El Reflejo en el Espejo

Transcripción

El Reflejo en el Espejo
EL REFLEJO EN EL ESPEJO
Seis Relatos Fantástico-Románticos Sutilmente Lésbicos
El Reflejo en el Espejo
El Reflejo en el Espejo
El Reflejo en el Espejo
Seis Relatos Fantástico-Románticos Sutilmente Lésbicos
Primera Revisión Aumentada
Arrio
San Salvador, Diciembre de 2012
Portada: Fragmento de imagen aparecida en el semanario Excélsior N° 19
de 1928
San Salvador, El Salvador.
Obra registrada bajo licencia Creative Commons,
Se permite su copia y distribución.
No se puede hacer uso comercial.
A la razón, de la sinrazón del amor, que gobierna en el corazón
¿Por qué, si pintan ciego al amor, sabe elegir tan extrañas sendas a su
albedrío?
Romeo
El corazón tiene razones que la razón no entiende.
Blaise Pascal
ÍNDICE
El Hechizo de una Estrella Fugaz
11
La Leyenda del Eclipse de Luna
53
El Regalo, un Cuento Mágico de Noche Buena
83
El Reflejo en el Espejo
139
La Hacienda
201
La Celebración del Yule
251
Referencias Bibliográficas
289
El Hechizo de una Estrella Fugaz.
La observación, de la bóveda celeste, que había hecho Marina
aquella noche en busca de estrellas fugaces, fue excelente,
logró ver varias de ellas con su telescopio, y otras, además, las
había atrapado en la memoria de su cámara digital. Sin
embargo, la diversión había terminado. Así que había
comenzado a guardar los bártulos que utilizaba siempre en sus
observaciones astronómicas: el telescopio, la cámara, una
brújula y otras menudencias; y las introdujo en el maletero del
coche, y se dispuso a hacer el viaje de regreso a su casa en la
ciudad. Era de madrugada, el reloj en el salpicadero del coche
marcaba poco más de las dos y media. Extrañamente, nadie
más había ido a observar aquel interesante fenómeno en
aquella explanada, tal como había ocurrido en otras ocasiones.
Y manejar por una carretera un tanto solitaria no era uno de
los pasatiempos favoritos de ella. Sin embargo, a la lluvia de
estrellas que se había producido aquella noche podría
calificársele de exuberante, no podía habérsela perdido. Es
decir, que el fenómeno compensaba el riesgo de un regreso
solitario a casa. Era luna nueva y había un cielo carente de
nubes, factores que habían favorecido la observación de aquel
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interesante fenómeno, pero no así el retorno a la ciudad. La
calle se presentaba oscura, no era una carretera principal, por
lo cual no había iluminación lateral, así que tuvo que accionar
el interruptor de las luces altas del coche, y emprender el viaje
confiando en que nada malo pasaría. Una vez en la calzada,
desde su puesto de conductora, lo único que lograba ver era
los rayos de los faroles del coche convergiendo, metros más
adelante, sobre el asfalto de la carretera. Tenía que recorrer
aproximadamente unos treinta kilómetros antes de llegar a las
afueras de la ciudad, de manera que trató de convencerse a sí
misma de que no había ningún motivo por el cual preocuparse,
y continuó la marcha.
Había recorrido, quizás, unos diez kilómetros, y su mente había
logrado enfocarse en otras cosas ajenas a aquel solitario viaje,
el cual había comenzado a tomar un cariz monótono. Pero, de
pronto, el cielo pareció iluminarse con cierto resplandor
argentino, como cuando la luna está en fase de llena y se
encuentra en el zenit del lugar. Aquella ignota luminiscencia
pareció, por un momento, aumentar todavía más su intensidad
y quedarse así. Las siluetas de los pinos que flanqueaban la
carretera tomaron una mejor definición, y la luz que
12
proyectaban los faros del coche sobre la carretera, pareció
mermar ante aquella suave y a la vez siniestra luminosidad.
A diferencia de lo que ocurre en las películas de alienígenas, el
motor del coche continuó funcionando perfectamente, pero en
la mente de Marina cabía la posibilidad de que aquello fuese un
fenómeno de tal naturaleza. Interrumpió la marcha e,
imprudentemente, salió del auto. Afuera todo estaba silente, las
siluetas de los árboles se movían perezosamente siguiendo la
dirección de una brisa ligera. Dirigió su vista hacia arriba, al
firmamento, tratando de localizar la causa de la extraña
luminosidad, pero parecía no tener un origen visible; además,
su campo de visión se encontraba bastante limitado por los
bosques de pinos y las montañas. Súbitamente, la bóveda
celeste pareció iluminarse todavía más, antecediendo el paso
de lo que pareció ser, en un principio, un meteorito
desplazándose un tanto lentamente por el firmamento. Aquel
objeto pasó apenas a unos cuantos metros por encima de la
cabeza de Marina, su apariencia era enorme pero insustancial,
parecía algo etéreo. Sin embargo, concluyó que si aquella cosa
impactaba contra la tierra, lo cual parecía iba a ocurrir
irremediablemente, se iba a producir una gran explosión y un
13
terremoto
de
magnitud
descomunal
al
menos
en
las
proximidades. Corrió a protegerse detrás del coche, aunque
eso, pensó, no serviría prácticamente de nada. Se acurrucó
junto al auto, cubrió los oídos con las palmas de sus manos y
cerró fuertemente los ojos, a la espera del terrible estruendo
que iba a producir aquella inminente colisión. Sin embargo,
parecía que el tiempo se dilataba demasiado, y que no se
producía ningún impacto. Abrió nuevamente los ojos, despacio,
como temiendo que de pronto ocurriese la detonación que
había estado aguardando. Poco a poco fue sintiendo más
confianza, se puso de pie y dirigió la mirada hacia donde
sospechaba que el objeto volante había tomado contacto con la
tierra. La luminosidad argentina había desaparecido, lo cual
hacía pensar que había sido generada por el extraño cuerpo
celeste que, unos momentos antes, había pasado volando casi
a ras de los árboles que allí se encontraban.
Ahora todo
parecía silente, no se escuchaba el más leve sonido de la
naturaleza. Dejó el coche donde lo había estacionado con las
luces encendidas y, atravesando la carretera, se encaminó
unos cuantos pasos en dirección hacia el lugar en
donde
suponía que debía de haber impactado el meteorito, o lo que
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sea que haya sido aquel extraño misil. Se quedó de pie
observando, pero aparentemente no había nada, al menos
nada que se pudiera apreciar desde donde ella se encontraba.
Por otra parte, si hubiese habido una explosión, lo más
probable
es
que
los
pinos
hubieran
ardido
casi
inmediatamente, y se hubiera desatado un incendio forestal
prácticamente incontrolable, pero nada de eso había ocurrido.
Todo estaba envuelto por la oscuridad, tranquilo, en calma.
Únicamente los faros de su coche proyectaban un par de rayos
de luz divergentes, a unos cuantos metros a lo largo de la
carretera que debería de seguir para llegar a la ciudad.
Inesperadamente, mientras ella de pie observaba intrigada,
aparentemente materializándose de la nada, una especie de
esfera sutilmente luminiscente la circundó completamente.
Unos días antes de la lluvia de estrellas
Un grupo de personas,
vestidos de manera informal, se
encontraba reunido en la sala de estar de una casa en las
afueras de la ciudad, aparentemente todos estaban hablando
animadamente acerca de un tema común. De pronto, uno de
ellos, el que parecía de más edad, de unos cuarenta y muchos
15
años, de barba y gruesos lentes, se incorporó de donde se
encontraba sentado y dirigió la palabra a todos los demás:
—Bien señores, creo que ya nos encontramos aquí los que
estamos involucrados en el experimento M. Antes que nada,
quiero darle las gracias a Julián por poner su casa a nuestra
disposición siempre que lo hemos necesitado. De sobra saben
ya todos que la universidad no era el lugar más adecuado para
estas reuniones, aunque más de alguna vez tuvimos que
hacerlas allí, con el temor de que alguien pudiera descubrir la
naturaleza del experimento que planeamos desarrollar, lo más
probable es que nos hubieran echado del departamento de
física y de la universidad misma. Confío en que todos
habremos de guardar un total silencio sobre este proyecto.
No debemos olvidar la razón por la cual se va a llevar a cabo
este experimento. Es nuestra amiga Nadine, a quien ya todos
conocemos, que nos ha pedido ayuda para la realización de un
ritual mágico. Ya les he explicado anteriormente que Nadine,
como estudiante de posgrado en historia, se ha estado
especializando, precisamente, en la realización de ritos
esotéricos de los pueblos antiguos, y ha llegado a concluir que
no eran simples supercherías, sino que tales ceremonias
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podían tener una acción real
sobre objetos y personas.
Recordemos aquí las palabras de Albert Einstein: "Los antiguos
humanos sabían algo que nosotros parecemos haber olvidado".
El caso es que, con la realización de este experimento,
tendremos la oportunidad de comprobar científicamente si en la
magia había generación de campos electromagnéticos, y de
qué magnitud era su intensidad. Aun cuando, prácticamente ya
se ha mencionado, el objetivo de este experimento es enviar
una carga energética positiva a una amiga de Nadine, la cual
atraviesa por un periodo de gran inseguridad. Sin embargo, es
ella la que ha de decidir cómo utilizará esta energía que le será
enviada.
—Nadine…
—¿Sí?
—¿Crees haber logrado convencer a tu amiga de que haga
todo lo que necesitamos para el desarrollo del experimento?
—Sí. Ya me ha confirmado también que va a asistir a la
explanada a observar la lluvia de estrellas. Esto es importante,
ya que para lograr un mejor resultado, debería estar cerca de
donde vamos a efectuar el ritual en el cual se va a conjurar la
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energía que le va a ser enviada. Y mejor, aún, si ella se
encuentra gustando de los hermosos espectáculos de la
naturaleza.
—Habría que convencerla también de que se regrese por
último de la explanada, de tal manera que haga sola el
recorrido de regreso a su casa.
—Ese no es problema. Además, he estado preguntando por allí
a los alumnos de la escuela de astronomía si ellos van a ir a
presenciar el fenómeno, pero al parecer no están muy
entusiasmados, creen que no vale la pena el desvelo. Ninguno,
de todos a los que les he preguntado, va a ir a presenciarlo, o
al menos eso me han dicho. Parece que este evento no tendrá
mucha trascendencia.
—De ti dependemos para la parte crucial del experimento el día
de la lluvia de estrellas, pues sólo tú conoces el ritual que debe
hacerse.
—De acuerdo; sin embargo, me gustaría que hiciéramos un
ensayo el día anterior.
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—Me parece conveniente, aunque estoy bastante seguro de
que todos sabemos lo que tenemos que hacer el día del
experimento. Si alguien se enferma o, por alguna otra razón
ineludible no puede asistir, es necesario que avise para tomar
las
medidas
necesarias.
Excepto
tú
Nadine,
tú
eres
insustituible. Si por alguna razón no pudieras presentarte,
tendríamos necesariamente que postergar la fecha del
experimento.
—No creo que eso vaya a ocurrir.
—Confío en que así será.
Aquella extraña reunión se dio por terminada, cada quien se
fue por su lado sin hacer mayores comentarios. Únicamente
Nadine y el doctor Jiménez se quedaron todavía conversando
un rato más.
—Mañana, al terminar las clases, vamos a ir con mi amiga a un
restaurante, y después, probablemente vaya con ella hasta su
casa con el pretexto de estudiar. Voy a hablarle sobre las
antiguas creencias, y de cómo en ellas las estrellas guardaban
un lugar importante, creo que todo eso la va a terminar de
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entusiasmar para que acabe de decidirse a ir a observar el
fenómeno sideral de la lluvia de estrellas.
—Pero ella, según tú me has contado, es estudiante de
posgrado en astronomía, y tú de historia; no crees que tu
amiga pueda llegar a preguntarse por qué le estás hablando
tanto de esos temas histórico-esotéricos.
—Despreocúpese, doctor, de hecho estamos pensando, ella y
yo, en presentar una tesis conjunta de posgrado, no sé si nos
la van a admitir pero vamos a intentarlo. Como puede ver,
existe por mi parte un interés genuino en estudiar con ella los
temas necesarios para nuestra tesis.
—Vaya, eso suena interesante…
—Claro —interrumpió Nadine— Usted sabe, doctor, la bóveda
celeste y la magia, incluidos los cuerpos que se mueven en el
espacio, siempre han estado unidas. Ensamblar en un trabajo,
las creencias esotéricas ancestrales
y la astronomía, sería
realmente interesante.
—Bueno, esperemos que todo salga bien y podamos observar
los resultados del experimento.
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—Sí, yo también espero lo mismo —Concluyó Nadine y se
despidió de su interlocutor, el doctor Jiménez, jefe del
Departamento de Física de la universidad.
Enigmática, misteriosa y de exquisita venustez, Nadine era una
chica bastante reservada, poco amiga de gastarse el tiempo en
frivolidades. La Alumna más aventajada de posgrado en la
carrera de historia.
Día de la lluvia de estrellas por la noche
En un pequeño calvero del bosque, cercano a la explanada en
la que, cuando había fenómenos estelares interesantes, solían
reunirse estudiantes y gente particular a observarlos; se
encontraba un grupo de personas, unos instalando equipos
electrónicos y otros colocando sobre una roca grande, plana,
parecida a una mesa, algunos objetos antiguamente utilizados
para llevar a cabo rituales de magia. Entre los que formaban
ese grupo estaban: el doctor Jiménez, Nadine, y otras personas
del grupo que había estado reunido en casa de Julián. Uno de
los reunidos, utilizando unos prismáticos, se encontraba
vigilando con alguna dificultad, y a intervalos regulares, la
explanada-observatorio. Los equipos electrónicos, entre los
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cuales habían varios medidores de intensidad de campo
electromagnético, estaban ya instalados y listos para ser
utilizados. Detrás de unos árboles, uno de los del grupo tenía
montados sobre una mesa tres osciloscopios, un par de
ordenadores y otra parafernalia electrónica. Entanto que Julián,
el doctor Jiménez, Nadine y otro más del grupo, se
encontraban vistiendo túnicas con capucha,
y estaban
sentados sobre sendas piedras y parecían estar ultimando
detalles con relación al experimento que estaban por realizar.
De pronto, el tipo de los prismáticos, dio la alerta de que
alguien estaba llegando a la explanada, luego confirmó que era
la persona que ellos esperaban. Los cuatro de las túnicas
simplemente asintieron y continuaron ultimando detalles. Poco
después cada uno buscó tranquilizar los nervios y se fue a
buscar un sitio en el cual poder reflexionar sobre lo que iban a
hacer. Cerca de la una y media de la mañana, tal como lo
había anunciado un medio informativo, el espectáculo de las
estrellas pareció haber terminado. Los reunidos en el calvero
calcularon que tendrían una hora, poco más o menos, para
realizar la primera parte del experimento M. La segunda sería
la comprobación de los resultados.
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Cada uno de los implicados en aquel insólito experimento
ocupó la ubicación que le correspondía. El de los prismáticos
continuó vigilando a la persona que se encontraba en la
explanada, que no era otra más que la amiga de Nadine y, en
este caso, conejillo de indias de un experimento del que no
tenía ni idea de encontrarse participando. El encargado del
equipo electrónico se fue a la mesa donde estaban instalados
los equipos bajo su control, y los cuatro enfundados en sus
túnicas se dirigieron hacia la roca plana que les serviría como
mesa ritual. Iban a llevar a cabo un acto litúrgico mágico
ancestral. Encendieron unas velas, quemaron incienso y se
colocaron alrededor de la roca, la posición central la ocupaba
Nadine, quien procedió a quitarse la túnica que llevaba puesta
y quedarse desnuda, para estar más en contacto con las
energías de la naturaleza, únicamente mantuvo en el cuello
una cadenilla de oro con un dije de cuarzo color rosa. El ritual
había sido previamente estudiado bajo la dirección de ella, que
ahora desempeñaba el papel de la sacerdotisa, dirigiendo
aquella extraña celebración según la usanza ancestral descrita
en los antiguos libros. Era Nadine la que llevaba estudiando
desde hace tiempo los rituales mágicos de los pueblos y
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tiempos antiguos, que aseguraban que aquello que se pidiese
a través de ellos, sería concedido siempre y cuando se
realizasen teniendo en cuenta ciertos requisitos, que Nadine
creía haber descifrado a través de varios años de estudio. El
ritual fue llevado a cabo con gran precisión y, al final, los
participantes se unieron en un círculo, y cerrando los ojos
juntaron la energía generada como producto del ritual y la
enviaron hacia la amiga de Nadine. Cuando esta última fase
del ritual fue consumada, ella ya se encontraba en la carretera
camino a casa después de la observación de la lluvia de
estrellas. El encargado de los equipos electrónicos, en el sitio
en donde se había llevado a cabo el ritual, puso una cara de
sorpresa al ver en los monitores la enorme
intensidad del
campo que se había generado, acto seguido el cielo adquirió
cierta luminiscencia, producto de una especie de esfera
resplandeciente que parecía haberse generado de la nada
sobre los celebrantes del ritual, y que luego se dirigió hacia la
carretera que llevaba a la ciudad, por donde ahora se
desplazaba la chica que había estado observando la lluvia de
estrellas.
24
En casa de Marina, dos días después de la lluvia de estrellas
—¿Cómo te pareció la lluvia de estrellas? —preguntó Nadine
mientras ambas chicas se encontraban sentadas el sofá de la
sala de estar, aparentando no tener conocimiento de lo que
había ocurrido esa noche.
—Muy bien —respondió Marina visiblemente animada—. De
hecho logré fotografiar varias de ellas.
—Me parece excelente, a lo mejor podemos utilizar esas
fotografías en la tesis que pensamos hacer.
—Me parece posible…
—¿No regresaste muy tarde? —Preguntó Nadine intentando
que Marina le relatara algo de lo que le había ocurrido en su
viaje de regreso a la ciudad.
—¿Por qué lo preguntas?
—Simplemente quería saber si no habías tenido algún
contratiempo…
—Mmmm..
—¿Te molesta que te haga esa pregunta?
25
— No, pero…
—¿Pero…?
—¿Puedo confiar en ti?... es decir, si te cuento algo…
deschavetado, ¿no vas a pensar que estoy mal de la cabeza?
—No, definitivamente no… ¿Por qué?, ¿Qué es lo que ha
ocurrido?
—Bueno, sucedió que cuando venía de regreso para la ciudad,
después de observar la lluvia de estrellas…
Con un poco de dificultad, Marina le relató a Nadine todo lo
que le había ocurrido durante el viaje de regreso a su casa. Y
cómo, después de aquel suceso, se había sentido muy
animada, casi eufórica, con muchos deseos de ser ella misma.
Después del relato, Nadine permaneció callada, Marina no
sabía si su amiga había interpretado aquello como una locura o
si se lo había tomado en serio.
—¿Por qué no me dices algo?... Créeme, lo que te he relatado
parece una chifladura pero te aseguro que en realidad me
ocurrió —insistió Marina un poco apenada. Sin embargo,
Nadine todavía permaneció en silencio unos momentos.
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—Dime, si quieres, a qué te refieres cuando mencionas que
deseas ser tu misma —quiso saber Nadine rompiendo su
mutismo.
—Bueno…—respondió
Marina
con
la
duda
claramente
reflejada en su rostro—es algo que creo que no puedo
decirte… es que… no, realmente no puedo decírtelo…
Mostrando ternura en su rostro, Nadine tomo entonces la mano
de Marina.
—No, no te preocupes. No tienes que decirme nada.
—Créeme, quisiera decírtelo pero… es que es algo que
cualquiera calificaría de incorrecto… es… soy yo…
—No te apures, mejor cambiemos de conversación, si te
parece.
Marina únicamente se encogió de hombres como restándole
importancia a la propuesta de Nadine. Y esta continuó:
—¿Están tu padres en casa? —dijo soltando la mano de
Marina.
27
—No, están fuera del país. Ahora estoy sola… bueno, en
realidad en este momento estoy contigo —contestó Marina
esbozando una sonrisa.
—Yo también quisiera confesarte algo… —dudó Nadine.
—¿Confesarme…qué?
En el rostro de Marina se manifestó cierta expectación, ansiaba
saber qué era lo que quería confesarle su amiga. Pero esta se
sumergió nuevamente en el silencio.
—Vamos, no te apures, como tú acabas de decir, no tienes que
contarme nada. Mira, creo que me he comportado un tanto
maleducada…—dijo Marina tratando de cambiar el tema.
—¿Por qué?
—Porque no te he ofrecido nada, ¿Quisieras tomar un refresco
o algo de comer?
—Me parece que un refresco estaría bien…, gracias.
—Voy a traer dos, porque yo también deseo uno…
—Marina…
28
—¿Sí?
—¿Me permites pasar al cuarto de aseo?
—Claro que sí, está allí en el pasillo, enfrente.
—Gracias.
Marina fue hacia la cocina en busca de los refrescos de cola,
los destapó, tomó también una caja de galletas y, junto con los
refrescos, las llevó hasta la mesa de centro de la sala en que
se encontraba charlando con su amiga. Mientras destapaba la
caja, Nadine salió del cuarto de aseo y se colocó, un poco
alejada, frente a Marina, esta levantó la mirada y se quedó
atónita. Allí, de pie, mirándola con sus ojos de un café
cristalino, estaba Nadine totalmente desnuda, mostrando aquel
cuerpo casi perfecto, apenas trigueño, haciendo juego con su
cabello castaño.
—¡Qué haces! —Acertó a decir Marina visiblemente alterada—,
¿Por qué estás así?
—Cálmate por favor…
—¿Por qué haces eso? —Protestó nuevamente Marina.
29
—Por favor cálmate —Insistió Nadine—, Déjame preguntarte
algo.
Marina se calmó, y un poco confundida se acomodó en el sofá
en el cual ya estaba sentada.
—¿Qué cosa?
—Por favor, contéstame con total sinceridad…pero trata de
tranquilizarte, respira despacio, y contéstame lo que voy a
preguntarte… Por favor, tampoco me respondas a la ligera…
¿De acuerdo? También, si quieres que me vaya, dímelo y me
iré.
—De acuerdo.
—Mírame, mira mi cuerpo…¿Te sientes atraída por él?
Marina se quedó callada, tenía las mejillas sonrosadas y no
sabía que responder, y tampoco podía sostener la mirada en el
cuerpo de su amiga, sentía mucha pena.
—Vamos —dijo con dulzura Nadine—, no tengas pena,
simplemente mírame y dime si te atraigo, si te atrae mi
cuerpo…
30
Marina se movió hacia el borde del sofá y agachó la cabeza.
No sabía qué hacer. Mientras tanto, Nadine continuaba de pie
frente a ella esperando su respuesta. Entonces Marina tomó
impulso, se incorporó, rodeó la mesa en donde se encontraban
los refrescos y las galletas, y fue directamente hasta Nadine, la
abrazó y la besó en la boca. Aquel gesto fue correspondido
inmediatamente con creces por parte de Nadine. Algunas
lágrimas salieron de los ojos de ambas. Luego Marina fue
ayudada por su amiga a desnudarse, después la tomó de la
mano y la llevó hasta el sofá en donde habían estado sentadas.
—Ven, vamos al sofá.
Nadine se sentó primero en un extremo, recogiendo las piernas
por debajo de su cuerpo,
—Ven recuéstate en mi regazo, voy a contarte un cuento que
comienza así:
Marina obedeció a Nadine, apoyó la cabeza en el regazo de su
amiga, estiró las piernas sobre el cómodo y mullido sofá, y se
dispuso a escuchar la narración mientras era acariciada por su
compañera.
31
Del cuerpo de Nadine surgía una sutil fragancia que emanaba
tranquilidad.
— Il était une fois... Erase una vez… una princesa que quería
ser bruja... que vivía en un reino bastante lejano donde era muy
feliz. Su padre, que era el rey, deseaba que su princesita se
preparase, para llegar a ser un día la digna esposa de de algún
príncipe de los que pronto se presentarían a cortejarla. Pero
ella, cuando tuvo edad suficiente le dijo un día al rey:
—Padre mío, deseo que me concedas algo.
—¿Qué es lo que deseas, hija mía?
—Quiero, padre, dedicar mi vida a estudiar, a aprender…
—Claro hija, puedes ir por un tiempo a estudiar, a aprender
aquellas cosas que puedan ayudarte a ser digna esposa…
—Padre mío —le interrumpió la hija—, quiero dedicar mi vida al
estudio de la naturaleza, no quiero ser la esposa de ningún
príncipe.
—Pero hija, la misión de la mujer está en dedicarse al hogar.
32
—Padre, te lo suplico, si de verdad quieres que sea feliz, como
tú a menudo dices, concédeme este deseo.
El rey, que no quería que su hija tuviera una vida
desventurada, no tuvo más remedio que conceder a su hija lo
que le pedía.
—Dime, hija, qué es lo que quieres lograr con tu estudio.
La chica, que había leído muchos libros en la biblioteca del
castillo de su padre; libros sobre astrología, astronomía,
historia, magia, matemáticas. Le respondió:
—Quiero ser bruja, padre.
—Pero por qué quieres ser bruja… —le preguntó el padre
visiblemente alterado.
—Porque he leído en los libros que las brujas son unas mujeres
sabias, tienen conocimiento sobre muchas cosas. Y yo quiero
ser una de ellas.
—Pero las brujas son unas mujeres feas, no puedo imaginarte
a ti, la más bella princesa de mi reino y de los reinos vecinos,
convertida en una vieja narigona.
33
—Físicamente, padre, hay muchas brujas bonitas. Pero las
gentes envidiosas las ven feas porque sienten celos de su
conocimiento.
Y así, al fin, sin que el padre estuviera convencido de la
decisión que había tomado la princesa, la dejó partir. Y se fue
hacia Bucland una tierra donde podría estudiar tanto y tantas
cosas como quisiera. Al principio la princesa era feliz
estudiando todo lo que los grandes sabios autorizados le
señalaban. Pero pronto, como ella era curiosa y su sed de
conocimiento no se apagaba, encontró un buen día que había
otras
asuntos que aprender,
que
los grandes
sabios
tradicionales no admitían. Y la princesa, más temprano que
tarde, comenzó a estudiar todas aquellas interesantes
enseñanzas que recién había descubierto.
—Marinita, Marinita… ¿Te has quedado dormida? —preguntó
sonriente Nadine al mismo tiempo que se agachaba para
besarle los labios a su compañera.
—Perdona, Sí, Estaba comenzando a quedarme dormida…
pero te he escuchado todo, hasta donde la princesa comienza
34
a estudiar las enseñanzas no admitidas por los sabios. ¿Qué
hora es?
—Casi las siete de la noche…
—Vaya, si ya es tarde —comento Marina notablemente
relajada. Entre dormida y despierta buscó acomodarse
nuevamente en el regazo de Nadine.
—Sí, ya es tarde, debería vestirme y marcharme.
—¿Necesariamente tienes que irte?
—No, nada hay en este momento que me obligue a irme.
—Bien, entonces quédate, por favor.
—De acuerdo, me iré más tarde…
—No, quédate aquí conmigo, al menos esta noche —suplicó
Marina.
—Oye, no quiero causarte ningún problema…
—Descuida, no lo haces. Además, quiero que termines de
contarme el cuento.
—Te lo terminaré de contar mañana… ¿De acuerdo?
35
—Sí…, entonces, creo que deberíamos preparar algo para
cenar.
—Me parece buena idea, voy a ayudarte.
Las chicas se levantaron del sofá, fueron hasta la habitación de
Marina y se calzaron unas pantuflas. Después, en la cocina, se
colocaron unos mandiles y se prepararon una cena frugal.
Antes
de
irse
a
la
cama
estuvieron
jugueteando
y
acariciándose desnudas, sentadas en un sofá de balancín
ubicado en la terraza del jardín interior de la casa. Poco antes
de las once de la noche se fueron a la cama aunque, a decir
verdad, fue Nadine la que acostó a Marina y se quedó con ella
haciéndole algunos cariños hasta que se quedó dormida.
Entonces Nadine regresó al jardín, se colocó, así, desnuda,
frente a la fuente que se encontraba en el centro, y llevó a cabo
un ritual de agradecimiento a la Diosa. En el cielo la luna
estaba en su fase de creciente.
Las prisas de la mañana siguiente terminaron con la magia del
ensueño de la noche anterior, Nadine se levantó bastante
36
temprano, porque debía pasar a su apartamento a arreglarse
un poco para asistir a la universidad. De manera que salió muy
deprisa, apenas si tuvo tiempo de despedirse de Marina.
—Marina…
—¿Sí? —respondió la chica bastante adormilada y todavía
disfrutando de la calidez de su cama.
—Tengo que irme…
—¿Porqué? —Inquirió Marina—. Tú dijiste que ibas a terminar
de contarme el cuento.
—Sí, y te lo voy contar, realmente tengo que contártelo. ¿Qué
te parece si nos reunimos aquí en tu casa entre las cuatro y las
cinco de la tarde?
Marina hizo un mohín de protesta, pero aceptó la propuesta
con una condición:
—De acuerdo. Pero vas a quedarte aquí conmigo por la noche,
¿Sí?
—Sí, si tú quieres. Nos encontramos, entonces, por la tarde.
37
Nadine se agachó, apoyó las manos en la cama y le dio a
Marina un beso en la mejilla. Luego salió de la casa como una
exhalación. Durante el día, en la universidad, cada una estuvo
dedicada a sus cosas, y no pudieron compartir ningún
momento.
Continúa el relato del cuento
Poco después de las cuatro de la tarde, Nadine y Marina
estaban nuevamente juntas en la casa de esta última. Se
habían quedado sentadas sobre la alfombra de la sala de estar,
apoyando sus espaldas en el asiento del sofá, en el cual
Nadine había relatado la primera parte del cuento. Después de
una no muy prolongada sesión de mimos, Nadine continuó con
el relato:
—Dónde me había quedado… ah sí, estábamos en que la
princesa había comenzado a estudiar ciertas cosas que los
sabios ortodoxos no aprobaban, bien, el cuento sigue así:
La princesa estudiaba con ahínco aquellas ciencias tan
interesantes, pero había un problema: llevar a la práctica lo que
decían aquellos libros parecía fácil, pero no era así, había algo
que los libros no decían y que quizás era lo más importante. A
38
eso hubo que agregar ciertos contratiempos que perturbaron la
tranquilidad de la princesa: A Bucland también habían llegado
otros príncipes. Algunos, incluso, de lejanos reinos. Muchos de
los príncipes se fijaron en la belleza de la princesita y
comenzaron
a
cortejarla,
algunos
le
mostraban
sus
engalanados corceles de caras razas, que sus padres, los
reyes, les habían mandado domar para que los lucieran en
Buclan, como si se tratase de caballeros medievales en espera
de la justa anunciada por el soberano del lugar, para
conmemorar alguna gesta o, simplemente, para celebrar algún
acontecimiento en su reino. Pero a la princesita nada de eso la
deslumbraba. Su mente estaba tratando de descifrar qué era
aquello que los libros de las ciencias ocultas no revelaban. Un
día la princesa leyó, en un libro de lectura bastante ligera, una
frase que le llamó la atención, y se preguntó si realmente eso
sería cierto. La frase que había leído era: Si verdaderamente
deseas algo de corazón, el Universo se confabulará contigo
para que se haga realidad.
—Marina, Marinita, ¿te has dormido?
En ese momento Marina apartó su cabeza del hombro de
Nadine, donde la había tenido apoyada.
39
—No, estoy escuchando tu relato. Estoy comenzando a
descifrar lo que tú me quieres decir con él.
—¿De veras?
—Sí, creo que sí. Pero, ¿qué te parecería si nos vamos a
sentar a la terraza del jardín en el sofá de balancín?
—Me parece buena idea.
—Bien, pero antes pasemos a la cocina llevando unos
refrescos y algo de comer.
Cuando estuvieron acomodadas en el sofá del jardín, el relato
continuó su curso.
Un día, la princesita se enteró que también en Bucland había
brujos, pues uno de ellos, de alguna forma, se dio cuenta que
ella se interesaba por
la lectura de los libros que trataban
sobre la ciencia extraña. Y este brujo comenzó a ayudarle en
su búsqueda. Le enseñó muchas cosas. Entre ellas, que esa
ciencia a la que quería acceder se le conocía con el nombre de
ciencias ocultas. Pues hacia ya algún tiempo que unos magos
negros habían adquirido un gran poder, y trataban de dominar
40
a la gente a través del miedo. Esto seres malévolos
condenaban esas enseñanzas, pues no les convenían; y,
además, perseguían y destruían a quienes tenían algún
conocimiento acerca de ellas. Desde entonces se les llama
ciencias ocultas, pues aquellos que las conocían comenzaron a
esconder y a destruir muchos documentos escritos acerca de
ese conocimiento, para que los magos negros no se
apoderaran de ellos. Por esa razón, el conocimiento completo
de las ciencias ocultas no se encuentra totalmente en los libros,
y para acceder a ellos es necesario un maestro, alguien que
se haya mantenido en la tradición de tales ciencias. Sin
embargo, le dijo un día el brujo que le servía de guía, la ciencia
actual puede ser de gran ayuda en su comprensión.
—¿No te estoy aburriendo con mi relato?
—No, en absoluto. Por favor continúa, pues realmente me
tienes intrigada.
41
Después de dos años de estar recibiendo las enseñanzas del
brujo, una tarde la princesa le preguntó:
—¿Es cierto que si yo deseo algo vehementemente, el
Universo me ayudará a conseguirlo?
—Siempre hay que meditar bien para qué deseas algo. Las
cosas materiales no siempre convienen —y adelantándose a
los pensamientos de la princesa, el brujo agregó—: tampoco
puedes aprisionar a una persona. Sin embargo, puedes desear,
con todo tu corazón que alguien tenga buena salud, que tenga
el coraje suficiente para ir por la vida…en fin, cosas como esas.
No debes tratar de dominar sobre otras personas, por eso el
mundo de los humanos camina actualmente por unas sendas
tan tenebrosas y hay tanto miedo. Por otra parte, necesito
decirte que existe una ley que debe de tomarse en cuenta
cuando se solicita algo al universo: es la ley que algunos
llaman de la atracción. Esta ley quiere decir que si en tu
corazón hay odio, atraerás odio, si en tu corazón hay egoísmo,
atraerás egoísmo. No basta con decir que uno no odia o no es
egoísta; tiene que sentirlo en su corazón. Cuando pides algo
material odiando, y el Universo te lo concede, el resultado
puede ser negativo. Si tú deseas la compañía de una persona
42
durante tu vida, deberás presentarle tu petición al Universo,
acaso también darle algunas características; y luego dejar que
él resuelva. Si hay amor en tu corazón, el Universo pondrá
frente a ti a una persona que también sienta amor por ti. Pero
debes entender que esa persona no será tu prisionera, será
alguien, de entre todas las personas del Universo, que desee lo
mismo que tú has deseado, y será la mejor compañera que tú
pudieras haber escogido.
En estos años, te he enseñado a utilizar una herramienta
poderosa para lograr muchas cosas: los rituales, con ellos
puedes enviar energía a otras personas, tanto para hacerles un
bien como para dañarlas. Espero que nunca la utilices para
esta segunda opción. Pues lo que tú envíes retornará hacia ti.
La gente no cree esto, pero no tienes que hacer nada más que
ver el mundo para darte cuenta de que esa sentencia es una
realidad ineludible.
—Marina, creo que es mejor que continúe mañana con el
cuento, pues ya es de noche.
—Realmente quisiera que no te detuvieras, pero creo que
tienes razón.
43
—Recuerda que mañana es sábado, y que contaremos con
más tiempo.
—Sí, pero me agradaría más que lo comenzases a la misma
hora que lo has hecho estos días, no sé… pero me parece que
a esas horas hay cierta magia en el ambiente.
—De acuerdo, entonces por la mañana iré a la biblioteca de la
universidad a buscar unos libros.
—Yo tengo que ir al almacén a hacer unas compras, y después
voy a visitar un momento a mis abuelos. Creo que tú
regresarás primero a la casa, de manera que voy a darte una
llave para que puedas entrar. Puedes ir a mi habitación si
quieres recostarte o, si deseas comer algo, puedes tomarlo del
refrigerador… bueno, has de cuenta que estás en tu casa—
concluyó Marina.
—No sé realmente si voy a venir antes que tú, pues quiero ir a
mi apartamento a arreglar algunas cosas, y también a recoger
alguna ropa.
—Como quieras, pero igual, mejor llévate la llave por si vienes
antes.
44
Las chicas dejaron el sofá de balancín y se fueron a la
habitación de Marina. Después de los rituales de aseo
necesarios antes de irse a la cama, se desembarazaron de sus
ropas y se metieron desnudas bajo las sábanas. Luego, entre
mimos, caricias y jugueteos sexuales, poco a poco se quedaron
dormidas.
Sábado por la tarde, continuación del relato
Cuando Marina llegó a la casa se encontró con que Nadine
trajinaba en la cocina preparando algo de comer para ambas,
con la idea de consumirlo cuando continuara con el relato del
cuento. Cuando hubo terminado su tarea, no se fueron al
comedor sino a una mesa en el jardín, y allí comenzaron a
comer mientras Nadine continuaba su relato.
El brujo había adivinado que la princesa quería encontrar una
pareja que fuera sensible y cariñosa como ella, con la cual
pudiera compartir su vida. De manera que tomando en cuenta
lo que le había enseñado su maestro, decidió hacer su petición
al Universo y dejar que este actuara.
45
Ocurrió entonces un día, cuando la princesa iba hacia el
depósito de libros de Bucland, que saliendo de este lugar vio a
una chica, y algo le anunció en su interior que ese era el envío
que le hacía el Universo; estaba segura, su corazón no
albergaba duda alguna. La princesa volvió a encontrarse varias
veces con aquella chica hasta que, por circunstancias
ineludibles del destino, pudieron por fin conversar. Sin
embargo, la princesa pudo observar, a medida que se fueron
conociendo más, que aquella chica era un poco insegura, algo
tímida, le gustaba encerrase en su mundo. Y su mundo estaba
en las estrellas y en el resto de cuerpos celestes. La princesa,
entonces,
se
dio
cuenta
de
que
entre
ellas
se
complementaban, para una las estrellas eran parte de la magia,
y la otra vivía en ese mundo mágico que la hacía soñar. Cada
una se interesó en los estudios de la otra, y así surgió una gran
amistad entre ellas.
A Marina se le iluminaron los ojos con esta parte del relato, y
en sus labios se dibujó una ligera sonrisa que no pasó
desapercibida para Nadine. Tal parecía que sí, que el objetivo
del cuento se estaba realizando. Pero no sabía cuál iba a ser la
reacción de Marina, cuando le contara que la princesita había
46
utilizado a la chica en un experimento sin que esta se diera
cuenta.
La tarde iba cayendo y el ambiente se estaba poniendo un
tanto fresco, motivo por el cual Nadine quiso cambiar de sitio e
irse adentro de la casa.
—Marina, ¿te gustaría que nos fuésemos a la sala para
continuar con el relato?
—Vámonos, mejor, a la sala donde está el televisor, es más
pequeña y acogedora. ¿Qué te parece si nos quedamos
desnudas igual que el día en que me comenzaste a contar el
cuento?
—De acuerdo.
Cuando ya estuvieron acomodadas las chicas en el sofá de la
sala del televisor, Nadine reanudó su relato.
A pesar de que entre la princesa y su amiga existía un gran
entendimiento y un gran aprecio, la amiga no se atrevía a
aceptar, que lo que ella sentía por la princesa era un amor que
estaba por encima de lo que podía ser considerado normal en
47
una simple amistad. Lo cual era un problema, pues la princesa
tampoco podía declararle a ella abiertamente su amor. Fue
entonces que la princesa decidió pedirle ayuda a un aprendiz
de hechicero que había conocido, y que podía utilizar una serie
de aparatos de la ciencia moderna. Le pidió que le ayudara a
celebrar un ritual, con el objetivo de generar y enviar energía a
una amiga de ella, que la necesitaba para poder adquirir
confianza en sí misma. Era una buena causa, y el aprendiz de
hechicero acepto casi al momento, un poco por ayudar a la
princesa a hacer una buena obra, y otro porque de esa manera
tendría la posibilidad, prácticamente única, de comprobar con
sus equipos científicos si realmente existía esa energía. El
aprendiz de hechicero se puso en contacto con los brujos
menores de su coven, y juntos estuvieron de acuerdo en
prestarle sus servicios a la princesa. Ella se había convertido
ya en toda una brujita, y sería quien dirigiría toda aquella
operación, partiendo desde su preparación.
En este momento Nadine se quedó callada, nada más
acariciando delicadamente el torso desnudo de Marina, que
había recostado su cabeza sobre las piernas de su amiga.
48
—¿Por qué te detienes? —Preguntó Marina animando a su
compañera para que continuara el relato.
—Es que, me preguntaba si tú hubieras perdonado a la
princesa.
—Perdonarla, ¿de qué?, ¿Por qué?
—Lo sabrás ahora que continúe.
La princesa y todos los brujos se reunieron para decidir qué día
sería el mejor para enviarle la energía a su amiga. Entonces
alguien propuso un día en especial. Y todos los reunidos
estuvieron de acuerdo.
—¿Qué día fue ese que escogieron? —Quiso saber Marina con
visible ansiedad.
—Ahora lo sabrás.
Realmente se escogió una noche, una noche mágica, una
noche en la que habría una lluvia de estrellas.
Marina se quedó un tanto pensativa, todo aquello tenía cierta
semejanza con lo que ella había vivido.
49
Y se hizo así porque la princesa sabía de una creencia que
existe desde la remota antigüedad, según la cual, si se pide un
deseo cuando aparece una estrella fugaz en el firmamento, ese
deseo se hará realidad. Y ella quiso creerlo así, de tal manera
que, si era cierta la leyenda, la petición que estaba haciendo se
vería reforzada. Ahora bien, la princesa no le dijo a su amiga
que la estaba haciendo partícipe involuntaria de un suceso tan
trascendental.
—Pero eso —dijo Marina un tanto seria—, puede interpretarse
como un acto de egoísmo de la princesa, pues lo que quería
era que la amiga se rindiera ante ella.
Como quiera que fuese, la amiga de la princesa se fue por la
noche a una explanada en el bosque a observar la lluvia de
estrellas, y cuando iba de regreso hacia su casa, después de la
ocurrencia del fenómeno celeste, los brujos lanzaron el hechizo
que la envolvió en una esfera luminosa de energía pura, que
50
luego le hizo tener confianza en sí misma y así poder, al fin,
tener el coraje para aceptar ser como realmente ella era.
—¿Perdonarías a la princesa? —Preguntó, otra vez, Nadine.
Marina no dijo nada, levantó su cabeza de las piernas de
Nadine, se incorporó y se quedó sentada a la par de ella.
—Ahora entiendo por qué me diste todas esas lecturas sobre
temas esotéricos, tratando de convencerme de que nuestros
deseos pueden hacerse realidad, sobre todo cuando se trata
de cambiar algo en las personas, como las actitudes. Ya veo, el
cuento que me has relatado trata de ti y de mí, eso ya lo había
sospechado antes. Lo que no se me había pasado nunca por la
mente era que tú te habías entrometido en mi vida sin mi
permiso, siendo la causante de que en mí surgiera ese coraje
de decirme a mí misma: así soy yo.
Nadine se quedó callada, sintiéndose culpable de haber hecho
mal. Pero había sentido temor de que si le explicaba
previamente a su amiga lo que planeaba hacer, ella no lo
51
hubiese aceptado, y luego, cómo explicarle a Marina que ella
había detectado que ambas se atraían. En el fondo, Nadine
sabía que no había procedido del todo bien ocultándole lo de la
energía que le iba a ser enviada a través de un ritual pero, y
eso era muy importante, la energía que recibió Marina, pudo
haberla utilizado como ella quisiera, sin embargo optó por
aprovecharla para aceptarse tal como ella era en realidad.
«Creo —pensó entonces Nadine—, que nuestro paraíso ha
terminado», y acto seguido trató de incorporarse de donde
estaba sentada para marcharse.
—Hacia donde crees tú que vas —Le dijo Marina al mismo
tiempo que la agarraba del brazo impidiéndole que se
levantara—, el cuento todavía no ha terminado.
—¿Cómo?
—Te digo que el cuento todavía no ha terminado, y debes
quedarte hasta que esté concluido. Me toca a mí contar la
última parte—apuntó Marina, y comenzó a narrar:
52
Cuando la amiga de la princesa se encontraba en la explanada,
en medio del bosque, recordó que alguien le había mencionado
que si pedía un deseo cuando aparecía una estrella fugaz,
seguramente se cumpliría; y entonces, cuando la primera
estrella fugaz apareció dejando una breve estela luminosa
detrás de ella, su petición fue: Deseo que la princesita y yo
estemos siempre juntas a partir de este momento. Sin
embargo, el deseo no se hizo realidad en ese mismo instante,
sino hasta dos días después. Tal parece que aún el Universo
se toma su tiempo para conceder lo que se le solicita.
Nadine sonrió con visible alegría, luego se besaron tiernamente
en la boca y terminaron fusionándose en un cálido abrazo.
—¿Sabes qué? —Continuó Marina.
—¿Qué?
—Tú me hechizaste desde la primera vez que te vi.
—Sin embargo —dijo todavía Nadine, entre besos y mimos—,
aún falta algo para terminar el cuento.
53
—¿Qué cosa?... ah sí, ya sé…et ils vécurent
heureux… y
vivieron felices para siempre…
Epilogo
Unos días después Nadine se reunió con los físicos de la
universidad, y les aseguró que el experimento M había tenido
el resultado esperado. Sin embargo no pudo ser muy explícita
al exponer la manera en que lo había comprobado. Pero les
ofreció cooperar en otro proyecto que tuviera resultados más
fácilmente demostrables.
54
55
La Leyenda del Eclipse de Luna
Era la mañana de un maravilloso día de diciembre, el cielo
coloreado de un azul intenso llamaba a vivir. Estaba de
vacaciones por las fiestas de navidad, mi trabajo como
profesora auxiliar de Física en la universidad se reanudaría
hasta en el siguiente ciclo, en enero. En otras palabras, me
sentía libre. Me había levantado hacía una media hora y me
encontraba en la pequeña terraza de mi apartamento, vistiendo
únicamente mi albornoz y disfrutando de la vista de los jardines
del complejo habitacional. Sentía el inmenso deseo de
quedarme holgazaneando desnuda, quizás leyendo algún libro
dejando que el tiempo transcurriera sin preocuparme por ello.
Sin embargo, algo bullía en mi mente, algo que no alcanzaba a
definir. De pronto, como un destello, apareció un pensamiento
recordándome algo: «En este mes hay un suceso importante».
Con el vaso de jugo de naranja en mi mano, aun sin terminar,
me dirigí hasta el cuarto de estudio donde tenía un calendario,
busqué en él algo, alguna fecha en especial, pero no logré
observar nada que para mí tuviese alguna trascendencia. Era
Diciembre, estábamos a cuatro días de Noche Buena pero,
¡vaya!, para mí, desde hacía algunos años, eso no tenía la
57
menor importancia. Me quedé observando la hoja del
calendario con un poco más de detenimiento y… sí, «¡allí
estaba!» o, al menos eso pensé. Me senté frente al ordenador,
lo encendí y, cuando estuvo listo teclee en el buscador la frase:
eclipse lunar 2010. Obtuve una enorme lista de resultados,
entre ellos escogí uno y… ¡claro!, eso era. Era el día que,
desde hacía meses, esperaba para poder estrenar mi nuevo
telescopio refractor. «¡Cómo se me había podido olvidar!» Era
el día del último eclipse lunar del año. Y, por si fuera poco, el
fenómeno coincidía con la fecha del solsticio de invierno,
cuando ocurría la noche más larga del año. Interesante
coincidencia que no volvería a presentarse sino hasta en
diciembre de 2094, pero esta vez no será visible en América.
La idea de quedarme holgazaneando aquel día se fue por la
borda. Aquello revestía para mí una mayor importancia. De
manera que me deslicé rápidamente al baño, me di un veloz
duchazo, y luego comencé a embalar el telescopio para meterlo
en el coche. Saqué mi cámara digital, tomé varios pares de
baterías y dejé todo junto al telescopio. Me vestí con una
camisa tipo polo amarillo pastel y unos vaqueros azules
58
clásicos un poco gastados. En una maleta metí alguna ropa
extra, algunos accesorios para mi aseo personal y... casi se me
olvida; coloqué mi netbook en su mochila, la cargué a mi
espalda
y
junto
con
las
otras
cosas
bajé
hasta
el
estacionamiento para colocar todo en el maletero del coche.
Dejé todo allí;
regresé por el telescopio y lo coloqué en el
asiento trasero. Por fin todo estuvo listo, encendí el motor del
Peugeot 207 y me largué hacia la montaña. Si quería hacer
una observación que valiera la pena, y tomar buenas fotos del
eclipse, tendría que salir de la ciudad a un lugar en donde la
contaminación lumínica no afectase la tarea que me disponía
realizar. Sé que no hay muchas chicas que gusten de la
astronomía, pero para mí es el pasatiempo más apreciado.
Algunas de mis amigas dicen que a mis 28 años debería más
bien estar buscando algún chico y no constelaciones perdidas
en el cielo, que eso puedo dejarlo para después. Pero qué le
voy a hacer, creo que eso de la investigación lo traigo ya en la
sangre, por algo me gradué como física.
Llegué a mi destino después de casi tres horas de camino,
aproximadamente a las dos de la tarde; era una acogedora
59
posada en las montañas: “La Puerta de Arcadia”, un nombre
que hacía alusión a ese lugar mítico asociado a la Grecia
antigua donde reina la felicidad. Como era un día normal de
trabajo en la ciudad, la posada se encontraba vacía, a pesar de
la cercanía de las fiestas navideñas. Y los dueños, que eran
conocidos de mis padres, me recibieron con bastante obsequio.
Después de los saludos correspondientes y de una breve
charla, les expliqué que el motivo principal de mi viaje era
poder observar el eclipse lunar que ocurriría en la madrugada
del día siguiente, de manera que realmente sólo estaría una
noche, pues me regresaría a la ciudad después de haberme
recuperado del desvelo por la observación astronómica.
A eso de las tres y media de la tarde, tomé todos mis trastos y
me dirigí en el coche a una pintoresca explanada, parte de los
terrenos de la posada, limitada hacia el este por una pendiente
cubierta de pinares, a cuyo pie había una fuente de agua
natural que desembocaba en una especie de manantial de
agua cristalina, el cual los dueños habían adornado con
piedrecillas de colores en el fondo, y en el perímetro habían
colocado un par de bancas de cemento con respaldo,
sombreadas por unos sauces llorones que daban a aquel lugar
60
la sensación de placidez. A este sitio le habían bautizado con el
nombre de: “La Fuente de las Ninfas”. Estaba disfrutando del
ambiente de montaña mientras ubicaba el telescopio en una
posición adecuada
para la observación nocturna. Coloqué
también la cámara digital en un trípode, orientada en la misma
dirección que el telescopio. Por último instalé la mini tienda de
campaña auto-plegable. Iba a ser una jornada larga hasta la
madrugada.
Una vez terminada la rutina de colocación de los artefactos,
saqué un libro de mi mochila, me senté en una de las bancas
en el perímetro del manantial y me dispuse a leer, todavía
había suficiente luz solar como para dedicarme a aquella tarea.
Al poco de estar sumergida en el mundo de la lectura, alcancé
a escuchar unos pasos que avanzaban hacia mí, estrujando los
pedruscos de la vereda que llegaba de la explanada hasta la
fuente, era una chica. No había que hacer un esfuerzo muy
grande para darse cuenta que era una chica muy bonita. Vestía
una ropa bastante ligera, una especie de quitón de la antigua
Grecia, pero a mi parecer un poco más corto que lo usual,
apenas le cubría hasta la rodilla, dejando además desnuda la
61
pierna derecha con cada paso que daba. De tez blanca, con los
pómulos un tanto sonrosados y el cabello lacio castaño
agitándose suavemente con la brisa, la chica parecía muy
segura de sí misma. Semejaba una figura de la antigua Atenas.
Sus pies de piel clara, calzaban únicamente unas ligeras
sandalias de tiras doradas. Aquello era una escena totalmente
anacrónica. Me llamó también la atención que, aun cuando el
ambiente no era precisamente cálido, aquella chica anduviese
por allí tan ligera de ropas. Curiosa la mire a la cara y no desvié
la mirada hasta que estuvo frente a mí. Su saludo fue un
moderno: hola; y sin esperar ninguna respuesta continuó en un
tono muy agradable:
—¿Llevas mucho tiempo aquí?
—¿Perdón?
—¿Llevas mucho tiempo aquí leyendo?
—No… bueno… tal vez una hora… quizás un poco más —Dije
titubeando un poco. No tenía la más remota idea de quién
podría ser aquella chica. No parecía de por allí ni de los
alrededores. En la posada tampoco me habían mencionado
nada sobre algún otro huésped, realmente lo que me habían
62
dicho era que no había ninguno más por el momento, que
había varias reservaciones hechas pero para después de
Noche Buena, pues iba a ser un fin de semana largo.
—¿Sólo te vas a quedar esta noche, verdad?
—¿Cómo sabes que sólo me voy a quedar aquí esta noche?
—Sé muchas cosas…—dijo la chica tranquilamente, sin ningún
tipo de pretensión, y me sentí más intrigada.
—Vamos, ¿Me quieres tomar el pelo? —dije sonriendo un
poco.
—No, realmente no estoy haciéndote ninguna broma.
La chica continuaba de pie frente a mí sin parecer querer
sentarse, simplemente estaba enfrascada en aquella irregular
conversación conmigo. Por un momento pensé que quizás
estaba un tanto desequilibrada. Pero la situación todavía habría
de ponerse un poco más misteriosa.
—¿Sabes? —continuó.
—¿Qué?
—Deberías darle un vistazo a tu carta astral…
63
—¿Cómo?
—Eso,… que deberías darle un vistazo a tu carta astral, y
analizar la progresión de tu luna para la madrugada del día de
mañana. El eclipse de luna se llevará a cabo en el signo de
Géminis, en tu octava casa.
Dentro de mi cabeza aparecieron más interrogantes, cómo
sabía aquella chica que yo tenía conocimientos de astrología.
Aquello era extraño, muy extraño. Y, cómo sabía que mi carta
natal iba a presentar la configuración que me estaba
mencionando.
—Realmente me tienes intrigada…
—¿Por qué?... Ya te lo he dicho, sé muchas cosas, muchas
cosas sobre ti también… —acentuó la chica.
—No te entiendo, la verdad no entiendo nada. Apareces por
aquí, jamás en mi vida te había visto, de una sola vez
comienzas a decirme cosas que… bueno, no tendrías porqué
saber sobre mí. Y además, siento que me agrada conversar
contigo. A propósito, ni siquiera sé cómo te llamas pero,
seguramente tú sí sabes mi nombre.
64
—Tienes razón —afirmó sonriendo la chica, y continuó—: pero
no debes preocuparte.
—¿Puedo saberlo?
—¿Qué cosa?
—Tu nombre.
—Sí, no veo inconveniente.
—¿Entonces?...
La chica no dijo nada, aparentemente desinteresándose por mi
pregunta se dio la vuelta despacio para quedar frente al
manantial, como observando la tranquilidad de sus aguas y
dándome la espalda. Entonces tomé consciencia de que el
vestido —si así se le puede llamar— que llevaba, era de una
especie de cendal, bastante transparente, de tal manera que su
figura se traslucía a través de él. Ver aquel cuerpo tan delicado
y perfecto me turbó bastante. Sentí una especie de impulso
sensual de querer acariciarla, y me sentí confundida. Por
alguna razón tuve también la sensación de que la chica sabía
lo que estaba ocurriendo dentro de mí. De una forma delicada
se giró nuevamente para colocarse frente a mí.
65
—Eritia —dijo así sin más.
—¿Qué?
—Eritia, ese es mi nombre.
—Un poco extraño, no lo conocía.
—Sí, Melisa, es poco conocido. ¿Te llama mucho la atención
ver el eclipse?
Mi desconcierto creció aún más, sospechaba que sabía mi
nombre, pero el hecho de oírle pronunciarlo no dejó de
sorprenderme bastante.
—Sí, me gustaría verlo completo. Pues, como probablemente
tú ya también lo sabes, me considero aficionada a la
astronomía.
—¿Puedo contarte una leyenda relacionada con la diosa Luna?
—Claro —le respondí con cierto interés. Realmente quería
escuchar aquella historia que se disponía a
contarme la
misteriosa chica.
—Cuenta una leyenda —comenzó diciendo Eritia—, que en las
noches de eclipse lunar total, como el que quieres observar, la
66
diosa Luna se encuentra llena de brío y busca la compañía de
una ninfa para juguetear con ella sexualmente, para lo cual se
la lleva al Jardín de las Hespérides, el jardín del árbol de las
manzanas de oro. Se dice también que nadie que haya visto a
la diosa podrá resistirse a sus deseos de placer, pero sus
acciones son tiernas y delicadas, y conmueven las fibras más
internas, más ocultas de la delectación como nadie más puede
hacerlo. Pero ocurre que mientras la diosa se encuentra con la
ninfa en el jardín, gozando ambas de los placeres del amor, no
nos puede dar su luz. Y esa es la razón del eclipse, la fuga de
la diosa con su amante. Entre más a gusto se siente Selene
con la ninfa, más tiempo dura el eclipse. El eclipse de esta
fecha, como tú ya lo sabes, además de ser de larga duración
tiene una connotación muy especial, se produce el mismo día
del Solsticio de Invierno. Cuando esta situación se presenta, lo
cual ocurre con intervalos de muchos años, la diosa Luna,
según cuenta la leyenda, al salir de nuevo a iluminar la noche,
deja a su amante en el Jardín de las Hespérides, disfrutando
de los placeres que le pueden prodigar las ninfas del jardín,
mientras ella regresa a iluminar nuevamente la noche. Mientras
67
tanto, su amante permanece en compañía de las ninfas, hasta
que el sol comienza a hacer su aparición sobre la tierra.
—Es una bonita historia, pero cómo regresa la ninfa del jardín
de las Hespérides.
—Ah sí, la ninfa despierta en su lecho, o en el sitio en donde
fue requerida por la diosa para llevarla consigo.
Eran ya casi las cuatro y treinta minutos de la tarde, la
temperatura ambiente se había tornado más fría, y
el sol
comenzaba a declinar cuando Eritia me anunció que debía de
partir. Le ofrecí llevarla en el coche, pero de una manera
amable se rehusó; simplemente me dijo que no era necesario.
Me extrañó, sin embargo, que no regresó por el camino que iba
hacia la explanada, sino que lo hizo buscando los pinares, es
decir, en sentido contrario. Bella y misteriosa; así podría definir
a aquella chica. Por un breve momento distraje mi atención de
ella al alejarse y, cuando volví mi vista para seguirla ya no
estaba, parecía haber desaparecido entre los pinares. Sin
embargo, puse mi atención en lo que ella me había insistido
nuevamente antes de despedirse: que viera en mi carta natal la
progresión de la luna. De manera que caminé hasta el coche y
68
saqué mi netbook para trabajar con el programa de astrología
que tenía instalado en ella. Ciertamente, la posición de la luna
en el momento del eclipse coincidía con mi luna natal, una
coincidencia
un
tanto
peculiar.
Pero,
además,
aquella
configuración ocurría en la casa octava de mi tema natal, tal
como me lo había dicho Eritia. Después de estudiar por un
largo rato la carta, saqué en limpio algunas cosas: algo
relacionado con una cuestión sexual, que era tabú para mí,
ocurriría esa noche. Además, la probabilidad de que eso
sucediera se hacía mayor en el momento preciso de la
conjunción entre mi luna natal y la luna del eclipse. Aparecía
además algo que indicaba que tendría una experiencia
emocional con alguien del sexo femenino. Traté de darle una
interpretación diferente a las configuraciones que veía en la
pantalla de mi ordenador, pero me fue imposible llegar a otra
conclusión. Sin embargo, pensaba, era muy difícil que alguien
más, hombre o mujer, fuera tan aficionado a la astronomía, que
dejara su cálida habitación para pernoctar a una temperatura
por debajo de los 14° Celsius, sólo para ver un eclipse de Luna.
De manera que llegué a concluir que eso del encuentro con
69
alguien del sexo femenino era simplemente una interpretación
errónea de mi parte.
El sol se encontraba ya bastante bajo, casi palpando la línea
del horizonte, se ocultaba lentamente entre celajes naranja y
rosa. Pronto caería la noche y aparecería la Luna. Revisé
nuevamente la alineación del telescopio y luego fui al coche a
sacar unos binoculares para observarla a partir de su salida
detrás de las montañas. Saqué de mi mochila una linterna de
LED y la colgué afuera de la mini-tienda de campaña. Luego
me fui a sentar a una de las bancas frente al manantial para
tomar mi cena: un refresco de cola y dos sándwiches de atún.
Cuando terminé, el sol se había ocultado y las primeras
estrellas hacían ya su aparición. Me quedé observando la
bóveda celeste por un momento; después decidí tomar un
breve descanso, de manera que me encaminé hasta la tienda
de campaña y me recosté. Eran aproximadamente las 08:30 de
la noche cuando salí de la tienda y me puse nuevamente a
observar el cielo, era un cielo límpido, no había ni una sola
nube. La temperatura había descendido y tuve que abrigarme
bien. La Luna se encontraba a unos 40° de altitud e
70
impregnaba los alrededores con su luminosidad argéntea, se
encontraba casi en línea con Capela, Betelgeuse y Sirio. En
aquel momento
la bóveda
celeste
era todo
un
gran
espectáculo. Los pinos, por su parte, dejaban escapar sus
murmullos cuando la brisa se colaba entre sus ramas, y los
sauces danzaban cadentes con el viento que les acariciaba,
era un momento mágico, arrobador, extático. Habría que haber
estado allí para poder comprender lo que ahora estoy diciendo,
es una sensación exquisita que se cuela hasta el interior mismo
del ser. Después de ese instante sublime decidí descansar
durante un momento, pero esta vez me recosté sobre una de
las bancas frente al manantial y me quedé viendo hacia arriba,
un poco hacia el Este, observando las estrellas. Allí estaba el
cinturón de Orión: Alnitak, Alnilam, y Mintaka. También se veía
Rigel, Proción, Cástor y Pólux. Además podía construir en mi
mente las figuras de las constelaciones: Orión, el Can mayor, el
Can Menor, parte de Cáncer, la Liebre…
El eclipse estaba comenzando, la Luna, ubicada en la
constelación de
Géminis, comenzaba a obscurecerse en la
parte superior. Con el buscador del telescopio comencé a
71
ubicarla para luego observarla por el ocular. ¡Allí estaba,
inmensa, majestuosa!
Me quedé observándola, cautivada,
hechizada por el espectáculo, regulando la posición del objetivo
de tanto en tanto para no perderla; era un espectáculo singular.
Poco a poco, lentamente, se fue oscureciendo hasta que quedó
totalmente cubierta de una especie de pátina de coloración
rojiza opaca. En el preciso instante en que la luna pareció
quedar totalmente cubierta, una extraña luminosidad argentina,
semejando una esfera, comenzó a formarse como suspendida
a escasos centímetros sobre la superficie del manantial. Aquel
extraño fenómeno, lejos de causarme temor, me hacía sentir
impelida a quedarme allí a observarlo.
Después de un
momento, aquella forma luminosa pareció abrirse para dar
paso a una persona, la cual, al
igual que la luminosidad,
también estaba suspendida sobre la superficie del agua del
manantial. Era una imagen femenina. Por un momento pensé
que aquello se asemejaba a una experiencia mística pero no,
no era ese el caso. Al principio la imagen se miraba
resplandeciente pero, al salir de la esfera y acercarse a mí, su
aspecto dejó esa apariencia poco más o menos fantasmal,
para convertirse casi en una persona normal y corriente, digo
72
casi, y hago énfasis en esto, porque era una señora, una mujer
de belleza indescriptible, de exquisita venustez. Creo que si
Afrodita hubiera existido, su belleza hubiese quedado opacada
por la de esta mujer que ahora venía hacia mí. Aun cuando
vestía una túnica larga, similar a una gramalla de la Edad
Media, la cual parecía llevar con recato, al acercarse pude
darme cuenta de que no era tal la situación, pues la tela de la
cual estaba hecha aquella vestimenta, era la misma del vestido
que llevaba Eritia. Una tela casi transparente, que dejaba ver el
contorno perfecto de su cuerpo contra la luminosidad de aquel
extraño objeto del cual había salido. Esto me produjo una
situación similar a la que tuve cuando pude ver a trasluz el
cuerpo desnudo de Eritia; se apoderó de mí el deseo de sentir
su cuerpo con el mío, de acariciarlo de poseerlo o ser poseída.
Aquella sensación me turbó, pues no era para mí concebible
sentir deseo sexual por otra mujer. Fue entonces cuando
recordé lo que mi carta natal me anunciaba: una experiencia
emocional con alguien del sexo femenino. Si todo aquello que
estaba ocurriendo era real, la verdadera experiencia no se
había producido todavía, porque la conjunción entre la luna
73
eclipsada y mi luna natal todavía tendría que esperar algunas
horas. «Cómo sería entonces esa experiencia» pensé.
Cuando aquella mujer estuvo a escasos centímetros frente a
mí, me dijo suavemente, aunque no vi que moviera sus labios:
—Cierra tus ojos.
Y entonces colocó delicadamente sobre mi frente los dedos de
una de sus manos y, luego, apenas unos segundos después,
me dijo que los abriera. Aquello fue una gran sorpresa, una
sorpresa inefable. Ya no estaba donde estaba… quiero decir
que ya no me encontraba en La Fuente de las Ninfas, estaba
en un lugar distinto, completamente distinto, no sé dónde. Era
un paraje de indecible belleza, un sitio creado para deleite de
los sentidos. Había también en el ambiente algo indefinible,
una especie de melodía que acariciaba el oído;
también el
olfato percibía lo que parecía ser un delicado y agradable
aroma que acentuaba la sensación de bienestar. El panorama
que apreciaban los ojos inducía casi al éxtasis. El aire, tal vez
por efecto de la vegetación, parecía tener un sabor agradable
aunque, igual que todo lo demás, indescriptible con palabras.
No sentía el escozor del pasto en mis pies mientras
74
caminaba… Entonces tomé conciencia de algo en lo que no
había reparado: estaba desnuda, pero… por alguna razón no
sentía vergüenza, más bien me parecía que aquello era algo
natural, habitual. Pasaba por aquel paraje de gran hermosura
sin saber hacia dónde iba, pero sin inquietarme por ello. Y,
además, sin tener sensación alguna de fatiga. Desemboqué en
un claro de aquel hermoso y entre-soleado bosque, frente a mí,
a menos de unos cien metros, se perfilaba una edificación
similar a uno de esos templos griegos que aparecen en
algunas postales. Continué caminando, tratando de llegar hasta
allí, pero cuando estuve más cerca pude ver, entre unas
arboledas a los lados de aquel edificio, a varias chicas: unas
sentadas sobre el pasto apoyadas sus espaldas en algún árbol,
mientras otra u otras, acostadas, apoyaban sus cabezas sobre
las piernas de las primeras. Unas estaban semi-vestidas, otras
estaban completamente desnudas. Me llamó mucho la atención
que todas ellas lucían unos cuerpos magníficos. Unas de piel
blanca, otras trigueñas. Algunas se prodigaban entre ellas
caricias, besos y abrazos
de una ternura exquisita.
Las
demás besaban y acariciaban entre ellas sus partes íntimas;
todas parecían estar enamoradas unas de otras. Aquello, a
75
todas luces, era un paraíso de sutil erotismo. La violencia, la
prisa, la desesperación, no tenían cabida en aquel sitio; el
placer sexual entre las chicas, al parecer, podía mantenerse
tanto como ellas quisieran. El tiempo no era determinante. Casi
podría afirmar que allí, eso que llamamos tiempo y que parece
escurrirse como agua entre nuestras manos, simplemente no
existía. Todo permanecía en un eterno presente, el amor, el
placer.
Mientras mi mente cavilaba sobre todo eso, dos chicas con
unas túnicas brevísimas, de un lienzo muy ligero, salieron de
aquel templo a mi encuentro. Una de ellas era Eritia, la chica
que había estado conmigo unas horas antes en La Fuente de
las Ninfas; me saludó al igual que su compañera, y me llevaron
dentro de aquella edificación que yo creía era un templo. El
interior del edificio era de mármol blanco o, al menos, así me
pareció a mí. También sus columnas, el piso y las bóvedas
eran del mismo material. Las chicas me condujeron por unos
pasillos inimaginables desde fuera del edificio, Iluminados por
una luz aparentemente natural que llegaba de no sé dónde. En
ellos
había
unas
especies
de
camarines
abovedados
practicados en las paredes mismas, en los cuales se habían
76
colocado flores de colores blanco y violeta pálido. Todo dentro
de aquel lugar producía una sensación agradable, placentera.
No había nada en aquel sitio que produjese estímulos
desagradables.
Llegamos a un recinto en donde había algo así como una
alberca grande, el agua tenía la típica coloración azul celeste
pero, combinada con la ambientación del lugar, llamaba al
descanso. Las chicas me dejaron unos instantes parada frente
a la escalinata que descendía hacia dentro del agua, se
desplazaron hacia un lado, se despojaron de sus túnicas y las
dejaron caer sobre una banca de mármol, quedando ellas
totalmente desnudas. Nuevamente los deseos sexuales me
invadieron. Deseaba sentir los cuerpos de ellas, tocarlos,
acariciarlos, saborearlos. Era un deseo que pedía el deleite de
mis cinco sentidos. Eritia se colocó a mi lado derecho, mientras
su compañera lo hacía a mi lado izquierdo. Ambas me tomaron
de las manos y comenzamos a descender hacia adentro de
aquella alberca.
El agua nos cubría hasta unos cuantos centímetros por encima
de nuestras cinturas. Mis acompañantes, con la ayuda de unos
pequeños depósitos de no sé qué material, que flotaban en la
77
alberca, procedieron a derramar agua sobre mi cabeza
humedeciendo, con la ayuda de sus manos, mi cabello.
Después que todo mi cuerpo estuvo humedecido, me llevaron
de regreso a la escalinata, al peldaño más alto, y me senté allí,
dejando únicamente mis pies dentro del agua. Eritia y su
compañera tomaron de un depósito una especie de crema que,
creo yo, hacia las veces de jabón. Frotaron, con gran
delicadeza, todo mi cuerpo; incluyendo mis partes más
sensibles. Yo, simplemente, me dejaba hacer. Por momentos,
mientras hacían su tarea, sus senos quedaban frente a mi cara
y a veces su sexo. Sentía un deseo irrefrenable de acariciarlos,
besarlos. Pero algo dentro de mí me decía que debía de
abstenerme de hacerlo. Nunca antes había sentido deseo y
placer tan grandes. Vertieron agua nuevamente sobre mí
cuerpo al mismo tiempo que lo frotaban para quitar los residuos
de aquella crema y, después, me llevaron fuera de la alberca,
secaron mi cuerpo y me recostaron en un diván que se
encontraba a un lado. Allí me dieron un breve y suave masaje,
del cual no se libraron mis lugares íntimos.
Por último, me
vistieron con algo así como una bata, elaborada de una tela
que resultaba deliciosa al tacto. Nuevamente me dijeron que
78
me recostara en el diván y que descansara, pues pronto me
iban a llevar ante la presencia de Selene. Aquello me impactó y
alteró mi tranquilidad; Eritia entonces me dijo que no me
preocupara,
que
no
había
nada
por
lo
cual
debiera
sobresaltarme. Luego ambas chicas se dedicaron a acariciarme
durante un rato hasta que me tranquilicé. Me quedé allí, en
aquella paz, disfrutando el momento y recordando lo que había
interpretado de mi carta natal, todo parecía indicar que tendría
una experiencia sexual con una mujer. Lo extraño era que
ahora esa perspectiva no
me incomodaba. Me sentía
emocionada, expectante ante aquella nueva experiencia. Lo
que me anunciaban los astros se estaba cumpliendo al pie de
la letra.
—Vamos, Melisa, venimos para que nos acompañes a los
aposentos de la diosa Selene.
Tenía los ojos cerrados, disfrutaba de aquella paz en la que me
encontraba inmersa. Cuando Eritia y su compañera llegaron
por mí, me puse un poco tensa al escuchar lo que me dijo.
—No te preocupes, aquiétate, estás a punto de vivir los
momentos de mayor placer que hayas podido imaginar en tu
79
vida. La diosa está en estos momentos presta a recibirte. —
trató de tranquilizarme Eritia.
—Dime —empecé a tratar de entablar una conversación con
Eritia, para tranquilizarme un poco mientras caminábamos por
los pasillos hacia los aposentos de Selene —, cómo es que en
un momento me encontraba en La fuente de las Ninfas y, de
pronto, me encuentro aquí en…
–El Jardín de las Hespérides —Completó Eritia.
—¿De verdad estoy en ese lugar?
—Sí, pero no me preguntes cómo llegaste hasta aquí, como
mortal no lo entenderías. Tú fuiste ninfa una vez, Melisa, igual
que
nosotras;
pero
decidiste
permanecer
en
la
tierra
encarnándote como un ser humano común para ayudar a los
demás mortales, pero ellos no pueden entender eso, se han
cerrado a recibir cualquier ayuda celeste. La vida en ese
planeta es dura, difícil. Hay mucha perversidad y engaño. El
significado del placer se ha corrompido; y los humanos han
llegado al extremo de la perversión encontrando goce en la
violencia, en la destrucción; cuando realmente son conceptos
80
totalmente antagónicos, incompatibles. Pero los habitantes de
la tierra tienen la malévola capacidad de retorcerlo todo.
Me quedé un poco confundida con aquella afirmación de que
había sido una ninfa. No hice ningún comentario, sólo continué
conversando.
—Y tú, ¿por qué estás aquí?, Si las ninfas son seres que están
en la tierra.
—Todas las ninfas que estamos aquí, somos encargadas de
cuidar del jardín. Pero también, explicarte esto sería bastante
complicado.
Y así, casi sin darme cuenta, Eritia y yo llegamos hasta los
aposentos de Selene. Eritia me guió a través de una habitación
grande en donde había un jardín en medio del cual se
encontraba una cascada, que al caer se deslizaba suavemente
sobre unas rocas hasta llegar a un estanque de aguas
cristalinas. Alrededor del cual había algunas plantas hermosas
de apariencia tropical. Continuamos caminando, siguiendo el
perímetro del manantial hasta que encontramos a la diosa.
Apacible, contemplando aparentemente el agua que caía
envolviendo la roca, se encontraba Selene. Cuando se volvió
81
hacia nosotras y pude ver su rostro, vi la belleza convertida en
persona. De rostro sereno e inmensa dulzura, la diosa extendió
sus brazos y con sus manos tomó las mías. Entonces me dijo
algo más o menos así:
Ven pequeña ninfa,
ven a mis aposentos,
a mi oasis encantado,
fuente de delectación.
Ven a tomar un descanso,
ven a reponer las fuerzas,
que tu tarea en la tierra,
tan insolente ha mermado.
La voz de la diosa en sí era una verdadera caricia, quedé
como extasiada escuchándola. De la mano me llevó consigo
hacia el oasis encantado prometido. La tensión de mi interior
había desaparecido, y entonces recliné mi cabeza sobre los
senos de mi amante divina.
------------------------------------------------------------------------------------82
—No quisiera regresar a la tierra —susurré al oído de Eritia
mientras ella y su compañera me colmaban de besos y tiernos
mimos.
Me despertaron ambas con mucho cuidado y delicadeza. Me
habían encontrado en un estado de gran relajación, me sentía
feliz, realmente feliz, libre…, ahora estábamos las tres
descansando y acariciándonos; nos encontrábamos desnudas
en aquel hermoso jardín de las manzanas de los dioses.
EL eclipse sin duda había terminado, pero el recuerdo de mi
experiencia divina, permanecería en mí toda la vida. Ahora,
mientras me encontraba con Eritia y su ninfa compañera, aun
cuando la placidez que sentía con ellas junto a mí era inmensa,
no podía quitar de mi mente el deleite que me había prodigado
mi apasionada amante celeste. Lo que había leído en mi carta
astral, y lo que me había dicho Eritia en La Fuente de las
Ninfas, se había cumplido. Un tabú se había roto.
—Eritia…
—Dime…
83
—Cuando la diosa y tú me dicen que yo soy una ninfa, lo dicen
de verdad o únicamente para que me sienta halagada.
—La diosa no puede mentir. Aunque ahora eres mortal, sigues
siendo una ninfa. Cuando dejes ese cuerpo que ahora tienes
regresaras a tu realidad. La ninfa que realmente eres.
—¿Quién soy realmente?
—¿No te dice algo tu nombre?
—¿Melisa?
—Sí.
—¿Qué es lo que debería decirme que yo no lo sé?
—En realidad no lo recuerdas. Tú eres una Oréade, una ninfa
protectora de las montañas. Tal vez ahora comprendas por qué
en tu vida actual te agrada tanto visitar la montaña.
—Pero mi nombre, ¿Qué significa mi nombre?
—Melisa es miel, tú eres la ninfa que descubrió la miel en las
montañas. Eres dulce como ella.
Nos continuamos acariciando y besando, sintiendo nuestros
cuerpos, condescendiendo con nuestros deseos sensuales.
Mas el arrullo de los pájaros en aquel sublime jardín produjo en
84
mí un efecto calmante, y poco a poco comencé a quedarme
dormida teniendo mi cabeza apoyada en el regazo de Eritia.
-------------------------------------------------------------------------------------
Con el alegre canto de los pájaros, jugueteando entre los
sauces y los pinos; un sol radiante comenzaba a aparecer
entre las montañas, anunciando un nuevo y glorioso día. El
clima era bastante fresco y el paisaje soberbio.
Melisa, acostada todavía en una de las bancas de cemento de
La Fuente de las Ninfas, comenzaba a salir de su sueño,
todavía nombrando constelaciones en su mente: «…León,
León Mayor…» y escuchando el jolgorio de los pajarillos.
De pronto se despertó, casi violentamente, y una mezcla de
asombro y frustración se apoderó de ella. Trato de sentarse y
luego ponerse en pié, pero la pesadez del profundo descanso
la hizo tambalearse un poco. Las lágrimas casi afloraron a sus
ojos. «Cómo —pensó—cómo es posible que cayera dormida y
no haya podido ver el eclipse».
«Deseaba tanto hacerlo… y
he perdido la oportunidad, cuando esto vuelva a ocurrir ya no
85
voy a estar viva». Luego recordó a la chica con la que había
estado conversando un rato por la tarde allí en la fuente, y el
sueño, ese sueño que parecía tan real; la señora que había
aparecido dentro de una especie de esfera brillante. Pero…
todo había sido un sueño, simplemente un sueño. Y lo peor, ni
siquiera había podido tomar una tan sola foto del eclipse.
Apesadumbrada, frustrada, se dirigió entonces hasta donde
estaban montados en sus trípodes el telescopio y la cámara
digital, y en el telescopio encontró un fragmento de tela
transparente como cendal, enlazado a manera de una bufanda,
que en un extremo tenía delicadamente bordado el nombre:
Selene. Luego examinó la cámara digital y, esto era extraño,
las baterías nuevas se le habían agotado, y ella estaba
plenamente segura, de no haberla encendido. Entonces
desmontó la cámara, le extrajo la tarjetita SD de la memoria, y
se fue en busca de la Netbook para ver si había alguna foto en
el dispositivo. Y ¡Sorpresa! Había toda una secuencia de
imágenes del eclipse; las cuales, estaba segura, no había
tomado. Dentro de la mini tienda de campaña, viendo las fotos
del eclipse en la pantalla de la minicomputadora, y con la pieza
de tela en una de sus manos, comenzó a pensar que quizás no
86
había sido un sueño lo que había vivido. Entonces recordó las
palabras de Eritia:
«… la ninfa despierta en su lecho o en el sitio en donde fue
requerida por la diosa para llevarla consigo».
Otro día, estando ya Melisa de regreso en su apartamento,
comenzó a estudiar en el ordenador de pantalla grande de su
estudio, despacio, las fotos que estaban en el dispositivo de
memoria de la cámara, y en la última foto del eclipse completo,
sobre la pátina rojiza opaca de la luna pudo ver, aunque de
forma tenue, dos imágenes femeninas, una de ellas reclinando
su cabeza sobre el pecho de la otra.
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88
El Regalo, un Cuento Mágico de Nochebuena
Las vacaciones de fin de año habían llegado, pero Marcela
tendría que quedarse, no podría, debido a que sus padres se
encontraban de viaje, pasar la temporada de navidad y año
nuevo con ellos. Prácticamente se había quedado sola, las
pocas compañeras que venían de la misma ciudad que ella, ya
se habían marchado. Trató de convencerse a sí misma de que
aquello le vendría bien, pues tendría tiempo para estudiar y
preparase para el regreso a las clases. Pero aquella idea no
llegaba realmente a convencerla del todo. Iba muy bien en
todas sus materias, de manera que no necesitaba esforzarse
estudiando en aquel período de vacaciones. Para pasar el
tiempo comenzó a salir por las tardes y visitar algunos centros
comerciales, más que para efectuar compras, que bien hubiera
querido hacerlo, caminaba por los pasillos admirando los
arreglos navideños de los escaparates de los almacenes.
Cuando ya el día comenzaba a declinar se iba a algún
restaurante de comida rápida, pedía algo ligero y, mientras
comía, leía alguna novela con tema histórico para no sentirse
tan sola. Luego regresaba a su apartamento, encendía el
televisor de plasma que le habían regalado sus padres y,
89
después de eso, generalmente se iba a la cama y rápidamente
se quedaba dormida.
El calendario señalaba quince de Diciembre. Los días eran fríos
y de cielo despejado, esto le ayudaba mucho a Marcela en su
ánimo, pues cuando se levantaba por las mañanas se sentía
alegre, llena de vida. A tal grado que había decidido decorar un
poco su apartamento con algunos motivos alusivos a la época,
para lo cual había adquirido esferitas navideñas, flores de pino
y otros ornamentos propios de las festividades. También había
comprado un pequeño árbol de navidad de ramas blancas, al
que había decorado con diminutas luces y pequeñas esferas
doradas.
Aquel quince de diciembre por la tarde cambió su rutina, en
lugar de ir a caminar por alguno de los centros comerciales de
su predilección, decidió dar un paseo por el campus
universitario. Se vistió con unos vaqueros negros, unos zapatos
con cierre de cinta y, cubriendo una blusa tipo polo amarillo
pastel, se colocó un cálido suéter blanco de angora, sobre el
90
cual caía, como una cascada y haciendo contraste, su cabello
lacio negro,
Estuvo caminando un rato por los senderos que bordeaban los
jardines del campus, ahora en vacaciones prácticamente
desiertos. Muy de cuando en cuando se veía a alguien, tal vez
algún estudiante con problemas en alguna materia, que había
decidido ir a estudiar en la tranquilidad de aquel lugar.
Después de deambular por aquellos caminillos de concreto,
Marcela decidió ir a dar una vuelta por los soportales de los
edificios de algunas facultades. Comenzó a caminar por el
pórtico del edificio de historia, como disfrutando de la
experiencia de encontrar aquel sitio, generalmente bastante
concurrido, ahora silente. Mientras caminaba despacio por
aquel lugar, una estudiante, en apariencia, salió por el costado
del edificio y continuó caminando en dirección contraria a la de
ella. La chica, que venía abrigada al igual que Marcela,
caminaba lentamente, y cuando estuvo a la par suya le dirigió
una sonrisa, la que fue prontamente correspondida. Ambas
siguieron su camino. Marcela imaginó, por alguna razón
infundada, que a lo mejor aquella chica tampoco había podido
ir a pasar la navidad con sus padres o sus familiares. Aún peor,
91
pensó, quizás estaba viviendo en el edificio de la residencia
estudiantil y allí, la sensación de soledad debía de ser peor,
pues seguramente estaría ella sola entre aquella inmensidad
de habitaciones vacías. Cuando el frío arreció, poco antes de
las seis de la tarde, Marcela decidió volver a su apartamento,
no sin antes pasar comprando algo de comer para llevárselo, y
consumirlo mientras veía alguna película en la comodidad y
calidez de su vivienda.
Al día siguiente al despertarse, recordó un sueño que había
tenido por la noche que, aunque extraño, le pareció agradable.
En ese sueño, ella se encontraba de noche en un lugar
aparentemente nevado y al aire libre, El cielo se mostraba
imponente, perlado de estrellas, era una imagen maravillosa,
sosegada; dentro del sueño le pareció escuchar las notas de
algo así como un villancico. De pronto tomó consciencia de sí
misma, estaba desnuda y no parecía sentir frío, antes bien, se
sentía confortable. Luego se veía a sí misma en una cabaña, la
cual parecía estar iluminada por velas o, al menos, por un
resplandor que de alguna manera simulaba la luz apacible de
las velas. Dentro, había un hogar que caldeaba y hacía
92
agradable la estadía, había también sobre el piso, cerca del
hogar, un segmento del tronco de un árbol con algunos
ornamentos que parecían navideños, y también unas ramitas
de muérdago en la parte superior del marco de una puerta que
daba hacia el interior. Después de esto, nuevamente se
encontró fuera de la cabaña, y veía en el cielo una especie de
explosión insonora, produciendo una luminiscencia delimitada
por un pequeño círculo que quedaba como estático durante
largo rato; como si de pronto hubiese estallado una estrella, y
su resplandor hubiese quedado limitado a una pequeñísima
región del cielo visible.
Después que despertó, Marcela se quedó todavía un rato en la
cama, tratando de encontrarle una explicación rápida a aquel
extraño sueño, y la encontró: Había dormido desnuda,
utilizando la calefacción para mantener una temperatura
adecuada, eso explicaba al menos un par de situaciones de su
experiencia onírica; afuera, aunque no había estado nevando,
estaba haciendo bastante frío, eso explicaba una situación más
del sueño. Lo demás, pensó, aun cuando no parecía tener una
explicación inmediata, ya pronto la encontraría. Luego de estas
reflexiones se levantó, fue a la cocina a buscar algo que comer
93
en el refrigerador, pero sólo encontró unas botellitas de medio
litro de té helado, luego abrió las puertecillas de la pequeña
despensa y descubrió que todavía tenía unas galletas danesas
dentro de una caja metálica, decorada en la cubierta con un
bonito paisaje danés. Con este tesoro alimenticio entre sus
manos, y el libro que había comenzado a leer unos días antes,
se fue a sentar a su rústico sillón de lectura, pronto quedó
sumergida en aquel océano de letras, levantando de cuando en
cuando la vista para tomar una galleta y sorber un poco de té.
Cuando llegó la tarde, recordó a la estudiante que había visto
el día anterior en la universidad, sintió curiosidad de saber qué
estudiaba y, sobre todo, por qué se había quedado sin ir a su
casa para las fiestas navideñas, al menos eso era lo que creía
Marcela, aunque no estaba segura de que aquella chica no
fuera de por allí cerca. Pero igual, pensó, a lo mejor podrían
hacerse un poco de compañía en aquellos días en que se
encontraban solas, aunque sólo fuese para ir a algún
restaurante y charlar un poco sobre cualquier cosa.
Nuevamente, por la tarde, Marcela se abrigó y salió con rumbo
a la universidad, estuvo caminando por allí, fue hasta el edificio
donde se había encontrado el día anterior con la chica, pero
94
nada, no la pudo localizar. Cuando se disponía a salir de los
terrenos de la institución, sentada en una banca, en el límite de
un pequeño parterre, se encontraba la chica aparentemente
leyendo un libro que tenía entre sus manos. Marcela se acercó
hasta donde se encontraba, y trató de entablar conversación
con ella.
—Hola —dijo Marcela sonriente.
—Hola —Le respondió la chica devolviéndole la sonrisa.
—¿Estudias en la universidad?
—No exactamente. Únicamente vengo de vez en cuando.
En vano trató Marcela de ver qué libro leía aquella chica, pues
parecía estar cubierto con un material opaco que no permitía
ver el título.
—¿Vives por aquí cerca?
—Podría decirse que sí.
—Vaya, pareces todo un enigma. Por un momento pensé que a
lo mejor eras otra estudiante que no había podido ir a pasar las
95
festividades navideñas con sus padres, y que, tal vez,
pudiéramos habernos hecho compañía.
—No, realmente no. No me he quedado aquí sin poder ir donde
mis padres. Entiendo, sin embargo, por lo que me dices, que a
ti sí te ha ocurrido eso.
—Sí…
—Y buscas algo de compañía para esta vacación.
—Tengo que responderte sí, de nuevo.
—A lo mejor conoces en estos días a alguien con quien puedas
pasar una memorable festividad.
—Realmente eso sería más que un milagro, algo realmente
excepcional.
—Bueno, estamos en el periodo navideño, y hay quienes
aseguran que esta época es mágica, y a lo mejor tienen razón.
—Vaya, si eso fuera cierto…
—¿No crees que pudo haber existido una razón o un motivo
por el cual tú no pudiste estar con tus padres este fin de año?
96
—Pamplinas. Vale que tengo varios libros que leer. Creo que
serán mi única compañía durante este periodo de festividades
familiares.
—No son una mala compañía, pero creo que vas a encontrar a
otra persona con la que, a lo mejor, también puedas compartir
la lectura de tus libros.
—Vaya, realmente eres bastante optimista. Sin embargo, quién
sabe, a lo mejor tienes razón. ¿Vas a estar por aquí mañana?
—No, pero quiero proponerte algo, ¿Qué te parece si nos
encontramos aquí mismo el 24 de diciembre a eso de las…
cuatro de la tarde?
—Bueno, al menos…
—Al menos —le interrumpió la chica desconocida—, podremos
charlar aunque sea un momento, y para despedirnos podemos
desearnos una feliz navidad. ¿Te parece?
—No lo sé…
—Bien, como quieras, yo voy a estar aquí, como te dije, a eso
de las cuatro de la tarde, vosotras decidiréis si venís o no.
Aunque…os aseguro que os conviene venir.
97
—De acuerdo —concluyó Marcela sin prestarle atención a las
referencias en plural que hacía la chica, pensando que podría
tener algo de razón al decirle que seguramente le convendría
llegar, pues al menos tendría alguien con quien tener un
momento de conversación.
Después de aquella breve charla, la chica desconocida y
Marcela se despidieron, esta última se fue al supermercado a
comprar algunas cosas para rellenar su pequeña despensa, y
luego pasó por una hamburguesería a comprar algo ligero para
comer en la cena.
18 de Diciembre
Después de un día de quedarse leyendo y holgazaneando en
su apartamento, Marcela volvió a su rutina, por la tarde, al igual
que otras veces se fue de paseo a curiosear los escaparates
de un centro comercial. Caminando sin un rumbo específico
llegó hasta la vitrina de una joyería, y cuando estaba abstraída
98
viendo con curiosidad los artículos exhibidos, alguien atrajo su
atención:
—Oye…
Marcela no sabía si aquello iba con ella, de manera que volvió
dudosa la cara hasta ubicar quién era la persona que
supuestamente le llamaba: era una bonita chica que se
encontraba a la entrada de la joyería.
—¿Me hablas a mí…?
—Sí… —dijo la chica mientras le dedicaba una sonrisa que
hacía ver más atractivo su rostro.
Marcela se acercó un poco desconcertada hasta la puerta de la
joyería.
—¿Sí?
—Te he visto varias veces en la universidad… creo que
estudias…
—Historia —se le adelantó Marcela.
—Vaya, no estaba equivocada.
99
—Y tú, ¿También estás en la universidad?
—Sí, estudio diseño y decoración de interiores. Te he visto
pasar por aquí y detenerte en el escaparate desde hace varios
días.
—Sí, vengo a distraerme un rato por las tardes, es que…
bueno, no soy de aquí y resulta que no voy a poder ir a mi casa
en estas vacaciones.
—Vaya, vaya, qué casualidad.
—¿A ti también te ha pasado lo mismo?
—Sí… la única diferencia es que yo me vine a trabajar para no
tener que desfallecer de aburrimiento en este periodo y,
además, de paso gano algo de dinero.
—Me parece que has hecho muy bien.
—Perdona si no me he presentado, mi nombre es Evelyn.
—El mío, Marcela.
Las chicas se dieron la mano al mismo tiempo que se daban un
beso en las mejíllas.
100
—Marcela, qué te parece si me esperas un rato a que salga del
trabajo, y luego nos vamos a tomar un refresco… o, qué sé yo,
nos vamos a cenar.
—Me parece muy bien, te espero.
—Mira, voy a tardarme todavía casi una hora, si te parece que
tienes que esperarme mucho tiempo, tal vez sea mejor que
dejemos esto para mañana.
—No, no te preocupes, voy a ir por allí a seguir viendo vitrinas y
arreglos navideños, y dentro de una hora, voy a estar aquí de
vuelta.
Después de poco más del tiempo convenido, como dos viejas
amigas, Marcela y Evelyn caminaban tomadas del brazo por la
avenida a la salida del centro comercial,
el cielo estaba
despejado, el sol ya prácticamente se había ocultado, las luces
de la ciudad iluminaban ya las calles, y el frío, acompañado de
una brisa ligera, había aumentado un poco.
El Universo
parecía conspirar de forma sutil poniendo cierta nota romántica
en el ambiente. Entre tanto las chicas, tomadas del brazo,
apretujaban sus cuerpos, el uno contra el otro, con el pretexto
de regalarse un poco de calor.
101
Decidieron ir a cenar, y mientras aguardaban sentadas a que
les sirvieran, a pesar de acabar de conocerse, conversaron de
diferentes temas: de sus carreras, de películas, de las
peculiaridades de sus respectivas familias, de los libros que les
gustaba leer; en fin, parecían dos grandes amigas que habían
dejado de verse por un largo tiempo y ahora habían vuelto a
encontrarse. Descubrieron, también, que ambas venían del
mismo lugar, y que tenían gustos parecidos. Al final, cuando se
dieron cuenta de que ya era un poco tarde, quedaron en que
Marcela iba a ir a esperar nuevamente a Evelyn a la salida del
trabajo. Y así hicieron los días siguientes: Marcela iba a
esperar a Evelyn y luego iban a comer a algún restaurante.
Mientras tanto, la familiaridad entre ellas iba creciendo a pasos
acelerados.
21 de Diciembre a la salida del trabajo de Evelyn
—Evelyn, te propongo algo diferente para esta noche.
—¿Sí? ¿Qué cosa?
102
—Compremos comida para llevar, nos vamos a mi apartamento
y vemos allí una película en la pantalla de plasma.
Sin pensarlo dos veces, las chicas se fueron a un restaurante
de comida china, compraron lo que consideraron necesario y
se fueron al apartamento de Marcela.
—Oye, qué bonito el apartamento en que vives —dijo Evelyn al
nomás pasar por el umbral de la puerta del apartamento de
Marcela—, tal pareciera que eres tú la que estudia diseño y
decoración de interiores y no yo. Vaya, ¡Qué lindo, lo has
decorado con motivos navideños!
—Sí, me he tomado mi tiempo colocando los adornos, pero lo
que ocurre es que, a diferencia tuya, yo me quedo todos los día
holgazaneando aquí dentro. En cambio tú tienes que ir a
trabajar.
—Como pretexto a mí me queda muy bien.
Se acomodaron las dos en un pequeño sofá que tenía Marcela
en la salita de estar, colocaron los alimentos en una mesa
plegable portátil, y comenzaron a comer mientras veían una
película. Habían decidido ver un clásico: Lo que el Viento se
103
Llevó. A media película, dos horas después de haber
comenzado a verla, pusieron pausa y se prepararon unas
palomitas de maíz. Cuando el filme terminó ya pasaban las
once de la noche.
—Creo —dijo Marcela —, que sería conveniente que te
quedaras a dormir aquí, ya es muy noche y puede no ser
prudente andar por la calle a estas horas.
—Sí, tienes razón. ¿No te molesta que me quede aquí contigo?
—No, definitivamente que no.
—Creo que me puedo acomodar de alguna manera en el sofá
en el que vimos la película.
—No, no cabes en él. Vamos a dormir las dos en mi cama, hay
espacio suficiente. Además, ahora está muy limpia, pues recién
este día
he colocado la ropa de cama que trajeron de la
lavandería. También tengo frazadas extra para que te arropes
bien y no sientas frío.
Apagaron la luz, y aprovechando la oscuridad se quitaron la
ropa. Sin ponerse de acuerdo, ambas se quedaron únicamente
en bragas. Se coló cada una dentro de sus frazadas,
104
comenzaron a charlar un poco estando acostadas, pero el
sueño las venció y pronto se quedaron dormidas.
A la mañana siguiente, Evelyn se despertó antes que Marcela,
y lo primero que vio, cuando abrió los ojos, fue el rostro de su
amiga. Se quedó observándolo por un momento, luego sacó su
mano de entre las frazadas y, con cuidado, le retiró un mechón
de pelo que le cubría uno de los ojos, con el dorso de los
dedos de su mano izquierda le acarició delicadamente la mejía
derecha, e intentó después darle un beso, pero mejor se
contuvo, no sabía cuál podría ser la reacción de Marcela. Y no
deseaba que aquella amistad tan bonita que había surgido
entre ellas se fuera a terminar.
Cuando Evelyn le dio la
espalda a su amiga, para llegar hasta el borde de la cama y
levantarse, en el rostro de Marcela se dibujó una leve sonrisa.
Entre tanto, de espaldas a Marcela, Evelyn se colocaba el
sostén para luego continuar vistiéndose, cuando estuvo ya lista
para irse, se acercó a la cama donde estaba aparentemente
dormida su amiga, y le susurró al oído su nombre.
—Marcela.
—¿Sí?
105
—Ya me tengo que retirar.
—¿Tan temprano?
—Ya son las ocho, y tengo que ir a mi apartamento a bañarme
y cambiarme de ropa. ¿Te veo a las seis de la tarde, a la salida
de mi trabajo?
—De acuerdo, chao.
Cuando Evelyn ya se había marchado, la mente de Marcela
comenzó a fantasear, a soñar despierta: imaginaba que ella y
su amiga vivían juntas, que se amaban y disfrutaban
sexualmente una de la otra. Que por las noches, al acostarse,
se deleitaban acariciando y retozando con sus cuerpos
desnudos. Y así continuó, construyendo mil fantasías más, que
sólo una chica enamorada podía imaginar. Momentos después
se quedaba dormida nuevamente, soñando que hacía el amor
con su amiga en el paradisíaco oasis que acababa de crear
con su imaginación.
22 de Diciembre a la salida del trabajo de Evelyn
106
Para Marcela su amistad con Evelyn iba viento en popa, todo
marchaban muy bien. Sin embargo, esta vez cuando se
encontraron, Evelyn pareció u poco distante, a pesar de que en
la mañana todo parecía ir muy bien. Aun cuando siguieron la
misma rutina de todos los días, ella parecía no ser la misma, no
se tomaron de la mano al salir por la avenida, no apretujaron
sus cuerpos con el pretexto de sentir menos frío, y tampoco
hubo un mínimo comentario sobre la noche anterior. Cuando se
despidieron, Evelyn lo hizo de una manera bastante fría.
—Marcela —dijo Evelyn sin ninguna inflexión en la voz—,
Mañana mejor no vayas a esperarme a la salida del trabajo.
—Por qué…
—Mañana, la empresa va a darnos la cena de navidad y fin de
año, y no sé a qué horas va a terminar.
—Mmmm… Entiendo lo de la cena, es casi una tradición en
todas las empresas. Lo que no entiendo es tu comportamiento
tan frío de esta noche, no sé si es que he hecho algo que te ha
disgustado o… no sé. ¿Por qué, mejor, no me dices lo que te
ocurre?
107
—Nada, no me ocurre nada, no me pasa nada.
—Vaya. Entonces debes estar molesta porque nada te ocurre.
Dime, ¿y el 24 de diciembre?, ¿vas a permitir, al menos, que
nos deseemos una feliz noche buena?
—No sé…
—Vaya —la interrumpió Marcela un poco a disgusto —No lo
entiendo, no entiendo porqué estás molesta conmigo.
—No estoy molesta contigo ni con nadie… es que…
—Es que, ¿qué?
—Es que no creo que lo comprendas…
—Tienes razón, hay muchas cosas que no comprendo de ti…
pero bueno, el 24 de diciembre por la tarde quedé de reunirme
a charlar un momento con una chica que conocí en la
universidad, quiero pedirte que me acompañes, claro, si no te
causo ningún inconveniente —dijo Marcela con alguna
dificultad y cierta ironía.
—¿Para qué deseas que te acompañe?
108
— Pues… simplemente pienso que no nos haría nada mal
charlar un momento con alguien más en un día como ese, y
luego, quizás después de comer algo en algún restaurante,
podamos por lo menos desearnos feliz noche buena y ya, cada
quien para su casa. Para mí sería como una pequeña
celebración informal. Ahora bien, si tú ya tienes alguien con
quien celebrar esta fecha pues…, me alegra que así sea, me
agrada por ti, porque te vas sentir bien estando acompañada,
pero por favor, no me hagas sentir mal. No sé por qué te estás
comportando así conmigo.
Evelyn bajó un poco la cabeza y luego continuó:
—Voy a acompañarte el 24 por la tarde para reunirnos con la
chica que conociste y…, discúlpame por haberte hecho sentir
mal. Sin embargo mañana a la salida del trabajo…
—Sí, ya sé, ya me lo has dicho, tienes la celebración de la
empresa donde estás trabajando. Descuida, no puedo ir a
esperarte aunque quisiera, pues no sé en qué lugar va a ser la
cena.
109
Aun cuando las chicas continuaron juntas caminando hasta
llegar al apartamento de Marcela, en donde se despidieron de
una forma más bien incómoda, no hubo entre ellas la más leve
demostración de cariño.
Esa noche Marcela se fue a la cama un poco desconcertada.
Llevando en su interior una sensación profunda de desazón. Al
final cayó en un profundo pero inquieto sueño.
Cuando se despertó se sintió abrumada, El día había
despuntado un poco nublado, y eso no le ayudó mucho a sus
ánimos, Lo que había ocurrido con Evelyn estaba aun fresco en
su mente. Recordó lo de la cita con la chica de la universidad y
comenzó a maquinar en su mente la posibilidad de no asistir a
ella. Pero pensó que a lo mejor el cambio de impresiones con
aquella extraña pudiera cambiar el panorama de su día; de
manera que al final concluyó que se reuniría con la chica
misteriosa, aun cuando Evelyn no fuera con ella, y pensó que
quizás sería mejor, incluso, que ella no fuera. Pero no podría
evitarlo si después de todo ella deseaba acompañarla. Marcela
no podía explicarse el comportamiento de su amiga, un día por
la mañana se muestra cariñosa con ella, y por la tarde parece
no querer ni verla, como si le desagradara su compañía. Por la
110
mañana Marcela construye bellos castillos en su mente, y por
la tarde se derrumban totalmente con una rapidez increíble. No
lo entendía, por más que le daba vueltas a su mente no lograba
comprender qué pasaba con Evelyn.
Aproximadamente a eso de las tres y media de la tarde, Evelyn
llamó a Marcela por el móvil avisándole que pasaría por ella en
unos minutos.
—De acuerdo, voy a esperarte, pero, te lo repito nuevamente,
no quiero que te sientas forzada a ir conmigo.
—No, descuida, voy porque deseo acompañarte.
Sin embargo, la voz de Evelyn sonaba apagada, decaída.
—Bien, voy a esperarte aquí en mi apartamento.
Una media hora después de haberse comunicado por el móvil,
las dos chicas iban camino a la cita, originalmente concertada
por Marcela. Evelyn se mostraba un poco taciturna, de manera
que el trayecto hasta la universidad lo hicieron en silencio.
111
Llegaron al lugar de la cita unos pocos minutos después de las
cuatro de la tarde, la chica misteriosa ya se encontraba sentada
en el mismo lugar en que la había encontrado Marcela la última
vez. Pero ahora se detuvo a examinar un poco más
detenidamente a la arcana chica. El cabello era de color oro
limpio, inmaculado, su tez clara, tersa, de rasgos delicados y
bien definidos. Sus ojos, de un azul cristalino, emanaban una
sensación amorosa, de comprensión. Como si estuviera
dispuesta a escuchar lo que quisiéramos contarle, o quizás
pronta a darnos un consejo. Su cuerpo, aunque abrigado
debido al clima ambiente, dejaba ver
perfección.
Evelyn
pareció
notar
cierto grado de
también
aquellas
características de la anfitriona, y los celos surgieron dentro de
ella como una corriente, que partiendo desde el estomago
ascendía hasta su garganta; pero disimuló aquel sentimiento.
De pronto, Marcela cayó en la cuenta de que hasta ese
momento no sabía el nombre de la chica de los ojos azules.
—Perdón por mi descuido, no nos hemos presentado —dijo
Marcela alargando la mano.
112
—Mi nombre es Freya —, se adelantó la chica extendiendo la
suya hacia Marcela.
—El mío, Marcela. Y esta es una compañera de la universidad
—dijo dirigiendo la vista hacia Evelyn, quien también procedió
al ritual de presentación.
—El mío, Evelyn.
—Es un gusto para mí que hayáis venido. Por favor
acompañadme… vamos, tomad asiento.
Marcela y su compañera se sentaron, una a cada lado de la
chica misteriosa.
—Vaya —dijo Freya un poco extrañada— hubiese creído que
os sentaríais juntas.
—Estamos bien así —contestó Marcela.
—Acaso tú, Evelyn, tampoco has podido marchar hacia tu casa
en este periodo de vacaciones.
—Así es…
—¿Crees posible que exista una razón por la cual el destino te
haya impedido hacerlo?
113
—No lo sé.
—Tal vez lo averigües dentro de poco…, Bien, ¿Os gustaría
que charláramos de algún tema en especial?
—No
—respondieron
al
unísono
Marcela
y
Evelyn
encogiéndose de hombros.
—Bien, que os parece si hablamos de por qué celebramos el
25 de diciembre.
—Sí —dijo Marcela—, me parece bien.
—De acuerdo —apoyó Evelyn.
—Es la Navidad —Agregó Marcela.
—Bueno —comenzó diciendo Freya—, la celebración del 25 de
diciembre es bastante más antigua, se remonta a épocas
inmemoriales. Sin embargo, al principio se celebraba no el 25
de diciembre sino el 21 o 22 de dicho mes. Fecha en que cae
el solsticio de invierno, es decir, la fecha del día más corto o la
noche más larga, según como vosotras lo queráis ver. Esa
noche, se decía que el sol moría, pero al mismo tiempo que
regresaba nuevamente o resucitaba. Era este resurgir del sol la
causa de la celebración; y a partir de ese momento los días
114
comenzaban a ser cada vez más largos hasta llegar al 21 o 22
de junio, que es cuando el día tiene más horas de luz solar en
el año. Para los pueblos antiguos esto era muy importante,
pues significaba que habría un nuevo año, y que todo seguiría
su ciclo. Hay otra historia, continuó diciendo Freya con su voz
de experta narradora, que enlaza también con esta que os
acabo de contar, es la historia de la diosa Strenia. En la Roma
ancestral, esta era la diosa del año nuevo, de la purificación y
el bienestar. Su santuario se encontraba en la parte más alta
de un bosque. Y existía la costumbre de que el primer día del
año se llevaban, en una especie de procesión, pequeñas
ramas del bosque del santuario hasta la ciudad; las ramitas, al
parecer, eran entregadas a algunas personas como un regalo
de la diosa, desando buenos auspicios a todos aquellos que las
recibían. Al parecer, desde allí se origina la costumbre de dar
regalos en las festividades de fin de año. La costumbre se
cambió con el tiempo, y la fecha del intercambio de obsequios
pasó a ser entre el 24 y 25 de diciembre de cada año. En otros
países, dicho intercambio se realiza el seis de enero. Quiero
agregar que la palabra estreno proviene, precisamente, de
Strenia, la diosa del nuevo año.
115
—Vaya —dijo Marcela —qué interesante lo que nos acabas de
contar.
—Y apropiado para la época —agregó Evelyn.
Las chicas pensaban que en aquella reunión las tres iban a
participar animadamente en la conversación, pero no era así,
prácticamente la que llevaba la batuta era Freya. Daba la
impresión de que ella fuera la maestra y las otras chicas sus
alumnas, a pesar de que las tres parecían tener edades
similares. Así que continuaron escuchando amenas historias
similares, hasta que de pronto Marcela le dio un vistazo a su
reloj de pulsera.
—Vaya, cómo pasa de rápido el tiempo —comentó, para
continuar diciendo—: Qué les parece si vamos a comer algo a
algún restaurante y al despedirnos nos deseamos Feliz
Navidad, y nos vamos después cada quien para su casa.
—Lo siento —se disculpó Freya—, yo no puedo acompañaros
en este momento, pero voy a
haceros una propuesta:
siguiendo la tradición iniciada en las festividades de la diosa
Strenia, quiero entregaros mi regalo de año nuevo, pero no lo
tengo aquí conmigo, pues es un regalo muy especial.
116
—Vamos, no te preocupes, lo que nos has contado ha sido un
magnífico presente para nosotras. ¿Verdad, Evelyn? —
Completó Marcela con un poco de sarcasmo hacia su
compañera.
—Sí, claro que sí.
—Sabéis una cosa…
—Qué —se apresuró a decir Evelyn.
—El regalo que quiero haceros es algo que debería de duraros
toda la vida… y quizás más.
—Vaya, qué clase de obsequio será ese —comentó Marcela.
—Es un regalo muy especial, pero para dároslo tenéis que
llegar a mi celebración.
—¿Tu celebración?
—Sí, la celebración que os he preparado.
—¿Celebración para nosotras?, pero…a qué hora —dudó
Evelyn.
117
—¿Os viene bien a las ocho y treinta minutos esta misma
noche? No deberíais negaros a asistir.
Marcela y Evelyn se pusieron un poco quisquillosas, a ciencia
cierta no sabían quién era Freya. Tenían un fundado temor de
que pudiera pasarles algo malo, de que aquello fuera una
trampa.
—Vamos —dijo entonces Freya captando el sentir de las
chicas—, nada malo os va a pasar.
La chica de los ojos de aguamarina hablaba de tal manera que,
como por encanto, logró transmitir a las dos chicas la confianza
y tranquilidad necesarias para que aceptaran asistir al evento
que, supuestamente, les había preparado.
—Pero hay un problema —observó Marcela.
—Cuál —preguntó Freya.
—Apenas pasan unos minutos de las seis de la tarde, es decir
que faltan más de dos horas para la celebración, y no sabemos
tampoco en qué lugar se va a llevar a cabo…
—Aah sí, casi se me olvida —dijo la enigmática chica del
cabello color de oro—, poned atención. Para que podáis pasar
118
el rato mientras llega la hora de la celebración; hay un bonito
restaurante en la calle… ahora bien, al salir del restaurante
bajad por la calle hacia la derecha, tomad el Camino de los
Álamos y después… vais a encontrar una casa que…. ¿Habéis
entendido lo que os he dicho?
—Sí, me parece bastante claro —, confirmó Marcela.
—Cuando lleguéis al restaurante, decidle al señor que está en
el mostrador de servicio, que Freya os envía.
—¿Tú no puedes venir con nosotras?
—No, definitivamente no puedo, tengo todavía que hacer
algunos arreglos.
Marcela y Evelyn comenzaron a hacer el camino de acuerdo a
las indicaciones que les había dado la misteriosa rubia de la
universidad. Mientras caminaban, súbitamente, la bóveda
celeste pasó de su tonalidad crepuscular al oscuro total de la
noche, con un cielo adornado de miles de estrellas que
parecían titilar alegremente. Después de doblar en una
esquina, tal como les había sido indicado, de pronto vieron un
119
restaurante con un rótulo colgando en el frente, que decía: TML
Tavern, tal como se los había anticipado Freya.
Los alrededores del establecimiento se miraban solitarios, no
había un alma transitándolos, la iluminación de la calle era
pobre, facilitada únicamente por unos pintorescos farolillos
anacrónicos, como sacados de una estampa navideña de la
época victoriana.
—Tienes idea de dónde estamos —preguntó Evelyn.
—No, ni siquiera sabía que un lugar así existía en esta ciudad.
—Vaya, me siento como si estuviese en una de las villas
mágicas de Harry Potter.
—Sí, me parece que es una buena comparación—asintió
Marcela.
Con algo de cautela, las chicas se acercaron a la entrada de la
taberna,
dentro del establecimiento se podía escuchar una
suave tonadilla que semejaba un villancico navideño, el interior
se encontraba a media luz, la cual no parecía provista por un
sistema moderno de alumbrado, sino por antiguos quinqués
colocados en cada una de las mesas. En una de las paredes
120
laterales había también un hogar que caldeaba el ambiente
interior, del cual surgía un acogedor y vivaz resplandor de
tonalidad amarilla. Frente al hogar, e iluminados suavemente
por el mismo, estaban colocados unos antiguos y mullidos
muebles con una mesita baja rodeada por ellos. Lo que veían
era la viva imagen de una acogedora intimidad. En la pared,
frente a la entrada, se encontraba la barra, un mueble de
madera agradablemente rústico. Detrás del mueble, y sin
haberse percatado todavía de la presencia de las chicas en la
entrada, se encontraba un señor de barba blanca abundante y
con ciertos signos de calvicie, su edad no parecía fácilmente
definible pero, seguramente, ya sobrepasaba los sesenta y
tantos. Recordaba en sobremanera a San Nicolás, el genio de
los regalos navideños para los niños que se portaban bien
durante el año. Súbitamente, como por instinto, el señor
levantó la cabeza y dirigió su mirada hacia la entrada, en donde
se encontraban de pie Marcela y Evelyn.
—Vamos, a qué esperáis, dejad de estar soportando el frío y
venid a calentaros aquí adentro —dijo alzando la voz el señor
de la blanca barba.
121
Las chicas penetraron al interior del local, no con temor, pero sí
muy extrañadas de haber llegado a un lugar que parecía
sacado de un cuento de hadas, parecía como si hubiesen
entrado a otra dimensión.
—Vamos, entrad y acomodaos donde queráis, aunque yo os
recomendaría la pequeña sala frente al fogón. Allí se está muy
bien.
La voz y los ademanes de aquel hombre eran de gran
afabilidad, por un momento las chicas pensaron que realmente
estaban en otra dimensión, y que seguramente estaban
hablando con el mismísimo Santa Claus.
—Buenas noches —saludaron las chicas con cierta timidez—,
estamos aquí porque Freya nos ha recomendado este lugar...
—Lo intuía, pero vamos, entrad, entrad antes de que os vayáis
a congelar allí afuera.
Un tanto inseguras, las chicas atendieron lo que se les decía,
entraron al local y se fueron directamente hasta la sala frente al
hogar.
122
—Vamos —urgió la voz del supuesto Santa Claus —, sentaos y
poneos cómodas.
Las chicas obedecieron y se sentaron, cada una, en uno de
los sillones individuales.
—No, así no, vamos, sentaos en el sofá donde cabéis las dos
perfectamente, así yo puedo sentarme en uno de los sillones
en caso de que queráis conversar conmigo o preguntarme
algo, seguramente tendréis muchas preguntas que queréis
hacer.
Marcela y Evelyn se sentían un poco confundidas, no sabían
qué hacer ni qué decir.
—¿Queréis tomar, o comer algo? Os recomiendo una porción
de pastel navideño con frutas glaseadas, acompañado de una
taza de chocolate caliente. ¿Qué decís?
Las chicas asintieron, y después de un momento, el hombre de
la barba blanca les servía lo que les había ofrecido.
—¿Tenéis alguna pregunta?
—Sólo una —Contestó Marcela.
123
—Decidme…
—¿Qué quiere decir TML?
—Casi siempre los que vienen aquí hacen la misma pregunta.
Son las iniciales, en idioma inglés, de: The Mistletoe Legend.
Que, como ya habréis traducido, quiere decir: La Leyenda del
Muérdago, o bien, Taberna de la Leyenda del Muérdago.
—Pero, por qué es que no hay más gente aquí dentro.
—Esa es otra de las preguntas de siempre. A esta taberna sólo
viene gente que alguien ha referido, es decir, alguien les dice,
por alguna razón, que esta taberna existe y entonces vienen.
—Pero no hay mucha gente a la que le hablen sobre esta
taberna, pues veo que sólo nosotras hemos llegado hasta aquí
esta noche —comentó Evelyn.
—Sí, hija, tienes razón. Hubo un tiempo en que venían varias
gentes en un día, pero ahora son muy pocos a los que vale la
pena decirles que existe este lugar. Y también son menos los
que escogen este sitio en donde vosotras estáis sentadas en
este momento. Muchos, incluso, buscan las sillas más alejadas
del hogar.
124
—Y eso, ¿tiene alguna importancia? —preguntó Marcela.
—Siii, muchísima importancia. Las personas que se sientan en
las sillas cercanas al fogón, son aquellas parejas cuyas almas,
un poco frías, sienten en algún momento avivarse dentro de
ellos la llama del amor, pero tienen dudas; algunas de ellas
deciden arriesgarse y siguen adelante. Pero, las que deciden
sentarse en las mesas más lejanas, rara vez, casi nunca,
toman el riesgo de seguir adelante, prácticamente han perdido
la capacidad de amarse.
—Pero nosotras—dijo Marcela—, únicamente estamos aquí de
paso, vamos a una celebración que Freya, nuestra amiga, nos
va a hacer, porque creo que se ha compadecido de que
tengamos que pasar aquí solas las fiestas de fin de año.
—Ya veo, voy a dejaros solas un momento porque tengo que ir
a hacer algunas cosas adentro.
—De acuerdo, le vamos a esperar aquí. Pero tenemos que
irnos un poco antes de las ocho de la noche.
—No os preocupéis, regreso en unos cuantos minutos.
125
La extraña magia del lugar comenzó a hacer su efecto, Las
chicas se habían quedado solas, y dentro de la mente de cada
una comenzaron a surgir algunas preguntas: «Por qué no tomo
de la mano a Evelyn, probablemente eso cambie de nuevo la
situación entre nosotras». Luego la mente de Evelyn revolvía
este pensamiento: «No sé porqué me comporté de la forma en
que lo hice con Marcela. Creo que cometí un error asumiendo
que ella podría rechazarme. Pero si ahora la tomo de la mano
podría irritarse, pues me doy cuenta que está un poco molesta
conmigo».
Después de unos cuantos minutos el señor de la barba blanca
regresó con ellas y se puso a contarles una historia:
—¿Habéis oído alguna vez la leyenda del muérdago?
—No —respondieron las chicas al mismo tiempo.
—Entonces os la voy a contar… es un relato bastante breve,
sólo lleva unos minutos. La leyenda dice que si una pareja
enamorada se besa debajo de un ramo de muérdago, su unión
va a ser feliz, y además, van tener mucha prosperidad. Pero, si
126
una pareja de enamorados pasa por debajo del muérdago y no
hace, tendrán que esperar hasta el próximo año si quieren
construir algo formal entre ellos, el problema es que durante un
año pueden ocurrir tantas cosas, y de tal manera, que no les
sea posible regresar ya nunca más a darse el beso bajo la
rama de muérdago.
—Pero eso no es más que un cuento —comentó Marcela.
—A decir verdad siempre se cumple, únicamente falla cuando
los que se besan no están realmente enamorados. Estos,
aunque se besen mil veces bajo un rama de muérdago, nada
van a obtener. De pronto Evelyn vio su reloj de pulsera y dijo:
—Debemos irnos, ya falta poco para que sean las ocho y
media de la noche.
—Bueno —dijo el señor anfitrión—, puesto que ya os vais,
debo recordaros el camino que debéis tomar para llegar al
lugar de la celebración, poned atención: al salir de aquí, seguís
la calle a vuestra derecha, cuando lleguéis a la esquina, dos
cuadras más abajo, vais a encontrar el Camino de los Álamos,
tomadlo hacia la derecha, por nada del mundo vayáis a tomar
hacia la izquierda. ¿Habéis entendido?, no tomaréis la calle a
127
la izquierda sino la de la derecha, allí deberéis continuar hasta
que encontréis… lo que ya sabéis vosotras, la casa con las
señas que ya os ha dado Freya. Pero, cuando paséis por el
Camino de los Álamos poned atención, vais a encontrar, en
uno de los árboles, dos hojas que estarán a vuestro alcance,
tomad una cada una y guardadla. Más tarde comprenderéis
porqué. Las chicas se extrañaron un poco de que aquel extraño
supiera todos esos detalles, pero al final le restaron interés al
asunto.
—Señor, ¿qué pasaría si tomáramos el camino a la izquierda
en vez del de la derecha? —preguntó Evelyn.
—Estad atentas para que eso no ocurra, porque de lo contario
podríais perderos, y no regresar ya más a vuestras casas. Aah,
se me olvidaba deciros que debéis recordar daros el beso bajo
la rama de muérdago, pues lo que os he dicho antes sólo tiene
validez si se hace aquí en la Taberna de la Leyenda del
Muérdago.
Dicho lo anterior, el curioso señor de la barba blanca se coló
por una puerta detrás de la rústica barra de madera y
desapareció. Los quinqués que estaban sobre las mesas
128
dejaron de alumbrar y todo quedó en penumbras. Solo la luz
del fuego del hogar permaneció encendida. Marcela y Evelyn
no sabían qué hacer, y por un momento sintieron temor. Se
tomaron fuerte de la mano y caminaron hasta la entrada.
Cuando estaban a punto de cruzar el umbral, una especie de
verde fluorescencia apareció en la parte superior del marco de
la puerta. Las chicas voltearon a ver hacia arriba, y se dieron
cuenta de que allí estaba la ramita de muérdago que les había
mencionado el señor de la taberna. Se volvieron a ver la una a
la otra y continuaron caminando, cuando estuvieron debajo del
muérdago, Marcela levantó su mano derecha y la colocó en el
hombro de Evelyn, la atrajo suavemente hacia ella y la besó
rápidamente en la boca.
—Sólo por si acaso —dijo Marcela sonriendo, en tanto su
compañera se quedaba sorprendida.
Evelyn únicamente sonrió y se dejó hacer. En ese momento
comprendió que no le era indiferente a su amiga. Después de
aquel beso furtivo, las chicas atravesaron el umbral y salieron a
la calle, una vez allí comenzaron a caminar hacia la derecha,
tal como les había sido indicado. Cuando habían avanzado
unos cuantos pasos volvieron a ver hacia la taberna, pero todo
129
estaba a oscuras, y la puerta por la cual acababan de salir
estaba cerrada, como si nunca hubiesen estado ellas allí
dentro. Únicamente el rótulo del establecimiento se balanceaba
siguiendo la cadencia de la brisa nocturna.
Continuaron calle abajo hasta llegar al Camino de los Álamos.
A pesar de lo que les había dicho el hombre de la taberna, por
un momento sintieron la curiosidad de adentrarse en la calle a
la izquierda del Camino de los Álamos.
—Vamos —dijo Marcela alentando a su compañera —, sólo
unos pasos para ver qué es lo que hay allí.
Pero cuando estaban comenzando a entrar en la bocacalle,
vieron que ese camino, a diferencia del que se les había dicho
que siguieran, no tenía árboles a los lados, parecía totalmente
desolado y oscuro, allí no había faroles que iluminaran.
Apenas, con gran dificultad, lograron ver un rótulo colocado
sobre un palo de madera que decía: Sendero del silencio y la
amargura. Las chicas tuvieron miedo, regresaron sobre sus
pasos y retomaron la calle que debían seguir. A poco de hacer
el recorrido, Marcela vio que de uno de los árboles que estaban
a la derecha, a poca altura sobre su cabeza e iluminadas por la
130
luz de un farol, pendían dos hojas que extrañamente arrancaba
de un mismo pecíolo. Alargó el brazo, cortó las hojas, y le dio
una a Evelyn y se guardó la otra. Continuaron caminando,
siguiendo las indicaciones que les habían sido dadas, hasta
que llegaron a una casa que, a todas luces, era el lugar que
estaban buscando. La casa, rodeada por una alta verja
metálica, tenía cierto aire prístino de estilo inglés victoriano,
Iluminada en el exterior con antiquísimas farolas dobles
colocadas sobre postes de metal altos. La puerta de la verja
estaba entreabierta y de igual forma parecía estar la puerta de
entrada de la casa, según se apreciaba desde afuera.
—Marcela —dijo de pronto Evelyn.
—¿Si?
—Tengo miedo. Mejor regresémonos. Yo no veo que dentro de
la casa haya ambiente de fiesta.
—Yo también siento miedo, creo que tienes razón, mejor
dejemos esto y regresemos.
Pero cuando se dieron la vuelta para tomar el camino por el
cual habían venido, se dieron cuenta que ya no había ninguna
131
iluminación, y que aquello estaba tan oscuro que no hubieran
alcanzado a ver sus propios dedos a un centímetro de la nariz.
Y todavía más: en un breve instante el frío se había vuelto casi
insoportable.
—Ven Evelyn, entremos en la casa para refugiarnos, no
tenemos más remedio, no podemos regresar, y el frío esta
aumentado.
Las chicas se apresuraron a entrar en la casa. Traspasaron la
verja metálica y luego subieron los pocos escalones que
llevaban hasta la puerta de la vivienda. Empujaron, y la puerta
comenzó a abrirse; luego, tomando valor la abrieron del todo, y
entraron a un vestíbulo largo que recorrieron hasta el final, allí
encontraron dos puertas, cada una con el nombre de una de
ellas. El pánico comenzaba a hacer mella en las chicas.
Decidieron, entonces salir de la casa, recorrieron de regreso el
vestíbulo para llegar hasta la puerta y salir. Pero algo o alguien
la había cerrado con llave. Regresaron otra vez hasta el final
del vestíbulo y se sentaron sobre el piso y se abrazaron,
algunas lágrimas de impotencia comenzaron a salir de sus
ojos. Después de breves instantes las puertas con sus nombres
se entreabrieron. Despacio se fueron incorporando, cuando
132
estuvieron de pie, las dos trataron de entrar por una misma
puerta, pero esta, a pesar de estar ya entreabierta, no cedió.
Trataron
en
la
otra
pero
tampoco
cedió.
Entonces
comprendieron que no había escapatoria, no podían regresar
por donde entraron y tampoco podrían seguir adelante si no
entraba cada una por la puerta que le correspondía. Se
abrazaron largamente y juntaron sus labios en un prolongado
beso. No sabían lo que iban a encontrar tras las puertas, pero
tenían que entrar.
—Sabes —dijo Marcela poniendo la mano sobre la puerta
dispuesta a empujarla—.
—¿Qué?
—Creo que no debemos de tener temor.
—¿Por qué?
—Porque creo que si alguien nos quiere hacer daño ya nos lo
hubiera hecho. Bien, voy a contar hasta tres y, entonces,
empujamos las puertas y entramos:… uno…dos…
—¡Espera! ¡espera!, un momento…
—¿Por qué?
133
—Es que, antes de entrar quiero decirte que… bueno… que te
amo.
Durante un instante se vieron a la cara como diciéndose adiós.
—Yo también te amo, Evelyn. Estoy segura que nos veremos
más tarde. Ahora, de nuevo:…uno… dos… y…tres.
Las puertas se abrieron al mismo tiempo, las chicas entraron, y
después se escuchó cómo se cerraban nuevamente. Una vez
más no había retorno.
De pronto Marcela se encontró en una especie de túnel oscuro,
con una visibilidad casi nula. Aguardó un momento hasta que
los ojos se le acostumbraran a la oscuridad, y entonces, un
poco más adelante, como saliendo del piso. se veía una
luminosidad. Caminando despacio, tratando de no dar un paso
en falso, Marcela se fue acercando a aquel sitio, cuando estuvo
bastante cerca pudo apreciar que aquello era como un agujero
grande, se acercó casi hasta el borde y dirigió la mirada hacia
abajo. Era como ver una película.
Abajo se había una
habitación pequeña, en la cual se encontraba una cama y, a la
par de ella, una mecedora hecha de madera con respaldo alto.
De improviso, apareció en aquel escenario una anciana con
134
cara amargada y refunfuñando. La anciana se sentaba en la
mecedora y decía algo que de alguna manera llegó hasta los
oídos de Marcela: Que terrible e infeliz error cometí al haber
renunciado por orgullo al amor de mi vida. Ahora ya vieja vivo
aquí, sintiendo arrepentida, el haber desperdiciado mi
existencia.
Entonces, a la mente de Marcela vino una pregunta: «¿Quién
será esa pobre y desdichada anciana?» Y pronta una voz le
respondió: «Esa anciana pobre y desdichada eres tú dentro de
unos años». Aquello la asustó bastante, y como estaba al
borde de aquel extraño pozo perdió el equilibrio y se cayó
dentro de él. Súbitamente apareció en otra estancia, una
especie de vestíbulo parecido a aquel por el que habían
entrado ella y Evelyn. Tan parecido, que enfrente habían otra
vez dos puertas con un rótulo cada una de ellas, el de la puerta
izquierda decía: No acepto el riesgo. Y el de la puerta derecha
tenía inscrito: Me arriesgaré. Se quedó de pie pensando que ya
había tomado bastantes riesgos y que, lo que realmente quería
era salir de allí. Pero casi de inmediato vino a ella una duda
grandísima: «Si Evelyn estaba pasando la misma situación,
¿Cuál sería la puerta que ella escogería?», entonces recordó lo
135
que les había dicho anteriormente el enigmático señor de la
barba blanca en La taberna de la Leyenda del Muérdago, y
dedujo rápidamente: Para mantener viva la llama del amor hay
que arriesgarse. Entonces, sin más dudas, empujó la puerta
cuyo rótulo decía: Me Arriesgaré.
Al otro lado de la puerta Marcela tropezó con su sueño, el
sueño que había tenido unos días atrás, hecho realidad hasta
en sus mínimos detalles. Precisamente, se encontraba en un
lugar donde había nevado bastante, era de noche y el cielo se
encontraba poblado de estrellas, de pronto un punto en la
bóveda celeste se iluminó como si una estrella hubiese hecho
explosión,
para
luego
formar
un
círculo
luminiscente.
Inmediatamente después se repitió el mismo fenómeno, al
mismo tiempo que Evelyn aparecía junto a ella visiblemente
confundida.
—¡Qué bueno que estamos juntas nuevamente! Pero, dónde
estamos.
—Tranquilízate un poco. Este es un sueño mío hecho realidad,
y tú estás en él aquí conmigo. Mira el cielo.
136
Evelyn alzó la mirada y vio dos círculos luminiscentes
entrelazados que brillaban en el espacio.
—Somos tú y yo declarando nuestro amor al Universo—
comentó Marcela.
Entonces juntaron sus cuerpos y se pasaron los brazos por
detrás, rodeando cada una la cintura de su compañera.
—¡Qué bello! —Comentó Evelyn, y se quedaron absortas
observando juntas aquel inusual fenómeno estelar.
—Ahora ven conmigo, vamos a la cabaña para calentarnos,
aquí afuera está muy helado.
—¿Cómo sabes que en este lugar hay una cabaña?
—Te repito, este es mi sueño, y sé lo que hay en él.
—De acuerdo, me iré contigo a la cabaña.
Las dos chicas entraron a la cabaña tomadas de la mano,
buscaron el lugar más acogedor para descansar, y encontraron
una tentadora y mullida cama dentro de una habitación con un
pequeño hogar que la caldeaba. Se desnudaron y luego
137
rápidamente se escurrieron bajo las colchas y las sábanas para
entrar en calor.
No se sabe con exactitud lo que ocurrió cuando estuvieron
juntas y desnudas en la cama. Pero lo más seguro es que
disfrutaron del placer que habían deseado experimentar desde
algunos días antes.
24 de Diciembre
Apartamento de Marcela
8:00 AM
Marcela dormía plácidamente
en su cama, soñaba que se
encontraba en una idílica cabaña de troncos de madera en
medio de un paisaje nevado y, de pronto, unas campanitas que
pendían del marco de la ventana, comenzaban a sonar.
Entonces se despertó y tomo consciencia de que lo que
sonaba era el móvil, que había dejado en la mesita de noche
cerca de una de las ventanas de su dormitorio. Pero, cuando al
fin pudo tomarlo para responder, el aparato dejó de timbrar, no
se detuvo a ver quién le había llamado, volvió a poner el
chisme sobre la mesa de noche y se dio la vuelta para
138
continuar durmiendo, a ver si podía lograr soñar de nuevo ese
sueño tan placentero que había tenido. Pero apenas había
intentado comenzar a relajarse cuando el móvil sonó
nuevamente anunciando una llamada. Se dio la vuelta
perezosamente y tomó el móvil:
—Aló, ¿Marcela?
—Ah, hola, eres tú…—dijo la chica todavía somnolienta.
—Sabes qué fecha es hoy…
—Bueno, qué ha de ser… 25 o 26… pues el 24 tuvimos esa
rara aventura que nos llevó a… momento, aquí hay algo
extraño… yo debería estar en una cabaña conti…
—También yo debería estar contigo en una linda cabañita, o al
menos allí es donde estaba hasta hace un momento, o tal vez
sea mejor decir, hasta antes de despertarme, pero... por favor
mira qué fecha es la de ahora.
Marcela terminó de despertarse, abrió bien los ojos y buscó en
el móvil la fecha del día.
139
—Oye, esto es una locura, no puede ser. Según la fecha que
aparece en el móvil, hoy es 24 de diciembre, debo de tener
dañado el reloj..
—No, no lo tienes descompuesto. He revisado la fecha en el
iPod, en el ordenador y en mi móvil, y todo marca lo mismo: 24
de diciembre.
—Esto parece de locos, da la impresión de que las dos tuvimos
exactamente el mismo sueño.
—Dime si recuerdas esta frase: …este es mi sueño, y sé lo que
hay en él.
—Eso yo te lo dije antes de que nos fuéramos a la cabaña…
—¿Te das cuenta? Esto es absurdo, pero tal parece que las
dos hemos vivido un mismo sueño. Se me olvidaba,
seguramente si buscas entre tus sábanas vas a encontrar una
hoja de un árbol recién cortada.
—Espera no cortes la comunicación, voy a buscar.
Menos de un minuto después.
—Aló, Evelyn,
—¿Sí?
140
—Tienes razón, acabo de encontrar una hoja de álamo cerca
de mi almohada.
—Las dos no podemos estar locas —externó agitada Evelyn.
—Escucha, si realmente hoy es 24 de diciembre, entonces
todavía no nos hemos reunido con la chica de la universidad.
Qué te parece si vamos a reunirnos con ella hoy a las cuatro de
la tarde, tal como estaba planeado.
—De acuerdo, llego a tu apartamento a eso de las tres.
Para Evelyn y Marcela, las horas de aquel día corrieron muy
lentamente, parecía que los relojes del mundo estaban
padeciendo de una epidemia aguda de holgazanería. Pero por
fin, después de una larga espera, las agujas de los relojes del
mundo llegaron a las tres de la tarde. Marcela y Evelyn salieron
entonces dispuestas a encontrar a Freya en la universidad.
Querían saber qué era todo eso que les había pasado, y
sospechaban que Freya estaba al corriente de ello. Llegaron al
campus universitario y se dirigieron de una vez hasta el
parterre donde se suponía que tenían que encontrarse con ella.
El jardín ornamental se encontraba en un área fuera de la zona
pública, de manera que tuvieron que atravesar la puerta de una
verja alta de hierro para llegar hasta el lugar de la cita. Pero
141
Freya, esta vez, no se encontraba allí. Las chicas decidieron
esperarla sentadas en la banca, pero cuando Marcela se
acercó para tomar asiento se fijó que, disimulada entre las
volutas metálicas del respaldo, se encontraba enrollada una
hoja como de papel pergamino, la sacó, retiró la cinta que la
mantenía de esa forma, la extendió y comenzó a leer:
Marcela y Evelyn:
Ahora ya sabéis cuál era el regalo que os prometí, ya lo tenéis
con vosotras. Era vuestra unión. Durante el viaje que hicisteis
encontrasteis bastante simbología de la cual, probablemente,
no estáis todavía conscientes: Encontrasteis el fuego que, al
igual que el amor, si no se alimenta, sobre todo espiritualmente,
muere. Más adelante encontrasteis El Sendero del Silencio y la
Amargura, lo que significa que cuando no hay comunicación se
genera amargura, de lo cual vosotras ya sois conscientes. La
no comunicación puede llevarnos a malos entendidos, a no ver
claras las cosas, a confundirnos y llevarnos por sendas de
oscuridad. Luego, más adelante, tomasteis cada una, una hoja
de álamo, guardadlas, el álamo es símbolo de la comunicación.
Después, al final de vuestro recorrido, observasteis un
142
fenómeno estelar inusual que afectó a todo el Universo, así es
vuestro amor, se transmite a todo el Universo y lo convierte en
un lugar mejor, más hermoso.
Este es mi regalo de año nuevo para vosotras, un regalo para
toda la vida, y quizás más allá… al cual agrego mis mejores
auspicios para vosotras.
Freya
Diosa del Amor.
Festividad del Solsticio de Invierno
—Bueno, no explica nada más —dijo Marcela.
—No, pero no podemos negar que el regalo que nos ofreció
nos lo ha dado. Logrando hacernos ver aquellas cosas que
estaban a punto de separarnos.
—Sí, debo aceptarlo. Y también debo aceptar que había un
propósito que yo desconocía, por el cual no tenía que ir en esta
fiestas de año nuevo a la casa de mis padres; sino quedarme
aquí y conocernos.
—Hablando de lo importante que es comunicarnos debo
confesarte algo…
—¿Sí?, ¿Qué cosa?
143
—Ayer, o el día que haya sido, no fui a la fiesta de la empresa
donde me encuentro trabajando. Me quedé en el apartamento
sufriendo. Pues aunque yo te quería nunca te lo dije, ya que
pensaba que me ibas a rechazar, y ahora veo que estaba
equivocada.
—Bien, yo tengo que decirte que a mí me ganó el orgullo, pues
si hubiese hablado contigo sobre mis sentimientos hacia ti, todo
se hubiese arreglado fácilmente.
Las chicas se tomaron de las manos y se dijeron te amo casi al
mismo tiempo. Estando todavía así, Evelyn alzó un poco la voz,
y dirigiendo la mirada hacia el firmamento dijo:
—Freya, donde quiera que estés, gracias por el regalo de año
nuevo.
Se soltaron de las manos y comenzaron a caminar hacia la
salida de la universidad. Cuando ya estaban por comenzar a
circular sobre la calle, Evelyn volvió a ver hacia el parterre y se
fijó que la puerta de la verja, por donde acababan de salir,
estaba cerrada, asegurada con una cadena, que era como
144
debía de estar por ser periodo de vacaciones, y pensó: «El
misterio continúa». Luego le comentó a Marcela:
—Nunca podremos decir que fue un sueño.
26 de diciembre
Noticia aparecida en un periódico local:
"Inusual Fenómeno Estelar
Científicos de diferentes observatorios del planeta,
fueron testigos de la aparición de dos estrellas súper
novas simultáneas, del tipo Ia, en la recién pasada
Noche Buena. El fenómeno, de por sí inusual, se
volvió más interesante debido a que los campos
geométricos circulares de las novas parecieron
entrelazarse…"
Epílogo
145
Las chicas pasaron juntas la Noche Buena y la fiesta de año
nuevo en el apartamento de Marcela. En los días siguientes
Evelyn trasladó todas sus cosas al apartamento de su amiga,
donde ahora son felices viviendo, estudiando, y disfrutando
juntas de los placeres del amor.
Un día salieron a tratar de identificar alguna de las calles que
las condujeron a la taberna de La Leyenda del Muérdago, y a la
supuesta casa de Freya. A decir verdad no encontraron nada
en concreto. Únicamente averiguaron que hacía muchos, pero
muchos años, había existido una calle a la que llamaban El
Paseo de los Álamos, y que al final de ese paseo vivía una
chica, de la cual decían que era bruja, y que, de acuerdo a los
cuentos populares, era muy bella, de cabellos de inmaculado
oro y ojos de aguamarina azul.
146
147
El Reflejo en el Espejo
Los hechos de una vida previa
alcanzan la vida presente.
L. Tolstoi
1828 - 1910
Constance tenía un don, podía pintar con las acuarelas como
muy pocos podían hacerlo, aunque lo realmente admirable era
que nunca, antes de descubrir esa peculiaridad, había tomado
clases de pintura. De rostro ovalado, cabello castaño lacio, ojos
café de mirada anhelante y labios de suave trazo, Constance
era una chica de conducta delicada y muy femenina, podía
decirse que su belleza era apacible. Había decidido, por alguna
inexplicable razón, dedicarse a la pintura desde que se
encontraba estudiando el último año de su preparatoria. Y,
aunque sus padres hubiesen querido que se matriculase en
una profesión universitaria, le compraron
todo lo necesario
para que ella dedicara su tiempo a desarrollarse en lo que
había decidido practicar. Lo que más le atraía, con relación a la
pintura, eran las acuarelas de paisajes, y desde el primer
momento que contó con todas las herramientas necesarias se
149
dedicó a ello. Pasaba horas practicando, buscando pintar la
obra que realmente a ella le complaciera. Ensayaba mezclas,
encontraba tonalidades: cálidas o frías, y hacía juegos de luz y
sombra. Se enfrascaba en la armonización de los colores y
estudiaba, también, el
efecto sicológico y el significado
esotérico de los mismos. Un día, después de un par de años de
estar trabajando las acuarelas, su padre le consiguió un local
para que pudiera hacer una exhibición de los trabajos que ella
considerara los mejores. La exposición fue considerada un
éxito, vendió casi todas las pinturas; además de que recibió
muchos cumplidos de parte de los asistentes. Los cuadros, le
dijeron varios de los visitantes, son realmente maravillosos; las
tonalidades, los claroscuros, etc. son inmejorables. Sin
embargo, hubieron unos cuadros que Constance no llevó a la
exposición, quizás sus mejores pinturas, las pinturas de un
tema recurrente que venía a su mente con cierta frecuencia, sin
poder encontrar una explicación para ello. En dichas acuarelas,
aparecía una especie de manantial, del cual el agua, después
de un breve recorrido, formaba una pequeña cascada que
terminaba temporalmente en un pintoresco estanque natural de
no muy grandes dimensiones, donde el agua adquiría una bella
150
tonalidad turquesa. para después continuar su viaje como un
arroyo que bordeaba la montaña. Esa imagen aparecía una y
otra vez en la mente de la chica sin encontrar una causa
razonable para ello.
Una mañana, al despertarse, recordó un extraño sueño que
había tenido por la noche, en el cual ella y otra chica estaban
desnudas en la habitación de una casa que lucía un poco
oscura, y en cuya ventana podía verse una cortina de color
rojo, la cual sobresalía con respecto a las demás cosas que
había en aquella habitación. Recordaba, de forma un tanto
vaga, que ella y la chica desconocida estaban teniendo algún
tipo de relación íntima. Algunas veces, pensó, los sueños no
son más que una forma de recuerdo de experiencias pasadas,
pero en su caso aquello sonaba bastante extraño, pues ella
jamás había participado en una relación de ese tipo, no porque
aquello le causara alguna forma de aborrecimiento, sino que
era algo que nunca se había planteado en su vida. De hecho,
ni siquiera pudo, en algún momento del sueño, ver la cara de
su compañera de jugueteos sensuales en ese mundo onírico.
Cuando se levantó, antes de tomar su desayuno, fue hasta la
biblioteca que había en la casa, buscó un libro sobre
151
interpretación de los sueños, pero no encontró algo que se
refiriese a esa extraña vivencia que había tenido mientras
dormía. Las siguientes noches continuó teniendo sueños
vagos, aparentemente de experiencias sexuales, que al día
siguiente le hacían sentir somnolienta por no haber podido
descansar adecuadamente.
Una de esas mañanas en las que la falta de un buen descanso
se hacía notoria en su rostro, decidió, para salir un poco de la
rutina, salir a comprar
unos tubos de pintura, para lo cual
generalmente iba a Acuapinter, un almacén cuyo propietario
era conocido de sus padres desde hacía muchos años.
—Buenos días, chiquilla, cómo te va esta mañana…
—No muy bien, don Balbino…
—Pues oye, creo que tienes razón, se te ve en el rostro la
necesidad de un buen descanso.
—Es que no he podido dormir bien en estos últimos días.
—¿Será que te desvelas mucho pintando? Vaya, tienes que
tomarte un respiro.
152
—No, don Balbino, no es eso, es que he estado teniendo un
sueño muy inquieto. Realmente… es que me acosan unos
sueños muy raros.
—Vaya, pues sí que esos sueños no te están haciendo nada
bien.
— Don Balbino…
—¿Sí?
—¿Puedo confiarle algo? Yo sé que usted conoce a mi padre
desde hace muchos años pero… no quisiera que comentase
con él esto que le voy a decir.
—Oye, no habrás cometido lo que muchas chicas de tu edad
llaman error, y que nueve meses después…
—No, don Balbino —le interrumpió Constance sonriendo un
poco—, nada de eso.
—Ah, vaya
—suspiró aliviado el propietario del almacén—.
Dime, entonces.
153
—Creo que si hablo sobre los sueños que motivan mis
desvelos a lo mejor desaparecen, y así puedo volver a dormir
normalmente.
—A lo mejor te funciona, y no te preocupes que nadie más
sabrá lo que tú me cuentes.
Constance le relató a aquel señor los sueños que había estado
teniendo y, además, le contó lo del tema recurrente de algunas
de sus pinturas, refiriéndose a sus cuadros del manantial de
aguas de color turquesa. Agregando, también, que de acuerdo
a su criterio eran sus mejores obras. Don Balbino, que gustaba
bastante de los temas de tipo esotérico y que tenía una
biblioteca con abundantes obras sobre dicha cuestión, se
interesó grandemente por la narración que le estaba haciendo
la chica.
—Oye —dijo don Balbino cuando Constance terminó el relato—
, verdaderamente que eso suena como un buen tema para una
novela o una película de misterio. Ahora bien, creo que por no
ser sicólogo no puedo serte de mucha ayuda pero…
—Creo —intervino la chica—, que ya me ha sido de gran ayuda
escuchándome.
154
—Me parece que todavía puedo hacer algo más por ti… Tengo
una prima, un poco mayor que yo, que conoce mucho de temas
esotéricos y otras hierbas de esa guisa, de hecho, a ayudado a
mucha gente a resolver problemas de diferente índole. A lo
mejor un día de estos puedas llegarte a su casa y le consultas
tu situación.
—Y… ¿no son muy caras las consultas?
—Vaya, no. De hecho, ella no cobra un céntimo, pues no vive
de eso. Sin embargo, únicamente les ayuda a personas
conocidas o a gente que alguien le recomienda. Ahora bien,
debido a sus ocupaciones, no siempre puede hacerlo.
—Me gustaría consultarle mi caso, pero cómo podría…
—Si ella pudiera atenderte este mismo día por la tarde,
¿estarías dispuesta a ir?
—Claro que sí… pero cómo…
—Déjame consultarle por teléfono, a ver si te puede atender..
Entre tanto, otros clientes habían llegado al almacén y estaban
siendo atendidos por los dependientes. Constance, mientras
155
don Balbino regresaba, se dedicaba a curiosear los artículos
exhibidos en los escaparates.
—Constance —llamó don Balbino al regresar después de unos
minutos de ausencia.
—Mira, chiquilla, mi prima Engracia, que así se llama, puede
atenderte a eso de las dos y media hoy mismo. ¿Te parece
bien?
—Sí, me parece bien.
Don Balbino le extendió a Constance un papel con la dirección
de la casa de su prima, y un pequeño plano para que la chica
pudiera llegar a ella con mayor facilidad. Luego, cuando ya
Constance estaba por despedirse, recordó que iba a comprar
unas pinturas: un tubo de azul cerúleo, otro de bermellón y otro
más de azul turquesa; también medio godet de rojo cadmio, un
frasco de líquido para enmascarar y un pincel de abanico.
La chica pagó lo que había comprado, tomó sus productos, se
despidió de don Balbino, salió del almacén y se fue a su casa.
Llevaba en su mente la curiosidad de cómo se iba a desarrollar
la cita que ella tenía por la tarde.
156
A Constance no se le hizo difícil encontrar la casa en donde
vivía la prima de don Balbino, de hecho residía en una de las
mejores zonas de la ciudad. Cuando aún iba de camino,
pensaba que se iba a encontrar con una señora un poco
entrada en carnes, llevando sobre su cabeza una especie de
turbante árabe con aplicaciones de soles, lunas y estrellas.
Pero no fue así, doña Engracia era una señora de constitución
más bien delgada, de unos sesenta y muchos años, de porte
distinguido, delicadas vestiduras y
comportamiento amable.
Cuando llegó Constance, la llevó hasta una pequeña sala de
estar, decorada con mucha delicadeza, en la cual podía
apreciarse varios adornos de porcelana fina, tal vez de
manufactura austriaca.
Una vez se hubieron acomodado, doña Engracia comenzó a
interrogar a la joven pintora.
—De manera que tú te dedicas a la pintura con acuarelas,
—Sí —contestó Constance con cierta timidez.
157
—Según sé, es una de las pinturas más difíciles.
—Sí, esa es la opinión de varias personas que lo ha intentado.
—Y tú, ¿Dónde recibiste clases de pintura? Porque, según dice
mi primo, quien te ha recomendado, eres una pintora
excelente.
—Bueno… sí, me parece que hago unas pinturas bastante
buenas. Pero realmente allí es donde reside, según creo, el
principio de mi problema.
—Cómo, por favor explícate.
—Bien, en realidad, jamás antes de comenzar a pintar había
tomado una tan sola clase de pintura. De pronto una mañana
me despierto con deseos de pintar, busco unas viejas
acuarelas escolares que tenía en alguna parte, y con ellas, un
depósito de agua y unas cuantas hojas de papel comienzo a
garabatear alguna cosas que se le ocurrían a mi imaginación.
—¿Y actualmente?
—¿Actualmente?
—¿Has tomado alguna clase?
158
—Realmente no, algunas veces entro a algún sitio en internet
para leer algo, tal vez sobre alguna técnica o algo parecido.
Pero, en la generalidad de los casos, me encuentro con que es
algo que ya sé, que ya puedo hacer. Simplemente lo que
desconozco es la forma en que se le nombra.
—Ya veo, ¿alguien en tu familia ha sido pintor?
—No, hasta donde yo sé no tengo parientes pintores, tampoco
mis padres ni mis abuelos han sabido algo de ese arte.
—Vaya. ¿Qué cosas fueron las primeras que pintaste?
—Una casa, una casa y un árbol, una flor… cosas de
principiante. Lo extraño, realmente radicaba en que los trazos
de mis pinturas no eran, definitivamente, los de un principiante.
—Sí, me doy cuenta.
Doña Engracia se quedo un momento en silencio, como
meditando lo que le había dicho Constance.
—¿Qué más puedes decirme?
—¿Sobre cómo comencé a pintar?
—Sobre todo aquello que tú creas que debo saber.
159
—Bueno, hay también un cuadro, una imagen recurrente que
viene con frecuencia a mi mente.
—¿Cómo es esa imagen?
Constance le detalló con bastante precisión la imagen del
manantial y sus alrededores, que ella visualizaba en su mente y
que luego terminaba plasmando en un cuadro.
—¿Dibujas siempre exactamente lo mismo?
—No. Aunque las imágenes se refieren siempre al mismo lugar,
es como si lo viera desde diferentes ángulos.
Por último, la chica le relató a doña Engracia los sueños, le
reveló que por más que trataba de ver el rostro de la persona
que le acompañaba en ellos, no lo lograba, pero lo peor era
que, debido a esos sueños, estaba teniendo problemas de
desvelo, porque después de que se le presentaban se le
dificultaba, más bien se le hacía imposible volverse a dormir.
—Has visto alguna vez en tu mente, dentro del cuadro del
manantial, a alguna persona?
—No, y aquí hay otra cosa extraña.
160
—¿Qué?
—No puedo dibujar la figura humana.
—¿Cómo?
—Sí, eso. Por más que he tratado de hacerlo, no puedo. Pero
lo más difícil para mí es dibujar un rostro.
—Esto es interesante…
—Qué cosa.
—En tus sueños no puedes ver el rostro de tu compañera; y en
tus pinturas no puedes dibujar y, por consiguiente, pintar el
rostro humano. Vaya, es posible que aquí haya algo.
—¿No será algo malo?
—No lo sé, lo que quiero decir es que es muy temprano para
sacar conclusiones de todo lo que me has contado. ¿Sabes los
datos de tu fecha de nacimiento?
—Bueno, sé el día, el mes, el año y el lugar.
—¿Sabes la hora a la cual naciste?
—No…
161
—¿Puedes preguntársela a tu madre?
—Sí, también puedo buscarla en mi acta de nacimiento.
—De acuerdo, pero si no te causa ningún inconveniente
corrobórala con tu madre.
—¿Y eso es para hacer un horóscopo?, ¿Cómo los que
aparecen en las revistas y los periódicos?
—Sí, es para hacerte un horóscopo o carta natal. Ahora bien,
quiero aclararte que lo que aparece en los periódicos y en las
revistas no son más que puras engañifas. En estos asuntos
hay que tener bastante cuidado, pues hay muchos que
únicamente se dedican a engañar, sólo les dicen a las gentes
cosas bonitas y les roban el dinero. Hazme llegar los datos de
tu fecha de nacimiento lo más pronto posible. Ojalá este
misterio pueda resolverse pronto, pues dentro de un par de
semanas tengo que salir del país, y voy a permanecer fuera
poco más de un mes. Por ahora quiero saber qué es lo que
está escrito en el libro de tu vida.
Al final de la consulta, doña Engracia le dio a Constance
algunos consejos para que, aunque durmiera poco, su sueño
162
fuera de calidad, de tal manera que no se levantara tan
agotada al día siguiente.
El tiempo fue transcurriendo y las cosas no mejoraron mucho
para Constance; sin embargo, con los consejos de Doña
Engracia había logrado levantarse por las mañanas un poco
mejor. Pero los sueños y la imagen del manantial continuaban
regresando periódicamente a su mente.
—Gris, dime que me amas, y que siempre vamos a estar
juntas.
—Sabes que te amo. Y que quiero quedarme aquí contigo.
Las chicas se encontraban desnudas en la cama de una
habitación a media luz. Sus rostros se miraban a los ojos,
apoyados sus cuerpos sobre los costados, derecho e izquierdo
respectivamente. Entonces Gris llevó su mano izquierda hasta
el rostro de su compañera y lo acarició con gran ternura, luego
comenzó a besarle la frente, su mejilla derecha, el cuello, y así
fue descendiendo hasta detenerse un momento en los senos.
Los acarició, los besó con pasión, y continuó deslizándose
suavemente hasta su vientre, posó su mejilla en él para sentir
un momento su placentera tibieza. Su compañera, entre tanto,
emitía anhelantes jadeos de incontenible deseo.
163
—Gris, Griiis, te amo…
Después Gris dejó que su compañera se remontara hasta las
alturas insondables del éxtasis, luego se tendió en la cama y
la abrazó fuertemente. Poco después la habitación dejaba de
estar a media luz, los rayos matutinos del sol parecían haber
comenzado a filtrarse por la ventana de la habitación.
Constance percibió cierta molestia en los ojos, como si alguien
los hubiese estado iluminando con una lámpara muy potente.
Los abrió despacio pero, aún así, sintió como si algo le hubiese
herido las pupilas. Cerró inmediatamente los párpados, y
entonces recordó que la noche anterior había olvidado correr
las cortinas de la ventana de su habitación. Casi al mismo
tiempo cayó en la cuenta de que aquella noche había dormido
bastante bien, de hecho se sentía descansada. Y además, esta
vez su mente había guardado los detalles, y no solo una vaga
idea, del sueño que había tenido la noche que acababa de
terminar. Había sido un sueño por demás erótico, en el cual ella
había tenido una parte activa. Lo recordaba todo o, al menos,
164
casi todo, pues el rostro de su compañera de jugueteos oníricoeróticos continuaba sumergido en una espesa calina.
Recordó que en el sueño sus rostros habían estado frente a
frente pero, por más que fustigó su cerebro, no consiguió
disolver la bruma que envolvía el rostro de su enigmática pareja
de escarceos nocturnos.
Pero había algo más, Constance
comenzaba a preguntarse si Gris era ella misma, pues no
entendía por qué su irreal compañera nocturna la llamaba de
esa manera.
Unos días antes de salir del país la Prima de don Balbino, doña
Engracia, llamó a Constance, con el fin de reunirse, para poder
darle a conocer algunos resultados de la interpretación que
había hecho de su carta natal.
—He de decirte que he encontrado algunas cosas significativas
en tu carta natal. Una de ellas es una configuración planetaria
que muestra que, en un momento de tu vida, ibas a comenzar
a dedicarte a alguna clase de arte. Pero era necesario para mí,
saber cuándo es que eso iba a ocurrir. De manera que
comencé a investigar los tránsitos planetarios cercanos a la
fecha en la que tú mencionas que comenzaste a sentir el deseo
165
de pintar y, pues sí, hay un tránsito que desencadena esa
situación en las cercanías de tal fecha. Sin embargo, y esto es
lo que me sigue intrigando, cómo es que no tuviste que ir a
tomar clases de pintura en acuarela, sino que de pronto, como
por encanto, una mañana te despiertas, abres los ojos, saltas
de la cama y ya, eres una experta pintora.
—Sí, eso es algo que yo misma tampoco me explico. Pero hay
algo más que quiero contarle: en los sueños que he tenido
últimamente, la chica que se encuentra conmigo, con la que
tengo algún intercambio erótico me llama Gris y, de alguna
manera, como sólo puede ocurrir en el mundo de los sueños,
sé que se refiere a mí.
—¿Gris?
—Sí, Gris.
—Como si estuviera abreviando Griselda o Grisel.
—Sí, eso creo. Pero la pregunta es: ¿Por qué?
—Se me ocurre preguntarte si tienes alguna parienta que se
llame así.
166
—Hasta donde yo sé no tengo ningún pariente con ese
nombre.
—Vaya, esto enreda un poco más las cosas. Quizás deba
modificar un poco el rumbo que llevaban mis investigaciones —
comentó pensativa doña Engracia.
—También hay algo más—agregó Constance—, desde que los
sueños se han vuelto más vívidos, y yo no me resisto dentro
de ellos a la relación sexual con la otra chica, ya no despierto
cansada, de hecho los sueños se han espaciado y estoy
durmiendo mejor.
—Me alegra escucharte decir eso. Pero dime, tu imagen del
manantial casi paradisíaco, sigue regresando a tu mente.
—Sí, viene a mi mente con más frecuencia que antes, sin
embargo no me perturba, más bien causa dentro de mí una
sensación deleitable, una evocación interna de un momento
grato ocurrido mucho tiempo atrás. Siento como si algo dentro
de mí quisiera volver a vivirlo, pero una densa niebla me oculta
la información referente a esa experiencia. Quizás fue un
acontecimiento vivido con mis padres estando yo muy
167
pequeña, y por eso no alcanzo a remover la bruma que lo
esconde —dijo Constance con los ojos casi entornados.
—¿Continúas pintado ese cuadro?
—No, de hecho sé que por más que me esfuerce, no podría
pintar lo que en realidad siente ahora mi alma en relación con
eso..
—El más profundo anhelo de un artista, el querer plasmar en
su obra lo que alberga su ser más íntimo—,comentó doña
Engracia.
—Es probable, pero creo que hay algo más.
—Probablemente tengas razón, debo continuar investigando.
Siento no haberte podido ayudar en estos días tanto como
hubiese querido, pero voy a continuar con tu interesante caso
al volver al país, es necesario descifrar el porqué de esos
sueños recurrentes y el de esa extraña imagen mental. No se
me ocurre más que decirte que continúes utilizando los
consejos que ya te he dado. Por mi parte continuaré
ayudándote de acuerdo a mis posibilidades mientras está
fuera.
168
El tiempo siguió su curso, aunque las manifestaciones extrañas
que tenía Constance no habían remitido del todo, al parecer
había aprendido a sobrevivir con ellas, a tal grado que ya
parecían no afectarle. Un mes después, doña Engracia aún no
había retornado de dondequiera que hubiese ido. Constance,
por su parte, estaba preparándose para ir con sus padres de
vacaciones a la montaña, pensaba que aquel viaje le haría
bastante bien a su salud. La noche antes de partir al paseo
transcurrió para Constance muy tranquila, no hubo ningún
sueño perturbador ni imágenes paradisíacas rondando por su
mente.
Los primeros días en la montaña fueron plácidamente serenos,
disfrutando de un calmado existir sin preocupaciones ni prisas,
disfrutando de la fresca brisa vespertina, y del murmullo que
producía el viento al pasar entre las ramas de los pinos.
Constance se pasó casi toda la temporada haciendo un poco
de senderismo, tomando fotografías y leyendo. Tres días antes
de dejar aquel paraíso le pidió prestado el todoterreno a su
padre, para ir un momento a explorar carretera adelante de
donde estaban pasando su temporada vacacional. Yendo por
aquel camino solitario llegó a un sitio de vista admirable, con un
169
bello fondo de montañas en la lejanía. Hacia el lado izquierdo
de la calle había bastantes pinos, a su izquierda la cantidad de
estos árboles era menor, como si intencionalmente alguien los
hubiese eliminado para dejar más espacio libre. Pero, como
quiera que fuese, el paisaje era impresionante. Constance hizo
a la izquierda el todoterreno, salió del coche y se encaminó
unos metros hacia adelante. Se detuvo, cerró los ojos y levantó
la cabeza aspirando con fuerza el aire de las alturas, se sentía
eufórica, estaba invadida por una acendrada sensación de
libertad. Después de unos minutos de sentirse en aquel estado
de sublime espiritualidad, abrió los ojos, regresó al coche,
recogió su cámara fotográfica digital, cerró la portezuela y echó
a andar por aquellos campos, al poco de caminar sintió una
extraña sensación en su mente, algo así como un dèjá vu, se
detuvo, hizo un giro en redondo, como tratando de obtener una
vista panorámica del lugar, y la sensación se hizo más fuerte,
sintió por un breve instante que iba a perder el conocimiento.
Se sentó sobre un pedazo de tronco seco de árbol que yacía
en el suelo y se quedó quieta. Había paz, susurro del viento al
pasar por las agujas de los pinos, cielo de azul profundo y un
sutil aroma, portador de inexplicables evocaciones de felicidad
170
y tristeza entremezcladas en su esencia. Constance no sabía
exactamente qué era lo que estaba sucediendo con ella,
estaba segura que jamás antes había estado en aquel sitio; sin
embargo, en su cabeza había remembranzas que tocaban sus
sentimientos, tratando de emerger. Pero aún no lo había visto
todo. Se levantó de donde estaba sin poder explicarse las
sensaciones
que
estaba
viviendo,
continuó
caminando
siguiendo el suave declive de la montaña, de pronto se
encontró un área donde las hierba era verde, señal inequívoca
de humedad. Siguió andando hacia donde la hierba aumentaba
su verdor y, súbitamente, ante sus ojos apareció el manantial
con el estanque de aguas azul turquesa, que tantas veces
había visto con los inmateriales ojos de su imaginación.
¡Estaba allí!, ¡Realmente existía! Frente a ella se encontraba el
breve salto de agua, el estanque, los pinos alrededor, y el
arroyo por el cual salía el agua bordeando la montaña. La
impresión fue impactante, una sensación de júbilo emergió de
su interior: ¡Lo había encontrado! Se acercó al borde del
estanque, hacia un lado había dos piedras planas, se sentó
sobre una de ellas y se quedó contemplando las aguas de
aquel azul tan particular. Ahora el sonido del salto de agua
171
opacaba el murmullo de los pinos. Se quedó allí bastante rato
viendo caer el agua, observando la pequeña laguna y tratando
de absorber a través de su piel la placidez de aquel lugar. De
nuevo tuvo la sensación de haber estado allí tiempo atrás. Y
una vez más surgieron dentro de su ser sentimientos
encontrados, de júbilo y pesadumbre.
No volvió a regresar a aquel lugar en esa temporada de
vacaciones. Unos días después de haber llegado a la ciudad
fue al almacén de don Balbino para averiguar si su prima ya
había regresado al país, realmente Constance se moría de
deseos por contarle lo que había encontrado en la montaña
durante las vacaciones que se había tomado junto con sus
padres. Pero don Balbino le dijo que no había regresado, y que
tampoco se había comunicado con él desde hacía varias
semanas, aunque eso, al parecer, no era algo inusual en ella
cuando se iba de viaje. Las semanas continuaron pasando, el
viaje de doña Engracia, que originalmente iba a durar poco
más de un mes, según sus palabras, pasaba ya de tres meses.
Por otra parte, la vida de Constance parecía haberse
normalizado, todo, aparentemente, iba sobre ruedas. Aun
172
cuando los sueños eróticos regresaban de cuando en cuando,
la imagen del manantial y el estanque había remitido desde
que lo había visto en la realidad. De los sueños continuaba
extrañándole que, en ninguno de ellos, lograba todavía ver la
cara de su compañera.
Un día, al regresar del trabajo, su padre le dijo a Constance
que pensaba que fueran, una vez más, al mismo lugar de la
montaña en donde habían estado unos meses antes, el señor
decía que aquel periodo de vacaciones le había sentado muy
bien y que, como acababa de terminar una negociación en la
cual había salido beneficiado en gran manera, podía darse otra
vez el lujo de ausentarse algunos días de la ciudad yéndose
con su familia de paseo. Nuevamente se hicieron los
preparativos y, unas semanas después iban todos de camino a
la montaña. Esta vez Constance llevaba sus útiles de pintura y
su cámara fotográfica. Antes de irse con sus padres, se enteró
que doña Engracia aún no había regresado, y que no se sabía
si volvería pronto.
Cuando Constance ya iba llegando con sus padres a la casa en
la que iban a pasar su temporada vacacional, un email
apareció en su servidor de correos. Pero de esto no se
173
enteraría sino hasta su regreso, varios días después.
Constance, a diferencia de otras chicas de su edad, no era muy
amiga de mantenerse conectada a la internet cuando salía de
vacaciones, la única parafernalia moderna que solía llevar con
ella era un sencillo móvil, únicamente para lo necesario: recibir
llamadas y muy rara vez llamar. A la llegada a la montaña
pasadas ya las tres de la tarde, el cielo estaba coloreado de un
azul intenso, y un frío viento hacía moverse las ramas de los
árboles. Descargaron las cosas que traían en el coche, las
acomodaron y cada quien se fue a descansar. Más tarde,
Constance salió de la casa y se fue a sentar en una mecedora
que se encontraba en el portal del frente de la casa,
simplemente a ver pasar el tiempo. En su mente, como era de
esperar, estaba planeando la próxima visita al estanque; esta
vez pensaba llevar, además de su cámara digital, su equipo de
pintura para trabajar al aire libre. Entre pensamiento y
pensamiento la tarde fue cayendo, el ambiente se fue tornando
más frío, y el sol comenzó una vez más su lento descenso
hacia el ocaso. Por la noche la casa quedó en silencio bastante
temprano,
todos se
rápidamente
se
sentían
quedaron
cansados por
dormidos.
Afuera
el viaje
el
y
viento
174
continuaba sacudiendo las ramas de los árboles, logrando de
cuando en cuando, que alguna bellota de las ramas de los
pinos aledaños a la casa se desprendiera y cayese sobre el
techo de la misma, produciendo un golpe seco. A medida la
noche iba avanzando el viento arreciaba, originando un
intermitente ulular al colarse por las rendijas de las ventanas.
Sin embargo, nada de eso fue óbice para que los habitantes
temporales de aquella vivienda continuaran durmiendo.
De pronto, en medio del silencio interior de la casa, y estando
aún dormida, Constance creyó escuchar algo, le pareció que
alguien decía su nombre.
—¿Qué? —preguntó estando todavía un poco adormilada.
Se despabiló y aguzó el oído tratando de averiguar si
realmente alguien le había llamado. Pero, lo único que logró
escuchar, fue el fuerte susurro producido por el viento al pasar
por entre las agujas de los pinos, y el ulular producido por el
mismo al filtrarse por los resquicios de la ventana de su
habitación. Sentada sobre la cama, se inclinó un poco hacia un
costado, alargó uno de sus brazos hasta alcanzar el móvil que
había dejado en la mesilla de noche, presionó la tecla de fin de
175
llamada e inmediatamente apareció la hora, era poco más de
las doce y media de la noche. El sueño se le había escapado,
estaba totalmente despierta. Decidió, entonces, levantarse a
leer un libro que había llevado consigo y, acto seguido se
levantó. Cuando estuvo ya de pie sintió curiosidad por echar
un vistazo al paisaje nocturno fuera de la casa. Caminó hasta
la ventana, descorrió la cortina y pudo admirar un panorama
bañado por la luz fantasmal entregada por la luna, la cual
parecía estar llena. El camino de tierra principal de acceso a la
zona se miraba blancuzco. Las estrellas, debido al esplendor
de Selene, parecían haber sido barridas del cielo.
Por un
momento le pareció ver algo que se desplazaba entre un grupo
de pinos que se encontraba un tanto alejados, al otro lado del
camino de tierra, parecía una persona, realmente parecía una
mujer a la cual el viento de la media noche le agitaba el
cabello. Sin embargo, pensó Constance, debe de existir una
explicación más sensata, y se decidió por creer que aquel
fenómeno se debía a alguna rama de pino baja, cuyas agujas
eran sacudidas por la fuerte brisa nocturna, pero algo en su
interior se negaba a aceptar aquel práctico razonamiento.
Corrió de nuevo la cortina, encendió la luz de la habitación,
176
buscó el libro y se sentó en un sillón orejero a leerlo. El resto de
la noche, mientras estuvo despierta, no se produjo ningún
nuevo incidente. Se volvió a acostar cuando ya los rayos del
sol advertían sobre el nuevo día.
Se despertó ya bastante entrada la mañana, y después bajó a
la primera planta a buscar algo para comer. Sus padres, al
parecer, ya habían tomado su desayuno y habían salido a
practicar senderismo por los caminos vecinales.
Después de su frugal desayuno, Constance se abrigó con un
suéter de lana, se puso un overol de mezclilla bastante raído
que alguna vez había sido azul, sacó sus aperos para pintar y
su fue al porche de la casa a buscar, desde allí, un motivo para
capturarlo con sus pinceles, y dejarlo plasmado en una
acuarela. Pasada ya la media tarde logró un cuadro que ella
consideró aceptable. Limpió sus pinceles y los colocó sobre
una mesita portátil plegable. Se alejó un poco del cuadro, lo
observó y concluyó que así se quedaría. Luego dejó el porche
y anduvo hasta la calle de tierra, tomó esta última y se
encaminó hasta el grupo de pinos en el que creía haber visto,
la noche anterior, a una persona desplazándose entre ellos.
Cuando llegó trató de encontrar alguno de los árboles que
177
tuviera una rama baja, para confirmar la teoría que había
razonado por la noche, pero no encontró lo que buscaba, no
había uno tan sólo de aquellos pinos que tuviera aquella
peculiaridad. La tarde estaba agradable, de manera que buscó
entre las coníferas un sitio donde sentarse y se quedó allí
meditando un rato, admirando la naturaleza. De cuando en
cuando pasaba por allí algún pajarillo vespertino, entonando su
canto particular y posándose momentáneamente sobre la rama
de algún árbol, para luego precipitarse en la búsqueda de un
lugar donde guarecerse durante la noche. Cuando los rayos del
sol poniente comenzaban a extinguirse detrás de las montañas
enmarcadas en aquel límpido cielo, Constance se encamino
hacia la casa. Recogió los útiles que había dejado en el porche
y los llevó hasta su habitación en la segunda planta, se sentía
bien, plena, agradablemente tranquila. Después de la cena se
quedó charlando unos momentos con sus padres, luego se
retiró a su habitación con la idea de leer un poco.
Por la noche, nuevamente cuando estaba dormida, escuchó
que alguien le llamaba, pero esta vez logró captar que fuera
quien fuese quien lo había hecho, no había dicho Constance,
sino Gris, Como ya le había ocurrido en los sueños, se
178
incorporó en la cama y se quedó atenta, a ver si escuchaba
nuevamente aquel llamado. Le restó importancia a la situación
y volvió a acostarse pero, cuando nuevamente comenzaba a
quedarse dormida escuchó una vez más la voz, era como una
especie de delicado susurro cerca de su oído.
—Gris, has vuelto, ¿quieres jugar conmigo a las escondidas?
Nuevamente Constance se incorporó en su cama, se quedó
atenta y esperó a escuchar la voz una vez más. Aguardó un
buen rato pero nada, al parecer no se repetiría aquella
invitación. «¡La chica del bosque!», pensó súbitamente
Constance. De alguna manera inexplicable cayó en la cuenta
de que la imagen de la visión en el bosque era la de una chica.
También, de forma impulsiva pensó en salir de la casa y
dirigirse hacia el conjunto de pinos en donde la había visto,
como queriendo ocultarse entre los árboles, pero se contuvo,
oteó desde la ventana y esta vez no vio algo anormal. Había un
despropósito en aquella voz, reflexionó mientras se colaba de
nuevo entre las colchas y el edredón, en lugar de infundirle
temor la incitaba a encontrar el lugar de donde provenía. Como
si realmente estuviera jugando a las escondidas. Pero no sólo
eso, sentía que aquella voz le causaba una sensación
179
agradable, es más, parecía recordarle algo como una
experiencia agradable.
Volvió a dormirse, pero esta vez comenzó a soñar.
—Ven, levántate — le dijo su compañera a Gris halándola de la
mano para que se levantara del sofá—, vamos a jugar a las
escondidas.
La escena se desarrollaba en la sala de estar de una casa un
poco antigua. Gris estaba sentada, mientras su amiga la
animaba para que juguetearan un rato.
—Ven, Gris, sorteemos a ver a quién de las dos le toca buscar.
Ven, no te quedes allí sentada.
—De acuerdo, vamos a jugar, no te apures, yo busco primero.
Voy a contar hasta treinta y tú te escondes, no vale ocultarse
fuera de la casa, ¿De acuerdo?
—De acuerdo, pero no mires mientras yo me escondo.
—Comienzo a contar… uno…dos…tres…
—No mires…
180
—diez… once… doce…
—¡Voy a salir ahora!… veinte… veinte y uno… veinte y dos…
—Estoy lista… pero tienes que llegar hasta treinta antes de
venir a buscarme.
—…veinte y ocho… veinte y nueve… treinta, voy a buscarte —
gritó la chica llamada Gris y comenzó la tarea de encontrar a su
compañera.
Comenzó el recorrido en la misma sala de estar, luego pasó al
vestíbulo, continuó por el comedor, y se fue hasta la cocina, en
donde les preguntó por medio de señas, a las cocineras, si no
estaba escondida allí su compañera; de allí se fue hasta la
bodega en donde guardaban los víveres. A cada lugar que
llegaba miraba detrás de las puertas. Subió a la segunda planta
y comenzó a ir de habitación en habitación, primero la de los
padres de su amiga, luego la habitación de ella, entró a las
habitaciones vacías que al parecer servían para cuando
llegaban invitados. Luego llegó a la recámara que utilizaba
cuando llegaba de visita, abrió despacio la puerta con la mano
en el picaporte, introdujo un poco más la cabeza hasta ver
detrás de la puerta y… allí estaba escondida su compañera. En
181
el momento en que iba a gritar su victoria, su amiga le indicó,
poniéndose el dedo índice en los labios, que permaneciera
callada. Tomó de la mano a Gris, la atrajo hacia sí y la abrazó.
La otra le correspondió también de la misma manera aquel
gesto de cariño, y luego comenzaron a besarse en la boca.
Habían comenzado a excitarse, ambas se estaban deseando.
Gris se puso de espaldas a su amiga y esta le desató las cintas
de atrás del vestido, luego le ayudó a sacarse las mangas para
que pudiera fácilmente
liberarse de él completamente.
Después se quitó las medias de hilo blanco para terminar
liberándose de toda la ropa íntima. Cuando gris estuvo
totalmente desnuda hizo lo propio con su compañera, le ayudo
a quitarse toda la ropa hasta que quedó igual que ella,
totalmente desnuda. Se volvieron a abrazar sintiendo la tibieza
de la piel de sus respectivos cuerpos, y juntaron sus labios con
ansiedad. Separaron sus bocas y apoyaron sus frentes una
contra la otra, se vieron a los ojos con gran ternura y luego, la
compañera de Gris, se puso de rodillas ante ella y le dio un
beso en su intimidad. Una corriente de excitación recorrió la
espalda de Gris, ésta se agachó un poco, tomó de los brazos a
su amiga y le pidió que se levantara y que se fueran a la cama.
182
Se agarraron de la mano y juntas se acostaron entre caricias
besos y varios te quiero y te amo. Estando en la cama
exploraron sus respectivos cuerpos con sus manos y sus
labios, sin dejar olvidada ni una sola parte de su piel, después
que ambas hubieron alcanzado el éxtasis más de una vez,
quedaron bastante exhaustas. Permanecieron en la cama
tomadas de la mano y viendo hacia arriba. Se habían
expresado el amor que sentía una por la otra tanto con
palabras como físicamente, pero luego aparecieron unas
lágrimas en los ojos de la compañera de Gris.
—Quédate conmigo Gris, no te vayas…—dijo apoyándose en
uno de sus costados para quedar frente a ella y acariciarle
suavemente una de sus mejillas. Luego, con lágrimas en los
ojos, se apretujó contra el cuerpo de Gris como queriendo
fundirse con su amiga, como queriendo memorizar con su
cuerpo cada recodo del cuerpo de ella. Luego apoyó su rostro
contra una de las mejillas de Gris y le susurró entre sollozos:
—Dime que volverás…
—Tú sabes que volveré, sabes que te quiero…
—¿Entonces?
183
—Quiero que te sientas orgullosa de mí…
—Sabes que no necesito de nada más para amarte.
—Créeme que lo sé, pero no tienes de qué preocuparte, estaré
de regreso en unos meses, antes de que cumplas los 19 años,
sabes que no podría estar lejos de ti en esa fecha.
—Voy a volver, créeme, que voy a volver…
En aquel instante Constance se despertó, se dio cuenta de
que estaba hablando dormida. Pero, inmediatamente recordó el
sueño que estaba teniendo. Lo recordó todo, y comenzó, ya
despierta, a preguntarse si ella y Gris eran realmente la misma
persona. Luego se llevó una sorpresa mayor, cuando movió su
cuerpo debajo de las colchas se dio cuenta de que estaba
desnuda, y luego vio que su ropa de dormir estaba en el piso, a
un lado de su cama. Pero presintió algo más,
introdujo su
mano por debajo de la ropa de cama que la cubría, palpó su
intimidad y comprobó que estaba húmeda.
¿Qué había pasado en la noche?, no lo tenía claro, en realidad
no tenía la menor idea. Sin embargó, concluyó que ella misma
184
se había procurado un poco de placer en algún momento del
sueño. Aunque no recordaba haberlo hecho,
era la única
explicación razonable. Por fin decidió no continuar dándole
vueltas en la cabeza a aquella situación, se cambió de
posición, y trató de dormir un poco más, la sensación de
sentirse desnuda y calentita
dentro de la ropa de cama le
causó una sensación deliciosa. Cuando volvió a abrir los ojos
eran ya las nueve y media de la mañana. Una hora más tarde
iba en el todoterreno de su padre en busca del estanque de
aguas azul turquesa. Esta vez llevaba consigo todos sus
aperos para practicar la pintura. Estacionó el coche en el
mismo lugar en donde lo había dejado la vez anterior, cargo
con todos sus utensilios para pintar y se dirigió al estanque.
Pero, ahora no estaba solo, había una chica bañándose en él.
Constance se acercó despacio hasta la orilla, la chica del
estanque la vio, levantó la mano y la saludó, Constance le
devolvió el saludo, y luego hubo un breve momento de silencio,
el cual aprovechó para desdoblar el caballete portátil y sacar
las demás cosas que utilizaba para pintar.
—¿Vienes seguido por aquí? —Preguntó Constance.
185
—Ahora
no,
antes,
hace
bastante
tiempo,
venía
frecuentemente con una amiga.
Mientras tanto, Constance continuaba disponiendo sobre una
mesita portátil sus enseres para pintar.
—Por lo que puedo ver te dedicas a la pintura, ¿verdad? —dijo
la chica desde el estanque.
—Sí —respondió Constance un tanto tímida.
—¿Y qué es lo que te gusta pintar?
—Paisajes, la naturaleza… —respondió Constance con la vista
baja tratando de evitar la mirada de la otra chica.
—¿No dibujas ni pintas personas?
—No…
—¿Por qué?
—No sé, es que realmente no me salen bien. Y tú…
—Yo vivo aquí —le interrumpió
la chica del estanque,
desviando el rumbo de la charla.
—¿De verdad?
186
—Sí, todas estas tierras, incluido este manantial son de mis
familiares.
—Perdón, no sabía que esto era propiedad privada, quizás sea
mejor que me retire…
—No, no tiene porqué irte, puedes pintar lo que quieras. Pero
dime, ¿no te gustaría dibujar y pintar a una persona?
—Me gustaría pero, como ya te he dicho, no sé hacerlo.
—Vamos, por qué no lo intentas…
—Es que…
—Sí, ya me lo has dicho, no sabes cómo hacerlo. Pero
inténtalo, voy a posar para ti. Dibuja primero sólo mi rostro y
luego dibuja todo mi cuerpo. Vamos, inténtalo…
—Pero…
—Sólo inténtalo… Perdona si no me he presentado, mi nombre
es Carina.
—El mío Constance.
—Bien, Constance, me gustaría que me hicieras una pintura.
187
«Vaya—pensó Constance—es la primera vez que alguien casi
que me exige que le haga una pintura, pero, por alguna razón
que no comprendo no me incomoda».
—De acuerdo, Carina, voy a intentarlo. Trataré de dibujar tu
rostro y luego tu cuerpo. Pero tendrías que salirte del agua.
—De acuerdo, pero no vayas a asustarte.
—Por qué…
Constance tuvo que interrumpir la frase cuando vio que la chica
del estanque se estaba bañando desnuda; sin embargo, salió
sin inmutarse. Caminó hasta una de las rocas planas en las
que se había sentado Constance la primera vez que había
llegado al manantial, y se sentó erguida, dirigiendo la mirada
hacia ella. Constance aparentó restarle importancia
a la
situación, se imaginó que aquella era una de esas chicas
modernas que hacían gala de su desinhibición.
La pintora sacó de entre sus útiles una libreta de hojas para
acuarela formato A3 de 300g/m2 , levantó la cubierta y la dobló
hasta llevarla hacia atrás, de manera que la primera hoja
quedara lista para comenzar a trabajar, tomó un carboncillo y
188
con trazos casi invisible comenzó a esbozar el rostro de Carina.
Desde el primer momento comenzó a extrañarse, parecía como
si alguien la estuviera llevando de la mano para hacer aquellos
trazos casi perfectos.
—Qué extraño —susurró Constance.
—Qué cosa —preguntó Carina.
—Por favor no hables, mantente quieta. Lo que me extraña es
que nunca me habían salido unos trazos tan bien definidos y,
mucho menos en las condiciones en las que me encuentro
trabajando ahora. Me parece totalmente increíble.
Constance continuó trabajando, concentrada totalmente en lo
que estaba haciendo. Después de un largo rato dio por
finalizado el dibujo. Luego le preguntó a Carina:
—¿Puedo tomarte una foto? Sería únicamente de tu rostro,
para aplicarle más tarde los colores.
—Puedes fotografiar mi rostro y mi cuerpo si te es necesario,
pero debes hacer las pinturas si quieres tener un registro de lo
que has hecho.
189
La acuarelista no entendió lo que quería decirle la chica que le
servía en ese momento como modelo, y procedió a tomar la
fotografía en alta resolución, luego se dedicó a comenzar el
dibujo de cuerpo entero de Carina.
—Bien —le dijo—, voy a comenzar el dibujo de tu cuerpo.
¿Quieres que te lo haga así, sentada?
—No, quiero que me dibujes de frente —le respondió la modelo
acercándose a la rama de un árbol, la tomó con la mano
izquierda y dejó, mientras, el brazo derecho junto a su cuerpo,
en posición normal.
—De acuerdo…
—Quisiera que me dibujaras con gran detalle.
—Bien —le respondió Constance—, pero por favor procura no
moverte.
«Después de todo —pensó Constance en aquel momento—
nunca creí que pudiera tener una modelo para mí sola»
Este dibujo le llevó más tiempo, detalló lo más que pudo cada
recodo de su cuerpo, sus senos y su intimidad fueron dibujados
con gran detalle. Cuando terminó el dibujo tomó nuevamente
190
su cámara y le hizo una fotografía de su cuerpo, tal como había
posado para el dibujo. Pasaban las tres y media de la tarde
cuando Constance dio por concluida la tarea. Entonces
comenzó a recoger todos su enseres de dibujo y comenzó a
guardarlos.
—Constance, perdóname si crees que estoy abusando de ti,
pero todavía quiero pedirte algo más…
—Dime…
—¿Puedes llevar el cuadro de mi rostro a la casa de mis
parientes cuando esté listo?
—Pero no sé a qué casa te refieres…
—La casa queda detrás de ese montículo —dijo Carina al
mismo tiempo que señalaba, con el índice de su mano
derecha, hacia una colina que quedaba a la vista, muy cerca—
, es la única situada allí.
—De acuerdo, creo que estará lista el día siguiente después de
mañana.
—Gracias… ahora tengo que irme…
191
—Pero no puedes irte así desnuda —dijo Constance dándole la
espalda a Carina para agacharse y recoger un pincel que se le
había caído—, es más, puedo llevarte en mi coche para que no
tengas que caminar hasta el lugar donde vives…
Constance no obtuvo ninguna respuesta.
—¿Carina?
Nadie respondió.
«Vaya, vaya, esa chica realmente tenía prisa, cómo habrá
hecho para irse tan rápido» —pensó Constance.
Ya eran casi las cuatro de la tarde, el ambiente estaba
tornándose frío, el cielo mostraba un azul sin nubes y los pinos
comenzaban con su usual susurro vespertino. Dentro de
Constance había quedado una vaga sensación de dulzura, y
una rara satisfacción de haber cumplido con algo.
Por la noche, después de cenar, Constance le pidió prestado a
su padre el ordenador, para poder ver las fotos de la chica del
manantial y terminar el trabajo que, en alguna forma, se había
comprometido a hacer. Cuando estuvo en su habitación,
192
extrajo la tarjeta SD de su cámara fotográfica y la insertó en el
ordenador. Lo encendió, buscó el archivo de las fotos, lo abrió
y encontró las fotografías que había tomado por la tarde.
Primero abrió la imagen del rostro de Carina, lo contempló un
momento, y después lo aumentó al cien por ciento; con la
ayuda
del
ratón
barrió
toda
la
imagen
observando
detenidamente cada centímetro cuadrado del rostro de la chica.
Se dio cuenta que en el cuello tenía un pequeña mancha, un
pequeño lunar en el cual no había reparado antes. Quería
hacer realmente una magnífica pintura, no en balde era el
primer rostro que dibujaba.
Sacó el caballete de mesa y lo colocó sobre la cómoda de su
habitación, luego situó sobre él la libreta con los tenues trazos
del rostro de la chica del manantial. Cuando tuvo todo listo
comenzó a trazar las primeras pinceladas. De cuando en
cuando echaba un vistazo a la imagen del ordenador para
tomar alguna referencia, y continuaba con su labor. Pero poco
a poco se dio cuenta de que estaba pintando prácticamente
sin la necesidad de una guía, parecía que todo lo tenía ella en
su mente: los colores, las mezclas, los claroscuros. Cuando
terminó, cerca de las dos de la mañana del siguiente día, se
193
sintió complacida con su obra, no podía haber sido mejor. Allí
estaba el rostro de Carina tal como lo había visto, tal como ella
era. No quiso acostarse, se sentía emocionada con su
inexplicable logro, había podido, al fin, dibujar y pintar un
rostro. No se dio ningún descanso, tomó la hoja donde había
dibujado el cuerpo desnudo de la chica, lo colocó en el
caballete que había llevado al estanque, y comenzó a trabajar
sobre él. A las cinco de la madrugada había terminado de
pintar la imagen de Carina y había comenzado a esbozar los
alrededores, pero no lo terminó, las montañas lejanas y
algunos árboles quedaron únicamente como suaves trazos de
carboncillo. Constance se sentía cansada. Con lo primeros
rayos del sol naciente y los cantos de los pajarillos matutinos se
metió en la cama y se durmió. Se despertó nuevamente poco
después de las once de la mañana. Recordó que la pintura del
rostro de su compañera de la tarde anterior estaba totalmente
terminada, la tomó del caballete, la protegió para que no se
estrujara y la colocó sobre la cama. Después se dio un baño.
Bajó a la primera planta, saludo a sus padres que en ese
momento se encontraban charlando en la sala de estar, y
volvió a subir a su habitación. Se puso a observar
194
detenidamente su obra y se preguntó cómo era posible que ella
hubiese podido hacer aquel cuadro. Luego observó la pintura
inconclusa, tomó consciencia de la belleza de la chica de la
imagen y decidió dejarla así, de manera que no hubiera nada
más en aquel cuadro que la bella imagen de la chica hasta
ahora desconocida por ella. Poco después de mediodía le pidió
prestado una vez más el todoterreno a su padre y se dirigió
hasta
el
manantial,
tenía
la
esperanza
de
encontrar
nuevamente a la chica de ayer por la tarde y mostrarle su obra.
Pero no la encontró, al parecer esta vez había decidido no ir a
tomar un baño como lo había hecho el día anterior. La esperó
casi un par de horas pero fue en vano, Carina no apareció.
Constance regresó a la casa resignada a verla hasta el día
siguiente en que le llevaría la pintura hasta donde ella vivía.
A la mañana siguiente Constance se levantó bastante
emocionada, iba a entregar su primera acuarela con la imagen
de un rostro en ella. A eso de las nueve de la mañana puso en
marcha el motor del coche de su padre y salió en busca de la
casa de los parientes de la desconocida Carina. Había andado
unos seis kilometro en el todo terreno cuando vio la que podía
ser la casa mencionada por la chica. Se acercó lo mas que
195
pudo, estacionó el vehículo y se encamino hacia la puerta de
entrada. La casa tenía una presencia señorial prístina,
probablemente era de principios del siglo XX; sin embargo,
estaba bien cuidada. Rodeándola había un jardín con
bastantes flores en un orden perfecto, seguramente había un
avezado jardinero a cargo de él.
Llamó a la puerta y, un par
de minutos después, apareció en el umbral una señora de unos
cincuenta años un poco entrada en carnes, pero que, a pesar
de ello, acusaba un porte bastante distinguido.
—¿Puedo ayudarte en algo? —le preguntó la señora con tono
amable a Constance.
—Eeh —dudó un poco—, vengo a entregar un cuadro, una
acuarela, a Carina.
—Perdón, ¿a quién?
—A Carina…
—Me parece, hija, que te has equivocado de casa.
—Pero… no puede ser, pues no hay más casas por aquí cerca.
—Pero, lamento decirte, que aquí no vive ninguna Carina.
196
Constance se quedó desconcertada, por un segundo pensó
que quizás no había captado bien la dirección que le había
dado la chica.
—Señora —insistió Constance—, pienso que a lo mejor usted
conoce a bastante gente que vive en los alrededores.
—Tal vez sí, ya que no hay mucha gente que viva por aquí,
pues la mayoría de casas corresponden a antiguas haciendas
que explotaban diferentes cultivos, y que ahora se han
convertido en casas de campo de los descendientes de los
antiguos dueños de las tierras. ¿Tú vives por aquí?
—No, sólo he venido por unos días a vacacionar con mis
padres, estamos, en una de las casas que rentan en…
—Sí, ya sé cuáles son. Pero, me preguntabas si yo conozco a
la gente de los alrededores…
—Sí, es que quisiera pedirle un pequeño favor…
—¿Sí?
—Señora, le pido disculpas por mi atrevimiento…
197
—Vamos, si es algo que está a mi alcance no dudes que voy a
ayudarte.
—Gracias. Si yo le muestro la pintura con el rostro de la chica,
cree usted que pudiera decirme si es de estos alrededores.
—Es posible.
Constance separó los cartones que servían de protección a la
pintura, la extrajo y se la mostró a la señora. Cuando la vio, se
le pusieron los ojos como platos.
—Oye, hija, de dónde has sacado esto.
—Yo lo he dibujado y lo he pintado, obsérvelo, está recién
elaborado.
—Pero… es que simplemente no puede ser…
—Qué cosa no puede ser.
—Esto…
—No entiendo…
—Cómo lo has pintado… digo, quién es esta muchacha que
aparece en el cuadro.
198
—No sé, sólo me dijo que se llamaba Carina…
Constance le contó entonces a la señora cómo es que había
sucedido todo, evitando por supuesto mencionar que la chica
se encontraba desnuda.
—Vaya — dijo la señora y se quedó como ausente—, a mi
edad creía haberlo visto todo, pero al parecer todavía me
aguardan sorpresas.
Luego aquella señora se le quedó viendo a Constance al
rostro, como tratando de comprobar algo.
—Entra —dijo la señora haciéndose a un lado para franquearle
la entrada a la visitante— creo que hay cosas en esta casa
que debes saber. A propósito, ¿cómo te llamas?
—Constance, señora.
—Mi nombre es Ángela, por favor, entra.
Ángela condujo a la visitante por el vestíbulo hasta llegar a la
sala de estar.
—Por favor siéntate, voy por unas llaves, regreso en un par de
minutos.
199
Entrar en aquella casa era como haber viajado en la máquina
del tiempo, la imagen completa de la sala parecía una escena
de principios del siglo XX, o tal vez finales del XIX. Sin
embargo, habían algunos anacronismos: en un rincón de
aquella estancia se encontraba una moderna pantalla de
plasma, violentando irrespetuosamente el ambiente ancestral
del recinto, adquirido a lo largo de las décadas. Sobre una silla
alguien había dejado, quizás olvidado, un ordenador portátil y,
como para reafirmar que todo se desarrollaba en los inicios del
siglo XXI, a pesar de lo que mostrasen las apariencias, sobre la
mesa de centro de la sala había un moderno Smart Phone.
Después de unos minutos de espera, Ángela regresó portando
en su mano unas llaves y una pequeña caja de madera. Dejó la
caja sobre la mesa de centro de la sala, y le dijo a Constance
que la acompañara.
—Ven, quiero que veas algo en el cuarto que yo llamo de los
recuerdos. Creo que te va a dejar un poco impresionada.
La chica siguió a la señora por un breve pasillo hasta que se
detuvo ante una puerta, escogió una de las antiguas llaves del
llavero, la introdujo en la cerradura, y abrió la puerta con cierta
200
parsimonia, dentro estaba oscuro. Ángela se adelantó a abrir
las cortinas para que entrara un poco de luz en aquel ancestral
recinto.
Las paredes rezumaban antigüedad,
estaban
prácticamente tapizadas con pinturas y retratos de personajes
de épocas pretéritas, allí parecía estar condensada la historia
en imágenes de los que, a través del tiempo, habían integrado
aquella familia. Habían hombres de rostro ceñudo, grandes
bigotes y adusto aspecto; y mujeres de breves sombreros y
cabello ondulado, según la usanza de tiempos distantes, la
mayoría de las fotografías mostraban
el clásico tono sepia,
como una pátina obligada en los retratos añejos.
Ángela dejó que Constance recorriera libremente el salón,
observando las pinturas y las fotos, hasta que de pronto, a la
altura de sus ojos, vio un cuadro, una pintura que la dejó
estupefacta. El cuadro mostraba la parte de atrás de la cabeza
de una chica que estaba viéndose en un espejo ubicado frente
a ella, de tal manera que este devolvía en el reflejo, el rostro de
la chica; y ese rostro era, precisamente, el mismo de Carina, la
muchacha que le había acompañado en el manantial dos días
atrás,
y a quien le había dibujado el rostro. Constance se
acercó un poco más a aquella pintura y allí, en el cuello de la
201
chica, estaba la pequeñita mancha, el pequeño lunar que
presentaba también la muchacha de la acuarela que había
pintado.
—Ella… ella es Carina, la chica que conocí en el estanque, de
la que yo dibujé su rostro —dijo un poco agitada, Constance, a
la vez que señalaba el cuadro con el índice de su mano
derecha.
—Te creo, pero hay un pequeño problema…
—¿Cuál?
—Si observas la esquina inferior derecha de la obra verás,
aunque un poco desvaído, el nombre de quien la pintó y la
fecha en que lo hizo.
Constance se acercó a la pintura, entornó un poco los ojos, y
posó su mirada en el lugar que le había dicho Ángela.
—¡No puede ser! —exclamó inmediatamente—: Gris, 1918.
Ángela se había quedado detrás observando únicamente la
reacción de la chica.
—Te ha impactado mucho, ¿no es verdad?
202
Constance no respondió, retrocedió un poco, sacó la pintura
que ella había hecho de entre los cartones que le servían de
protección, la tomó entre sus manos y comenzó a comparar los
dos rostros. No cabía duda, era la misma persona. Ángela se
quedó callada mientras Constance observaba la pintura desde
diferentes ángulos. Luego la chica hizo ademán de tocarla pero
se contuvo.
—Anda, tócala si quieres —dijo Ángela que se había fijado en
el gesto.
La chica alargó la mano, y como si realmente estuviera
acariciando las mejillas de una persona, pasó suavemente las
yemas de sus dedos por el rostro de la imagen del cuadro. Algo
ocurrió en aquel contacto, pues un par de lágrimas brotaron
entonces de los ojos de Constance. Ángela no dijo nada, sino
que esperó pacientemente hasta que la chica, cabizbaja,
llevando consigo el cuadro que había pintado, se acercó a la
puerta.
—Hija —dijo la señora—, hay algo más que quisiera mostrarte,
me parece que puede serte todavía más impactante, no sé si
estás preparada para verlo.
203
—¿Qué es?
—Una fotografía… recuerdas que antes de invitarte a que
entraras me quedé viendo tu cara.
—Sí, lo recuerdo.
—¿Deseas que continúe?
—Creo que sí, aunque no sé exactamente de qué se trata.
—Mira, me parece que esto es una especie de casualidad.
Ayer por la tarde me puse a revolver una serie de papeles y
fotografías antiguas, pensaba destruir la mayoría de esas
cosas, entre ellas las fotos que se encuentran en la caja de
madera que he dejado en la mesa de centro de la sala, pero
por alguna razón, que no tengo clara, aplacé dicha tarea. Pero
ven, acompáñame a la sala.
Ángela tomó la caja de la mesa, introdujo una llavecita en la
pequeña cerradura de la misma y la abrió. Dentro había un
montón de fotografías antiguas en desorden. La señora
comenzó a removerlas buscando una en especial. Cuando la
encontró la tomó entre sus dedos pulgar e índice, hizo como si
204
la iba a sacar pero se detuvo un momento y volvió a ver el
rostro de Constance. Por fin la sacó y se la entregó.
¡Una sorpresa más para Constance¡ En aquella vieja foto,
quizás coloreada en sepia por el paso de los años, aparecían
dos chicas muy bonitas, ambas de unos dieciocho años,
estaban de pie y tomadas de la mano, sonrientes, como
esperando, precisamente, el disparo de la cámara. Las chicas
eran Carina y…¿Constance? o… ¿Gris? Aquella chica era el
retrato de Constance décadas atrás, antes, incluso, de haber
nacido. En el reverso de la fotografía podía leerse todavía en
trazos de desleída tinta:
Carina y su amiga Griselda Montemayor
18 de Diciembre de 1917
—Puedes quedártela, si quieres.
—¿De veras?
—Claro, es tuya si la quieres. Al fin y al cabo que la iba a
destruir.
—Gracias. ¿Puedo preguntarle algo?
—Veamos…
—¿Quien era Gris o… Griselda?
205
—No sé por qué te cuento todo esto, pero algo me dice que tú
necesitas, por alguna razón, saber estas cosas. A decir verdad,
cuando yo estaba pequeña escuché varias veces algunas
historias sobre Carina, mi tía abuela, y Griselda, no sé si en
realidad eran ciertas, o eran simples inventos que se van
generando a través de los años, con el deseo de hacer más
interesante y misterioso un relato de familia. Gris, o Griselda
Montemayor, era una gran amiga de Carina, al parecer, según
escuché más de alguna vez, eran algo más que amigas. No sé
si me entiendes lo que quiero decir…
—Sí, créame que sí le entiendo.
—Bien, el caso es que, cada vez que estaban de vacaciones,
supongo que del colegio, las dos se venían para esta casa a
pasar la temporada completa. Incluso, al parecer se quedaban
aquí solas con la servidumbre, porque los padres de Carina,
que vendrían a ser algo así como mis bisabuelos, tenían que
quedarse en la ciudad atendiendo otros asuntos de importancia
para ellos. Me parece, no puedo asegurarte nada, que la foto
que te he dado fue tomada cuando ellas habían terminado sus
estudios en el colegio. Y, según se sabe, o se quiere saber,
206
tuvieron que separarse al menos por un tiempo, o eso es lo que
parecía.
—¿Por qué se separaron?
—Bueno, según se especula, Gris tuvo que ir por un periodo
fuera del país a estudiar algo, no sé qué, pero el caso, según
algunas lenguas, es que Gris no regresó. Una Mañana,
después de algunos meses de haber partido Griselda, Carina
se levantó sollozando, asegurando que Griselda, su amiga
había fallecido.
—¿Y eso era cierto?
—No lo sé, creo nadie supo aquí si en realidad eso era verdad.
El caso es que después de un tiempo, no sé cuánto tiempo,
Carina, según decían las gentes de antes, moría de tristeza.
Creo que nunca nadie averiguó realmente de qué había
fallecido. No sé por qué extraña razón tú pareces involucrada
en esto, pero es algo que estoy segura que no me concierne.
Y, por otra parte, no quiero verme involucrada en extrañas
historias de aparecidos, eso no es para mí.
Cuando Constance se levantó del sillón en que se encontraba,
para despedirse, tomó consciencia de que en la sala había un
espejo, era el mismo espejo que aparecía en el cuadro pintado
207
aparentemente por Gris en 1917. Se acercó a él, se colocó
enfrente y, entonces, además de su reflejo pudo ver claramente
el de Carina, casi a la par suya, sonriendo. Entonces también
Constance sonrió, el reflejo del espejo emulaba los rostros que
aparecían en la foto que le había dado la señora.
Constance se despidió de Ángela asegurándole que no
volvería a molestarla con el tema de Carina, y dándole las
gracias por la foto que le había obsequiado. También llevaba
con ella el cuadro que ella misma había pintado.
Unos días después se encontraba de nuevo en su casa en la
ciudad. Todavía se llevó una sorpresa más, cuando revisó los
archivos de las fotos que le había tomado a Carina en el
estanque, encontró que la imagen de ella había desaparecido,
como si jamás hubiese estado allí.
Tres días después de haber regresado de su temporada de
vacaciones, Constance revisó su servidor de correo electrónico,
y allí encontró una carta que le había enviado doña Engracia
desde algún lugar:
Querida Constance:
208
Ante todo quiero pedirte disculpas por no haberme comunicado
antes contigo. Se suponía que yo no iba a estar fuera mucho
tiempo; pero una serie de imprevistos nos ha obligado a
cambiar los planes iniciales. Digo nos, porque estoy en una
convención que se celebra cada cierto tiempo y en diferentes
lugares. Esta vez ha sido en Francia, y creo que no ha ocurrido
por casualidad.
Quiero también que sepas que en ningún
momento me he olvidado de tu situación, pues he continuado
estudiando tu carta natal. He de decirte, incluso, que aquí
donde me encuentro he contado, además, con ayuda para su
estudio. Y una de las cosas que se me había pasado por alto
es que el día en que naciste —11 de Julio de 1991— hubo un
eclipse solar, y eso no es todo, tu nacimiento ocurrió a la
misma hora en que se producía cabalmente el eclipse que, a
su vez, fue visto en el lugar de tu nacimiento en todo su
esplendor. Lo anterior marca unas características muy
especiales en tu carta natal, pero basta ya de tanta palabra.
Voy ahora a tratar de exponerte en forma ordenada, lo que
hemos descubierto. En primer lugar, en tu vida anterior
adquiriste una deuda de amor que aparentemente no saldaste.
Por otra parte, en esa misma vida, desde pequeña fuiste una
209
pintora excepcional, lo cual parece explicar tu repentina
inclinación actual por la pintura. Con relación a tus sueños
debo decirte que: todo parece indicar que la persona a la que
amaste fue una chica, lo cual no debe de hacerte sentir mal,
pues el corazón no entiende de razones; luego, el hecho de
que tú no pudieras verle la cara a tu compañera de sueños,
que seguramente es la chica a la que amaste, se relaciona con
la culpa inconsciente que sientes, no te atreves a enfrentarla.
Por otro lado, la imagen recurrente del manantial que a
menudo viene a tu mente, hace referencia a algún sitio en el
que tú y ella se conocieron, se amaron o visitaban con
frecuencia, de manera que ese lugar llegó a convertirse en el
símbolo del amor entre ustedes.
Pero aquí viene lo más
interesante con respecto al nombre Gris o Griselda, que tú
escuchas en los sueños: por una casualidad muy grande —
aunque yo no creo en las casualidades— tuvimos en nuestras
manos unos antiguos archivos de uno de los hospitales de
París, allí estaban registrados muchos de los fallecimientos
debidos a la epidemia de influenza de 1919, y algo me llevó a
curiosear ciertas páginas, en una de las cuales encontré un
nombre: Griselda Montemayor, de ocupación pintora, y como
210
nacionalidad aparecía la de nuestro país. Su fecha de deceso
exacta era 15 de Octubre. Les pedí, entonces, a algunos de
mis compañeros de convención, que me ayudaran a encontrar
más datos importantes de tu carta natal relacionados con la
información obtenida en el hospital y, después de mucho
esfuerzo, encontramos que tu fallecimiento en esa vida tendría
que haber ocurrido en alguna parte de la actual Europa
occidental, lo cual concordaba con lo que había descubierto en
los registros del hospital. Por un cálculo de ciclos, y esas cosas
que sólo nosotros sabemos hacer, también descubrí que es
muy probable, que en los próximos días, tengas alguna
experiencia
sobrenatural
bastante
fuerte,
la
cual
está
relacionada con esa supuesta deuda de amor que ya te he
mencionado
antes
en
este
correo;
no
rechaces
esa
experiencia, es para el bien tuyo y de esa chica que te amó y
seguirá amándote; a la que tú también amaste y continuarás
amando más allá del fin del tiempo. Con toda seguridad
volverán a encontrarse en una vida próxima; espero, de todo
corazón, que en ese siguiente encuentro no tengan que volver
a separarse, y que el Universo, dentro de ese intrincado
ajedrez que sólo él sabe operar, les conceda la felicidad.
211
Bien, Constance, tengo una certeza bastante grande de que
este es tu caso, de todas formas, me parece que tú lo podrás
comprobar en algunos días.
Recuerdos,
Engracia.
Epilogo.
Unas semanas después, Constance visitó la tumba de Carina,
y cuando estaba depositando sobre ella una rosa roja, símbolo
del amor por su color, leyó sobre la lápida un enigmático
epitafio:
Partió una mañana de primavera
en busca de su amor.
212
213
214
La Hacienda
San José de la Mora, fines de Septiembre de 1928
La pesada máquina de vapor del tren, de 67 toneladas de peso
y 189 libras por pulgada cuadrada de presión de caldera,
llegaba a la estación de San José de la Mora arrastrando varios
vagones de pasajeros y el cabús. El silbato de la locomotora
sonó anunciando su arribo, al mismo tiempo que expulsaba un
penacho de vapor blanquecino. El maquinista aplicó los frenos,
y un agudo chirrido metálico se produjo por la fricción entre las
ruedas y los rieles, hasta que el tren quedó detenido, mientras,
de la chimenea, salían tenues volutas de humo gris. Eran en
aquel momento las 10:00 de la mañana, y el andén de la
estación, una pequeña construcción de madera y techo de
tejas de barro, se encontraba prácticamente desolado. Sólo se
encontraba en él un campesino de sombrero y típica ropa de
manta blanca, perezosamente apoyado en una de las
columnas del portal, mascando distraídamente una ramita de
grama; un par de niños sentados sobre unos sacos de café en
pergamino, que aparentemente esperaban ser transportados
en algún momento, y el encargado de la estación, un hombre
215
de unos 60 años, que entonces se encontraba atareado
enviando un mensaje Morse de puntos y rayas, a través del
pequeño y clásico dispositivo telegráfico de la época.
De uno de los coches del tren bajó una sola persona, una chica
muy atractiva, de unos veinte años de de edad, de cabello
negro, tez blanca y ojos tirando hacia el verde, que ayudada
por el conductor, bajó al andén de la estación con el equipaje
que le acompañaba. La recién llegada llevaba un vestido largo
que le cubría prácticamente hasta los zapatos, y sobre su
cabeza un sombrero que hacía juego con el vestido de un leve
estampado
primaveral.
Minutos
después
de
que
ella
descendiera al andén, el tren volvía a hacer sonar el silbato,
pero ahora lo hacía anunciando su partida.
Momentos después, cada vez más distante, podía escucharse
sonar alegremente el silbato de la locomotora, mientras el tren
cruzaba verdes parajes de diferentes cultivos. Entre tanto, a la
estación retornaba el letargo de una mañana soleada de
principios de la estación seca. La chica, único pasajero que se
había quedado en aquel lugar, de pronto tubo la sensación de
haberse quedado abandonada en aquella pequeña
plaza
desolada. Nadie había llegado por ella. Dejó el equipaje sobre
216
el apeadero, en donde lo había colocado el conductor, y se fue
a sentar en una banca de madera, con respaldo, que se
encontraba
cercana a la ventanilla del encargado de la
estación, después de algo así como una media hora, este se
colocó el kepis reglamentario sobre la cabeza, y salió de su
pequeña oficina hacia el andén, en donde se encontraba la
recién llegada.
—Perdone, señorita, pero creo que usted es la sobrina de don
Adrián Valverde, ¿o me equivoco?
—Así es, señor, no se equivoca, yo soy la sobrina de Adrián
Valverde —le respondió la chica viéndole fijamente con sus
ojos verdes.
—Tengo la impresión de que deben de haber tenido algún
atraso en la hacienda de don Adrián, y por eso no han venido
por usted.
—Espero que tenga razón, no quisiera tener que pasar la
noche aquí.
—No se preocupe, señorita, si fuese necesario yo la puedo
llevar hasta la propiedad de don Adrián cuando termine mi
217
turno, aunque eso es realmente un poco tarde, cerca de las
cinco.
—Gracias, le agradezco su intención. Aunque espero no tener
que molestarle. Sigo pensando que de un momento a otro
vendrán por mí.
—Yo pienso lo mismo, pero si fuese necesario, puede contar
conmigo.
La chica le dio nuevamente las gracias por su ofrecimiento, y el
encargado de la estación se retiró a su pequeña oficina.
Después de un rato, la chica se levantó, fue hasta donde
estaba su equipaje, extrajo de él un libro —Heidi de Johanna
Spyri— y se lo llevó para leerlo mientras aguardaba. Al poco
rato de estar enfrascada en su lectura, escuchó el monótono
ruido de las ruedas
de una carreta que se acercaba, para
luego detenerse a un costado de la estación. Pronto, una
señora algo entrada en carnes, se colocaba frente a la recién
llegada viajera del tren.
218
—¿Es usted la señorita Isabel, la sobrina de don Adrián
Valverde? —preguntó la mujer como intuyendo de antemano
que la respuesta iba a ser afirmativa.
—Así es, Isabel Urresti, ¿Puedo servirle en algo?
—Yo soy Celia, empleada de su tío. Venimos por usted desde
la hacienda.
—Vaya —respondió un tanto molesta Isabel—, por un
momento pensé que tendría que quedarme a dormir aquí en la
estación.
—Usted disculpe señorita, pero es que la calesa en la cual
veníamos de camino por usted se arruinó, y hemos tenido que
regresar hasta la hacienda, y como no había tiempo para
repararla nos hemos venido a llevarla en una carreta… que…
bueno, usted disculpe… a lo mejor no es lo que podría haber
esperado, y quizás no se va a sentir bien.
—Por ahora me basta con saber que ya no tengo que aguardar
más tiempo.
Acto seguido apareció el acompañante de Celia, tomó las
maletas de Isabel, y las llevó hasta la parte de atrás de la
219
carreta, donde las acomodó; luego ayudó a Isabel a subirse a
la parte delantera para que pudiera sentarse en el asiento a la
par del carretero. En tanto Celia tuvo que conformarse
haciendo el viaje en la parte de atrás, junto con las maletas.
El viaje duró poco menos de una hora por un camino de tierra
en no muy buen estado. Cuando llegaron a los terrenos de la
hacienda, entraron por un camino flanqueado por altos árboles
de una especie desconocida para Isabel, más allá de dichos
árboles se encontraban otros bastante frondosos, cubriendo los
plantíos de café que mostraban abundante fruto ya maduro en
espera de ser cortado. Al final del camino se encontraba el
casco de la propiedad, una explanada en la que estaba la casa
principal de la hacienda, una vivienda de dos pisos con un
corredor rodeando la primera planta. A un lado de ella, a poco
más de unas trescientas varas, se encontraba otra casa de
apariencia menos ostentosa, que según supo después Isabel,
había sido la casa principal original de aquellas tierras, pero
ahora allí se encontraban las oficinas, las bodegas y la
caballeriza.
Cuando Isabel entró a la casa, lo hizo en compañía de Celia y
el mozo carretero, el cual llevó el equipaje hasta la habitación
220
que iba a ocupar la chica en la segunda planta, y que estaba
equipada con una cama de baldaquín, una cómoda, un
secreter, un ropero y una mesita alta con una jofaina. En la
pared frente a la entrada, había una ventana con vista hacia
una zona de cultivo de café, en la cual sobresalían los
frondosos árboles que protegían de la luz solar a los cafetos.
—Señorita —dijo Celia cuando estaba por salir de la
habitación, después de haber acompañado a Isabel para
mostrársela.
—¿Sí?
—En la habitación contigua a la suya está la biblioteca, es
deseo de don Adrián que usted disponga de ella cuando guste.
También, el señor, ha ordenado que Estrella, una de las
mejores yeguas de la caballeriza, de pelaje blanco, esté
disponible para usted cuando lo desee; nomás tiene que pedir
que se la ensillen para que pueda montarla.
—Gracias, Celia, pero… aún no he visto a mi tío, ¿Se
encuentra en el campo?
221
—No, señorita, don Adrián se encuentra fuera de la hacienda;
de manera que usted estará sola en esta casa por el momento.
Si desea algo puede llamarme a través de la campana—dijo la
empleada, señalando al mismo tiempo un cordón amarillo que
se encontraba cerca de la cama.
—Gracias, Celia.
—Se me olvidaba. La cena suele servirse aproximadamente a
las siete de la noche, si usted la desea antes también puede
decírmelo. El desayuno, si usted quiere, puede traérsele a la
cama.
—Gracias, Celia. Prefiero bajar al comedor a tomar el
desayuno.
—Creo que debido a su viaje en el tren, y a la espera que tuvo
que hacer en la estación, no ha podido tomar su almuerzo, las
cocineras pueden prepararle algo si usted gusta.
—Gracias, creo que voy a aceptar tu ofrecimiento.
Unos cuarenta y cinco minutos más tarde, Isabel bajó al
comedor a saborear el almuerzo que le habían preparado en la
hacienda de su tío. Cuando hubo terminado, se levantó de la
222
mesa y salió al corredor que bordeaba la primera planta de la
casa, cerca de una de las esquinas encontró una hamaca que
la incitaba al descanso, invitación que Isabel aceptó casi al
instante, se acomodó dentro de ella y prontamente, con lo
cansada que se sentía, se quedó dormida. Cuando despertó
eran ya casi las cinco y media, el sol estaba comenzando a
ocultarse tras unos celajes rosa y naranja. Unos minutos
después de haberse despertado, una de las criadas llegó hasta
donde se encontraba ella en la hamaca, para preguntarle si
deseaba tomar su cena temprano, a Isabel le pareció buena
idea para poder así retirarse luego a sus quehaceres
nocturnos.
A las ocho de la noche la casa y los alrededores habían
quedado sumergidos en una oscuridad casi impenetrable,
rasgada apenas por un par de farolas de gas, que habían
quedado encendidas y colgadas de unos postes bajos en el
frente de la casa principal. A las nueve de la noche,
únicamente la ventana de la biblioteca daba a entender que
alguien permanecía aún despierto dentro de aquella casa. En
el secreter de su habitación, Isabel había encontrado un
plumier de madera con varios canuteros y plumillas, se los
223
había llevado a la biblioteca y se había sentado a escribir bajo
la luz de un par de quinqués. Mientras la chica se encontraba
escribiendo en el silencio de la noche, interrumpido a veces por
el ulular de algún pájaro nocturno o por los ruidos propios de la
madera de la estructura de la casa, se le vino a la mente la
situación de Jonathan Harker mientras se encontraba como
invitado de Drácula en su castillo. La escena correspondía a
una novela de misterio que recién había leído.
Cerca de las once de la noche se sintió bastante cansada y
decidió irse a la cama. Apagó un quinqué y tomó el otro con
una de sus manos para alumbrar el camino a su habitación,
entró en ella, cerró la puerta y echó el pestillo. Se quitó la ropa
que había utilizado durante el día, se colocó el camisón para
dormir, se coló entre las sábanas y apagó el quinqué. Una
densa oscuridad se apoderó de todo el recinto, a pesar de ello,
después de unos minutos, la chica dormía profundamente.
La ventana de la habitación había quedado abierta, aun cuando
Celia le había recomendado que la cerrara, debido a que algún
espíritu maligno podía colarse por ella. Pero Cristina Isabel
Urresti no creía en esas invenciones.
224
Como las cortinas de la ventana de su habitación tampoco
habían quedado completamente corridas, la claridad del nuevo
día hizo que Isabel se despertara temprano. Abrió los ojos, y un
tanto confundida se preguntó dónde estaba. Luego recordó su
viaje por tren, la espera en la estación del pueblo, y la llegada a
la hacienda de su tío. Se levantó de buenos ánimos y se dirigió
a la ventana, descorrió las cortinas y se encontró con un
paisaje de exuberante verde y cielo azul despejado. Después
que desayunó, Celia le preguntó si quería ir a caballo a conocer
los terrenos de la hacienda, a lo cual ella respondió que
seguramente le agradaría. Una hora más tarde cabalgaba
sobre Estrella, la yegua que le había cedido su tío, en
compañía del mayoral. Por consejo de su compañero de
cabalgata fueron primero a ver la zona donde estaba el
beneficio de café, pues la siguiente semana iba a ser difícil
hacer ese recorrido, ya que comenzaban la cosecha del fruto
del cafeto, y con ella su procesamiento. Isabel vio los grandes
patios donde se secaba al sol el producto cosechado, observó
los canalillos que bordeaban los patios, por donde circulaba el
agua que
llevaba el café uva recién cortado para ser
depositado en las áreas de secado. El recorrido por la
225
propiedad llevó más de cuatro horas, aunque no vieron toda la
hacienda y sus instalaciones. Por la tarde, después de un
almuerzo a destiempo, Isabel se quedó en la casa, leyendo y
escribiendo en la biblioteca. Por la noche siguió la rutina del día
anterior, se quedó sola en la biblioteca de aquella inmensa
vivienda hasta muy tarde, leyendo y escuchando los típicos
ruidos nocturnos. Un poco antes de las doce, uno de los
quinqués había agotado su combustible y se apagó, con el que
le quedaba, un poco a regañadientes, hizo el breve recorrido
hasta su habitación, cerró las cortinas pero no la ventana y se
fue a dormir. El siguiente día pidió que le ensillaran a Estrella,
la yegua que tenía a su disposición, intentaba recorrer algunos
de los lugares que había visitado el día anterior. Esta vez se
había vestido con un traje adecuado para montar que le había
facilitado Celia y que, al parecer, le había mandado a
confeccionar su tío Adrián, incluyendo unas botas altas. En un
bolso de tela, que ató al pomo de la silla de la yegua, llevaba
unas hojas de papel y un lápiz, quería apuntar todo lo que
pudiera, pues mas adelante podría utilizarlo en algunos de sus
relatos.
226
Cabalgó durante varios minutos hasta que llegó a las
instalaciones del beneficio de café, aseguró la yegua a un
poste que se encontraba en el borde de uno de los patios de
secado, y se fue a caminar por las demás áreas, luego entró a
unas edificaciones en donde se encontraban trabajando
algunas personas, sin duda preparando todo para los próximos
días en los que iba a comenzar el trabajo del procesado del
café. En estas edificaciones encontró una caldera y varias
máquinas de vapor que movían algunos de los equipos del
beneficio. Después de esta breve visita, montó en su
cabalgadura y se fue a otros parajes más lejanos de la
hacienda, donde no había ido el día anterior. Encontró un río
cuyas riberas estaban pobladas por rocas de diversos tamaños,
se fue siguiendo, como pudo, el curso del río, hasta encontrar
una poza de agua cristalina oculta por unas rocas grandes. Se
bajó del caballo y lo ató a un arbusto, luego se acercó a la
poza, y al ver la translucidez de aquellas aguas sintió el deseo
de darse un baño, dudó por un instante, pues sentía temor de
que alguien llegara por allí mientras ella se encontraba
disfrutando la frescura de aquellas aguas. Sin embargo, pudo
más el deseo que la prudencia. Se escondió detrás de las
227
rocas, se despojó de la ropa, y se introdujo totalmente desnuda
en aquella transparente y refrescante agua. Después de largo
rato decidió salirse y, para secar su piel, antes de volver a
vestirse, se armó de confianza y se tendió sobre una piedra
grande y plana que se encontraba poco más allá de la poza,
primero lo hizo
de espaldas, viendo hacia el firmamento y,
después de un rato, bocabajo. No tardó mucho tiempo en
lograr su objetivo, pues la brisa de la montaña se llevó
rápidamente la humedad de su cuerpo. Isabel se sentía a gusto
estando de aquella manera entre la naturaleza, sin embargo,
por un breve instante tuvo la impresión de que alguien la
observaba, y decidió mejor volver a vestirse y marcharse,
buscó su caballo, lo montó, y partió al trote, era poco más de la
una de la tarde.
Ni bien había recorrido media legua, cuando vio que alguien
venía a su encuentro también montando un caballo, cuando
estuvo cerca de ella, pudo darse cuenta que era uno de los
trabajadores de la hacienda que se encontraba bajo las
órdenes del mayoral.
—Señorita — dijo el jinete un tanto agitado cuando estuvo a la
par de Isabel, al mismo tiempo que trataba de sosegar el
228
caballo—, el notario de su tío se encuentra en la casa y
necesita conversar con usted.
—¿Conmigo?...¿Sobre qué?
—No lo sé. Celia me dijo que viniera a buscarla y que no
regresara sin usted.
—Vaya, esto parece muy extraño. Pero en fin, vamos a ver que
desea el picapleitos.
Sin darse mucha prisa llevó a trote su cabalgadura hasta llegar
a la casa. Una vez allí, Celia la condujo hasta un cuarto que se
encontraba en el primer nivel de la casa, al cual ella no había
entrado anteriormente. Dentro se encontraba un señor de
aspecto atildado, sentado en uno de los sillones de lo que
parecía ser una pequeña sala de recibo.
—Buenas tardes, señorita —dijo el hombre al solo entrar Isabel
en aquel recinto.
La chica le contestó educadamente pero con la duda marcada
en su rostro.
—Me imagino, señorita, que usted se debe de estar
preguntando quién soy yo y qué hago aquí.
229
—Sí, se imagina usted muy bien.
—Soy el notario o escribano a quien su tío le ha encargado un
asunto muy serio.
—Todo esto me parece un misterio. Hace dos semanas recibo
un telegrama de mi tío en el cual me pide que venga a la
hacienda, pero al llegar me entero de que él no se encuentra
aquí. Y cuando he preguntado dónde está, simplemente me
han dicho que por el momento está fuera de la hacienda, sin
ninguna explicación adicional.
—Bien, señorita Urresti, yo me encuentro en este momento
aquí para aclarar algunas de sus dudas. En primer lugar, el
telegrama que usted recibió lo he enviado yo en representación
de don Adrián, su tío.
Isabel se quedó todavía más sorprendida.
—En segundo lugar, estoy, en gran medida, seguro de que su
tío no va a regresar.
—¿¡Cómo!? —respondió altamente sorprendida.
—Sí, tal como lo ha escuchado, probablemente no regrese. Su
tío, como usted seguramente ya lo sabe, siempre ha sido un
230
gran aventurero. Hace cuatro meses, semana más, semana
menos, partió de este lugar, dejando órdenes claras y precisas
de que, si no teníamos noticias de él en ocho semanas, no le
esperásemos más, y que nos comunicásemos con usted para
que se hiciera presente aquí en la hacienda. Sin embargo, las
órdenes de don Adrián no se siguieron al pie de la letra, pues
esperamos más de ocho semanas antes de comunicarnos con
usted, pensando que pudiera haber habido un atraso en las
comunicaciones y que, debido a eso, no nos hubiera llegado
algún mensaje de él. Pero, me parece que ya hemos esperado
un tiempo más que prudencial, y no se ha recibido ninguna
noticia de su existencia. De manera que voy a dar paso a la
segunda parte de la voluntad de don Adrián.
—¿De qué trata esa segunda parte?
—Ahora vamos a ello —dijo el notario mientras sacaba de su
maletín unos legajos—, de acuerdo a estos documentos, que
obran en mi poder, y que manifiestan la última voluntad de don
Adrián Valverde, deja sus propiedades, y todo lo que a la fecha
de la lectura de este documento se encuentre dentro de ellas,
con excepción obvia del personal y sus pertenencias, a Cristina
Isabel Urresti y a…
231
—Creo que es necesario aclarar algo —interrumpió Isabel—,
me parece que debe de haber un error, pues, no sé si usted
está enterado, pero yo no soy pariente consanguínea de él.
Pasé a ocupar tal posición después de que mi padre, en una de
tantas guerras que se dieron en estos lugares en la segunda
mitad del siglo pasado, le salvara la vida a Adrián Valverde. A
raíz de ese suceso, ellos se hicieron muy
amigos, casi se
veían como hermanos, de allí que desde que nací comencé a
ser su sobrina. Pero todavía más: jamás había estado yo en
estas tierras, las pocas veces que lo vi en los últimos cuatro
años fue porque él llegó a visitar a mis padres.
—Estoy enterado de todo eso —confirmó el notario—, pero,
sea como sea, la voluntad de don Adrián es esta, y yo estoy
aquí únicamente para velar por que se cumpla. También debo
mencionarle que, dentro de la hacienda, los únicos que, hasta
el momento, están enterados de la decisión de su tío son: El
administrador, don Pablo Días; y Celia, la empleada de
confianza del señor Valverde. Usted puede, con toda
confianza, apoyarse en ellos para la adecuada administración
de la propiedad.
232
—Todo esto me parece irreal… me es imposible creer que todo
esto esté ocurriendo.
—Pero realmente está sucediendo. En los próximos días voy a
traer algunos documentos para su firma. Aunque ahora las
cosas ya no corren prisa, por el momento está clara la situación
de la propiedad.
El notario tomó su maletín, guardó en él los documentos que
había llevado, se despidió de Isabel, salió de la casa y se
marchó en su caballo.
«Me parece que esto no está tan claro como dice el leguleyo —
pensó Isabel—, ¿yo, la dueña de estas tierras? Ahora también
recuerdo algo, me parece que el notario iba a agregar otro
asunto antes de que dijera que estas tierras me pertenecían»
Sin embargo, Isabel dejó de pensar en todo aquello, y empezó
a prepararse mentalmente para comenzar desde ya su labor
como administradora de aquellas tierras. Unos días después
comenzó la cosecha de los frutos del café, y el trabajo se volvió
muy intenso. Isabel se pasó a vivir a una casa más pequeña en
los alrededores del beneficio, para poder estar pendiente del
proceso, pero ocurrió también que aquella casa le resultaba
233
más acogedora y, además, allí se sentía más libre, y si eso no
fuera suficiente, la casa tenía, además, una piscina. Se
quedaría en aquel lugar al menos hasta que finalizara la
temporada de la cosecha.
Los días fueron pasando, hasta que de pronto se encontró que
era ya el mes de marzo de 1929. Y así como ella veía las
cosas, Adrián Valverde realmente había desaparecido del todo;
no había noticias de él, nadie sabía dónde estaba, si es que
realmente estaba en alguna parte, en algún lado que no fuera
una sepultura. Después de la cosecha y el ajetreo del
beneficiado o procesado del café, Isabel se quedó viviendo en
la casa que estaba cercana a las instalaciones del beneficio.
Por las mañanas, algunos días, se aparecía por las oficinas
administrativas a conversar un poco con el administrador, para
enterarse de cómo iban las cosas con la venta del café y el
resto de la producción de la hacienda. Las tardes generalmente
las utilizaba para ir al río a tomar un baño y ponerse a escribir
un poco. En la hacienda todo parecía haber tomado un ritmo
monótono, parecía un mecanismo muy bien engrasado. Todo
iba tan bien en la hacienda, que Isabel comenzó a espaciar
cada vez más sus visitas a la oficina del administrador pensaba
234
que podía tomarse unas muy largas vacaciones hasta que, de
nuevo, volviera la temporada del café.
Una tarde, después de varios días de no aparecerse por las
oficinas, montó su yegua blanca y despacio, al paso, la condujo
hasta el río. Allí desmontó, y luego desató del pomo de la silla
de montar una bolsa, en la que llevaba sus utensilios para
escribir. Apenas había avanzado unos pocos metros, cuando
vio otro caballo ensillado que estaba atado al tronco de un pino
nuevo, era un bayo dorado de crines y cola blanca. Aunque
realmente no sabía cuántos ni cómo eran los caballos de la
hacienda, le extrañó que un caballo como ese anduviera en
aquel lugar. Recogió un palo del suelo y continuó caminando
hacia el río, procurando no hacer mucho ruido, pero no se veía
a nadie. Llegó hasta la ribera y allí, sobre un arbusto, vio un
hatillo en el cual se incluían una toalla y ropa interior femenina,
a la par también se encontraba un par de botas de montar,
sospechó que, quien fuera que fuese, se encontraba en la
misma poza que ella frecuentaba. Dejó su bolsa con los aperos
de escritura cerca del arbusto con el paquete de ropa, y se
acercó con precaución a uno de los peñascos que servía de
mampara a la poza. Entonces la vio, una chica, más o menos
235
de su misma edad, que en ese momento le daba la espalda, se
bañaba tranquilamente en las frescas aguas del río. Por un
momento Isabel pensó pegarle un susto allí mientras se
encontraba dentro del agua, pero luego pensó que mejor
esperaría a que saliera. Regresó despacio sobre sus pasos, y
se sentó a la par del arbusto con el hatillo, sacó de la bolsa que
ella llevaba unas hojas de papel, un lápiz y una tabla para
apoyarse al escribir. Estaba decidida a esperar el tiempo que
fuese necesario.
De pronto, un fuerte grito la sacó de su ensimismamiento, la
chica de la poza estaba frente a ella totalmente desnuda,
juntando las piernas, tratando de cubrir su intimidad y sus
pechos con brazos y manos.
Isabel, sintiéndose dueña de la situación, se le quedó viendo
con bastante parsimonia de pies a cabeza, examinando cada
parte visible de su cuerpo, mientras la chica tiritaba de frío.
Entonces emergió la personalidad bromista de Isabel.
—¿Quién eres? —Le preguntó con una sonrisa en sus labios,
sintiéndose como el gato que se dispone a jugar con su presa.
—No, tú dime quién eres.
236
—Bueno, no podemos continuar con este juego, de manera
que si no me contestas te vas a quedar allí desnuda.
—Sabes qué…
—Sí ya sé, quisieras matarme. Pero, como te dije, te vas a
quedar desnuda porque me voy a llevar tu ropa y tu lindo
caballo.
—No te atreverías…
—Vaya —dijo sonriendo Isabel—, ahora verás que sí me atrevo
—aseveró mientras se incorporaba y recogía el hatillo y su
bolsa—. Pero para que veas que no soy tan mala te voy a dejar
la toalla.
Acto seguido Isabel le lanzó la toalla.
—¡Cógela!
La chica, en un acto reflejo, tratando de atraparla dejó visibles
sus pechos.
—Vaya, tienes un lindo cuerpo.
La chica desconocida abrió los ojos expresando su ira.
237
—¿Sabes qué? —continuó Isabel.
—Qué quieres…
—Tus ojos verdes se ven más lindos cuando estás iracunda.
Esta vez Isabel alcanzó a ver el esbozo de una sonrisa en la
boca de la chica desconocida.
—Además eres maliciosilla.
La chica no pudo ocultar más su sonrisa.
—Vamos, por favor, dame mi ropa. Sabes que no puedo irme
así —suplicó la chica desconocida.
—Sólo si me dices quién eres.
—Soy la hija de Adrián Valverde…
—¡¡Qué!! ¿La hija de quién…?
—De Adrián Valverde
—¿El dueño de la hacienda?
—Sí, quién más. Me imagino que tú eres la chica a quien él
llamaba su sobrina.
238
—Sí, creo que sí—dijo Isabel mientras se acercaba a la recién
identificada hija de Adrián Valverde para entregarle su ropa.
—Discúlpame, no podría haberlo adivinado.
—No te apures —le respondió la chica mientras ponía su ropa
sobre una roca para poder terminar de secar su cuerpo.
—Perdón, voy a darme la vuelta para que tú puedas vestirte
con tranquilidad.
—Vaya, qué consciente, ahora que ya prácticamente me has
visto desnuda.
—Nunca supe que Adrián Valverde tenía una hija—cambió
Isabel la conversación estando aún de espaldas a la chica.
—No, claro, es una historia no muy larga pero desconocida por
la mayoría.
—Pero, tú ya sabes que tu padre ha desaparecido.
—Sí.
—Y no pudiste venir antes,
239
—No, pues me encontraba estudiando fuera del país, en
Europa
—Vaya, vaya. Pero puedo ver que ya conocías estos lugares.
—Sí, ya que antes de que mi padre me mandara a estudiar,
pasé una larga temporada aquí con él en esta hacienda.
—Ya veo. ¿Sabes? me siento un poco fuera de lugar, si tú eres
su hija, tú eres la heredera de esto, No sé realmente qué estoy
haciendo aquí.
—Bueno, según yo sé, tú también heredas junto conmigo.
Ahora bien, creo que al fin de cuentas sólo tú vas a heredar…
—Explícate…
—No deseo quedarme aquí, sólo he venido por un tiempo,
pues mi idea es regresarme a Europa.
—¿Cuánto tiempo piensas quedarte?
—No sé exactamente. Pienso quedarme hasta que se arregle
todo el papeleo relacionado con la herencia.
—Creo que eso no tomará mucho tiempo pues, según
entiendo, o al menos creo entender, lo que tratas de decirme
240
es que quieres el dinero que vale la parte de la hacienda que
has heredado.
—Eso es exactamente.
—Es extraño que el abogado no me haya mencionado nada
sobre ti, ni de que la heredad era compartida.
—Bueno, dejemos ese problema en manos del escribano, él
sabrá resolverlo. Me parece que hemos estado conversando
varias cosas pero aún no nos hemos presentado.
—Mi nombre es: Cristina Isabel Urresti.
—El mío: Mariana Ximena, con equis.
—¿Mariana con equis?
—No, Ximena.
—Mariana Ximena Valverde.
—No, Castells
—¿Castells?
—Sí, llevo el apellido de mi madre.
241
—Ya veo.
Al fin las chicas parecían haber congeniado, fueron hasta
donde estaban sus caballos, los tomaron de las riendas y se
fueron caminando, halando a los jamelgos detrás de ellas, y
conversando sobre diversos temas. Cuando estuvieron cerca
del casco de la hacienda Isabel se separó de Mariana e hizo
ademán de montarse en la yegua.
—¿No vas a ir hasta la casa del casco?
—No, probablemente venga mañana a ver algunos asuntos de
la administración. Realmente prefiero vivir en la casa cercana al
beneficio.
—¿Te veo mañana?
—Creo que sí. Tal vez tú puedas mandar por el escribano para
arreglar los asuntos pendientes de la herencia.
—Tienes razón, mañana temprano le voy a mandar un mensaje
con alguno de los empleados de la hacienda.
Las chicas se despidieron, e Isabel tomó las riendas para
encaminar a la yegua por la senda del beneficio.
242
—Hasta mañana, Mariana con equis—, sonrió Isabel cuando ya
le daba la espalda a su compañera.
Después de un rato de haber llegado, Mariana tomó su frugal
cena, y salió al portal, se sentó en una mecedora y se quedó
allí pensativa.
Cuando Isabel iba llegando a la casa que habitaba, algunas
estrellas comenzaban a hacer su aparición en el cielo. Llevó el
caballo al establo, lo desensilló y entró en la vivienda, se fue a
la cocina, avivó el fuego y calentó los alimentos que le había
dejado la servidumbre. Después de cenar salió al portal de la
casa, se quitó las botas de montar y se acostó en una hamaca,
desde la cual podía ver el cielo estrellado, fenómeno un tanto
raro para el mes de Julio. Cuando, después de un par de horas
en la hamaca, entró en la casa, vinieron a su mente unos
versos de Lope de Vega: A mis soledades voy, /de mis
soledades vengo, / porque para andar conmigo/ me bastan mis
pensamientos. De pronto se sintió sola. Tal como decía el
último
verso,
a
ella
siempre
le
habían
bastado
sus
243
pensamientos y sus escritos para no sentirse vacía; pero ahora,
por primera vez, experimentaba la soledad.
Cuando se fue a acostar se colocó su ropa de dormir y se
quedó tendida bocarriba en la cama. Su mente comenzó a
viajar por los sucesos de la tarde, y reconstruyó en su
imaginación el rostro de Mariana con su cabellara castaña, la
aparente furia dibujada en sus atrayentes ojos verdes, sus
mohines, sus gestos. Luego la recordó desnuda, sus
ademanes, su tersa piel trigueña y, aun cuando no había visto
su intimidad, la creó mentalmente. Y entonces fijó en su mente
la figura de Mariana tal cual era, tal como ella quería recordarla,
con ese cuerpo fascinante. Todo en ella le atraía, le resultaba
gracioso. ¿Estaba enamorándose de otra mujer?
Mariana se encontraba acostada en su habitación de la casa
grande del casco de la hacienda, se había ido a la cama
bastante temprano pero no podía conciliar el sueño. Dirigió la
mirada hacia la ventana y observó cierta luminosidad en la
cortina. Se levantó, la descorrió y se quedó admirando la luna,
que ya era llena o estaba muy cerca de serlo. Apoyó su
espalda contra el marco de la ventana y se quedó como
cautivada. Luego apoyó también la cabeza y se sintió
244
embelesada, atrapada en quien sabe qué infrecuentes
ensoñaciones.
Isabel se despojó de su ropa de dormir, quedándose desnuda.
Se levantó y, bajo la amortiguada luz del quinqué y unas velas,
se colocó frente a un espejo de cuerpo entero que estaba en la
habitación que ella ocupaba, examinó su cuerpo y vio que
también era atractivo como el de Mariana Ximena. Se quedó
viendo su reflejo un rato, pero aquella imagen le trajo a la
mente la figura de Mariana y la deseó, deseó poder estar con
ella, deseó poder tocar su cuerpo, acariciarlo. Se fue de nuevo
a la cama con la imagen de Mariana en su mente. La deseó
más fuertemente, y entonces, casi involuntariamente, una de
sus manos se deslizó hasta su intimidad, buscando su fuente
de satisfacción sensual, mientras la otra buscó sus senos para
acariciarlos, mantuvo aquella imagen en su mente hasta que
entre jadeos y oleadas de goce alcanzó por fin el súmmum de
placer, y en ese preciso instante, en un susurro de infinito
sentimiento, alcanzó a decir:
—Mariana, Mariana, mi dulce Mariana…
245
Luego cerró los ojos y se durmió desnuda, haciendo de caso
que su dulce Mariana estaba allí con ella.
Entre tanto, en la casa del casco de la hacienda, Mariana se
dormía construyendo castillos en el aire, soñando con una
princesa que paseaba por parajes encantados.
—Señorita Urresti —dijo el picapleitos, siempre bien atildado y
con aire de suficiencia—, ante todo quiero pedirle disculpas
por no haber mencionado, debido a un olvido de mi parte, lo
relacionado con la señorita Castells en mi visita anterior; en
cuanto a su parentesco con don Adrián Valverde, y los asuntos
relacionados con la herencia, que a ella también atañen. Bien,
de acuerdo a lo que yo tengo entendido, según comunicación
escrita, y dirigida a mi persona, por parte de la señorita
Castells, ella renuncia a su derecho sobre la hacienda como tal,
y acepta, en su defecto, la cantidad de dinero equivalente a la
mitad de la propiedad que le había sido otorgada por su padre.
Cantidad que ella accede a recibir sin poner ningún reparo. De
246
manera que, la hacienda Valverde pasa a ser propiedad
exclusiva de Cristina Isabel Urresti.
—¿Cuánto tiempo va a llevar terminar todo el papeleo? —
preguntó Mariana.
—Me parece que no mucho tiempo, señorita Castells, como
máximo tres semanas, pues su padre, el señor Valverde, ya
había previsto esta situación y había dejado lista la cantidad
que usted va a recibir.
—Sí, él parecía prever siempre casi todo.
—El resto del papeleo, lo cual sería puro formulismo,
corresponde únicamente a la señorita Urresti. De manera que
si, tal como usted me lo expresaba en la nota que me envió,
desea partir de este país lo antes posible, podrá hacerlo sin
ningún problema dentro de tres semanas.
—De acuerdo, gracias.
La situación de la hacienda quedó totalmente definida, Isabel
quedaba como propietaria única de aquellas tierras.
247
—Pero dime, Mariana, porqué te quieres ir tan pronto
—le
preguntó Isabel mientras caminaban al atardecer por los patios
de secado del beneficio.
—Bueno, como verás, ya no hay nada que me retenga aquí en
este lugar. Ahora tú eres la dueña de la hacienda; y mi padre, a
quien conocí muy poco, tampoco está.
—Te entiendo, pero eso no significa que tengas que irte tan
pronto. Apenas llegaste hace cuatro días y ya quieres
marcharte. Acaso te disgusta tanto estar aquí.
—No, en absoluto.
—Tengo escasos días de conocerte, Mariana con equis, pero
intuyo que podemos llevarnos muy bien. Es más, si quieres te
devuelvo tu mitad de la hacienda sin que tengas que
reintegrarme nada. Esta propiedad, para mí sola, se me hace
demasiado grande.
—Es una oferta muy generosa, pero ya llevas aquí bastante
tiempo y la has manejado muy bien tú sola. Es obvio que no
necesitas a nadie más para que te ayude.
248
—Bueno, de acuerdo, creo que no voy poder hacerte desistir
de que te vayas pero… ¿Puedo pedirte algo?
—Dime.
—Quiero conocerte un poco más, y me agradaría que me
acompañaras en mis quehaceres de la hacienda, aunque en
esta época del año no son muchos.
—De acuerdo, a mí también me agradaría saber cómo se
desarrolla el trabajo de una hacienda.
Los días siguientes las chicas anduvieron de un lado a otro de
la propiedad, inspeccionando los diferentes cultivos, las trojes
donde
se
depositaban
los granos,
y los trabajos de
mantenimiento. En el beneficio estaban ya comenzando las
labores de poner a punto las calderas y los demás equipos,
preparándose por adelantado para la temporada de recolección
y procesamiento del café.
Cuando ya quedaban únicamente tres días para la partida de
Mariana, por la noche la tristeza invadió a Isabel, se sintió
apesadumbrada por la inminente despedida de su amiga,
cuando se fue a la cama le costó bastante conciliar el sueño.
249
Apartando cualquier sentimiento sensual entre ellas, su amistad
había sido inmejorable.
El siguiente día por la tarde, Isabel le propuso algo a Mariana:
—Mariana, al parecer nada te hizo cambiar de opinión, y
continúas dispuesta a marcharte.
—Sí, realmente sí. Me voy pasado mañana.
—Créeme que te voy a echar mucho de menos.
—A mí también me vas a hacer falta.
—Te propongo algo —dijo Isabel expectante.
—Qué cosa.
—Qué te parece si para despedirnos vamos al río en el cual
nos conocimos cuanto tu acababas de llegar.
—Me parece una buena idea, vamos.
—De acuerdo, pero primero pasemos a la casa del beneficio
recogiendo unas toallas.
—Buena idea,
250
Las chicas llegaron cerca de las riberas del río, ataron sus
cabalgaduras a los troncos de unos pinos jóvenes y caminaron,
como si hubiesen estado de acuerdo, hasta donde se
encontraba la poza donde había encontrado Isabel a Mariana,
casi un mes atrás.
—Sólo hay un problema—apuntó Isabel.
—¿Cuál?
—No hemos traído ropa de baño.
—Tal vez sea problema para ti, pero a mí tú ya me has visto
desnuda, de manera que no tengo inconveniente en que lo
hagas de nuevo.
—¿De verdad no tienes inconveniente en que nos bañemos sin
ropa?
—No, ninguno. Ven, dejémosla aquí junto a esta roca y nos
metemos en la poza. Anda, vamos.
Cuando estuvieron desnudas se tomaron de la mano y se
introdujeron en la poza. El agua apenas cubría sus senos.
251
Por un momento, entre ellas se hizo un silencio incómodo hasta
que Mariana intervino:
—Vaya, parece que no tenemos nada que decirnos.
—Tengo algo que decirte, pero no sé cómo hacerlo.
—Eso es fácil, sólo dilo de una vez sin pensarlo mucho.
—¿Puedo tomarte de la mano?
—Claro que puedes.
Isabel cogió de la mano a Mariana y tomó fuerzas para hablar.
—Lo que voy a decirte es algo… algo… incongruente, ridículo
tal vez, un despropósito.
—Vamos Isabel, dilo de una vez…
—Creo que te amo… —dijo Isabel mientras apretaba un poco
la mano de Mariana.
Por un instante Mariana se quedó callada, e Isabel intento dejar
su mano, pero Mariana se lo impidió.
—No sé cómo hacer esto, pero lo voy a hacer —dijo Mariana
acercando su rostro al de Isabel para besarla en la boca.
252
Entonces se abrazaron, sus senos y sus intimidades se
juntaron. Sus bocas compartieron el aliento del deseo, y sus
almas se estremecieron.
Estuvieron un buen rato acariciándose y besándose, hasta que
Isabel rompió aquel momento mágico.
—Oye—dijo susurrando al oído de Mariana—, mientras
estemos aquí es posible que alguien pueda vernos, qué te
parece si mejor nos vamos a la casa del beneficio. Allí
estaremos realmente solas.
—Sí, sí, vamos —, aprobó Mariana anhelante.
Apenas si tuvieron tiempo para recoger su ropa y vestirse
nuevamente. Cuando llegaron al refugio convenido, aún
tuvieron que aguardar un poco hasta que la servidumbre se
retirase, tal como lo hacían todos los días a eso de las cinco de
la tarde.
Cuando únicamente quedaron ellas dos en la casa, las chicas
subieron a la habitación de Isabel; deseaban inmensamente
estar solas para poder expresarse libremente su amor. Se
desvistieron lentamente a la suave luz de unas velas, colocaron
253
sus ropas sobre una silla con respaldo de junco y, cuando
estuvieron completamente desnudas se tomaron de las manos,
se vieron a los ojos y luego acercaron sus labios para darse un
corto beso. Mariana se soltó de una de las manos de Isabel y le
acarició a esta las mejillas, luego deslizó su mano hasta el
cuello, para llegar enseguida a los senos y acariciarlos con
suma ternura. Después acercó sus labios, y con ellos recorrió
en su totalidad aquellos turgentes pechos. Isabel únicamente
se dejaba hacer, mientras cerraba los ojos para concentrarse
totalmente en aquel dulce placer. Luego se fueron a la cama,
se sentaron con las piernas entrelazadas una frente a la otra, y
comenzaron a jugar el juego de acariciarse, repitiendo una de
ellas las caricias y los mimos que la otra le había hecho antes.
El juego se extendió por un buen rato. Luego se besaron
apasionadamente, tratando ambas de retener en su memoria el
aliento de la otra, para evocarlo cuando ya no estuvieran
juntas. Recorrieron con sus labios cada parte del cuerpo de su
compañera, desde los pies hasta la cabeza. Se deleitaron
explorando entre los pétalos de sus fuentes de placer, y se
abrazaron fuertemente cuando creyeron alcanzar el paraíso, en
un intento vano por querer permanecer juntas en él por
254
siempre. Cuando, fuera de aquel pequeño edén, la oscuridad
de la noche lo había cubierto todo, Isabel y Mariana se
delectaron repitiendo una vez más el celestial juego del amor.
A la mañana siguiente, Mariana se levantó y se vistió primero,
luego se sentó en el borde de la cama en donde Isabel yacía
todavía desnuda, le acarició el rostro y le retiró unos mechones
de cabello que le cubrían los ojos. Isabel se despertó, vio a
Mariana, y una sonrisa triste se dibujó en sus labios.
—¿Te vas tan temprano?
—Sí, tengo todavía que empacar algunas cosas. Pero antes
quiero decirte que te amo.
—Entonces, quédate…
—Sabes que no es posible, que nuestro amor ni siquiera es
imaginable para la sociedad.
—Quédate y lo enfrentaremos.
Mariana tomó la mano de Isabel y la llevó hasta su pecho.
—Quiero recordarte siempre feliz, como lo estuvimos ayer por
la noche, quiero perpetuar en mi mente ese instante en que las
255
dos pudimos amarnos sin limitaciones. No soportaría tener que
separarme de ti por circunstancias ajenas a nosotras, por la
injusta marginación a la que nos veríamos sometidas. Creo que
hubiera sido peor jamás enterarnos de que tú me amas, y de
que yo te amo a ti. Pero, estoy segura, es mejor que yo me
marche, tal como estaba planeado desde el principio.
Mariana se puso de pie, luego se inclinó apoyándose en el
borde de la cama, le dio un beso a Isabel en la frente, y se
alejó rápidamente, sabía que una lágrima de Isabel podría
hacerle cambiar su decisión.
Cuando Mariana salía de la cuadra montada en su caballo, no
pudo contener más su llanto, y dejó que las lágrimas corrieran
libremente por su rostro. El cielo estaba azul y despejado, y un
viento fresco, extraño para aquella época del año, jugueteaba
con su cabello. Hubiera sido el día perfecto para ir de paseo
con Isabel.
En la estación del tren había muy poca gente, lo cual era usual
en las épocas en que no se cosechaba café. Sobre el andén,
cerca del borde por donde pasaría el tren, descansaba el
equipaje de Mariana quien, junto con Isabel, se encontraba
256
sentada en una banca cercana a la oficina del encargado de la
estación. No reían, sus rostros reflejaban una noche de desvelo
y cierto vestigio de tristeza. No podían abrazarse, no podían
tomarse de las manos, no podían, en definitiva, expresar
ninguna muestra de cariño entre ellas.
De pronto, como una daga que se clava inmisericorde en el
pecho, Isabel escuchó el silbato del tren que se aproximaba a
la estación. Era el destino, que ineluctablemente se avecinaba
para arrebatarle a su dulce Mariana.
«¡Malhaya ese sórdido destino!»
Antes de subirse al vagón que la alejaría definitivamente de
Isabel, Mariana se volvió hacia ella y se despidieron con un
sutil beso en la mejía y, furtivamente se tomaron de la mano un
efímero instante.
—Mariana con equis, si en algún momento decides regresar,
esta será siempre tu casa, y yo estaré aquí esperándote.
Mariana agachó la cabeza, era obvio que más de alguna
lágrima pugnaba por salir de sus ojos. Así abordó el tren, y un
257
par de minutos más tarde partía, mientras la máquina sonaba
desgarradoramente su silbato.
Isabel se quedó en el andén, observando aquel serpentino
artefacto hasta que desapareció de su vista, y luego regresó a
la calesa en donde la aguardaban Celia y el cochero. Nadie
hizo ningún
comentario durante el trayecto hasta que iban
llegando a la hacienda.
—Celia.
—¿Sí, señorita?
—Cuánto falta para que comience la actividad del café
nuevamente.
—Estamos ya prácticamente en Agosto… pues yo diría,
señorita, que poco más de un mes
—Bien, entonces arregla tus cosas lo más rápido que puedas
porque partimos hacia la capital.
—¿Ahora?
258
—No, mañana en el tren. Y tú, Matías, cuando nos hayas
dejado en la hacienda, te regresas a la estación a reservar tres
asientos de primera clase.
—¿Tres? —Preguntó Celia.
—Sí, tres, porque vas a traer a una de tus empleadas con
nosotros. Nos vamos a quedar un mes en la capital.
Isabel no quería permanecer en la hacienda, había en ella
recuerdos que socavarían fuertemente sus ánimos. De manera
que intentaría sepultar un sentimiento del espíritu, bajo varias
capas de caprichos materiales. Regresaría cuando la actividad
cafetalera estuviera comenzando de nuevo, y se enfrascaría en
ella para evitar evocar sentimientos dolorosos.
El hotel Nouveau Monde era uno de los mejores de la capital,
allí se había hospedado Isabel y sus ayudantas. Allí había
establecido la chica su cuartel general. Los tres primeros días
se dedicó a asuntos relacionados con la venta y exportación
del café, fue a visitar varias empresas exportadoras de dicho
producto, para estudiar la posibilidad de establecer relaciones
comerciales con alguna de ellas, aquella que le garantizara
más ventajas por la venta del café en oro al extranjero. Los
259
siguientes días se dedicó a estudiar las ofertas que le habían
hecho, y visitó los bancos para tratar algunos asuntos
relacionados con cartas de crédito, y otras cuestiones
concernientes con el comercio internacional de productos
agrícolas, tenía en mente hacer producir algunas tierras
ociosas dentro de la hacienda. Después de quince días
ajetreados, consagrados a proyectos relacionados con sus
tierras, dedicó el siguiente tiempo a satisfacer sus caprichos
femeninos. Comenzó a recibir clases de manejo por las
mañanas y, hasta pensó en comprarse un coche, pero luego
concluyó que eso lo discutiría mejor con el administrador de la
hacienda. Por las tardes se iba de tiendas, a buscar ropa que
estuviera de moda que, según le habían dicho, lo nuevo en
indumentaria de diario era: el estilo sastre elaborado con hilo
de lanilla oscura, y también las chaquetas en satín claro
ceñidas al talle, y sombreros de capellina en paja de arroz.
Aprovechó también el tiempo para que le confeccionasen
alguna ropa para montar. En uno de los almacenes que visitó,
le mostraron lo nuevo en ropa para pasear en automóvil, la cual
era confeccionada básicamente en tonos gris y beige. Visitó
librerías y se aperó de bastante papel para escribir, tinta,
260
canuteros, plumillas y lápices. Aprovechó, además, algunas
noches para ir a ver la zarzuela. En los últimos días que le
quedaban en la capital compró una máquina de escribir
Remington, quería experimentar la diferencia entre escribir a
mano, con tinta y canutero, y escribir utilizando la tecnología
moderna.
Había logrado satisfacer muchos de sus caprichos, había
establecido algunas relaciones comerciales que se perfilaban
provechosas para los negocios de su hacienda pero, a pesar
de todo, Mariana se negaba a partir de su mente y de su
corazón.
A principios de Febrero recibió una tarjeta de Navidad que le
había enviado Mariana, no decía mayor cosa, sólo que la
felicitaba y le deseaba lo mejor en el próximo año. La única
nota de intimidad la constituía un "Me haces falta".
En la hacienda, Isabel se embebió en las diferentes actividades
agroindustriales. Pasada la cosecha se le ocurrió que podría
implementar el cultivo de árboles frutales, envasar su jugo y
lanzarlo a la venta del público en general en la capital. Pero, lo
261
único que había conseguido, después de casi un año de la
partida de Mariana, era la aceptación del hecho en sí.
Y pasó un año completo. La cosecha del café estaba
nuevamente a las puertas, esta vez iba a haber algo novedoso
en el beneficio, se iba a utilizar una maquinaria nueva: las
secadoras de aire caliente compradas a iniciativa de Isabel.
Todos en la hacienda estaban expectantes del resultado que
iban a obtener. Sólo Isabel parecía haber tenido una recaída.
Sin embargo, comenzó a planear que después de la siguiente
temporada del café se iría de viaje fuera del país, para ver si de
esa manera terminaba con los recuerdos.
Unos días antes de la cosecha de 1930 en la hacienda
Valverde
Eran las tres y media de la tarde, y aun cuando el clima
comenzaba a volverse fresco, la modorra del mediodía estaba
262
todavía presente en el ambiente. Un jinete, de complexión más
bien delgada, montado en su caballo y portando sobre su
cabeza un sombrero de ala ancha, se movía al paso por el
sendero de tierra, parecía no tener prisa por llegar a donde
quiera que fuese. Al alcanzar una bifurcación del camino, tomó
la senda que se alejaba del beneficio de café y siguió de largo.
Iba como pensativo, con el sombrero bajo, aparentemente para
protegerse el rostro de los rayos del sol. Calmoso, llevó su
cabalgadura hasta un pequeño grupo de pinos de montaña que
se encontraban a la vera del camino, y que crecían en una leve
pendiente. Se bajó, ató las riendas a un poste bajo que alguien
había colocado en ese lugar, y dejó que el caballo olisqueara el
suelo en busca de alguna hierba que le apeteciera; en tanto el
jinete comenzó a caminar pendiente abajo. Llegó a un pequeño
escampado, miró hacia los lados, luego hacia el piso, como
buscando un sitio en donde sentarse, se dirigió decidido hacia
su izquierda, como si hubiese encontrado el sitio adecuado, se
sentó, estiró las piernas y se apoyó sobre el codo izquierdo,
como disponiéndose a pasar una larga jornada contemplando
la naturaleza.
263
Después de un largo rato, en el cual el jinete estuvo cambiando
el apoyo de su brazo izquierdo al derecho y del derecho al
izquierdo, recogió las piernas, las rodeó con sus brazos, apoyó
la frente en ellos y pareció quedarse dormido, pero un fuerte
grito lo despertó.
—¡¡Oiga!! ¿Qué hace usted aquí?
El jinete levantó un poco la mirada manteniendo oculto el
mentón, y vio a una mujer desnuda que acababa de salir de
una poza oculta del río, tratando de cubrirse utilizando brazos y
manos.
—¡Por favor váyase, esta es una propiedad privada!
El jinete no pareció inmutarse, se incorporó despacio, y de la
misma manera se quitó el sombrero, e inmediatamente cayó
sobre sus hombros una cascada de cabellera castaña.
Isabel no entendía lo que estaba ocurriendo, y se sintió
aturdida.
—Mariana —dijo con voz apenas audible—. Mariana, ¿eres tú
realmente?
—Sí, Isabel, soy yo.
264
Isabel ya no se preocupó por cubrirse, y comenzó a caminar
hasta donde se encontraba su amiga, se colocó frente a ella y
la tomó de las manos.
—Dime que no eres un sueño o que yo estoy delirando.
—No, no soy un sueño, ni una aparición, ni tú estás delirando.
He vuelto, pues tú me dijiste cuando me marché que…
— …Si en algún momento decidías regresar, esta sería
siempre tu casa, y yo estaría aquí esperándote —completó
Isabel—. Y ya ves que así es.
Mariana, entonces, se abalanzó sobre Isabel y la abrazó
fuertemente, en tanto que ella la correspondía de igual manera.
—Vamos —dijo entonces Mariana—, vístete, no sea que vayas
a pescar algún resfriado.
Momentos después las dos chicas iban montadas en sus
caballos, poniéndose al día sobre las cosas que habían
ocurrido durante el tiempo que habían dejado de verse.
—Dime, mi dulce Mariana con equis, quieres que vayamos a la
casa del casco de la hacienda o a la que está cerca del
beneficio.
265
—Llévame donde tú quieras, lo único que deseo es no volver a
separarme de ti. Estoy segura que estando juntas podremos
hacerle frente a lo que venga.
266
267
La Celebración del Yule
In truth we do not go to Faery, we become Faery, and
in the beating of a pulse we may live for a year or a
thousand years. But when we return the memory is
quickly clouded, and we seem to have had a dream or
seen a vision, although we have verily been in Faery.
James Stephens
1882 -1950
La chica apretaba el paso por entre las solitarias calles que
debía pasar antes de arribar a su apartamento, había salido
muy tarde del trabajo, igual que ocurriría en los próximos días
debido a la temporada navideña. Era casi la media noche
cuando pasaba frente al antiguo convento de los franciscanos,
ahora un viejo, inhabitado y lúgubre caserón en ruinas, en el
cual, según el decir de algunas gentes, ocurrían a veces cosas
muy extrañas. Más de algún transeúnte nocturno juraba haber
visto a un viejo y misterioso fraile en uno de los balcones,
observando la calle con la vista perdida. Pero Vivian, la chica
que ahora transitaba aquellos sombríos pasajes, quería creer
que esos no eran más que viejos cuentos para asustar a los
niños; a ella, lo que en aquel momento le causaba temor, era la
posibilidad de encontrarse con algún malviviente que pudiera
hacerle daño.
Vivian llegó a la esquina del antiguo convento, dobló en ella y,
cuando se disponía a continuar su camino, vio una estampa
anacrónica: a unos cien metros, por la calle en dirección
269
contraria, venía un carretero guiando una especie de trineo
tirado por un par de corceles blancos, o al menos eso parecía.
Metió la mano en el bolso que traía colgado de su hombro
derecho, tratando de encontrar algo que le pudiera servir de
arma improvisada para defenderse si fuese necesario; y lo
único que encontró fue una lima metálica para el arreglo de las
uñas. La agarró como si se tratara de un puñal, manteniendo
siempre la mano dentro del bolso, y continuó caminando
despacio. El hombre con aquel raro trineo continuaba
acercándose. La débil luz del alumbrado de la calle le impedía
a la chica ver con claridad la cara de aquel extraño sujeto, un
tanto oculta por el sombrero que llevaba puesto. La distancia
entre ambos se iba reduciendo hasta que, por un instante,
quedaron al mismo nivel. El hombre levantó la mano en que
llevaba la fusta para arriar los corceles y Vivian, impelida por un
acto reflejo, sujetó más fuertemente el arma improvisada, aún
en el interior del bolso, dispuesta a esgrimirla para defenderse.
—Buenos días, señorita —dijo de forma jovial el extraño
conductor del trineo.
Vivian se quedó un poco confusa y, apenas, casi en un
susurro, alcanzó a responder:
—Buenos días, señor.
—¡Feliz nuevo año, y sé que lo será para ti!—continuó diciendo
el extraño carretero, un hombre bastante mayor, levantando un
poco su sombrero que, hasta donde alcanzaba la vista de
Vivian, parecía de estilo tirolés con una pluma a un lado.
270
« ¿Feliz nuevo año, y sé que lo será para ti?»—, se preguntó la
chica. Encogió los hombros restándole importancia al asunto y
continuó caminando. Después de unos cuantos pasos, cayó en
la cuenta de que ya no se escuchaba el ruido metálico que
hacían los esquís, o lo que fuera sobre lo cual se deslizaba
aquel extraño ingenio, al ir rozando el adoquinado en su
desplazamiento. Aquello le produjo curiosidad, y volvió a ver
hacia atrás para comprobar si aquel raro artefacto se había
detenido, pero no había nada. Vio la carátula de su reloj de
pulsera, y se dio cuenta que ya pasaban unos pocos minutos
de la doce de la noche. Recordó, entonces, las cosas que se
decían del antiguo convento de los franciscanos y, a pesar de
que ella decía no creer en esas cosas, sintió temor. Apuró,
entonces, el paso para terminar de llegar a su apartamento. Al
llegar se tocó la frente y concluyó que tenía un poco de fiebre.
Había comenzado a sentirse mal desde hacía unos pocos días
pero no había ido con el médico; además, estaba segura de
que aquel malestar se debía al trabajo, que en la época
navideña siempre era agobiante. A pesar de que ya pasaba la
media noche se preparó una sopa instantánea, pues estaba
segura que una buena ración de calorías le haría sentir mejor.
Afuera el frío arreciaba cada vez más, y las calles de los
alrededores, que habitualmente no eran muy concurridas,
ahora se encontraban vacías. Los trasnochadores habían
preferido quedarse recogidos en el calor de sus casas.
Al día siguiente Vivian no se sentía mejor, pero aun así decidió
ir a trabajar. Y, al igual que el día anterior, la jornada fue
271
terriblemente agotadora, de manera que pidió permiso para
retirarse más temprano del trabajo. Al pasar nuevamente frente
al antiguo convento de los franciscanos, cuando iba de regreso
a su vivienda, recordó al extraño hombre que, en la noche
anterior, iba conduciendo el trineo con los corceles blancos. Y,
como si lo
hubiese invocado, al dar la vuelta justo en la
esquina del convento, se volvió a encontrar con la misma
imagen de la noche anterior: el carretero y su extraño trineo
venían en dirección contraria hacia ella. Pero esta vez Vivian ni
siquiera hizo el intento de buscar su lima metálica de uñas
dentro del bolso. Se sentía verdaderamente mal, y lo único que
le interesaba era llegar a su apartamento. Cuando se
encontraron con aquel extraño personaje, este la volvió a
saludar:
—¡Bienvenida a tu año nuevo de felicidad!
—Gracias, señor.
Vivian sintió bastante curiosidad por lo de la referencia al año
nuevo.
—Mañana te vas a sentir bien —le dijo el extraño antes de que
ella pudiera preguntarle algo.
«Vaya —pensó Vivian—, pobre hombre, quizás debe de
sentirse peor que yo, apenas es veinte de diciembre y ya me
depara un año de felicidad. Así como me siento será un milagro
si todavía amanezco viva mañana».
272
El
carretero
continuó
su
camino
llevando
un
extraño
cargamento en la parte trasera de su raro transporte: una
porción grande del tronco de un árbol. Acaso lo iba a utilizar
como leña para su hogar.
Después de aquel increíble encuentro Vivian trató de continuar
su trayecto, cuando de pronto creyó escuchar las campanadas
de algún reloj cercano, eran las diez de la noche; sin embargo,
estaba plenamente segura de que no había por esos lugares
un reloj público. Sintió un leve mareo, y tuvo que apoyarse en
la pared de la casa inmediata a ella para no desvanecerse por
completo. Cuando, después de unos pocos segundos logró
recuperarse, el tipo con su trineo había desaparecido, no
estaba ni se le oía por ningún lado, parecía haberse diluido en
el aire. La chica continuó caminando, aunque ahora más
despacio, realmente no se sentía bien. Por el camino, poco
antes de llegar al apartamento, decidió tomarse libre el día
siguiente, pensaba que un día de vacación, paseando por las
calles de la ciudad, entrando en los almacenes a ver lo que
había en los escaparates, y yéndose por allí a comer aunque
fuera a uno de esos restaurantes de comida rápida, le sentaría
excelente. Definitivamente, se reportaría enferma al día
siguiente, de verdad que necesitaba aquel descanso. No le
importó que ese día tuviera que recibir en la oficina a una
persona que iba a comenzar a trabajar en su sección. Cuando
llegó al apartamento se sentó un rato en la cama, sentía
bastante sueño, pero pensó que tenía que comer algo antes de
irse a dormir; y nuevamente se preparó una sopa instantánea y
273
abrió una latita de salchichas, apenas si tenía hambre, le costó
bastante tiempo consumir aquella frugal e improvisada cena.
Cuando terminó se descalzó y se fue a la cama, se arropó con
todo lo que pudo y se quedó dormida, no sintió ánimos de
quitarse la ropa que había llevado durante el día. Comenzó a
soñar con circunstancias desagradables del pasado que le
ofuscaban, soñó también con su amiga de los dieciocho años,
con quién descubrió que existía un amor dulce y romántico, y
también de delicada intimidad. La amiga a la que ahora, a sus
veinte y tres años, creía continuar amando, de la que había
tenido que separarse un día sin saber por qué.
Vivian no podía alcanzar un sueño tranquilo. De pronto se
despertó, no tenía idea de la hora que era, pero sí estaba
segura que la fiebre comenzaba a hacerla desvariar. Se sumió
en una especie de letargo para luego caer en la inconsciencia.
____________________________________
Era de mañana, y Vivian se despertó de buen ánimo, recordó
que había decidido no presentarse al trabajo, y que dedicaría
todo ese día a pasear por la ciudad. Y, además, había un cielo
de maravilloso azul, y una brisa fresca envolvía el ambiente,
todo invitaba a escabullirse del trabajo e irse de paseo. El reloj
no marcaba todavía las siete de la mañana cuando salió del
apartamento vistiendo unos vaqueros nuevos y una gruesa
parka. A su espalda llevaba una mochila con un par de libros
por si decidía sentarse en algún sitio a leer un rato, comenzó a
caminar siguiendo el camino que tomaba todos los días para ir
274
al trabajo las calles estaban solitarias, tal parecía que la gente
había querido quedarse en sus casas hasta más tarde. Pero
Vivian se encontraba feliz disfrutando de su descanso
improvisado. Tomó la calle a un costado del convento y siguió
caminando, le llamó la atención que dentro del edificio
abandonado parecía haber bastante actividad, lo cual le
pareció algo inusitado. Dobló en la esquina para pasar por el
frente del convento, la calle estaba desolada, excepto por un
par de extraños personajes vestidos de elfos, que se
encontraban a la entrada del vetusto edificio trajinando con
algo que parecía ser una carretilla de mano. Le dio mucha
curiosidad y comenzó a caminar despacio, procurando darse
cuenta de lo que estaba ocurriendo dentro de aquella vieja
construcción. Cuando estaba ya cerca de la entrada escuchó
algunas voces dando órdenes, como si estuvieran preparando
algo, quizás una fiesta. Al momento en que la chica pasaba
frente a los supuestos elfos, uno de ellos, de calva
pronunciada, barba blanca, y entrado en carnes, le dirigió la
palabra en tono jovial:
—Oye Chiquilla.
—¿Yo?
—Sí, tú, ven.
—Acércate, vamos, no tengas miedo.
275
La chica se aproximó un poco más hasta donde se encontraba
el supuesto elfo, cuando lo tuvo cerca pudo ver sus orejas
puntiagudas y sus ojos un tanto rasgados hacia arriba.
—Te estábamos esperando —dijo el elfo.
—¿A mí? —dijo extrañada la chica.
—Sí, a ti —intervino el otro duende.
—No entiendo.
—Lo que ahora no entiendes, luego comprenderás. Pero pasa,
no tengas temor.
—Pero, para qué tengo que entrar al convento.
—Bueno, realmente no tienes que entrar al convento, si no
quieres. Pero para entregarte lo que has de llevar en tu viaje, y
explicarte cómo deberás usarlo, sería conveniente hacerlo
dentro, y no aquí afuera en la calle.
Ya eran casi las siete y media de la mañana, y a Vivian le
pareció extraño que las calles continuaran solas. Allí había algo
realmente inusual.
—Pero…, basta de bromas, yo no voy a ningún viaje.
—Claro que vas —replicó uno de los supuestos elfos.
—Claro que no —insistió Vivian.
—Claro que sí —replicó el elfo.
276
—Yo me voy, ustedes están deschavetados.
—Nosotros, chiquilla, somos unos elfos muy cuerdos.
—Realmente no sé quiénes sean ustedes…
—Yo soy Wish, y él es Will1—dijo el elfo de la calva.
—Vaya nombres.
La chica los vio con recelo, decidida a seguir caminando,
aunque aquellos extraños personajes: de ropas verdes, medias
blancas con franjas horizontales rojas y zapatos de voluta en la
punta; no tenían pinta de peligrosos. Sin embargo, no quería
pasarse su día de descanso conversando con aquel par de
desequilibrados.
—Oye, chica, ¿para dónde vas? No puedes irte sin tus
pociones.
—Qué pociones ni qué cuernos.
—Esto es en serio… necesitas tus pócimas.
Cuando se dieron cuenta que la chica estaba hablando en
serio, y que no iba a perder más tiempo hablando con ellos,
uno de los extraños individuos tomó de algún lado un zurrón de
cuero y corrió tras ella para entregárselo.
—Oye, no quiero eso.
—No puedes irte si esto.
1
Deseo y voluntad en inglés.
277
Vivian comprendió que no le sería fácil escabullirse de aquellos
pirados que se hacían llamar Wish y Will.
—Bien, Bien, de acuerdo, voy a llevarme ese envoltorio.
—Antes de llevártelo tenemos que explicarte para qué sirve
cada cosa que llevas allí dentro.
—De acuerdo, explíquenmelo rápidamente aquí —dijo Vivian
mientras habría el pequeño fardo para ver su contenido
—Créenos, sería mejor que fuésemos, al menos, al vestíbulo
de la entrada del convento.
—De acuerdo —dijo Vivian nuevamente, mostrando cierta
molestia —, vamos pues, al vestíbulo.
La chica dejó que aquellos supuestos elfos desequilibrados
entraran primero al vestíbulo, para quedarse ella en el umbral
de la portezuela. A estas alturas ya sentía curiosidad por lo que
le iban a decir aquellos tipos que, seguramente, formaban parte
de la publicidad navideña de alguna casa comercial.
Los elfos rotaron una especie de pupitre grande que estaba en
el vestíbulo, de tal manera de quedar frente a ella, colocaron el
envoltorio sobre él y comenzaron a sacar unos pequeños
frascos extraños.
—Pon atención, chiquilla, vamos a ir diciéndote qué cosa hay
en cada uno de los frascos que vamos a ir sacando, y también
su utilización. Estos —dijo el elfo calvo señalando cuatro
pequeños frascos con pinta de botes de remedios de farmacia
278
del siglo XIX—, contienen los cuatro elementos de la celidonia,
destilados exactamente durante cuarenta días: Este frasco, de
color amarillo, contiene los efectos del aire, te prolongará los
ánimos y la alegría del momento en que lo tomes. Este otro, de
color azul claro, contiene los efectos del agua, puedes utilizarlo
para curar enfermedades del cuerpo, pero especialmente los
trastornos melancólicos. Este frasco, el rojo, tiene los efectos
del fuego, debes de manejarlo con mucho cuidado, es el más
poderoso de los elementos, pues del viejo hace un mozo y
cambia en vivo al muerto. Únicamente debes utilizar una
cantidad semejante a una habichuela. Y este de color verde,
tiene los efectos del elemento tierra, con el cual puedes lograr
el conocimiento de ti misma.
—Bueno —dijo la chica tratando de terminar con aquel asunto
absurdo, para poder irse a disfrutar de su día libre—, de
acuerdo denme el zurrón y me voy.
—No tan rápido, chiquilla —dijo Wish, el de la calva. Tenemos
que mostrarte otras cosas.
Y dicho esto sacó una pequeña rama.
—Esta, chiquilla, es la hierba del sol. Puede hacerte invisible
cuando lo consideres necesario, simplemente debes comer un
par de hojas. Sin embargo, no podrás ocultarte de la persona
que ha sido predestinada para amarte y para que tú la ames.
Luego Will apareció con una varita de madera, y se la entregó
a Wish.
279
—Esta —dijo Wish—, es una varita mágica de avellano, tallada
al amanecer para capturar los poderes de los rayos del sol
naciente. Ten cuidado al utilizarla, sólo funciona cuando
vehementemente deseas algo. Recuerda, no debes utilizar
nunca la rabdomancia para causar daño o realizar peticiones
que afecten la voluntad de alguien.
Vivian dio entonces muestras de sentirse cansada, pero las
indicaciones del elfo no habían terminado.
—Lleva también un poco de agrimonia para protegerte de los
hechizos. Úsala también con cuidado, si pones una rama bajo
la almohada de alguien, no podrá despertar hasta que le sea
retirada dicha rama. Por último, hemos de hacerte saber unos
secretos: la rosa, especialmente la de invierno, el pino y el olivo
tiene poderes afrodisíacos. Y, si calientas una manzana con tus
manos, y luego se la ofreces a la persona deseada, si esta la
come, el amor te será correspondido. Ahora sí, hemos
terminado, puedes marcharte para comenzar tu viaje.
—Todavía falta —dijo Wish—. Recuerda: no sólo basta
desear…
—Hay que actuar —completó Will.
Cuando la chica salió a la calle, la encontró totalmente desierta,
pero lo más raro es que parecía que el tiempo no había
transcurrido. Volvió la cara para ver la puerta del convento y se
encontró con que los elfos la estaban cerrando. Sólo Will sacó
la mano para despedirse de ella. Un par de minutos después
280
estaba totalmente sola en aquella vía. Comenzó a caminar
calle abajo llevando en una mano el bolso que le habían dado
los elfos. Iba hacia un parque grande que quedaba unas
cuadras más abajo, pensaba buscar en él un lugar tranquilo y
pasar un buen rato leyendo. Cuando llegó, buscó un sitio
aislado, encontró uno en el que había una cómoda banca y se
sentó en ella, puso la mochila sobre la banca, la abrió e
introdujo el zurrón con los frascos que, según Vivian, no eran
otra cosa que muestras publicitarias de algún producto que se
daría a conocer en los días próximos. Antes de sacar uno de
los libros para ponerse a leer, se quedó por un momento
contemplando la naturaleza. Luego recordó que tenía que
llamar a su oficina para reportar que no iba a poder llegar, tomó
el móvil e intentó comunicarse, pero una rara interferencia
comenzó a afectarlo, hasta que la pequeña pantalla del
artilugio indicó que no había señal disponible.
De pronto una neblina comenzó a cubrir aquel paraje en el que
se encontraba. Y alguien, una chica, ubicada en algún punto
dentro de aquella neblina, entonaba una canción muy triste.
Vivian sitió deseos de llorar, aquel canto le traía recuerdos de
su amiga a la que había amado. Aguzó el oído tratando de
localizar de dónde provenía aquella voz, pero no logró ubicarla.
Entornó entonces los ojos, pero la niebla, que se había vuelto
más densa, le impedía una buena visibilidad; a pesar de eso,
alcanzó a ver muy cerca de ella una tenue silueta que se
desplazaba por entre la viscosa calina. Creyó advertir la figura
de Clarisa, su desaparecida amiga. Se incorporó, tomó la
281
mochila con su mano derecha y se introdujo en la neblina
siguiendo aquella silueta. De pronto se sintió perdida entre
aquella espesa bruma, hasta que escuchó una voz:
—¿Me buscas?
Era ella, estaba segura, era la voz de Clarisa.
—Estoy aquí.
Vivian no dijo nada, simplemente se dirigió hacia el lugar de
donde provenía aquella voz. Y encontró entre la bruma un claro
de cielo nublado, dentro del claro había una laguna, y sobre
una roca a la orilla, de espaldas hacia Vivian, estaba sentada
una
chica
desnuda,
de
apariencia
atractiva.
Parecía
melancólica, con la vista perdida en el horizonte.
—Ven —dijo la chica sin volver la vista—, acércate.
Temerosa, pero con la curiosidad a flor de piel caminó despacio
hasta la roca, cuando estaba a menos de un par de metros la
chica volvió la cara. ¡Sorpresa! Era Clarisa. Vivian tuvo,
entonces, una sensación combinada de alegría y temor.
—¿Eres tú?
—¿Quién, deseas, que yo sea? —le contestó la chica sobre la
roca.
—¿Quién eres realmente? —alzó un poco la voz Vivian, que no
lograba entender qué era lo que estaba sucediendo.
282
—Soy la tristeza. Y puedes quedarte aquí conmigo, así podrás
vivir el resto de tus días atrapada en la desolación de tus
recuerdos más aciagos. Así tendrás tiempo para vivir siempre
recordando el amor que se fue, sin la esperanza de algo nuevo
y mejor. ¿Qué dices?, ¿Te quedas conmigo?
—No, no quiero vivir sumida en la tristeza, no, no puede ser
así.
La tristeza se incorporó mostrando su atractivo cuerpo
desnudo.
—¿De verdad no quieres quedarte conmigo?
—No…
—Pero, dime entonces, a dónde vas a ir —habló la tristeza en
tono lastimero, como rogándole que se quedara.
Vivian comenzó a sentir una profunda melancolía con la
imploración de aquella chica. Pero recordó que en los
pequeños frascos que le habían dado los elfos había uno, el
del elemento agua, que, según le habían dicho, servía para
trastornos melancólicos. Colocó la mochila en el suelo, la abrió
y comenzó a hurgar en el zurrón. Encontró el frasco de azul
claro, quitó el tapón y, sin pensarlo mucho, se lo llevó a la boca
e ingirió todo su contenido esperando que funcionara. Por un
instante se sintió desfallecer, pero cuando pensó que iba a caer
al suelo fue envuelta en una especie de remolino, que la elevó
del suelo y la llevó a otro lugar.
283
De pronto se encontró en un paraje agreste, sin árboles. En
cuya superficie solo había rocas, cactus espinosos y otras
plantas de clima desértico. Recordó que los elfos le habían
dicho que iba a hacer un viaje y sintió miedo, quiso regresar
pero no sabía cómo hacerlo. Se sintió atrapada, no había más
remedio que continuar aquel involuntario viaje a quién sabe
dónde. A lo lejos no se divisaban montañas, solo el mismo
paisaje tosco. No encontró ningún sendero. Sin embargo,
comenzó a caminar pensando que de esa manera llegaría a
algún lugar más hospitalario. Después de lo que le parecieron
horas de caminar, el entorno no cambió, llegó a pensar,
incluso, que estaba caminando en círculos, regresando cada
cierto tiempo al mismo lugar. Pero todavía continuó andando
un poco desesperada. Pero entonces, a lo lejos le pareció ver
la silueta de una persona que parecía estar sentada sobre una
roca, y cerca de ella se veía una cabaña un poco ruinosa.
Vivian se dirigió hacia aquel lugar. Cuando estuvo lo
suficientemente cerca se dio cuenta de que también era una
chica, la cual vestía unos pantaloncitos cortos bastante raídos,
y una blusa desteñida.
—Hola —saludó Vivian.
—Hola —respondió la chica sin muchos ánimos.
—Dime, por favor, cómo hago para llegar a algún lugar más
agradable.
—No hay ningún lugar.
284
—¿Cómo?
—Que no hay ningún lugar a donde ir. Es inútil que intentes
caminar, no vas a llegar a ningún lado. Todo es lo mismo, nada
cambia.
Vivian se quedó sin poder decir nada, desconcertada. No tenía
idea de cómo había llegado a ese lugar tan desolado, y mucho
menos de cómo salir de allí. Repasó mentalmente las
propiedades de los frascos que le habían dado los elfos, pero
ninguno de los que le quedaban le pareció apropiado para
utilizarlo en aquellas circunstancias.
—Mira —dijo la chica desconocida—, por qué no te quedas
conmigo y así, al menos, podremos desesperarnos juntas.
—Pero es que debe de existir una salida de aquí —insistió
Vivian.
—No te afanes con eso, no hay salida. Mejor acompáñame,
vamos a la cabaña y disfrutemos un poco de intimidad entre
nosotras.
Vivian acompañó a la chica hasta la cabaña, entró después de
ella y vio que aquel sitio era un pequeño desorden. La cama
era un revoltijo de sábanas y almohadas y muchas otras cosas
se encontraban tiradas por el suelo. La chica se desvistió
mostrando su seductor cuerpo, esperaba de esa manera
atrapar a Vivian y retenerla con ella.
—Anda, ven, desnúdate y acuéstate conmigo.
285
—Me voy a acostar contigo — dijo Vivian sin desear realmente
hacerlo—, pero antes dime quién eres.
—Soy la desesperanza, soy quien te ha acompañado por años;
quédate de una vez conmigo para siempre. ¿Acaso no te
parezco atractiva?
Vivian sintió temor. De nuevo repasó en su mente las
propiedades de los frascos que le habían quedado en el zurrón
pero, concluyó, una vez más, que ninguno podría serle de
utilidad en aquella situación. Entonces le vino a la mente una
idea:
—De acuerdo, me voy a acostar contigo y vamos a disfrutar el
momento.
—Es lo mejor, no hay nada más que hacer.
Despacio, parsimoniosamente, Vivian se fue quitando la ropa.
Cuando por último se desembarazó de las bragas, se agachó
fingiendo que las iba a depositar dentro de la mochila, pero
aprovechó la acción y sacó de ella la ramita de agrimonia que
le habían dado los elfos, y la ocultó dentro de su mano. Se
acostó, y haciéndole creer a la desesperanza que iba a situarse
sobre ella para besarla, aprovechó la oportunidad para colocar
la ramita debajo de su almohada. En poco tiempo la
desesperanza cayó dormida. Vivian se vistió velozmente, cogió
su mochila y corrió a la puerta, la abrió y salió. De pronto se
encontró en un paraje diferente al que había dejado cuando
entró en la cabaña.
286
Ahora estaba en un sitio acogedor: un bosque de aspecto
tranquilo y clima agradable. Por momentos se percibía entre
las
copas
de
los
arboles
algunos
pajarillos
trinando
alegremente. Echó a andar por un sendero de tierra, con
abundantes flores a su vera, sin saber a dónde iba a llegar. Al
poco de caminar le pareció escuchar el sonido que produce el
fluir de un río de aguas tranquilas. Dejó la senda por la que
transitaba y se dirigió hacia donde escuchaba el murmullo. No
tuvo que andar mucho, después de una breve marcha se
encontró con un río de aguas límpidas. Aquel sitio emanaba
frescura; nada parecido al paraje brumoso de la tristeza, ni al
agreste de la desesperanza. Se acercó a la ribera, se acuclilló,
e introdujo la mano en la suave corriente. Sintió una sensación
de deliciosa frescura, y le dieron deseos de meterse en el agua
para refrescar su cuerpo. Se quedó un momento así, en la
posición en que se encontraba, y dirigió luego la vista hacia el
frente y a los lados. No se miraba nada que pudiera ser
calificado como anormal, de hecho parecía una quietud
acogedora. Caminó rio abajo siguiendo la ribera, hasta que
encontró un sitio en que las ramas de un árbol entraban en el
agua formando una especie de pequeña bóveda. Puso la
mochila en el suelo y se sentó al pie del árbol. Pasado algún
tiempo disfrutando de la calma de aquel lugar, sin haber
detectado ningún peligro, decidió meterse en el río. Se
desvistió totalmente, y colocó su ropa junto con la mochila, un
poco escondida en la base del árbol, justo donde comenzaba a
formarse una gran raíz, oculta un poco por las hojas de las
ramas del árbol, que caían como cascada sobre parte del suelo
287
y parte del río, Vivian caminó hasta las aguas y se introdujo en
ellas. Aquello sabía a gloria, inmersa en aquella agradable
frescura se sintió revivir. Comenzó a juguetear: introducía la
cabeza dentro del agua, se quedaba un momento así y luego la
sacaba, y otra vez repetía la operación. Luego se colocó
bocarriba y se dejó llevar por las aguas un breve instante y
regreso a su escondite. Pensó que si no podía regresar a su
casa, podría quedarse allí, en aquel lugar tan apacible, el resto
de su vida. Pero de pronto, de ninguna parte, aparecieron dos
figuras deslizándose debajo del agua, y emergieron a ambos
lados de ella. Vivian creyó que se iba a desmayar, pero
rápidamente tomó consciencia de la situación, eran dos chicas
de bellísimos rostros, que llevaban ceñidas sus cabezas con
una corona de lindas flores.
—No temas —dijo una de ellas—, no vamos a hacerte daño. Tu
viaje aún no termina, y venimos a ofrecerte un poco de placer y
descanso.
—Pero, quiénes son ustedes.
—Yo soy Ismena —dijo una de las chicas tocándose el pecho
con la mano derecha. Somos náyades, presidimos las fuentes,
los manantiales y los ríos.
—Yo soy Amnista —dijo su compañera.
—Ven con nosotras para que puedas reposar con tranquilidad
—invitó Ismena.
288
Por alguna razón inexplicable en ese momento, Vivian no
experimentó ningún temor, más bien sintió una gran confianza
en aquellas chicas y se dejó llevar.
—Pero, debo traer mi ropa.
—No —le respondió Ismena—, a donde vamos no necesitas
llevar tu ropa, realmente no necesitas ropa.
Las náyades, una a cada lado de ella, la tomaron de la mano, y
le dijeron que se sumergiera en el agua cuando ellas lo
hicieran. Cuando volvieron a emerger Vivian se quedó
deslumbrada. Estaban frente a una breve ribera de arenas
doradas, donde pronto comenzaron a caminar siempre
tomadas las tres de la mano.
—Sí
—dijo
de
pronto
Amnista
adelantándose
a
sus
pensamientos—, es oro puro, arena de oro puro. En este
universo no tiene otro valor más que el que proporciona su
propia belleza en la misma naturaleza.
Vivian no sabía que decir, estaba realmente deslumbrada por
la hermosura del paisaje. Más adelante, sobre un pasto con
textura suave, quizás como el terciopelo, había algo así como
un bosque de árboles de manzana, separados según los
colores del fruto: Desde el rojo clásico hasta el dorado que
semejaba al oro. Continuaron caminando hasta que llegaron a
un manantial, rodeado de árboles frondosos y de una ribera
también de arenilla dorada. En el centro del manantial se
encontraba una fuente cuyos surtidores lanzaban cristalinos
289
chorros de agua, entre los cuales revoloteaban cantarines
pajarillos multicolores. Las náyades llevaron a Vivian adentro
del manantial, y mientras las tres se bañaban en aquel
paradisíaco estanque; juguetearon, se prodigaron mimos,
besos y alguna que otra caricia íntima. Después se fueron al
pasto bajo los frondosos árboles, y se hicieron el amor
inmersas en aquella naturaleza que emanaba, paz, plenitud,
felicidad… luego se durmieron, acunadas por el canto de los
pájaros y acariciadas por una suave brisa primaveral.
Más tarde, cuando Vivian y las náyades despertaron de su
reconfortante sueño, apareció frente a ellas una joven, también
de bellas facciones y cabello dorado, llevando una larga y
tenue vestimenta. La chica cargaba una cesta con manzanas y
se dirigió hacia donde se encontraba Vivian.
—Has de tener hambre —le dijo la chica del cabello dorado
ofreciéndole al mismo tiempo una manzana de las que llevaba
en la cesta.
Vivian sonrió y le agradeció el obsequio.
—Cómela despacio, luego reposa. Cuando despiertes te
sentirás con los ánimos del mejor momento de tu vida. Tú
sabes lo que deberás hacer entonces.
—Quién eres —quiso saber Vivian.
—Soy Iduna, la que guarda las manzanas del jardín de las
Hespérides.
290
Dicho eso, la recién llegada continuó su camino, perdiéndose
entre los árboles que rodeaban el manantial.
Cuando Vivian terminó de comer la manzana, sintió un poco de
sueño, y se recostó en el pasto apoyando la cabeza en el
regazo de Ismena. Luego las dos chicas la acariciaron
delicadamente hasta que se quedó dormida.
Al despertar, la chica se encontró desnuda sobre una alfombra
de pasto, resguardada por las ramas del árbol donde había
dejado la mochila y el hatillo con su ropa. Se sintió
maravillosamente bien, muy alegre y con bastante energía,
como una quinceañera. Recordó lo que le había dicho Iduna y,
aunque pensaba que a lo mejor lo de las náyades había sido
un sueño, vino a su mente lo que uno de los elfos le había
dicho con respecto al frasco que contenía el elemento aire: «Te
prolongará los ánimos y la alegría del momento en que lo
tomes». No lo pensó dos veces, acostada como estaba alargó
la mano para alcanzar la mochila, buscó el pequeño frasco del
elemento aire, lo abrió y consumió su contenido totalmente.
Cuando intentó incorporarse sintió que sus pies estaban llenos
de tierra pero, cuando iba a sacudírsela con la mano, se dio
cuenta que no era lo que ella había creído, sino arena dorada.
Oro de la ribera del rio de la tierra encantada, a donde la
habían llevado las náyades. Sacó entonces uno de los libros
que llevaba en su mochila, lo abrió y puso uno de sus pies
sobre él y comenzó a limpiar aquella arena, de tal manera que
291
cayera sobre las hojas del libro; repitió el proceso con el otro
pie, y echó todo lo que pudo en el pequeño frasco donde, hacía
poco, había estado el elemento aire que recién había ingerido.
Después se fue al río, se lavó los pies y dejo que la brisa los
secara. Se vistió, metió de nuevo el libro y el pequeño frasco
con el oro en la mochila, y regresó al sendero por el cual venía
caminando antes de desviarse en busca del río. Se sentía feliz,
aun cuando no sabía si iba a regresar a su casa. «Aquel
mundo encantado era maravilloso»—pensó. Y continuó su
camino.
A medida que avanzaba el paisaje iba cambiando, dejó atrás el
bosque primaveral en el que había estado, y entró en otro un
poco mustio, ya no había flores a la vera del camino, algunos
arbustos estaban agostados, y el trino de los pájaros era más
esporádico. Se quitó la parka, la lió como pudo con los tirantes
de la mochila y continúo su camino.
Después de andar bastante rato, dejó atrás el paraje deslucido,
y entró en uno en el que soplaba una brisa fría. El cielo se
volvía gris por momentos, y los árboles estaban vestidos con
tonalidades naranja, amarilla y café.
Entonces cayó en la
cuenta de que, al parecer, estaba haciendo un recorrido por las
estaciones del año, si eso era cierto, ahora entraba en el otoño,
y luego llegaría
a la estación invernal. Cuando estaba
pequeña, recordó, le gustaba la estación previa al invierno, y se
iba al pequeño bosque que estaba dentro de un parque, cerca
de donde vivía, a recoger hojas de diferentes colores, para
formar figuras con ellas y pegarlas en cartón, para luego
292
enmarcarlas con palos que cortaba de las ramas que habían
caído de los árboles. Hizo memoria de lo mucho que se divertía
haciendo aquello, y deseó volver a hacerlo. Se salió del
sendero por el que caminaba y se internó un poco en el
bosque. Dejó la mochila junto a un grueso tronco de árbol que
se encontraba en el suelo, y comenzó a recoger hojas en todas
las tonalidades que pudo encontrar. Después buscó alguna
ramitas que aún conservaran la humedad propia de ellas, y de
la corteza obtuvo pequeñas tiras, que luego trenzó y convirtió
en pequeños lazos, para construir con ellos largos listones de
hojas alternando colores, los cuales ató de un extremo, a las
ramas más bajas de uno de los árboles de aquel bosque
otoñal. Estuvo concentrada durante largo tiempo en aquella
obra, no le importaba si alguien la iba a apreciar o no,
simplemente quería hacerla porque sentía gusto en ello.
Cuando terminó vio lo que había construido y se sintió
satisfecha. Hubiera querido tener una cámara para tomarle una
foto
pero
se
conformó
con
sentarse
un
momento
a
contemplarla. Después tomó su mochila, se la colocó sobre la
espalda y continuó su recorrido por la senda que venía
siguiendo. Caminó por mucho rato, hasta ver que el día estaba
comenzando a decaer, y todavía, si su teoría era cierta, no
alcanzaba la estación invernal. Llegó a una parte alta y se
detuvo a admirar el paisaje, había en el ambiente una quietud y
un silencio tranquilizador. Se sentó sobre una piedra a dejar
que el tiempo pasase. Luego de un largo descanso reanudó su
marcha. De pronto comenzó a sentir bastante frío, estaba
entrando a la estación invernal. Desató la parka de la mochila,
293
la vistió nuevamente y siguió caminando, en el horizonte había
comenzado a aparecer una luna llena espectacular. A poco de
caminar, la luminosidad del día mermó casi por completo, pero
la senda de tierra blanca era perfectamente visible con la luz
que emanaba de la luna. De pronto el camino se volvió
bastante empinado, y cuando llegó a la parte más alta logró
divisar un paisaje nevado, en el cual había algo así como una
pequeña villa con sus casas iluminadas, y una fogata en la
plaza. Vivian sintió cierta satisfacción en su interior, algo le
decía que su viaje terminaría allí. Se detuvo por unos instantes
a contemplar aquella escena, y luego nuevamente tomó su
camino. Cuando estaba por entrar a la villa, se topó con una
graciosa estación de control de portazgo, con dos casetas de
techos rojos, y paredes pintadas a franjas verdes y blancas, a
ambos lados del camino. Al frente de cada caseta, controlando
el paso, había un gnomo de aspecto no muy amigable. Y, entre
las dos casetas había una pluma de control de acceso. La
chica se acercó hasta la pluma, y uno de los gnomos le salió al
paso.
—Qué deseas —le preguntó el duende bastante serio.
—Entrar a la villa.
—¿Has sido invitada?
—Pues no sé, pero este es el único camino que he encontrado
en mi recorrido.
294
—Déjame ver tu rostro —dijo el gnomo a la vez que elevaba un
farol con una candela para ver la cara de la chica —. Me
parece que sí has sido invitada. Pero dime, por qué camino has
venido.
—He venido por un camino que al principio era primaveral,
luego estival, después otoñal y luego…
—Invernal —le interrumpió el gnomo —. Sí, has venido por la
senda que pasa por el bosque encantado de las cuatro
estaciones. Pero primero tuviste que haberte enfrentado a tus
peores fantasmas.
—Tuve que vencer a la tristeza y a la desesperanza —le
confirmó la chica.
—Sí, ya veo, estás invitada. Pero antes, para poder entrar
tienes que dar algo como derecho de portazgo.
Vivian se puso a pensar que no traía consigo algo de valor para
dejarles a aquellos pequeños seres avaros. Pero, de pronto
recordó lo que traía en el pequeño frasco que había contenido
el elemento aire, lo sacó de su mochila y se lo entregó al
gnomo. Este lo tomó, lo examinó por fuera y luego lo abrió,
observó atentamente lo que tenía en el interior y se fue a la
caseta. Después de un par de minutos regresó a la pluma de
acceso y le devolvió el frasco a la chica. Vivian pensó que
quizás aquello no era oro, y que el gnomo se enfurecería con
ella.
295
—Toma, guárdalo. Sólo hemos tomado lo que hemos
considerado necesario. Ya veo que has pasado por la rivera del
rio de las náyades.
—Sí —contestó la chica, al mismo tiempo que tomaba el frasco
de manos del gnomo.
— ¡Bongy!, vamos, levanta la pluma para que la chica pueda
entrar.
Vivian tuvo que andar todavía unos cuantos metros antes de
encontrar las primeras casas de la villa. Pero, desde que se
encontraba en la pluma esperando a que le franquearan el
paso, escuchó los sonidos característicos del ambiente de una
fiesta popular. Se dejó guiar por el jolgorio de la gente hasta
que llegó a la plaza, en donde se había colocado un tronco de
árbol bastante grueso que, al parecer, iba a ser incinerado más
tarde. En ese momento recordó el cargamento que llevaba el
carretero en su trineo una de las noches en que se lo había
encontrado.
En la villa, la gente iba de un lado a otro por entre las calles
nevadas, algunos, en grupo, se acercaban a las casas y
cantaban ciertas tonadillas que recordaban los villancicos de
navidad. Otros, sentados en el exterior de lo que parecía un
café, disfrutaban consumiendo algún tipo de bebida caliente, tal
vez un café o un chocolate acompañado de buñuelos, turrones
o galletas. Todo el mundo parecía estar feliz en aquella dichosa
localidad. De pronto Vivian reconoció a alguien que alegre
caminaba por la calle, del brazo de unas personas que iban
296
cantando de casa en casa. Era Clarisa, la chica que había sido
su compañera, y que ahora se empeñaba en echar tanto de
menos. Vivian nunca supo por qué la había dejado, pero ahora
parecía rebosante de alegría en compañía de aquellas gentes.
Vivian recordó que utilizando la varita mágica que le habían
dado los elfos, podría hacer que ella volviese a su lado. Se
apartó a un sitio solitario, sacó la varita mágica de avellano y la
sostuvo en su mano, manteniéndola oculta dentro de la parka.
Estaba dispuesta a utilizarla para conjurar a su antigua
compañera.
Pero
inmediatamente
recordó
que
no
era
conveniente hacer que alguien fuera obligado a actuar de
alguna forma específica en contra de su verdadera voluntad. Y
entonces se preguntó: « ¿Y si Clarisa también me quiere?» Si
fuera así no tendría que obligarla a nada. Pero cómo saber si
realmente la amaba. Entonces vino a su mente la hierba del
sol. Se haría invisible, buscaría a Clarisa y se haría la
encontradiza.
Nuevamente Vivian abrió la mochila, guardó la varita mágica, y
hurgó en el zurrón hasta encontrar la hierba del sol, agarró un
par de hojas de la ramita y se las comió. Luego se fue a
caminar entre la gente para ver si la notaban, procurando no
chocar con ellas, pero nadie parecía darse cuenta de su
presencia. Concluyó que se había convertido en invisible para
el resto de las personas. Entonces comenzó a buscar el grupo
con el cual se desplazaba su antigua compañera para ver si la
notaba. Por fin los halló, estaban todos sentados a una mesa
del
café
tomando
chocolate
caliente
y
conversando
297
alegremente. Primero Vivian se acercó cautelosamente hasta el
grupo, se paró frente a cada uno pero nadie pareció notarla,
Porúltimo se colocó a un lado de Clarisa, le dio un pellizco, y
cuando volvió a ver quién le había hecho aquella pesada
broma, Vivian puso su cara frente a la de ella y le hizo unas
cuantas muecas cómicas, pero la chica no la vio. Y quedó
preguntándose quién habría podido hacerle aquella broma de
mal gusto. Luego Vivian se quedó pensando en gastarle otra
broma: inclinar la silla levantándola del respaldo para que la
chica cayera sentada sobre la nieve, pero se contuvo, y se
alejó de aquel sitio. «Tiene algunas ventajas ser invisible» —
pensó.
Se fue caminando por la calle principal de aquel pequeño
poblado hasta llegar a la salida, donde había un parque no muy
grande, ahora cubierto de nieve. El lugar estaba solitario,
prácticamente toda la gente se encontraba paseando y
disfrutando de la noche en el centro de la villa. Encontró una
banca en la que, probablemente, alguien antes que ella había
estado sentado, pues estaba libre de nieve, lista para que
alguien pudiera utilizarla de nuevo. Tomó asiento y, en la
soledad de aquel sitio trató de comenzar a meditar sobre las
cosas extrañas que le habían sucedido últimamente. Pero no
tuvo mucho tiempo para dedicar a sus reflexiones, pues una
chica, portando sobre su cabeza un gorro de lana con pompón,
llegó también al parque, se quedó parada un momento y barrió
con la vista el pequeño jardín nevado en toda su extensión.
Vivian ni siquiera se interesó en la acción de aquella chica,
298
pues estaba segura de que no podría verla. Pero, al parecer, sí
la vio. La recién llegada se dirigió luego, sin titubear, hasta
donde Vivian se encontraba sentada y la saludó.
—Hola…
—Hola, ¿Puedes verme?
—Sí, te vi desde que estabas haciéndole unas muecas cómicas
a los chicos del café. Y, sí, me di cuenta de que ellos, y nadie
más aquí en este poblado, podían verte.
—Y qué conclusión sacas tú de eso.
—Bueno, en primer lugar quiero decirte que andaba en tu
búsqueda…
—¿En mí búsqueda?
—Es decir en la búsqueda de la persona a la cual valdría la
pena que yo amase.
Vivian se quedó un momento observando con ayuda de la débil
luz de una farola, a la chica que conversaba con ella en aquel
momento.
Era
bastante
bonita,
agradable
y,
además,
comenzaba a sentirse atraída por ella.
—¿Y cómo sabes que yo soy esa persona?
—Debo decirte que yo también conozco la leyenda de la hierba
del sol.
— ¿De verdad?
299
—Sí. Me parece que tú la consumiste para jugar una broma a
la chica que pellizcaste.
—Hay una razón más importante que esa tan trivial. Pero mejor
cuéntame, cómo es que sabías que me encontrarías en este
lugar.
—No, no lo sabía. La forma en que llegué hasta aquí es casi
inexplicable.
—Te entendiendo, créemelo.
—Sí, me imagino que tú también llegaste aquí de alguna forma
extraña.
—Así es, pero dime, ¿cómo te llamas?
—Mi nombre es Brenda, y el tuyo…
—Vivian…
—Mucho gusto en conocerte, Vivian. Las chicas se dieron la
mano, para lo cual Vivian tuvo que descruzar sus brazos, pues
tenía bastante frío en las manos.
—Oye, no traes guantes en las manos —observó Brenda.
—No.
—Toma, usa este otro par que traigo conmigo —dijo la chica
sacando unos de la bolsa de su cazadora—, es que los traje
pensando que haría mucho frío, y que tendría que cambiarme
los que traigo puestos.
300
—¿De veras me los prestas?
—Claro que sí, dame tus manos, voy a ayudarte a que te los
pongas.
Cuando terminó aquella operación las chicas se quedaron
tomadas de las manos con el pretexto de darse calor.
La charla continuó con bastante amenidad, conversaron sobre
una y otra cosa y llegaron a entenderse muy bien. Sin
embargo, una preocupación rondaba la cabeza de Vivian:
—Quisiera saber cómo hago para volverme nuevamente
visible.
—Sólo tienes que desearlo.
—Cómo lo sabes.
—Es parte de la leyenda.
—Vaya, a mí no me lo dijeron.
—A lo mejor ya todo estaba calculado.
—Probablemente.
—Qué te parece si nos acercamos a la plaza de la villa.
—No sé, ¿para qué?
—Es que va a haber un acto, al menos eso es lo que escuché
por allí cuando andaba caminando.
301
—Bien, vamos. Pero créeme que me gustaría mucho más
quedarme aquí charlando contigo.
—A mí también, pero quizás nos convenga ir a la celebración.
Llegaron justo cuando comenzaba el evento. Un señor
bastante abrigado, con sombrero tirolés sobre su cabeza,
bregaba tratando de dar fuego al tronco de árbol que había
visto Vivian a la entrada de la villa.
Por fin el tronco de madera comenzó a arder, y las gentes
encendieron, cada una, una vela. Alguien que pasaba en aquel
momento por donde se encontraban las chicas, les dio una a
cada una y luego les ayudó a encenderlas. La gente entonaba
una especie de villancico que decía algo así:
Los cascabeles del trineo,
formulan nuestro deseo:
de que siempre tengamos
la paz que tanto disfrutamos.
Después de aquella sesión de villancicos, el señor del
sombrero tirolés tomó la palabra y explicó, para los que no lo
sabían, que aquella era la celebración del Yule, el solsticio de
invierno, la noche más larga del año, la festividad que había
dado origen a lo que ahora se llamaba Navidad. Pues lo que
realmente se festejaba era el renacimiento del sol que, como
en un nuevo día, comenzaba ganándole tiempo a la oscuridad
302
hasta alcanzar el zenit en junio, entre el 21 y el 23 de dicho
mes, en el solsticio de verano: el día más largo del año. Sin
embargo, dijo el orador, la festividad de ahora, 21 de diciembre,
es la fecha más alegre del año. Y podemos considerar que este
comienza, para todos aquellos que creemos en la magia,
precisamente con el renacimiento del sol. Se escucharon los
aplausos de todos los asistentes, y a continuación el orador les
deseó a todos: «¡Feliz Yule!, ¡feliz solsticio de Invierno¡» para
terminar convidando a todos a la cena del renacimiento del sol.
Las gentes que se encontraban cerca se abrazaron y se
desearon: ¡Feliz Yule! o ¡Feliz Solsticio! o ¡Feliz Nuevo Año!
Luego todos pasaron a unas grandes mesas en las que había
una cantidad enorme de comida, vinos, frutas y postres.
Cuando Brenda y Vivian estaban terminando su cena, el señor
del sombrero tirolés se acercó a ellas, y de forma enigmática le
dijo a Vivian:
—Mañana te sentirás bien, pero no olvides tomar una pizca del
elemento fuego. El elemento tierra deberás dejarlo para
después, aparecerá nuevamente cuando tú realmente lo
necesites, ya que la magia no ha terminado, y quién sabe, a lo
mejor tengan que regresar aquí otra vez en el futuro.
Aquel insólito señor hizo un ademan de despedida con su
mano derecha y comenzó a alejarse.
En ese momento reconoció Vivian al carretero que se había
encontrado por las noches cuando iba de camino a su
apartamento, y alzando la voz le preguntó:
303
—¿Quién es usted, señor?
—Soy
el
espíritu
del
Yule
—contestó
volviéndose
momentáneamente, y continuó alejándose hasta perderse en la
noche.
Las chicas no cabían de felicidad, acababan de conocerse pero
hubiesen deseado quedarse allí, en esa villa,
juntas para
siempre.
—Vivian, ¿tienes dónde pasar la noche?
—No, realmente ni siquiera había pensado en eso.
—Ven conmigo, yo he conseguido un lugar muy acogedor,
decorado con rosas de invierno y agujas de pino, donde
pasaremos calentitas la noche.
----------------------------------------------------------Vivian despertó nuevamente en su apartamento, continuaba
sintiéndose enferma, tan mal, pensó, que hasta había tenido
una especie de extraño sueño, que no pudo ser otra cosa que
efecto de la fiebre que sentía. Encendió la lámpara de su mesa
de noche y vio la caratula del reloj que se encontraba sobre
ella, no eran todavía las doce de la noche. Iba a recostarse
nuevamente, cuando, a un lado del reloj, vio dos pequeños
frascos que no recordaba que fuesen de ella. Tomó en su
mano uno de ellos y leyó una etiqueta que decía: Aire. Lo
colocó de nuevo en la mesita y cogió el otro. Tenía también
304
una etiqueta, pero esta decía: Fuego. Entonces se agolparon
en su mente las imágenes del sueño que había tenido. Y
comenzó a dudar de que aquello hubiese sido tan solo una
fantasía. Recordó que el espíritu del Yule le había dicho que no
olvidara tomar una pizca de aquel elemento. En aquel
momento destapó el frasco y echó una cantidad muy pequeña
de él en el reverso de su mano, de donde lo sorbió con su
boca.
Volvió a coger el frasco que decía: Aire, lo abrió y
comprobó que dentro de él había una arena fina de color
dorado, lo tapó, lo volvió a colocar en la mesita y se recostó
nuevamente. Ya habría tiempo al siguiente día para lucubrar
sobre tales objetos. En ese preciso instante escuchó las
campanas de un reloj público que daba las doce de la noche.
Cuando despertó a la mañana siguiente se sentía muy bien y
de muy buenos ánimos. Ya no había ningún rastro de malestar.
De manera que no tuvo que reportarse enferma y se fue al
trabajo; cuando iba caminando por la parte frontal del vetusto
convento abandonado, recordó lo que le había dicho el
carretero acerca de que el día veintiuno iba a amanecer bien
de salud. Eso se había cumplido al pie de la letra, pero lo del
año nuevo de felicidad como que no era más que un decir.
Vivian llegó a su oficina, y apenas se había acomodado en la
silla de su escritorio, cuando apareció una de las secretarias en
la puerta de su despacho.
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—Señorita, en un momento va a venir a su oficina la nueva
licenciada que va a ayudarle con sus proyectos.
—Gracias… ¿cuál es el nombre de ella?
—Brenda.
—Gracias.
Un par de minutos después apareció la nueva empleada a la
entrada del despacho de Vivian. Cuando esta la vio sólo pudo
exclamar:
— ¡¿Brenda?!
La chica, con una sonrisa de complicidad dibujada en sus
labios, le entregó a Vivian una manzana que llevaba entre sus
manos, con las cuales la había entibiado. Vivian, radiante de
felicidad, la tomó y comenzó saborearla.
Después, Brenda le dio una tarjeta alusiva a la festividad del
Yule, en la cual estaba escrito:
“…y en el breve tiempo de una palpitación podemos vivir un
año o miles de años. Pero cuando regresamos la memoria se
nubla rápidamente, y creemos haber tenido un sueño o visto
una visión, cuando en realidad hemos sido trasladados al
universo encantado de la hadas”.
La magia sólo se manifiesta a los que creemos en ella.
¡Feliz Yule, Vivian!
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Tuya para siempre,
Brenda.
A catorce días de la festividad del Yule de 2012.
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Referencias Bibliográficas
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http://hispaniagothorum.wordpress.com/mitologia/freyala-diosadel-amor/
http://en.wikipedia.org/wiki/Strenua
http://es.wikipedia.org/wiki/Supernova
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