. Las mato, sí, pero jamás he entendido lo que dicen. Cuando los humanos descubrieron a esta raza secreta de homínidos, yo no sé cuál fue toda la sorpresa. Filósofos largamente debatiendo con los biólogos, biólogos largamente debatiendo con poetas, poetas largamente debatiendo con políticos, los cuales desde el principio ya querían cobrarles impuestos. Ninguna sorpresa fue llegada a mis oídos cuando me enteré de las nuevas. El adjetivo “buenas” quedará en el armario todavía por un rato. Recuerdo que mis amigos los ángeles, durante una partida de cartas en mi casa, estaban muy entusiasmados con este puente de razas. Te perdono, padre. Te perdono, madre. Te perdono, hijo. Lo cierto es que yo por mi parte estaba un tanto preocupado. Los humanos con sus rápidas enredaderas de egocentrismo, y sus rojas espinas de vanidad que les brotan de la frente, me tenían un tanto intranquilo. Predecía entonces un intento de evangelización por su parte. Nada más terrible se me ocurría, así que por esa tarde, ya cuando había matado a catorce niñas, a treinta hombres, a dos mujeres, y cuatro ancianos, decidí ir a la costa. Moisés, Isaías, Daniel, Noé, Mateo; todos miraban el atardecer desde una roca. Intenté hablar con ellos, pero sus lenguas habían sido suplantadas por pedazos de tela. Lo único que pude entender aquella noche, después de haber matado a cuatro marineros, dos atletas, seis policías, fue que un colapso ideológico se nos estaba viniendo encima. Luego fui, ya a la mitad de la noche, a mi casa en la copa de un árbol. Ahí vi que el ejército había iniciado una guerra contra los tritones, porque éstos se habían apoderado de las cuencas petroleras. Yo me reí del absurdo, porque los tritones no usan el petróleo de ninguna forma. Luego entendí que la evangelización del siglo XXI había comenzado. Negar culturas, negar culturas. 28 Tiremos los ídolos hechos de arrecife, arranquemos la maldad de estos seres sub acuáticos. Necesitamos de todo el apoyo del pueblo. Los terribles tritones han comenzado a tirar los palafitos de los pueblos costeros. Ellos son los responsables de tantos maremotos, ellos y no el reacomodamiento de placas. Oh, tierra, jamás te habías visto cuestionada desde las aguas tan seriamente. Ninguna sirena malvada volverá a comerse a nuestros hijos. Ningún tritón volverá a echar abajo nuestras embarcaciones. Guerra, guerra. La raza humana volverá a ser la copa del árbol. Y sin más aviso, en realidad sin ningún aviso al adversario, comenzaron a lanzar balas de cañón a los océanos. Miles de avionetas planeaban las olas, mientras arrojaban cientos de bombas que destrozaban los cuerpos de los tritones. Te perdono, padre. Te perdono, madre. Escuchaba a una velocidad impresionante mientras recorría en una carroza de huesos las profundidades marinas. Recuerdo que en el fondo de una casa, en una tina blanca cubierta de pétalos, había el cuerpo de un hombre viejo que decía: te perdono, hijo. Yo sin poder ahondar más en el tema, tomaba sus almas como se toman las perlas de las ostras. Largas horas pasaron de trabajo extremo, y no pudiendo yo solo con mis inacabables labores, llamé a mis amigos los ángeles para que me ayudaran. Un cuchillo completamente negro junto a la bañera. A éstos no los mataron los hombres, me dije. Mientras los ángeles se llevaban sus cuerpos a través de las olas. 29 Testamento Terráqueo del Niño Por aquel tiempo exclamó Jesús, diciendo: Yo te glorifico, Padre mío, Señor de cielo y tierra, porque has tenido encubiertas estas cosas, a los sabios y prudentes del siglo y las has revelado a los pequeñuelos. La Biblia No, no me sueltes. Mis huesos están hechos de zafiro. No, no me sueltes. Mis huesos no están hechos de zafiro. He aquí mis ojos. He aquí mis manos. He aquí mis dedos con las uñas de plata. Hay un momento en que la gota deja de ser gota y se vuelve océano. Hay un momento en que la planta deja de ser planta y se vuelve selva. De ese modo, de ese modo. Deja de tirar mi sangre. Las hormigas la beben con desprecio. Mis huesos pesan porque están azules. Los años han desfilado ante mí como unos soldados de plomo que van a la hoguera. Somos una sola cosa todavía. No, no me sueltes. En la oscuridad del sueño las perlas se vuelven lágrimas. En la oscuridad del sueño el brillo de las amatistas se vuelve una lámpara con la que podemos ver a los mutantes dormidos todavía. Menos, menos ruido. No hay que despertarlos. En esa gota de sangre yace mi historia. Está a punto de caer al suelo. Escucha, escucha. He ahí el terremoto miniatura, la sacudida terrestre y sagrada, acaso percibida por los grillos aferrados a los filamentos de una hoja. Pero no, procura no soltarme. Lento, lento. El descenso debe ser muy lento. Casi tan lento como la caída de un sueño. Un sueño en el que alguien dice un poema, tú te levantas a escribir ese poema, pero el poema se ha ido. En su lugar a quedado un puñadito de briznas en la cama. Mis huesos están hechos de zafiro. Son azules y ligeros. Tengo trece años. No tengo trece años. La vida es bella como la planta que desenrolla su hoja a la hora adecuada. Fracaso, fracaso. Esa es la palabra a la que tanto temen, pero la palabra no es un ratoncillo. La palabra Fracaso es una ardilla con las garras de las patas pintadas de verde. Hoy es martes, mañana jueves, ayer mañana. No, procura no soltarme. La cuerda está muy tensa, siento sus tendones como una red que carga a un niño que tiene los huesos de zafiro. Decía, hay un momento en que el grano de arena deja 31 de ser arena y se vuelve desierto. Decía, hay un momento en que el minuto deja de ser minuto y se vuelve una hora. Decía, no decía. La vida pasa ante mí con una sonrisa de ángel en cueva. Ha de saberse que todo mutante primero fue un ángel. Las alas se las cortaron con navajas de jade. Hay un cementerio para esas alas. Todavía se agitan las muy locas, pese a todo el peso de la tierra, todavía se agitan las muy locas. Ahora, ahora. Es buen momento. Corta la cuerda, sí, sí. Corta la cuerda. Fracaso es la palabra por la que tan poco se escribe, se sueña, se pinta, se vive. Pero bien vista la palabra no es tan mala. Te digo que es una ardilla. Te digo que no es una ardilla. Te digo que es una especie de ave con los ojos azules. Te digo que bien vista no es tan mala. Estamos en febrero, pero en unos segundos será diciembre. No, no es una mariposa la atorada en los cabellos de esa chica. Escucha, escucha. Mi sangre se derrama sobre el piso como un pequeño tsunami, vida hay en las costas que deshace. Las hormigas andan por la frente de los niños mutantes. Ellos también conocen la palabra Fracaso, pero no le temen. Muchos los llamaron el fracaso del siglo. No, no al principio, obviamente. Sí, sí al principio, ¿qué ya no lo recuerdas? Bueno, bueno, tú concéntrate en bajar la cuerda. Hoy es martes y mañana será domingo, tendremos que ir con la abuela que seguramente está colgada de los tendederos con dos pinzas plásticas, porque sí, sí, a alguien se le ocurrió mojarla para ver si crecía. Pero calma, el Fracaso es una palabra muy bonita. Mira: yo fracaso, tú fracasas, él-ella fracasa, nosotros fracasamos. Pero el viento sigue pronunciando los nombres de los ángeles caídos. Los ángeles eran los más bellos, tenían los ojos en blanco para que luego los científicos bajaran a los sótanos y se los pintaran con sus delicados pinceles de un tenue ondeante color azulado. La humanidad fracasa, la tierra fracasa. Pero yo no creo que el fracaso sea tan malo, y es por eso, y es por eso, que ahora bajo. Tranquilo, tranquilo, la historia va comenzando. Tú sigue viendo mi sangre cómo se balancea de un lado a otro en ese frasco. Contempla, contempla. Mira su redondez exacta, su brillo de joya sagrada y deshecha. No, no te sueltes. La cuerda está hecha con los cabellos de mi hermana, por lo que presiento que aguantará bastante bien nuestro descenso. Ocho ángeles yacen 32 allá abajo. ¿Cuántos de ellos aún son niños? Tres, me parece. Seis, me parece. Es verdad, sus ojos son rojos como joyas. Están dormidos, menos ruido. Calma, calma. La soga se rompe. ¿Qué día es hoy, me dijiste? Martes, martes. Bien, sabes el plan. Mañana será sábado y tendremos que lavar la escuela. Quemaste la bandera, y casi te expulsan. Fue lindo mirar la bandera mientras se quemaba, ondeaba como la piel de un demonio rayoneada por niños. ¿Pero por qué te disfrazaste de chica? ¿Pero por qué no te disfrazaste de chica? El profesor me obliga, eso es todo. Eran ángeles. No, no, aún son ángeles. Pero el cementerio de alas, bueno eso es otra cosa. Fracaso la vida, fracaso los sueños, fracaso la muerte. No me gusta esa palabra. Sí me gusta esa palabra. Es un ángel, también esta palabra es como un ángel. Una gota de sangre más se va cayendo. No, no las derrames. Son las lágrimas del cuerpo, y de esas lágrimas se alimentan los mutantes. Fracaso fueron los mutantes. Todo parecía tan claro esta mañana, la luna flotaba en el florero de la mesa. Los peces alrededor de ella la iban mordisqueando. Todo parecía tan claro, pero date prisa. Mañana a las tres en punto será noviembre. Pasado mañana a las cuatro y media será enero, ya nos veo celebrando con flores en los ojos, ya me veo celebrando con el polvo de los gises que ha formado una nube. Esa nube va escribiendo las lecciones del día sobre el cielo. Como ahora son las cuatro, la nube escribió algo sobre los beneficios de no mirar la luna. Después serán las tres, y la nube escribirá algo sobre lavarse las manos. No, te digo que no son mariposas. No, me digo que no son mariposas. Y los murciélagos hacen un torbellino entorno a mi cuerpo. Son tres, o cuatro, o dos, los que se aferran a mis tobillos y beben mi sangre. Debiste traer mezclilla, debiste traer mezclilla. Y un mutante pasa corriendo por debajo de mí. El cementerio de alas se vislumbra a lo lejos. No, no son azules ya sus ojos. ¿Era un niño? ¿Era un niño? Pero la cuerda repentinamente se rompe. Una larga playa de velas prendidas alumbra mi sueño. No, maestro, no es un sueño. He aquí mi tobillo, he aquí las mordeduras. Mire mi sombra, ha quedado partida en dos mitades a causa de una estalactita que la ha cortado. Vea mi sombra como la lengua de una serpiente que se agita en el viento. No, maestro, no quiero 33 ese rímel en mi rostro. Ya son las cuatro y debo marcharme a la casa. Claro, al principio sí eran ángeles. ¿Pero la humanidad no fue eso en un inicio? ¿Acaso no construimos nuestro propio cementerio de alas? No, maestro, quite sus manos de esa parte de mi cuerpo. No fui yo solo. Sí fui yo solo. No fui yo solo, éramos una docena de niños cuando menos. Todos llevamos frasquitos de sangre. Y mi sangre era color amatista. Bajen, bajen esa cuerda, les digo. Pero los muy tontos tiraban mi sangre en el suelo. El hoyo en la tierra ahí estaba. Eran hoyos circulares y hondos los que ahí estaban. No, maestro, hoy no es martes, y no debo de usar aquel vestidito como castigo. Le digo que hoy no es martes, y le digo que aquel hoyo no lo hicimos nosotros. Pues así ya estaba, le digo, le digo. Maestro, la nube de gis en el cielo no escribe mi nombre. Yo mismo rehúso mi nombre. No lo quiero, no lo quiero. O en todo caso que mi nombre sea Fracaso. Sí, sí. Fracaso debería de ser mi nombre. Ocho ángeles no son nada para mi descubrimiento. Ocho ángeles cantando alrededor de mi tumba, no son nada para mi descubrimiento. Luego el chorrito de sangre caliente cayó en la frente de un mutante que estaba dormido. Los hombres le llamaron ángel, pero algo salió mal. Eso todos lo sabemos. Los misterios de la carne siguen siendo misterios de la carne. Algo, algo. No tan visible, es cierto. Uno de ellos, maestro, uno de ellos, con sus batas blancas, como los nuevos sacerdotes de este siglo. Uno de ellos, me lo dijo en sueño, me lo dijo en sueño: esta tierra será el paraíso. Primero ángeles, luego ángeles, deberán poblarla. No más mortales con sus ojos negros, y las mandíbulas rompibles al contacto. No más hombres, eso ha terminado, mi niño. Eso ha terminado, y una corona con espinas de oro se puso en la frente. La tierra será el paraíso que el cosmos merece. Pero nada, maestro. Pero nada. Los misterios de la sangre siguen siendo los misterios de la sangre. No era tan claro como les parecía. Y los ángeles, ay, ay. Los hoyos ya estaban hechos, y, uno a uno, los fueron arrojando. Un corte de espada caía en sus columnas para arrancarles el vuelo. Y así fue hecho. Maestro, puede creerme. Fracaso será mi verdadero nombre. No, ese labial rojo en mis labios ya no es necesario. Nunca más quemaré mi bandera. Pero es que si las banderas se agitan demasiado rápido 34 entonces se encienden. Pues bien, eso yo no lo sabía. Pero no, pero no, ese beso en mis labios no me corresponde. Retire su barba, me pica. Siento cada vello como una aguja perforando mi espalda. Por eso es que bajé, por eso es que descendí a las entrañas del mundo. Su boca era un manantial de aguas claras, su garganta un túnel ríspido de joyas, su esófago un acantilado de alas blancas, y su estómago un entramado complejo de joyas. Ocho ángeles he visto, ya sin alas, por supuesto. Los misterios de la sangre siguen siendo misterios de la sangre. Maestro, los mutantes se alimentan de esos misterios. Por suerte he bajado solo. Por suerte no he bajado solo. Por suerte doce niños me ataron a una cuerda. Iba yo atado de piernas y brazos, una gota de sangre por mi nariz escurría. No me quieren mis amigos, algo encuentran de terrible que no veo. Pero no los culpo, mi nombre es Fracaso. Y fracaso respiro, y fracaso como, y fracaso bebo. No los culpo, no los culpo. Mis huesos están hechos de zafiro, azul zafiro, tremendamente azul zafiro. Y no los culpo. Yo también soy un ángel, imparto clases de español a estos muchachos. Heme aquí que me dicen maestro. Heme aquí que los beso y los visto de chicas. Mis alas cayeron a las fauces del tiempo. Pero hoy es martes, y una gota de sangre, y una gota de sangre yacerá rebosante en el centro de mi plato. No, maestro, le digo que usted no es un mutante. Le digo que no es mi intención el que me bese con mi historia. Mis huesos están hechos de zafiro, y como todos los lunes los siento más pesados. Una falda de seda azulada se me desliza en las piernas, mi pene se alcanza a ver como un pequeño bulto en esas telas. Pero nada importa, yo soy el niño fracaso. Acaban de dar las tres, pero en siete minutos serán las ocho. Te digo, hay un momento en que las horas dejan de ser horas y se vuelven días. Y un momento en que los días dejan de ser días y se vuelven meses. No, maestro, no más besos en mis piernas. Le digo que no he bajado a un túnel, le digo que no he visto a ocho ángeles sin alas danzando en un edén subterráneo. Le digo que los misterios de la carne ya no son los misterios de la carne, sino un poema cuyas letras han sido recortadas y alineadas afanosamente. Le digo que solo hay una forma de arreglar aquel texto, y que Fracaso no es el apellido secreto de todos los hombres. Le digo que me gusta que me bese, 35 que lo siga haciendo pero con más arrebato. Los días se van pegando como en un disturbio, llevan los hombros amarrados con cintas. Los días usan un cráneo luminoso para no dejar salir sus ideas que son las nubes. Pero las nubes traspasan la barrera cálcica, y dejan un collage de pensamiento sobre el mundo. Maestro, quien mira fijamente el cielo se entera de lo que piensa el día de las olas, el día de los montes, el día de los sueños. No, no intente callarme. Lo que le digo es algo importante. La historia va comenzando. Calma, calma. Luego la soga hecha con las pestañas de todos mis ancestros se iba rompiendo. Y yo caía y caía y caía. Tierra más tierra congregada. Algún topo brotó de la nada y mordió mis zapatos, como creyendo que mordía a un insecto. Yo le di una patada a ese topo, porque uno de sus dientes había traspasado las carnes de mi dedo gordo. Maestro, maestro, fue entonces que pude ver que mis huesos estaban hechos de zafiro. Y no mentía, y no miento: un azul deslumbrante salía de entre las telas de mi ya roto calzado. Y no mentía, y no miento: vi a tres mutantes con los ojos enormes jugando atrapadas. Yo entonces cubrí el azul deslumbrante que salía de mi dedo gordo como una cascada. Pero no, pero no, aquel azul en mi zapato ya me había delatado. No, amigos, dejen de pegarme. Mi padre no es mi maestro. Y este vestido en mi cuerpo es solo una coincidencia. No, no. Dejen de rasgarme ya la falda. La historia que les doy a cambio es verdadera. No, el maestro no es mi novio. Y no, nada de lo que les cuento es solo un sueño. Esto yo lo he visto. He aquí mi sombra dividida. He aquí el hueso de mi dedo gordo. No, yo no soy un mutante que ha salido de aquel hoyo. No me he comido a su amigo, ni a su maestro que ahora yace destrozado en la banqueta. Los misterios de la carne siguen siendo los misterios de la carne. Pero ya, les decía: siempre hay un momento donde la gota de agua deja de ser gota de agua y se vuelve mar, y donde el grano de arena deja de ser un grano de arena y se vuelve desierto. Escuchen, escuchen: las nubes le están diciendo algo a los montes. Hoy es miércoles y ayer fue jueves. Siempre hay un momento, estudiantes, en que el hombre deja de ser hombre y se vuelve tribu, o sociedad, o nación, o continente. Y en este caso, muchachos, todo ha fracasado. Conviene abandonar toda 36 esperanza. Los sacerdotes del siglo nos han dejado a la mitad del miedo. Y por eso comenzamos a lanzar a los mutantes a las cuevas. Ellos se alimentaban de carne, como nosotros, pero eran diferentes. Terriblemente diferentes, se me ocurre. Pero esta clase, muchachos, terminaré de escribirla en el cielo. En el principio fueron los leprosos. Después fueron los mutantes. La humanidad oculta en la tierra todo aquello que abomina. Solo las semillas, con sus báculos verdes que vencen el peso, logran ser queridas. Pero ni siquiera ellas, pero ni siquiera ellas. Y es que los deformes tenían la boca en el sitio equivocado. Tenían las manos en desproporción al resto de su cuerpo. Las piernas eran largas, y las extremidades delanteras eran cortas. Los ojos, desde el principio planeados para ser azules, se pusieron rojos. Las alas eran negras, la nariz reducida, las uñas largas. Nuestros ángeles terminaron por ser nuestros demonios. Una vez abajo, una vez abajo, ninguno pudo adaptarse a las pesadas tierras. Tiramos cientos de velas encendidas a los hoyos donde fueron arrojados. Todos los ángeles que brotaron del ombligo de la ciencia, fueron un fracaso. No, no, ya basta. Deje en paz esa palabra. Mañana fui a las grutas del pueblo, bajé por una cuerda hecha con las sábanas de mi cuarto. Y sí, y sí, vi a nueve de esos ángeles feos. Jugaron conmigo y no me parecieron tan malos. Tenía yo una cortada en el dedo gordo, y ellos la sanaron. Son tremendamente inteligentes. Navegan en los huecos terrenos, sus carrozas están hechas de piedras preciosas. Topos del tamaño de un caballo las arrastran. Esos topos son los delfines de los tritones. Llevan las garras pintadas de azul. Fue acaso eso lo que los motivó a ayudarme. O acaso su temperamento amable y cuidadoso. Torres de huesos de murciélagos sostienen su mundo. Hablan todas las lenguas de los gusanos, de los topos, y de las piedras. No tienen sol y tampoco ven las estrellas. Pero sí tienen constelaciones, éstas son las esmeraldas en el techo de sus cuevas. Una de sus constelaciones tiene la forma de un insecto con las alas abiertas. El tiempo no existe debajo de la tierra, pero eso ya lo saben. No, maestro, deje de tocar mis prendas. La historia termina con un muchacho que lleva un letrero de madera que dice en letras grandes Fracasado. 37 Ese muchacho es más bien un niño, el niño pesa unos cuarenta kilos y asegura dos cosas: las nubes están hechas del polvo que hacen los gises, y que sus huesos están hechos de amatista. El color de la amatista me recuerda mi infancia. Mi madre dijo en broma que la amatista era la piedra preciosa que ama. Yo deduje que el zafiro era la piedra preciosa que zafa. Obviamente la frase de mi madre es más hermosa que la mía, pero poco importa para el caso. Maestro, maestro, deje de besar mi nuca con su lengua. La historia todavía no ha acabado, y no creo que acabe si sigue rozando mi ano. He olvidado decirle que los topos gigantes tenían grabados en sus dientes, creo que esos grabados representan sus poemas. Se alumbran de la misma forma que en la tierra, básicamente con fósforo. No son una civilización muy avanzada. Sí son una civilización muy avanzada. No son una civilización avanzada, y sus cascos están hechos con pedazos de cráneos de nuestros muertos. No, no, para ellos no es un sacrilegio. La lava que corre como las venas secretas del mundo, les inspiran un profundo miedo. Hablan poco, pese a todo, hablan poco. Fracaso es una palabra que no entienden. Frasco, acaso, asco, sí. Pero Fracaso no. En realidad no son una civilización muy avanzada. En realidad sí son una civilización muy avanzada. Llevan cascos de amatista, y unos guantes blancos. No son ángeles, pero se comportan como ellos. Mejor que ellos, acaso. Tiene un mundo más bello que el nuestro. Han dominado al petróleo, pero no han dejado que el petróleo los domine a ellos. Son tremendamente sabios. Su astrología se basa en las estrellas del cielo. Disimuladamente salen en largas canoas por las corrientes magmáticas a la superficie. Una vez en las bocas de los volcanes más altos y fuertes del mundo, lanzan intensas fumarolas para no ser vistos. Esperan pacientemente a la noche y contemplan el cielo estrellado. Luego regresan a las profundidades y recrean lo que sus grandes ojos vieron allá arriba, valiéndose, claro, de los rubíes, de las gemas, de los zafiros, para ello. Sus ciclos de vida son muy largos. Es verdad, es verdad, han perdido sus alas. Pero trabajan en sus laboratorios para escapar de esos lugares. No pretenden regresar a la tierra que los sepultó con vida. No odian, pero tampoco quieren saber nada de nosotros. Recuerdan a los sacerdotes del siglo, como sus creadores, mas no 38 como sus padres. Ya han salvado a la tierra de cincuenta grandes terremotos, de noventa y nueve sismos menores, de quince erupciones, y de cuatro bombas atómicas que secretamente habían estallado. Nada nos cobran, nada nos cobran. Pero vamos, amigos, tengan más cuidado con esos frascos. El rumor es claro: un poco de sangre es un símbolo de profundo respeto. Vamos, amigos, suelten la cuerda poco a poco. Y no, dejen de hacer ya tanto ruido. Los sueños no pasan en vano. Hace un tiempo, por ejemplo, tuve uno, recuerdan, en el que todo lo que hacemos, hasta el más mínimo movimiento, va a parar a un gran libro invisible. Me estuve preguntando durante los últimos cuatro años: quién leería ese libro. Luego entendí que los libros no han sido escritos para leerse, sino que son escritos para vivirse. De ahí que mis huesos estén hechos de zafiro. Sí, sí, todos mis huesos. Hasta mi cráneo es azul zafiro. Hasta mi pelvis es azul zafiro. Pero esto no me hace más pesado, sino más ligero. Por eso he decidido bajar, amigos. Miren, miren, mi lámpara está a punto de quedarse ciega. Hemos bajado ya unos quince kilómetros. Fue una fortuna encontrar este hoyo. Hoy que es jueves y no mañana, martes, porque los sábados hay toque de queda. Y hay toque de queda porque todas las naciones se están peleando. Nosotros ya tampoco vemos las estrellas, maestro. Las nubes negras lo han borrado todo. Las nubes negras deben ser los pensamientos suicidas del día. Nunca veremos al día como un mago que al cerrar los ojos saca estrellas de su boca. Nunca ya veremos al día como una serpiente colorida que deja su piel vieja entre las rocas del tiempo. Nunca veremos nuestro horóscopo de nuevo como un presagio celeste de nuestra vida terrena. Ni tampoco veremos a los largos cometas como un lejano recuerdo del cielo. No, maestro, deje de taparme la boca con aquella tela. Deje de morder mi nuca, como si esperara que de mi cráneo saliera una nube. No, yo no soy el día. Escuche, escuche, la historia trata de los hombres, no de los deformes genéticos del nuevo siglo. No, no, amigo, nosotros, los intraterrestres, no somos los hijos del Fracaso de su tiempo. Pero ya, ven aquí. Te has lastimado, permite que te cure. La baba de lagarto es muy buena para estas heridas. Y sí, sí, también hay lagartos de este lado del suelo. ¿Sabes 39 que para nosotros su asfalto es también como un pequeño cielo? La muerte casi no nos visita por acá abajo. El asunto es que al ser la tierra casi redonda, no hay abajo, ni arriba, ni un lado, ni al otro. Y no, claro, no nos conocen. El punto es que la tierra es tan profunda como el mar. Más aun, al fondo del mar siempre hay un poco de tierra. Tenemos una larga vida desde acá en la tierra. Tenemos parajes mil veces más bellos que allá arriba. Pero no, no nos metemos con ustedes. Hemos visto su civilización alzarse y derrumbarse como una ola. Nada tenemos en contra de ustedes, pero queremos seguir acá abajo. Tengo trece años. Curioso, curioso, yo tengo cuatrocientos trece. Él es mi hermano. Sí, ha muerto mientras bajamos. Sus huesos están hechos de zafiro y se llama. Espera, qué haces. Lo revivo. No, no, maestro, esto no es otro de mis sueños. Esto pasó ayer, cinco minutos antes de volverse mañana. Que no, no es una broma. El cráneo de mi hermano se rompió en dos mitades exactas. Un líquido escurrió por el suelo, lo tomé entre mis manos y lo bendije. Era su imaginación, se lo digo. Llega un momento donde la letra deja de ser letra y se vuelve palabra, y en donde la palabra deja de ser palabra y se vuelve paloma. No, niño, la metáfora correcta es que la palabra se vuelve una frase. Me decía mientras yo hacía bolita la tela que antes estaba en mi boca, y la ocultaba en mis bolsos. Pero luego la imaginación de mi hermano muerto se volvió una con la estalactita. La estalactita se puso toda de colores, mientras seguía con su lento crecimiento. Luego llegaron los intraterrestres. Eran seres en verdad hermosos. Sus ojos, pese a todo, sí eran azules. Medían lo mismo que dos pisos. Hablaban con una suavidad insospechable. Llevaba una cortada yo en el pie derecho, ellos me curaron con un solo movimiento de su mano. Luego, en un solo segundo, habían transformado su titánica figura por una más parecida a la de nosotros. Mi hermano estaba vivo, y ellos comenzaron a decirnos poemas que de tan bellos nos hicieron llorar como nunca antes. Nos contaron que durante años la única forma de enfrentarse a la oscuridad, había sido emitiendo ondas de sonido con sus bocas. Es decir, que las palabras habían sido sus pequeñas lámparas. De ese modo fue 40 como no tardaron en entender que todas las cosas en aquellas grutas tenían un lenguaje, y que con el lenguaje se podían curar las heridas del cuerpo. No, maestro, esto no es una broma. Sí, maestro, sí limpiaré la pizarra. Hay un momento en el que la paloma deja de ser paloma y se vuelve parvada. Hoy es martes, mañana será marzo, pasado cuarenta. Hay un momento en que la espiga deja de ser espiga y se vuelve cultivo. Hoy es jueves, mañana cuatro, pasado ayer. Mis huesos están hechos de rubíes, digo, de zafiro. Los años pasan desfilando. He dicho que son como soldados. El primero tiene el traje de una carta de póker. Maestro, más despacio, baje más despacio. Estudiante, más despacio, baje más despacio. Las perlas al fondo del mar, las gemas al fondo del mundo. Dinosaurios en el fondo. Dientes de sable en el fondo. Dios dormido en el fondo, bajo esas sábanas geológicas. Más lento, más lento. Hay un momento en que la cuerda deja de ser cuerda y se vuelve arpa. No, no, tenga usted más cuidado con la sangre. Sí, sí, sujete bien esta cuerda que estamos solos. Mamá debe estar preocupada por la hora. Tu mamá debe estar preocupada por la hora. No, maestro, no quiero ponerme ese vestido. Le digo que vamos bajando, que lentamente vamos bajando. No temeremos a las rompientes de piedra. No temeremos a los fuegos del infierno tras mi espalda. Otro de mis años estaba vestido de negro, pero tenía la cabeza de un dado. Es duro vencer a la muerte. Fracaso, fracaso. La palabra estira sus articulaciones por toda la hoja, no sé si bosteza o quiere alcanzarme la cara con sus uñas. Bueno, bueno, al final no hubo contexto. Bueno, bueno, al final sí hubo contexto. ¿Cuál es el contexto de su historia, querido maestro? La guerra nuclear. Tras la guerra nuclear los mineros se volvieron ángeles. Brevemente circundaron el cielo con sus largas alas. Iban volando bellamente con sus picos, con sus overoles, con sus cascos. Llevaban cientos de pepitas de oro en las bolsas, y las dejaban caer despreocupadamente entre las nubes. Los mineros se volvieron ángeles, pero no por mucho, pero no por mucho. Los hombres se levantaron nuevamente. Miles de misiles persiguieron su vuelo. Entonces ellos se refugiaron en las cuevas. Debe mencionarse que 41 al principio todos los ángeles dieron batalla, golpeaban los misiles, y las bombas, y las balas, con sus picos. A veces una legión fabulosa de ellos contraatacaba a un aeroplano. Y los aeroplanos caían en curvas centrífugas hasta las olas. Cuando los pilotos escapaban de su vuelo, a través de un paracaídas pintado de nubes, los ángeles mineros sujetaban sus piernas, brazos y cabeza, para después desmembrarlo en el centro del cielo. Pero los misiles eran muchos, demasiados. Así que los ángeles tuvieron que hundirse en las tierras. Sus antiguas minas se volvieron refugio. Cavaron cada día más profundo, cada día más profundo. Maestro, puede creerme, esto no lo he visto en sueño. En ese bálsamo psíquico llamado sueño. Luego las personas del metro, que a las alturas de estos años, ya era una ciudad subterránea. Sí, sí, con transporte, con comida, con hospedaje. Una ciudad donde los ricos sepultaban a los pobres. Por ese motivo los ricos veían en los vagones largas tumbas, y en los transeúntes bellos cadáveres. Un cementerio era para ellos el metro. Un cementerio de mutantes feos. Pero ellos también se volvieron ángeles. Y como había niños, pues ellos se volvieron ángeles niños. Tras las guerras nucleares, tras las guerras nucleares, hubo una época de ensueño. Miraba los ángeles sobre los techos, sobre los montes, sobre los valles. Prontamente desarrollaron un propio lenguaje. Hablaban con las nubes, con las aves, con los vientos. Sus sueños al entre abrir los ojos, era el rocío de nuestras plantas muy temprano. Pero el hombre no toleró ese momento, ese momento del que tanto te hablo. El hombre estaba bien sujeto a su trono de carne, con su corona de pelos, y su cetro de hueso. No, no, el hombre no quería no ser el príncipe del cosmos. Y comenzaron los misiles. Explosiones en el cielo. Bombas de aire contra las nubes. Meses y meses pasaron, las tripas de los ángeles seguían cayendo a los patios de las casas. Las familias pobres que sobrevivieron las asaban para comerlas por las tardes. Y así fue, maestro. Y así fue, maestro. No fueron los sacerdotes del siglo, con sus batas blancas, como alas de ángel que no vuelan; con sus estetoscopios, con sus libros, con sus lentes. Ellos no crearon a los deformes. Ellos sí crearon a los deformes. Ellos no crearon a los deformes. Ellos sí crearon a los deformes, y los misterios de la carne se volvieron los 42 misterios de la mente. Más altos los hombres, más fuertes los hombres, más listos los hombres. Más máquina, más máquina, más máquina, más máquina, más máquina, más máquina, más máquina, o ángel. El hombre se volvió una cuerda tendida entre lo mecánico y lo divino. Entonces los científicos decidieron repoblar la tierra. Pero los misterios, pero los misterios. He ahí que nuestra corona de pelos no fue suficiente. Las puertas secretas de la sangre siguieron cerradas. Algo salió mal, algo salió mal. Luego las bocas dejaron de decir ángel, y dijeron bestia. Luego los ojos dejaron de ver cielo, y vieron tierra. Luego las mentes dejaron de ver esperanza, y vieron olvido. Fracaso es el nombre secreto del hombre. No fueron muchos, pero fueron. Luego empezaron a tirar los deformes por los riscos. Ningún beso para ellos, ninguna caricia para ellos. Así los mutantes usaron sus particulares cuerpos para cavar en la tierra. Sus largas uñas fueron sus palas. Sus grandes ojos sus linternas. Sus fuertes brazos su lenguaje. Y su lenguaje se componía de una sola palabra para ese entonces: sobrevivencia. Así lo pensaron, y así lo hicieron. Maestro, vamos, escuche. No, no quiero ese listón rojo en mi cabello. No quiero su sangre celeste en mi espalda. La dureza de su pene me borra la historia, la dureza de su pene es como una rama sobre el castillo de arena recién hecho. No, no, deje de decirme que es un sueño. Deje de besar mis piernas blancas, tiemblo de miedo, no de gozo. La historia todavía no se acaba. No le he hablado de la conquista. No le he dicho quién es que hace la conquista. Atención, amigos, conciudadanos, ángeles, las negociaciones hostiles han comenzado. Debemos tomar una decisión a la mayor prontitud posible. Nos han declarado la guerra, nos han declarado la guerra. Estamos listos para responder: somos muchos y somos fuertes. Salgamos, salgamos. Fracaso fue el nombre con el que nos recibieron al mundo. Y Fracaso será el nombre que les devolvamos. Compañeros, ataquemos. La noche en la que hemos vivido será nuestra arma. La luna velará nuestros combates y triunfos. Un laurel serán las estrellas a nuestras victorias. Hemos perdido las alas, mas no el espíritu. Hemos perdido la luz de los soles, mas no la fuerza. Hemos perdido la dicha de la vida, mas no la vida. Luego los ángeles salieron apenas el ocaso había sellado su carta 43 nocturna con los últimos resplandores. Iban montados en topos gigantes, las puntas de sus lanzas eran rubíes tremendamente afilados. Sus cascos eran amatistas pulidas que resistían el choque de las balas. Medían cuatro veces nuestra altura. Y al ver el tamaño de sus músculos, el mundo entendió de pronto por qué habían sido sepultados. Por escudos llevaban rocas, por antorchas su mirada. El ataque humano había comenzado en el día. Bombas de gas azules descendían por las grutas, luego estallaban. Murieron muchos de los ángeles. Pero ellos estaban debajo de nosotros. No, profesor, no es esto una broma. Lo de la bandera fue mi circunstancia. Supongo no debo usar este vestido todo el día. No me gusta que sus dientes se incrusten en mi oreja. Las gotitas de sangre que van cayendo son sagradas. Imagino que cada gotita es una estrella. Leo mi astrología sobre el suelo, mi constelación es un cangrejito de sangre que baila en la nada. Su vaticinio es claro: deja de contar tu historia. Nadie acabara leyéndola, lo sabes, lo sabes. Me decía el cangrejito mientras sujetaba al niño por las manos, y lentamente metía mi pene por su ano. Su ano, su ano, libre de mácula y protesta. En todo caso su ano de niño, era la única cueva que yo imaginaba. Historia tras historia me contaba mi estudiante, mientras yo condecoraba su lindura con mi cetro de carne. Él había quemado la bandera, yo sus prendas. Me puse a ondearlas por toda la sala. Una espátula de cocina fue el mástil de mi nueva patria. Y mi nuevo himno fue su garganta toda llena de perlas. Pero él me seguía contando. Pero yo le seguía contando. Maestro, maestro, escuche: solo pido un poco de tregua. La historia no está escrita en mi libreta, usted es el primero que la escucha. Solo déjeme un momento, tan solo eso pido. Un momento, un momento. Le decía. Hoy es lunes y yo sé que todos los lunes están cosidos a los jueves, así como sé que todos los jueves están cosidos a los martes, y que los martes están cosidos a los domingos. Los domingos, los domingos, que ondean como una bandera hecha de minutos sobre un planeta lejano. Los domingos donde los niños salen a correr y a cazar segundos como insectos. Ay, ay, los ángeles. Todavía los recuerdo. En medio de la sangre, en medio de la risa de estar comiendo y que de pronto te caiga una cabeza de topo gigante a la mitad de la mesa. En medio 44 de las tripas de mutante alrededor de mi cuello, en medio de la broma nacional que son los países: una luz. Una luz brotando del dedo gordo de un niño que se había caído a una de las fosas. El niño era yo. Decía que sus años marchaban como soldados de plomo hacia la hoguera. El niño no era yo, pero así hubiera sido. De no ser, de no ser. Bueno, el caso es que una luz azul como cascada le brotaba del zapato a aquel muchacho. Los topos comenzaron a recitar algo que a simple vista parecía un poema. Y los deformes lo protegieron de las bombas que seguían cayendo, indistintamente sobre los pobres que sobre los deformes, porque para las personas que hacen la guerra ambas especies son, al fin y al cabo, la misma. Luego el niño se cosió unas alas de ángel a la espalda. Y aunque las alas estaban un poco carcomidas por los años, las alas volaban. Teniendo esto por ejemplo, todos los mutantes comenzaron a coserse alas en la espalda. También a los topos les cosieron alas de ángel en la espalda. Y así la batalla terrestre se volvió de pronto a los cielos. Y ya cuando todos los tanques habían apuntado su tiro a las nubes, los mutantes comenzaron un sismo que hundió todas las armas en largos despeñaderos. Luego los murciélagos de las cuevas más grandes, esos que medían lo mismo que un auto, comenzaron a salir y a comerse a los soldados. Los soldados estaban todos enloquecidos, lo mismo era para ellos matar a un hombre armado que a un niño apuntándole a un círculo en el suelo con un trompo. Los soldados habían perdido los cabales. Así que en un arranque de ira empezaron a matar a sus caballos con sus lanzas. Fue así como los caballos decidieron unirse a las tropas intraterrestres. Los niños cuyos huesos estaban hechos de zafiro, estaban empeñados en coser alas a esos caballos, y a esos topos, y a esos deformes en cuya pupila se reflejaba un misil cayendo. Muchacho, ya cállate por un momento. No ves que los otros maestros podrían encontrarnos. Deja ya de hablar tonterías, los muebles en esta sala se van volviendo más pequeños. Si, las paredes se están achicando, la pizarra ya tiene la forma de un borrador, y el borrador tiene la forma de un gis cortado. Ya calla, te conviene. Pronto nos aplastará este silencio, y el letrero de Fracasado me lo colgarán a mí a la mitad del mundo. Nunca bajaste solo a esa gruta, nunca la 45 oscuridad total de las cuevas te dejaron quieto. Termina ya tu historia, que a nadie le importa. Fracaso, Fracaso, termina ya tu historia. Hoy es jueves, mañana viernes, pasado sábado. No puedes escapar de esta escuela que se llama mundo. Deja que te enseñe el verdadero arte de contar un cuento. He ganado muchos premios haciendo esto. Fracaso no es mi secreto apellido. Soy la cumbre de esta tierra, las madres quieren hijos que de grandes sean como yo. Sigue conmigo, sigue conmigo, y te mostraré que la palabra Fracaso es un conejo al que se le debe dar tres golpes secos a la nuca. Sigue conmigo, y te enseñaré que Fracaso es un látigo, o un infierno que se guarda en la bolsa derecha del saco. Un infierno con el que se asusta a las personas que han envejecido demasiado pronto. Fracaso, Fracaso, cómo retumba esa palabra en la vitrina que es el mundo. Porque a un hombre le asusta más una vitrina vacía, que una vida vacía. Ven conmigo, ven conmigo, no te quedes todo quieto. Disimula la palidez de tu rostro con esas gotitas de sangre en el suelo. No, no es una constelación la que se ha formado, sino una mancha regada en el mármol. Mira, mira, la habitación apenas deja que me mueva. Y si tus huesos están hechos de zafiro, entonces soportarás el peso de mi cuerpo encima. Y si tus huesos están hechos de zafiro, entonces mi semen es una mancha azulada en tus piernas. No, no hay que limpiar esa estela. Dejemos que mi semen penetre tus poros, muchacho. ¿Cómo se siente? ¿Cómo se siente estar abajo? Bien, bien, ahora dime que en mi semen azulado hay una constelación secreta que se está dibujando. Bien, bien, dímelo. Tú, muchachito, no me vas a enseñar a contar una historia. Bien, bien, dime que en mi semen hay una civilización secreta, una forma distinta de ser humano. Vamos, vamos, di que lo de bajar a la tierra era una metáfora de mi pene entrando a tu ano. Vamos, vamos, sigue con tu historia. No te quedes ahí como un muerto. Pero si el juego apenas iba comenzando. Fracaso, Fracaso, arriba. Mira, los caballos alados van pasando junto a la ventana. La guerra que me cuentas es muy cierta. Oh sí, es muy cierta. Pero ya, pero ya, dime cómo acaba todo esto. Entonces todo muerto me levanté y, palpando los dientes que me quedaban con la lengua, continué mi historia. Pero lo único que pude recordar fue lo siguiente: más máquina, 46 más máquina, más máquina, más máquina, más máquina, más máquina, más máquina, más máquina, más máquina, más máquina, más mÁquina, más máquina, más máquina, más máquina, más máquina, o ángel. El cuarto de mis años pasó frente a mí con un traje de marinero. Tal hecho me recordó que yo no conocía el mar. Tal hecho me recordó que tal vez ningún hombre nunca conozca el mar. Hay un momento en que la rosa deja de ser rosa y se vuelve un jardín. Hay un momento, te digo, en que la hiena deja de ser hiena y se vuelve jauría. Hay un momento en que el poema deja de ser poema y se vuelve libro. Te digo, madre. Te digo, madre. Mis años han desfilado como un sueño. Otro de mis años se volvió un soldado con la cabeza de tiburón, e iba mordisqueando el aire. Te digo, madre. Lo del maestro no es uno de mis sueños. No quiero volver a la escuela, pero sobre todo no quiero que te rías. No es otra de mis bromas. Que no, no es otra de mis bromas. La muerte tiene un peso imaginario sobre todos nosotros. La muerte es una pequeña lápida que guardamos en el centro de la panza. Esa lápida dice una sola palabra: Fracaso. Pero Fracaso no es una palabra tan mala. De hecho, ni siquiera pienso que sea una palabra. Fracaso es algo como un frasco lleno de ocaso, o un ocaso cuyas estrellas lejanas son frasquitos de vidrio. No creo que haya por qué tenerle miedo. Mejor es vomitar aquella lápida, aquella lápida que tan pesados nos vuelve en las carreras. Aquella lápida que retumba con nuestras costillas como una melodía temeraria. Mejor será vomitar aquella lápida, como los mutantes que hay bajo la tierra. Mejor hacer una lápida para la lápida, una tumba para la tumba, un cementerio para el cementerio. Mis huesos están hechos de jade, digo, de amatista, digo, de zafiro. Mejor hacer una lápida para la lápida, una tumba para la tumba, una muerte para la muerte. El sexto de mis años era un soldado con cabeza de pájaro, el pájaro iba diciendo: la guerra se acerca, la guerra se acerca, los intraterrestres se han despertado. Yo tomé a aquel soldado y le arranqué la cabeza de un solo mordisco. Una sustancia verde, muy verde, brotó de su cuello. Entonces recordé una cosa: la tierra es tan profunda como el mar, más 47 aun: al fondo del mar siempre hay un poco de tierra. Esto me hizo pensar en las posibilidades del juego. Escribir es un juego, vivir es un juego, morir es un juego. Los poemas son camaleones cuyo un ojo lo tienen puesto en la muerte, y el otro en la vida. Su lengua extendida es la música y las imágenes, brota velozmente de su boca y se pega a las paredes de tu pecho. O en el mejor de los casos, a tu corazón. Los camaleones a veces son lentos, otras veces miden lo doble que un edificio, y unas más tienen el color de una zanahoria. Mis huesos están hechos, ya lo dije, ya lo dije, de zafiro. Bueno, maestro, hoy es miércoles. Toca la materia de historia, matemáticas, y español. Mañana será viernes, traeremos las libretas de ciencias naturales, formación cívica, lecturas. Entonces yo abriré mañana una de esas libretas y veré la mano de uno de los muertos de esta guerra. La mano escribirá mágicamente sobre mi cuerpo un poema, como el tatuaje de un camaleón sobre mis pieles. Luego el maestro me pedirá que me desnude enfrente de mis compañeros. Lo haré, lo haré. Pero por favor no lea en voz alta lo que dice. Por favor no lea en voz alta lo que dice. Mis compañeros se reirán y yo desnudo comenzaré a llorar sobre el poema. Entonces el camaleón saldrá de mi cuerpo, se irá hasta la jardinera donde comenzará a comer de las hierbitas que de ahí se asoman. Yo muerto de pena, de tristeza, me cortaré los tobillos con las navajas de mi madre. Intentaré ver en las gotitas de sangre una nueva constelación que dance, un sagitario, un cáncer, un libra. Pero nada hallaré, por lo que tomando una cuerda del patio me iré al nuevo hoyo que se hizo repentinamente en la calle. Descenderé llevando como lámparas unas velas de mi cumpleaños pasado. Fingiré tener un amigo. No fingiré tener un amigo. Fingiré tener un amigo, y conversaré con él durante horas. Me sentiré el más pequeño del mundo. Será temprano, por lo que el canto de las aves matutinas será mi oda a la esperanza. Pensaré en rendirme después de bajar durante quince años. Luego me diré que exagero, que en realidad solo he bajado durante quince minutos. Luego la cuerda se me habrá acabado. Y bien, tendré dos opciones: saltar, o quedarme pendiendo hasta mi muerte. Allá abajo, donde no hay sol, y por lo tanto el horario solar es un absurdo, las horas se volverán números que intentamos pegar a 48 un cilindro gigante que es la realidad en sí misma. No sabré en verdad, no sabré en verdad si han pasado días, meses, o años. Una nostalgia enorme me habrá poseído. Fracaso entonces ya no será una palabra tan buena. Mis huesos, que están hechos de zafiro, tratarán de zafarse de mi carne. Se harán quinientas veces más pesados. Y después de horas de pensarlo, madre, soltaré la cuerda. Mi caída será como la de Adán cuando fue empujado por Dios del paraíso. Solo que yo nunca sabré bien si estaba entrando o saliendo de aquello que comúnmente llamamos cielo. Imaginaré caballos, o más bien mitades de caballos asomándose de las paredes de aquel hoyo. Me sentiré solo, y diré que el infierno de los hombres está en sentirse solo. Porque hay un momento en que la flama deja de ser flama y se vuelve incendio. Hay un momento en que el ladrillo deja de ser ladrillo y se vuelve un muro. Entonces sabré que el infierno es una cosa que llevo conmigo, y que no me lo podré quitar ni con la muerte. Por tal razonamiento, maestro, romperé la cuerda. Mi caída será como la del trapecista que se sentía seguro antes del acto. Yo y mis doce amigos imaginarios, con sus doce frasquitos rellenos de sangre, caeremos al fondo del fondo de la tierra. Una luz, una luz, sin embargo. Una luz estará allí para salvarme la vida. Me darán guirnaldas de piedras cuando esté en el fondo. Seré dichoso, seré dichoso. Hablaré con los niños intraterrestres, ellos serán tres veces más altos que el más alto de mi escuela. Andarán desnudos y un penacho de rocas coronará sus cabezas. Ellos hablarán un español deslumbrante. Me parecerá que todo lo que dicen es poesía. Notarán que tengo una herida en el dedo gordo de mi pie derecho, ellos beberán de mi sangre, luego esparcirán un poco de tierra sobre mi zapato y estaré curado. Me llevarán a conocer sus gigantescas ciudades. Yo les diré que en una perspectiva relativa, lo que habíamos hecho de la superficie era un Fracaso. Ellos no entenderán esa palabra, y yo entenderé que lo mejor sería no explicárselas. Ha llegado el momento de hablar del séptimo de mis años. El séptimo de mis años era una lagartija con cabeza de hombre. La lagartija decía: más máquina, más máquina, más máquina, más máquina, o ángel. Yo crucifiqué a esa lagartija en un tubo 49 de ensayo. Luego con un mechero pequeño le quemé las patas. Los ojos se le pusieron morados, y aunque yo esperaba que repentinamente le salieran alas, no fue así. Lo único que pasó fue que tras quemarle todas las carnes reptilianas, sus huesos cayeron a la mesa blanca del laboratorio. Maestro, maestro, nada de esto sucedió en un sueño. Le digo que son los niños bajo la tierra los que me lo dicen. Ellos aparecen de pronto a la mitad de mi cuarto, se sientan alrededor de mi cama y comienzan a decirme historias acerca de antiguas guerras entre los hombres y ellos. Lamento el peso de esas historias, me dicen que los dioses son la metáfora de los humanos, y que los titanes son la metáfora de los intraterrestres. Yo les lanzo velas y trocitos de madera. Pero ellos entonces me amarran las extremidades a las extremidades de la cama, y siguen contando sus sueños. Hablan de forma horrorosa. Su español apenas se entiende. Tienen los párpados gruesos y negros como de lagartos. Pero esto no es otro de mis sueños, madre. Pero ¿esto no es otro de tus sueños, hijo? No, no, no quiero más historias. Recoge tus sueños y vete a la cama. Dijo la madre mientras se iba a alimentar a un topo en la alacena. Luego el niño cuyos huesos estaban hechos de zafiro, comenzó a excavar un túnel en su cuarto hasta llegar a una gigantesca ciudad bajo la tierra. El maestro que había transformado su vida en una tortura, yacía tendido boca arriba mirando el cielo. Pensaba en una nueva metáfora para sus alumnos. Masticaba en su cabeza una y otra vez la idea: hay un momento en que la casa deja de ser casa y se vuelve un poblado. Pero la metáfora no lo convencía del todo. Así que empezó a masturbarse pensando en disfrazar a uno de sus estudiantes de una chica. Imaginó el rímel mezclado con sangre, y un puñado de semen azul le saltó al cielo. La madre comenzó a pensar en comerse al topo, pero le faltaron ganas. Entonces el topo continuó escribiendo su poema en las paredes de madera donde estaba encerrado. El poema era malo, pero el topo pensaba que era muy bueno, y de habérselo comido la madre, el topo seguramente hubiera muerto pensando en la grandiosidad de su texto. Fracaso, Fracaso, esa era la palabra que secretamente todos tenían entre los labios. Todos, he dicho. O casi todos, por que los intraterrestres nunca entendieron totalmente esa palabra, 50 que ya tantas veces le habían escuchado a los hombres. En tanto, el niño cuyos huesos estaban hechos de zafiro, caminaba entre los deformes de la tierra. Él era sumamente querido. Una hora allá abajo equivalía a unos segundos acá arriba. Pero bueno, ha llegado el momento de hablarles de mi octavo año. Este era un soldado vestido de sacerdote. El sacerdote comenzó a decir Fracaso, Fracaso, la vida entera es un Fracaso. Yo aplasté a ese sacerdote con mi regla, porque francamente me parecía aburrido. Pero luego me di cuenta de que todo mi cuarto estaba lleno de sacerdotes, por lo que ya no sabía si estaba o no soñando. En fin, mi noveno sueño, digo, año, pasó desfilando ante mí como un soldado con un hueco en la panza. Yo me alegré porque ello quería decir que mi soldado no tenía una lápida metida en el cuerpo. Luego me pregunté. Luego se preguntó por qué razón aquel muñeco no había mejor vomitado su lápida. El punto acá era que ese año, al no tener la muerte cargada en la panza, era mil veces más libre que el hombre más rico del mundo. No, no, rico no. Dijeron simultáneamente todos los sacerdotes miniatura de mi cuarto. Por lo que yo me hice bolita, y esperé al amanecer que ya estaba rasgando los montes. De vuelta a los intraterrestres. La guerra estaba terminando, eso se notaba por que casi todas las tropas estaban muertas. De cualquier forma, el paisaje era el siguiente en el cielo: cientos de topos con alas, ángeles mutantes armados con joyas, aviones feroces surcando los cielos, misiles detonando a la mitad de las nubes. Y en la tierra: tropas de soldados con lodo en la cara, muchachos dando un último beso a sus madres, carreteras estropeadas por las bombas de jade, mujeres atravesadas por las estalactitas que caían del cielo. Y en la sub tierra: escuelas llenas de intraterrestres, super mercados bien abarrotados, jardines cubiertos de rosas, margaritas, y alelís. Pero en la escuela, volviendo a la escuela: un maestro intraterrestre abusando de uno de sus estudiantes. Probablemente haya más terror en esta escena que en toda la guerra de allá arriba. El niño intraterrestre debe medir unos seis metros, el maestro unos nueve. La fuerza es inaudita. Un rímel de obsidiana le escurre al chico por la frente. Los golpes orillan 51 al chico a contar su ascenso a las nubes, donde una civilización de hombres lo protege. Pero no, maestro, esto no es un sueño. Disculpe no contar la historia como bien se debe, pero la sangre, pero la sangre. Bueno, el caso es que mi décimo año tenía la forma de un soldado con la cabeza de burro. Yo puse al soldado con la cabeza de burro en un tablero de ajedrez en el lugar de la reina, lo primero que hizo fue vomitar unas piedritas rojas que se había robado del subsuelo de mi sueño, luego comenzó a correr por todo el tablero gritando: paz, paz. Detengan la guerra, no hay razón para seguir peleando. La muerte es una lápida que llevamos en medio de las tripas. Esa lápida dice una sola cosa: Fracaso. Pero Fracaso es un tiburón de tierra que no es tan malo. Sus dientes están hechos de cuchillos. Miren, miren, la guerra entre nosotros ha durado mil años. Es momento de cambiar las reglas de este juego. Supongamos que los peones son los más valiosos, por ejemplo. Que las torres solo se pueden mover una casilla, y que no pueden matar a nadie. Digamos que el caballo solo puede matar a un caballo, y que la reina puede tele transportarse a fuera del juego. Digamos que el rey está en jaque desde el comienzo, y que su enroque puede ser por debajo del tablero. Juguemos a que los cuatro cuadritos del centro son un mar, y que no deben ser tocados por nadie. Y así, y así, continuaba hablando mi soldado, pero nadie, claro, le hacía caso. Así que terminé mi juego, la partida se la gané al viejo intraterrestre con el que estaba jugando. Estrechamos las manos, y nada. Hay un momento en que los años dejan de ser años y se vuelven vida, repetía un colibrí de plata que estrellaba su pico finísimo en la ventana. Pero bueno, pero bueno, mi onceavo año era un soldadito con la cabeza de pera. No tenía cuello, por lo que su cabeza flotaba permanentemente a no más de dos o tres milímetros sobre sus hombros. La pera era amarilla, pero estaba moteada de verde. Mientras yo pensaba en esto, el viejo intraterrestre entró de un giro a la sólida tierra. Y bien, y bien, hay un momento en que las notas dejan de ser notas y se vuelven música. Recuerdo a mi maestro quemando mis poemas, señalando las tremendas faltas que yo cometía. Recuerdo que dejé de escribir porque pensé que mis lágrimas jamás podrían convertirse en versos. Luego pasó mi doceavo año. 52 Éste no era un soldado, sino una chica. La chica me dio un beso que todavía conservo en una cajita morada. Ella me enseñó que la vida es un juego, y luego se deshizo en un destello de luces. Mis amigos y yo la buscamos, inútilmente. Pero cada vez que pinto mi lápida, que ahora más bien es la almohada en la que me recuesto, pienso que ella estaría contenta de verme soñando con nuevos mundos. Finalmente, finalmente, mi último año pasó frente a mí como una canica. Cuando tomé la canica entre las manos, la canica se volvió una paloma. Y de pronto yo era también una paloma, en medio de una parvada que surcaba el cielo. 53 Testamento Celeste del Diablo En esta misma ocasión se acercaron los discípulos a Jesús, y le hicieron esta pregunta: ¿Quién será el mayor en el reino de los cielos? Y Jesús, llamando a sí a un niño, le colocó en medio de ellos. La Biblia No, no. La galaxia de Andrómeda se fusionará con la nuestra. Sí, sí. La galaxia de Andrómeda no se fusionará con la nuestra. Bueno, bueno, supongo que no pasa nada. En la mañana soñé con una bandera de nubes. La bandera se agitaba sobre todas las casas. Luego, luego, la bandera se ponía naranja como si estuviera en fuego. Pasaban las horas, que son las yardas que recorre la tierra, y la bandera se ponía negra, pero unas pecas como estrellas le brotaban. Es el cielo, es el cielo. En la mañana soñaste con una bandera de nubes. Mirabas la bandera cambiar de colores, sentada en una piedrita en la cima del monte. Las hormigas se trepaban por tu cuerpo, pero tú no quitabas la vista de aquella bandera. En la noche creías ver un pegaso corriendo velozmente en las estrellas. No, no. La historia no comienza de ese modo. Inicia de nuevo, pero trata de definir bien a tu sujeto lírico. Digamos que tu sujeto lírico es el diablo. Digamos que mi sujeto lírico es el diablo. Digamos que es el diablo, y también digamos que en el centro de su frente hay una galaxia en espiral llamada Andrómeda. Bueno, una vez planteado eso, deja que la historia suelte sus cadenas sobre el libro. Muchacha, no puedes alterar lo ya dicho. Por ejemplo, si dices Pequeña Nube de Magallanes, deja que la Pequeña Nube de Magallanes pase alrededor de tu cabeza. Luego, luego, las estrellas giraban en torno al mástil como en una danza. No, muchacha, te digo que las estrellas no pueden aparecer en un orden descuidado. Digamos que hay brujas comiendo el corazón de una estrella. Dale un nombre a esa estrella. Caballo tuerto, por ejemplo. Pero bueno, pero bueno, comencemos de nuevo. Tú estabas en una piedrita mirando las nubes. Yo estaba en una piedrita mirando las nubes. De pronto una luz como violeta coronó los montes. Los montes estaban delante de mí, por lo que los montes parecían príncipes con los ojos demasiado claros. 55 Después, de los montes bajaron unos niños. Esos niños eran verdes, morados, grises, y rojos. Uno de los niños verdes se acercó a un grupo de ruiseñores que estaban a punto de dormirse en sus nidos. Como los pájaros tenían los ojos entrecerrados, el niño sacudió la rama con un dedo. Entonces los pájaros se despertaron y dijeron qué pasa. El niño comenzó a hablar como lo hacen los pájaros, y los pájaros comenzaron a conversar con éste. Pero no, no. Mejor digamos que el diablo se llama Sagitario, luego digamos que une dos galaxias espirales. Digamos que la nueva galaxia se llama Canto de ave. En 1957 un profeta parado en la última piedra del sueño ya lo había vaticinado. El profeta fue crucificado ante un tumulto de rayos. Pero digamos que el diablo es un ángel que mueve las cuerdas de los mundos. Basta, en la mañana fui al colegio. Llevaba una falda azulada y de cuadros. Hablé con mis compañeros sobre los terrones de azúcar que para nosotros eran los besos del tiempo. Luego los segundos iban cayendo de nuestros relojes, y notamos que los segundos impares pesaban tres veces más que los pares. Molestábamos a nuestros peces, arrojando esos números a las peceras, pero los peces comenzaron a comérselos. Uno de ellos se infló tanto que se transformó en un globo. Para evitar que el globo se fuera, mejor lo atamos al zapato del niño más gordo de la clase. Pero el globo seguía creciendo, y el niño se fue volando por una de las ventanas que estaban abiertas. Fue maravilloso ver al niño entre las nubes. No fue maravilloso ver al niño entre las nubes. Él era mi novio, y aunque lo quería, sabía que jamás volvería a verlo. Fue ahí cuando descubrimos que el tiempo son los mismos minutos que le dan la vuelta a una hora, una y otra vez, una y otra vez, de nuevo. Así, mi novio seguiría flotando hasta llegar a ver las galaxias como dibujos sobre una pizarra. Luego empecé a llorar por que yo nunca vería al pegaso de cuyos belfos brota un aire que empuja a las nubes. Mis lágrimas rodaron por mi suéter, y mis amigos se las arrojaron con una cerbatana al maestro en turno. Pero no, pero no. Esta historia no comienza de esa forma. Esta historia se trata del diablo. El diablo tiene una galaxia llamada Draco en la palma derecha de su mano, por lo que su destino es una constante revolución de líneas. Muchacha, muchacha, pero cuida más el ritmo. No hables de la 56 pequeña nube de Magallanes, hasta que los niños azules vayan al arroyo y hablen con él acerca de sus sueños. En ese momento, en ese momento, habla de Magallanes como una brisa fresca sobre el rostro. Luego me fui a dormir, pero las hormigas todavía seguían por dentro de mi cuerpo. Millones de huevecillos dejaron bajo mis axilas, los huevecillos eran azules, por lo que vistos desde arriba, más bien parecían una constelación de estrellas tiernas. La historia del diablo debe ser la historia de las colisiones. Es decir, orden dentro del caos, o caos dentro del orden. Meteoros golpeando una tierra naciente, y una florecita que se levanta después de tal acto. La historia del diablo debe ser la historia de tu novio. Luego los niños morados sacaron de sus bolsas una nube chiquita, y se la daban a los borrachos del pueblo que andaban por el bosque. Los niños morados, recuerda, son el símbolo de la nostalgia. Por lo que no dejan de decir que esa nube es la pequeña nube de Magallanes. Imagino que los borrachos, entonces, son el símbolo de los hombres. Bien, bien, no es la idea básica, pero creo que funciona. El caso es que los borrachos son los primeros en hacer contacto. No, el caso es que yo soy la primera en hacer contacto. Mira, yo estaba en el colegio, en el patio del colegio, y una nave un poco chistosa aterrizaba. Los niños extraterrestres, mirando mi azul uniforme, pensaron que estaba disfrazada de una nube. Eso, para ellos, fue una buena señal, por lo que me dieron un beso en la mejilla. De pronto que gritan mi nombre. La voz me es conocida, alzo la frente, miro a mi novio atado a los cables eléctricos. El globo que lo ataba ya parecía un gigantesco satélite de escamas. No, no, nada de esto es creíble. Pero se trata de que no lo sea, se trata de mi cuerpo relleno de hormigas. Por lo que una de ellas baja por mi naricita, mientras todos los borrachos me miran. Yo estoy en medio del bosque, llevo mi traje de escuela, y miro una cometa que a un niño le está saliendo por la boca. De pronto todas las ramas del bosque sostienen una piel de muchacha pequeña. Las pieles son claras, y se puede ver las comisuras del ano, el sexo, los ojos, y la boca. Luego, harta por el rumbo de la historia, relleno las pieles con hojas verdes y un poco de tierra. Una niña, una niña. Pero antes, la historia comienza con el diablo sentado sobre una roca en la 57 cima del monte. El diablo dice algo como: hay que nombrar todas las constelaciones de este cielo. Las hormigas hacen un monumento con baba y tierra a sus pies para adorarlo. El diablo en agradecimiento les dice su nombre: Tiempo. Luego las hormigas dicen una oración intraducible para nuestro idioma. Mientras tanto, un niño uniformado pasa volando a la distancia. El niño está de cabeza y parece que va flotando de un pez globo. Se escucha al final de la sala que el cielo es la piel natural del mundo. El exponente, que es un niño con la cabeza de un planeta con anillos, le avienta uno de sus libros. El burlón se vuelve una estatua con la cara de espanto. No, no, te has vuelto a salir de los bordes. Mira, todo relato es algo como un beso. Todo beso debe de llevar su pulso. Todo beso debe de llevar cierta violencia, cierta ternura, cierta locura. Maestro, pero esa es una idea tan antigua. Luego la chica notó que su maestro tenía cuatro brazos. Con un brazo tomaba un vaso de agua, con el otro sujetaba un libro, mientras los dos restantes buscaban algo en sus bolsos. Los extraterrestres son reales. Los extraterrestres son nuestros grandes científicos. Los extraterrestres no son reales. Los extraterrestres no son nuestros grandes científicos. Ellos solo existen en mi libreta donde los dibujo. ¿O será que ellos son los que a mí me dibujan? Bueno, el caso es que al fondo de la gran pecera, unas brujas se están comiendo el corazón de una estrella. La estrella se llama Caballo manco, o algo por el estilo. Has dicho corazón. He dicho corazón, pero he querido decir riñones. Sí, sí, las brujas se están comiendo los órganos internos de una estrella. No, muchacha, si quieres conmover a tu público di. No, yo no quiero conmover a mi público, quiero que ellos conmuevan a mi texto. Quiero que mi texto se conmueva tanto que mis lágrimas parezcan como hechas de plastilina. ¿Por qué tus lágrimas están hechas de plastilina? Porque mi madre me odia. Resulta que no soy tan guapa, resulta que no soy tan lista, resulta que mis uñas crecen y nadie lo nota. Podría hacer una montañita con la plastilina de mi llanto. Una montañita con un castillo en la cima. La montañita tendría un bosque que son mis pestañas. Y el castillo estaría hecho con las tapas de las plumas que siempre he perdido. Pero no, pero no. Es que todo esto no es creíble, decían los borrachos mientras 58 me quitaban la ropa. Docenas de ruiseñores miraban mi tristeza desde un árbol, y por cada golpe que me daban los borrachos ellos cerraban los ojos. Entonces yo dije que los sueños eran los mensajes telepáticos de los extraterrestres en otro planeta. Ninguno me hizo caso, pero una extraña luz violeta coronó mi ultrajo tras los montes. Luego los muchachos extraterrestres. Digamos, antes, que el diablo es mi novio. Luego los niños extraterrestres. No, los niños, recuerda, recuerda, es más conmovedor para tu público. El cielo es la piel natural del planeta. Bajaron en una forma misteriosa, y con tan solo chasquear los dedos redujeron a los borrachos del tamaño de dos hormigas paradas. Cuando digo misteriosa. Cuando dices misteriosa. Cuando digo misteriosa, bueno, estoy adjetivando innecesariamente, porque mi novio es el diablo flotando de un globo entre las nubes. Pero las hormigas seguían saliendo por mi boca, el maestro tomó una con sus manos y la aplastó entre sus dedos. Pero ya, pero ya. Volvamos con los extraterrestres. El tema es que los extraterrestres hablaban mi idioma. Todos ellos muy cordiales, claro, claro. Y los borrachos pequeñitos seguían copulando con mis prendas. No, no. La historia del diablo con una galaxia llamada NGC 253 como un tatuaje en la nalga, empieza en una pequeña choza. En esa choza habitaba un viejo escritor que a pesar de haber escrito toda su vida nunca había conseguido mejorar ni un poco. El escritor se llamaba Magallanes. El escritor no se llamaba Magallanes. El escritor se llamaba Magallanes, y creía que las nubes eran mensajes telepáticos que una tribu de homínidos lunares le mandaban día tras día. Todos sus libros eran la transcripción de esos mensajes. Y aunque los mensajes nunca eran muy claros, el viejo escritor que se llamaba NGC 147, no perdía la esperanza de encontrarles algún sentido. Un día, mientras miraba las nubes desde su vieja avioneta, comprendió una cosa: en algún lejano lugar del cosmos, una chica miraba a un grupo de brujas devorando una estrella. El escritor, que en realidad era el diablo, dedujo que la estrella se llamaba Caballo sordo, o algo por el estilo. Luego la historia transcurría velozmente entre las piedras como el río. No hay por qué mencionar que ese viejo escritor es quien verdaderamente 59 está danzando en la luna. Mira, mira bien. Decía el viejo Magallanes, sin prestar importancia al muchacho que pasaba flotando junto a la luna, atado del pie derecho por un pez globo que a estas alturas ya estaba muerto. Mira, mira bien. Decía el profesor de cuatro brazos a una muchacha que seguía llorando plastilina. Todo está mal hecho, las velas narrativas no se inflan con el viento que producen mis labios al leer el texto. Verás, todo relato es como un golpe. Decía, decía, mientras golpeaba mi rostro con cierta ternura. Luego mi llanto formó un charco plástico, multicolor, hermoso, que lentamente humedeció mis piernas. El profesor tocó mi cuerpo con sus cuatro brazos. Era insoportable, era insoportable. Mientras tanto las brujas jugaban con las venas de una estrella. Pero yo no sabía todo esto. Lo lamento, yo estaba flotando por todo el espacio. Miré, miré, siete cometas que se mordisqueaban alrededor de un satélite inservible. Miré una ciudad de hombres viviendo en un pequeño planeta congelado. Miré 1957 lunas, 364 niños en escuelas cósmicas, 213 ballenas de arena, 14 astronautas perdidos, y a 2 estudiantes como yo en el espacio. Después el maestro se vistió de chica, mientras una tormenta grandilocuente se desataba a su espalda. Entonces la chica comprendió que el diablo siempre guarda una pequeña tormenta bajo el saco. El maestro agitaba sus brazos como en un baile, consiente que esto era una fantasía suya, y de que nunca lastimaría en verdad a nadie. Luego los niños naranjas comenzaron a hablar con las flores, y las flores le dijeron que los hombres no eran criaturas honestas. ¿Por qué, florecita, florecita? Decían los borrachos que se sentían extraterrestres, mientras algunos vomitaban sobre mi cuerpo indecente. Lo más raro fue que, a pesar de la hora, una de las flores, llamada Vía Láctea por su blanca belleza, le dijo al extraterrestre: no importa, no importa, está perdonado. Luego, ya cuando todos los borrachos se habían marchado, yo hablé durante horas con aquella florecita, que mirada cuidadosamente bajo la luna, parecía como hecha de yeso. La flor Vía Láctea me dijo que su nombre verdadero era Tristeza, pero que nunca se lo decía a nadie porque no confiaba en ellos. El diablo, entonces, tomó la florecita como de yeso desde las raíces. No está por demás decir. No está por demás decir, que los 60 homínidos lunares seguían danzando en la luna. ¿Alguna vez has visto a unos gorilas danzar en la luna? Le decía Magallanes al diablo, mientras éste se quitaba su piel de chica. Bueno, bueno, pues resulta que el diablo era un astronauta. Sí, sí, un astronauta. Pero, muchacha, acá tu texto se vuelve gracioso. Bueno, no importa, así va la historia. Su misión era llevar una especie de flor capaz de resucitar a los muertos. Bueno, muchacha, acá es necesario que hagas una pausa. Explica a tu público que todos los diablos viven en un planeta no muy lejano, aquí, aquí, en la galaxia NGC 134. Y que por lo tanto, aquello que intentas sugerirnos es que hay vida humana en otras galaxias. No estoy afirmando nada, no estoy afirmando nada. Pero dadas las circunstancias, hablo, claro, del niño gigante que encontramos flotando cerca de nuestras órbitas, es posible hablar. Bueno, eso es lo que creo. No hay que tener miedo, no hay que tener miedo. Decían los profesores, mientras una niña, a la distancia, estaba mirando la luna. Esta mañana desperté con la cabeza de un planeta con anillos. Digamos que el sujeto lírico soy yo. Digamos que me llamo la bruja tercera. Digamos que me alimento de los órganos de las estrellas. Digamos que no me gusta, pero lo necesito con todas las ganas. Digamos, digamos. Luego la pequeña nube de Magallanes cruzó el cielo. Magallanes iba arriba. Él era un muchacho que llevaba la piel de un oso blanco en la espalda y un cetro luminoso que al parecer estaba hecho de mármol. Con ese cetro, Magallanes hacía brotar florecitas de la tierra. Oye, chica, ¿no crees que lo de tu sueño ha llegado muy lejos? Decían los pequeños borrachos que se bañaban en un manantial de llanto. Bueno, bueno. Entonces, a la mitad de la plaza pública, en pleno día, ante todo el mundo, una nave espacial descendió lenta, muy lentamente. La gente se congregó como en las fuentes se congregan las aguas, o como en el cielo se congregan las nubes. Decía la chica, cuya cabeza tenía la forma de Saturno. El platillo extraterrestre estaba pintado con nubes. En la punta había una esfera blanca, blanca. Y aunque la esfera era pequeña, producía una luz que misteriosamente hizo calmar a todos. Continuaba 61 recitando el muchacho rojo para su público que cada vez se iba internando más y más en la historia. La sombra de los burlones, que ahora eran estatuas había casi totalmente desaparecido. Y el muchacho rojo, con su vestido blanco de novias, y con sus negros cuernos, continuaba su historia. Entonces, decía. Entonces, decía. Las nubes en la nave comenzaron a girar. La gente miraba el espectáculo con singular alegría, mientras unas brujas uniformadas se comían las manos de una estrella. No, no, maestro, no toque ya mi cuerpo. En la galaxia Pegaso había una constelación donde una estrella, particularmente noble, algunos dirían, proporciona la energía necesaria para dar vida a una avanzada civilización de muchachos. Esos muchachos son. Esos muchachos no son. Esos muchachos son. No, esos muchachos no son, una extraña civilización de ángeles. La envidia, el coraje, la muerte, les es indiferente. Seguía contando la niña con sus lágrimas de plastilina entre las manos. Detrás de ella un ruiseñor explicaba qué es la melancolía a sus hijos. No, no. El cielo es el misterio de lo revelado. Helo ahí, helo ahí, con sus cohetes atados a ligas plásticas. Helo, con sus agujeros sobre el muro, y sus nebulosas como criaturas salvajes. Una niña, que en realidad no es el sujeto lírico de este texto, está siendo abusada por su maestro. La niña todavía no ha desarrollado totalmente el crecimiento de sus senos, y se siente insegura ante la noche. El maestro le escribe unas notas horribles sobre su espalda. La niña vive en Pegaso, pero piensa que vive en Andrómeda. Pocos saben que en realidad todas las galaxias están tatuadas en las piernas del diablo. Cerca de la galaxia Pequeña Nube de Magallanes hay dos estrellas enanas que son los pendientes en las orejas del diablo. Una planicie de orejas son las nubes para los muchachos y los ruiseñores. ¿No crees que tu sueño ha llegado muy lejos? Me dicen entonces los borrachos mientras me sujetan por los senos, y las prendas. Yo les digo que me disculpen, mientras miro en las flores las nuevas galaxias. Firmemente creo que esas flores me están pidiendo ser acariciadas. Luego Magallanes rompe la foto de la estrella que se llama Caballo mudo, el público llora sobre sus asientos. No, no, esta historia no va a ninguna parte. Me digo. Te dices. Me dices, mientras los niños grises conversan con las piedras en la cima del 62 monte. Miro a mi novio cerca de un satélite viejo, y le mando un beso. Miro a mi novia sobre un monte rodeada por otros niños de colores. Espero tenga la paciencia para mi regreso, desde acá le mandaré unas fotos sobre cosas insólitas. Por ejemplo aquella que tomé cuando vi a un grupo de monos en la luna encender una pequeña fogata. O también aquella en la que un diablo está llorando plastilina sobre unas rocas. O aquella en la que una conferencia de prensa interplanetaria, me tomaba fotos. Ven, ven, pequeña. Deja tu libreta, ven, vamos. Recuerdas aquello de los besos. Bueno, bueno. Escribía el viejo hombre de la choza, como un mensaje sideral que no entendía. Pero él seguía escribiendo. Heme aquí, ante el más estrellado de los cielos, el cielo de mis ojos cerrados. Golpeo estrellas con los dedos, el uni-verso entero es una pequeña maqueta para escuela. Con un poco de plastilina morada para Saturno, con un poco de plastilina verde para Júpiter, con un poco más de plastilina roja para Marte. Bueno, bueno. El resto lo saben: los niños extraterrestres comenzaron a bajar de la nave. Todos eran azules como el agua del río por la mañana. Y su forma, y su forma. Sí, bueno, en realidad eran como hombres. La única diferencia estaba en que nunca se quitaban sus cascos de astronautas. Hablaron con nosotros. Pero alguien, a lo lejos, disparó una bala. La bala entró al casco de uno de ellos. La bala no entró al casco de uno de ellos. Media esfera de unicel, y listo. Pintamos el sol color naranja, y listo. El fuego que produce mi sistema me aterra. No tengo nada más qué decir, yo soy la bruja. Me alimento de estrellas. Las cazo, las destrozo. Mi vagina es blanca como aquella flor que una vez soñé, y que se llamaba Vía Láctea, creo. Pero la bruja estaba en lo cierto, mientras una rompiente de cometas giraba a su espalda. La bruja se llamaba Mentira. Su traje era negro y una hiena siempre iba tras ella, no importando a dónde fuera ésta. Todos sabían que la columna de aquella bruja era de madera, y que por lo tanto le había desarrollado un miedo a la lluvia que era extraordinario. Los ángeles con cascos de astronautas bailaban en torno a la luna. Todos esos ángeles se llamaban Magallanes. Un viento tenue como de niño soplando la pintura fresca de su maqueta, los inspiraba para seguir cantando. Eran estos Magallanes los encargados de estirar los brazos de las 63 galaxias espirales. Cada ángel tenía una estrella en la mano que usaban a modo de linterna en caso de perderse. El niño sabía esto, por lo que había dibujado a un pequeño ángel con palillos de madera en su recreación del cosmos. No, no. La historia del diablo no es como un beso, ni como un golpe. La historia del diablo es como una mentira. O al menos tan suave como una mentira. No hay contactos con extraterrestres en mi historia, lo que hay es un niño que viaja en el cosmos. El niño tiene cuatro brazos, como usted, maestro. Pero no tiene un sombrero donde cabe toda la luz de siete soles. Draco, no es una galaxia habitada por dragones. Pegaso, no es una ciudad costera donde los pegasos van a beber agua de las olas. Y Vía Láctea no es una mancha de leche sobre la maqueta, aunque bien pudiera serlo. Seguía contando el diablo a su tan querido público, que a estas alturas ya eran puras estatuas. Luego los borrachos subieron a las flores, y comenzaron a cantar un himno al ultrajamiento de la niña. Todo esto mientras las hormigas brotaban del orificio que toda chica tiene en sus pezones. Decía, decía. Así, el castillo sobre la montaña de plastilina, había sido aplastado por el casco de oro de uno de los pegasos. Y a lo lejos 500 platillos voladores sobrevolaban por encima de los mares, buscando una cosa que todavía nos es desconocida. La niña que vive en Pegaso descubre en el cielo de su mundo algo así como un niño vestido de cuadros azules, que está atado a un pez globo que sigue flotando. Escribir a estas alturas se le ha vuelto un infierno a la chica. Se mira en el espejo y sabe que tiene la cabeza de un planeta con anillos. ¿Cuál es el planeta de ésta chica? Repiten los ruiseñores en un tono burlón. Parece que ya encontramos al sujeto lírico de esta historia. Un hombre con cuatro brazos sujeta a la luna. Ese hombre es mi maestro. No, no, maestro. Esto no es un intento de alagarlo. Le digo a uno de los borrachos que ha estado sobre mí durante horas. La erección la perdió hace mucho, pero el tipo no se me quita de encima. Las hormigas siguen depositando sus huevecillos azules en mi cuerpo. Creo que es una constelación de insectos. Me pregunto si mis pecas en la espalda significan algo para este borracho. He olvidado la arquitectura de un tenue murmullo. 64 Esa melodía de agua que se levanta por un segundo de las olas, para luego morir en el silencio. Los huesos se me han puesto muy pesados. No hay niños a mi alrededor, solo árboles y árboles de los que cuelgan pieles de chicas. Ojalá mis violadores fueran astronautas. O al menos ángeles para divertirme mientras cuento sus plumas. Detrás del cielo hay otro cielo. A las plantas se les llama planetas, a las nubes se les llama nebulosas. Una nostalgia enorme representa estar con vida. Existir es una curiosidad. No estoy obligado a seguir escribiendo, dicen los simios en la luna. Pero lo hacen. Pero lo hacemos. Fuimos enviados hace tiempo. Logramos sobrevivir y evolucionamos. Una broma somos a la ciencia. Y los mensajes seguían llegando como nubes a los pequeños poemas del viejo de la choza. Pero nada. Después de que el diablo tenía siete soles negros dibujados en sus cuernos, nada. Las brujas del salón comenzaron a comerse a los niños, que son la otra forma que siempre toman las estrellas. Pero nada. Los moretones en mi espalda no son una constelación. Y mis lágrimas sobre la libreta no son nada. Entonces la bruja tercera reveló que tenía una galaxia llamada Magallanes en su palma. Digamos que el diablo no se llama Sagitario, sino Leo. Todo el desprecio de aquel que tiene un sueño a la tristeza. Y la bruja le sacó las tripas a la estrella. Un bosque con pieles de chicas rellenas con hojas está debajo. Decían las otras brujas. Pero la bruja tercera no soltó las tripas por ningún motivo. Las tripas eran de colores. Casi parecían de plastilina. ¿Y si el uni-verso entero es solo una maqueta de plastilina? Digamos que el diablo es tan solo un 10 que alguna maestra marcó sobre el trabajo. Pensemos que los ángeles son las plumas que dejaron las aves que pasaban. El uni-verso no es tan grande. Grande es la mente del niño que lo hizo. Ese niño, muchacha, no puede ser tu sujeto lírico. A menos claro, que ese niño sea el que está flotando de cabeza por el espacio. Entonces sí. Por lo pronto, te sugiero que sigas hablando de la galaxia Pegaso. El público siempre se conmueve cuando se habla de casa. Ya, ya sé que tu intención no es conmoverlos. Pero ellos tampoco van a conmover a tu texto, si tu texto no se vuelve la foto de una chica que tiene una lágrima 65 de plastilina rodando por su mejilla. Es decir, ellos no van a conmover a tu relato, a menos de que tu relato indirectamente los involucre. Habla de los ángeles con cascos de astronautas. Decían los monos entre los árboles de la luna. Sí, sí, ellos son el sujeto lírico de mi historia. ¿De tu historia? Sí, sí. ¿No ves? Mis lágrimas son las que siguen cayendo de tanto hablar con los arroyos. No dejaré mi sangre sobre tu libreta. Tu libreta está llena de ángeles. Para algunas personas los ángeles usan una diadema de oro, para otros no. Mi muerte será un acto bello. Los ángeles de tu libreta llevarán mi ataúd sobre sus hombros. Un desfile daré por el cielo. Algunas nubes se preguntarán por mi presencia. Los ángeles deberán inventar una mentira, o quizá dos para explicarlo. Mi muerte es un acto legítimo. Pero no, pero no. No dejaré ninguna mancha sobre tu libreta. Esos ángeles también los he visto. Llevan nombres muy raros, y tatuajes en la frente. Decir que cada ángel es la representación hermosa de las galaxias. Bueno, eso es algo que quisiera. El ángel Octavio sería la representación de la galaxia NGC 2997. Estiraría sus brazos tatuados de estrellas, y escribiría un verso con el sonido de los arroyos cuando creen haberse enamorado de una rosa. Este ángel vendría montado en un dragón morado, mi funeral sería lo de menos. Luego la gente empezaría a llorar y sus lágrimas serían las rosas que me tiren al abismo de la muerte. Esas rosas llegarán a mí, y mientras las deshojo notaré que mis huellas se quedan en cada uno de sus pétalos. Sí, sí. El ángel Gonzalo tendría un arpa misteriosamente manchada de sangre. Gonzalo vendría montado en un caballo, el caballo tendría las crines azules. Mi cadáver inmediatamente empezaría a flotar unos centímetros, y mi cabello caería como una pequeña cascada al fondo blanco de la caja. En esa caja yo querré escribir un poema. Pero luego recordaré que sigo muerta, así que tendré que guardarme todas esas avispas en mi boca, que es lo que en verdad son las palabras. Pero hablando de Gonzalo, pero hablando de Gonzalo. Bueno, él sería la galaxia M32, por aquello del aire portentoso de los sueños. Pero no, pero no. Mi sangre no caerá a tu libreta, los aros metálicos estarán limpios, los márgenes rojos seguirán intactos, los cuadrados perfectos seguirán en su sitio. Sobre esa libreta habrá ángeles mal 66 trazados, casi como una broma. Llevarán una corona de hierbas, y un brazalete morado. Morir, morir, morir. Pensar en la muerte es como pensar en el sexo, a uno le interesa más de lo que le aterra. Bien vista la muerte no es tan mala. En tanto, la niña bajaba las escaleras con su uniforme de escuela. Unas lágrimas llevaba pegadas a su suéter. Las lágrimas no se rompían, evaporaban, absorbían, o cualquiera de esas cosas que les pasa. Una libreta llevaba la niña. La libreta era una libreta secreta. Pero como la niña ya estaba muerta, todo aquello que escribía lo hacia sobre el cielo. Luego pensé que los poetas son como dibujos que alguien hace en una libreta. Los diálogos en globos sobre sus cabezas son sus obras. Digamos que el diablo soy yo, y digamos que me llamo Capricornio. Luego los borrachos miniatura comenzaron a nadar en el mar de mi llanto. Mi llanto era una gama tremenda de colores. A mi maestro le cambió la cabeza de hombre por una cabeza de pájaro. Le pregunté su nombre y me dijo: yo soy el viejo de la choza. Las brujas devoraban el hígado de aquella estrella, cuyo nombre es Caballo castrado. Pero no, muchacha, el niño no es mío. Decía el diablo borracho, mientras acariciaba la cabeza redonda de la chica. El amor de la muchacha se destrozó como aquel terrón de azúcar en la escuela. Luego llegaron los extraterrestres. Uno se llamaba Géminis. Medía lo mismo que ocho pisos, tenía los ojos como una corona por toda la frente, era verde, y hablaba en inglés. Todos quisieron preguntarle de dónde venía, pero él dijo que debido a un accidente él tampoco lo sabía. Entonces las brujas comenzaron a morderle una pierna. No, no, maestro. Esta ya no es mi historia. Me niego a seguirla escribiendo. No quiero hablar de los extraterrestres, quiero hablar de los Extracelestes. Es decir, quiero hablar de aquellos seres que existen fuera del uni-verso. La galaxia NGC 240, la galaxia NGC 3998, la galaxia Andrómeda, la galaxia tal, poco, más bien nada, me importan. Que siga la vida en ellos. Creo en sus civilizaciones. Mientras el maestro hundía su dedo en la vagina de la chica. El maestro estaba borracho, y sentía su cabeza como la de un hermoso ruiseñor que canta. Pero no estaba cantando, pero no estaba cantando. En realidad, el maestro estaba flotando en el espacio. Un pez globo atado a su pie derecho lo 67 elevaba. Pero esto es un sueño del diablo. El diablo se llama Magallanes, o Tauro. Y corre con su maqueta hacia la escuela. Sus compañeros lo molestan, por lo que tiene que fingir que ata sus zapatos para no ser visto. Mentira es el otro nombre de esta historia, decían las brujas tras haber devorado a todos los niños de la clase. El sujeto lírico es el lector de esta historia. El sujeto lírico no es el lector de esta historia, sino un montón de naves espaciales cortando el cielo con tijera. Con el cielo recortado hacen una gigantesca carpa de circo. En ese circo desfilan todos los posibles lectores de este relato. El diablo que tiene cuatro brazos dirige la orquesta. La orquesta está conformada por unos monos lunares que lograron sobreponerse a las adversidades. Mi lector es mi sujeto lírico, por eso cuando se mire de nuevo al espejo, notará que su cabeza ha sido cambiada por un planeta con bellos anillos. Entonces intentará hablar, pero por cada palabra contenida nacerá una especie. Así, así, hasta que, como la tierra, aprenda a quedarse callada, por miedo a empeorar las cosas. Meteoros lanza el niño a su maqueta que ha ido agrandando hasta el mismo tamaño de su cuarto. Es más fácil pensar en un uni.verso dentro de otro uni-verso, que en las dimensiones de ese cuarto. La maqueta del niño no tenía un 10, sino un 4, porque el modelo del cosmos estaba errado. Sucede que el diablo es uno de mis lectores. El diablo, o Dios. Quizá él no lo sepa. Y con decírselo tampoco va a creerlo. Pero es muy cierto, pero es muy cierto. Continuaba diciendo la muchacha que estaba sentada en la cima del monte sobre una piedrita mirando la luna. Creía que la luna era como un hoyo en la bandera del cielo. Todo esto prueba que la carpa celeste sí existe, decía. Mientras las hormigas ya dormían en sus orejas con la música que hacía el viento al pasar por su frente. La chica tenía los senos blancos. Luego los monos comenzaron a llorar plastilina sobre sus instrumentos musicales, porque intentaron reproducir el sonido de una lágrima cayendo al suelo. Solamente el diablo sabe que una lágrima cayendo al suelo es tan hermoso como el nacimiento de un planeta. Pero, muchacha, para ya con tu historia. Pero, muchacha, para ya con tu historia, le decían los borrachos con cabezas de múltiples animales, mientras copulaban con ella. Uno de ellos tenía la 68 cabeza de un caracol, y no paraba de besarla. Mientras Dios, que es uno de mis más grandes lectores, iba flotando por toda la galaxia. Estaba atado a un pez globo que se había alimentado de arena, que es como se medían los segundos en la época antigua. Magallanes es el nombre de Dios, y Dios no es más que el nombre de otras de mis galaxias en mis piernas. Un frío enorme hizo que la chica se emborrachara, mientras unos enanos la miraban secretamente de entre los verdes matorrales. Lejos, lejos de la montañita de plastilina, un hombre con la Biblia en la mano decía que el uni-verso era una maqueta. Ay, ay, de mis huesos que están hechos de magia, o de imagen. Los enanos se llamaban Magallanes, venían de la galaxia NGC 314 que está por descubrirse. Luego Dios llegó al borde de la maqueta, y se desintegró como una bolita de polvo. No, no. El cielo no es la bandera de los hombres. El cielo es la bandera de la vida. Ay, ay, se escuchaba a la niña gritando entre los brazos de su admirable maestro. Una bruja, lector, está a punto de comerse tu estrella. Digo, una bruja, Magallanes, está a punto de comerse tu estrella. Parto de que todas las personas que me lean se llaman Magallanes. De eso o de que todas las personas que me lean serán los simios de la luna. En caso de que yo me lea en el futuro. Bueno, bueno, no tengo ningún mensaje para mí. Mi vagina se llama Vía Láctea, y de ella beben los pájaros por la mañana. En mi seno derecho tengo una ciudad tatuada, la ciudad corresponde a una ciudad del planeta Saturno. Mi cabeza está en Saturno, mi brazo en la Tierra, mi sexo en Marte, mi torso en Júpiter, mis senos en Venus, mi pie en la luna. Lamento haber dejado mi pie en la luna. Una horda de mimos, digo, de micos, me lo quitaron. Se alimentaron de mi pie durante años. Y aunque a mí me dio mucha pena, dije: bueno, supongo que es por una buena causa. Entonces los monos hicieron un altar con la forma de mi pie. Entonces vi cómo lloraban plastilina y la luna se ponía de todos colores, porque entonces también se había cubierto de plastilina. Fue ahí, muchacha. Fue ahí, muchacha. Ahora puedes evolucionar tu metáfora de la luna. Recuerda, recuerda. Esa de la soledad. Ahora evoluciónala y di que al ser la luna de colores, ahora la luna es el símbolo de la esperanza. Muy bien, muy bien. Así se hace. 69 Entonces, mejor, comencemos de nuevo. Esta historia comienza con una tierna muchachita que hablaba con las hormigas. Para ello, claro, tenía que subir a la cima de un monte. En el monte, una vez sentada en una piedrita, miraba la luna. La luna era de colores. Excelente. No, es que no puedo escribir así. Imagina, imagina, imagina. Todo lo que quiero es imaginar. Quiero imaginar una nube con monos con las cabezas como planetas girantes. Quiero imaginar un planeta llamado tierra donde alguien solitario me escriba y escriba lo que yo no escribo. Quiero soltar los petardos del sueño en las almohadas de Pegaso. Mi galaxia se cae a pedazos, y usted quiere que me ponga seria. Bueno, bueno. Eso de la piel del mundo no estaba tan volado. Pero se trata de que esté volado. La maqueta del niño es la maqueta de un niño de la galaxia NGC 28, galaxia donde las brujas entierran los huesos de sus estrellas asesinadas. Se dice: mar. Se dice: fuego. Se dice que el diablo se llama Cáncer. El diablo es un cangrejo aferrado a las quillas de un barco en otro mundo. Somos el pensamiento de ese cangrejo. Lector, Dios, ayúdame, socórreme, auxíliame. Mis brazos se han caído y las hormigas se los comen. Pero todavía mueven los dedos. Lector, Dios, Diablo, Magallanes, Maestro, tiempo, ayúdame, socórreme, auxíliame. Mi cráneo tiene una fractura por donde chorrean las imágenes. Algunas las escribo, otras me escurren a mis pechos. Froto mis pechos con el líquido espeso de la imagen. Pinto mis pestañas con ese líquido. Llevo una tormenta en la bolsa del saco. La saco y hago florecer a una paloma. Arranco a la paloma y la paloma se deshace en cientos de pétalos. Tomo los pétalos y chillan. Lector, salva tu vida, porque esta historia nunca se trató de mí. Entonces las brujas comienzan a matar a todo mundo, incluso al pegaso que tan poco salió durante el cuento. Toman el cetro de carne del pegaso y bailan. Una de la brujas llora y sus lágrimas son palomas, pero las palomas son de plastilina. Cada paloma es un poeta, o un diablo, o una flor enamorada de los ríos. Tan solo espero que el borracho se me quite de encima. Ha perdido la erección desde hace horas, pero él insiste. Ya no tengo llanto. No es una historia, sino 1965 historias. El caso con los borrachos es que vomitan sobre mis pezones. Siento el tacto de las piedras sobre mis piernas. 70 Espero poder vivir para contar esto. Pero ninguna chica está en el bosque. El maestro sigue bailando con su fantasía como un boleto al paraíso. El paraíso es una cosa de tuercas y llanto. El niño que nos hizo estaba borracho, yo también estoy borracha. El chiste es hacer una lluvia de meteoros, y al final hacer florecer a una plantita. Lector, salva tu vida, porque esta historia nunca se trató de mí. He soñado con este texto durante años, pero nunca tuve el valor de escribirlo. Ahora lo hago y fracaso, por que lo escribí tal como lo vi en mi sueño. El lenguaje del sueño es un tanto incomprensible. Digamos que es un mapa. Sí, sí, un mapa. Digamos que los moretones en mi espalda son un mapa. Un mapa que lleva al fondo de una pecera donde las brujas se comen a un niño. El niño tiene la fe puesta como un sombrero, que se puede encontrar a la venta en prácticamente cualquier aparador de la calle. El frío del bosque alberga un secreto. Lector, salva tu vida, los ángeles lloran plastilina y manchan sus cascos. Todos somos una maqueta, pero los años me pesan y la mente me salta encima como un grupo miniatura de borrachos. Los extraterrestres, bien, bien, no me interesa hablar de ellos. Millones de rosas caen al suelo por la mente. Mi novio es el diablo y pronto fusionará dos galaxias. La colisión no será catastrófica, pero será. Entonces, los hombres que habían vivido en esas islas llamadas planetas se verán de nuevo. La familia humanoide se encontrará de nuevo. Algo así como cuando la Pangea se formó otra vez. He ahí, he ahí que estaremos más cerca. No, maestro, ya sé que no tiene sentido. No, maestro, ya sé que los niños extraterrestres no han salido de nuevo, y es que ellos también están llorando plastilina junto al río. La luna policromática mira la escena. Morir, morir, morir. He dicho. Digamos que mi novio se llama Piscis. Digamos que yo soy el diablo soñando la maqueta para mañana en la escuela. Imagina un 10, o un 8, o un 4, o un 0, sobre tu cielo en la mañana. Pues bien, es posible. Tal vez mañana te levantes y mires tu cara como un planeta con anillos. Uno nunca sabe, uno nunca sabe. Hacer poesía es fácil, tan fácil, tan fácil, que se vuelve difícil. Y al decir poesía digo vida, obviamente. Y al decir vida digo Andrómeda, 71 claro. Imagina a tu sol con una carita feliz de repente. Si yo quiero puedo hacerlo. Una carita feliz es más revolucionario que una metralleta. Y todavía más revolucionario es un corazón tallado sobre un árbol. Maestro, maestro, mi texto se está poniendo a hablar con sus lectores. Decía la niña, mientras el maestro rozaba su ano con los dedos. Espere, espere. El diablo es mi novio, y su mente es una galaxia en espiral. El nombre del corazón del diablo es la canción que repiten los vientos sobre las olas. No, maestro, esta maqueta no la hice repentinamente. Pero soñé que un chico hablaba de mí en otro sitio. Entonces pensé que ese otro sitio era un sueño, y como todos los sueños, son una cosa en espiral que gira dentro de los cráneos. Y sí, pensé que sería lo correcto hacer mi maqueta del uni-verso que hay en mis sueños. No, maestro, no quiero ese uniforme de chica. Luego el maestro le cortó la mano al pequeño diablo, y la puso en el fondo de una pecera. Dentro de la pecera había algunas brujas que de inmediato se comieron los dedos rojos del diablo. Un diez se dibujó sobre mi cielo. No, en realidad fue un cuatro el dibujado. Pero de este lado del sueño se abren ventanas, pero uno nunca sabe a qué casa, o qué calle, o qué parque, se estará asomando. Entonces las ventanas del sueño. Bueno, eso ya lo saben. Pero las brujas seguían comiendo la mano del pequeño diablo, jugaban con las líneas de su vida, se las colgaban como bufandas por el cuello. La pequeña nube de Magallanes es algo que vi como lágrimas pegadas como calcomanías a mis libretas. Mi novio lloraba porque él era uno de mis lectores y se había enterado de que no existía. Yo tampoco existía. Estas letras ante tus ojos tampoco existen. Son tan solo la sombra de tus pensamientos sobre la hoja. Es decir, si alguien, lector, te matara en este momento, la hoja se pondría en blanco. Las manos reflejadas sobre un muro es también un poema. Tu cuerpo sobre la chica o el chico que amas es también un poema. Pero en el caso de las hojas, bueno, eso ya todos lo saben. Hay cuatro brujas que se ponen el sexo de una estrella sobre el suyo. No, muchacha, mejor empecemos de nuevo. Terrestres, a los que viven en la tierra. Lunares, a los que viven en la luna. ¿Y los del uni-verso? ¿Y los que están más allá del uni-verso? Ahí está el diablo jugando con la galaxia de Draco como un puñado de 72 arena. Mi novia me espera detrás de los montes. Un pez globo de color rojo me lleva. Está tan inflado que pareciera que en cualquier momento se va a transformar en un planeta. Yo escribo tu historia, como el pegaso que corre velozmente en las estrellas. Imagino a ese pegaso comiendo los dedos de cientos de diablos. Una planicie de dedos de diablos, esa sería mi gran galaxia. Decía el maestro, mientras sujetaba con violencia a su estudiante. Con una de sus manos acariciaba su cabello, con la otra limpiaba sus lágrimas, con una más sujetaba sus muslos, con la última rasgaba sus prendas. El maestro era azul, pero tenía los cabellos rubios. El pene suyo era grandioso, pero tenía unas motitas de sangre de la chica. A mí, el narrador, me dio una tristeza enorme, por lo que me fui a la historia y golpee con un palo al querido maestro. Luego, al darme la vuelta, vi a una chica desnuda con llanto en los ojos. Yo tomé el llanto de esa chica y le hice un barquito de plastilina. Le dije que buscara al verdadero sujeto lírico de esta historia, y ella empezó a reírse, y me dijo que el verdadero protagonista de esta historia era el maestro, pero ahora que estaba muerto ya no tenía sentido terminarla. Entonces empecé a besarla tiernamente, mientras detrás de nosotros cientos de lectores pasaban volando por el cielo. Estaban atados a unos globos y eran un gran espectáculo para los cielos. Los lectores comenzaron a decir: No, muchacha, así no se cuenta una historia. Porque todos los lectores son secretamente escritores, pero están atados a los libros que son los globos de los otros. Y esos otros son los que van en caída libre, y que saben que en sus bolsos hay infiernos, paraísos, tierras, pequeñitos. Pero el barco de plastilina pasó volando sobre el mar aéreo de los lectores. Cuando yo dije todo esto en voz alta, los globos se transformaron en ojos grandes que flotaban. Entonces los ojos parpadeaban pegados al cielo. Y la chica, conmigo, el narrador, empezó a buscar a un nuevo sujeto lírico o a Magallanes, lo que sucediera primero. Pero al pasar entre los planetas, en uno vimos a Magallanes siendo atacado por un grupo de monos. Oye, narrador, tienes dos opciones: o te vas y concluyes mi historia, o te vuelves el sujeto lírico de este relajo, digo, relato. Entonces yo noté que estaba rojo. Sí, sí, lector, yo era el diablo. Miré los dedos de mi mano derecha, pero ya no 73 estaban. Luego miré mi cabeza en el espejo de las velas internas del barco, y noté que en lugar de una cabeza tenía un planeta con grandes anillos. Paciencia, eso es lo que nos enseñan todos los planetas. Así que me senté a ver el desfile de ojos por el cielo, algunos tiraban lágrimas sobre los países. Y sí, y sí, sus lágrimas también eran plastilina. El diablo se llama Capricornio, digamos. Lector, salva tu vida, porque esta historia nunca se trató de mí. En tu mano derecha tienes la estrella del tiempo. Tu corazón es imaginario, pero no por eso late más lento. Bendito sea tu corazón, lector. Bendita sea tu angustia ante la vida, las cobras de colores con los ojos negros. Encuentra alegría bajo las piedras. Habla con el mar, perdónalo. Tregua, tregua, aire que respiro. Tregua, océano imperante y tierno, violento y tranquilo. Canto a las olas procelosas de la orilla, esas que tienen un lenguaje tan rico como el nuestro. Me siento vacío, soy el mar hueco de los hombres. Una vez escuché que al mar le hacía falta una gota. Luego miré al mar y lo sentí incompleto. ¿Dónde está tu lágrima perdida? ¿Es acaso que la perdiste porque un barco descuidado partió en dos tu corazón? Sabemos que tu corazón es un coral hermoso. ¿Será tu lágrima faltante la que ahora escurre por mis ojos? Es tuya, es tuya. Esta lágrima mía es tuya. Acepta mi llanto como mi bien más preciado. Que los relámpagos sigan cayendo, yo caeré a un hoyo negro en la mano del diablo. Lector, salva tu vida, porque esta historia nunca se trató de mí. Tus sueños son corales y ante ellos recito. Secretamente he dejado mi lengua bajo tu almohada. Sueña con ella, vive con ella. Las coníferas marinas son las vértebras de los océanos. Lector, es tuyo. Este libro es tuyo. Pero no dejes que te lleve por el cielo. Rompe esa cadena, baila en la pupila de mis años. Una estrella está en tu mano. ¿La sientes? ¿La sientes? Yo, el narrador, comencé a tocar un violín hecho con los cabellos de las brujas. La música era el nombre verdadero de esta historia. Y los extraterrestres mitraron el barco de plastilina sobre el cielo. No, muchacha, mejor digamos los extracelestes. He ahí que el uni-verso sea un unicornio formado con las gomas de mi escuela 74 y un solo lápiz. Luego uno de mis lectores me dibujó una galaxia llamada Octavio en la espalda. Yo quise verla pero no pude. Dentro de cada átomo yace el uni-verso, escuché una vez a un maestro con cuatrocientas manos. Con cada una de sus manos acarreaba a una ola. Ya cuando la ola llegaba a la orilla comenzaba de nuevo. Le dije a mi lector que su corazón era imaginario, y él me dio un beso. Yo comencé a llorar y mis lágrimas revolvieron todas las historias volviéndolas una. Intenté contarla a los satélites artificiales del cosmos, pero ellos solo escupían tuercas y pedazos de humo. Intenté contárselas a los niños de colores del principio, pero ellos seguían conversando con los árboles, con los arroyos, con los valles. Esos niños no eran extraterrestres, sino que eran los amigos del diablo que nos hizo la maqueta. Luego mi lector se volvió una tabla donde flotó mi libro hasta el centro de todos los mares. Una chica sentada en una piedrita sobre los montes me cuenta una historia. A esta hora mi rostro se ha llenado de estrellas que son mis pecas cuando me da sueño. Yo soy el cielo, he mirado a esta chica porque ella me leyó un poema que a pesar de no ser tan bueno me había conmovido. El poema era también un relato. Pero el relato era también una posibilidad cósmica que nunca antes había pensado. En el poema se hablaba de mí con mucho respeto. Mis constelaciones que son mis tatuajes sobre el cuerpo, eran los diversos nombres del niño que me hizo. El niño a veces se llamaba Virgo, otras Leo, otras Géminis. Yo entendí que esa chica tenía derecho a mirar mis entrañas. Entonces encarné en un grupo de borrachos. Los borrachos empezaron a contar una historia sobre OVNIS y otras cosas. Pero algo salió mal, porque los borrachos tenían cabezas de estrellas pequeñitas o de lunas. La niña corrió, y corrió, y corrió. Desde entonces no ve en el cielo una bandera, o la corona natural de todos los hombres. Sino una frontera digna de ser destrozada. Y así, y así, la niña conversó durante horas con la luna. El diablo eres tú, lector. Lo mejor es que tires tu maqueta hacia los mares. Lo mejor es que dejes tu tarea en las alcantarillas. Todas las alcantarillas son árboles en un bosque citadino y frío. Ha de saberse que en las ciudades todos los corazones crecen hacia dentro, de modo que al final siempre queda un hoyito por adentro del pecho. Por ese hoyito se 75 te escurre la sangre imaginaria, lector. Los poemas son boquetes para evitar morir desangrados. Mi cabeza es una luna, por lo que mis pensamientos son cráteres y huecos. Los poemas son costras que lentamente sanan las heridas, me decía el lector. Yo tomé al cielo como un pañuelo y lo metí en mi bolso. Sentí el peso de los futuros arcoíris, de las estrellas, de los vuelos frustrados, de los aviones, de los cometas. Luego entendí que el cielo es la proyección de una película muy vieja. El lenguaje que se usa en esa película es el lenguaje del movimiento. Una sala paralizada de miedo no la entiende. Hace falta un público valiente para mirar las estrellas. El diablo también nos mira sentado en una estrella. Nuestro sol en otra galaxia tiene otro nombre. Se llama, me dice Magallanes que está metido en mi pupitre, Caballo decapitado. Yo me río porque el sol está también en mi bolso, y mide lo mismo que una moneda. Muerte, salva tu vida, porque esta historia nunca se trató de mí. Un libro cerrado es igual a una tumba. En esa tumba las palabras son comidas por los gusanitos del tiempo. Un libro abierto es como el parto de una idea. Nace la imagen de una estrella en la lengua del diablo, y todos los símbolos vuelan dentro de los cuerpos como una parvada de pájaros azules. Esos pájaros vuelan sobre la maqueta que también cabe en la mano de un niño. Mi lector es la causa de que me vuelva un ángel. Estoy sentado en una isla en el espacio, todos los planetas giran en torno mío. Soy el centro de la maqueta, y como estoy solo mis lágrimas pesan lo mismo que los mares. Narrador, salva tu vida, porque esta historia nunca se trató de mí. Y el diablo venía cabalgando a una estrella llamada Caballo, bueno, no importa. Lo cierto es que esto no son 1965 historias, sino una sola. Una sola historia que amanece, atardece, y se pone triste. He aquí la historia que unas brujas recitan ante el cuerpo destrozado de una estrella. No sé cuándo los borrachos pequeñitos se volvieron los poetas de las hormigas. Me llamo Capricornio, y sé que afuera del uni-verso está su centro. Pero, Capricornio, salva tu vida, porque esta historia nunca se trató de mí. Un segundo es el enamoramiento, hermanas. Una eternidad es la sonrisa. La distancia entre continente y continente es agua. 76 La distancia entre cabeza y cabeza es un sueño. El diablo duerme como un capullo entre mis manos. La mariposa roja espero un día se abra. Soñar, soñar, soñar. Esta historia nunca se trató de mí. Solar, solar, solar, la vida es una lágrima súbitamente iluminada por un rayo. Vivan, mis pequeñas. He aquí que soy tan débil como la flor que se levanta. Nunca llegaré al otro lado del mundo. A mi izquierda hay una cantidad infinita de estrellas, a mi derecha hay una cantidad infinita de estrellas, bajo mí hay una cantidad infinita de estrellas, sobre mí hay una infinita cantidad de estrellas. Salva tu vida, uni-verso, porque esta historia nunca se trató de mí. Al norte hay una infinita cantidad de estrellas, al sur hay una infinita cantidad de estrellas, al este hay una infinita cantidad de estrellas, al oeste hay una infinita cantidad de estrellas. Sus lágrimas son más valiosas que un océano pacífico, sus caricias más duraderas que la rotación de esta tierra. Levanten el rostro y vean al cosmos como un caballo en el pasto. Hay más amor en una sola de sus risas, que en todos los tréboles del mundo ofreciendo un deseo. Yo veo más vivacidad en sus ojitos, que en todas las lluvias sobre los campos. Una sola de sus pestañas tiene más divinidad, que todos los dioses del planeta. Nunca lo olviden, nunca lo olviden. Que el viento recorra sus cabellos, que el agua empape sus labios, que la tierra acaricie sus plantas. Nunca lo olviden. En el cielo nocturno están mis últimos deseos. Levanten la vista, el mundo está delante de ustedes. Y antes de dormir, hermanas, repitan: A mi izquierda hay una cantidad infinita de estrellas, a mi derecha hay una cantidad infinita de estrellas, bajo mí hay una cantidad infinita de estrellas, sobre mí hay una infinita cantidad de estrellas. Yo soy el centro del uni-verso. 77 Testamento Ígneo de Marta Pero luego después de la tribulación de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna no alumbrará, y las estrellas caerán del cielo, y las virtudes o los ángeles de los cielos temblarán. La Biblia Ella escribe un poema sobre las pieles del bosque. Las pieles son de sus amigos. Las pieles no son de sus amigos. Luego las estira y se mete en ellas. Ya con el rostro de ellos camina sobre la hojarasca. No, no. Ella no es la muerte. Ella tan solo escribe la crueldad de los castillos. Las flores se levantan como un pequeño sol sobre los pastos, y las piedrillas giran al ser pateadas como planetas. Hay una secreta transcripción de la vida sobre las palmas de los árboles. Los fantasmas existen. Los fantasmas no existen. Ella sabe, ella sabe. La luna es un diente de león que se deshace con el viento de mis labios. No puedo aguantar más mis ganas. Estoy en el bosque y miro las pieles de mis amigos. Escribo sobre ellas, luego me las pongo como prendas, como prendas más cercanas a mí que mis carnes. He aquí mis carnes, tiempo. He aquí mis huesos, noche. La chica recitaba a la mitad de un bosque. Recordaba la muerte de las estrellas en su mano. Y las estrellas muertas se veían como en el campo después de una guerra. El campo era la palma de su mano. Montes de carne, sierras de músculos, valles de vellos. La chica con cientos de rostros ante ella. Escribía sobre las pieles poemas a las flores. Pero como los poemas son flores, escribía flores a las flores, hasta que la piel que cubría a los amigos se volvía una piel de pétalos. Entonces una sociedad era como un jardín a punto de pudrirse. Luego tomaba las pieles que eran mis hojas de literatura, y las colgaba por todas las ramas. Me quité la piel y adentro tenía un montón de semillas. Y yo pregunté por qué mis lágrimas no podían ser como semillas, y entonces me respondí que mis lágrimas sí eran semillas. Dejé caer una sobre un cráneo, y una florecita creció por el ojo de éste. Estaba triste, estaba triste. Mis amigos habían muerto, mis amigos como conchas marinas dejadas y tomadas por las mismas olas. Esas conchas como una estela de agua, o algún dibujo hecho sobre 79 una servilleta que se moja. Pero ella no es la muerte. Pero ella sí es la muerte. ¿Es que no lo ves? Ella recubre todos los árboles con la piel de sus amigos. De así quererlo se haría un collar con sus dedos. He aquí mi boca, día. Perdón, perdón. Mis sueños se caen como monedas al abismo, o como flores que envejecen, que se encorvan, y hacen de un grupo de hierbitas su sepulcro. La música de su muerte es el aroma del bosque. Luego las estrellas muertas se caen de su mano como estampitas. Las estampitas vuelan por el viento como mariposas hechas por el hombre. Duran mucho, yo diría. La gracia de la vida es que es muy corta. La gracia de la vida es que es muy larga. La gracia de la vida es que es como una estampa en forma de corazón para la novia. Pero yo he venido para contarles mi historia. La chica tomó las piedras y rellenó las pieles de sus amigos, luego continuó su historia. Los arroyos, los valles, los desiertos. Monjes con cabezas de caballos ofrecían su misa, una lágrima corría por sus rostros. Estaba triste, estaba triste. Mis lágrimas eran semillas pero no germinaban. Mis amigos muertos cantaban alrededor de una rosa. Mi padre estaba triste. Morir es un acto triste, como la estampita de corazón que se desprende. La mariposa destinada a volar por dentro de la mente. Una estampita para pegar por dentro de los cráneos. Emociones, pensamientos, tristezas. ¿Qué estampitas habrá en los cráneos de las mujerzuelas? Ellas también son flores, caminan largamente por las calles, y dejan los cuartos de los hoteles llenos de pétalos. Una lágrima se mece en alguno de esos pétalos, es cierto, es cierto. Pero hay flores que se abren paso entre los grandes peñascos. Lo sabemos. Lo sabes. Lo sé, y una estampita me crece por dentro del cráneo. La estampita es roja, pesa lo mismo que una duda. Ha recubierto el interior de mi mente, por lo que me vuelvo una bolsa de estampas. Uno de mis amigos. Uno de tus amigos se llama, se llama. Bueno, el caso es que la estampa que lleva en el cráneo es un Pitufo. Poco importa para el caso, pero es curioso. Estamos muertos, estamos muertos. La esperanza, los anhelos, la fuerza. ¿Cuál será el último pensamiento del soldado? Miro los errores como torres, o terrores. He aquí que el estrechar las manos no es un saludo, sino un revolver de líneas que se viven. Estrechen las manos con todo mundo, o no lo hagan con nadie. El fuego 80 del infierno que llevamos en la boca. Hacemos antorchas, o hacemos incendios. La antorcha sirve para ver los rostros, el incendio para devorarlos. He aquí mis huesos que se caen sobre la hoja, mi piel se evapora como un pigmento en el aire. Estoy achicharrado en medio de todas estas letras, que a la larga me parecen piedras ardientes en las bolsas. La vela es la infancia de la antorcha, como la antorcha es la infancia del conocimiento. Pero de qué hablas, me decía. Las pieles se balanceaban de un lado para el otro entre las ramas. Luego los fantasmas miraban la luna. La luna se llamaba rosa y tiraba sus pétalos por todo el cielo. Entonces yo no entendí cuál era el último pensamiento de la luna. Mis amigos son estampitas pegadas a mi libreta. Uno es un ratón que anda en dos patas y se viste de rojo. Él me ha enseñado que los errores son terrones que se caen a la leche. Entonces equivocarme ya no asusta. Pero las estrellas que me pone el maestro sobre el cuerpo, bueno, eso es otra cosa. El caso es que ahora estoy muy triste. El infierno de mi boca arde, y ha quemado mis pensamientos, por lo que una tenue capa de ceniza ha caído en la hoja. No, no son letras lo que está ante tus ojos. Es la ceniza que se me ha caído, es la madera quemada como una gran hoguera en el centro de mis sueños. Pero no, no es un poema. Es la casa quemada con los niños dentro. Es la hierba seca en el otoño que esperaba disolverse en el viento, pero que en su lugar fue apilada para el fuego. Un pequeño fósforo, como un sol que se acerca demasiado. Todo a su distancia, me decía, me decía aquella sirena de cabello rojo. Ella me hacía mucha gracia, porque un pez amarillo la seguía como un satélite. Luego el fuego que llevaba en las mandíbulas ponía muy negros mis dientes. No, no. Yo no soy una flor, continuó escribiendo la chica sobre las pieles pequeñas de sus amigos. Ese bosque era imaginario. Ese bosque no era imaginario. Ese bosque era mi casa antes de que la quemara, porque ahí todos me obligaban a ir a la escuela. Pero en la escuela mis únicos amigos eran las estampitas de mis libros, y cuando mis lágrimas caían sobre el hule, mis lágrimas se conservaban como para no dejarme sola. Muchacha, ven, ven. Tengo una estrella para tu cuerpo. Decía el maestro mientras tocaba mis piernas. Yo entonces tomaba mi libreta de Matemáticas, donde mi mejor 81 amigo que es un peluche me consolaba. El peluche era rosa, pero no era muy conocido. Entonces el maestro me construía una constelación por todo el cuerpo. Y el infierno de mi boca me quemaba las estampillas de mi cráneo. Pensar que tenemos que tenemos el interior del cráneo cubierto de mariposas, bueno, este no es el caso. El caso es que estamos muertos. El caso es que la luna es ahora tan solo un tallo desnudo. ¿Cuál será el último pensamiento de un esclavo? Muerte, muerte, perdona. Te heredo mis manos, mis pies, mis trenzas. Detesto que deshaga mis trenzas. Luego los fantasmas vomitaban las almas de las rosas. Un ocaso invertido. Pero los monjes con cabezas de caballos dicen que los errores son horrores como flores deformes. Y así, y así, la chica escribía todo su pensamiento sobre los cuerpos de sus amigos. La guerra había empezado cuando una anterior había acabado, y las aves estaban paradas sobre la última hora del siglo. Una tormenta de llamas le había torturado el corazón dentro del pecho. Después de pensar en su pasado, cuando era una niña que veía en el caballito del diablo un espanto, y en las estampitas de las golosinas una risa, fue al bosque y empezó a orinar sobre la corteza de un árbol. La orina era terriblemente caliente, por lo que la chica pensó que el infierno le había bajado hasta el sexo. La orina era terriblemente caliente, por lo que pensé que el infierno habitaba en mi vientre. Y no, y no, no sentí en mi orina a cientos de caballos que bajaban. En todo caso, sentí a cientos de estampitas que bajaban. Pero eso es algo que jamás se podrá comprender del todo. Entonces, sigo. Una noche invertida, divertida, es algo como un calcetín moteado. Mis amigos muertos en la guerra. Si yo estuviera muerta, ellos también hubieran dibujado un paisaje sobre mi cuerpo. Bueno, lo cierto es que yo no sé pintar, por eso escribo. Pintar es una forma más libre de escribir, y escribir es una forma más barata de pintar. Esto se lo aprendí a uno de mis amigos que era un oso bastante amarillo. El oso hablaba, y estaba dispuesto a llenarse la mano de aguijones con tal de comerse un poquito de miel. Pero esto ha acabado, muchacha. Ya no eres una niña, ahora eres una rosa en estampilla que pego a mi cuarto. El infierno llegaba a mis pies, y me calcinaba las uñas. Recuerdo que el maestro arrancaba mis estampitas de las libretas, decía que 82 hablaba mucho, y que no era amable. Luego me llenaba el cuerpo de estrellas. Pero nunca me sentí la única constelación andante en clase. De hecho, nunca me sentí como una cosa a la que se le voltea a ver por las noches. Lo que sucedía, en todo caso, es que el infierno quemaba a las estrellas. Mi piel era un caldero al que se le aventaban astros. ¿Cuál será el último pensamiento de un terrorista? Me decía el tigre amigo del oso, y se iba saltando por todos los márgenes. Yo pensé que ese tigre, de así quererlo, podría saltar tan alto, hasta tocar el cielo, y también volverse una constelación andante. Pero yo jamás me he sentido como una constelación andante. Pero tú jamás te has sentido como una constelación andante. La caldera de mi cuerpo se vuelve una revolvedera de cometas. Pero ella es la muerte. No, no. No puede serlo. La muerte es una flor que solo podemos oler después de la vida. ¿Pero si los terroristas son también como flores? El olor de mi boca es como el de semillas quemadas. Estaba triste. Estabas triste, digo. Y mi orina formó un riachuelo donde los pequeños indios oficiaban rituales. Pero ya no sé de lo que hablo. Los meses pasaron como los caballos del diablo de mi infancia. Mis amigos eran mis estampitas, en el bosque que era mi libreta. Pero no, esa es otra de mis mentiras. ¿Cuál será el último pensamiento de un poeta? Miro la ceniza sobre esta hoja, y siento pena. Intento pasar mis dedos sobre el desastre, pero recuerdo que no sé pintar. Entonces contemplo la ceniza, hasta que la ceniza se vuelve una extraña escritura. Pues bien, pues bien. Y aunque yo solo sea una taza que habla en un castillo encantado, y mi mamá una tetera que envejece en una antigua repisa, puedo decir que esa niña es hermosa. Lamento los golpes que le otorga el maestro, lamento las caricias de sus manos por sus piernas. Esa chica es más agua que toda el agua en el océano. Lamento las estrellas en las partes silenciosas de su cuerpo. Basta, basta. Lo de la casa fue un error, ya se los dije. No, no, el fósforo no es la infancia de la vela. Mis amigos están muertos. Tus amigos están muertos. Mis amigos son velas, y con su cera ardiente resano las fracturas de mi mano. Tengo una vida muy larga, demasiado larga. Me digo, mientras las estrellas que son estampitas de mi infancia se caen de mi mano. ¿Cuál será el último pensamiento de una rosa? Me dices, mientras 83 mis amigos se vuelven fantasmas. Tú eres la muerte. Le digo, y el infierno que soy por dentro me rompe los huesos. Cubro a mis amigos de ceniza. No cubro a mis amigos de ceniza. Luego les pinto paisajes de hermosas montañas. Las montañas empiezan con dos riscos; algo como esto: M. Luego sigue con un lago floreciente; algo como: O. Después viene una montaña custodiada por un árbol; me refiero a: N. Y así, y así, sobre sus cuerpos. Yo siento como que mis amigos se estremecen de ternura, pero ya no es cierto. Ellos han muerto, ellos han muerto. Decía la fantasma entorno a una piedra. Mis amigos también eran flores. ¿Han visto las flores cubiertas de polvo? El infierno se sale de mi cuerpo, consume mis prendas, mi libreta, mi silla, mis textos. Lo único que escribí fueron montañas. Mi maestro tenía la calcomanía de un auto en su cabeza. Entonces miré al cielo, y noté que mi amigo el tigre parlante ya era una constelación deslumbrante. Una alegría enorme me creció por dentro, fue como si todas las semillas de las que estoy rellena florecieran. Hace tanto que no siento esto. Él ahora debe estar en su tumba, rodeado de siete serpientes. Noche, noche, he aquí mis labios. El infierno como una montaña en el centro de mi lengua. Aunque cien hombres tiren de ese infierno, ya nadie podrá sacarlo. Lamento mis dibujos sobre su cuerpo. Estamos muertos, ahora todo irá bien en adelante. La muerte es una flor que tarda toda una vida en abrirse, pero vale la pena. Por ahora solo siento a los dragones que van de un lado a otro entre mis dientes. Las rasgaduras de sus uñas me parecen un poema misterioso. Pero sigo. Pero sigues, niña, con tu falda lo bastante larga, con tus trenzas como dos arcoíris amarrados. Y te pongo estrellas de aluminio sobre el cuerpo, te digo lo de la baba, y tú ya sabes. Desde mi tumba te sigo hablando, te sigo tocando las piernas largamente. No, no te lamentes, eso en tu libreta no tenía importancia. Pero las pieles de mis amigos se mecen ante la luna naciente. Mi orina llena de calcomanías los arbustos. He ahí mi infancia, como una fuente amarilla que se seca. Pero tú estabas contando una historia. ¿Pero yo estaba contando una historia? Los fantasmas bailaban entorno a una rosa. Desde la muerte toda rosa se ve como una antorcha. He aquí mi historia. Cuando yo 84 era más grande toqué el pene de mi primo pequeño. La muerte detrás de la muerte. Una piel llena de agua como un globo. La luna invertida es igual a un niño que desciende de los cielos. Recuerdo que mi sirena de cabellos rojos comenzaba a nadar por todo el salón. Nadie podía verla. Todos podían verla. Nadie salvo el efecto de la luz entrando en mis pupilas. Ella me decía que no hay nada más hermoso que una barca balanceándose de un lado a otro sobre una ola. Eso me hacía pensar que esa ola bien pudiera ser el dedo índice de Dios. Pero bueno, pero bueno. Ahora que soy un fantasma, me pregunto acerca de los montes. El mundo es como una célula que se divide. Hay un mundo igual a éste, pero el mundo es fantasma. Llenar la vida con cordones. Atar el alma a un farolito en la noche. La luna se divide como una célula. Dos, cuatro, ocho. Exponencialmente. Un mundo junto al mundo. Una rosa junto a la rosa. Un río junto al río. Una piedra junto a la piedra. Millones de papalotes brotaban de mi boca, y se desplazaban largamente por el cielo. Mi boca también se dividía como una célula. En mi cráneo nacía otro cráneo. En mis dos manos hallaba cuatro manos, en mis diez dedos, veinte. Las nubes se dividían. Hay un mundo alterno. No hay un mundo alterno. Sí hay un mundo alterno. Luego quemaba las pieles de mis amigos en la hoguera de mi boca. Piel tras piel, como leño tras leño. Los cuerpos pintados de mis amigos ardían en mi boca. Llegó la guerra. Las madres comenzaron a comerse a sus hijos para aguantar el hambre. Los arcoíris habían enflaquecido y se les veían los huesos. Pero del otro lado de los ojos. Un niño robó mi estampita favorita, la del peluche rosa, y le dibujó unos cuernos. Entonces yo le metí un lápiz al ojo del niño, y fue como si le hubiera dibujado un paisaje en su cerebro. Desde entonces el niño siempre parecía consternado ante la luz del día. El día con todas sus marcas en el cielo. Pienso en mi maestro, ahí, ahí, en su tumba. Toda tumba es un acto de consuelo. Tumba sobre tumba como una torre. Una torre tan alta que llega hasta las nubes. De niña yo hacía una pequeña tumba para las rosas que morían. Niña, ven, ven. Tengo más estrellas para tu cuerpo. Decía el maestro, mientras tocaba mis pechos nacientes. Una civilización alterna, una civilización de fantasmas. Maestros fantasmas, 85 estudiantes fantasmas, escuelas fantasmas. Y el infierno de mi boca era un revolcadero de leños. Cada leño era un pensamiento. Poemas fantasmas, libretas fantasmas, plumas fantasmas. Pero yo estoy muerta. Pero yo estaré muerta. Pero yo estoy muerta y comprendo a la garra en el cerebro del puma. Comprendo el pensamiento del trébol que tiene tres hojas y se siente triste. Comprendo el miedo del terrón de azúcar al caer en mis labios. Ella seguía mirando los árboles del bosque. Y una serpiente de colores le rodeaba la mano. El infierno de su boca se había transformado en el infierno de dos bocas. Las nubes entonces cayeron como tristes cadáveres sobre los montes. Llegó la guerra. Bombas, tanques, balas, trombas. El hambre del hombre se volvió una hoguera de libretas. Miré a mis amigos achicharrarse. El ratón que andaba en dos patas se abrió el cráneo con una piedra, porque un miedo misterioso le había crecido por dentro. Una bala rozó mi brazo, y una cascada de semillas se había desatado. Todas mis semillas rodaron al suelo, como una tormenta de posibles y plausibles germinaciones. Ya fuera de mí, pero completa. Una realidad fantasma, una calca del cosmos hecha monocroma. Fuera de mí, pero completa. Más en ti que en mí, pero yo misma. Parecida y diferente, azúcar derretida en unos labios. Ser diferente a ti me reafirmaba. Ser distinta nos asemejaba. El fuego parecía un estado del agua. Era un cuerpo. Tenía un cuerpo. Toda yo rellena de semillas. Cada semilla una forma distinta de parecerme. Un yo rosa que se abriera en la mañana. Un yo cactus para hablarle al desierto. En todo caso, el desierto también se dividía como una célula. Otro de mis amigos, el oso amarillo vestido de rojo, se partió en dos por el torso, y una cascada de espuma le brotó por el vientre. La chica seguía llorando, pero pensaba que la forma correcta de escribir esa palabra era “yorando”. Porque las lágrimas siempre eran una reafirmación del yo. Del yo respecto al otro. O del otro respecto al yo, como una margarita que florece hacia dentro. Pero el llorar siempre era un desbordamiento del yo. Entonces las manitas que colgaban como un collar de su pecho agitaron sus dedos. Un cosquilleo enorme sintió. Un cosquilleo enorme sentí sobre mis senos. Ser fantasma es ser yo en el otro: mis dientes están en tu boca, mis uñas están en tus dedos, mis 86 órganos están en tu cuerpo. El humano también puede florecer hacia dentro. Mi peluche rosa ahora con cuernos, me decía. El bosque creció tan alto que pronto tomó las dimensiones de una mano. Y mis amigos rodaban por las colinas como troncos. Mi orina era un torrente de serpientes. Las serpientes se llamaban de una forma distinta cada día. Yo me debería de llamar de una forma distinta cada día. Es decir, si fuera más honesta, me debería de llamar de una forma distinta cada día. He aquí mis testamentos, una misma historia, pero contada por diversas flores. El coral contó su parte desde el agua. La orquídea contó su parte desde tierra. El cielo, que es otra forma de ser rosa, contó su parte desde la cópula del mundo. La nieve se pegaba a las ventanas de una casa que no existía. Pero como yo era esa casa, no era una niña, sino dos niñas. En realidad era cuatro niños. Y cuatro maestros me tocaban ante los eclipses. Cuatro maestros en cuatro diferentes habitaciones. Cuatro días clavados a los muros de mi mente. Cuatro días como cuatro manos de colores clavadas al muro. Una mano era negra, y escribía algo en el aire que no entendía. La otra mano era roja, como la sería la de un diablo. Esa mano se movía como palpando las nalgas del tiempo. Una mano más era verde. Sí, era verde. Te lo digo. Pero esa siempre estaba quieta, por lo que era la que siempre me llevaba conmigo. Te digo, niña, será mejor que ya continúes con esa historia. Ordené a mis amigos como una pila de troncos. Oriné sus cuerpos para bendecirlos, y ése ha sido el acto más fraterno que he tenido. Millones de serpientes los rodearon; ellas entraron a sus cuerpos por las bocas, los oídos, los anos, apenas el primer chisporroteo había caído sobre ellos. ¿Cuál fue el último pensamiento de mis amigos? Terrible, a veces soy terrible. Graciosa, a veces soy graciosa, y una corona de flamas me ciñe la frente. La última de mis manos memoriales es naranja, mucho tiempo esperé para encontrarla. La verdad está en el otro. Un yo invertido es un nosotros. Si Dios invirtiese a un hombre como a una naranja, saldrían muchos hombres, o muchas naranjas. Nunca gajos, nunca trozos, nunca cachos. ¿Cuál fue el último pensamiento del cielo ante la guerra? El cielo invertido es un océano. La tierra invertida es una estrella. Me decía un vaquero en mi libreta. El vaquero llevaba una cobra 87 en la bota, pero al parecer nunca le hacía daño. El ano del diablo invertido es una estrella. El pene invertido de Dios es un como iceberg. Helado el sueño permanece ante la lejanía de los astros reyes. Nunca trozos, nunca cachos. Hubo un día en que el diablo y Dios estrecharon las manos, y entre los átomos que había entre esas manos se creó el uni-verso. Las líneas en la mano de Dios se mezclaron con las líneas en las manos del diablo. He ahí que estrechar las manos es más significativo que un beso. No más bello, niña. No más bello, niña. Pero sí más significativo, le decía a mis amigos muertos. Ellos ahora eran tan solo huesos. Y las líneas de sus manos se habían vuelto fantasmas. Esta es la misma historia. Tierna, a veces también soy tierna, como la guayaba que lentamente va creciendo. Yo también me divido como una célula. Soy dos, soy cuatro. Si fuera más honesta solo conjugaría en plural mi vida. Pero entonces el infierno en mi boca es también un paraíso. Por lo que los ángeles también se achicharran a la mitad de las nubes. El bosque cabe en la bolsa derecha de mi pantalón. He cortado todas las cuerdas de los papalotes en mi boca. Maestro, maestro. ¿Cuál es el último pensamiento de una estrella? Los dragones de mi boca son ángeles invertidos. La estatua de la libertad tiró su antorcha al océano, y el océano se prendió en llamas desde entonces. Estoy allá, para asemejarme. Dentro de mi cuerpo, me distingo. El sol invertido es un cubito de hielo. Esta historia se puede ver desde los montes. Y la hoguera ardía, y la hoguera ardía. Uno de mis amigos, el que era una taza parlanchina, se había puesto negra. Su estructura de porcelana interna se estaba agrietando. La estatua de la libertad tiró su antorcha al océano, y el océano apagó la antorcha, lo mismo que un fósforo en una cubeta. Triste, a veces también soy triste, como el pájaro que perdió su nido. Soy una niña, soy una muchacha. Una muchacha que sostiene el pene de su primo como un fósforo. El cielo entero está debajo de mis pieles. Una niña con un bosque en la mano, dicen. Los fantasmas celebran el día de su muerte. He aquí que ellos no tienen líneas en las manos, sino una figura geométrica. El sol se divide en dos como una célula. Esta hoja entre tus manos 88 se divide en dos como una célula. El paraíso que llevo como una costa, o una costra, en la lengua me lastima. Yo soy la estatua de la libertad quemando las nubes con mi antorcha. Entonces me divido en dos como una célula, y la imagen nos resulta fabulosa. Mis amigos ahora son calaveras que se levantan de entre la ceniza. Esa ceniza bien pudiera ser alguna de las páginas en este libro. Lector, si ves unos dedos, o un cráneo que se levanta de esta hoja, cierra el libro. Son mis amigos. Ellos han vuelto a bailar y a decirme que llorando se escribe “iorando” en el país de los muertos. Otra bala roza mi pierna y una cascada de rosas amarillas brota de ella. Seguramente es la alegría de saltar la cuerda cuando niña. De pequeña, el ratón que anda en dos patas y viste de rojo, me decía que el cielo era como una hoja en blanco. Desde entonces me dieron ganas de pintar, pero nunca conseguí nada extraordinariamente bueno. Entonces tomé el pincel del lenguaje y empecé a escribir en el lienzo de la mente. Hice montañas invertidas que es como se ven las flores. Pinté robots hechos de latas caminando en la luna. Dibujé lápices espaciales que es como se ven de cerca los cometas. Escribí caballos que se alimentaban de mis trenzas y de dulces. Fabriqué una lata donde pude guardar mi conciencia. Escribí cuadros profundos con elementos simples, y cuadros simples con elementos profundos. Dibujé pupilas azules del tamaño de un astro. Pinté con las brochas del sueño en los murales del mundo. Hice por lo menos cuatro formas de ser humanos, pero ninguna acabó bien. Esbocé un corazón sobre los muros de un muchacho triste. Fabriqué latas imaginarias que al vaciarse se llenaban, y al llenarse se vaciaban. Pinté a un dragón que soñaba ser un ángel, y a un ángel que soñaba ser humano. Escribí fantasmas sobre el tapiz de las viejas habitaciones. Hice un sistema planetario donde los planetas eran celulares y los continentes teclas. Dibujé una luna pequeñita en un frasco de vidrio. Y yo pintaba, y pintaba, y pintaba. El lenguaje era una cascada siempreviva de pintura. Y yo una niña con ganas de ser pintura, digo, pintora. Basta, basta. Niña, pasa al frente. Decía el maestro mientras sostenía con extraña solemnidad su taza en blanco. Pero el maestro invertido era también un niño, un niño 89 con bigote, pero un niño. Entonces las calaveras llegaron hasta la puerta de mi casa. Era yo una muchacha. Los juegos habían terminado. Olvidé el olivo triunfante de la infancia. Olvidé el ovillo triunfante de la infancia. El arcoíris había enflaquecido tanto, que pronto los huesos de sus costillas se cayeron a la tierra. Su mandíbula morada yace en el fondo del océano Pacífico. Muchacha, debes ganarte el pan para tu boca. Me decían los hombrecillos azules sentados en un hongo. Luego el maestro vomitó porque al tocar mi ano con su lengua yo solté un pedazo de mierda. De su vómito salió un monje con cabeza de caballo, y empezó a decir todos los nombres sagrados de la Biblia. Le dije al maestro que mi sueño más grande era ser pintora. Ezequiel, Joaquín, Abrahán, Isaac. La pelvis del arcoíris cayó en un cementerio antiguo, del cual no sabemos el nombre. Mis amigos eran flores, estampas de flores sobre mis libretas. Una pierna naranja del arcoíris cayó del cielo. Pero eso ya lo sabemos todos. Jacob, Judas, Tamar, Farés. Una civilización de fantasmas existe. Una civilización de fantasmas no existe. Lo que existe es una congregación de almas. El amor solo es real de este lado de la muerte. La mano roja del arcoíris cayó en un lago famoso en todo el mundo. Y mi amigo, un pato negro muy gracioso, se pegó a la portada original de la Biblia. Zara, Esrón, Arán, Naasón. Ser diferente a ti, nos asemeja. Ser semejantes, nos diferencia. El cráneo azul del arcoíris fue el nuevo casco del sol. Muchacha, debes continuar tus estudios. El mundo sigue, incluso si tu pincel se pudre en el agua. Incluso si los óleos de las mentes son llenados con publicidad y proselitismos. Deja tu paleta de colores, niña. Ezequiel no tiene las mejillas pintadas de verde. Tira tus brochas al río, y deja de pensar que el río fue pintado por alguien. No, muchacha, las nubes no son cachos en blanco. Salomón, Rahab, Booz, Rut. La tierra es un infierno de ángeles, o un paraíso de demonios. El pez amarillo de la sirena lo decía. De hecho es lo único que decía, por lo que tuve que taparle la boca con un poco de cinta. Pero como el pez nadaba, y nadaba, y nadaba, tuve que engraparlo a la esquina de mi libro. Permaneció ahí durante años, hasta que descubrí que lo único que había engrapado era un montón de huesos marinos. Mi maestro estaba en su tumba 90 contando las rosas que le arrojaban sus hijos. No hubo lluvia ese día, solo un sol empeñado en derretir la caja. Hubieran enterrado mi cuerpo con el suyo, pensó su esposa. Obed, Jesé, David, Urías. Entonces, mientras yo resolvía mis acertijos matemáticos, una de mis estampitas se había despegado. ¿Cuál fue el último pensamiento de mi estampita al despegarse? Piensa que el pie derecho del arcoíris cayó a mi cama, piensa que lo cobijé hasta el tobillo. Piensa que el otro pie derecho cayó en un lago, y que ahora mismo se lo comen los peces. Salomón, Roboam, Ablas, Asá. De pronto, de pronto, de pronto. Una de mis estampitas, la de una chica azul y con súper poderes, me preguntó por qué los poetas del pasado dibujaban rectángulos con las palabras. Yo le dije que no eran rectángulos, sino pequeñas casitas donde ponían a dormir sus poemas. Pero luego pensé que sí eran rectángulos, como tablas para los naufragios de la época. El monje con cabeza de caballo comenzó a morderme las manos. Josafat, Joram, Ozías, Joatam. La séptima costilla morada del arcoíris cayó a este libro. ¿Puedes verla? Maestro, maestro. Y me pregunto, ¿hasta qué punto la humanidad es el sueño de los tritones? Y me pregunto, ¿hasta qué punto la humanidad es el viaje de los intraterrestres? Y me pregunto, ¿hasta qué punto los humanos somos los extraterrestres de otros terrestres? Y me pregunto, ¿hasta qué punto la humanidad es una invención de los humanos? Acaz, Ezequías, Manasés, Amón. El hielo es el agua envejecida, repetía de niña mirando el espejo. Todas las muelas del arcoíris formaron un cercado entre dos montes. El agua cuando es niña ni siquiera es agua, maestro. No, pequeña, el agua cuando es niña es una nube. Decía el maestro mientras tocaba mis piernas. La noche demolida, la noche triste en mi ventana. Y mis estampitas cerraban los ojos. El mar. El mar. Heme aquí, noche lastimada. El sueño se divide en dos como una célula. Josías, Jeconías, Salatiel, Abiud. Heme aquí, destrozada, ahíta. Como el caracol destrozado en el zapato. O el grillo derribado de su alta torre de hierba. Heme aquí, en trizaduras, nostálgica, humana. Mortalmente humana, repetían los dragoncillos atorados a mis dientes. Noche, leopardo con las garras extendidas. Y me pregunto, ¿hasta qué punto la humanidad es una invención de los humanos? Pero Manasés 91 insiste en que el arroyo es la ternura de las aguas. Estampitas pegadas por dentro de mi cráneo, heme aquí, heme aquí. Exprimo las piedras con mis manos, me dicen las estampitas de princesas. Exprimo las piedras con mis manos, te dicen las estampitas de princesas. Y un pato marinero que habla chistoso se come las letras R de la Biblia. Heme aquí, noche, tumba. Faraónica me siento sobre las estrellas, y comienzo este cuento. Azor, Sadoc, Aquim, Eliud. El maestro dice: la poesía es lo que el beso no alcanza a besar, lo que el grito no alcanza a gritar, y lo que el llanto no alcanza a llorar. Entonces yo saco a los dragoncillos de mis dientes, los coloco en una mesa de operaciones, les abro la capa de escamas, y encuentro a un ángel pequeño en posición de feto. Noche, noche. No hay metáforas para la luna, y sin embargo. Heme aquí, entre lo lúcido y lo lúdico de mis poemas. Heme aquí, noche torturada. Semejante a mí, mas diferente. Diferente a mí, mas semejante. Hay veces en las que me parezco más a otras. Y mis estampitas que soñaban con ser aves. Muchacha, no vemos la tele, conocemos el interior de las personas. Noche, bestia derrumbada, princesa melancólica. Heme aquí, entre lo lúcido de la vida, y lo lúdico de la muerte. Poema machacado entre las piedras del diablo. Eleazar, Matán, Jacob, José. Noche, noche, noche. Mis compañeros se burlan de mi llanto, y me dicen chillona. Diferente a mí, mas semejante. Semejante a mí, mas diferente. Ojalá tus botones se abran como rosas, me decía el maestro. Mientras la dermis del arcoíris envolvía como un manto a la gran estatua. Miré en un sueño a una princesa ceniza crucificada. La poesía es lo que la respiración no alcanza a respirar, pero que siempre intenta. Y el monje con cabeza de caballo se volvió un insecto. Y el insecto voló a mi alrededor, creando un remolino como los cabellos del arcoíris. Noche, noche. ¿Cuál es el último pensamiento de un arcoíris? La civilización de fantasmas en el cementerio discute la palabra Humano. Luego uno de ellos se pregunta por qué el diablo tiene el cerebro del arcoíris en las manos. Pero mis amigos están muertos, y bien visto nada importa. Noche, noche, dime cuál es nuestra diferencia. Una chica me pregunta debajo de su cama, porque ella misma se siente como el monstruo entre los niños. Pero yo, la noche, nada digo, porque 92 lo único que puedo decir lo digo con estrellas. Y ahora resuelvo que todas las historias que se han dicho de mí son falsas. Pero que quede claro de una vez, la única que puede contar mi historia, es aquella chica lastimada por el mundo. De nada sirve, entonces, aquellos astrónomos con sus compases, y sus hojas. Únicamente esa niña, sabe que entre ella y yo no hay diferencias. Heme aquí, también le digo, princesa de las flores. Heme, una lluvia de meteoros atraviesa mi espalda. Niña, dibujante extraordinaria de los soles. Derrumbada me encuentro, ahíta. Hay una galaxia en mi garganta. Niña, niña. Todos los ríos de tu mundo son mis sueños. Yo, la noche, me pregunto: ¿cuál será el último pensamiento de los días? Ultrajada, como la manzana aún tierna bajada del árbol, me siento. Niña, niña. En el infierno de tu boca hay siete ángeles, pero no olvides que sueñan con volverse dragones. Sé que debajo de tus pechos nacientes late el corazón del tiempo. Muchacha, ¿cuántos años llevas mirando la luna? Heme aquí, heme. Mis cometas son tus luciérnagas en el frasquito. Enumerar nuestras diferencias, es enumerar nuestras semejanzas. Porque somos una, y tú lo sabes. No somos otros, somos nosotros. Aquella flecha con la que me apunta Sagitario, también te apunta. Lo sé, lo sabes, lo sabemos. Me han despreciado mis primeros poemas, como se le desprecia al tallo sus primeros verdores. El cántaro de Acuario guarda mis memorias, como las tuyas. Lo sé, lo sabes, lo sabemos. Y las nebulosas del tiempo sueñan con ser caballos. Cada planeta es una de mis estampitas, pero ellas no lo saben. Los pescadillos de Piscis nadan en mi pecera, y me divierten. Lo sé, lo sabes, lo sabemos. Luego cambio las estampitas de su sitio, para crear nuevas combinaciones celestes. Niña, niña, dime, ¿en qué somos diferentes? Entonces el maestro dijo con euforia. Entonces les dije con euforia: muchachos, el que poemiza, genera poemas dentro de una corriente estética. El que poetiza, genera poemas fuera del tiempo. Recuerdo que una de mis estampitas, la de un cerdito tartamudo, decía que el amor es una cascada. Llevo el paraíso como una montaña en la boca. La montaña está nevada de la copa, y unos demonios recogen los tréboles que ahí florecen. Los planetas son estampas pegadas a la libreta de la noche. Y el escroto del arcoíris cae a la gran hoguera. 93 El incendio, el incendio. Un humo colorido se enreda con las nubes como manos retorcidas. O hacemos ética, o hacemos estética. Decía el maestro, mientras se preguntaba si no había sido muy radical. El ano del diablo es el símbolo de mis austeridades. Cuidado, maestro, que te hago daño. Mis sueños son como grillos saltando en tu costado. Nocturna, laberinto. Te pregunto: ¿la humanidad es acaso una invención de los humanos? De pronto volteo a verme en el espejo, y descubro que yo soy el monje con cabeza de caballo, y que el insecto era un chica recordando su infancia. El viento sacude mis crines con ternura. Y de pronto tengo unas ganas enormes de decir: María, Jesús, Emmanuel, Herodes, Cristo, Judá, Jeremías, Arquelao, Juan, Satanás, Simón, Pedro, Andrés, Santiago, Zebedeo, Salomón. Y así continuaba hasta que algunas flores nacían de mis dientes. Era yo el monje con cabeza de caballo, y de pronto me empecé a comer a mi maestro. El insecto comenzó a dar vueltas alrededor de mí, formando un remolino de colores que me hizo levitar unos segundos. Y yo relinchaba, y relinchaba, y relinchaba. Pero lo que en verdad decía era esto: Pedro, Moisés, Abrahán, Isaac, Jacob, Mateo, Jairo, Felipe, Bartolomé, Tomás. Luego el insecto salió por la ventana y dibujó un arcoíris. Cientos de hombres le hicieron una reverencia que duró cien años. Por lo que al final del Aleluya, Aleluya, solo había cientos de cadáveres sobre sus rodillas. Pero el insecto siguió dibujando un rebozo alrededor del planeta, arrullando a éste como si fuera un niño recién nacido. No, estampitas, todo esto no es un juego. He visto cada cosa, cada piedra, cada río. Lo que les digo de las flores es muy cierto, yo estaba rellena de rosas. Y sí, y sí, todos mis amigos se han muerto sobre una planicie de cuadros. Y el maestro, que ahora es también una estampita sobre la cabecera de mi cama, me dice: Mateo, Santiago, Alfeo, Tadeo, Simón, Iscariote. Porque mi maestro es en verdad el monje, y yo solo soy una fotografía suya en el fondo de su saco. Me bajó de internet buscando pornografía de infantes, por lo que las rosas de las que estoy rellena son rosas imaginarias. O bien, rosas cibernéticas hechas a partir de la acumulación de datos. Pero no, pero no. Yo sigo siendo Felipe, el compañero de la niña rara que no le habla a nadie. Y me dicen. Y te dicen. Y nos 94 dicen: la mayoría de personas quieren tener la última palabra, aun desde el principio del diálogo. Y nosotros escuchamos el relincho de un caballo, algo como un caballo sonoro que galopa alrededor de nosotros. Pero bueno, pero bueno. El aire frío congela la baba de mis belfos, mis músculos se rehúsan al trote, y las estrellas me parecen los puntos de un atrapa sueños celeste. Heme aquí, Daniel, Ananías, Misael, Joakim. La noche tortura a mis amigos. Los triza, los rompe. La soledad me muerde las caderas como una bestia invisible. He venido hasta acá para decirles una cosa: he muerto, he muerto, y mi libro son dos dados corriendo en una hoja. El monje con cabeza de caballo se come al maestro. Aleluya, aleluya, se repite. Noche, trizada compañera, heme aquí, buscando el corazón del arcoíris en los cuartos. ¿Hasta qué punto la humanidad es una invención de los humanos? Más rápido, más fuerte, más lejos: nuestro amor. Decía la chica mientras los fantasmas arrullaban a una estrella muerta. He ahí mi cuerpo, bajo tierra, muerto. Pero como la estrella era roja, alguno de los fantasmas la tomó por una rosa. Oh confusión, espesa neblina que bate a los barcos sobre las olas. Pienso en las cuatro manos clavadas a las paredes de mi cráneo. Pienso en que son de colores y por lo tanto sus huellas dactilares deben ser iguales a las de un niño que tocó la pintura. Un niño toca la pintura porque todos los niños confunden a su cuerpo con un lienzo. Las paredes de las casas como lienzos, pintura y lágrimas por la osadía. Un mundo fantasma, es un mundo de colores. Y el maestro me obliga a orinarme sobre sus rodillas. Mi orina caliente cae como una pequeña lluvia de copos de nieve. Una vez alguien me dijo que los copos de nieve son las lágrimas de los ángeles. Y como los ángeles que hay dentro de mi cuerpo sueñan con ser hombres, bueno, ya lo sabes. En los países del norte los ángeles deben de estar muy tristes. Por allá la nieve forma naciones sobre las naciones. Eso, o una capa blanca que simula su muerte. Confusión, confusión. Disparo de una mano que en realidad es mi cerebro. Sí, sí, mi cerebro es mi primera mano. En ella los ángeles se bañan con la nostalgia que me da por la mañana. La vida corre, la vida queda, la vida sueña. He 95 aquí mi juventud, esta hoja negra es la más fidedigna huella de mi cuerpo. Mis años como copos de nieve cayendo a la lengua de un niño. El niño es Dios, y en medio de la calle se siente vacío. Una risa, irisada palabra arcoíris. Un iris, risueño relámpago morado. He aquí, tiempo, mis manos. Con la una tomo la mano de mi chico, con la otra escribo un poema, con la otra acaricio las nubes. Confusión, sentirse solo a la mitad de una casa. Nuestros planes son los planos del arquitecto sobre una hoja. El destino es el huracán que vuela la hoja a las ramas de un árbol. Finalmente se baja la hoja, pero todas las líneas se quedaron pegadas a las ramas. Risa, confusión, huella. Mi orina cayó por tus piernas, maestro. Y tú me besabas, me besabas, me besabas. El mundo de los humanos es el mundo de los fantasmas, insinuaba un compañero mío. Te amo, no te amo. Una guitarra se abre en dos como un arroyo. No te amo, te amo. Maestro, maestro, no destruya mis poemas, que son mis cuadros más logrados. Pero los copos seguían cayendo como un desfile celeste de tristeza. Te amo, te amo, y el columpio repentinamente se había quedado de un solo lado. Mientras las hojas secas del otoño, como en una instantánea, se habían detenido. Entonces recordé que yo era pintora, y con la mano guardada en mi cabeza comencé a pintar. La vida, pintar, la vida, pintarla. Copos de nieve como pequeños lienzos tirados del cielo. Pintar, la vida, la tristeza. Pintarte, tristeza, como pintando los muros de una casa. He aquí mis años, como un chorro de orina que cae sobre un libro. Este libro, digamos. La Biblia, digamos, solo digamos. Pero entonces, muchacha, esto es una biografía de todo aquello que fuiste en un sueño. No, esto es un sueño, solamente un sueño. ¿De quién? De la estatua de la libertad, digamos. Bueno, mejor digamos que soy el sueño de una biografía. Es decir, de la pintura de una vida. La muchacha seguía repitiendo, mientras el maestro besaba sus labios. Pintar, pintar, pintar. Gracias a mis ojos sobrevivo, gracias a las manos que son mis ojos. He aquí mi galería de sueños, he aquí mis barcos cubiertos de nieve. Bueno, esto pretendía ser la historia de un fantasma. Entonces sigue, entonces sigue. Mis estampitas saben que ver la tele, es igual a conocer el interior de las personas. Las estrellas rojas en mi frente se pegan con baba. Las estrellas rojas 96 en mi frente no se pegan con baba. Señora, he aquí tus cuadros, poemas que dijeron verde como una germinación sobre la hoja. Imagina a cientos de barcos varados en las ramas de un árbol. He aquí que yo soy la fantasma, la niña, la muchacha. Lector, ¿cuál fue el último pensamiento de la muchacha? Mil novecientas noventa y nueve lágrimas, equivalen a una estrella. ¿De quién? Del ángel de la independencia, digamos. Mil novecientas noventa y nueve estrellas, equivalen a una lágrima. Es cierto, es cierto. Imagina que abres la Biblia, y nace una flor. Bueno, bueno. La verdad es que el maestro muerde el labio inferior de la niña, y una culebrita roja le nace del acto. Muchacha, muchacha, perdona. Los dos sabemos que las estrellas rojas no se pueden pegar con llanto. Pequeña, ya no llores. Pequeña. Una muela gigante de color morada cayó a la clase. Todos empezamos a reírnos, porque la muela había destrozado a dos niños que nos parecían bastante traviesos. No, no, mi cuadro era el de cuatro humanos diferentes. Pintar, pintar. Los ataúdes, las biblias, las lápidas. Pintar los escapularios mientras los otros lloran sobre unos huesos. Pintar la noche, las nubes, los rostros. Pintar las plumas tiradas del cielo, como pequeñas misivas para pensar celeste. Pintar los monitores, las libretas, los imposibles. Toco las ideas de los gigantes con las manos. Pintar, pintar el llanto, gota a gota pintar el llanto. Pintar la escuela, ponerla verde, morada, rosa. Lágrima tras lágrima formó una constelación de tristeza. Y una de mis estampitas, un coche rojo obsesionado con ganar carreras, me dijo que pintar era como patinar sobre los lienzos, y que patinar era como pintar sobre las calles. Pero mis poemas siempre tenían una pregunta en la cabeza: ¿hasta qué punto la humanidad es una invención de los humanos? No, maestro, lo del monje no era una mentira. El monje era un cuadro de Picasso que se estaba comiendo las figuras de la Biblia. Muerte, he aquí mis mejores años, mis mejores trazos sobre el mundo. Muerte, he aquí al inventor de la rueda. Los años se volvieron larvas después de ser mariposas. Los años se volvieron larvas después de ser mariposas. Los años se volvieron larvas después de ser mariposas. Repetía el monje con cabeza de caballo en el fondo de mis pantalones. Pero yo siempre lo ignoraba, porque él siempre llevaba un infierno guardado en 97 la boca. No puedo dormir, pero los ojos ya pintan cuadros en mi cerebro. He aquí mi testamento, amigos. He aquí mi lápida pintada. La muerte del río es el nacimiento del mar. Decía un fantasma metido en una caja de vidrio, así, pues, que no estén tristes. Llegarán las olas, las piedras, y las largas ventiscas en el cabello. Miro ya a los niños con sus grandes castillos de arena. Miro ya a las focas charlar con los mares. Pero mi boca es joven, eclipsada rueda contra el destino. Mi boca es un resplandor como el sol de la tarde. Lamento la muerte de mis amigos, lamento sus cuadros en blanco por las lágrimas que en ellos tiraron. Me duele cada palmo de tela vacía, como le duelen los ojos a aquel que nunca ha visto una cascada. Me duele la fragilidad de sus pinceles. Me duele imaginar que ellos pintaron, sin embargo, uno de los paisajes más bellos en mi pecho. Mis amigos son ahora unos fantasmas que rondan mis ideas, como se rondarían las cuentas de un rosario. Ay, ay, estamos vivos. Mundo, he aquí las siete caras del sueño que es mi dado. Pero todo cuerpo celeste, como lo es el dado, debe ocupar una cara para mirarme. Entonces, solo entonces, yo soy esa chica. La pintora, digo, la pintura del número sobre la cara. Heme aquí, noche, princesa despiadada. Una lanza de luz me cruza el pecho. He leído los signos esta noche: nunca moriremos. En el espejo miro el reflejo de mil personas, no el mío. Las venas del arcoíris están adentro de la estatua de la libertad. Me digo. Te dicen. Nos dicen, y una certeza de ensueño son los terrores de la vida. Hay siete dragones rojos dormitando bajo mi lengua. Toco el portento como un aura que sangra, y lo rompo. He aquí mis vaticinios. Cada girasol en el campo será condecoración a mi pecho. Mi pecho se divide como una célula. Pero mis estampitas siguen pegadas a mi alma. He aquí mi alma, como un río apresurado y risueño. Nos dicen. Te dicen. Me digo. Y el cuero cabelludo del arcoíris cae como una sábana sobre la Biblia. Hermosa es entonces la palabra de los cielos. Nítida como la gota recién alumbrada por la nube. Ay, ay, estamos vivos. Aleluya, entonces. Líneas en mis manos, también entonces, formen el dibujo que tanto desean. La espera termina. El sol nace tras su 98 acostumbrada rutina. Retina que siempre ve lo mismo. Maestro, deje de morder mis piernas. Lo del girasol era una broma, lo sabemos. Pero no pintaré una casa en su vientre con mis dedos. Noche, noche. Me dicen los ángeles sentados sobre mis dos cejas: ay, ay, estás con vida. Ezequiel, Joaquín, Abrahán, Isaac, Jacob, Judas, Tamar, Farés, Zara, Esrón, Arán, Naasón, Salomón, Rahab, Booz, Rut, Obed, Jesé, David, Urías, Salomón, Roboam, Ablas, Asá, Josafat, Joram, Ozías, Joatam, Acaz, Ezequías, Manasés, Amón, Josías, Jeconías, Salatiel, Abiud, Azor, Sadoc, Aquim, Eliud. Estamos vivos. Hermana noche, estamos vivos. Una corona de olivo, o una corona de olvido, para nosotros. He aquí que he muerto, garra del puma en su cerebro. Traviesa, como la enredadera que gira en el torso de un árbol. He muerto, he muerto. Noche, ¿puedes oírme? He aquí mi eco, mi ego. Paloma, o pluma melancólica. Mi egosistema naciente como una orquídea. Y mi ecocentrismo titubeante ante el abismo. Noche, hermana mía, paloma negra recostada en arcoíris. He aquí la estampita del mundo, inútil a causa de tantos giros. Una corona de olivo, o una corona de olvido, para nosotros. La chica continuaba hablando con la noche desde su castillo, que es como ella presentía su cama. Sí, sí. También soy bella, a veces, como el crecimiento de un lago. Pero tranquila, el maestro no pudo romper las cadenas del sueño. Él ahora yace bajo tierra, pensando en la fragilidad de los ataúdes. Pero la chica recordó de pronto. “En la tierra nadie muere, ahí nada más se quedan dormidos”. Pero yo recordé de pronto, como el rehilete que se detiene repentinamente, un verso que escribí en un sueño: “Nadie en la tierra muere, ahí solamente se quedan dormidos”. Pero como no estaba muy segura, comencé a charlar con la luna, que para mí no era sino otra estampita en el cielo. Sí, también histérica, como la araña guardada en una caja. Entonces yo acaricié mi cabello rojo, usando por peine una concha marina. Recuerdo que mi pez amarillo con líneas azules no dejaba de aletear travieso. Él me decía que la vida en la tierra era terrible. Pero, amigo, no puede ser tan mala. Los niños corren por sus largos campos, las piedras se apilan como monumentos. Muchacha, por favor, deja al narrador, digo, nadador, que termine su punto. Es 99 fácil la muerte, como el castillo de arena. Hombre, hombre, la tierra siempre ha sido el centro del uni-verso. Escucha la voz de los niños bíblicos tras la ventana. Mira las flores, son como dedos que acarician el aire. Muchacha, por favor, deja al nadador, digo, narrador, que termine su historia. Luego arranqué la estampita de la tierna sirena, porque pensé que había comenzado a delirar demasiado. Mi mente, al parecer, se había trasladado al cráneo de aquella figura. Aunque la posibilidad de que mi yo verdadero, no. He dicho. Has dicho: la tierra era plana, pero alguien descubrió que era plana, y se volvió redonda. Muerte, he ahí mi argumento, como un equilibrista que cruza dos montes. Tierna, a veces, como la gota de agua que se duerme en la hoja. La tierra es otra de mis estampitas, pegadas firmemente a mi lonchera. Has dicho. He dicho: la tierra era el centro del sistema, pero alguien descubrió que era el centro, y cambió de sitio. Ay, ay, mis huesos yacen dentro de tu cuerpo. He aquí la semejanza, distinta. La noche atada al suelo por una larga hilera de tabiques. Mis amigos muertos son más semejantes a mí, que yo misma, lo sabemos. Lo sabemos: el tiempo es la estampa más grande del mundo. Una corona de olivo, o una corona de olvido, para. Seguía repitiendo el maestro en un tono solemne a sus alumnos, pero ellos no hacían nada sino mirarlo con gracia. Ay, ay, mis latidos yacen dentro de tu pecho. Es el corazón otra estampita, una que simboliza la ternura del mundo. La niña es tierna, como la fruta infante. Narrador, te suplico termines ya con esta obra. La ópera se compone de todos los muertos del mundo. Ay, ay, mis costillas son un abrazo en tu costado. De pronto el monje con cabeza de caballo, y. Honesta, a veces, como la tórtola que cruza el cielo. En la tierra nadie muere, ahí nada más se quedan dormidos. Mateo, lo sabes, lo sabemos. El maestro comenzó a tocar mi naciente vello púbico, mientras uno de sus dedos empezó a hundirse en mi vagina. Entonces que me harto, y me echo al vuelo, y no me detengo hasta que estoy en las nubes. Lo sabemos, lo sabes, Mateo. Oh, tiempo, hermano mío. El mar nunca habla cosas verdaderas. Pero, ¿quién es el mar? He ahí la semejanza con los pantalones sucios. Mateo, tú has escrito todo esto. Tú 100 has pintado este paisaje en mi cabeza. Oh, tiempo, hermano mío. Y las dudas de la muerte se volvieron las deudas de la vida. Pero, ¿cuándo es el mar? Mateo, han muerto mis amigos, la. ¿Es entonces mío este testamento? Oh, tiempo, oh, tiempo. Y las deudas de la muerte se volvieron las dudas de la vida. Mateo: el puño se siente beso, la lágrima se sueña risa, el carcaj se siente carcajada. Tú eres el autor secreto de todos mis sueños, siento tu firma caliente todavía en la cabeza. Hermano mío, hermano mío. El mar nunca habla cosas verdaderas. Esto me lo confesó una noche de marzo. Pero, ¿cómo es marzo? ¿de qué color son sus cabellos? Las mentes son los montes más altos de los hombres. Lo sabemos, lo sabemos. Mi corazón es un río que marcha de prisa. Y: Oh, tiempo, hermano mío, suspiro a suspiro, me marcho a construir el cielo. Oh, tiempo, hermano mío, grano a grano, me marcho a construir la tierra. Oh, tiempo, hermano mío, chispa a chispa, me marcho a construir el fuego. Oh, tiempo, hermano mío, gota a gota, me marcho a construir el mar. 101 David Meza Estado de México, 1990 Ha publicado En la boca de la simetría, y El sueño de Visnu. 2012 es una editorial que germina entre el humus de publicaciones cartoneras, alternativas y subterráneas de el final de los tiempos, como decía Hispanoamérica. Libros para Ulises Carrión, más que libros, arte de hacer libros y mostrar que lo posible en poesía es también lo posible de los soportes. Publica géneros híbridos y salvajes del mundo desde su México. centro de operaciones en la ex ciudad de radiopirataediciones.blogspot.com 2013editorial.wordpress.com