septiembre-diciembre, 2012 René Portocarrero y Rita Longa: dos

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septiembre-diciembre, 2012 René Portocarrero y Rita Longa: dos
 septiembre-diciembre, 2012
René Portocarrero y Rita Longa: dos titanes en su centenario
Antonio Álvarez Pitaluga y Alexandra Tabash
La isla de los titanes
La historia social de cada nación contieneperíodos de auge y decadencia culturales. Esos espacios de
tiempo marcan los derroteros de losrespectivos procesos históricos nacionales. Interrelacionada de una
manera estrecha, la historia de cada país es su propia cultura.En Cuba, la breve historia de su evolución
nacional de apenas cinco siglos, y algo más, suele ser estudiada a partir de la llegada europea a la isla. Sin
embargo, la hondura de nuestros procesos históricos nos hace ser depositarios de una de las historias más
intensas y particulares de América Latina. En ese sentido, hemos generado una historia cultural que por
diversas y complejas razones ha desbrozado una espiral cronológica y fática con rumbos diferentesa otros
procesos culturales latinoamericanos.
Como pocos países del continente, la historia política de la nación ha sido uno de los motivos más
determinantes para catapultar la cultura nacional a planos internacionales muy reconocidos. El fenómeno
cultural cubano es hoy argumento de análisis y debates para explicar el llamado gigantismo cultural
cubano.
En esos casi quinientos años de devenir criollocontamos con dos centurias que de manera impresionante
moldearon nuestra cultura, los siglos XIX y XX. El primero posibilitó la épica fundacional de la cultura
cubana. La nacionalidad y la nación fueron conformadas durante su evolución y entre ambas dieron alma
y vida a la cultura del país. Si bien la burguesía esclavista entronizó un modelo cultural que extrapolaba
una hegemonía de bases burguesas-occidentales, su propia esencia económica, la plantación esclavista,
arrastró inconteniblemente el río formador de la nación a las culturas africanas, que de modo decisivo
contribuyeron a la transculturación nacional. Sin embargo, aquella irreversible articulación histórica no
fue reconocida en el pensamiento social de una parte considerable de la intelectualidad cubana del siglo; o
sea, que la transculturación fue admitida como realidad social, pero no como modelo cultural por aquella
mirada de élites.
El siglo XX es el otro que contribuyó a nuestra sólida formación cultural. En él se desarrollaron procesos
capitales que la consolidaron. Fueron cien años que la dotaron de madurez, imagen y presencia
internacionales. Dentro de ese cúmulo de sucesos culturales hubo dos verdaderamente impresionantes. El
primero fue el movimiento vanguardista, acaecido desde mediado de los años veinte y con notables
prolongaciones hasta los cincuenta; el segundo es la doble internacionalización que tuvo nuestra
producción cultural; el mismo puede ser identificado a partir de dosexpansiones que como big
bangculturaleshicieron posible desbordar nuestra cultura más allá de las fronteras nacionales hasta
convertirlaen temade visible interés y aceptación universales. Entre los años cuarenta y cincuenta ocurrió
el primer big bang cultural. El segundo comenzó con el inicio de los noventa sin haber concluido todavía
hoy.
El vanguardismo tuvo una consecuencia directa para la primera expansión cultural del siglo XX. Entre
ambos elevaron a rango de modelo cultural el proceso de transculturación catalizado durante el siglo XIX.
Transculturación, vanguardia y expansión se articularon como un fenómeno histórico que muy buena parte
de los historiadores solo han visto como acontecimientos culturales que complementan las lógicas de
análisisde sus investigaciones o textos publicados. Sin embargo, ese tríptico sedimentó desde sus estéticas,
83 estilos y temas, las bases relacionales de un proyecto social que a finales de la república alcanzó el rango
de propuesta contrahegemónica; con el triunfo revolucionario de 1959 se convirtió en hegemonía oficial.
La triple confluencia no hubiese sido posible sin la presencia y el protagonismo de determinados artistas e
intelectuales que de manera crucial jalonaron las coordenadas de la historia cultural cubana. Este año
conmemoramos el centenario de dos de aquellos grandes: René Portocarrero de Villiers de la Vega y
Echazábal (1912-1995) y Rita Longa Aróstegui (1912-2000). Ambos fueron parte de una legión de titanes
que levantaron en sus hombros ese siglo definidor.
Los titanes y sus obras
La vida de René Portocarrero está muy asociada con una Habana que se reconfiguró una y otra vez a lo
largo de la existencia del pintor, cuya parábola de vida se inicia en 1912. Fue una época donde el
aristocrático y colonial barrio del Cerro (lugar donde nació) comenzó a ceder su otrora esplendor a la
emergente barriada del Vedado.
La relación entre la ciudad eclépticay el pintor fue quizás uno de los ras gos más característicos de su obra.
Los temas que identifican la carrera pictórica de Portocarrero delatan por sí mismos esa constante
relación: la ciudad a través de las gentes, su arquitectura y calles; la interiorización de la vida, expresada
en diversas figuraciones objetuales y humanas; la religiosidad de los marginados y las fiestas populares;
por último, sus principales personajes temáticos, el negro, la mujer y el obrero. Desde su primera
exposición en 1934 el autodidactismo de sus manos superaron las lecciones iniciales recibidas en la
Academia de San Alejandro, las cuales no concluyó.
Vino después suparticipación en disímiles proyectos entre los que se destaca: elEstudio Libre para
Pintores y Escultores de La Habana; sus colaboraciones en revistas literariascomo Verbum, Espuela de
Plata y Orígenes; los libros: Las máscaras (1935) y El sueño (1939), lasexposiciones de 1944 en la ciudad
Nueva York. Todo lo anterior fue coronado con el Premio Nacional de Pintura que recibió en 1951. En
1962 inauguró la exposición Color de Cuba, con obras relativas a la santería cubana. Participó además, en
la Bienal de Sao Paulo en 1957 y 1963, también en las de Venecia en sus ediciones de 1952 y 1966. El 4
de octubre de 1981 fue condecorado con la Orden Félix Varela de Primer Grado que otorga el Consejo de
Estado de la República de Cuba.
Su capacidad intelectual le permitió crear un universo artístico basado en tres pilares estéticos: el sentido
transculturado de lo cubano, el especial colorido de sus obras y finalmente su acentuado barroquismo
tropical. Esa triple dimensión dotó a sus creacionesde una perfecta cubanía, portadora de los postulados
básicos de la nacionalidad y nación. Perteneciente a la segunda generación del vanguardismo cubano,
Portocarrero contribuyó, junto a otros “monstruos” pictóricos como Victor M anuel, Carlos Enríquez,
Wilfredo Lam, M ariano Rodríguez y otros, a dotar de un soporte sociocultural al vanguardismo pictórico,
convirtiéndolo en una propuesta estética de marcado humanismo social. Esa proyección fue uno de los
puntos de partida de la contrahegemonía cultural, que desde los años veinte reformuló la cultura nacional
hasta convertirse en la opción triunfante del pensamiento social cubano desde 1959.
Los llamativos colores de la cotidianeidad habanera distinguen su obra. Nos distancian de una frialdad
sosegada y tenues ambientes otoñales de otros contextos geográficosque en el siglo XIX fueron patrones
estéticos para no pocos artistas coloniales. Portocarrero es la ruptura y superación definitiva conambos
recursos.
Su barroquismo tropical le hizo acceder a una dimensión de universalidad. En él se define todo lo anterior,
se conjuga y presenta la condición más distintiva de lo cubano, el mestizaje cultural, que sostiene a la
84 nacionalidad y nación cubanas; desde él construyó un mundo cotidiano pletórico de abigarramientos. Y s i
el barroco es la ruptura abigarrada con determinadas reglas estéticas y el orden de la razón, su
barroquismo tropical nos conecta con esas rupturas –a veces surrealistas, otras lógicas- tan típicas de la
realidad cubana. La obra de Portocarrero es sumamente importante para comprender en muchos sentidos
las coordenadas de la transculturación nacional.
La artista Rita Longa (1912-2000) nos propone bajo otros códigos expresivos entender igual fenómeno
histórico. M atriculada en 1928 en la Academia de San Alejandro, recibió clases por dos cursos conel
célebre escultor Juan José Sicre. Después continuó su formación de manera autodidacta. Su primera
exposición la realizó en 1934. En lo adelante tuvo una profusa carrera creadora que la hizo participar en
diez exposiciones colectivas y otras tantas de carácter personal. Su inclinación hacia la escultura marcó
felizmente su camino creador que contó con doce reconocimientos entre premios y condecoraciones. En
1995 su obra fue reconocida con el Premio Nacional de Artes Plásticas.
Las esculturas de Longa le aportaron a la arquitectura de ciudades como La Habana, Las Tunas y Santiago
de Cuba, una especial visualidad urbana a través de figuraciones con una notable plasticidad, que nos
sugiere los alargamientos y constantes cruces culturales de nuestra cubanía; se integraronen diálogos
abiertos con los paisajes arquitectónicos y urbanos, como si siempre hubiesen sido parte de ellos.
En sus creaciones los aborígenes, las figuras religiosas, la naturaleza y los animales cubanos, se
entremezclan como cientos de lazos que anudan ese sentido transculturado de lo cubano. La figura
femenina fue una permanencia temática que resaltó en las yuxtaposiciones de sus siluetas y formas; así, su
perspectiva vanguardista de ruptura con las líneas y moldes academicistas identificó siempre su talento.
Obras como Virgen del Camino, Grupo Familiar, Ballerina, Aldea Taína, Bosque de los Héroes y El
Gallo de Morón, resumen lo mejor de ese extraordinario quehacer, titánico en una mujer que ejecutó su
obra en un mundo artístico de fuerte presencia masculina y que rompió las rígidas normas de la academia.
Sus excepcionales dotes para la escultura nos regalaron más de una obra de José M artí, esculpido como eje
aglutinador de la nación. Rita Longa es la muestra más alta de la mujer en la escultura cubana. Su
condición de titán cultural se soporta en la capacidad de lograr una doble integración cultural, entre los
contenidos de sus obras (personajes, figuras y temas), y estos con la estética visual de un país con fuertes
tendencias a las mezclas culturales.
René Portocarrero y Rita Longa fueron dos titanes de un siglo que logró universalizar la cultura cubana.
Gracias a ambos, y otros grandes, hoy Cuba es una afamada entidad cultural de niveles internacionales.
Ellos son parte indispensable de los artistas e intelectuales que desde su época, y hasta el presente,
continúan reflejando una cultura de misteriosas capacidades de fusión, diálogo y expansión. Nuestros
titanes creadores seguirán haciendo de su Isla algo excepcional.
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