El brigadier Diego del Barco

Transcripción

El brigadier Diego del Barco
Atenea · Número 45
P E R S O N A J E
por José Navas Ramírez-Cruzado
El brigadier
Diego del Barco
HÉROE OLVIDADO DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA
DEPENDENCIA
Él y dos de sus tres hermanos varones murieron
heroicamente en el campo de batalla, lo que en
otros países les haría merecedores de honores,
libros, monumentos, relatos novelescos y películas
que recordaran sus gestas. Sin embargo, los
hermanos del Barco cayeron sepultados bajo el
ingrato polvo del olvido, como tantos soldados
anónimos a lo largo de nuestra memorable historia
E
l teniente de fragata de la Real
Armada, D. Pedro del Barco
y España, ayudante de la Comandancia de Marina del
puerto de La Coruña, podía sentirse muy
orgulloso de sus 35 años de servicio en los
Correos Marítimos de su Majestad. Pertenecía a aquella casta de marinos vascos (los
Llano, los Urcullu, los Casas, los Barco, los
Zendeja), oriundos del valle de Somorrostro y de las Encartaciones de Vizcaya, que
tanto laboraron, a caballo de dos siglos, por
el comercio ultramarino y el progreso comercial e industrial de La Coruña.
Su mejor hazaña había consistido en
ser el capitán de aquella corbeta ‘María
Pita’ que, en 1803, llevó felizmente hasta
América, por derrotas de su trazado, libres
FOTO: ARCHIVO DEL AUTOR
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FOTO: ASOCIACIÓN DE RECREACIÓN HISTÓRICA ROYAL GREEN JACKETS
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En la página anterior,
monumemto a Diego
del Barco en la Real
Maestranza de La Coruña.
Al lado, recreación de la
defensa de unos cañones
españoles ante una carga
de caballería napoleónica.
Debajo, la lápida sepulcral
de Diego del Barco.
defendiendo La Coruña de los “Cien mil Hijos de San Luis”. Tan sólo sobreviviría Joaquín del Barco, que llegaría a ser mariscal
de campo, y del que se conserva un retrato
en la Academia de Artillería de Segovia.
HIJO DE LA CORUÑA
Casi la mitad de los poco más de los 34 cortos años de Diego del Barco y de la Zendeja
-había nacido el 12 de noviembre de 1779
en la Coruña- discurrieron entre la Academia y la guerra. Resumen de una vida de sacrificio absoluto, culto al honor y vocación
del deber; apenas “una religión de hombres
honrados”, que diría Calderón. Cadete a los
17 años, pertenecía a la 31 promoción del
Real Colegio, del que saldría subteniente a
los 20 años con el número 8 de su promoción. Tres años después, era teniente y estaba de guarnición en La Coruña.
Con 29, viviría, en diciembre de 1807,
los primeros compases de aquella guerra,
como capitán de la expedición a Oporto,
donde se encontraba cuando ocurrió el
levantamiento contra los franceses de la
capital de Galicia el 30 de mayo del año
siguiente, tras correrse como la pólvora
por toda España las noticias del levantamiento madrileño del 2 de mayo.
Habría seis años de guerra, que él empezó con una batería de 5 piezas a caballo, en la 4ª División, que mandaba el
FOTO: ARCHIVO DEL AUTOR
de amenazas británicas, a la Expedición de
Balmis. Gracias a su veterano timón, aquellos memorables cirujanos militares que
fueron Balmis y Salvany, pudieron llevar
felizmente la vacuna de la viruela, inoculada en los brazos de niños coruñeses, salvando a millones de indios de aquella terrible
epidemia que asolaba Ultramar.
Pero el mayor orgullo de D. Pedro era
que había conseguido un titulo de hidalguía, requisito de nobleza, merced al
cual, los cuatro hijos varones que le diera doña Manuela de la Zendeja, Diego,
Pedro, Joaquín y José, habían podido ver
cumplido su sueño de ingresar en el Real
Colegio de Artillería de Segovia. Tenía
el matrimonio, además, tres hijas, de las
cuales Florentina se casaría con el que
sería teniente general Martín González
de Menchaca, y María con el coronel de
Artillería Mateo Hernández y Urcullu.
Tiempos difíciles para España, aquellos
primeros años del siglo XIX, porque todos
sufrirán la Guerra de la Independencia,
donde murieron heroicamente el menor,
teniente José del Barco, en el sitio de Tarragona (1811), y el mayor, brigadier Diego
del Barco, en la conquista de Laredo (1814).
Años después, en otros avatares del turbulento siglo de las revoluciones, murió
heroicamente Pedro del Barco cuando, en
1823, una bala de cañón le llevó la cabeza
Atenea
LOS CAÑONES DE
DEL BARCO EN
MEDINA DE RIOSECO
“…nuestra artillería, bien
servida, contenía y
causaba estragos entre los
enemigos…” /JOAQUÍN BLAKE
Atenea · Número 45
P E R S O N A J E
Escudo de los Del Barco
en su casa familiar de
Vizcaya: de oro, diez
panelas de sinople, o verde.
Abajo, la iglesia de Santa
María de la Asunción,
lugar del enterramiento
de Del Barco.
marqués de Portago. Pertenecía a aquel
ejército gallego que, con más entusiasmo
que medios, acudió a luchar a Castilla al
mando del general Blake, y que, por su
aspecto “…más parecían ir a la siega de
los campos castellanos que a la guerra”.
En su bautismo de fuego, el 14 de julio
de 1808, en la dolorosa derrota de Medina
de Rioseco (Valladolid), la batería de Diego
combatió valerosamente en solitario, desplegada en el flanco y en primera línea del
ala izquierda, quedando a su retaguardia
todo el ejército castellano del general Cuesta. Allí recibió el embate de la división francesa de los “veteranos viejos” de las fuerzas
de elite del general Moutón, así como de
los húsares y cazadores de la caballería de
Lassalle, de los granaderos de la Brigada
Ligera de Sabatier y hasta de la Guardia Imperial, que venía en reserva.
El 19 de julio de 1808, a los pocos días
de Rioseco, ocurrió la batalla de Bailén,
un gran acierto de Castaños y, ante la sorpresa de toda Europa, un invicto cuerpo
de ejército francés resultó derrotado por
primera vez en batalla campal, y lo fue
por un ejército enteramente español.
Esta victoria, al originar el retroceso de
todos los cuerpos de ejército franceses
hasta la línea del río Ebro, dio un respiro
a las fuerzas de Blake para reorganizarse
y avanzar hasta conquistar por dos veces
Bilbao, si bien a costa de mucha sangre
del Ejército gallego.
Luego vendría la segunda invasión francesa, esta vez con Napoleón al frente (ver
el artículo de ATENEA nº 2), lo que supuso
un sacrificio para aquel ejército, ahora llamado de la Izquierda, combatiendo una y
otra vez en Zornoza, Güeñes, Valmaseda y
Espinosa de los Monteros, para retardar la
avalancha de hasta tres cuerpos de ejército
franceses, sin rendirse jamás, hasta volver
a las montañas del sur de Orense, diezmados, hambrientos y enfermos.
La batería de Diego dejó en Castilla
un testimonio de pundonor y sacrificio.
Renaciendo de sus cenizas, y formando
parte de las fuerzas del brigadier Martín
de la Carrera con las que el marqués de
La Romana apoyó el levantamiento de
los aldeanos gallegos, Diego mandó una
batería que participó de las victorias sobre las tropas napoleónicas del mariscal
Ney en Santiago de Compostela y Puente
Sampayo (Pontevedra), hasta expulsar a
los franceses de Galicia en junio de 1809.
Allí obtuvo el grado de teniente coronel
y una medalla de distinción.
HERIDAS, CAPTURAS Y FUGAS
FOTO: JAUME MENESES
FOTO: ARCHIVO DEL AUTOR
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Seguirían cinco años de continuas campañas con su artillería a caballo, por Benavente, Zamora, Medina y Alba de Tormes
(1810), donde cayó herido y hecho prisionero, haciéndose notar por su bravura y
serenidad. Tras fugarse, seguiría combatiendo por Extremadura, Canta el Gallo y
Fuente de Cantos (1810), Sagunto (1811),
donde volvería a caer prisionero y, tras fugarse de nuevo, fue a Cádiz y combatió en
Chiclana. Era por entonces el sargento mayor (equivalente a comandante) de la Brigada de Artillería a Caballo Maniobrera y,
por los méritos de guerra en esta acción, sería ascendido posteriormente a brigadier.
En 1812 mandó la artillería en el sitio
y reconquista de Astorga (León) y, en oc-
FOTO: WWW.LAREDO.ES
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A la izquierda, vista de
Rastrillar de Laredo,
con el fuerte en lo alto.
Abajo, figura de
un artillero del 4º
Regimiento elaborada
por Miguel Galeote.
tal, ajena a su sacrificio, celebraba con
júbilo y salvas la victoria final.
INGLESES SÍ, ESPAÑOLES NO
Para mayor agravio, el olvido perduró durante casi doscientos años, mientras la ciudad rindió homenaje permanente, en su
más romántico jardín, a un extranjero que
murió a sus puertas, en la batalla de Elviña,
cuando protegía el reembarque de sus tropas de las fuerzas del mariscal francés Soult.
La Coruña honró, desde entonces, la tumba
del general británico Sir John Moore, un
militar que rehuía el combate al principio
de la guerra, mientras se olvidó gravemente de su hijo Diego del Barco, que murió, de
forma muy similar, pero reconquistando
un preciado rincón de España, tras seis años
de sacrificios, batallas y penalidades.
La feliz iniciativa de la Asociación coruñesa de recreación histórica “The Royal
Green Jackets” y del Museo Militar coruñés,
dieron el fruto de que, desde el 30 de mayo
de 2008, una estatua del brigadier español
Diego del Barco y de la Zendeja presida
los jardines coruñeses de la que fuera Real
Maestranza de Artillería, hoy parque público y Rectorado de la Universidad. Muy
cerca, en el zaguán de dicho museo, otra
estatua suya recuerda permanentemente a
los visitantes, su hazaña y su sacrificio, en
representación de los cientos de miles de
beneméritos protagonistas civiles y militares, de una de las mayores epopeyas de la
historia militar española. FOTO: MUSEO MILITAR DE LA CORUÑA
tubre de 1813, ya como brigadier (o general de brigada actualmente), mandaba,
en la ofensiva final, la 3ª División del 4º
Ejército del teniente general Freire. Eran
más de mil hombres entre los voluntarios de León, los regimientos Asturias
y Oviedo, así como sus gallegos de los
regimientos Benavente y Ribeiro, junto
a un batallón de Marina. Los que, en el
paso del Bidasoa, Añoa y Azcaín, merecieron aquellas palabras de Wellington,
exaltando su valor, de que “…cualquiera
del 4º Ejército merecería, mejor que yo,
el bastón que empuño…imitad a los inimitables gallegos”.
Fue entonces cuando el general británico, al desprenderse de unidades españolas que le restaran protagonismo
en la victoria, designó a su división para
reconquistar las plazas de Santoña y Laredo (Cantabria) que, a punto de finalizar
la guerra, amenazaban con convertirse
en un segundo Gibraltar, al norte, esta
vez en manos francesas.
En la noche del 21 de febrero de 1814,
Diego cayó herido de un casco de granada en los combates contra el fuerte del
Rastrillar de Laredo, y moría cinco días
después en la cercana Colindres, viendo
que ya la guerra terminaba, como supremo sacrificio del soldado que lucha por
la paz que nunca podrá disfrutar. Allí
quedó para siempre, bajo el altar mayor
de la Iglesia de Santa María de la Asunción de Laredo, mientras su Coruña na-
Atenea
VALORACIONES DE
AMIGOS Y ENEMIGOS
“la artillería era lo
mejor que tenía el
Ejército español”. /THIERS
“[estaba] servida
perfectamente y con un
valor incomparable”.
/SCHEPELER
“Vemos con gran
frecuencia a los
artilleros clavados
o acuchillados a sus
piezas por las bayonetas
enemigas en medio
de una desbandada
general”. /CHARLES OMAN

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