11 I Casi veinte años después, Lázaro contempló con la misma

Transcripción

11 I Casi veinte años después, Lázaro contempló con la misma
I
C
asi veinte años después, Lázaro contempló con la
misma emoción el dibujo de la sierra recortándose en la ventanilla del avión. El mar en calma y el cielo
de la aurora señalaban el perfil austero de los montes.
Irrumpía luego la llanura bordada de sembrados verdes
y pardos, salpicados aquí y allá por bosques de pinares y
molinos inactivos. El encanto de las casas señoriales permanecía intacto. Como si el tiempo no pasara. Mallorca.
Se le encogió el corazón.
Pero a medida que el aparato descendía, fueron surgiendo urbanizaciones de construcción reciente, barrios
modernos y viviendas funcionales de estética singular.
El avión sobrevoló la bahía de Palma. La franja de mar,
con el castillo de Bellver al fondo y la impresionante catedral varada como un buque en la antigua muralla, seguía siendo espectacular. Tras un vuelo sin turbulencias,
el aterrizaje fue perfecto.
El aeropuerto se le antojó interminable. Tardó lo
suyo en recorrer los pasillos de la nueva terminal hasta
dar con la sala de recogida de equipajes. Le impresionó
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Jaime Homar
el número de turistas extranjeros que llenaban el lugar.
Cuando por fin salió del recinto cargado con sus dos maletas, lo deslumbró el sol de agosto. Una sonrisa. Un abrazo. Rubén.
—¿Cómo estás, amigo? ¡Cuánto tiempo! Déjame
que te mire… Apenas has cambiado… Aunque, caramba,
te veo mucho más delgado. ¿Cómo lo haces? ¿Sólo llevas
dos maletas para todo el año? ¡Siempre la misma austeridad castellana! ¡Bienvenido al Mediterráneo!
A Rubén se le atragantaban las palabras. Tan hablador como su amigo lo recordaba. Simpático, bromista, muy jovial, siempre dispuesto a echar una mano. Los
años habían acentuado su tendencia a engordar, aunque
escondía un poco el sobrepeso gracias a su altura y las
camisas amplias. Las entradas pronunciadas hacían resaltar todavía más su frente ancha. El pelo disperso se le
rizaba a medida que caía en una media melena poco cuidada. En el rostro destacaba el fulgor picaruelo de los
ojos, las mejillas sonrosadas y la expresión amable de una
boca acostumbrada a sonreír. La nariz extrañamente fina
y pequeña apenas podía sostener la montura de unas gafas tan usadas como anticuadas. En suma, el tipo de persona totalmente despreocupada de su apariencia.
Subieron al coche. Recorrieron rápidamente el
tramo de autopista que une el aeropuerto a la ciudad.
Se adentraron por las avenidas hasta llegar al centro.
Serpentearon luego por calles estrechas que parecían esconderse de la luz. Por fin aparcaron en una pequeña plaza empedrada.
Lázaro se fijó en la línea de sombra que dividía en
dos la fachada de una antigua iglesia. Lo mismo que un
cuadrante solar. Avanzaron por una calle paralela a la
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el patio de los círculos
iglesia hasta dar con un portal de madera noble por donde se accedía a un conjunto de viviendas.
—¿No era ésta la casa de tus abuelos? —preguntó
Lázaro impresionado por la calidad de la reforma.
—Veo que no se te ha ido la memoria —contestó
Rubén sorprendido—. Al morir mi abuela, mi abuelo decidió dividir la casa en pisos independientes, para hijos y
nietos. Lo cierto es que ha quedado precioso. Pero no te
vayas a creer que vivo en uno de los áticos… A un soltero
empedernido como yo le basta un estudio del entresuelo. Aunque yo encantado. ¡Con lo que cuesta la vivienda
hoy en día!
Rubén subió unos escalones laterales para abrir la
única puerta que daba directamente al patio interior. No
tardó ni cinco minutos en enseñar a su amigo los sesenta
metros cuadrados que componían su pequeño refugio.
Luego colocó las maletas cerca de un sofá cama rojo recién comprado y dijo:
—No creas que lo he comprado sólo para ti.
Necesitaba uno. Ya sabes que me gusta dejar las cosas
claras. Te quedas el tiempo que quieras: todo el curso si
no consigues nada, y no se hable más. Mañana vamos a
la playa.
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