Un puerto llamado digital: Sobre el destino y el sentido del periodismo

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Un puerto llamado digital: Sobre el destino y el sentido del periodismo
Un puerto llamado digital: Sobre el
destino y el sentido del periodismo
Revista Mexicana
de Comunicación
Redacción RMC
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Las prácticas comunicativas emergentes en la esfera digital, más intuitivas que profesionales y
con un nuevo catálogo de subjetividades, sin nombre aún por lo menos de oficio, ni aulas
donde aprenderse, han tomado de las voces de la calle su manual de estilo y de la
imaginación, sus géneros.
Si a ello se le puede llamar periodismo, sin ofender a ningún clásico, estamos en el umbral de
un periodismo subversivo, revolucionario, provocador, es decir: palabra y pensamiento en
acción con un margen de operación mucho mayor al de nuestros buenos y escasos periodistas
y con una demanda superior a la de cualquier código de ética vigente.
Por Alejandro Byrd
Publicado originalmente en RMC 131
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Fotografía: Juan Pablo Samora @ Cuartoscuro
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La historia de la ciencia, de las artes e incluso de la política, demuestra el acierto de partir de lo
existente para superarlo. Lo contrario muestra retrocesos y contradicciones. Los medios impresos,
por ejemplo, recogieron de sus ancestros (juglares, trovadores, correveidiles y cuenta cuentos) la
tradición nostálgica de narrar la realidad y aprovecharon la impronta de la imprenta para montar
esa práctica en la industria de la novedad.
Por supuesto, su vocación era más ideológica y comercial que informativa. Como se sabe, se publica
para vender (ideas y/ o mercancías); si de pasada se informa, ya es ganancia. O dicho de otra forma,
a manera de máxima editorial: lo que los lectores hagan con lo publicado es su problema. En tal
sentido, el periodismo digital puede apostar a no quedarse en la trampa de la venta,
independientemente de lo que se venda, y regresar al espíritu comunicativo propio de la narración,
es decir: a la construcción de comunidades informadas y dialógicas en una modificación radical de
las instancias temporales, espaciales y materiales; los comunicados pueden publicarse en el instante
de su ocurrencia, llegar a cualquier comunidad en la red y disminuir el ecocidio que representa la
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abundante producción de papel. Sin embargo, esta revolución no parece ser la meta de los medios
establecidos.
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Por primera vez en la historia de los medios es posible convertirse en medios de comunicación. Si
bien así los hemos llamado, más por aspiración que por realismo, es un hecho que su tarea es la
difusión colectiva y ésta no garantiza el acto cultural de comunicar. No obstante, la cada vez más
presente acción social de las redes posibilita que los medios se conviertan en sujetos, productores y
consumidores, superando las limitaciones estructurales propias de los impresos. La cuestión es más
compleja de lo que parece y es necesario diferenciar a los medios impresos que extienden sus
criterios editoriales y comerciales a la red, del periodismo emergente de quienes, sin estar sujetos a
un patrón, generan textos en la red. Los primeros procuran, con mayor o menor eficacia, explorar
códigos propios de la interactividad y reclaman y requieren la participación de los lectores. La
intención es la misma que las de sus matrices impresas: vender, ideas o mercancías, pero vender.
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Los nuevos agentes de comunicación, por su parte, han abierto una espiral de producción y consumo
tal cual hacían los juglares y trovadores en clara vocación comunicativa: narraban, cantaban para
ellos mismos y para los otros. Ésta es una diferencia fundamental: los impresos y sus tránsitos a la
red siguen atrapados en la misma lógica del consumo que les da razón de ser; los otros no dependen
de la cuota del mercado y por ello siguen sus propios instintos. Quizá esto permita a los medios
impresos, si deciden aprender la lección, regresar a sus orígenes y apostarle a la comunicación. La
interactividad, propia de la red, puede alimentar un diálogo ahora inexistente entre editores y
lectores y lectores entre sí.
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¿Dónde quedó la comunicación?
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Al pasar de la plaza pública a la impresa y a la electrónica, a bordo de la barca de los
fundamentalismos religiosos, económicos, políticos y culturales, cargamos también con la vocación
comunicativa que alimentaba el espacio público.
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El tránsito de las hojas volantes a la industrialización de los medios impresos sólo amplió la brecha
entre aquéllos ciudadanos en conversación y los pocos y aislados lectores de periódicos y revistas,
cuyo aislamiento crece a la par de la masificación de la sociedad.
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El caso del oráculo electrónico es aun más dramático: desaparece del todo el sujeto y el público del
espectáculo mediático (es decir, los espectadores) ocupa su lugar en una pantomima donde alguien,
a veces un periodista, se dirige, aparentemente, a su audiencia cuando en realidad lo hace a los
patrocinadores. Por ello cambia su tono y matices de verdad según quien le pague mejor. No hay
que abundar en el particular: numerosos autores han documentado esta evidencia elemental
referida al principio de este texto: los medios son empresas comerciales y subsisten de las ventas de
espacio. En tal laberinto del capitalismo salvaje parece no haber salida; no obstante, y a pesar de
todo, hay periodistas cuyo ejercicio ha rebasado estas limitaciones propias del modelo y de la
práctica; son los menos, por ello se les extraña más.
Si el sujeto de diálogo se extravió en la industrialización, ni periodistas ni lectores o audiencia
masiva lo hemos reclamado. Hemos creído que el añejo oficio de comunicar es potestad del ámbito
privado, familiar, íntimo (aunque al parecer ahí tampoco lo ejercemos). Ello me regresa al asombro,
usualmente reservado a la ficción y al terror: el hacer de la sociedad civil, los jóvenes
principalmente, a través de las redes sociales. Esta es para mí la principal coyuntura del periodismo
en la red: palabras desde y para los ciudadanos, desde y para la sociedad civil. En otras palabras: de
la impresión a la expresión compartida.
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Carece de sentido apostarse por un periodismo distinto en la red si los medios y los fines son los
mismos. El oficio .com, derivado del medio impreso que lo cobija, no es diferente porque modifique
sus códigos y permita cierta selección al lector. Los temas, la línea editorial, incluso el estilo, se
reproducen y hacen las veces de complemento o de segunda edición. Por supuesto tiene a su alcance
todo el potencial de los medios múltiples y de la interactividad pero –por un lado, con sus propias
limitaciones y, por el otro, con sus filtros– son presas para aguas que pudieran tornarse turbulentas
y provocar guerrillas informativas molestas a la piel sensible de anunciantes que pagan no sólo para
que no les peguen, sino para exaltar sus imágenes comerciales, ideológicas o políticas.
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No obstante, si cambian los fines, también pueden cambiar los medios. Las prácticas comunicativas
emergentes en la esfera digital, más intuitivas que profesionales y con un nuevo catálogo de
subjetividades, sin nombre aún por lo menos de oficio, ni aulas donde aprenderse, han tomado de las
voces de la calle su manual de estilo y de la imaginación, sus géneros. Si a ello se le puede llamar
periodismo, sin ofender a ningún clásico, estamos en el umbral de un periodismo subversivo,
revolucionario, provocador, es decir: palabra y pensamiento en acción con un margen de operación
mucho mayor al de nuestros buenos y escasos periodistas y con una demanda superior a la de
cualquier código de ética vigente: se ejerce por, para y desde los otros como extensión de uno
mismo.
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El escritor-lector del espacio digital representa al mismo tiempo la vuelta al nostálgico comunicador,
narrador (en) cantador, quien vive en la esperanza siempre posible de comunicarse, es decir, ser a
través de la comunicación. Tal puede ser el destino y el sentido del periodismo digital.
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Doctor en Educación e Innovación Tecnológica por el ITESM, México y la Universidad de British
Columbia en Canadá. Autor de Educación y Tecnología. Actualmente es investigador en la FES
Acatlán de la UNAM en el área de Comunicación y Consultor en Imagen Pública.
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