La audiencia ha escrito un crimen

Transcripción

La audiencia ha escrito un crimen
MICRO-RELATOS DE MISTERIO
LA AUDIENCIA
HA ESCRITO
UN CRIMEN
© Derechos de edición reservados.
Edición: Editorial Círculo Rojo.
VV.AA.
Edición: Sony Pictures Television Networks Iberia S.L.U.
Diseño de portada: © Sony Pictures Television Networks Iberia S.L.U.
Maquetación y publicación: Círculo Rojo
ISBN: 978-84-9140-397-5
Prohibida la reproducción total o parcial sin el consentimiento expreso de éstos.
Este libro no habría sido posible sin el apoyo y la
colaboración entusiasta de los fans de la serie de AXN
“Castle”.
Gracias a todos nuestros espectadores que año tras año
nos acompañan en esta increíble aventura por el mundo de
la acción y el crimen.
1. ABIGAIL RODRÍGUEZ RODRÍGUEZ – UNA MIRADA DISTINTA
Gracias a su don, Lluvia pudo salvar la vida de Carolina. Llevaba dos
meses detrás del hombre que la vigilaba en silencio. Carolina no lo sabía,
pero aquel amable señor que le había reformado el salón también la vigilaba
detrás de unas cámaras y micrófonos que él mismo había instalado. Era la
forma perfecta de poder crear pequeños encuentros «espontáneos». Además,
podía vigilar si tenía algún amigo masculino del que tuviera que encargarse.
Lo que este hombre desconocía era que a él también lo vigilaban. Lluvia lo
observaba de cerca para arruinarle el plan. ¿Cómo? Convirtiéndose en la
nueva amiga de Carolina. Hacía veinte años que luchaba contra pequeños
crímenes de forma anónima. Hacía veinte años que su ojo derecho se había
vuelto verde después de ver desde su ventana cómo un hombre asesinaba a sus
padres. Ella tenía tan solo cinco años cuando toda su visión del mundo
cambió, y su ojo verde le mostraba un halo oscuro alrededor de las personas
«malas» y claro alrededor de las «buenas».
2. ABRAHAM LÓPEZ ANTUÑA – SIN TÍTULO
Peter Callaghan sabía que estaba rodeado, él era el último sospechoso
por el asesinato de Clara Striker, cuyo caso pertenecía al inspector Ross
Magnussen, el último antes de su jubilación. Se había complicado por la falta
de pruebas y por las sólidas coartadas de los sospechosos. Sin embargo,
ahora lo tenían; Peter Callaghan, un banquero arruinado gracias a la
investigación de Clara y a su informe del continuo robo de dinero por parte
de este, camuflado como donaciones falsas a empresas. Callaghan aprovechó
los disparos para huir a través de la escalera que bajaba por su ventana, y una
vez abajo empezó a correr, hasta que se encontró de frente con Magnussen,
quien le apuntaba con su arma. Callaghan levantó rápidamente la suya, pero
antes de siquiera poder llegar a apuntarle, ya estaba en el suelo con una bala
en la cabeza procedente del arma de inspector. Ahí se acababa todo; el último
caso para el inspector Ross y el tan ansiado descanse en paz para Clara
Striker.
3. ADDY PEDRAZA – RECETA FINA
Muerta en la cama del hotel con todo el cuerpo mutilado por veinte finos
cortes. La única prueba, un pintalabios. Todo era confuso. La víctima parecía
un ama de casa, que, por la rutina y el estrés, había decidido tener una
aventura, pero todo salió mal. Cuando los agentes investigaron las pruebas,
encontraron que en el pintalabios había una huella dactilar que pertenecía a su
amante, un joven chef que, para aprender el oficio de cocina, buscaba mujeres
descontentas con su vida, las conquistaba y practicaba sus cortes con ellas,
para así mejorar en su oficio.
4. ADOLFO RODRÍGUEZ TABOADA – LA CAJA
Cuando el enmascarado empleado del exclusivo club londinense abrió la
caja de bronce, el controvertido investigador de lo desconocido, Patrick Von
Steiner, no esperaba ver la cabeza del barón Erich Von Kaplan, justamente la
persona que le había citado. Tenía los ojos y la boca abiertos, y sobre la
lengua una llave. Patrick encendió su pipa y dirigió una mirada escrutadora a
los otros presentes en la sala. No cabía duda de que uno de los presentes
había asesinado al aristócrata y se había apoderado del contenido original de
la caja. Sacó de su bolsillo una estrafalaria brújula y anunció con convicción
que era un detector de tecnología alienígena. Al momento, un caballero de
mediana edad se levantó y echó a correr con un maletín, pero fue interceptado
por el empleado. Al abrir el maletín, encontraron el móvil del asesinato, un
artefacto alienígena que recordaba la concha de un caracol. El culpable
confesó sin demora. Patrick, sonriendo, reconoció que su brújula había sido
un efectivo farol.
5. ADOLFO TOSCANO CAÑIZARES – SIN TÍTULO
—¡Sarah! ¿Me recibes? Creo que lo he conseguido.
—¿Estás bien, Clark? Te perdí calle abajo, no podía seguirte...
—Me han alcanzado, algo me han hecho porque no puedo ver y casi ni
respirar...
—¿Dónde estás? ¡Voy por ti!
—No lo sé, perdí mi arma y he tenido que tirar de algo más casero.
—Pero ¿estás bien?
—Me siento débil, Sarah, pero lo he atrapado. Tengo mi navaja dentro
de su estómago. Aún puedo sentir su sangre caliente resbalar por mi brazo...
Tras estas palabras, Sarah y Clark nunca más pudieron volver a hablar...
El asesino, al que no se le podía acusar de nada, había dejado de matar. En
comisaría, los compañeros de Homicidios aún no se explicaban qué llevó a
Clark a clavarse a sí mismo aquel pequeño cuchillo. Entre tanto, una nueva
llamada alertaba de que aquel criminal había vuelto a las andadas.
6. ADRIÁN CLEMENTE ABAD – ESPERANZA
Comprendidos entre cuatro lúgubres paredes, yacían los restos de una
delicada y hermosa chica; era lo único que hasta ahora daba luz a aquel frío y
sucio sótano. Llevaba días esperando a ser rescatada, con el moho cómo único
amigo y con un carcelero, el cual solo le daba esa putrefacta comida. Fueron
unos últimos días angustiosos, en los que Sherezade pudo reconocer que se
estaba marchitando y no duraría mucho allí. Intentó chillar, buscar una
salida, pero lo único que encontraba eran las palizas de su opresor. Por otro
lado, los inspectores Bassi y Greno estaban a cargo de una serie de
homicidios. Tras estudiar durante meses las evidencias, habían acabado en
una antigua nave. Derribaron la puerta y bajaron unas escaleras; entonces, se
escucharon dos tiros: un compañero había derribado a un sospechoso. Tras
una oscura puerta, encontraron su cuerpo, con un respirar tan leve que
prácticamente era inaudible, luchando por no dejar su alma en esa cripta para
el resto de la eternidad. Al fin, dieron caza al asesino y salvaron su vida.
7. ADRIÁN FUENTES AGUILAR – JAQUE MATE
Jamás me enfrenté a un rival tan mortífero en todos los años que estuve
en el cuerpo. Sus ataques fueron despiadados y sus defensas muy logradas.
Movimos nuestras piezas, como grandes maestros, con sumo cuidado. Fue
una batalla dura que perseveró durante años y nos desgastó a ambos por
igual. No obstante, supe de mi derrota al verme a mí mismo desde la distancia
permitir que mi rival abandonara aquel improvisado tablero y se marchara
con una sonrisa burlona y sin ser capaz de exigirle la revancha. Antes de
marcharme con un rumbo incierto y desconocido para mí, recé para que mi
compañera pudiese poner fin a la supremacía mostrada en la partida por
nuestro rival común. Más tarde, sin saber muy bien cómo, comprendí que
mis rezos eran innecesarios, iban dirigidos a mi verdadero rival.
8. ADRIÁN MARTÍN DE MIGUEL – LA AUTOESTOPISTA
Erick vio a la joven de pie en el arcén, bajo la lluvia. Detuvo su coche
para que pudiera subir, tan solo murmuró un simple gracias antes de volver a
arrancar el vehículo. No llevaban ni cinco minutos de viaje cuando la joven
levantó la mano señalando un punto de la carretera.
—En ese lugar moriste tú.
—¿No tendrías que haber dicho que en esa curva me maté yo? —le
respondió girándose hacia ella con una leve sonrisa en su rostro.
Entonces vio el cuchillo y sintió la punzada metálica en su vientre. La
joven agarró el volante con su mano libre y volvió a clavarle el arma varias
veces más. Erick consiguió arrastrarse fuera del coche y vio como la joven se
alejaba. Mientras sus ojos se cerraban, le pareció ver como la joven se
difuminaba como la niebla.
9. ADRIÁN PORTELA – ROSAS NEGRAS, ASESINO DE ORO
El carismático agente Jack Cox se disponía a asaltar el piso franco del
objetivo, como en tantos casos había hecho. Pero esta vez, no iba a ser como
los demás. Jack iba solo. Su última pista lo había convertido en algo personal.
El objetivo, un sociópata y asesino en serie, asesinaba sin ningún miramiento
a mujeres de cabellos dorados, dejándolas encima una rosa Halfeti. En su
última pista, Jack descubrió que este criminal, Yilmaz Bozkurt, estaba en la
lista negra del FBI por varios trabajos como mercenario. Sin pensarlo dos
veces, Jack tiró la puerta abajo. Bozkurt, muy ágil, cogió su arma y se cubrió.
Jack quería a Bozkurt vivo, por lo que aguantó hasta que Bozkurt agotó la
munición. Jack, al fin, tenía delante al hombre que dos años antes asesinó a su
mujer en un atentado, y que cinco días atrás había secuestrado y asesinado a
su hija, una joven rubia de veintidós años.
—Me lo has arrebatado todo. Ya no tengo nada que perder. Ahora
sabrás qué es el dolor —sentenció Jack, recargando su arma.
10. ADRIANA CORONIL – ÚLTIMO SUSPIRO
Un día más, Serena se dirigía al trabajo; es médica, pero en Nápoles nada
es fácil. Estudió fuera por imposición de su abuelo, que la quería lejos de la
mafia después de que su madre muriera en extrañas circunstancias. Ella
siempre preguntaba si de verdad fue un accidente. El día transcurría con
normalidad hasta que llegó una paciente, una mujer con un principio de
infarto. Actuó rápidamente y estabilizó sus pulsaciones antes de que
apareciera su hijo. Enseguida se dio cuenta de que no era una paciente más,
sino la madre de un mafioso. El hombre llegó escoltado, pero lo que más le
llamó la atención fue su mirada. Tenía unos ojos negros y una barba
perfectamente cuidada, vestía un traje de color gris. Se dirigió a Serena y le
agradeció su labor con acento napolitano. Ella respondió que era su trabajo.
Cuando se alejaba el joven, escuchó un disparo y lo vio en el suelo, junto a
otros cuerpos más cayendo. Ella solo sintió un pinchazo en el estómago y
cayó. Lo último que pensó fue: «No debí volver a Nápoles».
11. ADRIANA MORATINOS FLÓREZ– LOS HORRORES QUE LA
NOCHE ALBERGA
Aquella mañana, cuando me desperté, un sudor muy frío envolvía mi
cuerpo. Sentí un olor muy desagradable, me acerqué a un espejo y vi que
todo mi cuerpo estaba cubierto de sangre. En mi barriga tenía tres arañazos
como símbolo de resistencia de una lucha muy fuerte. ¿A quién le había
hecho algo así? Lo que más me angustiaba de todo era no acordarme de nada
de lo que había pasado la noche anterior. Tal era mi desconcierto que decidí
llamar a la policía y contarles lo que había sucedido. Ellos rápidamente, al
verme cubierto de sangre, se pusieron a investigar y dieron con algo... Esa
misma noche, una familia había sido asesinada de una forma muy cruenta. Me
condenaron a sesenta años de cárcel en la prisión de máxima seguridad del
Estado, de los cuales ya llevo cumplidos veinte. Aún sigo sin saber qué pasó
aquella noche, y qué fue lo que sucedió en mi mente para matar a unas
personas inocentes. Siempre será un misterio para mí, y siempre me
atormentaré por ello.
12. ADRIANA RÍOS – CAMBIO DE DOMICILIO
Los inspectores entrevistan a la vecina. Tienen la denuncia de un hombre
que asalta a adolescentes, lo buscan, lo arrestarán. Eran dos fincas, cada una
con cuatro pisos, en el centro un patio circular; era una niñita con las manos
y rodillas sucias a la que su padre acostumbraba pasear en bicicleta. De los
ocho pisos, solo dos estaban habitados. La tarde soleada invitaba a jugar,
había espacio para correr mientras mamá ponía orden en la nueva casa y papá
volvía del trabajo. Pasillos y más patios, se hace tarde. La puerta de este patio
se ha cerrado tras de mí y no sé cómo. Casualmente, Mariano estaba por ahí,
el mozo de las fincas, un tipo al que le faltaba la mitad del dedo índice y
algunos dientes; seguro que me ayudará. Intento abrir, el cerrojo está por
fuera, Mariano se acerca y me eleva por los brazos, me empuja, me presiona
con su cuerpo y siento algo, algo que me incomoda y me hace vomitar,
consigo abrir la puerta, correr y llegar a los brazos de mi madre.
13. ADRIANA VERA – POR UN MOMENTO
Parecía im0posible viendo su estado actual imaginarse que hace tan solo
treinta años había sido una persona importante para la sociedad. Una pequeña
decisión le llevó de ser un gran empresario a simplemente desaparecer, a vivir
como una sombra. Pero hoy, después de mucho tiempo, quiso fingir,
levantar cabeza y convertirse en algo que ya no era; solo por ella. Había vuelto
a quedar con ella y por eso volvía a estar trajeado, en esa cafetería irlandesa
que tanto les gustaba, y sin querer volvió a sonreír. Por un momento pensó
que ya había saldado la cuenta de sus pecados del pasado y, aunque nunca
podría llegar a perdonarse, al menos sí podría volver a ser feliz. De repente,
vio un fantasma del pasado mirándolo a través del cristal de la gran ventana de
madera, y supo que al fin descansaría; fue como una gran explosión que
inundó la cafetería y después todo se tornó negro. Al final, solo quedó ella...
y su llanto.
14. AGUSTÍN GONZALEZ-QUEL – HISTORIAS DEL CAFÉ CENTRAL
Nadia siempre volvía al Central a beber por cada uno de sus tres difuntos
maridos. Allí estaba, en la mesa del fondo; parecía esperar. Su primer marido
cayó desde el balcón de su apartamento, sobre los acantilados, mientras ella
tomaba copas con sus amigos en el pueblo. Un mal traspié con un
sospechoso golpe en la nuca. El segundo resbaló en la bañera, golpeándose
fatalmente con un grifo al caer. Le avisaron cuando salía del teatro, por
supuesto, acompañada. El tercero cayó de un mirador, con testigos que
situaban a una joven igual que Nadia pero morena. Por supuesto, Nadia
estuvo acompañada toda la tarde. Yo sabía que, además de heredera universal,
era culpable. Decidí que hoy castigaría mi hígado en otro antro y salí.
—Cuidado guapo, casi me pisas.
—¿Nadia?
—Veo que conoces a mi hermana.
—Pensaba que era hija única.
—Ella también hasta hace diez años, que quiso saber sobre su adopción
y se encontró que era repe.
15. AGUSTÍN RODRÍGUEZ ANGUITA – UNA IDEA DISPARATADA
Dos puntos distintos, misma hora, sin relación, mismo sistema y firma.
Atados, de rodillas, disparo en la nuca, las letras f y h grabadas. Sin vestigios,
sin testigos.
—¡Vamos, Rick, di algo!
—¡Lo tengo! —exclamó—. ¡Una secta masónica!
Kathy miró atónita.
—Para entrar, pasas una prueba, demuestras compromiso y das tú
secreto.
—Absurdo, pero no hay más.
Kathy habló con Kevin.
—Verifica sectas masónicas.
—¿Es broma? —espetó—.
—Es una teoría absurda, pero no tenemos nada —respondió Kathy.
Javier lo confirmaba:
—En la red profunda he dado con «Fe y Honor», en Brooklyn, estamos
de suerte, esta noche hay reunión.
El equipo SWAT entró. Las palabras fe y honor, poco más de diez
personas describían un círculo alrededor de los nuevos integrantes, en sus
manos dos Glock de color dorado, mismo calibre y modelo.
—¡Quedáis detenidos!
—Rick, a veces sirves para algo.
16. AGUSTÍN GARCÍA AGUADO – SIN TÍTULO
La mujer caminaba por una oscura y solitaria calle. Sintió algo extraño en
su interior, como si alguien la siguiera. Le pareció escuchar un ruido y
aceleró el paso. Quedaba tan solo un cruce para llegar a su portal y, al doblar
la esquina, quedó paralizada por la terrible imagen que apareció ante ella.
Había sangre por todas partes. El detective Marín llegó a la escena del crimen
esquivando unos cuantos curiosos que se agolpaban tras las cintas policiales.
Echó un vistazo y vio lo que quedaba de una mujer con varios miembros
amputados y un profundo corte en el cuello. El agente Aguirre parecía
frustrado mientras le daba indicaciones a la forense. Marín le pidió
información sobre la víctima y la testigo que avisó.
—Ya no tenemos testigo. La han encontrado muerta a dos manzanas de
aquí —dijo su compañero—. Al parecer, el asesino juega sucio.
17. AIDA COLLADO SÁNCHEZ – INSPIRACIÓN
El escritor se sentó delante de la libreta, con el brillo inequívoco de la
inspiración en la mirada. Como de costumbre, eligió el bolígrafo de tinta
roja, tomó una respiración profunda y comenzó a escribir. En su historia, un
ingeniero químico frustrado, rechazado por el trabajo y el amor, encontraba
su vocación en la muerte. Raptaba y desangraba vivas a sus víctimas: antiguos
jefes, exnovias, amigos traidores. Recogía entonces la sangre y, con ella,
creaba todos aquellos productos que no había sido capaz de crear durante su
corta vida laboral: ácidos, aceites, corrosivos, detergentes, desinfectantes. El
escritor se reclinó en su asiento y miró el bolígrafo, que había dejado de
funcionar. Frunció el ceño y abrió la botella de anticoagulante que había junto
a su libreta. Unas gotas serían suficientes para que volviera a escribir. Cambió
de opinión. Sin su tinta especial, tendría que volver a salir, a cazar. Y con ello
volvería la inspiración. Sonrió y dejó la botella en su sitio.
18. AÏDA PAZ – EL GRAN MISTERIO
Alan descubre que está en un centro psiquiátrico. De repente, empieza a
tener lapsus mentales de un accidente. Asustado, sigue investigando todas las
habitaciones que están vacías. El edificio está abandonado. No para de oír
ruidos y voces provenientes de los pisos superiores. Decide investigar más a
fondo. Un hombre semidesnudo esta en un rincón, traumatizado. Alan le
pregunta si está bien, y el hombre se gira lentamente. Clava su mirada y se
dirige hacia él, gritando, Alan huye y logra meterse en una habitación; allí
encuentra una tarjeta de identificación, es suya y gracias a ello consigue
recordar todo lo sucedido: hubo un incendio en el centro y por ello una
fuerte explosión.
19. AILEEN GUILLÉN – EN LLAMAS
La única forma de deshacerse de todos aquellos pensamientos que lo
atormentaban era plasmarlos en el papel. Era una experiencia catártica, que
repetía una y otra vez. Pero su miedo más profundo lo acechaba cada noche,
en sueños que se tornaban pesadillas. Las páginas de su diario recogían todos
los crímenes que, desde aquella fatídica tarde de marzo, había presenciado.
Aquel manuscrito era su tesoro más preciado, la llave hacia todos sus
secretos. Ningún lugar era seguro. Tarde o temprano todo quedaría al
descubierto. Nunca los habría delatado. Él no era quién para cambiar el curso
de los hechos. Jamás se interpondría, no acabaría siendo otro de sus
personajes, encarcelado eternamente entre aquellos folios desgastados. «7 de
diciembre. Hora de la muerte: 23:59. El sujeto no presenta signos de
violencia. Se aferra a un cuaderno y un encendedor. En la cubierta, la palabra
Sobreviviré en una desgarradora caligrafía en tinta roja. En la mesa de noche,
un bote de pastillas vacío».
20. AINARA FERNÁNDEZ DE BLAS – ASESINATO EN EL AULA
Maya, Iván y Rubén se dirigen a La Rioja a investigar un asesinato en la
universidad a la cual va Alison, la hija de Iván. Al llegar allí, les espera la
forense Ainara, que les ayudará a investigar el caso. Cuando entran en la
universidad, van directamente al aula donde se encuentra el profesor de
Psicología colgado de una cuerda. Empiezan a investigar y encuentran un
papel donde pone: Te lo mereces. Mientras Ainara investiga las pruebas, los
demás hacen preguntas. Alison cuenta que su compañera de habitación está
muy nerviosa. El equipo se da cuenta de que en el despacho hay una cámara,
la cual graba todo, y ven que el profesor mantenía relaciones con alumnas y
una de ellas era Elena, la compañera de Alison. Se empieza a investigar y
piensan que es el novio, pero no, en realidad es la madre de Elena la que lo
mata.
21. AINARA HERRERO MIRÓN – LA BELLEZA DE LA MUERTE
Las gotas manchaban el suelo. Rojo sobre blanco, caliente sobre frío. Los
dibujos que el azar formaba al impactar la sangre contra las baldosas, el olor
metálico, el color vivo de la muerte..., pero, sobre todo, era por el placer que
sentía. La satisfacción de crear una obra de arte, algo para la posteridad. «Él
nunca lo entendería. Mira, pero no ve; vive, pero no siente. Mas no debe
enterarse, pues nunca lo soportaría». Se oyeron ruidos al otro lado de la
puerta. No importaba, su cuadro seguía intacto. Las voces le llamaban, pero
no reconocía las palabras. Decían un nombre: Joe Dickson. Sí, ahora se
acordaba. Tenía que irse, llamaban al otro. Cuando abrieron de un portazo,
él ya no estaba. En su lugar encontraron a Dickson, desconcertado, junto a
un cadáver. «¿Qué ha pasado?», se preguntaba. Algunas personas no aceptan
la belleza de la muerte.
22. AISHA VALMASEDA – CASI PERFECTO
Hoy mismo me he convertido en un asesino en serie. Tres muertes en
dos días. No ha sido nada fácil, pero aún no me han cogido. Mientras, sigo
con mi vida normal. Me siento bien conmigo mismo y no tengo
remordimientos. ¿Que por qué? Porque prácticamente todos los días confieso
las muertes. Cuando conozco a alguien nuevo, cuando me llaman... Atte. Rick
Mató.
23. AITANA MATEOS GURRUTXAGA – SIETE AÑOS Y ALGO MÁS
Andrew Clark se aferraba a su arma como si no hubiera mañana. La vida
de su pequeña estaba en juego. Él y su mujer eran respetables inspectores que
llevaban siete años intentando desmantelar la banda de narcotraficantes más
temida de Nueva York, pero sus esfuerzos eran en vano. Andrew incluso
llegó a pensar que había un topo en el equipo; sin embargo, desechó la idea
por absurda. Sintió la cálida mano de su esposa en el hombro y entonces
derribó la puerta con decisión. La niña de sus ojos jugaba tranquilamente con
dos muñecas. Andrew observó perplejo.
—¿Querías un topo? Aquí lo tienes —susurró su mujer suavemente
mientras le colocaba el arma en la cabeza.
Mil sombras lo envolvieron acelerando su corazón y haciéndole
comprender. Todo era una gran mentira, su matrimonio era una farsa, él era
una simple marioneta... Oyó ese clic, su perdición, su final.
24. AITOR MEDINA GÓMEZ – EL CIRUJANO
Un paciente enfermo requiere tratamiento, en muchos casos de una
intervención; una sociedad enferma no tiene posibilidad de medicación,
requiere una intervención inmediata. El diagnóstico era grave, tuve que actuar.
Pero en lugar de agradecer mi esfuerzo desinteresado por sanar a este grave
paciente, me encerraron en esta mugrienta y lóbrega celda. Al igual que un
organismo vivo tiene en ocasiones órganos que no funcionan a la perfección,
cada organismo enfermo de nuestra sociedad, representados como personas,
agravaba a cada minuto que pasaba aún más la situación. Por ello, yo extirpé
cada organismo enfermo que detecté, que hacía poco a poco diezmar los
latidos del enfermo corazón, de las cada vez más dificultosas respiraciones de
mi paciente, endeble y cada vez más frágil. Un buen médico mutila una pierna
para salvar un paciente si es necesario. Con el filo de la navaja en mi piel, y el
sudor congelado resbalando y helando mi cuerpo, busqué mi escapatoria...
Un daño colateral más.
25. ALBA BARTEL – EL CRIMEN PERFECTO
Observo a los agentes de policía trabajar a lo lejos, desde un rincón los
veo moverse con rapidez buscando pistas que les ayuden a encontrar al
asesino que acabó con la vida de mi novio. Encontraron el cuerpo tras recibir
una llamada anónima que les dio información sobre el crimen que se cometió
una noche de intensas lluvias. Logro escuchar a un hombre de uniforme decir
que parece el crimen perfecto, y no me extraña, jamás descubrirán al asesino,
el agua borró las huellas, la bala fue extraída y arrojada al mar junto a la
pistola utilizada y el lugar estaba desierto a estas horas. ¿Cómo lo sé?
Simplemente, yo estaba ahí, yo hice la llamada, yo acabé con su vida, la vida
de un maltratador. Sé que me llamarán a testificar, posiblemente haya algún
clavo suelto por ahí, pero no me da miedo la cárcel, no... Todo aquello a lo
que temía ya no se mueve
26. ALBA CLARO GARCÍA – INCONSCIENTE
Tenía la sensación de que la cabeza le iba a estallar por culpa de la resaca
y justo cuando se dispuso a desperezarse y a frotarse los ojos, la vio. Ahí
estaba ella, inerte y fría, cubierta de sangre. Pese a la atrocidad de aquella
imagen, su cuerpo parecía no responder. Seguía ahí tumbado, lánguido, con
la cara girada, mirándola fijamente. Le parecía que aquellos grandes ojos
verdes, vacíos de todo sentimiento, le escudriñaban preguntándole por qué.
Leía en sus labios, ahora morados, un terrible reproche que aún no lograba
entender. Todo en ella eran preguntas para las que Paul no tenía respuesta. Se
miró las manos, estaban llenas de sangre. No pudo hacer más que mirarla de
nuevo y susurrarle un «te quiero» que ella ya nunca escucharía, producto de
un sentimiento de culpabilidad inexplicable. Justo entonces, supo que ya todo
daba igual, hiciese lo que hiciese sería un error. Lo más sensato en aquel
momento era abandonarse al llanto. Eran las nueve de la mañana y se sintió
morir.
27. ALBA DE BENITO – EL PASADO SIEMPRE VUELVE
Kate busca un nuevo escritor que la ayudase; por ello decide ir a la
Universidad de Oregón en su busca. Allí encuentra a Paul, un joven casi
licenciado amante de las novelas negras y con ganas de ser un gran escritor; a
Kate le gusta su ambición, pero hay algo de él que no le da confianza. En la
comisaría, con todos dándole la bienvenida, Kate decide preguntarle sobre su
llegada a EE. UU. Su acento le delata. Paul llegó con seis años acompañado
de sus padres y su hermano tras una interminable travesía en barco desde
Riga. Tuvieron que pagar un alto precio para llegar a EE. UU.; debido a eso,
no tenían dinero y por ello dejaron a su hermano en adopción; desde
entonces, no sabe nada de él. Un aviso de asesinato les interrumpe. Cuando
llegan a la escena, ya había un equipo de forenses, pero Kate les dice que el
suceso fue en su distrito, así que ellos se llevan a la víctima, pero uno de los
forenses decide acompañar a Lanie para estudiarla el cadáver. Este forense
sabe más de lo que dice.
28. ALBA FAJULA – SIN TÍTULO
Encontraron el cadáver en el muelle a las seis, apoyado sobre una caja de
utensilios de caza submarina y con un arpón de cabeza basculante
atravesándole el pecho. El vendedor de cacahuetes del club náutico fue quien
dio el aviso y pronto se formó el cordón policial alrededor del cuerpo. Una
caída desafortunada parecía la causa más probable, pero una denuncia por
unas joyas desaparecidas, pertenecientes a un conocido del fallecido, confirmó
otras sospechas. Habían encontrado un pasaporte falso en el abrigo del
muerto, que pretendía huir con algo valioso y, aunque aún no estaba claro
quién había asesinado al ladrón, al menos no sería difícil dar con las joyas.
Encontraron el estuche bajo el asiento de la lancha con la que iba a huir el
ladrón, pero, al abrirlo, solo hallaron unas cascaras de cacahuete, salpicaduras
de sangre y una postal del Caribe.
29. ALBA FERNÁNDEZ PARDO – LOS CELOS NUNCA LLEVAN A
NADA, EXCEPTO A MATAR
Dentro de la oscura y fría noche en Nueva York, se oyó un espantoso
grito que resonó en cada esquina de la ciudad. Eran las dos de la madrugada
y el teléfono de la detective Sidney empezó a sonar, era de la comisaría, se
había producido un asesinato. Este caso era peculiar y de los que más
entusiasmaba al compañero de la detective, Mike. El asesino les había
preparado un pequeño juego. En el escenario del crimen encontraron un
dedo del pie. Después de algunos análisis, la forense consiguió identificar a la
víctima: era George Vásquez, un latino que trabajaba en la mejor universidad
de Nueva York. Fueron a hablar con algún compañero suyo y descubrieron
que se acostaba con una alumna, pero tenía coartada para esa noche.
Investigando a la chica, descubrieron que tenía novio y era zurdo, como había
dicho la forense por la forma de cortar; lo encontraron en su habitación con
el resto del cuerpo, intentó escapar, pero fue inútil; Sidney se abalanzó sobre
él. Otro caso resuelto.
30. ALBA GAONA ARÉVALO – PORCELAIN DOLLS
Tania era una fanática de las muñecas de porcelana. Cada semana se
acercaba a la tienda que hacía esquina al final de su calle, Bambole di
porcellana, y compraba una nueva y sorprendente muñequita. Era viernes, y a
Claire no le había dado tiempo a pasarse por allí todavía, por lo que debía
darse prisa si no quería que cerraran y tener que esperar al viernes de la
semana siguiente. Al llegar, empujó lentamente la puerta y sonó el dulce
tintineo de las campanillas. El interior estaba muy oscuro, pero optó por
ignorarlo y se aventuró al interior de la tienda para observar las nuevas
adquisiciones. De repente, mientras iba andando por los largos pasillos, se
quedó mirando una muñeca rubia con la tez muy blanca que le enterneció el
corazón. Pero al acercarse para poder cogerla, descubrió que no era una
muñeca, sino una pequeña niña de ojos verdes a la que habían disecado y
colocado ahí.
31. ALBA GARCÍA ÁLVAREZ – LAS SOMBRAS DE DENI
Viajábamos por la carretera secundaria de un pueblo. El asfalto estaba tan
desgastado que parecía que la vieja furgoneta fuera a romperse. Mi
compañero de viaje se llamaba Deni. Era un tipo alto y desgarbado, rendido
ante una vida marcada por los excesos. Estaba quedándome dormida cuando
una sombra en el parabrisas me alarmó. «Será un animal», pensé. Intenté
volver a coger el sueño cuando la misma cara oscura pasó otra vez por mi
lado. Era rápida, lánguida y transparente. La carretera se volvió gris. Deni
frenó y la furgoneta sonó con la brutalidad de un caballo descontrolado. Las
sombras empezaron a rodearnos. Cada vez más intensas, más oscuras. Sentí
tanto miedo que no fui capaz de gritar; la garganta se me quebró en mil
pedazos. Deni estaba con las manos pegadas al volante y los ojos paralizados.
No sé cuánto tiempo pasó hasta que fui capaz de deslumbrar la luz. La
carretera estaba vacía, y en el asiento del conductor no había nadie.
32. ALBA GARCÍA DE TAPIA – SIN TÍTULO
Kali corre con su larga melena dorada al viento. Sus estilizadas piernas se
dejan ver con una ajustada falda de cuero y unos zapatos de tacón, que no le
impiden salir como un rayo tras aquella sombra. Agitada, su respiración se
puede escuchar en la tranquila noche de uno de los barrios más transitados de
la Gran Manzana. Sus pensamientos son un completo caos. Su pequeño,
secuestrado y asesinado dos años atrás, ha cruzado la mirada con ella al bajar
del taxi, antes de perderse entre los edificios de la ciudad. Un sudor frío
empieza a recorrer todo su rostro, mezclándose con las lágrimas, esas que ya
no se esfuerza en contener. Al doblar la esquina, siguiendo los pasos de aquel
pequeño cuerpo, se encuentra con un callejón sin salida y un desgarrador
grito irrumpe en la tranquila noche. «¡Jackson!».
33. ALBA GONZÁLEZ RAMOS – EL MANIQUÍ
Dentro del coche patrulla, el jefe de policía Jenkins recibe el aviso por
radio de otro homicidio del asesino en serie que secciona a sus víctimas, y se
dirige al escenario del crimen. Aparca el coche y el detective Pakinson se
acerca a la ventanilla para advertirle de que se tome el día libre, porque los
hechos le están afectando psicológicamente, debido a que su madre había
perdido las piernas por una diabetes avanzada; el policía accede y se va. Entra
en su casa, deja las llaves en la mesa de la entrada, recorre el pasillo y se dirige
a una habitación con las ventanas tapiadas, llenas de piernas limpiamente
cortadas en proceso de descomposición, apiladas en una esquina: saca de una
bolsa de plástico dos piernas aún calientes, las acaricia y sonríe mientras dice
en voz alta: «¡Mamá, ya estoy en casa, ahora subo a cambiarte!».
34. ALBA LEGAZPI – LA NOCHE QUE NO CENÉ CON SARA
Desperté de una muerte agónica entre los recortes criminales de una
oficina. Enfrente de mí, una drogadicta que no me importaba tanto como el
sueño que me había hecho perder la noción del tiempo. Soñaba lo mismo
desde hacía días. El disparo que paraba mi pulso me hacía tanto daño que no
podía respirar cuando despegaba los párpados de todos los sitios menos de
las sábanas. Evitaba dormir tanto como a Sara. Esa chica me obsesionaba
desde que comenzó a trabajar en comisaría, pero ya no quería verla porque
mi cadáver aparecía dentro de su casa en esa maldita pesadilla que me había
vuelto loco. No obstante, esa mañana, en uno de esos delirios a que me
sometía mi vigilia cuando estaba cerca de ella, acepté una invitación para ir a
su apartamento. La noche que no cené con Sara fue la última vez que la vi.
Entré en su piso y, sin saber por qué, saqué la pistola del cinturón y apreté el
gatillo; sin más, desde lejos, desde mi locura. La bala impactó en su cabeza.
No hubo más sueños.
35. ALBA QUINTANA – ¿QUIÉN SOY?
«¡Corre! ¡No pares! ¡No mires atrás! ¡Está ahí!». Fueron las últimas
palabras que escuchó antes de que su corazón comenzara a sangrar. Una daga
cuya inscripción era Ego atravesaba su cuerpo. Un grito estremecedor había
despertado. Se cercioró de que todo continuara igual. Miró bajo la cama, tras
la puerta, en el armario... No quedaba ningún lugar por examinar, salvo el
más recóndito... Su mente. Al percatarse, tomó un bisturí y procedió a
perforarse el cráneo hasta llegar al cerebro. Segundos más tarde, su cuerpo se
desvaneció, sin pulso, pudo descansar. Transcurridos tres días, su cuerpo se
regeneró, como solía hacer cada vez que se inspeccionaba tras una pesadilla.
Pero la daga produjo un cambio. Al abrir los ojos, cogió una motosierra y se
partió en dos, de tal manera que cada parte agarró todo tipo de armas para
terminar la una con la otra..., hasta poner fin a la eternidad.
36. ALBERT FERNÀNDEZ ALMODÓVAR - SIN TÍTULO
La puerta de un Mercedes blanco se abre abandonándola a la noche y la
lluvia de París. Hace frío, se ciñe la gabardina y aprieta el paso. Luces rojas y
amarillas se deslizan por sus ojos, como las lágrimas por sus mejillas,
mientras el eco de sus tacones, sobre los adoquines, se aleja. Saca el móvil de
su bolsillo y hace una llamada. Desde una ventana, un gato observa el cuerpo
inerte de un hombre mecido por el Sena. Jack se acerca a la mesa y enciende
la lámpara, tirando de un hilo. Desperdigados por doquier, recortes de
periódicos y fotos, alguna taza vacía y, en el cenicero, miles de colillas
imaginarias; Jack no fumaba, pero le gustaba imaginar que lo hacía. Enciende
otro cigarro mientras tacha el último caso resuelto de la lista y cierra su
libreta, recoge su chaqueta de cuero y sale a la calle dejando de fondo el
zumbido de su móvil sonando sobre la mesa. Seis horas más tarde, lo único
que tendría para encontrarla sería su voz en el contestador: «Necesito verte».
37. ALBERT MONER VALL – ILUSIÓN - SOSIES
Estabas allí; sí, tú, el que lee entre líneas, tienes que recordarlo. Las
puertas del tren se cerraron al unísono del pitido incansable que desconcierta
por las mañanas a aquel que entrecierra los ojos. Te levantaste del asiento y
casi sin esfuerzo proferiste un grito que sobrepasó las paredes de aquel túnel.
Tras oír tu propio grito te asustaste y te arrodillaste entre los asientos. Lo
recuerdo. Las luces se apagaron como si todo lo conocido tuviese un
desconocer; tras el placentero grito, pude escuchar el silencio producido por
la gente dejando de hablar, de las páginas de los libros dejando de susurrar
historias, de las botas inquietas por un examen a las doce del mediodía, de los
niños jugueteando, de los besos de los enamorados. La luz regresó, todo era
sangre, huesos y carne. Petrificado, cubierto de sangre, me levanté del suelo
con la infalible ayuda del apoyo proporcionado por uno de los asientos y me
dirigí hacia ti. Estabas allí.
38. ALBERT ZARZOSO GIMÉNEZ – NUEVA YORK, LA PURGA, AMOR
ADOLESCENTE, DESAMOR ADOLESCENTE Y ASESINATOS DE
GENTE QUERIDA
Empezaron a sentir miedo; anochecía y estaban en un lugar no muy
apartado de la ciudad, pero más bien tenían miedo de la purga. Subieron a un
coche para ir a la otra punta de Nueva York para poder marchar de forma
más segura. Eran cinco personas: una pareja, una madre y su hija y un
hombre en busca de venganza. Se quedaron sin gasolina en mitad de la
ciudad. Así que fueron a pie. Por el camino, asesinaron al hombre que iba
con ellos. Decidieron seguir el camino y dejarlo en la acera. Después,
mataron a la madre, y la hija, Agnes, no sabía qué hacer. La pareja la cogió y
siguieron adelante para que no pasara nada más. Al llegar, se encontraron al
antiguo amor platónico de Agnes, Albert. Él les llevó a su casa para ponerlos
a salvo y pidió a Agnes si podían hablar solos un momento, en el balcón de la
habitación; él le dio un beso, en los labios, y después de la pasión, Agnes le
clavó un cuchillo de la cocina que había cogido antes de subir. Bajó fingiendo
que le habían disparado desde fuera.
39. ALBERTO AGUADO – AMOR ESPÍA
Estando Edelyn en la oficina, recibe una llamada: el agente Brooks (su
padre) estaba en el hospital por intento de homicidio. Habló con el teniente
Jhonto y se fue directa al hospital. Una vez allí, intentó hablar con su padre,
pero no la dejaron. Estaba muy grave; no obstante, se coló y consiguió
hablar con él. Antes de morir, le dijo que su prometido Shack era un espía
holandés y su próximo objetivo era ella y debería huir. Edelyn se fue al
aeropuerto y escogió como destino Nueva York, pero Shack, que iba
siguiéndola, la secuestró. Se la llevó a su guarida, que estaba en Salamanca,
aunque Edelyn pudo enviar una señal al detective Esnermes. Este rastreó el
móvil de Edelyn, averiguó dónde estaba y se fue con refuerzos a su rescate. Al
final, detuvieron a Shack, pero al cabo de unos meses se escapó, y salvaron a
Edelyn.
40. ALBERTO CORDOBÉS RODRÍGUEZ – RUTINA
Lo que empezó hace dos semanas como un aparente caso de violencia de
género había acabado conmigo allí. Estaba delante de toda la prensa,
relatando cómo el hombre más poderoso de la ciudad, al que todos
consideraban un santo por sus continuas campañas a favor del tercer mundo,
había organizado el mayor cártel de la droga hasta ahora conocido. Habían
sido unas semanas durísimas; estuve a punto de morir dos veces: la primera,
en una explosión que sirvió para librarse de un almacén lleno de pruebas; y la
segunda, por una bala que atravesó mi chaleco. Durante esas dos semanas,
habíamos pasado de culpar al marido del asesinato a ver que de alguna
manera la víctima estaba implicada en el cártel y que por ello había muerto. Y
todo esto había empezado como un rutinario caso de violencia de género...
41. ALBERTO GUERRERO CORRAL – QUIEN RÍE EL ÚLTIMO...
Los gritos de la mujer aumentaron al saber que la policía estaba en el
edificio. Unos minutos antes, casi se había rendido al inevitable final, pero
escuchar las sirenas le había otorgado nuevas fuerzas. El bullicio de agentes
subía escaleras arriba, y ambos sabían que solo un minuto la separaba de la
vida o la muerte. Empujó el cuchillo con fuerza y logró clavárselo en el
hombro. Su grito fue desgarrador, pero no así el daño provocado. La policía
estaba ya en la planta, casi al otro lado de la puerta. Desesperado, alzó el arma
y atacó otra vez. Los brazos de la mujer impidieron su objetivo. La puerta se
abrió de golpe inundando la habitación de una luz cegadora. Antes de poder
asestar una nueva cuchillada, oyó unos disparos y cayó herido al suelo. El
inspector Reynolds se acercó a él y apreció la risa satisfactoria de quien
consigue cazar al asesino. Moriría pronto, pero sabía que su sonrisa
desaparecería cuando descubriera los cadáveres de los niños en el cuarto
contiguo.
42. ALBERTO GUTIÉRREZ LECHÓN – VENGANZAS DISFRAZADAS
La música no paraba de sonar. Desde el principio de la rúa no había ido
a ningún servicio improvisado, así que al llegar al espigón bajo la iglesia salí
corriendo hacia el lugar más oscuro. Cuando encontré un hueco entre un
egipcio fluorescente y un domador con plataformas, me coloqué cara a la
pared y comencé el ritual para poder orinar. Al terminar, me di cuenta de que
a mi izquierda tenía a Marcos, compañero de colla, que estaba en un estado
lamentable debido a la bebida. Me acerqué a él para preguntarle si podría
continuar el recorrido y, en ese momento, noté que algo grave le ocurría:
había sangre en sus pantalones, vómitos y estaba empezando a tener
convulsiones. Me asusté tanto que salí corriendo para avisar a los de la
carroza, pero al llegar me encontré con más de la mitad de mis amigos igual
que Marcos. Un dolor espantoso me invadió la cabeza, el estómago y el
abdomen. Lo último que recuerdo es ver a Fátima venir hacia mí diciendo: «El
tractorista nos cambió la bebida por algo mezclado con gasolina».
43. ALBERTO JIMÉNEZ LÓPEZ – SIN TÍTULO
En una fría mañana de noviembre, los buzos del Cuerpo de Bomberos
rescataban del río el cadáver del delincuente conocido como el Violador del
Ensanche, el cual fue absuelto por falta de pruebas apenas quince horas antes.
Era una imagen que figuraba en los más oscuros deseos de los familiares de
las víctimas. Aunque el cuerpo estaba hinchado, no era lo más desagradable
que veía el inspector Antonio Guerrero. El cuerpo tenía las manos y pies
atados y una mochila rellena con piedras que hacía de contrapeso. No sufrió
mientras se ahogaba, ya que un golpe en la cabeza con lo que parecía ser una
piedra le había dejado inconsciente. Llevaría toda una vida buscar huellas
dactilares en todas las piedras de esa zona. El inspector Guerrero solo
esperaba que centrasen la investigación en los familiares de las víctimas y que
no se investigase su falsa coartada.
44. ALBERTO LEIVA – CRUCERO SIN TIEMPO
Simple casualidad del destino embarcarme en el crucero Win, casi mil
pasajeros y doscientos tripulantes. Un crucero en el que se reúnen los
ganadores de un concurso vía internet. La euforia del momento se fue a la
hora de estar navegando, cuando apareció el primer cadáver. Un turista
japonés en los baños con un martillo incrustado en la cabeza y una nota:
Golpe de efecto. El miedo aumentó a la segunda hora, cuando un matrimonio
australiano de unos treinta años apareció muerto en la cama de su camarote,
también con una nota: Siempre juntos. A la tercera hora, el siguiente, un
hombre de unos cincuenta años indonesio con la cabeza clavada en los
colmillos de un elefante de porcelana con la nota: La carrera del miedo es la
esperanza. Faltan diez minutos para la cuarta hora, y yo estoy en la cafetería
bebiéndome una cerveza, intentando descubrir al asesino. Dejé el Cuerpo de
Policía por estar exhausto, pero, por lo que parece, los detectives nunca
tenemos descanso.
45. ALBERTO LUZARDO – TRES SOSPECHOSOS DE ASESINATO
Una mañana, en una esquina del centro, allí estaba el doctor en el suelo,
muerto con un bisturí en el cuello. Un día antes, su testamento había
cambiado: ya no heredaría su hijo, sino el hermano y su amante, que había
sido su última paciente, quien además le había jurado que se vengaría. La
noche anterior se escucharon gritos en su habitación y había restos de lucha
en el suelo. Cuando la detuvieron para interrogarla, tenía signos en su rostro
de haber tenido una pelea recientemente. El ADN encontrado en las uñas de
la víctima se correspondía con el de su hermano, quien tenía la coartada de
que había estado toda la noche con su amante, también sospechosa. Las
cámaras confirmaron que habían entrado en el hotel, pero no habían salido
hasta la mañana siguiente. Su hijo fue detenido en el aeropuerto con acciones
y valores propiedad de su difunto padre. Las pruebas de ADN confirmaron
que eran de su hijo.
46. ALBERTO NIETO TAJUELO – ORFANATO DE LAS MANOS
SANTAS
Se cuenta de que en un antiguo orfanato, llamado Orfanato de las Manos
Santas, hace mucho tiempo hubo una chica, Melisa, cuya maldad espeluznaba
a cualquier psicólogo; solo tenía quince años. Tal era su maldad que, durante
un año entero, amargó la existencia de una de sus compañeras, que terminó
por suicidarse. «Prefiero no contaros los motivos». De pequeña, Melisa ya
«apuntaba maneras», apuñalaba a sus mascotas con agujas, era macabra y ella
misma reconoció que lo hacía por diversión. Decidieron internarla en lo que
hoy en día se llama centro psiquiátrico. Pasado un mes, tenía tan
atemorizados a los que allí estaban que todos ellos se la querían «quitar de en
medio». Ingenuos, lo que no sabían era que ella planeaba sus muertes,
envenenándolos poco a poco, haciendo que sus órganos explotasen. Ahora,
todos los que pisan ese edificio, son envenenados. Nadie sabe cómo murió,
pero cuentan que las almas atormentadas de las personas que mató la
ahogaron lentamente, jugando con su cuerpo...
47. ALBERTO ORTIZ MARCOS – LOS SIETE PECADOS MORTALES
El cadáver tenía marcado sobre su frente: SOBERBIA, y entre sus
dientes una nota: El último pecador está cerca de ser juzgado. Sara se llevó las
manos a la sien. No había podido salvar a la sexta víctima; de nuevo habían
llegado tarde. Rodrigo llegó corriendo hasta ella.
—Jefa, una testigo dice haber visto al asesino.
—¿Dónde está la testigo?
—Siguiendo al sospechoso.
El coche policial salió a toda velocidad y en segundos se encontraron con
la valiente civil, que les señaló un local abandonado que había frente a ellos.
Sara y Rodrigo entraron con las armas desenfundadas. Se desplazaban a
oscuras, cuando una silueta apareció ante ellos, apuntándolos con una pistola.
Sara no tuvo más remedio que disparar y acabar con la vida de aquel
individuo. Se agachó junto al cuerpo, una nota salía del bolsillo de su camisa:
Buen trabajo.
—¿Qué sucede, jefa?
Sara iluminó con su linterna la frente marcada del asesino: IRA.
—Acabo de ejecutar a la séptima víctima.
48. ALEJANDRO BRUGAROLAS SÁNCHEZ-LIDÓN – A MI LADO
Si ella no hubiese mirado hacia arriba precisamente en ese momento,
seguiría sin saberlo. Su nombre es Marta, era una simple asesora de empresas
hasta ese día. Pensaba que era otra de las empresas que necesitaba de su ayuda
por problemas fiscales o jurídicos; lo que no sabía es que esa empresa era una
conocida tapadera de la mafia. Le Dohs, una de las familias más temidas de
entre todas las de la mafia francesa, buscaba a Marta por el pasado de su
padre, Franchesco Mercier. Franchesco era un ladrón de la más alta categoría,
robaba joyas, documentos, obras de arte. Un día le contrataron para robar un
cuadro de una casa vacía, todo fue demasiado fácil, así que Franchesco se puso
a investigar sobre ese cuadro y descubrió que pertenecía a la familia Le Dohs.
Le había robado a una familia de la mafia; tan pronto como pudo desapareció,
pero antes le dejó una nota a su mujer embarazada en la que decía: «Si algún
día os preguntasen por mí, solo mirad al cielo». Y así fue cómo le conoció.
49. ALEJANDRO COTO AUGUSTO – EL LADRÓN DEL DEDO
Aparece el cuerpo de un hombre sin vida en su casa con varios orificios
de bala y el dedo índice derecho amputado salvajemente con unas tenazas. Se
investiga y se descubre que ese hombre iba a desheredar a su único hijo por
malos hábitos en su vida. Finalmente, se demuestra que el hijo no había sido,
aunque este no se sorprendiera ni entristeciera de la muerte de su padre. Se
sigue investigando y encuentran que en la empresa era poco querido por
algunos trabajadores a los que no trataba demasiado bien. De nuevo, se les
tiene como sospechosos, pero se demuestra que ellos no fueron aunque lo
odiasen con todas sus fuerzas. Finalmente, se descubre que fue un amigo el
que lo mató y acto seguido le amputó el dedo para desbloquear el iPhone 6 y
así borrar unas fotos que este iba a mostrar a la mujer del amigo para
demostrar su infidelidad.
50. ALEJANDRO CRUZ – LLEGAN TARDE
—La una de la madrugada y aún no llega. ¿Le habrá pasado algo?
—Tengo que encontrar mi reloj, ¿dónde lo habré dejado?
—Papá, ¿has mirado en el armario, en tu joyero?
—Ah; gracias, hija.
—Mamá tiene que estar preocupada, llegamos tarde.
—Tranquila, ya me conoce, sabe que estos actos sociales me ponen
nervioso y siempre termino perdiendo la cabeza.
—Un día de estos la vas a perder de verdad.
—¿Señora De Blein?
—La misma.
—Tendrá que venir con nosotros.
—¿Qué ha pasado, se trata de mi marido? ¿Y mi hija? ¿Ella se encuentra
bien?
—La informarán al llegar.
—¿Pero cómo me han encontrado?
—Había una nota dirigida a usted.
—¿Una nota? ¿Qué ponía?
—La verá al llegar.
—Un momento. ¡Este no es mi marido! ¿De quién es esta casa?
—Es la suya.
—Jamás he vivido aquí.
—Lleváosla, por favor.
—¿Pero tú la has oído, Percy?
—Sí, claro, aún no ha asimilado que asesinó a su familia hace once años;
¿crees que se recuperará?
—Lo dudo, lo dudo mucho.
51. ALEJANDRO CRUZ ESTEPA – LA MALDICIÓN DE LAS RUNAS
Llegando a la sala de estar, algo pareció llamar su atención: una niña
sentada en el suelo jugaba con unas runas de madera, lanzándolas una y otra
vez. La muchacha asustada le preguntó:
—¿Pequeña, te has perdido? ¿Cómo has entrado aquí?
La niña giró la cabeza y miró a la joven con ojos de espanto.
—El diablo ya tiró; te toca tirar a ti —dijo la niña.
Sin saber por qué, la muchacha cogió las runas y las lanzó fuertemente.
—Mira tu destino —dijo la niña.
La joven miró el destino que le aguardaba, que decía: Ya viviste
demasiado; hoy, la muerte vendrá a ti.
La joven salió de la casa corriendo sin control alguno, pero, al girar la
calle, no pudo ver el vehículo que se le acercaba a gran velocidad. La
muchacha salió disparada y se golpeó la cabeza contra el duro asfalto, por lo
que murió en ese preciso instante. Lo que nadie sabe aún es por qué la policía
encontró una fotografía en la casa de la runa que sujetaba la joven en su mano,
incluso después de muerta.
52. ALEJANDRO LILLO SÁNCHEZ – LA ESCENA ESTÁ SERVIDA
El fiscal Finn era uno de los ciudadanos más respetados de la ciudad y
ahora, sin embargo, solo quedaba de su existencia la silueta pintada en tiza
sobre el suelo de aquel salón. Allí, el detective Kevin intentaba buscar una
explicación a todo aquello. Habían encontrado al fiscal con el arma en la
mano, una carta de despedida en la cartera y un tiro en la sien. Con las
cerraduras de la casa intactas, el caso quedaba cerrado aquella misma noche.
Pero algo llamó la atención de Kevin, que desapareció por una de las puertas
laterales, segundos antes de llamar a su compañera.
—Martin, ¿huele eso? —preguntó mientras entraba en la cocina.
—Sí, huele a comida —contestó ella.
—Huele a ternera bañada en el mejor de los tintos —aseguró Kevin
mientras levantaba la tapa de una de las ollas que había al fuego— con ciertos
toques de asesinato.
—¿Cómo? —exclamó la agente sorprendida.
—Asesinato, aquí huele a asesinato —contestó decidido—. ¿Quién se
prepara la cena sabiendo que no va a cenar?
53. ALEJANDRO MONZÓN MEDERO – LA SUERTE DE JHON
11:00 p. m. Despacho del detective Jhon; cae la noche en Callosa City...
Maldita sea mi suerte, otro día sin pena ni gloria, vaciando mi tercer vaso de
whisky escocés, repaso facturas como único caso que tengo sobre la mesa;
más vale que recoja todo antes de que me invada la melancolía de aquellos
buenos tiempos, los malos tiempos. Cuando estaba a punto de irme, llaman a
la puerta, un golpe tímido, indeciso... Extrañado por la hora y con recelo,
invito al visitante a que pase; entonces la vi, una hermosa y casi angelical
mujer, llevaba puesto un vestido rojo recién estrenado, que caía sobre sus
perfectas curvas, clavó su mirada en mí, sollozando mi nombre dijo: «Mi
marido ha desaparecido». Al llevarse el pañuelo hacia su mejilla, noté en su
mano un detalle, la falta de su anillo de casada. Entonces me dije: «Vaya
suerte, Jhon, este caso está resuelto antes de empezar».
54. ALEJANDRO PAREDES – EL ASESINO DEL OCASO
Sentado en su escritorio, el detective Martínez pensaba que, esa noche, la
ciudad de San Francisco podría dormir en paz. Por fin había resuelto el caso
del Asesino del Ocaso. Lamentablemente, su compañero, el detective Gil,
resultó ser cómplice en los asesinatos y el que informaba al departamento
anónimamente. «La información del bastardo ayudó a salvar a un par de
víctimas», pensó Martínez agradecido. Aunque el caso parecía estar cerrado, el
olfato y la experiencia del detective le indicaban que eran tres los implicados.
Sabía que no podía ser tan simple como parecía. No había encontrado la
relación entre el asesino y su ahora excompañero, pero, al hacerlo, estaba
seguro de que se llevaría una enorme sorpresa. Sí, San Francisco podría
dormir tranquilamente esa noche, pero el detective Martínez repondría fuerzas
porque intuía que en el próximo ocaso, continuarían los asesinatos.
55. ALEJANDRO RODRIGO ORCERO – ¿CÓMO LO HIZO?
Celia escuchó un extraño ruido en la casa de Ehlei. Corrió hacia una de
las ventanas desde donde se veía el salón y vio su cuerpo en el suelo. Antes de
que pudiera reaccionar, el sonido de un coche arrancando la sorprendió. Solo
podía ser uno. ¡El de Ehlei! Consiguió seguirle la pista hasta un puente que
cruzaba un pequeño lago. Pero el Aston Martin desapareció entre las curvas.
Celia despertó en el suelo de su casa como si todo hubiera sido un sueño.
Fue a casa de su amigo, donde se amontonaban los coches de policía. Poco
después se disponía a irse cuando un policía le pidió que le enseñara el coche.
En el maletero, y aún ensangrentada, el arma del crimen. Celia fue declarada
culpable de asesinato, y la viuda de Ehlei cobró el millonario seguro de su
marido. Mientras Celia redactaba su declaración, el inspector Álvarez se dio
cuenta de que era diestra y recordó que la mujer de Ehlei, Andrea, sí había
redactado su testimonio con la mano izquierda. ¡Ella era la asesina! ¿Cómo lo
hizo?
56. ALEJANDRO RODRÍGUEZ – SPIDERMAN
En las inmediaciones de la línea policial, se encontraba el cadáver,
colgado de una cuerda que estaba agarrada a uno de los andamios del edificio
más próximo, en el que había un grafiti con una dirección; ¿sería la dirección
del asesino previamente grabado con una de las cámaras cercanas? En
realidad, tenía una forma cuando menos extraña de moverse, podía hacerlo
por las paredes como el famoso héroe del cómic, Spiderman. Al finalizar la
investigación, decidieron ir a la dirección escrita en la pared, un gran almacén
cerca de los muelles; estaba oscuro, pero había indicios de que alguien vivía
allí. Vieron un montón de velas apagadas junto con cerillas y un grupo de
bolsas llenas de fotos, fotos de antiguos casos sin resolver. ¿Sería este el
asesino de todos los misteriosos casos que rondaban los muelles? También
había una nota de quien parecía ser el propietario del almacén: había escrito
otra dirección, el edificio más alto de la ciudad, hogar de un Spiderman
asesino.
57. ALEJANDRO RODRÍGUEZ MORENO – OTRA OPORTUNIDAD
Tumbado sobre la acera, no pudo impedir que se le escapase una lágrima
al darse cuenta de que la vida se le iba entre las manos y no podía hacer nada
para evitarlo. Ese momento en que todos cuentan que tu vida pasa ante tus
ojos fue cuando cayó en la cuenta de cómo la había desaprovechado. Siempre
había buscado los caminos fáciles y rápidos que, junto a su buena apariencia,
le habían llevado a lo más alto. Una altura que ahora veía que era ficticia. Ya
que a pesar de todas las experiencias que había vivido, ninguna parecía tener
sentido ahora; iba a morir en la más absoluta soledad. Entonces, intentó hacer
memoria de en qué momento cambió su destino en dirección a ese pozo en el
que ahora se hundía. Y como un castigo divino, se acordó de Anne, del amor
que sentía por ella y cómo por esas fiestas «de trabajo» la dejó pasar; jamás
había sido tan feliz como con ella, pero nunca se percató. Acababa de cerrar
los ojos cuando alguien le cogió la mano. Entonces supo que volvería solo
por ella.
58. ALEX BLAME – LA HUIDA
La tormenta está en su apogeo. A pesar de ello, pisa un poco más el
acelerador. Tiene que alejarse lo más posible. No debía haber ocurrido así.
Unos gritos, un par de bofetones y recoger el dinero. Pero, maldito
gilipollas..., tenía que haberse puesto gallito y sacar el bate. No tuvo más
remedio... ¿Ahora qué le diría al jefe? El móvil suena, lo que provoca que
salte en el asiento. Tras forcejear unos segundos lo saca... Es el jefe.
Nervioso, jurando por lo bajo, aprieta el botón para contestar y en ese
momento una ráfaga hace tambalearse al coche, agarra el volante y el teléfono
se le escurre de entre los dedos. Maldiciendo, se agacha instintivamente por el
aparato. El sonido de una bocina le hace levantar la cabeza. Demasiado tarde.
Un camión se abalanza sobre él. Un volantazo y evita el choque frontal, pero
el enorme vehículo le golpea la parte trasera y sale disparado directamente
contra un gran roble. Lo último que escucha es a su jefe cubriéndole de
insultos desde el otro lado de la línea.
59. ALEX MARTINES I JOAN – SERENIDAD
La antigua fábrica se mecía en silencio con el tenue azul del anochecer. Al
fondo se oía algún grillo, algún pájaro. El comisario pensó que era un buen
lugar para relajarse, a pesar del dulzón olor de la sangre. Se acercó un agente.
—Parece profesional —comentó aquel.
—No creo que se haya enterado de nada.
El comisario asintió.
—Esperaremos a la científica. Aquí se está tan bien... Uno podría
quedarse para siempre. Pronto llegarán, con esa maleta en la que se
desparramaron hace tiempo todos esos polvos y nunca se ha llegado a
limpiar.
El agente se dirigió al subcomisario, señalando con la vista el cadáver:
—Dicen los forenses que se lo llevan. Un tiro limpio, diez metros,
rápido.
¿Con quién iría a encontrarse el comisario aquí...?
Mientras todos iban abandonando la escena, el comisario decidió que sí,
que iba a quedarse allí, en ese lugar, sereno y placentero.
60. ALEX MERINO ASPIAZU – LA ESCENA MÁS BELLA
Brenda admiró, no sin cierto sentimiento de culpa, cómo el color del
cielo al atardecer hacía juego con la sangre derramada sobre la alfombra del
salón. Había limpiado buena parte del parqué, pero sus viejas rodillas no le
permitían estar agachadas por más tiempo y había decidido tomarse un
descanso. Una no mata todos los días y menos a los setenta y ocho años.
¿Qué diría a sus amigas cuando le preguntaran por su marido? Que se lo
había ganado a pulso, por supuesto. A la policía le diría que fue un acto de
defensa propia: «Señores agentes, mi marido quería matarme de
aburrimiento». Ella sabía que lo del cuchillo había sido excesivo, pero
después de cincuenta años de matrimonio se contrae una tendencia por la
grandilocuencia. Observó el rojo cielo, la roja sangre, sus rojas manos y
pensó que era la escena más bella que sus cansados ojos habían contemplado.
61. ALEX MÍNGUEZ AMAT – SIN TÍTULO
Eran las seis de la mañana; como cada día, él me trajo un café doble de
crema; de buena mañana, sonó el teléfono, otro cadáver, esta vez en el parque.
Cuando fuimos, la forense nos explicó que no se podía reconocer al cadáver
de lo quemado y destrozado que estaba. Alex ya tenía la paranoia de que
alguien llevaba un lanzallamas por la ciudad. La forense, gracias a los dientes,
nos dio una identificación: Barry Lane, cuarenta y cinco años, desaparecido
en 2014; se sospechaba de su mujer, pero la hallaron muerta en la piscina de
su casa. Barry trabajaba en Wall Street y era multimillonario; se supone que
fue un robo que salió mal. Pasado un tiempo, Alex descubrió toda la fortuna:
iría a parar a su hijo James Lane, que estuvo tres años en prisión. Lo
interrogamos y confesó. ¿Lo hizo solo por dinero o porque sabía lo de la
infidelidad...?
62. ALEXANDER CRUZ NOVOA – DEJÀ VU
Dicen que cuando vas a morir, toda tu vida pasa por delante de tus ojos.
No es verdad. Lo que en realidad ocurre es que el cerebro hace un repaso
mental buscando si en algún momento hemos pasado por una experiencia
parecida o igual a la que nos ha llevado hasta el punto de morir. Y si es así,
seguir la misma estrategia utilizada entonces y sobrevivir. Esta vez, no iba a
darse el caso. Esta vez iba a morir, y lo sabía. Nunca antes había pasado por
algo así. Había estado al borde de la muerte en otras ocasiones, es verdad.
Pero esta vez la pistola me apretaba la sien con mucha fuerza. No le temblaba
la mano. En sus ojos no había duda. Iba a dispararme. Esa persona que me
había salvado en otras ocasiones, la misma persona a la que había protegido
siempre, sería mi ejecutor. ¿Cómo habíamos llegado a esto? Y de repente,
mientras miraba fijamente a los ojos de mi propio hermano, supe lo que iba a
pasar a continuación. De repente, tuve otro dejà vu.
63. ALEXANDRE LEIRÓS GARCÍA – SIN TÍTULO
La berlina atravesaba las calles de Boston. Dentro, el presidente iba
acompañado por su hija Lucy y por Zavala, la capitana de policía —ella iba
con uniforme—. El coche se paró en la entrada del palacio de congresos,
donde una multitud coreaba a viva voz al presidente. En cuanto firmase el
documento, sería abolida la ley 33. En el interior, un equipo de policías
estaba repasándolo todo. Minutos más tarde, cuando ya se había calmado la
multitud y el presidente se disponía a firmar, una mira asomó por el balcón,
saqué mi pistola, me lancé contra el presidente, lo derribé y disparé al
francotirador, pero este se me adelanté y disparó contra Lucy. Murió, pero
yo le di a él, y se pudrirá en prisión el resto de sus días. Lo más curioso es
que la bala tenía grabado un 33. Él no volvió a ser el mismo, ni yo tampoco;
no puedo olvidar las trenzas rubias de Lucy.
64. ALFONSO INIESTA – LA SOMBRA
Otra vez, aquella sombra detrás de la puerta. Esa era de las noches que
había decidido presentarse. Susan la miró, ya sin miedo a fuerza de
costumbre. Nunca contestaba a sus preguntas. La niña lo había achacado hasta
ahora a que no tenía boca, aunque últimamente creía que la sombra estaba tan
asustada como ella misma lo había estado la primera vez que la vio. Decidió
que había llegado la hora de acercarse a ella. Lentamente, se quitó la gruesa
manta que la protegía del frío de la antigua casa y sintió el helado suelo bajo
sus pies cuando se incorporó. Se acercó a la sombra, despacio, pero con
decisión. La mancha oscura pareció acercarse a ella también. Justo en el
momento en que el cuerpo de Susan y la sombra se juntaron, la niña lo
comprendió todo. Ya nunca más temería a la oscuridad. Ella sería la
oscuridad ahora.
65. ALFONSO LÓPEZ – EL COMIENZO
Despertó sin tener claro cuánto tiempo habría dormido. La intensidad de
la luz había disminuido considerablemente, pero era bastante probable que se
debiera al hecho de encontrarse en el centro exacto de un bosque, cuyos
árboles más altos impedían parcialmente la entrada de luz directa. Al tratar de
incorporarse, supo que algo iba mal. A su lado, había un gigantesco charco
de sangre y pudo comprobar con horror que el rojo elemento provenía de su
cuerpo. A la altura del costado derecho, tenía una raja de considerables
dimensiones. Alguien o, peor, algo, le había practicado una incisión casi
quirúrgica a la altura de las costillas. Quiso gritar, pero no pudo. Tampoco le
importó demasiado, ya que sabía que nadie podría oírle. Se incorporó como
pudo y, llorando, se acercó a la laguna para tratar de limpiarse la herida aún
sangrante. Le tranquilizó la voz de su compañera Eva:
—Toma, Adán, muerde.
66. ALFONSO MANZANARES VICENTE – EL SIGUIENTE DE LA LISTA
El detective atizó el mortecino fuego del hogar, lo que hizo bailar las
sombras del salón, y se derrumbó sobre su sillón favorito. Había sido un día
agotador en su pequeño gabinete londinense. A él habían acudido varios
clientes, cuyos casos fueron despachados sin apenas levantar la cabeza del
periódico del día. Tal fue el reto para el intelecto del investigador. Tras un
leve suspiro, alargó perezosamente la mano hacia la pipa que reposaba en la
mesita auxiliar de caoba, y encendiéndola con una cerilla, aspiró
profundamente. Exhaló el azulado humo mientras sentía cómo se le cerraban
los ojos, a causa, sin duda, del tedioso día que al fin acababa. En ese
momento, una de las sombras de la sala se deslizó para perfilar la silueta de
un hombre. Esbozando una media sonrisa, sacó un papel de su oscuro traje y
tachó un nombre.
—Ya están el comisario francés y el detective británico. El siguiente de la
lista es... ¡Ah, monsieur le belge!
67. ALFONSO VIZCAYA SEOANE – DE TORERO A TORO
—¿Qué tenemos, Kevin?
—El cadáver de un torero. Está el forense con él.
—¿Qué nos cuenta el cadáver?
—Pues a simple vista le faltan varias partes, como las orejas, ¡oléé...!,
como si fuera un toro en el final de una corrida.
—Un antitaurino dice Kathy; ¿tú qué crees, Rick?
—Que un antitaurino no quiere violencia y aquí puede ser lo más
evidente. En los vídeos del hotel entra solo, y a ese hotel no entra nadie sin
habitación o sin autorización.
—Pues tiene que ser alguien de dentro; tenemos que investigar a todos.
—En la habitación de al lado había una mujer que salió esa noche rápido
y no volvió a dormir a una habitación que cuesta dos mil dólares la noche.
—Pues traedla.
En el interrogatorio, al final, se derrumbó; era una persona muy famosa,
y él era su amante, pero no quería que nadie se enterase.
—Lo explicó todo: estaban jugando, se tropezó y se dio con la cabeza
contra la esquina de un mueble. Como siempre le había contado que estaba
muy amenazado, lo hizo así para que la investigación fuera por ahí.
68. ALICIA FERNÁNDEZ MARTÍN – BAD MOVES
Su instinto la avisó de que algo no iba bien; era consciente de ello, pero
¿qué podría ser? Observó atentamente su entorno, fijándose en cada
posibilidad, en cada parámetro, pero no logró averiguar qué era aquello que
fallaba. El tiempo corría en su contra, podía notar como sus niveles de
ansiedad se iban elevando, que con cada segundo que pasaba todo iba a peor
sin saber cómo detenerlo... Se fijó en una pequeña zona a la que no le había
prestado atención anteriormente y lo vio: «Un peón bien colocado es más
poderoso que un rey», y antes de que tuviera tiempo de reaccionar, su
contrincante movió su ficha y le dio jaque mate; así finalizó la partida y quedó
descalificada. No, definitivamente, los torneos de ajedrez de la comisaría no
eran lo suyo.
69. ALICIA MACÍAS OCAÑA – EL MISTERIO DE CANNES
Una noche, en la gran ciudad de Cannes, en Francia, Mrs. Gant se
dispuso a darle el paseo diario a su querido gran danés, llamado Roy. De
repente, el perro comenzó a correr rápidamente y se dirigió a un gran árbol
que se encontraba al final del parque. Mrs. Gant, al ver su reacción, corrió
tras él, y cuando llegó al lugar, su perro estaba tumbado en el suelo a causa
de la carrera que se había dado. Gant se puso a observar a su alrededor para
ver qué había atraído a Roy, pero no encontró nada. Siguió buscando y vio
que detrás del árbol, justo en el lado derecho, había una nota con gotas de
sangre en el suelo, en la que ponía su nombre. Se dirigió hacia ella y la cogió
sin saber muy bien qué debía hacer... Cuando decidió abrirla, descubrió el
mensaje que guardaba: ¡Si a la luna decides mirar, tu destino podrás
comprobar! Mrs. Gant miró hacia arriba y vio un cuerpo sin vida en la copa
del árbol.
70. ALICIA NÚÑEZ ISAAC – EL MAR INMENSO
La joven Lidia sale otra noche más a echar su carrera diaria por las playas
de Miami para protegerse del calor y disfrutar del paisaje y la noche
estrellada. Esa noche, Lidia pasa por una discoteca en la que ofrecen unas
bebidas de frutas tropicales —sus favoritas— y decide entrar a relajarse un
poco. Dos chicos altos y jóvenes se acercan para invitarla a bailar y tomar una
copa; esto es lo último que se sabe de Lidia. Pasadas las veinticuatro horas,
sus padres se empiezan a preocupar. La policía da con los dos chicos y
ninguno dice saber nada de ella. Tras cuarenta y ocho horas, aparece un
barco de los jóvenes con cabellos de Lidia. Los jóvenes admiten entonces
haber abandonado a Lidia a merced de los conocidos tiburones de la costa de
Florida. Se recorrieron kilómetros de la costa de las playas de Miami y, aun
cuando no quedaba espacio para la esperanza, unos equipos de salvamento
marítimo encuentran a una joven sobre una baliza flotante en mitad del mar.
71. ALMA MARÍA – NEGOCIOS PELIGROSOS
Rick tiene un encargo de un cliente. Quiere que descubra el paradero de
su hijo desaparecido (Brian). Casualmente, Kathy recibe una llamada de la
comisaría. Un adolescente ha aparecido muerto en un parque. Rick va a la
comisaría y se da cuenta de que el muerto es el chico de su cliente. Tras
hablar con los familiares de Brian, aparecen culpables, unos enemigos de
Brian. Tras interrogarles, se dan cuenta de que hay aspectos misteriosos:
alguien lo controla todo. Se dan cuenta de que hay algo que se les pasa, algo
importante. Rian y Espo van a investigar su apartamento y descubren que
alguien ha estado allí justo antes y ven una sombra; la persiguen, pero se les
escapa. Por suerte, Rick y Kathy encuentran una relación: el asesino es la
persona que estaba al corriente de todo, Harry Marks, el socio de Brian. Este
le debía dinero y, como Harry no podía más, le mató.
72. ALMU C. J. – REFLEJO ROJO
El policía se levantó del suelo cubierto por la sangre de sus compañeros.
A pesar de que el dolor de cabeza le taladraba las sienes, logró incorporarse,
sacar su arma reglamentaria y apuntar hacia la puerta del cuarto de baño,
donde escuchaba al asesino limpiarse los restos del crimen. El agente,
sigiloso, evitó los cuerpos mutilados y abiertos en canal, tratando de no
prestarles demasiada atención para no caer en el abismo de la locura; una
sonrisa que parecía decir lo contrario dobló sus labios cuando pensó que
tenía suerte de que el criminal le creyera muerto.
Alzó la pistola, abrió la puerta y la vacía estancia débilmente iluminada le
saludó. Gracias al espejo sobre el lavabo, descubrió la mancha de sangre
trazada en su frente. Recordó entonces lo ocurrido, una película en blanco y
negro con adornos rojos. Claro que el asesino estaba allí, lo tenía justo
delante, dibujado en el reflejo que le mostraba la verdad. Era él.
73. ALMUDENA IGLESIAS NAPOLEÓN – LA MALINCHE
Pasada la medianoche, una pareja paseaba por la calle Hernán Cortés. Un
grito les hizo parar en seco y seguir el sonido de auxilio de una mujer. Al
llegar, no pudieron hacer nada por salvarla; la chica susurró «Marina» y ya
no pudo decir nada más; yacía muerta con más puñaladas de las que se
pudieran contar. Poco después, llegaría la policía y abriría el caso La
Malinche, al descubrir que la chica era una arqueóloga especializada en la
conquista española del Imperio azteca. Además, alguien había robado sus
investigaciones, ya que esta conocería el paradero del abanico que Hernán
Cortés le habría regalado a La Malinche tras convertirse en su amante.
Posiblemente, el ladrón sería el mismo asesino o quizás no. Chris tenía un
nuevo caso entre manos que resolver.
74. ALMUDENA LÓPEZ MOLINA – LOS OJOS ABIERTOS
En la sala de archivo que servía de comedor en la comisaría, Abel
depositó la piel del pescado sobre los ojos lechosos e inmóviles. Masticando,
contempló el periódico: Mauricio salía de la cárcel. Su gesto cabizbajo
impedía ver sus ojos, pero aún se le reconocía a pesar de haber perdido su
aspecto rollizo. Abel recordó el escalofrío de las tardes después del colegio:
comprar chuches en el kiosco del señor Mauricio era exponerse a miradas
incómodas. El juicio con jurado popular le declaró culpable del asesinato de
la pequeña Luci, aunque no había pruebas concluyentes. Abel pensó que él
habría llevado el caso de otra manera, claro. Más abajo, se encontró con las
trenzas de Luci, enmarcando su sonrisa mellada. ¿Qué iba a hacer? Era su
hermano pequeño y no tenía intención de hacerle daño. Ella quería jugar,
pero nadie la había invitado. Desde la página del periódico, esos ojos alegres
zarandearon el recuerdo de Abel: aquel día no se habían cerrado bajo el
primer puñado de arena.
75. ALMUDENA MOLINA GARCÍA – ¿EXISTE EL CRIMEN PERFECTO?
Todo estaba planeado: su rostro, bien cubierto, para no ser reconocido;
sus manos, enguantadas, para no dejar huellas; las suelas de sus zapatos,
lijadas, para no dejar su impronta. Lo único que le quedaba era una víctima;
entró en un pequeño taller mecánico de la zona y encontró a quien le iba a
hacer más hombre ante sus amigos. Se acercó y, antes de que el señor pudiera
reaccionar, un cúter había cortado su yugular. Con la boca seca y el cuerpo
tembloroso, el asesino salió del lugar, aún sin poder creer lo que acababa de
hacer por puro reconocimiento social, pero ahora iba a dejar de ser el chico
con el que el resto se divertía. Justo cuando sus piernas iban a dar el primer
paso en el exterior, unos ladridos le hicieron mirar hacia atrás: un perro y
una mujer ciega se encontró, a los cuales mucha importancia no dio.
76. ALVA MARINA BREZO – MARIONETA AL VIENTO
Las gotas de sangre se mezclan con la lluvia, precipitándose sobre el capó
de los coches que atraviesan el puente de Brooklyn en una noche de oscura
tormenta. Ni un solo neoyorquino advierte el cuerpo suspendido en uno de
los arcos dobles de las torres de cemento, que se tambalea víctima de los
vaivenes del temporal. Cualquiera habría disfrutado de la vista mientras muere
desangrado con un Stiletto incrustado en el hígado, pero las cuencas vacías le
impiden ser testigo de la belleza de la ciudad, una auténtica lástima. El cielo
amanece gris, con resaca de la noche anterior. El detective Rob Chambers
camina a través del atasco ocasionado por el corte del paso del puente. Llega a
la escena del crimen cuando el forense inspecciona el cadáver. Rob se agacha
junto al cuerpo. Su teléfono suena y él contesta en voz baja: «Ahora no, hija,
me estoy encargando de tu regalo». Aprovecha que nadie mira para limpiar
las huellas del Stiletto, sonríe recordando la felicidad de Kitty cubierta de
sangre...
77. ÁLVARO ABAD MUÑOZ – REENCUENTRO CON TAYSON
En un día de verano, estaba el señor Frank con sus hijos dando un paseo
por un campo de fútbol cuando de repente se oye un disparo. Los hijos, al
oírlo, salen corriendo, pero su padre no tuvo la misma suerte y fue alcanzado.
Rick, mientras prepara su desayuno, recibe la famosa llamada de su esposa
Kathy. Mientras llegan a la comisaría, Rick sufre un accidente y es ingresado
en quirófano. El culpable es un antiguo amigo de Rick, que se escapó: Yerro
Tayson. Mientras sigue la investigación, Rick se va recuperando...
78. ÁLVARO DOTO – PRÁCTICAS DE LABORATORIO
Hora de la muerte: en torno las 23:00. Varón blanco de unos veinte
años, muestra signos de violencia y un disparo en la cabeza. Tras el
reconocimiento dactilar, se conoce su identidad: Diego Méndez, estudiante de
Medicina. Sin antecedentes penales, la gran incógnita que se nos presentaba
era saber el porqué de su muerte. Fueron interrogados familiares y amigos
sin éxito alguno, así que todas nuestras esperanzas para conocer el móvil
estaban depositadas en el forense, que halló restos de LSD en el interior de
sus cavidades nasales. Esto redireccionó por completo el curso de la
investigación, pero lo que realmente nos hizo resolver el caso fueron unas
escamas encontradas en la suela de sus zapatos. Seguir esta pista nos llevó
hasta una fábrica abandonada de enlatado de sardinas donde habían montado
un laboratorio de LSD. El fallecido era útil para proporcionar lo necesario en
su fabricación, sustrayéndolo de la Facultad de Medicina hasta que quiso
dejarlo. Caso cerrado.
79. ÁLVARO FERNÁNDEZ ARJONA – HILOS SUELTOS...
La mañana empezaba tranquila, sin complicaciones, cuando... llaman a
Kathy, un informador anónimo avisa de un muerto en un muelle. Al llegar, se
encuentra una especie de embarcación con un muerto en su interior; Kevin
informa de que se trata de un narcosubmarino utilizado para pasar droga, lo
que lleva a Rick a añadir: «Debe tratarse de narcotraficantes colombianos, vi
un reportaje en la tele». Las cámaras de los alrededores no ofrecieron ningún
dato, pero analizando los restos de droga en el interior se produjo una
revelación. Cuando se le entregaron los resultados a Javi, fue inmediatamente
a hablar con Rick. Tenían la misma procedencia que la del traficante Vulcan
Simmons, el cual financiaba la campaña del senador Bracken. Se trataba de un
tema peligroso. ¿Cómo reaccionaría Kathy? ¿Deberían decírselo? Esa
discusión se acabó pronto, en cuanto Kathy entró exclamando: «¡Más vale que
no me estéis ocultando nada!». No tuvieron más remedio: confesaron.
80. ÁLVARO VALHONDO – PLAZA ROSA BLANCA
El detective Perceval se dirigía al descampado donde habían hallado el
cadáver de otro niño. Nada más llegar, el agente Riddle le indicó el lugar
donde se encontraba el cuerpo. Al igual que en los otros seis casos, el niño
estaba tumbado, con una herida de bala en la cabeza y las manos entrelazadas
en el pecho sosteniendo una rosa blanca teñida de rojo con la sangre de la
víctima. Al acercarse, vio que había un trozo de papel: Tu hijo será el último.
Corrió a su coche y se dirigió rápidamente a su apartamento. Entró de golpe
con la pistola desenfundada y encontró a su ayudante apuntándole con su
arma mientras sostenía una rosa blanca. De un disparo en el corazón, el
cuerpo de Riddle caía inerte al suelo. Cogió a su hijo y, mientras salían, la
rosa se iba tiñendo de rojo con la sangre del asesino.
81. AMAIA ETXANIZ – MI REGALO ESPECIAL
Muchos cadáveres. Eso es lo que vi al entrar por la puerta. Ni siquiera
me sorprendió. ¿Por qué me tenían que pasar estas cosas a mí, un niño de
diez años? Sabía que era un castigo especial por todas las cosas malas que
había hecho en los últimos meses. ¿Y qué mejor que matar a todos los
amigos del niño? Solo podía imaginarme a dos personas haciendo algo así.
Mi tío, el camello (había conseguido que perdiera unos veinte clientes), y el
vecino, pues siempre cagaba en su jardín. Me enfadé, puesto que lo mío eran
cosas de niños, y alguien se había pasado con su venganza. Volví a casa, a
interrogar a mis sospechosos. En la puerta me encontré con mi hermano
mayor, Leo.
—¿Te ha gustado la sorpresa, Billy?
Abrí los ojos.
—¿Fuiste tú? —pregunté.
—Sí.
Sacó la pistola y disparó.
82. AMANDA BULLONES PENDÓN – SIN TÍTULO
Cada vez le costaba más respirar. Su vista comenzó a nublarse, al mismo
tiempo en el que la boca se le llenaba de un familiar y desagradable sabor a
sangre. Cerró los ojos un instante, sabiendo que, si los mantenía así durante
mucho tiempo, no sería capaz de volver a abrirlos. De repente, vislumbró su
figura. Brillaba con luz propia entre tanta oscuridad, pero había algo en la
escena que le resultaba alarmante. Lo escudriñó de arriba abajo hasta que
reparó en la leve sonrisa que adornaba su rostro, el broche perfecto para
aquella escena tan inquietante. Empezó a acercarse. Al llegar junto a ella, se
agachó hasta ponerse a su misma altura y le susurró algo al oído. Aquellas
palabras hicieron que abriese los ojos de golpe y se le erizase el vello de los
brazos. Un sudor frío empezó a recorrer su espalda e, inesperadamente,
sintió una horrible presión en el pecho a la vez que aquellas manos que
estaban rodeando su garganta apretaban más y más.
83. AMPARO FUENTES COBO – A OSCURAS
Miro por la ventana, es tarde; «Silvia, siempre te pasa igual», pienso.
Como siempre, me he quedado embobada con el papeleo; salgo de la oficina,
no hay nadie en el edificio, no me extraña, son las 11 de la noche, está oscuro,
intento encender la luz, pero no funciona, bajo por las escaleras de
emergencia, que tampoco tienen luz suficiente, y me resbalo en un charco de
agua, «¡Joder, mi blusa nueva!», me duele la rodilla del golpe, pongo la
linterna del móvil para no matarme con estos tacones; tengo la sensación de
que huele raro y de repente me asusto, me asusto mucho, tengo las manos
llenas de sangre, me giro para mirar en el lugar en el que me he caído y ahí
está el cuerpo de mi compañero David completamente degollado y cubierto
de sangre; no puedo evitar soltar un grito y corro, corro lo más rápido que
puedo, llamo a emergencias y al segundo tono contestan:
—¡Ha habido un asesinato en oficinas Smith; por favor, vengan rápido!
—grito.
—Uno no, va a haber dos; eres la siguiente, Silvia.
84. AMPARO GONZÁLEZ CANO – ADELA
Entra el sol por la ventana de Adela. Suena el teléfono, sin respuesta.
—La víctima está delante del sofá, presenta tres puñaladas y cortes en las
manos. En la mesa hay comida china, para dos, el tique es de anoche, no han
forzado la puerta ni las ventanas, en su agenda pone: Cena con Carlos.
—¿Anoche estuvo en casa de Adela?
—Sí, tenemos un caso en común.
—Claro, y prefiere quedarse con toda la comisión del caso.
—No, ¡somos compañeros! Además, tuve que irme por una emergencia,
estaba viva cuando me fui.
Llaman a la puerta.
—Detective, hemos encontrado huellas de Manuel Estrella, fichado; están
registrando su casa. Está aquí.
—Señor Estrella, ¿conocía a Adela?
—Salimos juntos.
—¿Dónde estuvo anoche?
— En casa, solo.
— Me parece que anoche la acechó y sacó sus propias conclusiones.
— Quiero un abogado.
85. AMPARO OLIVARES – EL HOMBRE DEL SOMBRERO NEGRO
Mi avión había llegado con retraso al JFK; estaba inquieta porque tenía
una importante reunión y el tiempo justo. Un único taxi amarillo se
encontraba ante la puerta del aeropuerto, y cuando fui a cogerlo, alguien me
dio un fuerte empujón y me tiró contra la pared. Una estilizada mujer de pelo
rubio, vestida con un abrigo de visón, me miró con desdén y se subió al taxi.
No me quedó otra opción que tomar el metro; todo el mundo en el vagón
estaba leyendo la Biblia, pero nadie levantó la vista para mirarme. Me bajé en
la estación de Lexington Avenue, un hombre con sombrero y abrigo negros
comenzó a seguirme, aceleré el paso y él también, vi una puerta al fondo, traté
de abrirla, pero estaba cerrada. De repente, una mano me agarró el hombro y
una voz me dijo: «Despierte, señora, el avión acaba de aterrizar».
86. ANA ANDRÉS – CORRE
El aire frío entraba y salía de sus pulmones en un breve y doloroso
recorrido mientras luchaba por no perder velocidad. Torció a la derecha,
hacia una calle más estrecha; sus frenéticos pasos lo delataron rompiendo el
silencio nocturno. Soltó un taco, se paró y miró hacia atrás, jadeante y
cubierto de sudor. Joder. Aún lo seguía, ¡maldita sea! Echó a correr de nuevo
con un gemido casi desesperado. ¿Por qué no lo dejaba en paz? ¿Qué quería
de él? Oía sus pisadas cada vez más cerca. Ah, no, no iba a cogerlo; fuera lo
que fuese lo que quería... ni hablar. Apretó el paso y consiguió perderlo de
vista entre varios callejones, hasta que llegó a una zona que conocía bien; sin
perder un segundo, subió unas escaleras de emergencia y con toda la
delicadeza que pudo cerró la puerta, resollando. Esperó. Y esperó. Al cabo de
unos minutos, por fin, se tranquilizó. Se movió en la oscuridad y encendió
una luz. La mirada aterrorizada de la chica, atada y amordazada a la mesa, le
hizo sonreír.
87. ANA CANALDA MOREU – CONEXIONES
Siguió caminando, cada vez más y más deprisa. Miró hacia atrás para ver
quién le seguía, mas todas las voces que retumbaban en su cabeza no parecían
provenir de ningún sitio. Por mucho que deseara parar, sabía que ellas no
querían, y no podía dejar de hacerles caso. Descubrió algo que le dejó
paralizada: no solo todas las voces eran la misma, sino que era su propia voz.
¿Cómo podía ser? Ella no estaba pensando esas cosas, o al menos no tenía
sensación de ello. ¿Puede alguien pensar tantas cosas contradictorias a la vez?
¿Y se puede a raíz de estos pensamientos, que son sentidos como ajenos,
experimentar sentimientos contrapuestos? Empezó a gritar, tratando de
liberar la presión que sentía en el pecho. Pero nada salía por su boca, algo
impedía que su voz se oyese. Su corazón empezó a latir cada vez más deprisa
y comenzó a ahogarse en un intento fallido de darle el oxígeno que necesitaba.
De pronto, su corazón se detuvo.
88. ANA CARREÑO – LO QUE LOS LIBROS ESCONDEN
Eran las diez de la mañana; la víctima, Marion Sanz, apareció atada de
pies y manos formando una cruz entre dos estanterías de la biblioteca pública.
La cubrían únicamente un saco y su propia sangre, consecuencia de las
múltiples incisiones que se observaban en sus arterias principales. Mi
compañero, el inspector Llanos, y yo observamos cada detalle durante un
rato, jamás habíamos visto un caso igual. Él, con una expresión de horror,
comentó:
—¿Qué clase de persona es capaz de hacer algo así y en un lugar tan
público como este?
—Debe tratarse de alguien extremadamente atrevido e inteligente, diría
que no es su primera vez —contesté.
—La policía científica no ha podido encontrar nada relevante, solo
huellas propias de una biblioteca, en los libros y estanterías. Será un caso
difícil de resolver si no aparecen más pruebas.
«Por supuesto, así será, hice un gran trabajo; jamás podrán atraparme».
89. ANA CORELL GONZÁLEZ – TIEMBLA EUROPA
Cada seis meses, desde hace treinta años, un grupo de ahora ancianas
mujeres se reúne en un hotel de montaña a las afueras de la ciudad de Vaduz.
Todas ellas, de distintas nacionalidades y religiones, han dedicado su vida al
Servicio de Inteligencia Europeo. En los últimos meses, tres de ellas han
fallecido. Por un indicio que hubiera pasado desapercibido a cualquiera, se
han disparado las alarmas entre las demás, y han comenzado a investigar al
temer por sus propias vidas. Saben que un enemigo común de épocas
anteriores las ha localizado y desea venganza. Louis, una de las veteranas, ha
citado junto a las demás a su sobrino, Michael Rick, colaborador de la policía
americana y escritor de éxito de novelas policiacas para desentrañar junto a
ellas, el misterio de sus vidas. Saldrá a la luz el secreto que esconden.
90. ANA CUESTA OCHOA – MONSTRUOS
Siempre he estado solo. Es lo que pasa cuando tu pasatiempo es
descuartizar gente. Hacerlo impunemente es muy sencillo, sobre todo si te
aprovechas de personas que usan internet para ser infieles a sus parejas, ya
que nunca dicen a dónde van. Es poético, satisfacer mis perversiones usando
gente que busca satisfacer las suyas. No soy más que un monstruo que se
alimenta de otros más débiles. Esta noche mi vida cambió. Mientras
desmontaba a una de mis visitas en mi cocina, se fue la luz, pero eso no me
detuvo, ya que veía bien. Pasada una hora, me sobresalté al ver entrar por la
ventana a un encapuchado, con la clara intención de robar. La luz volvió en ese
momento, y ambos nos vimos con claridad. Cuando ya casi esperaba tener
otra víctima que desmontar esta noche, me sorprendí al ver brillar sus ojos y
oírle decir: «¿Puedo unirme?».
91. ANA FERNÁNDEZ SORROCHE – EN BUSCA DEL ASESINO
El bombero Jon Carter falleció esta madrugada en el jardín de su casa;
su esposa Jane decide llamar a su amigo e inspector Carles. Cuando llegó el
inspector, vio a su amigo acuchillado y con síntomas de haber sido drogado.
Esta noche, Jon había realizado un evento en su casa para celebrar que había
sido ascendido en su destacamento. Todos sus compañeros fueron invitados a
la cena. ¿Quién es el asesino: su esposa, el compañero que esperaba el
ascenso, el director del catering, amante de la esposa, o la camarera
enamorada de su jefe?
92. ANA FRAN – TESTIGO PRESENCIAL
Me quedé quieto, sabía que no debía hacer ruido; mi instinto me llevó a
actuar así. Lo había visto todo y aún estaba jadeante, en estado de shock. Oí
cómo entraron en la casa, cómo silenciosamente se acercaron a la cama y
cómo le descerrajaron dos tiros mientras dormía. Me pareció atronador.
Tengo un oído muy agudo, me lo habían dicho muchas veces. ¿Qué pasará
ahora? ¿Qué hacer? ¿Huir, esperar; qué? No conocía mucho el barrio, solo la
zona habitual. Sabía que ahí fuera había muchos peligros, el suceso de hoy lo
confirmaba. Miré temeroso a mi alrededor, las salpicaduras de sangre lo
inundaban todo. De pronto, llegaron ellos, las sirenas me avisaron. Un
hombre se me acercó, inspiraba confianza y me acarició despacio.
—¡No tengas miedo! —me dijo—. ¿Qué me podrías tú contar? —me
preguntó.
Y con cautela, mirándole a los ojos, agaché las orejas y le lamí la mano.
93. ANA GALLEGO – ¿ALEX ASESINA?
Amanece en Nueva York. Alex se despierta aturdida en una habitación de
hotel, con las manos manchadas de sangre. Se lava y sale de la habitación,
pregunta al recepcionista del hotel si sabe algo sobre por qué ella está allí. La
reserva estaba a nombre de su mejor amiga de la universidad, pero sigue sin
entender cómo llegó allí. Toma un taxi para llegar al loft y que Richard la
ayude a entender qué ha pasado. Al llegar, él le da una mala noticia: su amiga
fue encontrada muerta en el mismo hotel donde ella se había despertado.
Llega la policía para preguntarle qué sabe de lo ocurrido; ella no sabe qué
decir. Encuentran un cuchillo con la sangre de su amiga y las huellas de Alex
y se convierte en la principal sospechosa. Rick pide ayuda a Kathy para
descubrir qué ha pasado realmente. Todo apunta a Alex, pero Rick se niega a
aceptarlo. Finalmente, descubre que el novio de la chica la había asesinado en
un ataque de celos, y después había intentando incriminar a Alex.
94. ANA GÓMEZ – SIN TÍTULO
Lágrimas caían por su cara. La había matado. En un ataque de furia, la
había estrangulado. Se arrodilló junto a ella.
—Perdón, perdón, perdón —decía entre lágrimas—; perdóname, mi
amor, yo te quiero, no te quería matar —seguía repitiendo.
La cogió en brazos, como si de una princesa se tratase, y la dejó
cuidadosamente en la cama. No dejaba de llorar. La miró con profundo
arrepentimiento y se dio cuenta de que tenía los ojos abiertos, se los cerró.
—Te quiero, mi amor —le susurró mientras la besaba por última vez—;
adiós.
Y sin mirar atrás, salió de allí, no podía más, no comprendía por qué lo
hizo. Se dirigió a su casa, empezó a beber y, vaso tras vaso, se emborrachó.
Se dirigió a la cocina, cogió un cuchillo y, repitiendo una vez tras otra que la
quería, acabó con su vida.
95. ANA GONZÁLEZ CARNEADO – FALSAS APARIENCIAS
Se celebraba la fiesta anual de recaudación de fondos en el emblemático
hotel Negal; asistían los altos cargos y vecinos más influyentes con sus
mejores galas e intenciones. Mientras estaban atentamente escuchando el
discurso, se oyó un grito estremecedor. El cuerpo de un hombre yacía en la
terraza. Inmediatamente, el jefe de seguridad, allí presente, se ocupó de la
situación. Nadie conocía al fallecido ni constaba entre los invitados. Tras
horas de registros y careos, todos empezaron a sospechar del que tenían al
lado, de sus amigos, con los que hacía unas horas compartían banquete entre
frívolas confidencias. A altas horas de la madrugada, cuando la situación se
empezaba a poner complicada por la desconfianza y enfrentamientos
generados, se abrieron las puertas; con recelos, todos salieron sin pronunciar
palabra. Fue un año más tarde en la misma cita, ante la sorpresa y atónita
mirada de todos, cuando el discurso lo pronunciaba aquel hombre
supuestamente asesinado por uno de ellos.
96. ANA GUERRERO ARJONILLA – RABIA
Sentado en suelo, la pegajosa suciedad que se había adherido a su ropa le
indicó la dejadez con la que se había tratado aquel lugar. Su mayor error fue
confiar en que se enfrentaban a una persona marcada por una infancia
desarraigada o repleta de abusos que pudieran justificar, de alguna retorcida
manera, la crueldad de la que había demostrado ser capaz. Pero aquel hombre
había crecido en un entorno feliz, fue su cerebro enfermo el que le
proporcionó la excusa para transformar su mundo en aquel horror de sangre
y éxtasis asesino en el que seis muchachos sufrieron en sus carnes la furia
enloquecida de un ser trastornado. Se palpó el costado. La bala no había
salido, se estaba desangrando. Se maldijo por no haber pedido refuerzos,
nadie sabía dónde estaba. Lo último que vio antes de abandonarse a la negrura
fue el rostro satisfecho del que le quitaba la vida. Rezó para que, de alguna
extraña forma, su alma quedara pegada a aquel monstruo para atormentarlo.
97. ANA HERNÁNDEZ – CONJETURAS
Después de volver del escenario del crimen, dejando allí al agente
Cooper interrogando al portero, quien aseguraba no haber visto nada, los
agentes Madison y Delco conjeturaban qué había sucedido, ya que no tenían
ninguna prueba convincente. El crimen no habría sido planeado. El asesino,
al cual la víctima le debería dinero, solo habría podido subir por la escalera de
incendios sin ser visto. Al llegar al despacho, se habrían enzarzado en una
acalorada discusión. Entonces, el asesino, en un ataque de ira, le habría
clavado una navaja y se habría ido. De repente, llegó el agente Cooper, y
antes de que ninguno de nuestros protagonistas pudiera explicarle lo que
habían deducido, aclaró:
—El portero ha confesado el asesinato.
Dicho esto, se marchó por donde había venido y dejó a los dos
compañeros sin palabras. La agente Madison rompió el silencio:
—¿El portero? Pero si nuestro razonamiento parecía perfecto.
—Sí —contestó el agente Delco—; qué pena que nada es lo que parece.
98. ANA LÓPEZ RACIONERO – MISERICORDIA
Ya no oyes nada. El dolor dejaste de sentirlo hace horas, pero el sonido
de tus huesos rotos y de los débiles latidos de tu corazón en tus oídos había
pasado a ser lo más molesto desde que cesó aquel. La incredulidad de que
pudiera estar pasándote eso a ti se había convertido en certeza, cuando, al
respirar en busca de aire, tus pulmones se llenaban de sangre. Dejaste de
luchar en aquel momento, pero yo te salvé del horror. Él provocó con su ira
y su cuchillo que sintieras tu cuerpo pegajoso y húmedo. El ambiente se
impregnó de olor a hierro mezclado con Aqua di Gio; esa fragancia que antes
adorabas se tornó en un repugnante hedor. Entonces, llegué, miré tus ojos
apagados, me reflejé en tus pupilas dilatadas y respondí a la petición que me
hacían. Así, me puse los guantes que me regalaste y apreté tu cuello hasta que
ambos pudimos oír cómo se quebraba tu hueso hioides. Calmé tu miedo y
ahora descansas en paz. ¿Verdad, mamá?
99. ANA LUCAS – HORROROSO CRIMEN
El disparo resonó en la casa. El cuerpo se desplomó, provocando un
golpe seco al tocar el suelo. La asesina se arrodilló ante él. En sus ojos, se
podía apreciar el orgullo y la satisfacción del horroroso crimen. Le acarició la
mejilla, aún caliente. Se paró a mirar sus ojos caramelo, sin vida, y aquel
terror que expresaban. En sus labios, se dibujó una sonrisa torcida. La
asesina cogió las grandes manos pálidas de él y observó cada uno de sus
dedos. Se levantó, caminó hasta la ventana abierta de la habitación y se giró.
Vio al hombre tirado en el suelo. Recordó sus anteriores asesinatos, las
similitudes de todos esos hombres. Su orgullo creció al pensar lo que sus
propias manos podían hacer. No sintió ningún tipo de remordimiento ni
culpabilidad. No pensó en la vida de la víctima. No pensó en el dolor de la
familia del joven, no pensó en nada. Finalmente, suspiró, se subió a la ventana
y saltó a la calle, desapareciendo en la oscura y fría noche, pensando en su
próximo asesinato.
100. ANA MOLINA GIL – ABISMO DE BIENVENIDA AL INFIERNO
Fría madrugada de octubre en Londres; la joven detective Blake sale de su
apartamento, con las manos en los bolsillos de su gabardina, mientras la
lluvia la azota con fuerza. Todo parece igual que siempre al llegar a la húmeda
estación de Underground, donde suele coger el metro en su trayecto a la
comisaría; salvo que hoy, hay dos cuerpos ensangrentados y sin vida
manchando el suelo de aquella ordinaria estación... Una nueva investigación,
una nueva pesadilla. Veinticuatro horas más tarde, la detective entra en la sala
para interrogar a la mayor sospechosa, Alycia Wilson, una hermosa mujer de
unos treinta años, ojos azules y pelirroja; sus miradas se cruzan, hay fuego en
ellas y Blake no puede dejar de pensar que la diferencia entre culpable e
inocente es tan ínfima como la de ángel y demonio..., el abismo de bienvenida
al infierno. Para resolver el caso, tendrá que permanecer en el precipicio, ver
las llamas y no quemarse.
101. ANA PASCUAL SOLA – JAQUE MATE
Y de nuevo, el último informe que apenas llevaba una semana en
comisaría se unió a la pila de casos sin resolver que guardaba el detective
Evans en el cajón de su despacho. Otro asesinato sucedido en extrañas
circunstancias y todo su trabajo se iría al garete. Solo le quedaba una
oportunidad para hacer jaque mate y no la iba a desaprovechar. El joven
detective amaba jugar al ajedrez y todavía no era consciente de que pronto se
enfrentaría a la partida más compleja de su vida. Un mes después, se
encontraba en un callejón sin salida, con el asesino a tiro. En ese instante, se
dio cuenta de que debía enfrentarse a una de las decisiones más difíciles de su
vida: disparar al hombre que había acabado con tantas vidas o simplemente
dejarle escapar. No podía seguir pensándolo, así que simplemente cerró los
ojos e hizo lo que tanto deseaba.
102. ANA PECHARROMÁN MUÑOZ – LOS AMORES DE HUGO
Había una mujer sentada en el suelo. Una cuerda de guitarra oprimía el
cuello del cadáver del tal Hugo. El vestido de encaje lleno de sangre y un gran
corte en los dedos de ella revelaban el forcejeo. Y ella... Solo recordaba estar
cenando en medio de una discusión tras descubrir que salía con otra mujer.
Buen móvil para un crimen pasional. María observó el salón: la cena fría, el
vestido echado a perder... Desde luego, no parecía premeditado.
—María, la sangre de la cuerda coincide con la de la mujer.
La criminóloga frunció el ceño.
—¿La cuerda...? Es un crimen impulsivo. No habría perdido tiempo
quitándole una cuerda a la guitarra... Algo no encaja.
La llamada la sobresaltó. Había dos cuerpos más en el piso de arriba.
Cuando llegó, sus compañeros ya habían hecho su trabajo. Observó una nota
en una de las bolsas: Soy una fulana, y mi marido, un asesino. Nos lo
merecemos. Te amo, Hugo.
Él murió en el acto. Ella, desangrada por cortarse las venas tras una
sobredosis de aspirinas.
103. ANA REYES – TÉ
La primera tos llegó tras el té, un delicioso té inglés que inundó la
habitación de un irresistible olor. Retumbó en el elegante salón
apropiadamente adornado, acompañada por un grito desgarrador que se vio
interrumpido por el desplome de varias personas. Caían como fichas de
dominó, una detrás de otra. Más gritos y más desplomes. Y carreras sin
sentido que acababan en llanto cuando se daban de bruces con la puerta
cerrada. La gente miraba a uno y otro lado con el terror instalado en la mente
mientras recordaban aquella invitación de remitente desconocido que les había
llevado hasta allí. Al final, no quedó nadie en pie, salvo un apuesto joven
vestido de un negro impoluto. Miró a su alrededor, se sentó en un sofá y se
bebió aquel té inglés que destilaba cierto olor a almendras amargas.
—Al fin y al cabo, el asesino siempre es el mayordomo, ¿no?
104. ANA RODRÍGUEZ – SIN MUERTO NO HAY ASESINATO
La llamaban Misty, por la niebla del perpetuo cigarrillo en sus labios. Su
nombre y origen eran un misterio sobre el que todos hablaban en la
comisaría norte. Incluso decían que bajo su vestido ajustado y sin mácula se
escondía una asesina implacable. Aquella madrugada fue diferente. Una
llamada avisó de un extraño suceso en un piso del centro. Sonidos metálicos,
luces de neón intermitentes y un grito desesperado de horror. Cuando la
policía llegó, Misty ya estaba allí. Su melena despeinada y el tacón roto de su
zapato decían que algo no iba bien. ¿Estaba implicada? No había sangre, ni
cuerpo vivo o muerto, solo desorden, la mesa del salón astillada y los ojos de
Misty ahogados en el humo de su cigarrillo. Mientras la interrogaban, tras
las cortinas se filtraban los primeros rayos de sol. Algo se había llevado al
joven que vivía en aquel apartamento y Misty lo había visto, pero nadie creía
su historia de hombrecillos verdes. El joven nunca apareció, y la verdad será
siempre una incógnita.
105. ANA RUIZ DE EGUILAZ LODOSA – LA ÚLTIMA CENA
Llaman a la puerta; son dos agentes de paisano, Alfredo los hace pasar.
Silvia salió a una cena de trabajo y lleva dos días sin dar señales de vida ni
responder al teléfono. En comisaría, localizan a sus compañeras, nadie sabe
nada de ninguna cena. María, su mejor amiga, comenta que hace tiempo que
no parecía ella, cree que se debe al chico nuevo, a Marcos. Los agentes se
personan en su domicilio. Llaman a su timbre, pero nadie contesta. Prueban
en la puerta del piso contiguo.
—Ayer me lo crucé saliendo con dos maletas. Alguien le esperaba en un
taxi.
Cuando los agentes preguntan a Alfredo si sabe de alguien llamado
Marcos, este se sobrecoge, busca en un álbum de fotos, lo gira y señala una
foto.
—¿Este Marcos?
—Sí, ese...
—Fue su primer novio.
106. ANA TORRES-ÁLVAREZ – EL GOLPE PERFECTO
Lo de Nicolás parecía el golpe perfecto. Llevaba muchos años en ese
aburrido trabajo de funcionario del departamento de recaudación, demasiado
tiempo libre para pensar en un plan y poder sacar un buen pellizco que
solucionara su vida. Todo estaba planificado hasta el más mínimo detalle y
salió a la perfección. Eso pensaba Nicolás hasta que, en la huida, vio por el
retrovisor de su coche que alguien le seguía. Hizo todo lo que pudo para
despistarle sin llamar la atención, aunque, sin éxito. Al final, no le quedó más
remedio que acelerar lo más que pudo y salir por la autovía. Finalmente, se
deshizo de su perseguidor, pero, desgraciadamente, Rafa terminó siendo
víctima de un fatal accidente. El hombre que siguió a Rafa volvió a su oficina
algo enojado porque no logró su objetivo: no pudo hacerle entrega a Nicolás
de la notificación en la que su tío Paco le nombraba heredero de toda su
fortuna.
107. ANA VIZCARRONDO SABATER – TODO SERÍA PERFECTO
Desde hace dos días, Julieta viene mucho a mi memoria. Recuerdo las
palabras que el autor puso en labios de Romeo: «Enséñame a olvidarme de
pensar». La gloria del artista, al fin y al cabo, es lo único inmortal en lo que
creo, pero no puedo dejar de pensar: «¿Seré capaz, tal vez, como hizo ella de
levantarme a tiempo?». Escucho los susurros quejumbrosos, adivino las caras
compungidas, los gestos de dolor y ya, agotado, no intento rebelarme con mi
suerte. No quiero que mis últimos minutos se pierdan en un pánico
incontrolable. Merezco esto, seguro, lo merezco... Si ni siquiera sé quién
habrá sido, de tantos enemigos que atesoro. Casi tantos como yo valgo en
oro, aunque en mi caso de poco vale ahora. Si antes de la última paletada se
disipase el efecto de la droga que me mantiene inmóvil, todo sería perfecto.
108. ANA BELÉN JIMÉNEZ ESTEBAN – ÚLTIMO ALIENTO
Corro sin parar, algo me persigue, no se ven nada más que ramas y
troncos caídos por el rugoso suelo; de repente, se empieza a escuchar una
ligera música de fondo; es el despertador, abro los ojos y observo la hora, las
siete de la mañana, me levanto, me tomo mi té y salgo a las frías calles de
Nueva York. Espero a Declan en la esquina de siempre, hoy se está
retrasando, miro el reloj, ya van diez minutos tarde, me canso de esperar y
comienzo a andar camino de la universidad. Me adentro en un callejón que
sirve de atajo, aquí hace más frío, noto algo detrás de mí, me doy la vuelta,
son solo unas hojas moviéndose por el aire; doblo la esquina del callejón y
ahogo un grito, algo me agarra por detrás y de repente estoy soñando, ya no
hace frío, nunca más lo hará.
109. ANA CAMILA RODRÍGUEZ PINTO – EL PUZLE
Al amanecer, el macabro espectáculo de un cuerpo masculino mutilado y
fijado a un mural cuales piezas de un puzle. Comienzan las investigaciones y
no hay rastro del autor. Clarissa, desde niña maniaco-depresiva, pues sus
padres fueron asesinados, coleccionaba fotos de homicidios con los que hacía
puzles; ahora, era periodista del telediario matutino; el día anterior al crimen,
entrevista a un psicólogo, un charlatán egocéntrico; de vuelta a casa, lo ve
adentrarse en su coche por una calle oscura y sola, lo sigue, baja del coche
con una niña, es un pedófilo; Clarissa, indignada, coge un hacha olvidada en
un rincón, mata al hombre, la niña huye, solo vio una sombra. Para encubrir
el crimen, decide trocear el cadáver y pegarlo a un mural; luego, borra sus
rastros de la escena, vuelve a casa, solo que ahora por una extraña razón su
corazón sentía tranquilidad, había encontrado su destino.
110. ANA CRISTINA BARNÉS – EXPERIENCIA
Todo en el lugar —la silla coja, la ventana abierta con restos de jabón y
el cubo con agua— indicaba que la llamada que los agentes habían recibido
trataba sobre una muerte accidental: una mujer que mientras limpiaba perdió
el equilibrio y se precipitó hacia la calle desde un séptimo piso.
—Ha sido un suicidio —declaró el agente Rubén Navarro. Había hecho
preguntas a los de la científica y realizó varias llamadas, una de ellas al forense
que se encontraba abajo con el cuerpo—. El detalle más revelador son las
zapatillas de la víctima perfectamente colocadas delante de la ventana; es algo
muy común en suicidas, sobre todo en mujeres. Tampoco se han encontrado
impresiones digitales en el cristal, así que no intentó agarrarse mientras se
caía. Ni se ha hallado ninguna esponja ni aquí ni cerca del cuerpo. ¿Con qué
limpiaba entonces? He llamado a los del seguro y su póliza no cubría el
suicidio. Imagino que la familia ha montado toda esta escena para cobrar el
dinero.
111. ANA ISABEL VARONA ESCOLAR – ENVIDIA
El grupo vuelve entre risas y gritos hacia las luces del pueblo. Otra
noche de fiesta. Ana ríe sonoramente casi con cada palabra de Mikel. Él es el
líder sin duda. Si bien es un niño aún, su comportamiento y actitud son de
hombre. Así le ven sus amigos. A su lado, Luis, amigo de Mikel desde
pequeño, pero últimamente muy distanciado. Todos habían notado que la
otrora admiración se había tornado en envidia. Si algo ansiaba Luis era la
forma en la que Ana miraba a Mikel. Al entrar en el pueblo, una pelea de otro
grupo rompe el momento. Mikel, Luis y los demás se meten a separar.
Conocen a aquellos chicos. La pelea queda en una escaramuza. Todos miran a
Mikel. «¿Qué pasa?», piensa él. De su estómago brota la sangre. ¿Quién le ha
hecho eso? Luis le mira y entre lágrimas le abraza y le pide perdón. Mikel,
malherido, suspira y se sienta. Lágrimas, nervios y un coche de la policía.
Luis se acerca al coche y con una mueca de malicia en su cara se entrega
diciendo: «Era cuestión de tiempo».
112. ANA MARÍA GÓMEZ ESPINOSA – MELODY
No veo nada. Todo está en silencio. No sé dónde estoy.
—¿Hay alguien? —digo, pero nadie me responde, salvo mi eco.
Siento como el miedo se va adueñando de mí, cada vez tengo más frío.
De repente, veo una luz brillante que me hace entrecerrar los ojos.
—Oh, ya estás despierta —dice una voz masculina—, has aguantado,
vaya.
Se acerca a mí, y yo intento moverme, pero me doy cuenta de que estoy
atada a una silla.
—No lo intentes, no servirá de nada —dice él.
—Déjame irme, por favor —respondo yo aterrada.
Empieza a reírse y me tapa la boca. Oigo pasos a lo lejos. Se ve que él
tampoco lo esperaba, porque mira hacia arriba desconcertado. De repente, me
coge en brazos y me sube a lo que parece ser un salón. Llaman a la puerta,
pero lo ignora.
—¡James Scott! —grita una voz femenina—. Abra, policía.
—Como digas algo, te encontraré y nunca más dirás nada —me susurra
antes de irse corriendo.
—Vamos a entrar —grita la mujer, y después de un golpe, la veo ante mí
—. Tranquila, Melody, todo ha pasado.
113. ANA MARÍA HERNÁNDEZ GARCÍA – LUNA DE SANGRE
La luna ensangrentada fue la luz de esa noche, y el grito, la voz del viento.
Nadia era el retrato de la herida nunca dicha, pero reflejada en la muerte de
ese día. Scott se convirtió en el amor perfecto de los sueños de la princesa
nunca coronada. Dilan se escondía en los rincones del palacio sin colmenas,
de donde salió porque la muerte acechó esa mañana. Anna, el cuerpo sin vida
que se postraba en el lecho del amor perfecto. Los cuatro en la misma
habitación, sin suspirar ni llorar. La tensión del ambiente, el enemigo perfecto
para la verdad del asesinato con arma blanca. El gemido delatador del asesino
puso a Dilan como el único sospechoso, y el viento en sus susurros reveló el
asesinato de las tres: «Dilan a sangre fría en el lecho del amor de princesas».
114. ANA MARÍA PERERA RODRÍGUEZ – SIN TÍTULO
Un muñeco yace sobre la cama. Su cuello ha sido cortado. La mujer
esculpe con delicadeza la singular sonrisa del nuevo juguete. La mano es el
martillo; el cuchillo, el cincel. Viste a su nuevo muñeco, devolviéndole su
aspecto intelectual. Limpia la escena del crimen y sale de la casa. El sol saldrá
de un momento a otro. Clarise está a punto de volver de trabajar. Al llegar,
encontrará a su querido muñeco apoyado en el cabecero, mirando sonriente
hacia ella. Dentro del hueco donde debía estar el corazón, hay una nota:
Nunca te perteneció.
115. ANA VANESSA BURGOS FERNÁNDEZ – ROMEO NO DEBE
MORIR
Grace, antes de ser asesinada, envió una carta a Rick, que desvelaba el
nombre del asesino en un simple poema cifrado*.
No comprendí el carácter de aquella persona.
Ira, rabia, dolor... es lo que de él me decepciona,
como a una hermana que no perdona.
Karma, karma te la devuelva en una sola.
Bobo que nada entendía.
Lacra, lacra era solo lo que me decía.
Amor era lo que yo sentía.
Intenté demostrar, pero no me lo agradecía.
Remordimiento, lo que me quedaría.
Rick supo el porqué de su asesinato: un amor no correspondido y, por
eso, en su poema le culpaba a él, solo que Rick, por una mínima prueba en su
poema —la palabra intenté—, vio que ella misma se mató y quiso culpar a
Nick Blair.
*Acrónimo del poema.
116. ANABEL PASQUÍN DURÁN – AMNESIA
Cogí el teléfono cuando llevaba cuatro o cinco tonos. Me desentumecí y
respondí, no sin antes limpiarme las manos de la sangre seca. No sé el tiempo
que estuve medio catatónica ni lo que había pasado, solo vi el cuerpo ese en el
suelo y deduje que se lo merecería. Traté de recordar la noche anterior y me
era imposible. Quien estuviese en el suelo era irreconocible, al menos para
mí. Me dolía la cabeza, mucho. No era resaca. No sé qué era, pero tengo
demasiadas adicciones como para reconocer los efectos de todas y cada una de
ellas. Ya limpiaré esto luego. Pediré ayuda, me deben favores. Colgué. Una
arcada seca salió de mi estómago. Era mi madre. La noche debió de ser muy
divertida si mi hermano no volvió a casa. Su pulsera la tenía el cuerpo ese; era
él. No podía haber sido yo. No a mi hermano.
117. ANABEL TAGLIAFERRO – EL ÚLTIMO BESO
Smith llevó el cuerpo de la mujer a la morgue, donde su esposo e hija
esperaban. La esposa y madre yacía sobre la mesa. Iba a empezar la autopsia.
El forense les informa de que tienen que marcharse. Su hija se tira encima y
llora; el marido se despide de lejos y da media vuelta para irse, pero ella dice:
—Papá, ¿no te vas a despedir de mamá como todos los días? ¿Por qué
hoy tendría que ser diferente?
Se acerca, duda, la mira, suelta una lágrima y sonríe tristemente. Se
inclina y da un beso a su esposa en los labios; cómo negarle algo a su
adorable hija. Sabía que debía haberlo hecho de otra manera y haber puesto la
tetrodotoxina en otro lugar y no en el pintalabios. Ya podía sentir el
cosquilleo de la parálisis en su boca. En pocos minutos, habría un segundo
cadáver en la morgue.
118. ANAYKA BRAÑA SÁNCHEZ – SOSPECHA EN ROJO
En un desolado páramo, encontraron a la víctima, otro día pegajoso en
Lead, aunque el sol ya estaba en el ocaso. Adam Bennett y Preston Harris
bajaron de su Ford Taurus al encuentro del forense.
—Mujer de raza blanca de unos veinte años de melena pelirroja. Presenta
un tatuaje en la muñeca con los números I:VIII.
Adam se acercó a la escena. El cuerpo de la chica estaba sentado, apoyado
en un árbol, con el pelo lleno de flores silvestres y vestida de blanco. Sus
manos, como en plegaria, se unían por ramas y por encima de su cabeza, una
nota: Lucifer amare Rubeum, filia proximus est, Alan Taylor.
—¿El pastor de nuestra iglesia? ¿Qué lazo los une?
—El simbolismo parece ser la pieza clave para resolverlo. La ha colocado
con delicadeza, pero le ha quitado la vida... Estamos ante un perturbado...
—O quiere que lo creamos...
119. ANDER LÓPEZ DE ABECHUCO MARTÍNEZ DE RITUERTO – LA
VIOLETA
La inspectora María investiga la aparición del cadáver de una mujer
sentada en un parque junto a su bicicleta. No hay huellas de violencia.
Aunque descubre una flor violeta en su oreja izquierda. Ayer encontraron a
un hombre muerto sentado al volante de su coche en un aparcamiento,
también sin rastro de violencia. Y con una flor violeta en su oreja. Entonces
recuerda que al hablar con su esposa vio una bicicleta igual en su casa.
Investigando descubre que las víctimas pertenecían al mismo club cicloturista.
Y hace menos de un año ambos se vieron envueltos en un atropello mortal a
una niña que jugaba en un parque. La niña murió en un jardín de violetas.
Exculparon a los ciclistas, pese a que no respetaron sus viales, ya que su
abogado logró culpar a la niña por no tener más cuidado. La inspectora habla
con el padre de la niña y descubre en su casa un terrario con varias ranas
venenosas del Amazonas; basta con tocar su piel para morir en segundos.
Finalmente, el padre admite los homicidios.
120. ANDER ORTEGA GUILLERNA – MISTERIO EN LA COCINA
Observó atentamente la escena del crimen. Caminó con sumo cuidado
para evitar alterar cualquier prueba; los rastros eran evidentes: el cuchillo, el
mantel manchado y descolocado, aquel plato roto en el cubo de la basura y la
cuerda colgada de la pared. Tras cruzar la cocina, pudo hacerse una idea de lo
que allí había acontecido y cómo habían intentado torpemente eliminar
cualquier prueba del delito. Tenía un sospechoso, pero no quería apresurarse
sin haber analizado todas las pruebas. Cogió el cuchillo y lo examinó
detenidamente. Analizó las manchas que había sobre el mantel. Fue entonces
cuando vio la prueba definitiva: una huella. La miró fijamente y la reconoció;
aquellos dedos solo podían ser de una persona. Se giró hacia la puerta y
señaló al culpable. La culpabilidad se hizo notable en él, la vergüenza tiñó su
cara y ella se sintió satisfecha por haber resuelto el caso del jamón
desaparecido.
121. ANDREA ÁNGEL ALZATE – TRAICIÓN
La alarma de su reloj pitó una vez. Era el momento de comenzar. Sofía
sabía que su hermano llegaría tarde y sus padres estarían dándole la espalda a
la puerta del salón, donde estaba preparada con un cuchillo gris, tan afilado
que cortaría las ramas de un árbol. Marcó, entró y pasó a su lado para darle
un beso en los labios. El cuchillo tomó por sorpresa a sus padres. El grito
que profirieron ambos la apuñaló también, como si fuera su cuello el que se
abría o como si su sangre fuera la que se derramaba. Cuando su hermano
llegó, toda muestra de dolor desapareció: golpeó su cabeza contra las
escaleras, con rabia. A través de las ventanas, se vislumbraron las luces que
impedirían que avanzaran. Marco parecía inquieto; Sofía creía que no
continuaría con su pacto, le rajó el vientre y vio la vida apagarse en sus ojos.
Ahora estaba sola y todos la habían traicionado, ya no podía avanzar. Solo
quedaba una cosa: lo último que vio antes de morir fueron sus manos
manchadas de sangre.
122. ANDREA ARIAS RODRÍGUEZ – CUESTE LO QUE CUESTE
Golpeo con los dedos el cuero del sillón. Ya viene. Y sé lo que busca.
No se lo pondré fácil. Hace rato que apagué todas las luces. Espero sentada,
mirando hacia la puerta. Preparada para el momento en el que aparezca. De
vez en cuando, la pantalla del móvil se ilumina sobre la mesita. Quiere que lo
deje, pero juré protegerle. Se lo debo. Y lo haré. Cueste lo que cueste. Oigo
pasos. Una fina línea blanca se cuela por debajo de la puerta. Desaparece unos
instantes, oculta tras una sombra, justo antes de que la puerta se abra con un
crujido. Camina despacio hacia mí.
—¿Lista para morir, detective? ¿O prefiere entregarle?
—Jamás. Disparamos a la vez.
El fogonazo ilumina el salón unos instantes, lo justo para verlo sonreír.
Un pinchazo agudo me atraviesa las costillas. Sobre la mesita, la pantalla del
móvil vuelve a iluminarse.
123. ANDREA DEL RÍO – AMORES QUE MATAN
Una adolescente, Nahiara, apareció muerta en la casa de su mejor amiga,
Alison. La causa de la muerte había sido por asfixia y tenía restos de
espermicida de un preservativo, por lo que había mantenido relaciones
sexuales o había sido violada. Los detectives tenían un sospechoso, Iván, la
reciente expareja de la víctima. Nahiara tomaba medicación para dormir. En la
autopsia se vio que las había mezclado con alcohol, lo que le produjo un
estado sedante. Por lo que pensaron que Iván, para vengarse, le dio alcohol
con su medicación para poder manejarla y matarla. Pero él había sido visto en
la calle en el momento del asesinato. Tras el registro del escenario,
encontraron el preservativo usado en el cuarto del hermano de Alison,
enamorado de Nahiara desde hacía años y siempre rechazado, por lo que la
emborrachó para beneficiársela. Al ver su estado tras tomar alcohol y haberse
acostado con ella a la fuerza, se asustó. Finalmente, el miedo a ser denunciado
por ella le llevó a asfixiarla.
124. ANDREA FERNÁNDEZ SUÁREZ – CUANDO LA FICCIÓN NUBLA
LA REALIDAD
La inspectora Amanda Warren aguardaba junto al mostrador de una
tienda de disfraces. Aquella mañana había encontrado dos cadáveres en una
sala de fiestas. La escena parecía sacada de la Boda Roja, una de los momentos
épicos de Canción de hielo y fuego©, la saga de George R. R. Martin. La
dependienta le explicó que la noche anterior habían celebrado una reunión
para fans de las novelas y que los cadáveres eran Margaret y John Kimber,
madre e hijo.
—Hace una hora me devolvieron un disfraz. Tenía manchas rojas, pero
pensé que no era nada —recordó la dependienta.
—¿Quién lo alquiló? —inquirió Amanda—.
—Jaime Parker.
Dos horas más tarde, Amanda tenía ante sí al culpable. No había duda
alguna. Las manchas del disfraz correspondían el ADN de John. Jaime
Parker, muy tranquilo, confesó el asesinato y alegó que simplemente había
saldado una deuda pendiente.
125. ANDREA GARRIDO MUÑOZ – COTIDIANEIDAD
«Se quedaron cortas las palabras y pasé a escribirte los silencios más
sinceros que pude inventar. Lástima que decidieras que ya no había más que
decir ni que escuchar. Las promesas de ayer esparcidas por el suelo junto a la
ropa sucia del día que te marchaste aún guardan celosas el recuerdo de tu
perfume favorito. Y entonces recuerdo tu voz recorriendo los pasillos
mientras cantabas borracho esa canción, nuestra canción, la que siempre
sonaba en la emisora de nuestras vidas. Y tu mirada, despeinada y pícara,
cómplice cada mañana en el espejo en el que ya no te reflejas. Amor, tus
sonrisas, las que un día fueron mías, siguen sobre la mesilla al lado del café
que siempre se enfriaba mientras hacíamos el amor... No voy a mentir, te
echo de menos, aunque ya siempre dolieras».
—Mi madre tenía esto entre las páginas de uno de sus libros...
—Hacer creer a uno mismo que no ha pasado es más fácil que aceptar la
realidad. Recoge sus cosas, hay que estar en prisión en una hora.
126. ANDREA MARTÍNEZ BUADES – SIN TÍTULO
Cara Bass, la famosa de moda, había sido asesinada una noche tranquila
en un callejón oscuro. Las manchas de sangre dejaban un pequeño rastro
hasta un contenedor donde encontraron el arma homicida. La policía buscó
huellas y cualquier prueba que descifrara al asesino, pero tan solo
encontraron las propias huellas de Bass. La investigación apuntaba a dos
sospechosos: su novio, Max, y su mejor amiga, Marga. Ambos habían
mandado cartas a la fallecida dos días antes de su muerte; ambos tenían
motivos para matarla. Cara había descubierto el romance entre su novio y su
mejor amiga, y ellos, a vista de los inspectores, habían actuado. Lo que
ningún detective logró descifrar es que la mismísima Cara Bass, a pesar de
tener una vida perfecta, se había enviado ella misma las cartas y había planeado
su muerte.
127. ANDREA PADRÓN VILLALBA – DESPECHO
Lo tocó. Frío. El cadáver llevaba allí un par de horas. Como siempre, iba
varios pasos por delante de ellos; de él. La policía llevaba tras su pista un
lustro y contaban con muy pocos indicios para el tiempo que le habían
dedicado a la investigación. Pero sabían que era la misma persona; una pauta
nunca cambiaba: mujeres jóvenes, pelirrojas, envenenadas y veintiuna
margaritas blancas en el pecho. Hacía tiempo que el detective Fernández se lo
había tomado como algo personal. Sabía que era una vendetta contra él.
Cuando el resto de compañeros abandonó el escenario, se tocó donde antes
solía llevar una alianza y no pudo resistirse a decir en voz alta:
—Ya, amor. Yo tampoco puedo olvidarme de las flores que te regalé en
nuestra primera cita, ni del brillo de su pelo cubriendo sus pechos cuando
nos encontraste juntos en la cama.
128. ANDREA SÁNCHEZ – BEYOND
No aguanto ni un minuto más la presión. ¿Cómo es posible que no
encontremos ninguna pista sobre el asesinato de Marsh Hell? Tengo a la
lluvia como mi única acompañante, siempre fiel a mí, siempre a mi lado.
Vuelvo al sótano de la casa de Marsh, pero nada, no encuentro nada, hasta
que minutos después encuentro una hoja llena de agua. ¿No te has sentido
ignorado? ¿No has visto llorar a tus amigos? Dime, hijo, ¿no te has sentido
muerto?
Mike Hell. No lo pensé mucho e inmediatamente llamé a mi compañero
Beriak; podría ser una trampa o podría no serlo. Le dije a Beriak que buscara
información sobre el padre de la víctima.
—Encontramos las huellas de Mike en el cuerpo de Marsh, Dana, pero
Mike Hell murió hace cuatro meses. Por lo que nos lleva a la incógnita, ya
que estamos seguros de que el asesino de Marsh es Mike.
Colgué.
—Entonces, ¿quién es el asesino?
¿Sabes, querida? Solo una pequeña línea que separa el mundo de los
vivos del de los muertos y estás a punto de conocerla.
129. ANDREA TEJERO – EL PAYASO DEL CUADRO
Un día, la madre de la pequeña Eva compró un peculiar cuadro con un
payaso. Eva, que es una niña curiosa, se acercó al cuadro y vio que el payaso
tenía la mano cerrada y la cara triste. No le dio importancia, así que se fue a
jugar. Al día siguiente, un grito despertó a la familia. Violeta, la hermana de
Eva, había aparecido asesinada en su cuarto. Nadie de la familia lo entendía.
¿Cómo podía haber sucedido algo así? Y lo peor de todo: ¿quién había sido?
El payaso mostraba un dedo. A la mañana, otro grito. Álvaro, su hermano
mayor, apareció también asesinado en su cuarto. El payaso mostraba otro
dedo. Una noche, Eva decidió esconderse en la habitación de sus padres; lo
que vio fue horrible. El payaso salía del cuadro y con un hacha los asesinaba.
Ella, asustada, empezó a gritar. Él la miró, se acercó, la acorraló y de una risa
y un hachazo, la mató. El payaso, esta vez, tenía una enorme sonrisa
mostrando los cinco dedos.
130. ANDREA VARGAS LOBÉ – ADRENALINA
Sobre la manta reposaban cuatro libros abiertos que indicaban que la
tarde había sido más que productiva. La noche era ya cerrada, pero el calor
era aún sofocante, o quizás era la adrenalina que sentía por reencontrarse con
él lo que acaloraba a Joy. Cuanto más se acercaba, con más claridad podía
vislumbrar lo que allí había. Los libros no eran lo único que descansaban
sobre la manta, unos rizos rojizos daban la pista de que había una mujer
dormida tras el duro trabajo. ¿O no estaba dormida? ¿Tenía los ojos
abiertos? ¿Había una mancha de sangre sobre las páginas de aquellos libros?
¿O era todo producto de su imaginación? Joy pasó de largo, no se detuvo a
comprobar si aquella mujer respiraba. Al fin y al cabo, tenía un cadáver que
enterrar y no podía perder más tiempo.
131. ANDREA VIRGOS – ¿ESPERANZA PERDIDA?
Fue en ese momento cuando me di cuenta de todo lo que perdí; ya no
había vuelta atrás; me metí en la boca del lobo y este cerró las fauces conmigo
en su interior; no debería haber visitado a esa mujer que decía ser mi madre;
desde que la vi, supe que estaba metida en un asunto mucho más grande del
que decía. Y ahora estoy aquí, sepultada en una pared, amordazada y sin
demasiadas expectativas de que me rescaten; solo espero que alguien encuentre
mi cuerpo e investigue todo aquello que yo no pude. Que sean capaz de
averiguar por qué mi madre biológica estaba en semejante lío y, con ello, que
la pueden sacar de él y pueda llevar una vida normal con esos niños que vi en
su casa; no quiero que ellos tengan que pasar lo mismo por lo que estoy
viviendo yo ahora. Aunque ella me abandonara, no les deseo nada malo, ya
que sin quererlo estaban metidos en este lío desde que nacieron. Solo
quiero... que sean... felices...
Se desvanece sin saber que al otro lado de la pared esta su salvador.
132. ANDRÉS GUTIÉRREZ HERNÁNDEZ – EL CADÁVER DE SANTA
CRUZ
La sombra escondida esperaba impaciente a que apareciera su cita. El
inspector Burke llegó al lugar del crimen en casa del mafioso Viccino, sin
creerse la versión oficial. Su compañero había muerto mientras destruía
pruebas que le incriminaban como el topo al que buscaban desde hacía
tiempo. ¡Imposible! Alguien lo había incriminado y asesinado. Con mucho
dolor analizó la escena, vio que su amigo había escrito una C con su sangre.
Él sabía qué significaba, era como una broma entre ambos; incluso muriendo
había identificado a un criminal. Una ira incontrolable comenzó a crecer en su
interior y salió en busca del asesino. Entró corriendo a la jefatura y el sonido
de un disparo hizo que presintiera el desenlace. Se hizo lugar entre los
agentes que se agolpaban delante de la oficina de su capitán, que se había
suicidado. Miró impotente; hubiese querido ser él el que apretase el gatillo.
Cansado y triste se dirigió al bar; el viejo truco de tomar whisky siempre
funcionaba para engañar al corazón.
133. ANDRÉS POLLIO – EL VIEJO TRUCO
Paloma tuvo que quemar casi toda su fuerza de voluntad en no aporrear
la mesa. Miraba incrédula a su hermano, mientras este contaba los
acontecimientos como si de una película se tratase. Ni un gesto o impresión
ante la historia del maltrato de un niño de nueve años, su abuso y finalmente
su muerte. Los cardenales, el golpe en la cabeza..., todo quedaba muy claro.
Hasta la sangre, encontrada cerca de la fuente donde se halló, clamaba la
culpabilidad de los padres. Al fin y al cabo, no tenían coartada, y el cadáver
fue encontrado muy cerca de la casa familiar. «El artículo se escribirá solo»,
pensó; un trabajo fácil, demasiado fácil tal vez. Las piezas encajaban, pero el
puzle resultante le sugería lo contrario. Su hermano era muy metódico, pero
se le podría haber pasado algo por alto. Paloma no estaba segura de si esto
era un producto de su razón o sus deseos. La noche se preveía larga.
134. ANDRÉS LLORENS GABALDÓN – ANTÍDOTO
Sonó el móvil de la inspectora Maya. Un secuestro en el hospital central.
Izan la puso al día. Álex Acosta, veintiocho años. Un celador vio cómo se lo
llevaban. Álex padecía corea de Huntigton, una enfermedad degenerativa, y se
sometía al FT37, un tratamiento experimental. Maya buscó al médico de Álex.
En el despacho del doctor, la enfermera le dijo que no sabían nada de él.
Maya llamó a la central para que lo buscaran. El doctor había usado su tarjeta
en el aeropuerto. Fue fácil localizarlo. Estaba con Álex. Maya encañonó al
doctor, e Izan lo arrestó. Todo cambió al oír al médico. Álex tenía tres
tumores. Al recibir la segunda dosis del FT37, desaparecieron. En un
tratamiento para una rara enfermedad, habían curado el cáncer. El doctor
explicó que una farmacéutica los seguía. Cuatro hombres corrían hacia ellos
con pistolas. Izan desenfundó y empezó un tiroteo. El doctor fue alcanzado.
Antes de morir, le contó a Maya su plan. Llegar a Ginebra, a la OMS. Maya
y Álex huyeron a salvar el mundo.
135. ANDRÉS OLLER DOMÍNGUEZ – CORBYN Y EL MISTERIOSO
ASESINO
Corbyn pertenecía a la Policía de Chicago. Llevaba tiempo ocupándose
de un caso complejo. Los capos locales de la droga estaban apareciendo
muertos en extrañas circunstancias, degollados con un arma tremendamente
cortante, y con una orquídea blanca sobre sus inertes labios, en un escenario
carente de pruebas. Evidentemente, eran ejecuciones selectivas. Cada vez que
tenía un sospechoso que intuía que limpiaba el mercado de competencia,
aparecía muerto en idénticas condiciones. La investigación dio un giro
inesperado. Se centró en la orquídea, concretamente una Cymbidium. Creía
que una persona tan meticulosa no la compraría, la cultivaría. Buscó en las
afueras casas con invernadero. Una llamó su atención. Se personó allí. El
dueño, comisario de policía retirado, se hallaba sentado en la puerta del
invernadero, con una sonrisa por mueca, ofreciendo sus muñecas sin oponer
resistencia. En activo no encontró forma de acabar con los delincuentes,
siendo un adorable jubilado, sí.
136. ANDRÉS PASTOR – ERAM QUOD ES, ERIS QUOD SUM
No podía evitar parpadear deprisa. Una rodilla, clavada en sus vértebras,
lo empujaba a seguir creyendo que debía quedarse quieto. Delante, un
cadáver le enseñaba una macabra sonrisa. Detrás, el nerviosismo lo apuntaba
con un arma. Él, por su parte, seguía temblando, y no era el golpe en su nuca
lo que lo provocaba. Olía a pólvora en el aire. Le secaba la garganta. Todo
tenía una explicación lógica, pero no cabía en su cabeza. El golpe le había
borrado la memoria; y las olvidadas justificaciones se habían roto al quebrar
un aliento. Lo único que se sabía era asesino. Le quemaba la mano donde aún
tenía sujeta el arma. En ese momento, la locura vino a hundirle; estaba en una
pesadilla donde la garganta no gritaba. Lanzó lejos su pistola. Cayeron sus
lágrimas. Seguía allí, bañado en sangre ajena, escuchando, a cada golpe de
reloj, la detonación que lo liberaba. Fuera de los malos, o de los buenos, solo
quería que la pistola rompiese el silencio en su nuca. Otra vida. Otra bala.
137. ÁNGEL ALONSO HERNÁNDEZ – EL CUARTO CERRADO
El sonido del disparo quebró el silencio. El detective entró en el cuarto
tras romper de una patada la cerradura que bloqueaba la puerta. Le invadió el
olor a pólvora y luego descubrió, en el centro, un cuerpo boca abajo. Nada
más. Echó un vistazo. Cuatro paredes oscuras le devolvieron la mirada.
Arrugó la frente al comprobar la ausencia de ventanas, respiraderos u otra
salida que no fuera la puerta. En el techo, el halo polvoriento de una bombilla
caída sobre la espalda del cadáver. Lo examinó. Alrededor de la cabeza, donde
el impacto de la bala había desgarrado la carne, un manto de sangre tomaba
forma. «Eres un tipo caprichoso», pensó. «Disfrutas con este juego». De
seguido sonrió: «Pero sé quién eres». El detective giró la cabeza y miró. Me
miró. Sentí que el brillo acusador de sus ojos atravesaban las palabras y se
clavaban en mis pupilas. Me había descubierto; por eso cerré el libro de
inmediato.
138. ÁNGEL BELTRÁN – VENGANZA
A pesar de ser verano, la noche era algo fría. Apenas había estrellas, y un
grillo escondido en alguna parte del jardín improvisaba una agradable banda
sonora. Nada hacía prever lo que podía suceder de un momento a otro.
Sentado en una silla de plástico verde, no podía dejar de mirarte. Justo
enfrente, tú también estabas sentada, con tu melena rozándote los hombros,
mirada tranquila y una 9 mm apuntándome.
139. ÁNGEL CANO GARCÍA – LA PERSECUCIÓN
Tenía el corazón acelerado y me empezaba a faltar el aire cuando vi como
ese cabrón giraba la esquina. Cuando llegué al cruce de calles, sujeté con las
dos manos la pistola y respiré hondo antes de asomarme con el arma en alto.
—Joder, Javi, aparta eso.
Mi compañero bajó el arma y pensé en lo cerca que había estado de
atraparlo y de quedarme sin cara. Nos comunicaron que habían acorralado al
sospechoso en un edificio de oficinas y que algunos civiles habían quedado
atrapados, así que nos dirigimos allí y nos preparamos para entrar. Mientras
repasábamos el plan, rememoré todos los pasos que habíamos dado para
atrapar al peor asesino en serie de la última década. En cuanto nos dieron luz
verde, entramos y fuimos sacando a todos los civiles hasta llegar a la
habitación en la que el objetivo se encontraba y, tras comprobar que no tenía
intención de entregarse, derribamos la puerta y lo abatimos. No noté que me
había alcanzado hasta que me di cuenta de que todos me miraban.
140. ÁNGEL LÓPEZ CAJA – LOS TALONES SOBRE EL SUELO
Raixa había terminado de comprar, y se fue a buscar a su hija cuando
llegó un individuo de metro ochenta y la apuñaló en la pierna. Su hija
Alexandra salió corriendo y lo molió a patadas y a puñetazos hasta que lo
mató. Fue a buscar a su madre y le hizo un torniquete; pidió ayuda. Y acudió
un chico, el cual llamó a la Policía Nacional y se llevaron a su madre al
hospital. Ella aseguró que había sido en defensa propia.
141. ÁNGEL MORALES – LA JUSTICIA DEL TALÓN
Al agente del FBI Jerry Corrigan y su compañero Al se les asignó un
caso de secuestro de un niño de siete años, hijo de un cirujano. La única pista
que tenían era un vídeo de un hombre aparentemente cojo con el talón del
zapato izquierdo reformado para poder caminar recto. Con la ayuda de uno
de los analistas del FBI, pudieron localizar al zapatero que modificó el zapato
y así obtuvieron una dirección. No encontraron nada que pudieran usar. Al
cuestionar al médico una vez más, pudieron deducir, por su fichero, que
estaría en el desguace de vagones del metro, pues trabajaba allí. El niño fue
rescatado ileso y, en la confrontación, el sujeto fue herido en el talón del pie
derecho. Esto se puede describir como justicia poética pues ahora, quizás,
podrá caminar recto.
142. ÁNGEL REDRUELLO ALCALDE – BAJO LAS SOMBRAS
Caían las primeras sombras sobre el puente Don Luis I, que une Oporto
con Vilanova de Gaia. Una mujer lo recorría con pasos presurosos, mientras
contemplaba a su pesar la masa oscura en que se había convertido. Oyendo
pasos detrás de ella, y sintiendo un escalofrío y una angustia irrefrenables,
aceleró el ritmo. Su respiración se volvió jadeante, entrecortada por
momentos. Mientras, casi corriendo, giró instintivamente su cabeza,
distinguiendo una silueta enorme detrás de ella. En ese mismo momento, la
luna llena se abrió paso entre las densas nubes, y un reflejo brillante se
proyectó desde la sombra. ¡Horror! Un gigante con una mueca monstruosa
que deformaba aún más su cara mantenía sujeto un cuchillo de grandes
dimensiones. Ella se giró aterida de miedo y corrió como poseída por una
fuerza sobrenatural.
¡Ring! Sonó un reloj, y ella se despertó envuelta en un sudor frío.
«¡Dios!», pensó, y, arrullándose en el edredón, intentó dormir de nuevo.
143. ÁNGEL RODRÍGUEZ SUÁREZ – CRIPTOBIOSIS
«Raúl Arjona, famoso asesino en los ochenta, muere en la cárcel tras una
larga enfermedad». Esta noticia en la prensa llamó la atención del excomisario
Gálvez, pues él mismo había llevado aquella investigación. Un juicio
mediático cargado de presiones políticas hizo que pruebas circunstanciales
sirvieran para conseguir una condena rápida y dudosa. Ni en su detención ni
durante el proceso, Arjona intentó defenderse, no pronunció palabra, parecía
sumido en un profundo letargo. Investigador y profesor frustrado, intentaba
crear su propio campus macabro «coleccionando» estudiantes. «Arjona
dispuso le fuera entregado esto al día siguiente de su muerte», dijo su
abogado mientras le entregaba un sobre en la puerta de su casa; en él, Gálvez
solo encontró dos palabras: PHYLUM TARDIGRADA. Al introducir estos
términos en Google, el desconcierto aumentó. Todo cobró un extraño
sentido tres días después; los periódicos abrían con el siguiente titular:
«Asesinada estudiante de Bioquímicas».
144. ÁNGEL SÁNCHEZ CARBONERO – SIN TÍTULO
El cuerpo desnudo de Marcus Wine yacía sin vida encima del equipo de
aire acondicionado del 2º; en la ventana del 5º, cristales rotos indicaban
dónde ocurrieron los hechos. En la habitación del hotel registrada a nombre
de Sonia Andrew, novia de Taylor Lewis, se encontraron varias pruebas que
indicaban que ese era el lugar en que sucedió todo. Rápidamente, dieron con
el señor Lewis, quien confiesa el asesinato y cuenta que le dieron un chivatazo
en que decían que su pareja se «veía» con otro y la dirección. Al llegar allí y
ver al amante desnudo, lo golpeo preso de la ira tirándolo accidentalmente
por la ventana, pero juraba no saber el paradero de su novia, a quien no había
visto desde aquella mañana. Caso resuelto, pensaban, pero cuando vieron que
en los antecedentes del cadáver figuraban entre otros el abuso a una menor
llamada Sonia Andrew y viendo que esta había desaparecido...
145. ÁNGEL VIDAL T. – INFORME FORENSE: FALTABAN VIDAS
El dinero que Richard quería dejar a su exfamilia nunca llegó. Durante el
atraco, disparó sin previo aviso a los policías; la única superviviente, aún muy
malherida, devolvió los tiros. Informe forense: las balas fueron más rápidas
que el cáncer. ¿Por qué entonces tanta sangre? Alberto podría decirlo. Pero
Alberto hace mucho que se colgó en su casa, incapaz de compartir su ruina
con su familia. Informe forense: el cuello no soportó el peso de tanta
angustia. También Carlos podría contarlo. Había cruzado el charco hacía
muchos años, buscándose la vida en América. Luego, con todas sus
expectativas más que superadas, volvió a su tierra, a compartir esa nueva vida
con sus vecinos. Pero un día su gran empresa quebró, y Carlos se quebró
con ella. Informe forense: allá en su interior, su corazón se rindió. Cuando
un gigante cae, todo tiembla a su alrededor. El efecto dominó derrumbó las
vidas que habían querido construir. ¿Quién sabe cuántos más caerán?
146. ÁNGELA LIROLA FORNIELES – LA SALA DE INTERROGATORIOS
El sonido de la nueva máquina de café la devolvía a la realidad y la
apartaba de sus pensamientos, que le habían mantenido alejada del mundo
real durante unos segundos. Había sido una noche larga, no había dormido
nada y había perdido la cuenta del número de cafés que había tomado. Llevaba
mucho tiempo esperando esto, pero, por muchos años a sus espaldas como
detective, todos sus casos y experiencias no le ayudaban en este momento para
afrontar lo que se le venía encima. Estaba nerviosa, ansiosa por saber la
verdad, fatigada por la larga noche, pero estaba segura. Se sentía bien. A su
novio de toda la vida lo habían matado en su último año de universidad
delante de sus narices. Eso le había dejado huella para siempre. Y ni
psicólogos ni medicamentos le satisfarían tanto como tener al asesino del
amor de su vida en su gloriosa sala de interrogatorios.
147. ÁNGELES VALCARCE – LA ESCENA
Él estaba perdido. Buscaba su mirada pidiendo ayuda, no podía hablar.
¡Qué extraño! Rick abraza a Kathy. Jones llora. Todos le miran, pero no le
hacen caso. Buscan algo. ¿Por qué el inspector Rosi le estaba rodeando con
tiza? Parece que el cielo también llora. ¿Qué dice Kevin? ¿A quién han
disparado? Sigue sin poder hablar. ¿Por qué está en el suelo? El CSI Roberts
le quita una, dos, tres fotos. ¡Menudo momento! ¡Qué inoportuno! Es la
escena de un crimen.
148. ANGY ROGO – FIN DEL VUELO
Ginger examinó el cadáver. El bello cisne había dejado de volar. Lewis
entró en el teatro y al verla entendió por qué seguía haciendo esto a diario. Se
centró en la bailarina y vio dos pequeñas letras pintadas con su sangre en el
pecho: M. F. Interrogaron por ello a Madison Fay, enemiga declarada por
haberle arrebatado el puesto de primera bailarina. Tuvo coartada. Y a
Meredith Frank, directora del ballet y mentora de Madison, quien
permanecía impertérrita ante lo sucedido. Tuvo coartada también. Fueron a
ver a su profesor. Este respondía entre lágrimas a las preguntas de Ginger.
Lewis, entretanto, observaba detalladamente cuando de repente se detuvo ante
una foto de ellos y lo supo: Mine Forever, ponía. El profesor enamorado
había sufrido su rechazo y ello le llevó a acabar con su vida. La pasión había
cortado las alas del cisne. Entonces, Ginger le miró y le besó. Su caso más
misterioso y oculto de los últimos tiempos se había resuelto también.
149. ANNA CANALDA – FRÍA VENGANZA
Las 5:30 a. m.; recibo un whatsapp. Al abrirlo, me doy cuenta de que no
conozco al remitente, sorprendiéndome el contenido: Lee las esquelas de hoy.
Cuando salgo de casa, recojo el correo de la puerta y por mero interés voy a
la página de las esquelas, donde solo hay una con mi nombre: John Carter
Donovan, descansa en paz. «¿Qué clase de broma macabra es esta?», me
pregunto. Sin dudarlo, llamo al periódico, donde una recepcionista con voz
chillona me informa de que seguramente habré sido víctima de una broma de
mal gusto y que ellos no tienen nada que ver. Entonces, caí en la cuenta de
que aquella noche tenía la partida con los chicos y seguramente habrían sido
ellos con sus bromas. Al anochecer, durante la partida, comenté que se habían
pasado, pero me sorprendió su reacción de «somos inocentes». Horas
después, salí con el bolsillo lleno de dinero. Caminando bajo la lluvia, no me
doy cuenta y caigo en un agujero; desde lo alto veo una cara, es mi secretaria:
—Te dije que te mataría, violador de mierda.
Oscuridad total.
150. ANNA FUSTÉ – EN LA PARED
El cuerpo de Sam yacía apuntando a la pared del callejón.
—Murió cerca de las 2 a. m. por asfixia con este pañuelo.
—Debemos agujerear la pared.
—Es una estupidez.
—La pared nos llevará al asesino.
Detrás de un ladrillo, encontraron la foto de un grupo de encapuchados.
—Son de la cofradía de San Jorge, como los símbolos del pañuelo. —
También encontraron un cheque—. Quien le mató quizá buscaba esto.
Entre las personas de la cofradía, había dos relacionados con la víctima.
Su hermano y un exconvicto, Jon.
Jon y Sam habían cruzado muchas llamadas recientemente.
—Dice que no conoce de nada a Sam, pero se ha puesto blanco cuando
hemos mencionado las llamadas. ¿De dónde sacaría Sam el dinero? ¿Drogas?
—Al inspeccionar el piso de Jon, encontraron una bolsa de droga y una
libreta con los nombres de los camellos bajo su mando. Sam ente ellos.
—Él me debía dinero y no me lo quiso devolver —confesó Jon—.
Estaba dispuesto a hacerle un préstamo, pero me la jugó y me dijo que lo
dejaba. No iba a aceptar ambas cosas.
151. ANNA GRAU CARBONELL – SIN TÍTULO
Estaba trabajando en la librería-café del pueblo, como todas las tardes,
cuando, de repente, entró un chico apresurado y empapado. Me llamó la
atención su pelo rubio, que contrastaba con su vestimenta: iba de negro de los
pies a la cabeza. No le había visto antes, lo cual era extraño, ya que no
solemos tener nuevos clientes. Fuera llovía a cántaros, así que supuse que
simplemente buscaba cobijo hasta que amainara un poco. Después de
pedirme un capuchino, fue a coger un libro y se sentó en uno de los grandes
sillones esmeralda que tenemos. No sé por qué, pero algo en él me intrigaba
y a su vez me asustaba. Observé sus movimientos; a primera vista, parecía
alguien seguro de sí mismo, pero cuando me fijé bien, vi que estaba algo
nervioso y agitado. Desviaba la vista del libro a la calle cada cinco minutos.
¿Quién es este chico? ¿Por qué no le he visto nunca en este diminuto pueblo?
Supongo que notó que le estaba observando y fijó la vista en mí. Su mirada
era fría y penetrante; me estremecí.
152. ANNA PORCEL – SIN TÍTULO
Entramos a la fuerza en la nave y nos damos de bruces con hileras e
hileras de bonsáis de todas clases.
—¡No os acerquéis! —grita Mark nervioso, con un detonador en la
mano—. ¡No os acerquéis o quemo la nave!
—Mark, tranquilízate —le espetó apuntándolo con el arma—. Suelta a
Charles y a Jane. Podemos ayudarte.
—No, ¡no podéis! Ya casi lo tengo. ¡Y no podéis frenarme! —grita,
fuera de sí.
—Hermano —le pide Charles—, déjalo. Por mucho que hayas
modificado genéticamente estos bonsáis, no existe cura alguna para la
enfermedad de Anna. La vida a veces es cruel...
—¡¡Cállate!! —le interrumpe—. ¡Tú no sabes nada! La quiero a ella. Ella
es lista —señala a Jane con el dedo tembloroso—. ¡¡Ella sabe...!!
Un disparo.
—¡Oficial Max! —Me giro hacia él rápidamente. Y mientras Mark cae al
suelo, todo se vuelve del color del fuego...
153. ANNA SILVA – MENSAJES EN LA NOCHE
Me despierta un sueño extraño, donde aparece mi hermana y
completamente asustada me grita que debo despertarme, que él viene a por mí
y debo huir. Me levanto y me dirijo al baño, donde me mojo la cara con el
pánico latiendo en mis venas. ¿Qué significa ese sueño, qué hace mi hermana
allí, quién podría venir a por mí y por qué? Intento volver a dormirme, pero
cada vez que cierro los ojos allí está ella, diciéndome que debo huir, que
alguien viene, y sus gritos cada vez son más fuertes. Desisto y decido ir a la
cocina a buscar algo de beber mientras pongo la televisión para distraerme.
Me estoy quedando dormida en el sofá cuando vuelvo a soñar con ella, pero
sus palabras cambian. «¡Ya está aquí!», me grita justo cuando siento como
unas frías manos rodean mi cuello.
—Primero una hermana y luego otra. Espero que tú luches más que ella.
154. ANNABEL NAVARRO – LA HABITACIÓN DEL PÁNICO
Cuando despertó, le dolía la cabeza; al tratar de incorporarse, se percató
de que había dormido en el suelo. La escasa luz que se colaba por una rendija
cercana al techo apenas le permitía orientarse. Comenzó a palpar su cuerpo en
busca de heridas; pero, a excepción de un bulto en la nuca, todo parecía ir
bien. Extendió los brazos a su alrededor en busca de una pared que le sirviera
de referencia, pero el mero intento de desplazarse unos pasos le obligó a
sentarse de inmediato antes de caer en redondo. Inspiró y espiró con calma
tratando de que su cuerpo volviera a la normalidad. Debía tratar de recordar
sus últimos pasos; aunque no conseguía hallar una explicación. Un fogonazo
de luz iluminó la habitación, cegándolo; y una voz ronca se dispuso a darle
una respuesta:
—¡Tío, menuda despedida de soltero! Pero ¿qué haces durmiendo en mi
garaje?
155. ANNY ZORRILLA PAZ – OBSERVADO
El público, horrorizado; un caballero, estrangulado y con ojos extraídos;
la policía, desconcertada. Este asesino ya había acabado con quince vidas.
Siempre el mismo modus operandi: asesinaba mujeres y hombres de edades
de entre veinte y treinta años, estrangulándolos con una cuerda trenzada de
nailon y luego les sacaba los ojos. Eso dio que pensar; el sujeto podría ser un
hombre de entre veinticinco y treinta años, con conocimientos médicos,
puesto que las incisiones que realizaba en la zona ocular eran perfectas. La
policía no estaba cerca de encontrar el asesino; por otro lado, en la morgue, el
doctor Fred no se imaginaba lo cerca que tenía al asesino, de que él mismo
estaba instruyendo a esa mente perturbada y con ansias de ser observado; no
se imaginaba que el ayudante Parrish era otro, de que cuando perdía el
conocimiento, otra mente ocupaba su cuerpo, siendo ese el verdadero asesino,
el que necesitaba con ansias ser observado.
156. ANTINIO BAJUSTA – SIN TÍTULO
Leí una vez que una bala de 7,62 mm disparada a una cierta distancia, que
pasara a unos milímetros de tu cabeza, la reventaría por causa del efecto de
diferencia de presión hidrodinámica. Al parecer, la bala al desplazarse crea un
vacío alto que contrasta con la presión que ejercen los líquidos del cerebro
hacia fuera de este. Esto me dejó bastante perplejo. Es decir, ¿que te pueden
matar de un tiro sin acertarte? En un momento, comprendí la utilidad de los
cascos de los militares (que no paran las balas), sino que sirven, entre otras
cosas, para evitar este efecto, así como para proteger la cabeza de los restos de
metralla tras las explosiones. La bala no variará su trayectoria, puesto que lo
único que podría hacer que la variara es el efecto de la gravitación, que, fuera
de entornos relativistas y con esa diferencia de masas, es despreciable.
157. ANTONI GUASCH – ASESINATO EN LA PRISIÓN
Es asesinado el jefe de una banda en una prisión estatal por su banda
rival. El grupo del jefe asesinado pide a la teniente Kathy y a su marido, el
escritor Rick, que investiguen dicho asesinato. La teniente Kathy y los
detectives Javier y Kevin se ven envueltos en un complot organizado por el
senador Draker para terminar con la vida de la teniente Kathy, pero Rick, con
su ingenio, atando conversaciones de otros reclusos y un guardián corrupto
de la prisión descubre la trama. En el tiroteo, muere el senador Draker y el
guardián, y hieren al inspector Javier, que está a punto de casarse con la
médico forense.
158. ANTONI LOZANO RABANEDA – ATRACO AL BANCO
Se disponían a entrar en el banco cuando les asaltó. La administrativa
ahogó un grito al ver la pistola, y el interventor, fruto de los nervios, no atinó
con las llaves, por lo que tuvo que ser él quien abriera la puerta. La sucursal
es pequeña: ellos son todo el personal de la oficina. El ladrón, por la
seguridad y sangre fría con la que actuó, les pareció experto y desenvuelto.
Conocía las medidas de seguridad y sabía a qué hora se abría la caja fuerte.
Ignoraban todavía la cantidad sustraída, pero sin duda sería importante, pues
los primeros días de cada mes aumentaban las reservas de efectivo en
previsión del incremento de reintegros. Tras prestar declaración, se
despidieron de los dos inspectores. Quedaron en pasar por comisaría, una
vez recuperados del susto y realizado el inventario de lo sustraído, para
completar la denuncia y tratar de identificar al agresor. Respiraron aliviados.
Solo les quedaba deshacerse del cadáver del atracador y repartirse el dinero.
159. ANTONIA TORRES TORRES – SIN TÍTULO
En medio del caos, ella sigue en calma. Por el recuerdo del que no pudo
salvar. Por los ojos grises del hombre que le grita, amenazando con disparar,
por la desesperación de las últimas semanas, por ella. Normalmente, una
detective de Homicidios no interviene en un caso de secuestro, pero este en
particular es especial, no es el primero, conoce al padre. Conoce el pueblo,
tan suyo, tan lejano. «Suelta ese arma. No tienes por qué hacerlo»; su voz no
tiembla, sus ojos azules no se apartan del niño. «¡He dicho que te apartes,
zorra, juro que le mataré!»; esas palabras la activan, no va a permitirlo, alza la
vista, no tiembla, dispara. Un tiro limpio, letal. Está muerto, el chico a salvo,
pero el fuego la atraviesa, abrasador. Dejando oscuridad a su paso, falta aire,
tiempo para una sola pregunta: ¿Quién ha disparado si el secuestrador está en
el suelo?
160. ANTONIO ASENCIO PARRALO – DESTINOS ENFRENTADOS
El trabajo le ha traído de vuelta. De pequeño, éramos uña y carne, pero
él se fue y yo me quedé aquí. Hemos pasado mucho tiempo separados, pero
ahora él ha vuelto, y le he preparado algo para darle la bienvenida. Cuando
nos vimos esta mañana, parecía muy interesado, aunque me dijo que no podía
entretenerse, ya que el trabajo no le dejaba mucho tiempo.
—Llegas tarde.
—El papeleo. Dime, ¿qué me has preparado?
—Estos preciosos juguetes. —No entendí su expresión, no estaba
contento—. ¿No te gustan? Podemos ir a por otras...
—¡Por favor, suéltanos!
—¡Cállate!
El cosquilleo de mi mano producido al pegar a la chica me llenó de
emoción.
—¿Qué has hecho? —me preguntó mientras me apuntaba con su arma.
Las esposas dañaban mis muñecas, no podía entender cómo mi amigo de
la infancia, mi hermano, había acabado con mi juego favorito, al que llevaba
tres años jugando. Crecimos convenciéndonos de que la familia era lo
primero, no puedo entender cómo ha podido anteponer su profesión de poli.
161. ANTONIO CARO – SE ARMÓ LA GORDA
Laura vivía en el barrio de Liesten y apareció muerta con dos anillos
como pendientes. No había pruebas, ADN o algo que permitiera investigar
su muerte. Casualmente, Rick escuchó una conversación entre dos policías
del barrio: hablaban del valor de los pendientes en una cara. Siguió a los
policías y descubrió que un mensajero llegaba a casa de uno de ellos con un
pedido de aretes. Avisó a su compañera y entraron en la casa del policía sin
orden judicial. Encontraron un auténtico museo dedicado a pendientes del
mundo y un diploma de certificación de estudios de forjador de metales. Uno
de los polis les descubrió mientras estaban dentro de la casa e hirió
gravemente a Rick. Una policía joven se ofreció a hacer de señuelo para cazar
a los polis. Uno de ellos se la llevó a su casa y, cuando iba a apuñalar a la
voluntaria, aparecieron Rick y el resto del equipo. Y...
162. ANTONIO CASANOVA – EL ACCIDENTE DE RICK
Kathy estaba desesperada. Rick seguía en el hospital. Dos costillas rotas
y varias contusiones por todo el cuerpo. Ya había recobrado el conocimiento,
pero seguía sin querer hablar de lo que había sucedido. El escritor había
aparecido inconsciente en el interior de un coche estrellado contra una farola.
Junto a él, en el asiento del copiloto, un chico joven, que seguía en coma. En
el asiento de atrás, un paquete con heroína. Entraron Kevin y Javier.
—Kathy, es sobre el chico misterioso... —empezó Kevin.
—El que apareció junto a Rick —continuó Javier.
—Verás —metió cuña Kevin—, como está en coma, no sabemos su
identidad, y parece estar mezclado en un asunto de drogas; el juez nos
autorizó a realizar una prueba de ADN.
—Sí, ya... ¿tenemos un nombre? —preguntó Kathy con ansiedad.
—Un nombre no, pero sí un apellido —añadió Kevin, prorrogando el
dar una respuesta definitiva.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Kathy.
Fue Javier el que zanjó el asunto:
—Es hijo de Rick.
163. ANTONIO CORNEJO RODRÍGUEZ – PAPÁ
La observó mientras dormía ajena a todo y luego se acercó lentamente.
Una vez a su lado, le acarició la cara casi con cariño, lo que hizo que se
despertara. La miró a los ojos y, conteniendo las lágrimas, agarró con firmeza
aquel joven cuello y comenzó a apretar. Ella intentó chillar sin éxito mientras
pataleaba y lanzaba arañazos al aire. Sus ojos desorbitados suplicaban
clemencia a aquel rostro por ella tan conocido. El agresor sintió en sus
manos cómo controlaba aquella vida que se deshacía entre sus dedos
mortíferos y apretó aún más. Unas lágrimas escaparon de los ojos de la
víctima y, después de un último intento de lucha por sobrevivir, quedó
exánime. Cuando todo acabó, le colocó los brazos en cruz sobre el pecho
mientras rodaban por sus mejillas las lágrimas de la culpabilidad. La besó en
la frente por última vez, le susurró «lo siento» y se marchó, dejándola
tumbada y sin vida. ¿Quién era aquel hombre y por qué buscaba el perdón de
su propia víctima?
164. ANTONIO GUIJARRO VIUDEZ – DESALOJO FORZOSO
Mike entró en la iglesia hacia su lugar de trabajo. Mientras caminaba
hacia la sala donde daba sus clases de artes marciales, escuchó un disparo,
exagerado por el eco producido entre las enormes paredes de la iglesia. Sin
preocuparse del posible riesgo que podría repercutir sobre él, corrió hacia el
lugar donde su intuición le decía que se podía haber producido dicho acto. Al
llegar, se encontró con el cadáver de María, una de las ayudantes de cocina,
tirada en el suelo del despacho del párroco, por lo que tras comprobar que
María estaba muerta llamó a emergencias. Mientras la policía estaba en
camino, aparecieron el párroco, el sacristán y los demás ayudantes de cocina.
Cuando llegaron, se quedaron estupefactos. Tras unos minutos de espera,
apareció la primera patrulla policial, que acordonó el lugar y llamó al Cuerpo
de Homicidios para que llevase a cabo la investigación.
165. ANTONIO MARTÍN MARTÍNEZ – ERA, POL Y EL MISTERIO DEL
ASCENSOR
Era, una apasionada de las historias de intriga y suspense, acudió a Pol,
un escritor famoso por su sentido innato para descubrir nuevos talentos; no
salían de su asombro cuando, durante su corta pero intensa conversación
sobre alguna serie de intriga que ambos seguían apasionadamente, un
hombre de aspecto desaliñado se les acercó y con voz cortada les espeto:
«¿Quién me ha encerrado en el ascensor?». Pol, estupefacto, miró a Era y,
encogiéndose de hombros, le comentó a aquel hombre que en el edificio no
hubo nunca ningún ascensor. El hombre, enfadado, los invitó a salir, y los
tres anduvieron hasta el final del pasillo; efectivamente, no había ascensor,
solo un intenso olor a azufre que Era no dudo en asociar a algún hecho
demoniaco. Después de varios minutos de incertidumbre, Pol les invitó a
pasar otra vez a su despacho. Al hombre, quien dijo llamarse Arcadio, se le
pusieron los ojos como platos al oír un sonido inequívoco de un ascensor.
Pol y Era temblaron, no entendían de dónde provenía.
166. ANTONIO MEJÍAS PASTOR – EN ESENCIA
El comisario bajó la vista.
—Es decir —concluyó dirigiéndose al detective Gómez—, que el
asesino entró, se tomó un whisky con la víctima y, tras eso, descerrajó dos
tiros a Amador, cogió su vaso y se largó sin dejar más rastros que la marca
de la bebida sobre la mesa. ¿Es eso?
—En esencia, sí —admitió el detective.
—Entonces, no hay nada que pueda llevarnos al culpable.
—En esencia, no —volvió a repetir Gómez.
—Y no tiene nada que ver que tanto usted como yo sepamos que
Amador era un hijo de puta que había asesinado a su mujer, que lo había
planeado concienzudamente y que se había librado por falta de pruebas, ¿no?
—En esencia... —Sonrió el detective sin terminar la frase. El comisario
cerró los ojos y pareció resignarse.
—Será imposible encontrar al culpable.
Gómez asintió y, en un gesto instintivo, llevó la mano a su arma, la
misma que había visto Amador antes de morir y la misma que, sin haber
funcionado la legalidad, había hecho justicia; en esencia.
167. ANTONIO MOLINES – SIN TÍTULO
El asesino era el mayordomo, no había otra explicación posible..., pero
no le gustaban los clichés... debía hacer algo, ¿pero el qué? ¿Hacer que se
suicidara un multimillonario sin problemas aparentes? Tendría que empezar
de cero, volver a escribir toda la historia y plantearla de otra forma. Mañana
lo haría. Se va a dormir y, pese a que es temprano y ha tomado un café, está
muy cansado... Alguien entra, busca algo y se va. Suena el teléfono, nadie
contesta, el escritor continúa en la cama, durmiendo profundamente. Llaman a
la puerta con insistencia, pero sin conseguir despertarlo. Los policías están
investigando quién pudo ser el que disparó al escritor, pues presentaba
heridas de bala en el pecho hechas a poca distancia; la hora de la muerte era
alrededor de las 5 p. m., por lo que habría luz suficiente, pero había dos
heridas. El arma homicida la encontraron en un basurero cercano; las huellas
medio borradas se correspondían con un escritor de menos talento conocido
del muerto.
168. ANTONIO MOLLEJAS CERDÁ – CUANDO TODO LO VES SIN
VER NADA
Ariadna estaba sentada en el bordillo, observando como todo había
quedado destruido. Ese meteorito arrasó con todo, ya no quedaba nadie. De
pronto, un ruido. Una carcajada de un niño. «No es posible», piensa ella; sin
embargo, cuando se gira, contempla un niño de unos tres años. Él se
aproxima a ella, sin dejar de reír. Ella lo mira extrañada y de pronto él se
pone serio y, sin previo aviso, la abraza. Ella le corresponde y los dos juntos
salen a la calle. Para el asombro de Ariadna, la calle estaba repleta de gente,
pero eso no podía ser. Ella estuvo presente cuando ocurrió el accidente que
acabó con todos y con todo. Sin embargo, allí estaba, viendo la calle repleta
de niños jugando como si nada hubiese pasado. Rápidamente, suelta al niño y
entra corriendo a su casa, eso no podía ser cierto, se lava la cara, y vuelve a
salir. Ya no había nadie, no había niños. Entonces comprendió que se estaba
volviendo loca con largos intervalos de terrible cordura.
169. ANTONIO OSUNA B. – OTRA NOCHE MÁS
Escuchó el ruido de la cerradura y corrió a esconderse bajo la cama.
Otra vez, otra noche más, su padre llegaba borracho. No soportaba el olor
que emanaba, no soportaba su miserable presencia.
—¡Hijo! —Era mejor salir. Con miedo y entre polvo se dirigió al salón
con ganas de que esta vez fuera más rápido, más directo—. Siéntate a mi lado
—su hedor era repugnante, le sentó sobre sus piernas y le abrazó—. Hijo,
cuéntame qué tal te ha ido el día, cuéntame qué aprendiste en la escuela,
cuéntame si hoy te enamoraste para poder ayudarte en tu vida y que no acabes
despreciándola como hago yo. —Otra noche más, otra noche.
170. ANTONIO PÉREZ OMISTER – EL ENIGMA JFK
Para conmemorar el cincuenta aniversario del asesinato del presidente
John F. Kennedy en Dallas, una emisora de radio local emite un programa
especial de participación ciudadana titulado: «¿Dónde estabas tú cuando
asesinaron al presidente Kennedy?». El programa pretende que las personas
que lo deseen puedan compartir sus recuerdos de aquel día con la audiencia.
Sobre las 12:30, coincidiendo con la hora del magnicidio, se recibe la llamada
de alguien que asegura ser el hombre que asesinó al presidente Kennedy.
Tras reponerse de su sorpresa inicial, el locutor le dice al oyente:
—Señor, sin duda se trata de una broma macabra. Todos los escolares
de América saben que Lee Harvey Oswald, el hombre que disparó al
presidente, fue asesinado dos días después de su detención por un exaltado.
—Lo sé —responde el misterioso comunicante—. Pero yo no soy
Oswald, evidentemente. ¡Soy el hombre que asesinó al presidente Kennedy!
171. ANTONIO RUIZ ANDREU – SOSPECHOSO PARA TODOS
Allí estaba de nuevo. Llevaban cinco días vigilando aquel moderno
edificio supuestamente habitado por una célula terrorista islámica y, como
todas las madrugadas, el gigante encapuchado había aparecido. A las tres.
Como cada noche. Fumando. Caminando sospechosamente despacio. Bajo la
espesa niebla y en la penumbra de las escasas farolas. La figura de más de
metro noventa, resguardado con la capucha y bamboleándose lentamente, le
daba un aspecto siniestro entre los árboles que adornaban la calle. Cate cogió
el micro.
—Atención, Toby, tiene que salir. Inmediatamente.
El detective salió del portal sosteniendo la correa del can en dirección a
aquel misterioso ser por la acera opuesta. Quizá su mujer no le deja fum...
¡Bang! Un disparó rompió el silencio nocturno.
—¿Qué ha pasado? ¿Estás bien? —preguntó la capitana.
—Creo que sí. ¿Qué ha sido eso?
El detective levantó la mirada. El espectro encapuchado había detenido el
paso y su mano se apoyaba ahora en el tronco de un árbol. Se desplomó.
172. ANTONIO JESÚS MORALES RENDÓN – UNA GRIS MAÑANA DE
ABRIL
Cuando el dorado pomo, que inamovible permanecía expectante del
peculiar espectáculo que aquella gris mañana de martes se le había ofrecido,
comenzó a girar, ya era demasiado tarde. En su brillante lacado, desgastado
en la parte superior por las manos firmes y rudas que día a día lo habían
hecho dar vueltas y vueltas, se había reflejado unos instantes antes la danza del
asesinato. En aquel pasillo, al que solo entraba luz por el ventanuco que
comunicaba con el patio, se había mojado la plata del cuchillo de cortar las
verduras con un rojo poco habitual para él, quedando marcadas a la vez las
paredes sobre las que la dama inocente había ido a caer, realizando un dibujo
mortal con el pincel del amante celoso que aquel día de abril su venganza
había conseguido redimir. Y yo, un pequeño roedor, que sin pena ni gloria
vivía entre los armarios de la cocina, fui, además del pomo, único oyente del
comienzo de aquel caso, cuya resolución volvía de nuevo a ser: ¡fue el
mayordomo!
173. ANUSKA MOSQUERA CORRAL – MI PULSERA
Yo siempre la había odiado, por su ignorancia y por ser tan guapa, pero
sobre todo por haberme quitado lo que más quería. Aquel día, simplemente
sucedió. Ella estaba allí, sentada en una roca al borde del mar. Se notaba que
estaba disfrutando del agua que las olas salpicaban en su cara una y otra vez.
Se la veía feliz. Fue muy fácil al principio, no tuve ni que pensarlo,
simplemente me acerqué en silencio por detrás y la empujé. Cuando miré
hacia abajo, apenas estaba a un metro de distancia. Sangraba y gemía. Quise
ayudarla, no sé por qué. Le di la mano y ella se sujetó fuerte a mi muñeca
derecha, donde llevaba la pulsera. La siguiente ola llegó y tiró de ella. La
arrastró con mi pulsera. Las vi hundirse rápidamente. ¡Se había llevado
también la segunda cosa que más quería! ¡Se merecía hundirse en lo profundo
y no volver a salir! Tres días después, mi pulsera apareció en la puerta de mi
casa en la mano de un inspector de policía. Sin duda, era mía; papá me la
había regalado al nacer ella.
174. ARACELI CARAVACA – EL CUADRO
Nunca me he sentido tan pequeña en una habitación como hasta ahora,
creando una situación de tensiones comparable a los abrazos efusivos que me
daba una de las tías de mi madre, la cual había visto veces contadas, pero que
había marcado mi vida. Aun estando en esta situación, incomprensible para
mí, pienso en ella como una mujer débil, con mirada triste, que te hace pensar
que su color había aparecido por las lágrimas retenidas haciéndolos más
cristalinos con la edad. Sorprendentemente, había muerto hacia unos meses, a
los ochenta y un años. La pobre murió como había vivido, sola, entre pinceles
y pinturas, y por ello había llegado a esto. La mujer de abrazos fuertes y
mirada asquerosamente triste, después de su muerte, me había dejado un
cuadro. Y es que, cuando la vi la primera vez, nunca pensé que acabaríamos
así, pero ella sí. Y ahora miro el cuadro, donde una pequeña yo besa la frente
de esa asquerosa vieja mientras arranco sus asquerosos ojos, tal y como había
hecho meses atrás.
175. ARAITZ CLARAMUNT OREGI – NADIE
Eran cinco los asesinos, pero ninguno fue arrestado. Suicidio.
176. ARANTXA ÁLVAREZ – OSCURIDAD
Un silencio atronador. Cojo mi arma, sin dudar que puedo perecer.
Parece imposible que no fueran más de dos años los que habían pasado desde
que le entregaron aquella carpeta por primera vez. El caso que cambió su vida
y que nunca debía cerrarse. ¿Fue un error? ¿Podría convencerme de que la
atrocidad que se produjo nunca tuvo lugar? ¿Lo que hice? Todo había sido
relegado a no más que recuerdos enterrados en mi cabeza. Al igual que todo
rastro de huella, quedaron borrados con la tormenta y nunca nadie se había
acercado a la verdad de aquella noche. Mi verdad. Hasta aquel día que, café en
mano, vislumbré esa misma carpeta sobre mi mesa. Un nuevo caso como
otros tantos y a su vez como ninguno al que me había enfrentado. El mío. No
puedo arriesgarme, no ahora. Y por eso he acabado aquí, antes de que la
investigación siga su curso y desentierre mis secretos, tan bien guardados
hasta ahora. No, no lo hará. Oscuridad. Un silencio atronador. Una sombra.
Un ruido. Un disparo.
177. ARELIS GUARAMATO DÍAZ – EL ESLABÓN PERDIDO
Mientras ella hablaba por teléfono, él supone dos cosas: que las mujeres
han evolucionado más rápido en la especie humana por la destreza de hacer
mil cosas a la vez o que la conversación era tan aburrida y sin sentido que
podía dedicar tiempo a pintarse las uñas. «Un día como cualquier otro»,
pensaba, todavía con las dos tazas de café y el cigarrillo humeante en la mano,
esperando a que ella descolgara el teléfono y dedicara un minuto a sonreír y a
preguntar por sus lentes extraviadas para leer el periódico del día anterior. En
esa fracción de segundo, viene a su memoria el caso de la persona
desaparecida; se sospechaba que era víctima de un crimen. Imaginariamente,
recorre la escena y observa los objetos examinados: sin huellas dactilares, ni
restos humanos para comprobar el ADN. Se da cuenta de que en su bolsillo
izquierdo había olvidado una prueba. Un bostezo largo y contundente de ella
le hace despertar del sueño matutino y darse cuenta de lo ocurrido.
178. ARIADNA PEINADO – LA PROMESA
—«¡Morirás a mis manos, maldito bastardo!». ¿Te acuerdas, no? Lo
soltaste en nuestra segunda cita, cuando te tiré un cubo de agua encima.
Luego te dije que te quería, te besé y lo olvidaste todo —me dijo él tras
escupir sangre.
Estaba atado a una silla y su mirada era irónica. Sonreía, pero la
situación no tenía gracia.
—No quiero hacer esto —le dije llorando; me temblaban las manos,
pero debía seguir golpeándole con el bate. A cada grito suyo, mi interior se
rompía un poco más.
—O yo o tu hermana. Lógicamente, me has de matar a mí. No me
importa dar la vida por ti.
—¿¡Por qué han secuestrado a mi hermana?! —grité histérica.
—Acaba ya, por favor. —Me miró suplicante—. Te amaré siempre, mi
vida.
—Y yo a ti. —Rompí el bate contra su cráneo con un gesto seco y caí
llorando junto al cuerpo inerte del amor de mi vida.
179. ARIADNA VICENS MIRA – EL ABRECARTAS
Un hombre apareció asesinado con un abrecartas clavado en el pecho, en
correos. Descubrieron que era de Oslo. Los policías buscaron información
sobre él, pero no encontraban nada que lo relacionara con el país. Pocos días
después, se volvió a cometer otro asesinato, con un abrecartas clavado, pero
de una mujer que era del lugar. De nuevo, se pusieron a investigar y no
encontraban nada que tuviera algo que ver con el otro hombre o con correos.
Consiguieron citar a su hija. Ella les dijo que sospechaba que su madre tenía
un amante. La hija dijo que su madre se escribía con un hombre que no era
del país, y, que hacía poco, se había divorciado de su padre. Ella pensaba que
su padre lo había descubierto. —
¿De qué trabaja tu padre? —preguntaron los oficiales.
—De cartero.
Se dieron cuenta de que el asesino era el marido de la mujer, que mató al
remitente y al destinatario de las cartas. El abrecartas que le clavó a su mujer
era con el que ella abría las cartas de su amante.
180. ARLEX ALZATE – UNA OBRA MAESTRA
—Lleva el caballete y la paleta con pinceles de trabajo al jardín, que por la
tarde vendrá la modelo —dijo el pintor a su jardinero.
La mañana del 8 de octubre llaman al inspector Octavio García,
informándole de un asesinato en casa del pintor Simón Cortés. En el lugar de
los hechos, García y su compañero Dylan Sánchez encuentran al jardinero
junto al cadáver; sus manos ensangrentadas parecían culparle. Félix dice que al
empezar su jornada encontró al pintor en el suelo con un pincel clavado en la
tráquea. Los inspectores en su investigación acuden a las agencias de modelos,
con el lienzo del pintor en la que aparecía una chica. En una de las agencias,
una tal Sofía Tobalos coincidía con el perfil de la chica del lienzo. Los
policías, al llegar a la casa de Tobalos, la interrogan y deducen que estos se
conocieron en la academia donde tuvieron una relación tormentosa. Cortés
plagió la nueva técnica de Sofía, patentándola como propia, alcanzando la fama
mientras Sofia quedaba arruinada.
181. ARNAU LÓPEZ SOLA – JACK EL DISPARADOR
Todo empieza una tarde de sábado cualquiera, cuando la gente hacía sus
cosas. Como ir a tomar un café, ir al cine a ver una película... Un sábado
cualquiera. Pero lo que no sabía la gente es que se estaba a punto de cometer
un asesinato... ¡Pum! Se oyó un disparo y luego silencio. Un silencio de
pánico; de aquellos que parece que nunca pasan. Al cabo de unos segundos,
se oyó un grito, y al lado un cadáver. Más tarde, apareció el forense Ken. No
era un forense cualquiera, era el mejor forense de los cincuenta estados, una
especie de Sherlock del siglo XXI. Ken, una vez en la escena del crimen,
averiguó que se hizo el disparo desde la azotea del hotel Richmore, un hotel
un tanto para ricos. Allí encontraron un rifle Barret y una bala disparada en el
suelo... Se llevaron el rifle al laboratorio, pero nada, el asesino había
desaparecido de tal manera que parecía que ese rifle se hubiera disparado
solo. Cerraron el caso descontentos y con una familia destrozada...
182. ARTURO OTEGUI MALO – AFICIONADOS
En la tintorería, la plancha parecía una enorme concha. Sonó la
campanilla de la puerta y la joven cogió la corbata —con dos manchas rojizas
— que le tendían:
—Hola, Fernanda, a ver si esta vez también aciertas.
Ella sonrió.
—Pero, bueno, don José, a su edad... ¿Kétchup?
Él aplaudió impresionado:
—Ya ves, guapa, mi nieto. Eres mejor que los CSI de la tele.
Al rato, apareció doña Inés con un vestido azul eléctrico, y un círculo
más oscuro a la altura del pecho.
—Buenos días, doña Inés. ¿Es vino?
—Del más tinto que hay, hija, Sangre de Toro.
Estaba a punto de cerrar cuando un hombre muy elegante entró y
extendió una camisa sobre el mostrador. En el puño, dos pequeñas lágrimas
de color rojo destacaban como rubíes sobre la nieve. Fernanda trató de
impresionar a su nuevo cliente:
—Esto es sangre, ¿eh?
Él enarcó una ceja y asintió con gesto de apreciación. Fernanda no logró
mover ni un músculo mientras el visitante cerraba la puerta con llave y bajaba
las persianas muy despacio.
183. AURORA NOGUERAS SÁEZ – JAMÁS SE SABRÁ
Se lavó las manos, dejando que el agua las purificara. Se las secó
suavemente y salió, cuidando de que todo estuviera como había planeado: el
cadáver descansando en la cocina. Bajó las escaleras de la entrada, cruzando la
calle para tomar el café que tanto necesitaba por las mañanas. Eligió una de las
mesas cercanas a la ventana y observó la casa de la que acababa de salir. Miró
el reloj, esperando a que la aguja llegara a su destino. Tres. Dos. Uno. La
casa explotó, trozos de madera y cristal volando por todas partes, envuelta en
un mar de llamas. Sorbió su café sonriendo, ajeno al caos a su alrededor. La
verdad jamás se sabría.
184. AURORA ROSAS – EL ASESINATO DE MALENA
Se escucha una música de fondo, que indica que el parque de atracciones
ha abierto. Una niña sola llama la atención de la gente, un pequeño de ojos
azules se acerca para preguntarle si está bien. Cuando ve la sangre, grita
llamando a sus padres, la niña está muerta. La detective Dindurra es la que
lleva el caso. Ya se han recogido todas las pruebas y ya se ha hecho la
autopsia, ha muerto desangrada a causa de tener la carótida seccionada; por la
profundidad y el ángulo del corte, se puede estimar que el asesino es un
hombre de entre 1,80 y 1,90 de altura. En una papelera cercana a donde se
encontró el cuerpo, se ha encontrado un cuchillo ensangrentado que contenía
una huella parcial. Dicha huella coincidió con la del padre de Malena; la
descripción coincidía con la que dijo el forense. Él es el asesino.
185. AUXI ESTOQUERA – ASESINO POSICIÓN FETA
Una mujer en un parque en posición fetal; de repente, una pareja
paseando la ve y se asusta. Llaman a la policía y, cuando llegan, aún está viva,
de milagro, ha sido violada, estrangulada y apuñalada, pero sigue viviendo a
pesar de todo, hace poco rato que fue abandonada en el parque. Llaman a la
científica y a crímenes especiales y la llevan al hospital más cercano, donde
intentan que sobreviva a tanta crueldad marcada en su cuerpo. Marc y Reny se
ocupan del caso y tendrán que averiguar quién es la mujer y quién es el
agresor y posible asesino, ya que ella está muy grave y no saben si
sobrevivirá. Muestran su foto en los periódicos y en la tele y así logran saber
quién es, se llama Sabrina. Finalmente, no supera la agresión y muere; y
ahora han de coger al asesino, ¿quién será? Ha dejado fluidos corporales y
por ahí empiezan a buscar; dan con él, es ya un violador reincidente, le dan
caza y le meten en prisión, lo llevan a juicio y lo condenan a cadena perpetua.
186. AUXILIADORA LÓPEZ PÉREZ DE GRACIA – BRILLANTE Y
DORADO
Unos dicen que el puente Pulteney fue el lugar escogido para su suicidio;
otros afirman que solo se trataba de una estratagema creada por el asesino.
Por desgracia, ninguna de las dos teorías fue cotejada por la policía. El
motivo: la falta de cadáver. Ni un pelo, ni un pañuelo, ni siquiera un pequeño
rastro de sangre se halló en la zona, a excepción de un reloj dorado con la
esfera de cristal rasgada y las iniciales del desaparecido. Nada, esa es la única
palabra que hoy en día describe este caso. Pese a que haya quien alegue que
hubo dos personas más con aquel caballero, una joven dama y su cochero.
Pero, si a alguien interrogas dentro del pueblo, jamás conocerás otra versión
que la del joven imposible. Transmitida de generación en generación como
un incesante murmullo que no desea abandonar la pequeña ciudad de Bath.
187. AZUCENA MARCOS GARCÍA – HOMBRE MUERTO NO HABLA
Doce eran ya las víctimas. Aparecían desnudas, degolladas y sin lengua.
Al lado de los cuerpos, escrita con su propia sangre, se leía siempre la misma
frase: Home morto non fala. En esta tierra plagada de supersticiones y
leyendas, la gente murmuraba: «Pepa A Loba ha vuelto. Busca justicia y los
condenados pagarán su deuda». Pero los casos no se resolverían persiguiendo
quimeras y tenía que investigar. Llegué hasta una pequeña ermita, edificada en
lo alto de una colina. En su interior, encontré al ermitaño que la custodiaba.
Esperaba que me diera alguna pista.
—Soy el inspector Santos e investigo los asesinatos del lugar. ¿Ha visto
algún forastero por los alrededores últimamente?
—«Y mi lengua hablará de tu justicia y de tu alabanza todo el día».
Salmos 35:28 —contestó fríamente.
Saqué la pistola y apunté al anciano. Que los cadáveres aparecieran sin
lengua permanecía bajo secreto de sumario.
188. BARBARA ALOS SUERO – LA NOVATA AGENTE KELLY
Aquel día, Kelly no imaginaba que la visita a casa de su hermana sería el
día que lo cambiaría todo. Hacía días ya que no la visitaba; como novata en la
policía de LA, tenía poco tiempo libre. Al momento de llegar, notó algo raro,
esas fotos mal colocadas en la estantería; siguió hasta llegar a la cocina, donde
encontró el cuerpo sin vida de su hermana. Sintió como se venía abajo su
mundo, pero, como policía, aunque novata, sabía que tenía que buscar
pruebas, tenía buenos maestros, así que fue al primer sitio que llamó su
atención, la estantería. Llamó a su jefe, el teniente Clarks, sus años de
experiencia le ayudarían mucho; buscaron en toda la casa, sobre todo en esa
estantería. Cuál fue su sorpresa cuando hallan una huella parcial; nunca
imaginaría quién era el dueño de esa huella. El hombre más buscado por la
policía había cometido un error, una huella parcial, y ella, aún una novata,
conseguiría atrapar al despiadado asesino en serie, conocido como el Ángel,
por cómo posicionaba a sus víctimas.
189. BÁRBARA HERMIDA CARRERA – LAS LÁGRIMAS DE UN
ASESINO
El capitán Hudson no recordaba cuántas horas llevaba en aquel coche
patrulla cuando el 13-44 le sacó de la monotonía; homicidio en el 21 de
Salem Street. Respondió al aviso, pero fue Sam Hudson quien llegó a aquella
dirección. El camino de migajas rubíes le condujo hasta la mujer, su esposa,
que le esperaba tendida en el suelo cubierto de escarcha carmesí. Las lágrimas
del esposo cayeron sobre el escenario del crimen. Sin pretenderlo, se vio
reflejado en aquellos ojos inertes, y su reflejo le devolvió la mirada; una
mirada llena de lujuria, satisfacción y locura. Abrazó aquel cuerpo frío,
sintiendo que aquellos brazos ya no devolverían sus abrazos. Pero una parte
de él sintió placer al saberse su dueño, su verdugo; sintió el poder de separar
el alma de la cáscara a la que aún sostenía. Solo entonces, el capitán Hudson
conoció a Sam Hudson. Los detectives escoltaron a su capitán; aquel que
lloraba por haberla perdido, sintiendo al criminal sonreír ante el recuerdo de
la sangre caliente.
190. BEA HERVÉS ESTÉVEZ – INTRUSA
Hacía meses que Alberto había tirado la toalla, pero una luz se encendió
cuando volvieron los recuerdos de sus sueños. Disfrutaba anotando lo
máximo posible al despertar y releyéndolo cada noche, aunque esos
borradores inconexos estuvieran tan lejos de convertirse en su segundo libro.
Pero la rutina impuesta por sus sueños se convirtió en pesadilla la mañana en
la que Alberto abrió la libreta para escribir y observó una letra que no era la
suya. Tras varios segundos sin reaccionar, el pánico se apoderó de él. Ni se
parecía a su letra. No la había visto nunca. «Yo no escribí esto», se repetía,
descubriendo que esa letra intrusa cubría más de una página. Se levantó a
mojarse la cara, mareado; pero nada cambió al volver a enfrentarse a la libreta.
Aquellos trazos seguían allí, desafiando a su entendimiento. Quiso calmarse
pensando que quizás hallase una explicación entre las mismas líneas que aún
no se había atrevido a leer. Encontró el comienzo, cuatro páginas atrás, y
respiró hondo.
191. BEA MALORY ANDERSON – NINGÚN CASO ES FÁCIL
24 de diciembre, personas corriendo de un lado a otro, con prisas y sin
darse cuenta del mal olor que había en el aire. Todos están demasiados
ocupados con sus vidas, ninguno se percata de la realidad, a su lado había un
asesino, un asesino cubierto de sangre de su última víctima.
25 de diciembre, todos los agentes se encuentran en el lugar del crimen,
el olor a sangre podrida se encuentra en el aire y no deja respirar con
normalidad. A unos metros de ellos, en el cordón policial, están todos los
chismosos y, entre ellos, está el asesino admirando su obra. Rick mira hacia
ellos y se percata de que uno de los ciudadanos allí reunidos tiene manchas de
lo que parece sangre por toda la cara; él y Kathy se acercan y descubren que
Rick tenía razón, estaban delante del asesino, pero no podía ser todo tan fácil;
al mirar a su lado, descubrieron que al lado del asesino había una persona
igual a él. «¡Gemelos!», dijeron con horror, pero cuál de ellos era el criminal
y quién era el cerebro...
192. BEATRIZ BERDUGO – JUEGO DE RAZAS
Era 16 de mayo de 1989, un día normal en las afueras de California. Un
cadáver fue encontrado en la calle, era un hombre blanco, rubio y de
complexión delgada. Estaba cubierto por una pintura oscura, más bien
marrón. La autopsia confirmó que había sido un asesinato. A partir de ese
día, volverían a encontrarse otros tres cuerpos, todos con las mismas
características. Parecía un juego en el que probablemente la víctima sería una
persona de raza negra y habría sufrido las consecuencias del racismo. No se
volvió a encontrar ningún caso parecido hasta el 16 de mayo de 1994, cinco
años más tarde. Venganza, simplemente parecía venganza, como si alguien se
hubiera enterado de quién era el asesino y le hubiese querido dar su
merecido, pero desafortunadamente nunca se encontraron pruebas para
relacionarlo con nadie, por lo que, ninguno de los dos casos se llegó a cerrar;
siguen abiertos... esperando.
193. BEATRIZ CARVAJAL CASTILLERO – EL COLECCIONISTA DE
NARICES
—¿Qué tenían en común las víctimas? —preguntó Linda.
—La nariz —respondió el detective Morgan—. Todas han aparecido
prácticamente sin ella.
—¿Sin nariz? —Linda no salía de su asombro.
—Lo llaman «el coleccionista de narices» —continuó, aunque no debía
dar demasiados detalles—. Al principio, intenté establecer una relación entre
las víctimas, para comprobar si las elegía al azar, pero no existe ningún lazo
aparente. No son todas rubias o morenas, no son todas delgadas ni
familiares; tampoco tienen la misma edad... Solo sabemos que, después de
matarlas brutalmente con un mazazo en la cabeza, les arranca la piel del hocico
y la pega en una hoja de papel, indicando el tipo de nariz que es. Como si
nos dejara una pista...
—¿Y cuántos tipos de nariz hay? —inquirió Linda de nuevo.
El detective Morgan se quedó pensativo, como si aquella pregunta le
hubiera dado la respuesta al enigma que se escondía detrás del misterioso
asesino en serie al que intentaban cazar.
194. BEATRIZ GALLÉ CORTEGOSO – LA HUELLA DEL CRIMEN
Es una mañana tranquila. Yago, nuestro inspector, observa desde su
despacho como todo transcurre con normalidad. No podría ser de otra
forma, después del caso que él y su compañera Helena acababan de resolver.
Una mujer de treinta y un años fue encontrada en un parque cercano a la
comisaría atada a una farola. Iba vestida con la ropa del trabajo y todavía
conservaba su dinero, pues, claramente, no fue un robo. Investigando,
supimos que era abogada y trabajaba en un reputado bufete llamado García
& Co. Al hablar con su jefa, Sandra García, supimos que discutió con
alguien y se marchó. No había huellas, pistas, sospechosos, nada. Pero no
todo estaba perdido. No todo había sido analizado. Nos faltaba la farola.
Seguía en el parque, nadie la había mirado ni buscado en ella algún rastro. Al
mirarla más a fondo, encontramos la huella del secretario, Ricardo Montes.
Estudiaron juntos, pero ella tuvo el éxito que él consideraba suyo y la envidió
por eso hasta que encontró la manera de vengarse.
195. BEATRIZ MALDONADO – SIN TÍTULO
La pluma dorada sobresale del bolsillo de la camisa del muerto.
«Envenenamiento», dictamina el comisario Alcocer. «Cianuro», puntualiza.
«La cara tan azul como su corbata», explica. Y la nota de suicidio confesándolo
todo. De su puño y letra. Todo está claro. Entonces, ¿por qué no está
tranquilo? Alcocer se toca nerviosamente la barba. Diez participantes en el
Concurso de Escritores del Ateneo, ocho asesinados con la punta de la fina
estilográfica clavada en el centro del corazón, ahora en manos de la científica.
Mario Villegas, el escritor superviviente, presencia la escena con los hombros
caídos. El premio se declara desierto, dicen. «Claro —murmura Mario—. Si
no me necesitan, me voy». Alcocer se gira, despacio. Le ve desaparecer entre el
caos. Un año después, Villegas gana el Planeta. En la entrevista, sonriente y
con una pluma dorada en la mano, anuncia la firma de su libro: Crímenes
perfectos. En la comisaría, silencio absoluto cuando Alcocer rompe el cristal
de su despacho de un portazo.
196. BEATRIZ MARTÍN CORTÉS – EL CRIMEN PERFECTO
El crimen perfecto es ese que no deja pistas, ese que no deja rastros. Ese
en el que el asesino se esfuma con el alma de la víctima, como haré yo. Lo
tengo todo estudiado, me sé a la perfección todos sus días de rutina, las
entradas y salidas y el código de la alarma. Sé tanto de ella que podría decirse
que soy su pareja, y quizás algún día lo fui, pero no hoy, no esta noche.
Observo mi mano, donde descansa el cuchillo que usaré, no puedo dudar, no
ahora después de tanto tiempo esperándolo. Entro y, poco después, ya estoy
sentado sobre su cama, con sus ojos perdidos en la nada, vacíos de esa alegría
que tenían y su cuerpo sin vida empapado en sangre. Cojo mi pluma, la que
ella me regaló, y mojándola en su sangre, que ahora es mi tinta, comienzo a
escribir. Siempre quiso ser protagonista de algo y por fin lo haré realidad:
ella sería mi nueva novela, la muerta perfecta para la historia perfecta que
empieza: «El crimen perfecto es ese que no deja pistas, ese que no deja
rastros».
197. BEATRIZ PARRONDO – GUARDIÁN NOCTURNO
La fugitiva corre delante de mí mientras pido refuerzos por la emisora,
dando nuestra posición a todas las unidades móviles disponibles para que le
corten el paso antes de que escape. Esta falsa enfermera se introdujo en una
casa y, tras drogar a una anciana, le robó todas las joyas y el dinero
ahorrado. Ah, el no pedir referencias nunca. Recorremos dos manzanas sin
mirar alrededor mientras sorteamos farolas, personas paseando al perro y
coches que nos pitan amablemente por saltarnos los semáforos. El turno de
noche siempre depara alguna sorpresa: redadas a narcotraficantes, infiltración
en clubes clandestinos, localización de gigolós y prostitución en parques,
robos de carros de la compra en centros comerciales. Y otras noches es hacer
papeleo sin fin. Mi maldición es sufrir fotosensibilidad; por eso, en mi
comisaría yo soy el que trabaja de noche. Mis ojos no toleran la luz del día,
y, sin embargo, veo con claridad en la oscuridad. Andrés Villalba, agente
nocturno.
198. BEATRIZ RODRÍGUEZ FERNÁNDEZ – LAZOS
La última vez que se vio en esa situación pensó que no volvería a pasar
por lo mismo. Pero allí estaba Lola, vaciando los armarios y metiendo su vida
con Roberto en una maleta. Todo menos un pañuelo. Faltaban cinco minutos
para que llegara el taxi que él mismo había pedido. Lo tenía todo pensado.
Antes de irse, pasaría por el salón y lo miraría por última vez. Aunque estaba
segura de que él, sentado en el sofá con los ojos muy abiertos, no le
devolvería la mirada. Dicho y hecho.
—Me voy, Roberto, no volveremos a vernos, no merezco lo que me has
hecho. Tú, en cambio, sí te lo mereces.
Dos segundos después, sonó un portazo. Y tres horas más tarde, los
motores de un avión poniéndose en marcha.
—Agente, infórmeme de la situación.
—Varón, treinta y seis años, muerte por asfixia con un pañuelo de seda.
199. BEATRIZ TRIANO DIÁCONO – PERSECUCIÓN
«¡Corre. Más rápido. Se escapa!». Son las palabras que la inspectora Sam
se repite una y otra vez en mitad de la noche mientras persigue al asesino de
su padre. Quiere atraparlo, ¡quiere matarlo! No consigue ver su aspecto, ya
que lleva capucha, pero sea quien sea está a punto de ser descubierto. Ha
llamado varias veces a su hermano, temiendo también por él, pero este no
coge el teléfono. Pasan dos calles, tres... hasta que lo pierde de vista. Mientras
decide qué camino seguir, oye un ruido. Otro. Vienen de detrás de ella. Sam
agarra la pistola, cautelosa, y se gira de inmediato apuntando a la persona a la
que le da la espalda, dispuesta a atraparla. Aliviada, ve a su hermano y va a
abrazarlo justo cuando observa que lleva en la mano una capucha negra y la
misma ropa que el asesino.
200. BEGOÑA PICAZO GARCÍA – EL VIRUS
Voy a apagar el ordenador cuando de repente se abre una pestaña en la
que aparece una pregunta: «¿Llevas gafas, Jorge?». Mientras contesto, me
pregunto qué clase de virus es este y cómo sabe mi nombre. Decido no
cerrarlo, la curiosidad humana es el peor enemigo. Ante mí van apareciendo
otras preguntas: «¿Dinero, salud o amor? ¿Crees en Dios? ¿Te cortarías una
pierna si con eso salvas a tu hermano? ¿Víctima o verdugo?». Por fin me sale
la última pregunta: «¿Matarías a tus padres si intentaran matarte? Hay dos
opciones: Sí, Sí...».
—Hola, Jorge; mi nombre es Marina —me dice una mujer con bata—.
¿Te acuerdas del virus? Fue para probar tu salud mental, a lo mejor así
confesabas tus crímenes... Sufres alucinaciones, pero nunca lo admitías; los
policías querían medidas rápidas y por eso me llamaron a mí. Bienvenido al
manicomio, Jorge.
201. BEGOÑA SÁENZ – EL METRO DE PULLROOT
El investigador Phill Malton y la policía científica inspeccionan a un
hombre de estatura mediana, cuerpo robusto y cabello castaño que yace sin
vida en el andén de la estación. La llamada de un pasajero informando de que
un señor se desplomó y permanecía inmóvil alertó a la policía. Presenta cortes
en los párpados y tórax, y hematomas en las costillas.
Informaba Phill Malton:
—A pesar de las duras heridas que se observan en el sujeto, no opuso
resistencia cuando fue atacado. El asesino simuló el movimiento de la víctima
caminando, pasando así inadvertido, y lo recostó sobre el asiento. Las
cámaras de vigilancia tampoco ayudan a identificar al autor del asesinato.
Repentinamente, el suministro eléctrico es cortado y permanecen a oscuras.
—Os habéis entrometido donde no debíais... —dijo una voz en tono
descendente.
—Iluminad. ¡¡Rápido!!
Se escucharon alaridos acompañados de una estruendosa explosión en el
metro que resonaba en el exterior. El pánico inundó la calle.
202. BELÉN CORTÉS PUCHAES – MI BATALLA
Las primeras hojas de los árboles comenzaban a caer, y el jardinero se
encontraba rastrillándolas. De repente, volvió la mirada en mi dirección y
sonrió. Un gran número de criaturas comenzaron a emerger del bosque:
ogros, troles, duendes... Dispuesta a pelear, invoqué a mi parte ángel y me
coloqué en el alféizar dispuesta a echar a volar en cuanto me brotaran alas. La
puerta de mi cuarto se abrió de golpe y tres trasgos me cogieron repitiendo
que no era real y que trajeran mi medicación. Otro entró, me pinchó con una
aguja y llamó por teléfono.
—Lara ha sufrido otro ataque, intentaba saltar por la ventana, la
enfermedad ha empeorado.
En ese momento, me fijé en las criaturas y vi que eran enfermeras.
Mientras me quedaba dormida, lo recordé todo incluida la esquizofrenia con
la que había nacido y de la que era esclava.
203. BELÉN ESTÉVEZ – SIN TÍTULO
Estaba viendo Castle otra vez. Sentí como la sangre me subía a la cabeza,
ni siquiera se enteró de que yo había llegado a casa antes de lo normal de lo
metida que estaba en su serie preferida. Me acerqué al sofá muy despacio sin
dejar de mirar la silueta de su cabeza recortada contra la pantalla. Cogí un
cojín por el camino y, al llegar al sofá, se lo apreté muy fuerte contra la cara.
Mantuve mi agarre contra su cara pese a su resistencia y, cuando sus manos
cayeron laxas, me senté a su lado a ver el final del capítulo.
204. BELÉN FERNÁNDEZ MORA – NADIE ES INOCENTE
—Por fin te encuentro, Nasicae. Esto termina aquí —dijo Steve.
Entonces, empezaron los disparos. Un bidón fue alcanzado y la gasolina
comenzó a cubrir el suelo. Finalmente, Steve fue alcanzado y agonizando en el
suelo, dijo:
—Así que al final te convertirás en aquello que tanto odias y juraste
combatir; vivirás como un criminal el resto de tu miserable vida y, al final, te
matarán o acabarás en la cárcel. Me satisface ser el causante de tu destrucción;
lo que no conseguí en vida lo conseguiré en la muerte.
—¿Sabes quién soy? —dijo encendiendo un cigarro.
—El agente Nasicae.
—No. Mi auténtico nombre es Roger Tagore, ese nombre debe sonarle
más a alguien como tú. Esto solo fue una coma en mi vida. Volveré a mi casa
y todo seguirá igual. Te enfrentaste a mí y por eso ahora estás muerto. ¿Qué
pasa, Steve? A veces las cosas no salen como a uno le gustaría, ¿no? —dijo
mientras dejaba caer el cigarro.
—Impo... —intentó hablar.
Entonces, su mundo terminó envuelto en fuego.
205. BELÉN BULLICH – UNA BALA CONTRA LOS LIBROS
Para Diana era imposible imaginar estar en esa situación. Pero en su
interior estaba feliz por haberlo conseguido. Cerró los ojos y se dejó caer.
Mientras caía, recordó sus adquisiciones en estos últimos años. El primer
Don Quijote, el borrador del libro de los hermanos Grimm, la historia nunca
publicada del Lazarillo de Tormes... y, por último, el Codex Sinaiticus. Ese
fue el que más le costó conseguir. Sonrió. No se arrepentía de nada. Cuando
chocó contra el suelo frío, respiró con dificultad. Jamás pensó que una bala
pudiera hacer tanto daño. El inspector Scott Green corrió hacia donde estaba
el cuerpo moribundo de la pequeña Diana. Aún le sorprendía que una chica
de doce años pudiera haber robado tantas reliquias. Intentó parar la
hemorragia que él mismo había causado. No quería que muriera, no siendo
tan joven. Diana cogió la mano ensangrentada del inspector Green mientras
negaba con la cabeza.
—¿Por qué? ¿Por qué los robaste? —preguntó Green.
Ella sonrió.
—Porque adoro leer.
206. BELÉN CRESPO GARCÍA – OCCISO
13 de noviembre de 2008, Madrid. Sara, como cada mañana de fin de
semana, se despertaba cuando la luz de un sol radiante interrumpía en su
habitación, salió por un largo pasillo que conducía hasta la cocina para
tomarse su café matutino, ese que le recargaba las pilas para llevar esa vida tan
agitada que tenía entre la universidad y el trabajo como relaciones públicas de
una famosa discoteca de Madrid. Caminaba por el pasillo con los ojos
entornados cuando tropezó y se cayó al suelo; de inmediato, notó algo en sus
manos, era un líquido espeso, se miró las manos y las tenía empapadas de
sangre. Sus gritos cesaron y se quedó inmóvil ante el cadáver de un chico al
que no conocía. El miedo se apoderó de ella. A continuación, un huracán de
preguntas le vinieron a la cabeza. ¿Habría vuelto a matar?
207. BELÉN ESPINAR CUENCA – CONTROL
Tomás había nacido un lunes 10 de enero muchos años atrás, y nada en
su vida le había preparado para aquel día. Miedo, ansiedad, angustia, pánico,
estrés, excitación, desesperación...; aquellos eran algunos de los sentimientos
que Tomás podía notar a su alrededor. La gente solía reaccionar de diferentes
maneras ante situaciones como aquella, cuando un chalado entraba en un
banco cargado hasta arriba de C4 y con un detonador en la mano. Se
preguntó cuántos de ellos tendrían familias, cuáles dejarían seres queridos
detrás, cuántos dejarían deudas que ni sus familias sabían que tenían o
pequeños animales que esperarían a sus dueños. ¿Su perro Max le añoraría?
Sin embargo, todo eso daba igual cuando tenía el poder en aquel lugar. El
que ejercía la persona que tenía la bomba pegada al pecho. Sobre todo
importante cuando era Tomás quien tenía la mano en el detonador. Tomás
había nacido un lunes 10 de enero; era simplemente poético que muriera el
mismo día.
208. BELÉN NEIRA BARROS – MADE IN CHINA
Felipe inspecciona el escenario del crimen. El cuerpo de la víctima se
encuentra en una silla, enfrente del ordenador. La pantalla muestra las escenas
de una película de los ochenta: Los Goonies. Por un momento, sigue la peli
con interés, es una de sus preferidas; después, echa un vistazo por la
habitación. La típica leonera de adolescente cinéfilo. Los DVD originales se
mezclan con las copias piratas. Chasquea la lengua. No puede culparle, el cine
es muy caro. En un rincón de la mesa, un pequeño aparato conectado al
monitor llama su atención. Es una CPU diminuta, china. El chaval sabía
moverse. Al lado del miniordenador, un envoltorio vacío le da la llave del
caso. Mira la ficha médica del joven y su expediente académico. Mira también
el de su compañero de piso. Tiene al culpable. Felipe explica sus deducciones:
el muerto no tenía ni idea de inglés, pero tú, sí. Muy listo al no comentarle
que esas chocolatinas que pidió a China contenían cacahuetes. Era alérgico.
209. BELÉN PEREIRA ÁLVAREZ – EL FINAL
Me levanté del sofá y, antes de cambiar de idea, me dirigí al cajón en que
mi marido Juan escondía su arma. La cogí entre mis manos y la apunté hacia
mi cabeza, no había vuelta atrás. Le había matado y tenía que asumir las
consecuencias. Apreté el gatillo y el ruido fue ensordecedor... Mientras caía,
exhalé mi último aliento y sentí el golpe de mi cuerpo contra el suelo. Sentí
también como la tabla de madera sobre la que caía se desplazaba y dejaba al
descubierto el pequeño alijo de droga con el que él traficaba. Bueno, mi
último acto no solo serviría para librarme de sus malos tratos, también para
que él fuese recordado como lo que realmente era: un drogadicto y un
camello. Mi familia lloraría, su familia lloraría..., pero yo ya no volvería a
llorar más.
210. BELSAH MASCARELL – SILENCIO EN SEPIA
Se miraron y acordaron seguir calle abajo sin una palabra. La luz de las
farolas iluminaba la calle en sepia, acentuando lo irreal de la situación: trece
mil almas censadas y todas desaparecidas. Los coches, aparcados a ambos
lados, eran la única prueba de vida. Siguieron avanzando hasta el cruce
cuando un portazo les hizo desandar el camino, estallando en aquel silencio
sepulcral como un cañonazo. Una carrera reverberó a su diestra, indicándoles
el camino. Desembocaron en una plaza, donde focos de aspecto industrial
vomitaban la misma luz mortecina. Tres escalones después, se hallaban en
medio de aquel espacio, recorriendo el perímetro con la mirada. El portón de
la iglesia les esperaba de frente y con una de sus hojas entreabiertas. Voló un
disparo y un nuevo acuerdo tácito les hizo salvar las distancias. En cuanto
entraron, dieron la misión por cumplida. Habían encontrado a todos los
vecinos. Trece mil pares de ojos los recibieron apelotonados desde los
bancos, y todos ellos estaban muertos.
211. BERNAT DALMAU – CRIMEN EN LA OSCURIDAD
En aquella fría noche de invierno, Juan había liberado todo su odio
contra Carlos y, como la cosa se complicó, lo mató. Muy asustado entonces,
se deshizo del cadáver en un bosque cercano y se fue a su casa. Cogió una
maleta con algo de ropa y se subió al coche. Luego, recorrió las silenciosas
calles de su pueblo y siguió la carretera hasta llegar a la ciudad de Sevilla. Allí
fue a un hotel y estuvo un rato pensativo, sabía que nadie lo encontraría nunca
y que había sido un crimen perfecto. La mañana siguiente fue a un bar a
tomar un café y, cuando volvía al hotel, fue detenido por dos agentes de
policía que le habían estado siguiendo. Entonces, se dio cuenta de un terrible
error. Se había dejado su móvil en casa de Carlos. Desde aquel momento,
sabía que lo encontrarían tarde o temprano.
212. BERTA BERMEJO GONZÁLEZ – CUANDO NO RECUERDAS
NADA
La luz entra por la rendija de una ventana. La cabeza le da vueltas y no
recuerda nada de la noche anterior. Abre los ojos y se le acelera el corazón.
Está tumbado en el suelo y está manchado de sangre; por desgracia para él,
no es suya. No se lo piensa dos veces: busca el teléfono, pero no está.
Durante unos instantes, duda en levantarse; finalmente, lo hace. Inspecciona el
piso y decide ir a buscar a la policía. Tiene un estado demacrado y pálido.
Parece culpable. El inspector, hombre con cara de pocos amigos, no para de
mirarle y repetirle que, si no colabora, tendrán que detenerle. No le creen y él
no recuerda nada. Pasan días, semanas, interrogación tras interrogación,
terapia tras terapia, intentando recordar algo. La investigación sigue su curso.
Finalmente, tras dos meses y veintitrés días suena el teléfono. El inspector
Martínez le informa de que han detenido al culpable. Su amigo Pedro, quien
había desarrollado una obsesión por él; no lo entiende, pero quiere saber qué
sucedió.
213. BERTA FERNÁNDEZ – ÁNGEL CAÍDO
Después de semanas sin casos, Rick y Kathy reciben el caso de dos
muertes de chicas por sobredosis, dos muertes que se repetían una década
después de las anteriores, solo que entonces se encontró al asesino. Estas dos
muertas, Rebeca Johnson y Sara Philips, murieron pon una inyección en la
ingle de distintas drogas, y fueron colocadas en edificios de Manhattan como
si hubiesen caído del cielo. El detective que llevó el caso, Mark Miller, se
jubiló después por estar afectado. Cuando Rick y Kathy hablan con las
familias, les mencionan que ellas estaban en contra de las drogas e iban a
manifestaciones. Cuando Rick, Kathy, Kevin y Javier reúnen las pruebas
suficientes, descubren que apuntan al detective. Cuando van a hablar con él,
después de una dura presión por parte de Kathy, confiesa que estuvo tan
afectado que cuando vio que eran igualitas a las anteriores muertas, sufrió un
cambio de personalidad, las secuestró y repitió los crímenes del primer
asesino.
214. BERTA GUTIÉRREZ IBARLUCEA – JUGUETE DE CAUCHO
Cuando llegan el inspector Ibarlucea y su equipo, la puerta del primer
piso letra B está abierta. Los cojines del sofá en el suelo, una silla volcada,
objetos repartidos por la estancia y, en el centro de la alfombra, Sol sobre un
charco de sangre, con unas tijeras clavadas. Un agente indica que acaban de
encontrar al perro de la muchacha deambulando por la cuarta planta, un
schnauzer gigante. Tras inspeccionar, afirma contundente: «Aquí no hay
asesinato. La señorita llega de pasear a su perro —por la correa tirada en el
suelo junto al muñeco de caucho que acaba de comprar en alguna tienda—.
Al cortar la etiqueta, el perro se pone nervioso reclamando su juguete. La
empuja, tropieza con la alfombra y la silla y cae, clavándose la tijera en el
pecho. El perro abre la puerta desde dentro al ver a su dueña en peligro y
huye».
215. BERTA MARCH PUJOL – LECHO
La neblina del callejón me dificultaba la visión. Sabía que ella estaba ahí,
escondida. Alba. Podía oler su miedo, estaba tan cerca... rozaba mi destino
con la punta de los dedos, lo notaba, como una suave caricia. En aquel
callejón, había solamente un lugar en que poder esconderse, y sabía dónde su
corazón desbocado se escondía. La pistola que llevaba en la mano me pedía a
gritos que la liberara. Fijé mi objetivo en el escondite y me dirigí hacia allí.
Ella estaba con la cara entre las rodillas, y cuando me vio aparecer, sus ojos se
llenaron de lágrimas y con la voz temblorosa, acertó a decir: «Por favor... No
lo hagas...». Se cubrió la cabeza con las manos, aunque creo que acertó a ver
mi cara de satisfacción y la sonrisa de medio lado. Apoyé el cañón en su
cabeza. Un solo disparo y su cuerpo se desplomó.
216. BEVERLY DELUNA – LA SALIDA
David intenta escapar, acelera por la solitaria autopista nocturna, dos
patrullas le siguen muy de cerca; una tercera patrulla se une a la persecución.
David y Ariadna se ríen de los policías, van en un coche robado. Cuando se
dan cuenta de que tienen que les persiguen, cesan las risas:
—Lo siento, amor —dice David, y echa del coche en marcha a Ariadna.
Esta cae a toda velocidad, el primer coche no puede esquivarla y la arrolla
a su paso; se detienen. El agente Bellon y el agente Neira bajan del vehículo:
—Cabrón, qué listo, con el atropello se pierden el testigo y las pruebas.
Las demás patrullas se alejan; se escuchan las sirenas a lo lejos.
217. BIANCA RIVERA XANDRI – SE APAGARON CINCO ESTRELLAS
El teléfono sonó de repente en mi despacho; eran las 2 de la madrugada,
era un 462, un homicidio múltiple, teníamos que presentarnos en la escena
del crimen con la mayor brevedad. Era una gran mansión; al atravesar la
puerta, ya notabas la frialdad que había en esa casa, se podía respirar el terror,
olía a hierro, es el olor de la sangre. Cinco hijos, los cinco muertos, uno en
cada habitación, y, como guinda del pastel, la madre se suicidó en la bañera.
Su última cena fue un bote de pastillas con champán; ahora tendríamos que
saber si fue realmente un suicidio. ¿Alguien mató a los hijos y la madre? ¿O
simplemente se trataba de otra mujer trastornada por el dinero en el lujoso
barrio de Beverly Hills...? Teníamos mucho trabajo esa noche.
218. BLANCA MACAZAGA – SIN TÍTULO
Silencio. Lo único que lograba oír eran sus pisadas sobre el suelo de
madera de la entrada; el resto era silencio. El detective comenzó a subir las
escaleras, pistola en mano. Cuadros antiguos, cuyas escenas idílicas le
recordaban a cómo encontraron los cadáveres, adornaban las paredes. Una
sátira grotesca del trabajo de aquellos artistas. Todas mujeres, todas menores
de dieciocho años; era como si el asesino quisiese robarles la juventud,
aquella vida que nunca sería disfrutada. El forense las había revisado, todas las
muertes habían sido por estrangulación. Habían interrogado a padres,
amigos, profesores. Ninguno culpable. Hasta que lo hallaron, un pequeño
desliz, un hilo de esperanza para dar fin a su reinado de terror. Llegó al final
de las escaleras, y cruzó el pasillo hasta la última puerta. Una antigua moqueta
silenciaba sus pisadas. Agarró el pomo de la puerta y lentamente lo giró.
Escuchó el crujido de la puerta al girar. Su respiración se aceleró:
«Imposible».
219. BLANCA MARÍA MONTERO CANDELA – CRIMEN EN LA
ACADEMIA
Una mañana más, dispuesto a entregarlo todo por el trabajo. La detective
estaba esperándome en la escena. Esta vez, el crimen había sucedido en la
academia de policía. Es curioso que un asesinato tan brutal tenga lugar donde
se forja la futura protección ciudadana. Al llegar, todo el equipo se encontraba
allí, y muchos habían comenzado sus tareas. Observando la estancia, descubrí
que se trataba de un crimen caótico, el asesinato de un joven provocado por
varias puñaladas irregulares. El muchacho había muerto desangrado, pero
con los órganos vitales intactos. La primera teoría apuntaba a un crimen por
parte de un primerizo. Un agente se dirigía a interrogar al alterado
compañero de habitación de la víctima, un chico tímido procedente del mismo
pueblo escondido a miles de kilómetros de distancia. Estaban en época de
evaluaciones y se notaba que no había dormido. Sé que un crimen como este
no puede resolverse en un solo día, pero también sé que algún día se sabrá
toda la verdad...
220. BORJA BILBAO – LIMPIEZA A DOMICILIO
—¡Vaya masacre se ha producido aquí! —decía asustada Angie, con un
acento marcadamente latino.
—Tanto dinero en acciones y viviendo a todo trapo para morir así —
quien lo decía no era otro que su compañero Sam.
—Seguro que has mirado en internet todo lo referente a la víctima —le
interpeló Angie. Y es que Sam era un friki de los ordenadores y le gustaba
estar al tanto de todo.
—¿Tú qué opinas, Marcus? —dijeron casi al unísono. Marcus era el
joven del grupo y sufría de síndrome de Asperger.
—Ha sido la mujer con un bate de lacrosse.
No dijeron nada. Los tres eran del servicio de limpieza tras un crimen de
la ciudad de NY. Días más tarde, Rick, Kathy y su equipo detenían a la
mujer; le había matado con un bate. Cómo lo hacía Marcus, nadie lo sabe.
221. BORJA CALLEJAS – MARA
Escucha cómo la muerte se desliza por su garganta, abrasando la tráquea
oprimida. Silencio. Dos cantos perfectos, con sendas espirales azules sobre
los ojos inertes. Así debe ser. Y así será una y otra vez.
—Bien, señor Price...
—Mara —me corta el detenido.
—Señor Price; Hannah, Susan, Emma... ¿Por qué toda la parafernalia?
—Verá, agente Adams, la escena es lo único que importa. Esas
pecadoras...
—Ya, pecadoras, bien. Pero usted encarna una figura pagana si no me
equivoco.
—Hay cosas que no pueden entender, cosas ajenas a su comprensión.
Algo falla. Este tipo es idiota. No podría orquestar un asesinato tan exquisito
ni de coña. Joder, eran casi obras de arte. Pero las huellas...
—Y Virgil... Por fin.
—¿Qué significa, Price? Ya lo mencionó en comisaría.
—Virgil es...
Un zumbido me rasga el tímpano y veo el orificio en la frente de Price.
Hay sangre por todas partes. Suena mi móvil. Descuelgo:
—Hola, Adams. Soy Virgil. ¿Está preparado para bajar a los infiernos
conmigo?
222. BORJA HEREDERO CASTAÑA – CLASTER
Hace frío. Bajo la lluvia levanto la vista del maletín y observo. Creo que
no me ven. Creo que ya no me siguen, pero quién sabe. Creo que podría
continuar, pero también esperar algo más. El agua me está calando hasta los
huesos; los disparos, la sangre y el arrastrarse me han deformado el
chaquetón, pero tengo lo que había ido a buscar, lo que mi obsesión me
había hecho comportarme de aquella manera. Hacía tiempo que toda esa
locura me parecía un guion escrito sin demasiado acierto ni interés. Como el
de ella. Todo esto era por ella, por ella y su jodido maletín. Echo otro ojo al
mal iluminado callejón. Apenas puedo enfocar. Y el frío me sigue haciendo
mella. Inunda mi cuerpo, obligando al poco calor que me queda a escapar
por mi boca entreabierta. Ya nadie me esperaría en el trabajo, puede que ni
ella me esperase ya. Aunque sí esperaba el maletín. Decido salir. Tal vez
debería haber mirado algo más. Quién sabe si habría visto el cañón del arma
apuntándome.
223. CANDELA SOLANES BUJ – JUSTICIA INJUSTA
El resplandor metálico y el «trueno» de a continuación hicieron que Ian
supiera que la muerte venía a por él. Frío era todo lo que sentía... Muerte era
todo lo que aquel monstruo era capaz de dejar tras de sí. Si, al menos, con la
suya conseguía justicia por todas esas inocentes a las que la vida les fue
arrebatada solo por un macabro juego del destino, se sentiría realizado no
solo como policía, sino también como ser humano. Asió su arma, apuntó y
disparó. Silencio al fin... Cuando vio su cara de sorpresa y dolor, a la vez que
este caía al suelo, le rogó a la muerte unos minutos más para contemplar su
obra. Por fin, el mundo se había librado de uno de sus peores males.
Mientras la muerte venía a por él, pudo ver cómo esas víctimas le sonreían
agradecidas.
224. CAOBA LLAVE – PRUEBA GENÉTICA
Sabía que había un fallo en el caso desde que entregó al acusado, y a la
detective Carlota Alnova no le había fallado su instinto en toda su carrera,
pero... todas las pruebas encajaban, había una testigo e información tanto
forense como genética; no faltaba nada y, aun así, le llenaba por dentro un
sentimiento de frustración y descontento que no podía explicar. Ese
sentimiento perduró en su conciencia hasta que su pelo se volvió cano, sus
movimientos torpes y su respiración, artificial. Cuando menos lo esperaba,
apareció la doctora que testificó en contra de su marido en aquel tortuoso
caso hacía años. Solo formuló una frase:
—Yo, al ser mujer, no puedo ser diagnosticada sociópata; al contrario
que mi marido. Le acusé y, con parecer débil y humilde, me creísteis y
encarcelasteis a la persona equivocada.
La ya anciana mujer se levantó y pulsó el botón de apagado antes de salir,
dejando a la detective un último minuto para, en silencio, llorar por el
inocente que había condenado.
225. CARLA GARCÍA CARDENAS – SEÑALES DE LA CABRA
Fría y lluviosa noche. Sara Thomas viviría algo que cambiaría su vida
para siempre. En las escaleras del metro estaba tirado el cuerpo de una mujer,
sin ojos, con unas extrañas marcas talladas con un cuchillo en la cara y una
cruz hecha a fuego en su pecho. Era espantoso, lo más espantoso que había
visto Sara en su vida; quedó en tal shock que después de vomitar solo le salió
un grito ensordecedor y horrible que salía de su alma. Tan estruendoso fue el
grito que asustó al dueño de una tienda de la calle. Al llegar, se quedó tan
asustado como Sara, pero reaccionó y sacó a Sara de las escaleras en las que
estaba tirada llorando y llamó a la policía. Ellos tuvieron claro que el asesino
en serie apodado la Cabra siempre organizaba asesinatos rituales, de los que
el propio Satán se sentiría orgulloso.
226. CARLA GRANDE – MIRADA ASESINA
Me acerqué sigilosamente con el cuchillo en la mano. Me detuve cuando
me miró. Vi sorpresa en sus intensos ojos verdes, aquellos que me habían
dejado sin palabras la primera vez que los vi. Sus labios carnosos estaban
entreabiertos, incapaces de articular ningún sonido audible. De un solo
movimiento, seccioné con fuerza su garganta; sosteniéndola por los hombros,
la posé suavemente sobre la gélida superficie. Una pequeña y solitaria lágrima
se deslizó por su pálido rostro. La miré esperando encontrar miedo, pero tan
solo vi mi reflejo, su mirada ya no mostraba sentimiento alguno. En ese
instante, todo se detuvo, advertí las ruidosas sirenas en la lejanía. Extenuado y
con el rostro salpicado con pequeñas gotas de sangre, me dejé caer al lado de
su cuerpo inerte, esperando el tan deseado desenlace. Sentía que ese era mi
momento, todo estaba a punto de acabar, o de empezar.
227. CARLA RIBERA BLANCO – A OSCURAS
Sucedió... a oscuras. La puerta de la entrada crujió. Un ruido pesado,
sordo, se arrastró desde la entrada hasta el pasillo y, a tientas, busqué la
lámpara de la mesilla. Presioné el interruptor. Negrura absoluta. Temeroso,
abandoné la cama..., con los nervios punzándome la nuca y un cosquilleo en
los dedos. Un zumbido agudo, penetrante, me atravesaba los oídos. Era el
corazón. Un eco de pasos se detuvo frente al dormitorio. El picaporte giró, la
puerta chirrió. El silencio dio paso a murmullos desconocidos, a suspiros
ahogados; afuera un perro ladraba, un coche aceleraba y el viento golpeaba mi
ventana. Un sudor frío me sacudió la espalda. El espanto despedazaba mi
cordura. Y, de pronto, vislumbré el inconfundible resplandor metálico,
brillante, del cañón. El zumbido en mis oídos se hizo más intenso y claro,
tanto como el percutor al accionarse. Una inspiración, el chasqueo del
cargador, una espiración y, de la nada, un pálido fulgor que iluminó la
estancia. De nuevo, oscuridad.
228. CARLES SANTACREU MANUEL – AL ACECHO
El silencio se apoderó de esa casa en penumbra y solo se rompía con el
silbido de una mujer, que, ausente y relajada, se había dejado acompañar por
esa paz, absorta, en un sofá. Por su espalda, una amenazante sombra urdía
algo y, sigilosamente, iniciaba en complicidad con aquel entorno el ataque
con la autoridad y frialdad propias de una persona muy capaz para aquella
acción. Portaba algo afilado, acaso un punzón. La paz se iba a romper pronto
en ese lugar. Pese a ello, la mujer seguía relajada, completamente ausente y
alejada de esa realidad que iba a golpearla sin dilación. De repente, oyó un
ruido, seco y estremecedor. Palideció. Los ojos le explotaban. Oía cómo su
corazón bombeaba cada vez más fuerte. Ella creyó desvanecer por el shock y
miró atrás para observar el inminente, frenético y duro ataque. Ian, su hijo,
acababa de pintarle toda la pared.
229. CARLOS CARRETERO – SOLO ANTE EL PELIGRO
Una fría gota de sudor resbaló por mi frente hasta caer en el polvoriento
suelo de hormigón. Tenía que pensar rápido. Alrededor, yacían inmóviles
todos mis compañeros. Estaba solo, completamente solo. Sentí como mi
estómago se encogía y mi corazón se aceleraba de tal forma que me impedía
distinguir un latido del siguiente. En ese momento, escuché el sordo sonido
de unos pasos. Saqué el cuchillo y, al notar el calor de un aliento en mi
cabeza, me abalancé sobre su cuello. Dejé el cuerpo atrás y avancé con sigilo.
Solo uno más. Me asomé con cautela tras una enorme caja de madera. Ahí
estaba, de pie, vigilante, pendiente de disparar al mínimo movimiento
sospechoso. Era la hora. Rodé sobre mi espalda mientras mis dedos se
deslizaban por la cartuchera desenfundando mi pistola. Quedé de rodillas
frente a él y le abatí con un certero disparo. Al instante, una multitud de focos
me cegaron. Ahí supe que era el fin. No había nada más que hacer. Las
pruebas para inspector habían concluido.
230. CARLOS CIVICO CASTELLS – EL ASESINO ROJO
Los expertos en criminología dicen que un asesino siempre vuelve a la
escena del crimen, y yo no iba a ser la excepción. Efectivamente, allí me
encontraba, detrás de una cinta verde y blanca en la que se podía leer: No
pasar, línea de policía, observando qué pasaba alrededor de mi ópera prima,
de mi gran obra de arte. Había conseguido crear el caos, el horror y la
incertidumbre, solamente por venganza contra un inspector y un teniente que
arruinaron mi vida. Veía como entraban y salían policías de la escena del
crimen, uno más horrorizado que el siguiente, y yo, expectante, saboreaba
cada momento y disfrutaba de cada cara horrorizada. Era casi perfecto, pero
todavía faltaban los personajes principales. Y al final, aparecieron, el teniente
De la Reina y el inspector Castillo. «Esto va por ustedes, espero que os guste
mi obra». Y con ese pensamiento, una sonrisa torció mi rostro, me giré y me
encaminé en dirección a mi refugio, pensando ya en mi próxima obra de arte.
Soy el asesino rojo.
231. CARLOS FUERTES – RUTINA
Y como de costumbre, me levanto, me pongo el reloj, me visto, me tomo
un café rápidamente y salgo de casa. Al llegar al lugar de los hechos, una luz
anaranjada que me indica el final del día y deja entrever debajo de unos
columpios mi próximo caso de asesinato. Y es algo rutinario, porque ya son
cuarenta años.
232. CARLOS GONZÁLEZ – EL ASESINO CULTO
Protagonistas: Joham y Serena, pareja de recién casados en luna de miel.
Un guiño a La fiebre del heno, de Stanislaw Lem; una anciana busca resolver
el dudoso suicidio de su único hijo durante su luna de miel en Europa. Un
anónimo benefactor invita a la pareja a un viaje por el viejo continente con la
única condición de traerle una serie de souvenirs sin aparente relación. La
pareja termina por ceder a la anciana, que se oculta detrás de un abogado que
anónimamente la representa. La pareja, de viva imaginación, durante un juego
de despropósitos que practican entre ellos, se sorprenden encontrando
paralelismo entre su viaje, la novela de Lem y ellos mismos; como en su
juego, deciden seguir los pasos hasta que por azar tropiezan y consiguen
identificar a un asesino profesional que se inspira en la obra de Lem para que
sus trabajos parezcan suicidios o muertes accidentales.
233. CARLOS MARÍN MARTÍNEZ – LA MUERTE INVISIBLE
Como todo gran detective, siempre he soñado con resolver un caso de
aquellos que suelen llamar «perfectos». En los treinta y tres años de mi
carrera profesional, no he conseguido encontrarme con ninguno, tal vez sea
mi destreza para resolver crímenes lo que lo ha permitido. Vivo solo, no
tengo familia desde que murió mi esposa, en un apartado y secreto búnker
que mandé construir, ingenuo de mí, en caso de un hipotético y absurdo
apocalipsis zombi. Hoy se me ha ocurrido una locura: crear el crimen
perfecto. Para ello, comencé a enumerar mentalmente, como si de una receta
se tratara, los «ingredientes» que necesitaba. He estado intentando encajar las
piezas hasta dar con la clave, durante horas y horas, con tanta concentración
que se me olvidaba hasta el hambre y la sed. De repente, como si la diosa
Minerva me iluminase, lo vi todo claro. Cogí mi Bodeo del 89 y acabé con
mi vida. Nadie va a investigar mi muerte, porque no me van a encontrar, y
nadie va a preguntar por mí.
234. CARLOS MEDINA NAVARRO – SIN TÍTULO
Estaba viendo la televisión cuando escuché un grito en el piso de arriba
que se diluyó rápidamente. Preocupado, dejé la televisión encendida y subí
rápidamente. Toqué al timbre y salió un hombre al que no había visto nunca.
Le vi un gran parecido a mí mismo. Le pregunté si todo iba bien y me dijo
que sí, que estaba viendo la televisión, pero miré por encima de su hombro y
vi que la televisión estaba apagada, lo cual me extrañó. Volví a casa y llamé a la
policía. Llegaron junto a una ambulancia. Bajaron con un cadáver, el cual
parecía ser de una mujer. Le pregunté al policía por aquel hombre, pero me
dijeron que no habían visto a esa persona. Se fueron y entré a mi casa para
contárselo a mi mujer, percatándome de que tenía sangre en una mano, pero
solo encontré más sangre y mi televisión apagada.
235. CARLOS PALOU – EL ASISTENTE DE RICK
Rick abrió la puerta de su apartamento llevando una gran caja. Al verlo,
Kate le preguntó:
—¿No ibas a entrevistar a un asistente para que te ayudase?
Rick, con una sonrisa, contesto:
—Es lo que he hecho. He estado en la tienda de nuevas tecnologías de la
Quinta Avenida y, después de un interrogatorio de una hora, he comprado a
Nao. Como ves, es un pequeño pero inteligente robot de Alde Robotics, que
habla once idiomas y está conectado por internet a la IA más potente del
mundo. Es capaz de buscar en todas las bases de datos del mundo y
responder a las cuestiones más complicadas en milésimas de segundo.
Kathy dijo:
—Pero no puede acompañarte a ninguno de los escenarios de los
crímenes, por lo que no te podrá ayudar.
Rick, con el robot desembalado y puesto sobre la mesa, le contesto:
—Te presento a Nao, reconoce mi voz, solo habla conmigo y estará
permanentemente en contacto mediante el móvil. El teclado y los ordenadores
son historia ¡Estamos en otro nivel!
236. CARLOS PINEDA GARAYCOCHEA – OCULTO
Dicen que no tiene piedad, que el dolor de sus víctimas es lo que le
motiva a realizar sus actos, dicen que merodea desde las sombras,
acechándote, siguiendo tus pasos hasta el momento en el que no seas capaz de
escapar. Dicen que es paciente, arrancando capa a capa la humanidad de sus
víctimas hasta dejarlas hechas una masa informe, ahogando llantos, gritos y
gemidos de dolor con sus risas morbosas. Dicen muchas cosas del asesino
del puerto y todas son suposiciones por los restos encontrados, mitos que se
ha inventado la gente. Hoy sabré cómo actúa, hoy te tengo delante, pero me
temo, al ver la oscuridad en tus ojos, que no viviré para contarlo; no puedo
escapar, y cada paso que das hacia mí me hunde en el horror y la
desesperación. De pronto, un haz de luz nace de las sombras y veo el machete
un segundo antes de clavarse en mi costado... Tu historia seguirá con un
«dicen».
237. CARLOS RIVEIRO DE LA PEÑA – ORO PARECE...
Muelles. 00:30. Un barco llega con un valioso cargamento. La
tripulación descarga diversas cajas y durante el proceso se ven sorprendidos
por una banda de ladrones armados que, sin dudar ni un ápice, acaban con
todos ellos, salvo uno, Trevor Neils, que se oculta colgado del muro hacia el
mar. Cuando los ladrones se han llevado su botín, Trevor avisa a las
autoridades del suceso. Poco tardaron en llegar al lugar de los hechos, pero
Trevor ya no estaba allí. El detective, Jules Grimes, no entiende nada, ni las
pistas allí halladas ni nada. Tras una trama inimaginable de desconcertantes
pistas inconclusas, Grimes decide pedir consejo al alcalde, que no duda en
contactar con Rick y ponerle al día sobre el caso.
238. CARLOS SOLANA CONTRERAS – TRIÁNGULOS
Cuando Franck abrió el cajón donde guarda su arma, descubrió la nota
manuscrita. Un escalofrío recorrió su espalda al leer el contenido. Como un
cubo de agua helada impactando en su cara, el recuerdo de aquel caso volvió a
su mente desde el oscuro rincón donde Franck lo mantenía encarcelado. La
imagen de la rubia platino desnuda sin vida a la que habían arrancado la
sección triangular de la piel del pubis se instaló de nuevo en su retina. Solo
sus muchos años de servicio habían conseguido borrar aquel recuerdo de su
primer caso como inspector. El hecho de que no hallaran nunca un
sospechoso y que no se volvieran a encontrar víctimas con el pubis
seccionado le hizo pensar que aquella era una partida que, aunque inconclusa,
estaba ya ganada. Ahora, sentado en su despacho, le dominó el desconsuelo
de saber que el rival jugaba con paciencia a un póker cruel en el que las cartas
malas siempre están en tu contra. La nota decía: El círculo de los triángulos no
se ha cerrado aún.
239. CARLOS SOTO ALONSO – EL CRIMEN DE LA CRUZ
Todo empieza en una pequeña ciudad llamada Jerez de los Caballeros.
Una pareja descubre el cadáver de una mujer crucificada en la cruz de la torre
de una de las iglesias del pueblo. El detective de la Policía, Jesús, y sus
ayudantes, Francis y Manuel, descubren que fue asesinada clavándole un
cuchillo en el corazón. Investigando, descubren que dicha mujer estaba
separada y con problemas psicológicos, tomando antidepresivos. Después de
interrogar a su expareja, se dan cuenta de que todavía sigue enamorado y no
sería capaz de matarla. Por casualidad, les llegan unas fotos donde la víctima
se veía muy cariñosa con su psicóloga. Después de ver las fotos e indagar,
descubren que ella no estaba enamorada, un móvil sólido para matarla. Más
tarde, interrogaron a la psicóloga, la Dra. Patricia; dos horas más tarde, lo
confiesa todo y es encarcelada.
240. CARLOS SUÁREZ–MIRA – DOS BALAS DE UN COLT
De la comisura de sus labios pendía una grisácea colilla. De su Colt
phyton plateado, calibre 357, un humillo azulado ascendía al encuentro de las
lágrimas que se deslizaban lentamente por un rostro antes enrojecido de ira.
Sus blancas manos habían acariciado por última vez aquellos cabellos
ensortijados, negros como una noche de octubre, largos como un día en
soledad. Una soledad que nunca quiso, pero que siempre lo persiguió. Esta
vez le había alcanzado. Rosa se había ido. Sus labios rojos quedaron
amoratados en un instante. Nunca más darían besos furtivos. No más
susurros al oído. Cuántos secretos quedarían definitivamente atrapados en
aquella boca libertina y divertida, cercana pero fría, alegre aunque sombría.
Todos menos uno. El nombre de su asesino. Asesino de su amor y asesino
del destino. Una bala para su dolor y otra antes para el mío.
241. CARLOS TORRALVA – ELLA
Como cada día, esperaba el momento de verla pasar por delante de su
trabajo; era portentosamente bella, caminaba segura y con brío, no podía
dejar de mirarla. Ella se paró en el cruce para dejar pasar un vehículo que
pasaba muy despacio. Él no podía creer lo que estaba viendo, la puerta
corredera se abrió y engullo a la chica en unos segundos, tiró al suelo lo que
tenía en las manos y salió a la carrera del local hacia el cruce; al llegar, pudo
ver el coche que se alejaba deprisa, era color oscuro, no acertó a ver el
modelo, pero sí la matrícula. Inmediatamente, se la apuntó en la mano y se
dirigió tembloroso hacia la verdulería, dispuesto a llamar a la policía; al
entrar, se quedó atónito. Ella estaba junto a la caja.
242. CARLOTA ESTEBAN – SIN TÍTULO
Aparco enfrente de un edificio ruinoso. Delante de mí hay un cordón
policial y varios agentes hablando entre ellos. Paso sin decir nada y me dirijo
a la segunda planta. En su interior, me espera John, el agente en prácticas.
—Todo apunta a que es un suicidio.
—¿Estás seguro?
—Creo que sí, señor.
Me dirijo al cuarto donde aparece el cuerpo de una mujer de unos treinta
años encima de la cama.
—Hemos encontrado pastillas y una botella de alcohol por el suelo.
Me acerco más y me pongo a observar el cadáver: sus ojos están abiertos
exageradamente, su mano derecha agarra un bote de pastillas con demasiada
fuerza y... Bingo.
—¿Crees que en un suicidio como este habría sangre? —le pregunto.
—¿Perdón?
—Mira debajo de la cama.
El chico me mira raro, pero obedece.
—No creo que haya... —Se levanta rápidamente del suelo y me mira
sorprendido.
—Que le den la vuelta y que venga la forense —le ordeno a otro policía.
—¿Cómo lo ha sabido?
—Hay cosas que simplemente se saben.
243. CARME CASTRO – SECRETOS
Con cuidado, colocó la pistola en la mano sin vida, apuntando a la cabeza
ensangrentada, la soltó, dejando que el arma cayera al suelo de cualquier
modo. Cuando se descubre el cuerpo, y el jefe de policía, Roberto Alcalá, se
hace cargo del caso, se confirma la muerte de Óscar Fuentes, hijo del
empresario Salvador Fuentes (desheredado al reconocer públicamente su
homosexualidad) y hermanastro de Isabel, esposa de Roberto Alcalá. Entra
en el apartamento estornudando.
—Salud.
—Gracias, Pepe —responde distraídamente.
Avanza descuidadamente hacia el cuarto de baño y retira un frasco de
antihistamínicos del armario. Había olvidado que lo puso allí la primera vez
que estuvieron juntos. Y cuando al fin se decide a acercarse al cuerpo sin vida
de Óscar, el deseo de besarle, de acariciar su piel por última vez, es tan
acuciante que le duele el alma. No debe, no después de haber borrado
cualquier rastro de su presencia.
244. CARMELO DOMINGO ALONSO MARTÍN – CONVICCIÓN
CRIMINAL
El apartamento respiraba paz. Un maravilloso espejo dorado flanqueaba
la entrada reflejando el acogedor espacio justo en el centro de la ciudad. El
Ave María de Bach resonaba por la vivienda; el inspector se acercó al
despacho y apagó el equipo.
—¡Inspector García! —le avisó el sargento Cruz desde la habitación.
Encima de la cama, el cadáver solo mostraba una limpia puñalada en el
costado mientras la sangre goteaba aún sobre el parqué desde el colchón.
—¿Un crimen pasional? —preguntó el inspector.
—Su familia está de viaje, inspector; se presentarán mañana por la
mañana en comisaría.
—Señor Juan Cruz, si no es un amigo, será un bondadoso enemigo.
Fue una dura mañana para el inspector. En la universidad, nadie parecía
tener ninguna disputa con el recientemente fallecido profesor. Ahora, frente al
espejo, el inspector García perecía un tipo abatido. «Sin Bach, Dios sería un
personaje de tercera clase». Las palabras de Cioran resonaron en su cabeza.
—¡Un crimen dogmático! —gritó.
245. CARMEN ARA – LA MUERTE DE UN TELEOPERADOR
Un teléfono sonaba, pero nadie atendía la llamada. Era un puesto
independiente con su CPU, teclado, ratón y pantalla de trabajo, como todos
los que había en aquel call center. En todos aquellos puestos había una
persona hablando, mientras miraba la pantalla y tecleaba con frenesí a la par
que movía el ratón. Sin embargo, en ese puesto seguía sonando el teléfono,
pero el agente no respondía a la llamada. Su jefe directo se acercó para
amonestarle y se quedó petrificado al descubrir que el agente estaba muerto y
en la pantalla había un mensaje: ¡Estás despedido!, y en la mesa una nota con
un nombre: Capitals Mobile...
Y Rick dijo: «¡Eureka!».
246. CARMEN CAZORLA – PLÁSTICO MORTAL
Recibí esa llamada que me dice que ha quitado una vida más de la Tierra.
Este crimen no era como todos los demás: en el museo NYM, en el armario
de los abrigos, estaba colgado de una percha el secretario Genry Cotts.
Acudieron su mujer bibliotecaria Lana y su hermano Henry. Dijeron que era
un desastre, tenía más enemigos que amigos. Lo encontramos, estaba ahí el
vídeo que lo solucionaría. La forense descubrió que lo que había matado a
Cotts era un plástico: la percha. Nadie había sabido descifrar el vídeo: había
una serie de letras, pero nadie sabía qué significaban. Yo sabía lo que
significaba el vídeo: Gerónimo se refería al libro infantil y M a museo: la
biblioteca infantil del NYM. Lana era la asesina. Estaba engañando a Genry
con su hermano, lo mató para no desprestigiarse. Una vez más se hizo
justicia. La inspectora, Starly Star.
247. CARMEN CUEVAS GRANADILLO – SIN TÍTULO
El comisario Herrero llega al lugar del crimen. El forense, junto a una
mujer que yace en la ducha, le informa: «Electrocutada, lleva cinco horas
muerta». Su hija, histérica, explica a los agentes y sanitarios que llegó del
trabajo a las 14:00 y encontró el cuerpo. En ese momento, suena el móvil de
la víctima, era su pareja, le informan de la situación, acto seguido entra un
gato, que sube a la repisa donde estaba la radio, causante de lo que parecía un
accidente; el agente toca la superficie y nota algo que parece grasa, le huele a
comida de gato. Le preguntan a la hija, ella dice que su madre no cierra la
puerta cuando se ducha, investigan el móvil de la víctima y ven numerosas
llamadas de su hija; llega la pareja de esta, él está desconsolado y la hija entra
en cólera, tienen una sospechosa.
248. CARMEN DEL CORRAL – EXPOLIO FALLIDO
La cuerda de la polea ya tensa subía el ancla romana de quinientos
kilogramos. Carlos apuraba a la gente que tenía en tierra, mientras él desde el
agua guiaba la operación. El cabo Ramírez de la Guardia Civil recibía por
radio las coordenadas donde se estaba efectuando el expolio. Pedía refuerzos
para la detención de la banda organizada, que estaba actuando desde hacía
meses por las aguas del Mediterráneo. Con el ancla ya en el camión y una
sonrisa de satisfacción en la cara, Carlos se dirigió a la cabina donde ocuparía
el lugar del copiloto. Antes de poner un pie en el primer escalón, vio como
sus hombres cargaban las ametralladoras y rodeaban el camión para su
defensa. Poco tiempo le dio a reaccionar antes de sentir como el brazo le
quemaba. Había recibido el primer disparo por el Cuerpo Especial de Asalto
de la Guardia Civil.
249. CARMEN DEL RÍO RODRÍGUEZ – BRAM
Siempre le había fascinado ese libro. La portada terrorífica, con el
murciélago saliendo del cielo oscuro; le daba la impresión de que volaría
hacia ella mientras dormía y le chuparía la sangre. Nunca se olvidaba de
poner el libro boca abajo en la mesilla. Y soñaba con él, aparecido a los pies
de su cama mientras le hablaba en sueños susurrando que sí, que ella era su
princesa eterna, y se acercaba a su rostro, y ella sentía su frío aliento cerca del
cuello. «¡Ale, levántate!», grité. No se oye ruido. Abro la puerta y lo noto. El
frío de la mañana en mi cara, veo la ventana abierta, y con el rabillo del ojo la
veo... Bueno, no veo nada, la cama vacía, y mi niña... ¿¿Dónde estás, Ale?? El
libro continúa en la mesilla de noche, como siempre, boca abajo, para que no
se escape el murciélago.
250. CARMEN EZQUERRO – CLARO DE LUNA
Un ardor intenso en la nuca lo despertó como un jarro de agua fría. De
su espeso bigote todavía emanaba el cítrico olor del cloroformo. Intentó
moverse para averiguar dónde se encontraba, pero su cuerpo, tendido sobre
una camilla, estaba sujeto por correas de cuero. Del pasillo provenía la más
perfecta interpretación a piano de Claro de Luna, la cual le hacía presagiar su
oscuro final. Su mente, al contrario que su cuerpo, vagaba entre
especulaciones. Y al fin comprendió. Había dado con el asesino. Logró
desenmascararle. Aunque, allí tendido, aferrándose a sus últimos suspiros de
vida, entendió que la verdad sobre el Pianista jamás saldría a la luz. Pero su
cuerpo se llenó de gozo. Había conseguido resolver ese entramado de pistas
con tintes clásicos. Y ahora, una ahogada sonata calmaba con una triste agonía
sus últimos anhelos antes de morir. Él era la última obra de arte de su propio
asesino. Y no hay mejor forma de morir que teniendo a Beethoven como
melodía de cierre.
251. CARMEN GUERRERO RIVERO – LA SOMBRA
Julie Simons regresaba a casa tras una agotadora tarde de estudios con su
compañero de clase, Richard Brackford. La tarde era tranquila, sin coches que
pasaban, ni niños que jugaran. Pero nada más girar la esquina, alguien agarró
fuerte a Julie y la dejó inconsciente. Unas horas después, despertó en una
vieja nave abandonada atada de pies y manos con la boca amordazada. Tenía
heridas y sangraba. De repente, una persona se acercó a ella. No pudo
identificarla, ya que iba tapada de pies a cabeza, pero Julie pareció reconocer
una marca que vio entre los dedos que no estaban tapados. El agresor
cometió otro error, empezó a hablar con ella. Entonces, le identificó; no daba
crédito a lo que había descubierto. Él se dio cuenta de que ella le había
reconocido y salió corriendo mientras una sombra le perseguía. Al día
siguiente, Richard también apareció muerto.
252. CARMEN JIMÉNEZ FUENMAYOR – CASO CERRADO
El detective le dio una calada a su cigarro mientras su compañero se
ponía la chaqueta.
—Entonces... ¿Caso cerrado?
Aún con el cigarrillo en la boca marcó con un sello la carpeta de
documentos.
—Sí, caso cerrado.
El compañero cabeceó un poco y se marchó, mientras que el detective se
quedó analizando la resolución del crimen. Se habían encontrado a una mujer
perfectamente maquillada y peinada en una cama rebosante de pétalos violetas
de orquídea. El cuerpo desnudo había sido rociado con el mejor de los
licores y no tenía marcas de resistencia ni agresión. Según la autopsia, había
sido claramente envenenada. El asesino: su compañero de piso, alcohólico y
con trastorno de personalidad. El detective guardó los documentos bajo llave
y se quedó mirando la botellita de cianuro que sacó de su bolsillo. Sonrió.
Todo había salido a pedir de boca. Después de todo, los policías son siempre
inocentes..., ¿no?
253. CARMEN LOZANO – SOLO UNA PALABRA: ASESINATO
Solo una palabra: asesinato. Frío asesinato. Causa: una puñalada trapera.
¿Que quién soy yo? James Jameson. Ahora que nos hemos presentado, os
contaré cómo comenzó todo... Todo comenzó en Queens; la víctima: Dylan
Cooper. No se sabía nada de él y así pasaron los días... Hasta que
encontramos una nota: Paga o morirás. Buscamos huellas y encontramos
unas: Sam Cooper, su mujer. La interrogamos, nada sacamos en claro, esta
investigación es fantasmal... No hay pruebas. Me fui a mi casa frustrado,
deseoso de relajarme, pero mi cabeza estaba en otra parte, seguía pensando
que nos faltaba algo. De repente, me acordé... Ya sabía quién era el asesino.
En la comisaría...: «¡Usted! Le mató usted, ahora comprendo todo,
dígame cuáles fueron sus motivos para asesinarle, señora Williams».
254. CARMEN MARTÍNEZ DAMAS – ASESINATO O JUSTICIA
Se asomaron a la pendiente. El coche estaba carbonizado. No quedaba
mucho. Se pusieron los guantes, abrieron el maletero y allí estaba, con una
mueca horrible en lo que quedaba de cara. Lo habían quemado vivo. Los dos
se quedaron pensativos.
—¿Y ahora qué hacemos?
—Mató a cinco niños.
—Sí, pero lo han matado. Tendremos que coger al asesino.
—Yo no creo que sea un asesino, sinceramente.
—Nosotros no somos jueces.
Llamaron a la central para contar lo sucedido.
—Encontramos el coche del sospechoso... Ha habido un problema...
No, no está vivo...
Escucharon sirenas. La operativa se pondría en marcha; en cuanto llegara
la científica, podrían irse de allí. Una vez en su coche, los dos se miraron,
pensaban en lo mismo. El vehículo que habían visto pasar de camino al lugar
del suceso: un coche de policía. ¿Y ahora qué? ¿Asesinato o justicia?
255. CARMEN MATAS – EL INVIERNO, EL FRÍO, LA SOLEDAD...
Y calló. Lo atravesé con el cuchillo sin pensar en lo que sucedería
después. Con los ojos como platos y el aliento agitado, solté el arma, extendí
los brazos y, evitando mirar hacia abajo, me quedé acostada... mirando al
techo y a la misma vez a nada. Lágrimas irrefrenables brotaban de mis ojos...
El cuerpo yacente sobre mí aún desprendía calor, calor que poco a poco se
desvanecía con el frío del invierno. Miré hacia la ventana. Estaba todo en
silencio, solo se oían en la lejanía algunos pájaros piando. Estaba
amaneciendo. Las lágrimas cesaron. Aparté el cuerpo y volví a acostarme boca
arriba, esta vez cerrando los ojos. Todo en calma. Sonreí. Abrí los ojos y giré
la cabeza. Sin quitarle ojo de encima, no pude evitar volver a sonreír. Me
levanté y, chorreando de sangre, me acerqué a la ventana. El invierno, el frío,
la soledad... Nunca antes habían sido tan agradables.
256. CARMEN REY – LA SANGRE ERA LO PEOR
El olor podía quedarse días enteros en la cabeza, aunque no recordases
nada más del escenario, pero eso olor... En cambio, a lo que no era capaz de
enfrentarse era a algo que prefería dejar en manos de sus compañeros. No
podía soportar las miradas de los testigos presenciales, sobre todo si
conocían a la víctima. Ese rictus entre el miedo, la sorpresa y la estupidez de
verte enfrentado a una situación que no comprendes y que no te acabas de
creer.
257. CARMEN ROJAS GÁLVEZ – SAVE HER
Ha perdido el contacto con su nueva compañera infiltrada. Livia Calahan
es una joven agente del FBI. Apenas tiene veinticinco años, pero es una
hacker experta, y su cometido es infiltrarse y acercarse al jefe de una mafia
irlandesa anclada en Nueva York para acceder a su ordenador y poder
conseguir las pruebas que necesitan para hundir su organización. Está a
punto de conseguirlo cuando es descubierta, y Cohen O´Burn, el jefe de la
organización, se la lleva a un almacén apartado en el que se dedica durante dos
agónicos días a torturarla para que confiese. Dos largos días en los que la
agente Jordan Shaw trabaja a contrarreloj con la colaboración de la capitana
Kathy, de la comisaría 12, y el investigador privado Rick Jones, siguiendo los
pasos de su compañera, en un intento desesperado de rescatarla sana y salva,
tras la aparición del cadáver del contacto de Livia flotando en el East River.
Dos días en los que reza para poder verla y decirle que la ama.
258. CARMEN SEGURA – SIN TÍTULO
Amanecía cuando llegué a casa. Me serví un whisky y esperé. Aún tenía
unos minutos, así que repasé cada detalle de aquella noche. Ocho años atrás
no habría podido hacerlo, pero veintitrés asesinatos cambian a cualquiera y ya
no me quedaban opciones. Resultó fácil entrar en su casa. Lo complicado fue
obligarle a escribir la confesión. Al principio se negó, pero acabó escribiendo
al dictado y después la firmó. Al leerla, vi que no le había temblado el pulso
lo más mínimo, seguramente porque me creyó incapaz de dispararle. La dejé
sobre la mesa y saqué las pruebas. Tenía de todas las víctimas, así que me
aseguré de que llevaran sus huellas y las metí en un cajón del escritorio.
Serían los trofeos de un asesino en serie. Tras un vistazo a la escena, salí por
la puerta trasera, atravesé la calle que me separaba del coche, desierta a aquella
hora, lo puse en marcha y me alejé. Por fin sonó el teléfono. Al otro lado
alguien dijo: «¿Comisario? ¡No se lo va a creer!». Sonreí. Había salido bien.
259. CARMEN SEVILLANO – SIN TÍTULO
Limpió la sangre del cuchillo con la lengua. Su respiración se ralentizaba,
la sangre se extendía por el suelo y allí, de pie, dejando que se reflejara su cara
en el filo, lo miraba como un niño a un juguete roto. Clavó su mano al suelo
con el cuchillo para dejar que el dorso se paseara por sus labios, ahora
resecos. Se colocó en cuchillas a su derecha y girando su cabeza le preguntó:
—¿Aún tienes secretos?
Dándose cuenta de que eran sus últimas palabras, contestó:
— Solo uno más.
260. CARMEN MARÍA CALABUIG CUESTA – POEMAS MORTALES
Todo empezó con un cadáver encontrado en las afueras, en una
construcción del edificio de J. Parker. Este se encontraba colgado de la grúa.
Laura lee el periódico y encuentra esta noticia. Pensando que iba a intervenir,
se fue. Llega a la escena, recibida por Abby. Se informa y se da cuenta de que
el cadáver está completamente desnudo y es una mujer. Herida en la cabeza,
puede que con un mazo. Se encuentran una nota con un poema; ha sido obra
de un asesino en serie. Una hora después, un varón aparece muerto, desnudo
en la playa. Dos poemas en total. Ambos tratan de la muerte. Esto le lleva a
arrestar a los hombres de las tertulias de género negro. Miguel confesó sin
mucha presión: «Pablo comentó en una de las tertulias un plan para
animarnos. Su plan consistía en matar a dos víctimas, y jugar con vosotros,
polis. Solo me ofrecí yo. Seduje a una mujer, le hice el amor (con condón) y
la maté. Faltaba su parte, pero se asustó y se negó. Así que lo terminé. Maté a
Pablo».
261. CAROL FORNAS – UNA CATRINA ENVENENADA
Todo el mundo estaba alegre, un desfile espectacular, unos disfraces
alucinantes. Llegó la carroza principal. Todos sabían quién era la Catrina;
Aitana, la campeona de gimnasia rítmica, y cuando su cuerpo rodó por el
suelo desde lo alto del trono, todos corrieron aterrados. Sin duda, la chica
más popular del instituto había sido asesinada, y todas las pruebas recabadas
por los inspectores Javier y Guillermo, con ayuda de la forense Amparo,
apuntaban al delegado de deportes y a un envenenamiento. Un hombre
casado y vengativo, que, al ser rechazado en sus pretensiones, no podía
soportar que ella siguiera saliendo con su hijo en vez de preferirle a él... Le
encontraron al fin en un callejón bebiendo y llorando como un niño perdido.
Solo dijo: «Fue por amor».
262. CAROLINA CONEJERO – VERDE ALABASTRO
La mañana del crimen había amanecido espléndida en el campus. El
despacho del director, no tanto: la lámpara de alabastro, regalo de Stephen y
Ali cuando hizo cuarenta años, descansaba ladeada sobre el parqué, aún
encendida; las facturas que cada trimestre le facilitaba su secretario, Pablo,
desparramadas junto a cristales rotos y píldoras recetadas para su depresión
por el doctor Cubero. La caja fuerte, reventada, y las ramas verdes de esa
planta que a ratos parece inmortal, desmadejada; sin rastro del mimo que
Anton, el jardinero, le daba diariamente. Si el valor de una vida se mide en
llantos, la suya salía barata: la calma reinaba en el funeral, a excepción de Ali,
que parecía desconsolada. Todos sabían que aún estaba enamorada de él, o
quizá ya no —se dijo— mientras pensaba en el dinero, guardado a buen
recaudo, que se había llevado tras golpearle aquella noche con la preciosa
lámpara verde —ironías de la vida— que ella misma había elegido con tanto
cariño aquel aniversario.
263. CAROLINA FUKELMAN JABBAZ – BAJO LA LUZ DE LA LUNA
LLENA
Esta noche, la luna ilumina las solitarias calles de la ciudad. El único
sonido que puedo oír es el de las gotas de lluvia chocando contra el frío
asfalto y el de mi propio andar. Como si fuera un día cualquiera, salí de caza,
ansiando encontrarme una vez más con el hombre que te alejó de mi lado. No
con uno de sus secuaces, como había ocurrido hasta ahora. Ya estaba cansada
de manchar mis manos con su sangre. Y aunque me pasé años encontrando
únicamente pistas falsas, esta noche, por fin, logré hallarle. Por fin pude
matarle. Puede que mis gotas de sangre también desaparezcan con la lluvia; y
puede que pierda toda mi fuerza y me derrumbe aquí mismo. Pero estoy
bien. No me arrepiento de nada. Puede que yo también me desvanezca, pero
estoy contenta, porque puedo despedirme de ti en el mismo sitio en el cual
nos conocimos. Bajo la luz de la luna llena.
264. CAROLINA JIMÉNEZ – INOCENTE
Alguien de la casa tuvo que hacerlo, una persona fue estrangulada
mientras dormía y no hay indicios de entrada forzada o forma de salida.
Quien lo hizo ya estaba dentro cuando se fue a la cama. Siento pena por su
pequeña hermana, Penélope, con los ojos tristes queriendo saber qué pasó,
ahogando sus lágrimas en una vieja muñeca muy parecida a ella. La rabia e
impotencia me invaden; ¿cómo tratar a los padres? Sin saber si son víctimas o
criminales. Les interrogamos toda la noche, la niña se queda con unos
vecinos, pero no consigue quedarse dormida, está muy asustada, alguien
entró en su casa... Me llaman del laboratorio, se han encontrado fibras rojas
en la garganta de la víctima. ¿Fibras rojas? De repente, casi sin pensarlo, la
miro: Penélope no se ha separado ni un solo momento de su muñeca
pelirroja.
265. CAROLINA NÚÑEZ MARTÍNEZ – DE NUEVO A LA RUTINA
Sabes que han terminado tus vacaciones cuando te encuentras un cadáver
en el portal. Lo primero que haces, llamar a tus compañeros para averiguar
quién es y qué demonios le ha pasado. Te das cuenta de que es tu exnovio,
Max, que te maltrataba, al que no habías reconocido por la paliza que le
habían pegado. E inmediatamente piensas que menos mal que tienes coartada,
porque podrían decir que habías sido tú por lo que te hizo pasar.
—¿Cuánto hace que no hablas con Max, cariño? —me pregunta Oliver,
mi nuevo marido.
—Hace años, desde que interpuse la demanda, y no sé nada de él ni de
quién podría haberle hecho esto —contesto.
Después de días investigando sus cuentas, amigos y familiares,
conseguimos más pistas, y descubrimos que su madre se habría enterado por
su actual pareja que de verdad pegaba a las mujeres. Y que fue ella quien le
pegó tal paliza hasta matarlo y lo dejó en mi portal como acto de
compensación hacia mí. Por lo visto, se sentía fatal por no haberme creído
aquel día.
266. CAROLINA ZARCO – MONSTRUO
El cuerpo de la mujer yace sobre los adoquines, aún húmedos, por la
lluvia del día anterior, con varias puñaladas en el pecho y el cabello cortado a
jirones, siguiendo el mismo patrón que las anteriores víctimas. No cabe la
menor duda: el monstruo ha vuelto a salir de caza.
—Tranquila, le atraparemos —le miento a Sarah, mientras el forense
levanta el cadáver, dejando a la vista un charco de sangre.
—Te juro que creí que la anterior sería la última, no sé cómo se nos
pudo escapar. ¡Es como si siempre fuera un paso por delante de nosotros! —
dice mientras masculla varias maldiciones entre los dientes—. Cada día estoy
más segura de que el monstruo al que perseguimos es uno con placa de
policía, pero pronto cometerá un error.
Sarah tiene razón. El monstruo conoce a la perfección la metodología
policial y sabe cómo escabullirse. Pero se equivoca en una cosa: el monstruo
no cometerá ningún error. Lo sé porque soy quien mejor conoce al
monstruo. Le veo todos los días en el espejo.
267. CATERINA CORTÈS PALMER – EL PISO DE ARRIBA
Hacía una semana que Martina se había instalado en el segundo piso de
una pequeña finca de tres plantas. Cada noche, escuchaba ruidos extraños
provenientes de la vivienda superior. Una mañana se topó con la inquilina del
primero, Teresa, una anciana viuda bastante sorda, y su hijo.
—¿Podrían decirme quién vive en el tercero?
—Nadie —respondió la mujer—. Desde que marcharon los Hidalgo,
no se ha vuelto a alquilar el inmueble.
Martina no dio crédito. No recordó esta conversación hasta que, entrada
la noche, regresaron los sonidos. Sintió escalofríos. ¿Qué sucedía arriba?
Subió los escalones sigilosamente. Encontró la puerta ligeramente abierta y
en su interior vio a una chica atada y amordazada. La reconoció. La prensa
había mostrado su rostro reiteradamente. La joven desaparecida...
Inesperadamente, unos brazos la aprisionaron y golpearon. Notó que el
mundo se desvanecía, pero, antes de desmayarse, apreció como el hijo de
Teresa sonreía.
268. CECILIO GARCÍA – HAZLO TÚ MISMO
El sistema no funcionaba. Nick hacía todo lo posible por arreglar el
equipo que le regalaron roto Julie y Fredy. Siempre encontraba un reto en
cada nuevo fallo, y este no iba a ser el primer portátil que se le resistiera. Solo
tardó tres minutos en dar con el fallo; una vez arreglado, espió un poco en el
ordenador de su amigo. Sabía que Fredy era todo un manitas y quería ver si
tenía algunas guías y direcciones que le pudiesen resultar útiles. Al final, se
marcó unas cuantas webs, entre ellas una que llevaba por nombre Hazlo tú
mismo.
El día siguiente fue uno de los más tristes de su vida. Alguien se había
colado en casa de sus amigos Julie y Fredy y habían asesinado a Julie. Todo
hacia pensar que era un loco homicida que ya había actuado igual con otras
mujeres. Cuando terminó el funeral, se fue directo a casa y abrió la web que
había señalado de Fredy con la idea de montar un mueble. Al entrar en la
página, vio que era una guía para copiar al asesino en serie que atormentaba la
ciudad...
269. CELIA CASTAÑO ALONSO – ¿POR QUÉ?
El otoño cubría de amarillo las hojas de los árboles. Ambos
contemplaban como las gotas empañaban los cristales exteriores mientras que
el vaho se incrustaba en los interiores. Llovía a cántaros. Una noche hecha
para Alison y Elliot, solo para ellos, una noche especial calculada al milímetro
que nada ni nadie podría estropear. Las copas de vino estaban medio vacías.
El carmín, de un rosa pálido, impregnaba una de ellas. Ambos se
encontraban en la bañera disfrutando de su noche especial. De repente, un
disparo alcanzó la copa. Un grito de pánico se apoderó de la intempestiva
noche, un grito sordo que concluyó en uno de verdadero terror: los ojos de
él se clavaron en las pupilas de ella. La ventana se había abierto de repente, y
dejó entrar al fuerte viento, que irrumpió en medio del silencio. Ni la noche
era tan especial ni Alison amaba tanto a Elliot. Las razones solo ella las sabía.
Porque de todos es bien sabido que el amor tiene razones que la razón no
entiende.
270. CELINA LAURIJSSEN BUSTO – ¡BUM!
¿Por qué me sucede esto a mí? Hace tan solo unos cuantos días estaba
graduándome, y ahora estoy corriendo como si me estuviese persiguiendo el
mismísimo diablo, aunque no es que se le difiera mucho. Mi hombro ya no
duele y dejé de sentir las piernas hace ya rato. Hasta la sensación tan pegajosa
que tengo por todo el cuerpo, debido a la sangre de mis compañeros y la mía
propia, dejó de importarme. Solo el sentido de la supervivencia, presente en
cada uno de mis poros, sobresale y prevalece y ahora mismo me dice que me
meta por el hueco que tengo a unos quince metros. El estruendo es cada vez
mayor a mis espaldas. No voy a llegar. Solo tengo una última oportunidad.
Una última bala. Un último esfuerzo. Dejo de correr, me giro y...
271. CELIVIR CÁRDENAS – NIEVE ROJA, SANGRE BLANCA
Angustiado, andaba rápido entre la fila de coches, quería tener suerte y
poder encontrarlo antes de cruzar la frontera. Lo divisé en un coche negro;
sus ojos cerrados me hicieron sospechar que seguro estaba drogado para que
al autor del secuestro de mi hijo no le diera problemas. Un policía se acercó a
nosotros.
—¿Qué ocurre aquí?
—Es mi hijo —le señalé—. Lo ha raptado
—No es cierto —decía mientras bajaba la ventanilla—. Salga del coche.
—Agente, mi hijo está enfermo, está dormido y... mire —señalé al suelo
—: la nieve está roja.
El agente abrió la puerta de atrás del vehículo y retiró la manta que
tapaba a mi hijo. Al mover su cuerpo, pudimos comprobar que tenía una raja
del cuello hasta el vientre y que dentro de él solo había polvo blanco de
cocaína.
272. CÉSAR PEDRAZ – TODO ESTÁ OSCURO
Me sentiría orgulloso si no fuera porque solo puedo percibir la sangre
que me cala, la lluvia y las astillas que me clava el bosque en la cara. Pero
estoy extrañamente feliz. No hará más daño. Ya no se mueve. Su sombra,
entre aquellos matorrales; su postura, suplicante. Foto perfecta para
portada..., je. Colocaría mejor el brazo roto, y un poco más de inclinación
mejoraría el encuadre; mejor a contraluz, sí, mejor que no se vea el detalle...,
je. ¡Me ha hecho daño! ¡Ni me puedo mover! Todo está oscuro. ¡Cómo
duele, maldita sea! ¡Maldita lluvia! ¡Condenada noche! Debió de ser cuando
levanté el brazo. Estaba esperándome y casi lo logra, pero tuve suerte de darle
fuerte en la nariz, luego tres descargas y fin de la historia. ¡Venga, tío duro!
¡Aguanta!... En las series siempre llegan. Maldita sea, siempre llegan. ¡Venga,
aguanta! ¡Venga! ¡Venga, aguaantaaaaaa! Siempre llegan, ¡¡joodeer!! Siempre...
llegan...
273. CÉSAR GARRIDO – PERFECTO
Las cosas han salido mejor de lo que esperaba, teniendo en cuenta cómo
empezaron. Me da un poco de lástima la vieja, pero no podía permitir que
contase por ahí lo que vio. Fue una torpeza por mi parte hacer negocios a la
luz del día, lo sé. Tengo que tener más cuidado, pero, al menos esta vez, me
he librado. Pobre... sabía que abriría la puerta sin dudar. ¿Por qué no? Soy
alguien de confianza... Una vez dentro, fue fácil golpearla y dejarla sin
sentido. Asfixiarla con su propio cojín me puso un poco nervioso, lo
reconozco, pero, ahora que ha terminado, sé que ha salido bien. Huellas, ni
una, por supuesto. Robar esa cajita de madera de mercadillo para dejar un
hueco visible y un vacío sospechoso en el polvo me parece hasta gracioso. Y
queda bien en mi mesita... Las ancianitas que tienen cosas de valor no
deberían vivir solas, son víctimas fáciles de desaprensivos que entran a robar...
Bueno, estoy contento, un problema menos. ¡Qué gran noticia que me hayan
encargado a mí investigar el caso!
274. CÉSAR MARTÍN CASASOLA – ODIO ANIMAL
Se acaba de ir después de darme un achuchón y un beso. ¡Dios, cuánto la
odio! Odio su perfume, su sonrisa, su timbre de voz. De hoy no pasa, será el
día. Me acerco a la mesa de la cocina donde deja las pastillas para adelgazar y
los antidepresivos. Es una mujer de costumbres, costumbres estúpidas. Dejar
los dos botes abiertos para acordarse de que tiene que tomárselas, sin
percatarse de que tienen el mismo formato, lo único que denota de ella es que
muy necia. Tiro las pastillas de los dos botes sobre la mesa y con una
paciencia tibetana empujo cada pastilla al bote contrario. Según mis
previsiones, en dos semanas morirá por un shock, ante mis ojos, sin saber
qué le está ocurriendo. Cuando la encuentren tirada en el suelo, nadie
sospechará de mí, porque quién va a sospechar... del gato.
275. CHARI ESCUDERO CARRATALÁ – UN PASEO PARA OLVIDAR
Camino encogido con las manos metidas en los bolsillos, tan solo oigo
el eco de mis pasos y algún ronquido lejano. De repente, unos gritos
interrumpen mi paseo nocturno:
—Te daré lo que quieras, pero, por favor...
—¡Haberlo pensado antes de meterte en mis asuntos, querida Kate!
Me acerco a la esquina del callejón de donde procede tan acalorada
discusión y veo a una joven contra la pared. Su agresor, un hombre fornido
vestido de traje, me da la espalda. A sus pies, decenas de papeles. Aunque no
tenga mi placa, me sigo sintiendo el detective Lansbury; un policía nunca deja
de serlo por más que le echen del cuerpo, así que, sin pensarlo un segundo,
me abalanzo sobre él. Su navaja vuela directa a mi estómago, pero no siento
ningún dolor... Los tres nos miramos sorprendidos y, antes de que abra la
boca, el misterio se desvela bajo un cuchillo de atrezo.
—¡Corteen! ¿Pero qué pinta ese tío ahí? Espero que no sea otro fan
pirado. ¡Sacadlo ahora mismo de escena!
276. CHARO MARTÍNEZ SÁEZ – ALACRÁN
Habían pasado meses desde que Dolan despertase del coma que le
produjo la picadura de un escorpión mientras investigaba el paradero de la
tumba de Cleopatra. En su dormitar, y como si fuera guiado por el alacrán,
su cerebro trazaba un mapa con las coordenadas del hallazgo. Y ahora estaba
allí, bajo el sofocante sol del desierto. Tenía que ser verdad. No podía ser un
sueño. Siguiendo siempre el este de las dunas al viento, «donde la reina gira al
oeste». Entonces la vio. Una gigantesca roca semejante a la reina del ajedrez se
ladeaba hacia el oeste a pocos centímetros del suelo. Apartó la arena donde
casi apoyaba la «corona» y tocó algo. Tosca, envejecida, irresistiblemente
fascinante, apareció una argolla como en su mente. Tiró de ella como si los
años no hubieran pasado. Ofreciéndole la entrada a la reina, como en un
sueño o en la realidad.
277. CHELO BALTAR – SIN TÍTULO
Las farolas iluminaban una pequeña distancia y, en cuanto el umbral de la
luz se terminaba, solo se sentía el silencio y la oscuridad. Alguien me
observaba. Miré atrás, pero no había nada. Caminaba, cada vez más deprisa,
los latidos de mi corazón eran más intensos, me sentía como una presa, una
presa del pánico pronunciando sus últimos pensamientos. Recorrí unos cien
metros hasta que me encontré con un edificio abandonado y en ruinas. Mi
instinto me decía que no, que era como un suicidio, pero en mi cabeza había
una voz que impulsaba a todo mi cuerpo a entrar. Estaba oscuro y era frío,
demasiado inquietante. Oí algo romperse a mis espaldas. Era una niña
disfrazada de princesa. Se acercó a mí sonriente y me clavó un zapato de
cristal. Mi último pensamiento no fue demasiado coherente. «Al parecer las
gabardinas marrones y los pasamontañas han pasado de moda».
278. CHEMA DÍAZ SUÁREZ – PARANOIA
No podía creer que estuviera de nuevo en la casa de los crímenes. Ahora,
todo estaba limpio y recogido, pero su mente revivía el horror de aquella
pesadilla. Al principio, solo se veía gente huyendo por pasillos y escaleras,
poseídos por un espantoso pánico. Haciendo vanos esfuerzos por esconderse;
en armarios, bajo las camas o tratando inútilmente de saltar por las ventanas.
Y gritos, muchos gritos... Después, paredes y muebles bañados de sangre,
cuerpos mutilados sin piedad esparcidos por el suelo, sin vida, con el terror a
la muerte y a su despiadado asesino instalado en sus ojos. Y silencio, mucho
silencio... Un ruido le sacó de sus macabros pensamientos. Unas llaves
liberando la cerradura de la casa indicaba la llegada de los nuevos e ignorantes
inquilinos. Voces de adultos y niños mezcladas entre sí delataban una familia
numerosa. «Bien», se dijo. Su afilado cuchillo brillaba ansioso por revivir el
pasado. Cuando la puerta se cerró, su rostro dejó escapar una perversa
sonrisa...
279. CHRISTIAN DACOSTA VILLAR – DÍAS SIN ESPERANZA
Las sienes le pulsaban como si un martillo neumático estuviese
abriéndose paso a través de su cráneo. Tenía la boca pastosa, le dolía hasta la
última de sus articulaciones y la propia luz resultaba molesta. En días como
aquel, aborrecía su trabajo, aborrecía trabajar con resaca, aborrecía estar a las
órdenes de incompetentes soberbios y corruptos cuyas hojas de servicio
jamás se habían visto manchadas por la mugre de las calles. Escuchaba
distraídamente a Carrie, la joven forense, mientras sus cansados ojos
escudriñaban la bonita suite del hotel en busca de pistas. Gotas de sangre
manchaban las paredes, los muebles destrozados hacían difícil moverse por la
habitación. El cadáver le devolvió la mirada desde un rostro salvajemente
desfigurado por tajos y magulladuras. Suspiró, mientras una náusea que
poco tenía que ver con la resaca le subía por la garganta. «La misma mierda de
siempre. Dudo que pueda tener fin».
280. CHRISTIAN VILLAR VÁZQUEZ – LA MUERTE DE LA SEÑORA
VINCE
No soy culpable, me obligó a matarla. Cuidaba a la señora Vince desde
hacía cinco años. Su avanzada edad aumentó su odio por mí. Constantemente
me insultaba. Pensé muchas veces en deshacerme de ella, pero nunca lo hice
hasta aquel día. La señora Vince se despertó chillándome y pidiéndome el
desayuno. Durante el desayuno, me esputó e instintivamente cogí un cuchillo
y se lo clavé en la pierna. Comenzó a chillar y le corté el cuello. Me apresuré
a esconder su cuerpo dentro del sofá y continué desayunando. Cuando
terminé, la puerta sonó. Era la vecina preguntando por la señora Vince; le dije
que se había ido de vacaciones. La invité a café y empecé a sudar. No oía nada,
solo a la señora Vince chillándome: «Me mataste». Se me aceleró el pulso y
comencé a vociferar: «Ella me obligó». Me desmayé y aquí me hallo, a punto
de morir.
281. CHRISTIAN GABRIEL FERNÁNDEZ BIELSA – LA MUERTE DE LOS
SEGUNDOS
Ahora que he apagado el cigarrillo sin dejar ceniza encendida, podré
mover las manecillas del reloj unos minutos atrás, aunque los segundos
dejaron de avanzar después de firmar. Una noche, por asuntos del trabajo,
tenía que ir al piso de una conocida para firmar unos documentos.
Tranquilamente, recorrí una calle y antes de llegar encendí un cigarrillo. Me
adentré al edificio y subí escaleras hasta encontrar la puerta decisiva. Ella me
abrió la puerta y entré sin saludar. El silencio dominaba aquel piso hasta
llegar al escritorio, donde esperaban los documentos. Ella se sentó delante de
mí y me ofreció un bolígrafo, que cogí sin que mi mano herida temblara.
Firmé sin dudar y cerré los ojos. Abrí los ojos, y el corazón de mi conocida
que bailaba por segundos se detuvo, mientras la sangre empapaba el suelo.
Era mi mujer, a quien llamaba conocida por la orden de alejamiento.
282. CINTA GARCÍA DE LA ROSA – OLVIDO SANGRIENTO
Palpando la pared en la ensordecedora oscuridad, tocó una sustancia
pegajosa. El intenso olor ferroso inundó su nariz y la animó a continuar.
Tenía que salir de allí. No iba a quedarse para averiguar si su sangre se uniría
a la que ya estaba sobre la pared. Se estremeció al pensar en lo que ese tipo
podría hacerle cuando volviera. Había visto una colección de instrumentos
afilados cuando ese monstruo le trajo la insípida agua sucia que se atrevía a
llamar sopa. Siguió avanzando por la pared hasta que la textura cambió. Lo
pegajoso se convirtió en algo frío y terso. ¿La puerta? Tenía que serlo. Tenía
que intentar abrirla. Tenía que intentar escapar. Si iba a morir, no iba a
rendirse sin luchar. El estruendo la asustó. Al otro lado de la puerta. Una
maldición. Más ruido de cosas metálicas. Pánico. Empezó a temblar. El
chirrido de la puerta al abrirse. Luz cegadora.
—¿Preparada? Estarás muy guapa cuando te encuentre la policía.
Se acercó a ella y el olvido la dominó.
283. CLARA FALCÓ – MÚSICO HASTA LA MUERTE
¡Dios mío! —gritó una señora desde la última fila de la ópera. Cuando
fueron a inspeccionar los guardas de seguridad, había un cadáver, pero no era
cualquier cadáver... «¡Es Robert Patirson, el famoso músico!». Asignaron el
caso a la famosa inspectora Laura, la mejor de todo el estado de Nueva York.
Tardó tan solo unas horas en encontrar el primer sospechoso, pero ni el
primero, ni el segundo ni el tercero eran sus hombres, no eran los asesinos.
Después de echar un último vistazo en el salón de la ópera, cayó en ello, fue
uno de la banda... Pero ¿quién? Pasaron dos años —sí, son muchísimos—
hasta que un día la inspectora dijo basta. Reabrió el caso y se pasó semanas
repitiendo todos los pasos. ¿Qué no encajaba? Thomas, uno de sus
compañeros, dio en la clave: la chica que vio primero el cadáver... La
interrogaron, y no tenía coartada. La investigó a fondo, pero nada, hasta que
un día las cámaras de seguridad lo revelaron...
284. CLARA RIVERS – LA ARAÑA
El caminar, lento y tranquilo, del señor Francisco y sus «buenos días»
saludaban al barrio cada mañana. En su tienda, siempre dejaba la puerta
abierta de par en par «para invitar a los clientes a entrar» y Julio, el policía del
barrio, contestaba «para invitar a los ladrones». Este último se preocupaba
cada vez más por el señor Francisco, tan confiado en que un día les daría un
susto. El anciano cerró su oficina con llave, se sentó detrás de su escritorio y
abrió con una pequeña llave el primer cajón. Sus ojillos ansiosos y anhelantes
miraban fijamente sus trofeos. En una caja reposaban un pulgar, de un turista
alemán; las uñas, aún con rastros de sangre y carne, de María, y los ojos de
don Bartolomé, opacos tras la muerte. Su sonrisa, ahora más cruel y sádica,
indicaba claramente quién era. Una araña esperando la próxima mosca que
entrara en su tienda.
285. CLARISA GESTO ALONSO – LA CUERDA DE TRES HILOS
El olor a sangre inundaba sus fosas nasales mientras clavaba un afilado
cuchillo para despedazar la carne. Jamás se habría imaginado así cuando se
preparaba para ser policía. Los huesos eran difíciles de partir, así que
separaba los miembros por sus articulaciones, cortando los ligamentos.
Había dejado la academia dos meses antes de graduarse. ¿Cómo iba a
proteger a nadie si ni siquiera había podido salvar a su hermana? La sangre ya
coagulada dejaba el suelo pegajoso. Se había enamorado del hombre
equivocado. El que le lavó el cerebro y la llevó a la muerte con sus estúpidas
creencias. ¿Qué tendría que ver Dios con una transfusión? Notaba las manos
cansadas, pero seguía hundiendo el acero entre los músculos. Ahora era él el
que se había unido a esa secta, conviviendo con la misma gente. Con el
tiempo, todos morirían; de momento, las dosis de veneno eran lo
suficientemente pequeñas para que nadie sospechase del cocinero.
286. CLAUDIA CABALLÉ – UN AMOR IMPOSIBLE
Eliot se dirigía al cumpleaños de su hermano Sam cuando tuvo un
accidente con su auto. La policía comenzó la investigación, ya que en el
maletero hallaron el cuerpo de una mujer. Era Beth, su novia. Ingresado en
urgencias, el detective de Homicidios Preston lo interrogó. Eliot negó saber
que ella estaba muerta y que su cuerpo se encontraba dentro de su auto. La
autopsia reveló que había sido asesinada hacía cuarenta y ocho horas y que
estaba embarazada. Lo único que confesó fue saber que Beth había tenido una
aventura, pero que no sabía quién era él. Cuando al hospital acudió su
hermano, el detective le preguntó si sabía algo de Beth. Este lo negó. Todo
hacía pensar que por celos Eliot la había matado, pero, siguiendo pistas, la
investigación dio un giro: el detective Preston encontró al culpable. Había
sido Sam, quien en un arrebato de locura la asesinó, ya que esta, al saber de
su embarazo, quiso terminar la relación para casarse con Eliot. Sam,
enamorado, no soportó que Beth lo dejara.
287. CLAUDIA FERREIRA GUERRERO – LA REINA DE CORAZONES
Observé mi reloj y aligeré los pasos, me arreglé la corbata, me saqué la
sortija del dedo y lo guardé en el bolsillo de mi chaqueta; entonces, bajé al
andén y allí estaba ella, pensé en invitarla a un café. «Podría hacerlo hoy», me
dije, mientras me acercaba. Ella escribía en su diario cuando levantó la vista,
sonrió, mi corazón estalló en mi pecho, simplemente hermosa, llevaba un
colgante de un naipe de la reina de corazones; «elocuente», pensé; una turba
de jóvenes salió de la nada justo cuando el tren irrumpía en la estación. Todos
subieron a empujones y la joven dejó caer su diario, yo me apresuré en
recogerlo, lo sujeté y la puerta se cerró tras de mí, la pude ver alejarse
observándome fijamente. Curioso, abrí el diario en busca de un número
telefónico, un nombre, algo que me llevara a ella, pero lo que había ahí me
heló la sangre: nombres de hombres, teléfonos, historias macabras de
torturas, arrancándoles el corazón, y en la última hoja una historia aún por
escribir con un nombre: el mío.
288. CLAUDIA GARCÍA SANZ – SIN TÍTULO
El detective estaba harto de aquel caso. Aunque le echaba la culpa al
cansancio acumulado, lo cierto es que odiaba el hecho de que el asesino, un
famoso mago venido del otro lado del charco, hubiese resultado ser tan
escurridizo. No entendía cómo la gente podía quedarse tan perpleja,
observando con la boca abierta como si fueran peces globo, mientras esos
mentirosos profesionales desplegaban su catálogo de trucos sobre el
escenario. Y hablando de escenarios, el de este crimen era todo un enigma.
Continuó dando vueltas alrededor del cuerpo que yacía en el suelo, revisó
una vez más la chistera y el espejo del rincón, y se colocó en el centro. Se
masajeó las sienes con suavidad y es entonces cuando lo escuchó: «Despierta».
Alzó la vista y lo vio. Al escurridizo mago, sonriente. Y al público que
aplaudía enloquecido. Y se preguntó si había sido detective alguna vez.
289. CLAUDIA GÓMEZ GUERRA – SIN TÍTULO
El reloj marcaba las 3:54 y Jack se despertó de repente. La lluvia
crepitaba contra el cristal de su ventana, y el viento rugía por todo Seattle. Se
quedó tumbado boca arriba en la cama pensando en todo lo sucedido y, en
ese instante, un ruido procedente del exterior hizo que sus pensamientos se
paralizaran un momento, pero su cuerpo ya había empezado a trabajar. Se
puso los zapatos y la cazadora, cogió su pistola y corrió hacia donde se
originaba el ruido. La encontró en mitad del salón rebuscando entre las pilas
de papeles sobre la mesa, pero Jack no quiso revelar su posición hasta saber
el próximo paso que daría. Retrocedió unos pasos, tomó aire y salió a la
captura de Rachel, pero entonces sintió algo frío y metálico reposando sobre
su nuca. Jack se revolvió y consiguió inmovilizar a su atacante, dejándolo
inerte en el suelo. Rachel tardaría poco tiempo en darse cuenta de que se
encontraba sola, así que Jack se quedó entre las sombras esperando un
movimiento para actuar.
290. CLAUDIA SAN EMETERIO GORDOA – CAFÉ
Suavemente, el amargo néctar de color del ébano era consumido, y su
cálida esencia, atrapada en una cárcel de cerámica violeta. Los ojos de la vida,
protegidos con unas gafas, empañadas a cada sorbo. Uno de los tirantes de la
camiseta se deslizaba por la suavidad del hombro. Los tristes rayos de sol
formaban leves destellos en su rostro, y con los ojos cerrados intentaba
absorber cada brizna de calor exenta en su insatisfecha rutina. Un inesperado
sonido, un viejo saxofón, rompe el ritual de cada mañana. Creando una tibia
sonrisa tras el ardiente brebaje. La ya fría bebida danzaba en un ajado
recipiente, acompasada por una cuchara, creando una melodía que adormecía
el ambiente. La oscuridad de la habitación se desvanecía con haces de luz que
se colaban por la persiana, dejando ver un caótico desorden. Un caos
reflejante de una carencia de tiempo y una ausencia de inspiración. Y cuando
esta llegue, me permitirá otorgarle un final a esta breve historia.
291. CLAUDIA SILVESTRE MUÑOZ – RESTOS DE SANGRE EN LA
PARED
Un preso desaparecido. Una celda aislada del resto del mundo excepto
por aquellos densos barrotes que estaban por puerta. ¿Cómo podía ser que
no hubiera rastro de él en la cámara de seguridad? Entró después de la cena
en su celda, como todos los días, y nunca salió de ella. ¿Era esto un claro
caso al estilo The Shawshank Redemption? No, no había ningún agujero por
el que escapar. Kevin era un policía experimentado en la Brigada de
Homicidios, pero este caso le estaba perturbando. ¿Escapó de algún modo?
Si es así, ¿por qué había restos de sangre en la pared? ¿Tenía alguna simple
explicación? ¿O formaba parte de algo más?
292. CLAUDIO BALEA SALES – DOBLE ASESINATO
Era un viernes por la mañana. Estaba verdaderamente asustado por el
asesinato de este miércoles. Un joven de veinte años llamado Alberto recibió
tres balas en el pecho, dos en el brazo izquierdo y una en la cabeza. Se supone
que a mí eso no me debería preocupar demasiado, dado que no llegué a
conocer a la víctima, pero yo fui el único testigo del asesinato. Por ese motivo,
la policía me interrogó; no le dieron más vueltas al caso y me creyeron a la
primera. Al salir del cuartel, me dirigí andando hacia un bar y me di cuenta
de que un hombre vestido con un chándal viejo y sucio me seguía, pero no le
di la menor importancia y seguí mi camino; pensaba que era simple
casualidad. Poco a poco, se iba acercando y empecé a ponerme un poco
nervioso, hasta que, a mi lado, me dijo:
—Puede que hayas dicho todo lo que viste, pero yo me voy a asegurar
de que no cuentes nada más.
293. CLAUDIO ESTEBAN AZABAL SÁNCHEZ – EL JUEGO DEL
CLUEDO
La fuerte tormenta brindaba la noche de acción de gracias; todos
quisieron trinchar el pavo, hasta el invitado de honor, Raúl, el prometido de
Jésica. Un mujeriego prepotente, poco querido por el futuro suegro. No
tardaron en saltar los plomos de la vieja casa. Armando, el padre de Jésica,
salió a encender el generador de gasoil. Al reiniciarse la luz, Raúl yacía
muerto encima de la mesa. Los gritos de Jésica ensordecieron a toda la
familia. Empezó a culpar a su padre de envenenamiento, y este, a su hijastra
Lourdes de pegarle con un plato, la cual había mantenido relaciones con él.
Amanda, la hijastra, no tardó en culpar a la sirvienta de golpearle con el
candelabro, que también cayó entre sus brazos, pero esta estaba segura de que
había sido el novio de Amanda, asfixiándolo. Él sabía todo lo que pasaba.
¿Quién lo mato? ¿Cuál fue el arma?
294. CONCHA ARBO – PIENSA, PIENSA
Me apena que el factor humano se esté quedando apartado, porque
encontrar indicios tiene algo de intuición, un mucho de experiencia y un
bastante de suerte. Otro robo en un domicilio, la entrada sin forzar, el
interior todo revuelto y bien registrado, dando con las joyas y el dinero de la
casa. Esta gente no puede dormir con guantes, se los ha de poner antes de
atacar la puerta. Pero tampoco muy pronto, pues llamarían la atención de
algún vecino que se pudieran cruzar en el portal. Esto nos lleva al ascensor.
Pero no la puerta de salida del piso en cuestión, donde ya han podido
enguantarse, además de desconocer el piso exacto donde se han bajado, sino
en el portal, puerta común. Encontraré muchas de todos los vecinos, pero
qué demonios. La emisora avisa de otro robo y solo tengo una sola idea en la
cabeza: la puerta del ascensor del portal. Los ordenadores echan humo. ¡Por
favor! ¡Sí, un identificado! Por delitos de robo con fuerza. Sé quién eres; te
estaré esperando.
295. CONCHI HENAREJOS – SIN TÍTULO
«Tiroteo con rehenes a dos manzanas de vuestra ubicación». Alex hace un
brusco giro y da media vuelta. Su hermano se sobresalta, pero lo disimula
muy bien. Llegan al lugar indicado en un par de minutos. Ambos se ponen el
chaleco antibalas. Matt ya sabía lo que era que un proyectil te atraviese la piel;
Alex no, pero como si lo supiera, porque aquella bala era para ella, y le dolió
más en el cuerpo de su hermano que en el suyo propio. Hombre de unos
cuarenta años, con evidentes signos de trastorno psicótico. En otras palabras,
imposible negociar, aunque eso Matt no lo sabe. Antes de que ella se dé
cuenta, su hermano ya ha tirado el arma y está hablando con él. Todo pasa
muy rápido y, en cuestión de segundos, Alex está en el suelo con una bala en
la cabeza, la bala dirigida a su hermano.
296. CONCHITA SERRANO DUPRÁ – AMANECER CONTIGO
Desperté complacida con el sol que entraba a raudales por la ventana. Te
miré y pensé: «Otra vez amanezco a tu lado, amor mío». Sonreí y te dije:
—Hemos pasado momentos muy malos, pero ahora vuelves a ser dulce
conmigo, como cuando nos conocimos. ¡¡Te quiero tanto!!
Me levanté con pesar de la cama para hacer el desayuno, arrugué la nariz
y pensé: «No sé qué pasa, tendré que avisar a alguien porque hace unos días
que hay muy mal olor, lo mismo es el gas. Vaya, oigo golpes en la puerta.
¿Quién será? Hay muchos hombres entrando. Eh, no pueden pasar. ¿¿Qué
hacen?? ¡¡No me agarren!! ¡¡Socorro!!».
Página de sucesos: Una mujer de unos treinta años asesina a su esposo y
convive con él durante un mes. Los vecinos, alertados por el mal olor,
avisaron a la policía, que se personó en el domicilio, donde ella misma les
franqueó la entrada. Al parecer, tiene alteradas las facultades mentales,
posiblemente por efecto de los malos tratos continuados por parte de su
pareja.
297. CORA AC – TINIEBLAS
—¿Y tú de qué te ríes?
—He hecho aquello con lo que todos en esta comisaría soñáis, pero no
os atrevéis a confesar.
—¿De verdad crees que alguno de nosotros piensa en descuartizar,
mutilar y asesinar a una persona?
—¿Personas dices? ¿Desde cuándo la escoria es humana? Vamos, sabes
lo que hacían, cómo dejaban a aquellos niños, cómo se te escapaban de entre
los dedos por los tecnicismos...
—El ojo por ojo no es el camino. ¡Deja de sonreír, me das asco!
—¿Eso es lo que te dices cuando te miras al espejo? ¿Así haces frente a tu
patética existencia?
—...
—No digas nada, no importa, hablaré yo, sabes que me gusta ilustrarte
cuando andas en las tinieblas: te doy asco, sí, porque en el lugar más
recóndito de tu mente, me admiras. Me necesitas, mi obra es todo aquello que
tú mismo harías, pero que esa estúpida placa te impide...
298. CORA SERRANO BAQUEDANO – AL OTRO LADO
El móvil vuelve a sonar. «Los del trabajo no me dejan en paz ni en mi día
libre», pensé.
—¿Sí? —contesté desganada.
—Abre la puerta; no son formas de tratar así a tus invitados —contestó
una voz que no supe reconocer al otro lado de la línea mientras sonaba el
timbre.
Colgué el teléfono en una décima de segundo y, con las piernas
temblorosas, me fui acercando sigilosamente hasta la puerta de la calle. «Será
el típico graciosillo», quería creer. Con la luz del descansillo aún encendida,
pude distinguir en el suelo unas sombras. Sin lugar a dudas, alguien
aguardaba detrás de mi puerta. La pregunta era quién. Volvió a sonar el
timbre.
—Vete de aquí o llamaré a la policía —fue lo único que se me ocurrió
gritar.
Pensé que había disuadido al sujeto cuando empezó a forzar la puerta.
Cogí un cuchillo de la cocina y me acerqué muerta de miedo. En ese
momento, sentí que no estaba sola. Unas manos me taparon los ojos.
299. COVA FERNÁNDEZ – SIN TÍTULO
Una fresca brisa marina le daba en la cara y le impedía pensar en lo que
acababa de ver. Mejor olvidarlo cuanto antes. No sabía por qué le habían
llamado si era conocido que estaba de vacaciones. Quizá era por esa
fascinación suya con el asesino del libro, autor de aquel atroz crimen, pero
necesitaba alejarse para aclarar sus ideas. Pero los criminales nunca
descansaban, no pensaban en vacaciones. Solo en hacer su mal. No habían
encontrado nada que indicara cómo había llegado el asesino hasta allí, pues
era un lugar alejado y con una carretera arenosa en la que se notaban todas las
huellas, hasta la más mínima. Y lo había asesinado hacía menos de dos horas.
Pero observando el acantilado, el inspector vio unas pequeñas escaleras que
llegaban a la altura del agua. Y un pequeño barco se alejaba mar adentro.
300. COVA RODRÍGUEZ JUAN – SU ÚLTIMO CASO
La agente Creevey sabe que la investigación se le ha ido de las manos;
puede que sea una de las policías más brillantes del FBI, pero parece que no
va a poder resolver ese caso. Eso es lo que más le molesta, saber que nunca
descubrirá a la persona que se esconde detrás de esa red de narcotráfico y
asesinatos, tirar a la basura el trabajo de los últimos dos años. Destapar esa
red ha sido la única obsesión en su vida desde que aquella mafia le arrebató a
su hermana. Cierra los ojos tratando de exprimir su última pista, el nombre
de la empresa fantasma que le ha llevado a esa nave abandonada y por la cual
ha descuidado su tapadera, dejando que descubran que es una agente
infiltrada. Pero ahora, tirada en el suelo, desangrándose por la herida de bala
del pecho y sin poder apenas respirar, un brillo de ilusión le inunda los ojos.
Estirando el brazo, escribe con su sangre y sus últimas fuerzas el nombre de
McMillan. Al final, sí que ha conseguido resolver su último caso.
301. COVADONGA MUÑIZ – EL EXCURSIONISTA
Declan visitaba la zona de Tipperary en Irlanda, entró en un castillo y lo
que allí se encontró fue aterrador. De una de las vigas colgaba el cuerpo de un
hombre. En el lugar solo estaba el cuerpo y un pequeño charco de agua justo
debajo de él. Todo parecía presagiar que se había cometido un asesinato. El
cuerpo pertenecía a Trevor Robertson, conocido por regentar un bar.
Hombre tranquilo y sin ningún conflicto. ¿Qué había pasado entonces? El
inspector MacLolo no tardó en percatarse de un detalle: el charco. ¿Qué hacía
allí ese charco? MacLolo se dio cuenta de que era lo que quedaba de un trozo
de hielo que había servido a Trevor para suicidarse. Las deudas que acarreaba
no le dejaron otra opción. Se subió en el hielo y este, poco a poco, se fue
derritiendo hasta acabar con la vida del malogrado mesero.
302. COVI SÁNCHEZ – EN EL CRIMEN NO HAY DISTANCIA...
Navidad en Nueva York. En un colegio privado, dos adolescentes
jugando encuentran el cuerpo de un niño. Víctor, el inspector del caso, y
Andrea, la forense, contemplan horrorizados la escena del crimen. El cadáver
tiene una marca extraña. Algo no encaja. Ambos se quedan en silencio
mientras piensan: «Sin pistas, sin sospechosos, y el único detective capaz de
resolver aquel misterio vive a más de cinco mil kilómetros». ¿Quién les
ayudará a desenmascarar al culpable?
303. CRIS BARBERO – EL CRIMEN PERFECTO
El detective examinó la escena; una ventana rota, cristales esparcidos por
el suelo, un charco de sangre manchando la alfombra de poliéster y una
colilla en el suelo, al lado del sofá. Recogió la colilla guardándosela en el
bolsillo. Aún no habían llegado los técnicos, así que siguió buscando pruebas
que delataran al homicida. Por experiencia, sabía que el crimen perfecto no
existía; sin embargo, este caso era peculiar. Para cuando llegaron los de
criminalística, el asesino no había dejado ninguna pista.
304. CRIS HERNANDO GIMENO – VOZ EN OFF
El sonido de las puertas del tren me devolvió a la realidad. Sentado en
aquel lúgubre vagón, todavía sentía la emoción experimentada escasas horas
antes. Por primera vez, mi corazón latía salvajemente, aullando, en cada
pulsación, su libertad. Todo mi cuerpo seguía su compás, con el recuerdo de
tan exquisito momento. La frescura que la brillante hoja dejaba en aquella
alma me erizaba la piel. La perfección de cada movimiento entrelazado con la
espesura del tinte rojo, que desprendía aquel ser. Nunca había experimentado
una melodía tan excitante como aquel conjunto de gemidos entrecortados,
acompasados por mi pincel. Por fin me sentía vivo. Con la satisfacción de mi
nueva creación, había alcanzado el camino a seguir. Las carcajadas empezaron
a surgir de entre mis labios; ya nadie me podría detener. El destino se puso
en marcha, mientras abandonaba aquel lugar, que en el pasado fue mi hogar.
305. CRIS MOLINA CASTILLO – IGUAL Y DIFERENTE
Cuando el cadáver de Frank, un delincuente reincidente detenido por
tráfico de drogas, aparece en un callejón próximo al Madison, los detectives
Will Russell y Christine Keller creen que podría tratarse de un ajuste de
cuentas. Metódico y perspicaz, Will escruta minuciosamente la vida de Frank,
esperando encontrar una pista que pueda esclarecer su muerte. Aunque
sospechosos no faltan debido a su estilo de vida, ninguno de ellos es el
culpable. El caso parece estar en vía muerta, cuando Christine sugiere otra
posibilidad: ¿y si el objetivo no era Frank, sino su hermano Steve? Steve es un
abogado matrimonialista, casado con una bella mujer, dos hijos y, lo más
importante, gemelo de Frank. Las sospechas de Christine se confirman
cuando, gracias a sus localidades próximas en el Madison, consiguen
establecer una conexión entre Steve y el asesino, Ben Allen, que llevaba años
planeando el crimen y que había jurado vengarse del abogado que representó
a su exmujer durante su proceso de divorcio
306. CRISTIAN LORCA – HACER QUE PAREZCA UN SUICIDIO
Después de ver la escena del crimen, la detective Sarah Lawrence encontró
una cinta de vídeo; se veía que Josh Dilan (la víctima) decía: «Si habéis
encontrado esta cinta, es que me he suicidado». Después de ver la cinta, creían
que ya estaba resuelto, pero a Sarah no le quedaba claro. El caso estaba
cerrado, pero Sarah continuó investigando. En su camino por descubrir al
asesino, se encontró con Cris Brown, que también estaba investigando el caso
y le propuso a Sarah que investigaran juntos; ella aceptó. Unos días más
tarde, Sarah averiguó que el lapsus de tiempo entre la fecha del vídeo y la de la
muerte era exagerada. Descubrió que el vídeo fue grabado para gastar una
broma y que el asesino la recreó. Se dirigió a la casa de la víctima una vez más
para ver si hallaba algo que la ayudase. En su habitación, halló una nota: Los
mejores amigos JD & CB. Algo que también ponía en el título del vídeo y a la
vez eran las iniciales de Josh Dilan y Cris Brown.
307. CRISTINA ALONSO I GARCÍA – CON LA MUERTE EN LOS
TALONES
Era una oscura noche de diciembre. Corría, no sabía hacia dónde, pero
corría, huyendo de su destino. No sabía dónde ir, dónde esconderse. De
repente, se detuvo un momento y vio la entrada del metro. Sin pensarlo dos
segundos, empezó a correr hacia allí, sin mirar atrás, sin mirar dónde pisaba.
Cinco segundos más y hubiese llegado al metro. Tan solo cinco segundos.
Pero allí la mataron, en plena noche, cerca de la parada de Winthrop Street.
Iba con un vestido rojo informal, aunque le faltaba un zapato, concretamente
un tacón de color negro del número 38. Llevaba la cartera y el anillo de
casada, aunque este estaba en la mano y no en el dedo. El tacón que le faltaba
fue hallado a veinte metros, dentro de un cubo de basura, impregnado de su
sangre. La víctima tenía orificios causados por el tacón, lo que indicaba que
era un asesinato no planeado. Y que la víctima conocía a su asesino y huía de
él...
308. CRISTINA ÁLVAREZ RIVAS – EL ARTE NUNCA MUERE
Una obra de arte, en todos los sentidos. Pinceladas precisas, perfectas.
Colores vibrantes que en su conjunto le daban un aspecto siniestro y
hermoso al cuadro. Una avalancha de sensaciones invade mi cuerpo.
Asombro. Incredulidad. Rabia. Desolación. La imagen, mi caso de suicidio
cerrado erróneamente hace un par de horas. Un hombre con una horca al
cuello, una silueta a su espalda poniendo fin a su vida. Los ojos de él,
apagados, sin ningún rastro de vida. En los de ella, determinación, frialdad,
maldad. Los ojos de una asesina... Los ojos de mi hija.
309. CRISTINA ARPÓN MARTÍN – LA NOVELA
Le dio un vuelco el corazón. En el mismo momento en el que supo lo
que ese crimen ocultaba, su cuerpo quedó paralizado por el horror. Mientras
observaba aquellas estremecedoras fotografías, un espasmo le recorrió la
columna vertebral. Su novela, la que ella había escrito y publicado varios
meses atrás, yacía junto al cuerpo sin vida de un hombre, empapada en un
charco de sangre roja y brillante. Se dio la vuelta y salió apresuradamente de
la sala, con el aliento agitado. Sentía la necesidad de huir de allí, de respirar.
Sin embargo, y por más que lo intentaba, no lograba quitarse esa imagen de
la mente. Ella pensaba... estaba convencida, de hecho, de que ese libro era
fruto de una historia de ficción, sacada de su propia imaginación. No
obstante, la frase escrita a mano en la primera página en blanco del ejemplar
era clara: Este relato no es una invención; el asesinato descrito en esta narración
sucedió veinte años atrás...
310. CRISTINA B. NOGUERA I CUART – EL ASESINO DE LAS
ESTACIONES
La noche de San Juan; recibí una carta que me avisaba de un asesinato
por cada estación del año. No me lo creí, hasta que al día siguiente encontré a
un hombre quemado frente a mi casa, portaba un MP3; sonaba Verano, de
Vivaldi. Pasaron los días y las pistas no me conducían a nada, hasta que el 30
de septiembre hubo un segundo asesinato por asfixia; también había un
equipo de música; este reproducía Otoño, de Vivaldi. Me di cuenta de que la
carta se haría realidad. Así fue, en invierno una mujer congelada cayó a mi
balcón, mientras se oía esa maldita música, Invierno. En primavera, descubrí
al asesino, por llevar la flor tatuada que envenenó a la cuarta víctima.
Rebuscando entre su pasado, entendí que todo había sido planeado por mi
novio, para vengar a su padre fallecido en un incendio en el teatro mientras
interpretaba a Vivaldi.
311. CRISTINA CABASÉS REGAL – PÓLVORA Y SANGRE
Los inspectores Erika River y Kurt Wilson habían entrado en el viejo
motel de carretera decididos a interrogar al que creían que era el testigo clave
para poder cerrar, de una vez por todas, el caso de los asesinatos en serie que
se habían producido en la ciudad. El fuerte olor a humedad y moho del
pasillo los envolvía mientras llamaban varias veces a la puerta de la habitación
147, obteniendo como única respuesta silencio absoluto. Kurt decidió tomar
cartas en el asunto y se preparó para tirar la puerta al suelo de una patada.
Erika puso los ojos en blanco y detuvo a su compañero, agitando delante de
sus narices la llave que le había dado el encargado. El inspector no tuvo
tiempo de sentirse avergonzado, pues a ambos se les heló la sangre tras abrir
la puerta. Dentro de la habitación, olía a pólvora y sangre: era el olor a
muerte. No fue necesario que vieran el cuerpo inerte del testigo para saber
que estaba muerto y, con él, sus esperanzas de resolver el caso.
312. CRISTINA DEL BARRIO – LA MIRADA
¿Cómo sabes quién es un asesino y quién no? La inspectora Blake tenía
su propia teoría. Los ojos; ese era su punto débil. La mirada de un asesino es
fría y calculadora, sin alma, en pago a las demás que ha arrebatado. La
inspectora la encontraba en cada criminal que encerraban, en cada caso que
resolvían. Había sido testigo de masacres, de muertes horribles, solo por la
ambición de un hombre. Y algunos de estos monstruos seguían en libertad,
disfrutando de la vida que les habían quitado a otros. Realmente, ¿qué es un
asesino? En respuesta a ese interrogante, surgieron muchas otras preguntas.
Se preguntó cuándo había dejado de creer en la justicia. Y, sin más, se dio
cuenta de que la mirada que tantas veces había encontrado en otros era un
reflejo. Un reflejo de sus ojos. Los ojos de una bestia. Los ojos de un asesino.
313. CRISTINA GARCÍA LUCENA – EL FOTÓGRAFO VANIDOSO
Dos meses y doce víctimas. La escena del crimen siempre era la misma:
asfixiados con una cuerda común y una fotografía de sus ojos abiertos. Ni
signos de forcejeo, ni huellas, ni ADN. Nada. Solo la foto. La inspectora
Layla Harrison, rayando la desesperación, se fue a tomar unas copas a un pub
alejado, donde no la conocieran. Tras varios chupitos de bourbon, se fijó que
en el local había una muestra de un fotógrafo cuya temática era la mirada de
las personas. Observó cada instantánea con detenimiento y, pese a su
principio de embriaguez, vio lo mismo en todos los ojos captados. Tomó un
café cargado y marchó rápidamente a comisaría. Recopiló las fotografías de
las víctimas, las amplió y descubrió lo que había tenido frente a sus narices
durante sesenta interminables días: la foto del asesino reflejada en las pupilas,
el mismo de la exposición.
314. CRISTINA GONZÁLEZ – EL ABORTO
Con esta ya van tres. Aún no tenemos pistas concluyentes que nos lleven
a inculpar a nadie, pero sí tenemos un perfil. La causa de la muerte: asfixia; y
todas ellas tienen algo en común: mujeres rubias, de entre treinta y treinta y
cinco años, solteras, y que han sufrido un aborto. El asesino había marcado a
las mujeres con un extraño mensaje en el vientre después de asfixiarlas:
13/02/2014. A simple vista parece una fecha, ¿pero cuál es su significado? El
perfil es claro, el asesino ha padecido un daño psíquico producido por un
acontecimiento trágico en su vida, quizá un aborto, el cual no puede superar e
incluso considera que asesinando a aquellas chicas les está ayudando pues
sería mejor estar muerto que seguir viviendo tras aquel funesto suceso.
Probablemente, el asesino sea una mujer, con las mismas características que
las víctimas.
315. CRISTINA GÓMEZ FERNÁNDEZ – SIN TÍTULO
Ahí estaba la prensa, junto con alguna gente morbosa y cotilla, agolpada
al otro lado de la cinta intentando vislumbrar algo de la escena del crimen que
sería noticia durante días. Jay Redom era el vocalista más famoso de la última
década. Y ahí estaba en el suelo, muerto. «Qué poético que muriera
escuchando música», pensé cuando me fijé en el MP3 que estaba a su lado.
«¿No fue un atraco entonces? Bueno, no es asunto mío, yo solo estoy aquí
para transportar el cuerpo». «Parece triste», fue el primer comentario de la
inspectora de policía. Se quedó observando el cadáver un buen rato mientras
los otros polis le comentaban cosas. Hacía frío, deseaba que acabaran ya. «Sé
quién es el asesino», me pareció escucharle decir. Extrañado, la vi agacharse a
recoger el reproductor de música; en él sonaba su primer gran éxito, puesto
en bucle. La única canción que no había cantado solo: Always together. En
aquel momento, yo vi la tristeza en ella.
316. CRISTINA HAMMONS – SIN TÍTULO
Susan caminaba por la calle sonriendo, pensando en la cara de Jane
cuando había encontrado su ropa hecha jirones; había sido mejor que la que
puso cuando le tiraron ese batido encima hacía solo dos días. Un ruido la
sobresaltó, sonrió al ver que solo era Jane, la sonrisa se le congeló en el
rostro cuando vio un cuchillo en su mano. En ese momento, Susan fue
consciente del dolor que sufría Jane, de lo atormentada que estaba..., todo por
su culpa. Intentó disculparse, pero ya era demasiado tarde, el cuchillo había
atravesado su corazón. Jane se quedó paralizada, poco a poco fue consciente
de lo que había ocurrido. Comenzó a llorar, su intención nunca fue matarla,
el cuchillo tenía otro destino. Ella sabía que, después de aquella noche, su
nombre aparecería en los periódicos; lo que no había previsto era aparecer
siendo una asesina en lugar de una suicida.
317. CRISTINA HOM – SIN TÍTULO
Por un descuido me palpitaba el pecho, me sudaban las manos. Tendría
que actuar pronto. Todavía no sabía qué estrategia usar y no me quedaba
mucho tiempo para pensarlo, los minutos pasaban y cada vez estaba más
nervioso. Finalmente, me dieron la orden y, sin pensarlo, cogí la cuerda y
salté. Mi destino era pisar tierra firme; cuando llegué al suelo, miré hacia
delante, me encontré con hombres y mujeres con la cabeza tapada y
maniatados. Los ladrones no se habían dado cuenta de mi presencia, así que
decidí actuar: me oculté detrás del mostrador mientras daba la orden para que
mi equipo bajase. Sin darme cuenta, pulsé el botón de la alarma que había en
el suelo y se dieron cuenta de que estaba allí escondido. La simulación acabó
y, como suponía, no había aprobado el examen para capitán de los GEO.
318. CRISTINA HUÉLAMO SANZ – DOBLE CELEBRACIÓN
Nunca pude imaginar que el afán de poder iba a ganar al de amar... Por
ello, murió una mujer a manos de un mal galán. Su nombre era Marie,
directora del magacín Fame; el del galán, he de averiguarlo. Mi mente no para
de recordar: «Lewis, fan de Marie y Fame, despreciado por la reina del
magacín. Un motivo de locura por el cual matar... David, subdirector de
Fame y amante de Marie. Oscura verdad pudo llegar a ocultar... Charles,
marido de Marie, descubridor de la deslealtad de su compañera de viaje.
Honor y traición juró vengar...». Un cuchillo especial fue la causa del trágico
final, hendiéndose tal metal en la tarta del veinticinco aniversario de Fame.
Una sola persona manejó en ambos escenarios semejante arsenal, una persona
de la que jamás terminé por sospechar. El poder de Fame ganaría al de
amar... No es el único misterio a averiguar; mi nombre no he nombrado,
pero tú has de investigar. Yace tanto en este relato como en la obra del Don
Juan.
319. CRISTINA ISIDRO – SIN TÍTULO
La sangre roja sobre la nieve blanca se extendía más y más. El cuerpo se
encontraba cada vez más frío y lo colocó junto a los demás cadáveres. Una
semana más tarde, la expedición al monte del Suicidio comenzó la ascensión
hacia la cumbre. Pararon los científicos por una aldea al pie, para que les
contaran los aldeanos las historias y leyendas de esa montaña. Querían
desmontar el mito de que todo hombre que intentaba coronar esa cima se
volvía loco. Al día siguiente, empezaron a ascender. Oyeron gritos y voces.
Solo sobrevivieron dos de los siete que intentaron coronar la cima. Se
encontraron con una grieta según seguían ascendiendo, ya con algunos
problemas psicológicos, y uno de ellos se cayó por ella; el otro se congeló.
El hombre vio una circunferencia dibujada con los cadáveres de sus
familiares. Eso fue la gota roja de sangre que colmó la nieve blanca. No pudo
soportarlo y... Y se despertó, dio un salto de la cama y se fue a dar una
ducha.
320. CRISTINA LAGUNA – LA SOMBRA ESCONDIDA
Era la cuarta víctima en un mes. El joven, de unos dieciocho años, yacía
en el suelo (de un tono azulado); su sangre formaba un charco a su
alrededor. El aviso lo había dado la anciana, vecina de abajo, a la que
despertaron los ruidos. A diferencia de las otras víctimas (de entre veinte y
veinticuatro años, trabajadores y sin aparente relación) el joven era estudiante
universitario. El detective Denis Suárez, junto a su compañero, fue a la
universidad. Una joven les dijo que Michael (la víctima) había hablado días
antes con Mark Evans, un compañero suyo. Denis recordó que una de las
víctimas también había hablado con él y que podía tener relación con las otras
dos, así que buscaron al joven, pero tenía coartada. Investigaron las redes
sociales de las víctimas y descubrieron que eran «acosadas» por un joven de la
edad de la víctima llamado Nathan Swift, el cual estaba enamorado de Mark; el
joven era muy celoso y no tenía coartada factible. Lograron detenerlo antes de
que saltara con la ayuda de Mark.
321. CRISTINA MARTÍNEZ TRIVIÑO – SIN TÍTULO
Abrió los ojos con pesadez y vio que estaba tendido en el sofá y tapado
con su manta de cuadros escoceses. ¿Cómo había llegado allí? Unos metros
más allá, un gran charco de sangre empezaba a cubrir el cuchillo de cerámica
que su suegra les había regalado para su último aniversario. ¿Qué había
pasado? Se visualizó esa mañana eligiendo una corbata, besando a su mujer y
yendo a su despacho. Recordó recibir una extraña nota donde se leía: Tu
esposa te engaña, ve a tu casa. Evocó sus pensamientos mientras conducía
hacia allí seguro de estar haciendo el ridículo. Revivió el momento en el que
enfermo de celos cogió el cuchillo y se dirigió hacia donde se escuchaban sus
voces. Volvió al presente y observó la expresión de horror en el rostro de ella
mientras el hombre se limpiaba la sangre de las manos. ¿No estaban heridos?
Entonces cayó en la cuenta. Sintió que el sueño se apoderaba de él y dejó que
sus ojos se cerraran. Esta vez para siempre.
322. CRISTINA MENESCARDI ROYUELA – EL TOPO
En la escena del crimen se hallaban los inspectores Torres, Rodríguez y
la teniente Ros. Había dos víctimas de un tiroteo, un policía y una mujer boca
abajo. Esto solo podía significar que iban a por el Cuerpo de Policía. Parece
que había un topo y que estaban en peligro. Ros había estado toda la noche
reconciliándose con su novio, y sabían que Torres había estado en casa con
su mujer; eso dejaba como único sospechoso a Rodríguez. Ros intentó avisar
a Torres, pero su mano translúcida atravesó la de él. No podía ser, no se
había reconciliado con José, lo había soñado. Tenía que avisar a Torres como
fuera, pero ahora ella no tenía coartada; mirándolo bien, daba igual, estaba
boca abajo en la escena del crimen..., donde Rodríguez miraba fijamente a
Torres, iba a ser el siguiente. Rodríguez era el topo.
323. CRISTINA PALACIOS – SIN FIN
No tenía tiempo para quitarse el uniforme. No importaba. Al final, lo
había conseguido. Después de estar años persiguiendo al más cruel,
despiadado y violento de los asesinos en serie a los que se había enfrentado,
lo había detenido. Deseaba llegar a casa para contarle a Mia la noticia y, por
fin, poder dormir tranquilo. Mia se merecía recibir aquella noticia; ella era
gran parte del éxito, por aguantarle noches en vela comentando el caso,
sobrellevando las grandes ausencias y por permanecer en un segundo plano,
asumiendo durante largos años su trabajo como detective. Se pararía en el
7/11 de la esquina, compraría Moët y celebrarían toda la noche este hito en
su carrera. La luz se colaba por debajo de la puerta. Ella estaría dormida en el
sofá. Sus llamadas no la habían despertado. Abrió la puerta. Se derrumbó. ¿A
quién habían encerrado? ¿Cómo podía haberse equivocado? Mia había
pagado las consecuencias.
324. CRISTINA TOBES ESCOBAR – EL MISTERIO DE LA MUJER
CASADA
El mayor misterio en nuestra urbanización. Helen, de origen inglés, esa
noche se tomó varias copas de más y comenzó a tontear con todo hombre que
se le ponía delante. Hugo, el cocinero del bar cercano, se unió a la fiesta. Los
vieron alejarse, no sin sonrisas socarronas de los presentes, ya que ambos
estaban casados y sus parejas no fueron. Al amanecer, encontraron a Helen
muerta a los pies de unas escaleras. Sacó dinero del cajero automático, pero
no se encontró dicho dinero y tampoco tenía puesta la ropa interior. Cayó
desde lo alto. Nadie supo qué pasó, si fue un accidente o fue un asesinato.
325. CRISTINA VIGO – SELFIE KILLER
—«Dentro de veinticuatro horas, voy a matarme y el mundo entero lo
podrá ver...». Esas fueron las únicas palabras que pronunció la chica.
La mujer del policía se quedó boquiabierta.
—¿Y qué pasó después?
—No dijo una sola palabra más en toda la grabación. Aparecía en medio
de la pantalla, sentada frente al espejo del baño y maquillada como la Catrina,
sin soltar el móvil de la mano mientras una cámara de vídeo grababa a su
espalda. Nuestro equipo rastreó la señal y dimos con la casa, un piso en el
centro.
—¿Quería suicidarse?
—No, todo parece indicar que fue cosa de su pareja. Ella es adicta a
publicar selfies en las redes sociales. El novio quiso vengarse, así que la obligó
a posar frente al espejo durante un día entero antes de asesinarla. Ahora la
prensa le llama el selfie killer.
—¿La ha matado?
—Lo intentó, pero conseguimos distraerle en el último momento.
—¿Y cómo?
El policía sonrió con una mueca burlona.
—Le hicimos una llamada al móvil.
326. CRISTINA SOFÍA LÓPEZ MARTÍN – AMOR POR EL ARTE
John tatuaba sentimientos, plasmaba formas de ser. Era uno de los
tatuadores más cotizados de Madrid. Lo que el resto desconocía era su
perfeccionismo extremo, no tenía límites. Jane fue la primera en descubrirlo,
pues entró como cliente a su estudio y salió como víctima. Jane quería hacerse
un tatuaje especial, algo que le marcase para toda la vida. John comenzó con el
diseño, pero el resultado final le decepcionó, le faltaba esencia. No consiguió
plasmar lo que quería, por lo que ató a Jane en la camilla, le dijo: «Esto
destrozará mi reputación», y acto seguido le inyectó una dosis mortal de
veneno en el tatuaje.
327. CURRO CESTERO PECADOS – EN EL NOMBRE DEL PADRE
Damián alzó su copa y dijo: «Tomad y bebed, que esta es mi sangre, que
será derramada por vosotros. Del Hijo. Sara se acercó con temor, abrió la
boca y tomó la comunión en forma de oblea. Y del Espíritu Santo. El coro
alzó sus voces mientras sus ojos se inyectaban en sangre y sus manos se
agarrotaban intentando aferrarse a la vida. El padre Damián sabía que ahora
Sara estaría en paz con Dios por sus pecados. Amén.
328. CYNTHIA BARLEYCORN – ETERNA TORTURA
Tengo que lavarme las manos, odio los pomos. Tres veces, tres estará
bien, estaré limpia. Tres más, para estar segura. Una... dos... y tres. Limpias.
Repasemos: me he duchado, me he lavado las manos tres veces y he recogido
la habitación. Ya puedo abrir el correo. Solo la muerte nos salva del gran
castigo que es la vida. Me parece absurdo cuando la gente mata por
venganza... ¿Qué venganza? ¡Les haces un favor! La tortura, en cambio...
Torturar a alguien durante días y dejarle vivo para poder acabar la obra con
una tortura psicológica eterna. Debí haberla protegido... Yo cuidaba de ella,
todo fue culpa mía. Repasemos: he alquilado la cámara frigorífica, solo se
abre desde fuera y no estará encendida, está aislada, nadie oirá los gritos; un
juego de esposas; he programado la llamada a emergencias dentro de tres
días; seis ratas hambrientas. Todo listo. Mi gran obra, la eterna tortura. Esto
está muy sucio, ¡necesito salir de aquí! Ahora recuerdo por qué compré las
esposas.
329. DALIA TIZÓN PÉREZ – SIN TÍTULO
Era innegable que la había querido. Pero que cometió un error también
lo era. Ya no había nada que hacer. Sara siempre respetó la ley, ¿por qué no
hacerlo ahora? ¿Para cubrir a Damián? No. Incluso debía agradecer que le
había avisado de que iría a la policía a contarlo todo. Él llevaba años con esa
red de tráfico hasta que esa chica llegó a su vida a torcerlo todo. Estaba
recordando el aroma de su pelo y el lunar de su hombro derecho cuando
masticó y tragó un trozo de carne antes de decirse en voz baja: «Te recordaba
más dulce».
330. DANI CALVO – ÚLTIMO DÍA
Cuando llegué a casa me la encontré, allí tumbada, en esa cama. ¿Cuándo
se acabará esta tortura? Mi mujer, mi pobre mujer, enferma y sin que yo
pueda hacer nada para ayudarla. Pasan los días y cada día es peor, su cuerpo
se muere poco a poco, el médico me dijo que se moriría pronto; cuando me
lo dijo, no pude reaccionar, esas palabras me llegaron demasiado profundo.
Empecé a llamar a todos los familiares, amigos, compañeros del trabajo, a
toda persona que conociera a mi hermosa mujer. Empezaron a llegar los
amigos, los familiares... Los reuní a todos en el salón para darles la horrible
noticia. Cuando se la conté a mi suegra, empezó a llorar, y mi suegro intentó
consolarla, pero su tristeza también le invadía. Mis amigos hablaron
conmigo, ayudándome a mejorar en mi estado de ánimo. Llegó, llegó ese
maldito día que yo esperaba con angustia; mi mujer abandonó este mundo. Y
yo, tan triste como estaba, escribí esto para decir que me despido de todos.
331. DANI CASTRO – FUISTE TÚ
Consiguió cerrar todos los accesos y quitar las señales de alarma. Pero
algo se le escapaba. Luis, al escuchar los gritos y golpes, no se lo pensó, se
escondió en el falso techo. Consiguió callar a los clientes del banco con
violencia y gritos. Luis, agudizaba sentidos. Consiguió, después de varios
intentos, la saca con unos tres kilos de monedas de incalculable valor, las dejó
en la estantería, cerca de la salida trasera. Luis, asustado, vio la oportunidad.
Alcanzó la saca con sumo sigilo y huyó por el boquete que dejaba el
conducto del aire acondicionado. No consiguió convencer al juez de que él no
tenía la saca y que escuchó ruido y alguien huía con ella. Luis contaba billetes.
332. DANI GUZMÁN – LA MANO DEL MUERTO
El olor a pólvora inundaba las fosas nasales del detective Carcosa
mientras contemplaba hierático la escena del crimen. Boston. Una taberna
clandestina donde se bebía alcohol clandestino durante una clandestina partida
de cartas. Cinco cadáveres: el policía corrupto, el gánster sanguinario, la
corista jubilada, el periodista alcohólico y el tahúr codicioso. Sus
ensangrentadas cabezas caídas sobre el tapete verde y, en el centro de la mesa,
un revólver humeante. Sin testigos. Sin nada en común salvo una cosa. Él, el
detective Carcosa. Y lo que le unía a esos desechos es que quería verlos
muertos. En las cuatro cartas del asiento vacío había una pista: dos ases
negros junto a dos ochos negros. La mano del muerto. El asesino había
dejado una bala esperándole en un revólver humeante. Carcosa movió la
pistola con un pañuelo y apuntó al asiento vacío. Asintió. Nunca darían con
él. Su venganza había concluido.
333. DANI PEREIRA – BENDITO Y ODIADO ÁNGEL
Maldita locura, veloz y enfermiza. Esa vesania consumía a cualquiera. Sus
pasos marchaban por las lluviosas calles de la ciudad, esperando que algún
día el trabajo liquidara el sufrimiento. Lamentable deseo para un hombre que
ejercía como bombero, labor altruista y arriesgada. Pero a pesar de su
juventud, todo carecía de sentido. Se odiaba a sí mismo, y con motivo: lo
echaba absolutamente todo a perder, los errores convertían toda superficie en
zonas grises y moribundas. Vivir eternamente contigo es difícil en situaciones
de tal calibre. Pero todo barco negro, astillado, que se hunde, puede ver la luz
de ese faro puro, digno, que se eleva con serenidad entre las tinieblas. Se
había autodestruido, pero podía estar seguro de la fe en ese faro.
Resquebrajado en pedazos, debía y quería seguir avanzando, saltando todo
obstáculo, sin volver a fallar. A nadie más. Él ya no importaba, pero sí lo que
representaba en su vida. Todo demonio tiene su ángel. Nada, jamás, haría que
renunciara a ella.
334. DANI RODRÍGUEZ – OTRA VEZ
Entra gente en el vagón y levanto la vista. Justo enfrente, es ella. ¿Es ella?
No, claro que no. No puede ser ella, es imposible que sea ella. Dios, ¿cuánto
lleva ahí sentada? ¿Cómo no la he visto? ¿Es ella? ¡No! ¡No es humanamente
posible! Tengo que... ¡Dios, me ha visto! ¡Ha barrido el tren con la mirada,
me tiene que haber visto! Está disimulando... Claro, está nerviosa, tiene que
estarlo, tiene que estar incluso más nerviosa que yo. ¡Se levanta! Baja. Tengo
que... La tengo que seguir. La seguiré. Nunca pensé que la volvería a ver, a
tener cerca, a... Rápido, las escaleras. Qué rápido va. Tengo que... ¿me habrá
visto? No sé si... ¡Pero si me hubiera visto, hubiera dicho algo! ¿No? No me
ha visto. ¿Dónde está? Tengo que... Dios, es imposible que sea ella... ¡No, al
portal no! Ven, ven aquí, eso es. No, no, calla. Así. Eso es, no hagas fuerza,
dame el cuello. Así, así, no dolerá, relájate. Dios, así, suave. Ya está. Ya acabó.
No eras tú. Claro que no eras tú. No podías ser tú otra vez.
335. DANIEL ARIAS LIRIA – DEPENDE DE QUIÉN LO CUENTE
Era él, un policía un tanto callado que, después de haber violado un par
de leyes de los Estados Unidos de América para salvar a su familia de ir a
prisión, se había quedado sin su puesto de trabajo, y tras salir de la cárcel,
quiso contar su versión de lo que pasó, pues todo el mundo echaba pestes de
él, porque el FBI había exagerado demasiado los hechos. Intentó comunicarse
con el mundo a través de la prensa, la televisión, radio..., pero nadie le ofrecía
un mínimo de apoyo. No se rindió a pesar de que nadie le quisiese ayudar y
se le ocurrió una idea brillante: comunicar su historia a través de la escritura.
Escribió un libro contando la verdadera historia; eso sí, cambiando el
nombre de los personajes para no delatarse. Tras mandarlo a una editorial
como anónimo, aprobar su publicación y haber pasado un mes del
lanzamiento, un crítico literario opinó: «El agente de policía de este libro
actuó como un verdadero héroe».
336. DANIEL BERNAT REYES – SU PROPIA PESADILLA
Walter Matthews era un detective de Homicidios de Brooklyn. Su
carrera estaba llena de grandes logros, numerosos casos complicados
resueltos. Su vida cambió por completo cuando se topó con el Asesino del
Alfa y la Omega, el cual mutilaba a sus víctimas de diferentes maneras, cada
cual más espeluznante, y grababa en su piel esas letras del alfabeto griego. En
su búsqueda, no encontró prácticamente pistas, y no ayudó el hecho de que
no conciliaba el sueño con facilidad, y cuando lo hacía, tenía pesadillas
extrañas. Finalmente, logró una pista que le acercaba al asesino, un testigo que
afirmaba haberlo visto abandonando uno de los lugares donde se halló una de
sus víctimas. Cuando fue a reunirse con el testigo, este señaló a Walter como
el asesino. Comenzó a recordarlo todo: cómo asesinó a cada una de las
víctimas, y comprendió que su mente lo había bloqueado todo. Los años
persiguiendo asesinos le convirtieron en uno: él era el Asesino del Alfa y la
Omega, era su propia pesadilla.
337. DANIEL CASTILLO MARTÍN – UN SILENCIO REVELADO
El inspector Robert Burlow sabía que todo aquello no era posible. En el
suelo de una de las calles más transitadas de la ciudad, un cuerpo reposaba
anodinamente mientras la sangre coagulada se fundía con la escarcha matinal.
—¿Sabemos quién es? —preguntó el inspector, sacando una libreta para
apuntar todos los detalles de la investigación.
Burlow sabía que las cuatro de la madrugada era una mala hora para salir
a la calle. El alcohol, las drogas y el vandalismo poblaban los principales
barrios bajos y se extendían por el resto de la ciudad como pólvora.
—No, señor, no sabemos nada de la víctima —dijo el forense.
El inspector sacó una bola transparente del interior de una bolsa y miró
a través de ella.
—Pero sí sabemos cómo murió —completó Burlow mientras veía las
imágenes sucederse en el interior del cristal. Era la recreación del momento
del crimen.
338. DANIEL HIDALGO CAMACHO – SIN MIEDO A LA LEY
Me llamo Shane; el primer crimen fue difícil de digerir. Dos días
después, aún soñaba con la primera víctima. Al tercer día, con mi segundo
asesinato, todo desapareció. El miedo, las dudas, el por qué comencé con
esto, todo se esfumó, y al sexto día, continué. Seis días, tres asesinatos. Una
pelea callejera en la noche en un callejón oscuro con un desconocido, una
prostituta en un hotel de carretera y una joven a la que primero secuestré y
luego me atreví a torturar. Nada en común entre ellos, solo por el placer de
matar. ¿Creéis que la policía me atrapará algún día? Yo no lo creo; lo que he
empezado me gusta y no pienso parar.
339. DANIEL KOWALSKI BADIOLA – ENCERRADA
Abrió los ojos. Layla no sabía cuánto tiempo llevaba sin estar despierta.
Se sentía incómoda de yacer tanto tiempo en el suelo. No había ruido alguno.
«Se han ido», sospechó. Notaba su pelo rígido. «Lleva demasiado tiempo sin
lavar», reflexionó. Divisó migajas en el suelo. Empezó a comérselas
desesperadamente. Sentía como no solo tragaba migas, sino también polvo.
Pero no le importaba, tenía hambre. Se estremeció. Allí estaban, mirándola.
Eran los de siempre. Se acercaron. La tocaron. Sentía cómo palpaban su
cuerpo desnudo. Y sonreían. Constantemente lo hacían. Layla solo esperaba
que parasen. «Siempre acaban parando». Pero esta vez, el más alto cogió la
cadena de metal. «Sé qué viene ahora, ya lo he visto antes», pensó. La entrelazó
con su cuello, y ella pudo ver cómo la cadena se tensaba. «Por fin volveré a
reunirme con los míos», razonó, mientras la luz le deslumbró rápidamente.
Layla emprendió su viaje, su viaje al parque con los otros perros.
340. DANIEL LÓPEZ – EL ASESINO
Eran las diez de la noche en un viejo pueblo de Nueva York; de repente,
cae un cuerpo del cielo. De una casa sale Peter, el cual reconoce el cuerpo: el
muerto era su amigo. Al escenario del crimen llegó Wilson, un detective
joven, pero con mucha experiencia, solitario y que se fijaba en todo. Wilson
vio que el cuerpo tenía una marca de serpientes. Peter dijo que su amigo se
estaba juntando con un chico muy raro al que le gustaban las serpientes, un
tipo sin corazón, problemático y el principal sospechoso. Peter le dijo al
detective que fuera a hablar con la novia de su amigo. De repente, se oyó un
disparo a lo lejos y mató a Peter, pero no había nada ni nadie. Wilson fue a
hablar con Rachel, la novia; ella le dijo el nombre del asesino, Owen. Al salir
de la casa, esta explotó. Wilson se empezó a enfadar, investigó a Owen, él era
bueno pero inexperto y fue a arrestarlo, pero, claro, este no se lo iba a poner
tan fácil. Wilson sufrió muchos daños, pero logró acabar con el asesino.
341. DANIEL MARTÍN ESTÉVEZ – SIN TÍTULO
Josh y Rose eran dos amigos de la infancia, que llevaban años juntos en
la Policía. Desde pequeños, los dos sabían lo que querían ser, y desde
entonces no han descansado en su afán por coger a los criminales. Ahora, su
mayor y más complicado caso está delante de ellos: un autobús, una mujer
asesinada y ninguna pista. Todo indicaba que el asesino no había estado en el
lugar del crimen; el autobús estaba en marcha cuando la mujer murió, y no se
vio a nadie sospechoso. Las cámaras lo desmostraron. Algo no cuadraba; este
caso se complicaba a cada paso, tampoco había arma ni huellas. ¿Qué era el
asesino: un fantasma o alguien muy meticuloso? Además, la mujer era una
chica de unos veintiséis años. ¿En qué andaba metida?
342. DANIEL MONTOYA – SOFÍA
So ́a me apuñaló. Fue en la misma cama en la que no hace ni una hora
nos habíamos empapado con el caloŕs ma
apasionado que habi
́amos
compartido jamás . No entiendo nada. Incluso muerto sigo en esa habitación.
Estoy otando y la observo llorando sobre mi cuerpo. Yo tambie
́n quiero
desahogarme. Pero necesito una explicacio
́n. ¿Qué hice? Aunque en estas
vacaciones dijese algo terrible, incumpliera alguna promesa o me olvidase de
alguna fecha importante, nos habri
́amos reconciliado en la cama. Como
siempre. El viernes durante la cena hablamos sobre el amor. Sóa ironizaba
diciendo que hay mujeres idiotas. Ella nunca llorari
́a por un hombre. Le
bastaría con destruir todos los recuerdos. El resto de la semana apenas dijo
nada. Siempre hablo yo. Pero ella es ́. asi
Intrigante y rara. ¡Vaya! Puedo
verme a mí mismo acostado hace cinco minutos... ¿Hablo en suen
̃os? Qué
curioso. Y ella está despierta escuchándome... ¡Qué idiota! Se enteró de lo de
Marta; aún así no lo entiendo.
343. DANIEL MORERA NAVARRO – ONCE AÑOS
Hoy cumplo once años... Para mí es una fecha muy especial. Soy Raúl y
vivo con mi papá, el mejor del mundo. Cada año, por mi cumpleaños, me da
un regalo muy especial que voy guardando en mi colección. Este año, me ha
dicho que va a ser diferente, que me estoy haciendo mayor y estoy ansioso
por ver de qué se trata. ¡Estoy muy ilusionado! Además, estoy feliz porque
creo que estoy enamorado. Lucía es una chica de mi clase, con unos ojos
azules que hacen que me tiemblen las manos al mirarme. No soy capaz de
saludarla, no me sale la voz, pero sé que me quiere, sus ojos me lo dicen...,
son tan azules. ¡Papá ha llegado! Vamos juntos al sótano y me dice que esta
vez elijo yo, que puedo elegir lo que sea de quién sea y será para mí. ¡Estoy
excitado! Hasta ahora todos los regalos eran de mamá, pero esta vez no. De
repente lo tengo claro: mamá me mira desde su caja del sótano y, al ver cada
uno de los frascos con sus diez dedos, ya sé qué voy a querer por mi
cumpleaños... Quiero que Lucía solo me mire a mí...
344. DARÍO REDOLFI – EL CONDENADO SIN LEY
Conocido por su gran facilidad para engañar, también agresivo con su
pareja, llegando a darle reiteradas palizas y amenazas, estafador y
manipulador sobre toda persona directa e indirecta, aficionado al juego y a las
prostitutas, sin trabajo fijo, vive de gente inocente e ignorante provocando en
ellos daño psicológico y económico sin escrúpulos. Estos sucesos, cuyo
protagonista se hace llamar el Chulo, darán una gran vuelta a su vida. Un día,
es engañado por teléfono para el transporte de droga; estaría remunerado con
cinco mil euros. Aceptó y dijo: «Tranquilo, yo vivo de esto». Charly, el
mensajero telefónico, lo citó para entregarle el paquete. Una vez reunidos, el
Chulo, sin saber la verdad, se preocupó. De repente, aparecieron de la
oscuridad varias personas. La idea era llevar a cabo una desagradable y brutal
venganza: torturado, humillado y enjaulado. Lo dejaron a su suerte, sin
piedad, lo que el Chulo jamás tuvo por nada ni nadie.
345. DARÍO CASADO – TRANQUILIDAD
Tenía los ojos cerrados cuando escuchó el primer grito. No estaba
pensando en dormir, pero sí le habría gustado disfrutar de un poco de paz y
tranquilidad. «Este barrio está cada vez peor. Con las horas que son y vaya
berridos», pensaba. Siempre pasaba igual. Cerraba los ojos, intentaba
relajarse y disfrutar, pero nunca podía. Ya ni se molestaba en mandar callar;
había aprendido que nunca hacían caso. Al estar acostumbrado, no le
molestaba tanto como al principio, pero siempre que ocurría pensaba en si
alguna noche tendría la suerte de no escuchar ningún grito. Al menos eran
cada vez más débiles y espaciados. Pronto iba a parar. Quizá es cosa de las
grandes ciudades y es inevitable pasar una noche en calma, sin ruidos.
Cuando ya no escuchó más berridos ni notó más movimiento, por fin dejó
de apuñalar a aquella mujer. «Algún día, alguna no gritará», pensó
esperanzado.
346. DATA FRIKI – UNA MUERTE DULCE
Y sentí que el sabor de sus labios..., su perfume, acababa con mi vida,
pues no era tan solo ese embriagador aroma que llamamos amor, sino el
propio y dulce veneno con el que estaban impregnados sus labios lo que
terminó por matarme, una dulce muerte para tan desdichada vida. Era una
noche lluviosa, hacía frío y estaba cansado. Salía de tomar una copa cuando
una chica, de esas que ves una vez en la vida, se me acercó. Extrañado pensé:
«¿Me habla a mí?». Tras invitarle a un par de Manhattans, una cosa llevó a la
otra..., fue entonces cuando me confesó que su hermana murió atropellada
«por mi culpa». Hacía años que ocurrió, casi no lo recordaba; en aquel
entonces, yo bebía en exceso e iba hebrio. Y mientras ella confesaba que había
estado planificándolo todo, cada momento..., me susurró al oído: «Te
perdono». Y me dio un beso envenenado.
347. DAVID AGUILERA ROMÁN – EL ALMA JUNTO AL MAR
Como cada noche, Jarod pasaba interminables horas a la orilla del mar.
Su insomnio no le permitía otra cosa. La brisa marina y el golpeteo de las
olas al menos le relajaban. Sin embargo, esa noche era distinta, sentía las
gaviotas, las centelleantes luces de las farolas y el rumor marino mucho más
fuerte, como si formara parte de él. Aquellos pescadores nocturnos no se
giraban al oírle pasar tras ellos, y estaba ya tan agotado que decidió irse a
casa. Tras llegar a la puerta, se dio cuenta de que no llevaba llave y decidió
llamar. Su mujer y sus hijos no le contestaron, solo Pinky, el pequeño
caniche que tenía por mascota, pareció percatarse de su presencia y se acercó a
olisquear a la puerta. Tras insistir varios minutos, resolvió entrar por la
ventana baja de la habitación de uno de sus hijos; el enorme espejo del
recibidor no le devolvió su imagen. Un sudor frío empezó a recorrer su
espalda mientras su mujer irrumpía en llanto desgarrado: su cuerpo fallecido
yacía asesinado sobre la alfombra.
348. DAVID ALVIRA SAINZ – VENGANZA A LARGO PLAZO
Un niño encuentra a un hombre trajeado muerto en un pozo; sale
corriendo hacia su casa a contarle todo a sus padres. El padre llama a la
policía, que se dirige a la zona donde está el cuerpo; se dan cuenta de que no
tiene ningún rasguño, contactan con el FBI, que después de investigar
descubre que es el dueño de una importante empresa farmacéutica. Averiguan
que en realidad utilizan la empresa para el tráfico de drogas y de mujeres
utilizadas para la prostitución. Entonces, también descubren que detrás hay
personas muy importantes a las que no les interesa que esto salga a la luz.
Parece que el capitán del FBI es el que está al mando de todo, pero no es el
asesino. Al profundizar en el tema, ven que hay una prostituta con quien el
asesinado tuvo un hijo que vive en ese pueblo; van y lo detienen, después de
encontrar un plan de asesinato para culpar al capitán del FBI.
349. DAVID APARICIO TRAVE – UN ASESINO DEMASIADO
CONFIADO
El inspector de policía Lucas se dirigía hacia otra escena del crimen. El
forense John dijo que la víctima se llamaba Óscar Reyes Guzmán, de cuarenta
y cuatro años, agente de bolsa; había muerto de un disparo al corazón; el
arma se encontró a varios metros del cuerpo. Mi compañera Cristina llamó a
la mujer de la víctima para comunicarle el crimen; esta no se lo creía. Mientras
tanto, llamó John y dijo que en la pistola habían encontrado huellas,
pertenecían a Héctor James Torres; estaba fichado por robo. Fueron
rápidamente al domicilio del presunto asesino, la puerta estaba cerrada y no
contestaba nadie, tuvieron que entrar a la fuerza, lo encontraron dormido.
Entonces, se despertó; le preguntaron por el asesinato y dijo que le habían
robado su pistola días antes. Lo arrestaron; estaba todo claro, la pistola tenía
sus huellas y a Óscar le faltaban doscientos cincuenta mil euros, sacados
horas después del crimen, encontrados en su casa en un bajo fondo del
armario. «Héctor James Torres, queda detenido».
350. DAVID AVARO – EL TEMPLETE DE MANOR HOUSE
El 9 de octubre de 1948, el coronel Hart y su esposa Lady Hart
organizaron una fiesta, rodeados de sus amigos y más allegados, en su casa
del sur de Inglaterra. Esa misma noche, los invitados vieron ir a la pareja al
templete que se encontraba a orillas del lago. Unos minutos más tarde,
escucharon varios disparos procedentes del lugar. Rápidamente, fueron allí,
donde encontraron en el suelo a Archibald y a Dorothea, muertos a causa de
un disparo en la cabeza. Al lado del coronel había un revólver en el cual
faltaban tres balas. El inspector Lexington de Scotland Yard revisó las pruebas
halladas en el templete y llegó a la conclusión de que había sido un doble
suicidio, aunque el testimonio de una invitada aseguraba que cuando salió a
fumar había visto en los alrededores de la casa merodeando a un hombre
desconocido. A falta de más pruebas, el caso se cerró. Unos días más tarde,
en otra orilla del lago, apareció el cadáver de un hombre muerto por un
disparo.
351. DAVID BOLIVAR – LA SOLUCIÓN
El agente que dio el aviso abrió el maletero y allí estaba, yacía muerta sin
signos de violencia. El inspector seguía allí, de pie, vestido con su abrigo
oscuro de siempre y observando ahora el interior en el que solo podía ver a la
víctima colocada en posición fetal, como si durmiese tranquilamente. Nada le
llamaba la atención, excepto un pequeño detalle: un trocito de papel blanco
que parecía que se le había caído a la víctima de su mano derecha, una esquina
de una revista o similar. En aquel instante lo supo, aquel detalle cambió todo.
Giró sobre sí mismo y miró hacia el final del callejón, donde esperaba su
vehículo, caminó hacia él y en su mirada se intuía algo; una vez entró en el
coche, sonrió y le cambió la mirada. Ya sabía a dónde dirigirse, iba a por él y
esta vez no escaparía.
352. DAVID CANDIA RODRÍGUEZ – SUEÑOS ROTOS
Ahí está ella, me mira con su vestido rojo de seda, una gran explosión me
despierta, sobresaltado me asomo a la ventana con la imagen de la bella mujer
todavía en mente. A centímetros del cristal, contemplo a un hombre
empapado de sangre mientras otro, pistola en mano, lo mira de pie; entonces,
pone fin a las súplicas del primero, el asesino levanta la mirada, no veo sus
ojos, y yo bajo la persiana de golpe, me tumbo e intento retomar mi sueño,
solo la hermosa podría hacer que olvide lo ocurrido hace unos instantes.
Suena la puerta, sé que allí está el asesino, la abro con miedo; el delincuente
tiene la cara cubierta con una capucha. Trato de salvar mi vida cuando
descubro su cara, es ella, la mujer del vestido rojo; se abalanza en mis brazos
y me explica que el hombre muerto es su novio.
—Tuve que hacerlo, era un mal hombre, y yo te amo; era la única
manera de poder estar a tu lado.
Y yo no puedo dejar de pensar que destrozó mis sueños, sí, pero para
hacerlos realidad.
353. DAVID CORO GARCÍA – TE LO ESTOY DICIENDO A TI
‒Solos tú y yo otra vez... ¿Ves a alguien más por aquí?... Nunca podrás
escapar. Ellos aún no lo saben, pero tú, sí. ¡Yo lo sé! Los dos sabemos que lo
hiciste... ¿Qué tienes que decir a eso? ¿No vas a decir nada? ¿Te da todo igual,
no es así?... Vas a seguir leyendo esta mierda como si tal cosa... ¡Por el amor
de Dios; tenía veinticuatro años! Lees así a este inspector en tu cabeza como
cada día lo temes en cualquier llamada o en la puerta de tu casa, pero hoy ha
sido en esta página. La casualidad siempre gana, no puedes darle esquinazo;
preguntándote en secreto ahora mismo esa maldita frase del cine: «Are you
talking to me?». ‒Claro que estoy hablando contigo, ¿con quién si no? Pero
esto no es Taxi driver, jodido tarado... Acaba con esto, confiesa, obtén la paz,
la libertad... El asesino eres tú.
354. DAVID CURTIELLA GARCÍA – ELLA. LA GUERRA
Se encendió el último Camel que le quedaba. Botellas de whisky barato
tiradas, fotos rotas, y colillas consumidas. Lo que sí oía era el sonido de la
guerra que estallaba en el exterior. Bum, bum, bum, no paraba de perforarle
los oídos, amenazando con arrancarle la poca cordura que le quedaba. Porque
estaba allí sentado, consumiéndose como una vela de sebo. Al fondo la vio. La
cama donde había yacido con ella, donde habían forjado sueños y risas. Pero
ya no oía su risa, solo esa maldita guerra. Se había ido para siempre, si
alguna vez llegó a estar. Hoy era su entierro. Le daba igual. Sus miradas hacía
tiempo que se fueron. La guerra continuaba fuera. El cigarrillo se consumió
al fin. La ira y la rabia le poseyeron. Rompió la botella más próxima contra la
ventana. Gritó a la guerra de fuera. Con la rabia de su corazón desgarrado.
Por unos segundos, se quedó ciego, sollozando y balbuceando su nombre.
Entonces, miró por la ventana. No había guerra. La guerra siempre estuvo en
su interior...
355. DAVID DÍEZ – MI PRIMER CASO
Las balas silbaban a mi alrededor, los cristales caían al suelo; mi primer
caso como inspector de Homicidios y ya estaba temiendo por mi vida; la
capitana me advirtió de que sería difícil y de que la informara de mis avances;
maldita sea la hora en la que escuché a Rick: «Podemos resolverlo, David, yo
tengo contactos en la mafia que te pueden ayudar; además, tan solo es el hijo
de un mensajero de la familia Di Pietro». Me iba a caer un buen castigo por
haber traído a Rick, aunque esperara en el coche, pero, claro, solo si
conseguía salir de detrás de la barra del bar de los Di Pietro, esquivar las
balas y llegar al coche al otro lado de la calle; la situación se había vuelto
bastante complicada. Las balas cesaron, unos pasos se aproximaban, y pensé:
«Es hora de jugármela». Pero en cuestión de segundos, el SWAT estaba
reduciendo a los tiradores, mercenarios para matar al mensajero que tenía el
soborno destinado al juez del caso del Padrino Di Pietro; por desgracia,
mataron al hijo.
356. DAVID FIGUERO MORALES – ABOGADOS, MALOS AMIGOS
Todo se cernía bajo una luz rojiza aterradora, cuando un disparo zumbó
en un milisegundo y dejó el cuerpo de Louis inerte en un callejón. A la
mañana siguiente, la policía acudió al lugar del siniestro y, según la forense,
le habían perforado la cabeza desde un kilómetro. Su cartera estaba intacta,
por lo cual se descartaba el robo. Más tarde, investigando la vida de Louis,
descubrieron que era abogado de un importante bufete, lo que extrañaba más.
Recolectando la información de sus últimos casos, descubrieron que estaba
investigando a un abogado de una gran multinacionalidad; si esta cerraba,
perdería su empleo. Se llamaba Nathan y no tenía buena reputación. Tras
localizarlo, y con una orden de registro, entraron en su casa y descubrieron
un maletín propio de un francotirador; se estaba escapando por las escaleras
traseras. Al herir a un policía, la inspectora cogió esa misma arma y le
disparó, arrebatándole la vida.
357. DAVID GAGO – A VECES OCURREN ESTAS COSAS, CHICO
Michael se reclina en su silla, abatido. Sostiene en la mano el retrato de
un niño que alguna vez fue feliz. Con un clip, la engancha al primer folio de
una carpeta marrón, llena de papeles y otras fotografías. Negando con la
cabeza, la cierra. Camina hacia el archivo como quien lleva un ataúd a cuestas.
Despacio, abre el cajón con la etiqueta «K–L» y la inserta cuidadosamente.
Michael se niega. No quiere cerrar el cajón. No quiere cerrar el caso. No
quiere rendirse. Todos le observan, enmudecidos. Solo el comisario,
apoyado en la puerta de su despacho, se atreve a romper el silencio. «A veces
ocurren estas cosas, chico». Con rabia contenida, Michael cierra el cajón de
un golpe y abandona la comisaría. Conduce a toda velocidad hasta la
guardería Wellington. Camina hasta llegar a la parte de atrás, cerca de los
balancines. Michael se agacha y acaricia la silueta de tiza dibujada en el asfalto.
Llorando, mira al cielo. «Kevin, lo resolveré. Te lo prometo».
358. DAVID GARCÍA – CELOS
Estaba en el trabajo cuando Antonio me dijo que quería sorprender a mi
jefe Ramón con un álbum de fotos. Me dio una cámara para que le
fotografiase cuando él le abrazase.
Ramón apareció asesinado en su oficina. Pablo, el novio de Ramón, era el
principal sospechoso, por ser muy celoso. Pero fue su hermano Santiago el
que confesó el crimen.
Santiago tiene una empresa que apoya al colectivo homosexual. En
cuanto confesó, empezó a correr el rumor de que era homófobo. Su empresa
vendía menos.
Descubrieron que Antonio tenía una empresa del mismo sector que
estaba aumentando sus ventas y que anteriormente estaba casi en quiebra.
Antonio sabía que Santiago era protector con Pablo; unas fotos podían
hacerle pensar que el asesino era su hermano. Con su empresa casi cerrada,
Antonio decidió forzar las cosas. Mató a Ramón después de entregarle a
Pablo las fotos. Pablo vio las fotos y estalló en un ataque de ira. Cuando
encontraron a Ramón, Santiago se entregó para cubrir a Pablo
359. DAVID GIMÉNEZ TEIRA – LA PRISA
Sabía que no le quedaba tiempo. Ahora, a sus cuarenta años y después de
haber dado tumbos por todos los garitos inmundos de la ciudad, el tiempo
era finito y apremiante. Nadie imaginó que se hiciera detective privado. Nadie
creyó que pudiera resolver ni un sudoku, pero, en contra de lo que pensaban
su exmujer, su familia y todo el maldito mundo, estaba a punto de resolver su
primer homicidio. Cierto es que la resolución del caso no había sido fruto de
su pericia, sino más bien de un golpe de fortuna o infortunio.
Conducía como alma que lleva el diablo. Se moría por vivir el momento
de esa confesión triunfal con la que desenmascararía al asesino de ese pobre
viejo que tuvo la mala suerte de estar en el momento equivocado en el lugar
equivocado.
Estaba herido, sangraba abundantemente, pero debía acabar lo que él
había empezado. Llegó a comisaría con el rostro desencajado. La sangre de su
ropa y el olor a alcohol le hacían parecer más un loco asesino que un hombre
moribundo.
—¡No lo vi venir, no lo vi! Está muerto. El viejo está muerto. Creo que
bebí. No me acuerdo. Pero he sido yo, seguro. Le he matado, se me echó
encima. Fue un accidente.
No pudo decir más. Sus heridas eran mortales, pero al menos cerró su
propio caso.
360. DAVID GONZÁLEZ – LA SOMBRA DEL DESCONOCIMIENTO
Era de madrugada cuando el cuerpo de Alice, agente de policía, fue
encontrado. Tenía la cara arrancada. Poco tardaron en ir a por su exnovio,
Piero Badi. La policía lo habría creído, de no haber sido por los análisis que
mostraron restos de piel bajo sus uñas. No podían estar más equivocados.
Las pruebas de su inocencia estaban en un doble fondo en casa de Alice.
Había esquelas de su padre, Alex Munch. Este perdió la vida a manos del
señor Badi por motivos políticos. La rivalidad pasó a odio, y el odio a
muerte. El caso se cubrió y nunca se hizo justicia. Hasta ese día, cuando todo
el mundo veía al hijo de ese hombre ir a la cárcel, por algo que no había
hecho. Pero nadie la descubriría nunca. Llevaba quince años tejiendo una red
irrompible. Nunca olvidaría el cuerpo que tuvo que robar y maltratar,
aprovechando su acceso a los datos federales para darle su identidad. Ahora
estaba lejos y cambiada. Nunca volvería a ser quien era, pero no importaba.
Había hecho justicia.
361. DAVID LACUESTA – UN ASALTO PARA DOS
Ya habían llegado y estaba todo listo. Los dos miembros de la banda
bajaron y fueron hacia la parte trasera del invernadero, donde sabían que
estaba la plantación de marihuana. Cuando ya parecía que todo iba a salir
bien, un vigilante les sorprendió y, sin pensar, abrió fuego contra ellos, por
lo que estos empezaron a correr. Uno de los tiros acertó en la cabeza del más
joven, de lo cual no se percató el compañero, que escapó, aunque con una
herida en el abdomen. Moribundo, corrió hacia un lugar lejano y, una vez se
había asegurado de que no le perseguían, llamó para que lo llevaran al
hospital. Y de repente se desmayó. La herida lo había dejado bastante mal, y
estuvo unos días sedado. Al despertar, solo quiso preguntar por su amigo,
pero nadie sabía nada. La policía le preguntó y fueron a la zona del robo,
donde encontraron un cadáver con el rostro desfigurado, que solo pudieron
reconocer por un tatuaje que llevaba en el pie. Lo habían enterrado para que
nadie supiera nunca nada.
362. DAVID LEÓN MONTERO – RITOS Y MITOS
La calle estaba oscura; también era porque ninguna farola tenía por
cometido iluminar un callejón húmedo y poco transitado. Me adentré por
aquella boca oscura en mitad de los parpadeos azules y rojos que los coches
patrulla proyectaban en todas direcciones. Mis pasos resonaron sordamente
entre aquellas paredes frías y mojadas por la llovizna. Lo vi a pocos metros de
mí, un bulto negro agazapado en el suelo que parecía moverse y palpitar
como uno de esos extraterrestres de H. G. Wells. Pero no era un alien sacado
de un tubo, era el inspector, vestido con su abrigo negro, agachado frente a la
víctima. Era muy bueno en su trabajo, pero el apellido Florette no le daba
mucha credibilidad. Todos los inspectores de Homicidios tienen sus ritos,
algunos beben café y bollos, pero él solía meterse un dedo en la nariz y
entonces se aislaba del mundo hasta acabar su trabajo.
363. DAVID LLOPIS JULIÀ – ASESINATO EN EL BRONX
Era una noche fría; Martha me llamó y acudí a la oficina.
—¿Qué tenemos?
—Asesinato en el Van Cortland Park del Bronx. La víctima, llamada
Carl, tenía veintiocho años. Fue apuñalado con una navaja alrededor de
medianoche. No hay pistas ni huellas.
—¿Tenemos algún testigo?
—Sí, he interrogado a una tal María, que dice que vio a Carl con un
chaval, al cual no pudo reconocer.
—¿Tenía novia?
—Sí, hablaré con ella.
—¿Entonces está muerto?
—Sí, lo siento. ¿Sabe si se llevaba mal con alguien?
—No sé, hace dos días me llamó un tipo diciéndome que Carl le debía
dinero por asuntos de drogas.
—Déjeme su teléfono para ver su número y localizarlo.
—El teléfono le corresponde a un tal Mark, está en la sala de
interrogatorios.
En la sala...
—Cuénteme.
—Quedamos porque me debía dinero, discutimos, y le clavé una navaja.
—Está usted detenido.
364. DAVID LLORET – SIN TÍTULO
El viento silbaba. Rugía. Entraba por las grietas de la pared. Casi de
forma imperceptible. Pero él ya no lo sentía. La sangre caliente manaba de su
cuello y caía sobre el suelo, formando un charco a su alrededor. Murió
pensando que nadie encontraría su cuerpo ni descubriría nunca a su asesino.
La detective Fortress entró en el hangar abandonado seguida de Blast, que no
pudo reprimir una sonrisa de satisfacción al ver el cadáver flotando sobre la
sangre mientras ella evitaba hacer una mueca de aborrecimiento. Ya habían
presenciado casos parecidos, pero este era distinto. Demasiado imperfecto.
Tanto que parecía forzado. Había huellas por todas partes, el corte de la
garganta era irregular. Y cuando la detective se acercó al cuerpo para verlo
más de cerca, lo olió: el perfume de Blast. No tuvo tiempo de reaccionar.
Entonces lo entendió: Blast ahora tendría la fama que siempre había deseado.
365. DAVID MACÍAS – ¿POR QUÉ DEJASTE A EDGAR?
Lo descubrí todo, quizás antes de oírlo incluso y, como El canto de la
Sibila, creo que esta historia me llevará a la muerte. No podía creerlo, mi
marido entre lágrimas ayer me lo confesó: «Nuestro nuevo producto contiene
manteca humana como elixir de la juventud». Corrí horrorizada a limpiarme
la cara, porque nunca pensaría que mi rostro, ahora joven y terso, estaría
cubierto con la grasa de mi querida ahijada de la selva del Chocó. Creo que
sabías, que durante más de cinco años fui madrina de Yesquita, pagando sus
estudios y sueños. La familia nunca entendió por qué murió su niña,
encontrándola con seis centenes de oro español. Ahora puedo decirlo: mi
marido es un asesino, no de esos de cuchillo y rostro tapado, pero sí de esos
que pagan lo que sea para quitarte lo que tú más quieras. Sé que ahora está en
EE. UU. ¡Ayúdame! Te quiere, Annaré.
366. DAVID MARTÍNEZ ALCAIDE – EL CRIMEN PERFECTO
Mi arma, mi ingenio y pasar totalmente desapercibido. Solo con esto
podremos seguro matar a cualquiera que queramos. Me llamo Thomas; me
describo sobre todo como un chaval muy astuto e inteligente; primero,
investigo a mi víctima, empiezo a conocer sus rutinas, defectos y debilidades.
Después, me dispongo a actuar. Antes de salir, me pongo los guantes de
cuero, preparo mi arma minuciosamente para disparar con sigilo y me
dispongo a ir a por la víctima. Todo ocurre tal y como lo imaginé, me
desplazo sin ser detectado hasta su casa, está solo y no hay escapatoria.
Estamos cara a cara. Veo como se deslizan en su rostro seráfico lágrimas de
pánico y miedo. Mi arma penetró sus entrañas y, pócima de mi odio, la
sangre empezó a brotar a borbotones. Está muerto, y yo sereno, porque sé
que nadie podrá descubrir mi crimen, porque mi arma es perfecta, y mi
crimen, insuperable. Tapé el arma y la dejé en la alfombra en la escena del
crimen.
367. DAVID MIER – LA CASA DE LOS SUEÑOS, LA TIERRA DE LAS
PESADILLAS
Sí, y entonces llegó el día número siete. Siempre en siete. La joven
Hannah, de apenas diez años, había reunido más pistas que yo. ¡Yo!, todo un
agente del FBI, vapuleado por una neófita de la criminología. Aún con mis
capacidades mentales... no oficiales, fui incapaz de nada mejor. Rendido a la
evidencia, me alié con la hija de mi amiga desaparecida, alguien de futuro
conspicuo a mis ojos. ¿Podría el orgullo remover los pilares, hasta ahora
inexpugnables, de mi ser? Resultó que sí. Creo que me hice un poco más
sabio tras el caso del Desollador. Anteanoche tuve otra pesadilla con la
criatura como protagonista: sus ojos, siempre sus atormentados ojos, son los
que me hacen despertar con un ahogado grito de angustia. Parece sacada de
alguna sangrienta película sci–fi de los años noventa. Espera, alguien araña mi
puerta. Me ha encontrado... ¡Llama a Phill! ¡Llama a todos!
368. DAVID MONEDERO – SIN TÍTULO
La mujer abrió la puerta del ascensor y vio a su compañero apoyado
sobre el marco de la puerta del domicilio.
—¿No ha llegado nadie aún?
—Yo, ¿te parezco poco?
—¿Moto?
—Claro.
—Claro. Estando yo cenando aquí al lado, has llegado tú antes...
Sacó dos guantes desechables. Él le hizo un gesto con la mano para que
pasara primero.
—¿Qué tenemos?
—Quiero oír tu impresión sin que esté influenciada por la mía. En el
interior todas las puertas estaban cerradas menos una, al fondo.
—Está claro que es él. Nos lleva derechos a donde queremos ir. ¿Has
mirado el resto?
—Nada. Un dormitorio. Sobre la pared había un dibujo a carboncillo.
Representaba el final de unas vías de tren.
—Una vía muerta, ¿significa «final»? Quince dibujos, quince parejas
asesinadas, ¿y acaba así, sin más? —bajó su mirada hacia la cama de
matrimonio. Un solo cadáver descansaba a un lado, apenas iluminado—. Qué
susto, David tiene unos pantalones como esos. —No quiso ni girarse—.
Espera, falta una víctima...
369. DAVID MORALES SARABIA – SIN TÍTULO
Me hizo tanto daño; al principio no era capaz de pensar que me podía
haber hecho algo así, a mí, que le había dado todo lo que tenía y más; todo
mi amor, mi tiempo y tantas otras cosas que ya no voy a recuperar. Todo. ¿Y
para qué? ¿Para que se fuera con ella? No, no pienso dejar que se lo lleve todo
y me hunda, pienso hacer justicia, esa que no hay en los tribunales; hoy me
voy a cobrar todo lo que le he dado. Las manos me sudan, está de espaldas,
así será más fácil. La pistola casi se me escurre de la mano cuando la levanto
para apuntar; malditos guantes. Es la hora, apunto a su cabeza, espero no
fallar porque no tendré otra oportunidad, aprieto el gatillo. He desviado la
mirada, ¿lo habré hecho? No lo sé, pero no se oye nada excepto el eco del
disparo. Salgo sin mirar el cuerpo, no quiero verla así. Prefiero recordarla de
otra manera; además, ya se encargará la policía de enseñarme cómo ha
acabado todo.
370. DAVID MUÑOZ ÁLVAREZ – LAZOS DE SANGRE
La habitación estaba bañada por la oscuridad de la noche. La luz de la
luna dejaba ver sobre el suelo el cadáver de una bella mujer blanca atravesada
por una ganzúa y rodeada de sangre. Ramsey y yo analizamos el escenario
del crimen y llegamos a la conclusión de tres posibles sospechosos: el novio,
el amante y la madrastra de la víctima. Esta última quedó descartada, ya que
no tenía motivos firmes para matar. La coartada del novio se confirmaba a la
perfección. Por lo que todas las pruebas apuntaban a que el asesino se trataba
del amante. Cuando todo parecía resuelto, se confirmó la hora de la muerte,
en la cual el amante no pudo asesinarla, ya que fue visto en un bar ahogando
sus penas en tequila barato. Muchas dudas se despachaban sobre la comisaría,
y optamos por volver a hablar con la madrastra, quien, tras un intenso
interrogatorio, acabó confesando entre un mar de lágrimas que la mató,
argumentando que su marido prestaba más atención a su hija que a ella
misma.
371. DAVID PERIÑÁN YUSTE – PLÁSTICO Y PLOMO
La oficial de la politsiya rusa, Stanislava Zubareva, pulsó el botón de su
grabadora: dos tipos. Uno, muerto; el otro, inconsciente. Sin signos de
violencia. Vestían unos impermeables de plástico transparente y unas toscas
máscaras de fabricación casera hechas de... ¿plomo? Parecía que intentaran
protegerse de algo. En el vehículo, había un par de bocadillos, un plano
industrial con la palabra PU garabateada en una esquina, varios fajos de
billetes de mil rublos en una bolsa y seis ollas a presión fabricadas en acero.
El camarada Mikhail metió la mano por la ventanilla y sacó uno de los
bocadillos que venían envuelto en papel de periódico. «De carne, mi favorito»,
dijo mientras lo acercaba a su nariz. Stana lo miró y se fijó en algo más que el
emparedado. En el envoltorio aparecía un titular de lo más interesante:
«Cacerolas nucleares. Francia compra cuatro mil ollas a presión para
almacenar plutonio». Stana comenzó a sonreír.
—¿Te he dicho alguna vez, Mikhail, que eres un hacha encontrando
pistas?
372. DAVID QUEIJO DÍAZ – EL LLORO POR UN ASESINATO
Cuando entramos, vimos el salón con un río de sangre hasta la
habitación y allí el cadáver de una mujer en ropa interior en el que sobresalía
un cuchillo en su torso semidesnudo. Tras la puerta, se encontraba un niño
empapado de sangre llorando por su madre. El móvil, en el suelo, a escasos
metros del cuerpo sin vida de la mujer, y en la cocina, perfectamente
ordenada, dos botellas de cerveza vacías. La sangre la había intentado limpiar
el niño con una fregona vieja, tal como la usaba su madre, en una vana
tentativa de borrar aquella funesta imagen. La cerradura de la puerta no tenía
indicios de haber sido forzada ni se encontraron pruebas de que la mujer se
había defendido. Fue asesinada por sorpresa, por alguien en quien confiaba.
373. DAVID SAIZ – VENGANZA ÁCIDA
Amanecía lluvioso. Herbert Grossenberg disfrutaba de una gran vida tras
la muerte de su madrastra, pero no podía dejar su trabajo en el museo, al
menos hasta hoy. Vida normal, le habían recomendado. Habían pasado tres
meses, y esa mañana se sentía más feliz que nunca, satisfecho de lo que hizo,
mientras caminaba hacia el banco de Quantis, esa maldita ciudad costera que
le vio nacer. Cobrar del seguro, trabajar y, por fin, largarse. Pero alguien no
estaba de acuerdo. Una sombra seguía sus pasos, esperando su momento
para cerrar el círculo. Una vida oculta, rastrera y anónima que iba a dejar
atrás. El accidente, su imagen, seguían en su mente igual que veía al culpable a
unos metros de distancia. Paciencia. Acabaría con su vida, igual que él
terminó con la de su madre. Nada más rápido y efectivo que el ácido en un
amanecer lluvioso.
374. DAVID SÁNCHEZ – EL PRIMER CASO DEL DETECTIVE SNOW
El callejón era frío, y la mañana oscura. Andaba con paso firme
acompañado por el humo de un cigarro, como cada mañana, hacia un nuevo
caso. Acuclillado sobre el cadáver, como el personaje de Tolkien al que
llaman Gollum, estaba el doctor Irons.
—¿Qué tenemos, Doc?
—¡Adam! Se supone que estás suspendido, ¿qué haces aquí?
—Déjate de monsergas, Archie, y dime lo que tienes.
—Me buscarás la ruina si se enteran los de arriba. —Irons se puso en
pie, tomó aire y comenzó a describir la escena—. Varón, blanco, sobre uno
ochenta de altura. Según su permiso de conducir, tiene treinta y dos años y se
llama Eugene Collins. Como ves, la bala entró por aquí y salió por la parte
trasera de la cabeza, dejando ese bonito estampado —concluyó, tocándose
entre los ojos.
—¿Algo más?
—Eso, amigo, es trabajo para ti.
Snow apagó el cigarrillo y volvió a recorrer el callejón, adecentándose el
traje y el sombrero. Ante él, Los Ángeles despertaba sin saber que había
surgido un nuevo sheriff.
375. DAVID SÁNCHEZ MARTÍNEZ – EL OSCURO CALLEJÓN
La puerta se cerró de golpe, provocando un ruido sordo que enmudeció
a Jack. Apenas entraba luz en aquel oscuro callejón y le dolía aún el golpe en
la sien. La lluvia empapaba su uniforme de policía, confundiendo en su rostro
las lágrimas que resbalaban impotentes por sus mejillas al ver aquella esbelta
pierna sobresaliendo del contenedor de basura. Estaba muerta. Se acercó a
ella, la cogió entre sus brazos y la apretó fuerte contra su pecho. Era Sarah.
Sí, era Sarah. James, su compañero, apareció de la nada, revólver en mano, y
comenzó a dispararle. No sabía de dónde venían los disparos, pero se metió
en el contenedor, ocultándose junto a ella, entre las bolsas de basura, cuando
algo le tocó el hombro y le zarandeó.
—Jack, cariño. Llegarás tarde a la comisaría.
Jack se levantó exaltado y vio que era Sarah. La besó y fue a ducharse.
376. DAVID SANZ REQUENA – FINAL DE TEMPORADA
Un cubo de agua fría en el rostro lo despertó. Sobresaltado, abrió los
ojos, pero la luz de un potente foco le hizo apartar la mirada. Estaba
amordazado y atado a una silla; se le aceleró el pulso, no lograba recordar
cómo había llegado hasta allí. Oyó el sonido de unos pasos acercándose;
entonces, dos oscuras figuras se le plantaron delante. En la mano de una de
ellas, vio un brillo metálico; cuando oyó el clic del percutor, sintió un
escalofrío. Ahora, como tantas veces había visto en las series de detectives, era
cuando debían entrar los refuerzos a rescatarle, pero al parecer nadie iba a
acudir en su ayuda. Mientras pensaba en aquello, logró deshacerse de las
ligaduras de sus manos sin que sus captores se dieran cuenta. Aunque no
contara con la ayuda de la chica detective, de ningún modo permitiría que
aquel fuera su último episodio.
377. DAVID SUBIELA AGUILAR – SIN TÍTULO
No se lo podía creer, ahí estaba él, sollozando de rodillas con las manos
ensangrentadas frente a aquel cuerpo inerte. No podía creer que el cuerpo de
aquel amor platónico con el que siempre había soñado estuviese ahora sin
vida entre sus manos. No dejaba de mirar al cielo y lamentarse, mientras el
corazón se le aceleraba cada vez más. No recordaba nada de lo que había
pasado aquella noche, pero pronto tendría que averiguarlo si quería salir
impune de aquel suceso que le inculpaba a él directamente. Se levantó
bruscamente y echó a andar con paso ligero sin mirar atrás, secándose las
lágrimas con las mangas de aquella camisa cubierta de sangre. «Esta vez no,
no volverá a pasar, no permitiré que me vuelvan a quitar a nadie cercano a
mí». De repente, un fuerte crujido sonó en su cabeza y le empezaron a pitar
los oídos, no sabía qué sucedía y se tocó la cabeza. Pudo verse la mano
ensangrentada, y su visión poco a poco se iba nublando hasta que su vida se
desvaneció en un suspiro.
378. DAVID VÁZQUEZ PARGA – BOMBA FRATERNAL
Mi última tarea como detective era proteger a Carlos. Decidí quedarme
toda la noche delante de su casa, pero no vi a nadie. Al día siguiente, estaba
muerto. Llamé a la policía y me interrogaron, pero acabé siendo el principal
sospechoso. Decidí ayudarles a investigar para poder demostrar mi inocencia.
En una de sus maletas, había pasaportes falsos, y en otra, partes de armas. En
la base de datos, no había ninguna persona como él. En el periódico,
encontré una foto y se la enseñé a los policías. Era de una calle donde había
dos personas iguales a Carlos. El asesino estaba buscando a su hermano
gemelo, pero dio con lo más parecido a él: Carlos. Luego faltaba comprobar
quién entró sin que lo viera. Solo podía ser su hermano, que le esperaba en
casa. Fue detenido en la ciudad, donde quería poner una bomba, y su
hermano quería detenerlo.
379. DAYANA RODRÍGUEZ – AZABACHE
Lauren se encontraba de pie, jadeante, con los ojos fijos en el suelo de su
viejo apartamento. Llevaba un vestido verde de tirantes, estaba descalza y,
aunque era invierno, parecía no tener frío. Era alta, blanca, bella. Tenía el pelo
suelto y sus ojos grandes de color negro azabache eran lo que más resaltaba
de su cara. Eran unos ojos duros, inexpresivos, que no parecían albergar
sentimiento alguno en ellos. Los mantenía fijos en el suelo, delante de lo que
hasta hace cinco minutos parecía ser el cuerpo de su amada. La sangre que
había salpicado toda la habitación había formado un riachuelo que llegaba
hasta sus pies descalzos; en su mano derecha, aún conservaba el arma con el
que le había arrebatado la vida. De repente, la silenciosa habitación se llenó
con el ruido del arma que caía de su mano, y con la mirada aún puesta en el
cuerpo de su amada, una oscura sonrisa se le dibujó en la cara y dijo: «Son de
color negro azabache, no negro alquitrán, querida», refiriéndose al color de
sus ojos.
380. DÈBORA GIL BARTRA – UNA FUNCIÓN DE MUERTE
El humeante café poco a poco iba perdiendo su calor, mientras el
inspector Carroll observaba las fotografías de las víctimas del asesino en serie
que aún no habían conseguido apresar. Humedeció sus labios lentamente al
mismo tiempo que contemplaba el desarrollo de la obra: Marie Queen,
hallada decapitada en un parque mientras cientos de rosas rojas cubrían su
esbelto cuerpo; Lynette White, descubierta dentro de una madriguera
sosteniendo sobre su pecho un antiguo reloj de bolsillo, y finalmente Andrew
Maniac, encontrado apuñalado en el jardín de una mansión abandonada,
donde antiguamente tenían lugar fiestas del té. Pronto, el espectáculo
alcanzaría el clímax, pero para ello faltaba su protagonista. Sonriendo, Carroll
giró lentamente su silla, observando atentamente los retratos de las niñas
escogidas colgadas en su pared mientras acariciaba suavemente el delicado
vestido azulado, preguntándose cuál de ellas sería su Alicia, y cuál sería el
escenario que daría final a su función.
381. DÉBORAH FERNÁNDEZ MUÑOZ – LA ÚLTIMA VÍCTIMA
Los investigadores acudieron a mí, como de costumbre, cuando el caso
se les atascó. Yo escuché su exposición de los hechos y observé las pruebas,
tras lo cual me sumí en un silencio reflexivo. Estaba todo muy claro... ¡Era
tan obvio! Sin embargo, les hice creer que estaba tan desconcertado como
ellos, porque ¿qué clase de hombre sería si delatara a mi único hijo? Al llegar
a casa me enfrenté a él, pero finalmente le aseguré que contaba con mi
silencio. Aun así, esta copa de brandy que me ha ofrecido me parece
sospechosa, de modo que he mezclado mi bebida con la suya en cuanto se ha
descuidado. Ojalá, por una vez, mi intuición sea errónea. De no ser así, al
menos me iré al otro mundo con la tranquilidad de saber que soy su última
víctima.
382. DELVALLE MILLAN – OSCURA INDECISIÓN
La tarde era más oscura de lo normal, y la noche se avecinaba contenida,
fría, como un velo fantasmal. Escarlata conducía su vehículo, tras varias horas
deambulando ansiosa y llena de inquietantes pensamientos, hasta que se
percató de que no reconocía el lugar donde se encontraba. Paró bruscamente,
descendiendo con cautela, pero atraída por una sensación estremecedora y a
su vez cálida. Sus ojos se tornaron hacia una zona sombría, arbolada y con
unos extraños inmuebles que desde el exterior se confundían. Dirigió sus
pasos hacia aquel lugar sin control. El corazón le palpitaba incesante. Parecía
no haber nadie. Olores, sensaciones comenzaban a perturbarla. Anhelaba
encontrar lo que tanto ansiaba sin saberlo, y ellos sabían lo que era, conocían
sus sombríos deseos desde hacía tiempo, los cuales ya la dominaban. Su
cuerpo no reaccionaba, oscurecía, agonizaba... Ya no tenía que indagar más:
la Escarlata más siniestra era su pavorosa búsqueda.
383. DESEADA REDONDO LARA – LA PROTEGERÁS SOBRE TODAS
LAS COSAS
Conduzco a toda velocidad, tres coches patrulla me persiguen. El olor a
sangre inunda el auto y por el retrovisor veo que me falta una oreja. ¿Qué
coño ha pasado? Estoy mareado. Empiezo a recordar vagamente: Big Al, el
mafioso al que estaba a punto de encerrar, me interroga mientras su matón
me tortura. Quiere saber dónde está Ann; la única testigo, mi protegida.
—Ya puedes matarme, porque no te lo diré.
—Tengo un plan mejor para ti.
Big Al se alejó riendo mientras me inyectaban algo. Mi cabeza da vueltas.
El capitán me llama al móvil.
—Pero, Brand, ¿¡qué has hecho!? ¿¡Estás loco!?
Tiro el móvil por la ventana, no sé qué decirle. Hago memoria y me veo
golpeando a alguien. Golpeo su cara hasta que mis puños dan contra el suelo.
Me levanto mareado y empiezo a ser consciente de dónde estoy: es el piso de
Ann. Muerta, a mis pies, está ella. La escopolamina deja de hacer efecto y
resuena la risa de Big Al en mi cabeza. «Tengo un plan mejor para ti».
Acelero. Big Al pagará por esto.
384. DESIRÉE CARRASCOSA – SIN TÍTULO
En ese momento, Timothy se dirigió a su cuarto, serio, sin ningún gesto
que ayudase a saber cómo se sentía. Al salir del shock emocional en que se
encontraba, empezó a llorar, como nunca antes lo había hecho; se acababa de
dar cuenta de que nunca más vería a sus padres. Al rato después, se preguntó
a sí mismo cómo se encontraba. Sin duda, era una respuesta difícil. En un
principio se sentía triste, obviamente, por la pérdida que había sufrido; por el
contrario, era feliz al saber que se encontrarían en el cielo; también tenía
miedo, miedo a decepcionarles, a no cumplir sus últimas palabras. «No dejes
de ser bueno, Timothy». Al recordarlo, se prometió que nunca dejaría de
serlo. Respetaría siempre su promesa para no defraudarles. Después de la
promesa, volvió a llorar desconsolado por el asesinato de sus padres. Ya nada
sería igual.
385. DESIRÉE GONZÁLEZ LORENZANA – EL MANUSCRITO OCULTO
Ruido, caos, sangre, unos ojos ámbar preguntándome algo que no soy
capaz de contestar..., oscuridad. La misma pesadilla. Sigo sin recordar quién
soy ni por qué estaba en ese almacén. Desecho la idea, escribo a mi agente del
FBI al mando para confirmar que estoy bien. Estoy distraída y casi me
atropella un taxi, tropiezo, caigo al suelo. Las imágenes acuden de repente a
mi memoria. Alguien me sujeta por atrás y me arrastra al callejón.
—¡Por fin has recordado! Ahora dime dónde guardaste la clave.
—¿Por qué? —silencio—. Al menos dame eso.
—Porque no debe salir a la luz, no se puede saber.
—Pero habéis matado a personas inocentes.
—Y seguirá siendo así. El manuscrito Voynich debe ser nuestro.
—Jamás.
—Entonces, morirás.
Todo está acabado; después de todo, no puede ayudarme nadie.
Esperaba escuchar el disparo que me mataría, pero no noté nada; ¿por qué?
Abrí los ojos. Tirado en el suelo, en un charco de sangre, y mi guapo agente
corriendo.
—¿Estás bien?
—Ahora sí —dije dándole un beso.
386. DEVA GARCÍA RUBIO – SIN TÍTULO
Estaba confuso, desorientado, vagaba por las calles de Londres con la
mirada perdida y las manos teñidas de rojo. «Clara, mi dulce Clara; cómo he
sido capaz de hacerle algo así». Ahora veía lo que era, un frío y cruel asesino.
Se llevó las manos a la cabeza intentando acallar las voces que lo acusaban.
Aquellos impulsos que había contenido durante años habían aflorado y ahora
sentía como su mundo se derrumbaba. «He matado a la única mujer que he
querido, que me ha querido, y lo que es peor, he disfrutado viéndola morir».
Recordó cómo la luz abandonaba sus ojos verdes, ahora fríos e inertes. Había
sentido un inmenso placer hundiendo la afilada hoja del cuchillo en su
delicada piel de porcelana, y se había deleitado oyendo cómo gritaba a causa
del dolor. Ahora, todo aquello pesaba como una losa sobre su conciencia.
Una losa que le arrastraría al fondo del Támesis. No podía vivir con la culpa
y el dolor que atormentaban su alma, ahora fría y oscura, como las aguas del
río.
387. DIANA ASENSIO MARTI – SIN TÍTULO
Al entrar en el apartamento, allí la vi, en el suelo, desnuda, rodeada de
agua. Corrí hacia ella, pero no había nada que hacer; estaba fría como el
hielo. Y ahí fue cuando vi el cuchillo en su espalda. La solté de golpe, ¿quién
le podría haber hecho eso? Llamé a la policía. Me tomaron declaración.
Llegué a casa tarde, cansado y sin entender por qué me dejó de esa manera,
sin un adiós. La policía me dijo que todo parecía un suicidio, que había
congelado un cuchillo con agua y que lo dejó en el suelo y ella se tiró de una
silla clavándoselo en la espalda. Me dirijo a mi habitación, tengo muchas
fotografías de ella, la seguía a todas partes, le mandaba flores, cartas... Hasta
que reaccione mirándome en el espejo. Ella se había ido por mi culpa.
388. DIANA GRAU FLÓ – SIN TÍTULO
Era una fría noche, húmeda y cargada de niebla, pero para la inspectora
Rose Fellon, no podía ser más calurosa. Se encontraba en pleno Hyde Park,
observando el cuerpo mutilado de una joven, mientras intentaba controlar su
respiración después de correr hasta la escena del crimen; se encontraba cerca
de allí, y la llamada en plena noche había interrumpido su cena familiar.
Llevaban meses detrás de ese asesino, nunca dejaba pistas, nunca podían
encontrar más que un cuerpo ensangrentado cubierto de escarcha en algún
exterior de Londres. Contempló detalladamente la escena del crimen,
buscando algún rastro, intentando analizar los pasos del asesino. A unos tres
metros del cuerpo, algo brilló ante sus ojos, se acercó y recogió del suelo un
colgante con restos de sangre. Lo miró detenidamente y observó que en él
había una huella. Sonrió interiormente y pensó que por fin estaban un paso
más cerca de encontrarle.
389. DIANA GRCA SRZ – SIN TÍTULO
En una pequeña localidad donde nunca pasa nada, dos policías a las
puertas de la jubilación se enfrentan al terrible asesinato de la mujer más
acaudalada del pueblo. Ramón y Pedro no tenían los medios de la gran
ciudad, pero tenían la experiencia de los años. Por ese motivo, un estirado y
presumido inspector con ganas de ascenso quiso ocuparse del caso. Después
de varias especulaciones y encontronazos con Ramón y Pedro, llegó a la
conclusión de que el asesino fue el hijo de la difunta, ya que se encontraba en
la vivienda y no recordaba nada, debido a las sustancias que se había metido;
tenía las manos llenas de sangre cuando le encontraron al lado de su madre.
Sin embargo, Ramón y Pedro no estaban de acuerdo, ya que el pueblo era
como una gran familia y se conocían todos. Así que, tras investigar por su
cuenta, descubren que la difunta desheredaría a su hija si no dejaba a su
pareja, que era un adicto al juego. Este confesó el crimen, sin tener tiempo de
destruir el testamento.
390. DIEGO HERNÁNDEZ ROYO – PIEL NARANJA
Llevo mucho tiempo sin ver el sol, sin disfrutar de una sonrisa. Aquí,
todo el mundo está triste, enfadado o ausente. El martes pasado hubo un
altercado y acabé manchada de sangre; fue una experiencia nada agradable:
una especie de navaja atravesó una de mis mangas... Por suerte, todo terminó
en un susto. Echo de menos el aire fresco y la libertad. No consigo recordar
mi vida fuera de aquí. Creo que de vez en cuando me resetean en un lugar
aterrador llamado lavadora. Voy perdiendo color cada día y mi piel naranja se
estremece con cada latido lento y amargo de la persona a la que visto, alguien
que mató a toda su familia envenenando el pavo de Nochebuena. No tuvo
compasión de nadie, ni de sus tres hijos pequeños. Disfrutó viendo su agonía
y, luego, se entregó en la comisaría. No soporto mi existencia junto a un ser
tan despreciable; confío en poder escapar algún día de este horrible lugar. De
momento, sé que aún me quedan seis meses de condena en este corredor de la
muerte...
391. DIEGO VIÑA – UNA NOCHE TRANQUILA
Estoy en mitad del campo. Él está sentado en el porche de una casa; la
luna está llena y no hay una pizca de aire.
—¿No estás cansado ya?
Su cara está iluminada únicamente por la tenue luz de una bombilla y la
llama de su mechero.
—Llevas un mes acosándome.
Exhala el humo de su cigarro.
—¿Acosándote? ¿Sabes cuánta gente ha muerto por tu culpa?
—Tenías un invento; yo, dinero, y esos ciudadanos, muy mala suerte.
—¡Todo funcionaba a la perfección! Si no hubieras empleado materiales
baratos...
—Duermo bien por las noches; gracias —me interrumpe—; ¿tanto te
pesa a ti en la conciencia como para seguirme hasta aquí?
—Sí.
El disparo rompe la tranquilidad de la noche. Corro lo más rápido que
puedo y me subo al coche. No miro atrás, pero no necesito huir de la única
muerte que no me perseguirá.
392. DOLORES MIGUEL PICADO – MUÑECAS
Los nervios recorren toda mi piel, mientras me convenzo de que el
pánico no existe. Lo repito una y otra vez antes de iniciar una redada. Es la
única manera de calmar mi miedo, miedo a zambullirme en una profunda
oscuridad de la que no despierte nunca, miedo ante «el creador de
marionetas», miedo a ser una muñeca más. Llevo años persiguiendo esa mente
retorcida y a los cadáveres que va dejando a su paso, los cuales desaparecían al
poco tiempo de ser descubiertos; años solo con un nombre. Pero esta vez va a
ser diferente. Entro con paso firme, camuflándome en la oscuridad, buscando
en cada habitación esperando encontrar algo, y finalmente lo consigo. En una
habitación, un grupo de chicas sin ojos y con la boca cosida se amontonan
como muñecas de trapo. Pero no consigo nada, unas palabras me hielan
impidiéndomelo: «Laurence Flame, ahora eres de mi colección».
393. DOLORES NÚÑEZ MONTES – EL ROSTRO DE LA LUNA
La noche acechaba a los eternos rezagados, deseosos de nuevas sombras
bajo las cuales esconderse, mientras el silencio se veía ahogado por un gélido
grito, de esos que parece que te arrebatan la vida, sin llegar a ser tú la víctima.
Un grito que sí significó el final para la tierna Luna. Su rostro, transformado
en perla, contrastaba con el rojo que cubría su cuerpecito. Sus ojos habían
perdido la vida, y a su enmarañado pelo le faltaba una de las dos coletas que
antes habían enmarcado su rostro. No había pistas, rastros, ni conexiones.
Nada. Asesinato perfecto. Pero mi ambición me llevaba más lejos. ¿Alguna
conspiración? ¿La mafia? ¿Algo mucho más grande? ¡Si tan solo era una niña!
Los nervios me amenazaban, así que decidí tomarme la pastilla y evitar otro
brote psicótico. Como el de anoche. ¡No! No podía ser. Al sacarla de mi
bolsillo, algo la acompañaba cuando abrí el puño. Lo que quedaba de un
coletero que en su momento había sido rosa, teñido ahora de escarlata.
394. DOLORS USATORRE SALES – LOS DIAMANTES DEL PECIO
Reimon preparaba la barca, y sus clientes se ponían sus trajes de
neopreno y revisaban las botellas de buceo. El agente secreto Gerald, como
cada sábado, saltó al agua con Lola sobre el Reggio Messina. Llevaban
dieciocho minutos bajo el agua cuando del interior del pecio apareció un
buceador a toda velocidad llevando una red que brillaba. Al entrar en su
bodega, un color rojo los envolvió y, al momento, un cadáver apareció: era
Ruano, ladronzuelo de la zona. Cuando ascendían, Lola notó un pinchazo de
cuchillo en la pierna e intentó advertir a Gerald, pero este estaba intentando
zafarse del grandullón que salió de la bodega. Finalmente, el agente pudo
acabar con él y agarrar la red que contenía diamantes. Ya en el barco, Reimon
esperaba apuntando con una pistola, pidiéndoles los diamantes. Gerald le
lanzó la bolsa a sus pies, y al agacharse Reimon, el agente saltó sobre él
golpeándole con un foco submarino. Ya en el puerto, la policía se llevó a
Reimon, mientras Gerald y Lola se recuperaban.
395. DOMINGO NIETO FERNÁNDEZ – DOBLE CARA
Era una noche oscura y lluviosa. Sobre la mesa, un ordenador y una
copa de vino, y en mi cabeza, una sola idea golpeando como la lluvia sobre
los cristales de la sala: ¿es Kate quien dice ser? Demasiados secretos,
demasiadas situaciones extrañas me estaban haciendo pensar que Kate
escondía algún secreto que no quería contarme y que me estaba complicando
la noche. Sus dotes como modelo, el tiempo que pasó como agente del FBI y
los conocimientos en idiomas me daban pie a creer que Kate era una agente
doble instalada en EE. UU. con la única idea de infiltrarse en la seguridad
nacional. Aunque también pudiera ser que dicha idea fuese fruto de un día
agotador y mi falta de inspiración para mi nueva novela, a la que iba a llamar
Doble cara. De repente, siento el frío acero de un cuchillo alrededor de mi
cuello y una mano de hombre sobre mi boca. No me puedo mover. Vuelvo a
la conciencia. Me encuentro en una sala vacía con Kate a mi lado. «Sí, soy
todo lo que piensas, y tú, aunque no lo recuerdas, también».
396. DOMINGO A. QUINTANA DOMÍNGUEZ – ¿TE LA PASO?
—¿No me digas que se ha cargado al «Telapaso»?
La pregunta retumbó en el salón recreativo Las Vegas, donde, en el
centro de un nutrido grupo de adolescentes, yacía el cuerpo sin vida de un
joven.
—¿Le conoce, Sr. Inspector?
—Por supuesto. Este tío es, o más bien era, lo más pesado que me he
encontrado en mi vida.
—¿Puede ser motivo como para cargárselo?
—Depende. ¿Tú has llegado alguna vez a la penúltima pantalla de un
juego, la que nunca logras superar, y en tu oreja tienes a un pesado
repitiendo: «¿Te lo paso?». Pues imagina que le dejas tu última vida y lo
matan a las primeras de cambio. Matarlo no sé, pero un buen escarmiento sí
se le daba...
—Entonces, ¿abrimos una investigación?
—Tú mismo, pero aquí culpables son todos... y ninguno. No hablarán.
Lo que pasa en Las Vegas se queda en Las Vegas.
397. DORALICIA CASARES DE LA ROSA – LA SOMBRA BAJO LA
LLUVIA
Robin corría a pasos agigantados por el oscuro callejón, moviendo los
pies tan rápido que parecía que volara, huyendo de aquella sombra que
acababa de arrastrar a su hermana al más horrible de los destinos. Las
lágrimas de sus ojos se mezclaban con las gotas de la lluvia que acababan de
empezar a remojar la ciudad. Ya no quedaba nada en este mundo, solo la
soledad y la venganza: porque sabía que algún día se vengaría de la sombra
para honrar la memoria de su hermana. Pero ese no era el momento de
luchar, era el momento de ponerse a salvo; ya habría tiempo de pensar en
venganzas cuando las cosas estuvieran tranquilas. Robin abrió los ojos, que
estaban llenos de lágrimas, y vio el techo de su habitación. Los recuerdos de
lo ocurrido en ese callejón eran vívidos. Miró la cama de su hermana: estaba
vacía, y el cristal de la ventana estaba roto. ¿Había ocurrido aquello de verdad?
Nunca lo sabría, pues la sombra apareció de nuevo para llevárselo esta vez a él
consigo.
398. DORIAN ¿QUIÉN SI NO? – EL FIN JUSTIFICA... ¿QUÉ?
Estamos erróneamente acostumbrados a pensar y deducir de forma
lógica que si muchas pruebas apuntan a alguien, todo indica que ese único
alguien es culpable; pero ¿y si todo estuviera preparado para que así lo
pareciera? No quiero que te equivoques, mi historia no es de esas clásicas que
todo el mundo espera, de esas en las que un hombre inocente es encarcelado
de forma cruel. Lo curioso del asunto es que mi historia es una de esas en las
que el inocente es culpable, pero no de ser inocente; me temo que es mucho
más complejo que todo eso. Me consideraba una persona afortunada hasta
que de la noche a la mañana mi mundo se vino abajo, nunca había empuñado
un arma, pero no dude en disparar cuando ellos aparecieron; me buscaban y
desde entonces sigo escapando día a día, sin detenerme. ¿Estarías dispuesto a
ayudarme, después de todo?
399. DULCE PINEDA DORADO – LA GATITA
Me despierto, son las 7:30, mi marido ya se ha ido a trabajar. Me levanto
para preparar el desayuno y dar de comer a Nala, nuestra gatita persa de
cinco meses, que es como nuestra hija, pero no la encuentro por ningún sitio.
Tras hora y media buscándola, comienzo a pensar que el vecino de al lado le
ha hecho algo, ya que más de una vez ha venido quejándose de que mi gata se
come las plantas de su jardín. Cuando me asomó a su patio y veo una mancha
de sangre, me entra pánico. ¿Habrá sido capaz de hacerle algo a mi pequeña
Nala? ¿Debería denunciarlo? Tras unos minutos reflexionando, decido que es
lo mejor y denuncio la desaparición. En un principio, no lo toman muy en
serio, pero tras mucho insistir consigo que un par de policías vengan a hacer
unas preguntas al vecino. Al final, encuentro a Nala en el zapatero, durmiendo
plácidamente, pero oigo mucho ruido en casa de mi vecino, así que me asomo
por la mirilla y veo que se lo llevan detenido: había matado a su mujer.
400. DULCE PINEDA DORADO – EL RELOJ DE CUERDA
Nadie sabía cómo, pero en la comisaría apareció un antiguo reloj de
cuerda. Las manecillas andaban, de pronto se paraban y tras unos instantes
comenzaban de nuevo su movimiento. No parecía importarle a nadie aquel
artilugio, hasta que comenzó a sonar. Un ruido chirriante y metálico
acaparaba la atención de los allí presentes. En ese mismo instante, el teléfono
sonó. Se había cometido un asesinato en la ciudad. A las cuatro horas, otra
vez ese timbre, otra llamada y otro asesinato. A las seis y a las ocho horas, se
repetía el mismo episodio. Al día siguiente, a las ocho cuarenta y dos minutos
de la mañana, el reloj volvió a sonar. La vibración sobre la mesa hizo que
levemente se desplazase y cayese al suelo, rompiéndose en varios pedazos. Las
piezas rebotaron por el suelo. El teléfono sonó, habían encontrado muerto al
asesino en extrañas circunstancias. Hora de la muerte: 8:42.
401. DUNE AYANE – MI SER SEMEJANTE
La agente Cora interroga a sus padres que, recién, habían sufrido la
desaparición de uno de sus hijos gemelos, pero sus ojos no lagrimean, lucen
tranquilos. Carlos, en la sala contigua, se desmaya, en los brazos del agente
David. Los padres lloran, el niño llama a su hermano: «Roberto, Roberto...».
Estos sonrieron y dijeron que estaba allí con ellos, Carlos muestra su sonrisa
y duerme. David les pregunta a qué viene tanta pena; los padres se miran y
dicen que se preocupan por su hijo enfermo.
—¿Y a Roberto quién le llora?
—Nunca hubo dos hijos, su hijo se imaginó a un ser semejante a él para
soportar el dolor propiciado por ustedes y su enfermedad.
Cora mostró unas imágenes donde se mostraba el cuerpo del pequeño
magullado junto a un informe psicológico. Dos agentes entraron en la escena,
los tomaron y se los llevaron de allí.
402. EDGAR AYET – SIN ALIENTO
«No hay aliento, no lo hay. No puedo más», pensaba mientras se
preparaba para la inminente muerte que le aguardaba. Un ruido la sobresaltó
de nuevo. Intentaba respirar tranquila; intentaba que el martilleo de su
corazón dejase de repiquetear en su cabeza, en su cuello, en sus sienes;
intentaba, con todo su empeño, que él no la encontrase. Ella lo sentía, sabía
que él estaba ahí, acercándose lentamente. Sabía que si la encontraba, estaba
perdida. Cogió aire de nuevo, alzó la mirada más allá de la oscura calle en la
que se había resguardado y vislumbró un lugar por donde huir. Angustiada,
cerró los ojos, se santiguó y echó a correr. Corrió como nunca había
corrido, corrió sin mirar atrás, corrió para salvar su vida. Corrió tan rápido,
corrió con la adrenalina tan disparada que no fue consciente de nada. Alcanzó
la salida, llegó, pero llegó muerta de un disparo.
403. EDGAR GONZÁLEZ – GOTA DE BREA
Un conductor de autobús había sido asesinado, atropellado por un carro
de supermercado. Hacía treinta y cuatro años, un científico del laboratorio
murió atropellado por un autobús justo en el mismo sitio; murió justo el día
en que documentó una gota, una gota de brea. La mañana del presente
asesinato, se había documentado la cuarta gota. En 1927, se inició un
experimento en la universidad donde había ocurrido todo, querían demostrar
que la brea no era un sólido común, pues gotea lentamente. Ese científico
tuvo un hijo que nació poco después de su muerte. Había sido detenido hacía
doce años por robar equipos del laboratorio justo el día que habían
documentado otra gota. Fueron a por él.
—Llegan tarde.
—Ha costado encontrar una relación entre usted y el asesinato.
—A mí me ha costado mucho más. He perdido muchos años esperando
una triste gota que me diese una oportunidad.
404. EDU PARRILLA – AULLANDO A LA LUNA SOLITARIA
Soledad: «Pesar y tristeza que se siente por la falta, muerte o ausencia de
una persona». Ese es el significado que conozco yo acerca de esta palabra en
particular. Es lo que dijo mamá; en esos días, aún no sabía leer. Solo conocía
una lengua, y el mundo resultaba más gigantesco que nada. No reconocía la
realidad. En esos días, de un lejano pasado, aún creía que las personas solo
van a visitar a Dios al morir. Que iban a vivir con Él y entonces me esperaban
para cuando pasase yo la «prueba». Suponía demasiadas cosas infantiles de las
que me avergüenzo ahora mismo. Pero la verdad era que mi edad apenas
rozaba seis años (bueno, solo podía contar con los cálculos de mis padres, ya
que como vagabundos en la calle nunca nos beneficiamos de registro o
notoriedad). Tarareo una canción de cuna mientras mi daga se hunde en el
rostro de mi progenitor. Una leve patada es bastante para caer hacia el abismo
infinito del acantilado.
—Eso, por mamá.
Una carcajada histérica se juntó a mis lágrimas.
405. EDUARD FERNÁNDEZ RODRÍGUEZ – EL ENCADENADO
Owen Hall creía que ya lo había visto todo, que a estas alturas estaría
preparado para cualquier cosa y que nunca más se dejaría engañar por nadie.
Pero, al entrar en la escena del crimen, su corazón dio un vuelco. Largas
cadenas descendían del techo, en ellas colgaba el cuerpo de una joven, debía
de tener entre veinte y veinticinco años. Lucía un precioso pelo rojo, piel
blanca como la nieve, llamativas joyas y nada más; toda su ropa parecía
haberse evaporado como si de agua se tratase. Por lo demás, hubo algo que le
erizó la piel, miró al forense con cara de angustia, se aproximó, y le preguntó:
—¿Podría decirme las causas de la muerte?
Segundos después de haberle preguntado, vio como su rostro se
enrojecía, seguido de un dolor intenso; al percatarse de que algo le pasaba,
exclamó
—¿¡Doctor!?
Como si un cadáver no bastara, ahora se encontraba con dos. La
situación le superaba, no pensaba con claridad, solo en una cosa. Correr.
406. EDUARDO DE LA CAL SANZ – SIN TÍTULO
Todo comenzó un tranquilo lunes, pero lo que no se esperaba Aiden es
que todo estaba por empezar. Cuando fue a desayunar, se encontró en el
suelo muerta a la mujer más importante de su vida, su hija Shaila. Durante
días sin descanso, tanto él como la policía, buscaron al asesino, pero no lo
desenmascararon. Aiden, desesperado, llamó a la persona que más odiaba: su
exmujer Charlotte. Entre ella, quien formaba parte de la policía, y Aiden
comenzaron a investigar el asesinato de su propia hija. Pasaron meses y las
pistas disminuían, pero indagaron en la vida de su hija y descubrieron que
esta no era un angelito, sino que era de la banda más temida de la ciudad, «los
exculpados». Aiden y Charlotte se infiltraron en la banda, descubriendo al fin
que el autor del crimen era el novio de la criatura, quien lo hizo porque Shaila
quería abandonar la banda para poder reintegrarse socialmente, es decir,
poder cambiar. Pero estos no lo aceptaron y la mataron. Fueron encerrados,
y Shaila fue vengada.
407. EDUARDO QUINTANA ARRANZ – ASCO
Asco, siento asco por lo que me obligo a ver. Lástima. Me da pena cómo
ha quedado. Arrepentimiento. No me arrepiento de nada. Orgullo. Lo que
mejor me define y mi peor defecto. Miedo. Tenía mucho miedo de perderle.
Dolor. No sé si lo que siento es dolor físico por las heridas que adornan mis
brazos o por lo que me ha obligado a hacer. Lágrimas. Dos lágrimas bañan
mi barba, caen y se diluyen en el charco de sangre. Gritos. Mi cabeza está
llena de ellos, cuando ya hace minutos que calló. Profunda. La hemorragia no
se detiene. Mío. Le dije que era solo mío. Cuchillo. ¿Cómo me ha podido
clavar tanto un cuchillo de punta roma? Temblor. Empiezo a tener mucho
frío. Amor. Tanto como le quiero no le hubiese querido nadie. Celos. Sabía
que era muy celoso, me provocó. Rabia. Siempre he sentido mucha rabia,
pero nunca he sabido por qué. Oscuro. Lo veo todo cada vez más oscuro.
Muerte. Espero que nos veamos en la otra vida.
408. EDUARDO SANTAMARÍA CUESTA – QUERIDO AGENTE
ROMERO
Querido agente Romero:
Siento comunicarle que esta será la última vez que le escriba, pues el
cáncer ha ganado, ha sido más rápido que usted y me ha derrotado. Fue un
placer cartearme con usted estos últimos diez años, y me gustaría poder
decirle mi nombre para que cerrase mi caso, pero soy padre de familia, y ello
podría perjudicar a mi querida hija. Aun así, como premio por haber sido tan
buen interlocutor, aunque un poco maleducado a veces, le diré dónde he
estado enterrando a todas las personas que he secuestrado y matado. Todos y
cada uno de los pobres diablos que entregué a la parca mientras usted trataba
de capturarme descansan no tan en paz en el jardín trasero de esa casa tan
preciosa que tiene en la sierra. Le veo al otro lado, viejo amigo.
409. EDURNE RUBIO DELGADO – ANNA HEADER: AIRE EN LAS
VENAS
La doctora Dell. Lea Brooks. Paul Brooks. La exmujer de Joe.
Lea dice que Joe abandonó a Rachel; desde entonces, siempre han estado
peleando y con juicios.
—Esto es lo que tenemos.
—Header, tu hermana, quizás vio algo que pueda ayudarnos, ¿no?
—Es probable. Espera. ¿Ariadna? Necesito que vengas a comisaría,
ahora.
—¿Qué ocurre?
—Es sobre Joe. Vosotras estáis siempre allí, vigilando, ¿no?
—Sí.
—¿Y no viste a nadie, entrar?
—La única que entra y sale es Lea. Me marché a sacar una analítica y
cuando volví estaban con la RCP. Olvidé las jeringas en la habitación de Joe.
Pero no creí que fuera peligroso.
—¿Y nadie entró?
—No.
—Chicos, buscad a Lea. Hay algo que no nos ha contado.
—Espera, ¿crees que ha sido ella? A veces habla del daño que les hizo
cuando se fue, pero jura que ha cambiado y que no se merece nada malo.
410. EDURNE TAPIA MÁRQUEZ – EL ENIGMA DEL TÉ
Un grito agudo rompe la calma en la fría noche neoyorquina. Los
vecinos inquietos ante lo que acaban de escuchar se apresuran a encender las
lámparas y a mirar por la ventana. Apenas ha pasado un minuto desde que los
residentes saltaran de la cama y ya se oyen las sirenas que anuncian la llegada
de la policía. Los rumores empiezan a correr como la pólvora entre aquellos
que han salido a la calle con lo puesto, y las miradas se dirigen al 8º C,
donde la señora Morrison ha sido asesinada mientras disfrutaba de una taza
de té inglés. Las semanas pasan, y la investigación de Kathy y Rick ha llegado
a un callejón sin salida. Al otro lado del rellano, la noche del crimen, una
joven desconocida esperaba a que todo se calmara para abandonar la ciudad y
adoptar una nueva identidad. El juego había comenzado.
411. EIDER MARTÍNEZ SALVATIERRA – SHARBAT GULA
La sala y el cadáver hacían suponer que el agente Alonso se encontraba
ante un caso fácil; la seguridad del lugar era muy extrema, dada la importancia
de los análisis que la Dra. Martín realizaba en él, y se basaban en la biometría
con acceso por escaneo de iris. La complejidad llegó al descubrir que
únicamente ella había accedido allí. Nada lógico podía explicar la situación. La
doctora estaba a punto de lograr la definitiva cura del cáncer, pero ahora tenía
un cuchillo clavado en el cuello. El agente investigó cualquier fisura posible
para poder engañar a la biométrica, y la encontró en aquella niña de mirada
verde intensa en la portada de una revista natural y cómo, años después,
supieron reconocerla. El asesino pudo crear de forma artificial el patrón del
iris de la doctora trabajando en un aeropuerto de los Países Bajos donde ella
acudió, y cuyo servicio de aduanas controla de esta manera los accesos, y
trabajó como sicario de empresas farmacéuticas poco interesadas en tal
descubrimiento
412. ELENA CASTILLO GUIJARRO – LA TRAMA WALKER
Tras la explosión de un coche bomba, Derek Walker fue detenido
durante una persecución de choches de alta velocidad. En última instancia, los
choches provocaron un accidente mortal que llevaría a la policía al
descubrimiento del oscuro secreto cibernético vinculado a un caso de
seguridad nacional. La familia Walker no pudo soportar ver a la policía
arrestar a Derek. Jennifer se volvió hacia su madre y ambas agacharon la
cabeza, enterrando sus rostros en el serio, inmutable, y altivo tío Michael.
—No es él, no es él; lo sé... lo sé —exclamó Jennifer.
Ella sintió el fuerte abrazo de su tío Tom, conduciéndola hacia el coche, a
través de las cámaras de los medios de comunicación. Muchos habían venido
a ver al sobrino condenado del poderoso y respetado fiscal general del
distrito, Michael Walker. Tres días más tarde, Jennifer fue a visitar a su
hermano Derek. Destrozada, le susurró al oído:
—Derek, no puedes ir a la cárcel por miedo a revelar el secreto...
Morirás.
413. ELENA CORREAS – DIEZ MINUTOS
Subimos silenciosamente las escaleras; ese sinvergüenza siempre va un
paso por delante de nosotros. Se nos acaba el tiempo. En menos de diez
minutos, le matará. Tengo la esperanza de que detrás de esa puerta se
encuentre él, y por fin estar cara a cara. Jason tira la puerta y entramos con
los ojos bien abiertos; si tengo que disparar, no me lo pensaré dos veces.
Registramos todo el almacén y ahí está. Alice. Mi Alice. Se me iluminan los
ojos. Estoy yendo hacia ella, con cuidado, cuando oigo disparos. Todos mis
hombres han caído. Me giro y ahí está él, apuntándome. Noto en sus ojos la
ira, y su boca esboza una sonrisa. Estoy sudando. Sé lo que va a pasar ahora.
Mis hombres muertos, y Alice atada. Estoy sola. Sola contra él.
414. ELENA FERNÁNDEZ – MATAR DOS PÁJAROS DE UN TIRO
Llegaba al portal de su casa, cuando se dio la vuelta al oír su nombre.
Recibió un disparo mientras miraba con incredulidad a su mejor amiga. La
encargada del caso es la detective Irene J., que rápido sabe quién es la asesina
por la cámara situada en el portal del edificio. Piensa que el móvil del crimen
son los celos por la situación del disparo, en el corazón. El marido de la
asesina va a visitarla a la cárcel.
—¿Cómo has podido matarla?
—No seas cínico, ya sabes por qué, llevabais un tiempo viéndoos a
escondidas.
—Eso es mentira.
—¿Y por qué estabas en su casa hoy? Te seguí y vi cómo entrabas para
verla. Si no eres mío, no eres de nadie.
—Estás loca, no tenía nada con ella.
Al día siguiente, recibió la visita de Irene J. en su celda.
—La amante de mi marido era mi mejor amiga, ¿verdad?
—No, señora, no era ella. Se equivocó. Esa misma tarde, ella se ahorcó.
Mientras tanto, su marido brindaba por el triunfo de su plan con su amante,
el marido de la mujer asesinada.
415. ELENA GARZO – NO FUE UN SUEÑO
Volvía del trabajo, tarde y cansada. Cuando el metro llegó al final de su
recorrido, yo estaba dormida y nadie se percató de ello. El tren avanzó hasta
el túnel para quedar aparcado el resto de la noche. Cuando me desperté,
estaba oscuro, las puertas cerradas y nadie oía mis gritos. Después de una
hora, aparecieron unas luces que alumbraban las siluetas de dos hombres
uniformados. Grité y menos mal que no advirtieron mi presencia, pues
empezaron a discutir. Uno de ellos sacó una pistola y mató al otro,
arrastrando el cuerpo hasta que desaparecieron. Pasadas unas horas, el tren
comenzó a moverse hasta detenerse en la estación. Se abrieron las puertas y
corrí hasta que encontré a un empleado de seguridad, al que conté lo
ocurrido. Revisó el lugar, pero dijo que no encontró nada y me sugirió, de
forma amenazante, que me fuera a casa y que no me convenía comentar nada.
Ese día leí en el periódico que un empleado había desaparecido con la
recaudación del metro. No fue un sueño.
416. ELENA GRAU – DÍA DE SUERTE
Marc lo había hecho otras veces..., concretamente nueve veces, por eso
esta era especial. Preparó todo meticulosamente. Cuerda nueva, bridas, la
sierra limpia, un CD con la canción In Pieces a punto, una broma para sus
víctimas antes de ser descuartizadas. Llegó al bar y eligió a su presa. Una
rubia bebiendo sola en la barra. Guapa. Parecía fácil. Y era su tipo. Se acercó
y soltó un tópico, al que ella respondió con ironía. Bien; ya es mía. Bebieron
y rieron juntos. No hizo falta insistir mucho para llevarla a casa. Juguetearon
un rato... No necesitaba matarla todavía. Se parecía tanto a las otras... Ella le
ató una mano al cabecero... Esto no va así..., cogió un pañuelo de seda y, tras
acariciar su rostro con él, le ató la otra mano. No podía reaccionar... De
repente, se sentía mareado.
—¿Qué me... has... hecho?
—Cloroformo..., soy una nostálgica. No fue su día de suerte.
417. ELENA LARA – RECUERDOS PARA PERDER EL CONTROL
Pistola en mano, el agente amenazó al violador.
—Piedad...
—¿Piedad? —respondió.
—Tengo una hija... —sus ojos empezaban a empañarse—. Si me matas,
no serás el mismo.
—Un brindis por los cambios. —Disparó.
Tras ocultar su desastre, se lanzó al fin a la agente Olmos. Y para qué
más detalles... Él se giró con suavidad al otro lado de la cama. Quiso
despertarla a besos, pero estaba fría, no tenía pulso. Había algo nuevo en su
mesilla. Una nota: Si no das con el asesino, como primer sospechoso, irás a la
cárcel. El informador. Cubrió sus huellas, y el cuerpo apareció en un parque,
según las noticias del bar que servía asquerosos cafés. Alguien había ahogado
al camarero después. Allí estaba la última nota: Yo también odiaba su café.
Aquí, 1:00. Y acudió a la cita con su espejo. Preso de la locura, confesó que él
era su informador y el asesino.
—Pero era un violador... —dijo en su arresto.
—Me temo que el código moral no es el legal, compañero.
418. ELENA MIRA – NACIMIENTO
Mañana fría, taza de café y vistazo al periódico. Camino del instituto, con
la cartera en la mano y la cabeza en una habitación con vistas al mar, todo era
normal. Todo hasta llegar a la avenida central. ¿Por qué? La policía llevándose
a Lidia, una alumna del instituto, manchada de sangre, y en el suelo a su lado
Juan, su novio, apuñalado. Nunca me gustó ese chico para una chica tan dulce
y de belleza increíble. Sentado en mi despacho, me invadió una duda terrible.
Repasé el día. Por la mañana, hacía frío, no tenía pijama, cosa rara en mí;
tomé café, cuando me desvela, y miré el periódico, cosa que nunca hago
buscando... Corrí a casa, algo no estaba bien. Cuando entré, me encontré la
ropa en el suelo de la entrada y un rastro de sangre hasta el baño. Mi
respiración se iba acelerando. Allí estaba en el lavabo con su empuñadura de
madera y manchado de sangre la navaja que siempre llevaba encima. Siempre
salvo esa mañana. Me acosté, cerré los ojos y sonreí; en ese momento, deje de
ser yo.
419. ELENA PANIAGUA – TRISTEZA EN LA ESCUELA
En ese momento, Marcos se estremeció; la puerta del colegio estaba llena
de coches de policía. Llegó más rápido de lo que sus nervios le permitían. Su
sorpresa aumentó cuando Jesús, su compañero, le explicó que en el aula de 3º
A habían encontrado a Gloria, su tía, maestra en el colegio desde hace más de
veinte años muerta. Marcos lloró durante un rato, preguntó a otra
compañera, Alejandra, quién había encontrado el cuerpo; esta le explicó que
fue el secretario, don Álvaro. Cuando llegó, la luz del aula estaba encendida y
fue a saludarla, encontró su cuerpo sentado, con unos exámenes entre las
manos y la cabeza apoyada sobre la mesa, impregnada en sangre, ya sin vida.
Se interrogó a varios padres y alumnos que habían tenido problemas con la
maestra. No eran culpables. Los compañeros estaban extrañados, pero al final
de la investigación salieron a la luz pruebas que llevaban años esperando en
un viejo pupitre. Marcos fue detenido, ¡nadie podía explicárselo; él era el
culpable!
420. ELENA PAZ – LA CLAVE
Y entonces fue cuando sonó el despertador, pero Victoria ya estaba
despierta contemplando la tenue luz que se abría paso entre las persianas de
su habitación. Su respiración agitada y nerviosismo se debía a la carga de no
encontrar aún ninguna pista fiable que le aproximara al asesino de las
pequeñas hermanas Miller. El insomnio se apoderaba de ella casi cada noche.
El nudo se hacía aún más grande cada vez que los desgraciados padres de las
pequeñas aparecían en la televisión, ofreciendo recompensas por conocer
algún detalle más de aquel fatídico día. Pero todo eso estaba a punto de
cambiar, ya que hoy iba a tener un encuentro con un drogadicto que pululaba
siempre por la zona donde encontraron los cadáveres, y si las drogas
permitían un poco de luz en su memoria, puede que esta sea la pista clave que
desenmarañará por fin el crimen con menos pruebas con el que se había
encontrado Victoria.
421. ELENA SORIANO – TRAICIÓN
Hola; soy, bueno, era, Lucy Smith. Hoy cuento el día de mi asesinato.
Era lunes por la mañana y salí a andar cuando un pañuelo abarcó mi boca y
en cinco segundos me dormí. Me desperté en una habitación pequeña e
iluminada, miré a mi alrededor, pero no vi a nadie. Debió pasar una hora
cuando empecé a idear un plan de huida; primero, debía desatarme de aquella
silla, luego salir con cuidado. Empecé a desatar el nudo cuando el pomo se
giró y entró un hombre, no lo podía creer, era mi mejor amigo, Mike. Vi
que alguien iba detras de él apuntándole con un arma y que le dejó atado;
cuando aquel hombre con la pistola se fue, le conté mi plan a Mike. Un rato
más tarde, conseguí soltarme y solté a Mike. La puerta estaba
sospechosamente abierta y salimos, vi una habitación con ordenadores y
mandé a Mike a vigilar mientras yo miraba las grabaciones. Entonces, le vi
dando órdenes y lo comprendí; en ese segundo, noté un cuchillo
atravesándome el pecho y morí. La policía desveló mi caso, y ahora descanso
en paz.
422. ELI ARRANZ ORDÓÑEZ – EL ASESINO DE LA MÁSCARA
Mientras el asesino de la máscara me apuntaba a la cabeza, recordé las
técnicas de autodefensa que me enseñaron en la academia. En un rápido
movimiento, conseguí arrebatarle la pistola de las manos; logrando así que
los papeles se tornaran. Ahora era yo, la agente Selye Mendoza, la que lo
apuntaba a él. Se quedó muy quieto mientras yo le gritaba que se tirara al
suelo. No me hizo caso. Se acercaba cada vez más hasta mi posición,
consiguiendo que yo anduviera hacia atrás. Maldito el momento en el que
tropecé y caí de espaldas. Él se abalanzó sobre mí, consiguió así que la pistola
se disparara accidentalmente, lo que me hirió de gravedad en el pecho. No
recuerdo nada más, solo disparos, la voz de mi compañero y la sirena de la
ambulancia.
423. ELI STANEVA – MUJER LOCA
Una mujer sola en una casa grande y oscura, lejos del pueblo más
cercano, sin electricidad, sin dinero y apoyo moral, da a luz misteriosamente
en su sótano a tres gemelos. Cae en un trastorno mental grave y decide que
debería matarlos. Coge un hacha y comienza a golpear sus pequeños
cuerpos, sangre por todos partes y cuerpos desmembrados. Sale de su sótano
calmada: ha hecho un buen trabajo. Unas horas más tarde, oye desde el
sótano a un bebé llorando; resulta que uno de los bebés sobrevivió y,
arrepentida de lo que hizo, lo salvó y comenzó a cuidar de él. Pasaron
veintiún años muy difíciles, con drogas y maltratos. Un día, se enteró de lo
que había ocurrido y decidió vengarse de su madre de la manera más cruel.
424. ELIA SALINERO – EL BUEN SAMARITANO
Cada noche, en el camino de vuelta de la fábrica, le veía. A esas horas,
solía ir ya bastante borracho. De cuando en cuando, se apoyaba en alguna
farola para recuperar el equilibrio y continuar hasta el siguiente bar. Un día,
le seguí. Al cerrar el último bar, se dirigió a una pequeña casa al final de la
avenida. Bajo la luz del portal, vi el dolor de su rostro reflejado en el cristal de
la puerta. Sufría terriblemente, y me apiadé de él. Aquel jueves, al salir de
trabajar, fui directamente hacia su casa. Eran cerca de las dos cuando apareció
con paso vacilante. Parecía más borracho que los otros días. Abrió la puerta
con dificultad y subió la escalera hacia el primer piso, donde yo le esperaba.
—¡Tú! ¿Qué haces aquí?
—He venido a ayudarle, padre.
Sonreía cuando le empujé escaleras abajo. Ya no sufriría más.
425. ELÍAS NIETO MONTAÑA – EL SUSPENSE QUE TODOS
NECESITAMOS
Después de que el asesino en serie Charlie Kane cometiese su primer
error en años, al detective Julian Kutcher no le resultó difícil encontrarle.
Aquel revólver que tuvo que dejar tirado en la escena del crimen para poder
huir resultó ser su fin, ya que así Kutcher logró conocer su identidad y el
paradero de su piso, donde le sorprendería el pasado mes de febrero. El día
14 de aquel mes, ambos se encontraron frente a frente, y Kane, prefiriendo
morir a tener que pasar el resto de sus días entre rejas, fingió sacar el arma
que colgaba de su pantalón, sabiendo que Kutcher no tendría más remedio
que dispararle, lo que le otorgó así la muerte que merece un asesino de su
calibre. Irónico que aquel día terminase una relación como la suya, pues al fin
y al cabo, cuando Kane murió, a Kutcher lo único que le quedó era la tortura
de preguntarse cada día si mereció la pena ganar aquel caso, pagando el alto
precio de perder el misterio que tanto agradecía tener en su vida.
426. ELICE MUÑOZ LUQUE – MUÑECOS DEL TIEMPO
Creíamos que teníamos el control sobre nosotros... Anne, una joven
estudiante universitaria, sentía gran atracción por los fenómenos
paranormales; en concreto, por los muñecos de vudú. Tanto es así que
investigaba incansablemente hasta que una fría tarde de enero sonó el teléfono
de la policía. Estaba muerta. Clark y Jane, dos inspectores de renombre de la
oficina, se dirigieron al escenario del crimen. La chica había sido quemada
viva. Después de muchas pruebas, ambos inspectores quedaron
sorprendidos: había indicios de que ella misma se había incinerado.
Decidieron dejar el caso como suicidio, excepto Clark. Él descubrió esta rara
afición, por lo que sospechó de su implicación. Así que fueron a por el único
que compartía este hobby con ella. El asesino intentó hacer vudú a los dos
inspectores, pero fue retenido por la policía. Se declaró culpable. Mató a
Anne porque empezaba a saber cosas que no quería compartir.
427. ELISA PINTO – UNA MUERTE EXPLOSIVA
Llaman a la comisaría y coge el teléfono Javier. Un niño ha muerto en la
clase de Química. Rick y Kevin se dirigen hacia el instituto, hablan con el
profesor y les cuenta que estaban haciendo experimentos con agua y, de
repente, ¡bum! Llaman a sus familiares. Nate, el chico muerto, estaba a punto
de graduarse y era el típico niño de sobresalientes. Sin embargo, estas últimas
semanas, sus amigos y novia le encontraban algo extraño: ya no salía con
ellos, llegaba tarde a las clases... Rick llama a sus contactos en la mafia, piensa
que se podía haberse metido en algún lío esta última semana. Su contacto le
dice que ellos no le habían hecho nada, pero no le niega que estuviera dentro.
Rick le hace una pregunta más: ¿su novia cómo está? Su contacto le responde
que destrozada. Con esto Rick se da cuenta de que ha sido su novia del
instituto. Ella reconoce que en un ataque de celos había preparado sodio y, al
añadir el agua, se produjo una reacción química, una explosión.
428. ELOI GARCÍA – DESPERTAR
Un parpadeo, dos. Luz desde arriba, me daña los ojos. Apenas puedo
moverme. Un peso encima de mí, leve, presiona mi pecho. Oigo un ruido de
fondo, un ruido constante y estridente. Intento alejarlo de mí. ¿Cómo he
llegado hasta aquí? No recuerdo... ¿Qué hice? Me concentro. Un leve
movimiento. ¿Un pie? No, una mano. Poco a poco voy cogiendo fuerzas.
Recuerda. Has estado en peores situaciones. Concéntrate. Un dedo, otro
dedo. Ya lo tienes. Puedes mover una mano. Prueba con la otra. Otra vez, un
dedo, otro. ¡Sí! Puedes hacerlo, ahora por los pies. No puedo, ese ruido
estridente..., quiero perderme. Me mantengo firme, no me dejo llevar, no soy
de los que se rinden a la primera. Voluntad. Palabra que resuena en mi
memoria, como si significara algo. Persiste, coge fuerzas. El ruido, ese ruido,
no para. Se mete en mi cabeza, martilleándola. ¿Por qué yo? ¿Qué hago aquí?
No importa. Lo intento con todo mi yo. La nada me llama; cuán fácil sería
perderse. ¡No! ¡Lucha! Un parpadeo, dos. Abro los ojos.
429. ELY DELGADO – LA SONRISA DE EVELINE
Sus ojos aún desprendían luz pese a la mirada perdida. Sintió como
alguien le desabrochaba el reloj y después le pisaban la mano. El sonido de
unos tacones alejándose retumbaron en el callejón y se diseminaron con el
murmullo de la avenida Pío. Finalmente, su cuerpo respiró por última vez.
Estaba tomando un café cuando oigo unos golpecitos en la puerta:
—Buenos días, agentes, ¿alguna novedad? —preguntó la Sra. Luján.
—Queríamos transmitirle personalmente las últimas noticias. Tras un
mes de investigaciones, pensamos que su marido falleció a causa de un infarto
mientras era atracado. El caso pasará a otro departamento —respondió Any.
—Se lo dije, nadie querría mal para mi marido. Espero que encuentren
al culpable. —Y despacio, cerró la puerta.
Eve, la hija mayor, escuchaba en el salón. Con una sutil sonrisa, sacó del
bolsillo aquel reloj. Cogió del trabajo la dosis justa de cloruro potásico, se lo
inyectó y generó el infarto. Su padre jamás volvería a entrar en la habitación
de madrugada.
430. EMI PADILLA DOMÍNGUEZ – EL TREN ENCANTADO
Había ocurrido un asesinato en el tren y todos los pasajeros del segundo
vagón eran sospechosos. La policía y los detectives estaban consternados,
tenían miles de pistas que no les llevaban a nada. «¿Quién y por qué lo habrá
matado?», se preguntaban. El difunto, a pesar de estar tres metros bajo tierra,
tenía una sonrisa grabada en su rostro (o al menos eso parecía), su plan había
salido a la perfección: las cartas dirigidas a él de los demás pasajeros, las
huellas en su compartimento, los restos de sangre... Todo lo había dejado
perfectamente preparado. La policía y los detectives nunca descubrirían que él
era el mismo asesino que tan desesperadamente estaban buscando... ¿O
realmente no era él el asesino?
431. EMILIO ALONSO FELIZ – EL DUELO
Tras largos años de busca por fin pude enfrentar a mi enemigo. El guía
me lo señaló con una sonrisa torcida: apenas se reconocían el rostro odiado y
el torso, donde asomaban las costillas. Alrededor iban y venían las hienas
escarbando en el lodazal del cuerpo destrozado. Furioso recordé los años de
devoción consagrados a planear el enfrentamiento final sin imaginar que todo
concluiría en el burdo azar de una muerte accidental durante una cacería: el
ataque de un león iracundo que ignoraba ser el instrumento ciego de la
justicia. Disparé con asco contra aquella cosa sangrienta. Después, para
eliminar al testigo y para cargarme con una culpa ficticia que suplantara la
culpa verdadera que llevaba en el corazón, disparé al atónito guía, que cayó
sin un grito. Al atardecer, me entregué en el puesto de la Guardia Nacional a
dos funcionarios sudorosos que escuchaban la radio y jugaban al póker bajo
el ventilador.
—Al oeste de la reserva lo encontrarán: he matado a mi enemigo.
432. EMMA VÉLEZ MARÍN – LA SOMBRA
Son las 3 a. m., Amy se despierta en el sofá de su loft. Se ha quedado
dormida viendo la televisión; el día había sido muy largo en la comisaría. La
apaga y se dirige a la cocina. De pronto, una sombra pasa fugazmente por el
pasillo. El piso está a oscuras y en ese instante la soledad le parece un
inconveniente. Unos pasos en el salón la alertan de nuevo, así que Amy no se
lo piensa dos veces y corre a su habitación. Abre el cajón de la mesita de
noche e intenta coger su pistola 9 mm, pero no está. Sola y desarmada, no se
atreve ni a respirar. De repente, una sombra sale de la nada y tirándola del
pelo la lanza encima de la cama. La sombra se sube encima de ella y le aprieta
el cuello. Ella intenta deshacerse de esa sombra que la tiene atrapada. Cuando
empieza a perder el sentido, Amy despierta de un salto, está empapada en
sudor y la televisión sigue encendida. Todo ha sido un sueño, pero por
alguna razón, ahora las sombras de su piso la inquietan de una forma
diferente.
433. ENCARNA MATELLÁN ALONSO – UN CASO DE MANUAL
La gran actriz, Jane Doe, leía su guion; se abrió la puerta, alguien tiró de
su muñeca, le tapó la boca y la durmió, la dejó caer en la bañera, que llenó de
agua, enchufó el secador y la introdujo en el agua. En la comisaría sonó un
teléfono, Prinks escuchó atentamente y colgó, cogió su gabardina y acudió al
lugar del crimen. Sin indicios de violencia ni forcejeos, solo una huella en el
cable del secador, que colgaba de la bañera. Interrogatorio rutinario, griterío
de los fans desde el exterior, enemigos en su profesión y su amiga Berta, muy
resentida: la víctima «le robó sus papeles». El análisis de la huella era de
esperar: Berta. «Un caso de manual», afirmaba Brad. Prinks recordaba las
palabras de Berta: «Me robó los papeles». «Típico entre actores, no tienen
moral», seguía Brad. Nadie reparó que, entre los guiones de la Srta. Doe,
había una partida de nacimiento en la que figuraba Berta Jan nacida en
Ankara, en la misma fecha que Carla Priest. Su mejor «papel».
434. ENCARNA PARGA CERVELO – HAN MATADO A MI SOMBRA
Esa noche fría y húmeda, las luces de las farolas eran las únicas
acompañantes de mi huida. Observaban sin intervenir y no ayudaban con su
luz a ocultar mi presencia. Al girar en la esquina, pegué mi espalda contra la
pared y recuperé algo de aliento. No sabía hacia dónde ir. Mi miedo crecía a
cada acelerado latido. Me seguían desde hacía horas, sin motivo aparente, sin
yo tener conciencia del porqué. «¿Algo aleatorio?», me preguntaba. ¿Por estar
en el sitio equivocado en el momento más inoportuno? Buscaban una presa
indefensa y ahí estaba yo, sola, asustada, intentando apartarme de su
trayectoria. Piensa, piensa, ¿a dónde puedes ir? Veo la boca del metro,
intentaré alejarme y mezclarme entre la multitud. Bajo las escaleras, cruzo la
barrera y no hay tanta gente como pensaba. Noto pasos y apuro los míos. La
situación de las luces hace que mi sombra vaya por delante. Noto un silbido,
una presión y miro la pared. Un agujero a la altura del corazón ha matado a
mi sombra, ¿o a mí?
435. ENCARNACIÓN CUART VERDERA – UN GRITO EN LA NOCHE
Era noche cerrada, en la casa de los Hitcore se escuchó un grito en la
habitación de su hijo; al instante, acudieron sus padres, viendo que el niño no
estaba. Al llegar la policía, solo encontró las huellas de la familia y del
servicio, pero ningún indicio de lo sucedido: el secuestrador había sido
minucioso. Después de una meticulosa investigación por parte de la detective
a cargo del caso, encontró la solución al enigma: el Sr. Hitcore era sobrino
nieto de Charles Lindbergh y guardaba valiosos objetos de la gesta de su tío,
y su primo Alex, que estaba arruinado, vio la oportunidad de hacer dinero
con tal tesoro, a través de subastas en internet, por lo que aprovechando la
gran amistad que los unía entró en la casa, secuestró a la criatura y la llevó a la
casa de invitados, ahora vacía, creyéndose a salvo.
436. ENRIQUE ROSADO – DONDE TRES SON MULTITUD
La esposa estaba insatisfecha, y la relación adúltera despertaba en ella un
deseo olvidado. El amante subió al autobús, coincidiendo con un hombre al
que conocía. Llegó el día en el que su misterioso amigo se ofreció para
llevarle en coche. El marido tenía con su esposa una relación enrarecida,
sobre todo en el dormitorio. El amante despertó con dolor de cabeza. Estaba
sometido. La esposa encontró en la americana del marido unas facturas de
hotel; tal vez él también estuviera siendo infiel. Iría al hotel.
Entró y se dirigió al ascensor. La música que sonaba ralentizó su
corazón acelerado. Salió y anduvo por el pasillo desierto hacia la habitación;
se quedó parada frente a la puerta. Esta se abrió y una mano tiró de su
muñeca hacia dentro haciendo que cayera. Ella gritó, y el amante en la cama
intentaba desanudarse. La pelea alertó al personal, que pudo reducir al
esposo.
La acusación por secuestro y el delito de violencia de género evitaría en el
futuro el contacto entre los tres.
437. ENRIC CARDONA – AMORES
La oscuridad era su mejor aliada. Si notaba la presencia de alguien, se
quedaba totalmente quieta, impasible, dejando que el tiempo le permitiera
volver a la soledad. Nunca habría pensado que una mujer le cambiaría la vida.
Dejaba pasar el tiempo, acompañada de su inseparable amigo, cuando de
pronto notó un fuerte temblor que recorrió todo su cuerpo; había sido
agredida y su compañero había saltado por los aires; cayó dentro del extraño
habitáculo de su agresor. Una mujer gritaba y la insultaba, sin que ella fuera
consciente de qué había pasado. No se sentía culpable, pero aquella mujer no
hacía más que chillar. Ella, sin poder articular palabra, no podía explicarle
que era inamovible, que por más que quisiera solo podía moverse en contadas
ocasiones y aquella no era precisamente una. Después de unos momentos de
confusión, se dio cuenta de que era inútil, siempre sería culpable, por más
que demostrara que ella era una columna; su amigo, un extintor, y que el
coche llegó después.
438. ENRIQUE GARCÍA GONZÁLEZ – OJO POR OJO
—Una única herida de arma blanca en la carótida. Diría que fue sobre las
seis de la mañana, pero no te va a gustar cómo está el cadáver —dijo la
doctora Parish.
El cuerpo yacía de rodillas, con la cabeza en un barril con agua, teñida
con su sangre, con la ropa de Rick.
—Salta el buzón de voz de Rick. ¿Kevin, sabes algo?
—Está en una nave abandonada del SoHo.
Al llegar, se encuentran a Rick atado en una silla, sin su ropa, con una
bata rota y varias heridas en el pecho.
—¡Rick! Rápido, una ambulancia, tiene pulso.
Kathy vislumbra una sombra, la persigue hasta una sala colindante y
descubre su identidad
—Hola, nuera. Por la mañana le han secuestrado. Yuan ya se ha llevado
su merecido, nadie toca a mi hijo —contesta el padre de Rick.
—No te muevas, me llaman.
—Rick ha despertado —dice Jon.
Al volver no está.
En el hospital.
—Tranquila, Kathy, estoy bien —contesta Rick.
—Tu padre te ha salvado, se ha encargado de Yuan. Además, te manda
recuerdos.
439. ENRIQUE GARCÍA PRADO – KITTY KILLER
Un desconcertante criminal volvía a atacar en Nueva York. Cinco
personas distintas habían muerto debido a pequeñas y certeras explosiones.
En todos los casos, la puerta estaba cerrada. Ninguna ventana había sido
forzada. Kathy y el inspector Velasco descubrieron que ninguna empresa de
transporte había llevado un paquete, y las cámaras de seguridad de dos de las
casas mostraron que nadie extraño había entrado el día de las explosiones. Las
investigaciones estaban bloqueadas, parecían asesinatos mágicos, pero ni
Kathy ni Velasco creían en la magia. Mientras la televisión informaba del
crimen, German Crocs insertó una carga explosiva y un receptor de radio en
el vientre de una gatita viva destinada a entrar en la casa de una nueva víctima.
Kitty Killer atacaría de nuevo y su misterio crecía por momentos. Mientras
llovía fuera, cinco gatos esperaban plácidamente su turno para entrar en una
historia que ninguno entendería jamás.
440. ENRIQUE MORAL DE EUSEBIO – HAMBRE
La noche era perfecta. Oscura, silenciosa y ni un alma en kilómetros a la
redonda. Perfecta para lo que Rob se proponía. Al pie del árbol más cercano
se encontraba su cena. Una joven que había tenido la mala suerte de entrar
sola en el mismo bar que él. «Qué fácil es todo después de unas copas y una
vuelta en el Mercedes», pensó sonriente. Repitió los mismos movimientos que
cada semana, como si de un carnicero experto se tratara, y horas más tarde,
estaba lista. De vuelta a Nueva York, con las bolsas de basura llenas de la
exquisita carne en el maletero, Rob se regodeó: «Jamás me pillarán. Ni
siquiera los policías de la 12. Es todo tan perfecto...». A la mañana siguiente,
como cada lunes, cogió el Mercedes para ir a trabajar. En su oficina todos le
saludaron. Sonriente, fue hasta su despacho, se sentó tras su escritorio. Sobre
él, grabado en una placa, podía leerse: Robert Stewart, fiscal del distrito.
441. ENRIQUE VILLAR RODRÍGUEZ DE HINOJOSA – LOW COST
Larry Mackormik, inspector de Homicidios de Seattle, se ajustaba su Sig
Sauer en el pantalón de cuero mientras bajaba apresuradamente las escaleras
de su desordenado apartamento. En la puerta, le esperaba su compañera
Marie Foster.
—¿Qué era eso tan importante? —preguntó Larry.
—Tenemos otro cadáver, lo acaban de comunicar —respondió Marie.
—¿La misma firma?
—¡Ajá! —asintió Marie.
Se hallaban inmersos en una investigación para detener a un asesino en
serie, que ya había dejado un rastro de veintitrés víctimas con un modus
operandi inconfundible: las estrangulaba y después les extraía piezas dentales,
aunque nunca las mismas. La nevada hacía que las luces de los vehículos de
emergencias crearan un ambiente irreal. Tras levantar la sábana, Larry
exclamó:
—¡Es el mismo hijo de perra!
Mientras volvían a comisaría, una ráfaga de viento hizo caer una placa de
nieve de una marquesina, dejando al descubierto un anuncio: Clínica Morton,
implantes low cost.
442. ENYA GOÑI – PERFECCIÓN
Llevaba una hora examinando el cadáver y la habitación en que había sido
encontrado. El forense había dictaminado muerte por asfixia. El asesino,
probablemente, había utilizado alguna cuerda o cable, pero, más allá de eso,
todo estaba limpio: no era capaz de hallar el más mínimo indicio.
—¿Y bien? ¿Acaso nuestro genial inspector ya ha resuelto el crimen?
No tuve que volverme para saber que el capitán estaba disfrutando. Me
odia solo porque soy mejor que él. Estaba esperando mi primer fracaso
desde hacía tres años, y tal vez ese fuera el día. Me incorporé.
—No. El asesino, por primera vez desde mi llegada a Homicidios, no ha
dejado nada. Nada.
Salí de allí antes de seguir soportando la risa victoriosa de aquel imbécil.
Sin embargo, mi derrota había sido relativa. Claro que había resuelto el caso,
aunque nunca podría presumir de ello porque el asesino había sido yo.
443. ERIC GRANADOS – SIN TÍTULO
Cogió la pistola con las dos manos, era la primera vez que sujetaba un
arma. La analizó, apretó el gatillo, no hizo nada. Sacó el cargador; lleno.
Volvió a intentar disparar, nada. El seguro, lo bajó. Disparó. El sonido que
realizó le provocó un pitido incesante en los oídos. El retroceso hizo que se
moviera unos centímetros. Sabiendo cómo usarla, se dirigió al lugar. Lo vio
allí sentado, se detuvo a hablar con él unos instantes. Salió y esperó a que
saliera. Se subió al coche, él hizo lo mismo. Era de noche, puso el vehículo en
marcha sin encender las luces y lo siguió. Lo tenía delante y lo quería llevar al
callejón, ese icónico callejón que les cambió la vida a ambos. Con la ayuda de
las luces, lo dirigió hacia donde él quería. Se bajaron del coche. Ambos iban
armados. Alzaron sus manos, hablaron, solo uno sabía quién era el otro y lo
que le había arrebatado en aquel lugar. El disparo al unísono, así como el
impacto en su pecho, el posterior desangrado y su muerte.
444. ERIKA GÓMEZ CARNICERO – SÍ O NO
Noche de miércoles. James entra en casa y descubre a su mujer asesinada
en el suelo con la mirada perdida. Asombrado por la escena, llama a la policía
de Fuencisla. Cuando llegaron, el testigo ya no estaba, no había huellas en la
casa ni pruebas que pudieran ayudar a encontrar al culpable, solo un cuerpo
tendido en el suelo. La detective Wilson tenía solo un responsable: James, así
que decidió indagar en su vida y buscarle por todos los lugares de Fuencisla,
ya que solo habían pasado un par de horas y no podía estar muy lejos de su
domicilio. Después de horas de búsqueda sin resultados, sacó un
comunicado de prensa pidiendo a la ciudad su cooperación. La detective
decidió volver a la escena del crimen y, para su sorpresa, allí estaba, era
James, estaba ante su ordenador trabajando. La Srta. Wilson se acercó y
habló con él. Este no entendía nada, no recordaba nada, James tenía doble
personalidad, nadie podía culparle de tan atroz crimen. ¿O sí?
445. ERIS CAMINO PONTES – ALEXIA
No sé si es de día o de noche. No sé si estamos en América o Europa.
No sé si estoy bajo tierra o en el punto más alto de una ciudad. Solo sé que
estoy viva. Y atada. La puerta se abre y la mujer entra. Me pongo de rodillas
con la mirada hacia el suelo y espero. Conozco el procedimiento. El primer
golpe es en el estómago, como siempre. Luego viene la cabeza, las manos, las
piernas... siempre en el mismo orden. Cuando sé que ha terminado, espero a
que me haga la pregunta. «¿Aún recuerdas tu nombre?». «Mi nombre es
Alexia». «Respuesta incorrecta». No oigo cómo lo dice, pero sé que lo ha
hecho, siempre lo hace. Regresan los golpes con la misma secuencia.
Estómago, cabeza, manos, piernas... Y se marcha, igual de indiferente que
como ha entrado. Supongo que mañana volverá a hacerme la misma pregunta.
Y mi respuesta siempre será la misma. «Mi nombre es Alexia». Y me
secuestraron hace once años, cinco meses y siete días.
446. ERIS O’BRIAN – MEDEA XXI
Veo como sus ojos se mueven de un lado a otro con desesperación.
«¿Por qué no puedo moverme?», se pregunta. Por el veneno. Arma efectiva,
arma de mujeres. No se ha dado cuenta cuando lo ha ingerido, pero no ha
tardado en notar cómo se le adormecía el cuerpo. Ahora, tirada en la cama,
espera mi siguiente movimiento. Me acerco y me siento a horcajadas.
—Dime, ¿era así como le gustaba a él que lo hicieras? —le pregunto
mientras me muevo encima de ella.
Revoloteo de ojos, respiración acelerada. Supongo que sí. Lo bueno de
este veneno es que no siente nada, pero lo ve todo. Por eso, no siente nada
cuando deslizo el cuchillo por su carne rosada, o roja, ahora es roja. Sé que
torturarla no arregla el engaño; sin embargo, cada lágrima de miedo que le
cae es catarsis para mí. Ni siquiera es por celos..., es por poder, es porque
puedo.
447. ESRAA KADRY – MI ENEMIGA – MSBP
Soy Lina Aram, tengo diecisiete años, escribo en esta pared del baño de
mi habitación del hospital, con la esperanza de que alguien pueda ayudarme.
Todo empezó el día que murió mi hermana mayor, Sara; mi madre nunca lo
superó. Hace tres meses, empecé a sentirme cada vez peor, los médicos no
sabían qué podría ser y dejé de ir a clase. Mi madre se hizo cargo de mí y
acabó siendo excesivamente protectora. Toda nuestra familia empezó a
mostrarse más atenta y prestándose a ayudar en todo. Un día, mi madre
dormía y quise arriesgarme a visitar a mi amiga Nadia. No tenía dinero, así
que me acerqué al bolso de mi madre con la idea de tomar prestados veinte
euros para el taxi. Mi sorpresa fue al encontrar un frasco de arsénico. Todo
habría quedado allí de no haber sido por una nota que había también con las
horas de mis comidas y la dosis de arsénico que debía llevar cada comida.
Todo empezó a tener sentido; desde entonces, mis intentos por escapar han
sido inútiles y, además, Lina, ¿qué demonios te crees que haces?
448. ESTEFANÍA ÁLVAREZ ALFÉREZ – EL LAZO DE TERCIOPELO
ROJO
El cuerpo se encontraba tendido en el suelo del apartamento, cerca de
una ventana entreabierta. El forense le proporcionó los detalles. La víctima era
una mujer joven con una herida de bala en el pecho hecha a distancia. Tenía la
cara desfigurada por laceraciones finas, todas post mortem. Sobre el cuello, se
había encontrado un hilo de terciopelo rojo. El detective McMahon pensó en
las cortinas de un teatro antiguo, en el vestido de una mujer. Era evidente que
las personalidades no encajaban y que el crimen había sido perpetrado por
dos agresores: uno, frío, y otro, pasional: fue el segundo el que desfiguró
con un instrumento afilado el rostro de la víctima. La atención de McMahon
voló hacia la ventana, donde una insinuante sombra en forma de herradura se
tornó en la cola de un gato doméstico en posición de alerta. Prendía de su
cuello un lazo deshilachado de terciopelo tan rojo como la sangre de sus
afiladas zarpas. Sus ojos se dilataron como dos pozos negros. Querían su
cara.
449. ESTEFANÍA GARCÍA GUIJARRO – VENENO FRATERNAL
El grito de aquella mujer me alertó, así que corrí tan rápido como mis
piernas me lo permitieron hacia la casa de mi padre. Acurrucada en el sofá,
esperé su llegada. Era el único que me quedaba, así como el único capaz de
protegerme del asesino que actualmente atormentaba las calles. Tomé la
pastilla que me tendía y lo abracé; me sentí segura. Mientras me acariciaba,
me dijo:
—La pastilla contiene ictiotereol.
—¿Qué? —susurré mientras notaba como mi cuerpo se agarrotaba.
—No soy tu padre. —Tras esta confesión, mi cuerpo se negaba a
obedecer mis órdenes y, justo antes de que todo se tornase negro, alcancé a
escuchar—: Dulces sueños, pequeña.
450. ESTEFANÍA GÓMEZ DOMÍNGUEZ – EL ASESINO DE LA ROSA
La inspectora Kathy y Rick empiezan a investigar varios crímenes en que
el asesino deja una rosa en cada víctima. El culpable, desde que era pequeño,
pasó por varias casas de acogida y tuvo una infancia muy perturbadora; su
instinto asesino nació cuando mató a su perro, y a medida que fue creciendo
quiso ir a más. Su primera víctima fue una chica, a la que, después de haber
asesinado, violó. Después, siguió ese camino y a cada una le dejaba una rosa
en la boca. Los inspectores y el escritor Rick investigaron hasta que llegaron a
dar con varias pistas que les condujeron al asesino.
451. ESTER BASTIDAS RODRÍGUEZ – SIN TÍTULO
Quién podría pensar que todo acabaría así. La mañana había empezado
como siempre: un desayuno rápido en la oficina. Todos los abogados del
bufé estábamos centrados en el caso de la señora Douglas. A su marido, el
empresario del año, se le había ocurrido que la mejor forma de pasar más
tiempo con su amante era contratándola como becaria, como si eso no
estuviese nada visto. Y ahora la señorita Rodríguez estaba muerta. Todo
apuntaba como culpable a la señora Douglas; no tenía ninguna coartada, pero
sí muchos motivos. La llamada del detective Lauper fue crucial para resolver el
caso. Los celos y la torpeza de una compañera de trabajo de Anna Rodríguez
dieron con la asesina. El señor Douglas era muy cariñoso y prometía amor,
regalos y dinero a sus amantes. Felicity cometió el error de dejar en la escena
del crimen una pulsera comprada por el señor Douglas; las huellas
encontradas serían determinantes. El caso quedó cerrado, pero ahora nos
tocaría llevar el divorcio del empresario del año.
452. ESTER MARTÍN – SIN TÍTULO
Aisha y Edric, un día cualquiera en la comisaría del distrito de Alma
(Canadá). Una mujer muerta en la cama de su apartamento sin signos de
violencia aparente. En la casa, no ven ningún signo de allanamiento, todo está
en su sitio. Ven a la mujer acostada, todo aparentemente muy normal.
—¿Esto es muy raro? —dice Aisha.
—Sí, totalmente, ¿qué habrá pasado aquí? Esta mujer no tiene signos de
violencia ni nada similar; parece que ha muerto durmiendo.
Los hermanos se ponen a investigar la casa. Edric ve un papel con un
número de teléfono escrito en el suelo al lado de la papelera. Aisha ve por la
ventana a una figura de un infante, que le mira fijamente.
—¿Qué hace ese niño ahí?
—¿Qué niño?
453. ESTHER CUESTA DE LA CAL – TRAVIESAS EN EL CAMINO
El maquinista declaró no haber visto nada al encontrar el cadáver
empotrado en la parte delantera de la locomotora.
—Apenas un niño —apuntó la científica—. Lo empujaron —afirmó,
señalando un pequeño hematoma reciente entre otros muchos por todo el
cuerpo—. El impacto lo mató al instante.
No lo iban a devolver al orfanato. Robando la comida y durmiendo en
las estaciones no se estaba tan mal. Más ahora que había eliminado la pequeña
sombra que, después de escaparse de una casa de acogida, se le había pegado
y comido lo poco que le quedaba. Por primera vez desde la muerte de sus
padres, se sintió poderoso; lo había convencido para ver pasar el tren cerca de
las vías y, con un golpe en un costado, desapareció. Con las manos en los
bolsillos y dando patadas al aire, siguió su camino sabiendo que lo volvería a
hacer.
454. ESTHER FERREIRA COLLADO – SIN TÍTULO
Después de un largo día, lo que más le apetecía a Steve era una ducha y
una cerveza sentado en su sofá. Cuando iba a meter las llaves en la cerradura
para entrar en casa, le extrañó no oír las risas de sus hijas. Giró la llave.
Entró. Su mundo se vino abajo. La escena era escalofriante. Sus hijas en el
salón, tumbadas boca arriba con un disparo certero en el corazón, y su mujer
en el pasillo, ejecutada, con un disparo en la nuca. De repente, Steve despertó
sudoroso. Era ese sueño que se repetía una y otra vez. Después de ese fatídico
13 de enero, su vida cambió radicalmente. Steve salió a recoger el periódico y
el correo. Había un sobre sin remitente. Sus ojos se abrieron como platos.
Era una nota del asesino.
455. ESTHER GONZÁLEZ GARCÍA – EL ASESINO DE LAS SOMBRAS
Como todas las noches, Julia salió a correr por el parque acompañada de
su perro Lucas, cuando algo que brillaba en un pequeño riachuelo le llamó la
atención. Julia se acercó a ver qué era y lo que descubrió la dejó paralizada:
era el cadáver de un niño pequeño, de no más de diez años. El menor
presentaba signos de haber recibido una brutal paliza, y justo cuando Julia
cogió el teléfono para llamar a la policía, alguien la golpeó en la cabeza,
dejándola inconsciente. El sujeto la cogió, la introdujo en una furgoneta y se
la llevó lejos, dejando el teléfono de Julia en el lugar del crimen.
456. ESTHER LUNA CAÑETE – EL CERRAJERO DE HARRISBURG
Ahí estábamos mi compañero Harry y yo adentrándonos en un
nauseabundo sótano. Habían aparecido cuatro cadáveres entre los matorrales
del lago. Les faltaba carne, como si hubieran hecho lonchas con ellos. Y,
menos la que creíamos que era la primera víctima, todas llevaban en la mano
un hueso tallado en forma de llave. De ahí que en la comisaría hubiéramos
decidido llamar al asesino el Cerrajero de Harrisburg. Descubrimos que el
hueso pertenecía siempre a la víctima anterior y que la forma de la llave
correspondía a la casa de la siguiente víctima. Fuimos estrechando el círculo,
que nos llevó a una casa a las afueras de la ciudad. No había ni rastro de
Frederich Fisher, el supuesto Cerrajero. Al descender al sótano, encontramos
restos de carne humana por todas partes. Al fondo, una chica atada con
cadenas lloraba desconsolada. Al acercarme a ella, sonó el disparo de una
escopeta. Harry cayó al suelo. Fisher nos apuntaba. Mi futuro y el de la
pobre chica pintaba realmente mal.
457. ESTHER PERAL – SIN TÍTULO
El cadáver no era más que el de un adolescente. Pero tenía en el rostro la
imagen de quien ya ha vivido demasiado. Su nota estaba sobre la mesa; como
siempre, pedía disculpas y decía: «Te quiero». Lo había visto en demasiadas
ocasiones como para que le supusiera un problema. La gente se suicidaba
cada día, y él tenía que investigarlo, simplemente para darse cuenta de que la
vida de esas personas quizá no fuera la mejor, pero tampoco era para matarse.
No había excusa para el suicidio, no había que ser muy inteligente para darse
cuenta de ello. Entonces, miró las muñecas del chico y arrugó el entrecejo.
—¿Pasa algo, Aaron? —le preguntó su compañero.
Él se fijó aún con más detenimiento en los cortes de las muñecas, que
iban en descenso, de adentro hacia afuera, y no al contrario, como era
normal.
—Matthew, creo que tenemos un crimen.
458. ESTHER QUINTANO DEL OLMO – MI PRIMER CASO
Allí estaba yo, sentado ante mi primer caso, tal vez el que determinaría mi
futuro. Tenía que demostrar que el tiempo invertido había valido la pena. Para
ello tenía en mis manos todas las pruebas y pistas que, junto a mi cerebro
privilegiado, me llevarían a discernir, sin ningún tipo de duda, quién fue el
asesino. Hace unas horas, nadie hubiese apostado por mí, pero ahora lo tenía.
No me cabía la menor duda, servía para esto; mis pesquisas, mi observación
de todo lo que había acontecido hasta el momento y mi increíble poder de
deducción. Soy el mejor y sin duda seré un gran detective privado.
—Vamos, Rick, te toca.
—La señorita Amapola, con el candelabro, en el vestíbulo.
459. ESTHER SANTIAGO – LA OSCURIDAD DEL REFLEJO
Se miraba al espejo y no se reconocía. ¿Quién es esa persona que con
mirada perdida y penetrante me mira fijamente? Da miedo pensar que alguien
más pueda ver lo que yo veo en este momento. Se retiró la sangre de la cara
frotando lentamente, como si de jabón se tratara, y salió hacia su trabajo
como cada mañana.
—Buenos días, inspectora Sloan, ¿descansó anoche? Hemos amanecido
con un triple asesinato.
—Bien, ¿y qué sabemos?
—Parece pasional, jefa.
—Vamos a por ese cabrón —dice decidida Sloan.
Cuando llegaron a la escena del crimen, algo no iba bien, a Sloan todo le
parecía familiar.
«Esto lo he visto antes», pensó. La casa bañada en sangre aún parecía
gritar el horror allí vivido solo unas horas antes. «Parece que quien lo hizo
tenía mucha rabia». Sloan se acercó al cadáver y se estremeció cuando vio la
mirada vacía fija en el espejo frontal, miró hacia ese espejo y tembló al leer:
No puedes escapar de ti misma, lo hiciste, lo volverás a hacer y te pillaremos.
460. ESTÍBALIZ LORENZO GONZÁLEZ – EL TERCERO, LA
DIFERENCIA
La agente Rodríguez espera a que los forenses terminen su labor
mientras se mueve nerviosa, tiene una de esas terribles sensaciones en el
estómago. Al fin, es su turno de acercarse a la alcantarilla, donde se encuentra
el cadáver; está algo hinchado, le han afeitado la cabeza, presumiblemente con
una navaja, cuando aún vivía, dados los cortes visibles con sangre seca en el
cráneo, la mirada perdida, con los ojos abiertos, la mandíbula desencajada
con algo incrustado en la garganta, las manos atadas a la espalda. Debió de
intentar gritar, murió asfixiado por aquello que le tapona la garganta, podría
haber intentado respirar por la nariz, pero sus vegetaciones siempre se lo
impidieron...
Antes de derrumbarse, Rodríguez alumbra su garganta, se ha hecho una
pasta de papel, pero está casi segura de que se trata de billetes. Apaga la
linterna y se retira lentamente a una esquina donde nadie pueda verla vaciar su
estómago entre arcadas. Es el tercer policía, es su compañero, es Daniel.
461. ESTRELLA VECINO – ESCAPANDO DE LA MUERTE
El reloj de pared latía como el corazón del hogar. Sobre la mesilla, la luz
de una lámpara se mezclaba con el sol que atravesaba las persianas en un baile
de sombras, mostrando el retrato de una mujer abrazada a un bebé y un viejo
calendario con una fecha marcada. En una vitrina con pistolas y cuchillos, un
gato jugaba con un ratón muerto que se esfumó de repente, provocando un
maullido asustado. En la cama, yacía la dueña, boca arriba, ensangrentada,
músculos rígidos, fríos, un cuchillo clavado en su corazón y una horrenda
sonrisa en los labios. Unas voces subieron en intensidad hasta pararse en la
puerta para no perder detalle. La policía se abrió paso, ordenando despejar la
zona. Avanzó hacia la anciana. Un grito desgarrador, seguido por una risa
histérica, provocó una estrepitosa carrera. Un hedor asaltó sus sentidos
apenas un segundo. Se detuvieron atónitos, agitados. No había nadie.
—¡Fuera!
Obedecieron y Sam regresó a la escena, pálida, porque no había ni rastro
del crimen.
462. EVA AMAT – FORMACIÓN INCOMPLETA
Otra mañana más. Suena el despertador y Andrea mira que Alex sigue
durmiendo a su lado, se siente feliz de saber que una noche más se ha
quedado a dormir con ella. ¿Será que no es solo sexo? Prepara el café y se
ducha, le deja la taza en la mesita de noche y se despide de su novio con un
beso, que hace que él se remueva entre las sábanas. Una breve nota: ¿Nos
vemos esta noche? Al salir, ve en su móvil mensajes de sus compañeros. Ha
habido un asesinato en la universidad. Una profesora ha aparecido muerta en
las duchas del gimnasio. Andrea estudió Psicología Criminal, todo un reto
frente a su familia, que no la apoyó en esa decisión. En su vespa roja se dirige
hacia el recinto universitario. Polícias, estudiantes y periodistas se mezclan.
Usa su sonrisa inocente y a la vez picarona para que un policía levante la
cuerda y la deje pasar. Un pie descalzo sobre el frío suelo delata la zona del
crimen. La posición del cadáver, el ensañamiento en el cuerpo... está claro que
esto es otro asesinato con mensaje.
463. EVA HERNÁNDEZ – CUIDADO CON LAS ESCALERAS
Zapatos de tacón, medias de seda... Nada hacía presagiar que sería la
última vez que Sara bajaría las escaleras de su edificio. Adriana y Leo,
investigadores del caso, no daban crédito a lo que les contaba el forense. Su
cuerpo se había desvanecido al salir del patio, allí murió, y como único signo
extraño, unas manchas en sus manos. Nada tenía explicación y, por más que
registraban su casa, no hallaban ningún indicio. Ninguna sustancia extraña ni
nada parecido. Mientras bajaban por el ascensor, oyeron gritos de alguien
que pedía auxilio. María había encontrado a don José en el suelo..., igual que
Sara..., las mismas manchas. El forense confirmó que era un veneno vegetal...
mortal al tacto. «Siempre bajaba por las escaleras», dijo María. Adriana se
apresuró a pedir muestras del pasamanos... estaba envenenado. Cuando
detuvieron al conserje, solo se le escuchó susurrar: «Llevo seis meses sin
cobrar».
464. EVA RIUS – DEBERÍA REPLANTEARME MI VIDA
Mi vida sería magnífica. Tendría un amplio y luminoso apartamento en
el centro; un príncipe azul por novio; un buen trabajo y un coche acorde al
buen sueldo; un fantástico grupo de amigos; y una maravillosa familia, digna
de ser visitada todos los fines de semana. Esa sería mi vida, si no tuviese ya
otra. Otra mucha más complicada y, desde luego, mucho menos brillante. Y
una, ante todo, incomprensible; porque despertarse en una habitación ajena
por los gritos de mis compañeros del NYPD aporreando la puerta, sin
recordar cómo has llegado a ella, y encontrarte al lado de un atractivo hombre
desnudo al que no conoces de absolutamente nada, más que desconcertante,
es aterrador. Pero la cosa ya se sale de control cuando encuentras el cadáver
del hombre vestido de Papá Noel que lleva acosándote toda la semana,
escondido en el armario de la entrada, y tu jefe no deja de llamarte, al
contrario que tu mejor amiga, que no te responde. ¿En qué momento mi día
de permiso se convirtió en esto?
465. EVA TEJEDOR ALARCÓN – EL GATO DE SCHRÖDINGER
Era la paradoja del gato de Schrödinger. Liz estaba en la caja, pero...
¿viva o muerta? Ambas respuestas eran válidas hasta que la abriera. El
detective observó la caja que señalaba el asesino. Era de madera, grande
(podría caber una persona) y con ventilación. Intentó concentrarse en
escuchar algún sonido que proviniera de la caja, pero su propia respiración,
trabajosa a causa de la mortal herida en su estómago, le impedía oír nada más.
Cuarenta y ocho horas sin parar. Sin dormir ni comer desde que se denunció
la desaparición de aquella mujer. Ahora el asesino se desangraba en el suelo,
herido de muerte. Pero él no estaba mucho mejor. Se moría. Necesitaba saber
que había salvado a la víctima, pero tropezó y cayó antes de poder abrir la
caja. Justo cuando dio su último aliento, un dedo salió por uno de los
agujeros y tocó su mano. Sonrió.
466. EVA MARÍA EXPÓSITO RODRÍGUEZ – EN EL CEMENTERIO
Eran las 22:00. Michel y yo llegamos al cementerio; unas horas antes, él
propuso: «Iremos al cementerio, haremos fotos y buscaremos fantasmas». No
me pareció mala idea. Andábamos en silencio; de repente, mi linterna se posó
en una tumba, había un cuerpo. Espantado, llamé a la policía, fue una espera
interminable. Dijeron que era un vagabundo. La inspectora, de unos cuarenta
años, nos hizo preguntas y nos dejó marchar. Por la mañana, fui a ver a
Michel a su casa, estaba lavando algo en el fregadero, miré, y él giró su cara,
me miró. Salí corriendo, mi corazón latía aceleradamente, no sé qué me
asustó más: si lo que brillaba en su mano o su rostro, pero no lo pensé, entre
en la comisaría y hablé atropelladamente con la inspectora. Sé que arrestaron
a Michel ese mismo día; él mató al hombre. En realidad, era algo relacionado
con una herencia.
467. FABIÁN MARTÍNEZ BARREIRA – SOMBRA NEGRA
Tic, tac, suena el reloj, tic, tac, llegó la hora. Odio el mundo y a la
humanidad. Algunos me llaman psicópata, pero quién se cree con derecho a
catalogar las mentes. Mientras tú lees, yo te observo; piensas que esto no es
más que un relato, pero es mi obra maestra, mi juego de búsqueda y
selección de víctimas, sabré que lo has leído y entrarás a formar parte de mi
lista. Ahora ríes, pero dudas si será verdad lo que escribo; tu cerebro
primitivo asimilará de forma inconsciente el peligro, quedará grabado a fuego
en tu mente como toda la basura de anuncios subliminales que ves a diario.
Tic. Por primera vez sientes miedo. Tac. Intentarás olvidar mis palabras esta
noche, quizás hayas podido borrarlo de tu mente mañana o en unos días,
pero cuando menos te lo esperes, yo estaré allí. ¿Serás el siguiente? Tic, tac.
468. FÁTIMA LLORENTE HARRAS – LA MUJER DE HIERRO
En la penumbra se veía la sombra de una mujer; en un callejón oscuro,
nadie sabía quién era, pero por cómo apareció el cadáver la apodaron: la
mujer de hierro. Ahora tenían que investigar quién era y por qué la habían
matado. Una vez en la morgue, supieron que se llamaba Atenea y que era una
chica muy misteriosa, que solía pasear por las noches. Rick sugirió que
quizás el asesino y ella se conocían de algo porque Atenea, a pesar de ser una
chica misteriosa, no confiaba en extraños. La investigación les llevó a una
mujer que trabajaba en una oficina como recepcionista de un hotel;
descubrieron que había sido ella. Tenían que demostrarlo, así que
recopilaron pruebas y pudieron detenerla.
469. FÁTIMA OCAÑA GARCÍA – HACIENDO PAGAR
Él salió a montar a caballo como cada día; no sabía que en aquel paseo
acabaría su vida. Ella fue hacia el coche, cansada de trabajar. La inspectora
Lara recibió el aviso de un doble asesinato: una decapitación y un coche
bomba. Las pertenencias de las víctimas estaban en su despacho, una mujer de
unos cuarenta años y un chico de unos veinte; ambos llevaban en su cartera la
misma fotografía escondida, una fotografía juntos. La mujer tenía un hijo,
Tomas, que había sido secuestrado de pequeño y que era el mejor amigo de
su amante. Nadie podía imaginar que Tomas escondía un grave trauma. Su
madre no quiso pagar el rescate del secuestro y fue él quien se escapó por su
propio pie. Al conocer la infidelidad, algo dentro de él explotó, haciendo
pagar por el sufrimiento que a él no le quisieron aliviar.
470. FEDERICO TORRELLA – PELO ROJO
Alex miró el cuerpo desmadejado de la imponente rubia que yacía boca
arriba, desnudo, sobre la cama deshecha, las pruebas no dejaban lugar a
dudas, el estilete profundamente clavado entre los senos gritaba asesinato a los
cuatro vientos. Ella debía medir al menos uno ochenta, y su pelo rojo, que
flotaba sobre las sábanas de raso, dibujaba arabescos en el blanco de la cama
como la sangre que fluía por su costado. Miró el pubis depilado, recogió una
muestra de un fluido viscoso y blanquecino y pensó: «¿Sexo consentido que
ha terminado mal?». Fue entonces cuando la vio, semiescondida debajo del
cuerpo, tomó con cuidado la esquina de una foto en la que se veía en actitud
muy cariñosa a la imponente pelirroja y, para su sorpresa, a Eva, su mujer.
«¿Qué está ocurriendo?», pensó rápidamente y entonces recordó dónde había
estado anoche, había sido él, comprendió que estaba perdido, lentamente
subió el cañón de su vieja Astra hacia la sien. El cabo Gómez, de guardia en la
puerta, escuchó un disparo.
471. FEFA MARTÍ MALDONADO – MUÑECA RUSA
Juan encendió el ordenador dispuesto a acabar la novela. Era la tercera de
la trilogía, y el éxito de las dos primeras había aumentado las exigencias de la
editorial. Querían un final brillante, inesperado. Años antes, trabajando en
periodismo de investigación, se había infiltrado en un cártel sudamericano.
Abandonó al poco tiempo, asustado por la facilidad con que se despachaba a
camellos y prostitutas, pero había tenido tiempo de conocer los entresijos del
negocio. Con eso y con bastante imaginación, había montado las aventuras de
su personaje: un periodista escritor infiltrado en una banda de
narcotraficantes y proxenetas. Tendrían un final inesperado: su protagonista
escribiría el útimo capítulo sin sospechar que había sido descubierto y habían
ordenado su muerte. Absorto en la escritura, Juan no oyó la puerta ni los
pasos que se acercaron a su espalda. Tampoco el disparo silenciado que le
atravesó la cabeza justo cuando escribía Fin.
472. FELISA MATILLA RODRÍGUEZ – SIN PRUEBAS
Cuando llegué al despacho del abogado Stanford, el comisario Reeves
estaba allí. Me dijo que había llamado un vecino, diciendo que oyó disparos.
El cuerpo de aquel insignificante ser, que pocos meses antes me había
contratado, yacía en el suelo. Me había citado minutos antes para revelarme
claves trascendentes sobre nuestro caso. Sin duda, la muerte del abogado no
había sido casual, y que el comisario estuviese allí, tampoco. Reeves nunca me
cayó bien; yo sabía que el sentimiento era mutuo y, en ese caso, no se estaba
esforzando en disimularlo. Mi suspicacia me decía que estaba ocultando algo,
y a toda costa quería que me fuera de allí. Me fijé en que estaba un tanto
desaliñado y en su chaqueta faltaba un botón, como si hubiese sido partícipe
de un forcejeo, y si era así, lo más lógico es que estuviese por algún sitio de la
estancia. Sí, estaba seguro de que lo que había pasado allí tenía que ver con
Reeves; solo debía encontrar la forma de incriminarlo antes de que destruyese
las pruebas.
473. FERNANDO CASTRO OTERO – CERILLAS
No se arrepentía. Había sido demasiado divertido como para hacerlo.
Todo había salido tal y como él había planeado: la muerte de la mujer, el
rastro de pistas que apuntaban a quien él quería que lo hiciera, todas las
conversaciones y sutiles manipulaciones al esposo de la víctima... Había
manejado a la policía y a aquel idiota como un titiritero, viendo como aquel
hombre se rompía en pedazos y buscaba en vano a un asesino que no estaba
allí. La policía había sido bastante lista, lo reconocía, pero había llegado
demasiado tarde. Daba igual que se hubiera descubierto todo. Daba igual que
le hubieran atrapado. Su pequeña bala humana estaba en movimiento, y nadie
impediría que llevara la muerte en su nombre. Algunos hombres quieren ver
el mundo arder, y otros quieren ser quienes le peguen fuego. A él le bastaba
con ser quien hiciera las cerillas. Y disfrutar del espectáculo.
474. FERNANDO CASTRO OTERO – ¿ASESINATO O SUICIDIO?
Catorce horas. Lo han dejado claro. Ese es mi límite de tiempo. Aguardo
paciente, amparado en la oscuridad de la noche, ocultándome entre las
sombras del parque. Hay algo en este lugar que me resulta familiar. Se acerca.
Distingo su silueta, recortada de manera intermitente bajo la mortecina luz de
las farolas. Pasa a mi lado sin percatarse de nada. No tiene tiempo de
reaccionar. Sujeto con firmeza su boca y empujo la cabeza hacia atrás. Percibo
un olor reconocible mientras el cuchillo le dibuja una línea carmesí sobre el
cuello. Cae igual que las hojas de otoño sobre el césped húmedo. La luz de la
luna ilumina su rostro... mi propio rostro, observándome con treinta años
menos. ¿Cómo he podido ser tan estúpido? Catorce horas. Lo habían dejado
muy claro. Catorce horas antes de que la corriente temporal me lleve de
nuevo a mi presente..., donde ya estoy muerto.
475. FERNANDO DE LIS – HIPOCONDRÍA
Deposité el café en el fondo de la papelera, no me gusta tirar las bebidas
directamente por si queda algo de líquido. Metí la mano y sentí un pinchazo,
y al sacarla vi sangre en el dedo. Perfecto. ¿Os he mencionado mi
hipocondría? Llamé al chalet de al lado de la calle para que me dejasen
lavarme. Al golpear la puerta, esta se abrió. ¿Hola? ¿Hay alguien? ¡Se han
dejado la puerta abierta! Nadie contestaba. Vi el baño a la derecha y no perdí
la oportunidad. Al aclararse mi dedo, descubrí que ahí no había herida. Salí
del baño extrañado y un reguero de sangre llegó hasta mis pies. Pensé que
alguien viviría solo y que podía haberle pasado algo, así que entré. Un cuerpo
inerte yacía en el suelo con una herida en el cuello. Me acerqué aterrado y vi
algo incrustado. Lo saqué, era un trozo de cristal.
476. FERNANDO ESPEJO ABADÍA – AMNESIA
Me llaman de la policía para decirme que mi marido, cuya desaparición
denuncié hace tiempo, ha aparecido ileso; al parecer, padece amnesia, afirman.
Debería alegrarme por la noticia, pero en cambio me estremezco. Me
aseguran que sí, que es él y tengo que fingir que los creo, aunque sé que es
imposible. Cuando acudo a la comisaría y me llevan hasta él, veo que tiene un
aspecto magnífico y le cojo con cariño entre mis brazos delante de todos los
agentes. Solo estoy fingiendo: le recordaba mucho más feo y antes jamás le
abrazaba. No tengo ni idea de quién es este individuo, aunque simulo estar
feliz por el reencuentro. ¿Tratan de tenderme una trampa o es solo un
impostor que quiere quitarme mi fortuna? Pues no lo conseguirán. Dejo que
me crean satisfecha y me lo llevo a casa. Mientras el mayordomo nos sirve la
cena, le miro con una sonrisa inocente. Esta noche iremos al bosque y le
enterraré aún más hondo que la última vez. Mañana denunciaré que ha vuelto
a desaparecer.
477. FERNANDO MARTÍNEZ GARCÍA – LA LLUVIA EN EL CRISTAL
A gran velocidad, trataba de escapar del coche que me perseguía durante
media hora. No quería ser el titular del Times al día siguiente. Fallece el
inspector Casey Spek. Prefería el que realmente iban a publicar. Era rápido y
no lograba zafarme. Se me salía el corazón. Giro peligrosamente y me meto
en un oscuro callejón. Mi perseguidor también lo emboca; veo sus luces por
el retrovisor. Freno bruscamente, apago las luces, salgo del coche lloviendo y
encaro mi arma contra el fantasmagórico conductor. «¡Policía! Baje del
coche». Su cristal baja. Me quedo petrificado bajo la lluvia con el arma en alto.
Son los dos ojos verdes de mi mujer los que me atraviesan como balas.
—Cariño, ¿se puede saber a qué se deben estas tonterías con el coche?
Te recuerdo que el alcalde nos espera en su fiesta por tu éxito. Llegamos tarde
y mira cómo vas de mojado. Eres un desastre.
En ese momento, deseo que hubiera sido un asesino; ahora sí que estoy
perdido. Detener a Timoty Wallace requiere vacaciones.
478. FERNANDO MARTÍNEZ ZAMORANO – EL NOVATO
Cuando el detective Martin se acercó para examinar el cadáver, vio unas
huellas; parecían de unas deportivas. La cabeza estaba ligeramente ladeada y al
lado había una piedra llena de sangre. Al llegar el jefe Varton, Martin, que se
enfrentaba a su primer caso, le dijo:
—El muerto es un hombre de unos treinta y tantos. Su asesino le ha
debido de sorprender y le ha golpeado con una piedra en la cabeza,
seguramente para robarle, porque no lleva cartera y por la huella encontrada
yo diría que el homicida es un hombre de, aproximadamente, un metro
ochenta de altura.
Varton se inclinó sobre el cadáver para examinarlo; al cabo de un minuto
afirmó:
—Me temo que este hombre ha muerto de un paro cardíaco producido
por un ataque de epilepsia agudo. La lengua le ha obstruido la tráquea, lo que
ha provocado el paro y, posteriormente, se ha golpeado con la piedra al caer
inconsciente. Lleva una chapa médica de epiléptico y las huellas, mi querido
Martin, son de sus deportivas.
479. FERNANDO MIGUEL SANZ – MI CORDURA ES UNA LOCURA
De pie, en aquel frío sótano, me miraba en el espejo como el joven
Dorian Gray observaba su decrépito retrato, como un monstruo, consciente
de mi locura. Ella, tumbada, decúbito supino, me clavaba su mirada,
suplicando clemencia. Mi historia, la de un escritor frustrado que de repente
publica la novela más exitosa de los últimos años. ¿Un golpe de inspiración?
No, qué va. Mi reflejo y yo, mi otro yo, llegamos a un acuerdo: él me
concedía su talento como escritor, lo que yo había perdido; a cambio, yo
saciaba sus oscuros deseos, conseguir mujeres jóvenes. Mis novelas reflejan al
detalle todas las atrocidades que mi amigo celebraba en sus macabros rituales,
una coartada perfecta, la policía lo achacaba a un admirador obsesionado,
incluso colaboré en mi propia búsqueda. Aquella noche fue diferente, me
quise quedar a verlo, estaba excitado, nunca me había sentido así, poderoso.
Esa noche me despedí de mi amigo, aquello era yo.
480. FERNANDO VALVERDE PERALES – UNA MAÑANA EXTRAÑA
EN NUEVA YORK
Era un día típico en la ciudad de Nueva York: estaba nublado y parecía
que iba a llover. Era el habitual día en el que apetecía quedarse en casa viendo
un partido de los Knicks con los amigos. Pero había algo extraño, estaba
tumbado en el sofá y no recordaba muy bien la noche anterior. Supongo que
anoche mi esposa, Rose, y yo discutimos, pues ya se había ido a trabajar sin
despedirse de mí. Me dolía mucho la cabeza, así que me tomé una pastilla y
un café, y fue entonces cuando recibí una llamada: «Capitán Johnson, debe
venir enseguida, tenemos un homicidio». Notaba un tono de nerviosismo en
la voz de la inspectora, así que cogí mi abrigo y salí afuera. Para mi sorpresa,
el cadáver estaba en mi calle, y, asustado, salí corriendo temiendo que la
víctima fuera Rose, pero resulta que la víctima era... ¿yo?
481. FERRAN BESORA MONTER – EL ARTISTA
El olor dulce y a la vez amargo de la sangre sacudía el ambiente de la
habitación. Una vez más, el artista había realizado una de sus obras; tal vez era
esta la más preciosa. Hacía meses que me encargaba del caso y me había
deleitado con las anteriores, pero seguramente la de hoy era su realización
más sublime. Desde la puerta de la habitación, observaba y admiraba aquella
nueva obra. Como un pintor que esparce sus óleos por el lienzo creando
belleza, el asesino había hecho un gran trabajo: la colocación del cadáver y la
sangre que dibujaba melodías por las paredes no eran casualidad. Todo
respondía a un plan, todo respondía a un proyecto artístico. Un tenue foco
apuntaba hacia el cadáver estratégicamente colocado en el epicentro de la
habitación. Un baño rojo que se difuminaba en sus bordes lo delimitaba. Las
paredes hacían a su vez de marco, salpicadas en exceso con la intensidad del
rojo sangre que contrastaba con su palidez original. Admiraba a aquel
asesino.
482. FRAN CAMPOS GUERRERO – MAÑANITA DE IMPREVISTO Y
NOCHE PERFECTA
Una mañana soleada en el centro de Madrid, el agente del FBI Frank
Grimm se encontraba de camino con su Chevrolet Impala para ir a ver a sus
hijos adolescentes, Colin y Tracy. Por el divorcio con su exmujer, Veronika,
le tocaba hoy visitar a sus queridas y adorables criaturas, pero surgió un
imprevisto: había un atasco que le impediría llegar al lugar. Entonces, Frank
decidió salir de su vehículo y averiguar el motivo de tanto follón. Resulta que
había un accidente múltiple a causa de una persecución de unos presos muy
peligrosos, que habían escapado en el momento del traslado a la cárcel de más
seguridad. Varios compañeros de profesión se encontraban en el hospital,
muy graves, tras el terrible choque, a causa del que los presos consiguieron
escapar. Frank no pudo ver a sus chicos ese día, pero logró encerrar a los
delincuentes y lo celebró con una velada romántica con su pareja, Brianna.
483. FRAN GARCÍA MARTÍNEZ – HICE LO QUE PUDE
Hice lo que pude, es lo que me repito una y otra vez mientras bebo de mi
botella de whisky, pero no es verdad, podía haber hecho más. Jamás podré
olvidar cómo me miraste por última vez; tenías el cuchillo sobre el cuello del
monstruo que te había violado, solo pedías justicia, un movimiento y sería
tuya, pero te lo impedí. Me diste el arma y te echaste a llorar, como la
muñequita rota que eras, te abracé y todo se desmoronó; el muy desgraciado
sacó un arma y te arrebató tu bien más preciado, tu vida, como antes habías
perdido tu dignidad. Las lágrimas corren por mi cara; mi pistola está cargada
encima de la mesa, junto a la botella y mi placa de agente; la aprieto contra la
sien, doy un último trago de la botella y un último pensamiento corre por mi
cerebro: hice lo que pude.
484. FRAN GINER – LA RESIDENCIA
Estaban Kathy y Rick en lo que creían que iban a ser unas vacaciones
tranquilas en Londres (Inglaterra) cuando les llama Alex: había ocurrido una
desgracia, dos hermanos pequeños de un amigo suyo de la universidad que
estaban estudiando en Londres habían muerto. Les pide por favor que
intenten averiguar qué ha pasado. Se sabe que aparecieron muertos en el
jardín de la residencia de estudiantes donde estudiaban; llevaban una vida
normal y sin un pasado conflictivo. La causa de la muerte fue una caída desde
su habitación, situada en el último piso del edificio; no había indicios de que
la puerta estuviera forzada ni de lucha en la sala. Tras una investigación, los
asesinos son dos miembros de la residencia, quienes traficaban con drogas y
estaban metidos en asuntos de prostitución; estos jóvenes lo descubrieron.
485. FRAN MARTÍN TAMARIT – ASESINATO EN PARALELO
Despertó sobresaltado, miró a un lado, menos mal, había sido solo un
sueño, se dio la vuelta y su peor pesadilla estaba allí: una mujer semidesnuda
con cuchilladas por todo el cuerpo y sangre brotando, ¿pero cómo podía ser?
Frank intentó levantarse, pero se dio cuenta en ese instante de que era
tetrapléjico. ¿Cómo? Ayer era un campeón, todos lo vieron ganar el
cuatrocientos lisos de las Olimpiadas, ¿y hoy no puede caminar? Llegó la
policía; ¿quién la había llamado? En un instante, se encontró esposado y en el
calabozo, sin poder moverse y acusado de asesinato. Había muchas cosas que
no entendía, ¿qué había pasado? Cerró los ojos y se durmió; en cuanto los
abrió, se encontró una nota que decía: Lo siento, amigo; desde lejos vi durante
años cómo eras el campeón que se llevaba todos los méritos, mientras yo me
moría en este mundo; ahora sabrás lo que es ser Frank, el perdedor. Todos
tenemos una vida paralela; esta ha sido la mía durante años: ahora me toca
disfrutar.
486. FRAN MELGAR – UN GOL AL DESTINO
Mundial FIFA, en EE. UU. España se concentra en el hotel Fantasy. A
las 9, los jugadores se dirigen a los campos de entrenamiento cuando todos a
lo lejos ven al portero de la selección, David De Vea, en una de las porterías.
Su compañero Bata se acerca, ya que no acudía con el resto de sus
compañeros para la charla del entrenador. Al llegar, se encuentra una realidad
aterradora: el portero está atado a uno de los palos con las manos cortadas.
Es ahí cuando comienza una dura batalla por localizar al culpable, aunque la
inspectora Kathy y Rick tienen claro quiénes son los sospechosos principales
de este asesinato: Javier Tasillas, al que echó del club de su vida, Sesc, con el
que tenía una mala relación, y su novia Elisa, que fue la última persona en
verlo. Aunque todos tienen coartada, Rick descubre las mentiras de Elisa, que
tenía en su maleta somníferos y restos de la cuerda con la que ataron al
portero. No soportaba seguir viviendo en Manchester.
487. FRANCISCO JAVIER OSSA – LA ENFERMERA
Saioa está sentada frente a la caldera, viendo cómo se consume lentamente
el cuerpo del hombre con el que hace unos momentos estuvo disfrutando.
Reía plácidamente al sentir que todos sus planes de justicia y de lujuria salían
a la perfección. Recordaba cómo hizo creer a su víctima que todo saldría bien.
Los cuidados en la habitación cuando llegó con una herida en el estómago
después de un atraco fallido. Saioa es una enfermera muy querida en el
hospital por su entrega y devoción. «Qué guapo eres», le decía mientras lo
paseaba en su silla de ruedas y lo conducía al sótano donde estaban las
calderas; allí comenzó un apasionado romance. Saioa disfruta de su sexo y, al
terminar, lo mira a la cara, le regala su mejor sonrisa, le da un tierno beso en
la boca y le entierra un trocar en el corazón.
488. FRANCIS GARCÍA – EL HERMANO
Oscuridad. Toda ella me rodea. El asesinato te hace culpable, pero,
aunque muchos no piensen en ello, también, víctima. Ese estúpido tío,
hermano de no sé quién que yo había matado. Encerrarme aquí... Ja.
Enseguida llegarán mis compañeros del Cuerpo y me liberarán. Ese
vengador se tragará toda la culpa sin conseguir nada. La luz se hizo en la
habitación, el rayo de esperanza que estaba esperando. Pero no era la policía.
Era ese hombre, con la ira rebosando en sus ojos. Me entra el pánico. Me
grita que me arrepienta, le respondo que no tengo de qué, pero insiste y
acabo cometiendo el error más grande de mi vida: «No me acuerdo quién de
todos es, pero seguro que ese hermano tuyo se lo merecía; solo mato a quien
me molesta». En tropel, entra mi equipo. Lo entiendo todo. Tras mi
confesión, mis salvadores me llevan a la cárcel.
489. FRANCIS SELLÉS GALIANA – NADIE
Sentada en un rincón bajo la ventana, abrazaba sus rodillas. Lágrimas y
temblores acompasaban su respiración. Al fondo del salón, yacía inerte,
marmóreo, él, su progenitor. La expresión de su cara, aún sin aliento,
reflejaba atisbos de asombro y miedo. Juan León, inspector de zona,
caminaba en círculos alrededor del cuerpo, mientras un policía delimitaba la
escena. Del pecho del cadáver emergía una empuñadura plateada y la sangre
espesa enlodaba el suelo. Sara se compadeció de la niña y colocó sobre sus
hombros una manta.
—¿Estás bien? ¿Tienes frío? —le preguntó.
El mutismo por respuesta.
—La puerta no está forzada, no hay indicios de robo —afirmó León.
La casa se había convertido en un trasiego de personajes sacados de una
serie de suspense. Murmuraban, discutían y opinaban sin cesar, elucubrando
posibles líneas de investigación. Nadie observaba a la niña. Nadie se fijó en
ella. Nadie percibió esa mirada fría y pétrea. Una sonrisa sarcástica se
desdibujó en su cara.
490. FRANCISCA SASTRE PÁEZ – LA DETECTIVE LILIAN Y LA CARTA
Lilian conducía por esa carretera oscura mientras no dejaba de llover.
Disminuyó la velocidad y miró de reojo la carta que había recibido. Suspiró
recordando que era de su amiga Bea, que le pedía ayuda. Iba a heredar una
fortuna y pensaba que alguien quería matarla. En el sobre, incluía una foto de
sus allegados: su marido, con el pelo rubio y gafas rojas; su prima, rubia y
alta; y su amigo, un chico pelirrojo con gafas negras. Pasados unos
kilómetros, vio a un individuo colgando un espantapájaros bajo la lluvia. Al
aproximarse, ese ser se dio la vuelta y desapareció en el bosque. Se extrañó y,
al pasar el muñeco, se le heló la sangre y paró en seco. Bajó del coche, sin
importarle el agua, con una linterna y el arma en la mano. Cuando estuvo
cerca, casi le fallaron las piernas. ¡Era el cuerpo de Bea! Horrorizada, dio un
paso atrás y notó algo bajo sus pies. Al iluminar el suelo, encontró unas gafas
rojas. No había podido salvar a su amiga, pero haría justicia. Se giró de golpe
por un crujido.
491. FRANCISCA SUÁREZ ALEMÁN – SALERO MORTÍFERO
—¡Ay! Tienes una vida bien amargada, te hace falta un poco de gracia —
dijo burlándose de su pareja.
—Salero, ¿dices?
—¡Exacto!
—Mi amor, estoy muy bien así, serio y sereno; quizás eres tú quien peca
de liberal.
—Mi cielo, me conoces, nunca cambiaré —decía mientras salía con su
amante.
Meses después, se hallan dos cadáveres en un motel. Según el informe
forense, la causa de la muerte es desconocida; sin embargo, hay índices altos
de sal en sangre. Al presentar los cuerpos numerosos orificios por inyección,
la hipótesis manifiesta una muerte por saturación de las células, es decir, al
encontrarse estas en un medio hipertónico, tienden a conseguir la
isotonicidad, y en su trayecto absorben demasiada sal, produciéndose la
turgencia, y posterior muerte de las mismas.
—Cariño, ¿no querías salero? Pues ahí tienes —dice con sarcasmo desde
el sofá de su casa.
492. FRANCISCO BALLESTEROS – FE
Me llamo Latino Malabranca Orsini, perdí la fe y ahora soy agente de
policía en Nueva York. Le muestran fotografías. Cabezas destrozadas a golpe
de maza mientras consumaban con ella; es culpable. Nos dejan solos.
—Padre, no se acuerda de mí, la que despreciaron en el pueblo donde
usted oficiaba.
—Lo recuerdo. Recuerdo a Harry, cargado de alcohol y cocaína
matando a su mujer e hijita a golpes de maza mientras dormían. Lo recuerdo
acicalándose, yéndose con una prostituta, llevándose la maza.
—Tuve dentro de mí a ese despreciable cerdo minutos después de que
asesinara a su pobre hijita. Vinieron a preguntarme, me humillaron, me
despreciaron, nadie se preocupó de mí, nadie me ayudó, nadie se preocupa de
los desposeídos, ni siquiera usted.
La miro, no me acuerdo de ella, no puede existir un ser tan maligno y
despreciable sobre la faz de la Tierra, saco mi revólver, amartillo, apunto, iré a
juicio, me condenarán, no importa, Dios lo quiere, se abre la puerta, oigo
gritos, disparo, me vuelo la cabeza.
493. FRANCISCO DÍEZ HERNÁN –TESIS
—¿Qué te parece?
—Ni idea; ¿quién es este?
—Se trata de Casalt, un especialista. He leído el informe, hábleme de ella.
—Laura Guiral, treinta y nueve, título en Marketing, casada con la
víctima, nadie les vio pelear nunca.
—¿Le parece una persona despistada?
—Desordenada, diría yo. Creo que lo hizo.
—¿Cómo dice?
—Bueno, ella es organizada, y da la apariencia contraria; busquen,
seguro que está en un taller de teatro. Sabe fingir y tiene un gran autocontrol.
Salió de su despacho cuando la cámara giraba, bajó por las escaleras traseras,
no tomó el cercanías ni el metro por las cámaras. Cogió el autobús, quizás
varios, cortó la valla, con tenazas pagadas al contado, simuló un robo y lo
mató. Luego, hizo el proceso inverso. Busquen en las cámaras de tráfico de
las paradas de autobús cercanas.
—¿Y cómo puedes deducir todo eso?
—Cuando ha salido, después del último interrogatorio, ella ha pensado
que había ganado y se ha relajado.
—¿Y?
—Ha cogido el informe que estaba encima de la mesa y lo ha ordenado,
hoja por hoja.
494. FRANCISCO FREIJANES – PURA RUTINA
Antón contempla minuciosamente el cadáver. Ni una señal, ni un signo
de violencia. El suceso es reciente, la calle está vacía y nadie ha visto nada.
Había caído desde el tercer piso y aquello era una inspección rutinaria. Se
agacha sobre el cuerpo tirado boca abajo observando las manos, el cuello y el
lado visible de su cara. Borja, el otro detective, le señala algo en la nuca;
Antón asiente, parece una picadura. Es la marca del asesino en serie que
buscan hace tiempo. Rápido, suben las escaleras, Borja tropieza con un
empleado de la limpieza, llegan al supuesto lugar del crimen, para no hallar
nada significativo. De pronto, al detective Antón algo le suena extraño. ¿Qué
hace un empleado de la limpieza en un edificio abandonado? Piensa y vuelve
escaleras abajo, aprisa; cuando llega a la calle, no encuentra a nadie. Ha vuelto
a tomarles el pelo.
495. FRANCISCO GÓMEZ – CALÍGINE
Todo empezó una noche sin luna. Me desperté en medio del parque, sin
saber muy bien cuándo o cómo había llegado allí. Caminaba tiritando,
ayudándome con la luz del móvil a buscar la salida, cuando de repente, en un
recoveco, apareció la que haya podido ser la visión más atroz de toda mi vida.
Un cuerpo de mujer, mutilado, descansaba en un charco de sangre, con la
cara destrozada y un palo astillado clavado en el cuello. Esa visión me dejó en
shock durante un tiempo que no sabría concretar, hasta que recordé que tenía
el teléfono en la mano y, poco a poco, marqué el número de la policía.
Minutos más tarde, empezaron a sonar las primeras sirenas, anunciando la
llegada de los agentes, que, con presteza, registraron el lugar. Sacaron un
DNI de debajo del cadáver, mientras me miraban incrédulos. Dios, es el mío,
cómo pudo haber llegado hasta ahí. No podía recordar nada, y aun así, algo
me decía, mientras me esposaban, que acababa de entregarme.
496. FRANCISCO MARTÍN – SIN TÍTULO
El inspector Max cogió la servilleta. Quería limpiarse los restos del
estupendo costillar que se había comido con su anfitrión, el señor Smith. Max
sabía que no había comido un costillar tan jugoso nunca. Quería aprovechar
la cena para obtener respuestas de Smith, su principal sospechoso e intentar
cerrar el caso de la jubilada desaparecida, pero la cena transcurrió sin
sorpresas y seguía sin obtener respuestas. Smith sacó una estupenda tarta con
sirope de fresa de postre. El sirope estaba un poco salado, pero Max se la
comió toda, le encantaban los postres. Al terminar la cena, Smith preguntó
qué buscaban de él. Max le dijo que pensaba que podría ser el asesino, pero
no tenía pruebas. Smith sonrió y le invitó a volver cuando quisiera. Cuando
Max se despedía de Smith, le entró sed y quiso agua fresca. Max se dirigió a
la cocina y abrió el frigorífico. Había más costillares ensangrentados y jarras
de sangre humana. Smith era el asesino que estaba buscando.
497. FRANCISCO ROMERO DE ÁVILA HERGUETA – LA BOTELLA DE
LICOR
Nueva York, 1920. El detective privado Frank Harris recibió como un
mazazo la noticia del asesinato de su mejor amigo, el contable William
Horner. La voz mecánica y pétrea que se escuchaba al otro lado del teléfono le
indicó que el cuerpo aún estaba en su despacho. Era una invitación velada a ir,
ya que Harris solía colaborar con la policía. Enjuagó su boca con café
caliente, maquillando así un desagradable sabor a whisky que arrastraba de la
noche anterior, cogió su sombrero y el gabán gris que colgaban de la percha
y cerró la puerta con su nombre grabado en la cristalera, para dirigirse al
lugar del crimen. Debía mantener la calma; ya le lloraría después. Una vez
allí, comprobó que su amigo había sido asesinado con su propio abrecartas.
Observó de un rápido vistazo el lugar y se detuvo en una botella de licor
recién abierta. En ese momento, supo dos cosas: una; la identidad del asesino.
Y dos; tenía poco tiempo para demostrarlo... o él mismo cargaría con el
muerto.
498. FRANCISCO SÁNCHEZ SÁEZ – REENCARNACIÓN
Encontró el cuerpo junto a la cama del motel. Se habían ensañado, como
con los otros. Tenía los dedos amputados, también los genitales. Múltiples
heridas por todo el cuerpo. Los dientes arrancados, igual que la cabellera. La
ausencia de huellas dactilares y la cara completamente desfigurada tras horas
de cruel tortura hubiera hecho muy difícil, casi imposible, la identificación,
pero el asesino dejó la cartera de la víctima, al igual que con los anteriores. Se
llamaba Robert Alvin y también sufría una discapacidad de nacimiento. Era el
quinto cadáver que aparecía en dos meses y nadie sabía el porqué de estos
terribles crímenes, por qué se estaba castigando a esta pobre gente. Recibió la
llamada de Hou, una catedrática experta en religiones orientales. Le dejó una
inquietante teoría y de pronto todo cobró sentido: «¿Y si el asesino pensaba
que el karma no era suficiente castigo?».
499. FRANCISCO SANTOS – DIPLOMACIA EN POLVO
Quería ser diligente en la embajada de su país en Madrid y abrió sin
autorización la valija diplomática que de Caracas había llegado. Un paquete
sin identificación llamó su atención y pronto se dio cuenta de que algo raro
ocurría: era droga. Sin protección, sabía que su vida corría peligro. Llamó de
inmediato a un amigo periodista, con conexiones en la Policía española. Le
contó, nervioso, todo al reportero y quedaron en encontrarse en Plaza
Castilla. Nunca llegó. Su cuerpo flotaba inerte en el Manzanares la mañana
siguiente. No sabía su asesino que, vía móvil, Ernesto envió a José fotos del
paquete y su contenido, antes de encontrarse, también el nombre del
responsable de la paquetería oficial a quien la DEA ya vigilaba. También
apareció muerto este último, pero en una pensión del barrio de Tetuán. La
mano peluda del narcotráfico había cruzado de nuevo el charco.
500. FRANCISCO TAMARIT RUIZ – EL GORRILLA
El cuerpo sin vida de aquel gorrilla apareció una mañana de invierno
bajo aquella furgoneta. La policía había acordonado la zona, empezaba a llover
y la científica todavía no había llegado; la mirada del policía local se agudizó,
conocía a aquel cuerpo de otras veces; simplemente, le había recriminado el
hecho de ser gorrilla. Recordaba a Hassan, flaco y con aquellos pómulos y
dientes salidos; el marroquí siempre tenía una sonrisa en la boca, un paisa
agradable para que la propina fuera un poco mayor, aunque jamás pasaba de
un euro. El gran charco de sangre indicaba un apuñalamiento, todo recaería
en una pelea por el sitio, nadie indagaría un posible crimen racista,
seguramente se criminalizaría su nacionalidad, raza y condición. Después, el
juez de guardia autorizó el alzamiento del cadáver; fue la única vez desde que
estaba aquí que estrenó algo nuevo, la bolsa brillante en la que se lo llevaron.
501. FRANCISCO JAVIER IRIARTE ZAPATA – EL CASO DEL
ALLANAMIENTO DE MORADA
La cerradura no estaba forzada y había sido una mujer con una figura
magnífica, aunque no muy inclinada a hablar; de todo eso estaba
completamente seguro. Pero no la suya, porque no se había adelantado: había
vuelto dos días después, tal y como estaba previsto, y él había comprobado,
hurgando en su bolso, en la tarjeta de embarque (tenía coartada). La vecina
daba el tipo, pero hacía cinco años que no intercambiaban más que un breve
saludo si se cruzaban. Claro, que también podría tratarse de alguna de sus
compañeras de trabajo o incluso de las de su mujer o alguna otra conocida.
Era un caso extraño... y el más difícil que se le había presentado al inspector
de policía Moreau hasta que encontró el pelo imposible bajo la almohada.
Aun así, no tenía claro cómo conseguiría, a partir del ADN, saber quién
había estado con él, en su casa, cuatro días antes. Quizá fuera mejor así.
502. FRANCISCO JAVIER RODRÍGUEZ GRIMALDI – UN ASESINO EN
LA FAMILIA
El cadáver se encontraba en buen estado. El lacerante hedor de la
putrefacción de la carne aún no se había hecho presente. ¿Para qué llamar a un
detective si el crimen estaba claro? Varón de diez años, sin problemas con la
justicia y sin enemigos que deseasen su desaparición. Yacía tumbado sobre su
cama con la mirada perdida propia de aquellos que han perdido su alma. Sus
padres observaban el cuerpo atónitos con la vana esperanza de que este les
devolviera la mirada. Aquel sagaz asesino había añadido una nueva víctima en
su agenda. Estaba causando estragos entre los infantes de medio mundo, pero
ahora era demasiado tarde para perderse en lastimeras culpabilidades. Otro
niño había caído. Las charlas con sus progenitores, las risas por las calles, las
visitas a la librería... Todo aquello había acabado también. Ajeno al velatorio
emocional de sus padres, el joven tecleaba con majestuosa agilidad en la
pantalla de su nuevo smartphone: No debimos comprarle el teléfono. Lo
acabamos de matar.
503. FRANCISCO JUAN BARATA BAUSACH – FRANCISCO Y LAURA
Francisco volvía a casa, su relación le entusiasmaba. Laura, le decía:
«Busco inteligencia en mi compañero; si su cabeza no interesa, me quedo con
lo vivido, prescindiendo de lo demás». Al llegar, reparó en la puerta abierta,
llamó a Laura; extrañado, entró. Olor a formol... En la cocina, en el poyete un
conejo desollado, moscas y bichos. Su putrefacción asqueaba, pura repulsión.
Una habitación clausurada estaba abierta, tenía pinta de morgue con neveras
para cadáveres. Había una vacía. Una premonición, abrió otras. Horrorizado,
varios ¡cuerpos descabezados! Recordó aquella frase. Debía encontrarla.
«Francisco, pasa»; era ella. Necesitaba saber, entró. Frascos, ¡cabezas flotando!
«No debiste dejarme», susurró. Mudo de terror, Laura empuñó una catana.
Un tajo. Su cabeza rodó. Recogiéndola, besó sus labios. La introdujo en un
frasco. «Francisco, nunca debiste cambiar».
504. FRANCISCO MIGUEL MORAL MORENO – AMNESIA
Abro los ojos jadeante. ¿Qué ha pasado? Me llevo la mano a la cabeza.
Estoy sangrando. No recuerdo cómo he llegado hasta aquí. «¡Corre!», dice
una voz en mi interior. Me levanto y obedezco. Siento como si alguien me
persiguiera. Comienzan a llegar imágenes a mi memoria de una chica tendida
sobre el suelo. No sé quién es ni por qué duerme. ¡Huye! Doblo la oscura
esquina y acelero el paso. Giro la cabeza. Un hombre corre tras de mí.
Recuerdo... Él está ahí, sobre la chica. Separa un cuchillo de su pecho. ¡Dios
mío! La ha apuñalado. No duerme, sino que está muerta...
—¡Detente! —me grita el hombre—. ¡Policía! —Me giro desconcertado
para mirarlo y alzo las manos—. ¡Suelta el cuchillo! —Las muevo asustado.
¡Bang! Me ha disparado. Caigo al suelo abrumado por el dolor. Ahora
recuerdo... He sido yo... Yo la maté... Lo sien...
505. FRIDA MARIE UHRBOM – EL CADÁVER
El cadáver no tenía nada especial a primera vista. Un varón blanco con
dos agujeros de bala en el torso. Pero tenía algo diferente comparado con los
demás cuerpos que llegaron a la morgue: aún era capaz de matar. El asistente
forense Martínez no sabía aquel detalle. Él solo hacía su trabajo: recoger
muestras de tejido, fibras, etc. Pura rutina. Quería volver a ser un agente de
campo. Volver a investigar crímenes violentos. Pero últimamente, por su
propia seguridad, estaba desterrado a aquel sótano de la morgue por tiempo
indefinido. Soltó un profundo suspiro. Ojalá terminase aquello pronto y
todo volviese a la normalidad. Fue lo último en que pensó antes de caer al
suelo, intentando sin éxito llenar sus pulmones de aire. Su cara se volvió roja
y sufrió varios espasmos por todo el cuerpo antes de que la vida por fin se le
escapara.
506. GABINO HERNÁNDEZ VICENTE – UN LUNES CUALQUIERA
Un lunes cualquiera, de un mes cualquiera, si no fuera porque hoy me
jubilaba. Días de pesca en el lago, paseos con mi paciente esposa, pero... sonó
el teléfono, la ciudad se quería despedir a lo grande: una mujer ha aparecido
en su apartamento con el cuello cortado de extremo a extremo. Todo apuntaba
al típico asesinato por despecho del marido o expareja. El apartamento estaba
repleto de huellas del supuesto amante de la fallecida, todo lo que
encontrábamos le pertenecía de alguna manera u otra. Como siempre,
demasiado fácil; incluso el novato arrugaba la nariz, allí había algo que no
estaba en su sitio. Los cuchillos no tenían marcas de sangre, el arma homicida
no estaba en el escenario del crimen. Si no fuera por la visión que siempre me
había impresionado, de la mejor detective de la ciudad, al pobre hombre le
hubiera caído una buena. En la boca de la trituradora halló un cabello oscuro
y largo, que resulto ser de la vecina envidiosa del tercer piso. Hola,
jubilación; a pescar.
507. GABRIEL CIMPEAN – ÚLTIMAS PALABRAS
Acostado con las pupilas al sol, cada siete segundos observo el reloj,
esperando que el veneno hiciera efecto. Ya sabía que mi fin había llegado y
también tenía constancia de quién era el culpable de tal acontecimiento. Pero
estaba aliviado, sabía que este era el final que tanto me merecía y también que
tanto deseaba. Su rechazo hizo desaparecer mi existencia, y su abandono, mi
cordura. Supongo que el amor solo es para valientes, y yo no soy una uno de
esos afortunados. Pero en lo único en lo que puedo pensar ahora es que
dentro de treinta y siete segundos la volveré a ver. Volveré a ver a mi dulce y
carmesí amor. Gracias, vida, por todo lo que me has dado, pero ya no te
necesito; lo único que ansío es la muerte y por ello te dejo este pequeño
adiós.
508. GABRIEL MULERO AGUSTÍ – CONTAGIO
George conducía por las calles de la ciudad cerca de una comisaría. Una
furgoneta en la esquina le llamó la atención y observó como varios hombres
se encontraban junto a la entrada. Detuvo su vehículo en una esquina; de
pronto, le sorprendió ver como uno de ellos, vestido con una larga gabardina
oscura, parecía dar ordenes a los demás. Apareció entonces un coche policial,
del cual descendieron varios individuos, que sacaron del maletero del
automóvil algo envuelto en una especie de lona oscura. El corazón de George
se aceleró al observar como el objeto se movía... ¡Allí había una persona! El
hombre de la gabardina oscura señaló la entrada a la comisaría, y los
hombres llevaron aquello al interior. En ese instante, el hombre de la
gabardina se volvió, miró en dirección a George y señalándole dijo a sus
hombres:
—Cogedle... ¡No puede decirle a nadie lo que ha visto!
509. GABRIEL SANTIAGO CALVIÑO – HUELE
Fue fácil determinar cómo hacerlo. Desde que decidí matarla, a mi mente
vino todo; muchos libros policiales leídos. Una muerte infligida por ella
misma sin saberlo, pero que al final fuera consciente de que fui yo. ¿Quién
más puede saber que lee continuamente ese libro? Es algo nuestro, ni su
novio lo sabe; la que él conoce no es real, solo yo conozco la real; pero de
nada sirvió, quedé en la cuneta y tendrá que pagar. Tengo cómplice, pero eso
nunca nadie lo sabrá, alguien tenía que poner la ricina en el libro, el mismo
que yo, en un juego casi sádico, al regalárselo, rocié con mi perfume y sé que
ella cada vez que lo lee, lo huele... Sé que ya está muerta... No he conseguido
el crimen perfecto, no fue mi propósito; pronto sonará el telefonillo y se
darán cuenta de que yo ya volé por la ventana.
510. GALDER KONTXA – ÚLTIMA ESPERANZA
Jimmy se aferraba a la cristalera que le separaba de la habitación del
hospital. Un hombre regordete y de cara ancha entró en el habitáculo
extendiendo la mano, mientras, con un tono apenado, decía: «Duro, pero no
inmortal». Jimmy miró el interior mientras los enfermeros retiraban las
máquinas de su interior, dejándola vacía, solamente quedó la cama, habitada
por un cuerpo sin vida. Sacó del bolsillo una ensangrentada placa policial y
extendió el brazo para dársela al hombre. Este, rápidamente, retiró su rolliza
mano, negando efusivamente con la cabeza; su cara, hinchada y gorda, esbozó
una sonrisa mientras exclamaba: «No, es tuya, póntela». Tras colocársela en la
pechera, miró dentro de la habitación, donde su cuerpo allí descansaba.
Volvió la vista anonadado y el otro hombre le dijo: «Sí, eres tú, te han
disparado esta mañana mientras atendías al aviso de un robo en una tiendecita
del barrio. De veras fuiste un buen policía, pero ahora debes venir conmigo;
di adiós».
511. GARIKOITZ ETXEBERRIA LACARRA – CONFUSIÓN O
CONFESIÓN
El frío puñal descendería con elegancia sobre el cuerpo de mi víctima.
No haría falta sacarlo para que muriera. El arma blanca habría penetrado
hasta cortar el corazón casi en dos. En ese último instante, ella, porque mi
víctima sería mujer, buscaría aferrarse a la vida. Sus ojos se clavarían en los
míos. Mi piel vibraría al tiempo que su cuerpo se quedase sin vida. La
excitación embriagaría mis sentidos, como cuando tienes un orgasmo.
Después, besaría sus finos labios, aunque más bien sería un suave roce, y
dejaría su cuerpo delicadamente sobre la cama... O eso es lo que habría
hecho, señor detective.
512. GELEEN SORIANO – LA LEYENDA DEL CAZADOR
Era bastante fuerte, no soltó ni una sola lágrima mientras la torturaba.
Un día de los cuatro que llevaba torturándola empezó a llorar y no paró,
pasaron las horas y siguió llorando, yo me empecé a hartar y la maté de un
solo disparo. Poco después, me llevé el cadáver frío a un bosque, donde lo
encontró la policía de la comisaría 12. Al rato, entraron en mi casa,
empezaron a gritarme y poco después me encarcelaron, pero, al tratarse de un
asesinato perfecto, me tuvieron que soltar. Salió en todos los periódicos que
yo, el cazador, asesiné a una joven sin futuro. Y por qué me la llevé a ese
bosque, por qué la torturé, por qué la disparé solo por llorar, eso se lo
preguntaban todos menos yo y la poli que me arrestó; lo único que no sabía
era por qué eso la destrozó. Lo hice para que en el futuro se recordara
siempre la leyenda del cazador, un asesinato perfecto y sin resolver, para que
cuando cuenten historias de miedo, se escuche siempre esta leyenda.
513. GEMA DEL PRADO – RELATIVIDAD
La mujer ya ha dejado de llorar cuando le descerraja el tiro entre los
ojos. El cuerpo inerte cae al suelo con un golpe sordo amortiguado por la
alfombra. Aún después de muerta, tras sus pupilas inmóviles, continúan
bailando los virulentos fuegos de la ira incontenible. Matar al niño le resulta
más fácil de lo que pensaba; fue muy buena idea la de cubrir la cabeza del
nene con un capuchón. Un truco magnífico aprendido de un serial policiaco
famoso por sus casos truculentos: para que luego digan que la televisión no
es educativa. Federico Atienza yace desmadejado sobre su elegante sillón, con
tres orificios en el pecho. Ay. Los tipos como él no deberían tener familia.
Labriego aferra el paquete con la heroína adulterada, y sus manos
enguantadas comienzan a tejer el escenario del crimen. La droga emerge. Su
placa se hunde en las profundidades del abrigo gris.
514. GEMA HERAS CRUZ – VIEJOS FANTASMAS
Rose despertó sumida en la oscuridad de la noche. Miró su reloj y
suspiró. Lentamente, salió de la cama para ir a la cocina. Un relámpago
iluminó el pasillo cuando Rose se asomó. La tormenta se acercaba. Su cuerpo
quedó petrificado en ese instante. Una oscura figura ascendía con sigilo por la
escalera. Rose quiso gritar, pero su garganta seca lo impidió. Los ojos del
desconocido se encontraron con los suyos. Con la mirada encharcada en
sangre, sonrió a la mujer temblorosa mientras en su mano balanceaba el
hacha de sus pesadillas. Rose retrocedió paso a paso, a la vez que la sádica
figura caminaba hacia ella. Cerró con fuerza la puerta, aun sabiendo que no
escaparía. Miró a su alrededor, pero nada podría ayudarle. Sabía que esto
podría ocurrir. La colcha de la cama se tiñó de rojo mientras un trueno
rompía el silencio de aquella noche.
515. GEMA RIVILLA MÁRQUEZ – CASO 57; ASESINATO EN EL
CALLEJÓN
Robert Pol era un empresario de unos cuarenta años, casado con una
actriz llamada Alice Rose. Vivían en Los Ángeles. El Sr. Pol se dirigía a su
oficina como un día normal, pero no lo iba a ser. Cuando se paró por una
llamada telefónica, fue golpeado por un encapuchado y cayó inconsciente al
suelo. Fue una trampa de su hermano para heredar el capital de su empresa.
Cuando despertó, se encontraba en un callejón oscuro y sombrío, rodeado
por tres miembros de una banda callejera y por su hermano. Entre los
cuatro, le asesinaron y tiraron su cuerpo a un contenedor que había cerca.
Dos días después, la Sra. Pol denunció su desaparición. El inspector de la
policía Steve se encargó del caso. Después de un tiempo, el inspector lo
descubrió todo.
516. GEMA SALINAS – PERDIDO. ENCONTRADO
Perder, encontrar, el pan de cada día para un policía. Perder una pista,
encontrar un culpable. Perder es lo que más hacía últimamente. Llaves,
documentos, objetos personales y no tan personales, como la grapadora. Su
compañero se sonreía cada vez que lo veía rebuscar por la mesa, las cajoneras
o los bolsillos. A veces, incluso por la sala, oteaba en busca de alguien que
nunca estaba. «¿Qué has perdido esta vez?». Pero Juan ya no se sonreía. A sus
sesenta y siete años, todos en comisaría, por pena o por respeto a un viejo
compañero, seguían la corriente a sus devaneos. Hasta que él mismo resolvía
cada tarde el único caso que no deseaba resolver. Que su mesa ya no era suya,
que no había casos a su cargo, que nuevamente se había dejado llevar por sus
recuerdos y había vuelto a aquella realidad que fue el trabajo. Que habían
secuestrado sus recuerdos. Y el culpable era el alzhéimer.
517. GEMMA ABAD – EL ACCIDENTE
El hombre yacía en la calle; un charco de sangre de su cuello desgarrado
empezaba a rodearle. A su lado, una mujer abrazaba un hermoso pastor
alsaciano, sentado ante el cadáver. Llora. En su mano, apretado fuertemente, el
teléfono móvil. Apenas balbuceando: «Lo conseguimos... Lo conseguimos,
Kala...». Al fondo, las sirenas de la policía ululando. El centro de la escena,
ocupado por un extraño bozal, demasiado grande, situado grotescamente ante
la cara del hombre, como si lo hubiera llevado puesto. Del teléfono salía la
voz de la operadora: «No se preocupe, la policía está en camino, tenga calma».
Los vecinos comenzaban a formar un círculo en torno a ellos.
—Ha sido el perro, ha sido el...
—¡Es su Pepo! Su perro protector.
—Yo lo conocía, vivía aquí.
—Ya no vivía. ¿La mujer era superviviente? ¿Víctima?
La mujer formaba parte del proyecto Pepo.
518. GEMMA GARCÉS VALLE – PARÁSITOS LETALES
La habían encontrado muerta. Apareció en el periódico, pero no fue un
asesinato, fue una muerte tranquila. Una octogenaria, sentada en un banco de
Central Park, aparentando dormir como si no hubiera un mañana. La cabeza
reclinada hacia atrás, sostenía en las manos un libro, estaba leyendo un libro
de Rick. Nada necesitaba explicación. No había ningún homicida en esto.
Todo fue causa de una enfermedad. Una muerte normal. Rick se emocionó.
Apareció en comisaría la sobrina de la fallecida; decía que fue intencionado.
Pensaba que el exmarido de su tía la había matado. Analizaron ese libro de
Rick y descubrieron un extraño parásito. Ese insignificante parásito soltaba
un líquido sobre las hojas del libro y, al tocarlas, se metían en el cuerpo y
obstruían los órganos vitales. Arrestaron a su exmarido porque confesó. Él le
había regalado el libro.
519. GEMMA MARCO – CASOS QUE «ATRAPAN»
Los casos de trata de mujeres con fines de explotación sexual aumentaban
exponencialmente. Tener que luchar contra el abuso de chicas huyendo de la
miseria, con la promesa de cumplir sus sueños, le removía las tripas. Esa
noche hacía guardia en la carretera, para identificar a componentes de la red.
Como siempre, llevaba su libreta para hacer borradores a acuarela. Dos
figuras se acercaron al coche para presentarse. Eran las técnicas sociales, que
venían a estas zonas para ofrecer apoyo a las muchachas. Esos ojos oscuros le
trasladaron a uno de los paraísos dibujados en su bloc. Las protegería de
lejos. Repentinamente, apareció una furgoneta negra y se llevó a algunas de
las chicas. Las técnicas se giraron para advertirle. Él arrancó el coche y las
recogió. Siguieron la furgoneta hasta el puerto, donde comprendió la
inmensidad del problema. Volvería a comisaría para informar, pero este caso
ya lo había «atrapado».
520. GEMMA POZO – SIN TÍTULO
La fría mirada del ayudante del fiscal caía sobre su escuálido cuerpo casi
derrumbado por el cansancio de un maratoniano interrogatorio. Ya no tenía
ni la más remota idea de lo que sucedió aquella maldita noche. Recordaba las
luces de neón de aquel antro que le servía de escape de su insignificante vida;
recordaba a una chica que le sonreía desde el otro lado de la barra; luego, sus
recuerdos se emborronaban según perdía la cuenta de las copas que había
tomado. Ruido, risas, alcohol y un penetrante olor a tabaco. Más tarde, frío y
sangre. En mitad de aquel callejón, la mirada de aquella joven se volvía a
posar sobre él, pero esta vez era una mirada fría, sin vida. No podía
soportarlo más, agachó la cabeza y firmó aquel documento, pagaría por sus
actos y su conciencia podría descansar al fin. El ayudante del fiscal cogió la
confesión y salió de la sala de interrogatorios. Mientras se encendía un
Ducados, recordó el miedo en la mirada de aquella preciosidad al morir y
sonrió burlonamente.
521. GEMMA LETICIA SAMINO ÁLVAREZ – LATIDOS DE CORAZÓN
Ella corre. Thump, thump. Thump, thump. Thump, thump. Su piel está
helada. No lleva más que un pequeño vestido de color rojo para que le trajera
suerte en este nuevo año. Solo le ha traído dolor y sangre. Corre. Corre. Sus
pies le duelen, se lamenta. Si sale con vida, no volverá a ponerse tacones.
Dobla una esquina y trata de esconderse. Thump, thump. Thump, thump.
Thump, thump. Oye un ruido y se agacha. Se quita los zapatos. El ruido que
hace podría delatar su posición. En silencio, los deja en el suelo y mira.
Nadie. Suelta un aire que no sabía que retenía en sus pulmones. Echa a correr
por el pasillo, sin darse cuenta del desconocido que la apunta por la espalda
con una pistola. Y entonces. Thump, thump. Thump, thump. Thump,
thump. ¡Bang! Thump, thump... thump... thump...
522. GERMANA FERNÁNDEZ MAIRLOT – POR UNA MANO
Era un día como otro cualquiera para el inspector Carlos López, y tenía
que resolver un asesinato. Vivía en una ciudad tranquila, donde el índice de
criminalidad era muy bajo. Se dirigió al escenario del crimen, y ahí estaba.
En el suelo, yacía sin vida un hombre de mediana edad, pelo castaño y ojos
azules. No tenía cartera, pero sí tenía un agujero en el corazón. En una calle
cercana, una patrulla de policías encuentra a un vagabundo con un cuchillo
ensangrentado y la cartera de la víctima. Ya había terminado, tenía el caso
resuelto: un atraco que se torció. De repente, todo cambió, el vagabundo era
diestro y el cuchillo que se utilizó era de cocina para zurdos. Solo había una
persona zurda en la vida de la víctima, su mujer, cocinera de un restaurante
del que era dueño y a la que estaba engañando.
523. GILDA RINALDI – CRIMEN SIN RESOLVER
En la comisaría de Nueva York, la inspectora Gigi entraba cuando
Gianluca, su compañero, la felicitó porque ya hacía un año que se había
operado para convertirse en mujer. Entonces, fueron avisados de un
asesinato. Cuando llegaron, encontraron el cadáver de una chica llamada
Laura; había sido asesinada hacía veinticuatro horas, según la forense. Tenía
veinticuatro disparos formando una C; Gigi ya los había visto en el cuerpo de
Lucía, una chica que fue asesinada de la misma manera. Cuando llegaron a la
comisaría, Gigi le comentó a Gianluca que ya sabía quién lo había hecho:
Carlos, el asesino en serie. De repente, se oyó un disparo. Carlos estaba en la
comisaría; le dijo a Gigi que todo eso era su culpa y se disparó. Gigi se
quedó en shock porque no sabía de lo que hablaba, o eso creía ella.
524. GINÉS J. VERA – SIN PERDÓN
No era el primer anónimo que recibía. Pensó que con el traslado se
olvidaría de él. Lo guardó junto a los otros, preocupado. Quizá había llegado
el momento de llamar a la policía, pensó. Hizo el amago incluso de descolgar
el teléfono. Abrió el cajón de la cómoda y volvió a leerlos uno a uno; la
misma frase amenazadora, la misma caligrafía resentida: Te vi hacerlo,
pagarás por ello tarde o temprano, pederasta.
525. GIOVANI BÁEZ LÓPEZ – SIN TÍTULO
—Es increíble que esto sea obra de una sola persona —dijo el hombre
—. Nunca me habría imaginado una escena así.
—¿Así cómo? Por cierto, ¿desde cuándo a los periodistas les dejan pasar
a la escena de un crimen? —preguntó la inspectora Alexia.
—No sabría cómo describirlo, quiero decir, así de macabra, como si
alguien hubiese sido golpeado y despedazado por un león —respondió.
—¿Cómo un león? —preguntó el subinspector.
—Sí, a lo mejor un animal amaestrado o un hombre animal también
podrían haber utilizado un tipo de arma especial —respondió él.
—Claro, a Catwoman seguro que le encantaría tu idea; además, alguien
así no pasaría desapercibido y no tenemos testimonio de alguien así. ¿Me
puedes responder quién te ha dejado pasar? —preguntó la inspectora.
—Ya estaba aquí cuando todo empezó —respondió el hombre.
—¿Fue usted quien avisó a la policía? —preguntó el subinspector.
—Yo no he dicho eso —respondió el hombre, mientras pasaba la banda
policial y desaparecía entre la multitud.
526. GIOVANNA REJAS – SUSPIRO AZUL
Ahí estaba ella, aturdida, vestida de azul, en medio del salón, cubierta de
sangre y con un cuchillo en la mano. Al acudir el esposo a la llamada de su
mujer, la mujer de azul la encontró en el salón en estado de shock y se
encontró también con una mujer muerta, tendida en el suelo con dos heridas
de arma blanca. Los investigadores tratan de descubrir que, aunque todo
incriminaba a la mujer, existían cabos sueltos, como una niña de ocho años,
hija de la asesinada, ensangrentada, asustada en la habitación y con golpes en
la cara, que llevaba un rosario en la mano. La mujer muerta era la exesposa,
que vivía sola con la niña, a la cual golpeaba continuamente y la hacía pensar
que era castigo de Dios y a los policías que era una posesión demoníaca. La
madre fue víctima de abusos en su infancia por padres fanáticos, adoradores
de Dios. La mujer de azul, al intentar defender a la niña, mata a la madre en
defensa propia.
527. GISELA SOUSA DIAS – EL LÍDER SOSPECHOSO
La reunión tuvo lugar cerca de la casa rodeada de una plantación de maíz;
se trataba de hacer la selección dentro de un grupo de personas para vivir una
aventura. Se notaba la inquietud en el aire, empezamos a sospechar que no se
trataba de nada bueno; finalmente, llegó el líder de la convocatoria. Teníamos
que hacer unas cuantas pruebas y escapar de un grupo adiestrado por él. Oí
unos disparos y vi como uno del grupo se desplomó, conseguí despistar a
mis perseguidores y huir de allí. Llegué a la entrada de una fábrica
abandonada, entré y cerré por dentro. En la escalera, había un niño jugando,
corrí hacia arriba buscando dónde esconderme; en ese momento, escuché un
golpe fuerte en la puerta y recé para que nadie abriese. Me quedé en silencio
hasta que oí como los pasos se alejaban. Salí corriendo del edificio después de
asegurarme de que no hubiera nadie fuera y cogí el primer autobús que
pasaba por allí.
528. GLORIA CAMPOS – EL PAPEL DE LA VIEJA
Lo teníamos todo planeado al segundo. Erika llevaba trabajando en la
casa de la vieja tres meses y ya teníamos la combinación de la caja fuerte. Solo
nos faltaba la clave de la alarma. La vieja estaba podrida de dinero y no se fiaba
de los bancos. Con este último golpe, nos podríamos retirar y largarnos de
esta fría ciudad. Cada noche, la vieja conectaba la alarma mirando los
números de un papelito. Era un golpe fácil. Erika consiguió el papel y nos
pusimos de acuerdo en la noche y la hora. La maldita vieja, que no estaba tan
senil como parecía, nos la jugó. Y ahora estoy aguantándote en esta mierda de
cárcel. En el papel tenía anotado el código de coacción.
529. GLÒRIA BERBEL SANTAMARÍA – PIENSA, RÁPIDO...
Han activado la alarma. Los rehenes se amontonan nerviosos en un
rincón de la sala. Solo se oyen las respiraciones aceleradas y los latidos
furiosos de sus corazones. Mi sangre se concentra en el cerebro y presiona
mis sienes. Piensa, rápido... Tengo que salir de aquí. No quiero herir a nadie.
Este no era el plan... La bolsa está hasta los topes de pasta. Ya tengo lo que
quería. El director da un paso adelante, me increpa... ¡Quieto, te digo que
calles, déjalo ya! El disparo con mi ADP de combate se le incrusta en la
frente. Cae fulminado al suelo. Los gritos de horror me ensordecen. Corro,
corro sin parar. Los helicópteros de la policía rodean el banco. Mi máscara
me protege; no me reconocerán, tranquilo. Tengo que salir de aquí, pero
¿por dónde? Piensa, rápido... Veo mi Lamborghini esperando, tengo que
llegar hasta él. Salto por la ventana de atrás... Y cuando levanto la cabeza, veo
tu sofá y tu cara de pánico. El mando que acabas de soltar cae al suelo. Este
videojuego es muy real.
530. GONZALO ABAD ALONSO – ASESINATO EN LA CALLE REY
El inspector Robles se dirigía hacia la calle Rey; acababan de informar de
que una mujer de negocios había muerto en un callejón de aquella calle. Una
vez allí, examinó el cadáver.
—Hummm, no está muy fría, llevará muerta unas dos horas. Al estar en
un rincón, la gente no se ha fijado en él; el asesino ha huido rápido.
—¿Y cómo sabe que ha sido asesinada? —dijo el agente.
—Mire estas marcas en el cuello y en los brazos; es obvio que ha sido un
forcejeo.
—¡Exacto! No me había fijado. Bien hecho, inspector Robles —dijo el
agente.
Robles investigó el caso y empezó a sacar conclusiones. Primero, que el
asesino sería un hombre, porque las marcas que presentaba el cadáver eran de
una mano gruesa, correspondiente a un hombre, y segundo, las huellas de
unos zapatos castellanos en la escena del crimen.
—El asesino es el asistente de la asesinada —dijo el inspector Robles.
Los policías entraron en el despacho de la víctima y pillaron al asistente
eliminando pruebas como documentos y fotos.
531. GONZALO HERNÁNDEZ VICIANA – SIETE SOSPECHOSOS
Siete sospechosos. En la rueda de reconocimiento, había siete personas.
Era una ocasión especial, porque a diferencia de las identificaciones
habituales, donde la policía incluía a inocentes entre los sospechosos, en este
caso las siete eran las sospechosas de un asesinato. Ocho personas habían
salido a navegar en un barco. Siete habían vuelto, cubiertas de sangre
suficiente como para dar por muerto al octavo pasajero. No se sabía quién era
el desaparecido. Detrás del espejo, un testigo examinaba las caras una y otra
vez.
—No falta nadie —dijo extrañado.
—Usted dijo que vio a todo el mundo subir al barco y escribió ocho en
el registro —dijo uno de los detectives, cabreado por lo que oía.
—Sí, pero no echo de menos ningún rostro —replicó el hombre.
Se miraron unos a otros. Si no podían demostrar que faltaba alguien,
tendrían que soltarlos a todos. El detective cerró los ojos y dijo:
—Ya sé por qué. Vio un rostro dos veces. El muerto es el hermano
gemelo de uno de los sospechosos.
Acertó.
532. GONZALO LAURA RIVERA – MATAR SIN HABER MATADO
El cigarro se consume en mi mano mientras miro desconcertado aquel
apagado anillo de bodas. Veintiséis años en el cuerpo y va a tener que ser este
el caso que acabe conmigo. Me recuesto sobre el respaldo de mi vieja silla y
repaso los hechos por última vez, solo una más. Teníamos cuatro
sospechosos del asesinato de la señorita Clarence; James, su reciente,
recientísimo, esposo; el señor Fergunhem, multimillonario y recientísimo
suegro de la víctima; la señorita Samantha, amante de James y ex mejor amiga
de la señorita Clarence, por razones evidentes; y por último, el frío y
desalmado agente de bolsa de la familia. Tras meses de investigación y pistas
que no llevaban a ninguna parte, descubrimos que realmente fue un suicidio.
Pero no un suicidio normal, sino un suicidio que inculpaba a todas las
personas mencionadas, pues todas eran causantes de dicha desgracia, cada una
con sus motivos y a su manera. Solo hay un modo de superar esto: mitad
perdonando, mitad olvidando. Adiós, hija mía.
533. GORANE CANTALAPIEDRA YESA – DULCE VENGANZA
La tarta estaba deliciosa. Suave y esponjosa, con ese decadente sabor a
chocolate, tal y como a ella le gustaba. Agarró un tenedor y lo clavó en el
generoso trozo que su marido se había servido hacía solo unos minutos y se
puso a comer. Después de todo, Jim aún seguiría muerto cuando acabara. El
cuerpo de su marido no iba a levantarse de la silla con el cuchillo cebollero
clavado en el cuello para gritar a los cuatro vientos que su mujer, por fin,
había tenido las pelotas de cargárselo durante una de sus frecuentes peleas. La
sangre empezaba a secarse mientras ella observaba el dibujo que había
formado en el mantel. No podía evitar pensar lo costoso que iba a ser limpiar
todo aquel desaguisado o lo difícil que sería sacar las manchas de sangre de la
ropa. Sonrió divertida, sacándose el tenedor de la boca y, tragando el último
pedazo de pastel, meneó la cabeza. «Oh, Diane... —pensó—, no tendrás que
limpiar nada nunca más».
534. GORKA ARTETA – MORS CERTA, SED HORA INCERTA
El cadáver yacía sobre la resplandeciente superficie de la mesa de
autopsias; la brillante sangre salpicaba el cuerpo y quedaba oscurecida sobre
la superficie metálica. El detective examinaba recostado sobre la puerta de
entrada la escena que se desarrollaba frente a él. El equipo forense sacaba
fotos del cadáver, manteniendo una prudencial, casi reverente, distancia con el
mismo. Oía en el otro extremo de la habitación la conversación que su
compañero mantenía con los vigilantes en torno a lo que podían haber
captado las cámaras de seguridad. Otro forense llegaba en ese mismo
momento y dirigía una fría mirada a la mesa, mirada que se turbaba
lentamente. En sus manos, el detective sujetaba la nota que habían encontrado
junto al cadáver: Mors certa, sed hora incerta. El asesino jugaba, con él y el
lenguaje, con la fina ironía encontrada en el cadáver del mejor forense de la
policía y su amigo, que yacía asesinado en su propia mesa. El detective se
juró en ese instante que él ganaría.
535. GORKA LÓPEZ – ENTRE LÍNEAS
El señor Denkel decidió estudiar grafología el día que su hija
desapareció dejando una carta mecanografiada de despedida. Él nunca creyó
que la firma fuese de ella. Por eso, empezó a analizar y estudiar por su cuenta
el tipo de papel, la impresión, la tinta... Pero pasó el tiempo y tuvo que
centrarse en la sintaxis, la gramática, el grafoanálisis y la psicología. Se
convirtió en un experto; el mejor. Un par de trazos le bastaban para descubrir
los secretos más íntimos de cualquiera. Trabajando como asesor de recursos
humanos, descubrió a un asesino en serie analizando su carta de presentación.
Así fue como lo reclutaron, y lo primero que hizo fue guardar su arma en un
cajón. La desenfundó años después, en la universidad. Estaba dando una
conferencia mientras un voluntario escribía en la pizarra; entonces Denkel
sacó su arma y le apuntó a la sien.
—¿¡Dónde está mi hija, malnacido!?
—Está en casa cuidando a su nieto, profesor.
—Pues dígale que llame a su madre; le hará ilusión.
536. GORKA UGARTE – SIN TÍTULO
Desperté una hora antes de mi carrera matutina por un fuerte ruido que
venía desde el jardín. Intrigado por ver qué podía haber sido, miré por la
ventana y ahí lo vi. Un hombre vestido con un buzo azul y unos guantes
negros de goma. Y por sus manos agarrado, un cuerpo. No un simple
cuerpo, sino aquel de la que acababa de llegar al vecindario. Aquel de la que
siempre saludaba con un agudo canto. No me lo podía creer. No sabía cómo
reaccionar a aquella situación. Nunca había perdido a alguien a tan poco
tiempo de conocerlo, y nunca habría creído que podía doler tanto. Hice de
tripas corazón y, con teléfono en mano, por si todavía había algo que hacer,
salí de casa y me acerqué lentamente al hombre del buzo.
—Perdone, ¿el cuerpo que sostiene en manos tiene una mancha con
forma de estrella en el pecho?
—Sí, lo siento mucho, ¿es suya la golondrina?
—No, pero me gustaría quedarme con el cuerpo. Me acompañaba
cuando salía a correr.
537. GORKA ZUBIZARRETA SEGURA – J+D+I
El juguetero hizo todo lo posible por salvar su tienda. La dentista nunca
tuvo oportunidad de defenderse. Que se conocieran fue casualidad. Que yo,
David Keegan, los detuviera, la máxima expresión de justicia poética. Santa
esquivaba nuestra casa. No porque fuéramos pobres, sino porque mis padres
creían que uno debía ganarse cada cosa que poseía. Habían acumulado una
fortuna y no les supuso un quebranto arreglar mi boca, que había quedado
como una escombrera después de aquel accidente con una bici (prestada).
Decenas de visitas después, volví a sonreír, aunque no tuviera motivos. Su
plan había funcionado durante años. El juguetero hacía pomperos que la
dentista regalaba a los hijos de sus enemigos tras pasar por el sillón. Un
cierre a prueba de niños y una gota de ácido cianhídrico en el jabón
consumaban la venganza. Y así podrían haber seguido si yo no hubiera
acudido a su consulta con mi hija Irene. Heredera de Keegan Toys, curiosa
incorregible y dotada de un olfato extraordinario.
538. GRACIELA RODIÑO VILARIÑO – TOMA DE DECLARACIÓN
Decenas de policías rodean la estación. Él y yo estamos solos dentro de
aquel vagón abandonado. Sus hombros caídos parecen soportar el peso del
mundo mientras, sentado, observa con insistencia algo que descansa sobre su
regazo. La densidad del aire, viciado con el rancio olor de un viejo rencor, me
impide respirar con normalidad y, sin evitarlo, le imploro en un gemido:
—Dime dónde la tienes... ¿Dónde tienes a mi niña?
A pesar de mi súplica de madre desesperada, una risa hueca, seguida de
un mutismo ensordecedor, es toda su respuesta. Luego de una eternidad, sus
labios se mueven al fin, dejando escapar una voz derrotada.
—Tu empeño en separarla de mí la ha llevado a ese húmedo sótano. Pero
el manto de tierra que es ahora su lecho conseguirá alejarla de tu asfixiante
sombra. Jamás la encontrarás porque ya está esperándome en un lugar donde
tus garras no llegan.
El sonido de un disparo llena el vacío del tren, silenciando a ese
psicópata que se lleva mis lágrimas con su vida.
539. GREGORIO J. FABIÁN BERJOYO – EL TESTIGO
Lo vi, lo vi todo, pero nadie me pregunta. Vi a Gregory abrir la puerta
tras una llamada amable; vi entrar al desconocido y apuñalarle. Vi a Agus
acercarse al oír el ruido de la caída de Gregory en el parqué y vi cómo el
intruso la golpeaba hasta matarla. Intenté detenerle, pero de un golpe me
derrotó; semiinconsciente pude ver cómo robaba lo poco que teníamos de
valor, cómo se fue igual que vino y cómo Peter, el vecino, vino a casa y
telefoneó a la policía. Yo lo vi todo, pero nadie me pregunta, ni siquiera me
escuchan, aunque grite, solo intentan calmarme. Soy Sansón, yorkshire
terrier.
540. GUILLEM VARAS GRÀCIA – EL SECUESTRO
Nueva York. En una fresca mañana, secuestran a Marta, la madre de Rick
(María). La detective Kathy, con sus compañeros, Javier y Kevin, investigan el
caso. Esa misma mañana, Rick recibe una llamada anónima pidiendo un
rescate de un millón y medio de dólares. Rick llama a Kathy para decirle lo
que ha ocurrido. Lo primero que hacen es mirar las cámaras del edificio
donde fue secuestrada (en casa de Rick). Allí sólo estaba la hija de Rick, pero
que por casualidad dormía en el momento de lo ocurrido. En la cámara del
pasillo, se le ve la cara al secuestrador, el 3XA. Luego interrogan a la hija de
Rick por si ella hubiese escuchado algo. Cuando estaban hablando con Tori,
de repente llaman al escritorio de Kathy, lo coge y el que hablaba era el 3XA
para decirle que si la hija de Rick no le entregaba el dinero del rescate, mataría
a María...
541. GUILLERMO BARRUECO – UNA SONRISA
El coche frenó repentinamente en aquel angosto y árido camino. La
llamada era cierta. Josh salió del coche como una bala, dejando atrás a Suárez,
que aún estaba sentado en el asiento del conductor. El corazón se le iba a salir
del pecho, no podía correr con más fuerza. Jadeante, se arrodilló delante del
cuerpo y se le quedó mirando mientras las primeras lágrimas empezaban a
caer por sus mejillas. «Mi pequeña, ¿qué te han hecho?», decía para sí
desconsolado. Estaba desnuda, tenía grandes moratones por todo el cuerpo,
causados seguramente por el forcejeo previo a la muerte, y por si la imagen
no era lo suficientemente grotesca, el asesino había cosido sus labios, de tal
forma que, a pesar de su estado, te miraba sonriente. Josh estaba en shock
mirando entre lágrimas aquella sonrisa.
—¿Por qué lloras? Se la ve feliz —preguntó Suárez, confuso.
Su mirada buscó el rostro de su compañero, pero solo encontró el
sonido hueco de un disparo detrás de su cabeza.
542. GUILLERMO DE AZCOITIA GINÉS – SPETSNAZ
El sargento Valo respondió al auricular del teléfono de su mesa.
Mientras iba a la morgue, recordó el hospital militar donde sirvió en su
juventud. Y precisamente por esa razón, lo llamó el forense, por la extraña
herida mortal del cadáver. Al examinarlo solo dijo: Spetsnaz. El resto de la
noche fue ardua, ya que tuvo que pedir algunos favores a amistades de dudosa
reputación. Después de un par de botellas de vodka, obtuvo un nombre, y fue
totalmente inesperado. Kelly notó al sargento Valo bastante taciturno. Como
novata, sabía cuándo no debía hablarle, y menos si tenía la mirada perdida
mientras acariciaba las placas que llevaba al cuello. Y apareció su antiguo
compañero de milicia, detenido por usar un cuchillo ruso en un trabajito para
su motor club. Valo y él se lo dijeron todo con una mirada; sobraban las
palabras.
543. GUILLERMO GARCÍA BENITO – DOBLE VIDA
Mientras subía las escaleras de la comisaría, me fallaron las piernas, me
noté cansado y solo. Pero no sentía arrepentimiento por todo lo que había
hecho en los últimos años. He presionado demasiado en los interrogatorios,
colocado pruebas falsas; incluso he modificado a mi antojo el escenario del
crimen. La verdad, no me importaba que la persona a la que encerraba fuera
inocente; era gente sin hogar, la mayoría con problemas de drogas y sin
familia. Solo me importaba resolver el caso, ser el mejor de la comisaría era
mi meta. Estoy seguro de que mis compañeros me tenían envidia, ¿por qué si
no revisaron todos mis casos y me pusieron vigilancia?, ¿por qué me lo
ocultaron todos, incluso mi compañero? Fui descuidado, y me encontraron
en casa de la que iba a ser mi nueva víctima, y a la vez mi nuevo caso,
colocando minuciosamente todas las pruebas, cuidando todos los detalles.
Ese día subí las escaleras de comisaría esposado. Me dicen que la profesión
de policía no es compatible con la de asesino.
544. GUILLERMO GÓMEZ – UN SEGUNDO ANTES
Un segundo antes de abrir los ojos, el inspector Sorenger supo que
prefería mantenerlos cerrados. Recordaba retazos de la noche anterior. El bar
de carretera al que les condujeron las pruebas forenses. La sonrisa
complaciente de la dueña. La ausencia de pruebas incriminatorias en el lugar.
La copa de un vino demasiado dulce. El brillo de la melena castaña de la
agente Foster. Sus ojos somnolientos. El beso. Su ropa. Su piel. Su olvido.
Un segundo antes de abrir los ojos, supo que el cuerpo a su lado estaba frío
y ahogado en sangre. Que sus huellas estaban por toda la habitación, su saliva
por todo el cuerpo. Un segundo antes de abrir los ojos, el inspector
Sorenger supo que no tenía escapatoria, que su sospechoso principal era su
asesino, que se había burlado mortalmente de ellos, que dos agentes ya
llamaban a la puerta con insistencia, y que el último beso, aunque placentero,
había sido también el más amargo.
545. GUILLERMO JARQUE TAMAYO – LA REDENCIÓN
Llueve. No importa. Pronto veré al capitán y le diré que se equivocó, que
encerró a la persona que no debía. Pasa continuamente en las películas: el
primer sospechoso nunca es el culpable. Pero en este caso, sí. ¿Por qué en
este caso sí? Encontraron pruebas incriminatorias y no buscaron más.
Siempre hay que buscar más. Encontrarían cosas si buscaran más. Llueve.
Remuevo la sopa mientras pienso en mil ejemplos en que el primer
sospechoso no es culpable, y aun así lo detienen. ¿Mil? Bueno, igual no
tantos, pero muchos. Cien. Puede que incluso doscientos. Siempre hay que
buscar más. Se puede aprender mucho del cine. Me gusta el cine. Por eso me
metí a poli. Me gustan los misterios. Me gusta buscar más. Llueve. Los
guardias vienen a acompañarnos a las celdas. Guardo la cuchara
disimuladamente mientras me levanto. Pronto veré al capitán. Se puede
aprender mucho del cine. Ahora solo necesito un póster de Rita Hayworth.
Bueno, también vale de Raquel Welch. Pronto veré al capitán.
546. GUILLERMO MORERA – LUIS DEL HOSPITAL
Había un reino en la selva que el rey quería para él, y sobre todo para la
princesa, de la cual estaba enamorado, aunque ella no le hacía caso. También
en esa zona se sacrificaba a la gente, los amarraban en el suelo y esperaban a
que los cocodrilos hicieran el resto. Pero la princesa los cuidaba, les daba
alimentos y comida como a los niños. Nunca más; así todo eran restos de los
sacrificios. Cierto día, observó que el jefe la vigilaba y estuvo pendiente de él,
hasta que la cogió, sin ella observarlo, y la mandó amarrar en el suelo para
sacrificarla, porque no quería nada de ella. Al tiempo, él fue a ver si la habían
matado, pero no vio ningún cadáver porque los cocodrilos la habían liberado.
Corrió al bosque y nunca más apareció.
547. GUILLERMO PUEYO – REGRESIÓN
—¿Es usted idiota? ¡Apártese!
No podía perder el tiempo discutiendo con holandeses, y aún menos
sabiendo que tenían a la pieza más importante de mi carrera profesional
retenido como a un porrero cualquiera.
—¡Ya le he enseñado mi placa, lárguese! —gritó.
548. GUILLERMO SEGURA SÁNCHEZ – UN CRIMEN INHUMANO
El inspector buscaba una pista que le llevara hasta el culpable de todas
aquellas desapariciones. Cuando encontró aquella pluma teñida con sangre,
se quedó inmóvil. Escuchó algo moviéndose cerca de él, pero para cuando
hubo girado su cabeza, la criatura ya no estaba. El inspector apenas alcanzó a
vislumbrar una sombra. Ningún humano podría haberse movido así de
rápido. Fingió estar distraído, mirando hacia el suelo. Pensó que su
apariencia vulnerable bastaría para que la criatura atacase al creerse en una
situación de ventaja. Se preparó para un enfrentamiento inminente. La criatura
se abalanzó sobre el inspector, sacando sus garras y bufando. El inspector
batió sus alas y salió volando rápidamente hasta posarse en una rama de un
árbol cercano. Ya a salvo, miró a la criatura. Distinguió restos de plumas
entre sus dientes. Se estremeció. Tenía frente a él al asesino que había estado
buscando, pero no se haría justicia. Un pájaro nunca sería capaz de atrapar a
un gato.
549. GUSTAVO OÑA – EL EPÍLOGO
Encontraron el cadáver, impecablemente vestido, acomodado sobre un
elegante sillón Chesterfield, que, imitando el cuero viejo, casaba a la
perfección con la adusta decoración de la estancia. La lúgubre escena era
importunada por un tenue rayo de luz, que, burlando las lamas superiores de
la persiana, atravesaba el gran ventanal, jugueteando en su camino con unas
traviesas motas de polvo y acariciando, en su consumación, la tez pálida del
cuerpo sedente. Acompasando tal baile, un tenue tictac aliviaba el silencio.
Unas gafas de metal, de apariencia ligera, apuntaban, inclinadas, hacia las
manos del personaje exánime, quien, en su postrer aliento, apoyaba un
pesado libro sobre el regazo. Sus hojas componían un macabro lienzo,
siendo la sangre salpicada la tinta que dibujaba caprichosas formas. Impelido
por un presentimiento, uno de los agentes enfocó con su linterna el lomo de
la obra; el título rezaba: Manual avanzado de explosivos: implantación en
organismos vivos. El tictac cesó.
550. HARIDIAN DÍAZ – ¿SECUESTRO?
Cuando pasé por delante de la casa de mi vecino Gregorio y vi la puerta
entreabierta, supe que algo malo había ocurrido; él es demasiado precavido y
jamás la hubiera dejado así. Me acerqué y lo llamé a gritos, no hubo
respuesta. Lo encontré tirado en la alfombra blanca, ahora roja por la sangre,
muerto. Tenía los ojos abiertos como platos, el miedo se reflejaba en su cara.
Cuando intenté telefonear a la policía, no dio señal. Busqué a su perro, pero
no apareció. Subí rápidamente para comprobar que su hijo Sergio, de dos
años, estaba bien, pero... No estaba, ni había rastro en la casa de que hubiese
vivido antes un niño. Sus muebles, accesorios, juguetes y ropa no estaban.
Ahora que lo recuerdo, nunca vi personalmente a su hijo. ¿Realmente existió
alguna vez? ¿Se lo había inventado? ¿Lo habían secuestrado? El único crimen
que había ocurrido en esa casa, del que estoy seguro, fue la muerte de mi
vecino Gregorio.
551. HÉCTOR NAVARRO DE JUAN – ELEMENTAL, MI QUERIDO
WATSON
Eric deambulaba mientras el humo del cigarro ascendía hacia el cielo.
Sobre el pavimento descansaba el cadáver de aquella mujer; el cuchillo con las
iniciales del restaurante de la esquina aún continuaba clavado en su estómago.
—Ha sido el chef del restaurante —dijo Martínez.
Al oír esto, Eric salió de sus pensamientos; con paso rápido se colocó
enfrente de su compañero y con voz pausada dijo:
—¿En serio? ¿Asesinarías a alguien con un arma a la que solo tú tienes
acceso?
De repente, rompió a llover, y el suelo empezó a teñirse de negro. Eric
miró un poco más de cerca y vio unas letras negras que se emborronaban con
la lluvia; tras esto, el detective Eric Stone abrió los ojos como platos y
exclamó:
—Elemental, mi querido Watson. Solo había una persona capaz de saber
que esta señorita haría aquí hoy sus servicios y podría matarla; ella misma.
552. HÉCTOR LC – XII
Tumbada en esa postura, tras el cordón policial no parecía la misma. Tal
vez también tuviese algo que ver la cantidad de sangre que la rodeaba.
—Por muchos años que te dediques a esto, no acabas de acostumbrarte.
—¡No, no se veía con nadie! No tenía tiempo con los exámenes, siempre
estaba estudiando...
Es complicado tomar notas cuando la gente está tan alterada. Y su mejor
amiga y compañera de estudios en la facultad de Medicina lo estaba; quién
podría culparla.
—Resolver esto va a ser más difícil que tirarse a una sirena —soltó el
inspector jefe.
Menudo payaso. Podría tenerlo delante y no vería una mierda. Mientras
me marcho de la escena, miro mi última conversación en el móvil.
—Ahora no tengo mucho tiempo; ¿por qué no seguimos hablando un poco
más por aquí? Aquí solo puedo usar mi dialéctica, con lo que quedas a mi
completa merced, porque digo yo que tú serás más de anatomía...
—Ja, ja, bueno, venga, una caña rápida igual sí.
Otra merced doblegada, otra escena con crimen.
553. HEIDI GARCIGA – DULCE MUERTE
Siempre pensé en la forma en que mis ojos se alejaran de la luz por
completo, pero nunca así. El amor me acariciaba, lentamente. Sus ojos azules
me penetraban sin miedo, con alegría. La vi, por última vez, pero nunca pude
decirle la verdad. Todo lo había hecho en vano. Sus marcan en el cuerpo
perdurarían, al igual que su recuerdo; yo me encargaría de eso.
554. HELENA GONZÁLEZ ROLLÓN – HASTA QUE LA MUERTE NOS
SEPARE
El cuerpo se encontraba descansando sobre el suelo de la habitación. La
sangre bañaba toda la moqueta, convirtiéndola de blanco a rojo. La inspectora
observaba a la víctima y cualquier detalle que pudiese mostrar. En la esquina
del salón, frente a la ventana, un hombre de mediana edad, con la mirada
perdida a la par que cristalina, sujetaba en sus manos ensangrentadas un
objeto al que no dejaba quieto.
—¿Quién es usted? —preguntó la inspectora.
El hombre, sin responder, miró al frente, suspiró y giró, cediéndole un
anillo a la inspectora; en el momento en el que las primeras lágrimas caían
por sus mejillas, saltó por la ventana. La inspectora, sin poder hacer nada,
miró el anillo: Daniel y Sonia. Aquel hombre, aquella noche, había dejado en
aquella habitación las dos cosas que más le importaban: su vida y a su mujer.
555. HELENA RUBIO – LA CARTA
No era un fantasma quien surgió entre la niebla, aunque sí lo parecía con
su caminar lento, las manos en los bolsillos de la gabardina y el sombrero
gris de medio lado. El jefe de policía Álvarez se dirigía a casa mientras
pensaba en el caso que acababa de resolver: el asesinato de Ángel Alcatraz y la
carta enviada por el homicida. Recordó el texto: «Aquel día llegué temprano a
la oficina para adelantar trabajo. Oí voces en el despacho del director. Cuando
se hizo el silencio, vi cruzar a su secretaria con los ojos llenos de lágrimas.
No sé el motivo, y después de tiempo sufriendo sus voces, decidí ponerle fin
a esta situación. Todos sabíamos que le gustaba comer frutos secos. Coloqué
unas semillas de ricino entre ellos, y el resto ya es conocido por usted. No
me arrepiento de lo hecho, simplemente espero a que me encuentre y me
detenga para relatarle detenidamente todo lo sucedió; hasta entonces... P.
Carrera».
556. HELENA TRESPALACIOS CANTOS – NOVATA
Mi nombre es Fernanda Rodríguez y esta mañana me sentí la policía más
afortunada del mundo. Trabajar a las órdenes de la capitana Kathy, en la
comisaría 12, una leyenda entre los polis de Nueva York, es todo un honor...
Pero soy una novata. Eso me empujaba a ser valiente. Y la valentía te hace
imprudente, y la imprudencia te puede hacer temeraria. Y allí estaba yo. En
un olvidado almacén, arrinconada entre una pared de ladrillo y hormigón, y
otra, enfrente de mí, de músculo y furia. Que su cocina de metanfetaminas se
hubiera incendiado no ayudaba a mejorar nuestra reciente, pero intensa
relación. Dos metros de afroamericano que sabían contar: «Tu Glock 37 es
de diez balas, poli, y van diez disparos...». Sonreía mientras se acercaba..., y
yo también. Porque soy novata y esta mañana cogí por nostalgia la Trejo de
mi padre, la que usaba cuando era poli en Ciudad de México. Con su
cargador de once balas...
557. HERIBERT HERMANO FORNOS – LA INTRIGA EN EL CAFÉ
Aquella mañana me levanté entusiasmando, así que no desayuné, me vestí
y, sin pensarlo dos veces, me fui a la calle a ver qué me deparaba el destino.
Llegué a la cafetería, pero estaba cerrada; qué extraño, Tarsi nunca cerraba por
la mañana, siempre decía que era cuando más dinero ganaba. Oí un chirrido
estremecedor en el callejón de detrás del bar, me acerqué y pude observar que
un líquido rojo salía de la puerta trasera; nunca la cerraba, era un despistado.
La luz estaba apagada y las persianas bajadas. Cuando ya me adentré en la
cocina, la puerta se cerró de golpe y se oyó un sonido de platos rotos. Pensé
que eran unos ladrones que entraron a robar en el bar y Tarsi los sorprendió
y lo mataron. De repente, se abrió la luz y todos exclamaron: «¡Sorpresa!».
Era mi fiesta de cumpleaños. Aquella mañana casi muero yo del susto que me
dieron.
558. HERNÁN ELVIRA – SIN TÍTULO
—Esto es un robo que se ha torcido, jefe —aventuró Romerales.
El inspector Carrere giró su rostro de cemento gris hacia el cadáver
mofletudo, con americana de pata de gallo y la billetera vacía sobre el regazo,
tendido en los servicios del bar Soriano, especialidad en champis a la plancha.
—Nos iremos donde tú quieras, mi vida —suplica el hombre.
Ella luce vestido escotado y maquillaje de barra americana. Cabello fosco
en un moño Madame Butterfly apuntalado por dos finas agujas con remate de
perlas cultivadas.
—¡Anda, un ventajista! —chilló Romerales al descubrirle un naipe en la
bocamanga—. Habrá desplumado al primo equivocado.
Carrere, mientras, perseguía rastros de carmín por el cuello atocinado
del difunto.
—Con esto podemos empezar de nuevo... —insiste.
Ella lo mira sin ver.
—Menudo primo... —murmuró Carrere.
Sus ojos KGB repasaban los picotazos ensangrentados por donde
aparecía perforada, de parte a parte, la papada del jugador.
559. HORTENSIA MÁRQUEZ CHAPA – COMA
Me preguntaba cuánto tiempo me tendrían allí tumbada. Miré al policía
que parecía llevar el caso, y cuando fui a hablar, comprobé que no salía voz de
mi boca, y que mis labios no se movían. El teniente Rojo le decía a su
compañera, Ana Pérez, que parecía un robo que salió mal. «Nooo», grité en
mi cabeza, que no, nadie me había robado, el bolso se quedó en la barra del
bar Los Últimos, y no fue más que un simple tropezón, y mi cabeza fue a
parar contra el bordillo; intenté levantarme y me volví a caer, con lo que me di
un segundo golpe en el cráneo con el asfalto. Ellos seguían buscando un
culpable, y el único culpable fueron unas copas de más y mi torpeza. Pero en
aquel momento, oí al médico decir que estaba en coma, y que tendrían que
buscar al culpable sin mi ayuda.
560. IBON MORAZA GARCÍA – EL IRÓNICO JUEGO DE LA
SOSPECHA
—Fue la señorita Amapola con el candelabro en la cocina —dijo el
detective Rogers.
—¿Perdona? —repuso el detective John Kendall—. Esto es un escenario
del crimen real, Matt, no ese estúpido y viejo juego al que te encantaba jugar
en la academia.
—Lo siento, John, pero esta mansión, los invitados a la cena, el fiambre
de la cocina y el candelabro ensangrentado...; si hubiese un mayordomo,
créeme que sería mi primera opción.
—El fiambre es el mayordomo —respondió John—, y todos los
sospechosos afirman haber estado juntos en el comedor desde que la víctima
salió de la estancia para ir a buscar los postres, hasta que descubrieron su
cadáver en la cocina junto al candelabro ensangrentado. Y teniendo en cuenta
que el golpe lo tiene en la parte anterior de la cabeza...
—¡El asesino es el mayordomo! —dijo entusiasmado Matt, fijando su
atención en una profunda marca en el techo que parecía encajar con la forma
del candelabro.
—Desconozco si era un mal mayordomo, pero era un pésimo
malabarista.
561. IDAIRA HERNÁNDEZ ACOSTA – LA NIÑA QUE DEJÓ DE AMAR
De niños, todos pensamos que los adultos siempre hacen lo correcto, lo
mejor para nosotros. Eso mismo pensaba Laura, como la mayoría de los
niños. Si lo hubiera sabido antes, si alguien se lo hubiera dicho. Pero a sus
nueve años, con el cuerpo sudoroso de su padre sobre ella, se le vino el
mundo abajo. Ahora, diez años después, se miraba al espejo. Su expresión
sombría no había cambiado desde ese día. Se frotó las manos con la esponja
impregnada en lejía una y otra vez, hasta que sus manos sangraron. Solía
hacerlo a menudo, con todo su cuerpo. Pero esta vez era especial. Sus manos
estaban más sucias que nunca. Despegó la mirada del espejo y dejó las manos
bajo el chorro de agua mientras observaba como la sangre se desprendía de
ellas. Ahora solo era su sangre. Cogió el cuchillo e hizo lo mismo con él.
Pensó que debería sentir tristeza o angustia, pero en su lugar sintió un
enorme alivio. Por fin, su padre había pagado por lo que le había hecho.
562. IGNACIO GANDIA VENTURA – RITUAL DE MUERTE
Le gustaba realizar aquel ritual con música clásica de fondo. Recogió de
su maletín la macheta todavía manchada por la sangre del último que había
pasado por su mesa y comenzó a cortar miembros. A pesar de que llevaba a
cabo aquel trabajo dos veces por semana, no se acostumbraba al placer que le
producía el paso del filo del cuchillo a través de la carne fría. Sabía que, tras
unas pocas horas despedazando el cadáver, podría disfrutar del sabor de su
carne. Tras sacarle las vísceras y depositarlas en un cuenco metálico, pasó a
seccionar la cabeza. Pensaba que aquella parte del cuerpo no había servido de
mucho en vida a sus dueños; si no, ¿cómo acababan sobre su mesa?
Finalmente, cortó la cabeza de un golpe seco y la colocó sobre una mesa
contigua con los ojos apuntando al techo mientras Mozart inundaba la
estancia con su preciado Réquiem en re menor. Justo cuando el carnicero
consiguió tener la canal del cerdo limpia, la hoja del cuchillo del asesino
atravesó su pecho.
563. IGNACIO SÁNCHEZ SECADURAS – CIENTO CINCUENTA
MINUTOS
Sabía que le quedaban menos de tres horas para resolver el caso.
Exactamente, ciento cincuenta minutos. Y Dany andaba a ciegas, sin ninguna
pista por la que seguir su investigación. Fue entonces cuando recibió la
llamada que cambiaría el rumbo de la historia. De su historia. Alguien al otro
lado del teléfono, con una voz rota y desgarrada, le recordaba lo sucedido
aquella noche. El reloj corría en su contra; el tiempo se le acababa. Y al
terminar de escuchar esa misteriosa voz, la luz vino sobre sus pensamientos.
La manera en como había llegado a esa situación era secundaria. Lo único
importante era encontrar el motivo por el que su mujer se hallaba encaramada
en lo alto del puente con un cinturón lleno de dinamita. Y fue justo al dejar el
móvil, cuando desde su despacho escuchó un gran estruendo que hizo
temblar los cristales de la habitación.
564. IMANOL CASQUEIRO SÁNCHEZ – AULA FRÍA
Claire despertó sobresaltada. Su cabeza parecía estallarle, y su visión era
borrosa. Miró a su alrededor y todo su cuerpo se estremeció. Estaba en su
aula, pero los pupitres estaban vacíos. Sus alumnos, tirados sobre el suelo de
granito, no se movían. Se acercó a ellos, arrastrándose. Sus cuerpos, lívidos y
fríos, yacían sin vida. Intento ponerse de pie, pero sus piernas no querían
responderle, estaba completamente bloqueada. Después de varios intentos, se
levantó y se acercó a la puerta. Estaba cerrada. Intentó forzarla, pero no lo
consiguió. No tenía fuerzas. Fuera se oían voces. Había alguien que les podría
ayudar a salir o igual eran los que los habían confinado a ese extraño
mausoleo. Se acercaban. Ya no se oía nada. Silencio. De repente, un tremendo
ruido echó abajo la puerta. Claire salió disparada. Al caer, notó un dolor
agudo en su nuca y sintió como el frío se adueñaba de ella. El silencio volvió.
565. INA MOLINA PÉREZ – LA OTRA JUSTICIA
Su conducta modélica en la cárcel, tratamiento psicológico voluntario
para violadores, y las tres cuartas partes de su condena cumplida le habían
facilitado un permiso penitenciario. Años atrás había forzado y estrangulado a
aquella chiquilla pelirroja de apenas once años. Esta vez le habían cogido.
Cuando abrió el buzón de su casa, encontró publicidad y una revista porno,
de las que era habitual consumidor. Entró con su particular sonrisa torcida y
se dejó caer en el sillón, dispuesto a disfrutarla. Antes de llegar al final, sintió
náuseas y empezaron los incontrolables espasmos. Un espumarajo llenó su
boca; luego, perdió el conocimiento, y horas más tarde, su corazón se detuvo
para siempre. Ella había comprado la revista en un estanco lejos de su barrio.
Su rojizo cabello cubierto por una peluca negra. Durante el juicio, había
observado como el asesino de su hija se mojaba el dedo para pasar las hojas.
566. INÉS DE LA PUENTE SANTOS – UN ÚLTIMO ENSAYO
Un nuevo día, un nuevo caso para la inspectora Noa Lyford. Esta vez, la
víctima es un actor de Broadway, John Pake, que ingirió amoniaco de una
copa, ensayando la escena de la muerte de Romeo. Noa sospechaba de tres
posibles asesinos: el director Tom Kurt, que había amenazado varias veces al
difunto; el señor de la limpieza, Louis Craig, con acceso a productos con
altos niveles de amoniaco; y Mary Raid, coprotagonista. Y en efecto, fue ella.
Mary sentía como su fama iba cayendo después de tantos años siendo la
mejor, y la de su compañero, subía. Eso, en palabras de la asesina, «la ponía
enferma». He ahí el motivo. Pero ¿cómo lo hizo sin ser vista? La solución se
presentó sola cuando vio los productos de limpieza abandonados por su
dueño. De este modo, minutos antes del ensayo, Mary introdujo el brebaje
sin percatarse de que una gota caía en su vestido, dejando una mancha, una
prueba y una cadena perpetua.
567. INMA ARRIAGA ARCE – EL ANCIANO
Las continuas muertes imaginarias del anciano, debido a su hipocondría,
no cesaban. La presencia de una de las hijas, que ya se ocupaba de todos sus
asuntos, era requerida siempre. Los demás habían huido. Una tarde, mientras
la cuidadora estaba en los recados, el anciano apareció muerto. Al parecer, un
golpe en la cabeza que podría haber sido producido por una caída, era el
motivo. La puerta no había sido forzada. No había indicios de robo y la
familia parecía no tener interés por la herencia. Pero ¿dónde y contra qué se
golpeó el fallecido? Cuando la policía fue a detener a esa abnegada hija, a
quien acusaron del crimen, esta espetó: «Por fin podré descansar y ser
cuidada por alguien, aunque sea en la enfermería de la cárcel». Ella tenía
cáncer; todos lo sabían, y a nadie parecía importarle.
568. INMA CARRASCO LEÓN – MI OSCURIDAD
No encontraba ninguna salida. No sabía qué dirección seguir y no tenía
claro qué debía hacer. Todo estaba oscuro. Lo único que se me ocurría era
correr y rezar a cualquier Dios que me estuviera escuchando. Los ruidos cada
vez estaban más cerca. Ahora que había conseguido salir de ese cuarto oscuro
no podía rendirme. Solo tenía dos opciones: seguir huyendo o luchar. Mi
padre me había enseñado a defenderme, y la ira iba creciendo dentro de mí.
¿Por qué me tenían aprisionada? Me llené de valentía, me giré y me enfrente a
ese «algo» que me perseguía con un enorme grito. Abrí los ojos y la
oscuridad se desvaneció. Sabía que lo había conseguido. Fui fuerte y vencí a
mis miedos. Ahora era libre de temores y nada podría conmigo. Mi mente
estaba tranquila; esta vez había vencido yo.
569. INMA HONRUBIA BORJA – MANO DERECHA
Los asesinatos continuaban, y yo ya no sabía qué hacer ni por dónde
seguir investigando. En ese momento, tocaron al timbre de mi casa, me tapé
el pijama con una bata y me acerqué a la puerta. Observé por la mirilla que lo
único que había en el suelo del pasillo era una cajita. La abrí y dentro
encontré un libro: el título era Búscame; no me sonaba de nada, pero al abrir
la primera página cayó al suelo una foto, era un montaje de fotos de todos los
asesinatos cometidos por «Mano derecha», así llamado porque siempre
cortaba un dedo de la mano derecha a sus víctimas. Esa noche leí el libro
completo y apunté todo lo que me parecieron pistas en un folio. Cuando lo
acabé, me di cuenta de que las pistas me conducían a una dirección concreta.
Me dirigí sin pensarlo dos veces. Allí lo encontré esperándome; yo, con la
pistola en alto, y él, con el cuchillo con el que supuse que cortaba los dedos a
sus víctimas. Los dedos estaban en la pared escribiendo mi nombre
570. INMA PIÑA HEDRERA – SIN TÍTULO
El sabor a óxido de la sangre de mi boca me produce arcadas. Las
ataduras de las manos me duelen, las de los pies me duelen. Pero quizá lo que
más me duela sea el gran tajo que recorre mi cara de una esquina a otra. No
puedo decir que me sorprenda. Sus delirios cada vez iban a más. Su
medicación ya no hacía efecto, y yo fui demasiado estúpido o demasiado
confiado. Ahora sé que el amor no es suficiente cuando al cuerpo lo gobierna
una mente trastornada. La veo acercarse con ese gran cuchillo en la mano y
comprendo que ya no hay nada que hacer. A pesar de todo, me sonríe. No
puedo culparla. Lo mejor será irme sin rencor. Ella me dio la vida y ella me la
va a quitar. Sonrío. Te perdono, mamá.
571. INMACULADA POLO VARGAS DE MACHUCA – LOS TACONES
ROJOS
Acompañado solo por mis pensamientos, me sorprendió el amanecer
deambulando por el muelle del río, cuando, de repente, a lo lejos, vi sobre el
suelo unas piernas de mujer terminadas en afilados tacones rojos que me
sacaron bruscamente de mis cavilaciones. Comencé a acercarme con sigilo,
miedo y curiosidad al mismo tiempo. Mientras llegaba, me rondaban
posibles historias de un crimen sangriento. ¿Atraco, violación, venganza,
celos...? Saqué el Sherlock Holmes que hay en mí y puse en funcionamiento
mi cerebro detectivesco a su servicio. Mil preguntas se agolpaban ante mis
ojos, dilatados por una creciente expectación. ¿Quién sería ella...? ¿Por qué...?
¿Cómo...? ¿Quién...? ¿Seguiría viva...? Cuando llegué a aquel oscuro rincón,
gruesas gotas de sudor perlaban mi frente, a pesar del frío reinante, y con un
temblor senil en mis manos levanté los cartones que cubrían el cuerpo de la
infeliz... ¡Me quedé boquiabierto! Sonreí... Solo era un maniquí.
572. IÑAKY AION – LA MUERTE EN LOS HUESOS
Coulder irrumpió sin contemplaciones en la sala de autopsias. El
forense, inclinado sobre su último cadáver del día, apenas levantó una ceja,
reconociéndolo inmediatamente por su entrada y sus pasos.
—¿Ya tiene algo para mí?
El forense no se amilanó por el tono. Conocía a Coulder desde hacía
tiempo y sabía que se debía a su desconcierto. Y no era para menos. La
víctima tenía seis disparos en el pecho a bocajarro, como se veía por las
quemaduras en los amplios orificios de entrada, pero no había orificios de
salida y no habían encontrado ninguna bala en el interior, ni siquiera
fragmentos.
—Nada —y añadió inmediatamente—: pero al escanear el cuerpo, me
pareció ver unas astillas de hueso en las trayectorias.
—¿Y qué tienen de raro?
—Míralas, ahí mismo las tienes.
Evidentemente, no eran astillas corrientes. Las balas no habían tropezado
con ningún hueso y no los podrían haber astillado. ¡Y su forma! Ahusadas,
como... ¡balas!
—¿Me estás diciendo que esas son las balas?
—Sin duda.
573. ÍÑIGO BUENO – CELOS Y DESAMOR
Juan Díaz es un inspector de la Policía, que llegó de Marbella a Madrid.
Para investigar la muerte de un escritor multimillonario llamado Enrique, que
había sido asesinado en su casa. Juan a la mañana siguiente fue a casa del
escritor para interrogar a su personal: el cocinero Marcos, el mayordomo
Jacobo y Ana, su mujer, eran los únicos que estaban en la casa en aquel
momento. Marcos confesó que Jacobo estaba hasta las narices de Enrique,
porque le hacía muchas faenas, y Jacobo juró matarlo. Jacobo confesó que él
tenía razones, pero no le mató porque se estaba acostando con la mujer de
Enrique en aquel momento. Tras varios días investigando la muerte de
Enrique, Juan llegó a la conclusión de que no se había dado cuenta de algo
muy importante. Enrique se enteró de que Jacobo se estaba acostando con su
mujer y se pelearon, Jacobo asesinó a Enrique por Ana para llevarse toda la
fortuna e irse a vivir juntos. El plan les salió mal y acabaron en la cárcel.
574. ÍÑIGO MORONDO QUINTANO – SIN TÍTULO
El agente Rolando Cruz tenía mal día. Era el tercero desde la nefasta
decisión de dejar de fumar. Al entrar a la comisaría, cruzó su mirada con la de
una preciosa joven que esperaba a ser atendida en recepción. Soñó que habían
asaltado su casa y matado a su novio. Soñó que él resolvía el caso porque
encontraba en la escena unas colillas en las que nadie reparó. Soñó que ella le
abrazaba para darle las gracias, pero él, profesional, guardaba las distancias.
Soñó que ella regresaba a buscarlo a la comisaría unos días después para
pedirle una cita. Soñó que salían y que se casaban. Soñó que viajaban por
medio mundo y soñó que, saturados de adrenalina, iniciaban una vida más
reposada, reconfortada por cuatro hijos. Se puso el uniforme y regresó a la
recepción. La chica seguía allí. El destino lo había querido así. La investigaría,
descubriría dónde vivía y esa misma noche le contaría su sueño. Y si no lo
compartía, la mataría, como a las demás.
575. IRATXE GIL ALONSO – LOS MUERTOS JUEGAN A LA VIDA
—Tienes que dibujar con la tiza alrededor del cuerpo, con cuidado, sin
salirte; si no, no parecerá un muerto. Ahora tienes que buscar la sangre.
Mira, en esa pared hay unas gotas. ¡Oh! Allí hay una huella. Corre. Pon tu
pie al lado. Es muy grande. Tuvo que ser un hombre. Tenemos que poner
números al lado de las pruebas. Aquí. Aquí también. ¿Eso es un pelo? Puede
ser del asesino. El muerto es rubio y este es negro. Cógelo con las pinzas y
guárdalo para que lo analicen. Apúntalo todo en la libreta. Saca fotos de
cualquier cosa que veas. Agente, dejen pasar a los de huellas. ¿De qué crees
que ha muerto? Ponte a su lado y piensa mucho, míralo fijamente, arruga la
frente y de repente se te ocurrirá. ¡Eh, eh, no puedes moverte, estás muerto!
—¡Venga, chicos, ahora me toca a mí hacer de Castle!
576. IRENE ANGULO – SEDA VERDE
Una respiración entrecortada se intercalaba con el sonido frenético y
desesperado de unos tacones. El callejón se iluminaba intermitentemente por
las luces de los coches, dejando ver la silueta que se alejaba precipitadamente
de él. No tenía prisa, no llegaría lejos. Un mal paso y trastabilló. Su tobillo se
torció acompañado de un crujido y de un golpe seco cuando cayó al suelo.
Leves gemidos de dolor. El pañuelo de seda onduló en el aire con un vuelo
elegante. El color verde envolvió el delicado cuello de la chica y lo abrazó. Lo
abrazó con fuerza, como tantas otras veces había ocurrido. Notó el último
halo de vida que se escapaba con un definitivo intento de conseguir una
pequeña bocanada de aire. Las manos de uñas color carmín dejaron de
agarrarlo. Se levantó dejando a su compañera de juego bañada por la suavidad
verde. Había sido una de las mejores.
577. IRENE FDEZ–PEDRERA SANTOS – SIN TÍTULO
Otra vez escuchando estupideces, bromas sexuales o fanfarronadas de sus
conquistas. Maldita suerte soportar a este jefe. Pero no sabe mis intenciones,
llevo meses rondando la idea, se acabó, lo haré. Tras semanas buscando los
medicamentos para sofocar el deseo sexual, ya están inyectados en su botella
de agua. Qué risa en unos días... Eso pensé hasta la primera convulsión.
Cayó de la silla y se golpeó la cabeza: la sangre brotaba, se contorsionaba,
sus pupilas se dilataban y el sudor bañaba su ropa. Alguien intentó sujetarle
hasta que la espuma sanguinolenta comenzó a surgir de las comisuras de sus
labios. Un último espasmo y estaba muerto. Cogí la botella y la guardé, vi
suficientes series policiacas como para saber que encontrarían el agujero de la
jeringa. Lo extraño es que no sentí pena, ni miedo, ni siquiera repulsión; en
cambio, un insólito placer me recorrió, más intenso al sexual. Mi pesadilla se
acabó, me sentí liberada, eufórica. Esto podría ser solo el principio...
578. IRENE HERNÁNDEZ BORRÀS – SIN TÍTULO
Nieve. Frío. París ha amanecido bajo un telón de hielo, y la ciudad parece
más triste que nunca, al igual que ella. Su pelo, alienado, se agita frente a su
rostro y muestra, a destellos, unos ojos pardos que desbordan confusión.
Desesperada, alarga sus brazos en mi búsqueda, a la vez que un aliento gris
emana de sus labios, probablemente por última vez. Bajo la mirada y observo
cómo su vestido baila con el viento, que la envuelve enfurecido a medida que
se precipita. La vida se mueve por impulsos, y cada uno decide cuál desea
seguir. Sin embargo, esta vez soy yo quien decido el suyo. Y es con un
impulso como termino su camino. En su fin se hace diminuta, como sus
gritos, hasta que desaparece entre algodones. Hoy, en la ville lumière, se ha
apagado una luz.
579. IRENE MÁRQUEZ – EL RETO
No cerréis los ojos, puede ser muy peligroso. Tenéis que estar bien
atentos a lo que pueda ocurrir esta noche. ¡Tic, tac! El asesino de los sueños.
¡Tic, tac! Llegará con sus tinieblas a vuestra profundidad. ¡Tic, tac! Todos
están durmiendo. ¡Tic, tac! La ciudad viste de rojo. ¡Tic, tac! La policía nunca
le atrapará; al menos, mientras estén despiertos.
580. IRENE MARTÍNEZ VELA – PERSECUCIÓN
Respiraba agitadamente y avanzaba lo más rápido que sus piernas le
permitían. La gente interfería en su carrera, dificultando su persecución. Él
iba por delante de ella, demasiado alejado para su gusto. Obligó a sus piernas
a ir más rápido, intentando acercarse a él. Giró a la derecha y entró en una
calle vacía. Él se encontraba a punto de salir de la calle, pero esta vez no se le
iba a escapar. Apuntó con el arma en su dirección y gritó con fuerza:
—¡Policía! ¡Quédese donde está y levante las manos!
Pero no hizo caso. Levantó su arma y apuntó. Sonrió con malicia y
susurró algo tan bajito y rápido que no lo pudo entender. Su dedo se dirigió
al gatillo y lo apretó. Sonaron dos disparos, y el sujeto sonrió con gracia.
Aunque, como suelen decir, quien ríe último, ríe mejor. Su cuerpo cayó al
suelo y en su cara se notaba la sorpresa. Se acercó al cuerpo, alejó el arma y
sonrió. Aunque una solitaria lágrima se le escapó de sus ojos castaños. El
hombre que estaba a sus pies era su padre...
581. IRENE PAZ GONZÁLEZ – PSICO
Abrió la vieja puerta y allí estaba ella, al fin, pero no de la manera que él
deseaba haberla encontrado... En sus años como inspector, nunca se había
topado con nada igual. Tanta incertidumbre, tantas horas buscando
incansablemente a la tercera víctima de este macabro asesino (apodado
posteriormente como psico), a través de las pistas que este iba dejando.
Luchando, incluso en varios momentos, el inspector Rivas consigo mismo
para no abandonar la fe y darla por desaparecida, y todo ello para acabar en
este desenlace trágico. Ella estaba muerta desde el principio, la joven Amanda
era la tercera de una lista que, por desgracia, estaba todavía sin acabar.
582. IRENE PEREA ROMERO – ANOCHE
¡Ring, ring! Abro los ojos y, a pesar de la penumbra, me doy cuenta de
que estoy en mi cama, en mi cuarto. «¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿Qué
pasó anoche?», son las únicas preguntas que pasan por mi mente. Miro a mi
alrededor y todo parece estar igual que siempre, pero a la vez hay algo
diferente, flota en el ambiente una pesadez extraña. Suena un goteo lejano e
intermitente. Pongo la radio como cada mañana. Me levanto descalzo y voy
hacia el baño a oscuras. Escucho que hoy ha ocurrido algo, ha desaparecido
alguien. Es la chica de la cafetería que todos los días me saludaba y me
sonreía. Una pena, me caía bien. Justo antes de llegar a la bañera, piso algo
húmedo y pegajoso. «Qué raro, ¿me dejé ayer el grifo abierto?». Enciendo la
luz y lo veo todo rojo. Sigo el recorrido de la sangre y allí está ella, sin vida,
mirándome con los ojos vidriosos y vacíos... No puedo apartar la vista de su
cadáver mientras me pregunto: «¿Qué paso anoche?».
583. IRENE ROMÁN ARTIAGA – EL TENEBRISTA
La oscuridad de la noche devoraba la ya fría piel del cuerpo sin vida de
una joven sin nombre, tan hermosa como la libertad de la que una vez gozó.
Ahora, su nombre desaparece y abraza el olvido; el olvido de todo ser que
tiempo atrás contempló su rostro y conoció su historia. Pero no pasará
inadvertida; pronto los curiosos llegarán y se harán preguntas, pistas
inexistentes serán rastreadas entre la niebla hasta que la agonía y la frustración
devasten sus esperanzas, como siempre ha sucedido en nuestra vieja capital.
Ella permanecerá solo para mí, lo hará siempre en la obra maestra que esta
noche, la más oscura, terminó. Donde con pinceles dejó plasmado lo efímero
de su inocencia y el amor que siempre le profesé desde el momento en que
advertí su onírica mirada por primera vez, de una forma que el mundo
consideraría macabra, en la que nadie más apreciaría su auténtica belleza.
584. IRENE SÁNCHEZ – SUJETO C45TL3
Son muchas las cosas que se pueden hacer con unas tijeras, pegamento
líquido y canela. ¡Qué tiempos aquellos en los que matar era un oficio digno
y bien considerado por algunos! Algunas historias os fascinarían... Era una
noche oscura y fría —lo sé, típica de novela— cuando sabía que se me
presentaba por delante la misión de matar a los guardaespaldas del sujeto
C45tl3 y torturarlo hasta conseguir la información confidencial deseada.
Estaba en el lugar exacto, faltaban treinta segundos para entrar en el baño
desde el conducto de ventilación cuando oí un ruido delante de mí. Entonces,
la plataforma se rompió, y caí encima de uno de los vigilantes, dejándonos
aturdidos, pero pude reaccionar a tiempo. Eliminé a los objetivos, pero no
estaba el sujeto. Miré al techo, justo en el agujero del que había caído: se
podían ver unos rasgos femeninos apuntándome con un arma.
585. IRIA BARRERA FERROL – SIN TÍTULO
Una mañana de invierno, la cala más remota de la ciudad amaneció
abarrotada, llena de curiosos, periodistas y policías. En la roca más alta, se
advertía una figura colocada encima de una especie de mástil. ¿Quién podría
despedazar un cuerpo humano y clavarlo entre palos de aquella manera, como
si se tratase de un espantapájaros? El detective Aguirre se acercó al cuerpo y,
tras repasarlo detenidamente, encontró entre su pelo una diminuta partícula
de color amarillo; su experiencia le indicaba que se trataba de fibras de
moqueta, y su intuición le decía que sería fácil encontrar su procedencia... No
todo el mundo querría tener una moqueta de aquel amarillo tan vistoso, y él
conocía a alguien lo suficientemente extravagante para tenerla y lo bastante
desequilibrado para cometer aquella aberración, y esa persona se encontraba
entre los espectadores en aquel momento.
586. IRIS CRENDE FERNÁNDEZ – SIN DESCANSO
Luna nueva. Mi coche ha muerto definitivamente. Camino sin rumbo, y
la oscuridad me absorbe como arenas movedizas. Me detengo, alerta; se oyen
gritos, agudos, desesperados, entrecortados, que se debilitan poco a poco.
Silencio. Un hombre surge de la maleza, su ropa oscura casi oculta la sangre
que la impregna. Su cara: dos ojos sin expresión, fríos como el hielo. Ni el
calor de la vida que se lleva pudo hacerlos renacer, ni el cálido sentir de su
carne, ni su último suspiro pudo satisfacerle. Se dirige hacia su coche, pero
antes se desviste, mete la ropa en una bolsa y limpia los últimos restos de la
presa. Se marcha, como ignorando el suceso atroz. Su vida no se para, sigue.
Y entre la hojarasca, yace un cuerpo: muerto, pálido, semienterrado; envuelto
en un bucle temporal, donde el miedo, la desesperación y el horror se repiten
sin descanso.
587. IRIS GARCÍA CANSECO – PRÓXIMO ASESINATO A LAS TRES
Eran las diez al llegar a casa tras otro duro día en la comisaría. Un nuevo
caso del asesino al que los medios llamaban Conejo blanco, por el reloj de
bolsillo con la hora atrasada que hallábamos en la escena del crimen. En él
marcaba la hora de la muerte, y la policía siempre llegaba una hora después.
Siempre tarde. En esta ocasión, todas las paredes de la habitación estaban
cubiertas de sangre, y el cuerpo apenas era reconocible. Nunca el mismo
modus operandi y nunca el mismo tipo de víctima. Aquellos relojes parecían
ser la única pista que unía los casos. Me quité los zapatos y la ropa y me puse
algo más cómodo tras una ducha solitaria y reconfortante; una copa de vino
escuchando mi canción favorita aliviaría las tensiones del día. Miré la hora en
aquel viejo reloj; todavía eran las doce. Lo ajusté, salí de casa y me dispuse a
encontrar mi siguiente objetivo. Tenía tres horas de margen. Aún era
temprano.
588. IRIS NÚÑEZ – PERDIDOS EN EL INFIERNO
Es curioso cómo el oído se agudiza y los ojos se acostumbran
rápidamente. Recordaba el olor de aquel desván como si fuera ayer. Los
juguetes, desmayados, vencidos ante el paso del tiempo, parecían esperarme.
No quería volver, no podía volver a sentir aquello, pero hoy era distinto. El
falso valor que me daba el acero agarrotándose en mi mano y los años
malvividos no eran suficientes. Me estalla el corazón. No es posible. Ahí
estaba ella, en un rincón olvidado. Su larga melena tapaba un rostro
inmaculado. ¿Puede ser realmente ella? En el momento en el que mi mano
roza apenas el arma, ella desaparece. La música vuelve a mi cabeza; es
imposible olvidar aquella cancioncita infantil. Estoy fuera, el aire se
transforma en alivio. Subo en el coche y me aparto de aquel maldito lugar.
Enciendo la radio y no puedo creer lo que oigo... Sí, era ella, la canción
vuelve a sonar.
589. IRIS SIGÜENZA PRUJÀ – CALLEJONES OSCUROS
Elisa lo miraba, con esos enormes ojos azules, sabiendo que aquel
estúpido había caído igual que el resto de los anteriores. Ella amaba la noche,
cada milímetro. Pequeños callejones oscuros, huecos imperceptibles en las
paredes de ladrillo... Es cuando la ciudad duerme y cuando lo peor despierta
en ella. Las sombras le ayudaban y no le faltaba nada de valor. Derek era ya el
octavo. Los conocía en el mismo lugar, un simple cuchitril de bar donde todo
hombre desearía con su mayor intensidad tener una mujer a su disposición y
donde cualquier arma de mujer estaba al alcance. Así de fácil caía uno tras
otro. Les cortaba las manos, provocando así su posterior muerte al
desangrarse lentamente, y con ellas saciaba su sed de venganza hacia todo
aquel que tocaba una mujer con la misma tentación con la que le miraba.
Cada cadáver descansaba en un rincón de algún lugar que solo ella sabía. Mil
asesinatos sin sentido para rematar mil crímenes perfectos que quizás no lo
eran tanto. O tal vez sí.
590. IRMA PABÓN – ELA Y SUS AFECTOS
El mayordomo de la casa Brosnan, en medio del caos mortuorio,
recuerda que Ela, su hija y mano derecha, ha tenido el poder de derrocar los
cimientos de esta casa y, aun así, prefirió la dilección a la avaricia. Su familia
de sometimiento al final era su familia de sangre, y esto en la realidad revienta
las raíces sociales
591. IRMINA MERINO VIDAL – EL ÚLTIMO CASO
La inspectora Fernández sabía que su equipo no había sido lo
suficientemente competente el verano del 95. Sin embargo, ahora ya no estaba
tan segura. El caso había vuelto a abrirse hacía tan solo unos días y estaban
muy cerca de encontrar al asesino. Veinte años después, descubrirían a quien
había terminado con la vida del presidente del Gobierno y creado un crimen
casi perfecto. Casi, si no fuera porque la inspectora Fernández no había
contado con que habría formado tan excelentemente a su equipo antes de
jubilarse que serían capaces de atraparla y meterla finalmente en la cárcel.
592. ISA GALVACHE LIMA – PERDIDO EN LAS SOMBRAS
Sentí una gran opresión en el pecho, me costaba respirar. Solo deseaba
no haber nacido, que la tierra me tragase. Percibía sombras acercándose y
alejándose de mí, una voz me repetía una y otra vez: «Al fin se acabó tu
agonía, lo has hecho bien, chico». A la vez, otra hacía de mí un monstruo:
«Jamás volverás a sonreír, has jugado a ser Dios». Vuelve a sonar la primera
voz. Se ríe, se ríe... ¿Por qué se ríe? Deseo fervientemente que pare ya. Hace
un año me juré a mí mismo, Phillip Raid, que jamás volvería a desearle algo
así a nadie. Pensé: «Solo por estar perdido no significa que esté perdiendo.
Ahora me encuentro con la inspectora de policía más guapa del mundo y mi
mayor confidente, mi psicólogo el señor William Fisher, por arrebatarle a
otra persona lo más valioso que existe: la vida.
593. ISA LÓPEZ – SIN TÍTULO
Otro día igual para Clara, abre los ojos y ve la penumbra de la
habitación, había que levantarse para ir a trabajar, pero estaba tan bien en la
cama... En fin, no queda otra. Se levanta, pone los pies en el suelo y siente
frío... normal..., pero también mojado. «¿Se habrá meado el gato?», pensó.
No le dio importancia y avanzó por el pasillo. Se dio cuenta de que se había
dejado el móvil en la cama. Al volver, ve un rastro de huellas ensangrentadas.
«¡Pero qué co...!», pensó. Ahí estaba, una pierna ensangrentada asomando por
debajo de la cama. «No mires debajo, llama a la policía». Pero no llamó, no
miró, solo cayó herida de muerte.
—¿Por qué?
Desde la penumbra, apareció una mano retirando el cuchillo de la
espalda de Clara y diciendo:
—Atropellaste y mataste a mi hijo; te devuelvo el favor.
594. ISAAC ÁLVAREZ ÁLVAREZ – LA CRUZ
—Se acabaron las sorpresas, John —digo, mientras palpo la cadena con
forma de cruz que me regaló Amanda—. Eres nuestro.
—¿Qué hora es, inspector?
—Las doce y media.
—Yo no estaría tan seguro.
La puerta se abre, una brisa de aire caliente entra en la sala de
interrogatorios, interrumpiendo la fría atmósfera reinante.
—Inspector —dice el agente—. ¿Puede salir?
Me indica que hay algo en recepción para mí. Cuando voy hacia allí, me
cruzo con el agente Javier; me saluda con la cabeza. Al llegar a recepción,
tengo la sensación de que algo va mal. Cojo el paquete y veo quién me lo
envía. Es ese malnacido que me espera en la sala de interrogatorios. Y al
abrirlo, siento que todo da vueltas y que mi vida cambiará para siempre.
Corro hacia la sala mientras el contenido de la caja se desparrama por el
suelo: una cadena con forma de cruz y el dedo con la alianza de Amanda.
595. ISAAC BOTELLA SERRA – CLIC
Al principió aprendí que siempre hay un clic que precede al disparo.
Algo que no sirve para nada, pero que es muy útil para quienes nos
dedicamos a jugar a la ruleta rusa; por lo menos te da tiempo para decidir con
qué pensamiento quieres morir. En dos minutos, recibiré la pistola de mi
compañero, o lo que es mejor aún: me salpicará su sangre y eso querrá decir
que he ganado una vez más. Cada partida me permite vivir un año y, al
terminar cada una, me repito que es la última. Pero me encanta jugar. Un
momento, aquí viene la sudorosa pistola. Hay un minuto donde dejan
modificar apuestas, yo solo tengo que esperar apuntándome a la cabeza y ver
la sonrisa asustada de los que se han salvado. Hay uno que hasta se meó
encima antes de disparar. Espera, ¿eso ha sido un clic?
596. ISAAC PARRAS GARCÍA – LA NOCHE DE PESADILLA
Era una noche de Halloween en la ciudad de Cleveland; el detective
Robert y el compañero Dante vieron el primer caso de la noche en la calle
trasera de un hospital abandonado. La víctima mostraba indicios de forcejeo
en muñecas y marcas en el cuello de estrangulamiento. La forense, al llegar,
nos dijo lo evidente, que no llevaba muerta mucho tiempo, sacó sangre de las
uñas del cadáver, el asesino podría estar herido; la búsqueda de cualquier
culpable por la zona era inútil, puesto que había muchas personas disfrazadas
en Halloween. Caminamos hasta el coche cuando escuchamos un ruido en el
hospital abandonado; no tardamos en ir a investigar. Vimos el cristal roto y
de fondo risas algo alocadas, entramos por él y fuimos hacia donde se
escuchaban las risas: encontramos en un rincón a un hombre comiendo
chocolatinas con una camisa de fuerza rota y un arañazo en la cara; fue
detenido y llevado a un psiquiátrico.
597. ISABEL AYALA RODRÍGUEZ – FANTASMAS DEL PASADO
Richard se paró en todos los espejos camino a la sala de conferencias. En
uno se colocaba la corbata, en otro el pelo... hasta se le escapó una risita
traviesa cuando Helena, su nueva superagente soltó su enésimo suspiro de
exasperación. ¡Cómo disfrutaba sacando de quicio a esa mujer! En realidad,
era una estupenda agente y le había organizado la gira de presentación por
Europa, que, afortunadamente, llegaba a su fin. La sala de conferencias del St.
Regis tenía vistas al Arno y a la preciosa Florencia, y Rick se prometió volver
pronto con Kathy. En el salón abarrotado le esperaban los fans, la prensa y
algunos representantes culturales, aunque entre la multitud pudo distinguir
los ojos de la mujer que amaba, pero, no era ella, sino aquella que había
marcado sus vidas, pensaba mientras miraba fijamente a su difunta suegra:
Johanna Kathy.
598. ISABEL DA SILVA SOUSA – CRÓNICA
Se halló en aquel lugar oscuro, reconfortantemente familiar, y con la
certeza de que tenía que accionar la luz para encontrar lo que venía buscando.
Se iluminó la estancia y procuró ser silenciosa. Tanteó el sitio y allí estaba.
En el cajón del escritorio, podía sentir el objeto en su interior pidiendo
liberación. Al sacarlo, entendió las prisas de su jefe al pedirle ir al
apartamento de su exmujer; ella se había negado, pero, al final, había accedido
con la amenaza de despedirla por actos lascivos en la oficina si no lo hacía.
Observó el objeto pesado, de portada dura y hojas densas, con unas letras en
el lomo que anunciaban algo terrible, y se vio abriéndolo en acto desafiante.
Advirtió ruidos en la puerta. «Estoy perdida», pensó. Miró a su alrededor y
solo encontró una ventana que daba a un patio. Las pisadas que se oyeron no
eran las de una mujer. Fuertes y con decisión se acercaban a la puerta y no
pudo pensar; saltó.
599. ISABEL DÍAZ RUIZ – MADRUGADA SANGRIENTA
Un gran charco de sangre rodeaba el cuerpo de la chica. El asesino,
enfrente del cuerpo, observando la magnífica obra que había conseguido. Se
arrodilló ante ella y contempló su pálido rostro; de su bolsa cogió un ramo
de hortensias blancas, las colocó en su pecho y también una nota que decía:
Que descanse en paz. Le peinó con las manos su cabello desmelenado y con el
móvil de la víctima llamó a la policía. «Añadidme un crimen más», dijo e
inmediatamente colgó. Se alzó y empezó a andar pensando que había
cometido otro crimen perfecto, mientras a lo lejos yacía el cuerpo sin vida de
la chica con los ojos abiertos como si observase pidiendo auxilio. Ahora
buscaría su próxima víctima, pensando en qué le haría y cómo la asesinaría.
Una madrugada cualquiera para alguien como él, sangrienta y divertida.
600. ISABEL FERNÁNDEZ DOMÍNGUEZ – AMANECER
—Miró sigilosamente de lado a lado, procurando no agitar ni sus
propias ideas, y así no dejar constancia de su presencia. No quería omitir
ningún detalle, ni por alto ni por bajo. El recorrer ese estudiado terreno le
era tan familiar que casi le era atractivo, hasta que se inundaba su mente como
lo había hecho de sangre la extraviada bala de su SIG–Sauer. Nada previo era
comparado a ese instante, en que la frialdad no conseguía romperse ni con un
«Hey, detective, ¿quieres un expresso?», tan conocido y a su vez tan
inesperado, ya que los segundos posteriores le iban a marcar toda la vida.
¡Pum!, se escuchó, mientras su dignidad se extinguía al apretar ese gatillo,
eliminando tanto la única evidencia que restaba como la vida de su
compañero, ese que, sorprendido, veía su epílogo a manos de esa mañana de
otoño.
»Y esta es mi teoría de lo sucedido en Woodsvery Woods.
—Cuánto detalle; ¿qué has hecho esta vez, Bud?
601. ISABEL JIMÉNEZ GUTIÉRREZ – EL RETORNO
El detective Ross Silver apareció jadeando en el oscuro callejón, con su
inseparable ayudante Wilson Rodgers. Parecían alarmados, como si acabasen
de ver a la muerte misma. Cogieron el primer taxi que vieron y fueron a su
oficina.
—¿Cómo no hemos podido darnos cuenta antes? —gritaba Silver—.
Ahora tendremos que dar explicaciones a la prensa, y todo París pensará que
somos unos farsantes —añadía.
—Vamos a la redacción del periódico y se lo explicamos —decía
Rodgers.
Cuando entraron en el edificio, tan solo estaban dadas las luces de
emergencia, que parpadeaban de forma siniestra. Ross y Wilson encendieron
sus linternas y subieron por las escaleras. Cuando llegaron a la planta
superior, encontraron a todo el personal del periódico muerto, con un
cuchillo clavado en la espalda. Entonces, vieron escrito con sangre en la
pared: El juego ha comenzado. Los dos se miraron y dijeron a la vez
—Ha vuelto.
602. ISABEL NOTARIO – SIN TÍTULO
Lo recordaba como si hubiera sido ayer. Mi último caso, un suicidio,
aparentemente. Era la quinta vez que se me presentaba la abuela de la víctima,
suplicándome que lo investigara, así que decidimos reabrir el caso. Mujer,
treinta y dos años, divorciada, colgada en el salón de su casa, ningún indicio
de forcejeo o robo. Al realizar la autopsia, por el contrario, pude observar
ciertas marcas alrededor del cuello, de estrangulamiento. También
encontramos ADN de su exmarido en las uñas, pero, al interrogarle,
comprobamos que tenía coartada. Después de eso, no conseguimos nada.
Interrogamos a todo el mundo. Fueron semanas muy difíciles, exasperantes,
más bien. Entonces, caímos en la cuenta de que tenía los ojos cerrados, el
asesino la conocía y había dejado sus huellas al cerrárselos. Al parecer, la
víctima se había vuelto a ver con su exmarido en los últimos días; su nueva
novia lo descubrió y no debió de gustarle nada, por lo que decidió deshacerse
de ella para siempre.
603. ISOLINA GONZÁLEZ – SIN TÍTULO
Siempre quise ser policía. Ayudar a la gente, resolver crímenes, atrapar
asesinos. Mi padre y mi abuelo lo eran. Desde pequeño me criaron para ello.
Crecí escuchando las historias de los buenos dando su merecido a los malos.
Era un crío, la inocencia me cegaba y me impedía ver la realidad: ¡sobornos,
extorsión, corrupción! Nada de defender al ciudadano; lo que importa es
hacerse rico, vivir bien. Me llevó dos años descubrirlo, quitarme la venda.
Viendo el panorama, lo denuncié a Asuntos Internos: me llevé una
reprimenda de mis superiores y todo siguió igual. Intenté contárselo a mi
padre; a mi abuelo, también. «A veces hay que mirar para otro lado», decía
uno. «Ensuciarse las manos para impedir que gane el malo es parte del
trabajo», comentaba el otro. Acabé por perder la fe. Al menos, en mis dos
años en el cuerpo aprendí muchas cosas que ahora me son útiles: dónde
encontrar ciertos productos difíciles de conseguir; cómo ocultar tus huellas y
no dejar pistas; cómo deshacerse de un cadáver...
604. ISRAEL DÍEZ SANTACOLOMA – UN TRABAJO SUCIO
—Cielo santo —dijo Coughlin.
—Virgen santísima —dijo Dooley —. Debe de llevar muerta cuatro o
cinco días.
—No menos de una semana —le corrigió Coughlin—. Tiene el cuerpo
hinchado, como uno de esos globos que sobrevuelan el estadio durante la
final de la Super Bowl.
—¿Crees que ha sido ese cabrón que se dedica a estrangular prostitutas
por todo Brooklyn?
—De lo único que estoy seguro es de que es una maldita fulana de
treinta pavos el polvo —afirmó Coughlin.
—Registra el fiambre a ver si encuentras alguna identificación mientras
voy a dar aviso a los de la científica y al forense.
—Por el amor de Dios, Ray, siempre me toca a mí el trabajo sucio —
protestó Dooley—. Esto es asqueroso; con esta peste voy a echar la maldita
cena.
—Que te jodan, Jesse, pareces una jodida plañidera —dijo Coughlin—.
Está vez lo haré yo, pero mueve tu gordo culo hasta el coche, coge la puta
radio y da el aviso.
Dooley se dio la vuelta y se alejó como un rayo en dirección al Chevrolet
Caprice de color negro.
605. ISRAEL SANTAMARÍA CANALES – EL SUPERVENTAS
¡Cuántos afirman que no existe el crimen perfecto! Obviamente, si fuese
de dominio público, dejaría de serlo por su propia definición. Pero ahora, al
borde de la muerte y con una enfermedad terminal destrozándome desde
dentro, lo diré alto y claro, rebosante de orgullo: yo he cometido no uno,
sino trece crímenes perfectos. Y, no contento con eso, los incluí como
asesinatos ficticios en mi saga de novelas policíacas protagonizada por el
detective Augusto Núñez de Mendoza. Todos los detalles, sin excepción,
podrán encontrarlos en mi nuevo libro, que verá la luz a título póstumo. ¿Por
qué no llevarme el secreto a la tumba después de haber sido tan cuidadoso
durante años? La duda ofende. Primero, por ego. Segundo, porque el morbo
convertirá mi último trabajo en un best seller de los que hacen historia. Mi
testamento, mi confesión..., la última aventura de Augusto... y también la
mía... Atentamente: XXXXXXXXXX.
606. ISRAEL SANTAMARÍA CANALES – UNA FECHA ESPECIAL
El teléfono de la inspectora Fillmore recibió un mensaje de texto de un
número privado: Chippewa Lake Park, Cleveland. Hora de la muerte 8:43 a.
m. No dudó en acudir. Solo eran las 9:13 a. m. cuando el cadáver de una
joven yacía sobre el suelo helado de aquel parque de atracciones que había
cerrado sus puertas hacía casi cuarenta años. La joven había sido degollada, y
su cuerpo seguía caliente. Sujetaba algo en la mano, parecía un trozo de metal.
Entonces lo vio, había una fecha tallada, que tenía forma de medio corazón;
19–7–12. «Una fecha especial», pensó. Tras investigar la zona, encontró la
documentación de la chica. Anne Maroon, veintiún años. Y el móvil desde el
que se había mandado el mensaje. De repente, la pantalla del móvil cambió:
Love kills. Antes de poder reaccionar, oyó un disparo. Eran las 9:52 a. m.
cuando encontró el segundo cadáver. Un joven, suicidio. Tenía un trozo de
metal en la mano, con forma de medio corazón y una fecha tallada: 19–7–12.
Una fecha especial.
607. IVÁN CORTES – SANGRE DE MI SANGRE
La noche era bella, puedo recordarlo. Vi la luna en el momento en que su
mano hizo estragos en mi cuerpo, con algo que no pude observar. Mi
corazón retrocedió, un poco. Quería pedirle perdón, pero ahora tenía que
vivir otra vida con ella, porque gracias a mí era así. Mi sangre, su sangre, se
difuminó en las calles oscuras, a la vez que mi cuerpo se convertía en nada.
608. IVÁN JIMÉNEZ MARTÍN – LA NOTA DEL MARCO
La inspectora Ana acude en compañía de su sobrino Iván, de diecinueve
años, que en esa mañana estaba a su cargo, al piso 3 de la calle Mina, tras
recibir un aviso de un posible asesinato. El cadáver aparentaba unos
veinticinco años, vivía en un piso mediocre con poco más que un ordenador.
Según los vecinos, Raúl era un chico tranquilo que se dedicaba a la
informática y no recibía apenas visitas. Iván, entusiasmado por ayudar,
descubrió una nota que se escondía tras el marco de una foto, en la cual había
escrito varios símbolos mayas que nadie consiguió descifrar, excepto él. Al
parecer, eran las iniciales de un grupo mafioso de la ciudad, e Iván los
conocía de cuando se les relacionó con el asesinato de una profesora suya,
cuyo caso no se cerró. Tras investigar, Ana se dio cuenta de que esa profesora
de la que hablaba su sobrino era la madre de Raúl, y que este los investigaba
para sacar a la luz todos sus asesinatos. Gracias a Raúl y los datos recogidos,
la inspectora consiguió encerrarlos.
609. IVAN TAUB – SORPRESAS DE LA NOCHE
Jorge va caminando por la calle en una noche de invierno con viento
suave y gélido, cuando de repente divisa en el fondo del callejón una silueta de
un hombre golpeando con su mano a otro en el suelo; al distinguir la punta
de una lanza ensangrentada, pensó que estaban matando a alguien. No lo
dudó; sin más, se abalanzó sobre esa figura, gritando para llamar la atención
de los vecinos que se encontraban en sus casas. Al llegar, se encontró con un
vagabundo, joven y malherido; se acercó y al verlo lo entendió todo: el
vagabundo quiso coger una manta de la terraza del primer piso con una lanza
que estaba tirada; al intentarlo, dio un mal golpe, la lanza se partió en su
cabeza, disparando la punta para un lado y el palo para otro, y la manta
quedó a medio caer, con lo que el movimiento del viento provocaba que
pareciese que estaban matando a alguien.
610. IVÁN MÁRMOL RIVERO – RESACA
Luz, ruido blanco y un sabor amargo; lo único que era capaz de captar
con mis sentidos. Poco a poco, voy recobrando la consciencia y consigo
ubicarme en el suelo de mi apartamento. Me levanto y, de forma errática, con
un punzante bombeo en mis sienes, puedo llegar hasta el baño, solo para que
las náuseas me hagan abalanzarme sobre la taza del váter. Con la ayuda de los
muebles, puedo alcanzar el lavabo, abro torpemente la llave y empujo el agua
contra mi cara, me la llevo a la boca, esperando librarme de ese sabor tan
amargo que me invadía. Me sorprendo al notar que, lejos de refrescarme, el
agua me transmite un gusto cobrizo, algo salado. Observo mis manos
mientras mi visión se vuelve de forma gradual más nítida y puedo apreciar
una seca cobertura, de un rojo oscuro casi granate que, al contacto con el
agua, la tiñe, formando manchas que flotaban hasta colarse por el desagüe. En
ese momento, mi desordenada y ruidosa cabeza solo podía hacerse una
pregunta: ¿Qué he hecho anoche?
611. IVETTE SANJURJO – LOS SECRETOS...
Sofía estaba en su casa cuando de repente llamaron a la puerta; abrió y
había un paquete, dentro había una rosa. La olió y la rosa soltó un gas
mortífero, que la hizo derrumbarse en el suelo. El que entregó la rosa entró
en la casa y llamó a emergencias. Cinco minutos después, vinieron unos
cuantos policías y ambulancias. Cuando llegaron, vieron a Sofía en el suelo;
el capitán James vio algo raro en la alfombra, la vio mojada, se acercó y notó
el olor a lejía. Sospechaba que aquella alfombra debería contener ADN del
asesino o alguna pista importante. Lo que él no sabía era el pasado oscuro de
esa alfombra y de su dueña. Allí habían pasado miles de cosas.
612. JACK SPENCER SPÓSITO – REFLEJO DE UN ASESINATO
Era una noche oscura y poco concurrida en Nueva York. Un hombre
iba caminado hacia, probablemente, su apartamento, cuando una sombra salió
de la nada y, en un charco, se reflejó el asesinato de ese hombre, mediante un
disparo. Tras caer el hombre al suelo, una sombra salió corriendo por un
sombrío callejón. Ya al amanecer, aparecen la espectacular inspectora de
policía y su astuto compañero, Rick. Al esquivar a la multitud y bordear la
cinta de policía, la inspectora Kathy pregunta por el cadáver. Ya en la
comisaría, uno de los ayudantes le dice que un testigo vio a un hombre, pero
justo, cuando cambió de calle, desapareció. Tras apuntar Rick sus peculiares
teorías, el ayudante de la inspectora le dice que ayer leyó una revista en la que
se hablaba de un hombre que desaparecía sin más. Tras leerlo, la inspectora
decidió ir al lugar del crimen. Allí, de repente, apareció una sombra a la que
Kathy le dijo:
—¿Por qué, papá?
613. JACKIE VEYRETTE – DÉJÀ VU
Temblaba de frío, mi cuerpo me parecía pesado; sin embargo, tenía la
sensación de que flotaba en el aire. El ruido de unos pasos apresurados llamó
mi atención: ¿quién se atrevería a pasearse en esta gélida noche y a esta hora
tan tardía? Vi una sombra y, a la luz de la luna, apareció una cabellera rubia.
De la nada surgió una segunda sombra, imponente, bloqueando la entrada
del callejón. Sabía muy bien que la lucha sería corta y desigual, ¡no había
ninguna escapatoria! ¡Conocía perfectamente este callejón sin salida! Sentí el
contacto de la pared fría contra mi espalda y el dolor de la hoja en mi pecho;
la vida que se escapaba de mi cuerpo podía imaginar la incomprensión y la
sorpresa en el rostro de esta desconocida. ¡Yo misma había sido la primera
víctima de este loco asesino!
614. JADEITOR JADE – EL CHALECO
—¡Suba al coche, Rafael!
—¡Qué teatralidad! Empezamos bien. ¿Dónde vamos? Lo que más
ilusión me hace del premio es el chaleco. ¡Es broma! ¿No pensáis hablar? Ya
entiendo, el sigilo y el misterio del premio, pero digo yo que en este coche
podríamos actuar con normalidad hasta que lleguemos.
—¿Dónde está Bonaparte?
—¿En París? ¿De qué habla? ¿Venís de AXN? ¿Quiénes sois?
—El móvil que lleva era de Bonaparte. ¿Por qué lo lleva usted?
—¿Este móvil? Me lo han dejado en la tienda de reparación mientras
arreglan el mío. ¿Esto va en serio? ¿No sois de AXN?
—No. O nos da una explicación razonable de por qué lleva ese móvil o
se va a meter en un lío importante. Nuestro compañero ha desaparecido y
usted lleva su móvil. Vamos a una comisaría del centro de Madrid.
—¿A una comisaría? ¿Ahora? Adiós al chaleco.
615. JAIME AIT MORILLO – CADA MAÑANA
Cada mañana me encanta escuchar el canto de los pájaros. Ella ha
preparado el desayuno: tostadas, beicon, huevos, café. Siempre la primera en
levantarse. Odio, cada mañana, el griterío infantil al despertar, las risas y el
entusiasmo de la inocencia. Juegos matutinos previos a la jornada escolar.
Furia. Cada mañana, la sangre. Calma. Cada mañana. Sonrío.
616. JAIME ALONSO – MUTIS
¿Bala en la cabeza? Trabajo. ¿Puñalada en el corazón? Amor. ¿Un extraño
pitido resonando en su apartamento? MacGuffin. Solo tocó el frío suelo y
voló del golpe rompiendo la mesa y rodando sobre los cristales
desperdigados, pero ignoró su cabeza, su costado y el dolor, abalanzándose
al acercársele lo suficiente. Ahora fue su rodilla doblándose en el sentido
opuesto. Gozó del sonido de su cabeza contra el suelo, pero el dolor regresó
con la presa en su costado. Golpes repetidos hasta quebrar el cráneo. Los
dedos se aflojaron. En shock siguió el pitido hasta el cajón de su despacho, en
donde guardaba la prueba de su último caso. Lo cogió y el pitido cesó.
Regresando al salón, se lo encontró vacío y en silencio, salvo por el goteo de
la sangre cayendo del libro en su mano dolorida. Deadly Heat. Cráneo
destrozado. Rodilla doblada en el sentido opuesto. Calvo, gigante, aterrador.
La viva imagen del cadáver de su último caso.
—¿Cómo es posible? Ella es la asesina... ¿¡Una semana más tarde!?
617. JAIME HERNÁNDEZ JIMÉNEZ – LA TRIADA PERFECTA
—Señoría, es evidente que el acusado mató a la víctima.
—Inspector, ¿en qué se basa? No hay restos de pólvora en sus manos,
tampoco tenía un móvil para matar.
—Señoría, éramos tres hombres en la sala, la víctima y sus dos
sospechosos, solo un asesino. Se apagaron las luces y sonó el estallido;
después, se oyó un cuerpo golpeando contra el suelo, se encendió la luz y ahí
estaba el cadáver, y a unos metros, el arma sobre una mesita de café.
—Así es, ambos acusados coinciden en eso, pero usted tenía pólvora en
las mangas de su camisa, sin motivo evidente, de acuerdo, pero era su arma.
No puede parecer más culpable.
—Precisamente por eso. Nadie es tan idiota, llevo muchos homicidios a
las espaldas y creo que sabría qué hacer para evitar la cárcel.
Tres horas después, el inspector fue declarado inocente, y el otro
sospechoso ingresó en prisión; a los tres días, se suicidó. Tres meses antes,
este se había acostado con la mujer del inspector.
618. JAIME ORTEGA – MUERTE EN EL LAVADERO
Yo soy Laura. Un día me desperté sin poder moverme, y en ese
momento, recordé por qué estaba escondida en el armario... Esa misma
noche había oído un ruido y creía que alguien había entrado en mi
apartamento. Después, oí una voz de mujer que gritaba pidiendo ayuda,
sonaba como la voz de mi hermana. Salí rápidamente del armario y fui
corriendo hacia la cocina; después, vi a mi hermana muerta en el lavadero y
me puse a llorar. Y desde ese momento, me convertí en policía.
619. JAIME VÁZQUEZ POVES – PACTO DE SANGRE
Aquella noche llegué a casa y la puerta estaba abierta. En la cocina
encontré una nota. Las llamé a voces. Recuerdo el frío y la luz de la lámpara
del techo a medio fundir. Leí el mensaje. Decía que si quería recuperar a mi
mujer y a mi pequeña debía asesinar al comisario, al de recursos humanos y a
la asesora legal. Rosa, eres mi única amiga en la comisaría. Espero que
entiendas por qué has tenido que morir. Lo siento.
620. JAIONE DEL CORTE – PRÓXIMA ESTACIÓN, ONIRIA
8:40, suena el teléfono, una voz al otro lado susurra la ubicación exacta
de un cadáver: Lincoln Avenue 63. El sexto en seis meses, a escasos metros de
la comisaría, como en ocasiones anteriores. El cadáver muestra claros signos
de violencia: le han cortado las manos y la lengua; parece un ritual satánico.
Para nosotros, se trata de un asesino en serie más. Nunca deja huellas, y sus
llamadas proceden de distintos móviles prepago, lo cual dificulta la
investigación. Brad, mi compañero, me mira angustiado: «El sexto, Ed. ¡El
sexto! ¡Se está riendo de nosotros!». Quizá debería darle la razón; al fin y al
cabo, el patrón se repite una vez tras otra: la llamada, la ubicación, la hora del
café. Claro, que nuestros pasos también lo hacen, como si de un déjà vu se
tratase, y cada vez es más complicado confiar en alguien.
621. JARA SANTURDE – SIN TÍTULO
Cuando Lucas se despertó esa mañana, no esperaba recibir la llamada de
la policía informando de que su amigo Josh, desaparecido desde hacía meses,
había sido hallado en un almacén cercano. Llevaba tanto tiempo buscando que
había perdido toda esperanza de encontrarle vivo. Su amigo estaba en el suelo,
con un disparo en el pecho y unas monedas alrededor, sello de una secta. La
policía no haría nada; en ese barrio no importaban un chico muerto ni una
secta, y Lucas sabía lo que pasaba, ya que habían trazado un plan para
husmear por el escondite de esa secta. Escuchaban rumores sobre que el
padre de Lucas era el líder, y los muchachos no tardaron en investigar. Días
después, Lucas decidió espiar a la secta y lo que escuchó le dejó petrificado:
habían matado a su mejor amigo por un cuadro desconocido, que escondía
grandes y peligrosos secretos...
622. JAU GIMENO SIMO – CÓMO SOBREVIVIR AL CRUEL TEATRO
DE LA VIDA Y SU EMPEÑO EN BAJAR EL TELÓN
No sería una noche fácil; sentí como la oscuridad recorría mi cerebro.
Solo habían transcurrido dos días de su pérdida, pero a mí me parecían diez,
cien, mil años, una eternidad; me deterioraba al ritmo del alcohol, las drogas
y las tres cajetillas diarias de veneno rubio que quemaban mis pulmones,
pudrían mi hígado y apolillaban todas las neuronas que encontraban a su
paso..., pero este infierno estaba a punto de terminar, y yo, de recuperar mi
vida. Por la mañana, el destino llamó a mi puerta, o más bien Jhon, el cartero,
quien me traía una nueva carta. ¿Otra demanda...? Todo parecía rutinario
hasta que pronunció: «Rick, no tires el sello, sale el Beacon theater y me
falta»... ¡Claro, el Beacon!, ¿cómo no se me había ocurrido antes? Sabía que
hasta las ocho nadie podía atenderme, decidí ir, pero mi reloj alargaba el
tiempo, llegué, subí, corrí... y sin aliento en un rincón oscuro de objetos
perdidos estaba mi amado iPhone... y con él la agenda de mi jefe, el bueno de
Al...Capone; ¿quién si no?
623. JAUME GIRONELLA – CASO X
Un acto rebelde en un callejón oscuro lleva a un hombre a morir
apuñalado fríamente por la espalda, sin poder siquiera articular una última
palabra. Cuando el sol alza su manto brillante sobre la tranquila ciudad, una
mujer encuentra el cuerpo inerte y ensangrentado, desgarrando el aire
matutino con un grito de terror. Una llamada asustada alerta a la comisaría,
movilizando a oficiales con gruesos uniformes al lugar del crimen, llevando
con ellos un fuerte olor a café y vainilla. Forenses y detectives observan,
buscan y memorizan cualquier indicio, cualquier fallo que el meticuloso
culpable pudiese haber obviado. Posteriormente, una sala blanca, una mesa de
madera y un interrogador exigente confunden e intimidan a más de uno.
Hasta el momento clave en el que un error inocente y una acusación clara
conducen al caso a un lugar realmente prometedor, con una sola respuesta y
un solo culpable.
624. JAUME XAVIER NOGUERA I CUART – LA PESADILLA DE LA
NIÑA
Durante el sueño profundo de una niña, alguien entró en su habitación
y, sin saber lo que ocurría, gritó. Sus padres enseguida vieron que la niña
había desaparecido y sin dudarlo llamaron a la policía. Al llegar, no
encontraron más que las huellas de la familia y el collar de la niña. Mientras la
detective interrogaba a los padres, tristes y pensativos al intentar imaginar
cómo ocurrió y al pensar en lo mal que estaría la niña. Entre tanto, del garaje
de la casa de verano familiar no dejaban de salir gritos de socorro, pero nadie
los podía escuchar. La policía no cesaba de buscar algún tipo de información
para encontrar al maldito sinvergüenza que la raptó. Una noche, el vecino de
la casa de verano vio entrar a un hombre en la casa, lo siguió hasta llegar a
una habitación escondida y de repente escuchó: «¡Papá, otra vez, no!».
625. JAVI DOMÉNECH – EL REGRESO DEL CAPITÁN MONTGOMERY
Un día, Rick y Kathy estaban investigando el caso de la reciente
desaparición del capitán Montgomery. La capitana Tate les dice que acaba de
llegar su mujer, que quería hablar con ellos. Esta les dijo que Montgomery
tenía un chalet en una montaña donde tenía copias de su archivo policial.
Cuando llegaron, abrieron la puerta de una patada y bajaron al sótano,
entraron a la cueva, vieron una mesa con el archivo y al fondo, unas escaleras.
Vieron una puerta, donde por debajo había luz. Al entrar, descubrieron que
en ella estaba Montgomery vivo. Había sobrevivido al tiro que le pegaron en
el pecho.
626. JAVIER ANDREO MORENO – PRUEBAS EVIDENTES
Detesto cuando hay algo que no encaja en un caso. Tenemos un cadáver,
Mariano Torres, un empresario al que la vida ha tratado demasiado bien,
hasta esta mañana, cuando un tipo ha entrado en su casa y le ha apuñalado.
Un coche patrulla llegó al poco, avisado por la esposa del muerto, Elena
Castro, encerrada en el cuarto de baño. ¿El motivo del crimen? El asesino,
Tomás Ríos, era su amante. Crimen pasional, simple, sencillo, típico. ¿Y por
qué no encaja? Pues por la versión de Ríos. Él asegura que Castro le pidió
ayuda, que estaba en peligro porque Torres los había descubierto. Ríos llegó
y lo vio cubierto de sangre, y lo mató. La sangre era del propio Torres, un
corte al afeitarse. Castro asegura que Ríos miente, y le culpa de todo. Ahora,
ella se va a forrar, y él va a ser juzgado por asesinato. ¿El crimen perfecto?
627. JAVIER CAMPILLO – EL SUMILLER
Soy médico forense y examino a la última víctima del asesino en serie
conocido como el Sumiller. El cadáver de ese psicópata, con la cabeza
destrozada por un disparo de escopeta, yace a pocos metros. Él asesinó a Eva,
mi ayudante. En parte fue culpa mía, porque le comenté que las heridas de las
víctimas parecían haber sido causadas con un sacacorchos como el que usan
los sumilleres; pero fue ella quien se lo contó a un supuesto amigo,
periodista, y este publicó la historia y citó su fuente. Todo el mundo, hasta la
policía, empezó a llamarle el Sumiller. Y a él no le gustó nada.
—¡Tenían que llamarme el Hijo del Diablo! —ha confesado antes de
volarle la cabeza.
Miro mi reloj y calculo la hora aproximada de la muerte de su última
víctima. No queda mucho. No puedo detener la hemorragia. Duele y tengo
frío.
628. JAVIER CLIMENT JORDAN – SUEÑOS DEL PROFUNDO SUR
Allí estaban todos. En formación. Plantados en mitad de la calle como si
aquello fuera una plantación del profundo sur. Pensó entonces en el terror
que debieron sentir aquellos negros desgraciados al ver aquellos uniformes
del Klan tan blancos con aquellas capuchas imponentes. Algunos llevaban
palos de metal, otros cruces de madera. Sus antorchas iluminaban la noche,
dándole toques anaranjados. Pensó también en Dolores. Su Dolores. Él
estaba preparado para cambiarlo todo. Con Matilde, su calibre 45 bajo el
brazo, dispuesta a invitar a deliciosos combinados de plomo y pólvora al
primer desgraciado que se moviera. El que debía ser su líder se adelantó.
Con su traje barato y barba de cuatro días, no parecía rival para Henderson.
Sin piedad, pensó él. Empieza el baile. De repente, una mano en su hombro.
Una voz amarga:
—¡Manolo, Manolo! Despierta, que está hablando el alcalde...
«¡Bienvenidos a la Semana Santa!».
629. JAVIER DE PABLOS – SIN TÍTULO
Veinte segundos. A Jack le tiembla el pulso como el primer día en la
academia. Una gota de sudor cae sobre su codo. Parpadea un ojo y vuelve a
su posición inicial. No está cómodo.
—Jack, recuerda que la prioridad es mantener vivo al presidente —le
dice el inspector Kenney.
Quince segundos. Todo se resume en un microsegundo... Y Jack lo
tiene en su dedo índice. Se quita el transmisor de la oreja izquierda. Diez
segundos. Gritos de júbilo. Nadie sabe lo que puede pasar. El presidente
Henk sigue aplaudiendo y Jack lo ve como si fuese a cámara lenta. Bajan las
pulsaciones. Cinco segundos. Todo se nubla en su mente. Solo piensa en
estar con su familia a salvo. Quiere irse de allí, pero antes tiene que terminar
el trabajo que le encargó Millner. Mantiene la respiración, se queda inmóvil y
fija el objetivo. Calibre 50. Barrett. Cero segundos...
630. JAVIER FRANCO – ABEJAS EN EL ASCENSOR
Recibimos un aviso procedente del 220 de John Street. Llegamos y nos
recibe el portero, un ascensor se quedó atascado y, al reanudar la marcha, un
hombre yacía muerto por un infarto a consecuencia del pánico. Dentro del
ascensor, se había quedado atrapado el muerto; su mujer, que le acompañó en
todo momento; y el hermano del portero, apicultor y socio del fallecido. El
muerto tiene varios arañazos; dicen que debido al pánico se comenzó a arañar.
Tomamos las huellas del lugar, y el forense se lleva el cuerpo para realizar la
autopsia. La misma noche, el forense nos dice que hay grandes niveles de
apitoxina en su organismo y entre tanta marca hay un pinchazo. Picamos a la
puerta, no nos abrían, entonces miramos en la parte trasera, vemos a la mujer
besándose con el hermano del portero. Los llevamos a comisaría, y ella nos
confesó que su marido era un monstruo, la pegaba cada día. Él entró, ese día,
en el ascensor violentamente y lo detuvo. La dosis de apitoxina fue mortal.
631. JAVIER GARCÍA CUESTA – MUERTE EMPAPADA EN ALCOHOL
Javier, sentado en un sucio taburete frente a la barra de una tasca, se
tambalea borracho mientras apura el quinto gin–tonic. Abandonado por su
mujer, harta de estar sometida a la presión generada por la importante y
secreta investigación del inspector, intenta ahogar las penas y los nervios en
alcohol. De un trago, vacía el mugriento vaso y, con desprecio, solicita un
nuevo combinado, próximo al agua de colonia. Sin embargo, el camarero
considera que ya ha bebido demasiado e, ignorándole, accede a la parte
trasera del local en busca de alguna mercancía rancia. El policía saluda al
hombre que se sienta a su lado y baja la vista hacia su copa; no siente el frío
acero de la navaja con que su compañero de barra le rasga la garganta. Se
desploma sobre un charco de sangre; alcohol barato y serrín. «No quedarán
impunes», piensa Javier al morir.
632. JAVIER JIMÉNEZ – EL COMPAÑERO
Abrió la agenda para buscar el nombre de su nuevo compañero, aunque
siempre le sobró la compañía. Cuando la necesitaba, recurría a prostitutas y
whisky barato para solventar sus quince minutos de melancolía. Pero trabajar
con alguien era otra cosa, para eso no estaba preparado. Además, su
compañero le parecía un indeseable. Volvió a la agenda y buscó desde atrás,
con desidia. Los nombres que llenaban las páginas eran de los hampones a
los que había echado el guante o de los desgraciados a los que su arma puso
freno. Pero el de su compañero seguía sin aparecer. Continuó peregrinando
por el índice de su libreta. Despacio, hacia adelante. La g... la c... hasta que le
detuvo un nombre. Estaba seguro de que era el de su nuevo compañero. Lo
leyó casi balbuceando. Al–zhéi–mer. Entonces, recordó que no debía olvidar.
Bebió un trago. El último. Levantó su arma y disparó.
633. JAVIER LASOBRAS – CIERZO
Era un día de cierzo en Zaragoza, y la chica iba al trabajo apartándose el
largo pelo de la cara. Entró al laboratorio, se quitó la chaqueta de lana y se
preparó para empezar la jornada. Justo cuando se disponía a girar la válvula
del gas que estaba apoyada sobre la estructura metálica, se oyó un grito y una
fuerte explosión. En unos minutos, llegaron los cuerpos de seguridad a ver
qué había sucedido. Una vez cumplidos los protocolos de evacuación, cierre
de gases y corte de electricidad, la policía se puso a investigar el lugar. Cuál
fue su sorpresa cuando comprobaron que todo había sido fruto de la
casualidad. Resultó que una fuga de gas junto a la llave y la carga electrostática
que la chica había acumulado y descargado sobre la superficie metálica habían
sido las responsables de la explosión.
634. JAVIER MARTÍNEZ SEGURA – RELATO DE TERROR
Ya lo había repetido como unas treinta veces: primero, por teléfono;
luego, al agente que se desplazó al lugar; a las dos inspectores que llegaron
después, y ahora estaba sentado frente a esa extraña pareja: él con aspecto de
insufrible playboy, y ella, demasiado inteligente para ser solo otra inspectora.
Jake todavía no entendía lo que había presenciado aquella noche. Salía como
cada vez medio tambaleándose por la puerta trasera del pub cuando vio cómo
aquella figura sacada de una historia de terror se desprendía del cuerpo de la
chica. Era como si la hubiera dejado seca, tenía la cara completamente lívida,
tan solo la sombra de lo que había sido. Aun así, lo más increíble para Jake
era que después de aquella traumática escena, ese hombre, el tal Rick, parecía
encantado de pensar que todo aquel horror fuera perpetrado por un vampiro;
menuda noche de locos.
635. JAVIER MIRANDA MARTÍNEZ – CUANDO RECUPERÉ LA
MEMORIA
Desperté con los primeros rayos del sol en un pequeño, oscuro y sucio
callejón. En los diez años que llevo trabajando como investigador privado,
nunca había vuelto a recaer en mi vieja adicción al alcohol, adquirida en el
Cuerpo de Policía. Mientras me aseguraba de no tener lesiones físicas, pensé
en el caso que estaba investigando: mi exmujer me había contratado para
investigar los sucios negocios de su actual pareja. Decidí ir a verla, sabiendo
que, al hacerlo, mis recuerdos junto a ella me dolerían más que el haber
pasado la noche tirado en plena calle. Sin embargo, al tenerla delante, lo que
me vino a la mente fue todo lo ocurrido la noche anterior. En este momento,
solo me queda esperar que ella vuelva conmigo ahora que se ha quedado
viuda, y espero que ni la policía ni ella descubran jamás al autor del crimen.
636. JAVIER MP – EL CAZADOR
El cadáver chamuscado yacía tumbado sobre un mar de agua roja que se
cobijaba en las entrañas de un apestoso callejón. Jason miraba fijamente con
sus ojos marrones, su espesa barba negra y su resplandeciente calva besada
por las primeras luces del alba.
—¿De qué ha...?
Un ruido atronador llamó su atención. Jason corrió hacia el ruido; Jessi,
la nueva forense del departamento, lo siguió. Sus cabellos rojos danzaban al
ritmo de sus pisadas. A la vuelta de la esquina, un hombre delgado intentaba
escalar una alambrada.
—¡Yo no he hecho nada!
—No lo parece —dijo Jessi.
—Fue el inquilino del quinto... Yo lo vi.
Subieron al quinto piso con aquel tembloroso hombre vestido igual que
el cadáver. Les explico su pasión por coleccionar moscas. Para ello utilizaban
lámparas ultravioleta que «conectaban» a las farolas. Entraron dentro.
Encontraron una barra de hierro con sangre y a un hombre divagando.
637. JAVIER NIETO ESQUINAS – ¿SUICIDIO?
Allí estaba ella, tumbada en el suelo, inerte y fría como el hielo seco, no
se veían signos de pelea; significaba esto que finalmente lo había llevado a
cabo, se atrevió. Pese a que me lo había comentado alguna vez, nunca llegué a
pensar que iba a ser capaz de realizarlo, era impensable que ella, tan simpática,
alegre y soñolienta, se arrebatara la vida... No, esa no podía ser ella. Pero
demostrándome una vez más lo bien que me conocía, había dejado una carta;
los nervios me impedían leerla, pero el corazón me obligaba a hacerlo. En ella
no ponía nada respecto a por qué lo había llevado a cabo, a por qué terminar
así con la vida de un ser maravilloso. Pese a ello, al terminar de leerla, lo
comprendí; realmente no había sido un suicidio, sino un homicidio, ella era
la asesina y yo la víctima. Una asesina fría y calculadora, digna de un libro de
Richard Castle que había conseguido matarme estando en vida y sin tan
siquiera levantar un arma; le había bastado con una simple pluma.
638. JAVIER PÉREZ DE COS – OTRA VEZ ESE EXTRAÑO RUIDO
Aún recuerdo esa lluviosa tarde de abril. Sería en torno a las diez, cuando
de repente sonó el timbre. Extrañada, me levanté del sillón, depositando el
libro encima de la mesa. Agarré el frío picaporte de la puerta y la abrí unos
centímetros. Menuda sorpresa, allí no había nadie, la calle estaba desierta.
Pensando que el ruido había sido fruto de mi imaginación, regresé al salón y
retomé la lectura. No había leído apenas tres hojas cuando el timbre volvió a
sonar. Esperé inmóvil con la esperanza de que no se repitiera. ¿Quién podría
ser en un día como este? Tal vez fuesen los hijos de mi vecina gastando una
broma o alguien que necesitara mi ayuda. Pero entonces, ¿por qué se había
escondido? El mismo ruido interrumpió mis reflexiones. Sigilosamente,
avancé hacia la puerta; de nuevo, allí no había nadie. Salí al porche para tener
más visión y, entonces, el timbre volvió a sonar. Sobresaltada me giré y fue en
ese momento cuando me di cuenta de que este se había estropeado a causa de
la lluvia.
639. JAVIER ROMERO BURGUEÑO – LA MUERTE CAMINA
CONMIGO
Redención. Es con lo que sueño todas las noches desde que maté a mi
primera víctima. Su nombre está marcado a fuego en mi mente desde aquella
fatídica tarde. Después de robar un banco, cuando pensaba que ya estaba todo
hecho, que no pasaría nada, tuvo que aparecer él. No tenía escapatoria: era él
o yo, la ley del más fuerte lo llaman. Yo no quise matarle, no era mi
intención. Solo quería asustarle, que se fuera, pero no lo hizo; se quedó, me
dijo que no saldría de esta, que me había atrapado. No contó con el demonio
que llevo dentro, con mi deseo de hacer daño. Me arrepiento de haber
comenzado la matanza, de haber dejado salir ese demonio que a partir de ese
momento me acompaña permanentemente, pero ya es demasiado tarde. Desde
entonces, la muerte camina conmigo.
640. JAVIER SANMARTÍN – GUÍA PRÁCTICA DEL ASESINATO
PERFECTO
Planeó su venganza valiéndose de lo aprendido en largas noches de
series. Usar zapatos de cuatro tallas menos que nunca le relacionaran con las
pisadas que dejaría en la escena del crimen. Quemar las yemas de sus dedos
para impedir dejar alguna huella por despiste. Dejar el móvil en casa para
evitar que el GPS interno delatara sus movimientos. Recopilar cabellos varios
y el vaso de café usado por algún desdichado que arrojaría confundiendo a
los investigadores. Olvidar el coche en casa y caminar hasta el objetivo por
calles secundarias para evitar cámaras. Nada de tarjetas, solo efectivo; cejas
depiladas y pelo teñido. Tatuaje falso de banda del Este y aspecto siniestro;
clavar el cuchillo con la izquierda pese a ser diestro. El verdadero check list
del asesinato perfecto. Pero a mitad de camino, sus juanetes dijeron basta, y el
dolor pudo más que su sed de venganza. Echó mano al bolsillo para llamar a
un taxi. Nada. Sonrió. Demasiado aficionado para ser un asesino.
641. JAVIER SEBASTIÁN CERMEÑO – LA ÚLTIMA VEZ
Me despierto. La cabeza me duele como un demonio. Me toco
ligeramente la nuca y noto algo pegajoso. Está oscuro a mi alrededor, pero
sin duda estoy en el sótano. Puedo oír sus voces en el piso de arriba,
amortiguadas. No entiendo lo que dicen, pero sé que planean deshacerse de
mí. Mi plan era sencillo. Primero, la mujer: una sola puñalada bastaría.
Luego, las niñas: tan guapas, tan inocentes... Sería fácil, estando dormidas.
Pero la mujer esquivó mi primer intento y gritó. Cuando conseguí
acorralarla para terminar con ella, sentí un golpe y un dolor agudo en la
cabeza. Antes de perder el conocimiento, las vi. Tan inocentes. El chirrido de
la puerta me hace levantarme. Ya bajan. Mi mujer va delante. Me apunta con
una pistola. Ni siquiera sabía que tuviera una. Más atrás, Jane, la mayor, lleva
un hacha en la mano. Tras ella, Lily abraza un peluche; en otras
circunstancias, hasta tendría gracia. Se detienen y me miran fijamente. Jane
sonríe cruelmente. «Terminemos de una vez, papá».
642. JEANNETTE E. DÍAZ – SONIDO DE TACONES
Una noche en un callejón, se oyeron tacones alejándose, mientras una
mancha roja aparecía en el suelo, bajo un cuerpo inmóvil. Unos minutos
después, el sitio estaba lleno de policías. Incluso el inspector Coop estaba allí.
Los días siguientes, el inspector pasó sumergido en el caso, pero nada le
estaba ayudando a coger al asesino. Ni siquiera se acercaba a tocarlo. Todo
siguió igual, hasta que el sonido de unos tacones le despertó de su siesta, en
el despacho. Al abrir los ojos, no vio a nadie, pero sí vio una nota: Siempre es
el mayordomo. Aquello le hizo salir corriendo. ¡Ya tenía al asesino! Cuando
llegó a la mansión Wilson, la hija del mayordomo le abrió la puerta. Coop
entró pensativo y aquello le hizo perderse una prueba: el sonido de los
tacones. Mientras, la puerta se cerró tras él. ¿Tenía al asesino? ¿O ella le tenía
a él?
643. JENNIFER CARRIÓN MOZOS – MI HIJO
Ver a mi mujer Melanie quieta y fría en la cama, rodeada de aquellas
hormigas, me produjo un escalofrío. Acababa de llegar de trabajar y esperaba
encontrarla haciendo el desayuno. Mis dos hijos, John y Henry, de siete y
tres años respectivamente, estaban en sus cuartos preparándose para bajar a
desayunar sin saber nada, aparentemente. Decidí llamar a mi exmujer, Anna,
que actualmente vivía con su nuevo marido, para que se quedara con ellos.
Nuestro divorcio fue turbulento. Hacía tiempo que quería el divorcio; Anna,
no. Discutimos ferozmente sobre ello. No firmó hasta que le dije que estaba
enamorado de otra. Al final, incluso ahora nos guardaba rencor a Melanie y a
mí. Anna siempre sufrió ciertos cambios de personalidad.
Aún sigo sin creerme el resultado de este crimen, nunca pensé que mi
hijo John asesinará a Melanie, que nos odiara tanto a causa del divorcio, que
sufriera trastorno bipolar...
644. JENNIFER PORCAR VIVÓ – LETRAS PARA UNA CELDA
Nostalgia, ese sentimiento asolador que me mantiene en vela hasta la
madrugada y que me impide respirar durante las eternas horas de sol. ¿Por
qué lo hiciste amor? Te amo como jamás nadie será capaz de amar; te rogué y
supliqué. ¿Acaso no éramos felices? Te esperaré, te esperaré a pesar de que el
sonido de las manecillas del reloj duelan como el palpitar de la sangre detrás
de un cardenal. Sé fuerte, amor, no hay condena que sea eterna ni barrotes
que puedan encerrar un alma pura. Necesito creerlo, tachar cada día que pasa
en las hojas del calendario y rezar para no enloquecer. Pronto estaremos
juntos de nuevo, pronto podrás tenerme entre tus brazos para jamás volver a
soltarme; promételo, amor, necesito escucharlo. ¡Dios, cómo te necesito! Ya
me despido, amor. Mi corazón será siempre tuyo. Hanna.
645. JENNY ALEXANDRA ZULUAGA ARÉVALO – ¿FAMILIA
MODELO?
Una mujer de cuarenta y cinco años poco amable aparece con un corte en
el cuello. Está separada desde hace tres años; su exesposo es un empresario
exitoso, y sus hijas de veintidós y dieciséis años viven con él (la menor estudia
Biología y la mayor es residente médica). ¿Robo? Llaman a sus únicos
familiares (su ex e hijas) y se evidencia maltrato familiar por parte de la
difunta a todos los miembros de la familia, siendo la principal razón de la
separación. La difunta hablaba con su ex hace un año y él le daba dinero
mensualmente. ¿Chantaje o sexo? Reconquista. Ella quería volver a su familia;
sin embargo, la hija menor no confiaba y estaba en desacuerdo... ¿Qué podía
hacer ante la decisión de su padre al ver que su madre entraba nuevamente en
«su hogar»? Todo se repetía... La madre las invitó para darles la noticia de que
regresaba a casa, pero, al verse rechazada, atacó brutalmente a la mayor. De
ahí que la menor cogiera una hoz de decoración y protegiera a su hermana...
646. JESÚS MULERO – HÉROES ANÓNIMOS
—¡Sánchez! ¡Gutiérrez!... ¡Dónde coño están todos!
El sargento Montoya gritaba desde la puerta del cuartel, estaba abierta de
par en par. Al ver que nadie respondía, entró y solo encontró un charco de
sangre que brotaba de una esquina. Al mirarla, su rostro se llenó de terror y
las arcadas se adueñaron de él. Sus seis subalternos yacían apilados. Pero lo
peor estaba por llegar: de la puerta trasera apareció alguien con un
pasamontañas; en sus manos, los explosivos incautados días antes.
Instintivamente, se lanzó al suelo con suficiente velocidad para no ser visto.
Sus peores temores se confirmaron. Aquellos explosivos serían utilizados en
las fiestas, cinco hombres comentaban el golpe mientras salían cargados. Lo
vio muy claro, solo una opción, un disparo bastó. Cinco segundos después,
el cuartel junto al cuerpo del anónimo héroe estaban envueltos en fuego.
Miles de vidas salvadas, aunque eso jamás se sabría.
647. JESÚS BLASCO DE AVELLANEDA – A VUELTAS CON EL
ASESINO
—El sonido repetitivo de las gotas de sangre golpeando en la roída
moqueta que cubría el suelo de esa fría habitación de hotel no dejaba de
martillear mi cerebro hasta anestesiarlo. Sin embargo, no podía dormir. No
me quitaba de la cabeza la imagen de su cuerpo desnudo, sin vida, amarrado a
ese ventilador de techo, dando vueltas y más vueltas. Sin duda, Helen no
merecía acabar así. Cuando esta mañana salí a comprar a la ferretería, me
sonrió, parecía feliz. La idea de pasar una noche romántica, solos, ella y yo,
sin los niños, le había hecho mucha ilusión. Era como si de golpe fuésemos a
recuperar el tiempo perdido. Yo solo quería que comprendiera lo mucho que
me había hecho sufrir viéndola flirtear con otros hombres, nada más.
—¿Está usted confesando el crimen, Joe?
—Yo solo quiero que deje de dar vueltas. Dígale que pare, por favor.
¡Dígale que pare!
648. JESÚS CARMONA – MI VECINA
Mi vecina era una mujer joven y algo libre en sus costumbres. Yo no
tenía nada en contra de ella; además, me agradaba contemplar cómo se
cambiaba de ropa y cuando se metía en la ducha. Una tarde, cuando volví del
trabajo, encontré sus persianas cerradas. Me extrañó, pero no le di
importancia. Fue a los dos días cuando ya lo encontré chocante. Como
conocía su móvil, la llamé y, aunque sonaba, no me lo cogía. Eso me asustó y
sin dar mi nombre verdadero avisé a la policía. Vinieron a la hora y
encendieron las luces. Según nos comunicaron unos inspectores, al
interrogarnos a los vecinos, la pobre murió a puñaladas. La investigación
duró unos meses y al final cerraron el caso. Yo me cambié de domicilio;
había encontrado otro piso desde el que se podía ver el trajín casero de otra
joven.
649. JESÚS FELIPE DE ANDRÉS VELASCO – ASESINATO EN PRIMERA
PLANA
¡Bang! El sonido de un disparo retumbó en los pasillos de la sede del
NYT. Eran las 2 a. m. y en la planta 47 Natalie permanecía aterrada en el
umbral de la puerta de su jefe. Sobre el escritorio, la sangre formaba un
charco en torno a la cabeza de McIan, un importante redactor. «¿Cómo? —se
preguntaba—. ¡La puerta estaba cerrada, no había arma y el disparo se
produjo mientras giraba el picaporte!». Y la cosa no acababa aquí; al ir a
coger su móvil para avisar a la policía, encontró una pistola en el interior del
bolso. Alguien pretendía incriminarla. Fue hasta el gran ventanal, estaba
cerrado por dentro; el asesino debía seguir allí. Se escondió y esperó. A los
pocos minutos, contempló asombrada cómo Arthur, que llevaba años tras el
puesto de McIan, entrando furtivamente en el despacho, se dirigió a los
conductos de distribución de aire y sacó un pequeño MP3, el origen del
disparo. En ese momento la vio. Había descubierto la verdad; lástima que
nadie más lo fuera a saber nunca...
650. JESÚS RUIZ – DOPPELGÄNGER
Carlos apuraba los últimos momentos antes de que la biblioteca cerrase
sus puertas. El examen al que se enfrentaba decidiría en gran parte el futuro
que le tocaría vivir y por ello no quería desaprovechar un solo minuto de
estudio. Abandonó el recinto ya de noche y decidió atajar por el parque para
llegar a su casa. Lo primero en lo que se fijó fue en sus zapatillas, que
asomaban por detrás de unos arbustos a medio podar. Su madre le había
regalado unas iguales en Navidades y tuvo que fingir que le gustaban, a pesar
del llamativo verde fosforito de los cordones. Según se iba acercando, su cara
adoptaba una espantosa mueca de terror. Es algo difícil de evitar cuando estás
viendo tu propio cadáver.
651. JESÚS LARRETXI – SUCEDIÓ EN EL MADISON
25 de diciembre, un día helador. Todos los años, la NBA reserva
grandes enfrentamientos para un día tan especial y familiar, un Knicks contra
Celtics en el Madison. Rick, después de años, lleva a Javier y Kevin al partido.
Rick va de los Celtics, y Espo y Kevin, de Knicks; quieren vivir una velada de
«hombres»: deporte, cerveza y bravuconadas. Comienza el partido y de
repente un jugador de los Knicks se desploma en el parqué: muere. Rick
empieza a farfullar teorías, apuestas, celos, deudas, malas relaciones... La
capitana Kathy centra la investigación en el círculo cercano: novias,
compañeros, asesores. Todos tienen motivo, pero ninguno es culpable. No
resuelven el crimen observado por 18.200 testigos; la prensa y la sociedad
critican la investigación. Descubren que un excompañero de equipo en el
instituto vio truncada su carrera tras a una pelea en la que participó el
fallecido. Simulando querer reconciliarse, lo envenenó antes del partido.
652. JESÚS MARÍA LARRETXI BURGOS – SECRETO DE CONFESIÓN
Soy el reverendo Presley, soy escocés y católico. Estoy en la comisaría
nº 12 de Nueva York. He acudido a la misma porque me han confesado un
asesinato. Yo no puedo revelar lo confesado, pero acaban de detener a otra
persona por el crimen que sé que no ha cometido. He pedido a la capitana
Kathy que analicen excepcionalmente el lugar del asesinato, para buscar
indicios de que había allí otra persona, porque yo les he garantizado que
había otra, cuyo nombre no puedo decir en ningún caso. El inspector Kevin,
como irlandés, me entiende; Javier, creo que también. Si encuentran algún
indicio, podrán seguir con las indagaciones que les lleven hacia el culpable
que yo conozco. Si no, tendré que jurar que el ahora detenido estuvo
conmigo en la iglesia, en el momento del asesinato. ¡Con lo fácilmente que
resolvía sus misterios mi admirado padre Brown!
653. JESÚS ÁNGEL MARTÍN SÁNCHEZ – TRACKING
—Yo también quiero un chaleco como el del escritor —dijo Martin
Coleman, mientras trazaba la ubicación del móvil del secuestrador al que el
capitán buscaba.
La señal se derivaba por varios servidores, desde Wall Street, hasta una
pequeña zona residencial.
654. JESÚS MARTÍNEZ ANICETO – UN CASO SENCILLO
Un destello y después oscuridad. Vuelve la luz y miro la escena. Una
cutre habitación de hotel. Tendido en el suelo está él. Un cuerpo más, como
tantos otros que he visto tras años de servicio. La sangre ha dejado de salir del
agujero de su cráneo. Hace calor. Lo que era un rojo vivo ahora es un marrón
oscuro que tiñe la moqueta, ya sucia antes de que él la cubriera con sus sesos.
La puerta del baño está abierta y la luz, amarilla y titubeante, encendida. No
necesito mirar para saber que en la bañera está ella, con su uniforme del
colegio. Inmóvil, con los ojos cerrados. Dicen lo bonito que es ver a un niño
soñar, pero ella no está dormida. Golpean la puerta. El volumen de la tele
distorsiona las voces del pasillo, pero consigo distinguir la palabra Policía.
Tengo que sacar mi placa y guardar el arma antes de que alguien haga una
tontería. El pestillo está echado, así que tardarán en entrar. Esta vez, el caso se
cerrará rápido. En el suelo está él, y recuerdo cómo suplicaba que no le
matara.
655. JESÚS MESADO SÁNCHEZ – LA ROSA DE DOCE ESPINAS
Todo este asunto me olía muy mal desde el principio. Primero, la
desaparición de Helena; segundo, el robo de las joyas de su madre. Y por
último, la rosa de doce espinas que hallamos en su apartamento. No era la
primera vez que me topaba con una rosa similar, pero aquel caso ya estaba
archivado y más que enterrado. Nunca encontraron al asesino de mi madre, y
la única prueba que dejó ese bastardo era esa maldita rosa. Estaba convencido
de que eran la misma persona. Durante semanas, investigué todas las
floristerías de la ciudad y solo en tres vendían ese tipo de flor, y únicamente
por encargo. Se me hizo un nudo en el estómago cuando descubrí que mi
padre era uno de esos clientes. Sin embargo, llegué muy tarde y solo
encontré el cadáver de Helena junto a otra de esas rosas.
656. JESÚS REMIS – FLASHBACK
Frente a la ventana de mi despacho —con un mensaje escrito: Felipe
Colinas, detective privado— recuerdo cómo he llegado a este momento,
acompañado del cigarrillo que se consume en mi boca. Fue por aquella
extraña llamada. El teléfono sonó, a una hora en la que todos deberíamos
estar durmiendo: el sombrero, el cenicero y yo. Una extraña voz, atenuada
por algún ropaje, me dijo que acudiese a los laboratorios de Clonatech. La
mosca que suelo tener tras la oreja se puso delante y acudí al encuentro de un
hombre que salía huyendo del gótico edificio en que estaba el laboratorio.
Chocamos, y el tipo dejó caer un teléfono móvil antes de salir pitando. Como
aquello estaba más tranquilo que mi vida sexual, regresé a mi despacho.
Termino el cigarrillo frente a la ventana y llamo al único número guardado en
el teléfono. Utilizo mi sombrero para que no reconozcan mi voz. Alguien
contesta al otro lado y le digo que acuda urgentemente a los laboratorios de
Clonatech. Después, cuelgo y sonrío.
657. JESÚS SÁEZ VELASCO – WALTON AVENUE
El disparo resonó en la avenida. Se apreció a un joven encapuchado
huyendo por el patio de la casa de los Johnson. Empuñaba una M1911 de
calibre 45 en su mano derecha. De nuevo, la policía empezó a recibir cientos
de llamadas. Otro escalofrío recorrió el cuerpo del capitán Moore. Ya era la
tercera familia asesinada esa noche en la Walton Avenue. ¿Qué ocurría en el
Bronx neoyorquino? John Moore puso a su equipo en marcha. Walter
examinó el escenario del crimen: nuevamente, un disparo a quemarropa, pero
¿qué tenían los Johnson, los Adams y los Baker en común? ¡Maldición! Otro
disparo sonó dos manzanas más abajo. La cuadrilla se desplazó rápidamente
hacia el lugar de los hechos. El sospechoso huyó de la casa, pero el capitán
logró detenerlo y le arrancó la cazadora en el acto, la cual dejó al descubierto
su cuerpo. John Moore palideció al conocer los planes de aquel joven:
asesinar a una docena de familias más. ¿Y cómo lo sabía? Porque Henry Mills
lo llevaba tatuado en la espalda.
658. JEZABEL GARRIDO MÁRQUEZ – UNA FAMILIA DE VÉRTIGO
Al encontrar el cuerpo, parecía a simple vista un suicidio. Al investigarlo,
descubrimos que fue un asesinato. Al comenzar la investigación, creímos que
había sido su compañero de piso porque habían tenido una discusión. Pero
averiguamos que había sido el hermano de la novia de la víctima, porque unos
meses antes habían empezado una relación, y este, al enterarse, se había
enfurecido, por lo que echó a la novia y al hermano de su casa; al verse en la
calle, idearon la forma de matarlo. Así, el hermano y la novia podrían salir
indemnes y quedarse con la casa y el dinero de la víctima.
659. JOAN BURGUET – UNA BALA POR CADA LÁGRIMA
Diario de Ángel. Al fin lo he conseguido; después de diez días acechando
a ese criminal, he conseguido ajusticiarlo y vengar, así, a la pobre Andrea.
Aún recuerdo la sensación que tuve el día en el que la forense me enseñó el
cadáver mutilado de la muchacha. Desde ese momento, dediqué todos mis
esfuerzos a encontrar al canalla que había profanado tal belleza. Con solo
unas horas, supe que el asesino era el alcalde Sneider; lo sabía, pero no tenía
pruebas. Sabía que había cubierto muy bien sus huellas, pero él no contaba
con el hecho de que mis contactos me habían llevado hasta su hermana
gemela. A cada día que pasaba, hacía que el alcalde viera una y otra vez a su
preciada Andrea. Lo preparé todo para fingir un encuentro casual en un
garaje. Supuse que él iría armado, así que esperé hasta el momento justo, el
momento en que él puso el cañón de su revólver entre las cejas de la falsa
Andrea para descargar las balas de mi Glock en su pecho y descubrir que mi
odio hacia él seguía dentro.
660. JOAN CERVANTES I GÓMEZ – NO HABRÁ UN NUEVO
PROMETEO
El disparo le había pillado por sorpresa. Le sangraba el costado. La vida
se le escapaba con aquel río rojo. Lo sabía de sobra. Era policía. Había visto a
gente morir.
—¿Hermano...? ¿Pero qué...? —gruñó cuando su cuerpo golpeó el
suelo. Él sonreía—. Metiste el hocico donde no debías. Oh, no me mires
así... Si te lo dije, vamos, sabes que lo hice. Te advertí que no te fiaras de
nadie. Y si leíste lo que... —vio en sus ojos que no—. Oh, ya veo, ¿ni idea?
¿Ni siquiera comprendiste cómo funcionan las cosas aquí? ¡Pero qué idiota!
—se echó a reír a carcajadas mientras se acuclillaba a su lado—. Verás, nunca
ha habido verdad o justicia por aquí —su sonrisa era cada vez más siniestra
—. Pero el emperador es tan bueno que no dejará que la sociedad lo sepa.
Entiéndelo. Quiere su felicidad. Por eso, no podíamos dejar que tiraras de la
manta. Ibas a liberar los males de la caja de Pandora, robar el fuego del
Olim... —Su muerte lo interrumpió. Chasqueó la lengua. Odiaba que
hicieran eso.
661. JOAN GALEOTE TENDERO – FLORES HUMANAS
Conocer. Acosar. Afilar el cuchillo. Acechar. Perseguir. Esperar.
Degollar. Enterrar el cadáver hasta la cintura en el parque más cercano...
Hacer tres fotos. Cambiarse la ropa con la comprada justo antes. Salir
corriendo tan lejos como sea posible sin detenerse. Esperar al amanecer sin
llamar la atención. Entrar en la cafetería del lugar y ver las noticias. Intentar
no reírse...
662. JOAN OLIVELLA SERRA – SIN TÍTULO
Blake estaba esperando que llegase ese día. Como todas las mañanas, fue
a buscar a su novia Susi, pero cuando llegó a su casa se encontró con la
puerta abierta. Entró y vio a su novia estirada en el suelo; a su lado, había una
calibre 45, la cogió silenciosamente y, cuando se dispuso a llamar a la policía,
le pegaron un tiro a su móvil. Él, asustado, se escondió en el baño, cogió
fuerzas y, sin pensarlo, cargó en brazos a Susi y salió por la puerta. Se paró
detrás de un coche, esperando que alguien le ayudara, pero no había tiempo,
porque ella se estaba muriendo en sus brazos. Se levantó y delante de él había
un hombre encapuchado apuntándole con un arma. Blake, casi sin poder
respirar, gritó que no le matara; el encapuchado se desenmascaró y le gritó:
«¡Felicidades, Blake!». Y Susi se levantó y le felicitó.
663. JOAN PAU GARCÍA – EN EL ESPACIO EXTERIOR
Estaban en pleno espacio y, al momento, el botón antigravedad se apagó.
Oyeron un ruido fuera, y uno de los astronautas salió. Minutos después,
había un charco de sangre en la entrada. El astronauta había sido asesinado.
Con una llamada a la central, todo el equipo se puso en marcha. Judy
McCarty, la inspectora, accedió a investigar el caso a kilómetros de distancia
y ordenó enviar fotografías del lugar del asesinato. La víctima, Dylan Bucks,
según los análisis, había muerto por un arma cortante clavada en la cabeza. En
la visita que le hicieron a su hermana Shara, Judy observó una colección de
cuchillos y echó en falta uno. De regreso, visionó las cámaras de seguridad de
la nave y pudo ver cómo Shara entraba y clavaba un cuchillo en el casco de su
hermano. Fueron corriendo a su casa y ahí estaba, sentada en el sofá. La
inspectora McCarty le cogió las manos y la esposó.
664. JOANA RAQUEL ÁLVAREZ MARTEL – BLACK FILES
La vida de cualquiera deja de ser normal y corriente cuando una persona
extraordinaria entra en ella. Eso es lo que le pasó a nuestro investigador
cuando ella apareció en su despacho. Se llamaba Vivien y ansiaba saber quién
había asesinado a su marido. Derrick Jordan no dudó en aceptar el caso.
Harold Benson había fallecido en circunstancias extrañas, y la policía fue
incapaz de resolver el crimen. «Unos ineptos», según la señora Benson. Por
eso, había recurrido a uno de los mejores: Black Jordan. Así le llamaban. Le
costó. Era una cadena muy larga, y empezar a seguirla por el eslabón más
pequeño e ir ascendiendo no fue fácil. Cada eslabón era más grande. Tardó
casi un mes en lograr resolver el misterio que envolvía a Vivien Benson. Era
inteligente, mucho. Y también astuta. Por eso supo cómo, cuándo y qué hacer
para que todo saliera tal y como ella lo planeó. Tal y como ella lo deseaba.
Una viuda negra, según descubrió. Peligrosa, sensual, mortal... Ella era la
asesina. Siempre lo era.
665. JOAQUÍN GAVILANES – REMINISCENCIA RASGADA
Cada vez que cierro los ojos, oigo el crujido apesadumbrado mezclado
con el barro que precipitaba con cada paso hacia los resquicios desgastados
de las maderas del suelo. Todo ocurrió a finales de otoño cuando mi mujer
preparó unas vacaciones a una cabaña cerca de un lago para evadirnos del
papeleo que se acumulaba sobre nuestras mesas de la comisaría. Pactamos
recoger las llaves en el bar más próximo a la casa. Al llegar allí, una señora
extraña nos entregó las llaves y condujimos hasta la cabaña. Cuando vi la
chimenea, fui a buscar leña al cobertizo mientras Gwen deshacía las maletas.
De repente, advertí un grito; sin pensarlo, corrí al dormitorio, pero ya no
estaba; alguien me golpeó y me dejó inconsciente. Desperté en aquel ruinoso
bar con el ruido de las sirenas de la policía de fondo y mi coche aparcado
fuera. Me tomaron declaración aunque no me creyeron, así que volví al lago;
sin embargo, la cabaña ya no estaba. Entonces, sonó mi móvil, era un
mensaje que decía: Tengo a tu mujer.
666. JOAQUÍN VICENTE VICENTE – LUCHADORA HASTA EL ÚLTIMO
ALIENTO
El inspector Antonelli se encontraba en la puerta de la casa donde se
había producido el asesinato, cuando un toque en el hombro le sacó de sus
cavilaciones; era su compañero, que le avisaba para entrar al escenario del
crimen. Una vez dentro, pudo sentir e imaginar todo lo que había sufrido la
víctima antes de morir: cómo aquel animal que era el asesino había jugado
con ella, casi era capaz de oír sus gritos de angustia y desesperación; incluso
casi sentía la presencia del asesino: cómo aquel ser había golpeado y
arrastrado a la víctima por toda la habitación, cómo había quebrado los
huesos de las piernas de la mujer para que ella no escapase. La mujer había
opuesto resistencia, había arañado la alfombra, tenía los nudillos rotos y
varios hematomas en los brazos, además de un palo de golf en su mano
derecha. Aunque no fue suficiente, ya que el asesino consiguió partirle el
cuello haciendo que exhalase su último aliento. El asesino tenía experiencia,
no era su primer asesinato...
667. JOCABED PUERTO TERUEL – LA REINA DE CORAZONES
Miraba fijamente a su última víctima, examinándola con descaro, sin
ningún tipo de remordimiento. Más bien, permanecía allí, respirando
profundamente el mismo orgullo que dejaba mezclarse en el aire. Seguía
siempre el mismo patrón. Mataba a su objetivo sin muchas complicaciones.
Ni siquiera lo planeaba de antemano. Lo que de veras disfrutaba era la
presentación del crimen. Colocaba dos rosas con asombrosa minuciosidad.
Ambas blancas, excepto una. Esta la teñía con la sangre del cuerpo inerte y
tendido en el suelo. Esa obsesión la perseguía desde su menos tierna infancia.
Cada vez que daba por finalizado el homicidio, veía a su madre tambaleándose
con la mirada totalmente perdida y encendiendo la televisión para ver juntas
Alicia en el país de las maravillas. Aunque a decir verdad, la única
espectadora era la niña, ya que su acompañante sostenía unas pastillas y
tragaba sin pensarlo dos veces.
668. JOE ANDALUZ ARREAGA – BRUJAS
La tenue luz del sol penetraba entre los árboles; acariciaba las mejillas de
Sophia, mientras secaba sus lágrimas. Trataba de explicar cómo su novio
había aparecido esta mañana a su lado muerto. Mason estaba tendido sobre
un recoveco de flores que eran mecidas por el viento matinal. Linares, México,
había acabado con la vida del joven estudiante. ¿Qué habría podido pasar en
tan solo unas horas? La joven explicaba que una anciana, horas antes de
acampar en el bosque, les dijo que morirían si se quedaban allí, ya que las
brujas salen del camposanto todas las noches. Tras investigar exhaustivamente
y con las pocas pruebas materiales en el campo de investigación, todo
señalaba a Sophia, pero, tras un análisis de sangre, se encontró una gran
cantidad de noctamid en sangre, con lo cual estuvo dormida toda la noche.
Algo se está escapando y no permite atar los cabos. Quizás la respuesta la
tenga un cuaderno de rituales, lleno de anotaciones, encontrado a pocos
metros del lugar del crimen.
669. JOEL FILTER GUTIÉRREZ – IDENTIDADES SORPRESA
En el caso del senador Braken, hay un cabo suelto. Alguien de su
organización no está encerrado y Kathy no puede dormir tranquila. Se pone
en su búsqueda, de nuevo solo con sus compañeros Javier y Kevin, y por
supuesto con el inoportuno Rick. Se les complica la tarea cuando Kathy se
convierte en la persona buscada por los federales, acusada por falsificación de
documentos civiles. Nadie sospecha de la capitana, pero las imágenes hacen
justicia. Con Kathy escondida, se siguen cometiendo delitos que la inculpan;
ahora buscan a una falsificadora de identidad. La búsqueda se alarga hasta que
descubren a una Kathy que actúa diferente de lo normal, se mueve por zonas
conflictivas y parece que esconde la cara. Kathy la encuentra y, a punta de
pistola, le hace confesar que es su hermana gemela. Solo tiene que encontrar
las pruebas para poder encerrarla.
670. JOHN CEDRIC ALIMPOLOS ORANA – EL ASESINO DEL
PARAÍSO
En una playa desconocida de un pueblo lejano, David Jones, un policía
retirado, intenta resolver el crimen de un pasado no olvidado. Una noche, se
acuerda del día de la muerte de su mujer; siempre se culpaba a sí mismo por
no haberla protegido en aquel atraco. Tiempo después, David se encuentra
con una chica de la que se había enamorado, y recuerda que ella estuvo en el
lugar de la muerte de su mujer. Pero tenía un pequeño sentimiento hacia ella.
Cuando la estaba investigando, dio con una prueba que la relacionaba con el
atraco: encontró la pistola que se usó, así que con esas evidencias pudo
resolver y vengar la muerte de su mujer.
671. JONE OCHOTECO MAYA – TIC TAC
La famosa actriz Julia Sanders se levantó a las 6:50 como cada martes.
«Un día más...», pensó mientras se ponía su carísimo collar de plata. Ella no
lo sabía, pero en siete horas sería una muñeca de porcelana: tan blanca, tan sin
vida.
Hoy serás la protagonista, la protagonista de mi crimen. Siempre te
sentiste diva... porque eras guapa y yo, simplemente lista... Tic tac, tic tac... A
las 14:50 concretamente te tumbarás en la tumbona de la sala de belleza Ann’s
para tu «momento de paz» semanal. Mientras la mascarilla acaricia tu cara,
notarás un dolor punzante, no podrás respirar. El collar clavará sus perlas en
tu cuello. El imán que sostengo en la habitación de abajo será más fuerte que
tus ganas de vivir. Lo mejor será que nadie podrá saberlo. ¿Cómo, si la
puerta está cerrada y no hay ventana? ¿Habrá sido el mayordomo también
esta vez?
672. JORDI ÁLVAREZ GRANDA – NO TAN ACCIDENTAL
Hay muchas citas que terminan mal, pero esta terminó con Laura muerta.
Ni siquiera se dio cuenta al principio porque el veneno y el clímax llegaron
casi a la vez. Cuando se le paró el corazón, simplemente se dejó ir. El médico
certificó muerte por parada cardiaca; la policía no apreció signos de violencia.
Ni siquiera la prensa del corazón elucubró sobre las causas del fallecimiento.
La exmodelo y actriz era conocida por sus flirteos con las drogas, el alcohol y
—se rumoreaba— con el sexo salvaje. Era lógico que los excesos le acabaran
pasando factura. La investigación se cerró en menos de un mes, sin
novedades. El funeral fue todo un show mediático. En algún lugar, lejos de
todos los focos, el asesino sonreía tras la pantalla de un portátil. La
transferencia se había realizado conforme a lo acordado. Un trabajo limpio y
rápido. «Ojalá el mundo estuviera lleno de maridos celosos y adinerados»,
pensó. En ese momento, entró un nuevo correo en la cuenta que daba a sus
clientes.
673. JORDI BARRIS – UN CLÁSICO
El cadáver de Luis Bonín seguía sentado en el sillón. En el suelo, un vaso
de cristal tallado había estallado vertiendo el whisky por encima de la moqueta.
El inspector Blanch miraba la escena. De repente, la cara del muerto le
recordó la del hombre que muere de sobredosis en Night Train, la
desconocida película de Brian King. Como en ella, Bonín había muerto sin
duda de una sobredosis. Solamente era necesario analizar el whisky caído.
Mirando el lujoso vaso roto, el inspector recordó cuando Rick en Secret’s safe
with me dijo: «El culpable fue el mayordomo». Alzando un poco la voz
exclamó: «¡Deténganlo!». Con las manos cruzadas tras la espalda, se encaminó
hacia la puerta. Si no fuera por el cine...
674. JORDI BARRUBES – EL ASESINO DE LOS OFICIOS
Después de un año sin tener ningún patrón en los once asesinatos
cometidos, la investigadora contempló una vez más la pared de su despacho,
donde permanecían colgadas todas las fotografías de las víctimas y posibles
sospechosos. Su experiencia en estos temas no le permitía dedicarle más
tiempo o su reputación se vería afectada por sus altos cargos. Después de
varias horas, encontró su nombre en forma de acrónico en las profesiones
que ejercían las víctimas. Tras el descubrimiento, su pulso se alteró; no
entendía nada. De repente, entró su compañero dándole la enhorabuena
mientras la apuntaba con su revólver. La investigadora se giró de inmediato y
se quedó mirando a la espera de lo que era inevitable. Le disparó sin
compasión una y otra vez mientras le repetía: «Deberías acordarte de mí».
675. JORDI RAMOS PUIGJANÉ – LA SANGRE DEL DEMONIO
Entremezclado con el olor de madera mojada, el hedor se extendía más
allá de las escaleras. Subía lentamente, intentando retrasar lo inevitable. El
pacto se cobraba su precio, pero era necesario: él era el único que podía
detener al asesino de la cabeza cortada. Empujó la puerta, abriéndose con un
leve chirrido. Una vez más, la estancia se hallaba helada, sin apenas luz y vacía;
sus compañeros habían salido para dejarle trabajar, necesitaba conectar con
Empusa. El cuerpo estaba tendido en medio de lo que parecía ser la estancia
principal, completamente desmembrado y ordenado metódicamente. La mano
izquierda colocada en la derecha; la derecha, en la izquierda, y ambos pies de
la misma forma. Todo parecía invertido, salvo la cabeza, nunca aparecía la
cabeza y esta vez no iba a ser la excepción. Trazó el pentagrama en el suelo y
se preparó para la invocación; pronto entraría en trance, solo esperaba que
Empusa le permitiera volver; si no, todo aquello habría sido en balde.
676. JORGE ALARCÓN DE MENA – LA CITA
Samuel emergió de las sombras como un pez abisal. La vida lo había
tratado con crueldad, y él había devuelto cada golpe. Su cara mostraba que
había perdido todas las peleas. Se acercó a la barra, miró al camarero y señaló
su vaso con una uña irregular y sucia. La tragaperras arrojaba monedas a
regañadientes, y la televisión confundía las pocas conversaciones con noticias
de nuevas desgracias. Samuel miró la pantalla. No quiso sonreír, pero lo
hizo. No era una sonrisa bonita la suya. Una muerte desconocida más en
algún sitio. Alguien menos. Apuró el vaso sin satisfacción y volvió a su
rincón. No debería haber entrado a ese bar, pero tampoco podía estar toda la
noche vagando sin rumbo. No estaba allí por gusto y no lo estaría en ningún
otro sitio. Puestos a que lo mataran, tanto valía esperar en ese antro como en
cualquier otro.
677. JORGE ARRIMADAS – PARA LEONOR
Cuando leas esto, estaré muerto. Lo escribo para explicarte por qué he
decidido quitarme la vida. En el momento en el que tus ojos me envolvieron,
se selló mi porvenir. Pero el de él, también. Al besarme, me hiciste
dependiente de tus labios, y ya nunca permitiría que él pudiera seguir
manejando tu destino. No lo hará nunca más. Murió como merecía,
desangrado, como una bestia. Ahora, aún alterado y confundido, intento
descifrar cómo he sido descubierto. Lo planeé todo a la perfección, y no he
dejado pistas de ningún tipo. Es imposible que nadie lo supiera, nadie
excepto tú y yo, mi amor. Llegar a nuestra cita, aún con su sangre en mis
manos, y no verte me desconcertó. No iré a prisión. Estar allí sin ti sería un
suplicio. La policía golpea mi puerta. Pero ¿cómo me han descubierto? Esta
incógnita me acompañará a la tumba. Pienso arrojarme al vacío tan pronto
como termine de escribir esto. Ya no podremos viajar juntos con el dinero
del seguro como planeamos. Tendrás que hacerlo sola, mi vida.
678. JORGE BURGOS DE LA TORRE – CINCUENTA Y NUEVE
MINUTOS
Conduciendo mi viejo Volkswagen en medio de una tenue niebla, sentí
un escalofrío que se expandía por mis entrañas, pues tenía el presentimiento
de que nada bueno me esperaba ese día. Mientras conducía, con la mano
izquierda en el volante y con un café largo en la derecha, recordaba los días en
la universidad y cómo había acabado siendo fiscal, pasando por subinspector
de policía y ahora en seguridad en el sector privado. Parado en un semáforo,
recibí una llamada de un compañero para que fuese directamente a la sede
central; acepté a regañadientes y, aunque era mi día libre, el trabajo me
reclamaba. A nivel general, mis compañeros, la mayoría expolis, tenían un
gran respeto por el trabajo desempeñado en la policía. Cuando llegué y vi la
situación, entendí el motivo de la llamada: el cuerpo inerte de mi jefe yacía
sobre la acera en un charco de sangre. Aunque la mayoría cree que se suicidó,
yo no lo creo; sé que no fue así.
679. JORGE DÍAZ – SABOR AMARGO
1:03 a. m. Como cada noche, Fredy Jackson escribía en su pequeño
blog de notas un breve resumen de cómo había sido su día, relatando una a
una las cosas que le habían sucedido y los personajes con los que se había
cruzado. Tras el primer sorbo de ese dulce, pero siempre en su punto, café
colombiano, Fredy escuchó un estruendo que procedía de su habitación, algo
poco común, pues desde que se marchó con diecisiete años de casa de sus
padres siempre había vivido con él como única compañía. Curioso y algo
temeroso, se dirigió hacía el cuarto, iluminando cada rincón del apartamento
con la cegadora luz de su teléfono, luz que no sería capaz de percatar la
sombra que detrás de él se aproximaba y que segundos después terminaría
con su vida. En el buzón una carta avisaba: «Fredy, han vuelto, ¡huye!».
680. JORGE DOMÍNGUEZ MARTÍNEZ – SIN TÍTULO
Ese intenso olor metálico... Apenas recuperó la conciencia, reconoció el
tacto de la alfombra entre sus dedos y, aun sin despegar su cara, creyó
percibir un halo rojizo en ella. A duras penas, se arrastró entre la niebla de
sus ojos a través de los escasos dos metros que le separaban de la pared y se
recostó. Dirigió su mirada al frente. La alfombra estaba empapada. Y entonces
le vio a través del ventanal, cargando su pieza de caza en la furgoneta frente a la
cabaña... y recordó aquel ruido... y revivió el punzante dolor en su espalda...
Al acercar su mano, notó cómo el calor abandonaba su cuerpo con flujo lento
pero continuo. La brisa se colaba por el ventanal, refrescando su cara,
prolongando lo inevitable. Tan solo alcanzó a ver la silueta de su esposa
saliendo de aquella furgoneta y devolviéndole la mirada antes de oscurecerse
su vista.
681. JORGE GARD – SIN TÍTULO
El inspector Mateo era un bon vivant. Para investigar la muerte del
maître del Costa Celeste, el mejor restaurante de la ciudad, no tuvo mejor
idea que ir a cenar al lugar de los hechos. Tras degustar un salpicón con foie
y compota de manzana, entretenerse con un panqueque de pollo trufado y
deleitarse con un filete de kobe con patatas arrugadas, regado todo con un
espléndido tinto reserva, observó el contoneo de la espectacular camarera que
se acercaba con el carro de los postres. Su comentario al detective que le
acompañaba fue:
—¡Eso es un delito; fíjate qué bombón! —el carro ya estaba a la altura de
su mesa cuando Mateo, dirigiéndose a su acompañante y señalando a la
camarera continuaba su perorata—: ¡Esa mujer tendría que estar en la cárcel!
—Inspector, ¡es usted un genio! ¿Cómo lo descubrió? —le preguntaba
después el subordinado, perplejo aún por los efectos que las palabras de su
jefe habían causado en la asesina, que se derrumbó llorando y confesándolo
todo.
682. JORGE GUTIÉRREZ – SIN TÍTULO
Sentada en su sofá preferido, con una humeante taza de café en la mano y
el periódico donde la noticia ocupaba la primera página a sus pies, intentaba
sobreponerse a las últimas veinticuatro horas. Si cerraba los ojos, podía sentir
el frío metal de la camilla en su piel, la mortecina luz de los focos iluminando
su frágil cuerpo desnudo, el tacto áspero del paño estéril, el intenso olor a
antiséptico y la voz, sobre todo la voz, dulce y heladora de la muerte
encarnada en el cirujano. Todo sucedió en un suspiro, el brillo del bisturí, el
dolor lancinante en el costado, lágrimas resbalando por su cara... un grito,
disparos, silencio... y la mirada de su verdugo vil, inhumana, animal, reflejo
de todo lo oscuro que hay en el alma apagándose mientras se desplomaba a
su lado. Bebió un trago de café amargo e intenso, miró por la ventana la calle
mojada, donde la gente seguía con sus vidas, sabiendo que, gracias a ella,
había un depredador menos y eso hizo que se sintiera reconfortada.
683. JORGE LLAMAS DOMÍNGUEZ – TU FUI, EGO ERIS. LO QUE TÚ
ERES YO FUI; LO QUE YO SOY TÚ SERÁS
Primero un drogadicto, ¿nota?: «De nada». Después, aquella prostituta:
«Solo es el principio». También el camello personal de ambos: «No más
vicios». Un adicto a las redes sociales que aireó una presunta relación entre las
víctimas también murió con la garganta seccionada: «Un motivo menos para
deprimirse». Cuando murió un agente, fue una provocación: «No temo a una
placa». La sexta víctima, la psiquiatra Naya Bouquets, «Shhh...», fue la que
diagnosticó mi Trastorno de Identidad Disociativo. Mi otro yo grabó un
DVD antes de cortarle la garganta para explicarse: «Quiero garantizarte un
ascenso resolviendo estos crímenes». No puedo entregarme, no soy un
asesino. Pero no puedo quedar libre; lo que hay dentro de mí no es inocente.
Fiel a su estilo, escribí mi nota, me metí el arma en la boca y disparé. El
agente Cole examina el séptimo cadáver, su excompañero Vincent. Suicidio.
Lo cierto es que se trata del asesinato del asesino a manos de un policía. ¿Mi
nota?: «Fin».
684. JORGE SÁNCHEZ – LA OCASIÓN PERFECTA
Se está asfixiando y después de probar los primeros auxilios básicos no
consigo resultados. Se lleva las manos a la garganta y se arroja al suelo.
Intentando pensar, me viene un repentino recuerdo de cierta película de
terror; creo que... Cojo el primer bolígrafo que veo y vuelvo a su lado para
practicar una traqueotomía de urgencia. Me arrodillo y palpo su garganta
para hallar el punto exacto; debe de ser debajo de la nuez. Quito la mina del
boli y clavo, ella abre los ojos sin gritos, desangrándose. Meses pensando
cuál sería la mejor manera de matarla sin que pareciera un asesinato
premeditado y resulta que hoy, sin tenerlo planeado, ha sido por accidente la
ocasión perfecta. Nadie podrá decir que no hice lo posible por intentar
salvarla; como mucho me atribuirán un homicidio por imprudencia y quizá
salga absuelto de todo cargo, pues según están las leyes...
685. JORGE VERDEJO LUDEÑA – SIN TÍTULO
El inspector observó la escena del crimen. Los dos cuerpos se
encontraban en el dormitorio, encima de la cama. Estaba atardeciendo; por la
ventana entraba la poca luz que las cortinas dejaban pasar, iluminando la
cama, las mesillas de noche y los cuerpos. El inspector se adentró en el cuarto
y se apoyó en la cajonera que había delante de la cama. Observó los cuerpos.
La mujer estaba tendida encima de la cama con los ojos abiertos, solo llevaba
la ropa interior y presentaba una puñalada en el pecho. El hombre, tirado
boca abajo y vestido solo con los calzoncillos, tenía el cuello cortado. En la
pared se veía la salpicadura; había sido rápido. Entre los cuerpos estaba el
cuchillo. El inspector se volvió, miró en el espejo que había encima de la
cajonera, vio su camiseta y sus manos bañadas en sangre. Había resuelto el
caso. Él los había matado.
686. JORGE VIEJO CASAS – THE END
Fundido en negro. Poco a poco se va distinguiendo una puerta abierta a
un jardín, que termina siendo perfectamente nítida. La cámara empieza a viajar
y nos muestra el cuerpo tendido en el suelo, inerte, los zapatos brillantes, las
perneras del traje gris, la trabilla del pantalón vacía, la camisa arrugada, el
brazo extendido, buscando, no llegó a encontrar, el cinturón en la mano, el
puño cerrado. La sangre fluye desde el pecho y avanza lentamente sobre el
suelo de madera. El encuadre enseña ahora la boca abierta, el rictus de
sorpresa, los ojos para siempre sin cerrar, el pelo finalmente despeinado. El
travelling se detiene unos segundos, y se escucha el ruido del arma caer.
Sollozos a lo lejos. La cámara gira sobre sí misma, dejando el rostro inmóvil
fuera del cuadro. Vemos el arma, apuntándonos, pero el travelling no se
detiene hasta que llega a ella, sentada sobre sus rodillas, con las manos
tapando las lágrimas. Apenas se le oye decir: «Todos dirán que fue en defensa
propia».
687. JORGE ZARAGOZA – SERÁ SOLO MÍO
Amanece. Una paz absoluta inunda la estancia. El silencio de la
habitación se quiebra por un sonido seco. La primera gota se escucha con una
claridad pasmosa. Las siguientes se convierten en un arroyo que golpea la
tarima. La sangre es espesa. Siente náuseas y una gran agonía. A duras penas
es capaz de sostener en la mano un cuchillo. Tiene todavía caliente el recuerdo
de su tacto y piel. Su boca subiendo por el cuello, besándole la mandíbula, el
lóbulo de la oreja y pasando a la comisura de los labios. Su mano subiendo
por el muslo hasta acariciar su ropa interior. Se le eriza el vello. Intenta
recapacitar. No lo consigue. Solo flashes de la noche. Sus yemas humedecidas
le acarician todo el cuerpo. Se estremece de los pies a la cabeza. Desea sentirle
dentro, moviéndose. Ahora, él yace en la cama sin vida. Se tumba a su lado y
levanta el cuchillo. Lo baja con fuerza para hundirlo en el corazón. Todo se
vuelve oscuro y, mientras la vida se le escapa, por fin, lo entiende.
688. JOSÉ DÍAZ DEL MORAL – EL ÚLTIMO REFUGIO
La detective Wilson había seguido hasta un decrépito edificio al homicida
responsable de acabar con la vida de Samuel King a los seis años. El temor a
dejar escapar a un individuo capaz de cometer semejante aberración rondaba
su cabeza cuando escuchó un estruendo. No advirtió que un proyectil había
atravesado su cuerpo hasta que cayó al suelo y vio, en el ocaso de su agonía,
al criminal empuñando un revólver. Su compañero llegó demasiado tarde.
William cerró sus ojos. Había dejado que la maldad se impusiese, pero esta
vez haría todo lo posible por corregir su error. Examinó el último párrafo y
lo modificó para hacer que el asesino errase su disparo, dando una
oportunidad a Wilson para esconderse y abrir fuego contra aquel desalmado
ser humano, manteniendo así la ficción como el último refugio en el que el
bien prevalecía.
689. JOSÉ FRAGUAS REGUERA – LOS MALVADOS VISTEN DE NEGRO
Sdrago sin embargo siempre vestía tonos pastel. Incluso en momentos
como aquel, en el que tenía a su gran rival y feroz perseguidor cercado, y a
punto de dar el golpe de gracia. Apuntaba al detective Furano con un revólver
de seis disparos, acorralándole contra un acantilado sin posibilidad de escape.
—Recuerdo la última vez en circunstancias similares —dijo Sdrago.
—Mal momento para encasquillarse el arma —replicó Furano.
El criminal más buscado y el mejor inspector del cuerpo intercambiaron
miradas casi cómplices, sonrientes, ante aquel antiguo episodio.
—Por eso, ahora le apunto con un simple revólver, nunca fallan.
Sdrago tenía las de ganar en esta partida de ajedrez, pero Furano seguía
sonriendo. Abrió la mano derecha enseñando su contenido.
—Incluso un revólver necesita balas...
—Balas recubiertas de polvo de ántrax, inspector. Ahora debe elegir su
muerte: un veneno lento o una rápida caída.
Furano siempre decidía bien.
690. JOSÉ LÓPEZ COLOMA – LA HERENCIA
—Bien, señor García. Su padre nos dejó una carta sellada que quería que
usted leyera antes de proceder con la lectura del testamento. Así que, si no le
importa...
—Por supuesto que no. A ver... Bien, ya. Vale. Ejemm.
«Queridos amigos y familia:
Me alegra que estéis todos aquí para lo que tengo que decir. Pero sobre
todo me alegra que estés tú, Carlos, mi hijo. Algunos de mis mejores
recuerdos son de cuando eras niño y echábamos un partido de fútbol. ¡Qué
orgulloso me sentí el día que me ganaste de verdad por primera vez! Puede
que no te acuerdes, pero yo sí. Por eso fue más duro y decepcionante ver
cómo ibas creciendo y te transformabas en un avaricioso desgraciado.
Profundamente egoísta y rencoroso. Adicto a todo tipo de excesos, que solo
quería mi fortuna y estaba dispuesto a cualquier cosa por ella...».
—Señor García siga leyendo; la policía ya está avistada.
«... incluso a matar... me. Y por eso mismo, hijo mío, puse cámaras
ocultas por toda la casa».
691. JOSÉ MORENO NAVARRO – CALOR PENETRANTE
Nunca su encanto fue tan efectivo. Abrazada a él, al que hacía unos
segundos intentaba torturar, ahora respiraba jadeante.
—Ha sido increíble, preciosa; solo me remuerde la conciencia no haber
podido detener a tu jefe.
—No te preocupes; de todas maneras, el avión está punto de llegar a
Londres. Ahora solo debes concentrarte en mí.
Con un movimiento rápido de su mano, rompió la lámpara de la mesa
en su cabeza.
—Gracias, nena, era todo lo que necesitaba saber.
Apartó el cuerpo inmóvil de encima de él. Su teléfono seguía hecho
pedazos, así que rebuscó entre la ropa hasta encontrar el de ella.
—¡Por fin!
Sin dilación, escribió un mensaje al número que había estado repitiendo
en su cabeza toda la noche: Detective, soy Jaime Moreno. Aterrizará en
Londres en unos minutos. Tras vestirse y atar a Nina, deambuló por la
habitación mirando angustiado el reloj. Se estaba empezando a desesperar,
cuando sonó una alerta: Le tenemos. Y el dinero también. Te debo una copa.
692. JOSÉ PADILLA DOMÍNGUEZ – SIN TÍTULO
No podía moverme de la silla; angustiado y atados de pies y manos, no
podía pensar en nada. No sabía por qué me tenían allí; lo único que sí tenía
claro es que algo bueno no me iba a pasar. Tras la puerta que tenía frente a
mí, se empezó a escuchar un ruido muy desagradable. Algo metálico sonaba
contra la pared. La ansiedad se apoderaba de mi cuerpo, empecé a sufrir
temblores y un escalofrío me recorría por la espalda. El sonido se acercaba
más y más hacia la puerta; antes de cerrar los ojos, pude ver como el cerrojo
viejo y oxidado de la puerta se abría muy lentamente. Un hombre entró en la
sala con una barra de acero en las manos, a un metro de mí, la levantó con la
intención de pegarme con ella, pero algo le detuvo en seco. En ese momento,
abrí los ojos y vi como el cuerpo inerte del hombre caía al suelo con un
cuchillo clavado en la espalda. Frente a mí solo veía un pasillo muy largo y
nadie en él, no sabía lo que había ocurrido. No sabía quién me ayudo ni por
qué.
693. JOSÉ SOLA RUBIRA – RICK EN ESPAÑA
Se descubre un asesinato en un colegio de FP en un pueblo de la Costa
Brava. Rick y Kathy se encuentran en él aprovechando que hay un simposio
de los Cuerpos de la Policía a nivel mundial en la ciudad de Barcelona, y con
la excusa de que Kathy participe, ellos aprovechan para realizar su viaje de
luna de miel disfrutando de la playa y el sol de España. Los Mossos
d’Esquadra solicitan a Kathy que colabore en la resolución del crimen. Han
asesinado a un profesor de FP de Electricidad. A medida que investigan,
descubren que el profesor tenía muchos enemigos por su carácter: la
conserje, la directora, algún profesor... Al final, resulta que ha sido asesinado
por las mujeres de la limpieza del centro; una de ellas había estado casada con
el profesor y, en un arrebato de ira en una discusión, acabaron con su vida.
694. JOSÉ TRUJILLO MARRERO – LAS VACACIONES DE RICK Y
KATHY
Por su primer aniversario, Rick y Kathy se van de vacaciones a Gran
Canaria. En una de sus visitas guiadas, su guía es secuestrada en la Plaza de
Santa Ana, por una mafia rusa; ellos son los únicos testigos, por lo que
tendrán que colaborar con la policía española para el esclarecimiento del caso,
concretamente con el comisario Jorge Antonio y la subcomisaria María
Santana. Cuando empiezan las investigaciones, descubren que la guía era una
familiar huida de la mafia rusa de la familia Dimitri. Cuando interrogan a
Vladimir Dimitri, él reconoce que la guía es su hija Rosana, pero que no tiene
nada que ver con el secuestro. Ya en comisaría, Vladimir aprovecha para
denunciar el secuestro de su hija, hecho que no convence a la policía, ni a
Rick ni a Kathy.
695. JOSÉ VERA RODRÍGUEZ – LA TIENDA DE ANIMALES
Seis semanas después de la aparición del coche de Anne Hart
abandonado, sin más huellas que las suyas y sin señales de violencia, el sheriff
de Cahill solicitó la ayuda del agente Key. Este, tras viajar todo el día, decidió
visitar al señor Bill Hart antes de instalarse en el pequeño hotel del pueblo.
Mientras el sheriff Gross les presentaba, Key observó en el garaje un cubo y
plástico con restos de pintura. Hart les ofreció tomar algo, y Key aceptó un
vaso de agua para aliviar el calor. Un gato orondo entró en el salón, el mismo
de la foto de la mesa, con una Anne de ojos rojizos. Key leyó en las notas de
Gross: Alergia. Dueño tienda animales. «La mejor carne para perros del
lugar», añadió. Key corrió hacia la cocina. Vio el plato de carne y la leche en
el suelo. En la basura, restos de fruta y pollo. En la nevera, verduras y la
botella de leche. En los armarios, café, pasta, pan. Se giró y dijo:
—Señor Hart, quiero hacer una prueba de ADN a la carne para perros
de su tienda...
696. JOSÉ ZAHONERO – HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE... O
ANTES
Algo no encajaba. Un cadáver, Carlos Polo, situado convenientemente en
la vicaría de una iglesia madrileña con denotadas evidencias de tratarse de un
exorcismo ritual, inculpaba al padre Ángelo directamente. El inspector Durán
observó la escena con incredulidad al percibirla como sacada de un manual de
criminología, por lo que decidió apartar sus prejuicios para llegar al fondo
del asunto. Tras investigaciones e interrogatorios, encontró una relación
inequívoca. El padre Ángelo impartió cursos prematrimoniales a la víctima y
su prometida Karen. Durán pasó al más profundo de los asombros al
descubrir que Karen y el padre tenían una aventura que desembocó en el
cargo de conciencia de este y la ruptura de la relación. Por ello, por venganza
y despecho hacia el párroco, quiso inculparlo del asesinato de su futuro
marido. A veces, la animadversión y el resentimiento son más fuertes que el
amor.
697. JOSÉ ÁNGEL FERNÁNDEZ – #MI_VENGANZA
Alba Gayo @alga – 2 oct.@marco Los muebles, destrozados. Marc,
muerto en la piscina. Mary Coral @marco – 2 oct. Ese hdp no tenía bastante
con pegarme un tiro. Tranquila, seguimos buscándole. Mi pobre kanitxe!
Dale una koz en los guevos d mi parte. Tus vecinos vieron un coche de
policía antes de llamarnos. Está aki @alga! Es el kabron de Jaime! ¡Joder!
Escribe bien @marco. ¡Aguanta! T está leyendo... Dice q maté a su padre en
la manifa de 2009. Fue un forcejeo, Jaime. Se disparó y quedó tetrapléjico.
No lo mató. Me deskubrio en las pruebas d tiro komparando las balas... me
va a matar @alga! @jefe Entramos en tromba gritando ¡tira la pistola! y
apuntándole. Sonrió y disparó a Mary en la frente. Disparamos todos. Chús
Fermín @jefe – 2 oct. Dispara primero y pregunta después, decía ella en
broma. Ni así la hubierais salvado @alga. Caso cerrado.
698. JOSÉ ANTONIO GRACIA – LA DECISIÓN
Estaba convencido de que era el culpable; le observaba a través del espejo
semiplateado, él no podía verme, pero intuía que era observado y a veces un
rictus por sonrisa movía apenas sus labios. No tenía ninguna prueba, pero
todos los indicios apuntaban hacia la misma dirección. ¿Cómo podría
inculparlo? Él era el único beneficiado con la muerte de la víctima, y su
coartada apenas se sostenía por elementos circunstanciales. Lo habíamos
probado todo, desde aplicarle el tercer grado hasta el juego del poli bueno y
el poli malo, sin ningún resultado positivo. El tiempo se nos acababa y, de no
mediar un milagro, tendría que ponerlo en libertad. Entonces, me decidí y
entré en la sala de interrogatorios; su rictus se mutó en una mueca sardónica
al contemplarme frente a él. Estuve mirándole fijamente durante unos minutos
sin apenas parpadear, manteniendo la mirada fija; aparté suavemente la silla,
rodeé la mesa que nos separaba y me puse detrás de él, puse la pistola en su
sien y entonces cantó de plano.
699. JOSÉ ANTONIO HERRERA MARTÍN–DOIMEADIOS – CASTIGO
POR BONDAD
A Mat, un hombre bueno, familiar, trabajador, lo amenazan con matar a
su único hijo de tres años, huérfano de madre, que falleció durante el parto, si
no asesina a un importante director de banco, cuyos negocios son algo
turbios, al hacerlos con el dinero de los clientes. Uno de estos afectados,
Kevin, arruinado por el director, utiliza a Mat, que es su compañero de
trabajo, a través de mensajes anónimos, para que haga el trabajo sucio sin que
este sepa nada, por envidiar su vida.
700. JOSÉ ANTONIO MÁRMOL ZUMAQUERO – LA INTUICIÓN DE
RISE
El teniente Rise creía haberlo visto todo. La casa estaba cercada por la
policía. Al llegar, un agente vomitaba mientras su compañero de la científica,
John Forrest, buscaba pruebas. Al observar el cuerpo, no pudo evitar una
mueca de horror, pero tenía que encontrar al asesino y se dijo a sí mismo que
solo era un trabajo más... Los ojos de la víctima no estaban, y sus
extremidades, amputadas y de nuevo cosidas, pero sus brazos estaban donde
debían estar sus piernas y sus piernas estaban donde sus brazos. Era
dantesco. Observó la habitación, cada detalle fue analizado. Su intuición era
legendaria. En la cama, una pequeña mancha llamó su atención y su mente
hizo el resto. El asesino, al quitarse el guante, puso el dedo sobre una gota de
sangre. Avisó a Forrest y tomó aquella huella. Una sonrisa se dibujó en su
rostro. Sabía que lo había cazado.
701. JOSÉ ANTONIO SOLÍS RUIZ – EL SÍMBOLO
Ella corría bajo la noche y la lluvia con los zapatos agarrados con fuerza,
sintiéndose perseguida y observada. La lluvia no dejaba de caer y no había
nadie por la calle. Oyó un golpe seguido de un grito que retumbó entre las
paredes del callejón...
—Menuda noche —comentó el inspector Ulloa.
—Es lo que dice el testigo, mmm, José Rodríguez o Ramírez, lo tengo
apuntado. Estaba en el balcón cuando ella giró, escuchó los gritos y llamó —
respondía Miriam. Ni cámaras ni nada. Estamos interrogando al tal José. Se
han encontrado restos en el cuerpo, pero no sabemos quién es ella. —Solo
conocían dos cosas: ella era morena con el pelo liso y tenía un símbolo
grabado en el pecho—. De Ramírez, nada. Ni una multa.
—Mmm. Bien: una mujer, un símbolo, sin información y un testigo que
no ha visto nada. Me gusta empezar cuando la cosa es fácil.
Ulloa era así. Otra vez ese callejón. Los mismos pasos. Y allí estaba,
delante de su cara todo el tiempo. Por fin sabían quién era ella.
702. JOSÉ ANTONIO TERRÓN MALAGÓN – ELECCIONES
Mientras soplaba un colorido molinillo de viento, Andrew Shepard le
encontró cierto parecido con su vida. Giraba poco a poco hasta perder el
control, para al final detenerse y volver a girar. El exbróker neoyorquino no
prestó atención a la puerta rota de su nuevo hogar, porque su cuerpo sintió
las desagradables sensaciones que el mono de heroína empezaba a producirle,
obligándole a ir al baño. Al ver su reflejo, se lamentó; vestía harapos en lugar
de traje. No había una mujer risueña que le ayudase con la corbata ni le
deseara buenos días con un beso; ella se había ido. Pero Shepard seguía sin
apretar el gatillo del arma con el que tantas veces lo había intentado, siempre
elegía vivir. Entonces, algo brilló en sus enfermas pupilas. Determinación;
cambiaría, resolvería todas sus deudas con la mafia y la volvería a conquistar.
Volverían a ser felices. Bang. Al igual que el molinillo, la vida de Shepard se
detuvo. Para siempre. Alguien había elegido apretar aquel gatillo.
703. JOSÉ CARLOS GÓMEZ PÉREZ – JENNY
Al llegar a mi apartamento, me encontré una sorpresa. En el rellano
estaba García, un detective, y la puerta de mi vecina abierta. Ella tendida en el
suelo. Ni rastro de violencia; el armario del baño contenía vitaminas,
analgésicos y pastillas de tratamiento de hipoglucemia. Días después, el
informe del forense certificaba la muerte por una carencia de glucosa. Las
pastillas contenían un alto concentrado en sales, justo lo contrario del
prospecto. Jenny tenía un sobrino, Patrick. Escasos estudios y sin trabajo
definido. Visitaba lugares de ocio en la zona de residencia. Su economía no
era buena. Visitamos a Patrick. García le hizo varias preguntas sin resultado,
y decidí hacer un comentario.
—Pobre Jenny; nunca fue la misma después de la noticia.
—¿Qué noticia? —preguntó Patrick.
—Estaba arruinada.
—Eso es imposible, me aseguré de... —sentenció el sobrino.
—¿De qué se aseguró? —intervino García.
Fue conducido a la comisaría. Jenny era el salvavidas económico para su
ya ahogado sobrino.
704. JOSÉ D. FERNÁNDEZ – ASESINO DESCUIDADO
La policía estaba en una casa donde una señora apareció muerta en el
salón. Se sabía que iba a vender su vivienda para trasladarse a la costa, donde
el clima era mejor, pese a la oposición de su familia. En la escena del crimen,
el detective descubrió que el asesino había tropezado en la alfombra, que
estaba desplazada y se había caído contra la mesita volcada. Al ver la cojera del
mayordomo chino, Wantu Triford, dedujo que al entrar precipitadamente a
matar a la vieja, se produjo el accidente y que no recolocó el mobiliario para
no ser sorprendido. El móvil: con el cambio de residencia de la señora, él iba
a ser despedido y, si ella moría, la familia de la señora, que no quería vender,
le permitiría conservar su puesto.
705. JOSÉ DIEGO SANTIAGO – BAILARINA MISTERIOSA
Una gran tormenta retumba en la fría noche. Bajo una luz tenue y con
velas a su alrededor, se encuentra Victoria dándose un baño; todo es vapor.
De pronto, el agua cambiar de color, el rojo predomina por toda la bañera.
Está empapada de sangre; envuelta en una toalla, se dirige a casa de sus
vecinos. La puerta está medio abierta, la tormenta provoca un baile de luces;
dentro de la casa, una luz temblorosa acompaña al hilo de una caja musical.
Llega hasta el cuarto de donde procede el sonido, en una mesita se encuentra
la caja sonando con una bailarina dando vueltas, el dormitorio está lleno de
sangre, pero ni rastro de ningún cuerpo. Sale corriendo de la casa y llama a la
policía. El inspector Carrillo interroga a la testigo en el lugar del crimen;
Victoria ve desvanecer la sombra de una bailarina y se asusta. Carrillo
pregunta qué le sucede. El hilo de la caja musical deja de sonar, la bailarina se
detiene, un trueno golpea la casa, la luz se disipa...
706. JOSÉ ENRIQUE CENTÉN MARTÍN – EL PESO DE LA AMISTAD
Víctor salió de la comisaría; no podía pensar en su interior, sus
sentimientos se encontraban enfrentados entre el deber y la amistad.
Deambuló evitando calles principales, necesitaba respirar la soledad que le
hiciera reflexionar; le había pedido ayuda, refugiándose en su casa, apelando a
la amistad y en la confianza de un amigo huyendo de los acontecimientos que
parecían involucrarla, negó ser la responsable, y él la creía, pero debía
demostrarlo. Séfora no era una asesina, ese animal pérfido del que con tanto
gusto ha bebido la literatura; había nacido en el seno de una de las familias
más poderosas y ricas del país y era la futura heredera de la fortuna familiar.
Exculpaba a Séfora de su crimen, más por amistad que por convencimiento; el
motivo pudiera ser un asunto de extrema gravedad, cuestionando a una familia
de gran importancia, basados en la buena instrumentación de presuntos
rumores unido a testimonios.
707. JOSÉ FRANCISCO LÓPEZ GUIL – A NO SER
—Ya le advertí, querida, que los hombres no saben lo que quieren —me
susurró al oído.
Mientras, recogiéndola del suelo, la acomodó en su cajita de alpaca, la
ocultó entre la seda azul turquesa de su sari y se alejó por la empinada
escalera; hacia la tenue luz nocturna de la calle Gowen. El gélido aliento de la
muerte me cubría ya como una mortaja, mientras el último mío se escapaba
por las imperceptibles marcas que la violinista me había asestado como
despedida. Aun así, en lo único que podía pensar en ese momento era en los
irónicos comentarios que se harían acerca de la brillante inspectora Emma
Britt, «el ojito derecho del comisario jefe» y el ridículo calzado con el que fue
a morir. A no ser que... A no ser.
708. JOSÉ FRANCISCO LÓPEZ RODRÍGUEZ – QUERIDO DIARIO
Aún recuerdo aquella noche. Según la versión oficial, aquel vecino que
apareció tendido sobre la cama, atado y asfixiado, sufrió bastante en sus
últimos segundos. Una lástima por el pobre chico. Sí, lo recuerdo. La policía
se llevó a mi compañera de piso tras tomarnos declaración y registrar nuestra
casa. A decir verdad, desde hacía un par de años le guardaba cierto rencor por
lo que me hizo. Cierto es que fue algo imperdonable y, ahora que está
encerrada, en cierto modo me consuela. Pobre muchacho. ¡Y qué tonta fue
ella! Es increíble lo mucho que puede variar el informe de un forense,
solamente incluyendo en la escena un par de cabellos, una ridícula cantidad de
su desodorante y la saliva sacada de un asqueroso chicle desechado. Por fin,
esa idiota pagará. Mejor aislada que muerta. Y lo mejor, jamás nadie
sospechará de mí, de su mejor amiga.
709. JOSÉ IGNACIO TEJERO YUSTOS – LAKUA
Muere la tarde en Lakua. Muere el sol rojizo y su sangre todavía está
fresca en la alfombra. Mientras, el sargento Otxoa, al mirarlo otra vez, se
estremece y se pregunta cómo alguien ha podido ser tan cruel para dejar allí,
así, aquel cadáver. Parecía obra de un maniaco. El consejero Iriondo yacía
inerte. ¿Un crimen pasional?, ¿venganza?, ¿asesinato visceral? Como si
importara. Da igual, está muerto. Lo observa, busca más allá de lo que ve con
sus ojos. Todos se figuraban quién era el artífice del macabro asesinato. Un
odio incontrolable manaba de mi interior, creciendo, supurando por todos
mis poros, empapando mi piel. ¿Cuál era su pecado? Ser acreedor del amor
de mi propia madre. Suficiente... ¿o no? «¡Qué maldita obsesión!», pensé. Ya
no seré ni detenido ni interrogado; tal vez, ni siquiera sospechoso. Ahora me
siento libre de verdad, ¡definitivamente libre! ¡Eternamente libre! Descanso,
muerto, al lado de mi amante. Triunfó el amor... al fin.
710. JOSÉ JESÚS LOU LUESMA – VEINTICUATRO HORAS
Aquella nota no dejaba de sonar en su cabeza: «Se ahogará en veinticuatro
horas». Repasaba las pistas, el zapato, su coche, su bolso, el contenido. Los
cristales que resultaron ser de unas gafas que la secuestrada no necesitaba.
Sonó el reloj, quedaba menos de una hora. Desencajado y sin dormir,
buscaba un sentido a cada dato. Cada testigo, el encargado del garaje, la
vecina que espiaba por la mirilla. El propietario de la plaza de enfrente que la
amaba, aunque los vecinos se burlaban de él, y recordó un comentario:
«Bonitas gafas nuevas...»; eran unas monturas de pasta reparadas. Y todo
encajó, un forcejeo, las gafas y los pequeños cristales. Marcas de arrastre que
vio al recogerlos (los zapatos); solo una atravesaba el carril que les separaba
de las plazas de la derecha provistas de pequeños trasteros; de ahí las
veinticuatro horas. Y dijo: «Rápido, ya está resuelto».
711. JOSÉ JUAN FERNÁNDEZ–TRUJILLO COLÓN – NOCHE FELIZ
David sale del bar en el que acaban de celebrar que ya tienen al asesino,
lo que le ha valido el ascenso. Arde en deseos de contárselo a su mujer y sus
dos hijos; va a poder darles la vida que merecen. La noche avanza mientras
llega a su hogar y decide posponer sus noticias. Pero al entrar, una canción
suena de forma suave, recorriéndole, azarosa. La reconoce y sonríe mientras
piensa que quizás la fiesta todavía no haya acabado. El sonido le sirve de faro,
guiando sus pasos hasta el salón, donde la luz escapa a través de la puerta
cerrada. Al abrirla, la luz le ciega, lo que ve lo mata. Su mujer e hijos cuelgan
torturados y muertos en la pared, y a sus pies, un suplicante con los brazos
extendidos alza el rostro, sonriente. Sus labios tirantes saborean un «he
ganado» mientras el sonido del cuchillo, que resbala de su mano, se ve
silenciado por el de una pistola saliendo de su funda. Canción y voz se hacen
una mientras «nada más importa». Un solo disparo suena, pero dos son los
muertos.
712. JOSÉ L. CANCELO ENRÍQUEZ – EL TRUCO MANIFIESTO
La principal coartada del mago Escorpio era el espectáculo que había
ofrecido ante decenas de personas en el mismo momento en que su exmujer
había sido asesinada; y la única pista fueron los sesenta segundos que estuvo
desaparecido durante la prueba de escapismo. Sin embargo, una muestra de
su ADN estaba en la piel encontrada bajo las uñas de la víctima, y el portero
del edificio juraba haberlo reconocido a pesar de la capucha del abrigo. Todas
las pruebas apuntaban a que Escorpio había estado en la casa de su exmujer,
asesinándola; y, al mismo tiempo, actuando en el teatro. ¿Podía un truco de
magia permitirle estar de verdad en dos sitios a la vez? Pero, aunque un mago
nunca revela sus trucos, el espectador que falleció por alergia a los somníferos
sí que lo hizo.
713. JOSÉ LUIS CALVO BUEY – SIN TÍTULO
En su niñez, mientras erraba por un dédalo poblado de minotauros en
que jamás entró Teseo alguno, siempre imaginó que encontrarían su cuerpo
yacente mordisqueado por las ratas en una fétida callejuela sobre un lecho de
inmundicias. Ahora, a través del mismo cristal que refleja su faz demacrada
por la tensión de la infructuosa huida de sí mismo, por el frenesí de la caza en
que sabueso y presa acaban confundiéndose, observa las sombrías figuras
armadas que convergen velozmente hacia él y comprende que el destino puede
ser clemente. Empuña la pistola en un gesto que algunos interpretarán como
una postrera rebeldía, como un último pecado de orgullo, pero que no es
más que la calma aceptación de su sino, y sale al jardín, a la sombra de los
rosales en flor, a la fragante hierba en la que espejea un sol radiante que
preludia la noche eterna.
714. JOSÉ LUIS GARCÍA CONEJO – ASESINATO EN EL PARQUE
El detective Williams todavía no tenía muy claro cómo se había
producido el homicidio. Sabía que algo se le escapaba, pero no sabía que. Era
de noche, y el cadáver estaba en un parque público, donde no hay cámaras ni
testigos. El marido de la víctima prestaba declaración al agente, y decía que un
encapuchado salió de entre los árboles, y tras pedirles el dinero, apuñaló a su
esposa sin motivo, y se perdió en la oscuridad. Llamó al 911, pero, cuando
llegaron, ya no pudieron hacer nada. No pudo identificarle, ya que estaba
oscuro e iba encapuchado; solo le pareció que era de color, muy delgado y de
baja estatura, sobre 1,50. Repasaba en su cabeza una y otra vez hasta que lo
vio claro. La altura de la herida mortal era demasiado alta y profunda para que
el asesino fuese tan bajo y débil. Revisó la mochila del marido, y encontró
sangre en su interior, y tras mirar más detenidamente, encontró un falso
bolsillo donde estaba la navaja, todavía ensangrentada. Tras enseñársela, lo
detuvo.
715. JOSÉ LUIS MARTÍNEZ OLIVEIRA – ¿VENGANZA?
Suspiró profundamente y apretó el volante con fuerza. Las náuseas del
principio por fin habían desaparecido, pero las ganas de llorar aún estaban
presentes. Todavía recordaba como ayer había hablado con él y habían
decidido quedar en la esquina para alquilar unas películas. Solo se retrasó
unos minutos, ¡solo unos minutos! Y ahora, su mejor amigo se encontraba
muerto en la misma esquina en la que siempre quedaban, con dos tiros en el
pecho y una expresión de sorpresa. Volvió a suspirar y levantó la mirada
hacia la carretera. No fue hasta que enfocó su vista que se dio cuenta de que
sus ojos estaban empañados en lágrimas, y estas bajaban con rapidez por sus
mejillas. Volvió a suspirar y se las limpió con rabia. Si Kevin estuviera vivo, le
pediría que dejara de llorar y actuara, que dejara la tristeza de lado y siguiera
adelante y, fue en ese momento en el que en su mente se plasmó la idea vengar
la muerte de su amigo. Sí, lo vengaría, de una forma o de otra, vengaría a su
amigo...
716. JOSÉ LUIS MEDINA – CON EL AGUA AL CUELLO
Una terrible tormenta acaecía aquella noche, y me daba auténtico pavor.
Atada al mástil de aquel precioso velero, sin poder diferenciar si eran lágrimas
o gotas de la abundante lluvia lo que cubría mi rostro. Había estado tan cerca
de atraparlo después de tanto tiempo... Un rayo deslumbrante copó el cielo,
seguido de su sonido ensordecedor, cerré los ojos asustada y, al abrirlos, allí
estaba él. Un hombre atractivo a la par que despiadado.
—Ha sido un placer, inspectora García —habló con su voz melosa y
cautivadora—. Lástima que tenga que acabar así.
Se alejó, sin apenas volver a mirarme. A lo lejos, escuché el ruido de un
motor, el de la lancha en la que escapaba. El sonido fue alejándose cada vez
más, a la vez que yo iba notando algo raro: el barco estaba inclinándose, se
estaba hundiendo desde popa. El agua ascendía por mi cuerpo
alarmantemente; cuando llegó a mi cuello, solo pude cerrar los ojos, escuchar
y sentir aquella horrible tormenta; sería el único testigo de mi muerte.
717. JOSÉ LUIS SANTINI – UNA CARA COSTUMBRE
—¿Qué ha sido? ¿Violencia doméstica? —dijo Mcquade al llegar a la
casa.
Era lo más común en ese tipo de crímenes. Un ricachón asesinado era un
día normal. Su ayudante acaba de mandarle el mensaje del suceso y había
acudido inmediatamente. Ambos subieron a la habitación a inspeccionar el
escenario. El cuerpo yacía en el suelo con un disparo en la cabeza.
—Quizás encontremos algo bajo los muebles —sugirió Brian, su
ayudante.
Cuando Mcquade se inclinó junto a la cama, se quejó de la incómoda
funda de su pistola, como muchas otras veces, y la dejó sobre la mesilla. Al
fin encontró lo que buscaba, un casquillo de bala.
—Brian, este casquillo es de una Beretta igual que la tuya —dijo
mientras se giraba y reparaba en que su arma ya no estaba en la mesilla.
—Enhorabuena, inspector, ha resuelto su último caso —contestó antes
de apretar el gatillo.
718. JOSÉ LUIS SÁNCHEZ – ASESINATO SOMBRÍO
Irrumpieron en la escena a la que habían sido convocados. Tanto la
detective Murray como su médico forense, Harrison, se miraron a la cara
cuando vieron tal escenario. En esa noche, negra cual carbón, y solo
alumbrada por la luz de la luna llena, enturbiada por la lluvia, vislumbraron
cómo el cadáver de aquel hombre, mutilado y desangrado, como si un animal
furioso y sanguinario hubiera dejado salir su instinto más básico, se
encontraba en uno de los lugares más recónditos del parque. Mientras
intentaban encontrar pistas sobre lo ocurrido, Murray y Harrison
observaron como el agua arrastraba incansablemente todo lo que podía servir
como hilo para llegar hasta el asesino. Sin rodeos, empezaron a recoger lo
que podían con sus manos tapadas con guantes, mientras la sangre de los
trozos de su víctima descuartizada se filtraba por sus dedos.
719. JOSÉ LUIS TRESPALACIOS LÓPEZ – MARCADA
Era incapaz de apartar la vista. Además, sobre el fondo negro, era poco
menos que imposible ignorarlas. Rick, inmóvil, no ocultaba su sorpresa
mientras Kate sonreía pícara. Un cubito de mi copa resbaló sobre el otro,
rasgando el tupido silencio del salón, mientras la luz de los neones del garito
de la esquina se colaba por las rendijas que la vieja persiana era incapaz de
cubrir. No podía dejar de mirar y cuanto más lo hacía, más y más de aquellas
odiosas señales se hacían patentes a mi cansada vista. No podía soportarlo
más, así que, recurriendo a mis últimas fuerzas, tomé dos decisiones
trascendentes. En primer lugar, hubiera despedido a la asistenta, caso de
haberla tenido alguna vez. El negocio nunca había funcionado bien del todo y
el mercado del esparto estaba frito. La segunda decisión era la importante: de
inmediato, me levantaría y, con una gamuza, quitaría las marcas de dedos que
llenaban la pantalla, y todo habría terminado al fin. Pero estaba tan cansado...
720. JOSÉ MANUEL CÁCERES ROSCO – NO IMPORTÓ EL AMOR
Sonó el teléfono, un nuevo crimen que resolver. El detective Torres se
dirigió al lugar indicado, una calle estrecha, oscura, allí se encontraba en el
suelo el cadáver de una mujer con varias puñaladas y golpes. Dentro del
bolsillo llevaba una autorización de una empresa de diseño, la más importante
de la ciudad; la joven se llamaba Belén. El comisario interrogó a todos los
miembros de la familia y compañeros de trabajo; todos tenían coartada para la
noche del asesinato excepto su novio, con el que también trabajaba y luchaban
por un puesto que ofrecía la empresa para trabajar en Nueva York.
Interrogándole, el chico confesó que Belén esa noche le pilló espiando su
proyecto para la empresa, discutieron fuerte y la envidia le hizo volverse loco:
la apuñaló y golpeó en repetidas ocasiones. La ambición pudo al amor.
721. JOSÉ MANUEL GARCÍA AMAGO – MI VIDA DESPUÉS DE MI
MUERTE
Eran las seis de la mañana y, al arrancar el coche en el garaje, Mario
pensaba en el monótono día que le aguardaba en el ministerio. Repasaba
mentalmente los informes pendientes mientras esperaba que el portón se
cerrase. De repente, un coche de policía se detuvo delante de él impidiéndole
el paso y bajaron a toda prisa unos hombres uniformados, que, apuntándole
con sus armas, le indicaron a voz en grito que no se moviera. Segundos más
tarde, cuatro disparos sonaron en el silencio de la mañana. Una mortal herida
sangraba en el entrecejo de los cuatro falsos policías que yacían tirados en el
suelo. Mario, pistola en mano, observaba que las luces del techo de la patrulla
estaban instaladas en la parte de delante en vez de en medio. Lo ocurrido solo
indicaba una cosa: su tapadera se había ido al traste y volvía a estar en activo.
722. JOSÉ MANUEL GIL NAVARRO – LA CULPA ES DEL GATO
Ethan dejó atrás todo atado y bien atado. La habitación, revuelta; la ropa
ensangrentada de parte del traje, envuelta y lista para quemar; el arma
homicida, sin huella alguna; y el cadáver de su amante, tirado en el suelo,
apuñalado y ensangrentado con el mismo cuchillo sin huellas. Cogió a su
gato, al que siempre llevaba consigo, y cerró la puerta. Los agentes, la
inspectora Heather y Markus, su extravagante y alocado ayudante, se
dirigieron a casa del primer sospechoso, Ethan Waits. Tocaron a su puerta y
él les abrió con su fiel gato en los brazos.
—¿Sr. Ethan?
—Sí.
—Queda usted arrestado por el asesinato de Willian Sands.
—¿Pero qué están diciendo? No tienen pruebas de nada, ¡¡esto es
absurdo!!
—Se equivoca, tenemos las huellas de un gato en la manga de su camisa,
con la sangre y ADN de la víctima.
—Ja, ja, ja. Seguro que si le tomamos las huellas al gato, serán las
mismas que las de la camisa —dijo Markus.
—Markus, por el amor de Dios...
Otro caso resuelto por la extraña pareja.
723. JOSÉ MANUEL GÓMEZ RUIZ – ESTABILIDAD
Inestabilidad laboral y una edad difícil, responsable de una familia en
tiempos duros. Compito por justicia contra cientos, llevo años de
preparación, estudiando y practicando. Me angustio por si fracaso. Examen.
Lo consigo y soy el primero. El premio: un puesto de trabajo consolidado.
Trabajo con una mujer herida, tratada injustamente por ser mujer y lesbiana.
Me demuestra que es la jefa con su acritud. Expía en mí sus traumas porque
odia a los hombres. El tiempo pasa, y su ira aumenta. No puedo escapar de
este circo; pone en peligro mi logro conseguido y mi sustento familiar. No lo
permitiré. «Persiana rota. 5ª planta». Subimos a una silla, y ella accede al
vierteaguas. Asoma el cuerpo al vacío y se agarra al marco de la ventana. La
miro. Un escalofrío me recorre el cuerpo; el estómago se cierra, y el corazón
se acelera. Me asomo. Veo su cuerpo en el suelo con una postura de muerte.
Mi corazón se calma; el aire vuelve a mis pulmones y una paz me hace sentir...
estabilidad laboral.
724. JOSÉ MANUEL JIMÉNEZ GONZÁLEZ – LOS CELOS NO SON
BUENOS CONSEJEROS
Una joven aparece muerta en una playa de Miami. Cuando aparecen la
policía y el forense, encuentran su cuerpo desnudo con marcas en el cuello;
por lo tanto, la estrangularon. Después de llevarse el cuerpo para hacer la
autopsia, los inspectores empiezan a buscar pruebas alrededor. Solo se
encontró un anillo, que debía de ser del asesino. Luego, se dirigieron a la
oficina forense para descubrir más datos. Se llamaba Jenny y vivía en Los
Ángeles; tenía novio, llamado Clark Winston, que se hospedaba en Miami.
Quien la estranguló dejó sus huellas en el cuello de la víctima y
correspondían con las de su novio; también consiguieron saber que ese anillo
era de compromiso, lo que hizo que los inspectores Malcolm y Heather
fueran al domicilio del novio. Cuando llegaron, Clark se tumbó cuando le
explicaron los inspectores lo que sabían. Confesó que la asesinó por celos,
porque sabía que ella le engañaba con otro, un tal William, compañero de
piso de ella.
725. JOSÉ MANUEL LASANTA BESADA – LÍNEAS PARALELAS
Seis dieron en el blanco, perfilando hermosas curvas antes de que Martín
errase el lanzamiento del séptimo cuchillo. Aunque, en opinión del inspector
Blanco, fue precisamente aquel el certero. El objeto, un puñal de doble filo,
describió una perfecta línea paralela al suelo, dejando una estela de horror y
penetrando en el cerebro de Claire de forma limpia, previo paso por el globo
ocular. Todo el público sufrió una conmoción excepto la rica heredera, que,
situada en primera fila, fingió no obstante un espanto que en absoluto sentía.
El camino que la llevaría de forma libre a los brazos de su amado quedaba así
expedito. No contaban con la obstinación y sagacidad del inspector, que
hurgó incansable en el pasado y el presente del público que llenaba la
pequeña sala, y que descubrió lazos insospechados entre el lanzador y el tutor
de la hermosa dama de la fila uno. A fin de cuentas, Martín solo había sido un
desliz en la vida del naviero que un día adoptara a la joven de Carcassonne.
726. JOSÉ MANUEL PADÍN LÁZARO – LA BILLETERA
No entiendo cómo nos ha convencido a todos para estar presentes en esta
reunión. La joven del traje azul está retorciendo entre sus manos un pañuelo.
Todos estamos escuchando la descripción de los hechos, aparentemente
distraídos. El hombre obeso de mi izquierda está sudando y carraspeando. El
detective sigue con sus desarrollos lógicos, pero para mí muy
circunstanciales. Los demás integrantes de la reunión también se muestran
nerviosos e incómodos; incluso el mayordomo parece más serio y rígido de
lo normal. ¡Ah, vaya, la billetera! Así que fue allí donde la perdí. Pues
menudo contratiempo. En cualquier caso, no creo que eso sea suficiente
siquiera para acusarme. Aunque, claro, prácticamente ha refutado mi coartada;
sería fácil que hubiese llegado a tiempo. Pero, bueno, mientras no encuentre
un motivo... que ya ha encontrado. Pues no sé cómo voy a salir airoso de
esta.
727. JOSÉ MANUEL PALACIOS RODRIGO – SIN TÍTULO
Con el pulso retumbando en sus oídos, Meggan entró en la habitación,
aún en penumbra. Iluminó la estancia con la linterna mientras apuntaba con
su arma, encañonando al vacío.
—¡Alto! ¡Policía! —gritó.
—Tranquila, novata..., baja el arma. Soy Powell.
El detective Powell se inclinaba sobre la víctima, en medio de un charco
de sangre. Meggan bajó el cañón del arma, con el corazón aún acelerado.
Había tanta sangre que el aire tenía un regusto metálico. Contuvo una arcada
antes de examinar el cuerpo. Una prostituta desmadejada, con la garganta
cercenada. Otra víctima del Nightcrawler.
—Aún está caliente; ese bastardo no puede andar lejos.
Powell se apartó del cuerpo invitándola a acercarse. Meggan sintió una
punzada de terror, levantó el arma y encañonó a Powell. Powell sonrió con
complacencia.
—¿Cómo lo has sabido? —murmuró Powell.
—Estabas en medio del charco de sangre y no has dejado huellas al
caminar. Ya estabas allí cuando comenzó a formarse...
728. JOSÉ MARÍA BENÍTEZ GARCÍA – RETORNO
Se alegraba de regresar a la ciudad donde pasó su juventud a pesar de los
trágicos recuerdos que evocaba. Fue paseando hasta el viejo puente y sintió un
escalofrío; había algo amenazador en la vieja mole de piedra. De pronto, oyó
su nombre y vio a una muchacha que lo llamaba desde la parte más alta. La
voz sonaba extrañamente cercana. Escuchó, como hipnotizado, y dijo: «Sí, ya
voy». Los periódicos dieron la noticia de que el nuevo profesor había puesto
fin a su vida en el mismo lugar que lo hiciera, por su causa, aquella pobre
muchacha tiempo atrás...
729. JOSÉ MARÍA LÓPEZ BELINCHÓN – LOS PRIMOS ASESINOS
Rick y Kathy, tiene que resolver un nuevo caso. Se trata del asesinato de
un matemático, que dice haber encontrado una fórmula que genera todos los
números primos. Investigan un poco y descubren que dicha fórmula fue
conjeturada por Riemann (matemático famoso) y encuentran que el Instituto
Clay de Matemáticas ofrece más de un millón de dólares a quien pueda
demostrar dicha conjetura. Investigan un poco en la vida del cadáver y
localizan a tres personas, tres colegas matemáticos, que tienen motivos para
poder asesinarlo (debido a que el muerto fue ayudado por estas tres personas
y un día les comentó que descubrió la fórmula y no iba a repartir el dinero).
Los tres tienen coartadas viables, pero, al final, Rick se da cuenta de que todos
intervinieron, ya que se pusieron de acuerdo a la hora de poner el veneno que
lo mató.
730. JOSÉ MARÍA VÁZQUEZ ANA – MUERTE EN EL PARAÍSO
Tras el juicio en el cual se dictó la orden de alejamiento para Peter,
necesitaba una escapada. Las amenazas de muerte no me asustaban; lo conocía
bien. O al menos eso creía. Todo había pasado demasiado deprisa. En
cuestión de un año, había pasado del altar a un traumático divorcio. Los celos
habían transformado al hombre más maravilloso del mundo en un monstruo.
Ahora necesitaba poner tierra de por medio; además, siempre quise conocer
Bora Bora. Allí, en aquella tumbona a orillas del Pacífico, me sentía libre por
fin. El camarero me trajo un Blue Hawai. Me encantaba esa mezcla de ron con
piña y naranja. Le di un buen trago, respiré profundamente y cerré los ojos.
¡Qué paz! En apenas unos minutos, empecé a sentirme mal, estaba totalmente
aturdida. Miré a mi alrededor, estaba todo borroso. Pero pude reconocer la
figura de aquel hombre con el que me casé antes de desmayarme.
731. JOSÉ MARÍA LUQUE ROJO – SIEMPRE LLEGA
Con las manos sosteniendo el café y la mirada perdida, repasa su
infancia, su fugaz adolescencia, la experiencia del instituto y la facultad de
Medicina. Fue entonces cuando llegó el atractivo y prometedor cirujano:
Matt. El pasaporte hacia la plena estabilidad. La magia de su matrimonio fue
efímera. Las infidelidades, broncas, abusos y palizas eran tan comunes que los
únicos momentos felices de Alice eran los que pasaba junto al ventanal,
observando a los paseantes, imaginando sus simples, pero agradables vidas.
¿Cuándo llegaría su felicidad?, se preguntaba.
El empleado de la agencia, con su carretilla, arrastra el baúl con destino
al guardamuebles.
—Tenga cuidado, ¡ahí dentro va mi pasado! —le dice al transportista.
—Tranquila, señora. La entrega está garantizada. Nuestro lema es:
«¡Siempre llega!».
«Nunca mejor dicho», piensa Alice.
En sus labios, un esbozo de sonrisa. Matt, narcotizado en el baúl, estaba
a punto de iniciar unas largas, muy largas vacaciones.
732. JOSÉ MARÍA MORALES – LA PIEZA DEL PUZLE
Cuando leí que habían asesinado a Saúl Mijan, supe que sería llamado a
declarar. Mijan era director del museo del puzle. El detective Miranda me
llevó hasta la sala central del museo, donde estaba el puzle del plano de la
ciudad. Miranda sacó una pieza.
—Encontramos a Mijan muerto sobre el rompecabezas; arrancó esta
pieza. Sabemos que tenía enemigos.
También está Macías, el vicedirector del museo, que quería ascender a
toda costa. Miré el tablero, el gigantesco puzle era un espejo en el que ahora
me obligaban a reflejarme. Encontré la solución.
—Los coleccionistas no vemos las piezas. Jugamos, en realidad, con
espacios vacíos. No se fije en la pieza que Mijan arrancó, mire mejor la forma
del hueco.
Miranda se centró en el punto vacío: leyó entonces la forma de una M.
Macías fue detenido. Desde entonces, cada mes me envía un pequeño puzle.
Siempre descubro la forma de una pieza ausente: la inicial de mi nombre.
733. JOSÉ MIGUEL CRIADO MAYOR – EN BUENAS MANOS
François se quitó el alzacuello al llegar con su furgoneta robada al
control belga. Sabía que salir de la Alemania nazi no iba a ser fácil. Mientras
hablaba con el que parecía el jefe, sin conseguir ocultar su nerviosismo, dos
soldados abrían la parte de atrás. La cajita que tanto le había costado robar no
podía..., no debía abrirse, pero ellos no lo entenderían. Rezó mentalmente
para que no lo hiciesen, que no se fijaran en ella entre el resto de la carga y
finalmente le dejaran seguir. ¿Qué probabilidades había? Era pequeña. Todo
lo que había hecho podría no servir de nada. Tras este control llegaría, por
fin, a un lugar seguro y la humanidad sobreviviría, al menos un poco más. El
portón se cerró.
—Puedes continuar, hijo... —un gran alivio le invadió y emprendió la
marcha apresurada y torpemente—, pero nos quedamos con la caja. Y no me
mires así, que lo estabas pidiendo.
—Por el retrovisor no vio a los soldados con la caja; de hecho, cuando
volvió la vista, tampoco estaba ya su jefe.
734. JOSÉ MIGUEL ROMÁN OÑATE – EL PRECIO DE LA JUSTICIA
El precio de la justicia. ¡Jod...! Mierda... Los faros del Crown Victoria
me alumbraban directamente a la cara y no podía ver nada, tan solo escuchar
sus gritos de «¡Al suelo, ya! ¡Tira el arma!». Si Jackson hubiera calmado sus
nervios y hubiera esperado tan solo un minuto más cuando escuchó las
sirenas de los coches patrulla acercándose, quizás hubiera tenido una
oportunidad... Joder, la verdad es que todo había salido mal... Realmente, no
le podía culpar por ello. Lentamente, vi como al menos cinco figuras se
acercaban apuntándome con sus armas y, finalmente, me empujaron contra el
suelo y me esposaron. Sentí una gota de sudor frío recorriendo mi nuca. Me
metieron en el coche y me leyeron mis derechos mientras yo solo podía
mirar el cuerpo del cabrón al que había acabado de matar. Tantos años siendo
poli y persiguiendo asesinos habían terminado por convertirme en uno de
ellos. A veces, la justicia tiene un alto precio. Uno que yo había pagado con la
sola esperanza de alejar a aquel asesino de las calles.
735. JOSÉ PASCUAL MONELL ZORRILLA – TÚ, YO... YO, TÚ...
NOSOTROS
23:45. Vicky Hermans y Charles Coopers pasean por Central Park;
ambos, inspectores de policía; ambos, enamorados; y ambos, con diferentes
formas de resolver sus casos... Él, más físico y espontáneo; ella, perspicacia y
análisis. De repente, un meteorito cruza el cielo y cae a pocos metros; de su
interior se escapa un gas púrpura que hace que las mentes de los inspectores
se intercambien. Mientras, en otra zona del parque, un hombre viola y mata
salvajemente a una mujer vestida toda de cuero. Tras el desconcierto inicial,
situaciones difíciles y cómicas, Vicky logra resolver el atroz crimen
aprovechando el masculino físico de Charles, pues este le permite investigar
en el selecto burdel Red, regentado por la atrayente dominatrix Lady Hatler, y
que es exclusivo para hombres. Allí encuentra, provoca y consigue vencer al
asesino en una feroz lucha cuerpo a cuerpo. Afortunadamente, el efecto del
gas solo dura un día y todo vuelve a la normalidad tras la noche. ¿O no?
736. JOSÉ PEDRO GONZÁLEZ – EL CICLO
Entré, y me encontré todo como lo había dejado, tuve la sensación de
que nunca me hubiera ido, y si no miraba hacia la calle por algunas de las
ventanas que adornaban la habitación, nadie en su sano juicio aseguraría que
allí no hubiera pasado absolutamente nada en los últimos doce años. Rodé las
cortinas, y la luz entró rebotando en las paredes; ahora sí se podía contemplar
el desgaste del color en ellas, y el polvo que corría por la habitación como
ocupas que acaban de recibir la noticia de que tienen que abandonar una
vivienda. Todo lo cubría, incluso el aire, costaba respirar, me fui abriendo
paso empujando con el pie los pedazos que había en el suelo que contaban
cosas de lo que había sucedido allí. «Lo hice», me decía a mí mismo, «por ti»,
pero ya en mi cabeza dudaba si era realmente por ti. He cumplido la promesa
que te hice el último día que estuve en esta habitación; sobre tu cuerpo bañado
en sangre con el que me manché la mano, juré que tu asesinato no quedaría
impune.
737. JOSEFINA PIÑATE MENDOZA – ERA UN JUEGO
¿Si me arrepiento? ¿Por qué habría de hacerlo? Su mirada, mientras
brotaba la sangre, era como la del gato de mi hermano que se ahogó cuando
lo lancé al lago, el muy tonto nunca aprendió a nadar. Estaba tan borracho
que no sintió la inyección de lejía que le coloqué, se retorcía hasta que quedó
como tieso; luego le até los brazos y las piernas para poder desprendérsela.
¡Lo juro! Por más que lo intenté, no pude arrancárselas. Por eso, decidí usar
su propio cuchillo para separar brazos y piernas, pero tampoco lo logré, solo
pude hacerle figuras y cortes por los brazos; en eso llegaron los gritos,
todavía los escucho: «¡No, por favor! ¡Suelta el cuchillo!». Todos gritaban:
«¡Deja a papá!», a lo que respondí mientras le acariciaba el cabello: «Ya
despierta, papá, se acabó el juego, recuerda que hoy es mi doce cumpleaños».
738. JOSEL FERNÁNDEZ MARTÍNEZ – LA PRIMITIVA
Juan Martínez estaba jubilado y vivía con su mujer Julia en Madrid. Julia
era una mujer descuidada y no atendía bien a sus labores del hogar. Aquella
mañana, como cada día, Juan estaba tomando un café y mirando el periódico.
Fue pasando las hojas y se puso a leer los resultados del sorteo de la primitiva
del día anterior. Su cara cambió de color al reconocer los números
ganadores; siempre jugaba los mismos números y ya se los sabía de
memoria. Salió corriendo del bar y se dirigió a su casa a recoger el boleto
premiado que había dejado en el bolsillo de su pantalón azul. Su mujer no
estaba en casa y salió a la terraza a fumarse un cigarro. Allí estaban sus
pantalones, lavados y tendidos al sol. Cogió un cuchillo y esperó el regreso
de su mujer, mirando con ojos llorosos al infinito.
739. JOSELYN VELOZ ORTEGA – EL TIEMPO LO DESCUBRIRÁ TODO
Al morir mi madre el 20 de junio del año 2000, me tuve que ir a vivir
con mi padre. Ellos se habían separado por incompatibilidad de caracteres.
No quería estar con mi padre, ya que era un completo desconocido para mí.
Después del entierro, mientras hacía el equipaje, cuando sacaba la ropa de los
cajones, encontré una foto de mi madre sentada en un banco. Eso me hizo
pensar en cómo había muerto; fue tan extraño que muriera de sobredosis, era
ilógico. Cuando terminé de hacer la maleta, fui a la comisaría de policía; ahí
estuve esperando al inspector Rodrigues en su oficina. Cuando estaba
esperando, vi una foto de mi madre entre sus cajones, una foto que mi madre
había perdido hacía mucho tiempo, y en ese momento lo descubrí: mi madre
había conocido al inspector Rodrigues. Deprisa me apuré en sacar mis
propias conclusiones y la verdad salió a la luz poco después: por una póliza
de seguro que tenía mi madre, por si llegaba a morir, se descubriría al
asesino. Fue él: el inspector Rodrigues.
740. JOSEMA FERNÁNDEZ – EL MONSTRUO DEL ARMARIO
Odio a los críos, pero eso no pudo evitar que se me rompiera el alma al
llegar a aquella casa. Dos niños, de unos ocho y once años respectivamente,
llorando envueltos en los brazos de una agente, mientras esta intentaba
convencerlos para salir de la casa con una promesa de chocolate caliente. Tras
ver que al fin salían, me acerqué a inspeccionar la escena: dos personas,
marido y mujer, inertes en el lecho conyugal. Les habían disparado mientras
dormían. Pregunté si alguna puerta había sido forzada y si había indicios de
robo, pero recibí dos negativas. Puertas en perfecto estado y joyeros y
carteras en su sitio; ¿de qué coño iba aquello? Me comunicaron que
encontraron los casquillos de bala dentro de uno de los armarios del
dormitorio parental y salí a buscar a los niños en busca de alguna pista. Pero
no estaban, ni ellos ni la agente, a la que de pronto nadie conocía. Nunca los
encontramos. Supongo que la próxima vez, papi también debería comprobar
su armario en busca de monstruos.
741. JOSUÉ RAMOS – TU WHISKY EN TU HONOR
Su escritorio está vacío. Su máquina de escribir está en silencio. Su
botella de whisky... La estoy terminando en su honor. La agencia no ha vuelto
a ser la misma desde el día en que mi socio fue asesinado. Cuando
empezamos, nos juramos que, si alguno de los dos caía, el otro se encargaría
de convertir en un colador a su asesino. Uno de nosotros sería la venganza
del otro. Pero ahora solo puedo echarle de menos bebiéndome su alcohol.
Ojalá ella no se hubiese interpuesto entre nosotros. No debí haberlos matado.
742. JUAN ARIZA VALENZUELA – LATIDOS
Pom. Pom. Pom. Pom. No debería haber estado aquí. Pom. Pom. Mi
corazón va a doscientos. Tranquilo o no podrás abrir la caja. Pom. Pom.
Pom. ¿Por qué estaba aquí? Vestido de negro, pasamontañas. Pom. Pom.
¡Quería robar! Pom. ¡No oigo los engranajes! Tranquilo. Respira. Pom.
Pom. Pom. Si no me hubiera apuntado. Pom. Me cuesta respirar. Inspira...,
espira... Pom. Pom. A ver, 6... 8... Pom. Pom. Qué casualidad que quisiera
robar el mismo día, a la misma hora. Pom. Pom. Pom. Tuve que disparar.
Oh, Dios, lo he matado... 5... Me duele el brazo derecho... Pom. Pom. 9...
2... 1... Pom. Pom. Pom. Se abrió... Pom. Pom. Pom. ¡Ohhh! Me falta el
aire... Dios, ¿qué es ese ruido...? Pom. Pom. Pom. ¿La policía? Pom. Pom.
Pom. Pom. Pom. Pom. ¡¡Qué dolor!! ¡Ayúdenme, por favor! Pom. Pom.
Pom...
743. JUAN BEIRO CAAMAÑO – NEGOCIOS SUCIOS
Desde el principio, él conocía la identidad del asesino. Por algo era el
comisario, tal vez la persona más astuta de la ciudad. Y le había llegado el
momento de actuar. Sabía que no podría detenerlo. El asesino era un
personaje muy poderoso y escurridizo, capaz de destruir pruebas, sobornar
policías, eliminar testigos... Así que debía «liquidarlo», como dicen los
mafiosos. La noche era oscura y peligrosa. Sin embargo, la puerta estaba
abierta. Nadie en la cocina. En la habitación principal, una bella mujer dormía
despreocupada, totalmente ignorante de los «negocios sucios» de su marido.
La siguiente habitación era la de las gemelas. Al final del pasillo, estaba el
baño. Se encontró al asesino frente al espejo. Sus ojos de diablo... No podía
dejar que reaccionara e intentara defenderse. Con un movimiento rápido sacó
su pistola... y se disparó en la sien...
744. JUAN GARO – POR TI, POR ÉL, POR MÍ
Una mañana muy temprano, en Barcelona, un repartidor encontró a un
hombre de unos cuarenta años en el suelo, inmóvil, sobre un charco de
sangre y una baldosa rota a su alrededor. Llamó a la policía y una patrulla se
presentó inmediatamente. Revisaron todos los pisos; en uno de ellos, la
cerradura estaba forzada, no vivía nadie, así que entraron: lo que hasta ahora
parecía un accidente cada vez se asemejaba más un asesinato. El fallecido era
un inmigrante polaco, vinculado a las drogas. Contactaron con su familia
para darles la terrible noticia. Al día siguiente, fueron a la casa del fallecido,
pero solo encontraron los signos de una pelea. Localizaron el móvil de la
mujer para comprobar que estaba bien. Siguieron el rastro del teléfono.
Estaban allí, los dos, muertos. La madre mató a su hijo tras descubrir que
ayudaba a su padre. Y al no poder contener su rabia por perder a toda la
familia, se metió una bala por la sien derecha.
745. JUAN LOPETEGI – ARTE PURO
Rebeca es una joven periodista que trabaja en un diario regional. Está
especializada en temas de cultura, y en su indiferente columna Ars Artis
escribe sobre las últimas tendencias. Analiza a través de la prensa digital al
escultor y pintor Bacus, más conocido por sus provocativas performances
tituladas con unidades gramaticales seguidas de un nombre incontable y
abstracto. Rebeca se percata de que antes de la pequeña reseña a Bacus, la
página de sucesos recoge la aparición de un cadáver en extrañas
circunstancias. Van ocho. La policía siempre lo califica como crimen
circunstancial. Pero ella traza un vínculo y una pauta en los hechos. La
próxima muestra de Bacus, Complemento Circunstancial: Con ímpetu
caótico, se expone en La Tabakalera de San Sebastián. Allí se dirige Rebeca.
Cuenta con su amigo Unai, miembro de la policía local. Posiblemente, la
siguiente víctima será un cincuentón, fornido, que visite la obra de Bacus. Así
es, Bacus se inspira en la obra literaria de Dionisos.
746. JUAN M. GONZÁLEZ – DESDE EL MÁS ALLÁ
Me llamo Pol, y estoy muerto... flotando en una piscina. La prensa dirá
que triunfé con mi música y adquirí mala fama por mi carácter, hasta que la
conocí. Nos presentó mi mánager. Por ella cambié de vida, dejé a mis amigos,
me mudé a Pedralbes. Eso sí, aún bebo algo. En los conciertos, siempre está
junto a mi mánager. Esta noche se ha ido de viaje, y él la ha acompañado al
avión. Dirán que una vez solo he bebido tanto que he tropezado con el borde
de la piscina... Fin del artículo. Pero no. Nadie les ha visto volver. Ella me ha
sonreído, y él me ha tirado a la piscina, sujetándome la cabeza bajo el agua.
He muerto feliz, pensando que ella no podía vivir sin mí. Nadie sospechará de
ellos, pues estaban camino del aeropuerto. Un pinchazo justificará su retraso
al avión. Unas lágrimas, su dolor. Y se casarán en unos meses. Todo fue un
montaje para quedarse con mi dinero. Lo han conseguido. Cuando se casen,
nadie se acordará de mí, ni de la piscina en la que me encuentro flotando,
muerto.
747. JUAN MALPARTIDA – SOLA
Iba sola por una calle oscura; ese día había salido tarde del trabajo, por
culpa de su jefe, ese maldito jefe. Las farolas estaban apagadas, esa noche no
había luna, reinaba una oscuridad completa. Le daba miedo ir sola por la
noche, habitualmente cogía un taxi, pero no encontró ninguno. Oyó unos
pasos tras ella, y al girarse, cesaron. Se asustó, tenía mucho miedo; cuando
cruzó la calle y el sonido de los pasos aumentaba, la adrenalina subía, el
miedo la atenazaba. Miró hacia atrás, pero no había nadie, solo oscuridad.
Comenzó a ir más rápida, y los pasos aumentaron, estaba aterrada, el corazón
palpitaba con fuerza y le costaba respirar. Giró al llegar a la esquina y
encontró a una persona caminando por la calle, se acercó aliviada a pedir
ayuda. No le dio tiempo a gritar, sus manos la cogieron del cuello y
empezaron a apretar con fuerza, con ira, con rabia; el aire no entraba en sus
pulmones, se fue quedando sin fuerzas, hasta que dejó de sentir nada.
748. JUAN PEDROSA LUNA – EL CADÁVER DEL VECINO
Desde hacía varios días, el coche del vecino se encontraba parado y me
resultaba extraño; llamé, pero no hubo respuesta. Vi tierra removida y decidí
avisar a la policía, que no tardó en llegar y volvieron a llamar sin contestación.
Conocía al vecino de algunos meses viviendo allí de alquiler y no sabía si
tenía familiares. Con autorización judicial, forzaron la entrada. La casa estaba
revuelta y encontraron rastros de sangre, excavaron la zona del jardín que les
indiqué y a poca profundidad apareció el cadáver del vecino con heridas de
arma blanca. Había rastros de consumo de drogas y, camuflados tras los
arbustos, varios paquetes con marihuana. Días después, la prensa publicaba la
detención de una red de tráfico de drogas, relacionada con el asesinato de mi
vecino como cómplice de la banda. Por las huellas y paquetes de la vivienda,
se había podido acusar del crimen a dos de los integrantes.
749. JUAN R. MÉRIDA – EL REFLEJO DEL ALMA
Cuatro meses de investigación y lo único que tenían eran cuatro
asesinatos con el mismo modus operandi, pero ninguna relación entre las
víctimas, ni pistas.
—No existe el crimen perfecto —dice Roosvelt—, pero llevamos cuatro.
—Lo cogeremos —responde Foreman.
—Hemos revisado las pruebas muchas veces y nada —continúa
Roosvelt.
—Esta chica pasó sus últimas horas de tiendas y haciendo fotos de
escaparates —comenta Foreman con el teléfono de la última víctima en las
manos al revisar una vez más las pruebas.
—Era adicta a las compras, esas fotos son un reflejo de quién era —
añade Roosvelt.
—Eso es —espeta el detective.
—¿Qué pasa? —pregunta inquieto su compañero mientras se acerca a él.
—Los reflejos, los escaparates, los hemos pasado por alto. La gente
siempre va deprisa de un lado a otro, por lo que alguien podría salir en una,
quizás dos de sus fotos, pero en seis, eso no es casualidad. Mira este sujeto.
Chaqueta de ante marrón, gorra de los Knicks; tiene que ser él.
750. JUAN RODRÍGUEZ SÁNCHEZ – EL PERRO FANTASMA, PARTE 1
Una noche de invierno, Sara, una joven chica, iba en dirección a su casa,
cuando en la carretera se encontró un perro malherido. Paró el coche y lo
metió en el maletero sin resistencia del animal. Llegó a casa a toda velocidad;
quería curar al pobre perro cuanto antes. Aparcó mal y pronto, abrió el
maletero, sacó al animal y lo llevó al baño, donde tenía el botiquín. Lo curó
como pudo y le hizo una cama improvisada en la bañera. El perro se quedó
dormido, y ella, cansada, pensó en hacer lo mismo; si al día siguiente el can
no se había recuperado, lo llevaría al veterinario. Saliendo del baño, oyó un
ruido de la bañera, se dio la vuelta y miró: el perro había desaparecido. Ella
se asustó y salió a la calle, no había rastro del animal...
751. JUAN SUÁREZ ALBENDEA – ASESINATO PROGRAMADO
Una explosión en una casa con víctimas suele ser causada por un escape
de gas, pero la investigación concluyó que había sido por un explosivo
casero. La víctima presentaba quemaduras de tercer grado, cortes en las
manos y trozos de plástico y metal incrustados por todo su cuerpo. Todo
apuntaba a que se trataba de un paquete bomba. Sin embargo, el portero
confirmó que la víctima no había recibido nada en los últimos días. Esto no
lo había visto antes. Un dron bomba. Los cortes coinciden con la forma de las
hélices de un dron y los fragmentos de su cuerpo eran del dron. La ventana
de la escena del crimen estaba abierta, así que el dron se pudo colar en la casa
por ahí. El asesino sabía dónde vivía la víctima y que estaría a esa hora en
casa. Debía de ser alguien cercano. Descubrí que su cuñado fue detenido en
2010 por hackear el servidor de la empresa en la que trabajaba, de la cual la
víctima era el jefe de seguridad, y que hace cinco días había salido de la cárcel.
Ya tenía al asesino.
752. JUAN ANDRÉS VEGA LACHA – DONDE HABITA LA SOMBRA
El inspector Herrera ordenó a ocho de sus policías cubrir las cuatro
salidas de la fábrica abandonada, mientras que su compañero y él entrarían
por la puerta principal. Poco después, ambos se separaron entre la inmensa
oscuridad. El inspector encañonó a la nada de un oscuro pasillo, donde podía
oírse a alguien. «¿El asesino —se preguntó— o tal vez los niños
secuestrados?». Se adentró en el angosto pasillo con seis puertas a cada lado.
Poco a poco comenzó a sentir a alguien respirar; quien fuera, estaba cerca. De
una patada, echó abajo una de las puertas. En su interior, un grupo de niños
miraron esperanzados su placa de policía. Repentinamente, sus miradas se
tornaron amargas. La pena y la frustración los inundaron, a la vez que
dejaron de prestarle atención a Herrera para observar algo que estaba detrás
de él.
753. JUAN ANTONIO CHULIÁN GUERRERO – CARA A CARA
Faltaban menos de cinco segundos para la mayor batalla de mi vida;
todas las esperanzas estaban puestas en mí. Tenía el honor de interrogar al
mayor asesino de nuestro país. Todos me consideraban el peor agente de la
comisaría, y probablemente tenían razón; no obstante, iba a ser yo. Tenía
autorización para ser políticamente incorrecto, para saltarme normas, todos
harían la vista gorda mientras consiguiera una confesión, aunque yo no tenía
muy claro que lo fuera a conseguir. Fumando y bebiendo, entré en la sala
dispuesto a comerme a ese canalla. Debía entrar como un ciclón, no podía
dejarle pensar, pero me senté delante de él y no tuve más remedio que
devolverle la sonrisa. Mis compañeros, detrás del espejo, no entendían por
qué estaba siendo tan benévolo. ¿Qué podía hacer? Al fin y al cabo, era mi
padre.
754. JUAN ANTONIO MARTÍNEZ ANDREU – REÍR PARA SIEMPRE
Soy Kevin, inspector en la comisaría. Alguien había matado al dueño de
un club de comedia. Había aparecido con la boca rajada dibujándole una
sonrisa. También fue mi primer encuentro con la inspectora Lisa Martínez,
una chica de México. El forense nos informó de que el cadáver no tenía gestos
de pelea y que no lo mataron con el cuchillo con el que le habían hecho la
sonrisa; le envenenaron con su propia medicación. En la medicación, había
huellas de su ayudante. Él nos informó de que su jefe estuvo discutiendo con
un hombre, pero que él solo le vio la espalda porque se fue en cuanto él llegó.
Mi compañera tuvo la idea de revisar las cámaras de seguridad y allí lo vimos.
Llamaron desde comisaría para decirnos cuál era la identidad del sospechoso
y dónde vivía. Era Jeff Malcom. Jeff explicó que la pelea fue simplemente por
su despido, pero dijo que el ayudante estaba allí. Había matado a su jefe
porque decía que no tenía gracia. Le hizo reír para siempre.
755. JUAN CARLOS ASTINZA – LA CONFESIÓN
Un golpe seco, abrupto, de los que enfrían el aire desatando la
incertidumbre, rompió el espeso silencio, fruto, en parte, de la insonorización
de la sala de interrogatorios. Matheus no creía lo que estaba pasando ante sus
ojos. Llevaba una vida siendo uno de los mejores analistas de conducta, pero
en este momento se quedó sin argumentos, vacío, incrédulo si cabe,
intentando descifrar cómo, cuándo, dónde, consiguió el arma. No era su
sangre, pero sentía que no había acabado sobre él por error; no era su
cuerpo, pero sentía el inconfundible dolor que deja un calibre 38
desgarrando la carne. Al instante, entraron Joe y Steve, arma en mano, pero
ya nada se podía hacer. Matheus salió en silencio, buscando una explicación
lógica a lo que acababa de suceder. En su mente, solo una frase más con la
que convivir: «Yo lo hice, pero nunca sabrás por qué».
756. JUAN CARLOS MERINO – UN ASUNTO PENDIENTE
Vistos de frente, en el interior del vehículo, hacían una pareja curiosa.
Mike era un hombre corpulento, en torno a los cuarenta años, de rostro
grueso y poco llamativo. Louise Fletcher era menuda, pero suplía su carencia
de estatura con mucho carácter. Llevaba el pelo color castaño sujeto en una
coleta y su rostro era algo aniñado. Ambos eran detectives de Homicidios.
Mike llevaba ventaja y arrastraba varios años de servicio mientras que Louise
acababa de «nacer» en el departamento.
—¿De verdad te gustan las pelis esas de Chuck Connors? —le preguntó
Louise.
—¿Pasa algo con ellas? —el motor del coche gruñó al arrancar—. Y,
además, son las de Chuck Norris.
—No, nada, eso me dijeron, que te encantan esas pelis y que por eso
eres un poli de acción.
—¿Tienes algún problema con eso?
—No, no, qué va... Bueno, ¿qué tenemos programado para hoy?
—Hay que recoger a una poli y a un escritor que la acompaña, una
especie de celebridad. Vienen a investigar un asunto pendiente.
757. JUAN CARLOS MUÑOZ MAÑAS – NO LEÁIS ESTA HISTORIA
Nochebuena. Como un año atrás, solo en el salón, en completa
oscuridad, se oye otra vez un ruido de campanillas dentro de la chimenea. El
mismo Santa está ahí. Paralizado otra vez, solo puedo ver y oír:
—Hohoho. ¿No quieres mis regalos? Te ofrecí el mejor que nadie te ha
hecho jamás: la vida. Podías contar esta historia una sola vez o volvería para
pedir que me lo devolvieses.
—Sí, sí, es cierto, únicamente me pediste contarla a una sola persona y a
él le quitarías la vida que me regalabas. Mi suegro murió esa noche. ¿Por qué
lo leería? ¿Por qué lo estoy contando ahora?
—Nadie puede leer esta historia sin morir, ¿no? —dice Santa mientras la
vida se me va y él levanta su cruel mirada fuera de la página—. Te regalo la
vida si lo cuentas una sola vez.
758. JUAN CARLOS OTERO – SIN TÍTULO
La muerte del Sr. Brown no dejaba lugar a dudas. Viudo, se había
reunido con sus tres hijos y sus parejas en una casa rural para celebrar su
ochenta cumpleaños. Lo que aparentaba ser un fallecimiento natural, la
autopsia reveló ser un asesinato por asfixia: alguien le retiró el oxígeno al que
permanecía conectado de forma continua y le cubrió con una almohada.
Estaba claro que los hijos querían heredar lo antes posible, pero ¿quién le
ahogó? Todos aseguraban haber estado juntos hasta la hora de irse a dormir,
momento en el que estuvieron junto a sus parejas. Y, por supuesto, todos
aseguraban haberse despertado junto a ella. Un detalle que el inspector
Morgan averiguó durante el interrogatorio permitió descubrir que el hijo
pequeño era insomne. Él recuerda haberse levantado para ir al baño y haberse
encontrado con un intruso al que acorraló sobre la cama para proteger a su
familia. Después de todo, no fue la avaricia, sino un sueño estúpido, lo que
acabó con la vida del Sr. Brown.
759. JUAN CARLOS SAAVEDRA – SIMETRÍAS
—No te puedo dejar más dinero. —Pablo sostenía la mirada de su
hermano.
—Esta vez es muy serio. —Carlos bebió y Pablo le imitó a modo de
gesto simpático, una extraña fuerza les inducía a imitar los gestos del otro.
Uno de esos misterios que entrelazan la vida de los gemelos.
—¡Busca un trabajo! No puedes vivir solo de juegos y apuestas —
hablaba cruzando la habitación—. Vives en pocilgas, ocupando edificios
abandonados, no sé cómo me atrevo a beber de tus vasos.
—Si nuestros padres hubieran repartido por igual la herencia del tío, no
te daría tanto asco.
—Pareces un personaje de una mala película.
Carlos bebió, ambos bebieron, y terminaron la copa. Los hermanos, con
su simetría de cuerpos y sentimientos, parecían atrapados con la imagen del
otro, hasta que Pablo se derrumbó sobre el suelo resoplando. Carlos actuó
rápidamente cambiando sus ropas con las de su hermano, y, dejando el gas
abierto y un cigarrillo encendido, abandonó el edificio un minuto antes de
que todo explotara.
760. JUAN CARLOS SORO GIGANTE – JAQUE MATE
Periferia de Madrid. 03:00 a. m. Una patrulla ha localizado un cadáver,
una mujer de veintiocho años. Aparece con las manos entrecruzadas, los ojos
abiertos ensangrentados, el cuero cabelludo afeitado y el vello facial
arrancado. La agente de Homicidios París se persona en el lugar y,
examinando la escena del crimen, observa una nota que dice: «La partida
requería el sacrificio de mi dama». Enseguida asocia este asesinato a otro
acaecido un par de semanas atrás, en el que se localizó a la víctima de forma
similar. París llama a su superior para informarle: «Tenemos un asesino en
serie, el Asesino del Ajedrez».
Van apareciendo otros cadáveres, siempre en el entorno de la universidad
de Madrid, todos ellos caracterizados como fichas de ajedrez. Durante el
transcurso de la investigación, París colabora con un profesor de la
universidad, que le indica que el asesino sigue los pasos de una partida ya
jugada; al final, el profesor colaborador resulta ser el asesino, que es
arrestado.
761. JUAN FRANCISCO PACHECO FILIP – EL ARTE MATA
Lo sabía desde la primera vez que lo vio. Volvería a encontrarse con él.
Siempre igual... Horrible, escalofriante, espantoso y, aun así, no podía
apartar los ojos de aquel cuerpo sin vida, colocado de tal forma que semejaba
una obra de arte. Un arte por el que siempre había sentido admiración.
Samuel había conocido la escultura en su etapa de estudiante de Bellas Artes.
Admiraba las manos que eran capaces de dar forma a un trozo de barro, a una
enorme piedra o tallar un tronco. Pero aquello, por mucho que pareciese arte,
no dejaba de ser lo que era: otro crimen esculpido por el mismo artista, el
mismo asesino que, desde tiempos ancestrales, había modelado tales obras de
arte, acabando con la vida de hombres y animales. Lo hacía en silencio, de
manera sigilosa, haciendo del tiempo su aliado. Sus víctimas caían en sus
manos sin darse cuenta, sin verlo llegar. Aunque sentían su presencia nunca
llegaron a verlo. El frío.
762. JUAN JOSÉ LEÓN NAVARRETE – SÁTIRA ONÍRICA
Medianoche. Aquel chico paseaba por esa pequeña senda común,
ordinaria, invisible al resto, al igual que él. Quería cambiar eso, quería ser
alguien, quería público. De repente, una chica se le cruzó sin mediar palabra.
En ese momento, la locura y la fama llamaron a su puerta, y se produjo el
estreno. Era su noche, todos los focos le apuntaban, se había transformado en
un verdadero divo. El disparo retumbó por toda la zona, aludiendo a la
grandeza del acto. Tras el chasqueo del percutor, el telón bajó, todo se volvió
oscuro y se produjo una sacudida, una luz blanca, era de día: vuelta a la
realidad. El chico se hallaba de nuevo despierto en la última fila de la clase,
con la mente fría y esbozando una sonrisa cuando menos satírica. Bajando la
mirada, agarró la pluma dispuesto a matar el papel. El crimen soñado
derramará tinta esta vez.
763. JUAN LUIS MERA GÓMEZ – EL ASESINO DEL CÚTER
Sentado sobre la tapa del váter de aquella cervecería irlandesa, oía cómo
los policías de fuera se divertían, brindaban y bebían, mientras celebraban que
por fin habían matado al Asesino del Cúter. Cinco víctimas, cinco camellos
brutalmente asesinados. Él, en su improvisado trono, sabía que estaban
equivocados. Quizás, al igual que las otras víctimas, aquel individuo merecía
morir. ¡Había hecho tanto daño a tantos desgraciados! ¡Había destrozado a
tantas familias con sus drogas! Pero jamás mató a nadie con el cúter, lleno de
restos de sangre de los asesinados, que encontraron en el bolsillo interior de
su cazadora. Y lo sabía, porque era él quien los había matado. Después de
regodearse en el error de aquellos policías, se decidió a salir.
—Teniente O´Hara, ¿qué hacía ahí encerrado en el váter? Venga a tomar
una copa. Después de todo, es usted quien ha mandado a ese hijo de puta al
infierno.
Niall O´Hara se sonrió y gritó al camarero:
—¡Venga, una ronda, la pago yo!
764. JUAN MANUEL GARCÍA LÓPEZ – LOS PECADOS DEL PADRE
Angustia y desesperación. Esas serían las palabras precisas para describir
el ambiente de la comisaría desde hace dos días, cuando los Garrick trajeron
una caja que alguien había dejado frente a su puerta. Dicha caja contenía dos
mechones de pelo y una cinta en la que se escuchaba a una voz distorsionada
decir: «Nunca habéis apreciado a vuestras hijas lo suficiente, hasta ahora,
cuando ya es demasiado tarde. Os devolveré sus cadáveres en tres días, tiempo
suficiente para apreciar lo que descuidasteis». Nuestra única pista es el sonido
de un tren cercano que se escucha en la grabación. Mis compañeros siguen
registrando los alrededores de la estación, pero yo sé que no encontrarán
nada, es demasiado tarde. Me aseguré de introducir el sonido del tren para
despistarlos. Perdí a mis hijos porque no fui un buen padre; ahora, haré que
los Garrick paguen por el mismo pecado que yo cometí.
765. JUAN MARCOS ROCA TORRES – EL ULULAR DEL LOCO
GORRIÓN QUE MUEVE 10 A LA IZQUIERDA Y HACE JAQUE MATE
Interrumpida fue la tranquilidad de mi vida, azotada con repentina furia.
Empezó aquel día de vasta lluvia por el de rostro pálido, mirada infinita y
sonrisa descarnada. Allí donde me dirigía, él estaba, sin mediar palabra,
siempre sonriente. Enfrente de mi hogar, al salir del trabajo, al ir de
compras... Ese incansable ser nunca cesaba su vigilia. El crepúsculo del
anochecer cerraba otro día. El miedo y la desesperación ya estaban integrados
en mí. La policía nada podía hacer, él no dejaba rastro, no podían
protegernos. Y de nuevo, su figura, aposentada en medio de la calle, tenía sus
ojos negros clavados en mi ventana. No podía más. Cuchillo en mano y
armado de valor me dirigí hacia él. Dos puñaladas le asesté, y la risa cesó.
Pero, al volver, de nuevo estaba, ahora en mi habitación. Luego, en la de los
niños. Los vecinos, al oír los gritos, llamaron a comisaría. Ahora, tras la
seguridad de estas cuatro paredes blancas, le pregunto: «Doctor, ¿cuándo
volveré a ver a mi esposa e hijos?».
766. JUAN PABLO DE LA PEÑA ELÍAS – HERMANO MENTALISTA
Se levantan por la mañana con una llamada. Es un señor joven diciéndole
de forma misteriosa a la directora Kathy que se va a arrepentir de lo que
sucedió con 3xA, que vaya al buzón de su casa. Van Rick y Kathy al buzón y
se encuentran un sobre, en el que ven que hay un anillo ensangrentado y un
papel con una dirección. Van allí y se encuentran la puerta forzada y una silla
con una chica de espaldas maniatada y muerta. En el pecho, escrito con
sangre, 3xA. En la comisaría, con Javier y Kevin mirando la pizarra, ven que
no puede ser el 3xA, puesto que murió, pero que tenía un hermano que había
estado estudiando psicología y mentalismo, por lo cual podía hipnotizar para
matar...
767. JUANI CEBRIÁN SÁNCHEZ – DESDE OTRA VIDA
Ana se miró en el espejo; era morena, tenía la carita redonda, piel blanca
y preciosos ojos azules. Nadie había conseguido que, desde aquel fatídico día,
volviera a sonreír; era un día de invierno y Nala, su perrita chiguagua, cayó
en la piscina sin poder conseguir salir. Su madre le había dicho que la perrita
siempre estaría con ella, permanecería en su corazón y no moriría nunca,
pero la niña no la creyó. A Ana siempre le daba la sensación justo antes de
dormirse que su perrita la lamía como hacía cada noche; entonces, era cuando
su madre conseguía verla sonreír, pero cuando despertaba por la mañana,
todo le parecía un sueño y volvía a estar triste. Un día, vio como un pajarito
caía al agua y se movía con dificultad, sus alas se mojaban; llamó a su madre,
pero esta no la oyó. Ana, viendo que iba a volver a pasar, salió corriendo a
sacarlo, pero cuando llegó, el pajarito ya estaba fuera de la piscina; miró a
todas partes y solo vio unas pequeñas pisaditas en el suelo.
768. JUANI HERNÁNDEZ MARTÍNEZ – JUSTICIA POÉTICA
La detective Ivanna Sheppard entró en aquella casa sabiendo que era una
trampa, pero ¿qué podía hacer? Tras años persiguiendo sus huellas, solo era
cuestión de tiempo. ¿Por qué no admitirlo? Había sido un trabajo magistral.
Una identidad falsa, pistas ficticias..., pero no existe el crimen perfecto, y esa
noche sería el final. Sentía cierto alivio después de todo. Creyó ser capaz de
cumplir con su cometido, pero los muertos comenzaban a pesar. Y esa
noche... Aquella llamada fue un desafío, y ella no dudó en recoger el guante.
No podía pedir refuerzos, así que lo enfrentaría únicamente con su pistola
reglamentaria. Y allí estaba, en mitad del salón, apuntándola con su arma. Su
compañero.
—Josh, ¿tú? Justicia poética...
—Tira el arma, Marjorie —pronunció él su nombre, el verdadero.
—¿Cómo lo has...?
—No importa, se acabó —respondió, impávido—. Entrégate.
—No puedo —lamentó, y él lo supo.
—¡No! —Colocó la pistola en su sien y disparó.
769. JUANJE ORTIZ – EL MISTERIO DE LA CRUZ CELTA
Marylo necesitaba un paréntesis en su vida. Había encontrado un hotelito
pequeño y acogedor en un pueblecito de costa. En cuanto se registró en
recepción, salió disparada hacia su habitación con una idea en la cabeza: un
buen baño, algunas botellitas del minibar y dormir. Dormir a pierna suelta,
sin despertadores, sin obligaciones al día siguiente. Pero el día siguiente vino
a su encuentro antes de lo que ella se podía esperar. A las nueve y media de la
mañana, un dolor intenso en la parte interior del antebrazo derecho la hizo
despertar. Casi a trompicones y con un dolor de cabeza insoportable,
consiguió llegar al baño. Todavía medio dormida, advirtió que su brazo
derecho estaba envuelto en un plástico como el que se usa en las cocinas. Al
quitárselo, descubrió que le habían tatuado una cruz celta. En la habitación
encontró sus ropas destrozadas y cubiertas de sangre. Una sirena sonaba en
la lejanía; su vida jamás sería como antes, los acontecimientos iban muy
deprisa...
770. JUAN JOSÉ DÍAZ CHICO – DIAMANTES MORTALES
El inspector adjunto Theodor Dean —Te Den, para los chistosos—
llegó desde Londres. Destinaron a una joven agente nativa para ayudarle.
Perseguían a un peligroso fugado, que asesinó a dos policías cuando le
custodiaban. Alguien ayudó. Aquí, en un hotel, habían golpeado a un
extranjero y robado un maletín con millones en diamantes. Un todoterreno
arrancó estrepitosamente, después de unos disparos. Había un muerto, el
delincuente buscado. El huésped herido era un correo que llevaba diamantes.
Resultaría cómplice del muerto en otros delitos. Planearon el robo, se
autolesionó y mató a su socio; los otros ocupantes del todoterreno eran
actores. Te Den se disponía a detener al correo; la agente le cubría el lateral.
El sospechoso, escondido tras unos árboles, apuntaba al inspector. Entonces,
oyó una voz de mujer: «¡Creí que reventaba!»; era la joven agente mientras se
subía los pantalones. Se distrajo y el policía disparó primero.
771. JUANMA NAHARRO – UN SECUESTRO, UNA ELECCIÓN Y UNA
EXPLICACIÓN
9:00 de la mañana. Rick despierta porque su teléfono ha sonado; una voz
irreconocible dice que tiene a Jimmy, un viejo amigo de la universidad.
Además, le dice: «O me devuelves los dos millones de dólares o mato a
Jimmy. Ah, y también tengo a tu hija, así que deberás elegir: o Jimmy o Alex,
y nada de policías; si no, mataré a los dos». Rick explicó la situación en la que
estaba. Poco a poco recordó que en la universidad le prometió a un chico
llamado Gerry que, si su carrera como escritor funcionaba, le daría dos
millones de dólares. También, que hace unos meses se encontró con él, no
recuerda ni cuándo ni dónde, pero sí sabe que si no le entrega los dos
millones, aparte de matar a su amigo y a su hija, revelara a Kiki Hit que
ayudó a esconder pruebas del asesinato de su madre, que en realidad todo
esto es una trampa para conseguir hundir la carrera de Rick, pero todas las
pruebas apuntan a él y este es un nuevo caso para Kiki.
772. JUANMA RUIZ PARDO – EL CALOR DEL PASADO
Se despertó sobresaltado; miró a su alrededor. El dolor de cabeza le
impedía pensar con rapidez. Los recuerdos acudían torpemente: la llamada a
comisaría cuando estaba a punto de acabar su turno, la voz femenina que
sonaba en el auricular pidiendo auxilio, la carrera en coche, la puerta abierta,
el interior de la vivienda a oscuras, la sangre en el suelo del salón al encender
la luz, el golpe en la cabeza...
De repente, se dio cuenta. No era la misma casa, pero la reconoció. Un
caso antiguo: una mujer a la que encerró en circunstancias poco claras. En el
suelo, frente a él, el cuerpo ensangrentado de un hombre. A sus pies, un
cuchillo. Se miró la mano: también estaba manchada de sangre. De pronto,
escuchó sirenas que se aproximaban. Ató cabos rápidamente. Se había tomado
su tiempo, pero finalmente se había vengado de él...
773. JUDIT GONZÁLEZ – EL LADO OSCURO
Era la peor escena que el inspector Reynolds presenciaba en mucho
tiempo, y un incontrolable escalofrío le recorrió toda la columna. El cuerpo
inerte de una joven mujer se hallaba en el suelo prácticamente irreconocible.
El autor de tal obra se había desahogado asestando decenas de puñaladas en
su pecho y rostro. Pero a su vez, su salvajismo se contraponía con la frialdad
que le había permitido limpiar de sangre absolutamente todo el lugar.
«Inspector, apenas hemos encontrado indicios del responsable de esta
atrocidad». Claro que no. Había sido muy cuidadoso. Sabía perfectamente de
qué modo trabajaba la policía científica. Ella lo iba a delatar. Le echarían del
cuerpo, le arruinaría la vida y no podía permitirlo. Debía silenciarla. El
crimen se le proyectó detalle a detalle en la mente mientras se inclinaba hacia
el cuerpo comprobando que había hecho un buen trabajo. Exhaló calma;
jamás lo sabrían.
774. JUDIT POSTIGO FERNÁNDEZ – SIN TÍTULO
«¡Corre, Corre!», se repite una y otra vez. Tiene que huir de aquel lugar
cuanto antes, borrar aquellas imágenes que no dejan de aparecer en su cabeza.
Tropieza, cae al suelo, queda tendida cuan larga es, tratando de escuchar
algún sonido, pero su agitada respiración y el latido de su corazón palpitando
en sus oídos se lo impiden. Se incorpora un poco, girando la cabeza en todas
las direcciones y viendo como algo se acerca hacia ella. Intenta incorporarse,
pero sus piernas, lejos de responder a su petición, tienen demasiado miedo
como para correr, para huir de allí. Y en el instante en que ve la figura del
hombre, con la ropa ensangrentada y el cuchillo teñido de carmesí, sabe que
ha llegado su hora. «Tranquila —dijo el hombre con una escalofriante voz—.
Pronto te reunirás con él». Solo le da tiempo a cerrar los ojos y ver el rostro
de su pequeño, antes de sentir el fino metal cortando su piel. Llevándole lejos
de aquel monstruo que tanto había amado y todo le había arrebatado.
775. JUDIT SERRA MIRALLES – QUIEN ESCOGE MAL, MAL ACABA
Empecé a limpiarme las manos. Esta vez había sido diferente, sin
premeditación. Y esto me aturdía hasta cierto punto. Me alegré de tener todo
meticulosamente preparado para el encargo; esto siempre era una garantía.
Aun así, me repetí que no debería permitir más errores. ¿Pero qué culpa iba a
tener yo? El cuerpo que yacía en el comedor era el culpable. Terminé con las
manos. Ya habían adquirido un tono rojizo; no encontrarían ni un resto de
sangre aunque alguien rebuscara en mi tejido. Caminé sigilosamente hasta
llegar al umbral de la puerta del comedor. Iba desnudo completamente. Cogí
la ropa del suelo (el pijama que llevaba cinco minutos atrás), pasé sin
inmutarme cerca del cadáver extendido y aún caliente y tiré la ropa al fuego
que crepitaba en la chimenea. Volví al umbral de la puerta y me apoyé con los
brazos cruzados: tendría que encargarme del muerto. Bueno, se lo había
merecido. ¿Quién entra a robar en el piso del mejor asesino de la costa este?
Y sonreí maliciosamente.
776. JUDITH CAMPOS – VACÍO
Ahí estaban, esos ojos color verde esmeralda mirándome fijamente;
nunca pensé que me pudiesen mirar con tanto odio, con lo que yo los había
amado... Esta traición que mi ser había sufrido no sería fácil de superar, pero
esa sonrisa escondida tras la mata de pelo rojo me hacía pensar que ella nunca
había sentido lo mismo que yo, lo que me llevó a plantearme si realmente he
sido yo el que no he sabido amarla de verdad. El cielo llora, al igual que mi
alma, por tener que acabar con la vida de esta criatura fría e insensible que hay
ante mí. Se oye un disparo, solo uno y todo oscurece. Yo en el suelo, y ella
ante mí sonriendo. Por supuesto que había conseguido desatarse, no esperaba
menos de ella. Comprueba mi cargador. Vacío. Me pregunta por qué.
Únicamente una sonrisa y una frase. Para salvar mi propia alma.
777. JUDITH JOVÉ – PEQUEÑOS Y GRANDES ENGAÑOS
Esther y Marcos descubrieron al doctor Christian, cirujano plástico
hasta que se jubiló; desde entonces estuvo aislado. Entraron en su castillo,
parecía no haber nadie, hasta que escucharon un ruido. Le vieron esposado en
una silla y lo soltaron. Esther y Marcos vieron que todo era muy raro, hasta
que Christian los cogió, los esposó y comenzó a apuntarles con una pistola.
Esther activó rápidamente su walkie talkie. Al rato, unos agentes entraron y
sorprendieron a Christian antes de que apretara el gatillo. Soltaron a Marcos
y Esther de inmediato, pero lo que nadie sabía es que eran agentes secretos.
Al poco, descubrieron que su hijo había sido asesinado por Christian.
778. JULEN URÍZAR COMPAINS – ACUÉRDATE DE LO QUE ESCRIBÍ
PENSANDO EN TI
En una pequeña hoja de papel, doblada y destrozada, estaba la solución
de nuestro caso. ¿En ella podía Robert Johnson darnos la clave? No era tan
fácil. Nunca me lo pusieron tan fácil y tan difícil a la vez. Inmediatamente, salí
de comisaría con el corazón ametrallando mi pecho, como si cada pulsación
fuera cada una de las balas que he disparado de la Glock 17 que llevaba en la
mano. Ahí estaba él, en la farola de aquel parque oscuro, esperándome para
redimir su culpa.
—¡Arriba las manos! —chillé.
—¿Ese cariño tienes conmigo? —dijo tranquilo.
—¿Cómo puedes ser tan hijo de puta? Mataste a mi hijo.
—¿Tu hijo? —sonrió—. Querrás decir nuestro hijo.
No podía pensar, ni respirar; el nudo de mi garganta quería ahorcar a
ese demonio. Con una lágrima en la cara, desarmé la pistola y disparé al aire.
No podía matarle. Quería que se pudriera en la cárcel.
—Nunca acabarás conmigo ni con lo que escribí pensando en ti —dijo,
mientras se lo llevaban otros dos agentes.
779. JULI IGLESIAS MUÑOZ – DETRÁS DE LA PUERTA
El señor Tana acostumbraba a encerrarse en su despacho a escribir todas
las tardes. Su esposa, alarmada al no recibir respuesta cuando lo llamó para
cenar, avisó a la policía. Cuando llegaron, tuvieron que romper la puerta para
poder acceder a su interior. Una vez dentro, vieron al hombre tirado en el
suelo. Todo estaba revuelto, parecía que hubiese estado forcejeando con
alguien, papeles por todos lados, la lámpara rota y el bote con los lapiceros
mordisqueados con los que escribía, por el suelo. El forense lo examinó y
rápidamente descartó el infarto. Las pruebas apuntaban a un envenenamiento.
¿Pero cómo? Nadie había estado con él en la habitación y llevaba muerto casi
toda la tarde. ¿Se había suicidado? Nada de eso; la asistenta, con la que tenía
una relación, se cansó de promesas y pasó a la acción. Sabedora de sus
costumbres, untó los lapiceros con veneno y fríamente esperó.
780. JULIA CARBONELL – SIN TÍTULO
Llovía y era mi día libre. Estaba sola delante de un cadáver. Oía sirenas a
lo lejos. ¿Qué había pasado? ¿Había asesinado a aquel hombre? Las sirenas
estaban cerca, muy cerca. Cuando me quise dar cuenta, estaba esposada y
dentro del coche que hacía unos minutos oía a lo lejos. El calabozo de la
comisaría estaba oscuro, húmedo... ¿Qué hago aquí? Un policía me llevó a
una sala grande; me iban a interrogar. Mi mente iba acelerada, no recordaba
nada de lo que había pasado, pero todo me señalaba a mí como culpable.
Hubo algo que me despertó, empecé a recordar y me vi a mí misma matando
a aquel hombre; era culpable. Iba de vuelta a casa, era de noche y vi que
alguien me seguía. Cuando quise huir, un hombre se abalanzó sobre mí,
saqué un abrecartas que llevaba en el bolso y se lo clavé sin pensar.
781. JULIA DUVISON PALENZUELA – DISOCIACIÓN
Para Dante, aquella chica era ya su pequeño tesoro. Cada parte de su ser,
cada centímetro de su piel y cada gota de su sangre eran ahora suyos. Los
ojos verdes de Octavia ya no brillaban. Después de la larga búsqueda, por fin
daba con unos que valiesen la pena. Unos que, curiosamente, siempre había
tenido delante. Jack tenía los párpados cerrados, intentando huir del escozor
de un dolor convertido en lágrimas. El frío en su piel provenía más bien del
odio mismo que de un corazón tajado por su muerte. Apoyó la espalda
contra la pared, deslizándose hasta tocar el suelo helado, donde se espesaba
una sangre conocida. Octavia, su amiga, yacía a su lado sin vida. Las manos
temblorosas de Jack intentaban borrar la oscura sangre ya seca entre sus
dedos, sin éxito. Dante mataba por puro placer, disfrutaba con ello. Jack
simplemente se dejaba llevar; ya no podía evitarlo, sabía que siempre iría
acompañado de Dante, que era parte de él. «Porque el Dr. Jekyll no es nada
sin Mr. Hyde», pensó.
782. JULIA PAGES – TUVE QUE DESAPARECER
Cuando Jenner entró en la sala, estaba oscuro; sentía un escalofriante
jadeo detrás del escritorio. ¿Qué era eso? Se acercó para averiguarlo y, de
pronto, una extraña figura apareció de la nada. El rostro de Jenner se mostró
pálido frente a lo que había visto; parecía haber contemplado al diablo. Era su
excompañero de trabajo, al cual habían dado por muerto hacía dos años. Ella
todavía no se lo creía, cerró los ojos y los volvió a abrir pensando que sería
un sueño o una visión, pero no, él seguía allí, estaba asustado, sujetando un
arma con su temblorosa mano izquierda. «¿Qué le ha pasado durante estos
dos años?», fue lo primero que se le vino a la mente a Jenner. Cuando se
calmaron los dos y dejaron atrás el estado de shock, él le contó el motivo por
el que debía desaparecer.
783. JULIA PEREA ROMERO – SHHH...
Habrán pasado ya unos veinte años desde que sucediese la desgracia.
Como en otras ocasiones, Carl, Alice, mi primo Jake, su novia Amy y yo
pusimos rumbo a una pequeña finca a las afueras que nos servía para
abstraernos de la rutina. Aún recuerdo el horror que sentí al encontrar a Amy
tirada en el jardín con un disparo en la sien. Amy había comenzado a ser la
novia de Jake meses atrás y, desde entonces, solo trajo problemas y conflictos
entre nosotros. Todos teníamos motivos o, por lo menos, justificación para
matarla. Carl siempre se había sentido inferior al lado de mi primo y no
podía soportar que Amy lo sustituyera por él. Alice vivía enamorada de Jake
desde el colegio y no entendía cómo Amy se había ganado su confianza tan
pronto. Hasta el propio Jake tenía motivos para hacerlo sabiendo los rumores
que circulaban de que Amy frecuentaba casas de otros hombres. Y yo no
soportaba cómo se estaba cargando mi grupo de amigos. Hoy, sigo sin saber
quién la mató... Sigo sin saber si fui yo...
784. JULIÁN GARCÍA MARCOS – LLUEVE
Miro por la ventana, sentado a la mesa del salón. A mi izquierda, mi hijo
Walter, cansado de humillaciones y menosprecios. A su lado, Andrew, mi
socio. Consciente de lo bien que lo pasaba con su mujer, Silvia, que nunca
asumió que no dejara a mi esposa por ella. Enfrente, mi Leonor. Aún no sé
cómo pudo enamorarse de ese lunático. El padre de Victor era el empresario
más prometedor del sur de Gales. Carmela, mi hija, aún me guarda rencor
por casarla con ese idiota. Me odian. Todos. No, Ana me adora. No sabe que
el foie no es un Perigord y que el beluga es caviar chino. No sabe que me ha
servido una copa del último Borgoña de la bodega. No sabe nada. O sí... Su
mirada se cruza, cómplice, con la de Andrew; Walter juguetea nervioso con
sus cubiertos. Leonor me mira fijamente, y Victor aprieta la mano de mi
Carmela. Cuando empiezo a tener dificultades para respirar y la copa de vino
se derrama sobre la mesa, Silvia esboza una sonrisa. Todos lo sabían.
Cianuro. Estaba arruinado. Ahora estoy muerto.
785. JULIÁN RABADÁN – MALDITA JUSTA
Desde la calle, el sonido chirriante de una moto al pasar y la sierra
eléctrica trabajando era un eco extraño de la realidad. Mientras, en la
habitación, Indra se encontraba con la situación más extraña de su carrera.
Dos asesinos habían tratado de matarse el uno al otro dejando un reguero de
cadáveres por toda la ciudad. No era más que un juego para ambos. No era
más que la lucha esencial por superar al otro, y él había terminado entre ellos
dos como un niño confuso. Se sintió torpe, inútil y cansado; solo podía
mirar aquella escena carente de sentido. Indra se dejó caer pesadamente. El
anciano exhalaba sus últimos minutos de vida, por culpa del veneno, mientras
dejaba caer la pistola aún humeante. El cadáver del chico con la diana en el
pecho estaba tirado en el suelo frente a él con los sesos esparcidos por toda la
habitación, aquella sonrisa sádica con la que murió. Indra se preguntó si algo
de aquello tenía sentido o si simplemente este era el absurdo mundo real.
786. JULIÁN CARBALLEIRA FARIÑA – SI SE PUDIESE
Lo conseguí. Por fin, después de tantos intentos, logré viajar al pasado.
Volveré a tener las mismas oportunidades y podré volver a verla. Iré a donde
estaba la mañana que no pude hablarle. Me sentaré a su lado y le diré todo lo
que nunca le dije. Ella me escuchará. Comprenderá que la amo. Admitirá que
también me ama y ya, para toda nuestra vida, seremos uno.
—La explosión fue brutal. ¡No puedo creer que siga vivo! —fue lo
primero que escuchó el sargento Hernández al ver bajar la camilla que
empujaba su amiga, y asistente médica, la doctora Fiz.
—¿Saldrá del coma algún día? —preguntó él. Sin tiempo ni para un
saludo.
—Lo dudo. Pero ¿parece que sonríe?
—Quizás ahora es feliz.
—¡Antes nunca lo fue!
—¿Qué pudo causar tremenda deflagración?
—Eso te tocará averiguarlo a ti...
787. JULIÁN TEJADO FLORES – MIGUEL DUQUE NUNCA FALLA
—Repasemos lo que sabemos —dije mientras mis compañeros policías
y los acusados me miraban incrédulos—. La muerte se produjo por un
raticida que estaba en el vaso donde el muerto bebió. Todos pudisteis cometer
el asesinato: su amigo, que se había enterado de que se había acostado con su
novia; la novia del muerto, por la infidelidad; o los dos camareros, que
parecía que carecían de motivos. Es ahí donde nos equivocamos porque los
asesinos fuisteis vosotros dos —dije con una sonrisita señalándolos a los dos
—. Vosotros fuisteis los únicos que pudisteis meter el raticida que usáis en
las bodegas del bar. Además, el porqué es muy sencillo. El muerto era
banquero y hemos descubierto que por su culpa os desahuciaron de vuestra
casa, jurasteis venganza, pero no os imaginabais que el muerto vendría a este
bar y cuando lo visteis lo tuvisteis claro, cometisteis el asesinato.
Los camareros confesaron. No hay caso difícil para Miguel Duque.
788. JULIO PÉREZ – SIN INSPECTOR NO HAY CIERRE
Era una fría mañana de noviembre cuando fue hallado. Los forenses
determinaron que murió por un disparo en la cabeza. Era el inspector de
Sanidad Arturo Jimeno, conocido por ser una persona que cumplía las
normas, casado con Ángeles y padre de Pedro.
El inspector Serrano decidió ver las actividades laborales de la víctima y
descubrió que cerró el famoso bar El Charro, cuyo dueño le amenazó. Aun
así, tenía una coartada que lo hacía inocente. En el momento del crimen,
Ángeles estaba hospitalizada, pues sufrió un accidente días antes. Los agentes
fueron a informarle de la noticia, cuando vieron que Pedro tenía un coche
demasiado caro para un universitario. Tras investigar, vieron que recibía
pagos de los bares para eliminar los archivos que contenían información
negativa de sus establecimientos y con ello evitar su cierre. Antonio se enteró,
y Pedro decidió matarle para no perder los diez millones ahorrados, pues él
no sería sospechoso, ya que su padre recibía amenazas diarias.
789. JUNCAL VILA MORALES – EL SICARIO
Cuando los policías llegaron a la escena del crimen, empezaron a
estudiar a la víctima, pero al agente Molina tenía varias dudas. El cuerpo
parecía el de un hombre de negocios rico que vivía en la parte más acomodada
de la ciudad, así que era raro que apareciese en una zona donde abundaban
los sin techo y delincuentes. Molina dio varias instrucciones a seguir.
Registrarle. Tomarle las huellas. Y recoger cualquier prueba forense de los
alrededores. Una vez en la comisaría, las huellas dieron un resultado
inesperado: el de un hombre buscado por varios asesinatos. Y de repente, la
pregunta que se hacía desde la mañana: «¿quién le había matado?» cambio
por: «¿a quién quería matar?». Una de las agujas encontradas en la escena
contenía ADN de un hombre muerto hacía ya dos años. ¿Y si una de sus
víctimas sobrevivió y se vengó con antelación?
790. KAPEX7 FERNÁNDEZ CASTAÑO – INSOMNIO
El sonido del casquillo al rebotar contra el suelo inunda el callejón. Una
joven yace ante los pies de una larga sombra que guarda con celo el arma en
el interior de su gabardina. El miedo me paraliza; intento moverme y mi
torpe mano tira un trozo de ladrillo que descansaba en el alféizar de la
ventana. Mientras la sombra se aleja, el ladrillo impacta en el suelo, se da
media vuelta y me mira. «Mierda, me ha visto», exclamo en voz tenue para no
empeorar las cosas; se ríe, la luz de la farola ilumina sus dientes y con paso
firme se aleja. Son las cuatro de la mañana, la policía sigue en el portal y por
fin consigo dormirme. Las cinco; un ruido me despierta, me levanto de la
cama, salgo de la habitación y noto una intensa sensación de alivio, nada
importa, miro hacia abajo y veo la hoja de un cuchillo de cocina rezumando
sangre en mi pecho, ahora sí que tengo sueño.
791. KAREL FERNÁNDEZ SUÁREZ – EL MAFIASINATO
«La ciudad de Nueva York no había vuelto a ser la misma desde el
atentado biológico ocurrido en el año 2412. Manhattan es el único lugar
habitable del estado. Solo los que viven allí han sobrevivido a la catástrofe...».
The Washington Post.
Brooklyn era un barrio fantasma. Tiendas vacías, casas deshabitadas...
Pero aquel día apareció un cadáver y el inspector Mike Taylor estaba
investigando su asesinato. Varón caucásico, treinta años, con moratones por
el cuerpo producidos por una paliza. Ya en la comisaría investigaron su
pasado y descubrieron únicamente un pariente vivo: su madre. El inspector la
interrogó, revelando a la única persona que lo podría querer matar: un capo
de la mafia rusa. Al día siguiente, una patrulla fue a por él, pero huyó,
provocando un enrevesada persecución a través de las calles, la cual acabó en
un accidente mortal para el mafioso. Tras esto, registraron su casa, donde
encontraron el arma que lo mató y pudieron dejar descansar al difunto en
paz.
792. KEVIN MARCO DOS SANTOS – MUERTE AL ROMANTICISMO
Rick sigue queriendo volver a enamorar a Kathy y contrata a un
bloguero llamado M., el cual escribe sobre el amor, para que le escriba una
carta a Kathy. Pero cuando Rick llega a la oficina de M., este se lo encuentra
muerto con un golpe en la cabeza frente al ordenador. Rick inmediatamente
llama a Kevin y Javier y les cuenta que ha habido un asesinato. Cuando los
dos llegan, Rick les cuenta su plan. Javier encuentra la tarjeta de una mujer
llamada Eva Zenatta, así que Kevin la investiga y, tras hablar con el socio de
M., descubren que era una exnovia despechada. La llevan a comisaría y Kathy
se entera de lo sucedido, pero cuando la interrogan dice que estaba en una
fiesta con sus amigas, así que llaman al socio de M. y ven que la hebilla de su
cinturón coincide con el golpe que tiene M. Cuando le interrogan, dice que
lo mató porque era un fanático de Rick y no soportó la idea de que contratara
a M.
793. KING DÍAZ DÍAZ – HOGAR, DULCE HOGAR
Tras una discusión, coloqué a mi mujer en la mesa; tenía las manos
ensangrentadas y limpié las huellas del cuchillo. Algo fue mal; perdí la
consciencia durante varias horas; debí tomarme la copa de Mady. Una luz
cegadora me despierta; es la policía, que está en casa.
Me interrogan, me miran con cara de pocos amigos y me dicen que esa
no es mi mujer, que es una prostituta. El policía, con cara de incredulidad,
me dice que si no reconocí que no era mi mujer, que se había operado para
parecerse a mi mujer, la cual llevaba varios días desparecida. Mi mujer me le
había jugado, me estaba siendo infiel con mi hermano y encima de no haberla
matado ella se iba a quedar con todo. Habiamos firmado un acuerdo por el
que si yo volvía a la cárcel, ella se quedaría con todo.
794. KOLDO URIBE–ETXEBARRIA SANTACOLOMA – OJOS
Ojos acuchillados de la chica que yace muerta en una tienda de ropa. Un
detective investiga el crimen. En una foto de la víctima, se ven unos bonitos
ojos verdes. La envidia puede ser el móvil.
—¿Alguien tenía problemas con la víctima?
—No. Salía con el que era su novio, pero ya se habían reconciliado.
El detective se acerca a la mujer señalada, tiene los brazos cruzados. Los
ojos del detective ven que esconde la mano derecha; le resulta sospechoso. Al
verle acercarse, se pone nerviosa.
—Buenos días. ¿Le pasa algo en la mano?
Asustada, intenta huir. Él le agarra la muñeca y ve un corte muy reciente.
Tiene un cuchillo en el bolso, el arma del crimen. La víctima iba a casarse con
el exnovio de la asesina; la envidia es el móvil. Las sospechas del detective se
confirman.
795. LA LORA DE MEDINA – JANE DOE
El detective O’Connor seguía dándole vueltas al caso. Jane Doe.
Veintitantos, alta, rubia, guapa y de ojos azules. El sueño de cualquier
hombre. ¿Cuál era el motivo para matarla? Sumergida durante días en un
depósito de agua, todo posible rastro había desaparecido. Las yemas de sus
dedos quemadas y sus dientes arrancados impedían identificarla, y su rostro
no coincidía con ninguna desaparecida. Decidió seguir su instinto. Pidió a los
medios que no informaran. El asesino se pondría nervioso y cometería un
error. Siempre lo hacían. O‘Connor salió del anatómico con una pequeña
esperanza. Nunca había abandonado un caso. No importaba la dificultad o los
años que transcurrieran. Él era un tiburón, como le llamaban sus
compañeros. El mejor en lo suyo.
796. LAFARMACIA DESDECASA – TIERRA HÚMEDA
Los restos aparecieron en un bosque sobre la ría, donde se encontraban
los castillos que vigilaban la ciudad. Era una finca abandonada que una pareja
había heredado y en sus ratos libres limpiaban poco a poco. Bajo un gran
castaño, encontraron algo duro y, al quitar la tierra, apareció un hueso
bastante grande. Al llegar la policía, el forense le comunicó al inspector:
—Son muy antiguos, y hay varios.
El inspector recordó mirando hacia el mar que la batalla contra los
ingleses había sucedido en aquella zona, y los restos no eran ni del siglo
pasado.
797. LAIA RÍSQUEZ GUITERAS – EN ALGÚN LUGAR
«Hace frío»; una brisa glacial me acaricia el rostro. Siento mi cuerpo
entumecido, húmedo y mugriento. La luz que desprenden las estrellas me
ayuda a vislumbrar la silueta inequívoca de unos árboles; siento la tierra
humedecida bajo mi cuerpo. Mi mente, adormecida, intenta hallar respuestas,
pero está en blanco. Mi noción del tiempo se distorsiona. Estoy confusa. Un
dolor agudo recorre mi cabeza, junto con la imagen de una habitación oscura
y lúgubre. Veo a Ana en el suelo, y mucha sangre; una risa siniestra de
fondo. Luego, un destello seguido de un disparo. Deslizo mi mano por mi
vientre hasta dar con lo que me temía. El horror me invade. Grito, pero solo
sale un débil gemido; mi cuerpo ya no responde. Mis ojos pesan. Las luces
del alba empiezan a despuntar. Junto a mí yace otra chica. Su ropa me es
familiar. «¡No puede ser!». Tiradas en medio del bosque, lejos de cualquier
resquicio de esperanza. «¡Que alguien nos encuentre!». Mi súplica definitiva
antes de sucumbir a mi último sueño.
798. LARA GUIO NOGALES – EL MODUS OPERAND
iEstaba acorralado. Disponía de dos salidas. Una descansaba en su
mano, incitándolo a hacerlo él mismo; otra se encontraba delante de él.
Dos días antes...
La llamada de aquella mañana había confirmado lo peor, se había
producido otro homicidio. En la escena del crimen, había un revuelo poco
común entre los agentes y los de la científica. En cuanto Sam se acercó al
cuerpo que yacía en medio del callejón y echó el primer vistazo, supo
inmediatamente de qué iba todo aquello. Mismo modus operandi, misma
escenificación. Tenían un asesino en serie suelto por la ciudad. Durante los
días siguientes, ella y su equipo hicieron lo que mejor se les daba: investigar
cualquier insignificante detalle y perseguir e interrogar a los sospechosos,
hasta que fueran capaces de dar con el verdadero sudes. Encontraron su
paradero. Lo tenían apresado como la rata que era. Sam lo estaba apuntando
con el cañón de su pistola, y él tenía una navaja en su mano derecha. ¿Quién
de los dos sería más rápido?
799. LARA VIVES – EL ÚLTIMO BACALAO AL PILPIL
Lara, una adolescente de tan solo dieciocho años, acaba de terminar el
instituto tras recoger sus notas; corre emocionada para comenzar la búsqueda
de universidad. Tras ver sus elevados precios, comienza a pensar formas de
pago, buscando en internet algún trabajo; encuentra una joven adinerada que
recibe abusos por su pareja y reclama: vendetta. Sería fácil hacerse pasar por
una simple camarera, envenenar el bacalao al pil pil, retirarse así con una
sonrisa y diez mil euros en el bolsillo como solución a su oscuro futuro.
800. LAURA A. – COMO TÚ
Hacía frío. El viento soplaba, y la lluvia caía incesantemente. Lydia cruzó
el umbral de la puerta hacia la oscura estancia con el abrigo cerrado y las
manos enfundadas en guantes. Su paraguas estaba mojando todo, así que se
dirigió al baño, encendió la luz y lo dejó en la bañera. Al darse la vuelta, se
dio cuenta de que el lavabo estaba manchado de rojo, esparcido por todos
lados. El suelo también estaba manchado, pequeñas gotas salían de la estancia.
Lydia siguió el rastro y llegó hasta una habitación donde todo estaba hecho
un desastre y había cristales por todas partes. Sus pensamientos empezaron a
volar. Sintió un escalofrío y notó que alguien tiraba de ella. Se giró
sobresaltada y, ahogando un grito, vio cómo su hermana, Alison, manchada
hasta los codos y con la mirada perdida, decía: «Lo siento, Lydia, yo solo
quería pintarme las uñas como tú».
801. LAURA AYÉN VOUILLAMOZ – SIN TÍTULO
Los días no pasaron rápido como las pelis nos hacen creer que pasan
cuando alguien dedica todo su empeño en algo. Los días pasaron a golpe de
hora y acumulación de minutos. Tenía que encontrarla y sabía cuál era el
siguiente paso. Por la noche, las luces del coche se abrían paso en la
oscuridad. Dentro, la radio no me dejaba oír los lobos que, en mi cabeza,
aullaban a la luna. Hacía una hora que había abandonado la autopista para
adentrarme en la montaña a través de una pequeña carretera llena de curvas y
cicatrices en el asfalto. Quince años después, volvía a lo que había sido nuestra
casa. Abrí la puerta. Una estancia llena de muebles cubiertos con sábanas y la
silueta de un hombre en la oscuridad sentado en un balancín se recortaron
ante mí. Solo el halo rojo de su cigarro bañaba su rostro mostrando una
afilada sonrisa. La busqué con la mirada: «¿¡Dónde está!?». La lluvia acariciaba
con miedo de molestar el pequeño ventanuco por el que él miraba: «Siéntate,
te estaba esperando...».
802. LAURA BARBA MUÑOZ – SIN TÍTULO
«Estimado señor Rick:
He aquí la prueba de que tengo en mi poder las balas de los veintitrés
crímenes neoyorkinos que en este momento ocupan su tiempo y la pizarra de
la comisaría. Permítame ayudarle en su investigación: he coleccionado un
alfabeto inverso de veintiséis apellidos de sus lectores más devotos, así como
ustedes habrán coleccionado sus respectivos cadáveres. Actualmente, poseo
desde la Z hasta la D: es usted mi C, su esposa mi B y yo la última letra.
Escribámonos. A».
Doblo la carta, la guardo en un sobre y la sello sin saliva. Me deshago de
los guantes de látex y los deposito junto a los casquillos grabados y bañados
en tinta, que, sobre la mesa, forman una fila tan solo rota por tres balas y un
arma. Sonrío, dispuesto a afrontar el caos.
803. LAURA BENITO BLANCO – EL IMITADOR DE VOCES
Las voces llegaban desde el exterior de la ventana, alegres,
despreocupadas en la noche. Mientras, desde la misma ventana, en el interior
de la casa, Lia intentaba hallar entre ellas la de su amigo Sam. Se acercó al
cristal y buscó entre la oscuridad cuando de repente una voz familiar le habló
entre susurros. Sacó la mano para alcanzar aquella voz y, de repente, frente a
ella, una cara asomó por la ventana. Era una cara horrenda, con la mirada ida,
con los ojos llenos de odio, que la hicieron estremecer. Dio un salto hacia
atrás mientras aquel ser desprendía una risotada hueca. El asesino de las voces
estaba frente a ella, y la imitación que hizo de Sam solo podía significar que
este estaba muerto. De repente, la risa cesó y una mueca llenó la cara del
asesino, que se percató de lo que Lia tenía en sus manos. El brillo del arma
llenó la estancia.
—No contabas con esto, ¿verdad? —le dijo Lia—. Por Sam.
El sonido de un disparo se oyó en la noche, y un cuerpo inerte yacía en
el suelo.
804. LAURA BLANCO GARCÍA – LLEGÓ LA HORA DE LAS
CONSECUENCIAS
Desde el principio, sabía que ese caso sería diferente a los demás. Era
una mujer, probablemente una prostituta; había sido estrangulada. Parecía un
simple ajuste de cuentas, pero nada más lejos de la realidad. Cuanto más
avanzaba la investigación, más horrible era el resultado. Su novio, un simple
camello, y ella habían tenido un hijo, que habían abandonado en un orfanato
a los tres años. A pesar de que sus padres querían una mejor vida para él,
solo consiguieron que se convirtiera en un monstruo. Incapaz de olvidar el
abandono de su madre, y tras una vida llena de abusos, decidió acabar con su
sufrimiento dejando una nota que decía: Yo no pude ser libre, decidieron sobre
mi vida y me han convertido en lo que soy.
805. LAURA CUBEDO – UN JUEGO MACABRO
El olor a moho y humedad era tan intenso que apenas se podía respirar
en aquel sótano destartalado. La luz de la bombilla parpadeaba, creando unas
sombras extrañas y cambiantes. La madera iba crujiendo tras de mí,
desprendiendo, si era posible, más humedad al ambiente. Tenía que encontrar
la llave para escapar de allí. Mis ojos no paraban de subir y bajar por las
estanterías cuando, de repente, lo vi: un fino hilo de sangre que caía...
—¡Joder, qué susto! ¡Estaba a punto de pasarme el juego y justo se va la
luz!
Dejó el mando de mala gana en la mesa y bajó al sótano. Olía demasiado
a humedad y no se veía nada. Alumbró un poco con una linterna y vio que
alguien había cortado los cables. De repente, la puerta del sótano se cerró de
golpe. Pasaron varios días hasta que los servicios de emergencia lo
encontraron allí tirado, divagando. Ya en el hospital, seguía con la misma
historia: alguien cortó los cables de la luz y le encerró en el sótano. Pero eso
no tenía sentido. A no ser...
806. LAURA FONQUERNIE GONZÁLEZ – HÉROES EN SILENCIO
Frío. Silencio. Oscuridad. Falta media hora para el año nuevo y el
inspector Charles David se apresura a través de las abarrotadas calles de
Times Square con el fin de poder celebrar el cambio de año con su familia, su
mujer Helen y su hija Ashley; no obstante, Charles nunca apareció. Helen
llama a su marido:
—Charles, ¿no vienes?
—Sí, cariño, estoy de camino —responde—. ¡Socorro! —escucha la
mujer a través del teléfono...
—¿Charles? ¿Charles? —el inspector deja caer el móvil, que choca
contra el suelo—. ¡Charles, ¿va todo bien?!
Helen apenas escucha unas pisadas alejándose que golpean contra el
suelo mojado, recordando al ruido de un niño chapoteando en invierno. Se
intuye un forcejeo, unos gritos... ¿Una pelea? De repente, un ruido horrible,
un disparo.
Horas después, ¡ring!
—¿Helen Johnson?
—Sí, dígame.
—Su marido ha sido asesinado intentando evitar un robo. —Llantos.
Sollozos—. Lo lamentamos muchísimo, señora.
807. LAURA GARCÍA MEJUTO – SEGUNDAS PARTES A VECES SON
BUENAS
Ariadna. Cuarenta años. Madre de dos hijos. Ha tenido siempre todo lo
que yo deseaba, incluido al padre de sus hijos. Cuando Álex y yo nos
conocimos, surgió una conexión especial, solo interrumpida por la presencia
de Ariadna. La excusa para no estar conmigo era siempre la misma: Ariadna.
Por eso, decidí acabar con el problema. Contraté los servicios de un
profesional para tener una coartada y llevar a cabo el crimen perfecto.
Contaba con una gran ventaja. Trabajo en una funeraria, con dos hornos
crematorios que me ayudaron a llevar a cabo el asesinato perfecto. Sin huellas,
sin testigos y sin fallos. Morris se encargó de drogar y secuestrar a Ariadna
después de haber dejado a sus hijos en el colegio. Asesinarla fue sencillo. Dos
tiros silenciados directos al corazón. Ni siquiera se enteró. Y finalmente, lo
más complicado fue introducirla en la funeraria sin ser vistos e incinerar el
cuerpo sin dejar huellas. Para todos, Ariadna se fugó. Lleva tres años
desaparecida, y yo, dos años felizmente casada.
808. LAURA GILL – CRIMEN DE PAPEL
Había sido un día duro para el inspector Alan Frost. Su antiguo
compañero, Mark, había sido asesinado un año antes, en pleno Londres. Se
sirvió un whisky y se sentó delante de la ventana; con la mirada perdida, alzó
la copa y pensó en Mark.
De repente, sonó un disparo y un grito penetrante, que parecían venir
del final del pasillo. Soltó la copa y se dirigió fuera. La puerta del piso 204
estaba abierta, alguien la había forzado. Ahí vivía Cora, una atractiva
enfermera a la que Alan solía echar el ojo de vez en cuando. Pero ella no
estaba, solo encontró un charco de sangre y una nota: Busca a la enfermera y
encontrarás venganza. Guardó la nota en el bolsillo, sacó las llaves del Ford
Focus y bajó corriendo las escaleras. Nunca se hubiera imaginado que lo que
vendría a continuación daría un giro inesperado a su vida.
809. LAURA GÓMEZ SÁNCHEZ – SIN TÍTULO
La densa niebla impedía ver más allá. Ella no veía nada, solo podía oír, y
lo que oía no le gustaba. Él lo veía todo, como la piel de sus brazos se
erizaba, el ligero temblor en sus hombros, el aliento que escapaba de su boca
hacia la fría noche, y esos ojos. Unos ojos que demostraban todo el miedo
que sentía en ese momento. Ella sintió la presencia. «¿Hay alguien ahí?», dijo
con voz trémula. No se escuchó nada. De repente, silencio. No se oye nada.
Las hojas pararon su movimiento. El viento detuvo su incesante susurró. Los
pájaros volaban furiosos desde los árboles buscando un lugar para escapar.
La niebla comenzó a desaparecer poco a poco. Él sonríe. Sabe lo que está a
punto de suceder. Ella deja escapar dos lágrimas de sus marrones ojos. Sabe
lo que está a punto de pasar. Valerie se despierta empapada de sudor, respira
agitadamente. Ha estado a punto, nunca ha estado tan cerca como esta noche.
Sabe que la próxima vez no escapará. Y sabe que él la estará esperando.
810. LAURA HERNÁNDEZ COSTA – SIN TÍTULO
Las extremidades inferiores de la víctima se agitaban desesperadamente
mientras su cuello era apretado con fuerza por dos dedos pulgares que
brillaban por la ausencia de higiene alguna. El agrio aroma de la desesperanza
se disipaba cuando el último movimiento cesaba y los ojos enfocaban a un
vacío infinito. La figura del hombre encendía el que sabía que probablemente
sería su último cigarrillo, observando el inerte cuerpo que descansaba a sus
pies en aquella oscura noche de noviembre. Cuando todo el tabaco quedó
reducido a cenizas, el hombre se dirigió al cuarto de baño del apartamento,
del que salió diez minutos después ataviado con su mejor traje. Tras echar un
último vistazo a lo que él consideraba una obra maestra, abandonó el lugar.
Ya en la calle, mientras caminaba sin rumbo definido y con la intención de no
detenerse, el silencio de la noche era interrumpido por las sirenas que
rodeaban el lugar y arrebataban el último aliento de vida al hombre de la
sonrisa dibujada.
811. LAURA JIMÉNEZ – APARECIÓ EN EL LAGO
El inerte cuerpo de Laura Sarandon flotaba sobre las orillas del lago
Wind.
—Hola, Rick —saludó Kathy.
—Estamos de buen humor; ¿cómo murió? —dijo Richard.
—Se está procediendo a la autopsia —respondió Kate.
—Tomemos un café y entrevistemos a los sospechosos —espetó Rick.
Tras las investigaciones el caso era indescifrable hasta que los forenses
explicaron que la víctima tenía marcados el número 23 y el 11. La mataron
con 3 puñaladas a las 00:33 y después la arrojaron al lago.
—Ya lo tengo —dijo Richard—. Su primer novio nació el día 23 de
noviembre de 1980, precisamente 33 minutos tienen 1980 segundos. He
descubierto que además se conocieron en el lago y estuvieron 3 años juntos.
—Has visto demasiadas películas —se rio Kathy.
—Comprobémoslo, busquemos a Steven —sugirió Rick.
Tiempo después:
—Bueno, parece que una vez más yo llevaba razón, ¡me debes una cena!
—concluyó Richard.
812. LAURA MARTÍN – SABRÁS QUE HE SIDO YO
No necesité ninguna de las pistas que se encontraron después, supe
desde el primer momento en el que observé el cuerpo sin vida de aquel
hombre, tirado en el banco del parque, que había sido ella. Lo supe porque,
aunque nunca me dijo de quién hablaba, me había descrito aquella escena
miles de veces: «Algún día me cargaré a ese capullo, le echaré veneno en su
café de primera hora de la mañana y lo dejaré allí, en el banco más a la vista
del maldito parque para que se muera solo y sin saber cómo o por qué; te
juro que lo haré porque ni siquiera soporto que respire cerca de mí». Y luego
añadía sonriendo con ese brillo de satisfacción en sus ojos: «Después, seguro
que te llaman a ti para investigarlo, y tú sabrás que he sido yo, pero no dirás
nada porque eres mi mejor amigo». Y, por supuesto, eso fue lo que hice
porque no se le puede decir que no a alguien como Aisha.
813. LAURA MARTÍNEZ RODRÍGUEZ – GRACIAS
Todas las pruebas conducían a él. Las huellas, el ADN, las declaraciones
de los testigos... Estaba convencida de que él había sido el asesino de Matt,
aquel marine al cual habíamos encontrado tirado en un callejón, como si fuera
un despojo. No me equivocaba. Fue él. La última vez que vi su cara fue
cuando nos cruzamos en el pasillo de comisaría, al ser acusado de asesinato.
Fue un momento fugaz, en el cual nuestras miradas se cruzaron apenas unos
segundos. Ese momento me volvía a la memoria una y otra vez durante el
funeral del marine, al cual había sido invitada. Los veintiún disparos se
escuchaban de fondo, mientras uno de los marines entregaba la bandera a su
mujer. Fue en ese momento cuando noté como alguien tiraba de mi falda.
Bajé la vista y entonces la vi.
—Gracias por encontrar al que mató a mi padre.
814. LAURA MARTUSCELLI – EL PRIMERO
Cuando vi el cadáver, no lo podía creer: había pasado otra vez. Con esta,
cinco muertes: dos mujeres y tres hombres. Todos en el mismo edificio. La
policía estaba al caer. Llevaban viniendo durante un mes; ya eran como de la
familia. Brenda: rubia, esbelta y más astuta que una zorra; Jason, un enano
calvo con aires de Rick. Un mes y ya estoy harto de ellos, que «si el modus
operandi es tortura...», que «si el móvil es la venganza»; que «¿cuál es el
objetivo del asesino al extirpar los órganos no vitales de sus víctimas antes de
asesinarlas?...». No callan. Aseguran que es un médico, por la técnica
impecable que utiliza, aunque dolorosa. Creen estar cada vez más cerca.
—Jason, ¡mira quién está aquí! Nuestro forense favorito. Llegas tarde,
como de costumbre —me saluda Brenda.
Incrédulos. Se creen que llego tarde, cuando he sido el primero.
815. LAURA MIRA LUCENDO – SOL DE OTOÑO
—¡Arias!
—¡Aquí! —oí a lo lejos.
Me acerqué. Observé su cara marchita. El cuerpo del indeseable yacía sin
vida a orillas del Tormes. Lo había estado pidiendo a gritos.
—Este parece el escenario del crimen —dijo, distrayéndome, Páez, que
recopilaba pruebas concienzudamente.
Vi algo brillar bajo unas hojas... Lo reconocí de inmediato. «Maldita sea,
¡¿qué has hecho, Sara?! No, él ya no te hará más daño».
Regresé a casa, triste, con el pendiente que le regalé unas Navidades, en
mi poder. Aunque era horrible lo que había hecho, ¿cómo dejar que se
pudriera en la cárcel por librarse de un ser tan despreciable? ¡Era mi
hermana, por el amor de Dios! Tras el juicio, en el que nada se pudo
demostrar, una tarde, al volver a casa, encontré un sobre en mi buzón. En
cuanto estuve en la soledad de mi apartamento, lo abrí, ansioso: «Me has
hecho libre», decía el mensaje. Lo celebré con un café irlandés. Bien hecho o
no, lo único verdadero era que aquel sería nuestro pequeño secreto.
816. LAURA MORALES – SIN TÍTULO
—Rachel, ¿qué ocurre? —Charlie se preocupó. Llevaba mucho tiempo
mirando las fotografías del cadáver de la famosa actriz.
—¡Fue Malcolm Bogard! —gritó ella de pronto.
—¿Cómo? —El policía se cruzó de brazos y la observó.
—Malcolm contrató a un detective para que averiguara quién mató a su
esposa Linda, ¡pero lo que no entendéis es que lo hizo él mismo para limpiar
sus huellas! ¡Él tenía una amante y Linda le descubrió!
—Rachel, Derek Sullivan, el detective, tenía restos de sangre de Linda, y
ella tenía la suya bajo las uñas; forcejearon.
—¡Al contrario! —insistió—. Sullivan la encontró a punto de morir.
¡Intentó ayudarla!
—Malcolm jura amar a su mujer... —habló Ray.
—Si os fijáis en la mano de Malcolm, no tiene su anillo de boda.
—¿Cómo estás tan segura? —Charlie la miró fijamente.
—Soy escritora; así lo haría yo. —Sonrió. Lo que faltaba. Otro escritor
de novela negra.
817. LAURA ORÓ MARTÍNEZ – SINSENTIDO
Había un par de cosas que Noah tenía bien claras. La primera, que
llegaba tarde al trabajo, y la segunda, que era la primera vez que algo así le
sucedía. Hacía un par de años que trabajaba en la Brigada de Homicidios, y
podía presumir de ser el primero en llegar, día sí, día también. Empero, no
sabía qué había sucedido esta vez. La mañana recién empezaba, y el asesinato
había tenido lugar en un simple callejón apestado de basura y en el que la luz
del sol tenía prohibida la entrada. ¿Acaso aquello era un tópico? No iba a
quejarse, pero siempre esperaba encontrarse con algo más emocionante, para
variar un poco. Sin embargo, esta vez no estaba encontrando nada de nada.
Cada vez que se hacía con una pista, esta desaparecía segundos después, por
arte de magia, y sus compañeros se limitaban a ignorarle. Cansado de aquel
sinsentido y sin saber dónde más buscar, se acercó a la bolsa para cadáveres.
Fue ahí cuando lo comprendió, todo conectó en su cabeza. El cuerpo no era
otro que el suyo.
818. LAURA PADILLO PÉREZ – NIVEL 12: APOCALIPSIS
Mark Taylor estaba dando tumbos por la habitación. ¿Y si lo hacía? La
gente no merece vivir. La vida es escoria. El mundo está saturado de personas
que no merecen vivir en él. Nivel 12: Apocalipsis. ¿Por qué no? El país está
repleto de suciedad, nadie los echará en falta. Siete pecados capitales: envidia,
lujuria, avaricia, gula, soberbia, pereza e ira. Yo acaparo todos. ¿Qué más
dará?
Mark salió disparado de su dormitorio. «No pienses, no pienses, no
pienses. Nivel 12: Apocalipsis». Bajó las escaleras sin mirar atrás, lo tenía
claro. El juego debía continuar. La televisión del salón estaba encendida y
frente a ella su madre descansaba plácidamente en el sillón. «Volveré pronto,
madre». Y, seguidamente, le dio un fugaz beso al cadáver. Cogió las llaves y
salió a la calle con el arma cargada. Nivel 12: Apocalipsis.
819. LAURA PONS ALLÈS – ABREVADERO
De repente, una extraña y fuerte mano le sujetó el brazo, mientras otra le
empujaba la cabeza hacia el agua del abrevadero, golpeando la frente con el
lateral y causándole un traumatismo que la dejó inconsciente. Hombre o
mujer, su asesino había sido alguien con bastante más fuerza que ella. El agua
extraída de sus pulmones contenía gran cantidad de ADN de caballo, entre
otros, y las partículas de arena de cemento encontradas en el hematoma de la
frente indicaban que la ahogaron en un abrevadero de obra, pero todavía les
aguardaba el trabajo más difícil. ¿Cómo una chica de ciudad, con ropa cara,
tacones de quince centímetros y sin el más mínimo interés por los animales,
había terminado ahogada en un abrevadero a cien kilómetros de su casa? El
trabajo de Alice acababa de empezar...
820. LAURA RICO COSO – CAPÍTULO 13
Acabó el capítulo 12 y cerró el libro mientras lo dejaba sobre la vieja
mesita, decidida a dormir; aquel libro era inquietante y misterioso a la vez.
Reflexionó con la luz apagada sobre Henry, el protagonista principal. De
alguna manera, lograba encarnarse en este siniestro personaje, y siempre tenía
la sensación de estar presente en todos sus sangrientos crímenes. Cerró los
ojos y se dejó caer sobre los brazos de Morfeo. De repente, estaba todo
oscuro. Solo se oían gritos ahogados. Su mano sujetaba un objeto
resbaladizo y su piel estaba siendo salpicada por una sustancia pegajosa. Su
respiración entrecortada hizo que volviera de nuevo a la cama. Abrió los ojos
y se prometió a sí misma no volver a leer aquel libro por la noche. Encendió
la brillante lámpara y encontró sus blancas sábanas teñidas en rojo, el libro
abierto por el capítulo 13 y cuerpos sin vida bañados en sangre que se
hallaban por todo el suelo de su habitación.
821. LAURA ROJO UCAR – SIN TÍTULO
La joven, que no alcanzaba los diecinueve años, percibió que el hombre
del asiento de al lado escuchaba una canción antigua que le resultaba
conocida. Le gustaba esa canción, aunque no conocía su título. Creía que era
de los ochenta. Cuando cogió el metro, ese mismo hombre de la pegadiza
sintonía se sentó delante de ella. Él se puso los auriculares y otra vez sonó
aquella música. Era como si le intentase decir algo. Cuando el sonido
terminó, volvió a sonar desde el principio. Y así repetidamente. Media hora
después, la joven escuchaba la melodía mientras su acompañante apretaba las
manos contra su cuello, robándole la vida.
822. LAURA SÁNCHEZ CASADO – EL CASO DEL IRLANDÉS Y LA
ROSA
Este caso era más difícil de lo que parecía. Las pruebas culpaban a la
esposa, pero tenía coartada y había colaborado. Quedó libre bajo sospecha,
pero ella también fue asesinada. Encontraron otra huella y al cotejarla
apareció la imagen de una mujer. Cormac lo entendió. Salió a toda prisa; si lo
que creía era cierto, ella desaparecería pronto. No tardó en llegar al
apartamento.
—¡Abra la puerta, Policía! —gritó, pero no cesó el ruido de objetos en
movimiento.
Estaba haciendo las maletas. Tiró la puerta y la apuntó con el arma; ella
se detuvo detrás del escritorio.
—Déjelo, Rose. Lo sé todo. Sus huellas están en la escena del crimen, y
su marido ha declarado que usted la odiaba y quería verla muerta.
La mujer, acorralada, sacó una pistola. Era el arma homicida.
—Mató al marido para inculparla, pero al quedar libre decidió matarla.
Confiese y podrá hacer un pacto con el fiscal.
—No va a encerrarme, me iré. Y no va a impedírmelo. Fuera del edificio,
solo se oyó un disparo.
823. LAURA SÁNCHEZ MÉNDEZ – ESTÁ AHÍ
Sara sabía que no debía moverse. Le había despertado un ruido muy
fuerte que provenía del piso de abajo. Su instinto le ordenó que no se
moviera. Escondida bajo las mantas de su cama, Sara oyó los sonidos del
miedo. Voces que susurraban, puertas que se abrían, objetos que caían al
suelo. Después, empezaron los gritos. Desde su escondrijo, Sara lo oyó
todo. El siseo del machete al cortar el aire. El golpe del arma al cercenar la
cabeza de su padre. El chillido angustioso de su madre, sus súplicas
desesperadas. Y luego, el silencio. Sara se hizo un ovillo en la cama. Se tapó la
boca con las manos para no gritar. Rezó para que el intruso se marchara de
una vez sin reparar en su presencia. No tendría esa suerte. Angustiada, Sara
escuchó los pasos del asesino acercándose a su habitación.
824. LAURA SANTOS GÓMEZ – SUEÑO O REALIDAD
El teniente Rick acude a la comisaría y le informan de que, por su
relación, la alcaldesa de Nueva York les ha designado a una nueva compañera:
la escritora de misterio, Kathy. No les gusta nada al teniente ni a sus
compañeros, que de mala gana se la llevan al lugar de un crimen. Nada más
llegar, la escritora pregunta a todos y se dedica a tocar pruebas, por lo que el
inspector la encierra en el coche. Ella aprovecha y se escapa por la ventanilla.
Entonces, ve un coche en la acera de enfrente que hace fotografías de todo lo
que está sucediendo. Ella cruza la carretera para coger la matrícula; la ven y
los ocupantes del coche comienzan a disparar. El teniente tiene que sacarla del
tiroteo. Ya en comisaría, verifican que el automóvil es de la mafia irlandesa;
están a la espera de saber quién es el muerto para ir a hablar con ellos, pero
Kathy se adelanta...
825. LAURA SIFFREDI MARIETTA – LA MUERTE HUELE A ROSAS
Ni bien salió Alex del bar, el ahora occiso, dio tres pasos y cayó
fulminado tras ella. Todos culparon a la hija de Rick. Kathy, preocupadísima,
reconoció en el muerto un antiguo pretendiente de la joven. ¿Era la hija del
famoso escritor una asesina? La prueba del crimen quedó sobre la mesa. Una
inocente y romántica rosa roja que el muerto impregnó de veneno para
vengar su amor despechado. Alex solo se presentó para decirle: «Lo siento,
Timy, nunca pude enamorarme de ti». Él, dolido, colmado de ira y venganza
le dijo: «Llévate la rosa, Alex, no me hagas ese feo, es para ti, ¡llévatela!». Esa
orden, de labios de alguien a quien ella nunca obedecería, le despertó el
instinto heredado de su padre, y sin saber por qué, no quiso tocarla. Timy,
furioso al ver que su plan se marchitaba como su macabra rosa, se apresuró a
tomarla entre sus manos para dársela a Alex. La sangre en su pulgar le
recordó el plan, y lo último que vio fue una melena pelirroja alejándose.
826. LAURA SUÁREZ NAVARRO – NO SÉ QUIÉN ERA
Mentir a sus padres se había convertido en un requisito indispensable en
su rutina. Era el precio a pagar para poder hacer aquello que le excitaba,
aquello que le hacía sentir viva, aquello que le daba un motivo a su patética
existencia: el BDSM. Para ella, era un estilo de vida, un pasatiempo, una
¿adicción? No lo sabía. Al principio fue difícil, confundía el complacer con el
querer; sentía soledad, miedo. A veces, la sensación de estar haciendo algo
prohibido le ocasionaba un sentimiento de culpa mayor que el sentimiento
que le producía la adrenalina por el mismo hecho. Por ello, el chico que había
conocido en un chat tuvo que insistir varias veces antes de que ella accediera a
quedar una noche, subirse a su coche —el de un completo desconocido— e
ir a su casa, sabiendo que desde el minuto cero quedaría a su merced, con
grilletes en las muñecas y de rodillas. Su cuerpo sigue vivo, pero su alma
quedó atrapada entre los barrotes de la jaula en la que su amo solía encerrarla.
827. LAURA TROVERO – CIBERMUERTE
Tecleó tanto que se rompió los dedos, conoció a un extraño que le atraía
hasta el éxtasis. Su ciberamigo tenía un secreto, pero Ana no lo sabía: confiaba
en él como en su sombra negra y desnuda. Soltó un grito y su pantalla se
apagó; ella no imaginó lo que ocurría, su corazón palpitaba a mil. Asustada,
no sabía dónde ir; Marcos era un extraño ante todo. Su pantalla volvió a
encenderse, un desorden total y manchas de sangre aparecían tras ella. Ha
visto la mano que empuñaba el arma, la hoja de color plata manchada de
muerte brillaba. Jamás sabría lo que había ocurrido, pero la imagen le
perseguiría el resto de su vida. Fue ingresada en el hospital de las mentes
perdidas; seguiría buscando la suya, mas no sabía dónde. Allí rompió las
rosas de su corazón y se sentó a contemplar lo que pasaba...
828. LAURA VELASCO MARTÍN – EL ASESINO DEL CLUEDO
Una foto imperceptible, una nota inquietante: El juego del cluedo. ¿Quién
será el asesinado, dónde habrá muerto y cómo? ¿Quién será el asesino? Las
pistas las posee usted, capitán Querrey, solo ha de encontrarlas. Buen juego,
capitán. Firmado: Profesor Ciruela.
El capitán Querrey sale de su casa pensando en la maldita nota, cuando
se da cuenta de que no lleva su pistola. Al subir las escaleras de casa, se
escucha un disparo. ¡Dios, el gato! Sube corriendo y se aproxima a la puerta;
en ella hay una pegatina redonda y morada. «¿Una ciruela? No puede ser...».
Se decide a abrir, no hay luz. Llama a Missie, no aparece. Cuando entra al
salón, una luz y un ruido lo inundan todo, solo siente dolor y sangre. El
Profesor Ciruela descansa sonriente en el sofá; la pistola humeante aún reposa
en su mano.
829. LAURA KATERINNE PARDO ÁLVAREZ – HE
Pasaba la medianoche y la luz de aquella farola le mostraba aquello que se
negaba a creer cierto. El cuerpo de aquel chico, con el que había compartido
tanto de joven y que tan buenos recuerdos le traía, yacía tendido en el suelo
totalmente cubierto de sangre. Tres laceraciones en el pecho con un arma
blanca habían terminado con su vida, y ella sabía que se debía a esa mala
decisión que él había tomado hacía ya tiempo, pero debía dejar de lado sus
sentimientos y ser profesional. Después de la autopsia y de pasar el caso de
Kyle a Kate, se detuvo a pensar en el día en que se separaron, en cómo decidió
seguir a ese chico que nunca le había gustado y le perdió para siempre.
Gracias a su amiga Lanie vio como ese amigo, que les había separado, era
condenado por asesinato.
830. LEIRE GARCÍA ZAMORA – ME VES Y NO ME VES
Tara se encuentra en el supermercado colocando paquetes en la sección
de congelados que está junto a la pared. Huele algo extraño y decide ir a
llamar a su amigo Daryl, que es el encargado. Son los únicos que están en la
tienda, así que se aproximan al congelador pensando que puede que haya
algún animal muerto, ya que hace mucho tiempo que la tienda está en malas
condiciones, pero lo que no saben es que encima de ellos, en el conducto de
ventilación, hay un cadáver reciente que pertenece a una mujer llamada Cassy.
De pronto, encuentran gotas de sangre que caen del techo. Miran hacia arriba
y ven que un dedo ensangrentado asoma desde el conducto de ventilación.
Deciden llamar a la policía; comprueban todo, ven que no hay cadáver y que
los dos encargados que estaban en la tienda han desaparecido. Lo único que
encuentran es un pequeño anillo de color marfil.
831. LEIRE GÓMEZ – SIN TÍTULO
«Hoy es el día», repite mi mente una y otra vez. Desayuno, llevo
conmigo lo necesario y me dispongo a salir de casa. Reina el silencio y eso
me pone nervioso. Mi mente no para de pensar; voy a acabar con una vida
que se convertirá en polvo, en ceniza... Está a punto de suceder, la veo llegar,
veo como esboza una sonrisa, está preparada, pero no para morir. Sale del
portal, tal y como esperaba. Se dirige al coche, pero lo que no sabe es que
hoy no irá a trabajar. Me tiembla el pulso, apunto y sin pensármelo dos veces
disparo y ¡pum!
Despierto alarmado, otro sueño que me avisa de que el final está cerca.
Otro sueño que me recuerda que no debo temer a una vida. Duermo, el día
llegará y debo estar preparado.
832. LENY GUTIÉRREZ GARCÍA – TIEMPOS DE TORTURA
La inspectora García estaba pensando en el extraño caso. Un cuerpo con
múltiples heridas, mismo tamaño, profundidad y equidistantes todas entre sí.
El subinspector Villa de repente exclamo:
—¡Iron Maiden!
—¿El grupo? —preguntó la inspectora.
—No, el instrumento de tortura, la doncella de hierro.
La forense le confirmó que tan siniestra doncella podría ser el arma
homicida. Llamó al museo de instrumentos de tortura de Toledo, donde le
notificaron que lo habían robado. Les mandaron una experta para orientarles.
Para su sorpresa, era una monja, llena de arrugas, diminuta, encorvada y
torva mirada.
—No hace falta ningún artilugio, las mejores torturas son las más
sencillas.
En esto, llamaron: habían encontrado un cuerpo con un gran agujero en
su estómago, la herida presentaba lo que parecían pequeñas mordeduras.
—La tortura de la rata y el fuego —sonrió maliciosamente la monja—.
La limpieza de esta sociedad corrupta ha empezado y somos legión, nadie
puede pararnos.
833. LEONARDO RIVERA SEDEÑO – AMOR HACIA EL ORO
Domingo 4 de octubre de 2009, 2:14. Una pareja adolescente,
acurrucados el uno con el otro por el frío, vuelven a casa por una oscura calle.
A la mitad, perciben a dos individuos en plena trifulca por lo que parece una
bolsa negra; uno de ellos saca una pistola y dispara a quemarropa al otro
varón y sale corriendo justo por donde caminaba la pareja, llegando incluso a
rozar a la chica, con lo que algo cae al suelo. El chico aprecia un collar de
diamantes. Inmediatamente, llaman a la policía. Una hora más tarde, y con
toda la calle acordonada, llega la detective Ocloe. Tras fijarse detenidamente en
las pistas, encuentra en el bolsillo derecho del ya fallecido varón, y presunto
cómplice del robo a una joyería cercana, un móvil, registrado a nombre de su
hermano. Una vez detenido el hermano del fallecido, se le interroga y la
detective le sonsaca la información: él fue el que robó y más tarde mató a su
hermano por las joyas.
834. LEONOR GARCÍA – EL JUEGO DEL ASESINO
En un callejón sin salida se encontraba la llave que abriría un crimen. Un
asesino había inventado el juego del crimen, donde la teoría era que a partir
de una víctima se encontrarían enigmas cuyas respuestas te llevarían a una
llave, con la que, resolviendo el último, conseguirías encontrar la puerta
donde se escondía el asesino. No sería tan fácil atraparlo; el tiempo correría
en tu contra. Desde que comienza el juego, hay un límite de tiempo; si no lo
consigues, volverá a empezar, cobrándose otra víctima. Una tarde de abril, el
reloj comenzó a contar, pues el inspector Niall Clark de la comisaría de
Toronto había hallado a la primera víctima: encontró así el primer enigma
que resolver. Con un equipo de tres personas, Conni, Mathew y Dereck,
más la ayuda de una comisaría entera, lograron después de tres meses y
cuatro víctimas asesinadas archivar el caso del «Juego del asesino».
835. LETICIA ARRIBAS – DOBLE CARA
Pudo gritar, pero no gritó. Pudo luchar, pero no luchó. Alex se
desplomó hacia atrás a causa de la fuerza del proyectil que la joven disparó, y
James se volvió sorprendido para ver al hombre caer con las piernas
extendidas de una manera grotesca y la mano levantada, aún sujetando el
cuchillo. La sangre era de un color tan vivo que, de tener voz, habría gritado.
Le miró. Le observó. Le escaneó. La joven enfundó su pistola y retrocedió
conmocionada.
—No iba a matarte —exhaló Alex con su último aliento.
—Lily, despierta —susurró James.
La joven se incorporó empapada en sudor y con el corazón desbocado.
—James, Alex no... —pero no pudo seguir. Un dolor ensordecedor le
hizo retorcerse. Bajó la mirada hacia su abdomen solo para ver como James le
retiraba el cuchillo que le acababa de ensartar en su cuerpo.
—James... —murmuró sorprendida.
—No soy James.
836. LETICIA DE CASTRO CARRASCO – DESCRIPCIÓN DE UN
ASESINATO
Noto un olor dulce en la habitación; alguien me tapa la nariz y la boca, y
el olor se intensifica. Pierdo el conocimiento. Despierto y estoy en una sala
con poca luz; una sombra se acerca a mí. Se queda quieta y veo que en la
mano izquierda lleva un cuchillo; en la otra, un bate. Estoy atada a una silla;
no puedo moverme, la boca la tengo amordazada, no puedo gritar, solo
puedo ver. Ver la cara de mi asesino, es él, al que buscan. Me clava el cuchillo
en el estómago una y otra vez, como a sus otras víctimas, un total de veinte
veces: mi sangre comienza a salir y forma un charco a mis pies. Sonríe, está
disfrutando. Suelta el cuchillo y con el bate me golpea las extremidades, la
cabeza. Empuja la silla y caigo al suelo. Quedó en un estado
semiinconsciente. Cierro los ojos, estoy muriendo, mi asesino huye. Las
luces azules brillan en el exterior. Los inspectores John y Sarah, el forense
Alan y los agentes Sam y Luca han entrado en la habitación. Pero todos llegan
tarde. Soy su cuarta víctima.
837. LETICIA ORTIZ MARÍN – EL ÁNGEL CAÍDO
Quinta muerte certificada del detective Smith en este mes. En la escena del
crimen, símbolos religiosos hechos añicos y un crucifijo quemado. Tras
llevar al laboratorio la muestra de ADN, el peritaje forense determinó lo
esperado: el mismo asesino que en los cuatro crímenes anteriores. Tras unir
cabos y decenas de días de trabajo, Smith creó una red de pruebas que le
llevaron a un trastero de las afueras de la ciudad. Cogió su antiguo Mustang,
localizó el local y abrió la puerta de un plumazo; allí estaba, vestido de
sacerdote, con la cara pintada de blanco y cientos de instrumentos de tortura.
Al verlo, el torturador levantó las manos y escapó por sorpresa y agilidad por
el ventanal del trastero. Los intentos de derribarlo fueron fallidos. El detective
le siguió, pero solo vio parte de su hábito doblando la esquina. Se le clavaron
en la mente sus ojos inyectados en sangre. Muchos desencuentros sin éxito
pasarían hasta que Smith lo viera entre rejas, pero llegaría su final algún día...
838. LEYRE BARÓN – #MUERTO
Un joven aparece muerto, tirado en la playa; solo una palabra escrita en
su frente: #Muerto. El ahora cadáver trabajaba en un gimnasio; obseso de la
apariencia y el postureo, acosaba en las redes a todo el que él consideraba
mejor que él, hasta el punto de que seguía a sus rivales por todas partes hasta
que los pillaba en situaciones incómodas y vergonzosas; después, subía a la
red las fotos para humillarlos. Alguien ha subido a YouTube el vídeo del
cadáver, una mano le escribe en la frente mientras un móvil se cae y el reflejo
deja entrever no uno, sino varios asesinos. El caso tiene demasiados
sospechosos, pero si algo bueno tienen los obsesos con las redes es que
comentan y fotografían todo. Las únicas pistas, su móvil y su último estado...
¡Fiesta rave en la playa; actualizaré mi estado desde el más allá!
839. LIDIA DUQUE ÁVILA – SIN TÍTULO
Era una calurosa noche de verano, y un grupo de amigos disfrutaban de
ella cantando, bebiendo y riendo cuando oyeron un escalofriante grito
proveniente de un banco situado detrás de unos árboles cerca de ellos. Se
sumieron en un profundo silencio; ninguno daba el paso, pero todos se
preguntaban qué había sido eso. «¿Vamos a ver?». De repente, Carla se
levantó valientemente y se dirigió hacia donde creía que había sido; los demás
la siguieron en silencio y llegaron hasta un rastro de mucha sangre, pero...
—¡No hay nadie! —exclamó David aterrorizado—. ¡Tanta sangre y ni
cadáver ni asesino!
Carla, la más intrépida de ellos, comenzó a seguir el rastro de sangre,
pero al llegar a un árbol, desapareció.
Día tras día miraban en el periódico para ver si salía alguna noticia;
volvían al lugar de los hechos, pero nada, no quedaba nada de lo que aquellos
cinco jóvenes habían visto.
840. LITA CUTRÍN ARES – MUERTE HELADA
Las calles de Madrid estaban desiertas. La inspectora Shaylen hacía la
ronda de medianoche. El aire frío e invernal sacudía las ramas de los
esqueléticos árboles, desnudos, solos. Divisó algo a lo lejos, una sombra
negra, con los mismos trazos y curvas que un humano. Yacía en el suelo,
desnudo, desfigurado. Se acercó y, a pesar de sus indefinidos rasgos, su
ausente identidad y su moldeada cara, pudo ver el tatuaje que lucía en el
pecho. El número 666 estaba grabado a fuego. «¡El diablo!», pensó Shaylen,
pero esas ideas absurdas se desvanecieron de su mente cuando por arte de
magia reconoció al putrefacto cadáver que algún día había sido un hombre. El
capitán de la comisaría; era él sin duda. El diablo lo había acechado sin previo
aviso. ¿Quién sería el siguiente? Se giró, una afilada estaca se le clavo en el
pecho, en el punto exacto donde el corazón unía su parte izquierda con la
derecha. Abrió los ojos y lo vio. Se retorció, pero él se había llevado ya su
vida, su latido, su todo.
841. LOLA ARES LÓPEZ – SIN TÍTULO
Año 1888. La vida del inspector jefe Reed era un poco monótona, solo
era interesante cuando algún caso aparecía y le hacía ir a la calle a investigar. Y
eso pasó un 31 de agosto cuando fue al East End de Londres a investigar el
primero de una serie de casos sobre prostitutas muertas de diferentes
maneras. Investigó tanto que se obsesionó con el modus operandi del asesino,
que pensaba ya como uno. Su locura era mucha, tanto fue así que cierto día
apareció una mujer asesinada a su lado, no se supo por qué, pero todos sus
oficiales al mando supieron que el caso que habían denominado el caso de
Jack el Destripador, le había dado doble personalidad. Y a raíz de esto, el
inspector Reed fue llevado a una institución mental para ser tratado de su
locura. ¿Se salvaría de ella o se volvería más loco todavía?
842. LOLA MADERO CALMAESTRA – DESTINO ESCRITO
Sabía que lo que estaba viviendo ya se encontraba en su mente. Cada
paso, cada instante era tal y como ella lo había leído, como Rick lo había
escrito. El silencio opresivo, la casa vacía sin estarlo, los largos pasillos, que,
como en un mal sueño, nunca acababan. La oscuridad, que se iba apoderando
de todo lo que la rodeaba. No podía parar, no podía mirar atrás, el libro no
lo permitía. Las palabras leídas la empujaban hacía delante, hacia lo no
desconocido. Sintió como un escalofrío la recorría; su cuerpo se paralizaba de
terror; el miedo le impedía correr, huir, escapar de lo que sabía que iba a
ocurrir. Un sonido, un lamento lejano, que no estaba en su mente antes de
oírlo, le hizo reaccionar, despertar, luchar contra el pánico que la oprimía.
Cambiaría el destino que Rick había escrito, sin saberlo, para ella. Tenía la
certeza de que a él no le importaría que su libro tuviese un final diferente al
que escribió. Tenía que sobrevivir; por ella, por él.
843. LOLA MORENO GUTIÉRREZ – ASUNTOS DEL PASADO
Noche de lluvia y viento en el convento Clarens, al norte de Nueva York;
hallado el cadáver de la monja Lisa Hall, en el cuarto de archivo. Un mes
después, Carla Rogers sale de cena con unas amigas cuando a la salida del
restaurante le disparan y cae al suelo; una vez en el hospital, el doctor Curtis
Lewis le dice a Rick que ha tenido suerte; por unos milímetros no ha muerto,
está fuera de peligro. Rick va al restaurante a indagar y observa una cámara en
la acera de enfrente. Con la ayuda de Kathy, pide la cinta y ve a un hombre
alto y moreno que dispara contra Carla; con mucha suerte ve que apoya su
mano en el cristal de la ventanilla de un vehículo, y aún sigue allí. Sacan las
huellas y es Robert Wheeler, nacido en Nueva York en 1970. Kathy prepara
un dispositivo para atraparlo; esa misma noche van a por él y lo capturan en
su casa, intentando quemar unos papeles del archivo del convento Clarens, y
lo único que dice es: «Carla merecía morir por abandonarme; es mi madre».
844. LOREN – MARINA PASCUAL DURA – PENSÉ QUE NUNCA LO
RESOLVERÍA...
No lo podía dejar sin resolver; este no era un caso como otro cualquiera,
era diferente, la víctima era la hermana de mi compañero, tenía que resolverlo
por él. Hice todo lo que pude: entrevisté a posibles testigos, revisé cámaras,
estuve días en la oficina, pero nada, ninguna pista. De repente, apareció por la
puerta mi compañero con un vagabundo; encajaba con la descripción, alto,
moreno..., pero su coartada encajaba, no salió del banco donde nos dijo que
durmió, las cámaras lo demostraban, sé que tenía el posible arma homicida,
pero en ella no había ni una sola huella. Es como si el asesino supiera lo que
buscábamos y fuera un paso por delante de nosotros; eso me fastidiaba, pero
justo cuando pensé que no lo conseguiría resolver, apareció mi compañero
diciendo: «Tengo que confesar algo...».
845. LORENA ALONSO MADRIGAL – EL TESTIGO CIEGO
¿Quién ha asesinado a Pablo Ruiz? No hay ningún indicio en su casa, sin
contar la puerta que rompió Emma Rodríguez tras su discusión. Pero ella no
fue, también la han asesinado. Aunque no sin darme una gran pista, la nota:
Encuentren el loro y encontrarán al asesino. Piensa Sara. Vaya, en este
apartamento no parece que viva ningún animal. ¿Y si no buscamos un animal?
Emma estuvo en la cárcel por hackear las cuentas de aquel banco. ¡Buscamos
una grabadora! ¡Loro! Así llaman a los reproductores de sonido en la cárcel.
¿Dónde guardaría una grabadora alguien paranoico al que quieren matar? Así
que en el forro de la chaqueta, Pablo, eras muy listo. Habla lorito, habla: «—
Joaquín, ¡¿qué hace?! —Tenía que evitar que gente como tú robará el banco.
¡Me destrozaste la vida! Pero ahora igualaremos marcadores». Joaquín, el
portero, el último que vio a todos con vida.
846. LORENA BONIL ALÍAS – RABIA
Una noche, Carla corría en medio del parque de la ciudad. Al día
siguiente, fue hallada muerta en su despacho de abogados con el símbolo X.
Los compañeros fueron interrogados y todos decían que era una compañera
excelente. Los agentes buscaron pruebas y encontraron que murió por una
cuchillada en el cuello. Además, solo había dos sospechosos: Jessica, su
secretaria, por vincularla en cheques falsos; y Simón, el recepcionista, por
coleccionar cuchillos. Después de interrogarlos, los agentes Ana y Pablo en el
pasillo vieron en un cuadro una foto donde salía Carla con un premio en la
mano. La policía reunió a todos los interrogados y contó la resolución del
caso: Carla murió por haberle arrebatado el proyecto X a Amanda, una
abogada, hermana de Simón, que se ahorcó nada más saberlo. Entonces, el
acusado solo dijo que planeó asesinarla cuando vio el cuadro.
847. LORENA CANDEIAS REDONDO – SIN TÍTULO
El agente entró en el apartamento por segunda vez. La luz era más tenue
ahora, pero la sensación volvió a ser la misma. Un reguero de sangre
discurría desde el pasillo hasta la habitación, donde parecía regresar al cuerpo
del que emanaba. La chica tenía un corte profundo en la cabeza. Tenía los ojos
cerrados y los brazos yacían inertes a ambos lados del torso. El agente rodeó
el cadáver y se agachó a su lado. Estiró el brazo hacia adelante y su mano
enguantada se enredó en su pelo. Inspiró profundamente. Sus compañeros
daban vueltas a su alrededor, pero para él solo existía ella. Y, cuando estaba a
punto de levantarse, su corazón latiendo despacio ante el placer de la escena,
una mano muerta le agarró el tobillo. Bajó la mirada, y sus ojos se
encontraron con los de ella. Seguía viva y le había reconocido.
848. LORENA CEBRIÁN LLES – SAL Y PIMIENTA
Dicen que los gemelos idénticos tienen un vínculo muy fuerte. Eso
puede ser algo hermoso o puede ser todo lo contrario. Como cuando tu
gemela te culpa de la muerte de tus padres e intenta sabotear tu vida para que
cumplas una condena que ella cree que mereces. Soy inspectora de
Homicidios. Fue precisamente el asesinato sin resolver de mis padres lo que
me empujó a querer hacer justicia. Y también lo que hizo que mi gemela
cayera en el abismo. Hoy ha sucedido de nuevo. Hay una víctima frente a mí
y, junto a ella, un espejo de mano. Cuando me miro, veo a mi hermana. Es
su firma, su manera de decirme que ya ha estado aquí.
—Inspectora Condire —dice mi ayudante—. Hay varios testigos que
vieron salir a una mujer joven sobre la hora de la muerte. Todos coinciden en
que tenía el pelo...
—¿Largo y moreno, flequillo, ojos verdes? —le interrumpo.
—Sí —contesta él, confuso—. ¿Cómo lo sabe?
—Porque es exactamente como yo soy —le digo—. Vas a tener que
interrogarles tú... O me reconocerán a mí como la asesina.
849. LORENA ORTIZ SÁNCHEZ – A LA CAZA DEL COLORÍN
En el barrio de Manhattan, esta noche ha tenido lugar el crimen de un
joven empresario de la ciudad. El detective Hayden y la teniente Lucy Marin
acuden al lugar de los hechos.
—Estamos ante un homicidio —dice la teniente Marin.
Así lo confirma el forense David Hale. Se trata del famoso asesino en
serie conocido como el Colorín, ya que siempre deja una pluma perteneciente
a esta ave en el lugar de los hechos. Tras años de espera y lucha, la teniente y
el detective Hayden por fin tienen la oportunidad de pillar al asesino, gracias a
que esta vez ha cometido el error: uno de sus pelos ha quedado en la piel de la
víctima. Al analizar el ADN, consiguen descubrir su identidad: se trata de uno
de sus compañeros de oficio, el detective Collins, que lleva una doble vida de
policía y asesino.
850. LORENA SÁNCHEZ – NO HAY CRIMEN SIN CASTIGO
El último pensamiento que cruzó por la mente de Mario Santos fue que
el infierno existía. Ante él, se hallaba la mujer a la que había asesinado veinte
años atrás. Y, aunque la ley le había exculpado por falta de pruebas, ahora el
demonio venía a reclamar su alma. Así murió entre un charco de su propia
inmundicia, fruto del terror más absoluto, aunque un forense dictaminaría
que la causa fue un ataque al corazón.
—Por fin se ha hecho justicia —dijo la mayor, caminando lentamente
hacia su hija, que temblaba frente al cuerpo de aquel hombre al que no
conocía, pero odiaba profundamente.
—¿Hemos hecho lo correcto, mamá? —preguntó Lucía, que no solo
compartía el rostro de su tía, sino también su nombre.
—Sí, cariño. Este hombre le arruinó la vida a toda mi familia. —Gruesas
lágrimas surcaron sus mejillas—. Y recuerda que ha sido su culpa quien lo
ha matado. No tú.
Lucía se giró por última vez y, secándose las lágrimas, pensó que no hay
crimen sin castigo.
851. LORRAINE COCÓ – TRECE
La sangre aún resbala caliente por las paredes, el olor nauseabundo de la
muerte inunda todo el espacio. El cuerpo inerte, desnudo, con las manos y
los pies clavados a unos tablones de madera, abierto en canal y con las
vísceras por fuera. Identifico los riñones, cuidadosamente colocados a cada
lado del cuerpo; los pulmones situados de idéntica manera, los intestinos
entre las piernas y el corazón encima de la cabeza. Todo sobre un charco de
orina.
—Cas, avisa a los forenses, tenemos a la número trece.
«La misma escena en todas las ocasiones», pienso cabeceando mientras mi
mirada se pierde en el dibujo espeso que ha dejado la sangre sobre la fría
superficie cerámica del suelo. Una sonrisa ladina se dibuja en mis labios.
«Esta vez has cometido un error, un patético y estúpido error que me llevará
hasta ti, monstruo. Tu macabro juego termina aquí».
852. LOURDES LA DIVINA MONJIL DÍAZ – VEINTICINCO AÑOS
Ella iba de negro, con un vestido muy sensual; Óscar, con traje de
chaqueta hecho a medida muy elegante. Era un sábado especial; hacían
veinticinco años de casados. A Lourdes le encantaba cocinar y había
preparado una gran cena, pero, al llegar al brindis del postre, se produjo un
tremendo ruido; habían roto una ventana y entró un hombre encapuchado,
hubo un forcejeo y se oyó un disparo. Oscar cayó al suelo al igual que el
ladrón. Lucía corrió hacia el teléfono y pudo llamar a la policía, miró a Óscar
y se sonrieron: una velada para no olvidar. Llegó la policía y se llevaron al
ladrón, era ya un reincidente que se dedicaba a entrar en las casas. Todo
quedó en un pequeño susto, una historia para contar a sus familiares y
amigos. Vivir, disfrutar de la vida, porque nunca sabes qué va a suceder en el
futuro y la vida es demasiado corta para perder cualquier segundo.
853. LUCÍA GARCÍA GÓMEZ – SIN TÍTULO
Iba por la carretera en mi coche cuando algo se interpuso delante y tuve
que frenar derrapando en la autovía. Me bajé y miré hacia atrás, allí no había
nada. Me dirigí al bosque que había a un lado de la autovía y vi unas huellas
enormes; no sabía en lo que me estaba metiendo, pero mi curiosidad era
mayor. Alumbré con la linterna de mi móvil y seguí las huellas hasta un
claro, miré hacia arriba y en uno de los árboles se encontraba una extraña
criatura, digo criatura, porque en vez de manos tenía garras y una cola. La
alumbré con la linterna y esta saltó aterrizando delante de mí. Me quedé
aterrorizado, su cuerpo estaba lleno de sangre, así que lo más lógico hubiera
sido huir de ahí, pero mis pies no se movían. La criatura se acercó y me
olisqueó, sonrió y mis piernas por fin reaccionaron. Empecé a correr, pero la
bestia enganchó mis ropas desgarrándome la espalda. Sus ojos azules
brillando y una sonrisa perversa bajo la luna fue lo último que vi.
854. LUCÍA SIMÓN SEGURA – LOS NEGOCIOS DE UN ASESINATO
En la tranquilidad de la noche, un fuerte estruendo perturbó el silencio
de un bosque, dejando tras de sí un cadáver. Presentaba un disparo en el
pecho procedente de una escopeta de calibre 36.
Los detectives Lucy y Steve se encargan de investigar el caso. La víctima es
John Hall, treinta y tres años. Cerca del cuerpo, se halla su teléfono con una
serie de mensajes con la novia de su amigo. Hablan con Chelsea Allen y esta
confiesa que tiene una aventura con John. Interrogan a Mike Roberts, y al
preguntarle por el arma del crimen, este recuerda que el padre de Chelsea es
cazador. Al registrar la casa de Jack Allen encuentran la escopeta del crimen y
ropa manchada con sangre de John. Este confiesa el asesinato, diciendo que
sus negocios con el padre de Mike eran más importantes que los sentimientos
de su hija.
855. LUCÍA NIETO – SIN TÍTULO
La melodía que se colaba por toda la mansión era pacífica y, sin
embargo, no conseguía tranquilizar a la detective. Con la pistola
desenfundada y seguida de cerca por Javier y Kevin, ascendía la escalera de
caracol. Cada uno de sus pasos parecía estar sincronizado con las notas que el
invisible pianista ejecutaba a la perfección. Cuando uno de los peldaños crujió
bajo su peso, el primer disparo interrumpió la melodía. Los agentes se
lanzaron a la carrera, mientras una vez más la música inundaba el edificio. En
el salón principal, una jovencísima Beethoven deslizaba sus dedos de plata,
haciendo que el piano cobrase vida. No intentó resistirse cuando esposaron
sus delicadas manos.
—¿Por qué? —le preguntó Kathy, observando el cadáver que yacía junto
al piano.
La joven sonrió.
—Ya estaba condenado.
Kevin la sacó de la sala mientras la detective se preguntaba cuántos
ángeles exterminadores más se encontraría en su camino.
856. LUCÍA RODRÍGUEZ – A UN PASO DE LA VICTORIA
Era el momento de apretar el gatillo. Me picaba la oreja derecha y La
canción del Cola Cao me tarareaba la cabeza. Había imaginado la escena al
detalle millones de veces y nada se ajustaba a lo que debía. Ese tío me lo había
arrebatado todo y lo sabía, así que tenía tanto miedo como yo. Por primera
vez en todos estos años, estábamos empatados.
857. LUCÍA VELASCO – ACCIÓN CONTABLE
Lucy salió de su casa en la calle 47 y vio una furgoneta de cuya parte
trasera manaba un hilo de sangre que había formado un pequeño charco en el
suelo. ¿Habría dentro un cadáver? ¿O más de uno? ¿Sería su oportunidad
para convertirse en periodista de sucesos? ¿Descubriría el rastro de un
famoso asesino? Ya veía su nombre en la portada del New York Post.
Escribiría un libro de éxito como su ídolo Rick. Decidió no avisar a la Policía
y se acercó a la puerta trasera de la furgoneta. Cubrió su mano con un
pañuelo para no dejar huellas y abrió cuidadosamente la puerta, buscando
encontrar los cadáveres y eso fue lo que halló: dos cadáveres de ovejas y unas
facturas del carnicero que las dejó olvidadas... Abandonó sus sueños de
escritora y volvió a su aburrido trabajo como contable. «Fue bonito soñar
despierta», pensaba mientras entraba en el metro.
858. LUCY MONTERO CODINA – TRES VELAS
Yo, Pitter Loos, soy repartidor desde hace veinticinco años y hoy tenía
que volver a esa casa. Debo tocar el timbre tres veces para que me abra y así lo
hice. Abrió la puerta, no me dio tiempo a ver nada, solo noté un calor
inmenso en sus manos que, rápidamente, me hizo desvanecer. Sus pedidos
eran siempre velas de todos los colores y aromas posibles; nunca sospeché ni
pensé por qué. Cuando abrí los ojos, vi a mi alrededor figuras de cera de
animales, desde moscas a caballos, desde fetos a adultos, cada una de un color
y de un olor. ¡Era yo el siguiente...! Colocado estaba en una bañera
programada a 70º C de calor y un escrito que decía: Las velas se consumen
para dar vida a otras, y apareció él, un cuerpo quemado y rostro
desfigurado. Vio mi chaqueta y se dio cuenta de que fui siempre su salvador;
lo que yo no supe es que ya había conseguido su propósito, mi piel,
encerarla para él y tenerme como triunfo en su pared. Hoy en día colecciono
velas, ¡llamar tres veces para verlas!
859. LUESMANO ANÓNIMO – AYER, HOY... ¿MAÑANA?
La dejaron pudriéndose en un callejón. Olvidada ya, sin cabeza, brazos ni
piernas, nada queda hoy de aquella sublime diva. Qué espectacular lucía
antaño, del east side los vestidos más bellos y caros, creando fantasías en el
pasado, envidia de escaparates y tiendas centrando miradas de extraños sin un
corazón que le cuide y atienda. Pero el lujo atrajo a las ratas; los diamantes, a
las urracas. Arrebatada y hecha harapos, la sociedad le aprieta, le atrapa, le ha
destrozado y poco a poco engullida fue quedando entre la suciedad y el
fango; subió a lo más alto, cayó a lo más bajo. Un elegante detective de la
mano paseaba con su perfecta esposa. Ella, mientras escuchaba frases jocosas,
captó algo con su olfato policiaco, descubriendo un crimen a su lado.
—¡Mira esto, Rick! Cómo han osado... Han tirado un maniquí de los
años dorados. ¡Ay! Glamour enturbiado por las ventas por catálogo.
Quedaría perfecta en nuestro cuarto. Pues no sufras más, pequeña, te hemos
encontrado.
860. LUIS GIL BORRALLO – LA ESCENA
Se apoyó el francotirador en la barandilla dorada y apuntó a la cabeza del
senador, en el palco de enfrente, mientras la ópera sonaba, y la mujer salía.
No se molestó en cubrirse el rostro, aunque sí había atrancado la puerta al
entrar. Miró a la cámara de vigilancia. Sonrió, irónico. Alguien seguía
intentando abrir la puerta a golpes. Inclinó el cuerpo. Mejilla afeitada, pulso
frío. Disparó. El senador cayó, con la silla, hacia atrás. El equipo de asalto
derribó la puerta, minutos después, revelando vacío el palco, a excepción del
arma, aún apoyada en la barandilla. Enfrente, un único cadáver, que ya no
sonreía. La pregunta parecía flotar en el café, días más tarde. ¿Cómo era
posible que el tirador hubiese recibido su propio disparo desde treinta
metros? Hojeó los periódicos. «Nunca le había gustado la ópera», declaraba la
mujer del senador, en primera plana. Aún no había aparecido su cuerpo. «El
fantasma de la ópera», decía otro titular.
—Maldita prensa—masculló el detective Yaxley
861. LUIS MIGUEL CÁCERES PEDREÑO – UNA LABOR ARTESANAL
Caminó alrededor del cuerpo inerte, tendido en el suelo bocabajo sobre
un copioso charco de sangre que manaba de su pecho, analizando la
situación, poniendo especial atención en no alterarla. William Stern tenía una
opinión muy firme sobre el crimen: en absoluto era un arte. Podía ser
ejecutado con meticuloso detalle o con desbocada pasión, pero jamás
entendería que nadie pudiera compararlo con un arte. Era una opinión vieja,
inculcada por una familia conservadora, reforzada con la pérdida violenta de
un gran amigo de la juventud y constatada tras graduarse en la academia de
policía. Quitó el silenciador. El crimen era una herramienta justificable, pensó
mientras guardaba el arma con número de serie limado y se disponía a
manipular todas aquellas insidiosas pruebas que sus compañeros forenses
buscarían media hora después. Pero jamás degradaría sus principios hasta el
punto de admitir que el crimen pudiera ser algo tan banal e intrascendente
como el arte.
862. LUIS MIGUEL DE BLAS MUELA – LA VETA SANGRIENTA
Cuando el tren pasó junto a la antigua mina, le vinieron imágenes de
jornadas empujando vagonetas y, al acercarse al pueblo, creyó recordar
caminatas con ganado hacia los pastos de la colina. En la estación, el factor le
miró como si le conociera, y el camarero de la cantina le sirvió el café tal
como le gustaba sin que lo hubiera pedido, pero lo más extraño fue la
reacción de quienes se cruzaron con él por el pueblo: unos, saludando con
respetuosa inclinación de cabeza, y otros, cambiando de acera o cerrando las
ventanas. Cuando traspasó la puerta del hotel, notó un silencio repentino pese
a los viajeros reunidos en el recibidor. Se acercó a la recepción y mientras
esperaba echó una mirada distraída al periódico del mostrador. Fue entonces
cuando vio la foto y el titular en grandes letras. Personajes: Simón Sing,
cartero. Mark Todd, ferroviario. Lana Todd, hostelera (y hermana). August
Red, periodista. Jack Red, policía (y hermano). Grover, exminero, sin techo
y borracho.
863. LUIS MIGUEL GARCÍA PATO – EL COMISARIO
Cuando llegó a la escena del crimen, volvió a descubrir la macabra orgía
de sangre que había contemplado otras nueve veces más. El cuerpo
desmembrado de aquella mujer, cubierto en un mar de sangre, con los ojos
vacíos de vida y una grotesca expresión de terror impresa en el rostro. En la
pared de aquel tugurio maloliente, la misma palabra escrita en sangre:
Sarmiocio.
—¿Qué le parece, comisario? Otra igual. Y esa palabra. Algo se nos
escapa, comisario, algo se nos escapa.
Miró al agente con desdén, se volvió hacia la puerta de salida y,
esbozando una sonrisa pensó para sí: «Claro que se os escapa algo, malditos
imbéciles... ¡anagrama, jodidos ignorantes..., anagrama!
Aspiró una profunda calada del cigarrillo que apuraba en la comisura de
los labios y desapareció en la oscuridad del estrecho pasillo.
864. LUIS PEDRO FABIANI – DELITO PREESCRITO
La jefa forense leyó el informe una vez más, incrédula, sabiendo que
debía enviarlo, pero incapaz de hacerlo. El cadáver, encontrado bajo un abeto
en la finca abandonada, se había conservado especialmente bien tras cinco
décadas momificado por el clima adecuado, misteriosamente respetado por
alimañas y microbios. Su estado les permitió determinar sin dudas todos los
detalles: causa de la muerte, estrangulamiento; identidad de la víctima, Sandra
Bolarda, una joven desaparecida en aquella época; identidad del asesino,
gracias a unas muestras bajo las uñas: Andrés Marilia, un loco en régimen de
día al que nunca se relacionó.
Medio siglo antes, aquella información habría facilitado mucho la tarea
de los que llevaron la investigación. Buscó en su bolso el libro La audiencia
ha escrito un crimen. Releyó el relato «Delito preescrito» sin dejar de
sorprenderse. Las coincidencias eran demasiadas. Y tomó la determinación de
buscar al escritor.
865. LUISA ARENCÓN MOYA – UN ADIÓS INDOLORO
Aquella situación se hacía cada vez más insostenible: años, meses, días,
horas escuchándola quejarse por todo... Un humor de perros, acumulado
tras años de sobrevivir en una dura guerra, había convertido a aquella anciana
en un ser triste, taciturno, melancólico y con un carácter de mil demonios,
incluso en sus últimos meses de vida. Yo la observaba, veía cómo le chupaba
la sangre a aquella mujer que lo había dejado todo por ella, su hija, que había
desperdiciado sus años de juventud, su matrimonio, su felicidad, solo por
cuidarla, y aquella vieja sin sentimientos nunca tenía ni un detalle de
agradecimiento con ella... Pero yo había decidido que aquella agonía se iba a
terminar. Aquella noche tomé entre mis manos aquel frasco de pastillas. Mis
manos, temblorosas, iban machacando cada una de ellas, y después, aquel
polvo lo mezclé con un yogur que yo misma le iba a administrar poco
después. Fue un adiós indoloro, un adiós merecido, un adiós que no me
volvería a dejar dormir nunca más.
866. LUISA LÓPEZ CORTIÑAS – PRINCIPIOS
Pocas veces un final de Liga se presentaba más emocionante que la ruleta
rusa. ¡Buen día para estar de guardia en la nueva comisaría! Con el empate,
invadió mi despacho una forma de vida transparente y ensangrentada. Con
tono inaudible repetía: «La he matado». El temblor de manos y el vacío en los
ojos le delataban como aprendiz. Mi ayudante, el sujeto y yo, nos
acomodamos en el coche oficial. Las esposas emitieron durante el trayecto una
sinfonía agónica. El edificio estaba en el centro de la ciudad desierta. Cuarto
sin ascensor, puerta de tres candados. Un insultante orden nos dirigía en
silencio al dormitorio. Aparté con pudor la vista de las piernas desnudas.
Inconfundible el cabello y el tatuaje de un unicornio azul sobre fondo rosa en
el cuello, que un día la hizo desaparecer de la casa paterna. Cuando cerré sus
ojos, que eran los míos, fue tan fácil sacar el arma y hacer diana en el punto
invisible de la «i».
867. LUNA DÍAZ–ARAQUE RODRÍGUEZ – ¿QUIÉN FUE MI ASESINO?
Las fiestas en la universidad son desenfrenadas y, al entrar en una de
ellas, varias miradas recayeron sobre mí con odio, pero solo una persona se
acercó. Era un chico que se había peleado conmigo por el «robo» de uno de
sus trabajos, por el cual ahora era conocida y rica. Me ofreció una copa con
un sabor y olor atrayente, pero se trataría de un alcohol fuerte, ya que con tan
solo una copa me sentí mareada y temblorosa; con la segunda, todo fue a
peor. Mi cuerpo temblaba, mis piernas flaqueaban y la saliva caía por mi
boca. Me acerqué al baño, pero al entrar me topé con una chica cuyo novio la
engañaba conmigo. Enfurecida al verme me empujó con fuerza, golpeándome
la cabeza contra la pared y el espejo; me provocó una herida que empezó a
sangrar rápidamente. Esta, asustada, salió corriendo y me dejó en el suelo;
intenté levantarme, pero la falta de aire en mis pulmones me detuvo hasta que
todo se volvió negro y frío.
Respuesta: el muchacho de las copas la envenenó por venganza con
cicuta.
868. LUNA OBÓN – LA VERDAD A TRAVÉS DE LA MENTIRA
Llevábamos más de dos meses de investigación y al fin resolvimos el
caso. Todo comenzó en Florida, con solo una gota de sangre y un pendiente
en casa de Serena, la víctima. A ella, la encontramos en una alcantarilla. Los
sospechosos eran Tamara, su hermana; Edward, su novio; Iván, su exnovio, y
Skyler, su mejor amiga. Tamara y Edward confesaron que estaban liados,
dijeron que esa noche no la habían visto. Iván dijo que hacía mucho que no la
veía, y Skyler, que la llamó quince minutos antes de su muerte para decirle
que alguien la perseguía. Sabíamos que Tamara y Edward mentían, ya que
sus vecinos los oyeron discutir; ellos dijeron que Iván llevaba tiempo
persiguiéndola. Este también confesó que Skyler estaba con él cuando ella la
llamó; luego, ella confesó que tras empujarla y abrirle la cabeza llamaron a
Tamara y Edward. Estos se quedaron parados, pero ayudaron a esconderla,
ya que veinte minutos antes discutían porque Serena se enteró de su relación
oculta. Todos acordaron no decir nada.
869. LUZ ESTÉVEZ MARIÑO – UNA RECORDADA ESCENA
Robert no creía lo que estaba viviendo. Carol abrazaba un elefante de
peluche de su hija Iris. Por la noche, Robert y Carol cenaban y acostaban al
pequeño BKevint. La desaparición sin explicación de su hija los atormentaba.
Ben, el mejor amigo de Robert, pasaba varias horas en su casa. Aquella
noche, oyeron un grito y fueron hasta la habitación de Iris. BKevint
observaba el montón de muñecos y allí, en medio de ellos, vieron la carita de
Iris. Robert llamó a sus compañeros de la comisaría 12. Kathy y Rick se
sentían sorprendidos por lo sucedido; a su llegada, charlaron con Ben. Al
entrar, vieron que aquello se parecía a una de las escenas de la película de
E.T., en la que el protagonista era disfrazado de muñeco, era espeluznante.
Comenzarían a interrogar a todo aquel que estaba en relación con Iris. Pero
el asesino/a era alguien cercano a la chiquilla, no había duda. Así descubrirían
quién había hecho todo esto. Como siempre. Pero estaba bien claro.
870. LUZ MARÍA GARZO – QUEDARSE EN LA CIUDAD
Alberto pensó que era el momento de expandirse y enviar a uno de sus
empleados a la capital para abrir una sucursal de su empresa. Reunió a sus
trabajadores para contarles su proyecto, sin desvelar quién sería el elegido.
Cuando Jesús llegó a casa, le contó a Sonia, su mujer, las intenciones de
su jefe y la creencia de que sería Carlos el elegido. Sonia, que llevaba mucho
tiempo deseando dejar la ciudad y macharse a la capital, se encaró con él,
tachándole de inútil y servil y amenazándole con dejarle si no lograba el
puesto. Jesús fue a hablar con Carlos para que rechazara la oferta, este se
negó y le dijo que no iba a perder esa oportunidad por él. Discutieron y
Jesús le golpeó, lo que provocó su muerte. Cuando encontraron el cuerpo,
todos pensaron que había sido un accidente. En el funeral, Alberto habló con
Jesús y le dijo que le había elegido para el puesto en la capital, pero que
debido a la muerte de Carlos, no podía prescindir de él y debía quedarse en
la ciudad.
871. Mª ARACELI MEDINA CAUBÍN – LA CRISTALERA
Sentado en su cocina, intentaba asimilar lo ocurrido escasas horas antes;
nada más abrir la puerta, sintió la corriente de aire frío en todo su cuerpo,
algo iba mal. Con solo poner un pie en su piso, pudo ver con horror cómo
la colorida cristalera estaba rota en ínfimos pedazos. Llamó a su novia a
gritos, pero no obtuvo respuesta alguna, así que se asomó con cuidado
temiendo lo peor y allí estaba, tumbada en el pavimento, inmóvil, rodeada de
cristales de colores. No dudó y llamó a la policía. La hipótesis más factible era
un robo que había acabado en tragedia, ya que el caos que había en la casa y
la ausencia de alguna nota descartaban el suicidio. Mientras, sentado en su
cocina, sentía cómo le palpitaba en su bolsillo el sobre con su nombre que
había recogido antes de llamar a la policía y desordenar la casa.
872. Mª SHEILA FERNÁNDEZ BARRIENTOS – SIN TÍTULO
Me disponía a ver la televisión, tenía todo preparado: las palomitas y la
manta. Escuché un murmullo extraño fuera, pero no reaccioné; de pronto, la
puerta se vino abajo y entraron tres personas. Cuando llegaron hasta mí,
puede ver tres armas que me apuntaban. Al verme, las tres bajaron con un
signo de tristeza en los ojos. Pasado un tiempo, una mujer pelirroja me
examinaba y hablaba con un hombre. Estuve atenta a la conversación: «Le han
seccionado la garganta y la arteria carótida, no muestra signos de violencia ni
agresión sexual. La hora de la muerte está entre las 2 y 3 de la mañana».
¿Estaba muerta? ¿Cómo? ¿Por qué? ¿Cuándo ¿Quién? Tenía muchas
preguntas sin respuesta. Iba evolucionando el caso lentamente mientras yo
reposaba en una sala fría y luminosa. Deduje por el tiempo transcurrido y
algunos murmullos que escuchaba a algunos policías que no consiguieron
resolver mi asesinato. No encontraban pistas suficientes para detener al
principal sospechoso.
873. Mª JOSÉ FERNÁNDEZ NAVARRO – FANTASMA
Parece un atardecer como cualquier otro, pero si te fijas un poco más en
el contorno de las sombras, que las luces delimitan mientras oscurece, verás el
día transfigurado que habita todavía en tu recuerdo, y la noche, no esta noche,
será tu primer sueño. Hace ya tiempo que deberías estar muerto: heridas,
accidentes, operaciones en hospitales... Cierras los ojos para dormir y luego
te despiertas. Puedes predecir, pero da miedo. Ves desde la ventana la pulsión
del hormiguero, la falsa apariencia de las cosas. El misterio no es la muerte
(más tarde o más temprano todos moriremos), el misterio es el tiempo que
habitamos y reconocemos. No sé cómo llegué aquí. Hay un sueño que olvido
al despertar; quizá sea eso. Toda historia es olvido. Sí, las cosas perduran,
mientras la vida pasa. Yo estoy vivo, y tú estás muerto; lo adivino por tu
silencio.
874. MABEL RODRÍGUEZ – UNA MENTE ATORMENTADA
Serían las dos de la mañana, le acompañaba como cada noche el sonido
lejano de las carreras de su hámster en la noria; se levantó sin luz, todo era
calma, salvo su mente: el recuerdo de las duras conversaciones previas a la
firma de las capitulaciones con Ernesto le atormentaba. ¿Qué se le había
escapado? ¡Ring! «¿Quién es?». Miró por la ventana y vio el reflejo en el
vídeotelefonillo de dos personas... «¿Ernesto, qué haces ahí...? ».
Un destello, y un hombre al suelo. Pegó un grito y bajó; cuando llegó,
no había rastro. «¿Qué fue lo que vi? ¿Qué me está pasando?». Al subir, se
encontró a Ernesto en el suelo, muerto... Reparó que el hámster se había
parado, tenía sangre en la jaula y un trozo de espejo... Por la ventana de su
mente, pudo ver su reflejo y el de Ernesto.
875. MACA SÁNCHEZ – SIN TÍTULO
Cuando me desperté, recordé todo lo que pasó. Me llamo Marta y soy
inspectora de policía. Mi trabajo, esa sensación de saber que ayudas a la
gente, con el simple hecho de investigar su vida. Tengo un hijo llamado
Thomas, pero ahora no sé dónde está. Discutimos y se fue. Después de
investigar un poco, descubrí que lo habían secuestrado. Pedí ayuda, pero no
obtuve respuesta, hasta que apareció mi única esperanza: el jefe de la Policía
Nacional. Recibimos la llamada de rescate. Querían sacar de la cárcel al mayor
criminal de la historia. Tuve que hacer lo que pedían, no podía perderle, era
lo único que me quedaba. Pero cuando hablé con el jefe de policía de la cárcel,
alguien llamó a la puerta. Era Thomas. Se había escapado. ¿Cómo un chico
de dieciséis años asustado es capaz de escaparse de gente que quiere matarle
para conseguir lo que quieren?
876. MACARENA RAMOS MARÍN – SIN TÍTULO
Está oscuro y la cabeza me da vueltas. No sé qué hora es o cuánto tiempo
llevo corriendo. Estoy cansado. Le han disparado y yo no tenía que haberle
visto morir. Ahora van a por mí. Ni siquiera sé si estoy yendo en la dirección
acertada; lo único que veo son los enormes árboles de este laberíntico bosque.
Oigo gritos y ladridos alejados, pero no tengo clara la distancia a la que
podrían encontrarse; el pitido de mis oídos es cada vez mayor y más agudo.
Tengo tanto miedo que no puedo ni articular palabra para pedir ayuda. Me
están fallando las piernas. He tropezado y no consigo levantarme, sé que van a
llegar en cualquier momento. Ya están aquí. ¡Boom! Oscuridad.
877. MADDI MONDRAGÓN, ALONSO – ASESINATO EN
HALLOWEEN
En una noche de Halloween, hubo un asesinato en Alaska. La víctima era
un chico llamado Thomas; murió con una estaca de plata clavada en el
corazón. Le encontró Maia. Thomas era de Nueva York, estaba de vacaciones.
En la policía de NYC, había una mujer y dos hombres. Ella se llamaba Alex,
y ellos Trip y Pol. Fueron a Alaska e interrogaron a Maia, que se encontraba
en una fiesta. Interrogaron también a los amigos de Maia y dijeron que
estuvo con ellos todo el tiempo hasta que se fue a casa después de la fiesta,
como todos ellos, y en el camino encontró a Thomas muerto. Alex encontró a
una pareja que todavía no había sido interrogada. Afirmaron que Maia mató a
Thomas porque este no quería salir con ella. La policía le creyó y así fue.
Maia mató a Thomas. Trip, Pol y Alex regresaron con Maia, que acabó la
prisión de Nueva York.
878. MAGALI RODRÍGUEZ MÁTAR – AZUL SOBRE LAS VÍAS
El siseo de una colilla apagándose en un diluido charco de sangre se alzó
entre el continuo tamborilear de la lluvia. El escenario ya había sido
procesado. Una nueva víctima, una nueva muerte para un asesino fantasma.
Dana alzó la mirada hacia el perfil de su compañero que observaba con ojos
apagados donde hacía un instante yacía la joven.
—¿En qué piensas? —me preguntaba.
Samuel miró hacia su derecha, por donde hubiera llegado el tren
procedente del centro si no se hubieran cortado las vías. Dana esperó, sabía
que su compañero tendía a las pausas dramáticas.
—¿Por qué las mata en las vías del tren?
—Es lo que tenemos que averiguar.
—Podría dejar que las arrollasen las ruedas del tren, pero no. Las
apuñala, las despedaza y las abandona en una cuidadosa puesta en escena con
una rosa azul en los labios. Nos está diciendo algo.
Sus ojos brillaron sombríos, como un cazador que se prepara para
enfrentarse a un combate que lo destrozará hasta convertirlo en alguien nuevo.
879. MAGUI MARINELLI – EL LADO DESCONOCIDO DE LOS
SUEÑOS
No entendía por qué lo había hecho, no se reconocía ni a ella misma,
sabía desde hace un tiempo que tenía un lado oscuro, pero nunca pensó que
fuese a salir. La rabia, el temor, la adrenalina, todo al mismo tiempo... Sentía
que le faltaba el aire, como si no pudiera seguir, pero a la vez una fuerza
inexplicable la guiaba, como si ella no fuera en aquellos momentos la que
tomara las decisiones. Lo había hecho, pero esperaba que nadie lo descubriera
jamás, aunque una parte de su cabeza gritaba: «¡Ilusa, todo saldrá a la luz!», y
nunca olvidaría aquella imagen en su cabeza. Aquellos ojos azules
inexpresivos jamás volverían a brillar por su culpa.
¡Ring! Un sonido estridente martillaba su cabeza, todo daba vueltas,
aunque agradecía que todo hubiese sido un sueño. Todo estaba oscuro y lo
primero que notó fue un fuerte olor metálico que la alarmó, se incorporó
apoyando los pies en el suelo, que estaba frío y pringoso; con temor
encendió la luz y todo se volvió rojo. ¿Había sido un sueño?
880. MAITE HERNÁNDEZ – ¿QUIÉN LO DIRÍA?
Existen muchos tipos de crímenes. Uno de ellos es más común de lo que
mucha gente cree y muchas personas lo cometen. Es el crimen perfecto. Sin
sospechosos, sin pistas, pero con una muerte. Se trata de esa gente que va a
leer un libro y lee la última página antes de empezar. Ese es un auténtico
crimen.
881. MANEL GUERRERO BUSQUETS – DOS CORAZONES
No había sido la boda soñada para nadie. Sonia lloraba desconsolada
mientras Julián hablaba con la policía. Encontrar un corazón humano
atravesado por una pluma estilográfica en el baño del restaurante había dejado
en shock a aquella pequeña población. Cuando sonó el teléfono del inspector
Huertas y le dijeron que tenían una coincidencia de ADN, no pudo menos
que sonreír. El ADN de la sangre en ese corazón pertenece a Fiodor
Nicolaievich, cuarenta y cuatro años, ruso y residente en Lloret. «Vamos a su
casa», le dijo a Castillo cogiendo las llaves del coche. Cubrieron el trayecto en
poco más de una hora... Siendo temporada baja, no había un tráfico excesivo,
y solo los peajes ralentizaron la marcha. Detuvo el vehículo en la puerta, una
casa rodeada de un alto muro y cámaras de seguridad. Se miraron una última
vez y pulsó el interfono. Una voz ligeramente nasal respondió al otro lado...
—¿Diga?
—Somos de la policía. ¿Es usted familiar del señor Nicolaievich?
—Soy Fiodor Nicolaievich; ¿hay algún problema?
882. MANEL MONTERO – PERALES
Manuel anotaba los datos para el atestado de tráfico. Sus pisadas hacían
crujir los cristales del coche que acababa de chocar contra el pilar del puente
que el conductor no había sabido esquivar. Olor a aceite caliente de motor y
de lluvia que empapaba el asfalto, la cabeza de Manuel estaba en otro lado; su
olfato policial le hacía presagiar la infidelidad de Silvia, su mujer, y meditaba
encontrar un momento para preguntarle a lo Perales: «¿Y quién es él?».
Enfocó al interior del coche y vio que la cabeza de aquel desdichado formaba
parte del volante del deportivo; yacía hecho añicos. «Desgraciado, ¿dónde ibas
con tanta prisa?». En el suelo se vislumbró la luz y el zumbido de un móvil;
dudó, pero contestó.
—¿Tardarás mucho en llegar?
Se apartó el aparato como si le quemara y miró el teléfono, esperó,
sonrió y con voz gutural dijo:
—Tardaré un poco. —Y colgó.
Entre los cristales del suelo, el nombre de Silvia en la pantalla del móvil
también crujió bajo su pisada. «¿A qué dedica el tiempo libre?».
883. MANUEL FUENTES – TERCERAS OPORTUNIDADES
¿Cuándo me empecé a mentir? La vida para mí ya no tenía ningún
sentido. Lo tenía todo, pero me sentía vacío por dentro sin ella, y deseaba
morir. Cada noche siempre lo mismo: caminaba por cada uno de los
callejones de este lugar sin ningún rumbo. Cuando algo me paralizó.
—No te inquietes, en un segundo acabaré —dijo una voz.
Sentí la piel quemándose, el plomo me ardía por todo el cuerpo. Sentía
esfumarse mi vida por segundos, los parpados empezaron a pesarme. No
pude ver bien quién acababa con mi vida en aquel callejón oscuro, o eso creía.
Pensaba que estaba muerto, pero al abrir los ojos vi que seguía vivo. No sé
cómo podía ser; ya no estaba en aquel callejón. Y lo más raro: seguía en mi
despacho, mirando el plano que acababa de concluir, pero no estaba acabado
ahora. Mire mi reloj, aún no era la hora de mi muerte. Debía evitarla, y salí
de allí dispuesto a vivir. Antes de oír esa voz de nuevo, con unos reflejos
felinos lo desarmé, y la policía hizo el resto.
884. MANUEL GARROS SIERRA – MALEVAJE
Los descubrió una tarde en un antiguo bulín del barrio viejo de Buenos
Aires. La ingrata y el fulano estaban acostados en un destartalado catre. Él los
miró un instante con rostro impenetrable. Luego le dijo al hombre:
—Tranquilo, pibe. El Chema no es culpable en estos casos.
Y luego a la mujer:
—Vestíte, Catalina.
Poco después, de regreso a casa, cruzan el Puente Alsina. Él, con un
pucho apagado entre los labios. Ella, con lágrimas en los ojos, que le
destrozan el rímel. Ya en su piso, llegó a la vitrola y puso un disco de Gardel.
Tumbado en el sofá pidió suavemente:
—Cebáme un mate fuerte, Catalina, y ven acá.
Ella obedeció sin percatarse de que ocultaba la daga bajo el batín. Y
entonces, besuqueándole la frente, con mucha educación, amablemente, la fajó
de treinta y siete puñaladas.
885. MANUEL GRIS LORENTE – CON LA LUNA COMO TESTIGO
Aquella noche, la luna era la única testigo de cómo las lágrimas de Jon se
estrellaban contra el suelo. No podía creer lo que tenía ante él. Simplemente,
no podía ser. Había pasado mucho tiempo pensando en el caso, tratando de
despejar todas las X dentro de la monstruosa ecuación, y el precio que había
tenido que pagar había sido elevado. Su mujer y su hijo habían sido las
víctimas números quince y dieciséis respectivamente, y a pesar de las palabras
de su teniente, había decidido seguir con la investigación del Asesino del
Collar, que era como la prensa había bautizado al hombre que Jon tenía en
ese momento ante él. Ese psicópata que se estaba desangrando había
arruinado la vida de veinte familias, y aun sabiendo que toda la ciudad iba a
verle como un héroe, Jon no podía evitar sentir un vacío tan grande en el
corazón que le obligó a levantar la cabeza y hundir sus ojos en la luna. Tenía
que dejar de estar allí. Escapar lejos. Lejos del cadáver de su hermano: el
Asesino del Collar.
886. MANUEL GUERRERO TORRECILLAS – PARAÍSO
INTERRUMPIDO
Hacía ocho años que la vida de Val cambió: el día que su madre apareció
muerta en su oficina. Si por lo menos, hubiera podido conservar su colgante.
Aquella lágrima de topacio azul era como una parte de ella, siempre con ella,
olía a ella, pero el asesino decidió llevárselo como trofeo. Su vida se convirtió
en un conjunto de desordenadas experiencias, hasta que conoció a Mike.
Mayor que ella, le gustó desde el primer momento. Elegante, divertido,
guapo, se sentía viva. Su segundo aniversario estaba muy cerca. Estaba muy
emocionada, sabía que a su madre le hubiese encantado. ¿Qué le regalaría él?
Cuando Mike llegó aquella noche, Val le esperaba con su regalo envuelto,
ansiosa de que viera su nuevo iPad. Él se acercó y le entregó un paquetito
delicadamente envuelto. Val lo abrió, rápido... y se le heló la sangre... Una
lágrima de topacio azul con un olor muy familiar. Levantó la vista, ¿seguiría
con la vida de ensueño que Mike le ofrecía o ese sería el último colgante que
Mike regalaría en su vida?
887. MANUEL HOLGADO – ¿SON AFRODISIACAS LAS FRESAS?
Pedrito Bertrán salió cansado de su adosado. Atardecía y el sol otoñal
apenas calentaba. El puesto de helados brillaba al otro lado de la calle vacía.
Pedrito se acercó sin prisas. Cuando su larga sombra rompió la blancura del
puesto, el heladero levantó la cabeza. Sonrió, dobló un periódico y se
incorporó.
—Uno de nata bien grande.
El heladero enjuagó la cuchara heladera, la metió en la cubeta y se inclinó
para sacar una hermosa bola de blanquísima nata.
—¿Lo quiere con algo más? —preguntó.
Levantó la cabeza en busca de respuesta, pero se encontró con un cilindro
negro apuntándole a la cara.
—Con fresas rojas —contestó Pedro, y apretó el gatillo.
Pedro se guardó la Smith–Wesson 310 en un bolsillo de la chaqueta. De
allí sacó un gorro de tela blanca en el que otra sangre reciente apenas dejaba
leer Heladero, y lo tiró sobre los sesos que se desparramaban por el puesto.
—No deberías vender helados en noviembre —dijo— ni dejarte el carné
entre las piernas de mi mujer.
888. MANUEL LARA HERBÓN – EL FIN DEL GORDO
Como cada día, llegué temprano al trabajo, a esas horas en las que uno
sigue estando dormido pesé a los cafés y la escasa emoción de un nuevo día.
Pero lo que escuché nada más llegar, me despertó al momento: el Gordo
había muerto. Al principio pensé que había sido una muerte natural, ya que el
Gordo era muy querido por todos. Además, si estábamos donde estábamos
era gracias a él, y con su muerte nuestros trabajos pendían de un hilo. Quizás
por eso lo habían matado; había diversos motivos para querer acabar con
nuestra forma de vida. Por una parte, podrían haber sido algunos
revolucionarios que querían enemistarnos internacionalmente, ya que el
Gordo era todo un símbolo diplomático de unión entre países. Por otra
parte, podría haber sido algún rival directo que no se conformara solo con
una parte del pastel o incluso alguna asociación contraria a lo que hacíamos.
Fuese quien fuese, parece que no sabremos nunca quién fue el asesino del
Gordo, el queridísimo elefante asiático de nuestro zoo.
889. MANUEL RODRÍGUEZ MONCADA – UN PELIGROSO JUEGO
Hacía ya seis meses que comenzó todo. Al principio, solo parecían
accidentes fortuitos, pero todo dio un vuelco. Un detalle insignificante en el
cadáver destinado a que solo yo lo viera, a que solo yo lo entendiera. Desde
aquel momento, todo se convirtió en una carrera contrarreloj para mí; en un
juego para él. Pistas en cada escenario del crimen me iban llevando a mi
objetivo, me guiaban... aquí. A este momento en el que me encuentro al borde
del abismo y en el que no encuentro salida. Aquí, sentado en esta silla mani...
—¿Cómo se encuentra hoy, inspector Ávila? ¿Está disfrutando de su
estancia en mi humilde morada? ¿No le apetece hablar? Lo entiendo, se siente
abrumado por tantas atenciones. ¡Anda! Parece que tiene la ropa algo rota y
manchada de sangre. No pasa nada, está bien para seguir jugando.
—¡No! ¡Socorro! ¡Que alguien me ayude, por Dios!
—Tranquilo, inspector, ahora será más divertido; ya lo verá.
—¡No, no, no! ¡Aaaah!
890. MANUEL SAMADA – PENSAMIENTOS REALES
Desperté, y la extraña sensación seguía recorriendo mi cuerpo. La actitud
que David tenía con Lucía me enfurecía. Había quedado para desayunar con
ella y cuando llegué me contó que David estaba ingresado en coma; le habían
dado una paliza la noche anterior. En ese momento, me preocupé, pero
quizás no tanto como si hubiera sido otro amigo. Sin embargo, tras
desayunar, nos dirigimos al hospital para ver cómo se encontraba. Después
de mucho insistir, logré que nos dejaran a mi novia y a mi ver a David.
Entramos y de nuevo la extraña sensación invadió mi cuerpo. Me quedé
paralizado por un instante cuando recordé que en muchas ocasiones yo
mismo le habría dado una paliza; de hecho, esa noche cuando me acosté, lo
había pensado de nuevo. Lucía me lo recriminaba tachándome de celoso. El
informe médico parecía sacado de mi mente, todo lo que describía que le
habían hecho era como yo lo pensé. Siento pánico, no sé si mis pensamientos
son solo eso o hay algo de mí que los hace realidad.
891. MAR CAÑADILLAS ALMAGRO – COMPAÑEROS
Los cuerpos se habían encontrado juntos, pero no habían muerto el
mismo día. Las marcas que todos tenían indicaban que había sido la misma
persona, la única persona que todas tenían en común. El asesino ya había
sido arrestado y condenado a muerte por los horrores causados. Pero algo
no encajaba, y precisamente por eso se encontraban en una situación tan
incómoda, donde dos compañeros se apuntaban con sus pistolas.
—¿Cómo te has dado cuenta?
—Encajas perfectamente en el perfil; todas eran tu tipo. Tienes una navaja
igual al arma homicida y nunca tenías coartada, porque no la necesitabas.
Apenas mirabas los cadáveres, pero cuando lo hacías la mirada te brillada. Te
conozco y sé que has sido tú.
—Vaya, te enseñé demasiado bien.
—¡¿Cómo has podido hacerlo?! Eran niñas.
—Lo sé... —Bajó la mirada y comenzó a llorar.
—Esto ya no se arregla con lágrimas. Me das asco, papá.
—Un policía íntegro con una sola debilidad.
—Violar, torturar y matar no es una debilidad.
892. MAR DUMONT MORÁS – SERVICIO A DOMICILIO
La jornada había sido dura; Kate y Rick descansaban en el sofá viendo
una película cuando escucharon un fuerte frenazo ante la puerta de su casa.
Sobresaltados, se acercaron a la ventana y vieron como desde la puerta
derecha del coche dejaban caer un cuerpo inerte en el suelo. Salieron raudos y
comprobaron horrorizados que se trataba de Alex. La reanimaron y
descubrieron rápidamente que mostraba signos evidentes de haber
consumido drogas y alcohol. Rick pensó enseguida en Kevin, el extraño
novio de la joven; algo no le gustaba de él desde que lo había conocido. Alex
fue la clave para detenerlo. Lo llamó para pedirle que le suministrase más de
lo que le había dado aquella noche. Kevin acudió a la cita, pero no volvió a ver
a la joven. La agente Kathy y Rick lo recibieron en su nombre...
893. MAR GÓMEZ PÉREZ – MAMÁ DIJO QUE NO
Lucy en ese momento no pensaba en la prohibición de su madre. ¿Qué
importaba si podía estar con Rick? La fiesta estaba acabando y era muy tarde,
pero ella no tenía verdaderas ganas de irse.
—¿De verdad no puedo quedarme?
—Ya te lo he dicho, Lu, mis padres vienen mañana por la mañana.
Lucy suspiró. Se despidió desganada y enfiló el camino a su casa. El
cielo despuntaba ya el alba. «El camino corto», se dijo en un susurro. Entró
por un pequeño callejón que daba directamente a su calle. Su madre siempre
le decía que no fuese por allí, que había un maníaco que mataba a chicas
jóvenes, pero ella nunca se lo había creído. «Mamá dijo que no», escuchó de
repente. Aterrada, Lucy se volvió hacia la voz. Una figura negra con un
cuchillo en la mano se acercó tan deprisa que no pudo huir. Sintió un
punzante dolor en el abdomen y cayó al suelo. La figura siguió repitiendo las
mismas palabras: «Mamá dijo que no». La capucha cayó, y Lucy vio la cara de
su madre antes de cerrar los ojos.
894. MAR HORNO GARCÍA – COSAS QUE IMPORTAN Y QUE
BALÍSTICA NO SABE
Alguien dispara sin mucha puntería. Atravieso limpiamente el hombro de
un hombre y termino empotrada en un pilar del viaducto norte. Un coche
huye precipitadamente del lugar envuelto en el estridente sonido de los
neumáticos. Algún testigo—siempre lo hay— habrá llamado a la policía.
Mientras espero a que me retiren con sus pinzas para enterrarme en una bolsa
de plástico junto a mi casquillo, echo la vista atrás y acepto haber vivido una
existencia vacía. ¿No es el sublime destino de una bala incrustarse en el
corazón de un hombre? Pues pongan de su parte, joder, pongan de su parte.
895. MAR MORAGUES – INFORMACIÓN PRIVILEGIADA
Mensaje conciso: 23:00. c/Pardo, 25. 22:55. Sentada dentro del coche, el
corazón se me aceleraba con cada minuto que pasaba y a cada segundo me
asaltaban las dudas sobre si marcharme y no mirar atrás. Para él ya estaba
todo perdido. Tal vez también fuera tarde para mí. ¿Y para quien me esperaba
allí dentro? Bajé del coche intentando calmar el temblor de mi cuerpo, llegué
a la puerta, se abrió de un leve empujón y se cerró de un portazo a mi paso.
—¿Tú?
—¿Sorprendida? Déjame contarte que todo lo hizo consensuado
conmigo. Gracias a toda tu información pudimos comprar la mayoría de las
acciones y tras su «suicidio» todo es mío; esto no debería haber acabado así si
no se le hubiera ido de las manos y no hubiese intentado obtener más de ti
que la información que pactamos.
Después, noté el frío acero y la sangre manando de mi garganta.
896. MAR ROCA MERCADER – AMIGO FIEL
Me encantaba pasear por el parque con mi perro, pero ahora lo evito. Mi
mujer dice que me he vuelto un perezoso, pero no es cierto. Compré una
cinta de correr en unos grandes almacenes y la utilizo todos los días, bajo la
atenta mirada de esa bestia peluda, de color beis y cincuenta kilos de peso. No
puedo contarle a nadie lo que ocurre. Me mataría. Acudí al veterinario con la
intención de sacrificarlo, pero Buck tomó el control.
El funcionario abre la puerta de mi celda, mi abogado está aquí. La
policía ha descubierto que Anthony Meyers, el veterinario, y mi mujer eran
amantes. Nadie cree mi versión. Me esperan veinte años de cárcel, en el mejor
de los casos. Mi único consuelo: aquí no dejan tener mascotas, menos mal.
897. MARC DEOSDAD DÍEZ – ÚLTIMO MINUTO
Sus cuerpos sudorosos se estaban entremezclando en una danza frenética.
Las luces estallan. Ella se enganchó más a él, dejando sentir todo su calor. La
música retumba. Él la besó con fuerza, con dolor. Una copa cae. Ella se
aparta y, tambaleante, llega a la mesa. Un cristal roto. Ella solo tiene ojos para
sus nuevos azucarillos y le oye, a él, gritando ronco la letra de una canción.
Una cuerda se rompe. Ella se ve en el reflejo de la mesa de cristal. Llora. Ríe.
Muere.
898. MARC FONTANILLAS–BAELLA – HABITACIÓN 712
Los pedazos de cristal ensangrentados estaban incrustados en el sofá
blanco de la habitación 712. A unos pocos centímetros, tendido bocabajo y
en el suelo, estaba el cuerpo desnudo de una mujer. En su dorso, blanco
como la porcelana, reposaba su lisa y larga melena castaña, que escondía la
herida mortal en la sien derecha. La tenue luz, que se colaba por la ventana,
iluminaba una mesilla de noche con los cajones abiertos y revueltos. Cuando
el inspector Lahoz llegó, no encendió la lámpara y se guio con su fiel linterna.
Enfocó al rostro del cadáver y vio cómo descansaba en paz, ajeno al violento
golpe que había sufrido. Con una lupa, el policía estudió cada centímetro de
la cama. Bajo una almohada, halló un pañuelo impregnado con cloroformo y
manchado con el mismo esmalte de uñas que llevaba la víctima. Las pistas
empezaban a hablar. ¿Pero qué querían decir?
899. MARC JORDANA – MUY CERCA
El detective de Homicidios James Miller desayunaba con su asesor, el
psicólogo Taylor McMillan. Estaban sentados uno junto al otro, tomando
sendos cafés a pequeños sorbos mientras discutían sobre los interrogantes del
caso.
—Hay demasiados enigmas en este último asesinato —dijo el detective
—. Parece que nuestro asesino en serie está cambiando su modus operandi
solo para complicarnos la investigación.
—Su inteligencia es asombrosa —repuso el asesor—, pero parece que
además está convirtiendo esto en un juego. Se está divirtiendo.
¿Divirtiendo? —dijo el detective irritado—. Es simplemente un maníaco
con demasiado tiempo libre, ¡un maldito psicópata egocéntrico que se ha
vuelto completamente loco!
—No —contestó secamente el asesor. Entonces, recogió un cuchillo
afilado de la mesa, lo puso en el cuello del detective y lo agarró por los pelos
de la cabeza—. No es que se haya vuelto loco, detective; en realidad, ya estaba
loco desde hace tiempo.
900. MARC SECO VIEDMA – EL DESPERTAR DE RICK
Mientras Rick iba andando por Central Park para despejar su mente de
todas las últimas aventuras pasadas con Kathy, empezó a escuchar unos
ruidos extraños. Mientras se adentraba al bosque iluminando el camino con el
móvil, de golpe, dejó de oír los ruidos. Rick se quedó totalmente inmóvil
para no alertar a la criatura que acechaba en la oscuridad. En ese momento,
decidió retirarse poco a poco. Deseaba que no hubiera una rama en el suelo,
pero entonces topó con algo de espaldas. Rick se giró poco a poco para
descubrir a la criatura. Cuando se giró completamente, la criatura parecía
humana; entonces abrió la boca para empezar a hablar y soltó las siguientes
palabras con una seguridad aplastante:
—Soy tu hijo. ¿No me reconoces?
Rick, helado por lo que le acababa de decir, recordó de golpe todo lo
que le había pasado en el año que estuvo desaparecido.
901. MARCOS GONZÁLEZ BLANCO – EL BAR
Estamos en Lugo. Una chica llamada Rocío pasea por la noche en un
callejón oscuro, de repente oye ruidos extraños y ve una sombra. Empieza a
correr, y cuanto más corre, más cerca están los ruidos. Por fin, logra
refugiarse en un bar. El agente González del FBI está tomando un café y le
pregunta:
—¿Qué te pasa?
Rocío, respirando muy fuerte, le responde:
—Oí unos ruidos extraños, vi una sombra y me entró miedo. Pensaba
que me iban a matar.
En aquel momento, los ruidos empiezan a oírse en el bar. Se va la luz y
cuando vuelve aparece una persona muerta. El agente González empezará a
investigar quién es el asesino y si está entre nosotros. Por eso, declara una
cuarentena para que nadie salga del bar y pueda descubrir su identidad. Tal
vez no imagina que el asesino es quien os está contando esto.
902. MARCOS MANZANO MARTÍN – FANTASMAS DEL PASADO
Como cada mañana, Esteban miraba a través de su ventana las primeras
luces del día, esperando que se enfriase su café, pero una llamada demasiado
temprana iba a perturbar su tranquilidad. Todavía con sueño, se acercó a la
escena del crimen. Aunque llevaba años en la Brigada de Homicidios, su
cuerpo y su mente no se podían acostumbrar a ciertas cosas. El cuerpo aún
estaba caliente. Pocas horas habían pasado desde el último aliento de la
víctima. Presentaba magulladuras alrededor del cuello y una marca extraña en
la mejilla izquierda. Esteban perdió el aire de los pulmones. El recuerdo de
una joven le pasó por su memoria. Su único fracaso. Esa mancha en su
expediente que no pudo resolver y ahí estaba otra vez. Cogió aire de nuevo y
sacó fuerzas de su interior dolorido por el recuerdo. «Esta vez no. Esta vez lo
atraparé». El asesino había desaparecido durante años y había vuelto. ¿Por
qué? ¿Por qué ahora? Era el momento de cerrar, de una vez por todas, ese
expediente. Se lo debía.
903. MARCOS PEDROSA SERRANO – EL CASO DEL ASESINO DEL
TENEDOR Y EL CANARIO A TRESCIENTOS GRADOS
Todo estaba preparado. El fuego crepitaba en la chimenea del hogar
cuando Jack Machinran, el detective del bigote pelirrojo, se puso hasta los
topes de LSD. Con las pupilas dilatadas propias de un felino asustado,
apuñaló hasta en treinta ocasiones a su vecina del cuarto con un tenedor. A
continuación, salió por la ventana, subió por la escalera de incendios y forzó
la entrada del piso de Gregory, el anciano que vivía en el quinto. Tras
asfixiarle y aparentar un robo, encerró a su gato en el baño y metió a su
canario Spice en el horno. Con cuidado de no dejar ni una sola huella en el
escenario del crimen, Jack abandonó el piso y bajó en el ascensor hasta la
calle. Caminó hacia la tienda de ultramarinos más cercana y robó todo el
dinero, amenazando al dueño con una pistola de juguete y una máscara de
Justin Bieber ocultándole el rostro. Mientras volvía a casa horas más tarde,
sonrió. «El caso del asesino del tenedor y el canario a 300 grados». Resolver
aquel crimen iba a ser la bomba.
904. MARGA FERNÁNDEZ – CAFÉ CON CRIMEN
Otro día en la comisaría. Era nuevo en el distrito, en el cual solo había
problemas de robos y alguna riña, hasta que apareció un animal que estaba
matando a inocentes, justificando que todos ellos tenían algo de culpables en
el asesinato de su esposa. Había vuelto a actuar. Esta vez había mutilado los
dedos a un periodista. En el escenario del crimen, las paredes estaban llenas
de salpicaduras de sangre y había trocitos de dedos esparcidos por el suelo
cerca del cadáver. El poco café que había tomado esa mañana se revolvió en mi
estómago, ya que nunca había visto poco más que algún disparo o navajazo,
pero en esta ocasión había un aliciente más, pues mi compañero Klarks me
mostró una nota que el asesino había dejado: Él ha muerto por no escribir
sobre el caso de mi esposa. El siguiente serás tú, agente Cook.
905. MARGALIDA RAMON MARTORELL – EL LADRÓN DE NOVELAS
«Las armas las carga el diablo», repetía una y otra vez la abuela intentando
volar los pájaros de mi cabeza. El presentimiento del mal, al obsesionarme
con las armas y novelas sangrientas no aptas para un niño. Odiaba las pelotas
y camiones, jugaba a detectives, pistoleros, soldados, policías y ladrones.
Con los años, la ficción se vuelve realidad y los juegos cobran vida. Investigo
quién roba mis novelas negras y qué hace con ellas. Día a día sigo sus pasos
bajo el manto gris de la fría soledad del invierno. Una noche lluviosa miro
por la ventana y le observo leer emocionado uno de mis libros, esos que
nunca llegaron a mi buzón, sentado al calor de la chimenea. Si desea jugar,
jugamos los dos a criminales. Robar es un delito, igual que matar. «Aparece
el cuerpo descuartizado de un cartero enfrente de la oficina de correos». El
mundo despierta con la trágica noticia; al leerla en los titulares, retumban en
mi cabeza las palabras de la abuela.
906. MARGARITA SOTO SOTO – SIN TÍTULO
La cerradura estaba abierta, pero nada llamaba la atención a excepción de
la puerta que separaba el recibidor del parking. La madera astillada y las
manchas rojas que la salpicaban hicieron que un escalofrío recorriera su
cuerpo. Lentamente, se acercó mientras sospechaba lo que iba a encontrarse:
tendido en el suelo rodeado de sangre estaba su perro. Al acercarse, el vómito
le subió a la boca: las tripas del animal estaban extendidas a su alrededor. Un
ruido hizo que se diera la vuelta, y un hombre enmascarado con un hacha en
las manos la observaba con unos fríos ojos azules que le resultaban
demasiado familiares. Intentó ir hacia atrás, pero tropezó con el animal y cayó
a su lado; su olor hizo que le viniera una nueva arcada y, mientras intentaba
levantarse, el hombre se quitó el pasamontañas confirmando sus sospechas.
Él levantó el brazo armado y lo dejó caer sobre ella, destrozando su joven
rostro. El asesino se sentó en el suelo disfrutando del trabajo que tanto
tiempo llevaba esperando
907. MARI CARMEN FERNÁNDEZ PALOMINO – CONFUSIÓN
Rick no podía quitarse de la cabeza la mirada de Greg Palmer cuando el
fiscal le preguntó ¿por qué? Acusado del asesinato de su familia, no fue capaz
de articular una sola palabra en su defensa. Tras las alegaciones, el jurado,
entre los que se encontraba Rick, se retiró a deliberar. Fue un veredicto
rápido. Los testigos y las pruebas eran irrefutables, y Rick lo sabía; no tuvo
más que votar culpable. Decidido a quitarse esa sombra de duda, con la
ayuda de Kathy y su equipo, revisaron el caso. Fueron a la casa de Greg
Palmer y, para su sorpresa, se lo encontraron allí. Tras un demoledor
interrogatorio de Kathy, este confesó. Edward, para quitarse de encima al
prestamista Melvin, planeó un robo en casa de Greg, su gemelo. Alertada la
policía, huyeron, confundiendo los testigos a los hermanos. Unas semanas
después, Greg pudo abrazar a su hijo Ben.
908. MARI CARMEN FOMBUENA – LA BONITA MUERTE
Tres personas. Tres disparos. La sombra escondida tras la escalera
observa. Apunta. Uno. Dos. Tres. Disparos certeros hacen que el silencio lo
inunde todo durante diez segundos; después, estallan los gritos. Despacio,
ella se aleja, sin que nadie se pare a observarla. Se dirige hacia la proa del
barco, mira hacia los lados y arroja la pistola al mar. Vuelve al salón y se
acerca corriendo hacia los tres cuerpos tirados en el suelo. Llora desconsolada
sobre el cuerpo del hombre más joven y pide ayuda a gritos aunque sabe que
ya nada podrá salvarlo. Cuando la apartan a la fuerza del cuerpo lleno de
sangre, solo puede seguir observando el líquido rojo que lo cubre todo y
pensar cuán bonita es la muerte cuando nadie podrá nunca culparla de ella ni
llegar a vislumbrar sus razones ni evitar las consecuencias.
909. MARI CARMEN MORENO – ¿DEFENSA PROPIA?
Una vez leí que el crimen perfecto es el que nadie sabe que se ha
producido. Yo discrepo. En mi opinión, esa idea se puede pincelar un poco
más. La víctima tendría que ser alguien que no fuese nada inocente, un
delincuente, un malhechor. Y, a poder ser, que pareciera un accidente o un
suicidio, por supuesto. Hay que preservar los clásicos. Pero, por otra parte,
se puede cometer un asesinato en el que, claramente, se sabe quién es el
culpable y se pueda ir de rositas tras un juicio en el que la sentencia final sea
inocente. Un asesinato en defensa propia. No «premeditado». Encontrarte en
una situación en que es él o tú. ¿Me entiende? Pero no se confunda. Por
mucho asco y odio que tuviese hacia ese mal nacido, soy incapaz de matar ni a
una mosca. Estese tranquilo. Hay un delincuente menos en nuestra sociedad.
910. MARI PAZ PACIN – SIN TÍTULO
Era él; lo había sabido desde el principio... Aquella mañana, nada más
sentir cómo el primer rayo de sol acariciaba su cara, se levantó, más bien
tarde, para lo que acostumbraba. Se preparó un café y se lo tomó, aprisa y
sola, puesto que Josh se había ido de viaje de negocios el día anterior. Luego,
se dirigió a la oficina para terminar con el trabajo atrasado del día anterior.
No tuvo tiempo ni de encender el ordenador. Aquel hombre entró sobre las
nueve de la mañana, escondido bajo un pasamontañas, ropa oscura, guantes y
una pistola en la mano. Se acercó a ella y le susurró que le acompañase, sin
hacer ruido. Ella obedece, asustada y confundida. Al salir, le ordena subir a
una furgoneta azul con los cristales oscurecidos aparcada en la esquina de la
calle. No sabe si han pasado minutos, horas o días allí dentro. Pero al bajar,
ve la imponente iglesia de San Michael frente a ella. Y Annie comprende que
Josh es el hombre de su vida, y a partir de ese momento, lo será para
siempre.
911. MARÍA ACOSTA DÍAZ – EL HERMANO DE RICK
Las cuatro de la mañana, llaman a la puerta, Rick está despierto
escribiendo el primer capítulo de un nuevo libro. No piensa en el peligro.
Abre y su sorpresa no conoce límites: ¿es una broma? Un hombre igual de
alto que él, vestido de la misma manera, con el mismo color de pelo, de ojos,
con la misma nariz, la misma boca, le tiende la mano y dice: «Ciao, fratello,
sono Luigi». Rick mira sobre el hombro izquierdo del hombre, sobre el
derecho esperando ver a Kevin o Javier. El hombre sigue sonriendo. Es como
tener un espejo justo enfrente. El hombre comienza a hablar en inglés y, sin
que Rick pueda impedirlo, entra, se sienta en el sofá, cruza las piernas y
golpea el asiento con la mano, indicándole que desea que se siente a su lado.
Rick cierra la puerta y entre balbuceos hace caso al hombre.
912. MARÍA ANDUIZA NAVEROS – LA RED
En la comisaría, llega una alerta: han encontrado el cuerpo de dos
jóvenes en el maletero de un coche abandonado. Kathy acude con su equipo al
escenario del crimen para identificar los cadáveres y valorar la escena del
crimen; se dan cuentas de que son un hombre y una mujer que llevan
desaparecidos más de dos años. El forense llega a la conclusión de que están
bien alimentados y que no han sufrido abusos sexuales, pero han recibido
una fuerte paliza y ensañamiento con ellos. El equipo empieza a investigar y
hablar con sus familias. De pronto, se pone en contacto una agente de
víctimas de trata de seres humanos, y se dan cuenta de que está relacionado.
Parece, además, que hay una agente de incógnito implicada que ha
desaparecido. Ahí está la clave. Rick llega más lejos y sigue la pista de la chica;
finalmente, dan con la red y con los delincuentes.
913. MARÍA CASTEDO – VOY A POR TI
Rodrigo se encontraba en la escena del crimen, llovía y eso iba a impedir
mucho la investigación. El cuerpo se encontraba tendido en mitad de la calle,
y la oscuridad se extendía por cada rincón del pueblo. La mano de la víctima
sostenía lo que parecía ser una pequeña foto en blanco y negro. Al darle la
vuelta, pudo ver que había unas palabras escritas: la tinta estaba un poco
borrada, pero se distinguía perfectamente lo que ponía. Los recuerdos
afloraron con fuerza, abriéndose paso como un huracán que arrasa con
cuanto se le pone por delante, haciendo que reviviera cada instante de aquel
día que había marcado su infancia. Era una foto suya con doce años, tomada
días antes de la noche en que asesinaron a sus padres. Al final del callejón,
pudo observar una figura vestida de negro que se camuflaba en la oscuridad y
que le miraba fijamente. Rodrigo no podría imaginar que a partir de ese
instante las cosas habían vuelto a cambiar.
914. MARÍA CASTRO GARCÍA – MENTE PSICÓPATA
Si lees esto buscando sangre y tortura, no te molestes. Eso es algo que
me gusta dejar en la intimidad, para recordarlo plácidamente. El mundo se
pregunta cómo funciona la mente de un psicópata; realmente, es muy fácil y
muy complicado al mismo tiempo. Lo resumiré: no tienes sentimientos. De
hecho, ese concepto se me antoja inverosímil. No hay nada que me importe
tanto en este mundo como para que me preocupe. Lo sé, no tengo alma.
¿Pero para qué la querría? Antes de juzgarme, deberías plantearte que vivo
mucho más tranquilo que tú, ya que nada externo me perturba. No digo que
no experimente ninguna emoción, simplemente no siento empatía por nada
vivo y, por lo tanto, matar es un pasatiempo como otro cualquiera. Aunque
mucho más entretenido. Sin embargo, hay algo que me perturba, y es la
razón por la que estoy escribiendo esto. ¿Cómo puede una persona que
desprecia todo lo que es puramente humano, vivir, sabiendo que es humano?
¿Podrías responder?
915. MARÍA CEBALLOS MEDINA – JAQUE MATE
Eric llevaba varios meses immerso en un caso difícil. Ya eran seis los
asesinatos, todos ellos hombres. Habían descubierto que eran amigos en el
instituto, la pandilla más conflictiva. La última víctima era Frank Jackson,
apodado King; apareció muerto en su ático con el rey grabado en la piel. El
asesino seguía un patrón muy estricto: los amordazaba y ataba a la cama.
Eran estrangulados con hilo de pescar y, valiéndose de un cuchillo, dibujaba
en el pecho de todos ellos una pieza de ajedrez, cada vez una distinta. Además,
dejaba una nota con una rosa roja al pie de la cama. La pista que habían
encontrado en este último cadáver era una gota de sangre en el tallo de la rosa,
el único fallo del asesino hasta ahora. Mientras miraba el ordenador, encontró
una noticia sobre una violación a la pequeña Camille Robbins hacía quince
años; en ella aparecían los fallecidos, absueltos de todos los cargos. Eric
estaba seguro de que su instinto no le fallaba. Camille era la principal
sospechosa.
916. MARÍA CUESTA GÓMEZ – SIN TÍTULO
Un plan detallado, con una ejecución estrictamente meticulosa. Salió del
trabajo a las ocho en punto, como siempre. Lo seguí hasta su casa, donde su
novela favorita seguía en su sitio, pero con un detalle en su interior. Cuando
lo vio, me sentí orgullosa: su cara era de auténtico pavor. Tendríais que
haberla visto. Mientras estaba en shock, cerré la puerta y desenvainé a mi
querido compañero de viaje, mi bien más preciado, el cual dejó unos
preciosos surcos en su cuerpo esbelto. Atado de pies y manos no parecía tan
valiente como antes. Mientras acariciaba su piel con el filo de mi arma, su
vello se erizaba, una imagen cuando menos graciosa ante tan grotesca
situación. Sangre y vísceras por todas partes. El paraíso. La hora de la
venganza había llegado. Años planeando este momento habían dado su fruto.
Al fin, volveré a conciliar el sueño.
917. MARÍA FERNÁNDEZ–TRUJILLO REY – SIN TÍTULO
Cuando ven el cuerpo inerte tendido en el asfalto, montan el cordón
policial de forma rápida y precisa. Aunque la primera corazonada es un
suicidio, poco dura cuando se hizo patente que parte del cráneo había volado
a causa de una bala. La pregunta flota en el aire, ¿quién era capaz de hacer eso
y salir impune? Nadie se explica cómo alguien ha podido entrar en la
comisaría y matar a un compañero; o peor: el asesino es uno de ellos. No
hace falta recordar que el teniente Pérez no era muy querido entre sus
compañeros, pues corría por boca de todos sus excesos de poder. Alguien de
Asuntos Internos le protegía, pero nadie sabía quién. El sargento los llama a
reunión. Todos se muestran inquietos mientras los mira, impasible. Pero son
sorprendidos al escucharle decir: «Nadie debe saber nada; Pérez se ha
suicidado y, por tanto, no vamos a buscar a ningún asesino». Intercambian
miradas en silencio, y nadie se atreve a contradecirle. Algunos sonríen, pero
todos están contentos.
918. MARÍA GONZÁLEZ HUERTAS – LE MATÉ PORQUE ERA MÍO
Esven, un chico normal que asombra a todos por sus notas en la
universidad, desaparece de la faz de la tierra. Nadie sospecha de nadie hasta
que su novia Caroline hace algo que levanta suspicacias: entra en su casa, coge
su portátil y se descarga unas fotos algo comprometedoras. En esas fotos sale
con su profesora de Química en la cama, ligeros de ropa. Al cabo de unos
días, la profesora aparece muerta en extrañas circunstancias en el apartamento
de retiro. El chico tendrá que confesar a la novia por qué se lio con su
profesora; si no, también morirá.
919. MARÍA GONZÁLEZ PAYANO – NEW YORK SKY
En las sombras de las calles de Nueva York, mil y un peligros se
ocultan. Esta ciudad puede ofrecerte todo lo que deseas y, al mismo tiempo,
ser de lo más despiadada. Pero para mí y otros tantos neoyorkinos es nuestro
hogar, es parte de nuestro ser. Como inspectora de policía, he prometido
defender y proteger a sus ciudadanos, no solo por ser mi trabajo, sino por
ser el destino que he escogido. Cada día llegan nuevos casos de homicidios,
donde encontrar al culpable y hacer justicia es el único consuelo que les
queda a aquellas personas que, como yo, han perdido a alguien que amaban.
920. MARÍA NEIRA FERNÁNDEZ – SE SUBE EL TELÓN
Al principio, solo había niebla, todo era blanco y mudo. El paisaje de la
muerte. Así empezó aquella fría mañana de septiembre. Le gustaba mirar por
la ventana mientras tomaba el desayuno. Se disponía a recoger cuando sonó
su teléfono; al colgar, se dio cuenta de que estaba temblando. Habían
encontrado el cadáver de una adolescente en un pequeño cobertizo. Llegó a la
escena antes de las nueve de la mañana; la visión no podía ser peor. Habían
maniatado a la chica, y estaba claro que la causa de la muerte habían sido los
múltiples cortes que presentaba por todo el cuerpo: la sangre lo cubría todo.
Sin embargo, eso no era lo peor, a la víctima le habían sacado los ojos, que
reposaban en un pequeño cenicero lleno de colillas; se fijó en que una todavía
humeaba. Y no era lo único que hallaron en el lugar: en la mano de la víctima,
arrugado y empapado en sangre, había una pequeña hoja de papel. Un
escalofrío le recorrió la espalda: Volvemos al juego: o me cazas o te cazo.
921. MARÍA OSTOS – SENTIMIENTOS ENCONTRADOS
«¡Escóndete allí, detrás de la cortina! Y no salgas escuches lo que
escuches... ¡Te quiero!». Esas palabras y su rostro surcado de lágrimas
fueron la imagen que le perseguiría el resto de su vida hasta encontrar
consuelo en la venganza. Corrió a esconderse tras la gran cortina del final del
pasillo y, cuando los gritos cesaron y el silencio se apoderó del lugar, lo
sintió acercarse. Pudo percibir el olor a sangre y horror que desprendía cada
poro de su cuerpo mezclado con aquella fragancia que le resultaba tan
familiar. Lo sintió frente a él, observándolo, sin darse cuenta de que sus
cordones desabrochados asomando por debajo de su escondite lo delataban.
Se impuso entre ambos un duelo de miradas y sentimientos contrapuestos,
separados todavía por la fina tela, y transcurridos unos segundos que le
parecieron una eternidad se marchó de allí..., dejándolo con vida, sabiendo
que pasara lo que pasara nunca se arrepentiría de ello.
922. MARÍA PALOMINO CORTADELLAS – ¿SUEÑO O REALIDAD?
Notaba mi pulso acelerarse. Veía mi obra de arte: el pecho de esa mujer
abierto en canal. Pude ver los últimos latidos de su corazón; en un principio,
eran rápidos, agitados, bombeando sangre a presión y poco a poco se fue
ralentizando. Era tan bello ver tal fenómeno... Su último aliento de vida era
algo tan preciado... y era lo que más me gustaba arrebatar. Pasé las yemas de
mis dedos por sus mejillas para quitarle las lágrimas, empezaban a enfriarse.
Ella es perfecta. «Tengo poco tiempo», pensé. La cogí en brazos y la senté en
el banco del medio de la plaza. Le dibujé una sonrisa en la cara con
pintalabios rojo y le cosí los párpados para mantenerlos abiertos. «Hasta
pronto», y me fui.
—Despierte, es hora de su medicina —oí la dulce voz que últimamente
acostumbraba a despertarme.
Me encontraba en una sala vacía, en una habitación toda blanca.
Destacaban la ventana con rejas y la puerta cerrada desde fuera. Mi ropa sin
ningún complemento. ¿Soñando con la primera vez que maté? Sí.
923. MARÍA POZO – EL JUEGO NEGRO
Sevilla, 5:07 de la madrugada. Sonó mi móvil y me levanté sobresaltada,
era de la comisaría centro.
—Soy Nora, cuéntame.
—Soy García; se ha producido un crimen en Puerta de Jerez: un cuerpo
ha aparecido flotando en la fuente.
—Voy para allá.
Me vestí corriendo, no me dio tiempo siquiera a tomar un café para
espabilarme, tenía que llegar antes de que lo hiciese Criminología y dejara
todo aquello patas arriba. Cuando llegué al escenario del crimen, me encontré
con la forense.
—Cris, ¿qué tienes? —Me dirigí hacia ella.
—Las heridas en su cara reflejan la paliza que sufrió antes de morir;
además, este agujero de su camisa parece una herida de arma blanca. Supongo
que arrojarían el cadáver al agua para eliminar algún tipo de huella.
—Gracias, Cris. ¿Habéis podido identificar el cuerpo?
—Michelangelo Falconi, empresario italiano de treinta y nueve años.
Basaba su vida en drogas, prostitución y juegos —dijo Javi, un psicólogo
aburrido que me acompañaba a todos los sitios.
924. MARÍA RUBIO JIMÉNEZ – EL SOFÁ
Era una noche como cualquier otra, una fría de invierno, de esas de
quedarse en casa en el sofá. Pero Sara sabía que para ella no había sofá esa
noche, ni en unas cuantas. Cuando se calmó un poco, decidió que lo mejor
sería ir a ver a John; él sabría qué hacer. Con esta idea en mente, se puso lo
primero que vio en el armario, dejando la ropa manchada y ensangrentada en
una bolsa. Tenía que deshacerse de esa ropa o, si no, todo habría acabado
más pronto aún. ¿Cómo había dejado que pasase esto? Ella era lista y nunca
se metía en problemas. Pero esa vez fue distinto y no podía hacer nada para
cambiarlo. Una vez preparada, cogió la bolsa con la y se sentó durante un
minuto en el sofá. Sabía que nunca más se volvería a sentar en él.
925. MARÍA SÁNCHEZ PARENTE – LA CRIADA
Su madre le había mandado que limpiase la plata. Era lo que más odiaba
del mundo. ¿Por qué no lo hacía la criada? Después recordó. Suspiró para
aplacar su frustración. Luego frotó para satisfacer los exigentes deseos de su
progenitora hasta que los tonos opacos y oscuros dieron paso al brillo y
resplandor. Satisfecha, cogió una jarra de agua y salió al jardín a regar las
rosas recién plantadas. Justo donde estaba enterrada la criada. A la que habían
asesinado la semana pasada por no limpiar bien la plata.
926. MARÍA SANTOS LÓPEZ – LA DAMA VENGANZA
Un día lluvioso en la ciudad de Nueva York; una joven de diecinueve
años, Irene Chambers, salía del instituto en dirección a su pequeña agencia de
detectives adolescentes. Era una joven bastante alta, de cabello castaño y ojos
marrones, su carácter era el de cualquier chica de su edad, pero
desgraciadamente había quedado huérfana diez años atrás, presenció el
asesinato de sus padres con apenas nueve años. Ese mismo día, asistió a una
fiesta en la que coincidió que ese hombre estaba invitado, pero no la había
reconocido. En ese momento, hubo un gran apagón y se oyó un estrepitoso
grito femenino; al volver la luz, un cadáver apareció en el suelo
desangrándose. La mujer que gritó mencionó nerviosa que había caído del
piso superior. Al acercarse la joven detective, examinó el cuerpo con ayuda de
su acompañante y forense de la Policía, Henry Cruz, que era bastante guapo.
927. MARÍA VALDÉS – SIN TÍTULO
Esa mañana, se arregló más de lo habitual, el día lo merecía. Besó a su
mujer y encendiendo su primer cigarrillo sonrió al pensar en su agenda.
Empezaba con una cita en la empresa con la directora comercial y sus
interminables piernas. Hacía meses que las reuniones tenían un incentivo
extra. Reservó mesa para comer con su secretaria en el restaurante junto a su
despacho. Anticipándose, ayer dejó preparado el vino para su postre especial.
Lo más duro del divorcio era no estar con su hija. Había aprendido la lección:
las mujeres pueden conocerse en sitios inesperados. Hoy era su tarde y
quizás, al dejar a la niña y desplegando su encanto, recordaría viejos tiempos
con su ex. Para cuando llegó a casa tenía un nuevo propósito. Le relajaba
fumar acompañado, pero esa maldita tos acabaría con él. Las cuatro mujeres
rodeaban su féretro. Apenas cruzaron miradas al encontrarse en la sala de
fumadores. Demasiadas horas. Nadie encontró la ricina en su sangre ni se
supo jamás del cigarrillo mortal.
928. MARÍA ALCARAZ MAYO – SIN TÍTULO
Lo único que se escuchaba en el corredor era el ruido sordo de las suelas
de goma de sus mocasines contra el suelo y las respiraciones entrecortadas
atrapadas en la oscuridad. Se alisó la falda mientras caminaba. Los pasos no
anunciaban su llegada, pero estaba segura de que ella ya se habría dado cuenta
de que estaba allí. Respiró hondo y escuchó los muelles de una vieja cama en
la última celda, la única que seguía iluminada. Cuando llegó, entrecerró los
ojos para que no le molestara el brillo y esperó. Ella, con su melena rubia
impoluta, se dio la vuelta lentamente y apoyó las mejillas en los barrotes:
—Sabía que te enviarían a ti —exclamó en tono burlón.
Había vuelto al infierno.
929. MARÍA ARQUES – UN PUENTE EN EL BOSQUE
En el puente yacía el cuerpo sin vida del joven agente de seguros
mientras Marta se dirigía al pueblo para notificar el suceso. Aunque esto no
había ocurrido, alegaría que lo había matado para defenderse de un ataque
sexual. Estaba segura de que era el psicópata que había acabado con la vida de
seis mujeres, una de ellas íntima amiga suya, ya que había investigado a este
hombre durante meses y sabía que tenía relación con todas las víctimas. La
luna nueva no dejaba ver nada. Marta corría entre la espesura del bosque
cuando de repente alguien la agarró por detrás. Pensó que el asesino había
conseguido levantarse y perseguirla, pero no tardó en descubrir que se
trataba del guarda forestal de la zona, que la violó, la mató y tiró su cuerpo al
río. Sobre el puente, un inocente no volvería a despertar.
930. MARÍA CABALLERO GIL – UNA DIFÍCIL DETENCIÓN
Tenían todas las pruebas claras. Habían descartado a los sospechosos
principales, solo quedaba Max, que además no tenía coartada; la autopsia
desveló que la víctima forcejeó con él antes de que le disparara en la azotea. Se
presentaron en el domicilio de Max con la orden judicial y, al identificarse
como policías, empezó a disparar contra ellos. Hirió a Carl en una pierna con
una bala que atravesó la puerta; los refuerzos estaban preparados cuando ya
no les quedaba casi munición. Tres policías mas, armados con escudos,
consiguieron echar la puerta abajo y acercarse al asesino, le dispararon con la
pistola taser y la descarga le hizo soltar el arma. Finalmente, le detuvieron y
llevaron a declarar, no fue fácil sacarle la confesión, pero al agente BKevin no
se le resistía nadie. Las pruebas de balística confirmaron que su arma fue
usada en el asesinato, que unido a las pruebas anteriores le declaraban
culpable. Consiguieron cerrar el caso con su declaración y posterior juicio.
931. MARÍA CASEIRO – CUATRO
Tenía la maldita costumbre de esperar a que el teléfono sonara cuatro
veces antes de contestar: uno, dos, tres, cuatro... El motivo no lo sabía.
Supongo que el número cuatro siempre estuvo muy presente a lo largo de mi
vida. Allí donde fuese, ahí estaba, esperándome. Toda mi vida supuse que era
una coincidencia, una broma del destino, que jugaba conmigo como un niño
con un cochecito de juguete. Sí, toda mi vida, hasta las 4:44 del 4 de abril del
2004. Aquel número dictaminó mi sentencia de la forma más fría posible
cuando yo estaba cruzando la calle. Una luz, un ruido y, de repente, nada.
Comprendí que esas pequeñas coincidencias de la vida siempre tenían un
significado; en mi caso: la muerte.
932. MARÍA CRESPO CUTRÍN – COLECCIONISTA DE MUERTES
Cuenta la leyenda que, cierto día de lluvia, un cadáver destrozado,
literalmente, apareció enfrente de la catedral de Santiago de Compostela. La
leyenda no debe de ser cierta, ya que apareció mucho antes de haberla
construido, según dicen. El caso es que el cadáver, putrefacto y mohoso,
estaba dividido en tres partes: cabeza, tronco y genitales. Según los forenses,
después de haber analizado la tercera parte, se decidió que era un varón
adulto, aunque no estaba muy claro. No pudieron localizar a la familia y lo
enterraron por su cuenta en un pequeño cementerio de Lestedo, Boqueixón,
A Coruña. A los dos días del entierro, se empezó a correr la voz por el
pueblo de que aquel hombre no tenía identidad. Un día después, el cadáver
desapareció, y no se supo más hasta finales del 2014. En diciembre,
encontraron muchísimos esqueletos de diversos cadáveres de mil años de
antigüedad, y otro de hacía tres... el supuesto coleccionista.
933. MARÍA DE LOPE – SU CUELLO, SU VIDA, EN MIS MANOS
Tenía su cuello en mis manos. Con un simple movimiento, seco y
certero, podría, si quería, cercenárselo. Él parecía no darse cuenta; su cara no
expresaba ningún temor. Me miraba a los ojos, supuestamente tranquilo, y
yo le devolvía la mirada aparentando la misma tranquilidad, aunque un ligero
temblor me delataba. Sin premeditación, volvió el pensamiento envenenado...
«Le tengo en mis manos, su cuello está ahí, ofreciéndose, susurrándome: haz
lo que quieras conmigo». Mientras su yugular, expuesta y frágil, latía a un
ritmo acompasado, imaginaba la sangre saliendo a raudales por el corte que
yo misma le había infligido, un corte perfecto, de un solo tajo. Imaginaba su
mirada en ese instante, ¿sería de estupor? Imaginaba la mía... ¿de qué sería mi
mirada?... Sería una mirada de: ¡Lo he hecho! No sé cómo, ¡pero he sido
capaz de hacerlo! O más bien sería de: ¿Cómo he sido capaz de hacerlo?, ¿por
qué?, ¿por qué lo he hecho?...
—Cariño..., ¡¡ehh!! Cariño..., ¿ya has terminado de afeitarme?
934. MARÍA DE SIMÓN – TROMPETA DE OTOÑO
Todavía quedaba una pequeña mancha en la trompeta. La frotó hasta que
desapareció, con cuidado de no rayar el metal. Había tenido mucha suerte de
no dañarla con los golpes. Guardó el trapo, antes blanco, en el maletín donde
tenía todo su material y sacó la gasolina. Oh, sí, ese iba a ser un buen fuego.
Mientras iba echando a la parrilla los trozos de su vecino, se le venían a la
cabeza las imágenes del último concierto que había disfrutado aquel
cascarrabias. No debería haberse quejado. Sonrió al recordar la mirada de
sorpresa del anciano cuando empezó a tocar para él. El crujir de unos pasos
sobre las hojas secas interrumpió su concentración. Había un perro detrás de
él moviendo alegremente el rabo. A su lado, una chica sujetaba la correa con
una expresión de horror en el rostro. Suspiró. ¡Qué inoportuno! Acababa de
limpiar la trompeta...
935. MARÍA FERNÁNDEZ MILLÁN – MEMORIAS DE UN ASESINO
¿Somos malvados desde que nacemos? ¿Existe alguna predisposición
genética que nos haga elegir el bien o el mal o es algo que adquirimos de
manera externa? En mi caso, creo que ha sido una mezcla de los dos factores.
Descubrí a muy corta edad que me gustaba ver cómo sufrían mis vecinos y
amigos. Mi primera víctima fue especial para mí. La pequeña y tierna Amy;
disfruté notando cómo temblaba su cuerpecito bajo el peso del mío. Siempre
he sido bastante corpulento. El segundo fue Ted; no soportaba su voz
chillona, así que una noche le callé para siempre. Después fue la coqueta Ava;
tenía unos preciosos ojos azules, y disfruté sobremanera viendo cómo se
apagaba la vida de esos ojazos. A lo largo de este tiempo, fueron muchos más,
tantos que al final perdí la cuenta, aunque nunca sospecharon de mí, el viejo y
gordo Carl. Ahora ya solo quiero descansar mientras espero a que llegue mi
fin, tumbado tranquilamente al sol..., como nos gusta hacer a los gatos.
936. MARÍA GALLEGO – FIESTA
Noches de vino y rosas las llamaron. Noches de sadismo más bien.
Había un momento imperceptible en la velada en la que todo se tornaba
oscuro y cruel. Ella insistía en ir, y yo la amaba tanto que me dejaba llevar, a
pesar del terror que me producía. Temía aquel instante en el que la locura se
apoderaba de ellos, se despojaban de la ropa, la cordura y mostraban su lado
más perverso. Siempre me embargaba la misma duda. Y si le decía que no,
¿sería capaz de ir sin mí? No tenía valor para averiguarlo, así que agachaba la
cabeza incapaz de oponerme a sus deseos. Aquella noche la locura o las
sustancias que consumieron les llevaron a la barbarie. Aquella noche, el olor a
sudor se mezcló con el olor de la sangre. Y la extraño cada segundo del día,
pero a la vez respiro con alivio y osadía. ¿Usted lo entiende, doctor?
937. MARÍA GIL–TORESANO FERNÁNDEZ – LAS HUELLAS DE LA
MUERTE
Ya eran siete los casos con el mismo patrón: aparece en su domicilio una
persona muerta a causa de finísimos y profundos arañazos en la carótida,
simulando los de un gato, mientras la casa se encuentra llena de huellas de un
gato persa negro, que pertenece a la víctima. El asesino tenía una gran fijación
por esos animales de tez oscura. La detective Fernández hizo un gran trabajo
cuando, entre todas aquellas huellas de gato, encontró una huella parcial.
«¡Bingo!», gritó. Pertenecía a Holgado, denunciada por agresivos
comportamientos a raíz de que alguien entrara a su apartamento y
descuartizara a su pequeño gato. Holgado no dudó en admitir su
culpabilidad, mientras lágrimas de sangre se desparramaban de sus ojos
detallando con ira la venganza que había llevado a cabo desde que algún
indeseable le había despojado de lo único que amaba en su vida: su gato
Michigan.
938. MARÍA HERNÁNDEZ BAJÉN – LOBOS
La noche había caído sobre la capital, oscura y sin estrellas, como un
negro manto. En un callejón estrecho, la luz de una farola titilaba, como
queriendo desaparecer entre la bruma, al igual que la mayoría de los
habitantes de aquella ciudad. Solo los lobos salían de noche, y aquellos que
los cazaban. Sobre el suelo mojado había un cadáver, había sido colocado con
inmenso cuidado, casi con cariño; una rosa descansaba en sus manos. La
detective Jones se agachó sobre el cuerpo; un escalofrío recorrió su espalda,
parecía que estaba durmiendo, pero ella sabía mejor.
—Está donde nos dijo —afirmó al aire.
Jones suspiró, la asesina estaba entre rejas, pero ese último cadáver era
como una espina que se clavaba en su corazón. Si hubieran llegado antes...
Era ese «si» lo que la carcomía por dentro. Jones se levantó, puede que ya no
pudiera hacer nada por él, pero había otras personas a las que salvar. Sin una
palabra, se adentró en la bruma, dispuesta a cazar a todos los lobos que la
noche ocultara.
939. MARÍA HERNÁNDEZ DE LA VEGA – DE NUEVA YORK
James, Simone James. Así se llamaba. Era amable pero reservada;
decidida, pero siempre se paraba a pensar... Era una policía de Homicidios de
España, pero, como en España no hay tantos asesinatos, no tenía mucho
trabajo. Un día, llegó una llamada avisando de que había uno. «¡Por fin!»,
pensó ella. Pero, guapa, no te emociones, porque todo el mundo tiene
sorpresas que mostrar. Llegaron a la escena del crimen, y vio al forense, un
buen chico. Habían empezado una relación, intentando que nadie la
descubriera, pero se notaba por las pequeñas miradas que se echaban. La
mujer, de unos cincuenta años, tenía una corona hecha con lápices. Estaba
vestida como si fuera la Estatua de la Libertad. Los lápices formaban la corona
de siete puntas. Simone sabía lo que eso significaba. Le gustaba aquella
ciudad. Llegaron a la comisaría, no había nadie. Siempre solía estar vacía y
sola. Encontraron a la mujer, se llamaba Claudia Perdomo López.
James sabía que no iba a ser un asesinato fácil de resolver...
940. MARÍA HERRERAS ORDÓÑEZ – ARPEGIO CORONARIO
Plena dedicación expresada en caricias recorre el instrumento al estar en
mis manos. La armonía me lleva al límite; viajo a través de la irrealidad. Ha
sido demasiado esta vez, todo se tiñe de líquido fuego. Con la culpabilidad a
flor de piel, bajo la vista y me acuerdo de ella, de cómo jugaba con su propio
dolor jurándose odio eterno. Aprieto las cuerdas encarnando el frío metal en
las heridas abiertas y una lágrima cae sobre mi mejilla; vivo enamorado de su
desprecio.
941. MARÍA ORFILA DEL HOYO – PELIRROJA
Me encuentro sentada en su sofá, y ella, tumbada sobre un lecho de
sangre. Ella, la Pelizorra, como la apodaba por su pelo teñido de rojo, estuvo
dos años intentando ligar con mi novio, en mis narices, como si yo no valiese
nada, y no podía permitirlo. Aguardé años para vengarme. Le seguí la pista,
acechando en las sombras, esperando mi oportunidad, hasta que hoy me colé
en su casa. Cuando entró y me vio, supo lo que iba a pasar. Vi el terror
reflejado en su cara de porcelana, y cómo lo disfruté. Intentó escapar, pero la
bloqueé atacándola con un taser. Se quedó tumbada en el suelo, temblando
por el efecto de la corriente, pero no me dio pena. Entonces, me agaché y le
corté el cuello. Y aquí estoy, observándola exhalar su último aliento. Cuando
todo termina me levanto, y diciendo: «Ahora sí eres pelirroja natural», cierro
la puerta. A continuación, me dirijo a mi comisaría con la certeza de que este
crimen nunca se resolverá.
942. MARÍA ROS – LA ALFOMBRA PERSA
Nada más entrar en la habitación, algo le huele raro. Si tan solo pudiera
encontrar la luz. ¡Maldita sea! ¿Qué hay en el suelo? Ha crujido, mala señal.
¡Bah! Seguro que puede pegarse de nuevo, y si no ya comprará otro. Meter la
pata nunca ha sido un problema, el dinero arregla cualquier cosa. ¡Que le
pregunten a Al Pacino! A tientas en la pared descubre el interruptor. Al fin.
Arriba y abajo. Nada. Con un bufido avanza a oscuras. La puerta del
despacho está entreabierta. Al final de la estancia, el fuego crepita, se consume.
Y las orejas del sillón de terciopelo siguen alerta, cual vigía, de espaldas a la
puerta. Hay algo que no encaja. La preciosa alfombra persa que le compró ha
desaparecido. Decidido, avanza. A la altura del escritorio de pronto vislumbra
una delicada mano en el suelo, encharcada. Sigue con la mirada el reguero de
color oscuro y se la encuentra, como un despojo, aferrada al collar de perlas
de la abuela. Las flores caen al suelo; ya no necesita las disculpas.
943. MARÍA AMELIA PRADO NORIEGA – EL TENIENTE SOÑADOR
Ni pruebas de ADN ni GPS ni nada moderno; el instinto de los
veteranos policías dejaría en ridículo a esos jovencitos presuntuosos. El
teniente Rando llegó en solitario al viejo almacén en que se oyeron los
disparos y lamentó su estado de forma, demasiado Jack Daniels y demasiadas
hamburguesas, pero se redimiría de una vez. Vio a Nori Smith, el famoso
ladrón de bancos y a toda su banda, los detuvo sin hacer un solo disparo. Al
llegar a la comisaría, la inspectora Kathy le besó apasionadamente... Se sentía
envidiado. Por fin se acabaron los malos tiempos. Por fin era un héroe
públicamente; por fin... sonó el maldito despertador. «A veces, la vida es
mejor soñada», pensó en voz alta mientras se levantaba en el destartalado
apartamento en que vivía en White Stones Street. La foto de Kate le hizo soñar
despierto y ¿quién sabe? Quizás algún día...
944. MARÍA AMPARO CANTÍN SANZ – MALA MEMORIA
Las doce de la noche y yo sin cenar. Encima hace calor y la humedad se
me pega a la piel como un pañuelo mojado. Espera, ¡alguien sale! Cuatro
horas de plantón puede que hayan valido la pena después de todo. Me han
encargado seguir e identificar al sospechoso; entro en acción. Salgo del coche
con sigilo y sigo a la figura nocturna que se adentra en la oscuridad más
profunda de la ciudad. Está claro que tiene prisa, es como un fantasma
sigiloso que va derecho hacia su objetivo. Entra en un hotel, sigo sus pasos,
no hay luces, ¿qué pasa aquí? Un foco se enciende. Mis ojos tardan unos
segundos en reaccionar... Cuando lo hacen, tienen ante sí a una bella mujer
que se despoja de su gabardina sensualmente y me invita a sus brazos. Sigo
sin verle bien la cara; espera: ¡es mi mujer! Feliz aniversario, cariño...
945. MARÍA ÁNGELES MERINO MOLINA – LA GRABACIÓN
Un profesor saca una botella de agua con la ayuda del reponedor, se
dirige a la sala de vídeo para preparar su próxima clase y se encuentra un
cadáver en el suelo. Llama a la policía y esta comienza una serie de
interrogatorios. Es sospechosa una amiga que se estaba viendo con el novio
de ella y era la propietaria de la chaqueta que había junto al cadáver, y también
un compañero muy rebelde de clase. El detective y el profesor del instituto se
dirigen a la sala del crimen y encuentran una cinta de vídeo debajo de una
baldosa. El profesor reconoce al asesino del vídeo porque es el encargado de
reponer las máquinas expendedoras. Ellos ven en las grabaciones de las
cámaras al asesino escondiendo la cinta en la máquina y a la chica sacando una
lata de coca cola que desprende la cinta de la máquina. El asesino fue
condenado por el asesinato de su familia y la niña.
946. MARÍA ÁNGELES MONTÁVEZ BESTARD – ASESINATO EN LA
OSCURIDAD
El café se enfriaba olvidado en la mesa. La luz alargaba sus figuras,
volviéndolas monstruosas y terroríficas. El reloj marcaba el paso del tiempo,
sin parar, siendo olvidado por las personas que ocupaban la habitación. El
humo inundaba sus pulmones, tranquilizando su pulsación. Necesitaba poner
en orden todos sus pensamientos, todos los datos que había recopilado
durante los últimos meses. Personas desaparecidas. Personas secuestradas.
Personas olvidadas. La carpeta estaba abierta sobre la mesa de metal, pero sus
ojos cansados miraban más allá de aquellas cuatro paredes. Buscaban una
respuesta lógica, una respuesta que se resistía. Nadie había dormido en días,
sus cuerpos estaban cansados, pero todos sabían que la culpa era suya. Esa
persona que lograba hacer desaparecer a los demás sin dejar rastro, de
esconder sus cuerpos y dejarlos perdidos en el olvido. Llevaba años
trabajando desde la oscuridad, hasta que se descubrió. ¿Por qué? Nadie lo
sabía.
947. MARÍA ANTONIA GARCÍA LIZCANO – LA ASESINA DE
HOMBRES
Era una mujer muy guapa, que fue violada, lo que la traumatizó. La
convirtió en una mujer que odiaba a los hombres. Los conquistaba en los
sitios más concurridos, se iba con ellos y los asesinaba. Eso la convirtió en
una asesina en serie: la llamaban la Asesina del Hotel. Tras dejar tantas
pruebas, Rick y la inspectora la descubren. Ella se comporta fríamente y solo
responde: «Se lo merecían».
948. MARÍA AURORA CANO VAQUER – VENGANZA
Entonces desperté de aquel extraño sueño, pero ¿dónde estaba? Se
extendía ante mis ojos una penumbra que no denotaba nada bueno. Entonces
lo recordé: alguien importante para mí había muerto y sabía que debía hacer
algo para impedir que nadie más sufriera; no obstante, aunque me esforzase
mucho por recordar, no sabía quién había muerto y, lo más importante, no
conseguía recordar quién era el asesino. Al salir de aquella extraña habitación
donde estaba preso, me encontré en la casa de mis padres. Corrí por todo el
domicilio en su busca y los encontré estirados en la cama y, al fin, me pude
relajar. Pero algo extraño había en aquella estancia... No se oía ninguna
respiración. Alcancé la mano de mi madre y le tomé el pulso, lo mismo con la
de mi padre, en las dos obtuve el mismo resultado: manos frías y sin pulso. Y
ahí recordé por qué estaba encerrado en aquel cuarto y quién era la autora de
aquella masacre. No cabía duda: Leila había acabado con la vida de mis padres
en busca de venganza.
949. MARÍA BELÉN RACEDO – SIN TÍTULO
Esta vez le mordí el cuello. Sus quejidos aumentaron vertiginosamente y,
de repente, una fuerza descomunal me surgió de las mandíbulas y desgarré
esa piel insípida y pestilente a perfume barato. Su vida se fue apagando, y sus
brazos inmóviles me rodeaban los hombros como si fuera una araña
gigantesca que atacaba para defender sus huevos. Recogí mis cosas con
lentitud; había gastado mucha energía y ya era tarde. Lo dejé en posición fetal,
me pareció una forma de tratar de devolver ese cuerpo al polvo del espacio y,
en ese charco de sangre, hasta parecía bailar algún tipo de danza india que
imitaba a un chimpancé enorme cuando salta. Sigilosamente, aunque en ese
edificio de mala muerte no había movimientos inesperados (solo vivían tres
personas y todas eran o drogadictos o alcoholicos), hice pantomima de
paranoide persecución y, al salir a la calle, ya a unos doscientos metros, me
reí de mi acción; nadie me había visto, ya lo sabía.
950. MARÍA DE LOS ÁNGELES FRANCO BERNAL – SOÑANDO
JUNTAS
Laura, escondida y asustada, oyó cómo mataban a su hermana. Tantos
años soñando juntas cómo serían sus vidas una vez acabaran la universidad,
esfumados en cuestión de minutos. La policía nunca averiguó quién fue el
asesino; es más, ni siquiera hallaron pruebas, solo el testimonio de Laura.
Años más tarde, tres para ser exactos, en la universidad, el día de la
graduación del último curso, Laura recibió un mensaje de texto de un número
desconocido: ¡Estoy muy orgulloso de que hayas llegado hasta aquí! No
entendía nada; creyendo que sería otro compañero de clase felicitándole por la
graduación, respondió: ¡Gracias, felicidades a ti también! Laura estaba
esperando junto a sus compañeros a que mencionaran su nombre, cuando de
repente se desmayó. De fondo, se escuchaban gritos que desgarraban
gargantas y lo que parecía gente ahogándose; los que podían hablar decían:
«¿Qué has hecho? ¿Por qué lo haces? ¡Laura! ¡No, por favor!».
951. MARÍA DEL CARMEN DOMÍNGUEZ GARCÍA – SILENCIO
El silencio de después es algo que hay que saber apreciar. Toda esa
quietud y tranquilidad después de un momento lleno de adrenalina y
descontrol. Siempre hay un momento en el que todo a tu alrededor parece un
poco caótico, pero, en realidad, está cuidadosamente preparado. Las flores
encima de la mesa, la ventana que no recuerdas haber dejado abierta y la ropa
cuidadosamente colocada sobre la cama que estás segura que no pusiste ahí.
Ese momento es en el que el pánico empieza a aflorar lentamente. Es ahí
cuando el pensamiento racional se va haciendo a un lado, dejando hueco a los
instintos animales. Entonces, te giras y ves que la puerta del baño no está del
todo cerrada. Coges lo primero que encuentras y vas hacia allí. Es un error
común, lo reconozco, hacernos los valientes frente al peligro. Cuando te
quieres dar cuenta, estoy detrás de ti. Me miras con desconcierto porque no
me reconoces; es obvio. Me encanta ese último momento de terror en tus
ojos. Y entonces, silencio.
952. MARÍA DEL CARMEN GARCÍA DOMÍNGUEZ – UN MUERTO EN
MI FELPUDO
Un caso más resuelto; Rick y Alex, se dirigen a su casa.
—La verdad, nunca pensé que podría ser la mujer; parecía tan inocente
—dice Rick.
—Ya, y eso sin olvi... Papá, mira.
Un cuerpo yacía en la entrada de la casa de Rick.
—Parece un suicidio —comenta Rick.
Un agujero de bala le atravesaba la frente. En una mano, la pistola; en la
otra, una foto de su familia.
—Papá, no toques nada —le advierte Alex.
Sin hacer ningún caso, Rick le da la vuelta. Encuentra unos cortes no
muy profundos, hechos, posiblemente, antes de efectuar el disparo mortal.
Parecía tener forma de triskel, un símbolo celta usado como talismán para
aliviar la fiebre y curar las heridas. En ese instante, Rick vislumbra una
sombra al fondo del pasillo; al llegar, desaparece. Alex le avisa de un
importante hallazgo.
—¿Qué pasa, Alex? —pregunta Rick.
—Debajo del cuerpo he encontrado una nota: Nadie toca a mi familia.
De pronto, se escuchan las sirenas de la policía y Kathy aparece.
953. MARÍA DEL MAR ANTÓN MARTÍN – EL PUÑAL
Cuando Adela vio el puñal por primera vez, no se sorprendió. Estaba
acostumbrada a ver objetos de lo más extraño en la tienda de antigüedades de
Antonio, su marido. Lo desconcertante fue encontrarlo enterrado en el jardín
de su casa, mientras excavaba para plantar un nuevo árbol. ¿Quién y por qué
había enterrado un puñal en su jardín?, se preguntaba con temor. Un ruido le
despertó de su ensoñación. Antonio, siempre tan formal y previsible,
regresaba del trabajo como todos los días, a la misma hora. Adela tuvo un
impulso y, sin pensarlo, agarró con fuerza el arma entre sus manos, miró
fijamente a los ojos de su marido y enrojecida, mostrándole el puñal,
exclamó:
—¡Me gustan los chicos malos!
Antonio le devolvió la mirada. Un brillo intenso, desconocido, casi
demoníaco, apareció en sus ojos. Adela sintió un escalofrío y supo entonces,
con certeza, que algo nuevo nacía en sus vidas.
954. MARÍA DEL PILAR HERRERO MARTÍNEZ – NUESTRA BODA, SU
FUNERAL
Para nada me sentía una asesina; a pesar de haberle ofrecido un brindis
tras un coito no muy largo con la tentación de la prohibición: uno, no ver a la
novia antes de la ceremonia; y dos, hacerlo en los aposentos de la catedral. No
pude evitar agarrar como pude la falda de mi vestido blanco, arrodillarme ante
él y besar por última vez sus labios rosados. La parte masoquista de mí aún
parecía querer amarle.
—Me enamoraste, me llevaste como gusano de seda que poco a poco va
creándose mariposa robándome la calma. Pero algo ha cambiado y no titubeé
en poner cianuro en tu copa.
Esperé que las palabras fuesen con él allá donde vaya el espíritu, y como
si fuese su repuesta inmediata, el vaho de su boca me pareció por vez primera
el de un muerto helado. Muchos creen que se suicidó; mi suegra fue la única
persona que relata haberme visto viva, con mi vestido de novia a las doce en
punto, ante la magnífica puerta por donde se supone que saldría de la mano
de mi esposo.
955. MARÍA E. MÁRQUEZ TORO – UN HOMBRE LOBO RABIOSO
Andrés Martínez murió la noche del 31 de octubre. Un testigo presencial
vio a la víctima perecer a manos de un hombre lobo. La madre contó que
había estado trabajando para el capo de una banda, César Castro. Él explicó
que eran amigos, que lo consideraba un hijo. El capo comenta que si el padre
se hubiera enterado de la relación que tenía con él se habría enfadado, porque
era muy severo con su hijo. Interrogan al padre y descubren que conocía la
relación. Empieza a enfurecerse y a mostrar signos de ira. El padre confiesa
que en un ataque de ira y de rabia salió disfrazado para vigilar al hijo y, al
verlo con el capo, enfureció y le clavó un cuchillo a su hijo en la espalda.
956. MARÍA ISABEL GARRIDO CURES – LECHO DE CRISTAL
—Pensaba que la caída bastaría —dijo él, mirando hacia la ventana por la
que la había empujado.
—Bueno —sonrió, y se le formó un hoyuelo junto a la boca—, con
tantos cortes y cristales uno más ni se verá.
Se agachó a su lado y hundió una navaja en su cuello.
Varias horas después, un desconocido se acercó corriendo a los agentes.
—Vosotros me habéis llamado —les dijo cuando lo sujetaron—. Soy su
contacto de emergencia. —Henri Chasseur lo miró e hizo un gesto para que
se acercase—. Soy Jean Tisserand, psicólogo —se presentó, mirándola.
—Cielo santo, finalmente lo ha hecho —murmuró—... Ya lo había
intentado antes, pero pensaba que podría ayudarla.
Apretó los labios y se dibujó un hoyuelo en su mejilla izquierda. Henri
volvió a mirar el cuello de la chica y frunció el ceño.
—Cuando un cristal forma un corte así de profundo, es casi imposible
que salga solo.
—Si puedo... ayudar en algo —dijo Jean.
El inspector Chasseur asintió con la cabeza.
—No se quede muy lejos.
957. MARÍA ISABEL ROMAGUERA CERVERA – INFLEXIBLE
El fiscal leyó un anónimo:
«Yo he planeado la muerte de Joe S. y usted lo hizo posible. Pidió una
receta extra de morfina, conseguí que sus huellas estuvieran en la caja y en el
vaso donde se mezcló con el zumo. Yo puse la morfina en el zumo, no dejé
huellas. Joe le dio el zumo a su mujer Mary, enferma terminal y heredera de
una gran fortuna. Murió. Tiempo antes, Mary donó su fortuna a ONG’s. Joe
nunca amó a Mary ni a su hijo no nato; solo amaba el dinero. Acabó en el
corredor de la muerte y fue ejecutado hace seis días. Como fiscal, consiguió
la condena por el asesinato de Mary. Joe era culpable de la muerte de su hijo.
Empujó a Mary por las escaleras; tiempo después, le diagnosticaron
leucemia.
Esta carta se ha hecho pública esta mañana. Cuando fui a su despacho se
negó a ayudarme por falta de pruebas por el asesinato de mi hijo. He
conseguido justicia para mi hijo. Saludos, soy Mary.
P. D. Me tomé el zumo con una sonrisa, y le di las gracias a mi asesino.
Te espero en el infierno».
958. MARÍA JESÚS ARÉVALO JÚLVEZ – UN BAÑO MORTAL
Adam era un joven universitario que trabajaba como cuidador del zoo de
Alsh para poder costearse la carrera. Era lunes, y como todas las mañanas,
nada más entrar al establecimiento, lo primero que hizo fue comprobar que
todo estuviera en orden en el estanque de los leones marinos, ya que era la
zona que más gente atraía. Al llegar a los alrededores, observó que algo raro
estaba pasando, ya que los pequeños leones se encontraban nadando
alrededor de lo que parecía una gran bola de masa negra situada en el centro
del tanque. Adam se aproximó lentamente, y atrayendo hacia un extremo a los
animales con diversos trozos de pescado, se sumergió en el agua para
comprobar qué era aquello tan extraño. Cuando logró alcanzarlo, se dio
cuenta de que una nube roja lo rodeaba, por lo que movió el objeto
misterioso con sumo cuidado, reparando a su vez en que, en realidad, aquella
excepcional entidad era asombrosamente el cuerpo inerte de Scott, el jefe de
seguridad.
959. MARÍA JESÚS JEREZ JEREZ – ¡NO HAY COMO LEER UN LIBRO!
Su mirada picarona lo dijo todo, y Leire no pudo decir «no». Era el
tercer cuerpo con una hoja del misterioso libro entre sus dedos. Owen
especulaba que era un libro con vida propia que mataba a sus víctimas de un
«susto». Owen, jugando con la evidencia, abre el libro y, sin querer, rompe
una de las páginas. La mirada de Leire fue fulminante. Sentimientos de enfado
y miedo se presentaron casi simultáneamente cuando notó que, al romper la
página del libro, se produjo una reacción química, permitiendo leer lo que
estaba escrito. Al mismo tiempo, las manos se impregnan de un líquido que
las anestesiaba. Pero eso no era todo; al romper la página, se pone en
funcionamiento un mecanismo de muchas agujas minúsculas que bombean
aire dentro de las venas de las manos, produciendo una embolia. Esto
explicaba la expresión de ahogo y sorpresa. «Un libro, un elemento tan
importante para vivir, se volvía un elemento mortal e inexorable para su
lector», pensó Owen, mientras notaba los pinchazos.
960. MARÍA JESÚS RODRÍGUEZ – EL MILAGRO INFELIZ
Qué bien me encuentro, un día ideal. Las palmeras se mueven con la
brisa marina, pequeñas olas mojan mis pies. Y el sol se va. Llamaré a mi
padre y le contaré que pronto van a salir las estrellas. En el otro lado del
mundo, Hugo recibe una llamada inquietante y dolorosa. Ha aparecido el
cuerpo de su hija sin vida, en una fuente de colores. El shock es tremendo.
Esta muerte inesperada los deja bloqueados. En la pequeña isla, Rosario
sigue disfrutando de su momento interrumpido por una fuerte tormenta, que
la deja incomunicada. Su padre llega al escenario del crimen, destrozado e
incrédulo. La autopsia confirma que es su hija. Se celebra el funeral bajo un
gran dolor. El momento no podía ser más esperpéntico al presentarse su hija
viva. La cara desencajada, hay desmayos y llantos. Su madre reconoce que dio
a luz a gemelas. Todos enmudecen.
961. MARÍA JOSÉ BLANCO MINGUELA – IDENTIDAD SUPLANTADA
Notaba el sabor del pañuelo que había utilizado como mordaza
poniéndomelo en la boca. Las lágrimas caían por mis mejillas, al mismo
tiempo que luchaba por liberarme de las cuerdas que me mantenían atada de
pies y manos. Mi respiración se agitaba momentáneamente cuando mis ojos
se cruzaban con los suyos, y el pánico se acrecentaba en mi interior. Era igual
a él. Su pelo, sus rasgos..., incluso su voz. El olor a putrefacción del cadáver
que yacía a pocos pasos de mí me provocaban ganas de vomitar. Pero era más
intenso el dolor que sentía en mi pecho al notar como el corazón se me
desgarraba al presenciar aquel atroz asesinato. Lo había matado. Apartándolo
de mi lado para siempre porque estaba enamorado de mí. Por eso tal
parecido. Por esa razón me había secuestrado. Probablemente, esperaba que
lo amase como lo amé a él. Estaba completamente loco y aquella locura me la
había contagiado. Pero ya no tenía importancia lo que hiciese conmigo. Jamás
despertaría de aquella pesadilla.
962. MARÍA JOSÉ GONZÁLEZ GRUESO – NUESTRA REGLA, NUESTRA
LEY
Mis amigas y yo somos como una mafia: te odia una, te odiamos todas.
Esa es nuestra regla más importante. Mi nombre es Lana, líder de la banda
asesina más peligrosa de Italia. Kia, Zoe y Paola son mis amigas; daría la vida
por ellas. El hijo de los Cantoni, una rica familia, osó jugar con Zoe y debía
pagar por ello. En eso estábamos cuando la hija pequeña vino a dormir con
su hermano. Al vernos, empezó a gritar, despertando a los padres, que no
tardaron en llamar a la policía. Kia, Paola y yo acabamos encerradas en
comisaría, esperando a la única chica de la banda capaz de burlar los sistemas
de seguridad. La celda se abrió, dejando ver a Zoe; salimos de comisaría y
subimos al primer coche que Kia pudo arrancar. Ya en la mansión de los
Cantoni, Paola le entregó una 9 mm a Zoe, quien subió por la fachada y
desapareció tras una ventana. A los pocos segundos, se escuchó un disparo.
Alguien ha perdido la vida por atreverse a jugar con una de nosotras; alguien
más conoce nuestra ley.
963. MARÍA JOSÉ OLIVERAS VALLEJO – LA PRESENCIA
Estoy en casa preocupada, incómoda por algo, no sé, mi perro se
levanta, mira fijamente hacia la puerta de la calle y empieza a emitir un leve
gruñido, pero algo le hace retroceder. Yo me acerco y le digo que se aparte,
miro a través de la rejilla, no veo nada, pero es verdad, siento algo, siento un
escalofrío que me recorre todo el cuerpo, ¿qué hago, espero? La sensación de
miedo se relaja, pero, de golpe, noto un aliento detrás de mi cuello, un calor
húmedo, mi perro empieza a agitarse, se pone nervioso. Me voy al salón y me
acurruco, tengo miedo, no puede ser, mi corazón empieza a latir fuertemente,
veo una sombra a través de las cortinas, cojo el teléfono rápidamente y llamo a
emergencias, hablo de forma entrecortada, susurrando; de repente, alguien se
acerca hacia mí, no le puedo ver la cara, mi perro ladra de forma exagerada,
voy corriendo hacia la puerta, pido ayuda, nadie me oye, de inmediato noto
que me sujetan, no puedo hablar, me han tapado la boca, me tiran hacia
atrás...
964. MARÍA JOSÉ PÉREZ – ED
Rachel se acercó a la ventana y su mirada se perdió entre las gotas que
caían en el cristal. No podía creer que se le hubiera escapado por segunda vez
en tres meses, y por un error... ¿Error? Repasó mentalmente una y otra vez
cada paso que había dado y no encontraba ninguno. Su compañero había
llegado unos minutos después y la encontró inconsciente en el parque.
¿Quizás su error fue ir sola a por él? ¡No! ¡Lo tenía todo calculado! De
pronto, lo vio claro... ¿Cómo había llegado su compañero tan pronto?
¿Cómo supo dónde estaba si ella no dijo dónde iba? ¿Por qué? ¿Su amigo y
confidente desde que estaban en la academia? Sus lágrimas asomaron y sintió
un dolor agudo... sangraba por el pecho. Se volvió rápidamente y allí estaba
Ed, mirándola, con su pistola en la mano y lágrimas en los ojos.
965. MARÍA JOSÉ QUINTIAN PALOMO – EL OTRO RICK
Rick recibe la visita de una antigua novia del instituto; le pide que
encuentre a su hijo, que lleva desaparecido varios días. Cuando lo encuentra,
descubre que el chico está investigando el suicidio de su compañera. Decide
ayudarlo y se da cuenta de la semejanza entre Xander y él. El joven periodista
es impulsivo y con mucha imaginación a la hora de tejer historias. Así, sin
saber si puede ser su hijo o no, y, sin decirle nada a Kathy, se sumerge en la
búsqueda del culpable de un delito del que no hay pruebas. Según avanza la
investigación, descubren que la muerta estaba investigando a unos policías
corruptos que recibían sobornos de la mafia rusa. Después de correr mucho
peligro, descubren que al final ¡no tiene nada que ver! Fue el amante del
marido, por celos. Rick consigue unos cabellos de Xander y va a ver a Lanie.
966. MARÍA JOSEFA GARCÍA GARCÍA – INCÓGNITA
Llegué agotado del hospital, no me apetecía hacerme nada de cena: unas
conservas y algo de frutas sería suficiente. Puse el hervidor al fuego para
tomar una infusión antes de dormir; prepararía todo en una bandeja para
irme al salón y relajarme un poco. Ya lo tenía todo dispuesto, cuando me
pareció oír unos pasos tras de mí, me giré, un hombre exhausto, de una
palidez extraña, vestido con pijama de hospital y un cuchillo en la mano
avanzaba hacia mí, y con voz reverberante dijo: «¡Ahora me toca a mí, este será
mi quirófano!». En un gesto de defensa, cogí el cazo de agua hirviendo y lo
arrojé sobre su rostro; ni siquiera se movió. Sentí el frío del acero en mi
cuello y, dando un salto, me desperté. Me había dormido. Recordé el agua
puesta al fuego y corrí a la cocina. Se me paró el corazón al ver el hervidor
tirado en el suelo y el agua esparcida por todas partes; no lejos de allí, el
cuchillo. ¿Sueño o realidad?
967. MARÍA LUZ CAÑETE SALDAÑA – UN DÍA DE SUERTE
No sé cómo ocurrió, pero cuando regresé a la sala de interrogatorios, mi
cliente estaba muerto. Todo había empezado unas horas antes; parecía un día
mas, una guardia normal, pero todo se había complicado de repente. Tras
recibir el aviso del colegio de abogados, acudí a la comisaría y, al entrar en la
sala, algo me sorprendió. Al principio no supe qué, pero pronto lo
identifiqué; ante mí, sentado y esposado a la mesa, estaba la persona que, años
atrás, arruinó mi vida. Cientos de imágenes acudieron a mi cabeza y, lo supe:
había llegado el momento que llevaba años esperando. Pese a todo, mantuve la
calma y desarrollé mi labor profesional con absoluta normalidad. Seguimos
el procedimiento habitual: aconsejé a mi cliente que no dijese nada en ese
momento y que, a continuación, tendríamos la posibilidad de hablar a solas.
Le observé detenidamente, no tenía ni idea de quién era yo... Cuando nos
quedamos solos, inmediatamente pené que por primera vez en mi vida me
alegraba de ser diabética...
968. MARÍA MERCEDES LAGE TEJERO – VIVO SOLA CON MI PERRO
Caminaba a paso rápido, el repiquetear de sus tacones rompía el silencio
reinante. Su corazón latía a vertiginosa velocidad, sentía el paladar seco y
notaba una gota de sudor frío cayéndole por la espalda. Hubiera jurado que
llevaban siguiéndola desde la estación. Lo notaba, lo sabía, lo sentía en el vello
de la nuca. Por eso respiró hondo y sonrió aliviada cuando el tipo de la
gabardina pasó a su lado adelantándola y la calle quedó completamente
desierta a su espalda. Aminoró el paso, pensó en el cariñoso recibimiento de
su perro esperándola en casa, su único compañero, su único amigo, su única
familia. Vivían solos desde hacía cinco años. A los diez minutos metió la llave
en la cerradura, le extrañó no escuchar al perro ladrar..., pero más le extrañó
notar como la puerta era abierta desde dentro.
969. MARÍA MONTSERRAT SÁNCHEZ FERNÁNDEZ – LA
ESTUDIANTE UNIVERSITARIA
Ana era una estudiante universitaria en la facultad de la UDL, en Lleida.
Una mañana estaba sentada en un banco, mirando hacia el río de la ciudad,
cuando de repente oyó un chasquido a sus espaldas: «¿Qué ha sido eso?»,
pensó. Se giró y vio a alguien enmascarado que la llevaba a rastras hacia una
furgoneta oscura. Su amiga Sara, que iba caminando un poco más hacia atrás,
ya que se habían enfadado, vio como Ana era secuestrada por aquel hombre.
Inmediatamente, dio aviso a la policía, con un ataque de histeria:
—¡Acaban de raptar a mi amiga! ¡Por favor, estoy delante de la facultad!
Al cabo de un rato, la policía se personó donde estaba Sara. Se la
encontraron llorando, destrozada. Empezaron a hacerle preguntas:
—¿Qué ha ocurrido?
—Nos habíamos enfadado —respondió Sara— y nos separamos, ella se
adelantó. Luego llegó una furgoneta de color azul oscuro, creo... se la
llevaron...
—¿Pudo verle la cara al secuestrador?
—No. Llevaba máscara.
970. MARÍA OLVIDO LÓPEZ GASCÓ – INCONEXO
Soy la detective Marie Logas, y todo empezó una fría noche de invierno.
Estando patrullando por la calle mi compañero y yo, de repente, oímos un
estruendo, y vimos a mucha gente correr. Ante la confusión de lo acaecido,
Pablo y yo salimos para ayudar. Aquella situación era desgarradora, puesto
que había muchísima gente ensangrentada, un coche en llamas y, por
desgracia, no se pudo hacer nada por salvar la vida de dos personas. Tras
descubrir que las dos personas fallecidas no estaban relacionadas entre sí,
hallé en el lugar de los hechos una posible causalidad entre ellas, puesto que
al parecer habían residido durante un año en la misma casa de acogida. Al
analizar los datos en profundidad, descubrí que Pablo, también, convivió en
ese hogar durante el mismo período, y que había utilizado la base de datos de
la comisaría para conocer la residencia actual de esas personas.
971. MARÍA PAZ GARCÍA CELADA – BAJADA AL INFIERNO
Simons llevaba horas sentado en su mesa. Comenzaba a arrepentirse de
haber insistido en llevar ese caso que todo el mundo consideraba un accidente
de tráfico. A él, le olió a asesinato. Sonó el teléfono. El detective Francis había
descubierto algo. Parker, el tipo que provocó el accidente, tenía los días
contados. ¿Intentar suicidarse llevándose a otro por delante? ¡Absurdo!
Decidió ir a casa de la víctima. Encima de una mesa, una foto. Sara dijo que
eran su marido, su novio de entonces, Henderson, y ella. ¡Henderson era
Parker!
Voló al hospital, donde un maltrecho Parker dijo con odio al ver la foto:
«He tenido una vida miserable. Si él no me hubiese quitado a Sara, la herencia
de su padre habría pagado el tratamiento que necesito. ¿Sabe? ¡Le pedí ayuda
y se negó! ¡Que me espere en el infierno, no tardaré en bajar!».
972. MARÍA RUIZ – SIN TÍTULO
El hombre que te observa desde el espejo está hecho una mierda. Barba
descuidada salteada de canas. Un cementerio de pútridos dientes. Una cicatriz
nívea que surca y deforma su ya de por sí poco agraciado rostro. La nariz
torcida, objetivo de puños dirigidos por mentes embotadas a causa del
alcohol. Pómulos prominentes y profundas ojeras enmarcan dos cuencas
carentes de toda humanidad. Ojos grises y cejas pobladas. Un escalofrío de
placer recorre tu espina dorsal al recordar la noche anterior. Desde el
momento en el que la viste cruzar la calle, desafiando a la gravedad sobre sus
altos tacones rojos, supiste que tenía que ser ella. Y ahora descansa sobre tu
colchón, adornando su cuello una flor a juego con los zapatos. Te acuestas.
Una sonrisa trastornada asoma en tus labios al comprender que los
verdaderos monstruos no se esconden debajo de las camas; duermen sobre
ellas.
973. MARÍA SOCORRO SÁNCHEZ IZQUIERDO – LA VARIABLE
La pila se tiñó de rojo mientras el agente de policía Roger se lavaba las
manos. Pensó en lo que había hecho tras meses de premeditación, y en la
única variable que le había salido de forma espontánea y que ahora descansaba
en su bolsillo derecho. Al día siguiente, se dirigió a su comisaría, cansado ya
de pensar en la jornada que le esperaba y en tener que ver a todos esos
compañeros que le caían tan mal y por los que fingía tener simpatía. Por el
pasillo, se cruzó con el agente Tanner.
—¿Te has enterado del caso de la mujer de Queens?
—La que le faltaba un dedo, ¿no? —dijo con aparente naturalidad.
—¿Cómo sabes tú eso? Son datos confidenciales.
Entonces, Roger se dio cuenta de su error y sintió como el bolsillo le
ardía como si tuviera vida propia, mientras le caían gotas de sudor por la
frente.
974. MARÍA ÁNGELES BLAY MUÑOZ – SIN TÍTULO
Volvió en sí, dolorida, ensangrentada y maniatada en un oscuro sótano.
—¿Soy un fracasado, alguien insignificante? Sus mentiras morirán con
usted.
Jactándose frente a ella estaba el sujeto que buscó y provocó durante
meses con la esperanza de que cometiese algún error.
—He pensado en tantos finales posibles... Lástima que solo pueda
matarla una vez.
—¿Tendré el privilegio de algo original? Plagiar asesinatos de películas,
algunas realmente malas a mi parecer, es algo falto de ingenio.
Él apretó sus puños en un intento de contener su cólera.
—Le habría reservado la escena de la ducha de Psicosis, pero por aquel
entonces usted aún no era objeto de mi afecto. No obstante, prometo
sorprenderla.
Se marchó probablemente a ultimar los detalles de su macabro plan. Ella
deslizó por la manga de la chaqueta una pequeña navaja con la que logró
soltarse. Minutos después, él volvió y, tras un forcejeo, la agente Allen le
seccionó la yugular y permaneció impasible viendo cómo agonizaba.
975. MARÍA ÁNGELES LÓPEZ – EL EXTRAÑO HOMBRE CARNÍVORO
Una fría noche de invierno en Madrid, mientras andaba por la larga calle
Fuencarral, de repente escuché gritos de auxilio y fui corriendo a un callejón
que había a diez metros de mí. No tenía salida; entonces vi como un hombre
mordía bestialmente a otro ser humano. El extraño se dio cuenta de que le
había visto y me miró; no tuve otro remedio que salir corriendo mientras
llamaba a la policía. Pasó media hora, vinieron y empezaron a preguntarme,
les contesté como pude, me dijeron que les describiera al hombre extraño; lo
hice. Liam, que es amigo mío y era ayudante de la policía, me estuvo
informando toda la noche. Tuvieron que llamar al FBI, porque este caso era
muy raro en España. Encontraron al hombre extraño, le gustaba comer carne
humana, es decir, era un caníbal; podía haber más casos ahora de este tipo.
Esa noche dormí un poco más tranquila, pero asustada por lo que podría
pasar.
976. MARIANO GARZO – EN SU LUGAR
Al enterarse de que solo le quedaban seis meses de vida, Carlos, un joven
de treinta y dos años que trabajaba de dependiente en un supermercado,
acudió a la comisaría a confesar su crimen. A los trece años, había matado y
enterrado a su amigo Luis. Contó, con pelos y señales, cómo había sucedido
y acompañó a la policía al lugar donde se encontraba el cadáver. Al inspector
Ruiz le llamó la atención que la confesión fuera tan detallada, pero que no
hiciera ninguna referencia ni al móvil ni a ningún hecho contemporáneo con
lo sucedido. Contactó con el padre de Carlos, que, a pesar de que llevaba más
de tres años en paro, vivía desahogadamente gracias al dinero que su hijo le
pasaba regularmente. Le contó que, cuando Luis desapareció, Carlos se
encontraba en coma, aquejado por la enfermedad que ahora era la causa del
fin de su corta vida, y que sus amigos Luis y Juan acudían a visitarle todos los
días, hasta la misteriosa desaparición de Luis. Juan seguía viviendo protegido
por su poderoso y adinerado padre.
977. MARI CARMEN RODRÍGUEZ MILÁN – EL BECARIO
Melvin, el becario al que todos evitaban porque le gustaba meterse en lo
que fuera, se esforzaba por caerle bien a Kevin; quería pertenecer a su equipo.
Esos días investigaban asesinatos de mujeres que aparecían muertas y sin
lengua a las puertas de iglesias. Como Peter enfermó, necesitaban ayuda para
la investigación, y asignaron a Melvin como compañero de Carmen. La
persona que buscaban era un asesino en serie, ya que eran cuatro de
momento las víctimas. Tras semanas de investigación supieron que la relación
entre las víctimas era que formaban parte de un grupo de ayuda para
indigentes. Melvin pertenecía a uno de esos grupos y, aunque investigaron,
los asesinatos cesaron y cerraron el caso sin averiguar nada. Melvin regresó a
su casa, abrió la nevera y allí, en un frasco, se encontraban cuatro lenguas.
¿Seguiría matando cuando no le permitieran trabajar en algún otro caso?
978. MARIMAR BARROSO SÁNCHEZ – BEUCA
Beuca llevaba días con el caso de un asesino en serie que le producía
insomnio. Cada sábado aparecía un cuerpo en puntos distintos de la ciudad.
Esas muertes tenían en común la falta de pruebas y las notas que dejaba en las
manos de las víctimas. En el primer cadáver se leía: El Botijo no podrá hablar
más; en el segundo: El Patito no podrá escribir más; y en el tercero: El topo no
volverá más.
Pensó en aquellas extrañas notas, parecían motes despectivos. Esos
insultos se habían repetido en todas las víctimas. Hablaban del asesino.
Recordó que en clase había escuchado expresiones así. Investigó los institutos
y eran diferentes, pero si había algo que coincidía, más bien alguien, era su
antiguo profesor de inglés. Había abandonado los tres centros porque los
alumnos le acosaban e insultaban, entre ellos las víctimas. Beuca arrestó al
profesor. Su venganza contra los alumnos había terminado.
979. MARINA CABALLERO – VENGANZA
Todo está oscuro. Por fin ha acabado. Las voces se han callado. Ella ya
no se mueve. Por fin. La miro, me mira. Su alma ya no está en este mundo,
pero parece que sigue aquí. Me observa, se ríe de mí, sabe que no la puedo
ocultar a tiempo. Eso quiere, quedarse ahí, para que me encuentre la policía y
acabar en la cárcel. Desgraciada, quiere arruinarme incluso muerta. Siempre
me ha quitado todo lo que yo quería. Por eso ahora está muerta. Por eso
ahora mi ropa está manchada con su asquerosa sangre. Por eso esa misma
sangre mancha las tijeras que tengo en la mano. La sed de sangre se ha
apoderado de mí, y las cosas han acabado así. Ahora ya no hay obstáculos.
Por fin ha acabado; las voces han cesado. Mereció la pena. Todo para
eliminarla.
980. MARINA MORENO OJEDA – OSERGER YRREJ NOSYT
El recuerdo, las memorias, ese sentimiento, ese instante en el que
comprendes que ya no puedes contigo mismo... El trauma olvidado. Un
asesinato que nos cambiaría a todos por completo. Una penumbrosa calle,
sucia y con un cadáver que nadie se esperaba. Una sola puñalada en los
riñones, seguida de varios cuchillazos. Decimoquinto aniversario de la muerte
de Johanna Kathy, y el episodio se repite. No han dejado ninguna pista,
ninguna huella, nada. Ha sido un crimen rápido y limpio, y no hay nada con
lo que relacionar. Simplemente, un cadáver, el de Martha Rogers. Debajo del
cuerpo había una nota del asesino que decía: Oserger, Yrrej Nosyt. El
asesinato era, por primera vez, el crimen perfecto, y como tal nunca fue
resuelto. Porque nunca entendieron la nota, que girándola decía: Regreso,
Jerry Tyson. Había vuelto... Volvió a jugar con nosotros, y esta vez nos dio
fuerte...
981. MARINA SÁNCHEZ PASCUAL – REENCUENTRO
Mientras Rick intenta recuperar a Kathy, investiga un nuevo caso; una
chica de unos dieciséis años y su padre le piden que investigue la desaparición
de su mujer, Sally, que lleva tres días sin contactar con ellos y están
desesperados. Erik y Christine aseguran que no es normal en ella. Después
de seguir una serie de pistas muy confusas, Rick averigua que Sally es en
realidad Johanna Kathy, la madre de Kate, que tuvo que fingir su muerte y
cambiar su identidad para salvar su vida y la de su familia, ya que Braken
quería matarla. Rick, sin decírselo a Kate, busca y encuentra a Johanna con
ayuda de su padre y sus contactos de agente secreto. Ambas se reencuentran,
y Kate se siente muy confusa, enfadada con ella por no haber contactado, feliz
porque su madre sigue viva y abrumada por su nueva familia. Pero sus
enemigos les pisan los talones, así que dejan todo a un lado y trabajan juntas
para acabar de una vez con esa gente que tanto interés tienen en hacerlas
desaparecer.
982. MARIO CHAZETA SIRES – SANGRE AL AMANECER
Museo de Arte Moderno de Nueva York. El pintor Daniel Miller inicia
una exposición de sus obras más influyentes. Una mañana, un encargado
descubre que el autorretrato más famoso del pintor porta una mancha de
sangre nunca antes vista. Jason, perteneciente al cuerpo de inteligencia
criminal del NYPD, es enviado a su casa para informarle. Al entrar, encuentra
su cuerpo sin vida frente a su portátil aún encendido. Deteniéndose a observar
qué estaba haciendo cuando lo asesinaron, descubre que iba a desvelar a
alguien la existencia de su nueva obra maestra. Al bajar al sótano donde
trabajaba, descubre que el lienzo del que hablaba había desaparecido y el
caballete estaba roto. El asesino quería que encontrasen el cuerpo del pintor,
por eso dejó aquella pista en el museo. ¿Quién asesinó y robó al famoso
pintor neoyorquino?
983. MARIO CORDERO SÁNCHEZ – SUSPECT 0
Y en ese preciso momento, sintió un hueco en su estómago. LT. Virgil
Vasquez llevaba horas y horas revisando informes y fotos del último asesino
en serie. Revisando en su escritorio, no encontró nada más que una botella de
Johnny Walker a medio acabar para saciar su hambre. Cogió un vaso y un
poco de hielo del mueble–bar de su despacho y se dispuso a vaciar la botella.
La incipiente tormenta que asolaba el estado de Maine comenzaba a golpear
fuertemente contra los cristales. Vasquez se recostó sobre su acolchada silla de
escritorio y retomó su investigación. Fue pasando una tras otra las fotos y se
percató de que tenía las manos manchadas de sangre... Virgil no entendía
nada; un rayo iluminó la estancia, sacando a relucir huellas de sangre por
toda la habitación. En ese momento, lo tuvo todo claro: él era el asesino de su
propio caso.
984. MARIO GARCÍA ALONSO – JAZZ. ¿EL DIABLO?
Era un viejo músico de jazz, auténtico, marcado por la depresión y la
tristeza que le asolaba desde la niñez. En una mecedora de hierros,
improvisaba con su trompeta bajo la tenue luz de un farolillo. Apareció en la
penumbra de la noche lo que parecía una silueta femenina. Se derrumbó, el
viejo músico, sobresaltado, y corrió hacia donde se encontraba la mujer.
Cuando llegó, lo único que consiguió escuchar antes de su último aliento
fueron unas palabras casi ininteligibles que decían: «¡Ahora te toca a ti, viejo!».
No pudo dormir en toda la noche; ¿quién iría a por él? Las dudas le
atormentaban. Al día siguiente, en los periódicos no decían nada del presunto
asesinato, no entendía nada... Cuando llegó a casa, cogió su vieja trompeta y,
al soplar, fue muriendo lentamente bajo los efectos de un extraño veneno.
Mientras los ojos, pesados como el plomo, se le iban cerrando, vio a aquella
misteriosa mujer.
985. MARIO GUARDO GARCÍA – SUAVEMENTE ME MATA
La noche es fría y las calles están desiertas. Camino de vuelta a casa;
siento un fuerte golpe en la cabeza y caigo al suelo. Mientras intento
reaccionar, oigo una voz, adivino una sombra. ¿Alguien intenta ayudarme?
No. Noto como unas manos se aferran alrededor de mi cuello, unas manos
ásperas, rudas, grandes y fuertes... Con la mirada turbia, aturdida aún por el
golpe, pongo mi mirada sobre la suya. Su cara la he visto antes, pero no lo
reconozco. Sus labios se mueven, me dice algo, pero no consigo escucharlo.
Subido a horcajadas sobre mí, sus manos atenazan mi garganta, noto como se
me acelera el pulso y me falta aire... Forcejeo, le golpeo, intento escapar.
Empiezo a marearme mientras todo a mi alrededor empieza a desvanecerse.
Entonces me doy cuenta. Desisto. Cierro los ojos. Exhalo mi último aliento.
Luego, solo oscuridad.
986. MARIO RAMERI – SIN TÍTULO
El día que sale la noticia de que Star Trips inaugura su primer viaje
turístico a Marte, la policía se encuentra en un hotel el cuerpo sin vida de
Sara, una secretaria de una multinacional que se dedicaba a suministrar
alimentos y materiales a compañías aéreas. Revisando las llamadas enviadas y
recibidas por el teléfono, encuentran que se repite mucho un número: resulta
ser de Jorge Durán, redactor de una web de noticias. La víctima había
contactado con él para pasarle información referente a conductas sospechosas
de la empresa. Fénix está en la puja de un suculento contrato con Star Trips
para ser los únicos suministradores de todo tipo de productos para los viajes
al planeta rojo. Además, la policía descubre que Fénix había despedido a Sara
por espionaje industrial. Después de que la policía descarte al consejero
delegado de la multinacional como principal sospechoso, descubren a un
periodista que había recibido pagos en su cuenta. Sara, al ser despedida,
sospecha de él y quedan en el hotel.
987. MARIOLA RAMOS – DESTAPANDO AL TRAIDOR
El detective A. J. sabía que no llegaría a resolver el asesinato de la joven
Lisa, pero confiaba en que su compañera lograra descifrar aquel enigma
gracias a sus investigaciones y las pruebas halladas por él. Sin más, sujetando
con su mano derecha su pistola y con la izquierda, cubierta de sangre,
presionando la herida de bala de su costado, esperó que llegara su fin sentado
contra la pared de dentro de un viejo almacén. Tras encontrar el cuerpo de su
compañero, aquel caso se convirtió en algo personal para la detective M. C.,
que ahora debía encajar todas las piezas para resolver ambos asesinatos. Pero
¿qué hacía siguiendo una pista solo en aquel lugar? ¡Claro! «Debió
traicionarle alguien de su confianza», pensó. Aquel detalle le llevó hasta el
asesino, el único que conocía todos los detalles del caso, y empujó a su
compañero a la trampa en la que perdió la vida. Todo le apuntaba a él, al
inspector E. S., quien cometió ambos asesinatos para tapar un crimen aún
mayor y que nadie podía imaginarse.
988. MARISA FERNÁNDEZ RIVERA – UNA DE PIRATAS
Rick y Kathy, para celebrar Halloween, se disfrazan de piratas y salen a
navegar en velero. En alta mar descubren flotando el cadáver de una mujer
asesinada con un medallón del siglo XVII. Alarmados, vuelven a puerto,
donde descubren que el cadáver corresponde a la Sra. Eli Spon, que era
buscadora de tesoros. El rastro del medallón les lleva a confirmar que
perteneció al tesoro del galeón San José, hundido en junio de 1708 en
Cartagena, Colombia.
Era evidente que cualquiera podía haberla matado por ese tesoro,
valorado en cinco mil millones de dólares, pero la investigación les lleva a
descubrir que su marido, el Sr. Pete Spon, que mantiene un romance con la
Sra. Christine Lizt, conservadora del museo marítimo, orquestó su muerte
para quedarse con la totalidad del tesoro. Los contactos de la Sra. Lizt podrían
colocarlo en el mercado negro.
989. MARISOL RIVERO PÉREZ – LA PEREGRINA DESAPARECIDA
De vacaciones en un viaje a España para hacer el Camino de Santiago.
Cuando pasan por un hostal de peregrinos, la policía interroga a varias
personas que han descubierto unas manos amputadas. Se enteran de que una
peregrina americana como ellos ha desaparecido hace veinte días. Jane y Phill
deciden hablar con la policía española por sí han averiguado su paradero y
siguen su camino. Siguen las indicaciones del mapa, pero de pronto una
flecha pintada en un pedestal les indica que deben cambiar la ruta. Siguen esa
flecha y llegan a una casa que parece abandonada, y la única persona que la
habita les parece huidiza y extraña. Deciden dar la vuelta aprisa para evitarlo y
piensan que esto mismo ha podido pasarle a la peregrina desaparecida. A
partir de ahí, deciden investigar por su cuenta y comprueban que ese hombre
tiene mucho que ocultar...
990. MARKEL LÓPEZ ILARDUYA – MIKE, EL OPTIMISTA
Mike, ante situaciones complicadas, pone buena cara y afronta todo lo
que le venga. Incluso cuando raptaron a toda su familia y se los llevaron hasta
México, él solo pensaba en las buenas vacaciones que se estaban pegando en
un sitio muy soleado y con playas. Lástima que meses después le llegaron sus
seres queridos. Lo bueno es que siempre se ilusionaba al ver las cajas, ya que
no sabía qué partes de ellos contendrían.
991. MARKO ANTONIO MUÑOZ PIPAON – EL FIN DE MI CARRERA
CRIMINAL
Es una Desert Eagle; la conozco bien, dicen de ella que es la más sexy de
todas las armas de fuego. Su calibre doce con siete me está apuntando...
Siento la inquisitoria mirada de su cañón, esperando escupir la bala que acabe
con mi vida... Detrás de la mano que firme la sostiene, el rostro de Mike...
Ese perro de los bajos fondos que parece tener siete o doce vidas y ningún
escrúpulo. Aprieta la mandíbula sonriendo cruelmente... «¡Vas a morir!», me
ha dicho, y mucho me temo que así va a ser... Suena como un trueno el rugir
de la pistola... Durante una millonésima de segundo veo como la bala se
acerca rauda hacia mí... Un letrero de neón rojo parpadea sobre la entrada del
club. Dentro, los muchachos beben whisky...
992. MARTA BANZAS RODRÍGUEZ – ECOS DE MUERTE
Ya estábamos discutiendo otra vez; él ya se había cansado de mí, sentí
miedo, levantó la mano y con aquel paraguas me golpeó una y otra vez hasta
que perdí el sentido. Estaba aterrada, sentía frío, y cada vez más dolorido, mi
cuerpo se negaba a responder, oía como él se lavaba las manos y después
afilaba un cuchillo. No sé muy bien qué pasó a continuación, pero fue mi
maltrecho cuerpo el que me reveló que estábamos en el exterior; la brisa fría
nocturna acariciaba mi cuerpo. Y entonces él rompió el silencio diciendo:
«Adiós, Laëti». Un último golpe en la cabeza y un par de cortes en las
muñecas. Dejé de respirar, y exhalé mi espíritu. Aquel hombre que decidió
matarme, aquel que supuestamente me quería, corrió a la policía denunciando
mi desaparición, con aspecto de víctima y amante esposo; por ello jamás
sospecharon de él. Mi caso se cerró pocos años después por falta de pruebas,
y mi nombre se perdió en el tiempo. Pues solo soy una prostituta que intentó
rehacer su vida.
993. MARTA DOCIO – HISTORIA 47
En el bar Historia 47, que estaba junto al parque, hubo un asesinato la
semana pasada. Un hombre paralítico, cuyo nombre era Roger Ramírez,
asistía todos los sábados a las 20:30 a tomarse un whisky en las rocas porque
había una camarera que le gustaba muchísimo, Alejandra. Un sábado, Roger
le preguntó a Alejandra si quería beber algo con él, y ella lo rechazó y dijo
que no le estaba permitido salir con clientes. Entonces, a Roger le dio tal
coraje que en uno de sus estudios de la clínica del sueño, mientras dormía,
salió a matar a Alejandra.
Llevaba tres días desaparecida. BKevin, su jefe, contactó con la policía y
fue así como descubrieron que era Roger Ramírez quien había asesinado a
Alejandra. La policía detuvo a todo el personal de la clínica del sueño, puesto
que se supo que habían sido cómplices.
994. MARTA FERNÁNDEZ – FRACCIÓN
Solo buscaba una recompensa económica, que era lo único que llenaba
mis tristes amaneceres, en los que los gritos de mi bebé no tenían un volumen
superior a los de mi cabeza, esos que me atormentaban diciendo que accionar
el gatillo era fulminar una vida humana. Tenía un desconcierto volando por
mi cabeza, ese que no avisa del todo y es traidor al hacer relato de mi
presencia, tal como indicaba esa repetitiva nota que era dejada cada día en mi
portal. Recuerdo que tenía una mano congelada en contraste con la helada
pistola que sujetaba en la otra. Lo que más me costaba de todo aquello era
abrir las puertas de las casas, ya que, si lo hacía, se cerraba la de una vida,
pero sin lugar a duda lo que más me impactaba era ver el rostro de ese
individuo que veía su epílogo. Ya me había dispuesto a hacerlo cuando un
cortocircuito atravesó mi mente en esa fracción de segundo, al ver las atónitas
cejas de mi sobrino que se arqueaban mientras su mente buscaba un
significado a lo que sus ojos contemplaban.
995. MARTA GARCÍA–BARDÓN – EL SEÑOR SMITH
Todas las mañanas se despertaba con rasguños y arañazos esparcidos
por el cuerpo. Los primeros meses pensaba que era por culpa de Mittens, su
gato. Pero tras sacrificarlo, las heridas seguían apareciendo. En sus visitas al
psicólogo Torben Smith, este le decía que seguramente era un problema de
cabeza, que se lo hacía él mismo mientras dormía. Pero tras un año de heridas
y arañazos, Noah Chambers apareció en su cama, muerto, con una gran
herida en el pecho y un cuchillo a su lado. Los policías Andreas Larsen y Kim
Maule, que investigaban el caso, descubrieron que hace cinco años, Noah,
había tenido un accidente de tráfico en el que murieron Emily Fox y su hija.
Después de hablar con la familia, decidieron ir a ver al psicólogo. Pero
cuando llegaron a su consulta, él se había fugado, y allí solo había una nota.
Torben Smith en realidad era Torben Fox...
996. MARTA GONZÁLEZ FERNÁNDEZ – EXPOSICIÓN
Recuperé la consciencia al sentir un leve escalofrío, suficiente para
despertar todos mis sentidos inertes, esos que no lo habían estado en toda mi
carrera en el FBI. Unos ojos azules me esperaban, incrédulos, bajo esa pared
grisácea y unos débiles fluorescentes parpadeantes. Ese desconocido
preguntó rompiendo el silencio: «¿Tú sabes de qué va todo esto?».
No fue más escalofriante que lo que había sentido anteriormente, todo lo
contrario, algo reconfortante. Mi mente no paraba de dar vueltas, pero mi
cabeza, casi por instinto, se movió de lado a lado; nunca sabré si por negación
o por una mera contracción. Todo pasó muy rápido, en ráfagas que no se
hacían visibles del todo, nuestra única prioridad era salir de allí, pero fue
desplomada por estas palabras que venían del interfono: «Toda la población
está influenciada por el caso; despertadlos, esta investigación criminal solo
depende de ellos».
—Bueno, esto sin dudar lo pongo en mi currículum —bromeó él
intentando paliar nuestro estado de shock.
997. MARTA LIETOS ÁLVAREZ – ASESINATO EN EL TEATRO
¡Bang! Mientras el cuerpo sin vida del actor Leblanc se desplomaba, los
gritos de horror y miedo inundaban el teatro. El pánico cundió, y los
espectadores salieron de la sala rápidamente. Él creía que nadie le había visto
cometer el crimen, pero se equivocaba: la detective García lo había visto todo
desde el palco. Bajó lo más rápido que pudo hacia la platea, donde había visto
al asesino vestido de acomodador. Cuando llegó, ya no estaba; aun así, por
suerte para ella, ese no era el primer crimen que presenciaba en un teatro, así
que, aunque le hubiese perdido de vista, sabía que probablemente se estaría
dirigiendo hacia los camerinos para cambiarse. Cuando García entró allí,
encontró al asesino apuntándole con una pistola. Poco más pudo hacer, aparte
de llamar a la policía, ya que, para su sorpresa, el asesino acabó con su propia
vida.
998. MARTA M. S. – SIN TÍTULO
Los restos de Mark descansaban sobre la alfombra de su estudio. Los
inspectores observaban el charco de sangre que se extendía bajo su cuerpo en
contraste con la escasez de ese líquido en la herida de su pecho. Ni un arma,
ni un motivo, ni una pista. Solo cientos de libros de poesía y ensayo
decoraban las frías paredes. «Lógico: Mark adoraba la literatura», fue lo único
que pudieron decir sobre él aquellos que le conocían. El caso se abandonó
por falta de pruebas. Sin embargo, la clave para resolverlo seguía esperando a
ser encontrada en el estudio de la víctima. Aquel trozo de papel en blanco,
húmedo, tendido en el suelo, que de no ser por el líquido derramado habría
rezado: Y me despido con la estaca de hielo que al derretirse borre de mi
cuerpo la sangre y de mi mente el recuerdo de la vida.
999. MARTA MARTÍNEZ TEJERO – LA HERENCIA
Le quedaba poco. La sangre manaba por su cuello como si de un
manantial se tratara. Sus manos trataron de zafarse de las esposas que
aprisionaban sus muñecas y de las cuerdas que ataban sus tobillos, pero era
imposible. Sus ojos comenzaron a acostumbrarse a la oscuridad. Le resultaba
familiar el aroma mezcla de tabaco y ambientador de lavanda. También el
sonido procedente de la calle. Sabía dónde estaba. Recibir la noticia de la
herencia de su tía había sido el detonante de todo. No tenía hijos, por lo que
su hermano sabía que, en caso de fallecimiento, el heredero sería él. Tras
meses de sentirse amenazada, llamó a la policía, avisó a su familia y amigos,
pero nadie la creyó... Era su hermano, por el amor de Dios. La encontraron
en un charco de sangre inconsciente. Su tía lo había previsto en el
testamento...
1000. MARTA ORDUNA CORTILLAS – SIN TÍTULO
Se siente en lo más profundo de sus oscuras pupilas; su piel
resquebrajada resiste sus últimos pasos mientras parece que su corazón
bombea cada vez más lento. Siempre te acompaña su incesante vibrar, hasta
cuando el más mínimo destello que entre la grieta de tu persiana se abre paso
ha desaparecido. Dicen que el miedo siempre te llena y que, como el mar,
todo se lleva aunque su agua salada te cure. Porque por mucho que huyas,
igual que esa agua no se puede morder, de ella no puedes escapar.
1001. MARTA PINTOS VARELA – ROBERTO
Un grito (agudo, espeluznante, sonoro) rasgó la noche. Horas atrás, esta
había estallado sobre la colina, sobre la mansión, toda en silencio. Nada
nunca volvió a ser igual. Los pasos se sucedieron, mientras los últimos ecos
de voces dispares rebotaban por el hogar. La primera en llegar fue Alejandra,
la criada, seguida por el mayordomo. El pulso le temblaba al abrir la puerta.
La escena era dantesca: en la cama, bañada en sangre, estaba la señora
Martínez, ya sin vida. Se les heló hasta el alma: a sus pies, sosteniendo un
cuchillo que goteaba sangre, estaba Roberto (hijo del jardinero y asiduo de la
casa desde el día de su nacimiento). Los dos miembros del servicio
reprimieron sendos gritos, mientras Roberto se sentaba contra la pared,
lívido y mudo. Siendo incapaces de sonsacarles una sola palabra, lo dejaron
en manos de la policía.
1002. MARTA QUEMADA BUENO – DESTINO FINAL
La noche ya nublaba las calles con su manto oscuro, y los adoquines del
callejón resbalaban casi como en un certamen de patinaje sobre hielo. A la
sombra de una farola se encontraban un par de zapatos de charol verde; a
pocos metros, estaba el cuerpo que había llevado hasta allí a Amelia Knox. La
joven detective apartó su melena azabache para luego estirar de sus pantalones
de tiro recto y agacharse frente al cuerpo. Ella sabía que aquel caso no era
como el de los demás. Ni una sola gota de sangre se precipitaba de su lugar.
La mujer de piel de porcelana y azulados labios, desnuda de torso, reposaba
en el suelo, rodeada por flores silvestres de todos los colores; sus ojos
verdosos se mantenían vidriosos en un mirar a la nada, y su cabello castaño se
repartía por el suelo como el halo de un santo. Aquella mujer parecería
perfectamente viva de no ser por la marca de un rojo furioso en su cuello.
Amelia estaba enfadada; aquel no era el primer caso y parecía que no sería el
último.
1003. MARTA REQUENA – NOCHE OSCURA
Sophie se dirige a su casa, está a tan solo dos manzanas, los zapatos de
tacón le están destrozando los pies. Su miedo a la oscuridad hace que cada vez
dé pasos más firmes y agigantados. A tan solo dos metros del portal de su
finca, empieza a buscar las llaves en su bolso, remueve todo su interior y
sigue sin dar con ellas; los nervios de encontrarse en un barrio oscuro,
silencioso y aislado, le provoca que su corazón y su respiración se aceleren.
Al fin las encuentra, frente a la gran puerta de madera tallada. Le empieza a
temblar el pulso, lleva varios días con la extraña sensación de que alguien le
observa, mete la llave en la cerradura, la gira bruscamente y se adentra,
cerrándose la puerta tras ella. «Al fin», murmura, mientras palpa la pared en
busca del interruptor de la luz. Al mismo tiempo que lo toca, siente una mano
cálida y rugosa, alguien le susurra: «Te estaba esperando, Sophie». Un
gemido seguido de un grito anulado por la mano del intruso se pierde en el
silencio de la noche.
1004. MARTA RODRÍGUEZ SACRISTÁN – DOCE
Doce chicas, doce sitios y doce muertes. Anya estaba perdida. En una
noche, su mesa se había llenado con aquellos doce casos en los que solo
coincidía la hora y el modus operandi. Anya miró a Miriam, su compañera.
—¿Cómo pueden arrojar a doce chicas, desde doce ventanas de doce
hoteles distintos, simultáneamente?
Al revisar las cámaras de seguridad, vieron a doce hombres que vestían
igual y lo único identificativo era el símbolo de sus chaquetas. A Anya le
resultaba familiar, pero no recordaba dónde lo había visto. Los investigadores
no encontraban pruebas y Miriam insistía en cerrar el caso.
—Pero, Miriam, necesito la respuesta.
Anya no quería rendirse, sabía que había visto ese símbolo antes. Al
volver a casa, encontró a Miriam y a doce hombres a su alrededor. Ya
recordaba dónde lo había visto, en Miriam.
—Anya, aquí tienes tu respuesta.
Doce balas impactaron en su cuerpo simultáneamente.
1005. MARTA SOLDEVILLA MARTÍNEZ – NOCHE ESTRELLADA
Una joven pareja decide pasear por Hyde Park para ver las estrellas. De
repente, oyen un ruido. Al ver qué sucedía, se atemorizaron, era un cadáver
dentro de una canoa.
El agente Carter se disponía a acercarse al lugar del crimen, mientras los
detectives estaban con el testimonio de la pareja y otros testigos. A su paso,
encontró pruebas y las guardó para posteriormente entregarlas en el
laboratorio. ¡No podía creerlo! La víctima era Amanda Young, una
prestigiosa abogada. Las horas pasaban y nadie daba con la solución.
Examinaron el ADN hallado en la canoa y coincidía con un testigo. Se
llamaba Eric; su expediente estaba limpio, sin antecedentes. Pero también
figuraba que Amanda había sido la abogada de su exmujer, la cual le dejó en
la ruina por todas las mentiras que esta había inventado. No fue difícil
encontrarle, fue a Hyde Park. Estaba desolado, se notaba que quería confesar.
Esperó unos segundos y dijo: «Yo no quería matarla, solo quería recuperar
mi vida».
1006. MARTA VALLS – SIN TÍTULO
«¡Muere, muere, muere, muere, muere!», gritaba sin cesar. Me miró a los
ojos y me clavó el destornillador una y otra vez. Con el pecho totalmente
perforado, siguió su trabajo en mi rostro; me dejó completamente
irreconocible. Hacía horas que no notaba dolor alguno. Mi asesino fue un
joven con esquizofrenia paranoide. Esa mañana había vuelto de trabajar y me
encontraba descansando en el sofá cuando llamó a la puerta. Le invité a entrar.
Fue el mayor error de mi vida. Al padre del chico lo mataron con la misma
herramienta y, al verla en la mesa, se abalanzó hacia mí. Empezó a perforar mi
cuerpo al son de sus gritos; las paredes se llenaron de sangre y mi cerebro
dejó de responder. Horas más tarde, se oyeron las sirenas de la policía junto
con las de la ambulancia. Los agentes encontraron dos cadáveres: el mío y el
del chico, quemado totalmente con ácido sulfúrico.
1007. MARTÍN DOMÍNGUEZ – SE LLAMABA JULIA
La pobre chica no iba a llegar viva al hospital; nadie me lo especificó,
pero la cara del paramédico era más expresiva que cualquier informe. El
forense indicó que la herida tenía forma curva. ¿Quién tiene un cuchillo
curvo? Y en ese momento lo recordé, los vi antes. Se suelen montar unos
puestos de antiguallas en la plaza, y el otro día había unos rusos vendiendo
entre otras cosas unos cuchillos con esa forma. Tras una conversación con los
rusos, supimos que los cuchillos se habían vendido como el ron de garrafón,
un viernes a las nueve de la noche. La sorpresa llegó cuando encuentro en mi
despacho a un chico y el cuchillo en cuestión. El pobre infeliz lo confesó
todo: al parecer, iba borracho y se encontró con ella, que volvía a su casa, él le
tiró los tejos y ella le rechazó, con la mala suerte de que el nene era mal
perdedor y le pareció buena idea vengarse. Lo peor es que la mató sin
siquiera saber su nombre; por eso, se lo dije al esposarle: «Por cierto, se
llamaba Julia».
1008. MARTÍN ALEJANDRO GARCÍA SASTRE – NOCHE EN EL BLUE
SEA
Desde el primer momento, mi relación con Eva había sido así: ella
dominando la situación, y yo, dominado por ella. Era una adicción para mí,
y deseaba satisfacerla en todo. Por eso no pude negarme cuando ella,
descabalgando las gafas de sol de su nariz, me dijo: «No estaría mal asesinar a
alguien, a quien sea. Seguro que eso ha de darte un subidón que te cagas.
Todo el mundo nos recordaría, pasaríamos a la historia, como Ted Bundy,
como Betty Neumar...». Esa misma noche, siguiendo sus deseos, forcé la
cerradura del apartamento 423 del Blue Sea. Ella yacía sobre la cama,
durmiendo, enfundada en un camisón de raso. Saqué la navaja de mis jeans y
acaricié la palma de mi mano con su hoja. Luego, instintivamente, como un
animal, me abalancé sobre ella. Abrió los ojos, ojos de pánico, de muerte...
Eva había desaparecido... No sé si realmente se llamaba así, y ciertamente,
aunque quisiera, no podría ni siquiera describirla, porque, ahora que lo
pienso, nunca vi más allá de sus ojos infinitos.
1009. MARTÍN JESÚS JEMES CUBERO – PERSECUCIÓN,
INTERROGATORIO, INVESTIGACIÓN
Persecución. El malo delante del bueno, como siempre. Callejón
lóbrego. Dispara y el malo cae al suelo. Dale una del 44 e invadirá un país él
solo.
—Es una lástima... —dice quitándole la pistola al malo— que te quitaras
la vida justo antes de que pudiera cogerte...
El relámpago ilumina el callejón, la sangre se vierte y mañana, mañana
volverá a salir el sol. Interrogatorio. La sala apesta a tabaco del malo. El malo
no quiere soltar prenda. Las hostias le llueven hasta que se queda más suave
que un guante.
—Confiesa.
El malo le escupe sangre a la cara. Mal hecho. Porra extensible y adiós
rodillas.
—Confiesa.
Dale una porra extensible e invadirá un país él solo. Investigación. Nada
encaja, todo es falso. El malo es el malo, y el bueno lo sabe. No hay pruebas.
Dale pruebas e invadirá... ¿un país él solo? Esto se desvirtúa, como el papel
que juega el bueno. Es bueno para sí mismo, piensa, pero también lo es el
malo...
—Ha entrado en mi mente.
Saca la del 44 y se pega un tiro.
1010. MARU COSTAS COUSO – EL TRABAJO NUNCA DUERME
Fuera hacía frío. Cómo odiaba ese momento, no quería salir. Aún
recordaba el calor de su casa, los calcetines gordos, la manta medio
aterciopelada, su vaso de vino y su libro abierto por la mitad, ese libro que la
hacía sentir vigorosamente nueva. Pero el trabajo es el trabajo y un crimen no
se resuelve solo, al menos no normalmente. Aquella noche, el panorama no
era nada alentador: una joven muerta en mitad de un callejón sin salida y sin
ningún tipo de identificación.
—¿Cuánto tiempo lleva muerta? —preguntó Daphne a Sam, la forense.
—Es difícil determinarlo, pero apostaría a que lleva entre cuatro y seis
horas muerta.
«Nos espera una larga semana», pensó Daphne, aunque ni por asomo
sabía lo que se le iba a caer encima. Por supuesto, resolvería el caso, pero
muchas cosas más entrarían en juego, entre ellas la lealtad y su propia
integridad.
1011. MASCA94 ÁLAVA – SIN TÍTULO
Odio a mi jefa. Me paso el día odiándola. En mi mente, para relajarme,
me la imagino muerta de mil maneras. Me veo el programa de mil maneras de
morir solo para imaginármela a ella. Hace un momento, he abierto la puerta
del almacén y allí estaba ella, tumbada boca abajo, en un charco de líquido
rojo. ¡Por fin ha muerto! ¡Pero qué digo! Me culparán a mí, todo el mundo
sabe que mis huellas están en el pomo de la puerta del almacén. ¡Me
condenarán a muerte! En este estado hay inyección letal.
Estaba temblando de miedo; ya me veía en el camino final, con el capellán
de la cárcel, cuando una fuerte voz me sacó de mi ensoñación.
—¡Idiota! ¡Ven y ayúdame, que me he caído con el bote de pintura roja!
Era mi jefa. ¡Qué alivio!
1012. MATEO REDONDO CALONGE – EL ESCONDITE
El olor a moho ascendía por las escaleras de aquel sótano; al apretar el
interruptor, una bombilla alumbró a duras penas aquel recinto. A medida que
bajaba las escaleras, el olor rancio fue incrementándose. El detective pudo
vislumbrar unas pequeñas ventanas que estaban fuertemente atrancadas. Sus
años de experiencia le habían hecho ser meticuloso en lo que miraba, por eso
se había fijado que en aquella casa abandonaba hubiera una parte del jardín
con la hierba más corta. Parecía que alguien pasara por allí de forma regular,
haciendo un sendero. Automáticamente, pidió refuerzos; desconocía si aquella
era la guarida del psicópata que estaban intentando localizar. Según el perfil
que les habían dado, se enfrentaban a una persona fría, un cazador paciente,
conocedor de las rutinas. En lo único que había duda era si era hombre o
mujer, así como la circunstancia exacta que desencadenaba un odio que se
traducía en las heridas que se encontraban en las víctimas, las cuales no tenían
nada en común.
1013. MAXIME GARCET – ¿EL INFIERNO? SON LOS OTROS
Ese odio, esos gritos en la cocina. Era todo falso. Culpar todo en
vosotros es erróneo; siempre fui consciente de lo que hacía y por qué, y en
ningún momento decidí pararlo. Podría haberme anulado por completo, no
parcialmente, seguiríamos siendo felices. Pero no. Si lo miramos desde un
aspecto lógico, yo soy la única culpable. Una egoísta que quería salvarse. Este
ha sido el paso más difícil, créeme, dejar de culpar a lo ajeno. «Soy así porque
mis padres fueron malas personas». Mentira. Las consecuencias de mis
actuaciones son catastróficas, lo sé, los cuerpos degollados en la cocina, pero
lo sería aún más si fuera sin razón. Siempre me odiaron, Roberto, y yo he
hecho todo para complacer a tu familia. Me dolía. «¿Cómo está hoy Mari
Carmen? ¿Bien? Me alegro». Pues hoy no. Hoy elijo ser libre. Así que, por
favor, entiende que cuando te dispare, sonría; piensa que todo esto no habrá
sido en vano, me ha hecho feliz, y aquello es mucho más de lo que pueden
pedir la mayoría de muertos.
1014. MBEL GARCÍA ESTEBAN – SIN TÍTULO
En la noche del 15 de noviembre, la señora Martínez no podía dormir y
decidió malgastar su tiempo delante del televisor, viendo anuncios de
teletienda. A eso de las tres de la madrugada, un impacto en la ventana del
salón la sobresaltó. Arrastrando pesadamente sus pies, se acercó al ventanal:
un líquido caliente se deslizaba por allí. Armada de valor y con repugnancia,
decidió asomarse al exterior, con el fin de averiguar qué era aquello. Un
amasijo de plumas y vísceras se esparcía por todas partes, signos evidentes de
un fallecimiento. Sin testigos, sin un móvil, con la alevosía de la noche, todas
las pesquisas la dirigían a ninguna parte. Era probable que este caso se
sumara a la larga lista de crímenes sin resolver. Muda de la impresión, tras el
levantamiento del cadáver, la señora Martínez volvió a la cama, con la vana
esperanza de conciliar el sueño.
1015. MARÍA DEL CARMEN OLIVA ÁLVARO – UNA HISTORIA EN
OTRA VIDA
Apostados en la puerta, había unos guardias esperando nuestra llegada.
El doctor Ruiz y yo nos dispusimos a entrar en la habitación. Dentro
pudimos vislumbrar el horror que nos esperaba; un cuerpo yacía sin vida
postrado sobre la cama con una escalofriante escenografía. Dos grandes
monedas de un dólar puestas donde antes se encontraban los ojos, y un
pentagrama escrito a fuego en el pecho de un cuerpo totalmente desnudo.
Pero lo que más perturbó mi mente... fueron unas pintadas repartidas por
toda la habitación, hechas con sangre, y en las que se podía leer claramente:
Tú serás el siguiente. Lo raro y curioso de este caso es que ya había oído esa
frase días antes. En el apartamento de mi buen amigo, el doctor Álvarez,
escuché una psicofonía que al parecer le estaba perturbando más de lo debido.
Una cinta de casete giraba en el reproductor y se podía escuchar a intervalos
de tiempo una voz jadeante que decía: Tú serás el siguiente.
1016. M. CARMEN RODRÍGUEZ MOLINA – UNA MUERTE OCULTA
Una noche oscura, en un bosque no muy alejado de un orfanato, la luna
brillaba intensamente, el viento soplaba con fuerza. Dentro de aquel orfanato,
se escuchaban ruidos cada vez más raros, una voz por el pasillo de las
habitaciones; alguien gritaba: «¡Ayúdenme, me tienen atrapado en el bosque!».
Parecía la voz de un niño. Esta voz alarmó a todas las monjas, que revisaron
las habitaciones y se dieron cuenta de que uno faltaba, Mikel. Lo buscaron
desesperadamente y, al ver que no lo encontraban, llamaron a la policía. Uno
de los agentes, Roberto, pidió una foto para buscarlo por el bosque. Al
llegar, aparcaron el coche, se bajaron y notaron que habían pisado algo
pegajoso, pensaron que era chicle, pero al mirar al suelo vieron manchas de
sangre. Allí entre dos piedras lo encontraron descuartizado. A su lado, había
una nota que decía: Esto solo acaba de empezar; ahora voy a por ti.
1017. MELISSA PILAR CRUJEIRA – EFECTO CURARE
Adam era el recepcionista del hotel Coldheart, el más famoso de la
ciudad de Nueva York. Estaba colocando las tarjetas electrónicas de las
habitaciones cuando llegó una pareja de recién casados; como era una hora un
poco inusual, Adam los acompañó a su habitación, pero a Lucas le extrañó
que fuera el recepcionista, así que no pudo evitar preguntar:
—¿Disculpe, señor, por qué no nos acompaña un botones?
—Lo siento, pero a esta hora los botones están durmiendo.
—Y usted, ¿por qué no estaba durmiendo?
—Tenía cosas que hacer. Bueno, señores, hemos llegado; espero que
disfruten su estancia.
Adam estuvo mirando las cámaras de seguridad hasta que ellos se
quedaron dormidos, así que con la llave maestra entró en la habitación. Justo
antes de que Lucas se despertara, él le inyectó Curare, mientras su mujer lo
miraba con miedo. Empezó a torturarlos; gracias a su conocimiento del
cuerpo humano, pudo estar horas así, hasta que al final les cortó a ambos la
aorta.
1018. MERCÈ GARRIDO – CRIMEN EN LA BIBLIOTECA
Antonio González jamás habría imaginado un despertar así. Eran las seis
de la mañana, y una inesperada llamada le despertó de su profundo sueño. La
inspectora García primero de todo le preguntó si era él el dueño de la
biblioteca Letras Ordenadas y, a continuación, se encargó de comunicarle la
noticia. El encargado acababa de hallar un cadáver en uno de los pasillos. La
víctima, mujer de unos treinta años, permanecía en el suelo con un disparo en
el pecho, y a su lado, el libro Letras muertas, del famoso escritor Sergio
Gómez.
La inspectora investigó el crimen e interrogó a los tres principales
sospechosos: el encargado, el dueño y el marido de la joven. Todos tenían
coartada. Al día siguiente, hallaron, en el libro que apareció junto al cadáver,
huellas dactilares del autor. La inspectora decidió interrogarle, pero le resultó
imposible, ya que este se había suicidado en su casa después de confesar el
crimen en una carta, en la que reconocía ser el amante de la víctima.
1019. MERCÈ CALOMARDE – DESPERTAR PARA MORIR
Es una mañana fría; el aire de la habitación huele a tortitas y beicon
recién hecho. De repente, suena el teléfono y una mujer rubia contesta.
—Diga, ¿quién es? —responde Mónica medio dormida.
—Te queda una hora para morir si estás escuchando esto —dice una voz
siniestra y amenazadora.
—¿Perdone pero quién es? —contesta un poco más despierta y alterada.
Se corta el teléfono... Mónica, con el miedo en el cuerpo, se dirige a
comisaría para denunciar lo ocurrido, pero antes decide quedar con una
amiga en la cafetería de siempre y contarle lo que ha pasado. Las atiende Alice,
una camarera joven y simpática. Esperando, ve que hay alguien sospechoso
observándolas desde el otro lado de la calle y se lo indica a su amiga con
disimulo. Mónica decide acercarse. Al salir de la cafetería, un hombre tropieza
con ella, pero no le da importancia. Está a punto de cruzar la calle, da un
sorbo al café para coger fuerzas y cae al suelo, muerta, como decía la llamada
de esta mañana.
1020. MERCEDES BARCO DEL RÍO – SE ACABA DE PRODUCIR UN
CRIMEN
Se acaba de producir un crimen. Esta frase podría, o más bien debería,
sorprender, pero no es así. Continuamente, se están produciendo crímenes, y
es por ello que la gente se ha acostumbrado y ya no causan demasiada
impresión. Está bien, sí, de vez en cuando alguien comenta, con un cierto
tono de espanto, que se ha producido un crimen por aquí u otro por allá,
pero no muchas personas le dan importancia. Como resultado de ello, los
jóvenes no son conscientes de que están cometiendo un crimen hasta que ya
es demasiado tarde. Cambian la «b» y la «v» de sitio, omiten las «h» o se
olvidan de las tildes, hasta que llega un momento en el que nos encontramos
ante mensajes incomprensibles. Para entonces, la situación es ya irreversible
y, si nos fijamos un poco, nos daremos cuenta de que nuestro mundo está
lleno de delitos, delitos de los que nosotros somos las víctimas, y lo peor es
que no hay solo un culpable: son varios y están por todas partes.
1021. MERCEDES FRANCISCO SÁNCHEZ – NIEVE ROJIZA
Nieve teñida de rojo sangre. La del asesino, la de la víctima y la mía... El
toque de los recuerdos me estremece al evocar la caza del criminal. Cuatro
mujeres degolladas y desangradas. El mismo patrón. Todos eran
sospechosos, sin conexión entre las víctimas y sin un móvil que nos orientara.
El instinto policiaco nos guio hasta él. Roger murió en la persecución tras
precipitarse por un barranco que acabó con su vida; Kimberly, mi otra
compañera, escapó de milagro. El asesino era astuto. Si no fuera por Kevin,
yo también habría muerto. Aún recuerdo el cuchillo contra mi cuello, la
sangre deslizarse por mi piel y su aliento sobre mí. Kevin fue la distracción
que me permitió escapar, justo para volverme y dispararle en la cabeza. Miré
sus ojos sin vida y me acerqué a mi colega. Estaba al lado de su última
víctima. Observé sus ojos llenos de horror y no lo pensé. Me agaché y los
cerré. Merecía un momento de paz mientras la nieve caía sobre su cuerpo y
borraba el color de la sangre.
1022. MERCEDES JIMÉNEZ GARCÍA – SHOCK ANAFILÁCTICO
«Shock anafiláctico con resultado de muerte, provocado por la picadura
de un insecto no identificado». Así rezaba el informe de la autopsia de su
compañero. Llevaban quince años trabajando juntos como policías,
inseparables hasta el día de su muerte, cuando, practicando tiro en un paraje
semidesértico, cayó convulsionando como pez fuera del agua que lucha
desesperado por respirar. Pero su agonía fue fugaz, y el médico solo pudo
certificar la muerte a su llegada. De vuelta a casa, tras el funeral, tomó una
botella de whisky y se acercó a la mesa donde horas antes había dejado caer el
chaleco antibalas de su compañero. Se lo había llevado a casa tras lo sucedido,
y la viuda no había tenido ningún reparo en dejar que se lo quedara como
recuerdo. Con un cuchillo, rasgó el doble forro interior y, con unas pinzas,
sacó algo cuidadosamente. Sonriendo, se quedó observando al pequeño pero
mortal insecto que había acabado con la vida de su otrora amigo.
1023. MERCEDES RUGAMA – LA TOXINA MORTAL
Todo comenzó un 15 de enero de 1986; hacía frío, la calle se iba
llenando copo a copo de nieve, las personas paseaban con tranquilidad, no
sabían lo que iba a suceder. De un callejón estrecho salió un extraño hombre,
parecía mareado, se iba balanceando. Al pasar al lado de una señora, se
enganchó su abrigo con el bolso de esta, forcejeó y continuó. Avanzó un
poco y se desplomó en menos de lo que tarda una persona en parpadear. La
sangre que se hizo al caer teñía la nieve. Llegó la policía junto con el forense
Peter. Los policías Eymi y Eduard iniciaron la investigación. El forense
informó de que la causa de la muerte era envenenamiento. Eymi ordenó que
averiguaran qué había comido ese día y localizasen a la señora del forcejeo.
Eduard sugirió mirar las cámaras de seguridad de los comercios de la calle de
los hechos para localizar a la señora. Una vez localizada y tras un largo
interrogatorio confesó haberle inyectado toxina en el forcejeo. Quería
terminar con su eterno chantajista...
1024. MERCEDES VILLANUEVA – EL RECUERDO PERDIDO
Desperté en un hospital. Mi habitación, custodiada por policías. En mi
cabeza, solamente tenía unas imágenes repetidas: Café Le Maçon; mis manos
llenas de sangre, mientras sujetaba el cuchillo clavado en el pecho de una
mujer (a la cual no reconozco); y esa mirada helada de aquel motero trajeado
que se perdió en las sombras del puerto. No lograba recordar ni mi nombre,
pero la mirada del celador la reconocí al instante; era el hombre misterioso de
la moto. Escapé del hospital y busqué ese café. Nadie me reconocía, excepto
aquel hombre adicto a la máquina tragaperras y a su whisky barato. Se acercó
y dijo: «Cuida de mi moneda favorita, Juliette». Justo un hombre (estilo
Humphrey Bogart) chocó con él (el celador). Corrí tras él, pero una
explosión dentro bar me dejó en el suelo mientras lo veía alejarse en su moto.
¿Por qué quiso matarme? ¿Quién era yo? ¿Una asesina?
1025. MERLYS GARCÍA MORA – EL REINADO DEL SILENCIO
El silencio regía la indefensa noche implacablemente. Asolada por la
lobreguez más absoluta y letal, la noche, únicamente, permitía divisar a lo
lejos una tenue y titilante farola, pero con suficiente fuerza como para dibujar
en la acera la sombra de un individuo. Un ser, un tanto familiar, que hubiera
jurado que me contemplaba con rostro de decepción. En ese momento, no
sabía quién era. Rápidamente, me olvidé del misterioso hombre y se
desvaneció entre las sombras. De repente, un mero sonido derrocó al
omnipotente silencio, acompañado de este, unas luces compuestas por dos
colores se acercaban inexorablemente hasta mi posición. Por algún motivo
que ahora desconozco, sentí la extraña necesidad de aproximarme a una
laguna situada a unos metros de mí. Aunque no recuerde nada de mi vida
aparte de este relato, cuando me encontré a la vera del estanque supe quién era
aquel enigmático sujeto. Finalmente, callé para siempre; el silencio engulló la
verdad y deambuló ubicuo por la faz de la Tierra.
1026. MICHEL PILIOUGINE – CROWLEY’S SON
El maestro Tornieri yacía inerte en el vestíbulo del conservatorio,
mostrando signos de muerte por estrangulamiento. Ya en el depósito,
Sullivan informó al inspector Harrison de que el arma homicida fue una
cuerda de algún tipo de instrumento musical y que los hechos tuvieron lugar
a primeras horas de la noche. Según las pesquisas del ayudante Starkey, el día
anterior hubo una sonada bronca entre el maestro y su discípulo más
aventajado, William Campbell. El alumno, a pesar de tener un talento innato
para el violín, prefería dedicarse a su grupo de música heavy, Crowley’s
Sons. En la sala de interrogatorios, Campbell se mostró nervioso y tenso,
aunque tenía coartada, pues estuvo tocando en un garito hasta altas horas de la
madrugada. Comentó que su maestro estaba siendo presionado por John
Winston, un anticuario de la ciudad, para que vendiera el preciado
Stradivarius que heredó de su abuelo...
1027. MIGUEL ADROVER CALDENTEY – CIENTO SESENTA Y TRES
ESCALONES
Llevaba tiempo viviendo en ese barrio y su único entretenimiento durante
el regreso a casa era contar las veces que tenía que levantar el pie para subir un
peldaño más. Hoy, su atención se centraba en el reguero de sangre que
parecía dirigirse directamente a su bloque de viviendas. Cruzó el paso
subterráneo, un charco oscuro indicaba que el herido se había detenido a
descansar. Alguien lo había pisado, la huella de una zapatilla deportiva
continuaba paralela al rastro de sangre. Estaban siguiendo al herido.
Desenfundó su arma reglamentaria, se sentía más seguro con ella en la mano.
¿Debía pedir refuerzos o continuar solo? No tuvo que decidir. Los disparos
rompieron el silencio. Empezó a correr y los vio: ella sostenía el arma,
sangraba abundantemente por un brazo y lloraba. Supo que pronto cambiaría
de barrio. Silvia acababa de matar al violador que durante meses había estado
persiguiendo.
1028. MIGUEL CHAMIZO – UN EMBARAZO DE RIESGO
Tim y Paul estaban en el bar La Guarida. Tras más de treinta años como
detectives de Homicidios, jamás habían perdonado la birra de después, y no
lo iban a hacer el día de la jubilación de Paul. «¿Cuál crees que ha sido
nuestro peor caso sin resolver?», preguntó Tim. Ambos estuvieron de
acuerdo en que había sido el de Jane Smith, una chica embarazada de ocho
meses que había llegado al hospital pensando que el parto se había
adelantado. En menos de una hora, tanto ella como su hijo nonato habían
fallecido. El examen toxicológico reveló un alto contenido de cianuro en
sangre. El único sospechoso fue el novio y padre del niño, aunque pronto se
descartó. Los policías se marcharon del bar con mal sabor de boca al no
haber podido resolver aquel caso. Ninguno hubiese imaginado jamás que la
ultrarreligiosa madre de Jane había sido capaz de envenenar a su propia hija
solo por haber decidido tener descendencia sin haberse casado antes.
1029. MIGUEL DE DIEGO RUIZ – APARIENCIAS
El cuerpo aún caliente permanecía inclinado sobre el desgastado brazo
del sillón cuando Ann lo encontró. Hacía dos días que la pareja se había
alojado en aquella pensión. Su llamada a la policía no dejaba lugar a dudas.
Era un crimen pasional. El rico y despechado marido, según la joven, les
había perseguido por diversas ciudades antes de darles caza allí. La autopsia
corroboró totalmente el relato de Ann, y el análisis de balística señaló al 9
mm de su esposo como causante de la muerte. La detención del marido se
produjo en un hotel cercano al escenario del crimen. El hallazgo del arma
asesina parecía poner punto final al caso. Sin embargo, alguien sospechó al
ver que las fechas de alojamiento del marido eran siempre previas a las de la
joven pareja. Se probó finalmente que habían sido ellos los que habían
seguido al presunto culpable, y había sido ella la que, tras asesinar a su
amante, se había reunido con su esposo para devolverle el arma que había
sustraído de su casa y así inculparlo.
1030. MIGUEL FERNÁNDEZ MEDARDE – SIN TÍTULO
El comisario Rodríguez leyó por segunda vez el informe. Al abrir la caja
de cartón, la 9 mm que había dentro se había disparado sola. Al parecer, el
asesino había instalado un mecanismo que accionaba el gatillo al levantar la
tapa. Mientras evaluaba diferentes posibilidades, el agente Ruiz apareció por la
puerta con el vídeo de la cafetería donde se había cometido el crimen. En las
imágenes, un hombre con el rostro totalmente cubierto dejaba la caja
disimuladamente sobre la mesa y abandonaba el local. Minutos después, la
víctima entraba en la cafetería y se sentaba delante del mortífero paquete.
—Hay algo escrito —observó el comisario.
Al acercar la imagen, comprobaron que sobre el envoltorio de la caja
había llamativas pegatinas con varios mensajes: No abrir, No tocar,
Confidencial. Pese a ello, la víctima abría la caja y moría en el acto.
—Parece algún tipo de experimento sociológico —dijo el agente Ruiz.
—El asesino quería demostrar que la curiosidad mató al gato.
1031. MIGUEL MARTÍN – ESTADÍSTICA CRIMINAL
Ser investigador privado es un 70 % intuición y un 20 % suerte. ¿El 10
% restante? Puntería, sencillamente. En estos momentos, el detective se ríe del
último porcentaje: encañonar al maleante encapuchado a cinco metros de
distancia le otorga un amplio margen para errar el tiro. El criminal descubre
al fin su rostro, mostrando los fríos y bellos rasgos de una mujer entrada en
los cuarenta. Maldición, una mujer. ¿Por qué tiene que haber siempre una
mujer de por medio? Ella se acerca liviana, pero el cañón del revólver la
observa sin inmutarse. Paso a paso, la delincuente se planta delante del
detective y abre los labios de forma sugerente. Vale, quizás la ración de suerte
del investigador haya subido hasta el 25 %. Ahora queda esperar a que su 70
% de intuición sea suficiente para descubrir a tiempo el cuchillo que ella
esconde en la manga.
1032. MIGUEL NAVARRO GONZÁLEZ – EL EXTRAÑO CASO DE
MIRANDA
Desde hace meses, Miranda L. G. suspira, llora, tiene los ojos hundidos
en grandes ojeras, las uñas tan comidas que ya no se las puede morder; una
garra le atenaza el estómago, conciliar el sueño le es un tormento... Todo
porque, nada más cerrar los párpados, le viene una pesadilla, siempre la
misma: alguien recorre su casa portando un cuchillo con el que traspasa el
corazón de su marido, degüella a su hijo de once años y luego al de tres. Su
esposo entiende que es un aviso para protegerles de un asesino; por ello,
acoraza la puerta de entrada, coloca rejas en las ventanas, contrata un servicio
de alarmas y vigilancia... Leo en el diario ABC de hoy: «La pasada noche, la
policía encontró a Miranda L. G. profundamente dormida en el salón de su
casa tras haber apuñalado mortalmente a su marido y a sus dos hijos».
1033. MIGUEL SALANUEVA ACHIAGA – LOS ASESINOS PODRÁN
HUIR, PERO SIEMPRE SERÁN ALCANZADOS
Corría el año 1990 en la ciudad de Nueva York. Un asesinato de una
joven mujer había traído al detective Sam Walkerfield al metro recién
construido de la gran ciudad. La muchacha había sido asesinada de una
manera atroz: decapitada y troceada; cada uno de sus restos fueron colgados
en el puente de Brooklyn. Sam odiaba ese tipo de asesinos, odiaba el metro,
odiaba Manhattan... Pero lo que más odiaba era ir vestido de incógnito.
Aquellos atuendos le hacían parecer un payaso. La última vez que el asesino
había sido visto era en los metros deambulando y, probablemente, buscando
otra víctima. Es por eso que Sam se encontraba vigilando el metro.
Finalmente, apareció. Corría con lo que parecía ser un bolso robado. El
detective Walkerfield ni siquiera se inmutó, bastó con asestarle un gancho de
izquierda repentino suficientemente fuerte como para estamparlo contra el
tren que le dejó inconsciente. Entonces, Sam le miró y dijo:
—Caso cerrado.
1034. MIGUEL SALAS CANO – EL JUEGO
La pequeña Andrea juega en el patio de su casa. De repente, le cuesta
mucho respirar y se duerme. Sueña con su madre, están jugando a pillar,
pero mami corre mucho y no puede cogerla. Andrea se despierta, pero no
puede moverse, está atada por las muñecas, y un señor con la cara tapada no
para de decirle que no se preocupe, que la lleva con su nueva mami. La
pequeña no lo entiende, ¿qué le ocurre a su mami para tener que cambiarla
por otra? Andrea empieza a llorar y a chillar que quiere ir con su mami; el
señor se asusta y le tapa la boca para acallarla, pero no controla su fuerza. La
niña empieza a sentir que se duerme otra vez, pero en esta ocasión soñará para
siempre que juega a pillar con mami.
1035. MIGUEL SEPÚLVEDA RÍOS – EL ÚLTIMO JUEGO
Desde su flamante deportivo blanco, el movimiento sospechoso de aquel
hombre alarmó su dormido sentido detectivesco. Decidió dejar el coche en
aquel mismo lugar; no debía, pero aquello era Madrid, y la curiosidad era
mayor que la segura multa. El sospechoso no se daba cuenta, o aparentaba no
darse, de que era seguido por un hombre con pinta de bróker que estaba
jugando a Rick; la diferencia entre el escritor y él es que él no conocía a nadie
en la policía, y Richard, sí. Le estuvo siguiendo un buen rato a cierta distancia
por calles que el sospechoso conocía muy bien, y él no sabía que existían. De
pronto, al doblar una sucia esquina, se manchó el traje al apoyarse, y lo vio
entrar en el bar al cual curiosamente se dirigía él al principio. En ese mismo
instante, la sospecha y la tensión empezaron a crecer. Después de pensarlo un
buen rato, se decidió a entrar y menos mal que lo hizo. Se dio cuenta del
juego cuando le gritaron todos sus amigos: ¡Feliz cumpleaños!
1036. MIGUEL A. MATEOS CARREIRA – SIN TÍTULO
La ciudad de Nueva York todavía no se había despertado. Las calles
parecían inusualmente vacías con respecto a lo que era normal. Dave Richards
conducía su coche a toda velocidad, mientras en el asiento de atrás Brenda
Adams atendía a otro hombre.
—¡Acelera, Dave!
—¿Estás loca? ¿Quieres que nos detengan?
Un par de minutos después, el coche se detuvo junto al cementerio de St.
Paul; de su interior salieron las tres personas, una de ellas inconsciente. Dos
horas después, la detective Saric se acercó caminando entre las tumbas. Sus
compañeros le salieron al encuentro.
—Hombre. Treinta y cuatro años. Sin papeles —dijo el detective
Michaelson—. Tendremos que esperar por si aparece en alguna base de
datos.
Caminaron hasta el centro del trabajo de los policías. Sobre la lápida de
una de las tumbas estaba el cuerpo, inerte. El forense, el doctor Alec Gorman,
tomaba muestras de todo. Una testigo les habló de un coche y voces, de
hombre y mujer.
—¿Qué pasó allí? —se preguntó la detective Saric.
1037. MIGUEL ÁNGEL LABARTA SANZ – EL TEMPLO
En el momento que entró en la sala, sintió cómo una opresiva atmósfera
se cerraba a su alrededor. Antes de que sus ojos se acostumbraran a la
oscuridad, notó como sus sandalias chapoteaban en algo viscoso. Al
momento, comprendió que ofrecerse voluntario para investigar aquel extraño
lugar no había sido una buena idea. Por fin acertó a ver varios bultos,
amontonados frente a él; aferró el mango de la espada con su sudorosa mano
y la sacó de su funda, el sonido reverberó por la estancia, sintió un escalofrío;
lo siguiente que notó fue un golpe seco y frío en la espalda y se preguntó qué
hacía esa punta de lanza ensangrentada asomada a través de su vientre; se
desplomó pesadamente y, ya en el suelo, aún pudo intuir la sonrisa burlona
de una calavera, después la oscuridad.
1038. MIGUEL ÁNGEL OJEDA GIRALT – NO PIERDAS LA ESPERANZA
Richard, policía a punto de jubilarse, viudo y sin su hija, que desapareció
cuando ella tenía ocho años, secuestrada por un grupo de narcotraficantes, se
gastaba sus ahorros en el casino. Al salir, escuchó a lo lejos en una calle
estrecha y sin apenas luz los gritos desgarradores de una joven. Corrió hacia
donde venían los gritos, vio la silueta de una chica desplomándose en el suelo
y alguien corriendo, alejándose de ella con su bolso en la mano; vio que se le
cayó una tarjeta y en ella estaba escrito: No estás sola. Richard no entendía
nada. Fue a socorrer a la joven y por suerte no estaba herida; solo se había
desmayado. Cuando le vio la cara, no podía ser... ¿Era ella? ¡Su hija
secuestrada!
1039. MIGUEL CARLOS GÓRRIZ FUERTES – SOLO
Por fin me encuentro solo en la casa; mis víctimas descansan, nada las
perturba. ¿O sí? Al fin y al cabo, ese va a ser su trágico final; sin embargo,
para mí es un placentero desenlace, pero la soledad del verdugo no me llena;
necesito algo más que el anonimato. Mi delito, si no es conocido, no tiene
valor alguno; como buen psicópata, necesito de mi público y del placer de su
sufrimiento, sin él mis acciones no tienen sentido. Por eso le escribo este
whatsapp a mi hija, para que sufra y con ello mi placer aumente. Nadie puede
detenerme ya; si no hubiese sido por mi afán exhibicionista, el crimen habría
sido perfecto, porque realmente nadie sabía cuántos bombones había en la
nevera.
1040. MIGUEL ENRIQUE LAGUNA RAMS – LA INTEMPERIE DEL
VERANO PASADO
La bruma brotaba a la intemperie en los vagones de Nueva York.
Enrique, líder del grupo de estudio de su promoción de bachillerato, se
deleitaba con la majestuosa visión de la «Oda a la libertad y a las leyes».
Enrique y su panda visitaban el Empire State mientras se percataron de que
no eran los únicos que habían ido por la experiencia de dormir allí; fue algo
propuesto por los dueños.
El cadáver de no hace más de unas horas ya se encontraba en un charco
de fresca sangre derramada por la centésima planta de aquel rascacielos. No se
lo podían creer, un caso más les aguaría la fiesta y el sosiego adquirido
gracias a estudiar durante todo un año y aprobar la selectividad. De todas
formas, no era un problema, ya que adoraban los casos policíacos, solo
necesitarían tiempo de estudio y sería coser y cantar.
1041. MIGUEL JUAN BONNIN FERRER – CONFUSIÓN
Al llegar al escenario y observar el cadáver, sentí un escalofrío y recordé
mis peores pesadillas. El cuerpo presentaba claramente un disparo en el ojo y
una bufanda roja le rodeaba ligeramente el cuello, junto a un revólver en el
suelo. La presentación era exactamente igual a los casos que me habían estado
atormentando los últimos dos años. En mis veintisiete años de experiencia
como detective de Homicidios, no había tenido unos asesinatos en los que no
se encontrara ni una pista, tan solo callejones sin salida. La policía científica
certificó que los resultados de ADN de los restos encontrados en las uñas
coincidían con el propietario de la huella encontrada en el arma. Parecía un
caso resuelto. Al revisar el informe, mis temores se confirmaron: el ADN de
los restos biológicos y la huella del arma pertenecían a Anthony Red, la
víctima de hace un mes. Se repetía la historia. ¿Cómo un muerto había
podido cometer un crimen al mes de fallecer?
1042. MIGUELO GUARDIOLA MARTÍNEZ – LA FUENTE
Otro más este mes y ya van cinco. ¿Cómo demonios lo hace? ¿Cómo
consigue meterlos ahí sin que nadie se entere? ¿Y qué le ha llevado a elegir
este modus operandi? Debe ser un tipo enorme para hacer eso con tanta
facilidad. No hay signos de lucha en ninguna de las víctimas, ni tampoco
restos de estupefacientes. Es casi como, si en vez de ser obra de un asesino,
fuera una moda de internet, que a la gente se le está yendo de las manos. Un
reto absurdo más de tantos que hay. Pero no, sabemos que hay alguien detrás
de todo esto, alguien que, de alguna manera inexplicable, consigue que sus
víctimas entren en el baño de una discoteca abarrotada y permanezcan así, de
rodillas en el suelo y empapados, con un brazo en la llave de paso y la cabeza
metida en un urinario atascado, hasta ahogarse.
1043. MIKEL ZULUETA – PREDESTINADO
«Hoy no va a ser el último día»; esas eran las ocho palabras que no
dejaban de repetirse en mi mente. Noté la sangre de mis heridas de la nariz y
del labio resbalando por mi rostro y recorriendo mi cuello. Los latidos podía
contarlos dentro de mi cabeza, ya que parece que me ardía. Mis manos atadas
detrás de mi espalda estaban ya dormidas porque el nudo me apretaba tanto
que no dejaba pasar el riego sanguíneo. Mis párpados se caían poco a poco y
yo intentaba no cerrar los ojos, repitiéndome una y otra vez esas mismas
ocho palabras. No pensé que fuera posible, pero, de repente, se abrió la
puerta del despacho de la tortura de golpe y apareció mi fiel compañero
metiendo una bala entre ceja y ceja a los tres que me retenían casi sin darles
tiempo a levantar su arma.
1044. MIKI TORRES – SIN TIEMPO PARA REACCIONAR
Llegamos hacia las 16:00 a la cabaña. Dirk y Rachel ocuparon la litera,
por lo que yo me fui directo a la cama individual. Aprovechando el
espléndido día, ellos dos fueron a dar un paseo fraternal. Dirk estaba mal y
no superaba su divorcio, así que le iría bien. Yo, por mi parte, me quedé
durmiendo. Me despertaron unos gritos y dudé de quién podía ser, pues no
había nadie en kilómetros a la redonda. Tardé un par de segundos en
reconocer esa voz. Era Dirk. Entró aterrorizado y tembloroso en la cabaña.
Venía solo. Algo iba mal. Intenté tranquilizarlo, pero fue imposible. Me
contó, entre sollozos, lo ocurrido: «¡Mientras paseábamos... una piedra...
mucha sangre!». Le pedí que se explicase mejor y prosiguió: «Empezamos a
correr, y Rachel se tropezó y se golpeó la cabeza con una roca. Sangraba
mucho y me asusté, no se movía...». Fuimos corriendo para arreglarlo, pero
ya era tarde. Todo eso era demasiado para Dirk. No soportaba tanto
sufrimiento. Empezó a correr hacia un barranco. Y saltó.
1045. MIREIA GURPEGI – UN RUBÍ NUEVO EN EL INSTITUTO
Cuando Nuria se despertó aquella mañana, le dijeron que tenía un caso
que solo ella podía llevar, dado que era la más joven de la comisaría. Un
collar de rubí, expuesto en el museo local, había desaparecido durante una
visita de su instituto. Y ella, colaborando con su tío Óscar, tenía que
descubrir quién era el responsable.
—¿Sabes qué? María, la que vino la semana pasada, está fardando de
joyas nuevas. ¡Vaya presumida! —estaba diciendo en ese momento, al entrar
en clase.
Cuando lo vio, Nuria no se lo podía creer. ¡María llevaba el collar
puesto! Por eso, al salir de clase, se puso a hablar con ella:
—¡Qué bonito! —dijo, inocentemente—. ¿Puedo verlo?
—Claro —dijo mientras se lo daba—. Me lo ha regalado alguien con un
sobre que decía que lo llevara hoy.
Falso. Pero cuando María le enseñó la carta, reconoció la letra.
—Estas detenida —dijo, esposando a su mejor amiga.
Luego, rebuscó en su mochila y encontró el verdadero collar. Caso
cerrado.
1046. MIREI PUJOL – LA HISTORIA QUE DEBÍA SER CONTADA
Si cuento esta historia es para que no caiga en el olvido. Nadie más se
atrevió a seguir buscando, a mirar más allá, y ahora es cuando entiendo el
porqué: para poder evitar lo que para mí ahora es inevitable, la muerte. Aquel
día sucedió algo horrible: al ir al vestuario a cambiarme, vi a un hombre
huyendo. Cuando fui a ver qué ocurría, encontré a mi compañera de la
universidad tumbada en el suelo ensangrentada, la había apuñalado.
Rápidamente, avisé al 112. Recuerdo a una policía, que se llamaba inspectora
Swan; le expliqué lo que vi e identifiqué ante un dibujante al hombre. Aquello
me llevó casi a la locura, necesitaba saber más, la policía cerró el caso por falta
de pruebas, así que empecé mi propia investigación. Y hasta hoy. Lo he
encontrado y lo he atrapado. Él ha empezado a gritar que no le matara. No
entendía nada; de repente, he visto como él estaba muerto en el suelo, le
habían apuñalado. No lo entiendo, tengo miedo, no puede ser, ¡fui yo! Y este
relato termina con el suicidio del autor.
1047. MIREIA ROBLES CORT – INSEPARABLES
Sus ojos destellaban miedo. Por fin la tenía delante otra vez, después de
tantos años huyendo de mí... Mi reflejo estaba en el espejo de su habitación,
como tantas veces cuando aún éramos amigas. Antes de que me fallara, antes
de que se llevara lo más valioso para mí. Su rechazo fue su peor decisión,
tenía que hacérselo pagar de alguna manera... El reflejo parecía un cuadro
renacentista, la habitación había quedado impoluta, solo las sábanas de su
cama estaban manchadas de su sangre. Mi yo del espejo me miraba arrogante
y con sonrisa pícara, mientras me tomaba una copa de vino tinto, como en los
viejos tiempos, para despedirla. El pulso se me aceleraba conforme me daba
cuenta de la situación, y mi conciencia volvía en sí. Tenía que salir de allí lo
antes posible; su fantástico novio no tardaría nada en llegar, y se encontraría
allí toda la escena... Puse la nota impresa donde «ella» dejaba a su novio, sobre
el escritorio, y me fui. La suerte estaba echada para todos.
1048. MIREIA CASTILLEJO – HUMO
Un 20 de enero, estaba paseando por las calles frías de mi pueblo,
cuando de repente escuché que alguien gritaba mi nombre, me giré y era mi
amigo Ben, a quien conocía desde hacía mucho; juntos nos dirigimos por el
mismo camino, ya que él vivía a tres calles de mi casa. De repente,
escuchamos un grito de lo que parecía ser una niña, y nos dirigimos
rápidamente allí. Cuando estábamos a un paso de llegar, Ben y yo nos
paramos de golpe y cogimos aire; lo único que puedo decir es que era
aterrador: tenía la piel de gallina y todo parecía una pesadilla. Ben y yo
encontramos a la niña, llorando, apoyada sobre el pecho ensangrentado de
quien parecía ser su hermano, que estaba intentando coger lo que parecía ser
su último aliento. Ese momento, esa imagen, nunca se fue de mi cabeza; por
eso decidí relatarlo en un papel y quemarlo, para que se hiciera humo todo lo
pasado, y el viento se llevase todo lo malo.
1049. MIRIAM BLANCO VALOR – «VENENO» EN UNA BOTELLA –
POISSON IN A BOTTLE
En una fiesta, el anfitrión cae muerto, envenenado. El fallecido daba la
fiesta porque le había tocado la lotería. Entre los invitados, su hermana, que
había caído en la droga; su mejor amigo, un empresario a punto de la
bancarrota, y su mujer, que se acostaba con el fallecido; un amigo de la
infancia, que vivía del dinero que ganaba tocando en el metro; el ex de su
hermana; una compañera con la que trabajaba en un proyecto científico sobre
la eterna juventud y una amiga de la universidad que estaba obsesionada con
él. Parece que casi todos tenían motivos para matarle. Desatendió a su
hermana, cosa que su ex no le perdonó; descubrió que su mejor amigo había
defraudado; su amigo músico se enteró de que el décimo que perdió era el
ganador y, por su cuenta, había conseguido resultados positivos sobre el
proyecto científico. El veneno estaba en una botella de vino y todos bebieron.
Pero el asesino puso antídoto en una tarta a la que el fallecido era alérgico...
¿Quién será el asesino?
1050. MIRIAM MORENO GÁZQUEZ – SIN TÍTULO
Sonó un disparo. Noté una quemazón en el centro del pecho. Sentí el
calor de mi sangre resbalando por la barriga. Dos horas antes, estaba
impaciente porque mi compañero Roy llegara. Por fin habíamos dado con
una pista bastante sólida treinta y seis muertes después. El nombre que
figuraba era falso. Ese almacén abandonado olía a escena de crimen. Roy
seguía sin llegar. Tantas noches en vela dándole vueltas al caso. Hoy
obtendríamos algo. ¡Lo sé! Una melodía irrumpió mis pensamientos. Es
Roy. «Muy bien —dije—, nos vemos allí». Salí aprisa de la comisaría. Subí
en mi coche y me dirigí al almacén. Había una furgoneta en la parcela. Roy
aún no había llegado. Otra vez tarde. Decidí entrar. El candado de la finca
estaba abierto. El hedor a sangre rancia se notaba nada más abrir. Una mesa
metálica a un lado. Una jaula oxidada a otro lado. Avancé. Un ruido me hizo
girar hacia la puerta. Sonó un disparo. El cañón del arma humeaba. Y ahí
estaba Roy.
1051. MIRIAM SÁNCHEZ TREJO – PRIMERA MUERTE
Estaba allí. Lo había encontrado. No podría escapar. Pero iba a
dispararle. Iba a matar a esa chica. No podía permitirlo. ¡Debía hacer algo!
Sonó un disparo. Le miré a los ojos, y él me miró. Sus ojos reflejaban odio,
reflejaban sorpresa, reflejaban dolor. Su arma cayó al suelo, y él, tras ella. Me
acerqué corriendo. La chica lloraba. Pero yo continué mirándolo. Sus ojos ya
no reflejaban odio, ya no reflejaban nada. Estaba muerto. No, yo le había
matado. Yo le había arrebatado su vida. Sí, era un asesino. Sí, iba a matar a
una chica más. Sí, le había salvado la vida, pero a costa de otra. Caí de
rodillas; el arma seguía en mis manos. Pronto llegaron los demás. Primero,
sorpresa; luego, alegría. Las felicitaciones comenzaron a llegarme. Pero yo
solo podía pensar en esa mirada. La primera muerte es la más dura, dicen.
Recibiría ascensos, pero eso no podría hacerme olvidar su mirada. Policía,
rezaba mi placa. «Asesina», pensaba mi mente.
1052. MIRIAM VELA PÉREZ – LA VENGANZA
Paul se despertó ensimismado, cubierto de un baño sangriento. Mientras
se incorporaba, sintió un extraño polvo en sus manos y el frío metal de la
pistola que lo acompañaba. ¿Pero cómo había llegado allí esa arma? Él, que
siempre había sido un puritano que había sentado la cabeza y estaba dispuesto
a compartir su vida con una mujer de carácter noble. Todo era muy
desconcertante, puesto que aún llevaba el pijama de la mañana. Intentó
recordar lo que había hecho aquella mañana, pero la cabeza le daba muchas
vueltas. De repente, le dio un vuelco el corazón y sintió como la cena de la
noche anterior empezaba a querer escapar de su cuerpo, le repugnaba y
horrorizaba lo que estaba viendo. Rose estaba tendida en el suelo con el
cuerpo descuartizado. Sintió un escalofrío y la sangre se le heló. Lo último
que vio fue cómo la limpiadora del hotel en que se hospedaba le clavaba un
cuchillo sin piedad. Era Margaret, su antigua prometida. Que al fin lograba
su gran venganza.
1053. MITSUKI MATSUMOTO – LA MUJER DE HIELO
Las calles de Nueva York estaban heladas y cubiertas de nieve. Esa noche,
unos jóvenes estaban haciendo botellón en el parque cuando uno de ellos vio
algo realmente horrible: descubrió el cuerpo de una mujer congelada y
torturada. Corrió y gritó hacia sus compañeros, que creían que era una
broma. A la mañana siguiente, estaba la policía; los agentes Josh y Kat, en la
escena del crimen, intentaban averiguar quién era la víctima.
—¿Cómo ha muerto, María?
—Kat —contestó la forense—, por lo que veo a simple vista, fue
torturada hasta desangrarse y, después, fue congelada en esta forma angelical.
Esta persona sufrió mucho hasta que murió.
—Gracias, María. Después me cuentas cómo te fue la cita con aquel
cachas.
—Kat, María, queréis dejar eso.
—Vamos, Josh, tú sabes que eres nuestro hombre.
—Ja, ja, qué graciosas sois. Me parto con vosotras. Vamos, Kat, que
tenemos que atrapar a un psicópata.
1054. M. JOSÉ MÁS GUTIÉRREZ – LA VIUDA NEGRA
El cadáver descansaba sobre la camilla, en la sala de RCP del hospital. Se
trataba de un varón caucásico de origen alemán de unos setenta años que
veraneaba en la isla; al parecer, sin antecedentes.
El médico decidió salir a informar a la familia, preocupado, ya que no
podía asegurar el motivo del fallecimiento. La viuda, que aguardaba noticias
ansiosa, no era el tipo de mujer que uno esperaba, cuadraba más con el
estereotipo de femme fatale, y era varios años más joven que el finado. La
consolaba un sujeto bien parecido, su abogado. Al planteamiento de la
posible autopsia, la familia se negó por motivos religiosos; aducía patología
previa. Una vez en el parking, la dama jugaba nerviosa con algo del interior
de su bolso. Si nos hubiéramos acercado, habríamos visto que se trataba de
una jeringa; la aguja ya había sido astutamente depositada en uno de los
contenedores para agujas de urgencias.
1055. MÓNICA CASANOVA – MUERTE POR FORTUNA
A sabiendas de que el amor que sentía era prohibido, se enzarzó una y
otra vez en conquistarla a pesar de la negativa de la familia. Él, humilde; ella,
rica; no podía ser. Un día, viéndose a escondidas, en los campos traseros de
la casa de Rachel, escucharon un fuerte estruendo. Fue sola a ver qué sucedía.
Encontró a su padre tendido en la moqueta encharcado en sangre. Asustada,
salió a por Brandon. Llamaron a la policía. Estos veían al chico como
principal sospechoso, ya que conocían los problemas de las familias. El
forense señaló que un golpe en la cabeza con un martillo fue la causa de la
muerte. Esto indujo a la policía a conseguir una orden de registro para la casa
de Brandon, ya que su padre era albañil. Encontraron varios martillos, uno
de ellos con restos de sangre. Declararon padre e hijo: el adulto confesó. Su
intención era conseguir que Brandon pudiera estar con Rachel para conseguir
parte de su fortuna.
1056. MÓNICA ALFONSO NÚÑEZ – SEDA BLANCA Y CARMESÍ
Nunca se había fijado en el tacto de la sangre hasta que una lluvia caliente
y viscosa cayó sobre ella. Sonaron dos golpes: el primero, metálico; el
último, sordo. Limpió sus ojos con los jirones de lo que meses atrás había
sido su camiseta y contempló a su captor desangrarse en el suelo. Tras tanto
tiempo en aquel antro, suponía haber visto todos los horrores imaginables.
Se equivocaba, nunca había visto algo así. No era el primer degollado que
veía; sin embargo, la precisión quirúrgica de la incisión le hacía estremecer.
El responsable debía haber asesinado cientos de veces anteriormente, pues no
había dudado siquiera un instante. Tuvo que obligarse a mirar al hombre que
limpiaba cuidadosamente su arma y sus manos con un pañuelo de seda. Si
había ido a buscarla, debía tener otros planes para ella, ¿no? Se forzó a
sonreír y bromeó:
—Supongo que no serás policía, ¿verdad?
Una sonrisa divertida se formó en el rostro del hombre que, tras guardar
el pañuelo, le tendió una mano impoluta.
1057. MÓNICA MUÑOZ GARCÍA – PUESTO VACANTE: SE BUSCA
CAPITÁN
Esta mañana, mi amigo ha sido asesinado. Era policía y murió en manos
de su compañera Katia Benet, policía también. Tanto mi amigo como su
compañera estaban compitiendo por un puesto como capitán de policía, y se
podría decir que mi amigo fue culpable de su propia muerte. Anoche, al saber
la decisión sobre quién sería el nuevo capitán, mi amigo le pidió a su
compañera que fuese a su casa para pedirle que abandonase, pero no llegaron
a un acuerdo y él acabó secuestrándola. Esta mañana, ella ha conseguido
escapar, pero cuando él se ha dado cuenta, ha intentado matarla, aunque
finalmente su compañera se ha defendido, ahogando a mi amigo y
provocando un homicidio. La policía acaba de encontrar el cadáver, pronto
encontrarán también mi sangre en la cuerda con la que lo ahogué y vendrán a
por mí. Se acabó lo de ser capitana, y ya no tengo a mi mejor amigo a mi
lado. Me arrepiento de ello, así que esta es mi confesión y mi nota de
suicidio. Firmado: Katia Benet.
1058. MÓNICA PERNAS DE LA ROSA – LA TRAICIÓN
Siempre me había preguntado cómo sería recibir un balazo, pero nunca
pensé que respondería a aquella pregunta. Y allí estaba, tumbado en el suelo
de aquel oscuro callejón, solo, mirando al cielo y preguntándome cómo
podía haber estado tan ciego. Llevábamos años tras aquel asesino en serie. En
mi cabeza se amontonaban pruebas, interrogatorios, informes, fotografías,
escenas del crimen... y ahora todo tenía sentido. ¿Cómo había podido no
darme cuenta? La lluvia limpiaba mis lágrimas, mezcla de rabia y dolor.
Notaba brotar la sangre. «¿Cómo pudiste ser tan imbécil, Rubén? Lo tenías
delante de tus narices y no supiste verlo. Ahora seguirá matando,
engañándolos a todos». Eran mis últimos minutos, y aun así no podía dejar
de atormentarme pensando en las víctimas que morirían. Solo esperaba que
su próximo compañero fuera más listo. «No te fíes, te traicionará», susurré al
viento con la esperanza de que llegara a los oídos del detective que
acompañase al asesino que fingía patrullar las calles.
1059. MONTSE PINILLOS BLANCO – INTRIGAS EN LA ESTACIÓN
Una llamada anónima había alertado de un cuerpo sin vida en la estación
de Drassanas, en Barcelona. Una muchacha de tez canela y pelo negro yacía
sentada con los brazos en cruz, en el banco de la estación. No había signos de
violencia en su cuerpo; sin embargo, había algo extraño en aquel lugar. ¿Qué
hacía la joven sola, a esas horas y en una estación de tren en desuso? La
inspectora Pinillos y su compañera Pérez fueron hacia los túneles mientras el
equipo forense peinaba la estación. Cuanto más avanzaban en la oscuridad,
mayor era la sensación desagradable de la humedad que se mezclaba con los
olores del agua estancada. Cuando por fin vieron un punto de luz delante de
sí, caminaron hacia él y... Silencio... «¡Corre!», gritó Pérez. Y las dos policías
agotaron sus fuerzas para salir de aquel lugar. Pinillos se desplomó frente al
cuerpo policial. Pérez, consciente de su suerte, alertó de unos cubos con
líquido radioactivo y también se desplomó. ¿Qué estaba pasando en aquel
lugar?
1060. MONTSERRAT ALBAREDA SEVILLA – MISTERIOSO ASESINATO
EN EL CAMPUS
Era una mañana soleada y por la ventana del sótano de la fraternidad
May se colaban los primeros rayos de sol, que dejaban ver una escena
macabra que nadie hubiera esperado. Dos cuerpos sin vida yacían atados y
con signos de brutal violencia. Los agentes, al llegar al lugar de los hechos,
inspeccionaron todo el perímetro sin encontrar nada concluyente para la
investigación; todo era muy confuso, ya que por lo visto las jóvenes
asesinadas, Mandy y Linda, eran compañeras de clase desde hacía poco y
aparentemente no tenían nada en común. Además, lo que más confundía a los
agentes era el modo violento de matarlas: rozaba claramente la tortura de un
tipo de interrogatorio propio de los asesinos bien entrenados.
La investigación tiene varios sospechosos, a los cuales se fue descartando
por diversos motivos. Pero, por pura casualidad, el caso llega a su
conclusión. Una de las madres había sido espía internacional, y uno de los
altos cargos de espionaje estaba detrás de todo.
1061. MONTSERRAT CONTRERAS – AÚN HAY TIEMPO
Cuando salió de aquel edificio, el sol le dejó casi ciego durante unos
segundos. Tenía el antídoto. Fue hacia el coche. No la vio, solo notó el golpe.
Ella intentó clavarle aquel puñal; él fue rápido y le arrancó el arma. Lo miró
desafiante.
—Yo no mato mujeres, no mato a nadie —dijo muy serio.
Inmediatamente le dio un puñetazo y la dejó inconsciente. Fue hacia el
coche. De repente, oyó un ruido detrás de él.
—Deberías estar muerto —dijo la mujer.
Se oyó un disparo, la mujer se puso la mano en el pecho, miró en
dirección a aquel hombre y lo vio. Sabía que estaba herida de muerte, y
descubrir que eran gemelos lo aclaró todo. Ya era demasiado tarde. Al
muchacho le fallaron las fuerzas y cayó.
—¡No, ahora no! —dijo el mayor, y agarró a su hermano antes de que
llegara al suelo.
Cogió la jeringa y con rapidez le inyectó aquel líquido que debería
salvarlo; ahora solo era necesario que hiciera su efecto. Se quedaron allí
abrazados, esperando que no fuera demasiado tarde.
1062. MONTSERRAT DÍAZ – UNA NOCHE MUY LARGA
Todo comenzó el viernes por la noche cuando Adeline decidió ir al cine
con su mejor amiga. Era una peli de los años sesenta, pero, cuando iba a
salir, recordó que su coche estaba en el taller, así que lo mejor que podía
hacer para no llegar tarde era coger ese atajo tan oscuro por el que no le
gustaba pasar de noche. Fue su peor decisión; nunca llegaría al cine. No se
imaginaba que a mitad de camino su vida iba a cambiar para siempre. Fue a
las pocas horas cuando empezó su búsqueda. Ni Ángela, ni Kevin, ni siquiera
su mejor amiga Anna podía imaginarse qué había pasado. Resultó extraño
encontrar su mochila vacía y sus zapatos en aquel oscuro callejón. Nadie
habló, nadie sabía nada. A partir de ese día, el callejón no volvería a ser el
mismo. Mucha otra gente desapareció allí; siempre aparecía un objeto
personal. Nunca se recuperó ningún cadáver. ¿Dónde estaban los cuerpos?
Este caso se bautizó como Adeline y hasta hoy ya existen dieciocho
desapariciones sin resolver. Un caso, sin duda, para Rick.
1063. MONTSERRAT GÓMEZ – COMISARÍA 12
El agente Smith aparece muerto; todo indica que se trata de muerte
natural. Sin embargo, Rick persuade a Nany para que realice pruebas;
mientras, Javier y Kevin, abatidos por la pérdida de Smith, se molestan con
Rick al querer ver un crimen. Kathy y Alex reciben un anónimo con amenazas
de muerte si ayudan Rick o hacen cualquier comentario. Asustadas, no dicen
nada, pero Kathy, con sus medios en la comisaría, y Alex, en el despacho de
su padre, llevan a cabo sus pesquisas, así como la forense, que encuentra en
un análisis un componente de tetrodoxina.
En la comisaría, preparándose para el funeral, Javier y Nany comentan el
comportamiento de Kathy y cómo llegó el veneno a Smith. Alex no oculta
más tiempo la amenaza recibida. Finalmente, se descubre que el asesino es
otro agente, que estaba resentido
1064. MONTSERRAT UCHA TEJIDO – ADIVINA QUIÉN ES: ¿TÚ O YO?
Ruido, abro mis pesados ojos. Diviso tristemente a un puñado de
personas sentadas cada cual en su silla. Poco a poco me hago con el lugar;
¿una biblioteca quizás? Estamos en círculo, conmigo somos tres varones y
tres mujeres. De repente, se enciende una intensa luz en lo alto y a nuestros
oídos llega una voz. Paulatinamente, nos va mencionando por orden y me
doy cuenta de que tengo un número en mi pecho: el 3. Nos describe, una
religiosa vocacional, un alto cargo policial, una... ¡por Dios! ¡Me estalla la
cabeza! ¿Un juego? Cuesta seguirlo..., adivinar quién es el asesino. Ha
comenzado ya... El nº 1 ha fallado; la luz se acaba de ir, luz de nuevo... ¡Dios
mío, está muerto! Lo ha matado uno de los que estamos aquí. El nº 2 llora,
no consigue contestar, nooooo... Mi turno... «Una monja; contrario,
diablo...».
—El 6 —grito.
1065. MORFEO MORFEO – LA CASA DEL ALMA
Después del accidente con el coche, solo me quedaba una cosa por hacer:
encontrar un lugar seguro en el que resguardarme de esa incesante lluvia. A
lo lejos, parecía vislumbrarse una vieja casa abandonada. La verdad es que el
lugar daba verdadero miedo: una carretera que desaparecía a donde no
alcanzaba la vista, guardada por unos vigilantes con brazos pero sin pelo que
se apostaban a sus costados. Al llegar, abrí la puerta de la entrada, un chirrido
espeluznante puso mi cuerpo en alerta; la casa tenía un intenso olor a
podredumbre con una humedad que se palpaba en el ambiente. Paso a paso
subí las escaleras que accedían al segundo piso; el crujir de estas hacía
estremecer a cualquiera. Una puerta se hallaba al fondo del pasillo medio
abierta, algo parecía atraerme a ella. Al llegar al dormitorio, vi a un hombre
de espaldas con aspecto desaliñado. Llamé su atención, y mi cuerpo quedó
paralizado: cuando se dio la vuelta, vi que aquel hombre misterioso era yo
mismo enfrente de mí.
1066. MUDE JAIME – UN DETALLE CON IMPORTANCIA
Era el fin. Lo sabía y no iba a poder hacer nada para evitarlo. Allí, tirado
en el suelo, sin fuerzas para alcanzar el móvil, lo veía todo cada vez más claro.
¡¿Cómo no se había dado cuenta antes?! Su afición, su pasión desde joven, le
iba a gastar una última broma macabra. Ella también lo sabía, y sus celos la
guiaron sin escrúpulos a terminar su venganza sin remordimientos. Tres
años planeándolo no habían sido suficientes para atenuar su dolor. Solo tuvo
que aprovechar su precaria salud y utilizar los conocimientos que él mismo le
enseñó para tenderle una trampa mortal. En el fondo, casi le gustaba la idea
de morir como Claudio, Séneca o Sócrates. Muertes solemnes de personajes
ilustres que permanecen en la memoria. No estaba nada mal. Le quedaba la
esperanza de que la inspectora Díaz fuese capaz de descubrirlo. De alguna
forma, tendría que hacérselo saber. Con un esfuerzo agónico, estiró el brazo
intentando alcanzar el diploma de su especialización. Sería suficiente. Lo
entendería.
1067. MYRIAM SAINZ – TENÍA RAZÓN
El día que le conocí, no estaba segura de si iba a tener esa conexión, pero
hoy he descubierto que sí: me ha salvado la vida. Supongo que eso es lo que
hacen los compañeros forenses, pero esa bala no tenía que haberla recibido él.
Yo estaba estudiando el escenario del asesinato, observando cada lugar
minuciosamente para no cometer ningún error. Como en cada caso, me puse
la música a tope en los auriculares y fui repasando cada variación de la
realidad que pudo ocurrir. Me suelo evadir fácilmente y hoy he cerrado los
ojos para introducirme en esas mentes y poder comprender lo sucedido en
un tiempo pasado en ese mismo lugar. Mi compañero siempre me dice que
estamos en la vida real y debería dejar de hacer eso porque no veo el peligro.
Y tenía razón. No lo he visto. Ni siquiera lo he oído. Ha entrado el asesino
por la puerta y ha sacado un arma. El cañón apuntaba a mi cabeza, pero ha
llegado él con su porte y le ha disparado; no ha podido evitar recibir ese
disparo.
1068. NACHO GARCÉS – MEGAN’S CRIME
Era una mañana tranquila en uno de los mejores barrios de la ciudad,
cuando de repente se escucharon dos disparos. Minutos después, llegó la
policía y, al entrar, encontraron a un hombre muerto a balazos en el suelo.
Los inspectores interrogaron a los vecinos, pero todos decían lo mismo: solo
habían escuchado dos disparos. Pero Megan, la vecina de enfrente, no quiso
hablar con ellos; se mostraba muy intranquila, como si algo le preocupara.
Los inspectores empezaron a sospechar de ella y se la llevaron a la comisaría
para interrogarla. Al principio no quiso hablar, pero después de un rato se
derrumbó; confesó que ella había sido la autora del crimen y relató que su
madre estaba enferma de cáncer y su última voluntad era ver al padre de su
hija, pero él se negó. Días después, ella murió. Megan fue llevada a prisión.
1069. NACHO SARMIENTO GARCÍA – ¿QUIÉN ES EL ASESINO?
María, cantante de ópera, representaba una obra en el Liceo. En un
momento de la actuación, se comete un crimen en el escenario. Todo el
mundo se alarma, llega la policía y, cuál es la sorpresa, que no hay ninguna
víctima; todo el mundo se pregunta qué ha pasado. Al ver la sangre, el
supuesto asesino hace creer que ha sido todo imaginación de los presentes y
deja en el ambiente la sensación de que en el teatro nada es lo que parece. La
policía se lleva a algunos actores a comisaría, pero se dan cuentan de que no
tienen pruebas en contra de ellos. Entonces pensamos: ¿qué es la realidad y
que es la ficción? ¿Es producto de nuestra imaginación? ¿Qué significa
imaginar? ¿Acaso la vida no es imaginar? Pues entonces, con nuestra mente,
imaginemos el final de esta historia. El teatro es el vínculo de la creatividad.
¿Qué mayor creatividad que el lector cree su propio final?
1070. NATALIA DIOLOSA – HASTA SIEMPRE, DETECTIVE
Estaba a punto de retirarse y, sin embargo, el detective Daniel Mateos se
encontraba en la misma encrucijada que le había quitado el sueño siendo
novato. Aquel primer caso no resuelto inquietaba su conciencia. Más aún
sabiendo que las escenas del crimen se asemejaban tanto a las de aquel primer
caso no resuelto: las víctimas, todas mujeres, vestidas de novia y junto a ellas
un ramo de flores marchitas. Y lo que es más, el modus operandi era
definitivamente el mismo. Aparentemente, las víctimas eran raptadas a la salida
de una de las discotecas del centro y llevadas a las afueras. Durante la noche,
las asfixiaba con el velo de novia y aparecían al día siguiente atadas a la
columna exterior de la iglesia más cercana. Pero el detective se preguntaba:
¿por qué después de casi treinta años sin dar señales el asesino reaparecería?
¿Estaría enviándole un «regalo» de despedida o sería un simple imitador?
Algo tenía por seguro, todo este asunto se había vuelto personal...
1071. NATALIA DOMÍNGUEZ SELLAN – LA MEDIA LUNA PINTADA
Imagínate ser el protagonista de esta historia. Eres nuevo en la comisaría
y te asignan el siguiente caso: cuatro personas han desaparecido y todas han
sido secuestradas el día de luna llena. De repente, una de las desaparecidas
aparece por la puerta de la comisaría y, antes de desmayarse, te susurra: «En
el bosque está la solución». Así que allí os dirigís. Lleváis varias horas
caminando sin encontrar nada cuando de repente te fijas en una roca que tiene
dibujada una media luna y recuerdas una historia que te contaba tu abuela
cuando eras pequeño: un hombre que pensaba que estaba maldito y que
asesinaba a una persona todas las noches de luna llena sobre una piedra en la
que había dibujada una media luna, ya que creía que colocando la mano de la
víctima al lado y formándose de esa manera una luna llena, los dioses le
acabarían perdonando. De repente, escucháis un ruido y ahí está el asesino,
lleva consigo a una mujer, en cuya muñeca hay dibujada una media luna...
1072. NATALIA MARTÍNEZ VIZCAÍNO – TRES
Mabel observaba a su inconsciente marido, tendido en la camilla, desde la
butaca. Tres puñaladas. Y seguía vivo. Abandonó apresuradamente la
habitación, intentando asimilarlo. Cuando la llamaron del hospital, creyó que
lo había perdido. Había estado haciéndose a la idea. Y ahora, el latido de su
corazón se le antojaba molesto. El destino le había gastado una broma cruel,
pensó, enumerando mentalmente sus moratones y cicatrices. ¿Iba su vida a
seguir así? Clic. Una idea. Todavía podía cambiar su futuro. Regresó. Se
acercó al mostrador para disculparse por su huida. Había una caja llena de
jeringas; nadie notó que faltaba una. Volvió al habitáculo y esperó antes de
mirar su premio. 100 ml. Esa cantidad de aire sería suficiente. Se había
tragado muchas series, sabía cómo proceder. «Adiós, Rob». Salió, no quería
estar presente cuando ocurriera. Avisó a la enfermera, la encontraría en la
cafetería. Tiró algo a una papelera por el camino. Se merecía una copa. Mejor,
que fueran tres...
1073. NATALIA MÉNDEZ SILVOSA – CRIMEN PASADO POR AGUA
La tormenta hacía imposible el traslado del cuerpo. El asesino miraba al
cielo desde la azotea, tranquilo, cubierto bajo un saliente, sin otra
preocupación que la de no mojarse. Solitario por naturaleza, nadie iba a
echarlo en falta. Pero la lluvia arreciaba y comenzaba a impacientarse. Su
estómago rugía, quejándose por no haber comido nada en horas. El cadáver,
sin apenas muestras de violencia, se encontraba al otro lado de un gran
charco, y él realmente odiaba el agua y el viento. Miró al cuerpo
preguntándose si merecía la pena esperar o si debería marcharse y encontrar
otra víctima. Pero buscar otra víctima fue lo que le había hecho separarse de
su presa sin ponerla a buen recaudo. Bufando frustrado, lamentándose por
haber querido cazar a más de un ratón, el gato no tenía más remedio que
tumbarse y esperar a que amainara la tormenta para poder saciar su apetito.
1074. NATALIA RUDILLA GONZÁLEZ – RESACA PASIONAL
Todo terminó con una blanca niebla. Pablo despertó aquella mañana con
resaca, y mil demonios martillearon su cabeza. Siempre tenía una aspirina a
mano. Salió a correr para despejarse. El aire le hizo respirar mejor, y la
ausencia de gente le gustaba. Imágenes bombardearon su mente... la fiesta, la
música. Oscuridad. Recordó que Sofía no estaba en la cama ¿Regresaron
juntos? Aquel hombre, el beso... Pablo se detuvo. Ahora recordaba. Su
enfado, la discusión..., el cuchillo. Dios, ¿qué hice? Cuando llegó, vio a la
policía y una ambulancia, pero... aquella no era su casa. ¿Desde cuándo había
barrotes en las ventanas? Escuchó una conversación del inspector Cantero:
«Ha vuelto a matar... Otra enfermera... Asustadas...». Huyó. Como siempre.
Cada vez que despertaba con resaca, volvían los recuerdos; cada vez asesinaba
a su esposa. Siempre había una enfermera que le recordaba a María. Saltaba la
verja del manicomio. Siempre lo encontraban. Todo terminaba con la blanca
niebla cuando lo sedaban.
1075. NATALIA SERRANO SOTO – ANTES DE QUE LA MUERTE OS
SEPARE
Amaneció un día gris, algo oscuro y triste para una boda. El cuadro que
conformaba el vestido de novia colgando de la lámpara no dejaba espacio para
la imaginación. El manto blanco y sangriento que adornaba las cortinas del
salón nupcial marcó un antes y un después en la vida del trágico novio. En las
horas previas... Fue a las 03:15. Mis habituales insomnios y yo nos
hallábamos paseando por el hotel cuando, para mi desgracia, fuimos a dar
con el horror hecho persona. Ante mis incrédulos ojos, pude contemplar
como lo que parecía ser un hombre trajeado disparaba a quemarropa a una
mujer que, sorprendida, mitigaba cualquier intento de salvación. Mi instinto
me invitó a huir y fue a la mañana siguiente cuando, tras hallar el cuerpo sin
vida colgando de la lámpara, las pruebas condujeron, para mi sorpresa, a un
resentido y algo arrepentido novio. Con un hábil interrogatorio, pude
pillarle confesando su propio crimen, resolviendo así lo que, si no, podría
haber quedado oculto para siempre.
1076. NATALIA SUÁREZ MÉNDEZ – EL ASESINO DE LAS
EMOCIONES
Se encuentra el cadáver de una mujer con expresión alegre hace dos
semanas, y mucha gente empieza a sonreír para luego suicidarse. Hace una
semana, hombre muerto con expresión de miedo, y acto seguido, muchas
personas presencian un final idéntico. La policía no sabe a lo que se enfrenta.
Ahí es donde entro yo y mi grupo, dedicados a resolver casos con indicios
paranormales, y ahora mismo estamos mirando el tercer cadáver. Su
expresión muestra enfado. Había ofrecido resistencia. Al revisar el cuerpo
minuciosamente, una de las uñas parecía tener un pequeño trozo de carne,
¿del asesino? Me levanté para pedir unas pinzas a mi compañero, pero de
repente sentí una enorme ira fluyendo por mis venas, que hizo que cogiera mi
pistola y destrozara su cabeza con la culata. De mi boca salieron unas palabras
que me sentía obligado a decir: «Esto solo acaba de empezar». Me puse la
pistola en la sien y, antes de apretar el gatillo, con voz temblorosa pude decir:
«Mis actos serán recordados para siempre».
1077. NATHAN NELSON – HUELLAS
El cuerpo de un hombre mayor yacía junto al de su esposa. La sangre
había formado un charco, por el que el yorkshire había estado paseando. La
luz del techo no funcionaba y, por la escalera, el hombre cambiaba la
bombilla cuando fueron agredidos. Tras pasar la linterna por la habitación,
Stevens iluminó el techo; su compañera preguntó con ironía si buscaba
huellas ahí.
—Mira esto.
Ella alzó la mirada para quedarse tan perpleja como su compañero. El
techo tenía huellas de perro ensangrentadas, como si el animal hubiera dado
varios pasos sobre este. Un técnico entró y dijo:
—La entrada no fue forzada, y creo —levantó una bolsa con pastillas y
papeles rotos— que la señora encontró esta carta de amor del marido a otra
mujer y le dio una dosis muy elevada de pastillas para dormir.
La escena encajaba: ella le pidió que cambiara la bombilla, él había
perdido el equilibrio y, al caer, golpeó a su esposa y el mueble, causando la
muerte a ambos.
—¿Y las huellas del techo?
Stevens se encogió de hombros.
1078. NEFTALÍ RODRÍGUEZ GONZÁLEZ – SOLO MÍA
Nos encontramos en la ciudad de Nueva York. El inspector de
Homicidios James Rodríguez se encontraba en la calle cuando oyó el grito de
una chica. Fue corriendo hasta donde estaba y vio que un hombre la había
apuñalado; rápidamente, cogió su móvil para pedir refuerzos, pero el
sospechoso le vio y salió corriendo; el inspector Rodríguez fue tras él.
—Connor, ha habido un asesinato en la doce con Brooklyn; estoy tras
el sospechoso, manda refuerzos. —Tras decir esto, colgó y corrió tras el
asesino—. ¡Policía, detente! —gritó mientras intentaba cogerlo.
Tras una larga persecución, el inspector acorraló al sospechoso en un
callejón sin salida.
—Escúchame, no tienes escapatoria; entrégate —decía mientras le
apuntaba con la pistola.
—No lo entiendes —gritaba el asesino—. Ella era el amor de mi vida, y
si no era mía, no podía ser de nadie; ahora estaré con ella. —Y de repente,
sacó su cuchillo y se seccionó la yugular.
Fue su caso más rápido.
1079. NEREA CRESPILLO – PERSECUCIÓN
Nos miramos a los ojos. El tiempo se paró, y un rictus de terror invadió
la cara del culpable. Sabía que le había pillado, que su crimen iba a tener
castigo..., pero no estaba preparado para ello. Se giró en dirección contraria a
la mía e intentó huir. Fui rápida, mucho; sabía que no se quedaría quieto ante
la evidencia de haber sido atrapado y, cuando empezó a correr, yo ya había
ganado terreno. Era escurridizo, ágil e inteligente, cambiaba de dirección e
intentaba despistarme, pero, más sabe el diablo por viejo que por diablo, la
experiencia jugó a mi favor. ¡Iba a pagar lo que había hecho! Ante la sorpresa
de los dos, clavó sus ojos claros en mí... Su mirada gatuna me penetró y me
quedé inmersa en ese océano azul. Sopesaba mis fuerzas y mi paciencia. Pero
el destino quiso que resbalara, chocó contra el marco de una puerta y, en ese
instante, pude atraparlo. Se resistió, pero lo sujeté entre mis brazos. «Gato
malo», dije mientras le daba golpecitos en la cabeza con el dedo.
1080. NEREA GARAY – SIN TÍTULO
Montado sobre mi caballo la observo. Recostada, su cabeza ladeada, las
manos sobre su grácil cuerpo. Su rostro revela una gran dulzura, como pocas
veces había encontrado en mi ruda vida. Mi caballo relincha inquieto; el sol se
está ocultando y sabe que deberíamos marcharnos de allí. Pero yo no puedo
dejar de mirarla. Agarro con fuerza las bridas y susurro las palabras exactas
que devuelven la tranquilidad al animal. Durante un instante, el mundo se
para. Su cabello rizado reposa sobre sus hombros. Envidio ese sosiego que
transmite su rostro, esa paz imperturbable, la ausencia de dolor, rabia, ira o
miedo. Sensaciones que me acompañan y, en ocasiones, me dominan.
Emociones que me hacen vivir intensamente, como un caballo desbocado que
rebosa energía, pero que no me permiten detenerme a saborear la vida. La
envidio, a pesar de que mi fuerte corazón late intensamente, y ella, con las
manos atadas con mi lazada perfecta, yace sobre las gélidas aguas del río,
tranquila y muerta.
1081. NEREA HERRERO – SIN TÍTULO
De nuevo las 23:00. Con este, ya eran cinco los días que Bea, Lucía y
Adrián se habían tenido que quedar en la universidad intentando acabar uno
de los muchos trabajos que tenían que entregar a finales de semana. Los tres
charlaban tranquilamente cuando todas las luces se apagaron. Todos gritaron
asustados. La puerta de la habitación se abrió lentamente. Tras un breve
momento de silencio, alguien gritó. Bea, asustada, salió corriendo en un
intento de llegar a la puerta principal. Estaba a punto de bajar las escaleras
cuando otro grito la distrajo y provocó que cayera por las escaleras y quedara
inconsciente.
Hoy, Bea, Lucía y Adrián siguen asistiendo a clase. Ninguno de los tres
recuerda absolutamente nada de aquel día. Lo único que ha cambiado son
unos pequeños tatuajes en sus cuellos, donde se puede leer: Esto no ha hecho
más que empezar.
1082. NÉSTOR GARCÍA ALONSO – PRESTIDIGITADOR EN SERIE
Julie caminaba sola por la calle aquella noche. Estaba frustrada por no
haber podido ligar en ninguna discoteca. Al girar una esquina, se chocó
contra alguien y cayó al suelo. Al levantar la mirada, se encontró con un
apuesto joven y le tendió la mano. La joven se levantó sonrojada y le pidió
disculpas. Se pusieron a conversar, y él le dijo que era un talentoso mago y
que, si le apetecía, le podía enseñar algún truco. Ella accedió y siguió sus
pasos en la oscuridad. Llegaron a un teatro abandonado, donde el mago tenía
su atrezo. Él le sugirió probar el famoso truco de serrar a una bella dama por
la mitad, y ella accedió, nerviosa. Se metió en la caja y, entonces, el mago le
esposó los pies, lo que le impedía moverse. Comenzó a serrar, y los gritos de
la joven dejaron salir un chorro de sangre que goteaba de la caja. En su
último aliento, la joven miró las butacas y vio cientos de torsos de mujeres. El
mago les dedicó una sonrisa y, con una reverencia, serró su cabeza, que cayó
al público.
1083. NICOLÁS VICIOSO MÉNDEZ – LUCKY
El cadáver descansaba a sus pies, descarnado y sin color, reclamando
justicia más alto que si hubiera podido gritar. El asesino, literalmente, se
relamía complaciente. En sus grandes ojos oscuros, no asomaban
arrepentimiento o pesar; de hecho, parecía enormemente satisfecho. Su plan
había sido de una ejecución brillante. Primero, rasgó el paquete de azúcar de
la cocina y lo esparció, creando una distracción para su primer e inteligente
obstáculo: la madre.
—¡Lucky, como te vuelva a ver en la cocina, te corto los...! —gritó.
Después, se dejó ver junto a los dos niños pequeños, Anita y Fer, hasta
que llamó su atención y le persiguieron. No costó mucho despistarles. Libre
de molestias, se encaminó con paso felino a la bonita urna de cristal llena de
agua, arena blanca, un castillo rosa de plástico y un mofletudo pez llamado
Burbujita.
1084. NIEVES REDONDO DEL ÁGUILA – EL LADRÓN DE CARAS
Era su quinta víctima. Deslizó el bisturí y cortó, siguiendo la línea de
puntos que había pintado sobre el bello rostro de la joven. La sangre
acompañó el pulcro trazo, que, unos minutos después, se juntaba con el
inicio de este.
—Oh, tan bella...
Susurrar no hizo que le temblase el pulso. Con sumo cuidado,
prosiguió y comenzó a retirar la piel del rostro de la chica, al igual que había
hecho con las otras cuatro anteriores. La primera vez fue un desastre por no
haberla querido matar... Pero ya no cometería más errores. Colocó con
delicadeza la piel sobre un trozo acartonado de tela. Cosió, hizo los huecos
oportunos y se la colocó sobre su propia cara, mirándose a un espejo.
—Sí, eres la más bella de todas. Podemos jugar un poco más —dijo,
excitado.
Entonces, la puerta del sótano se abrió de golpe. El hombre se volvió y
dos certeros disparos le atravesaron el pecho. Se quitó la máscara,
agonizando, y besó los fríos labios antes de que su último aliento diese por
terminado todo.
1085. NIEVES V. RODRÍGUEZ – SIN TÍTULO
Voy a morir. Ahora ya es tarde para arrepentirme; no debí entrar en el
juego. Es tarde y la calle está vacía. Intento correr, pero el sonido de sus
pasos tras de mí no cesa. Cada vez está más cerca. Me aferro al maletín como
si el dinero fuera a protegerme. Nunca he sido muy listo. Un trabajo fácil,
recoger y entregar, sin preguntas, sin saber. Pero como todos, quise más.
Tengo el pulso acelerado y me cuesta respirar. Un golpe seco y caigo al
suelo. Puntos de luz se cuelan por la periferia de mis ojos mientras siento
como mi camisa se empapa. Ya está, se acabó. Veo la punta de sus zapatos y
por su movimiento sé que me va a golpear. La negrura de la inconsciencia tira
de mí, y yo me dejo ir.
1086. NOE NONAE INO – VÍCTIMA Y TESTIGO
La inspectora McCain entraba por la puerta del piso de la víctima. Hacía
dos horas que habían encontrado el cadáver de Robert Anderson en un
parque cercano. No tenían muchas pistas, ya que el escenario del crimen
estaba limpio; como habían comprobado sus compañeros, el crimen se había
producido en el hogar de la víctima. Papeles y objetos estaban desperdigados
por el suelo, como si hubiera existido un forcejeo. McCain estuvo
escudriñando todas las habitaciones del piso y, cuando entró en el despacho,
pudo observar que en él se ocultaba una pizarra. Tras descubrirla, estuvo
examinándola y pudo afirmar que se trataba de una investigación. La víctima
estaba intentando resolver quién había matado a sus padres. En esos
momentos, un agente le entregó documentación sobre Robert. En dichos
papeles, había información que concordaban y ella llegó a la misma
conclusión: él había encontrado a su asesino y al de sus padres. McCain solo
tuvo que detener a Eduard Anderson, su tío.
1087. NOELIA CALVO GONZÁLEZ – PASIÓN A LA ESPAÑOLA
La noticia copaba los medios: Thomas Jensen, el cantante de moda en
Reino Unido, ha sido asesinado. El detective Patterson recibió una carta
anónima: No todo es lo que parece. Atte.: La amiga de una española. Días
después, recibió otra: Busca a la española. Atte.: su amiga.
«¿La española?». Buscó noticias hasta que una le llamó la atención:
«Thomas Jensen y su española». Contaba que Thomas tenía una relación con
una desconocida que vivía en España. Encontró más artículos donde se decía
que sus familias congeniaban estupendamente. Las IPs le llevaron hasta
España. Encontró un blog donde se contaba la verdad de «la española», una
fan de Thomas que se inventó una relación con él. Al hablar con Yara, la
administradora, se dio cuenta de lo débil que es la mente humana. Todas las
noticias eran inventadas por Claudia Ruiz. Fue a hablar con ella y, al verse
acorralada, confesó. Soñaba con ser algo más que una admiradora. Thomas
se enfadó, Claudia perdió los nervios y le empujo por las escaleras.
1088. NOELIA CARBONELL BERNAL – LA VENTANA
Las farolas se oscurecieron de repente; la noche era fría, pero no tanto
como los ojos del cadáver. Era una chica preciosa; no podía creer que se
hubiese lanzado por la ventana, pero eso era lo que decían las pruebas.
Recordé la primera vez que la vi: una chica de la calle, guapa, joven y segura
de sí misma. Le avisé del peligro de estas calles y se limitó a responder que
eso era algo que no le ocurriría a ella y ahora... Recogí sus sandalias, un par
de números más grandes que su pie, eso no podía ser; ella era muy
presumida y siempre iba a trabajar perfecta. Le pasé las pruebas a mi
compañera, las metió en una bolsa y apretó mi hombro; con su silencio me
dijo que lo resolveríamos. Fuimos a su apartamento. Todo estaba
perfectamente ordenado, pero Khloe no era así, la ventana estaba abierta y una
nota de despedida en la cocina decía que no podía más, que esa no era su vida,
que no podía seguir despertando por la mañana y ver en lo que se había
convertido...
1089. NOELIA CARRASCO PULIDO – DIFÍCIL DE CREER
Sin darme cuenta, estaba en el centro de un gran salón, por el cual se
empezaban a mover los miembros de mi equipo. Mis músculos no
respondían, estaba paralizado y sentía muchas náuseas. Creía que lo había
visto todo durante los años que llevaba en el Departamento de Homicidios,
pero me equivocaba. La imagen que se dibujaba ante mí parecía sacada de una
película gore de esas malas que echan las noches de Halloween en la
televisión. El color rojo bañaba el suelo y las paredes, donde se encontraban
colgadas tres parejas, separadas por un extraño símbolo y cogidas de la
mano. La piel de la cara había sido arrancada y el blanco de los huesos rotos
que salían de la carne destacaba sobre el tono oscuro de la sangre.
—He leído esto antes —dije incrédulo.
Corrí al rellano y saqué el teléfono móvil. Marqué el número del
inspector Evans, pero no daba señal. Junto a él, yo era el único que conocía
ese relato; revisé su borrador. No quería creerlo, pero si no había sido yo...
1090. NOELIA FERNÁNDEZ – TAMBIÉN ES UNA VÍCTIMA
Sus ojos brillaban de nuevo. Desde la distancia, sentado en la butaca,
observaba a la muchacha tendida en la cama. El rostro de la chica transmitía
paz y descanso, como si no hubiese sentido dolor o miedo. Como si nunca
hubiese despertado de su sueño. Pero por desgracia, su sueño sería eterno. Él
lo quiso así. Siempre quería ver en paz a sus víctimas porque su obsesión
traspasaba la locura. Y entonces llora. Un escenario esperpéntico que se
repetía crimen tras crimen. El miedo le ahoga y el dolor inunda su pecho. «El
mundo sentirá lo mismo que me hicieron sentir a mí», susurraba una y otra
vez mientras se encendía un cigarrillo.
Desde que vio la muerte en los ojos de su hermana, Oscar dejó de ser
Oscar para formar parte de las sombras. De repente, escuchó sirenas y esperó
con entusiasmo a que fueran esos divertidos detectives que una vez estuvieron
a punto de atraparlo. Se acerca a ella, presiona sus labios contra su frente y
desaparece con la esperanza de que pronto acabe su propia tortura
1091. NOELIA LUCAS – ¿SOLO DOCE?
Llevábamos meses detrás de él. Pero, al fin, cometió un error. Aunque
aún, dos años después de haberle cogido, no sé si fue un error o simplemente
se dejó atrapar. Había matado ya a doce jóvenes, o esas son las que
conocíamos. Cuando lo cogimos, estaba a punto de matar a su víctima
número trece; por suerte, Lara Alonso se consiguió salvar. Se hacía llamar el
Hombre sin Nombre, pero a los ojos del mundo siempre sería Cristóbal
Fernández.
En el momento en el que fue capturado, se reía a carcajadas. Esa risa aún
me retumba en los oídos. Le preguntamos numerosas veces por el paradero
de sus víctimas, pero sin conseguir nada, pues solo encontrábamos partes de
sus cuerpos. Sabíamos que era él, había pruebas, lo reconoció, pero jamás
nos dijo dónde estaba el resto de los cuerpos de todas esas jóvenes
desgraciadas. Finalizó con una pregunta: «¿Solo doce?».
1092. NOELIA MARTÍNEZ CAMPOS – EL PLACER EN LA ETERNIDAD
La fina hoja se desliza por su cuello. Calma al instante la insufrible
agonía que la pobre víctima ha estado lamentando desde su encuentro. Ve,
con sus codiciosos ojos, la salvación transformada en vida deslizándose por la
piel de la muchacha. Con suavidad, y sin perder detalle de la situación, aleja el
arma. La luz de las farolas produce destellos en la hoja ensangrentada, el color
vivo del infierno resplandece con tanta intensidad que él queda cautivado en la
irrealidad. Un sentimiento de plenitud llena su pecho. Se siente completo.
Siente que al fin ha encontrado su destino, un camino que conduce a las
sombras. A lo lejos, las sirenas de los coches de policía retumban entre las
calles. El asesino, absorto en el placer, cierra los ojos. No piensa dejar de
saborear el dulce momento, ni mucho menos soltar el cadáver de lo que
alguna vez fue su gula. Pero todo llega a su fin. La sensación de volar entre
capas de grandeza se convierte en ceniza. Necesita aumentar la dosis.
1093. NOELIA RASCÓN – SIN TÍTULO
La puerta chirrió cuando la última persona entró. Sus ojos se abrieron
por la sorpresa, y su cara se contrajo en una mueca de terror. A pesar de
creer haberlo visto todo, nada pudo preparar al detective antes de presenciar
esa horripilante escena. Tuvo que sostenerse en el forense para no caer, pues
sus rodillas parecían ceder al peso de su cuerpo. Sin apartar los ojos del
cadáver, se puso a mi lado, con su labio inferior temblando y el horror aún
reflejado en su rostro.
—¿Es la tercera víctima? —preguntó.
Asentí simplemente, pues la situación era tan solemne que parecía exigir
el silencio más absoluto.
—¿Han conseguido algo del cuerpo? ¿ADN, huellas, algo?
Sus ojos parecían esperanzados, aunque se apagaron un poco cuando
negué con la cabeza. Se mostró resignado.
—Vamos a pillarle; lo sabes, ¿no? —dije—. Debería haber detenido ya a
ese tipo. Tendría que haber evitado esto.
Me ignoró.
—No te sientas culpable.
El detective, frustrado, golpeó la pared con fuerza.
1094. NOELIA MARÍA GARCÍA GARCÍA – DESAPARECIDAS
El investigador privado Tomás Roble se encontraba en la hemeroteca
tecleando el ordenador en busca de pistas. Encontró una noticia en un viejo
periódico que le llamó la atención: databa del 14 de abril de 1955. Hablaba de
la desaparición de Alexia Ariño en la provincia de Pontevedra en extrañas
circunstancias, una joven de quince años estudiosa y responsable con un
diario secreto y dos iniciales: A y M. Nunca más se supo de ella. Su cuerpo
jamás fue hallado. Compartía el mismo patrón que el de Kassandra Blanco,
desaparecida en Madrid el 21 de agosto de 2015. ¿Qué llevaría a dos
adolescentes de dieciséis años, familiares y sobresalientes, a escapar de su
hogar? ¿Se habían marchado por voluntad propia? Sesenta años de diferencia
y un secreto sin develar.
1095. NOÉMIE ANDRADE – FOUND
Ahí estaba. Tras varios meses buscándole y teniendo en vilo a todo el
Cuerpo de Policía de Nueva York, por fin habían dado con él. Los agentes
iban llegando y se quedaban parados, atónitos, enfrente del cordón policial.
Todos menos el inspector Jim, quien miraba la escena con cierto aire de
enfado. Su metro noventa y cinco no pasaba desapercibido en medio de la
agitación provocada por el hallazgo y su evidente descontento, todavía menos.
—Inspector..., ¿qué le ocurre? ¿No se alegra? Por fin dejaremos los
turnos dobles y podremos cerrar el caso! —le dijo su compañero.
El inspector se inclinó hacia delante y le clavó su mirada gris, cargada de
escepticismo, antes de contestarle:
—Pues no sé... ¿Será porque al final todos nuestros esfuerzos no han
servido de nada y porque nos lo han servido en bandeja?
Treinta años de labor policial y una de las mentes más agudas del país le
decían en su interior que eso no era el final, sino el principio de una larga
pesadilla...
1096. NURI GELADA – ASESINATO EN CHICKEN’S WORLD
Las 7:00. Claire se estaba terminando el café cuando de repente le sonó el
teléfono, tenía un caso nuevo que investigar. Más tarde, llegó a la escena del
crimen. Era el restaurante más famoso de la ciudad, y el cadáver era de Rick,
el chef. Había muerto apuñalado con un cuchillo de la cocina, el cual no tenía
huellas, pero tenía restos de guante de goma, así que el asesino tenía que ser
cocinero, ya que la goma era del mismo tipo del que se usa para hacer los
guantes de cocina. Sarah, John y Alex eran los cocineros. Peinaron la cocina y
encontraron un pelo negro; tenía que ser del asesino, y se lo debió de
arrancar Rick para defenderse, porque al cocinar llevaban el gorro. Sarah era
rubia, Alex, calvo, y John tenía el pelo negro. Efectivamente, John era el
asesino. Confesó haber matado a su jefe porqué iba a despedirle.
1097. NURIA MORENO – HALO EN LA OSCURIDAD
Eran las nueve de la noche. Las tiendas ya estaban cerradas, y William se
veía reflejado en el escaparate de una de ellas. Había perdido la noción del
tiempo; no se dio cuenta de que a su alrededor estaba lloviendo, de que las
gotas caían por su pelo oscuro. Vio como alguien se acercaba, era una figura
conocida, era Odette. Traía paso relajado, y su pelo cobrizo relucía más de lo
habitual bajo la luz de las farolas de la avenida. Se fijó en sus distantes y
familiares ojos castaños, esos ojos que le siguieron durante tanto tiempo, y
supo al instante que pasaba algo. Se dio la vuelta, la miró y no hizo falta decir
nada más para saber que esa noche no iba a ser una noche tranquila; pocas
noches lo eran. Se unió a ella y juntos, siempre juntos, fueron en busca de ese
nuevo crimen.
1098. NURIA PÉREZ – EL PLATO MAESTRO
Olivia tenía invitados a cenar. Era una ocasión especial: acudirían los dos
mejores amigos de su recién asesinado esposo. Asar la maza de cordero que
tenía guardada en el congelador le serviría para su propósito. Ambos
comensales acudieron a la hora. Saludaron a la anfitriona y se sentaron a la
mesa.
—Espero que os guste. Era el plato favorito de Leo—dijo Olivia,
colocando una enorme bandeja en la mesa junto con una fuente de sopa.
Sirvió media porción a cada uno de ellos, un cazo de sopa para ella y se
sentó. Después de lo ocurrido, no volvería a comer carne.
—Seguro que sí. Venimos hambrientos. Últimamente, tenemos mucho
trabajo en comisaría—dijo Lucas.
A medida que comían, la cara de Olivia adoptaba un semblante más
relajado y, por fin, terminaron de cenar.
—Ha sido una cena maravillosa, pero tenemos que irnos. Tenemos
algunas pistas y creemos que mañana se encontrará el arma homicida —dijo
John mientras ambos amigos salían de la casa.
«No sabéis lo cerca que habéis estado», pensó Olivia.
1099. NURIA RUIZ – CUERPO DE HOMICIDIOS
No podían permanecer más tiempo allí escondidos; les encontraría como
había encontrado a los demás. Alex acercó la oreja a la puertucha, pero no se
oía nada. Abrió una pequeña rendija por la que mirar; no había nadie, era
ahora o nunca. Se cogieron de la mano dispuestos a escapar. La puerta
principal estaba bloqueada. Giraron sobre sus pasos y se dirigieron a la
puerta de la cocina, resbalando sobre la sangre casi coagulada del suelo.
Llegaron hasta ella, salieron y corrieron hacia el bosque. Clara sacó su móvil,
al fin con cobertura, y llamó a la policía, mientras una fría hoja atravesaba su
joven y elástico cuerpo. Alex caía decapitado dos segundos después.
Entonces, un chasquido, y... «Emergencias, dígame».
La prensa se hizo eco de la noticia al día siguiente. Yo llevaría el caso, no
había nada más placentero que perseguirse a uno mismo. Tenía una lista de
perdedores a los que cargar el muerto; bueno, los muertos, en este caso. Qué
puedo decir, me encanta mi trabajo.
1100. NURIA SANTAMARÍA – LAS DIEZ Y NUEVE MINUTOS
Ella miró el reloj. El segundero avanzaba lentamente, parecía detenido,
congelado. El reloj se negaba a marcar las diez y nueve minutos. Ojalá se
hubiera congelado el tiempo hace cinco años cuando aquel conductor ebrio
segó la vida de su hija, y la suya se rompió en mil pedazos. Volvió a mirar el
reloj, solo faltaban unos segundos. Se obligó a no llorar, recolocó su peluca
y se secó los ojos con cuidado; nadie la reconocería.
Las diez y nueve minutos; levantó la vista del reloj y miró a la mujer que
se acercaba, la sonrió, se le hacía cara conocida, pero no lograba ubicarla. Un
fuerte golpe en el pecho le dejó sin respiración, el segundo lo tiró al suelo,
como un muñeco de trapo. Vio la pistola humeante y miró atónito a la mujer
con el rímel corrido. La reconoció, intento pedir perdón, pero ya estaba
muerto.
1101. NURIA URIARTE SÁNCHEZ – UN HÁBITAT EN SILENCIO
Era un día perfecto para John Garrit y su familia: ir al zoo con su hija
Tara de ocho años y desconectar. La familia se preparó para ir en coche y,
tras esperar, por fin llegaron a la puerta de madera del zoo. Al entrar, Tara
estaba emocionada y, tras un intenso paseo, decidieron ir a la zona polar.
Mientras sus padres descansaban, Tara fue al hábitat del pingüino; allí estuvo
observándolos hasta que vio que un cuidador entraba, pero al instante se
desplomó en el suelo. Tara se quedó de piedra viendo como los pingüinos
saltaban sobre el cuerpo inerte y daban picotazos a su cara llena de pescado;
en ese momento, llegó su madre y, cuando vio la escena, gritó horrorizada.
Tras una alarmante llamada, la policía llegó y acordonó la zona. A la
inspectora Linna le impactó la tranquilidad que tenía Tara. Ella le dijo que
solo vio al señor caerse y no vio a nadie más. Se le identificó como Sean
Kellion, trabajaba en el zoo desde hace cuatro años. Ahora le tocaba a Linna
saber quién lo había matado y por qué.
1102. NÚRIA CALVO BUESO – JAVAAD
El inspector Edward Cox se retiró del escenario del crimen para
reflexionar sobre el asesino en serie. Se hacía llamar Javaad. ¿Cuántos varones
en el estado de Nueva York se llamarían así? No habían encontrado relación
alguna entre las víctimas hasta que a la vuelta a la oficina obtuvo una grata
sorpresa.
—Edward, la víctima que hallamos, Alyssa Evans, nos ha dado una
oportunidad —informó Lewis, conforme el inspector entró a la sala—. Tuvo
una pareja en la universidad cuyo nombre coincide con el del asesino.
—Gracias, Lewis —contestó Edward mirando con sus profundos ojos
verdes a su amigo y compañero.
Edward solo tuvo que esperar a que su equipo partiera a la residencia del
supuesto asesino. Transcurridos unos veinte minutos, el equipo se
encontraba en el domicilio. La puerta cedió tras unos golpes, revelando un
cuerpo inerte en el suelo. A su lado una nota: No puedo con el peso de la
culpa. Tras él dejó el rastro de cuatro vidas truncadas.
1103. NURIA MARTÍNEZ TORRES – POR SIEMPRE JAMÁS
De repente, vio sus manos ensangrentadas sujetando un cuchillo en
medio de las calles de Manhattan. Era una madrugada fría; había dos cuerpos
en la calle. Uno vivo y otro muerto. Su corazón latía al máximo, él la había
matado. No se lo podía creer: era un asesino. Fue un arrebato, un solo
instante, en el que se le fue la cabeza y salió tras ella. Su vida ya nunca volvería
a ser la misma, había matado a su gran amor. Sentado sobre ese frío asfalto,
empezó a recordar todo lo vivido. Sus ojos se llenaron de lágrimas y por su
cuerpo tembloroso le recorrían escalofríos. Le vino a su cabeza cuando la vio
por primera vez y rompió a llorar, a lágrima tendida. Seguía sentado en la
calle, mientras la circulación empezaba a ser fluida. Sabía que sus horas de
libertad terminarían pronto, cuando se acercó lentamente y la besó. «Pronto
volveremos a estar juntos», le susurró. De repente, vio un camión
acercándose, cuando la cogió en brazos y se dejó ir. Descansarían juntos por
siempre jamás.
1104. NUSKA PEYRO – EL BRILLO
Sabían que era el asesino, pero no podían probarlo. Impotente, la
detective Shaper miró a su compañero.
—Bueno, se acabó; nos ha ganado.
—No, no se puede salir con la suya; tiene que haber algo —protestó el
inspector Dorimo.
—No tenemos nada.
Se giraron para ver al sospechoso dirigirse a la salida. Dominique los
miró y les sonrió, mientras pasaba su mano derecha por el pelo. El anillo que
llevaba brilló por un segundo.
—Un momento, por favor. No me había fijado en su anillo —dijo la
detective Shaper.
La cara de aquel hombre, seguro de salir impune, cambió.
—No lo llevaba, me lo dio cuando lo detuvieron, se lo acabo de devolver.
Ahora nos vamos, no tienen pruebas —dijo su abogado.
La detective sonrió.
—Ahora sí. Acompáñenos, por favor; está detenido por el asesinato de
Katia Eler.
1105. OIHANE ETXABURU – CUANDO TROPIECE
Al levantarse para ir al instituto, nuestro chaval verá la hora, desayunará
rápidamente, susurrará un «buenos días» a la habitación de sus padres y
saldrá a toda prisa. Bajando las escaleras, comprobará si lleva su nueva
compañera la navaja de muelle. Hará dos meses que ese loco está
estrangulando por el barrio y querrá defenderse. Dará una vuelta enorme
para ir a clase, pues habrá cordones policiales por doquier y acabará
metiéndose por los callejones para evitarlos. Entonces, oirá un ruido sordo,
como gorgoteos, y verá una figura familiar arrodillada sobre un joven que
convulsiona. Al cruzarse las miradas, el instinto le hará salir corriendo para
salvar su vida. Corre, corre. ¡Corre! Cuando tropiece y se caiga, sabrá que
todo habrá acabado. Cuando el asesino llegue y le ponga el cable al cuello,
una lágrima rodará por su rostro. Es normal. Realmente, pocas veces será tan
desagradable ver a tu padre.
1106. OLATZ CONDE TURÓN – PROMESA CUMPLIDA
Las sirenas eran lo único que perturbaba el silencio de aquella lluviosa
noche de noviembre. La inspectora Williams se acercó al forense, que
examinaba el cadáver con la tristeza dibujada en su rostro.
—¿Qué tenemos, James? ¿Otro mendigo que ha perecido de frío?
—No, Cyntia. ¿No recuerdas haber visto este rostro antes?
La inspectora reparó en el rostro del joven que yacía sentado en la hierba,
apoyado en el tronco de un gran roble en el parque de la ciudad.
—Oh, Dios... Es el chico al que sacaron en las noticias hace unas
semanas.
—El mismo. Quedó con su amada en este mismo lugar, pero ella no se
presentó. Sin embargo, prometió esperarla hasta el fin de sus días... Y
cumplió su promesa.
—Por lo visto, el amor ya no solo mata corazones de forma metafórica...
1107. OLGA ARENAS RODRÍGUEZ – NUEVOS AMIGOS, VIEJOS
SENTIMIENTOS
Cuando llegaron al lugar, Michelle le pidió a Rick que se quedase en el
coche, pero no lo hizo; él no era de los que se quedaban sin hacer nada.
Ahora, sentado en aquella sala de espera, empapado en la sangre de Michelle,
se dio cuenta de que sin Kathy se había vuelto más descuidado, más temeroso.
¿Cómo explicaría esto a los demás? Solo unas horas antes, seis hombres
habían entrado a tiros en una oficina de correos, matando a cinco personas e
hiriendo a ocho. Los asesinos huyeron en dos coches, no eran ladrones
comunes, sus armas no eran convencionales, no se habían llevado nada...
¿Una oficina de correos? ¿Por qué aquella masacre por nada? Detrás de todo
aquello, debía de haber algo más. Rick buscaba respuestas, pero sin Kate se
encontraba perdido. Estaba enfadado, triste, confuso..., pero, al ver la sangre
en sus manos, se dio cuenta de que podía perder a otra persona a la que
quería, a su compañera, y esta vez sí sería culpa suya...
1108. OLGA CURES – MUERTE NO ACCIDENTAL
—¿Por qué cree que fue asesinada la abuela? —preguntó la inspectora.
—Porque en la segunda ronda tenía las gafas nasales puestas, el cabecero
bajado y tropecé con las zapatillas —la auxiliar recitó sus razones del tirón.
Como si lo tuviera que expulsar para vivir.
Una musiquita se repetía cansinamente, en alguna parte de la residencia.
—¿Eso qué significa?
La auxiliar suspiró.
—Maruja duerme semiincorporada, las gafas nasales las quité porque las
tenía que cambiar y las zapatillas siempre las coloco bajo la mesita, no a los
pies —finalmente añadió—. Ya no podía mover ni un pie.
—Ya veo, alguien tuvo que hacerlo por ella.
Mirando al agente, preguntó:
—¿Han avisado a la familia?
—Solo tiene un nieto. Llevan horas tratando de localizarlo. Pero no coge
el teléfono.
En ese momento, la inspectora supo quién era y dónde estaba el asesino.
1109. OLGA DÍAZ ESPINO – EL TRUEQUE
Un día sombrío, el caminar se hace espeso, y sin poder controlar todas
las emociones, se oyen pasos y tu cabeza empieza a enfriarse y te recorre todo
el cuerpo; tus pasos aceleran la marcha igual que tu corazón. ¿Quién será?
Por Dios, que no pase nada, que pueda ver otro amanecer. Ya no controlas tu
cuerpo, te caes, vuelves la mirada varias veces, no tienes ni idea de qué estás
mirando, pero no lo puedes controlar; ahí está, enfrente de ti. ¿Quién? Es la
muerte, la ves, tiene unos treinta y tres años, no muy alto; intuyes que no es
la primera vez que lo hace, manos fuertes, ya que me atrapa el cuello con una
de ellas y al mismo tiempo con la otra clava su cuchillo una y otra vez sin
decir nada. Solo mira porque, mientras a mí se me va la vida, a él se le llena la
suya, es como un trueque: tú me das, yo te doy.
Tu cuerpo se adormece poco a poco, tus ojos se empapan de lágrimas,
caes al suelo y miras a lo alto del cielo, esperando que termine la agonía.
Porque la muerte pasó a mi lado. ¿Por qué a mí? ¿Y por qué no?
1110. OLGA GOIKOETXEA MAHILLO – UN ROSAL JUNTO AL BUZÓN
El inspector Zabalza estaba absorto con los acontecimientos de los
últimos días. Habían desaparecido todos los perros del barrio sin ninguna
pista que le ayudase a arrancar, mientras en la comisaría las denuncias por
desaparición de caninos eran cada vez mayores. Su mujer Eugeni, que
siempre metía las narices en todos sus casos, esta vez, estaba entretenida en la
cocina, cocinando y congelando como si no hubiera un mañana: filetes rusos,
albóndigas, costillas asadas, pastel de carne.
—¿Quieres desayunar unos huevos con carne picada? —le preguntó
mientras terminaba de arreglarse para salir.
—No sé lo que quiero, aunque algo de pescado no estaría mal. A
propósito, ¿dónde vas tan temprano?
—Nos hemos quedado sin bolsas de congelar, y voy cuanto antes, que
luego me da más pereza.
Al rato, Eugeni volvió cargada de bolsas y muy sonriente. Por fin, el
precioso rosal junto al buzón volvía a brotar sin que la orina de ningún perro
se lo secara. «Muerto el perro, brotó el rosal», pensó.
1111. OLGA GUTIÉRREZ TEJEA – CADÁVER AL PIE DE UN ÁRBOL
Alice y Jackson estaban en el parque cuando este le dijo que veía algo
raro en aquel árbol. Era un cadáver. Alice fue al parque, a ver si había algún
testigo que hubiera estado por allí a la hora del crimen, mientras Jackson
investigaba nombre, lugar de residencia... Cuando llegó, empezó a preguntar
a varias personas. Nadie sabía nada. Se acercó al chiringuito que había cerca.
Allí volvió a preguntar, pero no hubo resultado. Decidió sentarse a tomar
algo y llamó a Jackson: él tampoco sabía nada. Luego, una señora mayor se le
acercó y le dijo que estuvo en el momento del asesinato y que vio a un
hombre que amenazaba a otro. Cuando Alice le enseñó una foto de Jackson,
esta dijo que había sido él.
Más tarde, Alice se reunió con Jackson.
—¡Has sido tú! —le dijo Alice.
En ese momento, se oyó un disparo que dejó la sala silenciada.
1112. OLGA MONTERO DÍAZ – CÓMPLICE
El ruido sordo del disparo rompió el silencio de la noche. El cuerpo
cayó al suelo apenas unos segundos después mientras la sangre lo
abandonaba sin remedio. Una sonrisa maliciosa apareció en su rostro, igual
que las otras veces. Ese rojo oscuro derramándose por el suelo, el pavor en
los ojos de la víctima mientras la vida se le escapa sin poder hacer nada por
evitarlo. Cada vez le gustaba más y aprendía a ser más cuidadoso. De repente,
notó como unos ojos se le clavaban en la nuca. Una gota de sudor frío hizo
ademán de caer por su frente, pero él la contuvo. No había dejado que su
víctima viera en él ningún signo de debilidad y no iba a permitir que ahora se
vieran. Se giró con decisión y gesto chulesco y clavó su mirada en la de la
testigo. Se miraron en silencio varios segundos. La pistola se elevó
acompañada por la mano ejecutora y la apuntó. Pero en lugar de apretar el
gatillo, el asesino imitó el ruido del disparo con la boca y le guiñó un ojo
antes de volverse y marcharse sonriendo.
1113. OMAR GONZÁLEZ – SIN TÍTULO
Con una bala es casi imposible sobrevivir a un tiroteo. Menos si tu rival
es un sádico asesino. Y aún más, si cabe, si estás en su terreno: una vieja
cabaña perdida en la espesura de un gran bosque. Aun así, cubierto tras una
mesa que rezuma sangre seca, sangre derramada por los numerosos cuerpos
desmembrados en ella, lo intentó. Cuento las balas que mi oponente dispara,
compulsiva e innecesariamente. Cuando recarga, me incorporo, avanzo
decidido y raudo hacia su cobertura y le descerrajó un tiro a bocajarro,
generando una explosión roja que esparce sesos en un radio de cinco o seis
metros. Comienzo a reír, una risa histérica, la del que consigue lo
improbable. Lo que no espero, lo que transforma mi risa en un mudo
silencio de puro pavor es ver que mi víctima no es el asesino, sino una mujer.
Y lo que hiela aún más mi corazón y relaja de manera inevitable y vergonzosa
mis esfínteres es la risa, aún más histérica y gutural, de quien, a mi espalda,
aprieta un tubo duro y frío contra mi nuca.
1114. ONA GIRALT RUIZ – EL RUSO
La inspectora Evans llegó al escenario y vio a la víctima muerta en un
callejón. Se llamaba Micke Miller y tenía treinta y nueve años. Fue ejecutado
hacia las 2:35 de la mañana. En comisaría, el detective Decker habló con la
familia de la víctima. En el escenario, encontraron una huella: pertenecía a un
asesino ruso llamado Joseph Polinski. Cuando fueron a su casa, también
había sido ejecutado. Investigaron sus cuentas y vieron que hubo un pago a
Polinski de treinta mil euros desde una cuenta en las islas Caimán. Al
rastrearla, descubrieron que estaba a nombre de la víctima, pero que el pago
se había efectuado cuando ya estaba muerta. En el ordenador había huellas de
Rolland Ross, el padre de la mujer. Confesó que descubrió que Mike
engañaba a su hija y contrató a Polinski para matarlo; luego lo mató para no
dejar pruebas.
1115. ORI6L FERRAN – LIMÓN
Me toqué el pecho. Sangraba. Sangraba demasiado, pero seguí
corriendo. No me detuve; él nos seguía y un solo fallo nos podía costar la
vida, a ella y a mí. Corrimos un rato más, pero tuve que parar. Le dije que se
fuera, y ella me miró con sus ojos azules con pena; le grité desesperado que
se marchara antes de que nos cogiera, que yo lo detendría. Ella no quería
abandonarme, pero tenía que hacerlo. Al final, se puso a correr, y yo anduve
cinco minutos más antes de que él me alcanzara. Me empujó y me caí
torpemente. Me miró con rabia, odio, ira, sacó la pistola y me apuntó, cerré
los ojos pensando en ella y oí el disparo, el que señalaba mi fin. Pero nunca
me llegó a tocar. Abrí los ojos. Ella estaba delante de mí con una pistola,
despeinada y con una sonrisa de satisfacción por haberme podido salvar. Me
abrazó, me dio un dulce besó en los labios y me miró a los ojos, con
intensidad. Entonces, me dijo adiós antes de desaparecer en el bosque para
siempre, dejándome a mí con su olor a limón.
1116. ÓSCAR GOÑI – LA PLUMA Y LA ESPADA
La pluma es más poderosa que la espada. Lo había escuchado antes, creo
que en una peli de Batman. Me dicen que fue un inglés quien escribió esa
chorrada. El caso es que eso pone en el papel manchado de sangre que
sostiene el cadáver. El tipo, un forense responsable de innumerables
condenas, estaba presentando su libro ante más de cien personas cuando la
luz se fue. Después del desconcierto general, cuando la sala se iluminó de
nuevo, estaba muerto, con un cuchillo clavado en el pecho. Pero sonríe,
mirando con sus ojos vidriosos el papel. ¿Falta un mes para mi jubilación,
después de cuarenta años en Homicidios, y ahora tengo que resolver un
asesinato con una frase? El asesino está aquí, entre el público, lo presiento.
Me olvido de todo lo que me rodea y me obligo a pensar. El tipo era forense,
no literato. La clave, tal vez, no está en lo que pone en el papel. Entonces,
mirando al auditorio, veo a ese hombre. Se chupa un dedo, molesto. Me toca
sonreír a mí.
1117. ÓSCAR HERNÁNDEZ – SIN TÍTULO
Baker había conseguido escabullirse hasta el callejón. Llovía. Un gato
rebuscaba entre los cubos de basura. Sobre su cabeza, una vieja escalera de
incendios y el cartel luminoso del club. Calculó que tenía como dos minutos
de ventaja. Después, echarían en falta el maletín. Corrió hacia la avenida.
Derecha. Nadie. La lluvia apretaba. Izquierda. Nadie en el punto de
encuentro. «Rachel aún debe estar dentro», pensó. Sintió como la primera
bala atravesaba su hombro. Pasos acercándose. Silbido de balas rozando su
cabeza mientras se desplomaba.
—Os felicito. Tu amiguita y tú casi conseguís engañarme, pero ningún
sucio poli va a volver a meter sus narices en mis asuntos. No en mi ciudad —
dijo una voz familiar.
Baker trataba de incorporarse. Uno de los tipos del club le apuntaba con
su arma. El cañón humeaba.
—Johnny, termina el trabajo y trae el maletín.
¡Bang! ¡Bang!
—Rachel...
—Tranquilo. La ayuda está en camino.
1118. ÓSCAR ROJO MATARRANZ – UN MAL DÍA
—¿Por qué llueve tanto? Odio trabajar cuando llueve.
—Vamos, Rober, en diez años como compañeros jamás te he visto
trabajando de mal humor. ¿Ha pasado algo?
—No, supongo que simplemente hoy tengo un mal día.
—Bueno, hoy es un mal día para mucha gente —añadió Marco, el
detective más experimentado de aquella curiosa pareja de investigadores de
Homicidios.
Aquellas palabras cambiaron la expresión del detective Rober, el cual
miró de nuevo el cuerpo cubierto por una sábana que había en mitad de aquel
pantano.
—Solo tenía veintiún años; estudiaba enfermería —explicó Rober
mientras revisaba sus notas.
Marco se inclinó sobre el cuerpo y levantó parcialmente la sábana.
—Un disparo en la cabeza. A sangre fría —comenzó Marco—. ¿Quién
crees que ha sido; un exnovio?
—Esta vez no, Marco. Esta vez, he sido yo.
—¿Qué...? —respondió su compañero desconcertado mientras levantaba
la vista, pero el arma que le apuntaba detuvo sus palabras.
—Lo siento, Marco; odio tener que hacer esto.
Bang.
1119. PABLO CANINO GUTIÉRREZ – AMENAZA EMOCIONAL
La figura de Stephen Hawks se recortaba oscura y solitaria en la orilla del
Hudson frente a las luces de la Gran Manzana. Detrás de él, dos policías
retenían contra el suelo al fin a aquella desalmada y fornida bestia. Recordé
entonces las palabras que me dijo el día que vimos el magullado cadáver de
Emily Green: «Era joven, guapa, talentosa y seguramente feliz, y ahora no
tiene nada. El culpable lo pagará». Lo había vuelto a hacer, había vuelto a
cumplir justicia, pero no cabía en él la satisfacción propia de cuando resolvía
un nuevo caso de asesinato. En sus manos sostenía la foto antigua que el
asesino le había pedido que cogiera de su chaqueta, una niña que sonreía
risueña. Cuando le dio la vuelta, descubrí inscrita sus iniciales junto con una
fecha, la misma que figuraba en los viejos recortes de periódico que guardaba
en casa sobre la niña desaparecida. Un pánico inusual lo invadió. Lo que dijo
a continuación lo cambió todo: «Ellos la tienen y la matarán si sigo... Es
Lucy, mi hija».
1120. PABLO FOLGUEIRA – SU PRIMERA VEZ
Jack nunca había tenido una pistola en la mano y, la verdad, parecía que
pesaba mucho más de lo que se había imaginado. Tampoco se había
planteado nunca la posibilidad de disparar una, pero esta vez lo hizo. Sin
pensarlo demasiado, deslizó su dedo índice por el gatillo y lo apretó. La
detonación rompió el silencio de la noche y muy pronto pudo ver el humo
que salía del cañón gracias a la luz de una farola. Se acercó al cue

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