b-boys

Transcripción

b-boys
Entre
escenarios
y calles
Escrito e investigado por Felipe Ramírez,
Constanza Muñoz, Andrés Najar y Angie Robles
“Si en el pasado no hicimos nada por mejorar nuestro presente, en el presente hagamos todo lo posible para mejorar
nuestro futuro”. Es una frase que está escrita con tinta negra
sobre una de las paredes que da a la calle del salón comunal
del barrio Meissen, en Bogotá, donde los break dancers,
mejor conocidos como b-boys practican diariamente un estilo
de baile rítmico y aeróbico, conocido por primera vez en los
años 70’s en Brooklyn y el Bronx, en New York, como break
dance (en español ‘danza rota’), una manifestación artística
que consiste en implementar en el baile movimientos provenientes de la gimnasia, y otros pasos que han sido creados
por los bailarines a través de los años. Aunque el reconocimiento mundial empezó a darse desde la década de los 90’s
gracias a los inmigrantes latinos y afroamericanos que habitaron en este lugar y se dedicaron a la práctica constante de
éste, el break dance se popularizó rápidamente en el mundo,
logrando ser una práctica aceptada por muchas culturas a
nivel mundial.
Los años transcurrieron, y con el avance de la tecnología y
medios de comunicación, las culturas empezaron a influenciarse unas a otras, como en el caso del break dance que
llegó así a Colombia alrededor del año 1984, principalmente
al barrio El Embajador, en el centro de la capital. Luego de
que el movimiento se popularizó y empezó a crecer, la práctica se trasladó a una discoteca con varias sedes en la ciudad
llamada La Pince, a la que asistían jóvenes a bailar, a interactuar, a mirar nuevas perspectivas de vida dentro de la
ciudad. En los años siguientes, el break empezó a multiplicarse por la ciudad, llegando a barrios como Bosa, Ciudad
Bolívar y Las Cruces, a mediados de los 90’s, donde, aún hoy
en día, el movimiento de b-boys es amplísimo. Muchos de los
pioneros en esta subcultura urbana, actualmente trabajan
para el Festival Hip Hop al Parque, programa de la Alcaldía
que reúne a miles cada año en torno a este género musical.
Una de las ramas del break en la ciudad se sitúa en el
barrio Meissen, específicamente en el salón comunal. Este es
el sitio de reunión de los b-boys locales, su sitio de práctica,
el escenario donde los bailarines no solamente bailan, sino
también dictan talleres a la comunidad (especialmente a los
niños) de forma gratuita, por el simple hecho de compartir el
arte que practican; expresado en palabras de uno de los bailarines más antiguos del sector: “aquí uno está por el break,
por el baile, no por demostrar quién es el que tiene el ego
más alto, aquí se disfruta bailar…”, durante una sesión de
práctica previo a iniciar un reto, que consiste en bailar y
mostrar a otros b-boys las habilidades que se tienen en la
pista, cómo la música se resbala por las venas de cada bailarín y sale en forma de sudor y pasos que entre más exigentes, más aseguran la victoria de quien los hace. Cuando se
ven los pasos que realizan estas personas, intuitiva e ingenuamente se cree que son fáciles de realizar, y que no demandan mucho esfuerzo; sin embargo, no es así, el b-boys
que menos tiempo lleva practicando en Meissen lo hace
desde hace cinco años. El break dance exige disciplina y rigor
casi diarios, lo que estos apasionados por la vida y el break
asumen por gusto.
Muchas creencias populares y mitos urbanos nos llevan a
concluir a partir de una mirada impropia e impersonal que el
break está asociado con drogas, alcohol y algo de “perdición”; pero el break dance es seguido por jóvenes con estados físicos y emocionales óptimos, atletas que practican gimnasia rítmica, muchachos trabajadores y dedicados, artistas
corporales que aman el estilo de vida que han decidido llevar,
interactuando con el difícil contexto que les rodea de una
forma diferente a la que habitualmente se hace en un país
lleno de violencia, en el que el arte se esconde detrás de las
sombras de algunos pocos que, sin saberlo, empiezan a
cambiar, de forma radical, el destino del lugar en el que habitan. Existen diferentes grupos de b-boys en la ciudad
como Dansur Crew, Saltin Breaking, Old School Family, Lateral Break, los Boguy Jazz y Fortaleza Urbana, que es el
grupo que practica en Meissen. Con otros suman alrededor
de cincuenta grupos existentes en la ciudad, y es importante señalar que estos grupos no solamente existen en
Bogotá, este fenómeno cultural se presenta también en ciudades como Villavicencio, Bucaramanga, Cali y Medellín,
ciudades donde se realizan presentaciones de forma continua.
Estas asociaciones de jóvenes proponen la conformación
de grupos que trabajan en torno al conocimiento y baile del
break dance, en los que priman compromisos con la responsabilidad y la disciplina. Estos “parches” no sólo se
reúnen a bailar o a practicar fuertemente para sus presentaciones, sino también a compartir una comida, una caminata o la limpieza del lugar donde bailan. Son como una familia en la que todos son líderes y hermanos que se respetan mutuamente y se colaboran para el bienestar del grupo
y no por un bien individual. Estos grupos son mixtos en la
gran mayoría de los casos.
Fuera del placer que estos jóvenes obtienen por bailar, los
b-boy deben mantenerse a sí mismos, conseguir fondos económicos que los ayuden a subsistir en su día a día. No hay
políticas en las entidades estatales o de carácter privado que
promueven la cultura para darles apoyo; aunque algunas
ONG contactan a los bailarines para dictar talleres o realizar
algunas pequeñas presentaciones de las cuales ellos reciben
alguna retribución monetaria. También los contratan, a nivel
local, algunos colegios de la ciudad para realizar presentaciones de aperturas o cierres de semanas culturales, por las
cuales también reciben un incentivo financiero, pero estas
oportunidades no son frecuentes y, por ende, es difícil para
los b-boy mantenerse en el medio. Lo que sí existe y contribuye a la difusión de este estilo de baile son concursos, como
los que convocan RedBull, o UCA, que son entidades privadas
que buscan la promoción de sus productos a través de este
tipo de reuniones en muchas ciudades del mundo. Estos
eventos ofrecen atractivos como inscripción gratuita y la premiación de los mejores bailarines de cada ciudad, con algunos incentivos económicos. También promueven encuentros
mundiales, en los que se buscan a los mejores del mundo en
esta disciplina. Ante este panorama de oportunidades un
tanto escaso, los b-boy se vuelven recursivos, y como ellos
mismos dicen, “no se dejan morir”, llevan el baile a la calle,
colocan tapetes y música a través de parlantes que llama la
atención de los transeúntes que pasan caminando, se detienen un rato a verlos bailar y les dan monedas o billetes que
les ayudan a ellos en su diario vivir.
El break dance se convirtió para estos jóvenes en un estilo
de vida, un modo de llevar los días que los alegra, los emociona, y sobre todo los hace soñar, los mantiene vivos. Mientras algunos mezclan el break con la universidad, otros lo
hacen con el trabajo, con la labor de padres o con las múltiples ocupaciones que también tienen los b-boys. Dividen su
vida entre escenarios, calles y la vida diaria, que no es fácil
para estos guerreros posmodernos que pelean a su modo y
no se dejan vencer, pues estos jóvenes cambiaron los
campos de batalla por escenarios y su arma es el flow. La
música que llevan por dentro y sus atrevidos movimientos,
transforman paso a paso la violencia que inunda las calles de
la ciudad en giros, en freeze moves y en todo lo que cabe
dentro del break, que se rige bajo marcos de cooperación,
competencia y, sobre todo, amor al arte.

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