A finales del decenio de los años sesenta, algunas

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A finales del decenio de los años sesenta, algunas
A finales del decenio de los años sesenta, algunas compañías aseguradoras y un reducido número de
corredurías, en este país, comenzaron a desarrollar una serie de tareas encaminadas a la identificación e
inspección de los riesgos cuya cobertura asumían o tramitaban respectivamente. Es preciso reconocer que
en aquellos tiempos, que comienzan a verse en la lejanía, estos trabajos cumplían una finalidad múltiple: en
primer lugar la obtención de datos que permitiesen una adecuada tarificación por parte del suscriptor del
ramo -fundamentalmente Incendios-; en segundo lugar la implementación de normas y recomendaciones
orientadas a mejorar tanto la seguridad como la siniestralidad y, finalmente, no se puede dejar en el olvido el
aspecto comercial que se brindaba a las empresas aseguradas o potencialmente asegurables, a través de
esta herramienta diferenciadora de servicios. Además, la rápida evolución de los seguros para empresas
multinacionales, favoreció decisivamente el desarrollo de las tareas apuntadas.
No obstante y de conformidad con uno de los tópicos que a fuerza de reiterarse se ha convertido en realidad
poco menos que indiscutible, el mundo del seguro atraviesa ciclos en los que se alternan los parámetros de
gestión de las aseguradoras y así, los tecnicismos quedaron relegados por una ola de comercialidad que
sólo la siniestralidad de fechas recientes ha debilitado, para dar importancia, de nuevo, a los trabajos citados
y no como disciplinas aisladas sino dentro del entorno enciclopédico de la “Gerencia de Riesgos”.
Parece indiscutible que la alternancia de los ciclos citados va produciendo un acercamiento paulatino de sus
tendencias, podría decirse que tanto la longitud como la amplitud de onda se reducen paulatinamente y así,
cabe esperar que un adecuado ensamble de los planteamientos técnicos y comerciales, sin posiciones
exclusivistas, produzca el deseable resultado de que la Gerencia de Riesgos sea uno de los elementos
fundamentales de la gestión empresarial en su contexto más amplio, dentro del cual el tratamiento de los
seguros será, únicamente, una de las parcelas que deberán ser tomadas en consideración.
La Gerencia de Riesgos, ese conjunto de múltiples disciplinas que abarcan planteamientos jurídicos,
normativos, técnicos, económicos, sociales, etc., parece que adquiere, por fin, su dimensión adecuada en
nuestra sociedad y deja de ser fruto de una serie reducida de iniciativas privadas, para constituirse como
elemento fundamental de la dirección de las empresas. No obstante, una vez reconocido lo anteriormente
expuesto, resultaría interesante conocer el punto del camino en el que se encuentran todas las personas
físicas o jurídicas afectadas por esta materia, en nuestro bendito país.
En el sentido citado, permítanme aludir a un interesantísimo artículo de Sydney Dekker, profesor de la
asignatura “Factores Humanos”, en el Instituto Linköping de Tecnología de Suecia, quien nos recuerda que
el primitivo concepto de riesgo y accidente, han sufrido una importante transformación con el transcurso de
los años. En principio el accidente, como manifestación del acaecimiento de un riesgo, era considerado una
mera coincidencia de circunstancias adversas en el tiempo y en el espacio, que se producían de forma
impredecible y fuera del control humano. Sin embargo, una larga serie de accidentes que han tenido lugar en
los últimos años han modificado las teorías de los expertos y así, en fechas recientes se comenzó a
considerar que, dejando aparte las catástrofes naturales, los accidentes no obedecen a insondables razones
estocásticas, sino al hecho de que en alguna forma, el ser humano no actuó como debería haber procedido.
Si a lo anterior se une la clasificación nacida a partir de finales de los años setenta, cuando Barry Turner
acuño la frase “desastres causados por el ser humano” (“man- made disasters”), en oposición a los ya
citados sucesos debidos a las fuerzas de la naturaleza, el conjunto de los accidentes y siniestros ha venido
clasificándose en estos dos grandes grupos y así, las más modernas teorías apuntan a que, salvo los
primeros, un accidente, lejos de ser fruto de desafortunadas casualidades, no pasa de ser el resultado de un
riesgo que no fue debidamente analizado, tratado y controlado, es decir, no fue adecuadamente
“gerenciado” y, consecuentemente, deberíamos considerarse que se aparta de los condicionantes
tradicionales para pasar a ser algo controlable y manejable.
A lo largo de unas interesantes disquisiciones, el autor rechaza, obviamente, una postura tan radical como
simplista en virtud de la cual los siniestros se producen por la simple razón de que algún operario cometió
una estupidez, o porque los directivos y consejeros no se comportaron de forma profesional al relegar e
incluso marginar los aspectos relativos a la seguridad, para llegar a la conclusión de que los accidentes
deberían ser considerados sucesos casi normales, cuando se trabaja sobre productos o con sistemas
productivos que cuentan con recursos cada vez más escasos y trabajan en condiciones de extrema
competitividad. Por lo tanto, los siniestros son la consecuencia que cabe esperar de personas absolutamente
normales haciendo sus tareas habituales de cada día, en organizaciones que operan con tecnologías que
suponen un cierto grado de riesgos.
Lo anteriormente expuesto muestra, a grandes rasgos, el desarrollo del pensamiento de los expertos sobre
la naturaleza del riesgo y la causa generadora de los accidentes, en otras palabras, como están
evolucionando los conceptos básicos de la Gerencia de Riesgos en un país tan desarrollado como Suecia.
Ahora es el momento de preguntarnos cuál es la posición en España y para ilustrar este aspecto,
permítanme exponerles unos ejemplos recientes de mis últimas actividades profesionales, bajo la afirmación
formal de que no intento, en modo alguno, presentarles bufonadas de un neorrealismo trasnochado ni
caricaturas cercanas a esperpentos valleinclanescos, sino realidades tragicómicas que, en mi modesta
opinión, pueden contradecir en algún punto las teorías de Sydney Dekker.
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En una industria químico-farmacéutica en la que se emplea un elevado número de sustancias en estado
líquido y algunas materias gaseosas, se hizo observar al Jefe de Planta la conveniencia de identificar las
tuberías que conducían los diferentes fluidos mediante anillos de colores y flechas que indicasen el
sentido de circulación de los productos, de conformidad con las normas aplicables al efecto. La
respuesta fue muy ilustrativa:
“Miren ustedes, eso ya me lo han dicho desde la central de ....... , pero tengo cosas más importantes
que hacer, que perder el tiempo atendiendo esas banalidades de cuatro desocupados que no tienen
otra cosa que hacer. Además, los que estamos en la fábrica conocemos perfectamente lo que hay en
las tuberías y a los que no trabajan aquí, no les tiene que importar lo más mínimo”.
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En otra fábrica, esta vez de bebidas con elevada graduación alcohólica, encontramos unos almacenes
de productos terminados que, en principio, parecían ser un modelo de instalaciones: las cajas con las
botellas se encontraban apiladas sobre tarimas, en isletas de superficies adecuadas respetando las
pertinentes distancias de separación entre las mismas, así como con las estructuras, paredes,
elementos manuales de protección contra incendios y, finalmente, hasta alturas moderadas que se
mantenían lejos de los falsos techos en los que se veían unas formidables instalaciones de rociadores
automáticos que, visiblemente, cumplían las exigencias de densidad de diseño para tal tipo de
almacenados.
Animados por lo observado hasta aquel momento se solicitó, entre otras cosas, visitar la sala de
bombas, realizar unas pruebas en la válvula de control e inspección, etc., y, sorprendentemente, se
nos replicó que había que solicitar permiso a la Dirección. Muy pronto se nos unió el Director Técnico
quien, en un alarde de campechanía y tras echar amistosamente su brazo por hombros ajenos, nos
comentó:
“Hace tres o cuatro años, en este mismo polígono industrial, se iba a procedes al derribo de una
empresa americana que tenía una instalación de esos rociadores y entonces, se nos ocurrió pedirles
que nos los facilitasen y después los atornillamos o los pegamos en el falso techo igual que los que
habíamos visto en los grandes hipermercados, pero la verdad es que no hay tuberías, ni bombas ni
nada de eso. Se lo comentamos a nuestro agente y le pareció muy bien pues según nos dijo, los de la
compañía nunca se enteraban de nada y, efectivamente, un par de meses más tarde se acercaron por
aquí, vieron los rociadores y se marcharon tan contentos que después de unas se manas nos notificaron
que nos aplicarían un descuento del 50% en la prima de los almacenes”.
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El tercer caso sucedió en una fábrica de transformadores eléctricos de gran potencia en una zona
bastante calurosa de España. En el curso de la visita de inspección se observó que algunos extintores
de nieve carbónica, es decir anhídrido carbónico que debido a la presión en que se encuentra confinado
sale proyectado a -45º C, aunque su función extintora es la sofocación por desplazamiento del oxígeno
del aire, se encontraban sin el oportuno precinto, pese a que las etiquetas mostraban haber sido
revisados recientemente y al ser probados se evidenció que se encontraban descargados. Nuevas
indagaciones nos trajeron al Jefe de Mantenimiento quien al vernos manipulando los extintores exclamó
entre risas:
“No se cansen, casi todos los de nieve están descargados, aquí está haciendo mucho calor y los
obreros los usan para enfriar las botellas de cerveza cuando se van a comer”.
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No puedo resistirme a la tentación de comentar ahora el siniestro de una factoría que disponía de unas
instalaciones automáticas de descarga de gases inertes. La mala fortuna quiso que se iniciase un conato
de incendio y entre las instrucciones automatizadas se encontraba el aviso inmediato al cuartel de
bomberos más próximo. Éstos acudieron prontamente pero acuciados por la urgencia y sin atender a
unas primeras observaciones penetraron violentamente en el local en que se había originado el incendio,
con las consecuencias que todos ustedes pueden imaginar, pese a que la dirección de la industria había
informado adecuadamente, tiempo atrás, acerca de los sistemas de extinción con que contaban, detalle
éste que paso inadvertido en el momento más decisivo.
Naturalmente, no caeré en el tremendo error de realizar una extrapolación de lo citado, que cabe
perfectamente en el terreno de lo que Sidnet Dekker considera superado, ni pretenderé generalizar sucesos,
pero no es menos cierto que casos como los relatados, vienen a ser termómetros que nos pueden ayudar a
identificar la importancia de una dolencia o, en nuestro caso, de unas deficiencias que se comprenden en el
contexto de la Gerencia de los Riesgos y nos permiten identificar el punto del camino en el que nos
encontramos y la distancia que aún nos queda por recorrer.
Es preciso reiterar ahora, tal vez como primer mensaje de este Foro Segurempresa, la decisiva importancia
de la Gerencia de Riesgos, en todas sus múltiples disciplinas, pero más importante es, incluso, la correcta
toma de conciencia de todas las partes implicadas en su desarrollo y esto, implica a gobernantes, juristas,
técnicos, economistas, sociólogos, empresas e individuos, si pretendemos salir del retraso que arrastramos
en comparación con otros países que, al parecer, hace tiempo superaron la fase en que nosotros nos
encontramos y ello no con mero ánimo de imitación o equiparación sino con la saludable finalidad de
construir una sociedad más segura.